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5) Explica las características del urbanismo romano y sus antecedentes.

Roma nació como una de las tantas ciudades estado que se levantaban en la península
itálica, en su mayoría de origen etrusco y de estructura similar a las que existían en el
Asia Menor y el Peloponeso. Su destino fue diferente ya que a través de un proceso de
expansión terminó cubriendo ampliamente la cuenca del Mediterráneo convirtiéndose
en el epicentro.

Roma consolidó su capitalidad mediterránea a mediados del siglo II a.C, al finalizar las
guerras púnicas, la majestuosidad del foro y el monte capitolino, los centros
neurálgicos de la urbe, la convirtieron en el modelo arquitectónico a seguir. Roma
estaba en una encrucijada de intenso tráfico y comercio. Los primeros asentamientos
datan del año 1000 a.C. junto al río Tíber, en la colina de Palatino, donde, según la
leyenda popular, Rómulo y Remo fueron amamantados por la loba.

Las piedras fundamentales de la ciudad romana procedían principalmente de las


canteras de otras dos culturas, la etrusca y la helénica.
A diferencia de la ciudad griega en la que la muralla era a menudo una idea tardía, la
ciudad romana comenzaba por una muralla; y la ciudad, en parte por motivos
religiosos y en parte por motivos utilitarios, adoptaba una forma de rectángulo,
estableciéndose así el trazado modelo del campamento provisional que el legionario
romano aplicaría más tarde. Este trazado rectangular formaba parte de una tradición
mucho más antigua que se arraigó en la Italia septentrional y que bien puede datar
desde los comienzos del neolítico.

El talento de los romanos para la ingeniería parece estar directamente en deuda con
los etruscos, si bien el campesino italiano ha hecho suya esta tradición en todas partes.
Pero, aparte de su contorno sagrado, la ciudad romana estaba orientada de modo tal
que armonizara con el orden cósmico. El rasgo típico que las diferencia de las ciudades
helenísticas con un mismo carácter general, es el trazado de sus dos calles principales,
el Cardo, que corre de norte a sur, y el Decumannus que corre de este a oeste.
Las calles principales estaban trazadas de modo tal que se cruzaran en el medio de la
ciudad; allí se cavaba una base para las reliquias sagradas y también ese era el lugar
habitual para el foro. Aunque el principio de orientación tenía un orden religioso,
podían modificar la topografía y los accidentes de un uso anterior, factores que
asimismo podían modificar el trazado en parrilla, cuya existencia se prolongó largo
tiempo después de haber perdido casi toda su significación cósmica.

Por los días de Vitruvio (siglo I a.C.) las consideraciones de higiene y comodidad
modificaron aún más el trazado de la ciudad romana, y así este autor llegaría a sugerir
que las calles secundarias estuvieran orientadas de modo que bloquearan los
desagradables vientos fríos y los calientes e infecciosos.

De la ciudad helenística, la romana recibió una pauta de orden estético que


descansaba sobre una base práctica; y a cada una de las grandes instituciones del
urbanismo milesio (el ágora formalmente cercada, con sus estructuras continuas, las
calles anchas e ininterrumpidas, a cuyos lados se alineaban y el teatro) los romano le
dieron un giro propio y característico, superando al original en ornamentación y
magnificencia. En torno a la ciudad se edificaron los más destacados edificios de la
civilización romana. El primer rasgo que podemos destacar del urbanismo es su planta.
Utilizan un entramado de carácter regular, de planta rectangular y reticular en damero
(plan hippodámico).

Si bien hay una relación evidente con Egipto, los romanos transformaron la imagen
estática y eterna de los egipcios en un mundo dinámico de ida y vuelta, buscando
conquistar el entorno como una manifestación existencial de acuerdo con los dioses.

Los romanos dominaron la naturaleza, la técnica y el espacio, y su sistema rector de


caminos y acueductos manifiesta este logro. Cuando se bendecía un sitio, el ¨augur¨
(sacerdote) se sentaba en el centro y con su vara (surco) determinaba dos ejes
principales a través del centro, dividiendo así el espacio en cuatro áreas: Izquierda,
derecha, adelante y atrás. Esta división no era arbitraria sino que representaba los
puntos cardinales y se ajustaba a las formas de paisajes circundantes. El espacio
comprendido dentro del límite del horizonte era llamado el “templum”. Todo lugar
romano es una manifestación de este orden básicamente cósmico.

En el curso de los siglos III y II a.C., Roma dejó sus huellas características en una serie
de nuevas poblaciones para emigrantes romanos y regionales. A parte de las iniciales
doce ciudades de Toscana y de las treinta ciudades del Lazio, el estado romano había
sembrado, para los días de Augusto (primer emperador romano entre 26 a.C. – 14 d.C.)
unas trescientas cincuenta ciudades más en la Italia peninsular y otras ochenta en la
Italia septentrional. Estas poblaciones estaban cortadas conforme con el nuevo molde,
eran de escala modesta y de trazado sencillo; en otras palabras, eran casi exactamente
lo opuesto a la ciudad madre que se desparramaba en desorden.

En la literatura de los siglos V y VI d.C., las toscas ciudades nuevas se habían pulido y
cada una de ellas adquirió un carácter propio, el cual solo surge con sucesivas
generaciones y los sedimentos sutilmente matizados que dejan los acontecimiento
históricos.

Teniendo en consideración la destreza de Roma para la construcción de carreteras,


uno vuelve la vista hacia las nuevas ciudades para ver si ella produjo alguna
modificación en el plan milesio corriente. Pero en la medida de lo que ha podido
descubrirse hasta el presente, se mantuvo con fidelidad el precedente griego: El Cardo
y el Decumannus, unidos a las carreteras llevaban el tránsito principal a un punto de
encuentro en el centro de la ciudad. El ¨castrum¨ (fortificación militar) y la ciudad se
basaban en el mismo esquema, la superficie cuadrada o rectangular dividida en cuatro
partes mediante dos calles principales (Cardo y Decumanos) que se cortaban en ángulo
recto. Las calles principales llevaban a las cuatro puertas abiertas al muro de la ciudad.
El paisaje y los asentamientos romanos tenían una estructura análoga, ya que se
concebían como áreas centralizadas divididas en cuatro zonas por dos recorridos de
distinto valor que se cortaban en el centro en ángulo recto, en donde se ubicaba el
Foro, lugar de reunión social con funciones comerciales. El foro (era la plaza pública
donde se concentraba la actividad política y comercial) se ubicaba en el valle, entre el
Capitolio y el Palatino y se comunicaba con el resto de la ciudad mediante la vía Sacra,
que era atravesado por la Cloaca Máxima, cubierta desde el siglo II a.C. Se trata del
punto más destacado de toda la ciudad romana. El foro es un espacio abierto en torno
al cual se sitúan los edificios más importantes y en donde se desarrolla la vida pública.
Esta organización general concretaba una imagen cósmica y la ciudad era concebida
como un microcosmos. Incluso algunos de estos campamentos se transformarán
posteriormente en ciudades definitivas, tal es el caso de León en la Península Ibérica.
De herencia de los castrum son también las murallas que rodean las ciudades, que
poseen una finalidad defensiva y de delimitación del espacio interior de las ciudades.
En estas murallas encontramos por regla general cuatro puertas de acceso localizadas
en los cuatro puntos cardinales y en los extremos del cardo y el decumano; un buen
ejemplo de ellas es la Porta Nigra de Tréveris, edificada en el año 180 d.C.La ciudad
podía estar dividida en “vici” (vecindarios o barrios con sus propios centros y mercados
secundarios).

En Roma las construcciones eran ideadas para servir, lo que primaba no era
únicamente el engrandecimiento del espíritu, sino también enaltecer al propio
imperio. Este afán utilitario le hará emplear materiales nuevos, como son el hormigón
o el ladrillo a los que se les unía el tradicional mármol de la arquitectura griega como
revestimiento, el cual le daba una belleza exterior a la que se le unía la economía de
medios.

Desde el comienzo todo fue colosal en Roma: Ese era el genio mismo de la ciudad
antes de que superara en mucho la condición de aldea; pues cuando el rey decidió el
trazo de la primera gran muralla, abarcó más de 400 hectáreas como para incitar al
desarrollo que todavía no había tenido lugar.

La superficie y la población de Roma siguieron aumentando hasta el siglo III d.C.


Después del cercamiento por la muralla de Marco Aurelio, en el año 274 Roma
abarcaba 1344 hectáreas en su interior, en tanto que la superficie total edificada,
incluida la zona construida inmediatamente después de la muralla, cubría unas 2000
hectáreas aproximadamente. Se trataba pues de una ciudad formidable, incluso para
los tiempos modernos.

Al renunciar a todo aquello que el mundo pagano deseara y buscara, el cristianismo


dio los primeros pasos hacia la construcción de una nueva estructura a partir de los
escombros hacia el siglo V d.C. La Roma cristiana fundó una nueva capital, la Ciudad
Celestial. He aquí el prototipo invisible de la nueva ciudad.
Todas estas transformaciones internas dejaron su impronta. Antes de que Roma
cayera, a decir verdad ya en el siglo III d.C., la secta cristiana había comenzado a
anticipar lo peor y sus miembros habían empezado a establecer para sí un nuevo
orden de vida.

Roma no murió repentinamente, ni las ciudades de su imperio se derrumbaron y se


hicieron inhabitables rápidamente; las invasiones de los bárbaros habían dado
comienzo en el siglo III d.C. y continuaron esporádicamente durante más de mil años.

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