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bloom : ¿Molly?
MARION: ¿Sipi? A partir de ahora seré la señora Marion, mi
estimado señor, cuando se dirija a mí.
Esta, entonces, no es su Molly, sino la que teme encontrarse
cuando vuelva a casa: segura de sí, ajena, burlona. Los miedos
también se proyectan en el afuera: esta es la Molly de Boylan.
Sometiéndose a ella, Bloom se desdobla en un servil camello
(com o en la lógica de los sueños, Bloom es el camello y es B loom ) :
E l camello, levantando una pata delantera, arranca de un árbol un gran
mango, lo ofrece a su ama (. .. ) después baja la cabeza y refunfuñando,
con el cuello erguido, manotea para arrodillarse. Bloom agacha la espal
da para cachurra salta la burra.
BLOOM: Yo puedo darle... Quiero decir como su empresario
com ercial... Señora M arion...
En el original, business menagerer, fusión de “manager”, y “menáge” .
El “empresario comercial” es Boylan, cuyo lugar Bloom aspira ocupar.
Y Marion:
¿Así que notas algún cambio? ¡Oh, Poldy, Poldy, eres un p obre
palito en el barro!
Inevitablemente lo nombra con el diminutivo peyorativo, p or
no decir emasculador. El palito en el b a rro debe ser el que B loom
arrojó cuando estaba en la playa, después del episodio con Gerty,
que fue su manera, un poco patética, parece sentir ahora, de
“devolvérsela” a Molly.
bloom : Estaba justamente volviendo a buscar esa loción, cera
blanca y agua de azahar.
Com o en este tramo es la lógica onírica la que está en prim er
plano, debemos reconstruir la “realista” . Aparentemente B loom ,
ai meterse en el bolsillo las pavadas que compró, se dio cuenta de
que se olvidó de recoger la loción de Molly, culpa que encubre
otros olvidos más importantes: los que han llevado a M olly a con
vertirse en la señora Marion. Como ven, lo que juzgado p or la ló g i
ca de la vigilia aparece com o una secuencia absurda es, desde una
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lo hace, Joyce deja que la escena caiga entre dos capítulos, nos la
escamotea. N o sólo no la muestra, sino que ni siquiera la recapitu
la explícitamente: apenas nos tira vagos indicios. O tro ejemplo del
sistemático antidramatismo del que ya hemos hablado.
Sigue el monólogo: ¿Para qué lo estoy siguiendo? Sin embargo
es el m ejor de ese grupo. Si no me hubiera enterado de lo de la
señora Beaufoy Purefoy no habría ido y no me habría encontrado.
El destino.
El encuentro entre Bloom y Stephen, recordamos, es fruto de un
error: Bloom preguntó a la señora Breen sobre la señora Beaufoy,
ella entendió Purefoy y le contó que estaba en la maternidad.
Bloom decide desembarazarse de las patas de chancho y oveja:
dinero mal gastado. Un chelín y ocho peniques de más. Esta refe
rencia a la historia de Reuben J. Dodd y su hijo rescatado del Liffey
elabora la pregunta ¿Para qué lo estoy siguiendo?, convirtiéndola
en “¿Cuánto vale la vida de un hijo?” . Se las da al perro que lo
viene siguiendo (com o es un perro de sueños, cada vez que se lo
nombra, es de raza distinta: en este párrafo empieza com o retñever\
sigue com o perro lobo --¡Garryowen! lo llama B loom - y termina
como setter). En la Irlanda paranoica de entonces, Bloom se da
cuenta de que su actitud puede resultar sospechosa, e inmedia
tamente se materializan dos policías, que son “reales” (los hemos
visto antes) aunque el arresto de Bloom sea puramente imagina
rio. En tanto figuras de autoridad, llegan declinando su nombre,
como profesores de secundario, declinación que concluye en el
apto caso acusativo:
l a g u a r d ia : Bloom. De Bloom. Para Bloom. Bloom. (...)
g u a r d ia p r im e r o : Cogido in fragantí. Está prohibido arrojar
basuras.
BLOOM: (tartamudea) Estoy haciendo bien a los demás.
Y aparecen com o testigos las gaviotas que alimentó en el capí
tulo 8 con las tortitas de Banbury:
LAS g a v i o t a s : Kos kiró korkitas de kankury.
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M i chica es una chica de Yorkshire; Stephen baila con Zoé, gira y gira;
esta “danza de la muerte”, sumada al ajenjo con que ha coronado
su borrachera, conjura a:
(La madre de Stephen, consumida, se eleva rígidamente del piso en ropas
grises de leproso (...) Un coro de vírgenes y confesores canta sin voz).
el CORO: Liliata rutilantium te confessorum...
lubilantium te virginum...
El leitmotiv indica que esta es ia madre Iglesia y la madre patria.
Aparece Mulligan para frotar sal en las heridas, mientras llora
sobre su escón lágrimas de manteca derretida (cf. cap. 10 ):
m u l l ic a n : Está bestialmente muerta. ¡Qué lástima!
la m adre: (...) Yo fui en otro tiempo la hermosa May
Goulding. Estoy muerta.
STEPHEN: (Horrorizado) ¿Quién eres, Lemur? ¿Qué truco de
cuco es este?
Los lemures, ¿demás de esos fantasmales primates de Madagascar,
eran en la antigua Roma espectros que vagaban en las noches.
St e p h e n : Dicen que te maté, madre. Él (M ulligan) ofendió tu
memoria. Fue el cáncer, no yo. Es el destino.
LA m a d r e : (Un verde arroyuelo de bilis escurriéndose de un costado de
su boca.) Tú me cantaste esa canción. El amargo misterio del amor.
Envalentonado por este reconocimiento, Stephen le pide:
St e p h e n : Dime la palabra, madre, si la sabes ahora. La palabra
que todos los hombres conocen.
Los críticos, sobre todo Richard Ellmann, sostienen que “la”
palabra que Stephen pide es “amor”, amor matris, (...) lo único
verdadero en el mundo. Pero esta no es la madre del amor, sino
la de la culpa:
la madre: ¿Quien te salvó la noche que en Dalkev saltaste al
tren con Paddy Lee? ¿Quién se compadeció de ti cuando estabas
triste, rodeado de extraños?
(...) La oración es todopoderosa. (...) Arrepiéntete, Stephen.
Esta no es la madre que Stephen quiere:
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St e p h e n : ¡Vampiro! ¡Hiena!
Esto se lo grita a Dios.
la m adre: Yo ruego por ti en mi otro mundo. Haz que Dilly te
prepare ese arroz hervido todas las noches después de tu trabajo
cerebral. Años y años te he amado, ¡oh, hijo m ío!, mi prim ogé
nito cuando te llevaba en el vientre. (...) (Los ojos como brasas.)
¡Arrepiéntete! ¡Oh, el fuego del infierno!
En ese momento, Florry señala a Stephen: ¡Mira! ¡Está blanco!
Bloom abre la ventana y dice: Es un mareo. Estamos ante la única
alucinación verdadera de todo el capítulo. En los otros casos, cuando
Bloom veía a su padre, no era que efectivamente lo viera, el encuen
tro con el padre tenía lugar en un plano no consciente; era la pro
yección inconsciente de sus percepciones o pensamientos, por eso no
había memoria de esos “encuentros”. Acá, Stephen, en la realidad, en
el burdel, tiene una alucinación: efectivamente ve a su madre frente a
él, le habla en voz alta, y los demás escuchan lo que dice.
Ahora grita ¡El masticador de cadáveres! Ha descubierto al
que se ocultaba bajo la figura de su madre. Desenmascarada, esta
lo amenaza: ¡Ten cuidado! ¡La mano de Dios! (U n cangrejo verde
con malignos ojos rojos mete profundamente sus sonrientes garras en el
corazón de Stephen.)
Este cangrejo es la mano de la madre, y es el cáncer que la
mató, verde como la bilis que la madre vomitaba, rojos sus ojos
llameantes que amenazan con la condenación eterna.
St e p h e n : (Estrangulado de rabia.) ¡M ierda! Y enseguida: ]Ak
nonyp a r exampleL La imaginación intelectual. Conmigo d el todo o
para nada. ¡Non serviam!
Stephen desafia a todas las fuerzas que quieren aplastarlo con
las palabras de Lucifer.
St e p h e n : ¡N o ! ¡N o ! ¡N o ! ¡Quiébrenme el espíritu si pueden!
¡Los pondré a todos en vereda!
Al grito de ¡Nothwigi Stephen levanta su garrote de fresno con
ambas manos y destroza la araña. La lívida Uama fin a l del tiempo salta
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do, quizá reconciliado, con ella. Bloom entiende mal las palabras
masculladas por el inconsciente Stephen: Ferguson. Una chica.
Alguna chica. L o mejor que podría sucederle. Se equivoca, y a la
vez entiende perfectamente: efectivamente, una chica es lo mejor
que podría sucederle a Stephen en este momento. Y es, recorde
mos, lo que le sucedió a su autor, en este mismo día de junio.
Bloom encuentra, también, un sentido a los quizá hasta ahora
algo vacíos rituales de la masonería:
bloom : Juro que siempre saludaré, siempre ocultaré, nunca
revelaré, ninguna parte o partes, arte o artes. (M urm ura).,, en las
ásperas arenas del mar... a la distancia de un cable de la playa.,.
donde la marea muere... y retorna...
A l velar sobre Stephen, Bloom de alguna manera repara el
pasado: hace por otro hijo, por el hijo de otro, lo que no pudo
hacer por el suyo. Su recompensa es la visión de
Un bello muchacho de once años, un niño trocado p or otro, trans
fundido, vistiendo traje de Eton, con zapatos de vidrio y pequeño yelmo
de bronce, sosteniendo un libro en la mano, Lee de derecha a izquierda
imperceptiblemente, sonriendo y besando la página (. .. ) Tiene un deli
cado rostro malva (. .. ) En su mano izquierda, libre, sostiene un bastón
de m arfil con un lazo violeta anudado. Un cordero blanco atisba desde
el bolsillo de su chaleco.
En la descripción de Rudy, tal como sería si hubiera vivido (la
imaginación emotiva de Bloom realiza el mismo milagro que la
artística de Shakespeare: revivir al hijo muerto) confluyen atributos
del propio Rudy (el traje de Eton y ei rostro malva (capítulo 6) el
chaleco de lana de cordero que le tejió Molly (capítulo 14), el vidrio
y el bronce de su féretro (Gilbert, 348); de Stephen (el bastón, la
lámpara malva que destrozó en el burdel); atributos paganos (el
casco de bronce sugiere a Hermes, que en la Odisea suministra a
Odiseo el antídoto) y resonancias sacrificiales cristianas (el cor
dero) . Joyce nunca dejó de escribir epifanías, esos textos que en
su forma original no pasaban del párrafo; simplemente, cada vez
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