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Romanos 1:1-32.

Teofilo Mercado Figueroa. –

CAPÍTULO 1

INTRODUCCIÓN

EL EVANGELIO DE PABLO

1. OBJETIVO DE LA CARTA

La carta del apóstol Pablo a los Romanos se distingue de las otras cartas
paulinas por el hecho mismo de haber sido dirigida a una Iglesia que no
había sido fundada por Pablo y a la que ni siquiera conocía personalmente
y de forma directa. Espera, sin embargo, conocer pronto a esa comunidad,
«en la voluntad de Dios» (cf. 1,10), pues estoy anhelando vivamente veros,
para comunicaros algún don espiritual con el que quedéis fortalecidos»
(1,11). Pablo se había ya preparado a menudo para ir a Roma, «pero hasta
ahora me ha sido imposible» (1,13). Su propósito, no obstante, sigue siendo
el de siempre: «proclamar el Evangelio también entre vosotros, los de
Roma» (1,15), pues se sabe llamado a tal empresa. Quiere proclamar el
Evangelio en Roma como lo ha hecho entre las demás naciones; o, para
decirlo con las propias palabras del Apóstol, «para recoger también entre
vosotros algún fruto, al igual que entre los demás gentiles» (1,13).

De acuerdo con estas observaciones preliminares de la carta podría sacarse


la impresión de que a Pablo lo único que le interesa es anunciar su próxima
visita. Por ello resulta sorprendente el giro que toma hacia temas
esenciales. Ese giro se inicia ya en 1,16 y conduce a un amplio desarrollo de
lo que constituye la predicación de la fe paulina y que se prolonga (incluidas
las exhortaciones de los capítulos 12-15) hasta el final de la carta; es decir,
a lo largo de quince capítulos. Sólo ya a punto de concluir, 15,22-32, vuelve
el Apóstol a hablar de sus planes de viaje. Por ello es justo preguntarse qué
propósito ulterior se esconde tras las amplias reflexiones del Apóstol. Pues,
si sólo pretendía familiarizar de antemano a la comunidad cristiana de
Roma con su Evangelio, ello bastaría ciertamente para explicar el carácter
profundo de la carta; pero no su amplitud y prolijidad. ¿Cómo llega Pablo,
por ejemplo, en una carta escrita a la comunidad cristiana de Roma a tratar
el destino de Israel con tanto detenimiento como lo hace en los capítulos 9-
11? Sorprende también a lo largo de toda la carta la evidente orientación
hacia la prueba escriturística y hacia importantes condicionamientos
mentales del judaísmo, como la ley, la tradición, la postura frente a los
gentiles. Es evidente que Pablo cuenta con que una parte notable de la
comunidad cristiana de Roma está constituida por judíos. Habla «con
quienes conocen en la ley» (7,1), teniendo por lo mismo ante sus ojos la
imagen de una Iglesia formada por cristianos procedentes del judaísmo y
de la gentilidad. De ahí que se plantee el problema de la convivencia de
ambos grupos, tal como ya lo conocía por la experiencia de otros lugares1.

La parte admonitoria o parenética de la carta (12,1-15,13) afronta este


problema todavía con mayor claridad. En virtud de la «gracia que me ha
sido otorgada» (12,3), exhorta a todos a que se preocupen de la unidad
(12,4-8. 16; 14,19s; 15,7) y del amor (12,9s; 13,8-10; 14,15). El motivo
concreto de estas exhortaciones son las relaciones que deben mediar entre
los «fuertes» y los «débiles» (14,1-15, 13). Ambos grupos vienen descritos
de acuerdo con determinadas cuestiones de conducta, como la permisión
de comer ciertos alimentos (14,2s.21), la observancia del calendario (14,5s)
y la distinción entre lo que es puro e impuro (14,14). En todos estos
problemas desempeña un papel indiscutible la vinculación a las tradiciones
judías. Es sobre todo a los cristianos que proceden de la gentilidad y a los
cristianos que no se sienten ligados por la normativa judía (cf. 15,1), y con
los que Pablo se solidariza («Nosotros, los que somos fuertes...»), a quienes
va dirigida de modo particular la amonestación de que nadie se levante más
alto de lo que conviene (12,3 y 16), ni juzgue o desprecie al hermano
(14,3s.10.13). Son ellos precisamente quienes no deberían olvidar que han
sido llamados por la «misericordia» de Dios (15,9-12).

Si con ello se comprende mejor un punto concreto de la carta a los


Romanos, para nosotros no deja de resultar sorprendente que Pablo se
dirija a una comunidad que él no ha fundado para exponer los rasgos
fundamentales de su predicación. ¿Qué pretende Pablo con ello? ¿Es que
en Roma se reconocía ya su autoridad apostólica hasta el punto de que
pudiera él arriesgarse a decir una palabra definitiva sin por ello aparecer
como un intruso desagradable? ¿O es que la comunidad cristiana de Roma
estaba todavía en los comienzos de su constitución, por lo que Pablo podía
contar que sería bien acogido como un misionero que puede ayudar? Pero
frente a eso habla el hecho de que el estilo de la carta, con pretensiones
teológicas, supone en los fieles una experiencia cristiana en contacto con la
Escritura y una cierta familiaridad con la fe en Jesucristo.
Según 1,8 incluso se habla «en todo el mundo» de la fe de la Iglesia romana.
Además, Pablo se habría opuesto a su principio fundamental misionando
en la comunidad de Roma. Pues, concretamente en 15,20, el Apóstol
asegura de forma explícita que ha tenido a gala «anunciar el Evangelio,
pero no allí donde el nombre de Cristo ya había sido invocado, para no
edificar sobre cimiento ajeno». Cosa a la que, en opinión del Apóstol, no
contradice intentando ahondar más un determinado aspecto de la fe de la
Iglesia. Así, al final de la carta (15,15) dice: «Os he escrito... como para
avivar vuestros recuerdos.» No quiere edificar sobre cimientos echados por
otro, pero sí quiere «recoger... algún fruto» (1.13) entre los cristianos de
Roma.

Por lo demás, Pablo es consciente de que su misiva a los cristianos de la


capital del imperio representa una cierta audacia. «Os he escrito con cierto
atrevimiento» (15,15). Pero, en el fondo, para él no se trata de ninguna
cuestión de competencia, sino de una consecuencia emanada del encargo
que, como Apóstol, ha recibido del Señor (cf. 15,15s). «Yo me debo tanto a
griegos como a bárbaros, a sabios como a ignorantes» (1.14). Como
predicador itinerante quiere también llegar hasta Roma, y como tal puede
esperar que será bien acogido. Dado que en el marco del Mediterráneo
oriental ya no tiene campo de trabajo, ahora se siente empujado hacia
Occidente. De camino hacia España querría también visitar Roma y allí
espera encontrar para sus ulteriores viajes misioneros una cabeza de
puente desde la que poder evangelizar cada vez más (cf. 15,22-24).

Es desde el punto de vista misional de Pablo desde donde en definitiva hay


que entender la larga carta a los Romanos. No sólo le interesa predicar su
Evangelio también en Roma, sino sobre todo familiarizar oportunamente a
la Iglesia romana con su programa y su predicación misionera. Aun cuando
las explicaciones de la carta a los Romanos puedan presentar cierto carácter
sistemático y aunque Pablo haya podido tener ante los ojos, de modo muy
particular, el problema de la Iglesia y la sinagoga, lo cierto es que el tono
fundamental de su carta es la predicación misionera.

De ahí que la importancia de la carta a los Romanos pueda descubrirse en


el hecho de que pone de manifiesto la unidad intrínseca entre vocación y
predicación misionera. Pablo se sabe acreditado por el Señor como Apóstol
ante la Iglesia de Roma, en cuanto que expone su Evangelio que piensa
seguir predicando también en Occidente. Con ello vuelve a hacer
exactamente lo que ya había hecho, según Gal_2:2, ante la comunidad de
Jerusalén: les expone el Evangelio que predica entre los gentiles. Por ahí
debería conocer la comunidad de Roma la misión que, según Gal_2:7-9, se
le había confiado entre los «incircuncisos» 3.

...............

1. Recuérdese especialmente el incidente de Antioquía y su exposición en


Gal_2:11-14. Puesto que Pablo sabe que la comunidad cristiana de Roma es
una comunidad constituida por cristianos procedentes del judaísmo y de la
gentilidad, aunque sin conocerla con detalle, es evidente que el Apóstol ha
debido sentirse inclinado a suponer en ella problemas y dificultades
parecidos a los que se daban en otras Iglesias mixtas del Próximo Oriente
(Antioquía. Galacia, Filipos). Así se explica que exponga también aquí, solo
que en forma más equilibrada y profunda, el mensaje de las exigencias
exclusivas de la gracia y de la libertad, que ya había expuesto por primera
vez, y con ocasión de una polémica, en la carta a los Gálatas.

3. Según Gal_2:10, entre los acuerdos de Jerusalén relativos a la misión


entre los gentiles, se le recordó tam- bién a Pablo que no olvidase a los
pobres de aquella Iglesia. Encargo que Pablo siempre consideró como un
símbolo de la unión entre las Iglesias. Es significativo en este sentido que
también en Rom_15:25-28, y en conexión con sus planes misionales, aluda
Pablo a la colecta «en favor de los pobres que hay entre los santos de
Jerusalén». O ¿acaso es otro el propósito especial de Pablo en ese pasaje?

.......................

2. EL TEMA DE LA CARTA

Siguiendo las huellas de muchos comentaristas se podría compendiar el


tema de la carta a los Romanos con la expresión «justicia de Dios». En
realidad tiene este concepto una importancia decisiva en la carta a los
Romanos. Nos percatamos de ello con una primera mirada a 1,17 y 3,21s,
dos frases que ocupan un lugar destacado en el esquema de toda la carta y
que presentan el mensaje del Apóstol a modo de tesis. No obstante, tal
exposición temática parece demasiado teórica y abstracta, pues que Pablo
no se preocupa sólo de exponer unos conceptos teológicos abstractos.

La teología reformada del siglo XVI y de sus seguidores ha visto en la carta


a los Romanos la manifestación fundamental y decisiva de la doctrina de la
justificación, de aquella doctrina que dentro del protestantismo se
convirtió en el articulus stantis et cadentis ecclesiae ( = artículo de fe con el
que la Iglesia se mantiene o cae). No tenemos por qué exponer aquí con
detalle la formación y trayectoria de la teología reformada de la
justificación. Mas, para la valoración atinada de la carta a los Romanos,
conviene distinguir entre el propósito inmediato de Pablo y el interés
sistemático de la teología posterior sobre la famosa carta. En otras
palabras, es preciso distinguir entre el mensaje de la justificación de Pablo
y la doctrina de la justificación de los reformadores -en contraposición a la
reforma- del concilio de Trento. No cabe duda de que con su
descubrimiento de la «justicia de Dios» en la carta a los Romanos, Lutero
ha visto algo que es cierto, y que a través de ese concepto ha penetrado en
el meollo del Evangelio paulino. Mas, por haber transformado los
reformadores el kerygma paulino en una doctrina sistemática, amenazaba
el peligro de una interpretación unilateral e interesada de las afirmaciones
neotestamentarias.

En la carta a los Romanos nos encontramos, pues, con el mensaje de la


justificación de Pablo. Lo cual significa quo es preciso descubrir en los
pasajes, en los que aparece el concepto justicia de Dios, las relaciones de
dicho concepto con el Evangelio; es decir, con la predicación misionera de
Pablo. En el paso de 1,16 a 1,17 esto se evidencia con toda claridad. En el v.
15 proclama Pablo su propósito de «proclamar el Evangelio también entre
vosotros, los de Roma», y con ello en todo el mundo occidental. La
expresión «proclamar el Evangelio» proporciona la clave para lo que sigue,
pues el v. 16 reza así: «Porque no me avergüenzo del Evangelio, ya que es
poder de Dios para salvar a todo el que cree: tanto al judío, primeramente,
como también al griego. Efectivamente, en el Evangelio se revela la justicia
de Dios partiendo de fe hasta consumarse en fe, según está escrito: El justo
por fe vivirá (Hab_2:4).» Aquí es patente la conexión entre «justicia de
Dios» y «Evangelio». A Pablo le interesa la predicación del evangelio para
salvación de todos los hombres. Pues, así dice él: 1) es una virtud de Dios
para salvar a todos, judíos y gentiles, 2) y es una fuerza de Dios para la
salvación porque en él se revela la justicia de Dios.

Así, pues, la «justicia de Dios» constituye el núcleo del Evangelio. Pero no


está patente de antemano; tiene primero que ser descubierta. Y esto es lo
que ocurre con la predicación como ayuda para el descubrimiento de la
justicia de Dios. Así se evidencia la traza general de la carta a los Romanos.

ENCABEZAMIENT0 Rm/01/01-07
El comienzo de la carta se presenta según un esquema corriente en la
antigüedad. El remitente... a los destinatarios...: deseos de prosperidad.
Sólo que en nuestra introducción epistolar este esquema queda totalmente
rebasado mediante una serie de incisos y conceptos importantes que se
insertan entro el nombre del remitente y la mención de los destinatarios.
Es digno de notarse el que estas abundantes amplificaciones acompañen la
mención del remitente. Evidentemente deben contribuir de forma muy
particular a la presentación que hace de sí mismo el Apóstol. Es, desde
luego esta notable amplificación la que merece atención especial, porque
contiene en una forma muy concentrada la teología de su vocación y los
rasgos fundamentales de su Evangelio.

1. REMITENTE: PABLO (1,1-6).

a) Su vocación (1,1)

1 Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, elegido


para el Evangelio de Dios, ...

Pablo se presenta: es un «esclavo de Jesucristo», «llamado a ser apóstol»


y, de cara a esa misión, «elegido para el evangelio de Dios». Estos tres datos
no sólo se yuxtaponen, sino que además se relacionan e interpretan entre
sí.

Como esclavo de Jesucristo se designa Pablo, no sólo por un sentimiento


de humildad, aunque desde luego no en un sentido esclavista -lo que estaría
en contradicción con su conciencia de libertad-, si no de conformidad con
la idea que tiene de su apostolado: está al servicio de Jesucristo. Este giro
lo ha creado Pablo siguiendo un modelo del Antiguo Testamento. En los
Salmos el orante habla de sí mismo como esclavo de Yahveh, indicando así
su dependencia de criatura. La expresión adquiere un valor de título en
boca de famosos hombres de Dios veterotestamentarios. Esto no quiere
decir que para comprender la designación paulina haya que eliminar sin
más la imagen de la esclavitud antigua; pero resulta más natural pensar en
la conexión interna de Pablo con las ideas del Antiguo Testamento y del
judaísmo. Con valor de título utiliza Pablo la designación de «esclavo»
también en Gal_1:10 y en Phi_1:1. Tal designación está en el mismo plano
que servidor (diakonos)4 y apóstol (apostolos). Este último es el calificativo
con que suele designarse Pablo5.
Pablo es llamado a ser apóstol, Dios lo «llamó por su gracia» (Gal_1:15).
Como apóstol, Pablo se sabe al llamamiento que Dios le ha dirigido. En todo
caso esa vinculación no la experimenta como una limitación de su libertad
personal, y menos aún como la pérdida de esa libertad. Lo que Pablo ha
experimentado en la llamada de Dios es ante todo la posibilidad nueva que
Cristo le ha abierto para realizar su vida como un servicio, y con ello la
posibilidad de realizar su propia vida. La nueva vida que se le otorga en
Cristo, la pone, como apóstol, al servicio de los hombres. Ese es el
contenido de su vocación. La vocación orientada hacia el servicio la pone
de relieve de modo especial el tercer inciso con que Pablo se designa:
«elegido para el Evangelio», es decir, para un servicio de predicación. La
elección responde al proceso de separación y santificación de Israel como
pueblo de Dios y como órgano destinado al servicio en general, proceso que
está atestiguado en el Antiguo Testamento. Pero en nuestro pasaje el acento
no recae en la segregación como tal, sino en la función para la que ha sido
destinado. El designio de Dios por lo que hace al apóstol es el anuncio de
su Evangelio.

Llamamiento y elección designan, pues, el origen y fundamento del


ministerio apostólico de Pablo. Una y otra están de antemano referidas al
Evangelio. Dios le ha destinado de modo especial para el Evangelio, hasta
el punto de que el Evangelio que Pablo anuncia puede designarse tanto
«Evangelio de Dios» como «mi Evangelio» (2,16).

...............

4. Cf. 1Co_3:5; 2Co_3:6; 2Co_6:4; 2Co_11:15.23; Col_1:7.23.25; Col_4:7.

5. Cf. Rom_11:13; Gal_1:1; 1Co_1:1; 1Co_9:1 s; 1Co_15:9; 2Co_1:1.

...............

b) Su Evangelio (2Co_1:2-4)

2... Evangelio preanunciado por medio de sus profetas en las


Escrituras santas 3 acerca de su Hijo -nacido del linaje de David
según la carne; 4 constituido Hijo de Dios con poder, según el
espíritu santificador, a partir de su resurrección de entre los
muertos-, Jesucristo nuestro Señor; ...
Con unas breves pinceladas describe Pablo el Evangelio a cuya
proclamación ha sido llamado. Y concretamente el v. 2 empieza por aclarar
con mayor precisión la pertenencia del Evangelio a Dios. Con ello el
Evangelio de Pablo se demuestra como el «Evangelio de Dios», puesto que
había sido preanunciado en el sentido de que lo vaticinado en tiempos
precedentes lo proclama ahora Pablo. La referencia a los profetas «en las
santas Escrituras» no hay que entenderla de una forma tan literal que
debamos preguntarnos cuáles son los profetas y cuáles los escritos del
Antiguo Testamento en los que Pablo piensa. El Antiguo Testamento no
aparece todavía aquí como contrapuesto al Nuevo; se trata más bien del
vaticinio profético hecho por Dios y que precede al acontecimiento de
Cristo. Es evidente que ambas cosas son hechos de revelación. Pero no
constituyen más que un hecho revelador; porque el que Dios haya hecho
vaticinios en las Escrituras por medio de los profetas, sólo puede afirmarse
según Pablo desde la experiencia creyente de la hora actual, y justamente
desde el acontecimiento de Cristo. Así pues, el preanuncio del Evangelio no
se refiere tanto a determinados vaticinios del Antiguo Testamento cuanto
al origen y principio del Evangelio en Dios, con anterioridad a todo el curso
de la historia. En cuanto a su contenido el Evangelio se define por
Jesucristo. Los versículos 3 y 4 describen este nexo con ayuda de una
confesión de fe del cristianismo primitivo 6. En ambos incisos -«nacido...
constituido...»- se reconoce con toda claridad una construcción paralela En
ellos se habla de Cristo desde dos aspectos: nació como hijo de David, y
ahora está constituido Hijo de Dios en poder, y ciertamente que «a partir
de su resurrección de entre los muertos». Esto último no significa una
limitación de su dignidad de Hijo de Dios, sino que el dato «a partir de su
resurrección» se refiere más bien al ejercicio pujante de su dignidad. La
doble afirmación de que Jesús es hijo de David e Hijo de Dios no es una
afirmación desligada, sino que el segundo miembro supone el primero,
como lo evidencia la misma oposición entre «carne» y «Espíritu». Estas
dos palabras describen la existencia terrena y pasada de Jesús y su
existencia celestial y escatológica. Es digno de notarse que Pablo mejora y
completa por su parte los títulos cristológicos contenidos en esta doble
afirmación tradicional: «Jesucristo nuestro Señor.» Además a la doble
afirmación hace preceder la designación «su Hijo».

Mas esta sobrecarga del período no debe llamar a engaño, porque a Pablo
no le interesa una descripción lo más detallada y amplia posible de la
dignidad de Jesús, sino que trata, ante todo, del acontecimiento cristiano
escatológico. El verdadero contenido de toda la revelación cristiana lo
constituye el hecho de que el Jesús de nuestra profesión de fe es el Cristo,
en quien el mundo alcanza su salvación y que ya ahora ejerce su soberanía
en medio de su comunidad creyente.

¿Cómo llega Pablo a hacer estas afirmaciones concentradas y densas ya en


las primeras lineas de su carta, cuando no deberían ser otra cosa que un
saludo a los destinatarios? Es evidente que aun en una palabra de saludo
Pablo no puede dirigirse a sus lectores más que desde Cristo. Cristo es la
única fuerza que le empuja, y no puede dejar de hablar de él. Pero también
cuenta esto para descubrir la conexión. Pablo no habla simplemente del
Evangelio, sino de su vocación al Evangelio. Al presentar el Evangelio, el
Apóstol se está presentando a sí mismo. La causa de Jesús es su causa. Por
eso no hay que ver en los versículos 3 y 4 un mero anticipo del contenido
de su Evangelio, que después desarrollará en su carta, sino un primer
encuentro, aunque muy intenso, con su Evangelio, que ha preparado con
interés y que aquí presenta de acuerdo con la profesión de fe cristiana
general. De este modo Pablo se adelanta a defender su Evangelio contra
cualquier sospecha de esoterismo y arbitrariedad.

...............

6. En numerosos pasajes de la carta a los Romanos hemos de suponer tradiciones del


cristianismo primitivo anteriores a Pablo, sin que éste lo haga notar expresamente; así
sobre todo, en 3,24-26; 4,24s; 10,9s.

...............

c) Su ministerio entre los gentiles (1,5-6)

5 ...por quien hemos recibido la gracia del apostolado, para


conseguir, a gloria de su nombre, la obediencia a la fe entre
todos los gentiles, 6 entre los cuales estáis también vosotros,
llamados por Jesucristo, ...

Como en el v. 1, también aquí se trata de la función del apóstol. Pablo


entiende su ministerio apostólico como una «gracia». Es una gracia que se
le ha otorgado en vistas al servicio apostólico. Por razón de su fundamento
no es otra que la gracia de la justificación y del ser cristiano, concedida al
creyente, la nueva relación vivificante del fiel con Jesucristo. En Pablo
desde luego esa gracia opera de modo particular en favor de su misión al
servicio del Evangelio.
La «gracia del apostolado», concedida al Apóstol, fructifica de tal forma
quo conduce a «la obediencia a la fe entre todos los gentiles». El anuncio
del Evangelio apunta a la «obediencia» que consiste en la fe en Jesús, y en
la cual se expresa la exigencia de Jesús a una entrega amorosa.

Pablo es por antonomasia el misionero de los pueblos de la gentilidad. Pero


la idea no hay que entenderla en un sentido tan restringido que no incluya
a los judíos que viven entre los gentiles. Esto vale fundamentalmente para
la práctica misionera paulina; pero, sobre todo, hay que tener en cuenta
aquí la indicación de «entre todos...» Pablo se interesa por la validez
universal del Evangelio y, en consecuencia, por el vasto alcance de su
apostolado. Mientras conduce a los gentiles a la obediencia de la fe,
contribuye a la gloria del «nombre» de Jesucristo, no sólo en el sentido de
un reconocimiento y veneración externos de Jesucristo -su «nombre»
equivale aquí a su persona-, sino en el sentido del objeto mismo de la
predicación. Esta predicación sólo adquiere validez y fuerza precisamente
cuando se escucha a Jesús; es decir, cuando se acoge su muerte como
acontecimiento salvador y se responde a su exigencia presente como Señor
resucitado y glorificado. A esto ha de colaborar Pablo como apóstol.

Si Pablo ha sido destinado, de modo especial, a la predicación del Evangelio


entre los paganos, tiene también algo que decir a los que están en Roma (v.
7), puesto que también ellos se cuentan entre las naciones paganas que han
sido llamadas a la obediencia de la fe. Así como personalmente se presenta
cual «llamado a ser apóstol», así se dirige a los cristianos de Roma como
«llamados por Jesucristo».

2. DESTINATARIOS: Los ROMANOS (1 ,7a)

7a a todos los amados de Dios que estáis en Roma, llamados a


ser santos.

Ya desde el v. 6 aparecen en primer plano los destinatarios de la carta. Sólo


ahora, y siguiendo el estilo habitual, se les habla de forma expresa. El
Apóstol los llama «amados de Dios» y «llamados a ser santos»,
designaciones que son corrientes en las introducciones epistolares del
Apóstol refiriéndose a los cristianos. Tales epítetos representan
ciertamente más que un simple adorno edificante de la dirección de la
carta. «Amados de Dios» son los cristianos como tales, que por Jesucristo
se han aproximado a Dios. Tampoco la expresión «llamados a ser santos»
representa algo original. En un sentido fundamental los cristianos deben
su ser de cristianos a la llamada que se les ha hecho. Por medio de la palabra
clave «llamados», que se repite tres veces en los versículos 1-7, el Apóstol y
sus destinatarios aparecen vinculados desde el comienzo.

3. BENDICIÓN (1 ,7b)

7b Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y


del Señor Jesucristo.

Pablo se acomoda a la forma judía del saludo epistolar7; pero lo transforma


según su modo característico. La primera palabra del saludo subraya el
acontecimiento de la gracia por el que Dios se vuelve al hombre. A través
de este acontecimiento fundamental de la gracia, que tiene lugar en la
muerte y resurrección de Jesús, se comunica la paz, precisamente como
don simultáneo «de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo».
La bendición cristiana, expresada así por Pablo, es la transmisión de los
bienes escatológicos de la salvación bajo la forma de un deseo. No se trata
de un simple deseo que a nada compromete, sino que por su origen
proclama una realidad.

...............

7. La fórmula del saludo judío se encuentra, por ejemplo, en el Apocalipsis siríaco de


Bar_78:2. En el NT se ha conservado sin contaminaciones en Jud_1:2. Y todavía se deja
sentir en Gal_6:16, en que el Apóstol invoca «paz y misericordia» sobre la Iglesia, sobre
«el Israel de Dios». Véase también 1Ti_1:2; 2Ti_1:2; 2Jo_1:3.

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INTRODUCCIÓN 1,8-17

El saludo formal ha terminado. Y Pablo se dirige ahora de modo directo y


en la forma más apremiante posible a los destinatarios. Debe crear todavía
un lazo, y empieza por establecerlo en la forma convencional con que alaba
a la comunidad cristiana de Roma: Vuestra fe es conocida en todo el
mundo. Este es el fundamento de la acción de gracias a Dios; a la acción de
gracias sigue la plegaria y petición. Pablo ha orado siempre porque le fuese
posible ir a Roma. Los versículos 11-15 expresan desde diversos ángulos el
propósito que Pablo persigue. En el v. 14 señala como verdadero
fundamento la obligación misionera que le incumbe. De toda la sección que
forman los v. 8-15 se saca la impresión de que Pablo busca un contacto que
hasta entonces no existía.

a) Acción de gracias (Rm/01/08-10)

8 Primeramente doy gracias a mi Dios por mediación de


Jesucristo respecto a todos vosotros, porque vuestra fe se
publica en todo el mundo. 9 Porque Dios, a quien doy culto en
mi espíritu anunciando el Evangelio de su Hijo, me es testigo de
cuán incesantemente hago mención de vosotros, 10 siempre, en
mis oraciones, a ver cómo, por fin, se me allana alguna vez el
camino para llegar hasta vosotros en la voluntad de Dios.

El hecho de que al saludo introductorio siga una acción de gracias responde


al estilo epistolar antiguo. El autor de una carta asegura al destinatario que
da gracias y ruega por él a los dioses. La acción de gracias de Pablo en el v.
8 tiene casi un carácter litúrgico. Puede compararse, por ejemplo, con la
forma fundamental de nuestra plegaria eucarística: acción de gracias a Dios
por Jesucristo indicando la razón o motivo. Pablo habla aquí de mi Dios,
enlazando así con el estilo orante de los Salmos. En cualquier caso la
expresión no significa ningún exclusivismo en las relaciones religiosas con
Dios, sino que de modo parecido a los que ocurre con el giro «mi
Evangelio», se pone de manifiesto la conciencia singular que el Apóstol
tiene de su misión. Es precisamente el Dios que le ha llamado, con quien le
liga una relación especial y en la que puede introducir sin más a sus
destinatarios (cf. 1,7 «Dios nuestro Padre»).

La acción de gracias de Pablo se refiere a la comunidad cristiana de Roma:


«todos vosotros.» Aunque personalmente no la conoce, o sólo en una parte
mínima, conoce su fe, pues ésta es ya conocida «en todo el mundo». La
palabra que Pablo emplea aquí da a entender que esa fama y conocimiento
es un acontecimiento anunciador. La fe a la que la Iglesia de Roma ha
llegado es una fe salvadora, no sólo porque con ella alcanzan los creyentes
la salvación, sino también porque la fe de los creyentes apunta a Jesús como
origen de la salvación. Esa fe viene proclamada por los creyentes, o mejor,
a través de su vida determinada por la fe.
Al comienzo del v. 9 hay una protesta solemne con la que Pablo expresa una
vez más sus peculiares relaciones con Dios. Invoca a Dios como testigo de
que en sus oraciones piensa constantemente en la comunidad romana. Dios
conoce sin duda sus esfuerzos por anunciar el Evangelio. A los ojos de Pablo
su ministerio de heraldo es una forma de culto en toda regla. En 12,1 utiliza
este concepto para hablar de la nueva forma de culto de los cristianos en la
vida cotidiana (cf. también Phi_3:3). Pablo cumple su servicio de
pregonero, a través del cual la palabra de Dios quiere llegar a los gentiles,
siempre como un acto de culto delante de Dios. La indicación de «en mi
espíritu» o «con mi espíritu» no significa por de pronto una interiorización
o espiritualización de este culto. El sentido de la expresión resultaría
mucho más claro traduciendo «a través de mi persona». El ministerio que
el Apóstol desempeña, lo realiza aportando toda su contribución personal.

En sus oraciones Pablo piensa «incesantemente» en la comunidad. Este


pensamiento, en el que se expresa la responsabilidad y preocupación del
Apóstol por «todas las Iglesias» (2Co_11:28), se orienta ahora
principalmente a lograr su deseo de visitar la comunidad de Roma. Por lo
demás, Pablo sabe que esto no depende sólo0 ni en primer término de sus
planes y propósitos, sino de «la voluntad de Dios». Este giro no debería
entenderse de forma demasiado precipitada en un sentido edificante. Lo
que aquí piensa Pablo es de naturaleza mucho más honda: si en sus viajes
misioneros llega a Roma, con ello no hace más que cumplir la voluntad
salvífica de Dios; pues Dios quiere que su Apóstol proclame sin cesar y por
todas partes el mensaje de salvación.

b) Propósito y tema de la carta (Rm/01/11-17)

11 Pues estoy anhelando vivamente veros, para comunicaros


algún don espiritual con el que quedéis fortalecidos, 12 o mejor,
para que, en vuestra compañía, mutuamente recibamos
aliento, por medio de la fe que nos es común tanto a vosotros
como a mí. 13 No quiero que ignoréis, hermanos, que muchas
veces me propuse llegar hasta vosotros, para recoger también
entre vosotros algún fruto, al igual que entre los demás
gentiles; pero hasta ahora me ha sido imposible. 14 Yo me debo
tanto a griegos como a bárbaros, a sabios como a ignorantes;
15 así que, por lo que a mí toca, deseo vivamente proclamar el
Evangelio también entre vosotros, los de Roma.
Su deseo de llegarse hasta Roma lo funda Pablo en que podría comunicar a
los fieles de allí algún «don espiritual». Qué entiende en concreto por tal
don, no lo dice aquí. Pero en el v. 15 habla claramente de que desearía
anunciar también el Evangelio en Roma. De todos modos es en esta
dirección en la que hay que buscar la imagen más precisa que el Apóstol
tiene del don que quiere comunicar. Es siempre un don otorgado por el
Espíritu para edificación de la Iglesia de los creyentes. A lo cual contribuye
Pablo con su predicación. Mas semejante colaboración no es unilateral.
Como predicador desea también su propia edificación personal a través de
la fe de la comunidad. Tal propósito no debería entenderse sólo como una
manifestación táctica de Pablo a fin de no aparecer demasiado importuno
a una comunidad que todavía no le es familiar. En su predicación misionera
Pablo se ve más bien como un recipiendario. Entre el Apóstol y la Iglesia
median unas relaciones de comunicación.

El verdadero propósito de Pablo, es sin duda, el de «recoger algún fruto»


en Roma al igual que entre los demás gentiles (v. 13). Con ello expone Pablo
sus ulteriores propósitos misioneros. Lo que ahora le arrastra hacia Roma
responde a su tarea apostólica. Pablo se debe a todos (v. 14), cualquiera que
sea su procedencia, su grado de formación y la apertura a la predicación de
Pablo. No depende, pues, de su capricho el ir o no ir a Roma. Está bajo la
exigencia ineludible del Evangelio, a cuya disposición se pone por
completo. Por lo mismo, Pablo no anuncia una visita privada, sino su futuro
plan misionero que, sin duda alguna, no se limita a Roma sino que se
extiende a todo el occidente del imperio (cf. 15,24). Por este camino quiere
también anunciar el Evangelio en la Iglesia de Roma, no como entre gente
que todavía no crea, sino a fin de ganar apoyo para su causa entre los
cristianos de Roma, y desde esa comunidad avanzar hacia el mundo
desconocido de los pueblos gentiles.

16 Porque no me avergüenzo del Evangelio, ya que es poder de


Dios para salvar a todo el que cree: tanto al judío,
primeramente, como también al griego.17 Pues, en el
Evangelio, se revela la justicia de Dios partiendo de fe hasta
consumarse en fe, según está escrito. «El justo vivirá de la fe»
(Hab_2:4).

Pablo acaba de hablar de su propósito de anunciar el Evangelio también en


Roma, y en seguida empieza con el anuncio en el v. 16; pues, así se debe
entender el breve desarrollo temático de su Evangelio en estos dos versos.
También la trama posterior de la carta permite conocer que Pablo quiere
exponer ya ahora su Evangelio sin esperar a encontrarse en Roma. Sus
fórmulas son muy concisas y de un énfasis evidente. Las distintas
afirmaciones parciales del v. 16s se conjuntan en el tema «Evangelio». Lo
que Pablo entiende por «Evangelio» lo desarrolla en frases sueltas: «Es
poder de Dios... en el Evangelio se revela la justicia de Dios...» Este
desarrollo preliminar del Evangelio paulino define el tema principal de
toda la carta.

¿Por qué declara Pablo abiertamente que no se avergüenza del Evangelio?


¿Qué razón podía tener para avergonzarse del Evangelio? ¿O es que había
en la Iglesia romana quienes se avergonzaban del Evangelio? Si Pablo
destaca en seguida el «poder» oculto y representado en el Evangelio, es
evidente que el mismo Evangelio ofrece el motivo de su desconocimiento y
hasta para avergonzarse de él. Aquí hay que recordar 1Co_1:18, en que
define el Evangelio como «la palabra de la cruz»: para quienes se pierden
es una necedad, mas para quienes son salvados es poder de Dios. Con ello
se expresa la crisis que provoca el Evangelio. Ni por su contenido -que es la
palabra de la cruz-, ni por su proclamación, ni por sus pregoneros, es la
imponente y reveladora fuerza de Dios que arrastra al hombre a su
aceptación más que a rechazarlo. Precisamente a los «griegos» y a los
«sabios» (v. 14) el Apóstol debió decirles que no había que escandalizarse
por un Evangelio que no es sino el mensaje de un redentor crucificado. A
los ojos del hombre el Evangelio es algo débil e inerme, pero desde el punto
de vista de Dios es poder y fuerza para salvar. Pablo se ha consagrado a una
empresa desesperada -humanamente desesperada-, cual es que la causa de
Dios se imponga realmente entre los hombres. Lo hace, sin embargo,
pasando por ello como un insensato a los ojos del mundo: «Nosotros,
insensatos por Cristo, vosotros, sensatos en Cristo; nosotros débiles,
vosotros fuertes; vosotros estimados, nosotros despreciados»
(/1Co/04/10). Pablo presenta su Evangelio como una causa de Dios, no
como una sabiduría humana. Para escucharlo se precisa siempre la misma
buena disposición que para creEr. Y se lo ofrece ahora a los romanos
porque quiere anunciarles ahora el mensaje de la acción de Dios.

Al suscitar la fe en el hombre, el Evangelio se muestra como un


acontecimiento salvador, y justamente como la acción poderosa de Dios
para redimir a la humanidad prisionera de su pecado. Mientras el
Evangelio proclama esa acción redentora de Dios, esa acción divina se
realiza históricamente en el hombre para su salvación. En la fe experimenta
éste la salvación como una relación nueva con Dios. Pablo entiende la fe no
tanto como una condición que el hombre ha de llenar para obtener la
salvación, sino como la forma con que el hombre participa al presente en la
obra salvífica y escatológica de Dios. De acuerdo con esto el Apóstol sabe
que todos los hombres están llamados a salvarse. El universalismo de la
salvación es una consecuencia esencial de su Evangelio. Pese a una cierta
ventaja de los judíos en la historia de la salvación («al judío
primeramente»), ahora la llamada del Evangelio se dirige a todos por igual,
judíos y gentiles. Pues, por Jesucristo, cualquier antiguo derecho a la
salvación se revela como transitorio, al tiempo que queda sin vigor. Y es
que la salvación se otorga a todos sólo a modo de don gratuito, sólo por la
fe.

El acontecimiento de Cristo se expresa en el v. 17 y de una forma que


sorprende a primera vista. No hay duda de que, para Pablo, la muerte y
resurrección de Jesucristo constituyen el núcleo de la realidad del
Evangelio; pero el nombre de Jesús, que en los versículos 1-8 aparece hasta
cinco veces, no se menciona para nada en este contexto. No obstante lo
cual, en el v. 17 habla de Jesucristo cuando hace una última referencia
fundamental al Evangelio, pues la justicia de Dios se revela en él.

En la tradición veterotestamentaria y judía la justicia se entiende como el


ser y el obrar adecuados del hombre delante de Dios. De importancia
decisiva es la reinterpretación del concepto que ahora hace Pablo. Según
ella, el hombre no puede en modo alguno exhibir ante Dios su derecho
como una exigencia. Si se habla de un ser y de un obrar justos del hombre
ante Dios, esa justicia y derecho no pueden ser otros que el derecho de Dios.
Así pues, y para decirlo brevemente, la justicia de Dios no es más que la
acción justa de Dios frente al hombre por la que crea en éste la justicia. Lo
cual sucede en el acontecimiento cristiano, cuya expresión histórica ponen
de manifiesto la muerte y resurrección de Jesús. Pablo desarrolla su
mensaje desde la revelación de la justicia de Dios en el cuerpo de la carta,
especialmente en Rom_3:21-26. Aquí, en 1,17, se trata de momento de una
primera indicación sucinta del tema.

La «justicia de Dios» quiere decir, por tanto, que en el acontecimiento


salvífico proclamado por Pablo, Dios es el actor y agente por antonomasia.
Esto es lo que confirma ahora directamente con una cita de la Escritura.
Pues, si a la fe en Jesucristo hay que atribuirle ese alcance salvador decisivo,
esa fe sólo puede provenir de Dios. Por ello se remite Pablo a la promesa
divina que se encuentra en Hab_2:4b: «El justo vivirá de la fe» Pablo
argumenta con la historia de la promesa a fin de revelar el verdadero y
supremo fundamento del acontecimiento cristiano: Dios. Es Dios quien se
afirma plenamente en el mensaje del tiempo actual y, con ello, en la fe de
los creyentes.

Parte primera

EN EL EVANGELIO ACONTECE LA REVELACION DE LA JUSTICIA DE


DIOS 1,18-4,25

En 1,15-17 hemos visto cómo el tema central que preocupa a Pablo es la


proclamación del Evangelio y el consiguiente acontecimiento de la
salvación. Y esto es lo que expone la carta, a renglón seguido, en un doble
aspecto:

I. Con el Evangelio se descubre a los hombres su verdadera situación: como


humanidad pecadora han incurrido en la ira de Dios (1,18-3,20).

II. Mas con el Evangelio se les anuncia también y se ofrece a todos los
hombres la salvación, como salvación que Dios hace posible y otorga (3,21-
4,25).

Estos dos órdenes de ideas se relacionan entre sí y constituyen una


afirmación unitaria. Para nosotros es muy importante saber que los
conceptos de «pecado», «impiedad» e «ira de Dios» hay que entenderlos
en un sentido universal y estrictamente teológico. Según Pablo son los
rasgos que caracterizan la situación de la humanidad en general antes de la
revelación de la gracia de Dios en Jesucristo. Si decimos: «antes de la
revelación», no debe entenderse sólo respecto del tiempo, sino también de
la realidad objetiva; ello quiere decir que con ello nos referimos a todos
quellos casos en que el Evangelio no ha llegado ni ha sido aceptado de
hecho. Del mismo modo las expresiones «impío», «impiedad», harto
frecuentes en lo que sigue, no deberán entenderse como un juicio moral,
sino como evocando un estado de cosas anterior a la revelación cristiana
Más erróneo aún sería confundir estas expresiones con lo que hoy
entendemos por ateísmo en sus diversas formas. Esto hay que tenerlo muy
en cuenta para las perícopas que siguen si se quiere entender bien a san
Pablo.
I. LA IRA DE DIOS SE REVELA SOBRE TODO PECADO (1,18-3,20)

1. PERSONALIDAD DE LOS HOMBRES (Rm/01/18-32)

18 Porque se revela la ira de Dios desde el cielo contra toda


impiedad e injusticia de unos hombres que injustamente
retienen cautiva la verdad.

En este versículo no se puede pasar por alto el paralelismo formal que


presenta con el versículo anterior. A dicha analogía con el v. 17 responde el
emparejamiento de las dos «revelaciones», la de la justicia de Dios y la de
la ira de Dios en el juicio. Por aquí puede ya reconocerse que tratará de esta
ira como reverso de la justicia divina. Si la ira de Dios sobre el pecado de
los hombres representa el tema de esta sección, en el v. 17 se le ha
antepuesto de forma inequívoca el verdadero tema del Evangelio, en el que
«se revela la justicia de Dios». A partir del Evangelio se detiene Pablo
primeramente en el pasado de la humanidad para mostrarle el espejo en
que puede reconocerse con su historia funesta. Así, la predicación de la ira
de Dios no es más que un aspecto de la vasta revelación de Dios en el
Evangelio, y que además sólo se comprende desde el Evangelio. Al igual
que la proclamación del Evangelio, también el juicio airado de Dios
acontece en el tiempo presente de los oyentes. Lo que aquí hace el Apóstol
pertenece a su labor de pregonero del Evangelio: descubrir a la humanidad
su verdadera situación y ponerla bajo el juicio de Dios.

La ira de Dios se ejerce sobre todas las perversidades de los hombres. A la


luz de la revelación de Dios en el Evangelio, aparece el pecado del hombre
en su auténtica «verdad», como la «impiedad» y la «injusticia» humanas.
Que el hombre es «impío» no se echa de ver porque no reconozca
expresamente a Dios. La impiedad del hombre, a la que Pablo se refiere, es
más profunda. Que el hombre esté sin Dios significa que está sin el Dios
viviente. La existencia del hombre «impío» es una existencia que termina
en la muerte. Su hundimiento en la muerte se refleja en su conducta y, ante
todo y sobre todo, en su alejamiento de Dios. Su impiedad es al mismo
tiempo su injusticia, en cuanto que al separarse de Dios trastorna también
el derecho. Y aquí cabría preguntar: ¿Qué derecho? ¿el de Dios o el del
hombre? ¡Uno y otro! porque el derecho de Dios es también el derecho del
hombre. Cuando el hombre obra lo que es justo, también Dios le da lo suyo.
En Dios tiene el derecho del hombre su fundamento más profundo. El
estado de cosas por lo que a la perversión del derecho se refiere, lo pone
singularmente de relieve nuestro versículo: los hombres oprimen la
«verdad», es decir, la verdad del ser humano, en la que se incluye también
la coexistencia humana. Esa verdad, contra la que se alzan los hombres, no
es en definitiva otra que la verdad personal del mismo Dios viviente. Y
como el Dios viviente se muestra precisamente ahora en el Evangelio, pues
su verdad aparece en éste como una instancia crítica, a la que el hombre ya
no puede escapar.

19 Puesto que lo que puede conocerse de Dios está manifiesto


entre ellos, ya que Dios se lo manifestó. 20 En efecto, desde la
creación del mundo, lo invisible de Dios, tanto su eterno poder
como su divinidad, se hacen claramente visibles, entendidas a
través de sus obras; de suerte que ellos no tienen excusa.

Pablo intenta ahora dar un motivo al hecho de la ira antes indicado. Para
ello se remonta un poco más. Recuerda lo conocido y evidente, es decir el
conocimiento general de Dios. Se supone la revelación del Creador en sus
criaturas. Lo «invisible» de Dios se reconoce en su creación, concretamente
su «eterno poder como su divinidad». Sin duda que en este pasaje Pablo
está especialmente influido por la espiritualidad helenística de su tiempo,
tanto en la selección de las palabras como en sus imágenes. Esto lo
demuestra ya la misma alusión a las propiedades de Dios, su «eterno
poder» y su esencia divina8. Mas no por ello puede afirmarse sin más que
Pablo dependa de una doctrina griega de Dios. La idea de creación apunta
más bien y simultáneamente al trasfondo veterotestamentario y judío de su
predicación9.

Sin embargo, Pablo no da en nuestro pasaje una exposición temática del


problema del conocimiento natural de Dios. Piénsese sobre todo que lo que
aquí hay que demostrar es la inexcusabilidad de los hombres. De ahí la
importancia de que Dios se manifiesta de hecho, en cuanto como Creador
se ha revelado en su creación, la importancia de que este manifestarse de
Dios no haya llevado a los hombres al reconocimiento de la verdad; es decir,
de sus verdaderas relaciones con el Creador. De este modo la manifestación
de Dios se convierte para los hombres en deuda culpable.

...............

8. La palabra griega correspondiente a «eterno» aparece en el NT sólo una vez más en


Jud_1:6. En cuanto a su significado, la pal abra griega aplicada a Dios quiere decir que
Dios no tiene principio ni fin. Tampoco en Israel faltan huellas en favor de una
existencia «eterna» de Dios; pero el concepto pone sobre todo de relieve la fidelidad y
constancia de su Dios que actúa en la historia del pueblo de la alianza.
9. Hay que referirse concretamente a textos como Wis_13:1-9; ApocBar (siríaco) 54.17-
19 y Oráculos Sibilinos 3,6-10. Estos escritos, aun cuando hablan de la cognoscibilidad
del Creador por parte de su creación, permiten a su vez descubrir la influencia que en
ellos ha ejercido el helenismo contemporáneo. Por lo mismo, será necesario entender
a Pablo sobre el trasfondo de una tradición doctrinal judía apocalíptica con influencias
helenísticas.

...............

21 Pues habiendo conocido a Dios, no le dieron gloria como a


tal Dios ni le mostraron gratitud; antes se extraviaron en sus
varios razonamientos, y su insensato corazón quedó en
tinieblas. 22 Alardeando de ser sabios, cayeron en la necedad,
23 pues cambiaron la gloria del Dios incorruptible por la
representación de una figura de hombre corruptible, de aves,
cuadrúpedos y reptiles.

Todos los hombres son inexcusables ante Dios. En pro de esta tesis aduce
ahora Pablo una segunda razón más concreta: de hecho han conocido a
Dios, pero no le han dado la gloria, sino que pervirtieron el culto divino en
un culto a los ídolos.

Del conocimiento de Dios debía seguirse el verdadero culto. Glorificar a


Dios y darle gracias es la forma natural con que el hombre realiza su
humanidad delante de Dios, puesto que se debe a Dios. Mas no es éste
precisamente el caso. Con su conducta los hombres se manifiestan más
bien desagradecidos. Si, pese a todo, aún pueden seguir pareciendo
«sabios», tal sabiduría no puede engañar a los hombres acerca de su
verdadera situación. Están obcecados, sus corazones se han hundido en las
tinieblas y se han hecho necios. Y esto lo evidencian con su culto a los
ídolos. Pablo tiene aquí sin duda ante los ojos ciertas formas de la
religiosidad pagana. Mas no la considera desde los puntos de vista de la
historia de la cultura y de la religión, sino que la enfoca como una
perversión culpable de la verdad. En la idolatría no ocurre sino la
divinización de la criatura. Las religiones paganas no se explican, pues,
como estadios preliminares del verdadero culto, ni como formas perdidas
y ocultas de una relación auténtica del hombre con Dios, sino como
perversión de ellas. Que se reconozca la «gloria del Dios incorruptible» y
que se trueque (v. 25) es una prueba de la necedad de los «sabios». En la
«gloria», el Dios creador se vuelve a su criatura. Es la gloria de Dios que
otorga vida y porvenir. Los hombres ocupan su lugar, de forma caprichosa,
con la representación plástica de su corrupción: hombres, aves,
cuadrúpedos, reptiles.

24 Por eso los entregó Dios a la impureza, a causa de los deseos


de su corazón, hasta tal punto que ellos mismos deshonraron
sus propios cuerpos, 25 ya que habían trocado la verdad de
Dios por la mentira, y habían reverenciado y dado culto a la
criatura en lugar del Creador, el cual es bendito por los siglos.
Amén.

Que los hombres en su obcecación y necedad hayan abandonado al


verdadero Dios y se hayan entregado a las vanidades, no es una «necedad»
perdonable, sino una culpa grave. Así viene sobre ellos el juicio severo de
Dios, y ya en su misma acción pecaminosa, Dios los ha abandonado; lo cual
no es desde luego un signo de la resignación de Dios frente al capricho del
hombre, sino expresión de su acción justiciera. El Dios al que niegan su
obediencia de criaturas, al que desconocieron y rechazaron, ese mismo
Dios los entrega a su propio desvarío, de tal manera que su demencia
empezó a desfogarse en ellos mismos.

De hecho cabía esperar que la «impureza» y la «deshonra de los cuerpos»


apareciesen en el capítulo del deber junto con el culto de los ídolos antes
mencionados. Y, en efecto, según la idea corriente en el judaísmo, una y
otra, la idolatría y la perversión del orden moral, principalmente el
desorden sexual, aparecen unidas. Al culto de los ídolos sigue como
consecuencia natural la perversión moral 10. Este estado de cosas,
típicamente pagano según la concepción judía, lo denostaba el judaísmo
principalmente por motivos apologéticos. Por ello se destacaban con
singular énfasis la fe veterotestamentaria y judía en Dios y el
comportamiento moral del «justo».

Pablo no afronta directamente esta conexión, sino que empieza por


demostrar la culpa de la humanidad, y de modo concreto por la perversión
de la «verdad de Dios». De ahí proceden todas las deficiencias morales. De
la negativa de los hombres frente a Dios se siguen todas las otras culpas, y
este continuar pecando pone cada vez más de relieve que los hombres se
encuentran bajo el juicio de la ira de Dios.

El pecado radical de los hombres consiste, pues, en haber rechazado la


«verdad de Dios». Los hombres debían haber encontrado la verdad en el
reconocimiento de su verdadero Creador y en no desplazarle
caprichosamente dando su puesto a la criatura.

...............

10. En este contexto hay que referirse una vez más al libro de la Sabiduría. En
/Sb/14/22-31 se expone cómo los hombres han llegado al desenfreno moral a través de
la idolatría.

...............

26 Por eso, los entregó Dios a pasiones que envilecen: así, hasta
sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra
naturaleza: 27 igualmente los hombres también, dejando el uso
natural de la mujer, se abrasaron en su lascivia los unos hacia
los otros, cometiendo torpezas varones con varones, y
recibiendo en sí mismos la debida retribución a su extravío.

Pablo empieza por repetir aquí el comienzo del v. 24 Con ello adquiere un
renovado énfasis la manifestación del juicio en el hecho mismo de que los
hombres hayan pervertido la creación. De una forma más detallada y
categórica que antes describe ahora esa perversión como un capricho
sexual de los hombres.

No es ciertamente casual que el Apóstol demuestre la perversión moral de


los hombres con el ejemplo del desenfreno sexual. Sin duda que ha debido
encontrar abundante material de prueba en las costumbres de su tiempo.
Y Pablo intenta explotarlo para sus propósitos de predicador. Su juicio
sobre los desórdenes señalados hay que entenderlo desde el trasfondo de
las concepciones de su tiempo y de su ambiente. Los coetáneos del Apóstol,
de formación helenística, conocían perfectamente los postulados éticos,
para los que se encontraba un fundamento en una ley obligatoria, análoga
a la ley natural. Pero, junto a la exigencia de vivir conforme a la naturaleza,
aparecía siempre, como perfectamente compaginable, un afán
individualista por alcanzar una experiencia de felicidad, y por lo mismo el
placer sexual más o menos sublimado. Sin duda que en tiempos del Apóstol
existía también una crítica contra los excesos de la sociedad. Pero esa crítica
permanecía fundamentalmente vinculada a la idea de naturaleza. El juicio
de Pablo, por el contrario, está determinado por la idea de creación. Si
externamente puede decirse que sigue la crítica de la apologética judía a las
manifestaciones paganas, la verdad es que no las afronta de un modo
puramente ético. Pablo ve en esas manifestaciones el fundamento de toda
la perversión humana: el hombre ha olvidado que Creador y criatura no
pueden intercambiar sus papeles. De ahí que ahora, frente a los hombres
que se han olvidado de Dios, el Creador se revele entregándolos a sus
pasiones, y recibiendo éstos en sus deseos brutales la «merecida
retribución». En consecuencia, Pablo ve ya operando en la historia de la
humanidad la «ira de Dios» (v. 18). En el presente, y en concreto con la
predicación del Evangelio, se revela la «ira de Dios» con su trascendencia
escatológica.

28 Y como no se dignaron retener el cabal conocimiento de


Dios, Dios los entregó a una mentalidad reprobada, a realizar
lo que no deben: 29 están repletos de toda suerte de injusticia,
de malicia, de codicia y de maldad; llenos de envidia, de
homicidios, de riñas, falsía y mala entraña; son difamadores,
30 calumniadores, aborrecedores de Dios, insolentes,
soberbios, fanfarrones, maquinadores de maldades, rebeldes a
sus padres, 31 insensatos, desleales, sin afecto, sin compasión.

Una vez más recuerda Pablo los fallos fundamentales de los hombres en los
que desembocan sus relaciones inadecuadas con Dios. Han reconocido
ciertamente a Dios (v. 21), pero le han negado la gloria que le corresponde
como a Creador, perdiendo de vista la relación esencial de su vida (eso es
lo que significa el reconocimiento de Dios).

La acción judicial de Dios sobre los hombres penetra ahora toda la


conducta de éstos. Y a esa luz la humanidad entera tiene que aparecer
necesariamente como una generación perversa. Tal es el sentido del
catálogo de vicios que Pablo aduce aquí 11. Mientras unas líneas antes
detallaba las manifestaciones antinaturales de la sexualidad, ahora teje una
lista de actitudes y conducta erradas. En ellas se cumple con necesidad
irremediable el juicio de Dios. Eso es lo que Pablo quiere probar; de ahí que
no se pregunte si el hombre solamente obra mal o si sigue habiendo
siempre algo bueno en su acción. Como aquí no le interesa investigar
teóricamente y resolver en ese terreno la cuestión moral como tal, como ni
tampoco la posibilidad de llevar una vida moralmente buena, no
encontraremos una respuesta satisfactoria a tales problemas. Esa respuesta
no se da ciertamente en Pablo ni en su visión supuestamente incompleta,
sino que interesa más bien a quien plantea la cuestión en un sentido que no
encaja con el del kerygma paulino. Pues, lo que aquí mueve a Pablo es la
«verdad de Dios», y ésta apunta expresamente a la posición de la
humanidad entera: delante de Dios todos son pecadores. Esto es lo que
deben decirse todos los hombres. Por eso no tiene ya sentido preguntarse
si alguien es más o menos pecador. Con esta interpretación no es necesario
ya precisar y explicar con detalle cada uno de los veintiún conceptos que
forman la lista de las deficiencias humanas. Como quiera que sea, Pablo no
se preocupa aquí de dar un cuadro completo histórico, cultural y ético de
su tiempo.

...............

11. Catálogos de vicios parecidos se encuentran en Rm 13.13; 1Co_5:10 s; 1Co_6:9 s;


2Co_12:20 s; Gal_5:19-21 (al que en 5,22-23 se contrapone un catálogo de virtudes);
Eph_4:31; Col_3:5.8; 1Ti_1:9-10; 2Ti_3:2-5; Tit_3:3. Catálogos de este tipo se dan
también, fuera del Nuevo Testamento, en los clásicos de la ética antigua, los estoicos.
Mas Pablo no depende directamente de ellos sino mas bien de posiciones judías en las
que se deja sentir la influencia estoica, como podemos reconocer especialmente en
Wis_14:22-26; 4M 1-3 (sobre todo 1,27; 2.15) y en Filón. ...............

32 Los cuales, aun conociendo bien el veredicto de Dios, a saber,


que son dignos de muerte los que practican tales cosas, no sólo
las hacen ellos mismos, sino que hasta aplauden a quienes las
practican.

Para terminar su acusatoria intenta el Apóstol darle una última


condensación: todos éstos que conocen las exigencias de los derechos de
Dios -lo que quiere decir, que pecan a sabiendas de que hay de por medio
una sentencia capital- obran así a pesar de todo; pero no sólo actúan así
personalmente, sino que además asienten y aprueban a quienes tal hacen.
En esta forma de conspiración secreta o abierta contra su Creador se
manifiesta finalmente la culpa de toda la humanidad. Pablo no excusa ni
defiende nada de cuanto antes ha expuesto, sino que lo pone todo en el
capítulo del debe.

Aquí se evidencia que el anuncio del juicio que proclama el Apóstol no es


un informe desapasionado sobre el estado general de la humanidad delante
de Dios. En su predicación Pablo se convierte en el abogado de Dios. Pero
al propio tiempo con la proclamación de su Evangelio llega ya el juicio. Dios
es juntamente acusador y juez. El Apóstol da entrada ya ahora en su
Evangelio a esta doble función.

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