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LAS REDES SOCIALES EN TEMPORADA ELECTORAL: UNA VIVA EXTENSIÓN DE LA

CULTURA POLÍTICA DE LA NACIÓN.

Uno creería que tras la aparición de las redes sociales hace poco más de una década el poder que
ejercían los medios de comunicación sobre la opinión pública se vería trascendentalmente
desplazado, y lograríamos llegar a la gran época en la que el sujeto empoderado de la información
se auto-constituyera como un miembro activo y crítico de los problemas generales de la sociedad, la
cultura, la economía y la política; pero al paso de los años pareciera que el gran auge de espacios
abiertos como Facebook o Twitter sólo ha servido para fortalecer las “mañas” ya arraigadas en
nuestra cultura desde hace un tiempo atrás.

Por supuesto hoy por hoy podemos sentarnos frente a nuestras computadoras y gastar nuestro
tiempo libre observando tal público romano cómo las personas “militantes” de x o y partido político
inician sus propias campañas de apoyo o desprestigio hacia los aspirantes a la presidencia, la
alcaldía, el senado, etc. Y claro está que en cierto punto encontramos divertidos los extensos
debates carentes de argumentos o sentido, pero sí ricos en falacias; así como la oleada de insultos y
derivados que usualmente acompañan estos “agarrones políticos” como cereza del pastel. Pero a la
hora de ponernos serios y portar la camisa de ciudadano, como mimbro activo y participativo de la
política nacional este “circo hipermediatico” que se propaga en redes sociales como una maldición
ancestral que aflige a nuestra sociedad, sólo ha ayudado a que la cultura política de la nación sea
cada vez más débil.

Iniciada la década de los noventas el profesor Jesús Martin Barbero en su famoso libro De los
medios a las mediaciones nos señalaba la forma en que los medios se habían constituido como un
campo de batalla donde las ideologías predominantes se disputaban el control de la identidad
colectiva, así mismo en el año 2008 el argentino Carlos Scolari señalaba que nos adentrábamos en
la era de las hipermediaciones, momento en el que la producción de material simbólico no estaba
limitado a uno u otro medio, sino que, en su lugar los medios, colectivos, movimientos, sujetos y
demás estaban en igualdad de condiciones a la hora de producir, consumir e intercambiar un sinfín
de material mediado bajo sus propias reglas de juego. Bajo este panorama tan prometedor,
cualquiera pensaría que la forma de comprender la política en nuestra sociedad se vería
monumentalmente transformada hacia un espacio de opiniones profundamente constituidas, sujetos
mucho más perceptivos y tolerantes y propagandas políticas magistralmente diseñadas. Empero, nos
encontramos con el mismo pan de cada día con el que hemos tenido que lidiar toda la vida. En este
punto la verdadera pregunta es ¿por qué carajos entonces parece que tal apertura no ha resultado en
otra cosa que en una extensión de la ya cuestionable y maniquea forma como se entendía la política
en el país desde hace décadas?

Por supuesto podríamos salir hondeando la bandera de la juventud adjudicándole el problema a las
formas en que las generaciones anteriores (algunos de nuestros padres y nuestros abuelos) habían
sido acostumbradas a comprender la política, ampliamente tildadas de populistas, amarillistas,
sensacionalistas, etc. Sin embargo, las generaciones de los ochentas en adelantes siguen
reproduciendo el modelo en el que no es raro toparse con fotos del senador Álvaro Uribe montando
caballo, con su poncho y su sombrero en el tan tradicional ángulo contrapicado digno de todos los
dictadores del siglo pasado con frases del corte “Este sí es un hombre del pueblo, digno de ser
llamado el mejor presidente de todos los tiempos” o fotos del aspirante a la presidencia Gustavo
Petro tomando sopa y comiendo almuerzo corriente con la descripción “un hombre humilde como
este es un hombre que merece mi voto”, también es común ver en twitter a diferentes figuras de la
política nacional peleando cual placeros por lo que dijo o no uno u el otro, claro que esta tan solo es
la punta de iceberg en cuanto a lo que circula en redes, la llamada propaganda negra ha encontrado
un amplio medio de expansión en este nuevo medio, del cual, ya muchos han sido víctimas, tal
como fue el caso de la llamada Ola Verde liderada por Antanas Mockus en 2010, el ataque actual
hacia la orientación sexual de Claudia López aliada de Sergio Fajardo para la presidencia, sin
hablar de los candidatos de izquierda ampliamente tildados de “castrochavistas”. Otro claro ejemplo
de nuestro pésimo uso de las redes sociales son los diferentes productos difundidos por WhatsApp
que van desde notas de voz de dudosa procedencia hasta textos donde se exponen cómo si elegimos
a uno u otro candidato el destino de Colombia será un catastrófico futuro postapocalíptico donde
nos sacaremos los ojos por una hogaza de pan o un vaso con agua al mejor estilo de Mad Max.
Claro que la condena no sólo es generacional, por supuesto es normal ver a estudiantes o egresados
de distintos ámbitos y niveles académicos sumergidos en la tradición nacional de “lanzarle piedra” a
diestra y siniestra a los diferentes candidatos que se postulan hoy por hoy para la presidencia y
llenando de flores y elogios al que consideran su mecías personal que viene de los cielos listo para
cambiar la política del país.

Entonces parece ser que la única razón por la que no hemos sido capaces de avanzar culturalmente
es porque preferimos el facilismo de la propaganda de corte populista o del desprestigio sucio y
descarado, a llenarnos la cabeza con uno o dos datos que nos permitan tener una opinión coherente
y crítica a la hora de ir a una casilla para depositar un voto. Preferimos mantener la esperanza de
encontrar reflejado un hálito divino en alguna de las publicaciones que circulan por internet de los
candidatos que se postulan a los cargos públicos de alto peso en el país, a tomarnos la tarea de abrir
google y buscar, leer, sopesar y realizar una crítica a las cartas que están poniendo sobre la mesa los
diferentes aspirantes. Les tengo una noticia que ya les han dado antes un millón de veces, ningún
ilustre caballero que se haga con el poder y trastee a su familia a vivir a la casa de Nariño va a venir
a cambiarnos radicalmente al país, salvando nuestras almas políticamente pecadoras de un infierno
corrupto como el que nos ha tocado padecer prácticamente desde que nos independizamos de
España. El quid del asunto ha estado, como siempre lo ha estado, en nuestra actitud y
responsabilidad a la hora de hacernos parte de una política, que como bien sabemos es de corte
participativa, y para poder siquiera dar inicio a un cambio es necesario que tiremos la ropa vieja y
repensemos la forma como comprendemos el proponer y debatir en el escenario público, ya que sin
importar la orientación que tengamos en el panorama político (en el que hoy por hoy la izquierda
cree estar libre de este pecado), siempre terminamos recurriendo a argumentos falaces, insultos e
incluso a la violencia a la hora de toparnos con un “otro” que piensa la realidad desde una
perspectiva diferente.

Claro está que no todo lo que sucede en las redes es negativo, a lo lejos podemos divisar pequeñas
luces de esperanza que pueden servirnos de guía para comprender cómo podríamos desarrollarnos
en el ámbito político como miembros activos de nuestra sociedad; la difusión de infografías,
artículos, ilustraciones y demás herramientas para la circulación de las propuestas y agendas con las
que los candidatos planean lanzarse a la faena electoral de este año comienzan a dar los primeros
signos de vida, lastimosamente sólo he podido reconocer este esfuerzo en el centro y la izquierda ya
que la derecha aún no da luces en este punto o quizá no posee ninguna propuesta real de la que
quiera informar, o simplemente digamos que aún no he encontrado el material que producen para
así evitar herir susceptibilidades. A la hora del té, esta es realmente la actitud que se esperaría que
tomáramos los colombianos en el momento de manejar el problema político en redes, no es tarde
para renovar o incluso transformar radicalmente la forma como nos manejamos en el ámbito
político, social y cultural. Quizá si fomentamos y fortalecemos este tipo de actitudes, el internet
logre coronarse como el medio que nos permita evolucionar hacia una cultura auténticamente
comprometida con la política nacional.

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