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ISBN 978-950-23-1805-9
1. Semiológía
CDD 412
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
1ª edición: 2011
Atribución-NoComercial-SinDerivadas
CC BY-NC-ND
Capítulo 2
El enunciado descriptivo
La forma que asume aquello que es objeto del discurso descriptivo ha sido caracterizada por Hamon (1991) como un
sistema que pone en relación una denominación, un nombre, con una expansión, un despliegue de rasgos. Revisemos la
definición que el autor propone para reconocer un sistema descriptivo: “Un sistema descriptivo es un juego de equivalencias
jerarquizadas: equivalencia entre una denominación (una palabra) y una expansión (un surtido de palabras yuxtapuestas en
lista, o coordinadas y subordinadas en un texto)” (1991: 141). La denominación tiene el carácter de un pantónimo, un nombre
que es denominador común del conjunto del sistema, y, a su vez, la expansión puede realizarse mediante un listado de
nombres, una nomenclatura, o bien una suma de cualidades o predicados. Hamon (ibidem) representa la organización de un
sistema descriptivo mediante el siguiente esquema:
Cada uno de estos elementos, el pantónimo, la nomenclatura, los predicados, pueden o no aparecer, de manera explícita, en
el texto. Así, es posible que sólo aparezca una lista de nombres o una lista de predicados, de los cuales se puede inferir el
pantónimo correspondiente, o bien un pantónimo acompañado sólo de una nomenclatura o sólo de una lista de atributos. En el
caso extremo, como veremos más adelante, el nombre solo puede funcionar como una descripción en potencia, dado que el
modo de nombrar es ya una asignación de rasgos predominantes o, al menos, una proyección de un punto de vista desde el cual
el objeto es observado.
Esta concepción de la descripción conduce a pensar que un sistema descriptivo puede hacerse presente en diversos tipos
de textos. Entre ellos habrá algunos que se caractericen por organizarse según una lista de nombres, por ejemplo, los
ingredientes de una receta de cocina, un catálogo (de las obras de una exposición, de las formas variadas de presentación de
un producto, de artículos para venta, etc.), una guía (de centros de interés turístico ubicados en un mapa, de información
diversa –de hospitales en una ciudad, de instituciones educativas, etc.–), un manual de instrucciones para utilizar un artículo,
las cuales aparecen precedidas de los componentes del mismo. Otros tipos de textos preferirán la forma de la equivalencia
entre una denominación y una serie de predicados, tales como los diccionarios o las enciclopedias, aunque tampoco está
ausente en ellos la recurrencia a la nomenclatura (sinónimos, parónimos).
La habilidad política, la belleza y el encanto personal se fundieron en la reina escocesa María Estuardo, cuyo trágico
destino envuelve en un halo romántico y sugestivo su figura histórica.
Aquí, el nombre propio desempeña la función de pantónimo pues, a medida que el texto avanza, pasa de ser un
asemantema, un lexema vacío, a condensar el conjunto de atributos que se van desplegando. La expansión se realiza
por dos vías: mediante una nomenclatura formada por términos que no designan partes de un todo sino que sustituyen al
pantónimo y funcionan como anafóricos de la denominación (reina escocesa, figura histórica) y mediante una serie de
predicados, de entre los cuales unos indican cualidades asignadas al nombre propio (la habilidad política, la belleza,
el encanto personal) y otros, cualidades que ocupan otra posición jerárquica, pues no se refieren directamente al
pantónimo sino a elementos que a él son asociados (destino → trágico, halo → romántico, sugestivo).
De estas rápidas observaciones ya podemos hacer algunas especificaciones acerca de los rasgos que caracterizan un
sistema descriptivo. Con respecto a la nomenclatura que puede estar presente en una descripción, hay que considerar
que no sólo aparece para designar las partes de un todo sino que también puede nombrar al todo, convirtiéndose, en
este último caso, un solo término de la nomenclatura en equivalente del pantónimo. Por otra parte, los predicados
pueden no solamente referirse al pantónimo sino a otros elementos, sean éstos partes del todo, términos equivalentes
del pantónimo o elementos asociados a él por contigüidad. En este último caso, los predicados tendrán otro rango,
pues aparecerán subordinados por la mediación del elemento al cual se refieren. Este hecho da lugar a una estructura
arborescente que permite un despliegue sin límite. Así, en nuestro ejemplo, los adjetivos trágico, romántico y
sugestivo se unen al pantónimo por la mediación de los términos destino y halo, quedando de este modo los
predicados a cierta distancia del pantónimo y en un segundo plano.
Atendiendo a este rasgo típico de la descripción, Hamon sostiene: “Toda descripción es entonces una inserción de
subsistemas descriptivos más o menos expandidos, jerarquía de descripciones, lo que permite al autor variar y
modular varias veces sus dominantes locales” (idem: 176). Pareciera entonces que un sistema descriptivo tiende a una
expansión sin límite, al punto que el etcétera sería la forma característica de clausurar (sin clausurar) una descripción.
Sin embargo, Hamon muestra que lo descriptivo guarda una relación estrecha con lo taxonómico, de manera tal que no
sólo el efecto de lista anuncia la presencia de lo descriptivo en un texto sino también el efecto de esquema. Así, el
texto puede presentarse como la saturación de un modelo preexistente (los puntos cardinales, los sentidos) el cual
organiza y jerarquiza los elementos que intervienen en una descripción. La presencia de un orden, de un modelo de
organización subyacente (o la subversión del modelo)[10] evidencia la operación de clasificación que el texto realiza.
Los modelos que ordenan los elementos en una descripción pueden ser más o menos evidentes, más o menos
canónicos. Leamos los siguientes fragmentos tomados de una guía turística para advertir la estrategia que permite
otorgar un orden a la descripción de la Catedral de Canterbury:
Al acercarse a la Catedral de Canterbury a través de la Puerta de la Iglesia de Cristo (“Christ Church Gate”) se
observa una primera y dramática vista de este espléndido edificio. La puerta en sí fue construida [...] Las dimensiones
de la catedral no resultan inmediatamente aparentes ya que el extremo este queda oculto a la vista al principio y los
ojos se fijan irresistiblemente en Bell Harry, la torre central. Su origen se remonta [...] Al entrar en la catedral por el
pórtico del extremo oeste de la nave, salta de inmediato a la vista el esplendor de los altísimos pilares que dirigen los
ojos hacia el cielo, hasta el abovedado del techo de intrincados nervios secundarios. Se trata de uno de los grandes
logros del cantero medieval [...] Para visitar la parte más antigua de la catedral, la cripta, se va por el centro de la
nave...
Fácilmente podemos reconocer, en esta disposición de los distintos aspectos de la catedral, una forma de organización
determinada por la instalación en el enunciado de un supuesto visitante que realiza el recorrido y se detiene a observar algunas
partes, aquellas hacia las cuales el texto va orientando la mirada: la puerta, la torre central, el techo, la cripta (hemos omitido
cada una de estas descripciones para realzar sus encuadres en la figura del recorrido realizado por cualquier visitante). Es
claro que aquí la función descriptiva está subordinada a otra predominante, la función de instrucción, y por tal motivo el texto,
mediante la referencia al recorrido realizado, tiende a orientar la ejecución de una secuencia de actividades que facilite el
desplazamiento y provea el conocimiento de un monumento histórico. Pero es interesante observar cómo se disimula la
instrucción, de manera tal que el texto también puede leerse con el fin de atender prioritariamente a los segmentos
descriptivos. Refiriéndose a este hecho, Silvestri (1995: 34) señala: “La elección de un tipo de discurso no instruccional para
cumplir funciones de instrucción responde, entre otros factores, a la índole de la actividad que se instruye. Por ejemplo, un
recorrido turístico no constituye un procedimiento clásico, ya que no es una secuencia unívoca de acciones obligatorias. Por lo
tanto, una forma nítidamente prescriptiva no resultaría adecuada: no pueden adoptarse actos de habla de orden frente a una
actividad que por naturaleza es –en última instancia– facultativa”. Estamos aquí frente a una estrategia que persigue un doble
propósito: dirigir una posible serie de acciones (función instruccional) y ordenar los aspectos a describir (función taxonómica
de la descripción), además, claro está, del papel que ambos discursos cumplen en la dimensión cognoscitiva. Los segmentos
descriptivos quedan así enmarcados en el esquema del recorrido realizado, figura clásica de este género de textos, la guía
turística. Es interesante destacar también que el esquema basado en el recorrido de la mirada está en la base de muchos
modelos descriptivos (el retrato, que se organiza siguiendo un desplazamiento de la mirada de arriba hacia abajo; el paisaje,
sometido a la mirada de un observador más o menos explícito en el texto descriptivo). Recordemos que en la tradición
retórica la definición de la descripción está íntimamente asociada a la mirada. Fontanier, en su célebre manual sobre las
figuras del discurso, afirmaba: “Todo lo que voy a decir acerca de la descripción es que consiste en presentar un objeto frente
a los ojos, para hacerlo conocer en sus detalles y en sus hipóstasis más interesantes” (1977: 381). Volveremos más adelante
sobre este aspecto central de la descripción.
La taxonomía, el esquema que organiza los elementos en una descripción, asegura, entonces, no sólo el establecimiento de
un orden posible sino también una clausura. De esta manera se administra y controla una posible proliferación excesiva del
texto.
La proyección de una forma de disposición de los elementos de una descripción no es directa, no se deposita sobre una
supuesta “realidad”, sino que es más bien meta-clasificación. La descripción –afirma Hamon– “clasifica y organiza una
materia ya recortada por otros discursos [...] paisajes ya recortados por las leyes de la herencia y por el catastro en ‘fincas’,
en ‘parcelas’, en ‘campos’, o por los guías en ‘sitios’, en ‘perspectivas’ o en ‘puntos panorámicos’; cuerpos recortados en
‘miembros’ y ‘articulaciones’ por el discurso médico-anatómico; objetos manufacturados que llenan de ‘artículos etiquetados’
los depósitos de venta al ‘detalle’; paisajes urbanos recortados en ‘barrios’ o en ‘monumentos clasificados’; máquinas,
recortadas por la tecnología en ‘piezas’; casas, recortadas por el ritual cotidiano en piezas diferenciadas” (idem: 65). Este
afán clasificatorio hace de la organización descriptiva de la materia verbal la forma privilegiada del discurso científico y de
todo tipo de explicación. En este sentido, Hamon recuerda que toda explicación (ex-plicare, desdoblar, desplegar) recurre al
procedimiento del despliegue de un paradigma, procedimiento propio de lo descriptivo.
En nuestro ejemplo puede apreciarse que el lenguaje empleado para describir las partes de la catedral (pórtico, nave,
pilares, techo abovedado, cantero medieval , en el fragmento citado) proviene de la historia del arte y remite al léxico
arquitectónico. Los aspectos que se destacan de la catedral no son cualesquiera sino aquellos para los cuales hay un léxico
específico, incluso estilos conocidos y codificados.
Esta vinculación con lo taxonómico muestra que todo lugar del texto con predominio de lo descriptivo remite a otros
discursos clasificatorios, enlaza el texto con otros textos evidenciando así el carácter intertextual de la descripción.
La configuración del enunciado descriptivo implica además un constante movimiento intratextual, una actividad
metalingüística: el hecho de poner en equivalencia una denominación con una expansión no es otra cosa que desarrollar la
potencialidad metalingüística del lenguaje. De aquí la estrecha relación entre lo descriptivo y los textos metalingüísticos tales
como la adivinanza, el diccionario, los crucigramas, la paráfrasis, la perífrasis, la nota al pie, etcétera.
La presencia de la descripción está generalmente marcada por señales que la anuncian. Entre estos indicios de lo
descriptivo, Hamon consigna: la preterición (“era una escena indescriptible” , figura típica desencadenante de lo descriptivo),
el tono y el ritmo, marcas morfológicas (verbos en presente, en pretérito imperfecto), un léxico particular (términos técnicos,
adjetivos numerales, nombres propios, adjetivos calificativos), figuras retóricas, términos en posición de ruptura con un
horizonte de expectativas (detalles insignificantes) escenas o personajes-tipo (la acción de gracias, la alabanza, el espectador
entusiasta). La aparición de estas señales es anuncio de un posible despliegue descriptivo.
Sintetizando el pensamiento de Hamon acerca de este tópico, diríamos que en el nivel del enunciado es posible reconocer
el predominio de la descripción por la presencia de algunos de los rasgos mencionados: relaciones de equivalencia, de
jerarquía, del texto con otros textos, del texto consigo mismo; o bien por ciertas marcas prosódicas, morfológicas, semánticas
y retóricas cuya aparición puede dar lugar a la emergencia de una descripción.
Se trata de embarcaciones constituidas por una estructura de madera forrada con piel cocida y calafateada, las cuales
se impulsan con remos cortos de paleta ancha.
Como puede apreciarse en este ejemplo, la operación de anclaje se refiere al tema mientras que la tematización
corresponde a un segundo nivel de la organización descriptiva, a los subtemas, los cuales reproducen la estructura previa,
pudiendo expandirse, a su vez, en partes y propiedades (en nuestro caso, sólo en propiedades).
La tercera operación a la cual aluden Adam y Petitjean es la puesta en relación, la cual permite articular el tema con otros
dominios. Esta operación da lugar a la asimilación y a la puesta en situación (local y temporal). Mediante el concepto de
asimilación se hace referencia al proceso de acercar aspectos de dos objetos en principio extraños uno al otro. Esta
asimilación de un objeto a otro puede efectuarse por comparación, por metáfora, por negación (describir algo por lo que no
es, por sus carencias), por reformulaciones del tema o de subtemas (por ejemplo, a partir de las propiedades negadas concluir
con propiedades afirmadas). La otra operación aquí comprendida, la puesta en situación, es la ubicación del objeto descrito
en relación con un espacio o con un tiempo específicos. También incluye la articulación del objeto con otros, de carácter
secundario, con los cuales mantiene una relación de contigüidad.
En síntesis, el modelo de análisis propuesto por Adam y Petitjean concibe la organización del enunciado descriptivo como
una estructura arborescente encabezada por el tema-título, el cual puede expandirse por la ejecución de operaciones diversas:
por aspectualización, el tema se desdobla en partes y/o propiedades (calificativas y/o funcionales) y por la puesta en
relación, el tema-título se vincula con otros dominios, sea por asimilación (esto es, por comparación, metáfora, negación,
reformulación) o bien mediante la puesta en relación (con el espacio, el tiempo u otros objetos secundarios). A su vez, cada
uno de los nuevos aspectos así desplegados (partes, propiedades, objetos asimilados o relacionados con el tema-título) puede,
por tematización, ser tratado como un todo y convertirse entonces en subtema, el cual da origen a una nueva expansión o
subsistema descriptivo.
Presentamos a continuación un esquema de este modelo, basado en el que presentan Adam y Petitjean (idem: 135), en el
que se muestra la disposición de todos sus componentes (evitamos las abreviaturas del original y algunas designaciones que
dificultarían la comprensión del esquema general):
En el esquema puede apreciarse el carácter abierto de la estructura, puesto que la tematización de cualquiera de los
componentes despliega nuevamente el sistema descriptivo entero.
El análisis de un ejemplo nos permitirá ilustrar la presencia de estas operaciones en el enunciado descriptivo.
Retomaremos la primera parte del fragmento de Yo, el Supremo citado en la introducción, para reconocer allí el
funcionamiento del sistema descriptivo.
El texto comienza con la mención del nombre del actor que constituirá el tema de la descripción que sigue: Antonio
Manoel Correia da Cámara, nombre propio que, de entrada, conlleva las marcas de la procedencia del personaje. El nombre
funciona entonces como anclaje del despliegue descriptivo que a partir de él se desencadena. Luego de la referencia a la
acción en curso de realización (se apea) se recurre a la puesta en relación con otro objeto (el blancor de la tapia) que sirve
de marco espacial al objeto que se describe. A continuación, comienza a asimilarse la figura del personaje con el universo
animal: el típico macaco brasileiro, animal desconocido. Esta última denominación, por tematización, es objeto de un nuevo
despliegue que procede segmentando en partes al animal desconocido y luego, nuevamente por asimilación, reformulando la
denominación primera para asimilar la figura del personaje a una monstruosa fusión de rasgos humanos y animales. El proceso
descriptivo se completa por aspectualización deteniéndose en el rostro del personaje, del cual se detallan sus componentes:
sonrisa, diente, peluca, ojos, los cuales, a su vez, reciben calificaciones específicas. Podría esquematizarse este fragmento
descriptivo de la siguiente manera:
En los ejemplos considerados hasta ahora, hemos privilegiado el análisis de enunciados descriptivos referidos a objetos y
personajes; sin embargo, esto no significa que, como ya lo aclaramos con anterioridad, cualquier objeto de discurso sea
susceptible de ser descrito. Así, el comportamiento de un actor puede manifestarse mediante una enumeración de acciones (las
cuales constituirán otras tantas propiedades del mismo) o bien las cualidades de un utensilio ser presentadas por las funciones
que desempeña, o un conjunto de acciones ser parte de una situación (típico inicio de un relato), así como también una acción
única ser calificada, o segmentada en partes que señalan los momentos de una acción global (como, por ejemplo, la
descripción de las fases de una acción o de procesos de fabricación –la clásica descripción, en la Ilíada, del escudo de
Aquiles a través del proceso de su fabricación, que ha dado pie a hablar de la “descripción homérica” para designar este tipo
de procedimiento descriptivo).
La descripción de acciones pone en evidencia la misma estructura jerárquica propia de un sistema descriptivo y no se
confunde con la narración de acciones. En este sentido, Adam y Petitjean observan que, en el relato, como lo había mostrado
Bremond (1982) en “La lógica de los posibles narrativos”, la organización de la secuencia de acciones responde a una lógica
narrativa según la cual cada acción principal constituye un momento de riesgo del relato, pues varias alternativas son posibles.
En cambio, en la descripción de acciones, si hay una lógica, se trata de una simple lógica de la acción basada en ciertos
conjuntos de actos estereotipados que configuran una acción global (la acción de tomar el tren puede desplegarse en otras
tales como: comprar el pasaje, esperar en el andén, subirse a un vagón, etc.). En este último caso, no están en juego posibles
elecciones que alteren el curso de los acontecimientos: las acciones, o bien son objeto de descripción en sí mismas, o bien
constituyen una estrategia para ordenar aquello que es objeto de descripción. En el ejemplo citado más arriba, la acción global
de la “visita a una catedral” es descompuesta en partes (atravesar el pórtico, acercarse, observar el conjunto, ingresar al
recinto, etc.), lo cual permite, a su vez, ordenar las partes de la catedral que se describirán. El hecho de introducir este
conjunto de acciones no le resta carácter descriptivo al texto, aunque, como hemos observado, dado que el fragmento citado
corresponde a una guía turística, evidentemente la descripción se conjuga con el carácter instruccional del texto.
Veamos en el siguiente ejemplo, tomado de una crónica periodística, la presencia de acciones en un pasaje descriptivo:
Nurio, Mich., 4 de marzo. “A tres pesos, a tres, los acuerdos de San Andrés, más baratos que en Internet”, pregonan
militantes del FZLN de Morelia. “A cincuenta pesitos el pasamontañas de doble fondo, señor, señorita, sólo le vale
cincuenta pesitos”, gritan jóvenes chilangos que empuñan sus mercancías como negros títeres inanimados. Hay un poco
de todo en el tianguis que florece dentro del tercer Congreso Nacional Indígena. Por sólo cien pesos usted puede
ordenar que le hagan doscientas trencitas como en las playas de Puerto Vallarta. O llevarse, por menos, camisetas con
la efigie de Marcos, Zapata o el Che [...] A este frenesí de la oferta y la demanda, un camarógrafo del cineasta francés
Patrick Grandperret lo llama, sin rubor, el “marcotráfico”.
Jaime Avilés, La Jornada, lunes 5 de marzo de 2001 (Política, p. 5).
Así da inicio la crónica acerca del tercer Congreso Nacional Indígena llevado a cabo en esos días en México. Es claro
que el texto, mediante la acumulación de acciones diversas (pregonan, gritan, empuñan, florece, puede ordenar, llevarse,
llama) no narra acontecimientos puntuales sino antes bien describe, con tono burlón y lúdico, un ambiente de euforia mercantil
que contrasta con la solemnidad del acontecimiento que reporta: un congreso indígena de alcance nacional. Aquí, las acciones
no necesitan siquiera atenerse a una lógica de la acción, pues se dan de manera simultánea y el discurso las dispone según sus
propias necesidades. La lista de acciones se cierra con un pantónimo que realiza la condensación, movimiento inverso a la
expansión, según lo define Greimas (1990: 76, 136-137) propio de la elasticidad del discurso y manifiesto en el proceso de
denominación. El pantónimo, “marcotráfico” resume y refuerza el tono paródico, pues, por una parte, remite por analogía
fónica a otro término también compuesto, el narcotráfico, que designa una actividad ilícita, y por otra, fusiona los dos
dominios aparentemente extraños uno a otro: el comercio de mercancías y el nombre del líder de un movimiento rebelde. El
proceso designativo, que asume particular importancia en el discurso descriptivo, será objeto de reflexión en el apartado
siguiente.
La enunciación descriptiva
El nivel de la enunciación, como sabemos, comprende un conjunto de fenómenos por los cuales el discurso da cuenta de la
presencia del sujeto de la enunciación. La puesta en discurso no es posible sino por el hecho de que un yo asume el lenguaje
para dirigirse a otro. Partimos entonces de esta noción elemental y abstracta, la de sujeto de enunciación, para designar a ese
fundamento dialógico que es el soporte de todo discurso: la apelación al tú, al sujeto destinatario, por parte del yo, el sujeto
destinador. La constitución misma del yo, en tanto sujeto discursivo, no es posible sin pasar por la mediación de la imagen del
otro, del tú, a quien el discurso busca afectar en algún sentido. El concepto de sujeto de enunciación reúne necesariamente los
dos polos del acto de discurso, lugares ocupados por la primera y la segunda persona gramaticales. De ahí que se prefiera
hablar, a veces, de instancia de enunciación para evitar la posible ambigüedad del término sujeto, que parece hacer
referencia exclusiva al yo.
Sobre este fundamento se levanta el edificio discursivo, el cual presupone ese primer acto inaugural, especie de escisión,
de separación, en dos sentidos: del yo frente al tú y del yo frente al él, al objeto del discurso (dentro del cual cabe, es claro, el
propio yo, como probable objeto de la enunciación). Este nivel implícitamente configurado y que acompaña de manera
recurrente a lo enunciado, a lo dicho, puede también volverse objeto del decir e instalarse en el enunciado (el “yo digo que...”,
hecho explícito en el discurso), produciendo una suerte de ilusión por la cual el enunciado podría capturar la enunciación. Es
el caso de la enunciación enunciada, simulacro del acto enunciativo exhibido en el enunciado que no hace sino multiplicar los
niveles en el texto, pues el yo del decir explícito será siempre otro (y dirá otra cosa distinta) diverso del yo que sostiene
implícitamente, ahora, un acto discursivo enunciado.
Pero no es éste el único modo mediante el cual el sujeto parece hacerse presente en su discurso: es necesario considerar
formas intermedias, graduales, de manifestación del acto enunciativo en lo enunciado. Como si entre enunciado y enunciación
hubiera un espesor, una suerte de capa intermedia, que podría ser ocupada por distintas “versiones” del sujeto de enunciación:
nos referimos al lugar ocupado por los sujetos enunciativos, a los cuales ya hemos hecho alusión cuando consideramos las
diversas dimensiones del discurso.[11] Es éste el momento de detenernos en este punto.
Si efectuamos una segmentación del proceso enunciativo para poder considerar separadamente las dimensiones diversas
en las cuales actúa el sujeto de enunciación, es posible concebir, para cada dimensión (pragmática, cognoscitiva y pasional)
un tipo de sujeto diverso. De aquí que el sujeto de enunciación visto en el desempeño de su hacer pragmático se denominará
narrador o descriptor (performador, propone Fontanille (1989) como término que engloba los diversos géneros posibles); el
mismo sujeto de enunciación considerado en su hacer cognoscitivo, en el despliegue de los puntos de vista, recibirá el nombre
de observador, mientras que el sujeto de enunciación analizado en su hacer pasional (o en otros términos, en su padecer) se lo
podrá llamar sujeto pasional. Éstos son los llamados sujetos enunciativos a los que nos hemos referido y que ocuparían un
lugar intermedio entre el nivel enunciativo implícito (el más profundo y abstracto, lugar del sujeto de enunciación) y el nivel
del enunciado, el más superficial y concreto: los sujetos enunciativos tendrán entonces grados de manifestación diversa en el
interior del discurso. Volveremos más adelante sobre las diferentes formas de presencia de los sujetos enunciativos en el
discurso.
Hemos sostenido que el movimiento descriptivo en el discurso obedece a un giro enunciativo por el cual el descriptor
hace emerger a un primer plano la figura de un observador, o bien la de un sujeto pasional. Ahora bien, antes de considerar
cada una de las dimensiones en que está implicado cada tipo de sujeto, es necesario hacer referencia al proceso que está en la
base de la constitución de la significación y que adquiere relevancia precisamente en los momentos descriptivos: se trata del
proceso de percepción.
Absorto en esas ilusorias imágenes, olvidé mi destino de perseguido. Me sentí, por un tiempo indeterminado,
percibidor abstracto del mundo. El vago y vivo campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mí; asimismo el
declive que eliminaba cualquier posibilidad de cansancio. La tarde era íntima, infinita. El camino bajaba y se
bifurcaba, entre las ya confusas praderas. Una música aguda y como silábica se aproximaba y se alejaba en el vaivén
del viento, empañada de hojas y de distancia. Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros
momentos de otros hombres, pero no de un país: no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes.
Llegué, así, a un alto portón herrumbrado. Entre las rejas descifré una alameda y una especie de pabellón. Comprendí,
de pronto, dos cosas, la primera trivial, la segunda casi increíble: la música venía del pabellón, la música era china.
Por eso, yo la había aceptado con plenitud, sin prestarle atención. No recuerdo si había una campana o un timbre o si
llamé golpeando las manos. El chisporroteo de la música prosiguió.
Jorge Luis Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”, Obras completas, tomo I, p. 475.
Este pasaje nos coloca, de entrada, y de manera explícita, en el proceso de percepción de un sujeto: el paulatino
advenimiento de los objetos a la conciencia (al discurso) del sujeto nos permite apreciar el proceso de toma de posición ante
una presencia.
El fragmento se inicia mediante una suerte de despojo, de abandono de una carga semántica que inviste al sujeto de un rol
en un programa de carácter narrativo en el cual se encuentra involucrado: su “destino de perseguido”. Este abandono de su
papel lo instala provisionalmente en otra dimensión temporal y espacial que el personaje resume diciendo: “Me sentí, por un
tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo”. A partir de aquí, se despliega en el texto la escenificación de la toma
de posición que hace de un cuerpo un centro de referencia sensible ante el cual algo adquiere una presencia. Para que esto sea
posible, un primer acto ha tenido lugar: el despojo de sí ha dejado emerger el cuerpo como un envoltorio sensible, dispuesto a
reaccionar ante un estímulo que comienza a ingresar en su campo de presencia. Dice el texto: “El vago y vivo campo, la luna
[...] obraron en mí”: ¿qué obran estos elementos naturales en el sujeto? No otra cosa que una transformación: ya no se trata de
un “perseguido”, él mismo se vuelve otro, un “percibidor”, un receptor capaz de ser alcanzado, primeramente, por la
intimidad y la infinitud de la tarde. Se esbozan así dos extremos de una puesta en contacto: un percibidor, un cuerpo
sensiblemente predispuesto y un entorno (vagamente escandido en campo, luna, tarde, declive, camino) que propicia el
despliegue de la actividad perceptiva. Esta toma de posición es observable en el discurso gracias a la deictización, proceso
éste íntimamente relacionado con una experiencia perceptiva y afectiva. Si atendemos, por ejemplo, a la deixis espacial en
este pasaje, fácilmente podremos advertir que los verbos, tales como “bajaba”, “se aproximaba”, “se alejaba”, “se acercaba”,
instauran un centro de percepción anclado en el propio cuerpo del personaje que se desplaza por el camino (no en el
descriptor, que evoca, en otro tiempo y en otro espacio, esta escena).
La toma de posición, hemos dicho, delimita un centro y también los horizontes: evidentemente, como el centro es móvil
también los horizontes se desplazan. Primero, la escena comprende un espacio extendido hasta donde la visión del caminante
se torna difusa: “entre las ya confusas praderas”. Es claro que la “confusión” atribuida a las praderas es aquella que proviene
de la visión de las mismas, típica traslación por hipálage, mediante la cual una propiedad se transfiere de un objeto (o
persona) a otro, en algún sentido, contiguo. Esta apertura del horizonte le otorga una gran profundidad al campo de presencia:
la infinitud de la tarde se hace eco en la intimidad del personaje, zona que se presenta como prolongada mucho más allá de lo
que se pudiera captar. Se trata entonces de una profundidad abierta, que puede, por lo tanto, dejar entrar otras presencias. Y es
esto efectivamente lo que sucede: una presencia comienza a perfilarse, primero, con leve intensidad (una música aguda) y
cierta extensión (como silábica) pero en grado suficiente para tocar un centro particularmente sensible a esos rasgos del
objeto.
Aquí, dos observaciones rápidas: lo dificultoso de la percepción, la imposibilidad de reconocer de entrada lo que se
sabrá más adelante, el obstáculo que se interpone entre la fuente y la meta, entre el cuerpo y la música, es efecto de lo que
Fontanille (idem) llama actantes de control, función ejercida aquí por el viento, las hojas y la distancia. El actante de control,
en general, administra la relación entre la fuente y la meta de la percepción: en nuestro caso, funciona como obstáculo, papel
bastante frecuente de este tipo de actante. Y una segunda observación, sobre la cual tampoco nos detendremos ahora: estas
primeras y vagas sensaciones afectan, a través del cuerpo, el estado de ánimo del personaje (“Pensé que un hombre puede ser
enemigo de otros hombres [...] no de un país: no de luciérnagas...”): la percepción de aquello que le llega del mundo exterior,
el paisaje y la música, coloca al sujeto de inmediato en una relación empática con el entorno, lo cual lo mueve a proyectar tal
empatía con esos elementos naturales al universo comprendido en toda su extensión. A esta homogeneización entre el mundo
exterior y el mundo interior provocada en el acto perceptivo por el cuerpo propio, nos referiremos más adelante, en el último
capítulo.
La primera operación que tiene lugar aquí es la mira: una presencia dotada de cierta intensidad, por leve que ésta sea,
afecta al centro de referencia (la música, aunque informe y no reconocida todavía, despierta alguna zona de la vida interior del
sujeto); la segunda es la captación: el centro de referencia puede apreciar, evaluar, medir esa presencia (la música, primero
incierta, se torna familiar: los verbos “descifré” y “comprendí” manifiestan un tránsito de lo vago y desconocido a lo preciso
y conocido).
Centro de referencia, horizontes, profundidad, grados de intensidad y de extensión, tales son los componentes básicos del
campo de presencia, los elementos que entran en juego en el proceso perceptivo.
Concebir la descripción como la puesta en escena discursiva del acto perceptivo es anclar el procedimiento descriptivo en
la fase inicial del proceso de constitución de la significación. Lejos de pensar que la descripción se genera en la superficie del
discurso y que obedece a la presencia de ciertos rasgos lingüísticos y retóricos, entendemos los momentos descriptivos como
representaciones de la escena primitiva de la significación (para retomar la expresión freudiana, cara a Fontanille).
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