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Bucarestinos

Los voluntarios rumanos de Franco

Cuando estalló la guerra civil en España, en Rumanía gobernaba Gheorghe


Tatarescu bajo la atenta mirada del rey Carol II. Desde el asesinato del primer
ministro, Ion Duca, el régimen había intensificado el acoso contra los
legionarios de Corneliu Zelea Codreanu quienes, desde la semiclandestinidad,
seguían haciendo gala de un fanatismo político y una actitud violenta sin
precedentes. A pesar de todo, durante esos años Rumanía fue abandonando
progresivamente su actitud francófila para acercarse a los regímenes
totalitarios de Roma y Berlín. Muchos financieros y empresarios se mostraron
cada vez más proclives al fascismo, por lo que algunos dirigentes de la
extrema derecha y del Parido Nacional-campesino se mostraron abiertos a
colaborar con la proscrita Guardia de Hierro.

En estas circunstancias, impresionados por la resistencia numantina del


general Moscardó en el Alcázar de Toledo, un grupo de legionarios solicitó a
Codreanu formar una delegación que viajase a España para regalar un sable de
honor al militar español. Codreanu aceptó la propuesta e invitó al general
Cantacuzino-Grănicerul a conducir el equipo quien, emocionado, ofreció
como regalo su propio sable, providencialmente hecho con acero toledano. Se
formó así una delegación de 8 personas, incluyendo al general, un cura y el
príncipe Alexandru Cantacuzino. En la despedida que el Capitán – apodo que
los legionarios usaban para referirse a Codreanu –ofreció a los viajeros en
Gara de Nord el 24 de noviembre de 1936, les invitó a unirse a la lucha “por la
fe y por la Cruz” y les regaló un fardito con tierra rumana y un pequeño icono
del Arcángel Miguel.

Ya en Lisboa, el embajador español recibió con todos los honores a la


comisión rumana y, antes de partir hacia Salamanca, los invitó a una comida
donde se escucharon discursos patrióticos y de hermandad, cargados de
emoción y testosterona. En la capital salmantina, los legionarios fueron
recibidos por un nutrido grupo de representantes del gobierno de Franco
encabezados por el Secretario de Relaciones Exteriores, Francisco Serrat y
Bonastre. Como todo no iba a ser lucha y sacrificio, el pequeño grupo de
rumanos dedicó también un tiempo para el turismo en Salamanca, donde
visitaron la catedral y la universidad antes de partir en coche hacia Soria,
ciudad en la que se encontraba el general Moscardó.

El recibimiento soriano fue espectacular. Paisanos curiosos salieron a las


calles a recibir a los recién llegados, rodeados de banderas rumanas y
españolas que decoraban el camino hacia el Palacio del gobernador provincial.
Allí, una guardia de honor los recibió mientras el general Moscardó y su
estado mayor los esperaba al pie de las escaleras Sonó estruendosa una banda
de música militar, políticos, militares, periodistas, miembros de asociaciones
culturales e incluso un grupo de la Asociación de Mujeres Españolas se
regocijaron con la llegada de sus invitados. Con la emoción del momento,
sable en mano, el general Cantacuzino-Grănicerul se regaló con un discurso a
Moscardó en el que, entre otras lindezas, dijo:

"(…) He traído este sable que no es un juguete. Es un sable de verdad que me


acompañó en la Gran Guerra y con el que, gracias a su acero de Toledo,
podéis atravesar a miles de comunistas. Lo he traído para que os traiga
suerte en la lucha para derrotar al comunismo y para que os ayude a
levantar, todavía más alto, la cruz de Cristo y a eliminar a los destructores de
su Iglesia. Os presento a 7 jóvenes, todos ellos oficiales del Ejército rumano.
Todos héroes. Han venido a luchar y a morir por la España nacional (…)”

La perorata terminó con un viva España. Moscardó agradeció el gesto, se


abrazó al general rumano, lo tomó del brazo y, tras un vinito de la tierra para
calentar el espíritu - más si cabe -, salieron al balcón, donde la multitud los
ovacionó. En la comida posterior se llegó a la fase de exaltación de la amistad,
se brindó de lo lindó y se gritaron vivas a España, a Rumanía, a Moscardó, a
Codreanu e incluso, ignorante de la situación política rumana, el general
español aulló un viva al rey Carol II, cosa que hizo torcer el gesto a más de
uno en la delegación balcánica. Después, hubo también tiempo para el turismo
y todos juntos visitaron la catedral, el Museo de Antigüedades de Soria -
donde Moscardó firmó un autógrafo para Codreanu en el folleto informativo
de la institución – y se tomaron otro vino en la sede de los jóvenes falangistas
de la ciudad. Por la noche, los 8 rumanos se fueron a la cama henchidos de
orgullo y emoción.

Al día siguiente marcharon todos a visitar las ruinas del Alcázar de Toledo,
sin duda el momento más emblemático del viaje y, desde allí, partieron a
Talavera de la Reina, donde se integraron en la 21 Compañía del Tercio del
coronel Yagüe. Tras diez días de instrucción - que no sé para qué necesitaban
si todos eran oficiales y héroes -, partieron hacia el frente de Madrid.

El 19 de diciembre de 1936, los 8 rumanos recibieron el bautismo de fuego en


Boadilla del Monte y, unos días después, participaron en el ataque a Las
Rozas. ¡Pero, ¡ay!, la guerra es muy mala y no entiende de visitas de cortesía!,
así que el 13 de enero de 1937, en Majadahonda, un obús acabó con el turismo
de guerra, los brindis, los gritos patrióticos y la testosterona de los legionarios
Ion Moţa y Vasile Marin. Los cuerpos fueron trasladados, con todos los
honores, a la Capilla del Hospital Militar de Toledo a la espera de su
repatriación pero, ante las trágicas noticias, Codreanu escribió al general
Cantacuzino para que volviesen todos juntos, vivos y muertos, de modo que
con un automovil y una camioneta viajaron hasta la frontera francesa donde, a
finales de enero de 1937, abandonaron España tras una guerra que apenas
había durado un mes y medio.

Lo curioso de esta lamentable historia es que todavía hoy se levanta en


Majadahonda un enorme monumento, coronado por una cruz, en recuerdo de
Ion Moţa y Vasile Marin, los legionarios rumanos que cayeron, según reza,
por Dios, España y Rumanía el 13 de enero de 1937. Anualmente, grupos de
nostálgicos rumanos y españoles – con el incombustible Blas Piñar a la cabeza
– se reúnen allí para homenajearlos y soltar sus habituales matracas.

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