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Alegato por cierta anormalidad.

Una vez me invitaron a participar en un coloquio psicoanalítico que tenía como tema: Los
aspectos patológicos y patógenos de la normalidad. Ciertamente un tema provocativo, pero
también un cuestionamiento importante, aunque sólo fuera porque a través de ese tema nos
impulsaban a examinar el concepto de Normalidad. Decir que una cosa es "normal" o "no normal"
parece ser algo obvio, pero ¿en qué podría consistir esa "normalidad" para un psicoanalista? Y
suponiendo que tal artículo se dejara definir, ¿posee formas diversas, existe una buena
normalidad y una mala? Ya me resulta difícil representarme qué podrían ser los
normales normales, ¿cómo llegaría entonces a distinguirlos de esos otros, los normales
anormales? Ni bien había comenzado a reflexionar sobre estas cuestiones dudosas, una duda más
se deslizó en mi espíritu, una duda delicada de formular. Desde hace algunos años frecuento sobre
todo a analistas (y por supuesto, a analizándolos). ¿Podré saber entonces qué es un ser normal?
Cuanto más pensaba, más evidente me parecía que la Normalidad, no es, no podría ser, un
concepto analítico.
Para un analista hablar de la normalidad es hablar de la faz oscura de la Luna. Ciertamente,
podemos imaginarla, enviar un cohete, tomar fotos, incluso envolverla en una teoría para explicar
su aparición - ¿pero adónde nos lleva todo eso? No es nuestro campo, y apenas nuestro planeta.
Los neuróticos con su núcleo íntimo, psicótico, los psicotizados con su densa franja neurótica; ésa
es nuestra familia, nuestro medio, el lugar donde todos hablamos la misma lengua, con una
pequeña diferencia de dialectos. Pero aparte de ello, ¿existe verdaderamente una "estructura
normal" de la personalidad? y si existe, ¿por qué tenemos que abandonar el área analítica, tan
cómodamente anormal, para lanzarnos sobre las huellas de los normales? Tal vez para explicarles
hasta qué punto están enfermos. Pero sigue habiendo un problema: el que se denomina normal -
cuya normalidad para nosotros podrá ser patología, incluso patogenia- no quiere saber de
nosotros. Peor aún, desconfía de nosotros. Un poco a la manera del viejo campesino a quien un
día le regalé un atado de espárragos de mi jardín de campo -pues era él el que me había arado la
tierra- y que lo rechazo decididamente. "¿No le gustan los espárragos?, le pregunté. - No sabría
decirle. Nunca los probé. ¡La gente de por aquí no come eso!". Y bien, tal vez seamos un artículo
de lujo como los espárragos; hay que tener gusto para ello. Pero que nos consideremos como
altamente comestibles no cambia nada de la cuestión. En resumidas cuentas, el objetivo de la vida
¿no es ser comestible? ¡Entonces, esos "normales" que no quieren saber de nosotros, tampoco
nosotros queremos saber de ellos! Nuestro narcisismo (¿normal? ¿patológico?) hace que la gente
que no nos pide nada apenas se nos interese. Peor para ellos. Lancémonos hacia la cara oculta de
la Luna, y recojamos algunas piedras lunares.
Es lícito que un analista establezca una oposición entre normal y neurótico; lo que no impide que
otro diga que es normal ser neurótico. Estamos frente a las dos significaciones principales del
vocablo. Decir que "es normal ser neurótico" nos remite a una noción de cantidad: a la
norma estadística. Si por el contrario establecemos una oposición entre "normal" y "neurótico" se
trata de una distinción en función de una cualidad. En este caso utilizamos el término en
sentido normativo, designando algo "hacia lo cual se tiende", donde por consiguiente se halla
incluida la idea de un ideal. Hénos aquí pues con una normalidad estadística y con una normalidad
normativa, además de nuestra normalidad patológica.
Lo cuantificable, la norma estadística posee un indiscutible interés cultural, pero su interés
psicoanalítico es mucho menor. Lo que puede interesar al analista es precisamente "la
normalidad" en su aspecto normativo (por supuesto, con todo lo que eso también implica de vago
y de superyoico). A partir de allí hay una multitud de cuestiones que el analista siente la tentación
de formularse. He aquí algunas:
-¿Existen seres normales en el sentido normativo de la palabra? En caso de que existan, ¿en qué
consiste su "normalidad" desde el punto de vista analítico? ¿En qué momento se tornan "normales
patológicos"?
-¿Hay analistas normales"?
-¿Existe una sexualidad "normal"?
-¿Existen "normas analíticas"?
Abandonemos entonces la terra firma de lo cuantificable, de la curva estadística, decorada como
siempre en trompe l`oeil, y tomemos el terreno deslizante de lo normativo para explorar sus
contornos. ¿Qué es un ser normal? El Larousse universal (tomo 2) me informa que normalquiere
decir: conforme a la regla, regular, ordinario. ¿Nos permitirá esto detectar regularespatógenos y
ordinarios patológicos? Las personas "regulares", llenan las calles; a un gran número de gente le
interesa ser "regular", por lo menos ante los ojos de los demás; a otros les interesa de igual
manera y a todo precio ser "conformes a la regla": los niños juiciosos. ¿Pero a quien le interesa ser
"ordinario"?
Esta pequeña excursión por la erudición lexical pone a la luz la ambivalencia que se atribuye a la
noción de normalidad: aprobación y condena a la vez. Si nos repugna ser "ordinarios", no por ello
deseamos ser anormales. Esta ambigüedad implícita en el calificativo nos indica ya que se trata de
dos partes diferentes de nuestro ser, una de las cuales quiere ser conforme a las reglas mientras
que la otra querría escapar a las mismas. Ahora bien, más allá de esta ambivalencia, lo normativo
es un valor subjetivo. La idea que un sujeto se hace de su "normalidad" sólo puede establecerse en
relación con una serie de referencias: ¿normal en relación con qué? ¿Ante los ojos de quién? Que
nos juzguemos nosotros mismos, o que juzguemos a los otros como normales o anormales,
forzosamente será en relación con una norma. El primer esbozo de todas las normas posibles está
proporcionado, evidentemente, por la familia. Para el niño pequeño (y no cambia mucho para los
grandes), lo normal es lo heimlich, lo conocido, lo que se hace "en casa". Das Unheimliche, esa
"inquietante extrañeza" de que habla Freud, es lo anormal, lo que surge en nosotros, y en su
surgimiento mismo se recorta extrañamente sobre el trasfondo de lo familiar, de lo que
es aceptado por la familia. Das Unheimliche, dice Freud, representa una categoría especial de lo
que es heimlich, normal, familiar. La aparente oposición no es tal. El ansia de escapar a la
conformidad es el deseo de transgredir las leyes familiares; en cambio, querer "ser normal" es en
primer lugar un intento destinado a ganar el amor de los padres respetando sus interdicciones y
aceptando sus ideales. Por consiguiente, un objetivo narcisista destinado a ser catectizado en un
Ideal del Yo que modulará los objetivos pulsionales. De este modo los niños hacen esfuerzos
considerables por comportarse "normalmente". Recuerdo de pronto a un niño en el zoológico con
su padre. El niño hacía de todo lo que no había que hacer, se inclinaba sobre el foso de los osos,
tiraba piedritas a las focas, atropellaba a los que pasaban... Y el padre, exasperado, exclamó:
"¡Cuántas veces habrá que decírtelo! ¡Compórtate como un ser humano!" El niño miró a su padre
con un aire infinítamente triste: "Papá, ¿qué hay que hacer para ser un ser humano?". ¿Cómo
entrar en el orden de la norma? Conocemos la respuesta: para todo niño la norma es la
identificación con los deseos de sus padres. Esta norma familiar será pues "patógena" o
"normativa" en función de su derivación, o de su alejamiento en relación con las normas de la
sociedad que es la suya.
Para el psicoanálisis esta norma se definirá en función de la estructura edípica, estructura
normalizadora en la medida en que preexiste al niño y regula las relaciones intrasubjetivas e
interhumanas. Resolver la problemática edípica - ¿es eso la "buena" normalidad? Pero todos
encuentran una "solución" a la inaceptable situación del Edipo; ya sea una solución neurótica,
psicótica, perversa, incluso psicosomática, y no es fácil distribuirlas según una escala normativa.
Algunos autores psicoanalíticos presentan en sus escritos a un personaje que se llama "el carácter
genital", el que se ama tanto como a su prójimo. Y es comparado con un hermanito, menos
estimado, que es llamado "carácter pregenital". He aquí ahora, en posición inversa, el que
está afligido por la normalidad , el que sufre del síntoma de normalidad. ¿Cuáles son sus
manifestaciones? Se puede suponer que se trata de sujetos que tienen el aspecto de ser
"conformes a la regla", de estar "en la norma" y que no demuestran ningún síntoma psíquico, pero
que por otra parte son psicosomáticos graves o neuróticos de carácter. A primera vista nada
de Unheimlich se descubre en ellos. La normalidad-síntoma invisible al ojo desnudo no sería más
que una alteración psíquica oculta bajo una apariencia asintomática. Ya he intentado ( en el
capítulo V) trazar un retrato estructural de cierto tipo de pacientes de esta categoría, a quienes he
llamado analizando-robots. Estos pacientes están marcados por un sistema de pensamiento
inquebrantable que confiere a su estructura una fuerza de robot programado, la cual les permite
conservar intacto su equilibrio psíquico. Atraídos por el análisis, esos sujetos se declaran
neuróticos auténticos, y no se equivocan. Por cierto que son seres que han sufrido mucho en la
infancia, pero tanto ese sufrimiento como sus síntomas no les interesan de ninguna manera. En la
situación analítica es el analista el que se encuentra denegado en cuanto Otro, como si de él
emanara la muerte que amenaza al analizando, y sacudiera así sus defensas vitales. Pero no quiero
hablar de ellos aquí. Hay otros, que se proclaman normales y que también vienen en busca de un
análisis. He aquí un ejemplo que considero bastante corriente en clínica psicoanalítica:
La Sra. Normal se sienta ante mí; bien hundida en el sillón, delgada, elegante, la cabeza alta, me
mira tranquilamente. Se me ocurre que se siente más cómoda que yo. Tengo ganas de decirle:
"¿Qué es lo que no anda?" como para establecer un equilibrio, pero ella toma la delantera.

Sra. N... -"Sin duda se preguntará usted por qué he venido a verla. Y bien, mi médico me aconsejó
que hiciera un psicoanálisis. Desde hace cierto tiempo mi matrimonio pasa por dificultades y eso
me cansa. Los dos tenemos cuarenta y cinco años y hemos tenido tres hijos. Yo quiero a mi marido
y a mis hijas; ahora bien, desde hace cierto tiempo, mi marido me hace la vida imposible. Está de
mal humor... grita por un sí o por un no... bebe un poco demasiado... finalmente he descubierto
hace poco que tiene una amante. Es insoportable, sobre todo porque no hay ninguna razón.
J.M... - ¿Usted quiere decir que no es para nada responsable de este desacuerdo con su marido?
Sra N... - He reflexionado mucho al respecto, pero no sé qué otra cosa hubiera podido hacer. Pero
lo amo; es no constituye un problema para mí.
J.M... -¿Usted piensa que es él más bien quien tiene problemas?
Sra. N... -¿Yo? No, realmente no. ¿Qué pienso yo de mí misma? Yo siempre me he sentido muy
bien.*

* El "siempre me he sentido muy bien" está expresado en francés J`ai toujours été trés bien dans
ma peau, literalmente "Siempre he estado muy bien en mi piel", donde el término "piel" es
importante para los comentarios que hará la autora.(N. del T.)

Durante mis dos únicas entrevistas con la Sra. N... esta frase retornaba sin cesar: Me siento muy
bien ("Estoy muy bien en mi piel"). Efectivamente, la Sra. N... me parecía muy cómoda en su
tegumento. Si había un problema, para ella se situaba fuera de este envoltorio de piel. ¿Qué pedía
la Sra. N...? Que lo que pasaba fuera de su piel fuera tan ordenado, tan cómodo como ella misma,
adentro.
¿Qué otra puedo decir sobre ella? Proviene de una familia de la alta burguesía -familia creyente
sin más, afectuosa sin exceso, patriota sin ser calvinista, simpatizante con la izquierda sin dejarse
envolver por la misma-, y la Sra. N... se estima digna de su ascendencia. Como las otras mujeres de
su familia, es una buena ama de casa, vigila bien a las criadas, a los nilos y al marido. Le es fiel y no
es frígida. Practica esquí en invierno, va al mar en verano y está ocupada en muchas actividades
cívicas y sociales. Durante nuestro segundo encuentro llegó hasta decir ella misma no sabía
demasiado qué podría hacer el psicoanálisis por ella. Yo compartía más bien su opinión, pero no
dejaba de preguntarme, lo confieso, si a veces uno puede sentirse demasiado bien.
¿Pero qué quiere decir esto? ¿Demasiado bien para el análisis? ¿Para el analista? De acuerdo con
lo que ella dice, la Sra. N... es una mujer normal, normal ante sus propios ojos como ante los de su
familia, de sus vecinos, de sus amigos. ¿Qué más puede pedirse? El psicoanalista, en cambio, pide
más. En cuanto analistas, no podemos evitar sentir una impresión de falta en los supuestos
normales, Nuestra única esperanza -¿y es justificable?- sería obrar de manera que el
"normal" sufriera por su normalidad. Mientras la Sra, N... se muestra incapaz de cuestionarse, en
cualquier dimensión de su ser, incapaz de preguntarse lo que realmente piensa de si vida
conyugal, de enfrentar lo que realmente piensa de su vida conyugal, de enfrentar lo que puede
sentir su marido por ella, de sospechar la legitimidad de su impresión de plenitud y bienestar, de
preguntarse finalmente si en todo eso no hay un lado ilusorio, incluso el índice de una falta de
imaginación de su parte, mi opinión es que ella permanecerá inanalizable.
Pero después de todo, ¿es normal cuestionarse? ¿Dudar de nuestras elecciones objetales, de
nuestras reglas de conducta, de nuestras creencias religiosas y políticas, de nuestros gustos
estéticos? Seguro que no. Como tampoco poner en duda nuestra propia identidad. "¿Quién soy?",
pregunta para los locos y los filósofos. Ser testigo de nuestra propia división, buscar un sentido en
el sinsentido del síntoma, dudar de todo lo que uno es; a través de todo esto demostramos ser
candidatos a un psicoanálisis, precisamente en virtud de estas cuestiones "anormales". Ahora
bien, los que se autodenominan normales, los que no plantean tales preguntas, los que no ponen
en duda ni su sentido común ni su ser, también ellos hoy en día vienen a pedirnos un análisis. Y el
colmo es que nosotros, los analistas, los consideramos como grandes enfermos. ¡Enfermos para
quienes el psicoanálisis no puede hacer nada! ¿Enfermos de qué? ¿"De estar demasiado bien en su
piel"? ¿De sufrir menos que nosotros?
Pero si el psicoanalista considera con cierta desconfianza a estos demasiado-adaptados-a-la-vida,
ellos tampoco consideran al psicoanalista como uno de ellos. ¿Qué aspecto tiene el psicoanalista
ante los ojos de los "normales"? Sin duda somos recuperables por la estadística, pero no por ello
entramos en la "norma normativa" de los demás. A este respecto, me gustaría narrar la historia
verídica -que ya se remonta a hace diez años- de una joven que se creía, como muchos
adolescentes de catorce años, en situación de juzgar a los adultos. En el liceo se hablaba de
psicoanálisis, incluso se hacían disertaciones sobre el tema. En esa época, el oficio de sus padres -
analistas- súbitamente cobraba valor ante sus ojos. Preguntó si podía conocer como si fuera
adulta, a algunos amigos analistas de los que a menudo había oído hablar. La madre le propuso
que asistiera a un almuerzo en el campo, un domingo, al que ella pensaba invitar a todo un
ramillete de analistas, de todos los colores. Los amigos llegaron, comieron bien, bebieron bien,
hablaron mucho -de la sexualidad femenina, de la perversión, de sus colegas, de la sociedad
psicoanalítica- y se fueron bastante tarde. Por la noche los padres preguntaron a su hija sus
impresiones. "Y bien, respondió la niña, vuestros amigos son un poco tontos". La palabra estaba
de moda, pero no obstante le pidieron algunas precisiones. "¿Pero os escucháis? dijo ella. ¿Habéis
notado que no tenéis más que dos temas de conversación?" Un poco a la defensiva, la madre le
preguntó qué le pasaba por la cabeza. "¡Los analistas, respondió la hija, sólo hablan del pene o del
Instituto de Psicoanálisis! ¿Te parece normal eso?"
Y bien, pensándolo, me veo obligada a admitir que, normales o no, los analistas en libertad no
hablan como los demás. Por otra parte, se trate del pene o del Instituto, podemos preguntarnos si
al fin de cuentas no es lo mismo. Y, cosa mucho más inquietante, compruebo que con el correr de
los años, los analistas experimentados hablan cada vez menos del pene y cada vez más del
Instituto. ¿Es una evolución "normal"? Sea como fuere, no está demostrado que el analista
pertenezca a una especie normal. Incluso los analistas norteamericanos, con su gusto por la
adaptación y su capacidad de tomar decisiones han hecho sonar la alarma ya hace bastante
tiempo contra los sujetos que no se reconocen ningún síntoma, que ignoran el sufrimiento
psíquico, que jamás han sido rozados, de cerca o de lejos, por la tortura de la duda, por el temor al
Otro, esa gente demasiado-bien-en-su-piel no está capacitada para ser analistas.
¿Qué ocurre con la sexualidad? ¿Existe una sexualidad normal? He aquí una pregunta
aparentemente "psicoanalítica". Pues bien, Freud subrayó claramente desde 1905 que la barrera
entre una sexualidad llamada normal y una sexualidad desviada era más bien frágil. Después de
haber caracterizado a la neurosis como un polo "positivo", del cual entonces la perversión se
tornaba el "negativo" en función de una misma problemática sexual, añadía "En los casos más
favorables, gracias a ciertas restricciones efectivas y otras modificaciones, puede producirse lo que
podemos llamar una vida sexual normal".(Tres ensayos). Es evidente que Freud considera la vida
sexual como regida por el azar, y una vida sexual exitosa, como un lujo. En cambio, hallaba trivial
lo que él llamaba "la credulidad del amor" y "el capricho intelectual por... las perfecciones del
objeto sexual", "sobrestimado". A este respecto, Freud establece una distinción entre la vida
erótica de la Antigüedad y la de nuestra época, o más bien, de la suya, pues las costumbres
sexuales cambian... Los Antiguos, dice Freud, glorificaban la pulsión sexual en provecho del objeto,
mientras que el hombre moderno idealizaba al objeto sexual al mismo tiempo que menospreciaba
la pulsión, Por supuesto, podríamos poner en duda la "glorificación" antigua dado el porcentaje de
fantasía y de nostalgia que podría contener; pero entonces también podríamos cuestionar la
"sobreestimación" freudiana del objeto sexual en la hora actual. Las comedias musicales
modernas, los sex-shops, las películas pornográficas, todos idealizan la pulsión en cuanto tal, y en
todas sus formas de expresión erótica, mientras que el objeto no se individualiza y más bien es
intercambiable.
Paralelamente, en la clínica psicoanalítica comprobamos cambios que se mueven en el mismo
sentido. Hace algunos años encontrábamos sobre el diván del analista un buen número de
pacientes que sufrían diversas formas de impotencia sexual o de frigidez, en un contexto en que el
objeto sexual habitualmente era amado y sobreestimado. "La amo y sin embargo no puedo hacer
el amor con ella”. Hoy hay más analizandis que dicen: "Hago el amor con ella pero no la amo".
Quisiera citar dos fragmentos de discurso analítico que expresan de manera condensada estas dos
posiciones frente al objeto sexual:
Gabriel, treinta y ocho años, que sufre desde siempre impotencia sexual, toma la palabra: "Ayer
por la noche intenté una vez más hacer el amor con ella. ¡Resultado nulo! Y pensar que hace tres
años que la amo, Le dije a mi amiga: Lo ves bien: Yo tengo ganas de hacer el amor, pero él
(señalando su sexo) no quiere".
Pierre-Alain viene desde hace dos años, dos veces por semana, para una psicoterapia. No estoy
segura de que él sea capaz aún de hacer un análisis. Es un joven "bien a la moda" con largos
cabellos que sostiene en la nuca mediante un pequeño adminículo. Habla del "ácido", de la
"yerba", de Vasarely... los cuales, junto con las "chicas", constituyen los elementos inamovibles
que llenan su existencia. Veintisiete años, procedente de un medio intelectual, vino a análisis a
causa de inhibiciones en su trabajo. Tiene cuatro o cinco amiguitas con las cuales tiene relaciones
sexuales. Pero se queja de que es incapaz de amarlas. Salvo, a veces, a través de los paraísos
químicos a los que es aficionado. Parece que en ellos descubre signos de su vida inconsciente y la
impresión de estar enamorado. Un día me contó: "Ayer tuve relaciones con Pascale por la tarde, y
por la noche invité a Francine a mi cama. También hice el amor, pero únicamente porque estaba
en erección. Ella no me inspira mucho, no más que Pascale por otra parte. Sin embargo no soy
homosexual. Una vez intenté con un tipo. ¡Bah! Era tonto. Pensándolo bien, prefiero a las chicas".
Si Gabriel pone el acento sobre la impotencia de la pulsión y sobre su síntoma sexual, Pierre-
Alain lo pone por el lado del objeto y detecta el síntoma en sus relaciones objetales. Su
problemática, en cierto sentido complementario, está resumida en sus dos observaciones. Gabriel:
"¡Yo tengo ganas, pero él no!" y Pierre-André: "¡Él tiene ganas pero yo no!". Uno se queja de la
carencia ejecutiva y el otro de la carencia afectiva. Cualquiera diría que Gabriel tiene un problema
sexual, mientras que la vida sexual de Pierre-André, que no acusa el menor desfallecimiento
funcional, sería considerado por algunos como libre de síntomas. Gabriel, por ejemplo, sueña con
una actividad sexual como la de Pierre-Alain, pero, "tacaño", trata su sexo como la pila eléctrica
que se gasta cuando uno la usa; se quedaría pasmado ante el derroche del joven.
Estadísticamente, las preocupaciones sexuales de Pierre-André, teniendo en cuenta su edad y su
medio, están dentro de la norma. Ahora bien, es probable que la mayoría de los analistas digan
que bajo un aspecto normal este paciente oculte síntomas aún más complejos que los de Gabriel.
Dirán que una relación objetal donde el erotismo está vinculado con el amor es más bien
normativa. ¿Se tratará de un prejuicio contratransferencial? La norma, sexual o no, tiene una
dimensión socio-temporal. Una reciente "manifestación de homosexuales" contra la
discriminación de que son objeto les parece escandalosamente anormal a los "bien pensantes". En
cambio, para muchos jóvenes es absolutamente normal. ¿Por qué, se dicen, vamos a aceptar ser
perseguidos, unicamente porque no practicamos la "sexualidad de papá"? Pero después de todo,
¿son éstos problemas psicoanalíticos? Creo que no. El analista nunca tiene como función decidir lo
que el analizando debe hacer con su vida, con sus hijos o con su sexo.
Si Gabriel, impotente, y Pierre-André, incapaz de amar, son dos casos de psicoanálisis, no es a
causa de su comportamiento sexual, sino porque se cuestionan. Si hay juicio, el juicio atañe a la
"analizabilidad" del que hace la demanda de análisis. Los dos pacientes evocados aquí poseen una
estructura psíquica bastante diferente una de la otra. Las fantasías reprimidas de Gabriel, con su
contenido angustiante, impregnado de castración fálica, hallan su expresión simbólica en el cuerpo
mismo, dominando así el peligro fantasmado, En cuanto a Pierre-André, su angustia de castración
es más global, "primaria". Se parece a un lactante caído del seno, y que lo busca
desesperadamente a través de la droga, de su prójimo y de su aparato genital. Tiene sed de los
demás y su pene funciona a este efecto. Movido por la fantasía de castración que le es particular,
se lanza a través del espacio angustiante que lo separa del Otro, tal como un trapecista que se
preocupa poco por la identidad de ese otro que le tiende las manos, con tal de que esté ahí. En
cuanto a la sexualidad, todo lo que puedo comprobar en cuanto analista, es que las normas
sexuales cambian, pero que la angustia de castración permanece. Simplemente ha hallado nuevos
disfraces.

¿Qué ocurre con la supuesta normalidad de la gente normal? ¿Una persona normal es alguien
que necesita un análisis o alguien que no lo necesita? Están los que pretenden, no sin razón, que
hay que tener una excelente salud psíquica para poder hacer un psicoanálisis clásico. Finalmente,
si es estadísticamente normal ser neurótico, es aún más normal ignorar que se lo es. Vuelvo ahora
a la cuestión planteada hace un momento: ¿es normal cuestionarse, volver a pensar las ideas
recibidas, examinar con desconfianza el orden establecido, ya sea el que reina en el interior de
uno mismo, el de la familia o el del grupo social al cual pertenecemos? La mayoría de las personas
no se plantean tales cuestiones. La óptica del analista, así como la demanda del analizando no
entre en las normas. Evolucionamos, nosotros y nuestros enfermos, en una atmósfera rarificada.
¿Por qué el analista habría de ocuparse de los que se dicen normales, sobre todo si su demanda
emana de la idea de que "es normal hacerse analizar"? El objetivo de tal análisis sólo podría ser
poner en evidencia un sufrimiento ignorado hasta ese momento, hacer que el otro se torne apto
para sufrir. ¿Ansiamos propagar la peste por el mundo entero?
La normalidad, erigida en ideal, es ciertamente un síntoma. ¿Pero es curable? No nos dejamos
curar tan fácilmente nuestros rasgos de carácter. Hay quimeras a las cuales nos aferramos más
que a nuestra propia vida. ¿Y si "la normalidad" fuera una de ellas? La certeza de ser "normal",
conforme, de estar en el orden, de ser ordinario, que se desprende de este estado caracterial,
impide el cuestionamiento de uno mismo, y amenaza con tornar inaccesible al análisis al individuo
que tiene esa certeza. Observemos también que entre todos los síntomas caracteriales, éste es el
que aporta más beneficios secundarios. Que la creencia de los otros en su "normalidad" sea
patológica para nosotros, no nos da el derecho de querer abrirles los ojos a todo precio en cuanto
a las máscaras y las mentiras del espíritu. El análisis se propone como objetivos hacernos descubrir
todo lo que hemos pasado la vida ignorando, hacernos afrontar todo lo que hay de penoso, de
más escandaloso en el fondo de nuestro ser, no solamente los anhelos sexuales prohibidos, sino
también nuestra avidez por todo lo que no poseemos, nuestra avaricia insospechada, nuestro
narcisismo infantil, nuestra agresividad asesina, resumiendo, revelarnos no solamente que "Yo (Je)
es otro" sino que es varios, peor aún, que el Yo(Je) es capaz de disolverse dejando el sitio a una
angustia sin nombre. ¡La cosecha de un análisis! ¿Quién la quiere? ¿Quién trata de abrir para
siempre una cuestión sobre todo lo que sabe y sobre todo lo que es? Que el analista se guarde
para él este beneficio ambiguo, dirán los que viven cómodamente a distancia de su inconsciente.
En resumidas cuentas, ¿un análisis nos ayuda a vivir con la gente normal? Nosotros somos
marginales y nos ocupamos de otros marginales. Si ya no fuera así, si el psicoanálisis un día cesa de
estar al margen de las normas aceptadas, pues bien, no seguirá cumpliendo su función.
Si la convicción "de ser normal" es una defensa caracterial que traba la libertad de pensar, ¿por
qué las personas están afectadas por esa convicción en tan gran número? ¿Cuáles son los signos
particulares cuál es la causa de esa aflicción? Trataremos de delimitar mejor la cuestión
desprendiendo los signos contrarios. Comparo fácilmente la personalidad llamada "normal" (tanto
desde el punto de vista estadístico, como del normativo) con la personalidad creadora. La mayoría
de las personas no son de ningún modo creadoras, en el sentido fuerte del término. Pero en una
perspectiva más amplia, debemos reconocer que el ser humano siempre crea algo en el espacio
que lo separa del otro, o de su deseo: puede ser una neurosis, una perversión, una psicosis o bien
una obra de arte o una producción intelectual. La cualidad variable de estas diferentes formas de
creación supera nuestro tema, pues se trata de esa "anormalidad" propia del psicoanálisis. Lo que
nos interesa más en particular ahora son las personas que no crean nada. Sin embargo, sería más
exacto decir que el caracterial de tipo normal se ha creado una coraza que lo protege contra todo
despertar de sus conflictos neuróticos y psicóticos. Ese individuo respeta las reglas recibidas así
como respeta las reglas de la sociedad, y no las transgrede nunca, ni siquiera en su imaginación. El
gusto de la madeleine no despierta nada en él, * y no perderá el tiempo en busca del tiempo
perdido. Pero a pesar de todo ha perdido algo. Esta normalidad es una carencia que afecta la vida
fantasmática, y que aleja al sujeto de sí mismo.
Los niños, que lo cuestionan todo, que imaginan cualquier cosa antes de ser "normalizados", al
lado de la

*Alusión a la obra de Proust(N. del T.)

mayoría de los adultos son sabios, auténticos creadores. Reaparece ante mí un recuerdo lejano:
Mi hijo, de tres años, me mira servir el té. "¡Eh, mamá! ¿por qué el té se queda en pie en la taza
cuando lo vuelcas desde la tetera?" Yo veía, como si fuera la primera vezm la clumna de té que,
efectivamente, se quedaba "de pie" entre la tetera y la taza. Por añadidura me sentí incapaz de
formular una explicación. ¿Por qué en la mayoría de nosptros, adultos, ese ojo infantil renuncia a
su búsqueda apasionada? ¿En qué momento caen los tabiques, y qué es lo que determina el
alcance de su opacidad o de su transparencia? La mirada asombrada del niño pequeño, fija en la
columna de té, ya se ha separado del cuerpo materno y de sus misterios. Ya comienza a
comprender que su mundo halla inconvenientes cuando él dirige su mirada y sus preguntas a las
columnas de agua que salen del cuerpo, y aún más , a la columna fálica del padre, a la que le falta
a la madre y a su conjunción impensable. Las interdicciones no aciertan en el espíritu del hombre.
Si no logra desviar su mirada y crear nuevos vínculos simbólicos, corre el riesgo de bajar para
siempre los ojos ávidos de la infancia. Todos tenemos sectores cerrados donde la luz de la
pregunta y de la duda no penetra, donde los vínculos insólitos ya no se establecerán. ¿Quién, en la
edad adulta, sigue siendo capaz de cuestionar lo evidente? ¿De dibujar con la ingenuidad
sofisticada de todo niño? ¿De ver en lo cotidiano lo fantástico que los otros ya no ven? ¿Un
Einstein tal vez, un Picasso o un Freud?
Sólo algunos artistas, escritores y sabios escapan a la ducha fría de la normalización, a la entrada
en el orden, a la pérdida de la magia del tiempo cuando aún todo era posible. Conservar la
esperanza de cuestionarlo todo, de trastocarlo todo, de cumplirlo todo, es un desafío contra las
leyes que regulan las relaciones humanas. Es aquí donde todo arte, todo pensamiento innovador
constituye una transgresión. De todos nosotros, ¿quién está siquiera a la altura de la creatividad
de sus propios sueños? Algunos genios y algunos locos tal vez.
Y están aún aquellos que no saben más soñar. si el loco borra la distinción entre la imaginación y
la realidad exterior, entre el deseo y su cumplimiento, los más enfermos de dichos normales
cortan la interpretación de esos dos mundos; el fluido de la vida psíquica no circula más. Lo
insólito, lo inquietante ya no tendrán acceso a lo consciente. Al igual que das Unheimliche -que
Freud hace derivar de su contrario, lo familiar- la normalidad, siguiendo la misma trayectoria, se
acerca cada vez más a lo que es "anormal" en la medida en que esta cualidad del Yo (Moi), este
sentido común (que sabe distinguir lo exterior del interior y el deseo de su realización), se aleja del
mundo de lo imaginario para orientarse únicamente hacia la realidad externa, fáctica y
desafectada, hasta crear una dislocación de la función simbólica, y abrirse así la puerta a la
explosión de lo imaginario en el cuerpo mismo.
Es evidente que el lactante, que aún no conoce las normas de la vida, si espera un día ocupar un
sitio en la sociedad que es la suya, deberá sufrir poco a poco el efecto normalizador del entorno,
con sus ideales y sus interdicciones. Pero un dominio demasiado grande del Yo (Moi) social,
razonable y adaptado, no es mucho más deseable que una predominancia de las fuerzas
pulsionales desencadenadas. Es difícil de precisar el punto en que la "norma" se convierte en la
argolla del espíritu y en el cementerio de la imaginación. No cabe duda de que se origina en la
relación primordial del niño con el seno, allí donde también se origina el primer acto creador del
sujeto: su capacidad de alucinar ese seno, y de mantenerlo en cuanto objeto psíquico en el interior
de él, para paliar la insoportable realidad, ¿Es posible que algunos, tal vez muchos, renuncien
demasiado pronto a su omnipotencia infantil, se deshagan demasiado rápido de sus objetos
transicionales, resuelvan demasiado bien su problemática edípica?
A la dificultad de ser, siempre es posible responder con una sobreadaptación al mundo real.
Todo amenaza entonces con pasar en circuito cerrado. La fuerza creadora, desordenada, se
quiebra contra esa coraza que pone en peligro la vida misma. Raspamos un poco esa corteza que
rodea a los que-están-demasiado-bien-en-su-piel - ¿y qué hallamos? ¿Una psicosis en potencia?
No cabe duda que la normalidad, erigida en ideal, es una psicosis bien compensada. Si hay
descompensaciones, el sujeto corre riesgo de vivir estallidos psicóticos, accidentes psicosomáticos,
o por lo menos, caer en The mid-life crisis, enfermedad de la longevidad. No diré sin embargo, que
el psicoanálisis no puede aportar nada a los super-normales. El trabajo analítico es un proceso
creador y los sujetos llevan en ellos mismos todos los elementos para crear su analista
y su aventura psicoanalítica, como cualquier otro. Cuando se internan en un psicoanálisis, si nada
se crea, tal vez sea porque nosotros no hemos sabido oír su llamado.
Digamos también en beneficio de este ser "normal", que él es el pilar de la sociedad, y que sin él
la estructura social estaría en peligro. Jamás derribará al Reino, y morirá de igual manera por la
República. Su epitafio: "Nació hombre y murió fontanero. ¡Pero ojo! ¿Por quién doblan las
campanas? ¿Por ellos, por mí, por tí? Nosotros también corremos el riesgo de morir
psicoanalistas. Esta suerte asecha a todos. El psicoanalista que se creyera "normal" y se atribuyera
el derecho de preconizar normas a sus analizados, amenazaría con ser muy tóxico para ellos.
Ahora bien, "nadie, dijo aproximadamente Freud, conducirá a sus analizados más lejos que quien
ha desarrollado por sí mismo la capacidad de cuestionarse".

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