You are on page 1of 19

Descargado en:

patatabrava.com

TEORÍA SOCIOLÓGICA CONTEMPORÁNEA (UCM)

TEMA 1 PARSONS TEORIA SOCIOLOGICA


CONTEMPORANEA

CURSO 13-
, MARIO
14
MARIO DOMÍNGUEZ

TALCOTT PARSONS: LA TEORÍA DE LA ACCIÓN SOCIAL

Claves de Sociología, 1998

La teoría de la acción social es una de las ramas del análisis del comportamiento social y como tal fue
una respuesta a los problemas de la disciplina y que a principios del siglo XX se pueden resumir en:

La sociología se enfrenta al abandono de sus pretensiones de ciencia universal y a la defensa de una


definición específica de sus tareas.

Necesidad de encontrar un método adecuado a la sociología. Se trataba de no generar un método


puramente introspectivo, sino en establecer la sociología como una ciencia empírica.

El tipo ideal de Weber puede servir de ejemplo tanto de la preocupación por el método en los
teóricos de la acción social como del intento de construir artificios para hacer más preciso el método
comparativo.

1. La estructura de la acción social

La obra de Parsons es sistemática. Consiste en ordenar una serie de conocimientos sobre los
problemas del comportamiento y la convivencia humana en un nivel alto de generalización. Para ello
construye unos esquemas básicos que integren los resultados de las aportaciones sociológicas más
importantes de manera que sirvan como marcos de referencia para las investigaciones empíricas. A
esta combinación de elementos empíricos y conceptualizaciones, apta para explicar la teoría de la
acción, Parsons la denomina «sistema empírico-teórico».

Su teoría funcionalista de la acción es, en cierta manera, una explicitación de la fe en el sistema


institucional liberal en medio de la crisis social norteamericana de la preguerra y un modelo teórico
floreciente en la época posterior a la victoria. Proyecto que encaja con la institucionalización
acelerada de la sociología y cuyo objetivo práctico era responder a la demanda científico—social de
la época. La afirmación de que el análisis sociológico solamente es posible a partir de los sistemas
de acción está presente desde sus primeras obras, y veremos cómo partiendo de un análisis más
metodológico que dinámico desemboca, al hablar ya de estructura social, en una idea importante: la
característica básica de un sistema es su índole social.

Su primera gran obra La estructura de la acción social (1937) está concebida como una polémica
contra el positivismo. Los principales rasgos de la teoría positivista de la acción, según los enumera
Parsons son:

1/Insistencia sobre la racionalidad.

2/Identificación de esta con los procedimientos de la ciencia moderna.

3/Análisis de los elementos conforme a un “atomismo” de actos unitarios, es decir, considerando a


estos como los átomos o unidades analíticas de los acontecimientos sociales.

4/La consideración de los fines (metas de acción) como ya dados y como si variaran al alzar en
relación con el sujeto.

5/Tratar la irracionalidad como una falta de conocimiento.

El procedimiento de Parsons es llevar a cabo una detallada crítica de varios pensadores para mostrar
los diversos conceptos aparecidos en sus obras y que al sintetizarse forman la “teoría voluntarista de
la acción social”. En esta teoría voluntarista, nuestro autor concibe la situación como indiferenciada
hasta que el actor realiza una serie de elecciones y orienta hacia ella su acción. Del mutuo contacto
entre la situación y la orientación surge de manera espontánea la significación.

En la teoría de la acción, el punto de referencia de todos los términos es la acción de un actor o de


una colectividad de actores. El interés de la teoría de la acción se dirige no a los procesos fisiológicos
internos del actor, sino a la organización de las orientaciones del actor respecto de una situación.

Cuando los términos se refieren a una colectividad se entiende que esta no significa todas las acciones
de los individuos miembros, sino únicamente de las acciones que ejecutan en su calidad de miembros.

La acción tiene una orientación cuando viene guiada por el significado que el actor le confiere
en relación con sus metas e intereses. Cada orientación de la acción implica a su vez un conjunto
de objetos de orientación que son importantes en la situación porque proporcionan posibilidades
alternativas e imponen limitaciones. Una situación proporciona dos clases principales de objetos hacia
los cuales el actor puede orientarse:

1. Objetos no-sociales, es decir, objetos físicos o recursos culturales acumulados.

2. Objetos sociales, esto es, actores individuales y colectividades. Los objetos sociales incluyen la
propia personalidad del sujeto así como también las personalidades de los otros individuos.

La pluralidad organizativa de tales orientaciones de acción constituye un sistema de acción. Toda


orientación de la acción hacia los objetos incluye selección, y en ocasiones, implica elección.

La selección se hace posible por medio de discriminaciones cognoscitivas: la posición y


caracterización de los objetos a los que se dota de valor positivo o negativo. A esta tendencia a
reaccionar, positiva o negativamente, se denomina modo catéctico de orientación, porque fija
a objetos que son gratificantes y rechaza aquellos que son nocivos; en esto estriba la naturaleza
selectiva de la acción.

Como la selección debe hacerse alternativamente entre objetos y gratificaciones, a través del tiempo
o en un instante en particular, parece claro que deben existir criterios evaluativos. Es pues necesario
para el organismo evaluar y comparar objetos inmediatos e intereses en relación a sus consecuencias.
Esta evaluación reposa entonces sobre normas que pueden ser tanto cognoscitivas de veracidad, como
apreciativas de pertinencia o morales de rectitud.

Tanto las orientaciones motivacionales, como las orientaciones de valor son modos de distinguir,
probar, distribuir y seleccionar; ellas son en definitiva las categorías para la descripción en el nivel
más elemental, de la orientación de la acción, que es una constelación de selecciones entre alternativas
posibles.

Es esencial puntualizar que los estructural-funcionalistas están interesados no sólo en saber cómo
realmente un actor ve de hecho la situación, sino también en cómo podría haberla visto, lo cual es
necesario para explicar por qué se elige una alternativa antes que otra.

El campo de alternativas de la orientación de la acción es determinado, no infinito, porque es


inherente a la relación del actor con la situación y se deriva de ciertas propiedades generales
del organismo y de la naturaleza de los objetos en su relación con dicho organismo. Este campo
determinado de alternativas disponibles marca los límites dentro de los cuales la variabilidad es
posible.

2. Análisis descriptivo y dinámico

El análisis completo de un sistema de acción comprendería tanto la descripción del estado del sistema
en un momento dado y los cambios en el mismo a través del tiempo, como los cambios implicados
en las relaciones de las variables participantes. Este análisis dinámico trata entonces sobre los
procesos de la acción y constituye la meta propia de la conceptualización y construcción de la teoría
sociológica.

El marco de referencia de la teoría de la acción se aplica en principio a cualquier segmento de la


esfera total de la acción y a cualquier proceso de acción de un organismo complejo. Dicho esquema
conceptual es apropiado sobre todo para la elaboración de la conducta humana. En la formación de
sistemas integrados por acciones humanas, o de componentes de la acción humana, esta elaboración
tiene lugar en tres configuraciones:

1. La orientación de la acción de cualquier actor determinado, y su proceso motivacional se convierte


en un sistema diferenciado e integrado. A este sistema los estructural-funcionalistas lo denominan
personalidad y queda definido como «el sistema ordenado de orientaciones y motivaciones de la
acción de un actor individual».

2. La acción de una pluralidad de actores en una situación común, es un proceso de interacción cuyas
propiedades son —hasta cierto punto— independientes de cualquier cultura común anterior. Esta
interacción se convierte también en un actor de diferenciar e integrar, y forma como tal un sistema
social.

3. Los sistemas culturales tienen sus propias formas y problemas de integración que no pueden
reducirse ni a los de su personalidad, ni a los del sistema social, ni a los de ambos en conjunto. La
cultura, aparte de su incorporación en los sistemas de orientación de los actores concretos, no está en
sí misma organizada como un sistema de acción. Por lo tanto, la cultura se halla, como sistema, sobre
un plano diferente del que ocupan los sistemas de personalidades y los sistemas sociales.

Algunas corrientes de la teoría psicológica sitúan las fuentes primarias de la organización de la


conducta dentro de la constitución del organismo, utilizando para ello alguna revisión de la «teoría
del instinto». El estructural-funcionalismo, apoyándose en parte en la relatividad cultural descubierta
por la antropología social y la sociología, cuestiona esta tendencia teoría del instinto sobre todo al
introducir como un aspecto esencial el análisis del “aprendizaje”.

En principio se constata la existencia de un amplio campo de variabilidad para los objetos y formas
de gratificación de cualquier necesidad. Lo que en definitiva se supone es la existencia de un grupo
de necesidades que, aunque organizadas a través de procesos fisiológicos, no posee las características
que permiten ser a tales procesos determinantes exclusivos en la organización de la acción. Dicho
de una forma más sencilla, la dirección y las formas en que estas necesidades pueden determinar la
acción son modificables por influencias que proceden de la situación de acción. Por otra parte, las
necesidades mismas pueden ser modificadas o al menos su efecto sobre la acción es modificable,
por el proceso de fusión con las llamadas “necesidades-disposiciones”. Este término de necesidades-
disposiciones se proponer para enfatizar que en la acción, la motivación asume un doble papel:
por un lado se halla implicada en el equilibrio del actor como una personalidad; por el otro, es una
disposición para actuar frente a uno o más objetos. Ambos aspectos son esenciales: se distingue de
“necesidad” a secas porque posee un grado más elevado de organización y porque incluye elementos
motivacionales y evaluativos que no están en las necesidades fisiológicas.

Además de las necesidades fisiológicas y de la más amplia discriminación entre gratificaciones


y privaciones, el organismo humano posee una capacidad para reaccionar ante los objetos,
especialmente ante otros seres humanos, sin que el contenido específico o la forma de reacción
estén en modo alguno fisiológicamente dados. Esta capacidad reactiva o potencialidad, puede ser
comparada con la capacidad para aprender el lenguaje. Es una sensibilidad especialmente significativa
allí donde hay interacción.

En resumen, vemos que el organismo actuante se orienta hacia los objetos sociales y no sociales de
dos modos fundamentales, simultáneos e inseparables:
1. Contacta con los objetos atribuyéndoles significación para la gratificación o para la privación de los
impulsos o necesidades. Así, el organismo se fija a un objeto que es fuente de gratificación o lo repele
por ser fuente de privación.

2. Conoce el campo del objeto, discriminando cualquier objeto particular de otros, y además,
señalando sus propiedades. Sólo cuando el actor conoce las relaciones de los objetos entre sí y las de
estos con sus propias necesidades, puede organizar su conducta.

El actor selecciona, o es llevado a selecciones culturalmente impuestas, entre objetos que son
accesibles con respecto a sus potencialidades de gratificación; al mismo tiempo selecciona entre las
formas de significación posible que esos objetos pueden tener para él. Las formas más primitivas de
esta selectividad son la aceptación (por ejemplo, el permanecer en un lugar confortable) y el rechazo
(el retirarse o evitar un objeto).

Los dos extremos de la relación de acción son, como sabemos, la unidad de acción (el actor) y su
situación, dicho en otras palabras, el ego que constituye el centro de la acción y los objetos que
interactúan con el ego. Podemos por tanto considerar el sistema de acción -o su unidad básica, la
relación actor-situación- ya sea desde el punto de vista del actor o desde la perspectiva de la situación
de su acción.

Desde el punto de vista del actor, es decir, la relación del actor con los objetos de su acción. Aquí
podemos hablar de la acción como “orientada” hacia la situación y denominar modelos de orientación
a aquellos que permitan diferenciar y analizar el conjunto de las relaciones actor-situación desde el
actor.

Desde la perspectiva de la situación de la acción, es decir, la significación del objeto u objetos para
el actor. Aquí consideramos la “significación” que tienen éstos para el actor según sus características
particulares. Los modelos que permiten este estudio se llaman modelos de cualidad (modality
patterns).

3. Modelos de orientación

Antes de pasar a su explicación es necesario tener en cuenta que el actor siempre orienta su acción
hacia un objeto porque se mueve por un interés, y/o quiere satisfacer una necesidad personal. El
concepto interés tiene un sentido muy amplio, no se restringe al interés económico o material, aunque
puede incluirlos. Intereses son cualquier clase de objetos que pueden satisfacer necesidades del actor
o evitar la privación de ciertos bienes. Hay objetos que satisfacen necesidades orgánicas y otros que
satisfacen necesidades de carácter afectivo o cultural.

Una vez establecido esto, cabe responder a la pregunta sobre el contenido de la relación entre el actor
y la situación, es decir, qué obtiene el actor a través de su interacción con los objetos sociales que
constituyen su situación de cara al equilibrio satisfacción-privación de su interés. A este aspecto de la
relación de orientación Parsons le denomina orientación afectiva.

El modo de orientación afectiva supone pues que la relación de interacción desde el punto de vista del
actor implica siempre una actitud afectiva, ya sea positiva o negativa.

Otro modo de orientación es el cognoscitivo, y consiste en los diferentes procesos por los cuales un
actor ve un objeto en relación con sus sistemas de necesidades. Incluiría por tanto la “localización” de
un objeto en el cosmos del actor, la determinación de sus propiedades, sus diferencias de otros objetos
y sus relaciones con ciertas clases generales.

Los modos de orientación afectivo y cognoscitivo son los componentes mínimos de cualquier acto de
orientación, son simultáneos y se interpenetran profundamente. Nadie puede orientarse si no hace una
distinción entre los objetos que constituyen su situación, pero al mismo tiempo nadie puede distinguir
los objetos sin que surja en él el interés hacia alguno. Todo conocimiento es también afectivo, y todo
afecto hacia un objeto ha de saber al menos distinguir dicho objeto de otros.

Es evidente que el modo cognoscitivo de orientación descubre entre los objetos que constituyen la
situación del actor, aquellos que pueden satisfacer al máximo sus necesidades personales, lo cual
implica una selección: de la masa de objetos que constituyen la situación, el actor escoge entre
aquellos que la proporcionarán el óptimo de satisfacción. La selección entre los objetos lleva a su vez
implícita una diferenciación de la acción o acciones correspondientes por parte del actor.

A este proceso por el cual el actor distribuye su energía entre las varias acciones en relación con los
diferentes objetos en un intento de alcanzar el óptimo de satisfacción, Parsons lo denomina modo
selectivo o valorativo de orientación. Aunque este modo no es más que un aspecto del proceso
afectivo-cognoscitivo de orientación, es fundamental porque permite organizar el sistema de acción.
En todo sistema de acción tiene que haber un mecanismo que distribuya y ordene los elementos
parciales de la acción dentro del marco general, algo que los biólogos denominan sistema básico de
instintos, pero Parsons, que elimina el organicismo de su sistema de acción, excluye al instinto y
atribuye toda la influencia al elemento valorativo o selectivo de orientación.

4. Valores de orientación

Hay que distinguir este modo de orientación valorativa de los estándares valorativos. El modo de
orientación implica un acto de conocimiento, los estándares valorativos en cambio son normas que
se transmiten de unas personas a otras y pueden ser observadas por el actor mientras realiza esta
valoración. Siguiendo la corriente más general entre la sociología de su época, Parsons les da el
nombre de valores culturales a este tipo de normas. «Un valor es un elemento que sirve de “criterio o
estándar de selección” entre las alternativas de orientación abiertas intrínsecamente en una situación»,
dice en El sistema social (p. 12).

Para mayor facilidad en el análisis, estos estándares pueden clasificarse según la relación que guardan
con los modos de orientación que ya conocemos. Existen ciertos estándares, normas o valores a los
que se debe ajustar la orientación en su aspecto cognoscitivo, afectivo y valorativo. De esta forma
tendremos valores o estándares cognoscitivos, estimativos y morales, respectivamente.

Los valores cognoscitivos son aquellas normas necesarias para la elaboración de nuestros juicios
sobre los objetos que constituyen la situación, de forma que tales juicios pueden considerarse válidos.
Aquí entrarían las leyes de la lógica, de la observación científica y otras parecidas.

En cambio, la función de los valores de estimación es darnos las reglas para juzgar si un objeto
dado, una serie o un modelo, tendrá o no una significación inmediata para la satisfacción de nuestras
necesidades. El modo de estimación de la orientación valorativa implica por tanto las vinculaciones
de la acción a estos valores estándares, los cuales nos permiten valorar la aptitud o solidez que tienen
para satisfacer nuestras necesidades aquellos objetos que hemos hecho centro de nuestro interés.

Finalmente los valores morales designan, en un sentido muy amplio, aquellos estándares que permiten
al actor calibrar los efectos o consecuencias que ciertas acciones particulares y tipos de acción pueden
tener para el sistema de acción. Dicho de otra forma, definen la responsabilidad del actor ante el
sistema de acción total.

En definitiva, a la conclusión que quiere llegar Parsons es que toda acción está siempre orientada
motivacional y valorativamente, es decir, que el actor realiza su acción movido por algo y de acuerdo
a unos determinados valores.

5. Tipos o clases de acción


Hemos visto que existen modos de orientación y estándares o valores de orientación. Todos ellos,
conjuntamente, constituyen los modelos de orientación y sirven para establecer una primera
clasificación de la acción.

Los tipos básicos de la acción son tres: la acción intelectual, la acción expresiva y la acción
responsable, a los que cabría añadir una específica que es la acción instrumental.

1º/ La actividad intelectual se da cuando el actor persigue ante todo intereses de carácter cognoscitivo,
y predominan en la acción valores cognoscitivos. Un ejemplo de este tipo de acción es la
investigación.

2º/ La acción expresiva es aquella en que prevalecen al mismo tiempo los intereses afectivos, como la
satisfacción inmediata de una necesidad y los valores de estimación.

3º/ La acción responsable o moral surge cuando hay que seleccionar los intereses de acuerdo con
valores o estándares que tienen un carácter preferentemente moral.

4º/ La acción instrumental tiene un carácter propio. La acción está orientada de modo cognoscitivo,
pero también persigue intereses de otro tipo. Es por tanto una acción orientada a conseguir un objeto
futuro, un estado de cosas que tienen posibilidades de dar satisfacción al agente y para cuya obtención
ha de intervenir él mismo. Esto es lo que la diferencia de la actividad intelectual, esto es, que tiende a
buscar un determinado objeto.

6 Variables modelos (pattern variables)

6.1. Definición

La reivindicación parsoniana del esquema de las variables—modelos ejemplifica el carácter


sistemático que el sociólogo norteamericano pretende para su teoría general. Su excesiva generalidad
y su pretensión analítica harán patente la insuficiencia de una categorización cercana a un delirio
formalista. Pero, prescindiendo de sus notables deficiencias, las variables—modelos constituyen el
conjunto analítico central para el análisis estructural—funcional de Parsons y son además la muestra
más explícita de su estrategia de derivación sistemática y generalización analítica de categorías a
partir del marco de referencia de la acción.

Las variables-modelos (pattern-variables) son los instrumentos teóricos más útiles para el análisis
de la acción, y se puede decir que constituyen la espina dorsal de la teoría parsoniana de la acción.
Este carácter central de las variables-modelos ha constituido también una atracción especial de los
sociólogos posteriores a Parsons, que han descubierto varias etapas en su formulación y con ello en la
propia teoría de la acción.

El sistema de acción es un complejo de unidades de acción que están en una situación con la que
mantienen las más variadas y heterogéneas relaciones. No es posible hacer un estudio exhaustivo
de todas estas unidades de acción y sus múltiples relaciones, y además no es necesario ya que los
elementos que existen son de muy desigual importancia. Hay pues que efectuar una simplificación
que consiste en destacar aquellas categorías, o grupos de relación actor-situación, que ofrezcan una
cierta uniformidad y permanencia. Estas relaciones, que serán consideradas como puntos de referencia
para el análisis de otras relaciones, reciben el nombre de «pattern variables» (modelos variables). Hay
que tener en cuenta que tales relaciones no son elementos reales de un sistema concreto, sino sólo un
esquema conceptual para clasificar los componentes de un sistema de acción cualquiera.

En sus primeras obras, como La estructura de la acción social (1937), sus conclusiones coinciden,
según algunos críticos, con las de Max Weber: las unidades últimas, las únicas verdaderas, son las
acciones sociales significativas. Aún no se plantea la necesidad de introducir el concepto de variables-
modelos. Después, con El sistema social (1951), Parsons se sitúa conscientemente frente a Weber.
En esta obra sostiene que los últimos elementos a que podrían ser reducidos los sistemas sociales
son ahora los “roles”, no las acciones sociales. Concentra su atención en los sistemas sociales y hace
de ellos las unidades últimas del análisis. Es entonces cuando formula las variables-modelos como
instrumentos para el estudio de los sistemas de acción social.

Podemos señalar tres etapas en la trayectoria de las variables-modelos. La primera se sitúa entre 1951
y 1953, en que edita en colaboración con E.A. Shils el libro Hacia una teoría general de la acción, y
aparece su trabajo más sistemático, El sistema social. En dichos textos Parsons construye una teoría
de los modelos al nivel de la unidad de acción, es decir, que tales modelos “miran” al sistema social
desde el punto de vista del actor.

El segundo momento corresponde al período 1953-1960, en que aparecen los Working papers in
the Theory of Action (Apuntes a la Teoría de la Acción), en colaboración con R.F. Bales y E.A.
Shils. Los modelos se describen en un nivel superior de análisis, que es el del sistema de acción
en sí mismo. Aquí las variables-modelos son un esquema conceptual para “mirar” hacia abajo,
hacia los componentes del sistema de acción desde la perspectiva del sistema mismo. Este tipo de
consideración fue aplicado después al estudio de la familia y el proceso de socialización, así como a
las relaciones entre el desarrollo económico y el sistema social. Esta segunda descripción no sustituye
a la primera, sino que detalla más ampliamente una parte de aquella.

La etapa final de la exposición de las variables-modelos está representada por los trabajos publicados
por Parsons a partir de 1960, en especial Teorías de la sociedad. En ellos estudia la utilidad de los
modelos para el análisis simultáneo de la unidad de la acción y del sistema de acción, así como de sus
relaciones mutuas y de las relaciones del sistema de acción con su entorno. Este último esquema no se
explicará en esta lección porque entraría más bien en la correspondiente a la estructura social.

6.2. Primera formulación. El análisis de la unidad de acción

Como hemos visto, Parsons supone que del mutuo contacto entre la situación y la orientación surge
de manera espontánea la significación. En este contexto la variable-modelo es una dicotomía, uno de
cuyos términos tiene que ser escogido por el actor antes de que la situación se le haga “significativa”,
por tanto, antes de que pueda actuar en relación con esa situación.

Sólo hay cinco pares de elecciones básicas que el actor puede hacer dentro del marco de la teoría de la
acción. Antes de establecer una relación definida con los objetos de la situación, deberá decidirse por
una de las siguientes alternativas posibles.

I. Dilema satisfacción-disciplina;

afectividad#neutralidad afectiva.

El primer binomio se centra sobre el problema de si el actor debe satisfacer sus intereses inmediatos
por una acción ordenada o si ha de tener en cuenta antes los efectos de su acción sobre el sistema de
acción.

La primera alternativa se llama afectividad y el actor tiende a expresar libremente ciertas reacciones
de carácter emocional ante los objetos que constituyen su situación.

La segunda posibilidad se denomina neutralidad afectiva y significa que el actor ha de reducir la


expresión emocional de sus impulsos a ciertos límites y someterlos a una ordenación o disciplina.

II. Dilema interés privado—interés colectivo;

orientación hacia el ego # orientación hacia la colectividad.


Es el mismo binomio de alternativas del Dilema I, pero desde otro punto de vista. Se trata de si le es
permitido al actor buscar algún interés privado, que sea distinto de aquellos en los que participa con
otros miembros de la comunidad.

III. Elección entre tipos de estándares de orientación valorativa;

Universalismo # particularismo.

El actor puede resolver el binomio anterior según sea el sentido de los estándares vigentes. Cabe
preguntarse si están definidos en términos generales, es decir, con un contenido independiente de la
relación concreta que puede existir entre la posición de un actor y los objetos de su entorno, o no.

En el primer caso, estos estándares o valores transcienden el contexto relacional concreto a que
se aplican, y el actor si actúa teniéndolos en cuenta, realiza una acción orientada según valores
universales. A este modo de orientación de la acción se denomina universalismo, por ejemplo, la
creencia de que es obligatorio cumplir un contrato o pagar una deuda de juego.

Si los estándares no tienen un contenido generalizado, sino que la relación actor-objeto se establece
en función de si los valores o propiedades que este objeto incorpora se adaptan a las características
personales del actor, entonces la orientación de la acción se denomina particularismo. Un ejemplo es
el individuo que ayuda a otro porque es su amigo.

IV. Elección entre las “modalidades” de los objetos sociales;

Realización # adscripción.

En la configuración de la acción influye no sólo el actor, sino el objeto mismo, es decir, influyen las
características que el objeto ofrece al ego y la amplitud del interés que tiene para él. Parsons distingue
dos clases de características objetivas:

Las cualidades. Son los atributos o propiedades que tienen los objetos y exigen al actor que obre de
una manera determinada. El actor se orienta al objeto por lo que éste es, porque es su padre, o su
hermano, o la autoridad. El modelo de orientación es así la adscripción.

Las actuaciones tienen un sentido activo. El objeto se ofrece al actor como un conjunto de
realizaciones. El actor se interesa en el objeto porque éste es capaz de ejercer ciertas actividades, por
lo que hace, no por lo que es. Este modelo de orientación es la actualización o realización.

V. La definición de la amplitud del interés del objeto;

Especificidad # difusividad.

Se plantea finalmente una disyuntiva cuando nos preguntamos si el actor se orienta hacia el objeto u
objetos de forma individualizada o global. El actor puede orientar su acción hacia un objeto por dos
motivos:

Porque ese objeto tiene para él un aspecto concreto que le interesa. En este caso la acción del
actor (ego) se orienta individualizadamente hacia la situación, y el modelo que regula la acción se
denomina así especificidad.

El actor puede orientarse hacia el objeto también porque éste le interesa en su conjunto, es decir,
porque le ofrece varios aspectos parcialmente significativos. En estos casos la acción está orientada de
forma global, y el modelo que se configura es el de la difusividad.

Vemos que los binomios IV y V surgen al poner especial atención en el objeto como término de
la relación activa. El binomio adscripción—actuación configura la acción según las características
del objeto, el de especificidad—difusividad, según la amplitud de interés que el objeto tiene para el
actor. Según estas consideraciones, el esquema analítico de la acción podría organizarse como en el
Esquema 1.

Esquema 1. ESQUEMA ANALÍTICO DE LA ACCIÓN

Conviene advertir que la acción ofrece tres aspectos distintos desde el punto de vista analítico: el
aspecto cultural, el psicológico y el social, según que la pongamos en relación con objetos culturales,
con las necesidades del ego o con objetos sociales respectivamente. Las variables-modelos clasifican
de manera diversa la acción en cada uno de estos aspectos.

Desde la perspectiva cultural, las variables-modelos tienen carácter normativo, es decir, presionan
sobre el comportamiento humano como reglas de conducta que se imponen socialmente y prescriben
al autor una u otra alternativa de los cinco binomios posibles. Son estándares valorativos que
estimulan al actor a obrar en una línea determinada e influyen en que cristalicen en él ciertos hábitos
de elecciones.

Desde el punto de vista psicológico, las variables-modelos entran en la acción al modo de hábitos
de elección, llevando al actor a tomar un comportamiento u otro según las posibilidades que tiene de
satisfacer sus necesidades personales en una situación concreta.

Desde la perspectiva social, las variables-modelos entran en la acción como tipos de “expectativas de
rol”, como comportamientos cristalizados socialmente que los actores esperan unos de otros.

Diversos autores que se han ocupado de esta primera formulación parsoniana mantienen que este
esquema hace extremadamente complicado el proceso de elección, máxime si combinamos este
modelo con las diversas clases de objetos que puede ofrecer la situación, ya que se llega a un número
excesivo de actos de elección disponibles para el actor antes de iniciar su comportamiento. En
cualquiera de los casos, el actor tiene que establecer una relación con uno o más objetos de las
clases de objetos enumerados, de acuerdo con uno o varios de los modelos que ya conocemos. Aun
refiriéndonos a una persona y un objeto fijos, son 1.024 los actos que el actor puede poner ante una
situación. Y si consideramos el caso de la interacción, donde ego y alter son actores, los posibles
modos de interrelación serían ya 1.048.576 (1.024 x 1.024). Este tipo de modelos no son pues
aplicables.

6.3. Segunda formulación. El sistema de acción

En esta formulación, Parsons junto a E.A. Shils y R.F. Bales, simplifica el esquema inicial y lo
reorganiza. Elimina el binomio “orientación hacia el ego#orientación hacia la colectividad” y, más
importante, polariza las variables modelos en torno al actor y al objeto. De este forma las variables se
dividen en dos grupos que se corresponden entre sí: actitudinales (binomios I y III), y objetivas o de
clasificación de objetos (binomios IV y V). Cada variable actitudinal está vinculada a dos variables
objetivas, y de forma inversa según el siguiente esquema de correspondencia:

Correspondencia entre modelos actitudinales y objetivas

Primer Modelo Segundo Modelo

Afectividad............Actuación Especificidad............Actuación

Neutralidad............Cualidad Afectividad............Particularismo

Especificidad............Universalismo Difusividad............Cualidad

Difusividad............Particularismo Neutralidad............Universalismo

De ahí concluye Parsons que las variables-modelos se agrupan en cuatro conjuntos especialmente
caracterizados en una combinación fija de los modelos actitudinales (a) y dos modelos objetivos (o),
de la siguiente forma:

1. Especificidad (a) — Neutralismo (a) Universalismo (o) — Actuación (o)

2. Afectividad (a) — Especificidad (a) Particularismo (o) — Actuación (o)

3. Difusividad (a) — Afectividad (a) Particularismo (o) — Cualidad (o)

4. Neutralidad (a) — Difusividad (a) Cualidad (o) — Universalismo (o)

7. Fases del proceso de acción

Al final de su vida y tras varios estudios sobre el papel de la juventud o de las profesiones, Parsons
mantuvo una cierta continuidad respecto al marco estructural-funcionalista de su periodo intermedio
y más fructífero, esto es, el de El sistema social. Sin embargo, a pesar de la continuidad, en su
última etapa sus teorizaciones habían sufrido una profunda transformación, sin que por ello haya
que sostener que se produce una ruptura radical con respecto a su obra previa. Paradójicamente en
ese periodo intermedio quedaba mucho del pensamiento marxista y utilitarista a los que tan distante
ideológicamente se encontraba. Fue Marx quien había utilizado los supuestos racionalistas de la
teoría utilitarista para desarrollar un modelo de la sociedad en torno a la metáfora de “estructura/
superestructura”, arguyendo que las fuerzas materiales y económicas forman una base sobre la
cual se construyen todos los elementos morales e ideológicos. Irónicamente hallamos algo similar
en la teoría del periodo intermedio de Parsons: se considera como primaria una parte del sistema
social, la asignación que constituye la esfera de la actividad instrumental, el “primer actor”. Por
otra parte, la integración, se trata como una esfera reactiva que “limpia las manchas” procedentes
de esa primera esfera, haciendo que la gente crea en los escrúpulos morales y si falla eso, aplicando
controles sociales. Al diferenciar de este modo entre asignación e integración, Parsons parece
asociarlas respectivamente con “medios” y “fines”. Más aun, implica que el interés de una sociedad
en la asignación de medios viene primero, que la integración se encarga ante todo de los problemas
creados por la asignación, y que los elementos ideales como los valores existen porque es preciso
controlar las cosas materiales como el dinero y el poder. Pero el paralelismo con la metáfora marxiana
va más allá, pues sobre esta división material-ideal Parsons superpone la antítesis entre conflicto y
orden: la asignación no sólo se relaciona con los medios, sino que crea conflictos; la integración no
sólo se relaciona con los fines, sino que está consagrada a la restauración del equilibrio. Esto plantea
un interrogante muy “marxista”: ¿habría valores si el equilibrio se pudiera sostener sólo durante
los procesos de asignación? En su periodo intermedio, Parsons, el gran crítico del materialismo,
irónicamente habría tenido que responder que no.

Esta contradicción se debe a que Parsons intentaba hacer dos cosas al mismo tiempo. Por una parte
trataba de describir los procesos sociales fundamentales que producen los diferentes “elementos”
del acto básico: medios, fines, normas y condiciones. Esto marcaba la referencia “presuposicional”
de su modelo. Por otra parte, trataba de utilizar este miso vocabulario conceptual para diferenciar
tareas empíricas específicas, por ejemplo, la producción económica de disponibilidades a partir de
los procesos de control social, lo cual marcaba la referencia “proposicional” de su modelo. Al tratar
de realizar ambas tareas acaba por no realizar ninguna del todo. Por ejemplo, cuando habla de la
asignación de disponibilidades está obligado a mencionar la producción de ciertos elementos ideales
como las normas, y cuando habla de las recompensas integradoras tiene que mencionar la asignación
estratégica de sanciones materiales como el dinero.

La prueba más reveladora de los problemas de este esquema del periodo intermedio es la ambigua
situación de las “recompensas”. Se las define como “medios”, pero siempre se las relaciona con los
valores, fenómenos fundamentalmente estructurados por el sistema de “fines”. Tratará de superar
esta ambigüedad en sus últimos trabajos al desarrollar un modelo teórico que se apega más a sus
intereses presuposicionales, esto es, relativos a los fines, normas y condiciones que no identifican
tareas específicas. El nuevo modelo pues no describe tareas empíricas detalladas, sino que encara
casi exclusivamente los procesos sociales que producen los diversos elementos del acto básico, de ahí
que este modelo se asiente sobre un nivel de abstracción mucho mayor. Tal abstracción constituye
una gran ventaja, pues es más elegante y simple, y permite a este autor resolver aspectos que antes
lo confundían. Al mismo tiempo esta abstracción posee desventajas, pues su elaboración aparta a
Parsons de los detalles del mundo real.

Parsons denominó “modelo de intercambio” a su nuevo descubrimiento (Economy and Society,


1956). Sus estudiantes lo apodaron el modelo AGIL, un acrónimo basado en la primera letra de cada
subsistema y que además comunica la mayor flexibilidad o “agilidad” [agile] del nuevo modelo.
A por adaptation (adaptación), G por goal-attainment [capacidad para alcanzar objetivos], I por
integration [integración] y L por latency [estado latente]. El modelo AGIL divide el sistema social
en cuatro dimensiones, ninguna de las cuales se corresponde del todo con institución alguna y cada
una de ellas se relaciona además tanto con la estabilidad como con el cambio. Las cuatro dimensiones
representan diversos grados de proximidad a problemas ideales y materiales, y la intención del
modelo consiste en sintetizar las tradiciones idealistas y materialistas del modo más efectivo posible.

Estos conjuntos de modelos sirven ahora para definir separadamente las varias fases del proceso de
acción. Cada fase de este proceso se identificaba con una dimensión del sistema y se describía antes
por un modelo actitudinal y otro objetivo; ahora se describe en términos de la actividad que le está
asociada en forma predominante, el tipo de orientación hacia los objetos y el tipo de actitud, es decir,
por cuatro modelos que serían.

Adaptación (A) Capacidad para alcanzar metas (G)


Disponibilidades económicas[#?] Metas políticas[#?]
Mantenimiento de patrones (L) Integración (I)

Valores[#?] Normas[#?]

FASE A: Fase de Adaptación

Adaptación (A), es una dimensión que representa las fuerzas del sistema social más cercanas al
mundo material, las fuerzas coercitivas, condicionales, a las que debemos enfrentarnos y adaptarnos,
nos guste o no. La economía es la esfera más estrechamente relacionada con la esfera de la
adaptación. La actividad asociada tiende a lograr esa adaptación. La orientación a los objetos se
configura de acuerdo a los modelos universalistas y actuaciones; la actitud se configura de acuerdo
con el de especificidad y neutralidad.

Es la primera desde el punto de vista analítico y tiene dos clases de problemas:

ajustar el sistema de acción a las exigencias inflexibles de la realidad,

y las que surgen por la transformación de esa misma realidad exterior al sistema.

La actividad que caracteriza esta fase tiende a “dominar” el contorno externo en que está localizado el
sistema de acción, y ofrece por eso un carácter instrumental. Además es preciso que las características
del entorno sean definidas de manera universalista. El carácter instrumental de la actividad asociada a
esta fase exige también que el actor emplee ciertos objetos para transformar el contorno del sistema.
El actor considera esos objetos como causas que producen ciertos efectos. En los casos de integración,
tales objetos son las personas en cuanto actúan. El actor-ego tiene en cuenta lo que estas personas
hacen y cómo lo hace, y de acuerdo con ello orienta su propia acción.

Este modelo de orientación de la acción refleja la influencia del modelo “actuación”. Por otra
parte, hasta que se alcancen los objetivos propios del sistema, el actor-ego tiene que disciplinar sus
reacciones emocionales hacia esos objetos, y aquí entra en juego el modelo de neutralidad.

FASE G: Fase de Obtención de objetivos o de satisfacción en los objetos alcanzados

La capacidad para alcanzar metas (G) representa fuerzas que, a pesar de sufrir la fuerte influencia
de los problemas materiales y de adaptación, están más sujetas a un control ideal. La organización
es la clave de este subsistema; procura controlar el impacto de las fuerzas externas con el objeto
de alcanzar metas delimitadas. La política y el gobierno son las esferas sociales más claramente
asociadas a este subsistema. El interés que el objeto tiene para el actor es aún residual y específico,
el actor lo valora desde la perspectiva de la significación que tiene para la satisfacción de sus
necesidades, es decir, en términos del modelo “actuación”.

Además, si en la fase anterior la obtención de los objetivos de la acción supone el término de una
actividad que debía someterse a una disciplina, ahora la obtención es ya un hecho y significa que el
actor se satisface plenamente en los objetos poseídos. La afectividad caracteriza la acción en esta
fase. Y como el objeto es para el actor posesión y goce, la relación que une a ambos es evidentemente
particularista.

Fase I: Fase de Integración: la actividad asociada mantiene la integración

La integración (I) representa fuerzas que afloran del impulso inherente a la solidaridad, esto es, al
sentimiento de pertenencia conjunta que se desarrolla dentro de los grupos. Como es específicamente
grupal está regulada por normas antes que por valores más genéricos. Así, aunque se ve menos
influida por consideraciones objetivas y materiales que A o G, la integración está menos regida por
consideraciones puramente subjetivas de lo que podríamos suponer.
La actividad asociada tiende hacia la integración de los objetos, es pues instrumental-expresiva. La
orientación a los objetos se configura de acuerdo con los modelos de Afectividad y Especificidad. La
orientación hacia los objetos se configura de acuerdo con los modelos de Particularismo y Cualidad.
La actividad se configura de acuerdo con los de Difusividad y Afectividad.

El proceso de acción es como un fluido energético a través de las diferentes fases sin solución de
continuidad, ligando unas fases con otras. Así, la fase de integración está ligada a la fase de obtención
de objetivos —como ésta a la fase de adaptación— por dos características que les son comunes y
aparecen diferenciadas de ella por dos que cambian.

La integración perfecta se realiza a través de un conjunto determinado de relaciones entre las unidades
miembros del sistema, que refuerzan su carácter global como entidad única. La actividad ligada
a esta fase es “afectiva”. La relación que el actor establece con los objetos que forman parte del
sistema es, además de afectiva, también particularista. Sin embargo, esta fase tiene dos aspectos que
la diferencian de la anterior. El interés del actor no se dirige hacia un aspecto “específico” del mismo,
sino hacia el conjunto de atributos que constituyen el objeto. Es un interés difuso e indeterminado.

Desde otro punto de vista, el interés brota en el actor porque el objeto posee esas cualidades que le
hacen amable, no porque realice una actividad especial. De ahí que junto al modelo de difusividad,
rige el modelo de “cualidad”.

FASE L: Fase de Latencia: la actividad asociada tiene un carácter simbólico y afectivo

El mantenimiento de patrones o estado latente (L) representa a las fuerzas más puramente subjetivas
de la sociedad. Es la esfera de los valores generales, aunque se trata de valores cuya relación con
los problemas objetivos es suficiente como para ser institucionalizados. De todas formas L es a fin
de cuentas una dimensión del sistema social, antes que del cultural, así que también está sujeto a
restricciones materiales.

Esta fase corresponde en realidad al estado hipotético inicial y final del proceso considerado como un
movimiento de emergencia de la estructura del sistema de acción. Hay períodos de tiempo en que el
proceso de acción no fluye con intensidad normal, sino que desaparece bajo la corteza institucional de
las relaciones sociales; después retorna a la superficie y recupera el volumen e intensidad anteriores.
Para que el proceso de acción pueda fluir de nuevo tras estos períodos de crisis, es necesario que
durante ellos se “mantengan” ciertos modelos motivacionales y culturales, que no son tan visibles
como cuando el sistema está en interacción activa, pero están presentes en el proceso, limitando
la interferencia de otros sistemas que podrían impedir su reactivación. En definitiva, los modelos
culturales y motivacionales se mantienen en estado latente y, al mismo tiempo, se expresan de forma
que sea posible la supervivencia de las unidades y del sistema como unidad integrada.

Esta presencia latente y expresiva de los modelos culturales y motivacionales no se da sólo en


los períodos de emergencia en que se suspende el proceso de la acción, sino en aquellos en que
predomina una fase determinada. En esta fase ya hemos dicho que la interacción es apenas visible,
pero durante ella pueden brotar ciertos actos “expresivos” que manifiesten el estado interior de los
miembros del sistema.

La aparente inactividad del sistema tampoco impide que las unidades-miembros establezcan
relaciones entre sí y con los objetos exteriores al sistema. Estas relaciones con los objetos surgen no
porque éstos puedan o no ejercer una actividad, sino porque poseen un conjunto de cualidades que
tienen una significación propia para el estado afectivo del actor. El interés que los objetos tienen para
el actor es pues “difuso, indeterminado y cualitativo”. A través de estos aspectos, la fase de latencia
de los modelos está ligada a la anterior fase de integración.

No obstante, la fase de latencia posee dos características propias que la distinguen de la fase de
integración. Son la neutralidad y el universalismo de los objetos. El estado emocional de los actores
se expresa aquí de forma disciplinada y aunque la tensión se libere en parte a través de ciertos
comportamientos afectivos, la energía potencial del sistema se distribuye de acuerdo con los modelos
latentes. La acción además está orientada hacia los objetos de manera universalista, es decir, que «el
actor ve el objeto como asociado a otros objetos y lo maneja de acuerdo con leyes lógicas en diversos
niveles de generalización afectiva».

8. Movimiento del proceso de acción

La secuencia del proceso de acción es la misma en el nivel de lo macro y lo micro en términos


sociales, es decir, tanto en relación con el sistema como con la unidad de acción. El movimiento
se inicia hipotéticamente en la fase de adaptación: algún elemento externo influye en el actor
—individual o colectivo— y despierta en él el interés hacia ciertos objetos; el actor establece una
relación con estos y relaja su tensión al poseerlos: es la fase de gratificación de objetivos. Sin
embargo durante esta fase quedan en reserva ciertos modelos latentes que permitirán al sistema
reactivarse de nuevo cuando se hayan satisfecho las necesidades de las unidades de acción. El circuito
de la acción se cierra en la fase de integración, cuando las unidades que forman el sistema se sienten
solidarias. El modelo ideal del desarrollo de la acción es entonces el siguiente: A > G > I >L. En este
sentido debe avanzar también el análisis para que se ajuste a la lógica interna del proceso de acción.

Esquema 2
Parsons estudia, a modo de ejemplo, las relaciones de los pequeños grupos con el grupo social más
amplio de que forman parte. Supongamos que el grupo se reúne habitualmente para decidir sobre
algo. Las reuniones tienen carácter “integrador”, polarizan sus esfuerzos hacia una meta común.
No obstante, también por hipótesis, esas personas forman parte de una organización más amplia, y
mantienen con ella relaciones que les obligan a separarse y a adaptarse a toda clase de presiones e
incitaciones sociales. Los individuos recogen todas las experiencias que encuentran en sus relaciones
con la organización, las llevan a la reunión de grupo y las comunican a los demás. Ciertos elementos
externos entran así en el proceso de decisión del grupo y contribuyen a su “reintegración”.
Las relaciones grupo—organización son parejas que surgen entre un microcosmos y un macrocosmos
de acción, y entre la fase de integración y las demás fases del proceso activo. Parsons refleja estos
aspectos en el Esquema 3:

Esquema 3

Su explicación es sencilla. El cuadrado total representa el sistema macro de acción. Las celdas
grandes con las letras A, G, I, L corresponden a las diversas fases del proceso de acción y tienen
las significaciones concretas que ya hemos señalado. El sistema de acción es un todo dinámico
que exige la “integración” de sus unidades, algo que es posible en la medida en que esas unidades
se “intercomunican” a través de un conjunto de símbolos. Los símbolos están por eso incluidos
en la celda de integración (I) y se representan por las celdillas a, g, l, i. Estas letras minúsculas
corresponden a las mayúsculas y hacen referencia a los símbolos que permiten la “intercomunicación”
de las unidades en cada una de las fases del proceso de acción. Cada fase es así representada en su
dimensión simbólica en la fase de integración. Esta se constituye a su vez por la combinación de las
fases anteriores y forma con ellas el “macrocosmos” de acción.

En este macrocosmos de acción ya nos encontramos en el terreno de análisis de la estructura social,


con lo cual se cumple una de las necesidades básicas de la teoría de la acción: el desplazamiento
del esquema subjetivo idealista al esquema objetivo de las relaciones; o dicho de otra forma,
del planteamiento de medios y fines del sujeto, al de las estructuras y funciones sociales, de la
problemática nominalista del sujeto-actor a la problemática realista del sistema.

Aquí la perspectiva cambiará, en contraste con la noción sublimada del actor como ego, en el estudio
del sistema se mantiene no una entidad substantiva, una mente, como si estuviera más allá del
organismo y del mundo de los objetos (el actor), sino un organismo relacionado con el mundo natural.
En lugar de la orientación hacia los fines, ahora importa la orientación hacia la situación, de ahí que
la denominación más subjetivista de acto—unidad se reemplace por la de unidad de acción en un
sistema. Porque tal vez lo más importante de este paso de la orientación del actor hacia la situación
es cambiar la perspectiva básicamente metodológica hasta aquí adoptada por Parsons, y que no le
permite más que definiciones lógicas, por un punto de vista dinámico que introduce el concepto de
sistema en el sentido técnico, esto es, en tanto que interactivo—relacional.

Ninguna de estas esferas o subsistemas es totalmente ideal ni material. El propósito de dibujar los
subsistemas de este modo es poder concentrarse en el fenómeno de las “relaciones con subsistemas
limítrofes”. Cada esfera de actividad es un subsistema cuyos límites están compuestos por otros
subsistemas con preocupaciones más materiales o más ideales. A partir de esta intermediación,
Parsons llega a la conclusión de que hay interdependencia: cada subsistema establece intercambios a
través de sus límites, cada cual necesita aquello que pueden brindar los subsistemas limítrofes, y cada
uno de los subsistemas contiguos necesita lo que él a su vez puede brindar.

Cada nivel de interés ideal y material depende pues de aquello que recibe de subsistemas con intereses
más materiales o ideales. Parsons utiliza una analogía económica para subrayar esta interpenetración:
se produce cada subsistema a partir de una combinación de los datos que recibe de los subsistemas
limítrofes. Cada uno de los cuatro subsistemas crea un producto o dato característico: dinero, poder,
normas, valores. Este produce se crea a partir de datos o “factores de producción”, que ingresan
en el subsistema desde los que lo rodean. El producto a su vez se transforma en un nuevo factor de
producción, un dato, en la creación del producto de los subsistemas contiguos.

La economía por ejemplo está integrada por factores de producción derivados del subsistema G
(la organización interna de las empresas es política, en el sentido parsoniano, tal como lo es el
respaldo externo del Estado); desde el subsistema I (normas legales que regulan los contratos y la
solidaridad de los actores económicos) y desde el subsistema L (compromisos con valores generales
internalizados en la personalidad de los actores económicos). Estos factores interactúan con las
exigencias específicas de la adaptación material (problemas de A) para producir bienes y servicios
económicos, a menudo representados por productos de riqueza monetaria.

En un ejemplo distinto, la Iglesia, aunque es la institución prototípica de la vida cultural, no se trata


como una emanación del sistema cultural. Está más arraigada en compromisos de valor que en la vida
económica, pero también está afectada por factores de las exigencias económicas, de la organización
(respaldo o antagonismo) del Estado y de la naturaleza de las normas y relaciones solidarias de la
sociedad.

Aunque las instituciones modernas tienden a especializarse en la producción de diversas clases de


bienes, cada una de ellas sea cual sea su especialización también se puede dividir internamente en
cada una de las cuatro dimensiones funcionales. Dentro de una Iglesia hay fuerzas de adaptación,
políticas, integradoras y de mantenimiento de patrones, así como dentro de una empresa hay puestos
especializados en la regulación interna de los valores, la promulgación de normas y la solidaridad.

Este modelo hace imposible pensar que cualquiera de los procesos sociales básicos es material o
ideal por sí mismo. La operación continua de cualquier institución se puede analizar sólo mediante
sus relaciones con diversos subsistemas limítrofes. También es obvio que, al menos en principio,
este modelo de intercambio puede resolver el segundo problema del periodo intermedio, esto es, la
tendencia a establecer una separación entre análisis de la estabilidad y análisis del conflicto. Según
la teoría del intercambio ningún subsistema se especializa en la estabilidad ni en el cambio, ambos
procesos son posibilidades empíricas siempre presentes. El equilibrio depende de una reciprocidad
general entre los factores de todo el sistema social. Así, cada subsistema debe obtener cierto respaldo
de los sistemas contiguos, el cual dista de ser automático: depende de que el subsistema pueda brindar
a los contiguos las disponibilidades que precisan.

Las fuerzas producidas por cada subsistema del modelo de intercambio se ejercen a menudo de
manera “invisible”. Las normas que produce I, por ejemplo, no son cosas concretas que la gente
encara conscientemente, y los “problemas organizativos” (producto de G) que enfrenta un grupo
no siempre están encarnados en una persona o Estado real. Pero Parsons sugiera que estas fuerzas
subsistémicas adoptan a menudo una forma muy concreta y específica, y denomina “medios
generalizados de intercambio” a las formas concretas de los productos subsistémicos. El medio para
el subsistema de adaptación es el dinero, para el alcance de metas la estructura del poder, para el
sistema integrador la influencia, y para el mantenimiento de patrones los compromisos de valor. Cada
uno de estos medios es una sanción o recompensa concreta, se esgrime por personas e instituciones
que intentan obtener resultados en su interacción con otros. Los Estados y los políticos esgrimen el
poder para que las personas acepten sus metas, las empresas y empresarios usan el dinero para obtener
cooperación, las universidades e iglesias invocan valores consagrados (como Dios o la racionalidad)
para obtener fieles, los representantes de los grupos solidarios usan la influencia para que la gente se
una a ellos.

Detrás de cada medio se encuentra el proceso de intercambio. En el curso de una acción particular los
individuos, grupos o instituciones “representan” un subsistema particular; actúan en su propio interés
dentro de los confines del intercambio. Esgrimen un medio con la esperanza de cambiar una parte por
los medios propios de subsistemas contiguos. Al hacerlo, aspiran a ganar los “factores productivos”
necesarios para producir más de los propios.

Como consideraba que los medios estaban atrapados en las vicisitudes del intercambio, Parsons
conceptualizó la forma de cada medio de manera flexible. Consideraba que cada medio tenía una
suerte de doble personalidad: por una parte, puede ser generalizada y simbólica, una forma que se
corresponde con la aceptación ajena sobre la base de la confianza. Los billetes de dinero por ejemplo
son un mero símbolo de bienes y servicios, pero la gente acepta este frágil papel a cambio de bienes
reales porque confía en la promesa de su valor. Aunque cada medio consiste en base y símbolo, los
sistemas sociales funcionan con menos fricciones si la forma simbólica cuenta con amplia aceptación.
Si todos los actores económicos pidieran bienes reales a cambio de servicios, regresaríamos a la
economía de trueque. Ese intercambio restringido minaría la división del trabajo y eventualmente
la riqueza de la sociedad. Esta dinámica descrita brevemente para el dinero se aplica también a los
otros medios. Por ejemplo, si analizamos la influencia observaremos qué su “base” consiste en la
solidaridad sentida o experimentada. Si el sistema integrador falla y la influencia simbólica se ve
rechazada, el fundamento de la solidaridad experimentada se vuelve tan estrecho que la capacidad
para ejercer influencia termina por limitarse sólo a lazos familiares y sanguíneos.

Obras de Talcott Parsons (en castellano)

* Ensayos de teoría sociológica, Edit. Paidós, Buenos Aires, 1967 (original 1954).

* El sistema social, Revista de Occidente, Madrid, 1966 (orig. 1951).

* con N.J. Smelser, Economy and Society, Nueva York, Free Press, 1956.

* Estructura y proceso en las sociedades modernas, Instituto de Estudios políticos, Madrid, 1966
(orig. 1960).

* La estructura de la acción social, Edit. Guadarrama, Madrid, 1968 (orig. 1937)

* Hacia una teoría general de la acción, Edit. Kapelusz, Buenos Aires, 1968 (orig. 1951).

* Apuntes sobre la teoría de la acción, Edit. Amorrortu, Buenos Aires, 1970 (orig. 1953).

* La sociedad. Perspectivas evolutivas y comparativas, Edit. Trillas, Méjico, 1974, (orig. 1961)

You might also like