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EL MÉTODO DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

La contribución fundamental de la teología de la liberación a toda la tarea teológica


fue colocar la cuestión social en el centro de la reflexión. Su punto de partida, la
experiencia espiritual en el pobre y el oprimido, la llevó a de anunciar los
condicionamientos sociales, económicos y políticos que pesan sobre la vida de la Iglesia y
sobre la reflexión teológica. La pretendida imparcialidad de la teología sólo refleja el
compromiso de preservar el statu quo imperante. Por eso, la liberación de la teología de la
interpretación prevaleciente de la revelación -especialmente, de la Biblia proclamada por
Juan Luis Segundo, constituye una necesidad para responder a las urgencias de la
realidad social.
La parcialidad por los pobres fue fruto de entender la realidad en términos de dependencia.
El pobre es marginado y excluido por estructuras económicas, políticas y sociales injustas.
Lo político, de esa manera, se vuelve centro en la teología de la liberación como medio
indispensable para alcanzar la trasformación de las estructuras. La mediación socio
analítica se convirtió en elemento constitutivo del método teológico para poder com-
prender la situación social a la que esa teología se dirige. «La teología de la liberación se
distingue por un compromiso claro con el método de hacer teología en el contexto de los
problemas de opresión humana con la finalidad de contribuir a su solución.»
La opción por los pobres es radicalmente evangélica y constituye por eso un criterio
importante para operar un discernimiento de los acontecimientos de nuestros días. Más
aún: la opción preferencial por los pobres tiene su raíz en la gratuidad del amor de Dios
que se inclina hacia ellos, no porque sean mejores que los otros, sino porque Dios es
Dios.15 Una reflexión teológica que no presuponga ese fundamento está traicionando el
proyecto del Reino de Dios anunciado por Jesús y el dinamismo de la conciencia
intencional que pregunta sin restricciones y que en el contexto latinoamericano implica
preguntarse por la suerte de las víctimas, de los últimos de la historia.
En este mismo sentido debemos afirmar que a la luz de la teología de la liberación, la
propuesta de Lonergan debe asumir la cuestión social, entendida como la experiencia
espiritual en el pobre y en el oprimido, como uno de los fundamentos de la tarea teológica,
si pretende afirmar una palabra relevante a esa situación de injusticia y marginación de
los pobres y excluidos

La experiencia de conversión al Dios de la vida


Al preguntar dónde se inscribe el punto de partida de la teología de la liberación en el
método de Lonergan, señalamos su lugar en la quinta especialización funcional del
método: los fundamentos. Ahí el teólogo explícita el horizonte a partir del cual elabora su
teología. Las conversiones intelectual, moral y religiosa16 son la base de ese horizonte.
Ellas no son un conjunto de premisas fijas a partir de las cuales se deducen unas
conclusiones. Son una experiencia fundamental y decisiva que provoca un cambio en la
realidad humana del teólogo.
El cambio radical en los teólogos de la liberación se produjo por la irrupción de la
experiencia de Dios en el pobre y en el oprimido. Contemplando la realidad social, llegaron
a captar algo que afectaba lo más sensible de la existencia: en un contexto de muerte, los
pobres creen en el Dios de la vida:
Santo Padre: tenemos hambre. Sufrimos miseria, nos falta trabajo, estamos enfermos.
Con el corazón partido de dolor, vemos que nuestras esposas pasan la gestación
tuberculosas, que nuestros bebés mueren, que nuestros hijos crecen débiles y sin futuro.
Pero, a pesar de todo eso, creemos en el Dios de la vida.
La actitud de los pobres revela la actitud de Dios mismo. Él es un Dios ligado a los
ausentes de la historia, a quienes se quiere hacer callar (Mc. 10, 48), pero con los cuales
Él desea entablar diálogo. Jesús vino para traer vida y vida plena (Jn. 10, 10). Tal es el
contenido del Reino y en él se nos revela al Dios de la vida. La aceptación del Reino es la
expresión de nuestra fe en el Dios que se revela en Jesucristo y lleva a la solidaridad con
el hermano. La llamada es a establecer una alianza con el Dios de la vida.
Más aún, esa realidad fundamental de pobreza masiva y provocada en el continente
latinoamericano se trasformó en matriz reveladora de valores absolutos que exigen una
respuesta ineludible. La indignación ética surgió de lo íntimo del ser como respuesta, y
surgió con tanta fuerza que no es
posible comprender cómo otras personas pueden no sentirla. Esa indignación generó un
dinamismo. Imperativamente afecta, sacude, conmueve. Se siente el cuestionamiento en
lo más íntimo del propio ser. Se siente que no se puede transigir, tolerar, convivir o pactar
con la injusticia, porque sería una traición de lo más profundo de nosotros mismos; viene
así, inevitablemente, una toma de posición del sujeto: una opción inevitable, porque
delante de una exigencia ineludible la propia omisión o desinterés es una toma de posi-
ción. Al mismo tiempo es una opción fundamental, porque es hecha en función de valores
fundamentales de la existencia, percibidos como comprime- todos definitivamente en esta
realidad concreta. Se trata, pues, de la opción fundamental de la persona.
La indignación ética también es compasión. Es sentir como propio el dolor del mundo,
padecer con él a semejanza del Dios del Éxodo (Ex. 3), que se indigna por la opresión de
su pueblo en Egipto, y de Jesús, quien se compadecía de las multitudes abandonadas
(Mc. 6, 34). Es ésta la espiritualidad que está en el origen de la teología de la liberación,
el horizonte fundamental de su tarea teológica.18
La reflexión de Lonergan sobre la triple conversión puede quedar en un sentimiento
religioso intimista sin referencia a la realidad social. Sin embargo, a partir de la
contribución de la teología de la liberación, someterse a los preceptos trascendentales de
la conciencia intencional humana -sé aten- to, inteligente, razonable, responsable, ama-
tiene que pasar por la experiencia espiritual del Dios de la vida, por el compromiso
solidario con los empobrecidos y por la lucha por su liberación.

Los principios de la teología de la liberación


La explicitación de los fundamentos señala el horizonte a partir del cual se elaboraría una
teología. El paso siguiente es el establecimiento de las doctrinas, que consiste en la
determinación y afirmación explícita de las realidades salvíficas reveladas por Dios en
Cristo y desarrolladas por el Espíritu en la tradición de la Iglesia. Supone un esfuerzo
delicado y complejo de elaboración y apropiación de los contenidos no éticos y
existenciales de la fe cristiana -
MÉTODO Y TEOLOGÍA LATINOAMERICANA
Aquí la teología coloca a prueba su fidelidad a Cristo y su autenticidad eclesial. En esta
especialización no se determina el contenido de las doctrinas, pero se elige entre las
múltiples posibilidades presentadas en la especialización funcional de la dialéctica. Esas
doctrinas son «la roca insustituible sobre la cual el teólogo sistemático podrá construir su
casa para todos»
Como en la especialización anterior, la propuesta metodológica de Lonergan se volverá
significativa para el contexto latinoamericano en la medida en que desarrolle los principios
que se derivan del horizonte de liberación, fruto de la experiencia de conversión al Dios de
la vida. Las doctrinas que la teología de la liberación establecerá en esta especialización
no son nuevas, en el sentido de que ella las origine, sino en el alcance y en el compromiso
liberador que implican. El establecimiento de esas doctrinas permite que las
significaciones en ellas expresadas tengan alcance eficiente, cognoscitivo, constitutivo y
comunicativo.
José María Vigil presenta una síntesis casi telegráfica de los principios fundamentales de
la teología de la liberación:
- Lectura histórico-escatológica del cristianismo, incluyendo el primado de la praxis
de trasformación histórica, la integralidad (no dualismo) y unicidad de la historia, de la
trascendencia en la inmanencia.
- El reino centrismo: el rescate teórico y práctico del carácter absoluto que Jesús dio
al Reino, dentro del seguimiento de Jesús y del creer con la misma fe de Jesús.
- La opción por la justicia, por los injusticia dos, con la consecuente inserción en el
lugar social de las víctimas de la injusticia.
Esos principios establecidos son eficientes, en la medida en que orienten el actuar; son
cognoscitivos, porque revelan un nuevo rostro de Dios; son constitutivos, porque
engendran nuevos estilos de vida; y son comunicativos, porque dirigen su mensaje a este
contexto, a tal punto que merecen la atención de otras instancias, su preocupación por
los significados y valores que comunican y hasta la oposición radical, cuando su palabra
consigue mostrar los engaños de lo comúnmente aceptado.
Establecer las doctrinas es la posibilidad de tener una referencia objetiva para evaluar la
propia fe. Es interesante el desarrollo que Lonergan hace de la función normativa que
desempeñan las doctrinas. Cuando los individuos no son auténticos, comienzan a alejarse
del significado de las doctrinas. Practican lo que les conviene y no toman en cuenta otros
aspectos. Con el pasar del tiempo esa inautenticidad puede llegar a ser tradición y así en-
contramos sujetos formados en tradiciones inauténticas. ¿Cómo explicar, entonces, la
conciencia tranquila de muchos cristianos ante la injusticia social, si no fuera por una
comprensión inauténtica del mensaje de Cristo? La solución es ofrecida por la
especialización de la dialéctica, que trae a la luz las posibles desviaciones. El
establecimiento de las doctrinas auténticas purificará las tradiciones inauténticas.
La teología de la liberación, de alguna manera, ha vivido ese proceso. La pregunta
fundamental -¿cómo ser cristiano en un continente de pobres y oprimidos?- hace un
llamado a la autenticidad de un cristianismo sociológico formado por personas que aún
no han realizado una conversión a las doctrina- más auténticas. Establecer la predilección
de Dios por los pobres siempre será un llamado a la autenticidad, una posibilidad de
conversión.
El establecimiento de las doctrinas tiene que ver con su inculturación en cada contexto
social. Esto sólo será posible en la medida en que la noción que se tenga de cultura sea
una noción empírica. Para la noción clásica lo que interesa son las leyes universales,
inmutables, eternas. No toma en cuenta los hechos. La aceptación de la teología de la
liberación corresponde a la noción empírica de que tomando los hechos de nuestra
realidad, se pregunta cómo hablar sobre Dios al no-hombre de América Latina.
La posibilidad del teólogo para establecer las doctrinas reside en la autonomía de su tarea.
Esta autonomía no resta al hecho de que la tarea esté al servicio y subordinada al
magisterio eclesial. Pero significa que el teólogo
Tiene la obligación de hacer su contribución propia. En el método de Lonergan esa
contribución propia se refiere a la dialéctica donde el teólogo reúne, clasifica, analiza las
posiciones y las contraposiciones para traer a la luz la autenticidad e inautenticidad que
esas controversias pueden tener. En la quinta especialización funcional el teólogo hace su
opción más personal y a partir de ahí actualiza los datos del pasado para su presente.
Poner la propia autenticidad como criterio de la autenticidad no inmuniza al teólogo contra
los errores, pero señala la responsabilidad que él tiene de ordenar su propia casa, de
considerar el problema del método con atención para elegir el más apropiado. Esa
responsabilidad surge de la influencia que él puede tener con los fieles, pero también con
las doctrinas de la Iglesia.
Sistematizar el misterio liberador de Dios en Jesucristo en el contexto latinoamericano
La sistematización busca la comprensión a la altura de la época de las realidades
afirmadas en las doctrinas. Esta expresión a la altura de la época y principalmente la
especialización de la sistematización, quedarían estériles en el proyecto de Lonergan si en
el desarrollo sistemático de la teología, en el contexto de América Latina, no se explicitan
las dimensiones liberadoras de las realidades salvíficas afirmadas por la fe. La
sistematización debe establecer el diálogo crítico y constructivo entre el núcleo salvífico de
sentidos y valores de la revelación y de la tradición eclesial con la matriz de cada con-
texto y, en América Latina, la realidad continua, para exigir un proyecto de liberación.
La especialización de la sistematización debe asumir todos los niveles de la realidad
humana: el nivel vital de las necesidades básicas; el nivel social de las estructuras
organizadas; el nivel cultural de sentidos y valores que orientan la vida de ese grupo; y el
nivel personal que toma en cuenta la realización de cada sujeto como núcleo último y
normativo de toda convivencia social. En todos estos niveles se deben criticar sus
aberraciones y desviaciones, fortalecer sus conquistas y progresos y abrir nuevas
perspectivas y posibilidades, para tender siempre hacia la mayor autenticidad humana.
La época a la que la teología de la liberación se dirige es ésta, marcada por la injusticia
social, por la distancia cada vez mayor entre ricos y pobres y, más aún, por la marginación
y exclusión de millones de seres humanos. También hoy la teología de la liberación se
encuentra desafiada por los trazos d

una nueva cultura marcada por la vuelta a la subjetividad con el rescate de otras
dimensiones humanas que han quedado olvidadas o muy poco tenidas en cuenta, como
la afectividad con sus sentimientos, pasiones, etc., la valoración de la libertad individual,
el derecho de libre elección y lo cotidiano como lugar de cambios sociales. Así mismo se
asiste al aumento de la con- ciencia sobre las cuestiones de género, raza, diversidad
cultural y religiosa. Esa nueva cultura presenta también sentidos y valores cuestionables
que merecen especial atención, como la universalización de la lógica de la ley del valor
(«todo tiende a ser trasformado en mercancía»23), la relativización de los valores y de las
ideas (que convierte la tolerancia en relativismo), entre otros.
La sistematización, por ser una mediación entre los valores religiosos y cada cultura
determinada, admite y promueve el pluralismo teológico. Éste difiere del que se da en la
especialización funcional del establecimiento de las doctrinas porque no sólo admite el
pluralismo por la diversidad de culturas sino también el pluralismo por la rica gama de
expresiones y llaves hermenéuticas de una afirmación de fe en una misma cultura.
La tarea sistemática implica la continuidad, el desarrollo y la revisión. Con relación a la
continuidad, ésta es posible por la estructura humana que siempre tiende a la mayor
autenticidad, por el don del amor que Dios concede, por la permanencia de los dogmas,
que siempre pueden llegar a ser mejor comprendidos, y por la genuinidad de las
realizaciones del pasado. Este punto es lo que nos interesa considerar. Todas las
realizaciones auténticas del pasado fueron consolidando las adquisiciones del presente.
Pueden y deben ser mejoradas y ampliadas en contextos más ricos. Sin embargo, no deben
ser olvidadas por las realizaciones siguientes, bajo pena de quedar mucho más pobres. La
teología de la liberación debe considerarse en continuidad con los avances teológicos del
pasado, precisamente por ser un paso más allá en la capacidad humana de hablar sobre
Dios. Pretender emprender un camino independiente es exponerse a quedar sin
fundamentos sólidos. La sistematización de la teología de la liberación será mucho más
rica en la medida en que incorpore en ella todas las realizaciones válidas del pasado que
fueron abriendo camino a este momento histórico. Además de la continuidad, existe el
desarrollo. La sistematización puede llegar a verdaderos descubrimientos sea por el hecho
de responder a una cultura diferente, a nuevos desafíos culturales o a las diferenciaciones
de conciencia. Estos des- cubrimientos también pueden referirse a los resultados de la
dialéctica: afirmar una verdad que en el pasado fue tenida como error, o viceversa.
Aunque el alcance de la sistematización sea de continuidad, desarrollo o revisión, también
tiene un carácter provisorio e inacabado. Ella siempre debe permanecer abierta a nuevos
descubrimientos y mejores desarrollos. Debe mantener ese espíritu de contribución en un
camino hecho por la suma de muchos. Sólo esa capacidad de mantener sus contribuciones
como hipó- tesis puede garantizar su existencia y no estar condenada anticipadamente a
la sanción. La teología de la liberación ha aprendido en la propia experiencia de
persecución de muchos de sus representantes que la verdad sale a la luz por la fuerza de
la contribución provisoria, más que por la discordancia entre juicios contrarios.
La sistematización es el paso previo a la comunicación. No se puede comunicar algo que
no se ha entendido. Pero ella no escapa de los errores. Puede sistematizarse la
incomprensión de la misma manera que la comprensión, y ella resultará igualmente
atractiva para el número ordinariamente mayor de quienes no entienden. Por eso esta
especialización es indispensable a la hora de querer llegar al punto final de la tarea
teológica. Como ya dijimos, la sistematización está efectivamente reservada a una élite: es
difícil, como son difíciles la matemática, la ciencia, la erudición, la filosofía. Pero vale la
pena enfrentar esa dificultad. Renunciar a la sistematización es quedar sin desarrollar la
exigencia sistemática de la intencionalidad humana, o desarrollarla a partir de otras
ciencias, pero no de la teología. La élite se refiere a la con- ciencia diferenciada. No tiene
otra connotación. Y el hecho de sólo desarrollar la exigencia sistemática en otras ciencias,
por ejemplo, en la psicología o en la sociología, no significa que esas contribuciones para
la realización humana no sean importantes; pero es cuestionable la sustitución que puede
suceder, en el sentido de explicar la fe sólo en el nivel de esas ciencias que no pueden
alcanzar más que los límites de la realidad humana, sin aceptar la posibilidad del
encuentro con el trascendente.
El ser humano tiene a la sistematización porque tiende al entender. Si la teología no realiza
esa tarea, el ser humano buscará otras interpretaciones de sí mismo, de su mundo y del
sentido de su fe. Hoy asistimos a un surgimiento de sistematizaciones sobre el sentido de
la vida y del mundo. La pregunta que surge es hasta qué punto esas sistematizaciones no
están siendo dadas en los parámetros de una conciencia indiferenciada. Nos referimos a
diversas corrientes de la denominada Nueva Era, al esoterismo, etc. Así se mantendría la
inautenticidad humana que es contraria a la conciencia intencional -experimentar,
entender, juzgar y decidir-, que tiende decisivamente a la autenticidad.
Comunicar la Buena Nueva de la liberación
Sin ánimo de caer en términos utilitaristas, la pregunta clave de toda la tarea teológica es
sobre los frutos prácticos que ella va a ofrecer a los seres humanos situados en una
realidad específica. La especialización funcional de la comunicación, como punto de
llegada de esta tarea, tiene que dar esa res- puesta.
Lonergan, al responder a la utilidad práctica de su trabajo, afirma que ser práctico es
hacer aquello que es inteligente:
¿Qué bien práctico puede venir de este libro (refiriéndose a Insight)? La respuesta es más
directa de lo que podría esperarse. Pues insight es la fuente no sólo del conocimiento
teórico sino también de todas sus aplicaciones prácticas y, cierta- mente, de toda actividad
inteligente. Insight dentro de insight, pues, revelará qué actividad es inteligente, e insight
dentro de oversights revelará que actividad no es inteligente. Pero ser práctico es hacer
cosas inteligentes y ser impráctico es mantenerse haciendo desatinos. Se sigue que insight
tanto dentro de insight como de oversight es la verdadera llave de la practicidad.24
Por eso no se puede pretender llegar a un resultado práctico en la reflexión teológica sin
la realización de un proceso metodológico que favo- rezca la inteligencia y el juicio
verdadero, en orden a optar por lo realmente bueno y valioso, ya que no existe acción
humana auténtica sin fidelidad a la intencionalidad humana y sus preceptos
trascendentales: sé atento, inteli- gente, razonable, responsable, ama. Las
especializaciones funcionales que preceden la comunicación tienen ese objetivo y sin ellas
la comunicación no puede alcanzar sus fines. Al mismo tiempo, ellas quedaran estériles
si no llegan a esta última especialización. El fruto de la tarea teológica es comuni- car los
significados y valores de la revelación y de la tradición eclesial actua- lizados e
inculturados en la realidad a la que se dirigen.
En primer lugar, en el nivel de la comunicación del mensaje, la teolo- gía de la liberación
ha sido capaz de comunicar la buena noticia de la libera- ción. Si en los inicios de esta
teología se proclamó que la realidad de Améri- ca Latina necesitaba de liberación, en estos
tiempos actuales se exige con mayor urgencia. Pero ese mensaje siempre incomoda a los
poderosos. Por eso es desafío permanente para la teología de la liberación mantener su
voz profética, su mensaje liberador, aun cuando los oyentes, la mayoría de las veces,
prefieran un mensaje que justifique sus propios intereses.
En segundo lugar, la teología de la liberación, al mostrar que se funda- menta en la
realidad social, trabaja esa realidad a la luz de la fe y vuelve a ella para trasformarla, está
manteniendo la autenticidad del dinamismo de la conciencia intencional trabajado por
Lonergan. En efecto, es mérito de esta teología enfatizar que no basta conocer la realidad,
sino que es necesario trasformarla. La obra de Lonergan tiene el peligro de quedar
reducida a una teoría que, reconociéndose importante, nunca se aplique verdaderamente.
En tercer lugar, la importancia dada por Lonergan a las comunidades como gestoras de
cambios sociales, fue realizada efectivamente por la teolo- gía de la liberación. Las
comunidades eclesiales de base han sido, de hecho, ese medio insustituible en que se ha
dado la conversión religiosa, moral e intelectual de tantos fieles, como de tantos teólogos.
Hoy existe el desafío de fortalecerlas y continuar promoviéndolas. La teología de la
liberación, si quiere ser eficaz en la trasformación social, tendrá que favorecer la constitu-
ción de comunidades que, en opción por los pobres, promuevan los valores de la
solidaridad y el amor redentor que se entrega por los otros.
El método teológico propuesto por Lonergan, en su característica de modelo, abre las
posibilidades de una espiral siempre en avance, para partir de los nuevos datos puestos
en cada momento histórico y contexto cultural y actualizar significativamente el mensaje
liberador de la revelación. Hacer una teología en favor de los empobrecidos será fruto de
un empeño común, en el cual se suman esfuerzos y se apelan contínuamente a la
autenticidad humana y evangélica de nuestro ser teólogos y personas de fe.

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