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DOLORES MÁRQUEZ
SEVILLANA DEL XIX

Carlos Ros
Sevilla, 1978

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Con censura eclesiástica.

Es propiedad de la Congregación de las Religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa.


Casa Central: Convento de Santa Isabel, calle Hiniesta, 2. 41003 Sevilla.

Este libro ha sido escrito durante el Gobierno de la Rvda. Madre Mª del Pilar Escolar García;
y reeditado el año 2017, Bicentenario del nacimiento de Madre Dolores Márquez, durante el
gobierno de la Rvda. Madre Ana María Burgos Muñoz.

Depósito Legal SE - 129 - 1978


I.S.B.N. 84-400-4709-6

Imprime: VIDEAL Impresores, s.l.


Calle Santa Lucía, 37 - 41003 SEVILLA

Impreso en España - Printed in Spain

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A mis padres.

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La Madre Dolores es la gran figura
religiosa femenina de Sevilla en el siglo XIX,
por su caridad, por su humildad, por su pru-
dencia. La Madre Dolores, con el filipense
Padre Tejero, crea una obra cristiana de tal
importancia para la sociedad, que sus her-
mosos frutos, sus saludables efectos para la
regeneración de las almas son hoy la bendi-
ción que Dios ha dado a la fundación de la
benemérita obra. ¡Y qué tacto, qué prudencia,
qué caridad, qué negación para obtener el
triunfo!
Santiago Montoto.

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1. SEVILLA NO LA CONOCE

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Sevilla no la conoce.
Lástima, porque fue una mujer maravillosa.
Santiago Montoto, tras echarle este fenomenal piropo:
“La gran figura religiosa femenina de Sevilla en el siglo XIX”, se
lamenta: “Tan ilustre sevillana, injustamente olvidada, mejor
dicho desconocida, en su ciudad natal.
Sevilla no la conoce.
¿Tiene la culpa Sevilla?

Quiero contar en este libro la historia de una mujer


buena. Madre Dolores, Madre de las Arrepentidas, vino a mo-
rir cuando despuntaban los primeros años del siglo XX. Pobre
y silenciada. El Boletín del Arzobispado tuvo la torpeza de no
colocar en sus páginas una pequeña reseña necrológica. Sólo
“El Correo de Andalucía” ofreció una crónica, salpicada de va-
rios errores en los datos biográficos. No por falta de honestidad
del reportero. Sencillamente, las notas que la Congregación de
Madre Dolores le ofreció estaban equivocadas. Y es que sus hi-
jas, algunas de sus hijas, cuando ella murió, no le profesaban
afecto.
Murió silenciada.
Sevilla no tiene la culpa.

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Es hora de que se le levante un pedestal. Yo quisiera po-
seer la fuerza de encontrar mil piedrecitas multicolores y re-
componer el mosaico de su biografía. Resucitar para la Iglesia
de Sevilla una de sus hijas extraordinariamente buena y santa.
Cantar con la voz del pueblo las mil peripecias de esa “Casa
de Arrepentidas” donde Madre Dolores amasó tantas lágrimas
con tantos amores. Convencer sencillamente a Sevilla de que
Madre Dolores, Madre de las Arrepentidas, fue una mujer san-
ta.

La vida de Madre Dolores va cosida al padre Tejero, un


filipense recio que nos llegó de muy joven de tierras de Soria.
Ambos cubrieron un capítulo hermoso de la vida sevillana del
siglo XIX. Sin anuncios, sin exteriorizaciones, se propusieron
la quijotesca empresa de limpiar el deshonor de muchas chicas,
plantar cara ante la sociedad que las rechazaba y devolverlas
con un oficio aprendido o como enamoradas esposas.
¡Hicieron tanto bien!
Sus hijas cuentan que sus padres fundadores doblaron
sus huesos por una vocación hermosa.
Pero digamos la verdad.
El Padre Tejero tampoco es conocido en Sevilla.

El Ayuntamiento sevillano le dedicó hace unos años


una calle amplia. A un costado del estadio del Betis, justo don-
de arranca el colegio de los claretianos. Pero pregunten. Pre-
gunten a un taxista, al cartero, a cualquier vecino del barrio de
Heliópolis.
Mi sorpresa fue grande cuando me respondían.

- ¿El Padre Tejero? Será un padre del colegio Claret…

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Pusieron un rótulo en la puerta: “Casa de Arrepentidas”.
Y aguardaron mansamente que se llenara de chicas
que lanzaba el fango de la prostitución. Era el año de gracia de
1859. Reinaba en España su majestad la reina Isabel II, y regía
los destinos del Ayuntamiento sevillano el alcalde señor García
de Vinuesa.
Sevilla está más hermosa si cabe. El comercio ha toma-
do nuevo impulso e insta a las autoridades de la ciudad, Jimé-
nez Cuenca, señor gobernador, y Vinuesa, alcalde presidente,
para que nombren una junta que imprima mayor actividad a
las obras de limpieza y canalización del Guadalquivir. La llega-
da de los Montpensier, once años atrás, le ha dado un aire de
corte europea y ha despertado en sus munícipes un decidido
afán de lavar el rostro de Sevilla con mejoras públicas de cierta
consideración. El 5 de marzo salió de la estación el primer tren
de servicio público que llegaba hasta Lora del Río. A Murillo,
nuestro genial pintor, las Sociedades de Emulación y Fomento
y Amigos del País le preparan un monumento. La Academia
Sevillana de Bellas Artes se adelanta y coloca una lápida con-
memorativa en el lugar donde reposan sus restos. La Feira de
Abril toma nuevos vuelos: La Feria-fiesta supera con su bullicio
y alegría a la Feria-mercado. La Casa de Pilatos es restaurada
y devuelta a su primitiva pureza, aquella joya del arte mudéjar.
Sevilla está más hermosa si cabe.
En una casita del barrio de Santa Cruz, un rótulo: “Casa
de Arrepentidas”.
¿Quiénes llaman a su puerta?
Desgraciadamente, el Instituto no conserva un libro de
registro con pormenores de la vida de estas chicas. Nos hubiera
ofrecido un cuadro estadístico interesante de los bajos fondos
de la ciudad: Saber los resortes que impulsaron a tantas chicas

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a seguir el camino de la prostitución, cómo se zafaron de él, por
qué acudieron a las Arrepentidas. Me hubiera gustado acallar
la pícara curiosidad de saber cómo, cuándo, dónde y por qué
los sevillanitos de entonces se divertían con este viejo sistema:
Le plus vieux métier du monde (el trabajo más viejo del mun-
do), como reza el título de una película. Poco he averiguado en
mi investigación. Tampoco me pesa demasiado. Aquí estamos
para contar las andanzas de Madre Dolores.
Sé, por ejemplo, que por estas fechas, la prostitución se
hallaba recluida “en la Sodoma que tenía un portillo que daba
al Arenal” y en la Alameda de Hércules…
… una tarde en la Alameda
y otra tarde al Arenal.

Con la revolución septembrina del año 1868, vino un


desbordamiento inundando calles y plazas oscuras del centro
de la ciudad: Abandonaron los mantos azafranados y vistie-
ron las nuevas modas que traían los figurines de París. Cuan-
do la enfermedad las pillaba de lleno, eran conducidas a una
sala inmunda del Hospital de las Cinco Llagas. De allí, algunas,
ajadas y cansadas, acudían una vez curadas a la “Casa de Arre-
pentidas”. Otras venían simplemente de la calle. Las había muy
jóvenes -catorce, quince años-; a otras les pesaba la edad. Tras
la puerta, Madre Dolores, dispuesta a remendar heridas y a pa-
sar sobre la suave piel de estas chicas la caricia bondadosa de
madre. De los años 70 del siglo XIX contamos con un estudio
exhaustivo, con estadísticas pormenorizadas, del doctor Hau-
ser. Su libro “Estudios médico-sociales de Sevilla” cuenta con
un extenso capítulo dedicado a la prostitución y ofrece al final
una amplia reseña de la labor realizada en la “Casa de Arre-
pentidas”. Hauser admite la prostitución como una dolorosa

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necesidad. Pero “una vez reconocida su existencia, es necesario
tolerarla y organizarla bajo las bases de la higiene, ponerla bajo
la vigilancia de una comisión de salubridad pública”.
Admite también los perjuicios que causa a la sociedad:
Violación abierta de la moral y fuente no sólo de las enferme-
dades venéreas y sifilíticas, sino del desarrollo considerable que
éstas han tenido en los últimos veinte años. Ni el cólera ni la
peste producen más estragos. Entre las enfermedades por con-
tagio, la sifilítica es la peor.
Cuando el cólera arreaba, ya sabemos los estragos que
producía en la población. Era un vendaval que se colaba por las
costas y arrasaba de firme cada veinte años. Pues la sífilis, peor.
Porque la sífilis está en casa, a diario, el pan nuestro de cada
día. Y cuando arrecia en los soldados… ¡madre mía, la que for-
ma! De este pormenor el doctor Hauser no ofrece estadísticas
de fronteras adentro, pero cuenta cada cosa del ejército de su
majestad británica…
Ya que no se puede acabar con la prostitución, al menos
hay que reducirla a sus límites naturales e impedir que propa-
gue las enfermedades sifilíticas. En ello están empeñados los
gobiernos de Europa, cuyos ejércitos se zurraron de lo lindo a
través de todo el siglo XIX. La cuestión recae en los médicos:
Deben encontrar la profilaxis adecuada. La primera discusión
tuvo lugar en el Congreso médico de Bélgica del año 1835.
Continuó en 1843 en la Academia de Medicina de Bruselas y
en el Congreso de higienistas reunidos en la misma ciudad en
1852. En 1867 París acogió un Congreso médico internacional
donde los doctores Crock y Rollet presentaron una memoria
sobre la profilaxis internacional de enfermedades venéreas.
El doctor Sperino, en 1870, presentó un nuevo informe en el
Congreso médico internacional de Florencia. Pero fue Viena,

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en 1873, donde se nombró una comisión con los hombres más
competentes del momento, los profesores Sigmund, Reder y
Zeisel, para que redactaran una ley internacional sobre la pro-
filaxis de la sífilis y un reglamento sobre la prostitución.
Hauser confiesa que, a pesar de los esfuerzos médicos,
los resultados son pobres. Urge, por tanto, cortar las fuentes de
la prostitución y mejorar la suerte de las mujeres caídas, tanto
bajo el punto de vista moral como social.

Primera tarea: Cortar las fuentes de la prostitución.


Hauser apunta: “Como causas de la prostitución son
conocidas la miseria, la insuficiencia del salario que alcanza
el trabajo de las mujeres, la ignorancia completa de las proce-
dentes de los pueblos pequeños que son atraídas a las capitales
con el deseo de ganar más y de vestir mejor, y una vez llegadas
a las grandes poblaciones, no encontrando los medios de sub-
sistencia, ceden a las tentaciones que se les presentan; la mala
educación, el mal ejemplo y las malas costumbres que saltan a
la vista de las jóvenes de las familias pobres obligadas a vivir y
dormir en una misma habitación con todos los individuos que
la componen”.

Estos condicionantes sirven para Sevilla, Madrid, Bar-


celona, o cualquier ciudad que se precie de un estirón indus-
trial. Pero a Hauser le asusta la capacidad festera de esta tierra.
“La circunstancia agravante en este país es que aquí, más que
en ningún otro, cada fiesta exige nuevos sacrificios, y sabido es
que la capital de Andalucía tiene tantas fiestas como meses del
año”.
Viva Sevilla y olé: Aquí las chicas gozan guapamente to-
dos los meses del año, y ello exige un dispendio económico que
desfasa sus diminutos jornales. Los que hacen su agosto son los

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diteros, que comercian con la sangre de estas pobres chicas. Un
traje que podría costarles en la tienda 30 reales, les sube a 60.
El ditero se ha llevado una ganancia del cien por cien. Y luego
han de acudir a la modista, que cargará la mano por la hechra,
encajes y perfiles, lo que supondrá la ganancia de dos o tres
meses. “Pero esto no es todo: viene luego el zapato de última
moda, el mantón, las flores, que hacen de la cabeza ramilletes,
y cuando la muchacha sale a paseo lleva sobre sí el importe de
muchos jornales, y seguramente tardará más en pagar sus deu-
das que en romper sus flamantes atavíos”.
Pero tocan a fiesta y hay que lucir los encantos. Los
cuatro domingos de octubre se ocupan en la famosa romería
de Torrijos; los paseos al cementerio, el mes de noviembre; di-
ciembre y enero, tortilla campera en el campo; en febrero, el
Carnaval; en marzo, la Semana Santa; abril, con su Feria; mayo,
con las carretas del Rocío; y los meses de verano, en las veladas
de barrios.
No existe economía humana que soporte tanto jolgorio.
Sevilla es una fiesta que impulsa a sus lindas muchachitas en
brazos de la prostitución, cuando el ditero, impertinente, acu-
cia un pago mil veces atrasado.
Posiblemente no será para tanto, con perdón del señor
Hauser. Las chicas sevillanas gustan divertirse, y lo saben hacer
de maravilla, huelen a azahar, señor Hauser, de la mañana a la
noche, con o sin vestido nuevo del ditero, se lo digo yo que soy
de esta tierra. Pero eso de vender su honra a las primeras de
cambio, así como así… Pongamos más bien esas otras causas
más universales: el trasiego del campo a la ciudad, la falta de
trabajo, la baja cultura. Digamos que una chica no llega a la
prostitución por una simple seducción de un señorito, sino que
viene empujada por una serie de factores condicionantes.

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Madre Dolores

En la Cuesta de Torrico número 6, de Constantina,


vivió Madre Dolores los años de su juventud.

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Padre Tejero

Garray, en Soria,
lugar de nacimiento
del Padre Tejero.

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Un libro de entradas y salidas de chicas en la “Casa de
Arrepentidas” hubiera sido una muestra sociológica clave para
calibrar las verdaderas causas de la prostitución en la Sevilla
de la segunda mitad del siglo XIX. No existe. No se conserva.
Hauser nos muestra tan sólo unos cuadros estadísticos de las
casas de lenocinio abiertas en Sevilla por los años 70 y el nú-
mero de prostitutas controladas por la policía de sanidad. En
1875, por ejemplo, había en casas de lenocinio, unas 100; por
libre, unas 150. Naturalmente existían más. Aquellas que esca-
paban del control de sanidad y las que acudían a las casas de
recibir o de tapadillo, más difíciles de controlar.
El gobierno de la provincia de Sevilla abrió, en 1870,
una sección de higiene especial, encargada del registro de todas
las mujeres públicas y de las dueñas de casas que las albergan.
Les extendía un carné con su fotografía y las obligaba a una
revisión médica periódica. Además debían subvenir con una
pequeña contribución, acorde con la categoría asignada -las
había de primera, segunda o más clases-. Por ello no es extraño
que procurasen zafarse de este fichaje higiénico-policiál que las
marcaba de por vida. En Sevilla, le plus vieux métier du monde
(el más viejo trabajo del mundo) funcionaba poco más o me-
nos así.

Segunda tarea: mejorar la suerte de las mujeres caídas.


Aquí el Padre Tejero y Madre Dolores poseen una pe-
queña fórmula: ofrecen desde el ángulo de la caridad su ge-
nerosa colaboración. Intentan demostrar que la rehabilitación
es difícil, pero posible. Las chicas que llaman a la puerta de
las Arrepentidas no llevan el vicio en la sangre, ni poseen un
biotipo especial con rasgos físicos y psíquicos mamados en la
cuna. La redención por el amor es posible, esa redención tan
guapamente descrita por Tolstoi en su novela Resurrección. A

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los políticos, moralistas y sociólogos incumbirá la tarea de re-
volucionar los diversos engranajes de la sociedad y ofrecer una
imagen más acorde del papel de la mujer. Si no lo hicieron, o
no lo supieron hacer, allá ellos. Madre Dolores sólo tiene fuerza
para acoger a toda la que llama a su puerta sedienta de cariño
nuevo; recoge lo que le llega del arroyo de un mundo tantas
veces despiadado. Con cariños de madre tapona las heridas y
corta las hemorragias de tantas desventuras. No tiene fuerzas
para más, ni sabe hacer otra cosa. Sevilla lo comprendió así,
y la “Casa de Arrepentidas” entró en los anales de las clásicas
instituciones sevillanas.
Para mejorar la suerte de las mujeres caídas no existía
otro talismán. El gobierno de la provincia sólo tuvo imagina-
ción para crear una sección especial de higiene en el año 1870,
pero con unos objetivos más bien egoístas. Resultaba en el fon-
do un fichaje policial para mantenerlas controladas y someti-
das a una revisión médica “quasi veterinaria” que apartase de
la circulación durante algún tiempo aquellos “sementales” que
pudiesen propagar la sífilis en los regimientos acantonados en
Sevilla. De redención, nada; eso compete a los curas y a las
monjas. Y ahí me tienen al Padre Tejero, a Madre Dolores y a
un puñado de religiosas en un caserón enorme -ya poseen un
edificio grande de aquellos conventos de la exclaustración- que
alberga una población de unas 80 chicas de la vida por los años
setenta. Mantienen el establecimiento con el trabajo de costu-
ra, y también con la caridad, porque caridad es lo que ofrecen:
Ya veremos cómo se devanan el cerebro para encontrar sub-
venciones oficiales del gracioso Gobierno de Su Majestad, del
duque de Montpensier y de toda la grandeza sevillana, que son
los que tienen los cuartos. A veces les fue bien; muchas veces
mal. Lo contaremos, merece la pena que se sepa este retal de la

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vida sevillana del siglo XIX.

Sacar de la intimidad de tantos años la figura de Madre


Dolores no será empresa fácil. Contaré lo que sé porque me
escuece que se haya escrito tan poco de ella. Me he roto los
ojos en una morosa búsqueda de datos. He revuelto archivos;
he cubierto muchas carpetas. Sin embargo, será una biografía
incompleta, con silencios, con lagunas, con oscuridades. Aún
sueño con esa maleta de papeles que en tristes noches de des-
velo, muertos los fundadores, colocaron al fuego para ocultar
algunas penosas incidencias de la vida de la comunidad. Tam-
bién lo contaremos, porque algo de ello sabemos, filtrado por
testimonios personales. Madre Dolores sufrió, lástima, el des-
precio de algunas de sus hijas en sus últimos años. Fue silencia-
da. Murió silenciada.
Sevilla no la conoce. Sevilla no tiene la culpa.
Repito que es la historia de una mujer buena.
En el lote de sus amistades habrá que colocar a Santa
Micalela, la Vizcondesa de Jorbalán, otra gran Madre de las
Arrepentidas, que le llevó un ramo de flores cuando la visitó
en Sevilla; Santa Vicenta María López y Vicuña, del Servicio
Doméstico, que convivió con ella muchos meses, en Madrid y
Sevilla… y Angelita Guerrero, nuestra santa Ángela de la Cruz,
la zapaterita santa que le ayudó tantas tardes en el convento de
Santa Isabel a enseñar a coser los zapatos a las arrepentidas.
Estas fueron sus amigas. Todas ellas han entrado en los
anales de la historia de la Iglesia española. A Madre Dolores le
ha tocado pervivir en el silencio.

Pues rompo el silencio y le canto con voz del pueblo…

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2. SEVILLA SERÁN TUS INDIAS

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El Padre Tejero es un cura testarudo, empeñado en se-
guir a pies juntillas la máxima de su padre San Felipe:
- No quiero tener para mí ni día ni hora.
No descansa. En el barrio de San Roque le apodan “el
cura de los corrales”. Con una patrulla de mujeres y un poco
más a rastra sus maridos, ha organizado una congregación ca-
tequista que recorre los corrales de la feligresía de San Roque.
Pronto se extenderá por otras parroquias de la ciudad. Sirve de
texto el catecismo de Ripalda. Cada catequista tiene encomen-
dado un corral de vecinos y unas funciones determinadas. Pero
cuando el Padre Tejero acude, el corral se convierte en una
fiesta. Por púlpito, una meja junto al brocal del pozo, y allí, en
medio del patio, a caída de tarde, predica las virtudes cristianas
con un amor encendido.
No descansa este cura. Y además es un testarudo. En el
Oratorio de San Felipe, algunos padres de la comunidad aso-
man ya el moscón de la crítica.
El Padre Tejero se defiende con la sencilla lógica de la
práctica evangélica:
- Si no vienen, es menester ir a buscarlos -contesta.
Lógico.
Que no se enfaden algunos provectos padres filipenses.
El Padre Tejero se ha tomado a pecho la última recomendación
del Señor antes de desaparecer de la vista de sus discípulos:

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“Id y predicad”.
Él lo hace en los corrales de vecinos. Porque allí radica
la ampolla que duele a Sevilla. Y además, para contento de su
espíritu, con la aprobación expresa de su superior, el Prepósito
del Oratorio, que lo es por entonces el Padre Alonso y Elena,
un carmonense pura sangre, chiquitajo y más bueno que el pan.
Preside el Padre Alonsito -que así se le conoce familiar-
mente en Sevilla a causa de su estatura- una comunidad nume-
rosa de padres filipenses. El Oratorio es de lo más campanudo
de la ciudad. No existe dama sevillana que se precie que no
tenga por director espiritual a un padre filipense. También los
jesuitas sostienen su buena clientela, pero el Oratorio no le va
a la zaga. Cuenta con un lote de curas buenos y santos, una
iglesia con las más solemnes funciones litúrgicas de la ciudad
y una casa de ejercicios en pleno funcionamiento. El Oratorio
de San Felipe de Sevilla se ha ganado a pulso su prestigio:
Sencillamente, cuenta con el señorío católico de la ciudad. El
Padre Alonsito comanda su nave con tacto y prudencia.
Pues entre sus curas, un testarudo que escapa por los
corrales de vecinos con el Ripalda bajo el brazo. Ha embauca-
do en su empresa a un grupo de señoras que con él se dirigen,
y a sus respectivos maridos. Visita en el Hospital de las Cinco
Llagas la sala de mujeres de la vida. Y se le ocurre la peregrina
idea de abrir una casa de regeneración para ellas, que ya tiene
un señor que le ha prometido un piso de su propiedad, porque
cuando salen el Hospital, ya se sabe…
Algunos padres filipenses le piden que actúe con pru-
dencia.
Tejero refuta que esta gente no viene al Oratorio, es
necesario ir a buscarla.
El Prepósito, Padre Alonsito, el todo pura sangre, corta

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esta diatriba con una sabia disposición de gobierno. Se abre
en Cádiz un nuevo Oratorio. Envía allí a dos de los padres
discordantes. Tejero tiene las manos más libres dentro de la
comunidad.
Va a comenzar su gran empresa.
Era soriano. Vino a Andalucía de muy niño, empujado
por estrecheces familiares, y se refugió en casa de unos tíos
que habían plantado un comercio en Fuentes de Andalucía.
Cuentan los hermanos Cuevas que buena parte de la
historia de Andalucía está conformada por una serie de fami-
lias que atravesaron la frontera de Despeñaperros y en sucesi-
vas oleadas, se asentaron en los bellos repliegues de esta ben-
dita tierra. Consigo trajeron sus costumbres e idiosincrasia, y
terminaron, con los años, volviéndose andaluces absolutos.
He conocido a Pepe, el mayor de los Cuevas, después
de ese desgraciado telele que pilló y que arrumbó en un viejo
arcón de Arcos de la Frontera una de las plumas más macanu-
das de Andalucía. Cuando lo saludo, me brillan los ojos, y me
parece abrazar un viejo navío encallado. “Un tipo física y poé-
ticamente descomunal, cruce de chopo con encina”, escribe
de él José María Javierre. No hay libro de Javierre que no esté
salpicado con una anécdota sabrosa de Pepe Cuevas: Cuando
las contaba, cuando presidía esas hermosas reuniones familia-
res como un Francisco de Quevedo… Pues Pepe Cuevas y su
hermano Jesús poseen la clave de este trasiego peregrinante
de familias norteñas que en tiempos pasados se afincaron a un
costado y otro del Guadalquivir. Ellos afirman, por ejemplo,
que poseen raíces santanderinas y que al venir su familia de la
montaña se afincaron en Villamartín. Recojo una bella página
de los hermanos Cuevas y me evitaré vanos sudores:

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“En el siglo XVII, por ejemplo, fueron mercaderes genoveses,
flamencos y portugueses, que construyeron los palacios con esca-
leras de mármol rosa y pasamanos de ácana del Puerto de Santa
María. En el XVIII, ingleses, franceses, irlandeses que venían a
Jerez al aroma del vino; y sobre todo, los indianos que tornaban de
América, atiborrados de pesos fuertes, y reproducían en Sevilla,
exactamente, sus casas de La Habana y Santo Domingo, con sus
palmeras, sus esclavas, sus abanicos de marfil y sus vajillas de
plata. Pero, en el XIX, las familias llegadas pertenecían casi todas
a la propia península. Primero, los vascos. Casi todos trajeron di-
nero contante y sonante, compraron tierras y casaron con las bellas
muchachas del país. Hoy la mitad de las familias más ilustres de
Andalucía llevan apellido originario del norte. Después, vinieron
los catalanes a los negocios del corcho, y los santanderinos que,
en un santiamén, dominaron todo el comercio válido, desde las
tascas con gato negro y surtidor de sidra de Cádiz, hasta las más
lejanas tiendas de tejidos de las callecitas entoldadas de Sevilla.
Los chicucos traídos por sus dueños, vivían en un régimen cole-
gial: comían por turnos, dormían cerca del mostrador y estaban
pálidos de no salir a la calle, como velas de estearina. Por último, a
finales de siglo llegaron los sorianos. Muchos venían a pie, con el
hato en la espalda. Pero eran trabajadores honrados, infatigables,
y la fortuna les siguió en una tierra donde, para alimentarse basta
con salir al sol.”

Si los sorianos llegaron a fin de siglo, el tío del Padre


Tejero fue un adelantado. Se afincó en Fuentes de Andalucía
en el primer tercio del siglo XIX. Me hubiera gustado haber
discutido este pormenor con Pepe Cuevas, pero no tiene mayor
importancia. Vio el tío Teodoro, que así se llamaba, plantó su
tienda de tejidos, ahorró sus buenos duros, casó con una chica
de Fuentes, y hoy día sus descendientes poseen ricas tierras.
Tejero nació en Garray, pueblecito situado a un tiro de
piedra de las ruinas de Numancia. Hay quien asegura que el ac-
tual pueblo fuera una barriada extrema de la misma Numancia.
De hecho, las históricas ruinas están ahí, a quinientos pasos del

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pueblo, sobre una loma que a 1.074 metros sobre el nivel del
mar, recoge vivencias humanas que se remontan a 2.000 años
antes de J. C. Pero lo más memorable fue ese final trágico del
pueblo numantino en lucha contra Roma. Un pueblo pequeño,
pero de guerreros indomables, puso en jaque durante años a
todo un Imperio Romano. Fue necesaria la presencia de un
auténtico caudillo, Escipión, para que pusiera fin a la guerra
numantina…
con la ayuda de 60.000 hombres. En el verano del año
133 antes de Cristo Numancia sucumbió, envuelta en llamas,
como antes lo fuera Cartago o Corinto. Entre sus cenizas, el
orgullo de todo un pueblo… Un pueblo que pervive en los
habitantes de Garray con sus mismas esencias: austeros, sa-
crificados, humildes, generosos y con tendencia a empresas
heroicas. “Fuego apagado” significa Garray, testimonio tal vez
de aquella ciudad aguerrida que murió a fuego de romanos.
Aquí nació Tejero el 11 de mayo de 1825. Como sus
predecesores, los numantinos, también afloran en él la auste-
ridad y el espíritu de sacrificio: no se dejará vencer ante las
dificultades, y en el fondo, en el fondo, también esa testarudez
que lo convierte en un carácter recio y seco. Así es Tejero;
así son los hombres de esta tierra. Se unen allí el Duero y su
afluente el Tera, con sus frescos valles. Al norte, en la lejanía,
el Urbión; al sudeste, la mole del Moncayo… Al abrigo del
cierzo, surge Garray como centinela permanente de aquellos
indomables celtíberos numantinos.
Tejero fue bautizado dos días más tarde, el 13 de mayo
en la parroquial de San Juan Bautista, cuya fábrica data del
siglo XV. Le pusieron el nombre del santo del día de su naci-
miento: Francisco de Jerónimo. Su padre se llamaba Manuel
García, natural del mismo Garray, y secretario del Ayunta-

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miento. Casó con una linda muchacha de un villorrio vecino,
Tardesillas, llamada Marta Tejero. Él escribió de sus padres
que eran “pobres, pero muy honrados”.
Cuando contaba un año, fue confirmado de manos del
obispo Juan de Gabia en el venico pueblo de Dombellas, a
orillas del Duero. Era el 28 de junio de 1826. Dos meses más
tarde, el 11 de agosto, nace su hermanita Tiburcia, que muere
al año siguiente, el 11 de septiembre de 1827. Las desgracias
familiares continúan: el 18 de octubre nació muerta una her-
manita a quien pusieron de nombre Petra. Y en 1828, el 10 de
noviembre, muere su madre de parto. La niña, también muerta,
recibió el nombre de Andrea.
Manuel García, secretario del Ayuntamiento, queda
solo con un niño pequeño y el hueco de una gran soledad.
Como no puede cuidarlo, Francisco es enviado a casa de unos
tíos maternos, en Tardesillas, a dos kilómetros de Garray. Allí
vivió hasta los nueve años. En la tradición de las religiosas se
conserva una anécdota que el Padre Tejero solía contar cuando
hablaba de la confianza que la amorosa Providencia de Dios
guarda con los suyos. Es una pequeña florecilla franciscana
que sus hijas gustan relatar para ver en su fundador presagios
primerizos del designio de Dios. Resulta que, siendo ya ma-
yorcito, recorrió solo el camino de Tardesillas a Garray, y se
topó en el camino con un lobo. Francisco creyó que era un
perro, y empezó a sortearlo y a jugar con él; el lobo, como un
perrillo manso, no le hizo ningún daño. A la mañana siguiente
corrieron voces por el pueblo de que habían encontrado en el
campo los restos de unos húngaros que habían sido devorados
por unos lobos y desparramados los peroles que iban vendien-
do.
A Francisco no le ocurrió nada, talmente como al hijo

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de Pietro Bernardone, que hablaba con los pajarillos y daba la
mano a los lobos.
A los nueve años, Francisco pisa por primera vez tierra
andaluza. El tío Teodoro, hermano del padre, cuenta en sus
cartas que el negocio va tirando y necesita un crío en el mos-
trador. En el viaje lo acompañó su padre, un penoso viaje de
más de cien leguas. Y así, desde pequeño, se encontró tras un
mostrador al que “desde el principio le mostró gran repugnan-
cia por lo que se oponía al espíritu de recogimiento y de si-
lencio que él comprendía debía pasar su vida”. A Francisco le
ronda la idea de ser cura. Esto de soñaren ser cura a edad tan
tierna lo afirma él mismo: en su autobiografía lo recalca varias
veces como para dejar expresa constancia de que su vocación
parte de las mismas raíces de su infancia. Le habrá de costar lo
suyo, ya veremos, pero este chaval es testarudo, un numantino
que cuando se empeña en algo…

Fuentes de Andalucía es un pueblo grandote de la pro-


vincia de Sevilla, a 65 kilómetros de la capital, en dirección
hacia Córdoba. Llamado así por el gran número de veneros y
manantiales que en él había. Situado al fondo de esa llanada
que forma la vega de Carmona, su gente conserva el empaque
de un pueblo señor y la herida lacerante del paro temporero y
la emigración…
Hablo de Fuentes de Andalucía porque creo conocerla:
su nombre resuena en el hondón de mi conciencia como cam-
panada de nostalgia. Pisé por primera vez este pueblo una fría
mañana de enero. Recuerdo que chispeaba. Bajé del autobús y
me dirigí a casa de don Eduardo, el cura párroco. En mi bolsi-
llo llevaba mi primer nombramiento: coadjutor de la parroquia
de Santa María la Blanca. Pasé allí nueve meses -los primeros
de mi sacerdocio- intensamente vividos, amorosamente recor-

31
dados.
Aquí vivió Francisco los años de su juventud. Mimado
por sus tíos era querido también por la gente que acudía a su
tienda: le llamaban “Francisquito el bueno”, un apodo un poco
blando que no cuadra con la adustez de su carácter soriano.
Bueno sí era el chico, y su tío, Teodoro García, buen trabaja-
dor, comenzó a soñar que no estaría mal un casamiento futu-
ro con alguna de sus hijas. ¡Vanas ilusiones! Su tía, Catalina
Sánchez, buena cristiana, sabía algo del secreto del chico: Le
fastidiaba el mostrador, Francisco sentía vocación religiosa.
Siendo ya mayorcete, se confió a un sacerdote del pue-
blo con el que confesaba habitualmente. Este le procuró una
gramática latina para que intuyera qué difíciles Alpes debía
coronar para llegar a la cima del sacerdocio. Era como decirle,
de forma muy diplomática:
- Amigo, el sacerdocio no está hecho a la medida de un
tendero.
Pero Francisco estudió con pasión en las largas noches
de vigilia. Sin maestro, sin orientación, se adentró por los
intrincados vericuetos de las declinaciones latinas. Su tesón
pudo más que la lengua de Cicerón. Volvió al cura y le dijo:
- Ya lo sé; quiero ser sacerdote.
“El confesor -cuenta en su autobiografía-, aunque bue-
no, no se ocupaba más que de los pecados, y de todo lo demás
se desentendía”. A este buen cura le dio por morirse, lo que
en ciertas ocasiones no deja de ser providencial. Francisco se
encontró con las manos libres para elegir nuevo director espi-
ritual. Contaba dieciocho años, y esta vez quiso atinar bien.
Eligió al párroco del pueblo “del cual se tenía formado gran
concepto por su ilustración, por su virtud y por su ardiente celo
en el bien de las almas… él sólo bastaba para conservar la mo-

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ralidad de todo el pueblo y, tanto era el aprecio y estimación
en que lo tenían, que todavía, después de muchos años que
hace que falleció, no lo han borrado de su memoria”. El viejo
párroco acogió con cariño los desvelos de Francisco. Cuando
se convenció de que su vocación era recia, le dio ánimos y le
ayudó a superar la negativa de su tío. Teodoro García era duro
de pelar: Venían por tierra las ilusiones que había fabricado en
su imaginación. Hizo ofertas tentadoras a su sobrino, pero éste
siempre le respondía.
- No puedo ser más que sacerdote, o nada.
Una guerra sorda se había declarado entre tío y sobrino.
Fue el momento que eligió el párroco para abordar de-
finitivamente el problema.
- Puesto que con suavidad y sin disgusto no puedes de-
jar la casa de tu tío, ¿te atreves a romper con todo y marchar a
Sevilla a empezar los estudios?
- Sí, padre -contestó Francisco.
- Y ¿con qué has de sostenerte?
- Cuento con unos mil reales.
- Y, en gastándolos, ¿qué harás?
- Pediré limosna si antes no encuentro dónde ganar sus-
tento.
- Siendo así, puedes hacerlo inmediatamente, y Dios te
ayudará como confío. También yo veré si con mis relaciones
puedo hacer por ti alguna cosa.

En septiembre de 1846, llegó a Sevilla y se matriculó


en la Universidad Literaria. Sus estudios en Fuentes de Anda-
lucía le valieron la dispensa del primer año con la gramática
latina. Comenzó, pues, por el segundo año académico de Filo-
sofía, siempre puntual, siempre atento a las clases. En diciem-
bre, elevó una solicitud al rector para ausentarse durante dos

33
meses, ya que “en el sorteo que se ha verificado en su pueblo le
ha tocado el número tercero, acaba de recibir aviso se presente
inmediatamente o a afiliarse o a manifestar las excepciones
que tenga: como la distancia pasa de ciento veinte leguas que
tiene además que invertir algún tiempo para hacer valer sus
excepciones y después volverse ha de gastar por lo menos en
esto dos meses…”.
Salió de Sevilla el 17 de diciembre. Se encuentra de
vuelta el 3 de febrero de 1847. En Garray encontró a su padre,
casado de nuevo, con Escolástica Marco, natural de Torretarta-
jo. De este segundo matrimonio vinieron estos hijos: Vicente,
Josefa Teresa, Juana de Aza y María Luisa, nacida en 1847, y
única entre los hijos que llegaría a la edad adulta y conocería
al futuro Padre Tejero.
La vuelta a Sevilla le devolvió de nuevo a sus estudios.
Pero en el viaje a Garray había gastado los pocos ahorros que
le quedaban. Las cartas de recomendación de su viejo párroco
no sirvieron de mucho. A su tío no podía acudir. ¿Qué hacer?
Cuenta en su autobiografía:
“Antes de llegar al extremo de mendigar, le hablaron
de un sacerdote de esta capital muy conocido por su posición
y caridad. A éste se sintió inclinado a ver el nuevo estudian-
te para manifestarle las apremiantes circunstancias en que se
encontraba; le escuchó, pero empezó a ponerle dificultades.
Entonces, con uno de esos arranques que da cuando quiere la
gracia de Dios. le dijo el joven con firmeza: “Padre, mi voca-
ción es de Dios y estoy seguro que no me ha de desamparar”.
Fueron palabras que enternecieron y conmovieron de tal modo
el corazón de este buen sacerdote que inmediatamente le man-
da que se traslade a su casa, en donde nada le faltará y que ya
no más que a estudiar”.

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A su cuidado vivió unos años el Padre Tejero. Pero para
no ser gravoso a su mecenas, se buscó un trabajo en un escri-
torio “adonde iba las horas que le dejaban libre los estudios”.
Con el pan y posada del eclesiástico y los ahorrillos de escri-
biente, fue escapando el estudiante de cura.
Aún se encontraba en los cursos de humanidades y filo-
sofía, cuando recibe la tonsura clerical el 6 de abril de 1879, de
manos del arzobispo de Sevilla, cardenal Judas José Romo. La
exploración canónica exigida por el Código de Derecho Canó-
nico sobre su piedad, moralidad y buenas costumbres recogi-
das de los testimonios de varios vecinos de Fuentes de Andalu-
cía, es constante en afirmar la seriedad y buena disposición que
adornan al neófito. Y, por supuesto, -atención a esto, lectores,
que tiene no poca gracia- no padece ningún defecto físico que
repugne el ejercicio de su dignidad sacerdotal. El defecto fí-
sico de Tejero -observen su foto en este libro- consistía en un
ojo un tanto extraño. Desmesuradamente abierto el izquierdo,
ofrece la impresión de que le han colocado un ojo de cristal.
No es cierto: suyo y verdadero. Sabemos que, en vida, sufrió
varias operaciones en ese ojo, pero esa pupila izquierda, extra-
ñamente abierta, debía ser cosa congénita. Cuando pasen los
años y acuda a Soria, su hermana María Luisa reconocerá a su
hermano precisamente por el ojo. No es que el Padre Tejero
fuera una belleza, no pretendemos tal cosa, por otro lado sin
importancia, pero tampoco le desfavorece a su físico ese ojo
mal colocado. A los vecinos de Fuentes les preguntaron si re-
pugnaba a la dignidad sacerdotal una pupila tan desmesurada.
Contestaron que no. Así son los cánones. Por si acaso…
Siguió estudiando, ya de clérigo tonsurado, en la Uni-
versidad Literaria. En junio de 1850, consigue el grado de ba-
chiller en filosofía, y comienza en septiembre el curso prepa-

35
Madre Dolores

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Autógrafo de Madre Dolores

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ratorio de teología y jurisprudencia. Por este tiempo pasaron
por Sevilla unos misioneros reclutando jóvenes estudiantes
dispuestos a ejercitar su ministerio en América. A Tejero le
entusiasmó la idea, pero quiso primero consultarlo con su con-
fesor. Don Juan de la Carrera, anciano filipense, reunía en tor-
no a su confesionario lo más docto y distinguido del clero de
Sevilla. Francisco propuso a su director espiritual sus anhelos
misioneros. Este le contestó del mismo modo que a su padre
San Felipe le respondió el suyo de Roma.
- Sevilla serán tus Indias.
Y Tejero desistió de la idea.
Llegó a cura. Contaba veintiséis años cuando su direc-
tor espiritual le aconsejó que no dilatase por más tiempo su
ordenación, aunque no hubiese terminado sus estudios de teo-
logía. De hecho acababa de empezar y no los terminaría hasta
el año 1856. Solicita órdenes al cardenal Romo. Éstas se van a
suceder en el espacio de pocos meses. El 18 de abril de 1851
recibe las cuatro órdenes menores. Al día siguiente, sábado
santo, el subdiaconado. El 14 de junio, ya es diácono. Culmina
el 29 de septiembre con la ordenación sacerdotal. Tejero se or-
dena a título de beneficio y recibe del cardenal Romo el cargo
de segundo sacristán de la parroquia de Fuentes de Andalucía.
Una nota triste: su confesor, don Juan de la Carrera, no pudo
felicitar a su pupilo. Viejo y achacoso, murió en el Oratorio de
San Felipe el 19 de julio, después de una larga vida de trabajos
y ministerios.
El 5 de octubre, fiesta del Santo Rosario, celebró su pri-
mera misa en Fuentes de Andalucía. “Sus ojos fueron, durante
toda ella, dos fuentes de lágrimas, considerándose indigno de
tan alta dignidad, y agradecidísimo al Padre de las misericor-
dias porque le había ya concedido la gracia de su vocación que

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era el sacerdocio”, confiesa más tarde. Sus tíos y primos, en
trajes de fiesta, en primera fila. Al final, un fuerte abrazo. Al tío
Teodoro le brotan unas lágrimas.
- Este testarudo lo ha conseguido…

39
40
3. EL CURA DE LOS CORRALES

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42
Volvió Francisco Tejero a Sevilla para continuar sus es-
tudios de teología y cánones. Pero el ejemplo de su director
espiritual, el filipense Juan de la Carrera, y los ejercicios espi-
rituales que en aquella casa realizó para su ordenación sacer-
dotal, crearon en él un estado de ánimo propenso a solicitar su
ingreso en el Oratorio. Compaginaba de este modo su añoran-
za por la soledad y el recogimiento del claustro con sus ansias
incontenidas de apostolado.
Sería hijo de San Felipe. Estaba resuelto a ello.
Se encontraba el Oratorio en el barrio de San Pedro,
ocupando un amplio cuadrilátero con fachadas a las calles San
Felipe, Doña María Coronel, Gerona, antes de Sardinas, y par-
te con la calle de los Huevos. Componía el edificio la Casa
de la Congregación, con fachada principal a la calle Gerona,
número 20, brillando sobre su puerta un hermoso dibujo en
azulejos, del fundador del Instituto; la Real Casa de Ejercicios,
con capacidad para ciento cincuenta ejercitantes; y una iglesia,
no muy amplia, de una sola nave alargada, con fachada a la
calle San Felipe, rica en cuadros y objetos litúrgicos.
El Oratorio chiquito que iniciara el padre Francisco de
Navascués en 1698 contaba en estos momentos con el empa-
que de lo mejor de la ciudad, a pesar de los saqueos y exclaus-
traciones que sufrió.

43
Francisco de Navascués fue un santo cura navarro que
aterrizó en el Oratorio de Granada. Su santidad de vida y el
buen ángel que siempre le acompañó, hicieron de él el pre-
destinado para las operaciones difíciles. Vino a Sevilla porque
no estaba bien que esta ciudad, “antiguo centro de religión y
de piedad muy acendradas, escuela de santos y de doctos”, no
contase con un Oratorio, cuando ya existían desde medio siglo
atrás en Valencia, Madrid, Granada y Cádiz.
Francisco de Navascués vino a Sevilla bien pertrechado
del espíritu oratoriano. Siendo joven, marchó a Roma a pie y
viviendo de limosnas, sin otros medios que un báculo en la
mano, su breviario y la imagen de la Virgen de los Dolores.
Permaneció allí tres años hasta embriagarse del espíritu de
San Felipe. Cuando volvió a España, fundó en Córdoba. Des-
pués… Sevilla. La fundación de Sevilla costó al padre Navas-
cués, como a Santa Teresa, largas “moradas” de desvelos. Pero
este cura navarro está fabricado de dura roca. El 28 de octubre
de 1698, festividad de los santos apóstoles Simón y Judas, ce-
lebró su primera misa en la iglesia del nuevo Oratorio. En su
altar coloca la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, bajo
cuya advocación, a ritmo de báculo, caminó hasta la ciudad
eterna.
Siglo y medio después, en 1852, un joven sacerdote
llamado Francisco de Jerónimo García Tejero pide sencilla-
mente, si no existe inconveniente, ser hijo de San Felipe en el
Oratorio de Sevilla.
El invento de los Oratorios se debe a un santo descomu-
nal llamado Felipe Neri. Este fiorentino spiritu bizarro es difí-
cil de sintetizar: le sobra santidad por todos los costados. Un
discípulo suyo, Giovenale Ancina, lo describe así en 1575: “Es
un anciano hermoso, limpio, todo blanco, parece un armiño;

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sus carnes son suaves y virginales, y si cuando levanta la mano
le da en ella el sol, se transparenta lo mismo que alabastro”.
Por estas fechas Felipe Neri es el apóstol indiscutido de Roma.
Nos ha llegado de él el santo milagrero y esa mirada penetrante
que descifra corazones, pero Felipe tuvo por virtud más honda
la humildad, lo empujaron al sacerdocio cuando tenía treinta
y seis años y rehusó siempre la púrpura cardenalicia. Formó
un Oratorio donde sus clérigos se regían por una constitución
totalmente democrática, presididos por este triple lema de de-
voción, estudio y alegría. Sobre todo, la alegría. Felipe Neri
fue un santo jocoso y alegre: “tintineos de risa”, cuenta Papini,
le brotaban de sus labios. Y ese amor tan encendido a Dios que
le hizo romper dos costillas y quedarle la marca sobre el pecho
ardiente.
¡Felipe, anciano hermoso, limpio, todo blanco, que pa-
rece un armiño! El Padre Tejero quiere seguir sus pasos.
Pippo buono, llamaban a Felipe Neri cuando era un ra-
pazuelo que jugueteaba por las calles de Florencia, su ciudad
natal. ¡Curiosa coincidencia! Al Padre Tejero le apodaron en
Fuentes de Andalucía, “Francisquito el bueno”, talmente como
el santo patrono a quien desea imitar.
Entró en el Oratorio el día primero de mayo de 1852,
como huésped pretendiente con un mes de probación. Inme-
diatamente después iniciaría su noviciado. Ingresaron con él
un clérigo de Écija, y don Cayetano Fernández, predicador
insigne y poeta estimable en los círculos literarios de la se-
gunda mitad de siglo. A los tres les fueron dispensadas “las
informaciones de genera en atención a su estado, y los de vida
y costumbres por ser bien conocidas sus buenas prendas, y los
vivos deseos que les animaban de pertenecer a nuestra Con-
gregación”.

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De Cayetano Fernández, que ocupará episodios jugo-
sos de esta historia, hablaremos más extensamente cuando lle-
gue la ocasión. Apunto una breve ficha biográfica que lo sitúe
en el momento del relato: Había nacido en Cádiz en 1820. Por
tanto, llevaba a Tejero cinco años. De pequeño fue seise en la
catedral de Cádiz, voz timbrada que resonaría con fuerza en
los mejores púlpitos de la ciudad. Ingresó en el seminario ga-
ditano de San Bartolomé, donde estudió filosofía. Como tenía
voz bonita, se costeaba los estudios cantando por las parro-
quias. Vino a Sevilla en 1841 y estudió teología y jurispruden-
cia. Se enamoró de una chica y se esfumaron por el momento
sus pretensiones clericales. Casó, tuvo una hija, murió la hija,
murió su mujer, y enviudó en cuestión de dos años. En el joven
letrado renació de nuevo su vocación religiosa: se ordenó y
pidió el ingreso en el Oratorio.
Regía el gobierno de la Congregación don Antonio
Sánchez Cid, que gastó la herencia familiar en reponer los
despojos ocasionados por la desamortización de Mendizábal
y los destrozos sufridos en la iglesia cuando el bombardeo de
Sevilla del año 43. Con el Concordato firmado en 1851, la si-
tuación jurídica del Oratorio se había normalizado, y florecía
de nuevo después de penosas experiencias. Al Prepósito, que
así llamaban al superior de la casa, le tocó por los méritos con-
traídos, la prebenda de un obispado, el de Coria en Extrema-
dura. Corría el mes de julio de 1852. La noticia fue recibida
por la comunidad con muestras exteriores de júbilo: repique de
fiesta en las campanas de la iglesia. Pero interiormente, pro-
fundamente contrariados porque don Antonio Sánchez Cid se
había saltado una norma que es ley sagrada en el Oratorio: no
aceptar ningún honor episcopal sin un expreso y terminante
mandato del Papa. Como su padre San Felipe, que no acep-

46
tó púrpura cardenalicia alguna… Ante el hecho consumado,
hubieron de resignarse. Sin consultar con la comunidad, don
Antonio Sánchez Cid había dicho sí a la propuesta golosa que
le ofreciera Su Majestad la Reina. Y marchó de obispo a Coria.
Tejero y Cayetano Fernández llevaban escasamente un mes de
noviciado.
Está radiante nuestro cura. Su permanencia en el Orato-
rio la considera como el suceso más feliz de su vida.
- ¡Ya tengo satisfechas todas mis aspiraciones! Aunque
pobre, a nada he querido aspirar y en nada tengo por más honra
que firmarme padre del Oratorio. (Acuérdate, padre Tejero, de
la sentencia que pronunció tu padre espiritual cuando soñabas
en las misiones de América: “¡Sevilla serán tus Indias!”. Ya
verás, ya verás lo que el futuro te depara…). Por el momento,
gasta su tiempo en la práctica fiel de los ejercicios de comuni-
dad, compaginándolos con horas de confesonario y la prédica
de turno.
1854. En España se respiran aires de revolución. La rei-
na no parece haberse dado cuenta, como siempre. En vísperas
de Reyes, Isabel II está de parto y da a luz una niña que muere
a los dos días. La prensa de la oposición no se da por enterada
de este suceso. Mal presagio. A mediados de mes, la reina pre-
side de nuevo el Consejo de ministros. La crisis se masca, pero
ésta no se produce. El conde de San Luis sigue al frente de sus
“polacos”, que así llamaba la gente a los partidarios de Sarto-
rius, por ser originario de Polonia el apellido del presidente
del Consejo. “Polacada” sería el empleo arbitrario de la fuerza.
Para dar honor al mote, Sartorius se dedicó a dar polacadas a
diestro y siniestro, como si de mandobles se tratase. Disolvió
las Cortes; desterró a varios generales; detuvo a otros; sometió
a rigurosísima censura a la prensa; clausuró el Ateneo… Isabel

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II -que ya parece haber olvidado el luto- asiste a un gran baile
que ofrece la reina madre en su palacio de la calle de las Rejas.
Viste traje azul, con blondas y flores, y un porte regordete que,
a sus veinticuatro años, presagian su facilidad por la gordura.
Mientras la reina baila, el país conspira.
La revuelta estalla el 28 de junio. El general O’Donnell
sale de su escondite y se coloca al frente de la revolución, se-
cundado por los generales Dulce, Ros de Olano y Echagüe. En
el puente de Vicálvaro se entabla un combate con tropas leales
a la reina. Día y noche pelearon; la batalla quedó en tablas.
Las tropas gubernamentales se retiraron a Madrid, y O’Don-
nell tomó el camino de Andalucía sin atreverse a penetrar en
la Corte. En Manzanares lanzó una proclama, redactada por un
joven periodista, llamado Antonio Cánovas del Castillo. De-
cía: “Queremos la conservación del trono, pero sin camarillas
que lo deshonren”.
Lo que no consiguió O’Donnell lo va a lograr el pue-
blo. La gente de Madrid se echa a la calle, asalta las cárceles,
suelta a los presos, levanta barricadas. Arde el palacio de la
reina Cristina. Asaltan las casas del conde de San Luis y del
marqués de Salamanca… La reina, asustada, pretende dejar la
corte y refugiarse en Aranjuez. Turgot, el embajador de Fran-
cia, le aconseja:
- Señora, los reyes que abandonan su palacio en mo-
mentos de revolución no vuelven nunca a él.
El movimiento insurreccional se extiende por todo el
país. Se forman juntas de salvación que reclaman la dimisión
del gabinete y la reunión de Cortes constituyentes. La reina,
acorralada, llama al jefe de los progresistas, el general Espar-
tero. Este llegó a Madrid el 28 de julio. Tomó las riendas del
poder, apaciguó los ánimos, salvó la corona, y comenzó el lla-
mado “Bienio progresista”.

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El Oratorio va a sufrir las consecuencias de la Vicalva-
rada. Después del manifiesto de Manzanares, O’Donnell se di-
rige a Sevilla. El capitán general de esta plaza asume el mando
y ordena al ayuntamiento que organice patrullas de seguridad
dispuestas a combatir si los sublevados intentan acercarse a
Sevilla. Vano intento. O’Donnell se planta en Écija y los libe-
rales sevillanos en golpe de fuerza se imponen y nombran en
las Casas Capitulares una Junta de Gobierno, bajo la presiden-
cia del marqués de la Motilla, que secundó el movimiento.
A la Iglesia toca sufrir de nuevo. Es el capote rojo de
todo toro revolucionario. En Sevilla, el Oratorio es plato fuer-
te. El 4 de agosto, la Junta revolucionaria intervino e inven-
tarió los muebles y efectos de la iglesia y la casa y dio orden
a los padres que la habitaban de que desalojasen el edificio
en el término de 24 horas. Era entonces Prepósito don José
María Crespo e Iñigo, un anciano bondadoso que no estaba
ya para aquellos trotes. Fue el padre Alonsito, el pura sangre
carmonense, director de la Casa de ejercicios por este tiempo,
quien lidió con la comisión que vino a incautarse del edificio.
Al frente de la comisión, don Perfecto Gandarias, magistrado
de la Audiencia y progresista de primera. Comenzaron por in-
ventariar la iglesia, después la casa… El padre Alonsito derro-
chaba mansedumbre. Llegan a su habitación. Y aquí estalló:
- Señores, ¿qué vienen a hacer aquí? Ustedes y los que
les mandan desconocen de todo punto la índole de esta Corpo-
ración, en la que ni existe, ni ha existido nunca la comunidad
de bienes. Esos objetos que quieren ustedes apuntar no le de-
ben nada a nadie: me han costado a mí el dinero, y son particu-
larmente tan míos como el sombrero que lleva usted encasque-
tado en su cabeza, señor don Perfecto. Así que ustedes, porque
así lo permite el cielo, pueden llevarse las cosas que son de

49
Dios y de su Iglesia, dispersarnos y cerrar, a piedra y lodo, las
puertas de nuestra propia casa; pero, desde el momento en que
se toque a la propiedad particular, nos autorizan ustedes para
decirles paladinamente que, a nombre de libertades mal enten-
didas, son ustedes más tiranos y más déspotas que el sultán de
Constantinopla.
¡Qué furia, mamma mía, la de este padrecito todo pura
sangre! Los junteros, sorprendidos por esta fenomenal filípica,
se retiraron a deliberar. Al rato vuelven, y don Perfecto Gan-
darias exclama:
- Hemos acordado que pueden ustedes sacar todo lo que
particularmente les pertenezca.
- Muchas gracias -contestó el padre Alonsito- por la ge-
nerosidad que me hace otra vez dueño de mi sotana y de mi
camisa.
La comisión, cubierto su cometido, se retiró. Escaleras
abajo iban murmurando:
- ¡Este padrecito es de oro!
- ¡Este curita es de cuenta!
El bienio progresista tomó un marcado tinte anticleri-
cal: deportó a los jesuitas, sancionó nuevas desamortizaciones,
prohibió las procesiones, expulsó al nuncio, desterró a algunos
obispos, cerró el tribunal de la Rota, violó el Concordato fir-
mado tres años antes… El Oratorio de Sevilla quedó conver-
tido en cuartel de milicias urbanas, y la campana de la iglesia
que convocaba a misa fue sustituida por el estruendo de tam-
bores y cornetas.
Un nuevo giro político devolvió a los padres filipenses
su Oratorio. Por Real Orden de 6 de agosto de 1856 se les
restituía casa y bienes inventariados. Ya están reunidos de nue-
vo: en animada conversación, intercambian las experiencias

50
vividas durante el éxodo. El padre Alonsito había marchado
a Gibraltar con el afán no logrado de formar allí un Oratorio,
a pesar del apoyo que le prestó don Juan Escandela, Vicario
Apostólico del Pañón. El Prepósito está viejo, ajado, y pronto
le va a dar un patatús. Sólo cuentan con una baja: el benjamín
de la comunidad, padre Manuel Rodríguez, ha muerto de có-
lera.
- ¡Carillo nos ha costado! -se decían-. Fue preciso que
este ángel volase al cielo para recabar allí de la misericordia
divina el decreto de nuestra reposición.
¿Y el Padre Tejero?
Feliz y contento. Ha vivido en la Parroquia de San Ro-
que, extramuros de la ciudad, una experiencia apostólica inol-
vidable que le va a marcar de por vida. Explica a la comunidad
por qué le han colocado el apodo cariñoso de “El cura de los
corrales”. Cuenta treinta y un años, se siente ya maduro, y el
gozo le sube a las mejillas.
Verán. Cuando los dispersaron en agosto del 54, el có-
lera estaba haciendo de las suyas en Sevilla. Se coló por Triana
el 23 de julio, y después de dos meses de asedio el terrible
enemigo causó 4.287 víctimas y más de un millón de gastos
del ayuntamiento sevillano. Tejero, que predicaba en San Ro-
que los domingos y explicaba la doctrina a los niños, se coló
por los corrales de la feligresía donde la epidemia zurraba con
más fuerza. Incansable en sus auxilios espirituales, aquel ca-
minar de corral en corral abrió sus ojos a un submundo se-
villano desconocido para él. Mientras duró la epidemia, sólo
había ánimos para lo más perentorio: la ayuda caritativa y los
últimos auxilios espirituales. Cuando el cólera se marchó de
una maldita vez, al Padre Tejero le quedó el sabor amargo de
realidades tristes difíciles de vislumbrar desde la atalaya có-

51
moda del Oratorio.
Organizó un plan de ataque. Pergeñó en un papel un
original programa pastoral y convocó a su empresa a unos bue-
nos feligreses y señoras decididas de su tiempo de confesona-
rio en el Oratorio. Les habló del “estado de ignorancia que veía
tan generalizado en la sociedad, particularmente en la clase
más humilde; los muchos vicios de que se veían dominados;
lo difícil de que vayan a oír la divina palabra por sus trabajos,
por su dejadez y por su miseria; el abandono en recibir los
sacramentos…”.
Su patrulla de incondicionales, que llegó en un cierto
momento a superar la cifra de setenta, como los discípulos en-
viados por el Señor, se distribuían todas las noches por los dis-
tintos corrales, donde se organizaban unas ruedas espontáneas
de catecismo. El Padre Tejero, semanalmente, recorría los co-
rrales y predicaba en ellos. Cada mes, reunía a los catequistas
e intercambiaban los progresos y frutos de sus trabajos. Tejero
irradiaba felicidad y animaba a los suyos cuando el desaliento
minaba algún entusiasmo. Por Sevilla corrió un mote: “El cura
de los corrales”.
El doctor Hauser cuenta que vivían en corrales de veci-
nos, en el siglo XIX, la tercera parte de la población de Sevilla.
Unas 40.000 personas, chispa más o menos. No penséis que el
Padre Tejero guardaba pretensiones de convertirse en el misio-
nero popular de tan impresionante población. Sus anhelos se
cifraban, por el momento, en los alrededores del barrio de San
Roque. ¿Cómo es un corral de vecinos? Don Luis Montoto nos
ha dejado páginas muy bellas del costumbrismo de los patios
del corral sevillano. “La fuente en el centro, rodeada de tiestos
de albahaca y geranios… en los corredores altos, colgando de
cordeles, las ropas puestas a secar, las camisas rotas, los cal-

52
zoncillos desfondados, las azafranadas mantillas de los niños,
los rojos zagalejos… Anafes, pucheros sobre trébedes, bancos
de carpinteros, ladrillos para lavar, sillas desvencijadas… todo
lo que pintó tantas veces Manuel Cabral Bejarano, sin la falta
de perros y gatos, jaulas de pájaros, banquillos de zapateros,
etc., etc.”.
Pero quiero hacer honor al doctor Hauser ofreciendo
una bella página en que pinta la arquitectura de estos corrales
y el “modus vivendi” de sus vecinos. La cita es larga, pero yo
no sabría describirla mejor.

Al entrar en uno de estos corrales, lo primero que se presenta a


la vista es un patio grande, mal empedrado, con su pozo de an-
cho brocal en medio; carrillo de hierro, gruesa soga de esparto
y pesada cubeta de madera provee a la más urgente necesidad
del pobre, que es el agua. Algunos lavaderos de piedra y gran-
des tinajas para las lejías y recoger las aguas llovedizas, se ven
aquí y allí; suele haber también algún árbol o alguna parra que
lanza sus ramas con atrevimiento a enlazarlas con las barandas
de madera de los corredores altos. A derecha e izquierda, o por
mejor decir, todo alrededor del patio, se abren las puertas de las
viviendas, estrechos chiribiteles donde se recoge a dormir una fa-
milia casi siempre numerosa. De estos nidos faltos de ventilación,
particularmente cuando la puerta está cerrada, y donde se carece
de todas las comodidades, salen bandadas de palomas tan bien
dispuestas con sus almidonados vestidos y floridas cabezas, que
llenan los talleres de la fábrica de tabacos, la Cartuja y otras mu-
chas industrias y tiendas de varias clases. Volvamos al patio del
corral. Delante de la puerta de cada habitación se hallan los uten-
silios de la colada, el gran anafe de yeso donde hierve la comida
de la familia y algún mueble que no cabe en la reducida vivienda.
En los corredores altos se abren otras tantas puertas como abajo
y se cruzan en todas direcciones tendederos cargados de ropitas
de niños en su mayor parte, pero también de ropas de los mayores,
dominadas siempre por la blusa azul del obrero.
El aspecto del patio de estas extensas moradas en las horas avan-

53
zadas de un templado día de invierno, es digno de llamar la aten-
ción, tanto del filántropo como del higienista. Agítase un verdade-
ro pueblo, que aunque en el centro de Sevilla, parece hallarse a
100 leguas de ésta. Las mujeres lavan o planchan al aire libre; los
jóvenes cantan, los niños se arrastran en las piedras jugando con
los perros, mientras los gatos dormitan perezosamente tendidos a
los rayos del sol. Entre los perros y los niños, las gallinas escar-
ban la tierra, vigiladas por el altivo gallo de tornasoladas plumas
y crestas y barba rojas. De un lado una mujer sostiene en sus
rodillas la cabeza de otra y busca con agilidad entre los encres-
pados cabellos tan segura de hallar, como si estuviera de cacería
en los sotos reales; del otro un zapatero (¿y en qué corral no lo
hay?) machaca ruidosamente la suela permitiéndose sólo algunos
momentos de descanso en su tarea, para leer algún periódico y
satisfacer la curiosidad de los que le rodean ávidos de saber las
novedades políticas de los cultos artículos y elegantes frases que
encierran las populares páginas del Tío Conejo, el que con algu-
nas novelas de las fechorías de los bandidos más célebres forman
las delicias y diversiones literarias del pueblo. En estos corrales,
se mezclan, por lo general, todas las clases pobres según pueden
pagar los alquileres de sus moradas: mendigos, obreros, artesa-
nos y jornaleros son los súbditos de la varonil casera que puede
apostárselas con el mismo D. Pedro el Justiciero en gobernar tan
pequeño como rebelde reino.

En este mundo pintoresco, las huestes del padre Tejero


se lanzaron a catequizar. Cada catequista debía tener cuando
menos dos corrales a su cargo, visitándolos alternativamente
y procurando formar pequeños grupos para la enseñanza del
catecismo. La coeducación no privaba por aquel tiempo. El
catequista, con los hombres; la catequista, con las mujeres.
Cuando llegaba la ocasión, el padre Tejero, en medio del patio,
lanzaba su prédica para todos los vecinos. Aquella tarde, el
corral era una fiesta. Treinta y un corrales visitaban por este
tiempo, según una lista del padre Tejero, con su distribución
por calles y números. La mayoría de ellos ya han desapare-

54
cido. Ofrecen nombres muy curiosos, por ejemplo: Corral de
la Concepción, del Dulce, de los Carros, del Ahorcado, de la
Estrella, de la Morera, del Cura, del Indiano, de Cartuja, del
Corujo, de las Cañas, del Cabañil, de Marillanos, del Agua, del
Horno Quemado, de la Caridad, del Bucareli, de Mallen, de
San Agustín, de Cadenas, de la Cencerra, del Horno de Santa
Bárbara, etc.
En los dos años de dispersión, el padre Tejero podía
ofrecer a sus hermanos de Congregación esta jugosa experien-
cia. ¿Hubo contento? Lo hubo, pero no total. Ciertos padres
no veían con claridad la necesidad de estas aventuras apos-
tólicas. Son los topos de siempre, con un montículo de arena
ante los ojos, para no apreciar la belleza del amplio mundo.
¡Si al menos no fastidiaran! Pues fastidian, sí señor. Al padre
Tejero le quieren cortar las alas. Petulancias juveniles no cua-
dran con la seriedad del Oratorio. Hijo de obediencia, el padre
Tejero somete a votación su deseo de seguir adelante con su
empresa catequista. La lógica se impone: recibe un sí, aunque
con condiciones. Es una fórmula de compromiso, en espera
de tiempos mejores. El 5 de diciembre de 1856, reunidos los
padres, acuerdan: “…que en los dos años de dispersión se ha-
bía dedicado el Padre García Tejero con su anuencia a hacer
el Catecismo de la Doctrina Cristiana todos los domingos en
la iglesia y feligresía de San Roque y que solicitaba permiso
de la Congregación para continuar este ejercicio. Los padres,
atendido el compromiso ya contraído, se lo concedieron por
ahora y con la condición de que no haga pláticas en el púlpito,
ni se embarace de modo que falte a las atenciones y horas de
nuestra Santa Casa e Instituto”.
El padre Tejero es hombre de suerte. Un mes más tar-
de, el 3 de enero de 1857, sale elegido Prepósito del Oratorio,

55
el todo pura sangre carmonense, chiquitajo y más bueno que
el pan, José María Alonso y Elena, más conocido en Sevilla
como Padre Alonsito.
Luz verde para el Padre Tejero. El Padre Alonsito le
otorga su confianza y acalla las murmuraciones de pasillos.
Dos años más tarde, la experiencia de San Roque se habrá ex-
tendido por otras parroquias de la ciudad. Se forma una asocia-
ción de fieles con el nombre de “Congregaciones Catequistas”.
El cardenal Tarancón, arzobispo de Sevilla, aprueba sus estatu-
tos el 16 de mayo de 1859.
El Padre Tejero, feliz y contento. La asociación marcha
viento en popa.
¿No dijimos que era un testarudo?
No tiene remedio. Se va a meter en un lío más gordo.

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4. CASA DE ARREPENTIDAS

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58
Eso de “cura de los corrales” es un decir. Sus “Con-
gregaciones Catequistas” se han extendido por diversas pa-
rroquias de la diócesis, casas de beneficencia, correccionales,
Hospital Central o de Las Cinco Llagas… incluso la cárcel. En
el verano de 1859, unas ocho mil personas se instruyen en el
catecismo y reciben los sacramentos gracias a los catequistas
del Padre Tejero. ¿Alguien ofrece más? El Padre Alonsito ha
comprendido que su cura es oro fino, y el arzobispo de Sevilla
ha escrito una carta a los párrocos encomendando una obra
que está realizando tanto bien. El padre Tejero cuenta treinta y
cuatro años, lleva ocho de sacerdote, y a punto estuvo por ese
maldito ojo mal colocado de quedarse en la cuneta.
El invento es bien sencillo. Las Congregaciones Cate-
quistas realizan por medio de sus miembros la enseñanza de la
Doctrina cristiana en todos los lugares en que se les permite:
casas particulares, corrales o casas de muchos vecinos, casas
de beneficencia, establecimientos penales, correccionales, es-
cuelas primarias… En cada parroquia sólo puede existir una
Congregación, con total independencia de las demás, y con
un director que es el párroco; en su defecto, el coadjutor o
un seglar comprometido. Cada Congregación se compone de
dos secciones, una de hombres para la enseñanza de los varo-
nes, y otra de mujeres para la enseñanza de las ídem. Con el

59
director dirigen el cotarro un hermano o hermana mayor. Los
demás miembros reciben el nombre de hermanos catequistas.
Una Doctrina será la reunión o célula de cada catequista con su
grupo de educandos. Libro básico, el Ripalda. Aunque puede
utilizarse cualquier otro catecismo vigente, si es del agrado
del párroco. Y aquí acaba el invento. Algo bien sencillo, pero
que movilizó la catequesis de media diócesis durante un po-
rrón de años gracias al entusiasmo del Padre Tejero y su buena
dosis de amor de Dios. Con la revolución septembrina del 68
se apagaron los anhelos catequísticos y el entramado se vino
abajo. Por el momento. Ya veremos de lo que es capaz el Padre
Tejero, cuando vuelva del destierro. Porque, adelanto aquí, la
revolución del 68 lo mandó a paseo.
Volvamos a 1859, que es la fecha clave en nuestra his-
toria. En el Hospital de las Cinco Llagas -con estos nombres
era conocido el Hospital Central de la Macarena, hoy cerrado
y sin que se sepa en qué ocupará la Diputación este magnífico
edificio del dieciséis que donó doña Catalina Enriquez de Ri-
vera y su hijo don Fadrique - se había montado una Doctrina
en la sala de Santa María Magdalena. Pueden imaginar el ele-
mento humano que afluía a dicha sala, y la terapia que aplica-
ban. No vamos a describirlo.
El Padre Tejero no acudía a esta sala con la misma fa-
cilidad que a los corrales. Es lógico. Quitémonos de la cabeza
la imagen de los pabellones asépticos de los hospitales actua-
les con monjitas y enfermeras guapas. Aquello era otra cosa.
Sencillamente inmundo. Y el griterío corralero, y la chulería
de los mozos del Hospital… Un sacerdote que precie su hono-
rabilidad difícilmente hubiera accedido a traspasar el umbral
de aquella sala. Tejero lo hizo, ya ven. Está fabricado este cura
de agallas recias. Sus catequistas han lanzado allí redes de con-

60
versión, y lo llaman para confesar. El cuadro que observó lo
pinta con estos colores:
- Al entrar allí y tomar convencimiento de aquellas in-
felices, vi a unas que, incautas, habían sido seducidas por la
malicia de algún novio, criado, hijo o amo; otras que, mal edu-
cadas por sus madres, sólo habían pensado en el lujo y en la
vanidad, y, para sostenerlo, recurrían al pecado; aquellas que,
seducidas por sus mismas madres, comerciaban con ellas, cual
se hiciera con un animal. No faltaban, en fin, jóvenes encalle-
cidas en el pecado que se ocupaban de la perversión de las de-
más y las disponían para el día de la salida. Todas por lo gene-
ral completamente ignorantes en la ley de Dios, sin principios,
sin educación, tan desnudas y tan destruidas por el pecado que
se afligía el corazón de verlas, y algunas tan jovencitas que no
excedían de doce años…
Estamos a mediados de mayo cuando el Padre Tejero
penetra por primera vez en la sala de Santa María Magdalena,
y ya le ronda en la cabeza una nueva aventura. Es como un
chispazo que ilumina de pronto su mente y súbitamente desa-
parece. Como una ráfaga de viento que transporta el polen de
las flores y le siembra el rostro. Algo inconcreto, sutil, como la
semilla que se hunde en el surco.
- ¡Qué seres tan a propósito para ejercitar en ellas todas
las obras de misericordia!
Ya está; le ronda una nueva aventura. No sabe cómo, no
ha estudiado la fórmula, pero entiende que debe echarles una
mano: “Confesarlas y abandonarlas a sí mismas, es obra perdi-
da”, se dice. Si no son recalcitrantes, instruirlas en la Doctrina
y confesarlas, no es difícil. Viven el dolor de su desgracia y
aceptan cualquier mano generosa. Pero, ¿cómo asegurarles el
porvenir?

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Primera fórmula. Tejero acude a los padres de estas chi-
cas; que las perdonen, que las reciban en casa, están arrepenti-
das, son buenas, ha sido tan sólo un desliz…
Recibe la primera respuesta negativa:
- Ella haga lo que quiera; nosotros no queremos verla.
Segunda fórmula. Habla a sus amistades: tal vez nece-
siten criadas de servicio…
- ¿Merece su confianza, Padre?
- No lo sé. No poseo más antecedentes que los días que
lleva en el hospital y la confesión que ha hecho.
-…
Tercera fórmula. ¿Existirá en Sevilla alguna residencia
o asociación benéfica que las reciba cuando salgan del hos-
pital? Se librarían así de las vampiresas que merodean por la
salida para conducirlas de nuevo al burdel. Aprenderían un
oficio -coser, bordar, cocinar, lo que sea-, y a leer, porque son
analfabetas… Visitó varias asociaciones religiosas para que se
hicieran cargo de la obra. Les cantó la cantinela. El Padre Te-
jero se lamenta:
- ¿Qué sucedió? Unos se excusaron diciendo que no
tenían personal; otros, que era perder el tiempo; otros, que no
tenían recursos.
Fórmula definitiva. El Padre Tejero, cuya cabeza es
un pedernal, no está dispuesto a abandonar una empresa que
ha visto con claridad ha de repercutir a mayor gloria de Dios.
Consulta con el Padre Alonsito, su superior. Necesita su apro-
bación porque se va a enfrascar en una nueva aventura que le
ronda el corazón. El Padre Alonsito no tiene inconveniente:
sabe que su curita es oro fino. Adelante. La nueva aventura
comienza.
El Pare Tejero se formula la siguiente pregunta lógica:

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- ¿Es posible que Sevilla tenga establecimientos para
toda clase de personas, y no ha de haber uno para estas infe-
lices? ¿Por qué no ha de tener esta ciudad una casa como la
tienen Madrid, Barcelona, Valencia y otras capitales, donde la
joven que se convierte de sus extravíos halle el camino abierto
para el cielo?
Eso, ¿por qué Sevilla no?
Le viene de escuela. Recuerden al Padre Navascués, el
del báculo, breviario e imagen de la Virgen de los Dolores:
vino a Sevilla porque no estaba bien que esta ciudad, “anti-
guo centro de religión y de piedad muy acendradas, escuela
de santos y de doctos”, no contase con un Oratorio, cuando ya
existían en Valencia, Madrid, etc.
Recurrió de nuevo a sus amistades, solicitando una pe-
queña limosna para la casa que pensaba abrir. En su optimis-
mo, les decía:
- Así como en cada calle hay una o muchas casas de
perdición, yo deseo una de conversión y penitencia.
Pensaba que acogerían la idea con el optimismo de su
ingenuidad. Tuvo que soportar un chaparrón de paternales su-
gerencias.
- Esto es una locura, Padre. Personas de mucho valer lo
han intentado y no lo han conseguido.
- No pierda el tiempo, el dinero y el trabajo.
- Usted no conoce el manejo de estas chicas: le harán
mucho sufrir, porque entrarán para convalecer y luego se mar-
charán al burdel.
- Piense por su reputación, Padre…
Y la última perla:
- Déjelas correr; cuando sean viejas, ya pararán.
¡Monsergas! Lo que el Padre Tejero necesita es un pu-

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ñado de suscripciones que sostengan la casa que piensa abrir.
Los consejos sobran… A mediados de julio había logrado reu-
nir algunos muebles, una suscripción de cinco duros mensua-
les y el arriendo de una pequeñísima casa con capacidad para
seis personas. Con estos cortos recursos se consideró rico, se
dispuso a abrir el asilo, y mandó a paseo tan paternales con-
sejos.
Falta lo más importante: una persona de confianza que
se ponga al frente de la casa. Pasa ronda a la lista de sus cate-
quistas, necesita una mujer con espíritu y abnegación suficien-
te. Deshoja la margarita de posibilidades y topa con Rosario
Muñoz, soltera, ya madurita de cuarenta y seis años, natural
de Marchena. Rosario sirve de criada en una casa de Sevilla.
No le importa empeñarse en esta empresa, se siente contenta,
dice sí. El Padre Tejero le recalca las dificultades, desea poner
a prueba su decisión: tiene que brillar en honradez, caridad y
celo… se entregará exclusivamente a la obra… vivirá con las
chicas permanentemente… será para ellas una madre cariño-
sa… no recibirá sueldo alguno: participara de lo que haya en la
casa del producto de las limosnas… ¿Dispuesta? Rosario está
dispuesta. Así da gusto.
La casita que le ofrecieron se encontraba en pleno ba-
rrio de Santa Cruz, en la calle Jamerdana, frente a la iglesia de
los Venerables. Dos habitaciones amplias y destartaladas, pero
suficientes para empezar. Transportan unos muebles usados,
habilitan unas camas… El Padre Tejero muestra prisa. El 22
de julio es la fiesta de Santa María Magdalena, “modelo de
jóvenes arrepentidas”. Tiene su importancia, aunque la obra
sea muy pequeña y pobre, iniciarse en un día significativo. ¡Ya
ven qué solemnidad! El Padre Tejero colocó la casita, ya co-
queta y aseada, bajo la protección de la Virgen de los Dolores,
“atributo de penas por los pecados cometidos”; de San Felipe

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Neri, “abogado especial de castidad y perseverancia en la obra
de virtud”; y de Santa María Magdalena, “ejemplo de santi-
dad y penitencia para las jóvenes arrepentidas”. Aquella noche
durmieron por primera vez en la casa Rosario Muñoz y una
chavalilla de dieciséis años, huérfana y todo lo demás.
La casa de Arrepentidas de Sevilla daba sus primeros
pasos.

Ilusionado con la puesta en marcha de la Casa, el Padre


Tejero ha olvidado un dato fundamental: un reglamento que
oriente las actividades del nuevo establecimiento, determine
su finalidad e implante las bases de entrada, permanencia y
educación de las chicas. No ha tenido tiempo. Se le ha olvi-
dado, sencillamente. La verdad es que gestó la idea hace un
par de meses y ya cuenta con una realidad primeriza: una casa
abierta. Está contento, y basta. A Rosario le ha pedido que sea
una madre, y a la chica huérfana de dieciséis años que se porte
como una hija de casa. Luego, ya veremos. Este fue el primer
reglamento. Sencillísimo, pero fundamental.
… Ya han entrado en la casa dos, tres chicas del hospi-
tal. La familia se agranda, las dificultades aumentan y Rosario
se siente más madre, pero más indefensa. ¿Qué hacer? Redac-
tar un reglamento, eso. Padre Tejero ha oído hablar que la Viz-
condesa de Jorbalán ha establecido Casas de Arrepentidas en
Madrid y otras ciudades de España. Acude en su ayuda. Ella la
orientará. Le escribe el día primero de agosto…
- Señora Vizcondesa: Don Francisco García Tejero,
presbítero de la Congregación del Oratorio y Director de la
Doctrina Cristiana de esta capital…
Y le cuenta sus cuitas.
La Vizcondesa le contesta el 26 de agosto, le envía las

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Constituciones de su Colegio de Madrid, y le responde cosas
muy sensatas:
- Como usted comprenderá muy bien, estas Casas no
sólo pueden regirse sin unas Constituciones especiales, sino
que necesitan personas que las practiquen y esto es precisa-
mente lo principal en esta clase de fundaciones, la elección
y formación del espíritu de las personas que le han de dirigir
interiormente, es decir, de aquellas que han de cuidar de la
instrucción y moralización de las jóvenes acogidas.
He querido observar en la carta de la Vizcondesa de
Jorbalán como un deseo implícito de sugerir diplomáticamente
al Padre Tejero que está dispuesta a acudir a Sevilla se la llama
para fundar. La carta continúa:
- … éste es uno de los deberes de esta Comunidad de
Señoras Adoratrices del Santísimo, que tienen a su cargo la
dirección de estas Casas, y cuyas Constituciones acaban de ser
aprobadas. De este modo, y con la experiencia y los años que
llevo no sólo al frente de esta Casa, sino de las que he fundado
en Zaragoza y Valencia (las cuales gracias a la Misericordia
Divina cada vez en estado más satisfactorio) me han hecho ver
es el único medio de recoger el fruto que se desea.
¿Por qué no llamó el Padre Tejero a las Adoratrices?
Una patrulla de religiosas bien adiestradas en estos menesteres
le hubieran evitado tanteos inútiles. La fórmula estaba inven-
tada. La vizcondesa de Jorbalán le ha confesado lo que le ha
dictado su experiencia: No bastan señoras de buena voluntad.
Deben amarrarse con unos hábitos, unos votos que las pro-
yecten a una vocación específica de por vida. El Padre Tejero
cuenta en estos momentos con Rosario, la criada bondadosa,
para quien es lo mismo servir a unos señores que a chicas de
la vida.

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¿Es suficiente? ¿Prosperará la empresa?
No puedo desvelar este enigma. Sencillamente no sé
por qué el Padre Tejero no llamó a las Adoratrices para que
fundasen en Sevilla. Pero no quiero cargar en la conciencia de
este buen padre la presunción que nunca tuvo, de sentirse fun-
dador. ¿Fundador de qué? En aquellos momentos ni siquiera
podía suponer que de aquella experiencia surgiría una nueva
Congregación religiosa. Imagino que no se le ocurrió, simple-
mente.
Al mes contesta a la Vizcondesa y le cuenta los gozosos
avances de estos meses iniciales:
- Ya he recibido diez jóvenes de este Hospital Central,
criaturas de catorce años y medio hasta veintitrés; parecen dó-
ciles y se presenta abundante mies, pues por desgracia en esta
capital de Andalucía serpentean a centenares… El señor carde-
nal ha llevado con mucho gusto estos primeros ensayos, y trata
de protegerlos cuanto pueda, tanto más que le he manifestado
que son hechos por el mismo orden de los que se practican en
esa Corte, y otro señor, en confesión privada, me estuvo refi-
riendo algunos acontecimientos que a usted le habían asado en
los dos años que lleva al frente de ese colegio que me sirvieron
de satisfacción y de luz para lo sucesivo.
El reglamento del colegio de Madrid le va a inspirar un
estilo de actuación en estos momentos iniciales. Se lo agradece
a la Vizcondesa:
- Esta obra es hija de la suya.
Y aquí termina la correspondencia. La Casa de Arre-
pentidas de Sevilla comienza su difícil andadura. Veremos ha-
cia dónde camina.
La casa de la calle Jamerdana resulta pequeña. Diez jó-
venes más Rosario, once, son muchas personas para un par de

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habitaciones por muy amplias que sean. Alquilará otra casa.
El Padre Tejero está contento porque el número de chicas au-
menta, y las suscripciones también: De cinco duros mensuales,
las cuotas de socios protectores han subido a treinta y cinco.
En la calle de Bustos Tavera, junto al palacio del Conde de la
Mejorada y frente al convento de la Paz, encuentra una amplia
casa con capacidad para veinte personas. Le piden diecisiete
duros mensuales. Acepta, puede pagarlo. Aún le queda unos
cuantos duros para la comida. El traslado se efectuó en el mes
de noviembre.
En la nueva casa, con su patio sevillano y holgura su-
ficiente, todo parece indicar que se puede formalizar un cierto
orden de vida. Impuso las prácticas piadosas de mañana y no-
che con lectura al mediodía; el resto, a trabajar: costura, lectu-
ra o catecismo. Todas las semanas, una plática del Padre Tejero
y confesión en el convento de Santa Inés.
Pero el Padre Tejero no vive para sustos. No es la casa,
no. Es Rosario. La pobre, tan buena, tan bondadosa, tan madre,
necesitaría un espíritu más dinámico para imponer su autori-
dad. Que se la comen por sopa, vamos. Que se le escapan. Que
cuando se da cuenta, alguna le hace novillos. Y los de estas
chicas no son los inocentes novillos de crías de colegio. Cuen-
tan que a Rosario le costó dos sangrías las dos primeras chicas
que se le escaparon.
Por ello repito que el Padre Tejero no vive para sustos.
Necesita con urgencia otra persona con carácter que compar-
ta con Rosario la ingrata tarea de llevar la empresa adelante.
Reza y musita a Dios su desventura, pero no parece escucharle.
Varias señoras entre sus catequistas se alternan para ayudar a
Rosario en las faenas de la casa y en dar clase a las chicas, pero
ninguna se decide a subir al navío. El Padre Tejero se queja:

68
- Todas las señoras admiran esta tierna planta, pero nin-
guna quiere formalmente cultivarla.
Por las noches, Rosario se queda sola para cuidar el
sueño de estas chavalas. De vez en cuando, una llamada intem-
pestiva la sobresalta: un despistado ha confundido la Casa de
Arrepentidas con una casa de citas.
Definitivamente, Rosario necesita una compañera que
comparta su vida.

Y llegó.
Se llama Dolores, viene de Constantina.
Conoció al Padre Tejero en el confesonario.
Vino a Sevilla con deseos de ingresar en las carmelitas
descalzas. Pero el buen padre la orientó -a la providencia de
Dios lo atribuye- hacia su obra naciente.
Logró así el mejor fichaje.
Con Dolores el navío va a contar con un buen timonel.
Padre Tejero esperaba de Dios este momento. Canta el
magníficat. Puesto a describirla, la define como una mujer de
talento, discreción, mansedumbre y caridad. El todo.
¿Quién es Dolores?

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70
5. JUSTA Y RUFINA

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72
En el año 1900 apareció en Sevilla una novela que ha-
blaba de amores, rapto y convento. La escribió el cura de San-
tiago, don Juan Francisco Muñoz y Pabón, profesor al mismo
tiempo de Sagrada Escritura en el Seminario y posteriormente
párroco del Sagrario y canónigo del cabildo sevillano. Nacido
en Hinojos, pueblecito de Huelva que linda la raya de la pro-
vincia de Sevilla, en 1866, Muñoz y Pabón se inicia así en la
novela costumbrista, después de haber inundado Andalucía de
sus chispeantes romances y relatos cortos. “Justa y Rufina”,
éste es su título, aparece con resonante éxito.
El argumento es el siguiente. El relato se sitúa en Cas-
cotes, villorrio imaginario de Andalucía, perdido entre pinares
famosísimos, verdes viñedos y grises olivares; con unos cua-
trocientos vecinos a todo tirar; con unas trescientas casas, en
diez calles y cuatro callejuelas distribuidas; con una plaza de
regulares dimensiones; con una parroquia y en ella el cura de
los llamados de misa y olla; con una botica sin boticario, y un
municipio sin alumbrado, ni serenos ni otras zarandajas por el
estilo…
Llega el verano y la canícula atiza fuerte en Sevilla.
A Cascotes llegan cinco forasteras que no están dispuestas a
soltar lastre de sudor en el hervidero de la capital. Dos residen
en la casa del duque, y tres en su propia casa de la calle Real.

73
Eran las de la calle Real una madre y dos hijas, doña Curra,
Lolita y Fanny, acabados modelos del género cursi, a pesar
de sus alardes de distinción, con buen tono y elegancia. Doña
Curra, viuda de un magistrado, tenía en Cascotes no pequeña
heredad, aunque llena de averías y de trampas. Lolita y Fanny,
hijas legítimas del magistrado y su señora, doña Curra. Aban-
donamos aquí este singular trío, porque en la historia tienen
una mera función de comparsas y de ambientación. Como el
cacique-alcalde don Roque Cerro, casado con Rita Trillo, mu-
jer que, a decir de sus vecinas, era una armiá de carnes, en la
que hubo, a los no muchos meses de casados, un hijo rollizo y
esponjado, a quien se puso en pila Bartolomé, nombre de todos
los primogénitos de la familia Cerro desde tiempo inmemorial.
Las dos forasteras de la casa del duque parecen harina
de otro costal. Son hermanas gemelas que, por haber nacido el
17 de julio y en Sevilla, salieron de las aguas del santo bautis-
mo con el nombre de Justa y Rufina. Tienen diecinueve años
recién acabados de cumplir, y están como la hoja de la rosa.
Justa es blanca, y menuda, y aterciopelada, y rubia como una
duquesita de la corte versallesca. Rufina es trigueña, alta de
talla y redonda de contornos; más garbosa que su hermana,
pero menos bella; más mujer, y, sin embargo, menos femenina.
Habían venido a Cascotes en busca de aires puros para
los asmáticos pulmones de don Álvaro, padre de ambas, se-
ñor tan falto de salud como sobrado de honradez y talento. De
rancio abolengo, hijo segundón de un conde, había cursado la
carrera diplomática y se había casado, siendo embajador en
Lisboa, con una portuguesa de lo más linajudo de la patria de
Camoens. Viudo cuando las gemelas cumplieron los seis años,
sólo vivió desde entonces para sus hijas y sus tristes recuerdos.
El novelista da juego a estos personajes para crear un

74
clima típico (y tópico) de un pueblo andaluz del siglo XIX:
Los celos mal disimulados de las hijas de doña Curra y los
amores carcomidos del bruto de Bartolomé, hijo del alcalde
cacique.
Pero hete aquí que apareció por Cascotes un tal Paco
Góngora. Perteneciente a una familia acomodada de Sevilla
y pintor paisajista de cierto renombre, representa al típico se-
ñorito bohemio. Enamorado de Justa, a quien conoce de niña,
acude a Cascotes con los pinceles bajo el brazo. Llevan dos
años de novios formales…
Y patatín, patatán, la cosa se complica. Justa es la rea-
lización de todos sus ensueños como artista; como hombre,
Rufina le vuelve turulato. Lo cierto es que después de diversas
peripecias, con su salsa de pasión al uso de la época, Rufina
suplanta a su hermana y huye de noche con el pintor… El dis-
gusto conduce a don Álvaro a la tumba. Antes de morir, llama
a su hija Justa:
- ¿Me prometes, si alguna vez la encuentras por esos
mundos, abrirle los brazos, besarla en mi nombre y decirle que
morí perdonándola?
- Lo prometo, padre.
Evitamos los comadreos de Cascotes, para situarnos en
el capítulo final. Tarde de abril en Sevilla. La reverenda madre
María de los Dolores, superiora de la Casa de Arrepentidas,
está sentada en el poyo del jardín.
- ¿Madre? -llegó a decirle la hermanita portera-; ahí
está el Padre con una “pobrecita” nueva y quiere ver a su re-
verencia para entregársela; ¡viene más malita!... ¡Sólo de venir
andando del hospital, ha estado echando la mar de sangre por
la boca!
- ¡Ay, pes encienda su caridad en la sala, que voy vo-

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lando!
A los pocos minutos la Madre alzaba el pestillo de la
puerta… Dos gritos sonaron a la vez. La pobrecita retrocedió
horrorizada. La Madre se fue hacia ella con los brazos abier-
tos, ante el sacerdote estupefacto que contemplaba la escena:
- ¡Mi hermana! ¡Mi melliza! ¡Mi Rufina!
Rufina, concluye la novela, murió a los pocos meses,
con arrepentimiento y vergüenza, en los brazos de su hermana
Justa, reverenda Madre María de los Dolores.

Me he detenido en relatar con cierto detalle el argu-


mento de la novela, esa historia rosa de dos hermanas geme-
las, una toda rubia y la otra trigueña, nacida del magín de don
Juan Francisco Muñoz y Pabón, para deshacer un malhadado
entuerto. Este:
Madre Dolores, nuestra Madre Dolores, fundadora de
la Casa de Arrepentidas de Sevilla, nada tiene que ver con la
Justa de la novela. Pero en Sevilla -de un salto nos hemos si-
tuado en 1900-, las niñas sevillanas tras las celosías y los caba-
lleros en el café deshojan la margarita del chisme: ¿Existe un
fondo de verdad? ¿Es todo un invento? Y la novela se convirtió
en un divertimento de rumores.
En 1900, la Casa de Arrepentidas es una venerable ins-
titución sevillana con más de cuarenta años de existencia. Y en
ella una figura entrañable, recluida en una habitación extrema
del convento de Santa Isabel, musitando sus últimos rezos: la
muy reverenda Madre María de los Dolores, fundadora de la
Casa de Arrepentidas.
Los dimes y diretes circulan hasta salpicar las paredes
del convento. El nombre de la que fue superiora durante tantos
años -en estos momentos ya no lo es- coincide, las abuelas la

76
recuerdan como una monja muy guapa, también rubia, y de
fino porte. Y ahí está, aún vive. ¿De verdad le quitó su hermana
el novio y ella se recluyó en el convento?
Madre Dolores calla. Sabemos por tradición de la Con-
gregación que esta novela le produjo un profundo dolor. Pero
no lanza una queja, no se defiende: ahí está su mérito, una briz-
na de su santidad. En estos momentos ya no ostenta ninguna
autoridad en la Congregación. Es muy anciana, y le duelen los
años. A la Congregación tocaba salir al paso de estos falsos
rumores y comadreos. Defender el honor de su Madre funda-
dora. No lo hizo. Y sabréis por qué. Madre Dolores en 1900 es
una mujer silenciada.
¿Nos preguntamos ahora por qué Muñoz y Pabón dio
rienda suelta a su fantasía utilizando el nombre de una persona
y una institución reales? Cuenta José María Javierre en su bio-
grafía sobre el cardenal Spínola, que el bueno de don Marcelo
animaba a Muñoz y Pabón a escribir. El novelista llevaba sus
papeles a palacio y muchas noches la hora de la cena sorpren-
de al arzobispo y a su cura literato embebidos en la lectura
de un capítulo todavía caliente… “Don Marcelo fue el primer
lector de “Justa y Rufina”, escribe Javierre. Me sorprende esta
afirmación. Al tirar de las orejas a Muñoz y Pabón no quisiera
hacer lo mismo con el santo arzobispo. Don Marcelo conocía
perfectamente a Madre Dolores y los avatares difíciles por los
que pasaba la Congregación en aquellos momentos. Lugar ha-
brá de contarlo. Por eso me extraña que el bueno del arzobis-
po, de tan fina sensibilidad, no le sugiriera al autor cambiar el
nombre de la superiora de la Casa de Arrepentidas, colocar su
figura en una religiosa cualquiera. Diluir la trama, puesto que
de una novela se trataba.

77
Entonces, para dilucidar la verdad, dejemos las nubes
de la fantasía novelada y pisemos con urgencia la realidad his-
tórica.
María de los Dolores nació en Sevilla el 23 de diciem-
bre de 1817, martes, seis de la tarde. La bautizó a los ocho días
en la parroquia de San Pedro, en la misma pila que el pintor
Velázquez, un tío suyo y hermano de la madre, el presbítero
don Francisco de Paula Romero de Onoro y le puso el nom-
bre… (respiren hondo): María de los Dolores Victoria Ramo-
na, Francisca de Paula, Juana, Basilia, Bernarda, Manuela de
las Tres Caídas, Josefa de la Santísima Trinidad… Toda una
letanía de santos para que no faltase a María de los Dolores el
auxilio del cielo. Fue el primer fruto del matrimonio entre don
Alonso Márquez Lechuga, natural de Sevilla y oficial de la
Contaduría de Bienes nacionales, y doña Catalina Romero de
Onoro y Lora, natural de Constantina.
Don Alonso “ocupó puestos distinguidos en política”,
leo en los apuntes de una religiosa, y doña Catalina, “seño-
ra de calificadas prendas y muy estimada en el círculo de sus
amistades”. Esto es casi todo lo que podemos referir de sus
padres. Bien poca cosa. La infancia y juventud de Dolores,
hasta que se tope con el Padre Tejero, ocuparán cuatro retazos
mal cosidos que cubrirán unas páginas. Las noticias se diluyen
en recuerdos borrosos contados por un par de religiosas sobre
sus años de juventud. Unimos a esto la investigación en los ar-
chivos parroquiales de los escuetos datos de bautismos, bodas
y defunciones de su parentela. Y poca cosa más.
Sabemos que Dolores pertenecía a una familia bien, te-
merosa e Dios y muy considerada en los círculos sevillanos.
Su familia se distribuía entre la capital y el pueblo: la familia
del padre, en Sevilla; la familia de la madre, en Constantina.
No contaba Dolores un año cuando sus padres toman residen-

78
cia definitiva en este pueblo de la sierra.
Constantina… Enclavada en las estribaciones de Sierra
Morena, es el centro de una corona de pueblos serranos forma-
dos por Cazalla de la Sierra, Alanís, San Nicolás del Puerto,
Las Navas de la Concepción, La Puebla de los Infantes y El
Pedroso. Le viene el nombre del emperador Constantino que,
en el año 335, la denominó Constancia Julia. Pero su origen es
anterior. Según Plinio, su fundación se debe a los célticos pro-
cedentes de Lusitania y Celtiberia. La bautizaron con el nom-
bre de Laconbimurgi. Arruinada, fue poblada posteriormente
por Julio César y toma cuerpo de ciudad importante con las
legiones de Constantino. Durante la dominación musulmana
recibió el nombre de Cotinema, hasta que en 1247, un año an-
tes de la toma de Sevilla, el santo rey Fernando III la conquistó
estableciendo la población cristiana. Aquí vivió Dolores con
su familia toda su juventud. Contaba la ciudad en el siglo XIX
unas doce mil almas, este bello pueblo de la sierra, todo estira-
do sobre la falda del monte Sibarrayo, dedicado a la industria
de anises y licores.
El 19 de octubre de 1819 nació en Constantina su her-
mana Bernarda. Detrás llegaron: Alonso María, nacido en
1821, muerto de pequeñín; Ana, en 1824; y María Manuela,
en 1827, nacida ésta en La Puebla de los Infantes, cercano a
Constantina, donde no sabemos por qué, allí residieron sus pa-
dres durante algunos años.
La niña Dolores creció… Por mis dedos discurren un
puñadito de anécdotas como granitos de arroz que se pierden
en los pliegues de la mano. Desesperante escasez para un bió-
grafo impotente de rellenar cuarenta años de existencia. Y es
que murió como arrinconada. La congregación, tan mal gober-
nada entonces, ay, no tuvo el detalle de recoger como espigas

79
del campo anécdotas y vivencias de su madre fundadora. Se
trataba -era la política- de ocultar y callar todo lo referente a su
persona. Años después, cuando surge el “mea culpa” y se quie-
re resarcir su imagen, es tarde. Sólo se conservan los recuerdos
de la Madre Dolores Bost, su enfermera en los últimos años e
hija predilecta de Madre Dolores. Gracias a ella sabemos algo
de su infancia. No mucho.
Dolorcitas, que así la llamaban, olía jugar a las monjas
con su hermana Bernarda. Ustedes dirán lo que quieran, pero
ya ven, estos eran los juegos de aquellas criaturas. Dolorcitas
hacía de religiosa, su hermana acudía al torno. Este no era otro
que la cancela de la casa, situada en la calle del Torrico, nú-
mero 6. Con el habitual saludo de “Deo gratias” comenzaba la
visita.
- No sé a qué edad hizo su primera comunión -cuenta
Madre Dolores Bost-; sólo sé que cuando se quejaba de su fal-
ta de devoción solía decir: “¡Si tuviera el fervor de mi primera
comunión!”.
Sus padres marchan a vivir a La Puebla de los Infantes.
Aquí nació la pequeña María Manuela; meses más tarde, el 27
de octubre de 1827, recibe Dolores el sacramento de la confir-
mación de manos del obispo auxiliar de Sevilla, don Vicente
Román y Linares.
Contaba doce años cuando muere su madre. A Dolores
le quedaron grabadas en la mente las palabras que su madre le
susurró al oído:
- Hija mía, ésta es la última noche que tienes madre.
Vuelto a Constantina el padre viudo con sus cuatro hi-
jas, recibió el apoyo de la abuela materna. Doña Isabel se hizo
cargo de la casa y del cuidado de las pequeñas.
Tenían un criado gallego que servía de recadero para

80
las provisiones de la casa. Dolorcitas solía acompañarlo con
frecuencia y comenzaba a dar a todos los pobres que encontra-
ba por la calle provisiones de la cesta del buen criado gallego.
Este la reñía:
- ¿No podrás sujetarte?
Al parecer no podía. Murió también la abuela, y Do-
lorcitas pasó a ocupar el puesto de ama de casa. Su padre le
colocó el nombre de “Señora” y ella se ponía muy colorada.
Cuando su padre debía efectuar alguna visita, ella procuraba
zafarse, pero su padre le decía:
- No, hija mía, la señora no puede quedar en casa.
Murió también don Alonso, y en la casa de la Cuesta
del Torrico quedaron las cuatro chicas huérfanas acompañadas
de dos tías.
En 1846, Manuel Rodríguez Jiménez, estudiante de Ju-
risprudencia, natural de Osuna y vecino de Constantina, casó
con Bernarda, y permanecieron por el momento viviendo en
Constantina, felices y contentos.
Un año después casó Ana con un viudo de El Pedroso.
- Ana era muy guapa -confiesa Madre Dolores Bost-.
Muy parecida a Dolorcitas, que era la más hermosa.
En casa permanecen Dolores y la pequeña María Ma-
nuela.
Por poco tiempo. María Manuela se muere, qué lásti-
ma, de fiebre cerebral.
Veintidós años, en plena juventud, una desgracia. Do-
lores queda en casa sola con sus tías. Y piensa que cuando esté
desligada de todo lazo familiar, bueno sería coronar sus deseos
escondidos de entrar en religión.
La “Señora” ha resignado estos anhelos en bien de la
casa. Lo ha dado todo por su padre, por sus hermanas, ahora

81
por sus tías.
Vivía aún el padre cuando un chico la pretendió. Don
Alonso le aconsejó:
- Hija mía, puedes hacer lo que quieras, pero no me
gusta esa persona para ti.
Y lo dejó. Cuando sus tías murieron, Bernarda y su ma-
rido cambiaron de casa y fueron a vivir con ella a la Cuesta del
Torrico. Pero Dolores se siente incómoda. No le gusta gastar
su vida de soltería vistiendo santos, que lo hizo muchas veces
en la parroquia de Constantina, ni dando catecismo a los críos,
ni asistiendo los miércoles por la tarde a la reunión de cofrades
de la hermandad de María Santísima de los Dolores, a quien
sacan en Semana Santa, todas vestidas de negro.
No le ata ya ningún compromiso familiar.
Piensa en Sevilla. Sueña lo que ha soñado siempre: ser
carmelita descalza.
Un mes de octubre, año de 1859, se decide.
Marcha a Sevilla y reside en casa de una amiga.

En 1901 aparece en Sevilla una nueva novela de Muñoz


y Pabón. Su título, “Paco Góngora”. Ya ven por dónde van los
tiros. Paco Góngora acude a la Casa de Arrepentidas acompa-
ñando a un escultor alemán para admirar el Cristo de la Mise-
ricordia que se encuentra en la iglesia del convento de Santa
Isabel. Este escultor le ha sido recomendado por el secretario
de la embajada española en la capital de aquel Imperio. Llegan
a “la Casa de las Arrepentidas, de la que era superiora a la sa-
zón la que se llamó en el siglo Justa de Benavente y de Figuei-
ra. La antigua novia de Paco Góngora. La víctima inocente
de la más negra felonía que con mujer enamorada ha podido
cometerse en el mundo, y que había cometido con ella el que,

82
sin sospechar con quién habría de vérselas, había ido a Santa
Isabel aquella tarde, preguntando por la señora superiora”.
La novela arranca así, como para llenar de regusto la
curiosidad femenina en lectura ávida tras las celosías. Los di-
mes y diretes arrecian de nuevo en Sevilla. Para Madre Dolo-
res, otra herida abierta en esta mujer gastada en años. No voy a
relatar el argumento de esta segunda novela. Me niego. Quien
guste de un serial romántico, qué bien, que la lea. Pero sepan
una cosa: Todo es falso, absolutamente imaginario, producto
del magín de don Francisco Muñoz y Pabón. Al autor le faltó
la delicadeza suficiente de situar la trama en otro contexto y
con otro nombre.
No lo hizo. Utilizó el nombre de Madre Dolores y el
convento de Santa Isabel. ¿Por qué? Siendo todo imaginario,
¿por qué crear en los lectores, y especialmente lectoras sevi-
llanas, semejante confusión? Siendo tan magnífico escritor, a
Muñoz y Pabón le falló aquí, como en los relatos cortos alu-
sivos a situaciones concretas de su propio pueblo, una cosa
sencilla pero importante: el sentido de la oportunidad.
Dicho lo cual, seguiremos nuestra historia. Madre Do-
lores es todavía Dolores y habíamos quedado en que viajaba
de Constantina a Sevilla.

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84
6. PIEDRAS A LOS CRISTALES

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Aquella tarde de noviembre, el Padre Tejero está más
nervioso que un flan. Camina por los pasillos del Oratorio más
deprisa que de costumbre, sube las escaleras de dos en dos y
muestra una sonrisa nerviosa que denuncia un estado de ánimo
gozosamente alterado.
Se hace noche en el Oratorio y el silencio ronda por los
claustros del convento. El Padre Tejero recuerda el encuentro
que ha mantenido en el confesonario aquella tarde.
- Dios me ha traído esta señora -se repetía.
Y repasaba el diálogo mantenido con ella.
- Suplirá con creces la falta que se nota en la Casa de
Arrepentidas, estoy seguro… Al pronto se sobresaltó, pero no
ha desechado la idea, porque está muy inclinada a hacer el bien
al prójimo, particularmente a los de su sexo… Lo ha de pensar,
me ha dicho, y consultar antes de tomar una resolución, pero
volverá, me ha prometido que volverá para darme una contes-
tación.
Aquella noche el Padre Tejero durmió mal. Lógico.
Eran los nervios.
Dolores residía en Sevilla en casa de una íntima amiga
de Constantina, doña Josefa Blanco. Le confesó, cuando lle-
gó a su casa, que venía con la resolución decidida de entrar
en religión. El Carmelo le fascinaba, ya no tenía ningún lazo

87
familiar que le atase, sus hermanas Bernarda y Ana estaban
casadas, sus tías habían muerto, hora era de pensar en sí misma
y abrazar la vida que durante tanto tiempo había deseado.
No será el Carmelo, no.
Una sencilla confesión con un padre Filipense había
derivado en conversación sobre los proyectos que dicho sacer-
dote llevaba entre manos. Las confesiones se sucedieron y el
entusiasmo del Padre Tejero en ponderar su obra tuvo la virtud
de fascinarla, al tiempo que la turbaba.
- Mucha y muy grande fue mi repugnancia para la cla-
se de personas con las que tenía que emplear mis caritativos
servicios -confesaría más tarde-. El vicio que debía combatir
estaba en completa oposición con mis ideas y amor a la pureza.
La repugnancia de Dolores aumentó cuando puso a
consultas de personas respetables su resolución de entrar en
la Casa de Arrepentidas. Le vaciaron el ánimo, caramba, le
dijeron que era una locura venerables sacerdotes de Sevilla.
Escribió también a su hermana Bernarda y ésta puso el grito
en el cielo.
- Hermana, eso no. No estamos dispuestos a separarnos
de ti. Además, esa obra es descabellada y dicen que el Padre
Tejero se ha vuelto loco y que ni entre los buenos encuentra
ayuda y sí mucho que censurar.
El Padre Tejero -ya ven, lo ponen por loco- confiesa
amargamente:
- Tuvo tanta suerte en las consultas que nadie aprobó su
proyecto. Propios y extraños la querían disuadir, manifestán-
dole lo opuesto que era a su estado tratar con una clase de mu-
jeres tan corrompidas; el público la tendría por una de tantas,
y la obra no podría subsistir por mucho tiempo por los débiles
elementos con que contaba, y otras mil cosas que la prudencia

88
humana y el cariño de familia sugerían.
En nueva confesión, Dolores le contó la negativa abso-
luta que en todas partes recibía.
- Es natural que le contesten así -respondió el Padre
Tejero-. Nadie conoce en Sevilla todavía el interior del Asilo
y en el exterior parece poco recomendable. ¿Por qué no acude
durante un mes o dos diariamente a la Casa de Arrepentidas?
Puede pasar allí el día ayudando a Rosario; en el terreno de la
práctica conocerá bien si Dios la llama.
Aceptó. Dolores comenzó a conocer la casa por dentro.
Se encariñó con Rosario y las chicas. Las enseñaba a leer y les
hacía aprender el catecismo; después, a coser o a hacer festo-
nes y bordados sencillos. Por las noches volvía a casa de su
amiga. Cuando la tormenta se calmó y Bernarda y su marido
dejaron de lanzar truenos y centellas, tomó sus bártulos y se
quedó definitivamente en la Casa de Arrepentidas.
Era el 2 de febrero de 1860, festividad de la Purifica-
ción de Nuestra Señora.

Tres días más tarde, el domingo 5 de febrero, las cam-


panas de la Giralda enloquecen de júbilo. A Sevilla ha llegado
la noticia de la toma de Tetuán por el ejército español. Estamos
en guerra, se me había olvidado; guerra contra el moro.
¡Guerra, guerra al feroz africano!
¡Guerra, guerra al infiel marroquí,
que de España el honor ha ultrajado!
¡Guerra, guerra, o vencer o morir!
Una guerra estúpida… Había que distraer la atención
nacional de los graves trapicheos que se cocían en la corte de
Madrid. Mientras los periódicos nacionales se ocupan en las
gestas bélicas de los caudillos militares -O’Donell, Zabala,

89
Ros de Olano, Prim- y caldean las mentes de sentido patrióti-
co, los gobernantes se conceden una tregua de respiro: el país
expectante mira hacia África donde los soldaditos españoles se
dan de tortazos con las huestes agarenas. Y todo porque unos
moros de la tribu de Anghera destruyeron unas fortificaciones
que los ingenios españoles montaban en la zona de Ceuta y al
parecer ultrajaron el escudo de España. Injuria tal condujo a la
guerra -notificada al Sultán de Marruecos el 22 de octubre de
1859- donde murieron miles de españoles y desangró la eco-
nomía nacional.
El martes día 7, las veinticinco campanas de la Giralda
echadas a vuelo repiquetean como pregonero mayor de la ciu-
dad el anuncio de la alcaldía:
“Sevillanos: El Ayuntamiento y pueblo de Sevilla, cuyo
patrimonio es igual a su religiosidad…”.
Y el alcalde García de Vinuesa convoca a la población
a una procesión de acción de gracias. Sacan en andas la bella
imagen de la Inmaculada de Montañés, que se venera en la
catedral. La precede la espada y el pendón del rey Fernando
III, llevados por el gobernador, y varios pendones pequeños
con los nombres de los principales sitios donde el ejército ha
aumentado su gloria en la guerra africana. Siguen a la imagen
las corporaciones eclesiásticas, civiles y militares, y todo el
pueblo de Sevilla.
Al día siguiente, misa y tedeum oficiados por el prelado
de la diócesis. Y nueva proclama del Ayuntamiento:
“Los colores de España ondean altivos sobre los mu-
ros de Tetuán, y el Lábaro católico sustituye en sus torres a la
media luna del falso Profeta. ¡Loor al Dios de los ejércitos!...”
La céntrica calle de Colcheros recibe el nombre de
Tetuán; se crea una casa cuartel de inválidos “para sostener

90
dignamente en ella, durante toda su vida, a sus hijos que se
inutilicen en África”; Sevilla costea un buque de los de mayor
porte y pide a su majestad la Reina Isabel II que las demás pro-
vincias hagan lo mismo para contar con una potente escuadra,
émula de la de Trafalgar; por último socorrer a los soldados
heridos, que lleguen a la ciudad, con cuarenta reales.
Los primeros heridos de la batalla de Tetuán llegaron
a Sevilla la noche del día 8, a bordo del “Rápido”. Eran 70.
El recibimiento fue apoteósico: colocados en camillas fueron
transportados con júbilo hasta el acuartelamiento de los Ter-
ceros.
A dos pasos de este cuartel, Dolores y Rosario guardan
el sueño de una docena de chicas.
Las dos se han acoplado perfectamente. Se entienden
y se quieren. Aunque la dirección de la casa progresivamente
recaerá más y más en Dolores, por su educación y dotes de go-
bierno, guardará para con Rosario la consideración de herma-
na mayor. A caída de la tarde, tras las faenas del día, se reúne
la pequeña comunidad alrededor de una camilla, colocan sobre
ella una imagen de la Virgen de los Dolores y rezan el rosario.
Los viernes cambian por la corona dolorosa. Como se pasan
siete cuentas en vez de diez, una chica que acaba de ingresar
no lo sabe. Al primer misterio o dolor, le sobran tres cuentas
del rosario. Tal vez se haya equivocado. Presta atención al se-
gundo misterio. Le vuelven a sobrar tres cuentas. Al tercero se
lleva el rosario a los ojos como queriendo descifrar el enigma.
Efectivamente, sobran tres.
- No lo entiendo – se dice. Y se echa el rosario al cuello.
Todas ríen.
Con la entrada de Dolores, la casa cobra nueva vitali-
dad. Por otro lado no pueden contar mucho con el Padre Tejero

91
durante una temporada. Comienza la cuaresma y su agenda
de predicaciones es alarmante: Triduo de carnaval, tandas de
ejercicios, sermón del Septenario de la Virgen de los Dolores,
sermón de Pasión el Domingo de Ramos… Todo en la iglesia
de San Felipe.
- Mi garganta parece una yesca.
Piensen que los sermones duraban ¡hora y media!
El 2 de abril escribe a su primo de Fuentes de Andalu-
cía:
- Ahora estoy en los ejercicios de Semana Santa con
cuarenta y cuatro hombres. Confío que de todo saldré bien y
con pellejo.
Pero alguna escapada sí suele dar. La casa de Bustos
Tavera se halla muy cerca del Oratorio. Acude a consolar a
Dolores, que acaba de recibir la visita de su cuñado. Se ha
presentado de improviso.
- Vengo a por ti, Dolores, creo que no te opondrás a
esto.
Pero Dolores había anudado sus plantas como viejas
raíces en la Casa de Arrepentidas.
- No me voy, tengo tomada mi resolución y por nada
del mundo faltaré a ella.
Su cuñado volvió a Constantina. De nada sirvió la em-
bajada que su hermana Bernarda le había enviado.
Aquella tarde, Dolores lloró.
En la siguiente visita, el Padre Tejero lleva el gozo en
el rostro.
- Preparen todo, Madre Dolores, Madre Rosario: el se-
ñor cardenal va a visitar esta casa.
Madre Dolores, Madre Rosario… No tienen voto ni
han soñado en formar congregación religiosa, pero el Padre
Tejero las llama así, y las chicas de casa también. ¡Hermoso!

92
Desde ahora, ya saben.
- Madre Dolores… Madre Rosario.
La visita de un cardenal es siempre un acontecimiento
en cualquier casa. Que pise la Casa de Arrepentidas, supone el
espaldarazo frente a las habladurías del clero comodón. El Pa-
dre Tejero va a conquistar un importante aliado, necesita dejar
buena impresión: orden, aseo… y enseñar a las chicas cómo se
saluda a su eminencia reverendísima.
Está todo ensayado, todo a punto. La visita tiene lugar
a finales de marzo. Tan contento quedó el señor cardenal que
plasmó su firma en un nuevo libro de suscripciones y se com-
prometió a pagar seis duros mensuales. Prometió que movería
los corazones del gobernador y del alcalde.
Ambos firmaron también, por supuesto.
El Padre Tejero jugó aquí con cierta ventaja. El anciano
arzobispo de Sevilla, cardenal Tarancón, era también soriano.
Le gustó que aquel joven curita de su tierra tuviera estos arres-
tos. Ya lo había apoyado en su programa catequístico por los
corrales, que seguían funcionando y a buen ritmo, y lo había
recomendado a todos los párrocos de la diócesis. Comprendía
que su misión pastoral consiste en apoyar iniciativas. Con el
Padre Tejero lo supo hacer, y con gusto.
El 26 de abril terminó la guerra de África. El príncipe
Muley-El-Abbas pidió la paz y firmó el tratado de Tetuán por
el que se comprometía entre otras cosas a indemnizar por da-
ños de guerra con la fuerte suma de veinte millones de duros.
Pienso que no se pagó todo, pero aquellos ochavos morunos
de cobre, una vez fundidos, se convirtieron en la calderilla de
perras gordas y perras chicas que circuló por España. Los po-
líticos de la oposición llamaron a los generales vencedores de
la guerra de África, “héroes de la perra chica”. A O’Donell le

93
sirvió para gobernar en Madrid y no por ello la política nacio-
nal mejoró.

A comienzos de verano, nuevo traslado. De la calle


Bustos Tavera a la calle San Felipe, antigua de Costales, justi-
to frente al Oratorio. Es una casa destartalada pero más amplia
que la anterior. ¿Por qué cambiaron? La casa de Bustos Tavera
llegó a crear ciertos incordios a Madre Rosario y Madre Do-
lores. Hubo noches que no pegaron ojos. Llamadas a la puer-
ta, piedras a los cristales… Algunos sevillanos no acaban de
aprender que aquella casa no es lo que piensan; para divertirse,
cuentan con la Alameda de Hércules. Pero este mismo engorro
lo van a padecer en la nueva morada. Es una cruz que tendrán
que soportar con paciencia.
Cambiaron de casa porque el dueño se hallaba en tratos
para venderla y necesitaba la llave. Se hizo el traslado con apu-
ros económicos. Las reparaciones de la nueva casa proporcio-
naron ciertas deudas que arrastraron durante meses. Los gastos
llegaron a ser superiores a los ingresos. No importa. El Padre
Tejero, con ese optimismo evangélico que cree en la Providen-
cia que da de comer a los pájaros y viste a las flores del campo,
recomendó vivamente a Madre Dolores:
- A ninguna joven desgraciada que Dios mande se le
niegue la entrada. El que la envía es poderoso y ayudará a
sostenerla.
Las chicas se dieron cuenta de los apuros económicos
de la casa y de los desvelos de las madres. Eran como niñas;
en el fondo, unas chicas de buen corazón. La última que había
entrado contaba 16 años, huérfana y arrojada al vicio desde
tierna edad cuando aún no sabía con qué se comía aquello.
Venía de Málaga. El Padre Tejero la describió como una ima-

94
gen de altar, así de guapa e inocente. ¿Qué pecado había en
ella? Sabiendo que las madres sufrían, acudieron presurosas a
consolarlas.
- No se fatiguen, madres, aunque sea con una sopa dia-
ria nos conformaremos.
Pero a veces no había una camisa que pudiera sustituir
a la que iba a la colada.
La fundación es todavía una planta pequeña, como en-
terrada. Se va dando a conocer y cuenta con simpatizantes,
pero las habladurías no cesan tampoco. Muchas personas abri-
gan el error de que aquellas chicas viven bajo la dirección de
dos mujeres asalariadas por el Padre Tejero. No faltó incluso
quien pensó que se trataba de dos arrepentidas más, aunque de
mayor edad. Realizaban aquel trabajo en penitencia por sus
pecados.
- Aunque esto causa admiración, frustra muchas voca-
ciones -se lamenta el Padre.
Madre Dolores propone la idea de fundar una Congre-
gación religiosa: con votos, con hábitos… vendrán vocaciones
y se hundirán los equívocos que rondan como fantasmas al-
rededor de la Casa de Arrepentidas. Al Padre Tejero gusta la
idea: sería la culminación de sus sueños. Y comienza a tejer en
su imaginación proyectos ambiciosos.

El Padre Tejero tiene valor. Le bulle en el magín las


ideas maestras de su nueva Congregación y aguarda el mo-
mento de poderlo presentar al prelado. El Padre Beck, com-
pañero del Oratorio, le ha traído de Roma los estatutos de las
filipenses de la ciudad eterna. Los estudia con cariño y escribe
sobre ese modelo artículo tras artículo. Después los discute
con Madre Dolores y Madre Rosario. Es una redacción lenta

95
y laboriosa. Cuando los vaya a presentar a palacio, el señor
cardenal estará tan pachucho y acabado que quedarán entre los
papeles de su mesa para que los herede su sucesor.
Mientras tanto, cambian nuevamente de casa. Pero esta
vez a un convento bien grandote. Estamos en el verano de
1861. Padre Tejero espera que en el nuevo convento se podrán
cumplir tres objetivos importantes para el arraigo de la futura
congregación.
- Un edificio apto para fijar definitivamente la funda-
ción y aguardar así nuevas vocaciones.
- Un templo hermoso para las prácticas cristianas de las
chicas sin necesidad de que tengan que salir a la calle con el
consiguiente peligro de devaneos y citas intempestivas.
- Dar así publicidad al establecimiento y que la con-
ciencia católica de Sevilla lo acepte de una maldita vez.
El exconvento de los padres Mercedarios descalzos
de la calle San José está ocupado desde la exclaustración por
un puñado de vecinos, pero el dueño, don José Núñez, que lo
compró en 1844 a la administración de los Bienes Nacionales,
está dispuesto a arrendárselo por cuarenta duros mensuales.
Gustó el convento al Padre Tejero, qué duda cabe. Y adosa-
do al mismo, la hermosa iglesia de San José, que fue de los
mercedarios y en esos momentos propiedad de la mitra. Sueña
con hermosas funciones… Pero necesitará dinero. Tiene valor
el Padre Tejero. ¿Con qué cubrirá los gastos? Eso pregunta
Madre Dolores, que estira el dinero de las cuotas hasta el infi-
nito para poder dar de comer a las veinticuatro chicas con que
cuenta ya la casa.
Se le ocurre una idea: organizar una rifa.
Reúne a varios amigos dirigidos de confesonario. Les
saca unas alhajas de sus esposas por valor de unos seis mil

96
reales y se lanza a la rifa. Una aportación anónima aumenta el
caudal en veinte mil reales. Con estos dineros firma el contrato
de arriendo en el mes de julio. Marchan los vecinos y comien-
zan las obras de reparación y acondicionamiento del convento.
Tiene valor el Padre Tejero.
En agosto, Madre Dolores marcha a Constantina para
pasar una temporada de descanso junto a su familia. Necesita
ponerse a bien con ella y restañar resquemores. Su estancia se
prolonga. El 22 de agosto el Padre Tejero le escribe impacien-
te.
- Quisiera poderla complacer y a su familia también y
que estuviera hasta que pasara el día de la Santísima Virgen,
pero no es posible. Hace suma falta aquí y algunas cosas pen-
dientes que tiene que pasar por el conocimiento de usted. La
solicitud al prelado para la iglesia de San José, las reglas y los
trabajos de la casa están siempre diciendo: Dolores, Dolores.
El Padre Tejero tiene la sotana empapada en sudor.
- Esta tarde he sudado más que un pato, predicando una
hora en un corral.
¡Quién pudiera duplicarse y multiplicarse!
Cuenta a Madre Dolores que las chicas están bien y que
le dan muchos recuerdos.
- Métalos en la balanza y verá lo que pesan.
Pero es urgente su vuelta. Necesita estampar su firma
como directora de la Casa de Arrepentidas para solicitar de la
curia la cesión de la iglesia de San José. Y leer las Constitu-
ciones de la nueva Congregación que están muy adelantadas.
- Ya lo ha leído Madre Rosario, pero la censura delicada
de la señora directora me da miedo.
Debe tomar las riendas de la casa porque el traslado es
inminente. El 18 de septiembre, el cardenal Tarancón firmó el

97
decreto por el que “se entrega a dicha asociación para su uso la
iglesia de San José. Si la asociación desapareciera, volvería a
la jurisdicción ordinaria del arzobispado”.
No tema, señor cardenal, no desaparecerá esta obra. El
uno de octubre durmieron en el convento. En la portada colo-
caron un rótulo: “Casa de Arrepentidas”.

98
7. UN RAMO DE FLORES

99
100
Un convento grandote, todo para ellas. ¡Menuda ilu-
sión! Piso bajo y piso alto, claustros, pasillos, celdas, refec-
torio, cocina, dos patios, el primero y más cercano a la iglesia
con una fuente que mana agua de los caños de Carmona, y un
templo donde podrán oír misa desde las tribunas sin necesidad
de salir a la calle: aún rezuman sus paredes el aliento de aque-
llos varones ilustres que lo habían habitado, tintinea el eco le-
jano de los maitines y laudes de los mercedarios descalzos…
Pero todo a lo pobre, con paredes desnudas y desconchadas,
testigos mudos de épocas pasadas. La iglesia, de una sola nave
con pequeñas capillas sobre las que pisan tribunas cerradas
que comunica al convento, no conserva grandes riquezas. Es-
quilmada primero por los franceses que se llevaron los mejores
lienzos de Zurbarán y Murillo fue presa de las aves de rapiña
que encontraron cobijo bajo sus bóvedas. Después, tras la ex-
claustración y supresión de las órdenes regulares, el templo se
malbarató hasta que fue recuperado por algunos fieles que lo
cuidaron y ofrecieron al culto. Del expolio de unos y de otros
se salvó el Cristo de la Misericordia, de Juan de Mesa. ¿No lo
habéis visto? Acudid cualquier tarde a rezarle un padrenuestro:
merecería los honores este Cristo de salir sobre una peana a
hombros de costaleros en la Semana Santa sevillana. Madre
Dolores le tomó un cariño desbordante desde la primera noche

101
que le rezó: ante él, de rodillas, pasará factura todas las tar-
des de los anhelos y desvelos de la Casa de Arrepentidas. No
existían para el Cristo de la Misericordia secretos del nuevo
Instituto, porque Madre Dolores se los contaba puntualmente
en oración pausada, a veces con un rosario de lágrimas que
brotaban de sus ojos.
No resultaban extraños, a decir verdad, semejantes re-
zos al Cristo de la Misericordia. Cuando el escultor cordobés
lo talló, lo hizo a instancia de un Patronato fundado para casa-
miento de mozas prostituidas que quisieran volver a la senda
de la honestidad.
Juan de Mesa, discípulo aventajado de Martínez Mon-
tañés, ha dejado en Sevilla la huella de su genio plasmada en
tres Cristos maravillosos: el Señor del Gran Poder, el Cristo
del Amor y el Cristo de la Misericordia. Hasta los primeros
años del siglo XX se ha creído que los tres pertenecían a la
gubia de Martínez Montañés. Documentos fehacientes han de-
mostrado lo contrario. En 1930, Sevilla rindió a Juan de Mesa
un homenaje de desagravio y colocó una placa en la iglesia de
San Martín, donde yacen sus restos. El humor sevillano asomó
en las páginas de “El Noticiero Sevillano” en la ploma poética
de José García Rufino, bajo el seudónimo de “Don Cecilio de
Criana”. “¿De quién es El Cachorro?” se titula, y espigamos
estos versos:

Primero le tocó el turno


al Señor del Gran Poder,
que se dijo no era obra
de Martínez Montañés;
luego, el Cristo del Amor
dicen no es suyo también,

102
y ahora salen con que el Cristo
que está en Santa Isabel,
tampoco lo hizo Martínez;
y a ese paso saldrá que
el escultor que creíamos
de más fama y de más prez,
lo que hacía no eran imágenes
pues se ocupaba en hacer
en la Alcaicería muñecos
para el Portal de Belén…

El Patronato que encargó el Cristo de la Misericordia


fue creado por deseo testamentario de doña Juliana Sarmiento,
fallecida el 7 de septiembre de 1621. Mujer de Francisco Hur-
tado, escribano público, ordena que su cuerpo, amortajado con
el hábito de Nuestra Señor del Carmen, reciba sepultura en la
de sus padres, en el claustro del Monasterio Casa Grande de
San Francisco de Sevilla. En el testamento se decía que dejaba
heredero universal de su hacienda a un Patronato “que insti-
tuyo por siempre jamás, para gastar y despender toda la renta
que hubiere en casar mujeres descarriadas, dando a cada una
cincuenta ducados de dote, y si para casar a alguna pertinaz
en el vicio conviniere darle más diez o más veinte ducados
porque encuentre quien se quiera casar con ella, esta demasía
se sacará de los otros dotes”. Formado el Patronato bajo la
presidencia de un padre jesuita, encargaron a Juan de Mesa la
realización del Cristo de la Misericordia.
Fíjense en la suerte de Madre Dolores al pisar el templo
de San José: Arrodillarse ante el Cristo de la Misericordia que
sabe de siglos atrás de las tristes lágrimas de las arrepentidas.
Un Cristo que Juan de Mesa talló vivo, no agonizante aún, con

103
la mirada hacia abajo, sin violencias barrocas en el cuerpo,
con una expresión de dulzura y de escucha. Años más tarde,
cuando cambien de residencia y el gobierno de la revolución
conceda al Instituto el convento de Santa Isabel, el Cristo de
la Misericordia, señor de las arrepentidas, las acompañará a su
nueva morada. Y ahí sigue, en Santa Isabel, sobre un retablo
que Martínez Montañés ejecutó para un lienzo del Juicio Final
ya desaparecido.
Tocar las campanas les hacía enorme ilusión. En las
fiestas grandes subían a la torre y repicaban con gozo para la
vecindad: los oficios litúrgicos de la iglesia de San José se van
a convertir en los más macanudos de la ciudad. Ya veréis, ya,
cuando formen un corito con las arrepentidas y las señoras de
Sevilla se den de codazos en los bancos de la iglesia y con lá-
grimas en los ojos se digan:
- ¡Hay que ver! ¡Lo que eran y lo que son ahora!
Don Francisco Moyano, un cura vejete que durante mu-
chos años había cuidado de la iglesia y dicho en ella su misa
diaria, quedó como capellán de la casa. Al Padre Tejero le vino
esto de perlas. No podía abandonar sus obligaciones del Ora-
torio. No gozaba del permiso de la comunidad. Contaba tan
sólo con la autorización de su superior, el Padre Alonsito, pero
dirigir un cotarro así de grande debía pasar por el tamiz del
consejo del Oratorio. Padre Tejero aguardaba el momento de
someterlo a votación cuando sintiese la llamada a la puerta de
nuevas vocaciones. Mientras, en las horas libres y casi a hur-
tadillas, asomaba por el convento de San José para alentar una
obra que ya tomaba cuerpo y que corría de boca en boca por
la ciudad. El alcalde García de Vinuesa acudió con su señora
a visitar la Casa de Arrepentidas. Al Padre Tejero se le infló
el pecho y al alcalde le gustó el estilo que allí imperaba. Se

104
alegró de que Sevilla contara con una institución semejante
a la de la corte. Al despedirse, dijo a Madre Dolores y Madre
Rosario:
- Ofrezco mi persona para cuanto sea necesario, como
particular y como jefe del municipio.
Y desde este momento sintieron que de verdad la obra
contaba en Sevilla.

11 de julio de 1862. El Oratorio de San Felipe, en reu-


nión de la Congregación, autoriza a don Cayetano Fernández
para que pueda aceptar el cargo de provisor y vicario general
del arzobispado. En el Oratorio las gastan así. Para que a nadie
se le cuele en el corazón la tentación de ostentar cargos honro-
sos, deben contar con el visto bueno de la Congregación.
Los auxilios de don Cayetano Fernández, el de las “Fá-
bulas ascéticas”, le van a llegar al cardenal Tarancón en un
momento inoportuno para él, cuando ya no lo necesita: el ar-
zobispo de Sevilla se muere. Días más tarde, el 23 de julio,
recibe el viático. Y, en lenta agonía, fallece el 25 de agosto.
¡También es pena para el Padre Tejero! Con un cardenal de
su tierra, soriano como él, a quien había tomado cariño, y un
vicario filipense, su íntimo amigo y compañero de noviciado
en el Oratorio, pensaba que las reglas del nuevo Instituto se-
rían aprobadas rápidamente. Pues quedaron sobre la mesa del
cardenal hasta mejor ocasión: veremos qué arzobispo se sienta
en la sede hispalense. Toca esperar un poco más.
Un mes más tarde, la reina Isabel II llega a Sevilla. La
acompañan la infanta doña Isabel y el príncipe de Asturias,
don Alfonso, niño de corta edad. En su séquito viaja también
el arzobispo Claret, confesor de la reina. Sevilla es el centro de
un viaje político por Andalucía y Murcia que ocupará a la reina

105
dos meses. Viene a recibir los vivas y plácemes de la pobla-
ción y acallar así el malestar de las agitaciones campesinas que
se vienen prodigando de modo preocupante. El año anterior
había tenido lugar la sublevación de Loja, capitaneada por el
veterinario Pérez del Álamo, que terminó en fuerte represión y
baño de sangre. Había hambre en el campo andaluz, majestad,
y cuando los campesinos gritan ¡Viva la República! les suena
simplemente a reparto de tierras. Pero el gobierno de Madrid
entiende que se debe a la infiltración socialista y al avance
republicano en Andalucía. Para cortar desmanes y sumar ad-
hesiones a la causa de la monarquía, envían a su oronda reina
a repartir sonrisas por las tierras del sur.
Llegó a Sevilla el 18 de septiembre, en tren desde Cór-
doba, a las cinco de la tarde, como los toreros cuando inician el
paseíllo. El recibimiento fue apoteósico, ya ven, y vitorearon a
la reina a rabiar. Sevilla multiplicó sus efectivos humanos por-
que los pueblos vecinos se desbordaron hacia la capital para
presenciar el cortejo. En la estación de Córdoba le aguardaban
las autoridades. Por la portezuela del tren aparece la figura de
la reina, joven de treinta y dos años, pero gruesa de carnes.
Una real moza, vamos. El capitán general y el alcalde se ade-
lantan para ofrecerle el brazo y conducirla al carricoche que
aguarda a la salida de la estación. Ambos porfían. El capitán
general se dirige a la reina:
- Señora, soy el Ejército.
El alcalde añade:
- Señora, soy la Ciudad.
Y la reina, espontánea, sin titubeos, respondió entre
sonrisas:
- Pues esta vez me voy con la Ciudad.
Y se prendió del brazo del alcalde García de Vinuesa.

106
La estancia de la reina en Sevilla se prolongó durante
una semana, y ella, tan campechana, se prodigó para asistir
a cuantas recepciones, actos o festejos se había inventado el
Ayuntamiento para congraciarse con tan ilustre dama. Residió
en el palacio de San Telmo, morada de los duques de Montpen-
sier, quienes al día siguiente la obsequiaron con un opíparo
banquete donde el Padre Claret tan sólo probó una ensalada.
Visitó la Cartuja, las ruinas de Itálica, el monasterio de San
Isidoro del Campo, donde reposan los restos de Guzmán el
Bueno; inauguró la terminación de las obras del muelle sobre
el Guadalquivir, subió a la Giralda, giró visita a la Biblioteca
Colombina y al Archivo de Indias; acudió a los toros, paseó
por las calles… Una tarde, por el barrio de Santa Cruz, pasea
con la infanta Isabel y el príncipe de Asturias. Las mujeres
piropean a los niños:
- ¡El Señor nos lo conserve muchos años! ¡Viva la ma-
dre que los parió!
Estos requiebros de las mujeres del pueblo, a Isabel II,
tan gordota y campechana, le sonaron a mieles.
El Padre Claret, mientras tanto, residía con el obispo de
Doliche, auxiliar de Sevilla. Venía el arzobispo con ganas de
predicar por estas tierras tan conflictivas últimamente. Para él
los males eran espirituales, de relajación de costumbres y de
penetración de la propaganda protestante. No desaprovecho la
ocasión. Cuentan las crónicas que en una semana pronunció
cuarenta y tres sermones: al clero, al pueblo, a las religiosas y
en los establecimientos de caridad.
El día 22 -sirva un ejemplo- visitó y predicó en los con-
ventos de Bernardas Benitas de San Clemente, Franciscas de
Santa Clara, Carmelitas de Santa Ana y Dominicas de Santa
María la Real. Por la tarde predicó en tres conventos más y en

107
el beaterio de Recogidas, fundación nueva que tiene por objeto
recoger las mujeres perdidas que, tocadas de la gracia, buscan
un asilo seguro de salvación”. Por la noche, en la parroquia de
San Pedro, segundo día de sermón al clero de la ciudad.
Padre Tejero y Madre Dolores tuvieron así la opor-
tunidad de charlar de cerca con el santo arzobispo. ¿Qué se
dijeron? Más adelante, Madre Dolores tomará el camino de
Madrid para suplicar a la reina por su Casa de Arrepentidas. El
Padre Claret será una de las llaves para conseguir audiencia.
El 26 de septiembre, a las siete y media de la mañana,
salió la reina con su séquito de Sevilla. Antes había ordena-
do a la Administración General de la Real Casa la entrega de
600.000 reales para diversas limosnas. Por la tarde llegaban a
Cádiz a bordo del navío “Remolcador”.
A la Casa de Arrepentidas le tocó del reparto general de
limosnas seis mil reales. Para el Ayuntamiento sevillano, que
efectuó el reparto contaba ya como un establecimiento más de
caridad.

Cree que ha llegado el momento.


La Casa de Arrepentidas se hace sentir en la ciudad
como una institución honorable. Las críticas continúan, pero
menos. No es un lugar de holganza como algunos piensan. No
reclutan a estas chicas para hacerlas engordar de puro no hacer
nada. No es una ciudad del ocio. Que vengan y vean. Fabrican
jabón ellas mismas, no sólo para las necesidades del estable-
cimiento sino para la venta de la calle. Trabajan asientos finos
de sillas con una demanda superior a las posibilidades de aten-
derlas. Lavan la ropa de distintas iglesias, planchan y rizan
con maestría. Aprenden a coser y a bordar… En fin, ganan el
pan con el sudor de sus frentes. Lo que les falta, lo cubren con

108
limosnas… ya está bien de que fabriquen bulos.
Al Padre Tejero le han dicho dos chicas que sí: a prime-
ros de enero se asocian con Madre Dolores y Madre Rosario.
Bendito Dios, por fin afloran nuevas vocaciones.
Por eso cree el Padre Tejero que ha llegado el momento
de afrontar la batalla que viene sosteniendo con el Oratorio. El
23 de diciembre firma una extensa solicitud que presenta a la
comunidad. Los padres se reúnen el 31 de diciembre. Mal día
un fin de año para extenderse en deliberaciones. Pero, en fin,
oyen del Padre Alonsito, el superior, el contenido del escrito.
El Padre Tejero ostenta el cargo de secretario. Por delicadeza
se retira de la reunión. El Padre Alonsito lee:
- Reverendos Padres de la Congregación del Oratorio
de San Felipe Neri de esta ciudad. Francisco García Tejero de
la misma Congregación con el debido respeto a vuestras reve-
rencias hace presente… Detuvo al que suscribe la falta de me-
dios para subvenir a los muchos gastos que la empresa ofrecía;
no fuese que la obra durase cortos días por ser un arrebato del
espíritu más que una inspiración de Dios, le hizo contentarse
por entonces con tomar la venia del padre Prepósito, y si se
presentase en lo sucesivo algún carácter de perpetuidad dar
de ello conocimiento a la Congregación. Creo, Padres míos,
que ha llegado ya este caso. La Casa de Arrepentidas, que en
el transcurso de tres años ha pasado por varias vicisitudes,
hoy cuenta con un local, que si no propio, ofrece un arrenda-
miento estable; el eminentísimo prelado señor Tarancón, que
en paz descanse, amantísimo de esta obra, cedió el año ante-
rior la iglesia de San José para el servicio de las mismas; ella
cuenta con una suscripción mensual que da medios para sos-
tener hasta treinta arrepentidas, y un personal de señoras que,
desprendidas de todo interés temporal, se proponen bajo las

109
mismas reglas de nuestro Padre San Felipe, que muy en breve
se someterán a la aprobación del nuevo prelado, santificarse y
santificar a las jóvenes del nuevo Instituto. Por tanto, aunque
el que suscribe sabe bien que la Congregación del Oratorio
jamás prohíbe, y tal es hoy el espíritu de la de Roma, que sus
hijos ejerciten su celo en toda clase de buenas obras, con tal
de que no falten a sus obligaciones de congregante, sino antes
bien agradece y excita para que, a imitación de su Santo Padre,
ardan en vivos deseos de la conversión de todo el mundo; no
obstante, para tranquilidad de su conciencia y para que en lo
sucesivo no se pueda creer que voluntariamente haya querido
infringir el Santo Instituto, siendo a los venideros motivo del
mal ejemplo, como también por si en sus muchas ocupaciones
pudiera incurrir por descuido en alguna falta, se atreve a hacer
a la Congregación dos humildes peticiones…
Las peticiones del Padre Tejero son estas: Que pueda
atender la Instrucción Cristiana extendida por los corrales y
parroquias de la ciudad y que se le autorice también para con-
tinuar en la dirección de la Casa de Arrepentidas, “mientras su
comportamiento pueda servir de edificación y ejemplo”.
El escrito termina en los términos de rigor: “Gracias
que no duda alcanzar de vuestras reverencias, a cuyo favor
quedará siempre agradecido”.
Vas listo, Padre Tejero. Es 31 de diciembre, fin de año,
ya ves. ¿Se tomaban las uvas entonces? Tal vez existiera prisa
por acabar la reunión o ganas de deliberar mejor el escrito, no
lo sé. Lo cierto es que el veredicto quedó aplazado para mejor
ocasión.
Las uvas al Padre Tejero le supieron a agrazones.

Al menos va a tener el consuelo de dos nuevas voca-

110
ciones. Su queja permanente se cifraba en “el reparo de las
personas que no sabían distinguir entre madres y arrepentidas,
pues vulgarmente se creía que todas eran unas”. La Casa de
Arrepentidas contaba con muchas admiradoras, pero ninguna
tenía los arrestos suficientes para acompañar a Madre Dolores
y Madre Rosario. Estas se sentían cansadas de tanta carga: la
comunidad de chicas recogidas ascendía ya a treinta. El go-
bierno de la Casa necesitaba con urgencia la inyección de savia
nueva que viniera a reforzar el desvelo de estas buenas madres.
Vinieron, el 1 de enero de 1863. La primera fue una
conquista de Madre Dolores: se llamaba María Manuela, cu-
ñada de su hermana Ana, natural de El Pedroso y de 33 años
de edad. La segunda, Consuelo López, de 22 años, natural de
Utrera y criada en el Beaterio de la Santísima Trinidad, tenía
vocación de capuchina, pero el Padre Tejero se dio trazas de
desviarle la vocación. “Capucha”, le decían por esa vocación
frustrada, y Consuelo reía la broma.
Febrero trae una nueva alegría. La Congregación del
Oratorio, en nueva sesión, acuerda acceder a las peticiones del
Padre Tejero: ya no tendrá trabas para dirigir abiertamente la
Casa de Arrepentidas, podrá moverse a sus anchas. El Padre
Alonsito, con su dulzura y táctica especial, logró al fin doble-
gar la postura de dos diputados del Oratorio que se oponían
abiertamente a las expansiones juveniles del Padre Tejero. La
batalla se ganó el 18 de febrero. Inmediatamente el Padre Te-
jero corrió a anunciarlo a las madres. Subió al obrador, donde
estaban cosiendo, y llamó a Madre Rosario, que era la despen-
sera y cocinera.
- Tome una moneda de oro de cinco duros y dele una
merienda a las muchachas.
- Padre, y esto ¿por qué?

111
Padre Tejero

112
Autógrafo del Padre Tejero

113
La alegría estalla en el rostro del Padre Tejero.
- Los padres me han autorizado para que venga como
director.
La Madre Consuelo recuerda en sus apuntes el gozo de
aquellos momentos. “Fue un día de mucho contento para no-
sotras, lo celebramos muy bien. Hasta entonces, se pudo decir
que el padre venía a casa como de incógnito, es decir, que se
ocultaba de los padres, menos del padre Prepósito, que solía
también visitar la casa, y en ausencia del padre, cuando por
algún motivo tenía que ir fuera, el padre Prepósito hacía sus
veces. Fue para nosotras un segundo padre”.
Marzo prodiga al Padre Tejero una nueva satisfacción.
Es un año de suerte. Las fatigas pasadas bien valen el respiro
de unos meses serenos. Sólo le falta para asegurar el futuro
de la nueva Congregación la aprobación de los estatutos y la
compra del convento para evitar posibles ventas a extraños que
en un momento los puedan poner de patitas en la calle. Para la
aprobación de las reglas se debe aguardar la llegada del nuevo
arzobispo. Para la compra del convento se siente impotente,
no tiene un maldito duro. Pues bien, comienza a funcionar su
magín y encuentra una solución aceptable. Cuenta con el apo-
yo de un viejo amigo: Don Valentín de Toro es un anciano
viudo con mucho dinero amasado a fuerza de ahorrar en un
comercio que tenía en la plaza de San Isidoro. Está dispuesto
a desembolsar el dinero para la compra del convento. Cuando
la Congregación se lo pueda resarcir, será suyo. Se asegura así
que ningún extraño puje por la compra de un hermoso edificio
y obligue a los inquilinos a evacuarlo.
La venta del convento de San José se efectuó el 12 de
marzo. Don José Núñez, propietario desde diciembre de 1844
(que lo compró a la Administración de los Bienes Nacionales,

114
a censo reducible, excluyendo sólo la iglesia y la sacristía),
lo vende a don Valentín de Toro Ruifernández, con la expresa
condición de que lo transfiera a la Congregación cuando ésta
disponga de dinero para comprarlo, sin sobrecarga de precio.
Firmaron las escrituras y don Valentín puso sobre la mesa la
oronda suma de 236.850 reales. Todo un capital de más de
dieciséis mil duros. ¿Podrá el padre Tejero alguna vez reunir
tan fabulosa suma? Cuenta con la Providencia. En este caso, la
Providencia se traduce en una gran testamentaría que persona
caritativa va a ceder a la Casa de Arrepentidas.
El 11 de abril, y ante notario, don Valentín de Toro y
el Padre Tejero firman un documento de compromiso mutuo.
Don Valentín de Toro compra el convento “a instancia e invi-
tación del Padre Tejero, director de la Casa de Arrepentidas,
temeroso de que un día fuese vendido a persona extraña con
cualquier objeto y que dicha Casa se encontrase sin local y
en la necesidad de tener que trasladar el establecimiento”. Se
compromete a cederlo en venta “por la misma cantidad y sin
utilidad ninguna al referido señor Director o a quien le suceda
tan pronto como llegue a adquirir fondos como espera para
un total pago”. El Padre Tejero se compromete, por su parte,
al pago de tributos y demás cargas que pesan sobre la finca y
al pago mensual de sesenta duros mensuales el primer año de
arrendamiento y ochenta duros los años siguientes, restándose
las cantidades pagadas del precio total del edificio cuando se
pague su totalidad.
Bien pensado es un buen negocio porque el Padre Teje-
ro espera coger un buen pellizco de la testamentaría que le han
prometido. Pero el demonio metió el rabo, perdón, la justicia
intervino, se complicó la testamentaría y naufragó toda espe-
ranza de recibir un solo duro. Al final, todo como al principio.

115
La Casa de Arrepentidas cambió de dueño y si antes pagaban
el arriendo al señor Núñez, ahora lo pagan al señor Toro.

Mayo. Madre Sacramento, la Vizcondesa de Jorbalán


visita Sevilla. ¿Vino con la idea de fundar? No lo sabemos.
Llegó a la Casa de Arrepentidas y dio un abrazo a to-
das las madres: Madre Dolores, Madre Rosario, Madre María
Manuela, Madre Consuelo… Recorrió la casa, saludó a las
muchachas.
Cuando marcho de Sevilla, tuvo un bonito detalle: les
envió un ramo de flores.
Aquel día la Casa de Arrepentidas respiró aromas de
santidad.

116
8. NUEVO INSTITUTO

117
118
El verano bendice a la diócesis con la llegada de un
nuevo arzobispo, cardenal de la Lastra. De la diócesis de Va-
lladolid a la arzobispal de Sevilla. veremos qué tal se porta.
Octubre de 1863: Dos nuevas vocaciones. Mejor, una
y media. Me explico. El primero de octubre ingresa Cándida
Bueno, sevillana de 24 años. Cuando tome los hábitos cambia-
rá por Madre Luisa. Es la vocación una. El 22 llegó Gregoria
Gómez, madurita de 42 años y natural de Cazalla de la Sierra.
Es la vocación media. Y sabréis por qué. Había vivido toda
su vida al cobijo de un tío suyo, don Diego Suárez, célebre
abogado de Sevilla. Cuando murió el abogado. Gregoria quiso
terminar sus días en un clima de recogimiento, ayudando a esta
obra que tanto le agradaba. Pero sin cortapisas de reglamentos,
con libertad para entrar y salir del convento y satisfacer así
su afición favorita: visitar diariamente el Jubileo en la iglesia
donde estuviese expuesto. Y esta afición le causó la muerte.
Pero mucho años después. ¡Qué cosas, verdad! Resulta que
yendo al Jubileo -me refiero al año 1890- se dio una “santa”
caída -como ella dijo-, o séase, una culada de muy señor mío,
que la precipitó a la tumba. El sacerdote, al atenderla en sus
últimos momentos, le preguntó en qué estaba pensando cuan-
do cayó. Contestó:
- En Dios.

119
Y la buena de doña Gregoria se murió. Pasó por la Casa
de Arrepentidas como una madre más, estuvo en todo con la
comunidad, y el Padre Tejero le colocó el título de “Madre
Honorata”. ¡Cómo la quiso Madre Dolores!: Doña Gregoria
aprovechó sus buenas relaciones de Sevilla en bien de la Casa
y se convirtió en una mendiga que de puerta en puerta pedía
una limosna en favor de las arrepentidas.
El 12 de noviembre el cardenal de la Lastra visitó por
vez primera la Casa de Arrepentidas. Llegó a las cuatro de la
tarde y hubo repique de fiesta. Encendieron todas las velas
de altares y colocaron almohadones rojos para la genuflexión
de su eminencia. La entrevista fue grata y el nuevo arzobispo
tomó buena nota de esta institución.
En diciembre, Madre Dolores se pone pachucha y mar-
cha a pasar los días de fiesta con su familia a Constantina. El
Padre Tejero le da cuenta detallada de la marcha de la Casa:
- Se han celebrado las Pascuas con todos los prepara-
tivos que las muchachas tenían hechos, y se han divertido sin
faltar a la prudencia y modestia que se les exige. Tampoco ha
faltado quien las haya obsequiado. Aproveche el tiempo que le
resta en esparcir el ánimo y tomar nuevas fuerzas para empe-
zar el año con resolución y firmeza.
Lo necesitará Madre Dolores: las dificultades económi-
cas afloran de nuevo. Casi todo lo que recogían de limosnas se
iba en el crecido arrendamiento del edificio y en su reparación
y conservación. Faltaban los artículos de primera necesidad.
Los acreedores se resistían a ofrecer nuevos créditos. El Pa-
dre Carrascosa, filipense también, atiende las quejas de Madre
Dolores.
- No se preocupe, Madre. Visitaré al gobernador civil.
Le echó arrojos este cura a la causa y se presentó ante el

120
gobernador, don Santiago Dupuig. Le habló a corazón abierto,
le pintó con vivos colores las necesidades de la Casa de Arre-
pentidas y le pidió que girase visita a la misma.
Señor gobernador, estas criaturas necesitan un socorro
urgente.
La visita del gobernador fue decisiva. Depositó una li-
mosna de diez mil reales y logró de la Diputación y del Ayun-
tamiento una renta anual. La Diputación se comprometió a la
entrega de 14.400 reales, el Ayuntamiento a 6.000. La Casa
de Arrepentidas los cobró puntualmente año tras año hasta la
revolución del 68.

En la primavera de 1864, Marcelo Spínola, abogado,


futuro cardenal de Sevilla, va a subir a las gradas del altar de
manos del Padre Tejero y de don Cayetano Fernández. El Pa-
dre Tejero templará el espíritu del nuevo ordenando durante
diez días con los ejercicios espirituales en la Casa del Oratorio.
Cayetano Fernández, también abogado en sus tiempos, pero
ahora cotizado predicador amén de poeta y literato, elogiará
las virtudes del misacantano en el sermón de su primera misa.
Me complace consignar aquí la confluencia de estos tres perso-
najes y el inicio de una amistad fuerte que durará toda la vida.
Y con todo esto llegamos a un suceso que pudo dar al
traste con la Casa de Arrepentidas. “Calumnia, que algo que-
da”, dice un refrán español. Por suerte para el Padre Tejero,
sobre quien recaen los tiros, la piedra que le lanzaron no logró
herirle. Gracias a Dios pudo salir a bien de ésta, porque la ca-
lumnia llevaba su veneno.
Resulta de la Conferencia de San Vicente de Paúl pre-
sentó en la Casa de Arrepentidas una joven de 15 años. Vivía
con su madre que se dedicaba a ese negocio que todos saben.

121
Como los encantos de la madre iban mermando por el impla-
cable destino de la edad, utilizaba a su hija para estos menes-
teres… La madre, al principio, no opuso resistencia a que las
señoras de la Conferencia de San Vicente se llevaran consigo
a su hija. Pasados unos días, sus propósitos se vinieron abajo.
La reclamó a la Conferencia, pero fue inútil. Descubrió que la
habían depositado en la Casa de Arrepentidas y se presentó a
por ella. Inútil sobre todo porque la chica no quería ver a su
madre. Despotricó, maldijo a media generación… Se marchó.
Ideó entonces un plan de ataque sutil: Envió una solicitud al
gobernador civil pidiendo a su hija y alegando “no sólo la vio-
lencia injusta que se le hacía, sino también cierto género de
relaciones ilícitas con el padre Director”.
Ya está tirada la piedra, y bien dirigida a la frente, como
para matar a un Goliat. El gobernador civil pasó el informe al
juez eclesiástico, para que juzgase la causa, y éste lo comunicó
al Padre Alonsito, como superior del Padre Tejero.
La cosa se aclaró, menos mal; la chica declaró ante el
juez eclesiástico que todo se debía a chismes de su madre. Vol-
vió a la Casa de Arrepentidas y allí vivió varios años hasta que
consiguió un empleo de criada. La madre embustera, meses
más tarde, murió abierta en canal de una terrible enfermedad.
Castigo de Dios, se decía por la Casa de Arrepentidas. El Padre
Tejero, pasado el mal trago, volvió a su renovado optimismo.
- En esta obra se ve visiblemente la mano de Dios -con-
fesó.
Y no le faltaba razón. Contaba ya con una buena patru-
lla de vocaciones. En 1864 entraron Dolores Ramírez, Salud
Rubio, Asunción Núñez, Matilde Pinto… Tener vocación que
alivie el corazón de las mujeres de la vida ya no es una deshon-
ra en Sevilla. La institución ha plantado su tienda en medio de

122
la ciudad y ha adquirido carta de ciudadanía. La infanta Luisa
Fernanda visita la Casa en noviembre. Sin duda le hablaría de
ella el Padre Alonsito, confesor de los duques de Montpensier.
La tarde anterior, Madre Dolores recibe una tarjeta firmada por
su dama de honor, doña Matilde Trechuelo de Sherry: “No irá
a la iglesia sino a reunirse con usted”. La infanta muestra vivos
deseos de conocer y charlar con Madre Dolores. Se inicia así
un rosario de visitas de señoras de Sevilla que gozan charlan-
do con la superiora y escuchando finuras de su boca. Madre
Dolores deja hacer, atiende a quien llama, se deja querer, agota
horas monótonas en la sala de visitas, aguanta y disimula que
la contemplen como a un animal extraño, los comentarios ro-
zan a veces los límites de la prudencia femenina, no se expli-
can sencillamente por qué una mujer de posición elevada, tan
elegante y tan señora, le ha dado por fabricarse una vocación
de este estilo, monja de clausura, bien, de abadesa, mejor; pero
¡señora de las arrepentidas”… Madre Dolores soporta estas
petulancias con humildad, se siente mendiga de sus arrepenti-
das y no le importa servir de escaparate de las señoras bien de
la ciudad si al final dejan una limosna que alivie las trampas
del mes.

¿Y las Reglas? ¿Y la aprobación del nuevo Instituto?


El padre Tejero ha dejado correr el tiempo: aguarda que
el nuevo arzobispo caliente la sede y le tome cariño a las cosas
de la diócesis. A finales de 1864 presenta sus papeles en pala-
cio. Ha bautizado su Instituto como “Congregación de Hijas
de los Dolores de María Santísima y de San Felipe Neri”. Es
un calco de los estatutos que rigen en el Oratorio, lo que a la
larga reportará algunos inconvenientes. Por ahora sirven, ahí
están, de nuevo en el despacho de su eminencia, para lo que

123
guste. El cardenal de la Lastra los acogió con cariño y mo-
vilizó la maquina burocrática: nombró dos juristas para que
estudiasen los documentos y emitieran su dictamen. Se trataba
de don José Antonio Ortiz Urruela y don Evaristo de la Riva.
El primer censor, don José Antonio Ortiz Urruela, gua-
temalteco de sangre española, vive con su familia en Sevilla
desde el año 1862. Hombre de gran relieve cultural, participará
en el Concilio Vaticano I como consultor de la comisión de
asuntos políticos-eclesiásticos. En octubre de 8174, pasará al
seminario de Córdoba como director espiritual y allí lo topa-
remos de nuevo cuando Padre Tejero y Madre Dolores sean
invitados a fundar.
Don Evaristo de la Riva ha dejado su prestigioso bufete
de Jerez de la Frontera por el sacerdocio. Ya no es ningún niño,
cuenta cincuenta años y es natural de Comillas, en Santander.
A finales de 1865 ingresará como novicio en el Oratorio, pero
ahora gusta sus primeros momentos de sacerdocio y agradece
que el cardenal, su arzobispo, le confíe documento de este tipo.
El juicio de los censores resultó favorable. “Muchos
pliegos escribieron en favor de dichas reglas”, escribe el Padre
Tejero. Sólo existe un punto que importa aclarar: la dirección
del nuevo Instituto queda vinculada a un padre del Oratorio.
¿Está conforme el Oratorio con esta nueva responsabilidad?
Un oficio del cardenal les pide aclaren este punto. El 10 de
enero de 1865 se reúnen los Diputados con el Prepósito del
Oratorio para tratar este tema. Acuerdan que se someta a la
decisión de la Congregación General de todos los padres de
la casa. Reunidos al día siguiente, 11 de enero, emiten un sí
condicionado. Leo en el acta 777: “Constituidos los Padres en
Congregación General después de la de culpas, dio cuenta el
padre Prepósito de los grandes deseos que había manifesta-
do nuestro eminentísimo prelado acerca de que quedase con-

124
signado en las Reglas o Constituciones de las Hijas de María
Santísima de los Dolores y de San Felipe Neri de esta ciudad,
que la dirección del establecimiento de estas hermanas que-
dase perpetuamente a cargo de un sacerdote de nuestra Con-
gregación; y los Padres, después de discutir suficientemente
sobre tan delicado asunto, y viendo al fin que no cabe en la
índole de nuestro Instituto obligar a ninguno de los individuos
que lo profesan a aceptar contra su voluntad un cargo ajeno al
mismo, decretaron que se contestaría a su eminencia afirmati-
vamente aceptando con agradecimiento la deferencia que mos-
traba tener a la Congregación; pero creyendo oportuno añadir
la condición de “siempre que a nuestra Congregación le fuera
posible”, con el fin de quedar en libertad de no admitir cuando
no haya absolutamente entre los nuestros individuos que vo-
luntariamente se presten a desempeñar dicho cargo. Con esto y
las preces de costumbre se terminó el acto”.
En la cláusula correspondiente, cuando se habla del Di-
rector y se especifica que será un padre del Oratorio, se añade:
“siempre que esto fuere posible”. Con este pequeño arreglito y
los beneplácitos de los censores, los estatutos aguardan la fir-
ma del cardenal. El arzobispo emite el decreto el 3 de abril de
1865: La Congregación de las Hijas de los Dolores de María
Santísima ha nacido como Instituto de derecho diocesano.
En 1865, la Casa de Arrepentidas cuenta con 45 aco-
gidas. Un prospecto escrito por el padre Tejero puntualiza las
condiciones de entrada: “Para ingresar en esta Casa se necesita
tener resolución de apartarse de la mala vida, gozar de una
completa salud, y edad de 12 a 26 años. Si las interesadas tie-
nen padres deberán estar conformes con su entrada en el esta-
blecimiento, y ellos y sus hermanos son los únicos que pueden
verlas en los días que se les permite, siempre que no sean ellos

125
la causa de su extravío. Con estas cualidades se admiten de
cualquier país y condición que sean, en el número que permi-
ten los fondos con que se cuenta: a las que pretenden entrar
les basta llegarse a la portería del ex-convento de San José en
la misma calle número 12, y siempre es bueno que vayan con
alguna persona que las represente”.
Pero para ver a las chicas, en mayo. La iglesia de San
José se pone de dulce. El programa de cultos religiosos ocupa
todo el mes, predicación incluida del Padre Tejero y loores a
la Virgen con cantos de las arrepentidas. Estas forman un coro
dirigido por Madre Consuelo que causa sensación. “¡Cuántas
veces se oía decir a las personas que asistían que, más que un
sermón, movían sus almas los cánticos de las arrepentidas!”,
confiesa el Padre Tejero. Para la Sevilla piadosa, todo un es-
pectáculo, os lo aseguro, pero de buena factura, de gran devo-
ción. La gente se agolpa a la puerta antes de que se abra. Al en-
trar, el templo despide una fragancia suave a flores. Son flores
de los jardines públicos de Sevilla. Pagés del Corro envió una
autorización a Madre Dolores para que pudiera proveerse de
flores durante todo el mes de mayo y otras fiestas importantes.
Una deferencia del Ayuntamiento. Entre los fieles, una chiqui-
ta de 19 años acude con algunas amigas a oír los sermones del
Padre Tejero. Angelita Guerrero, nuestra Santa Ángela de la
Cruz, es todavía un ángel silencioso, una zapaterita del barrio
de San Julián…
El 24 de junio, un voraz incendio redujo a cenizas parte
del Oratorio. El Padre Alonsito no se amilana. Araña once mil
duros de aquí y de allá, y en pocos meses repara el edificio.
El cólera, de nuevo en Sevilla. Se llevó consigo al “al-
calde modelo” García de Vinuesa, amigo de la Casa. ¡Menudo
verano está dando! También en Valencia, donde pilló a Madre

126
Sacramento, la Vizcondesa de Jorbalán.
Valencia, muy lejos.
Imposible que Madre Dolores le pueda devolver el
ramo de flores.

127
128
9. MADRID ESTÁ IMPOSIBLE

129
130
Octubre, 1866.
Madre Dolores viaja a Madrid. Le acompaña Jose-
fa Blanco, la amiga que la acogió en Sevilla cuando salió de
Constantina para entrar en religión. Josefa marcha a Madrid
para afincarse definitivamente allí. Madre Dolores acude a la
Corte porque le hierven ciertos problemas urgentes de resol-
ver.
Por ejemplo: Llevan año y medio con la aprobación
diocesana y no pueden vestir canónicamente el santo hábito
porque el cardenal de Sevilla requiere que consigan primero
la aprobación civil. Los papeles se enviaron a su tiempo a Ma-
drid, pero allí duermen el sueño de los justos: Los políticos
mascan la tragedia nacional y no tienen tiempo de ocuparse de
minucias. Pero ella lo va a intentar, lleva consigo varias cartas
de presentación para altos capitostes de la corte y cuenta es-
pecialmente con el apoyo de don Cayetano Fernández. Porque
habréis de saber que el bueno de don Cayetano se encuentra en
Madrid desde principios del año 1865 como preceptor religio-
so del principito Alfonso. Componen el cuadro de profesores
del príncipe el general Álvarez Osorio, como jefe de estudios;
Cayetano Fernández, como profesor de religión; don Antonio
Castilla, para la lectura y escritura; y una serie de profesores
militares para la enseñanza de las distintas armas. El sistema

131
educativo no era el más apropiado para un niño de nueve años
que había de reinar en España. Pero así andaba el país. Yo
quiero defender la imagen de don Cayetano Fernández. He de
reconocer que era un poco pelma, pero hombre honestísimo
que realizó su trabajo catequístico con devoción y empeño. No
merecía el varapalo que le prodigó en sus “Episodios Naciona-
les” don Benito Pérez Galdós. Coloca el novelista en boca de
uno de sus personajes la siguiente parrafada:
- Para el modelado de nuestro Rey no hay en aquella
casa más que un cura teólogo y poeta, que tiene el encargo
de administrar diariamente al príncipe una dosis de religión
indigesta y de moral abstracta, que el pobre niño aprende a lo
papagayo. Con escoplo y martillo, el don Cayetano va metien-
do en el cerebro de Alfonsito sus lecciones. Y éstas, ¿qué son
más que un conglomerado farragoso que se irá endureciendo y
petrificando, masa inerte de conceptos sin sentido que no deja-
rá lugar para otras ideas si en su día quisieran entrar allí? Muy
santo y muy bueno que se enseñen al primero de los españoles
los principios fundamentales de la religión que profesamos.
Pero el catecismo es sencillo, breve, facilísimo. ¿A qué vienen
esas pesadas y tediosas lecciones? Lo que Jesucristo enseñó
con aforismos y parábolas de hermosa concisión, ¿por qué lo
ha de enseñar don Cayetano en días y días con amplificaciones
hueras y pesadeces sermonarias? ¿Qué sustancia ha de sacar
Su Alteza de esa ingestión de paja, en la cual van perdidos
algunos granos de trigo? Bastaría para enseñar al príncipe la
religión las cortas lecciones de un aya discreta y dulce… ¿Y
qué me dices de ese furor para incrustar en la mente de Alfonso
una moral teórica y formularia que el niño no puede enten-
der? ¿No sería más eficaz enseñarle la moral con continuos
ejemplos y observaciones de la vida? Yo te aseguro que si el

132
El Cristo de la Misericordia, de Juan de Mesa, que sabe de siglos atrás
de las trstes lágrimas de las arrepentidas.

133
Visitando la sala de Santa María
Magdalena del Hospital de la
Sangre o de las Cinco Llagas,
comenzó a rondalle al Padre
Tejero la nueva aventura...

Calle Jamerdana, del Barrio de


Santa Cruz. Precisamente aquí,
frante a la Iglesia de los Venera-
bles, comenzó en 1859 la “Casa
de Arrepentidas” de Sevilla.

134
príncipe no echa por sí mismo de su cerebro toda la paja y el
serrín que le introduce con su labor de fabricante de muñecos
el padre filipense, acabará por no tener religión ni moral; será
un volteriano y un hombre sin probidad…
Un tanto exageradillo resulta don Benito. Don Cayeta-
no era hombre muy culto: sus Fábulas ascéticas deleitaron en
su tiempo y demostraron que su autor poseía cierta pedagogía
y adaptación al medio infantil. Digo yo que por esto lo eligie-
ron preceptor del príncipe. Pues bien, don Cayetano, desde su
atalaya en la Corte, va a servir a Madre Dolores de introduc-
tor principal ante la Reina. También el Padre Claret.
Un segundo motivo la empuja a Madrid: conseguir una
casa del gobierno que las librase del pago del alquiler. La casa
de San José se hacía insostenible por el aumento creciente del
personal y la imposibilidad de atender a su sustento y al pago
mensual. El viejo dueño don Valentín de Toro, amigo del Padre
Tejero, se ha vuelto huraño y mezquino. Atosigado por sus he-
rederos, quisiera que se agilizara la venta de la casa. Al menos,
que no exista demora en el pago del alquiler. Ni al Padre Tejero
ni a Madre Dolores le llueven los duros. Por ello sueñan con el
cambio: un convento exclaustrado, propiedad del gobierno, les
libraría de la sangría permanente del pago de mensualidades.
Lo que entrase en la casa sería para el sostenimiento de las
muchachas.
No estaban pródigos en recursos de un tiempo a esta
parte, la verdad. Contribuyó a ello el cólera del año 65 y la cri-
sis monetaria. Sevilla no estaba para limosnas. Día llegó que
no tuvieron qué comer. En días así la Providencia se deja sen-
tir. Ocurrió poco antes de marchar Madre Dolores a Madrid.
Están en el coro haciendo oración. Llaman a la puerta. Madre
Rosario, sin poderse contener, en un arranque de inspiración,

135
le susurra a Madre Dolores:
- La Providencia viene a socorrernos.
En la puerta aguardaba un hombre con un carro lleno de
pan y otros comestibles. No supieron quién lo enviaba. Aquel
día comieron bien.

Agarrada a sus buenos deseos, Madre Dolores marcha


a Madrid.
En su ingenuidad, que comparte el Padre Tejero, piensa
resolver sus asuntos en un par de meses. Pongamos más bien
un año, nosotros que ya sabemos la historia. Y es que Madrid
está imposible. Aquello huele a revuelta por todas las esquinas,
se masca. En enero, Prim falló un golpe en su lucha progresista
por alzarse con el poder frente a O’Donnell y Narváez. Huyó
a Portugal y allí siguió conspirando. En junio se sublevaron
los sargentos de artillería del cuartel de San Gil. Los jefes se
hallaban en aquel momento jugando su partida de tresillo. Dis-
pararon contra ellos… La represión de esta rebelión supuso el
fusilamiento de sesenta y seis sargentos, cabos y soldados de
artillería. O’Donnell tuvo que dejar la presidencia del gobier-
no, que recayó de nuevo en el “espadón” Narváez. Frente a la
violencia de las sublevaciones, que en 1866 fueron no menos
de doce, la violencia de la represión. Mientras, la reina Isabel
II no se recataba de aparecer en público con su galán de turno,
don Carlos Marfori, sobrino de Narváez.
La revolución se masca, aunque aún tardará en estallar.
Madre Dolores, ajena a toda política que no sea su em-
peño por llevar adelante su Casa de Arrepentidas, se cuela ino-
cente en el avispero de la Corte.
Madrid está imposible.
Se alojó en una pensión de la calle del Baño, actual

136
Ventura de la Vega. No sería costosa a la Congregación: cu-
briría sus gastos con la mensualidad de doscientos reales que
cobraba por la orfandad de su padre. Cuenta 48 años, está de
muy buen ver, viste de señora, y elegante porque siempre lo ha
sido, ya que aún no utiliza los hábitos religiosos. Las amigas
de Madrid que conocían también al Padre Tejero le dijeron:
- ¿Dolores, hija, sólo al Padre Tejero se le ocurre dejarte
sola a negociar en Madrid!
¿Tan peligroso es Madrid? ¿Tan arriesgado resulta para
una señora?
En la pensión, un señor le echó el ojo y no hacía más
que enviarle tarjetas para concertar una entrevista. Cansada,
Madre Dolores le contestó un día en la mesa del comedor que
todos compartían.
- Caballero, soy señora sola y no recibo visitas.
El caballero no volvió a importunarla. Pero Madre Do-
lores cambió de pensión, las amigas le buscaron la casa de una
señora y allí residió en situación de pupila.

Por un informe solicitado por el Ayuntamiento de Sevi-


lla, sabemos de la situación real de la Casa de Arrepentidas por
esta época. Cuenta siete años y está dirigida por una sociedad
de señoras caritativas que han formado sus Reglas, aprobadas
por el arzobispo y el gobernador. Personal del establecimien-
to: “Sesenta jóvenes arrepentidas, sin contar otras muchas que
en el transcurso de los siete años se han colocado, unas to-
mando estado, otras volviendo a la casa de sus padres, y las
restantes sirviendo en casas religiosas”. Renta: 1.200 reales de
la Diputación para el pago del arrendamiento; 500 reales del
Ayuntamiento; limosnas particulares por suscripciones; lo que
reciben por los trabajos que realizan, coser, bordar, lavar, plan-

137
char… “Bienes no poseen ningunos, todo es sostenido por la
caridad, y el déficit en que se encuentra es de unos quince mil
reales que difícilmente puede pagar porque no les alcanza las
entradas”. El gasto de cada arrepentida se calcula en unos tres
reales diarios. Firmado por el Padre Tejero a 7 de noviembre
de 1866.
La situación no es muy boyante, que digamos.
Madre Dolores sufre en Madrid el aislamiento y la im-
potencia por conseguir en corto plazo una solución airosa para
su causa. Sufre y a veces se entristece. El Padre Tejero trata
de animarla. Existe una correspondencia extensísima de este
período. Ella le habla de las muchas “amarguras que devorar”.
El Padre Tejero la consuela:
- Mucho oye los sentimientos de la carne… Será no lo
que los hombres piensen, sino lo que Dios quiere. No olvide
usted el adagio de la corte: “Buenas razones y malas acciones”.
Hay que armarse de optimismo. ¿Cómo? Confiando en
la Providencia.
Padre Tejero escribe a Madre Dolores y le cuenta un
suceso pintoresco. Ocurrió el 13 de noviembre, 13 y martes,
miren por dónde.
“En medio de los apuros por los que está pasando la
Casa, con la escasez de fondos y la no interrumpida entrada
de jóvenes que se presentan, anteayer parece que se afligió y
lloró la Madre Rosario, viendo que no tenía para el gasto más
que deudas. A esto se agregó presentarse una joven de hermosa
presencia solicitando la entrada. En este conflicto titubeó y no
quería recibirla; pero las muchachas hubieron de enterarse, y
fue tanto lo que ellas le pidieron y le suplicaron, que la ven-
cieron y le dieron entrada. Por el correo de la tarde, recibo un
anónimo en el que se me decía que en el cepillo de la Santísi-
ma Virgen de los Dolores había dispuesto en oro a mi dispo-

138
sición tres mil reales. Voy a Casa, haciéndome el disimulado
no fuera broma. Pregunto a Madre Rosario si había registrado
el cepillo, y me dice que no hay nada; pido las llaves, miro
y me encuentro el asiento del cepillo sembrado de monedas
de cinco duros. Empecé a sacar y a dárselo a Madre Rosario;
viendo esto, muda, sin hablarme una palabra, me miraba, hasta
que la emoción que le causó esta novedad la manifestó con las
lágrimas. De este acontecimiento tan misericordioso por parte
de Dios hice sabedoras a las auxiliares y a las muchachas, que
saltaban de alegría y miraban como una prueba de fe la admi-
sión de la joven de la mañana”.
Estas noticias levantan el optimismo de Madre Dolo-
res. Le dan fuerzas para seguir adelante en la visita diaria a los
despachos ministeriales. El 21 de noviembre obtiene audiencia
de la reina. “He salido muy animada”, escribe al Padre Tejero.
Isabel II, tan campechana, le toma cariño a Madre Dolores.
En el año corto de su estancia en Madrid la visitará en cinco
ocasiones. Y todo por influencias de don Cayetano Fernández
y del arzobispo Claret. La aprobación de la Congregación va
a tener desde este momento un curso aceleratorio. El 29 de
enero, Isabel II firmó el Real despacho. En la Casa de San
José repicaron de lo lindo cuando se supo la noticia. Pero, ¿y
el nuevo edificio? Seguir por más tiempo en San José se hace
casi imposible; obtener de la reina los diecisiete mil duros que
cuesta el comprarlo, una utopía en aquellos momentos… Sólo
existe en Sevilla un edificio, propiedad del gobierno, dispo-
nible: el ex convento de San Pedro de Alcántara, en la calle
Cervantes. Tras la exclaustración había servido para Escuela
Normal. Últimamente había cobijado a la Escuela Industrial.
Con el reciente traslado de esta Escuela a Barcelona, aparecía
vacío y en pleno centro este hermoso edificio, bien cuidado,

139
no muy amplio pero cómodo, y su iglesita adosada para las
funciones litúrgicas.
La reina le promete su concesión.
La reina no sabe, ni Madre Dolores tampoco, que ese
edificio está muy cotizado.
Se avecina la guerra. Una lucha sin cuartel por su ad-
quisición. Veremos quien vence.
La Diputación Provincial de Sevilla apoya la moción
de don Joaquín Palacios, director del Instituto de Segunda En-
señanza. Éste se haya ubicado en el mismo edificio de la Uni-
versidad, pero su director sueña con edificio independiente. Ha
acudido a Madrid y ha sabido mover bien los hilos.
El rector de la Universidad, Martín Villa, lo quiere para
trasladar a él el colegio Medicinal de Cádiz.
La Junta de Industria y Agricultura desearía que el edi-
ficio desempeñara las mismas funciones que hasta ahora, es
decir, volver a su seno la Escuela Industrial, trasladada a Bar-
celona.
El gobernador civil no quiere la Escuela Industrial ni a
tiros, él sabrá por qué. Apoya con todas sus fuerzas la gestión
del Padre Tejero.
Y, en medio de todos, el político fuerte del momento,
el profesor Fernández Espino, amigo de unos y otros y que no
sabe cómo contentar a todos.
Una guerra larvada y sorda se desata entre los distintos
departamentos sevillanos y la corte de Madrid. Al Padre Tejero
le calientan los oídos voces amigas que le animan:
- San Pedro de Alcántara será para las Arrepentidas.
Y se lo cree.
En Madrid lo ha prometido la reina a Madre Dolores.
Pero la batalla no ha hecho más que empezar.
Ha muerto el Padre Alonsito, qué pena.

140
No contaba aún 52 años. A mediados de noviembre le
pilló un ataque al corazón que lo dejó herido de muerte. Sus
cofrades trasladaron al padre Prepósito a la huerta del naranjal
que el Oratorio poseía en el término de Mairena del Alcor, con
la esperanza de que recobrase la salud. No fue posible. Murió
en la noche del dos al tres de diciembre. Enseguida, de madru-
gada, lo trajeron al Oratorio en un coche cerrado.
La infanta María Luisa acudió a llorarle. El Padre Alon-
sito había sido su confesor. Al despedirse la infanta, dijo a los
padres:
- ¡Ustedes han perdido mucho, pero yo… yo no he per-
dido menos!
Fue un buen sacerdote, y un mal administrador: casi
arruina al Oratorio. Quien lo sintió de verdad fue el Padre Te-
jero. Comunica enseguida su muerte a Madre Dolores:
- Encomiende a Dios al padre Prepósito y pida también
por nosotros, especialmente por mí, porque desde hoy mucho
lo necesito.
Padre Tejero teme que surjan de nuevo los fantasmas
de la incomprensión de su obra por parte de algunos padres del
Oratorio. Pero ya ha echado raíces en Sevilla. No debe temer
nada.
El 22 de diciembre, la elección de Prepósito recayó en
don Evaristo de la Riva, caso insólito en la historia del Orato-
rio. Don Evaristo llevaba poco más de un año en la Congrega-
ción y aún era novicio. Pero los tiempos se avecinaban malos,
la revolución se mascaba, y pensaron que un buen jurista sería
el mejor conductor del Oratorio. No podían contar con don
Cayetano Fernández: se hallaba en Madrid, con sus lecciones
diarias al príncipe.
Enero, 1867. El invierno se presenta malo en Sevilla…

141
¡Ay! Con el trigo que se empina,
con el aceite que asciende
y con los pobres que aumentan
el invierno será célebre.

El paro es acuciante y una nueva riada enseña los dien-


tes de la desgracia. Sevilla sufre.
- Aquí en la población hay una miseria general -escribe
Padre Tejero a Madre Dolores-. Más de dos mil pobres vi ayer
delante de San Telmo, y sin esperanzas por las muchas aguas.
Ha habido una riada como la del año pasado.
La crisis se deja sentir en la Casa de Arrepentidas.
- Hoy mismo, sin poder pagar a los acreedores, he po-
dido reunir dos mil reales para comprar lienzo, pues he sabido
que algunas ya no tenían camisa.
Y se lamenta:
- Será preciso que un día venda hasta los breviarios
para dar de comer a tantas criaturas.
La solución de Madrid se hace imperiosa. Madre Dolo-
res no sabe ya a quién acudir. Visita de nuevo a la reina. La re-
cibe el 21 de enero. Las mismas promesas, la misma simpatía.
Pero en los ministerios correspondientes impera la parsimonia.
El diputado por Sevilla, señor Fernández Espino, parece in-
clinar sus simpatías por Don Joaquín Palacios y su Instituto.
Pero debe vencer la resistencia de la reina que ha ofrecido San
Pedro de Alcántara para las Arrepentidas. Busca una fórmula
conciliatoria. Visita en compañía del señor Palacios a don Ca-
yetano Fernández y ofrece para Casa de Arrepentidas el edifi-
cio de los Terceros o el ex convento del Ángel.
La proposición es un poco maquiavélica. El edificio de
los Terceros está ocupado por los militares. ¿Qué guapo pecha

142
con el ministerio de la guerra para que desalojen el edificio? El
ex convento del Ángel acoge a diversas corporaciones. ¿Quién
los pone de patitas en la calle? El Padre Tejero previene a Ma-
dre Dolores:
- El sentirme tan indiferente para los Terceros consiste
en que he llegado a comprender la imposibilidad moral de ad-
quirirlo. Si se lograra, lo tendría por un verdadero milagro…
Aunque venga una Real Orden de cesión, no por eso obedece-
rán, sino que entretienen y dejan pasar el tiempo. Así sucedió
a los padres de la Compañía con el cuartel del Duque; en tiem-
pos del rey Fernando VII se expidieron dos decretos para que
lo entregaran como suyo, y todavía lo están esperando.
El capitán general se puso furioso cuando se enteró que
el edificio de los Terceros estaba sobre el tapete de negocia-
ciones.
- No soltaré ni un palmo de terreno -gritó.
Definitivamente, los Terceros no era negociable.
Pero quedaba el ex convento del Ángel. En la exclaus-
tración de 1835, este convento de carmelitas descalzos fue
ocupado por distintas dependencias del Estado y corporacio-
nes locales. La parte de atrás, para cuartel de carabineros. En
la parte principal que daba a la calle Rioja, se estableció pri-
meramente la Sociedad Económica de Amigos del País y, pos-
teriormente, la Academia de Jurisprudencia y Legislación y la
Sociedad de Emulación y Fomento. Ésta mantenía desde hace
unos seis años unas clases de adultos. En realidad, por estas
fechas, estas sociedades no llevaban una vida muy airosa que
digamos. Pero mantenían en su seno elementos de la “cáscara
amarga”, no muy recomendables para el gobierno integrista de
Madrid. Fernández Espino pensaba que, si desaparecían, no se
perdería gran cosa. Un sistema propicio sería dejarlos sin local

143
social. Pero había que conseguir que don Cayetano Fernández
y Madre Dolores en Madrid y el Padre Tejero en Sevilla pica-
ran en el anzuelo: El Ángel por San Pedro de Alcántara.
Y picaron.
- Tome lo que le den, y no perdamos tiempo -escribe el
Padre Tejero a Madre Dolores.
La Diputación Provincial, favorable también al señor
Palacios y su Instituto, amenazó larvadamente al Padre Tejero
con retirarle la subvención si conseguían San Pedro de Alcán-
tara. No cabía alternativa. Además, estaba cansado. Madre Do-
lores, incómoda en Madrid.
- Tome lo que le den.
Y así fue. Pero despacio, como se hacen las cosas en la
corte. Tras muchos dimes y diretes, informes solicitados a Se-
villa, etcétera, etcétera, la reina Isabel II firmó una Real Orden
por la que se cedía el ex convento del Ángel para la Casa de
Arrepentidas de Sevilla. Llevaba fecha de 30 de julio de 1867.
Madre Dolores, cumplido su cometido, volvió a casa.
Merece un descanso. No lo tendrá. Gustará el sinsabor
de tener que enfrentarse con venerables instituciones sevilla-
nas. Para que la Casa de Arrepentidas tome posesión del Ángel
debe ser desalojado por las sociedades que lo ocupan. Lo cual
resulta penoso, chocante y de pésima política, aunque se vaya
con una Real Orden en la mano. Se trata de vestir a un santo
desvistiendo a otros.

144
10. LA BATALLA POR EL ÁNGEL

145
146
El 7 de agosto saltó la noticia a la prensa. El diario “El
Porvenir”, en su sección “Crónica de la capital” recoge onda
y publica un suelto lamentando “el perjuicio que han de su-
frir las sociedades de Emulación y Fomento, y de Amigos del
País, que hace muchos años vienen ocupando el referido local
en virtud de repetidas reales órdenes, si, como no podrá me-
nos de suceder, se las expulsa de él, y se las obliga, en conse-
cuencia, a cerrar las clases gratuitas de enseñanza industrial y
escuela de adultos, donde un numeroso concurso de jóvenes
hijos del pueblo reciben una educación apropiada a su clase
y necesidades. Creemos que las corporaciones y las muchas
personas que tienen interés en ello, presentarán al gobierno
de S. M. haciendo presente los perjuicios que se han de seguir
a la enseñanza popular gratuita, si por un medio indirecto se
cierran las clases, y se anula la beneficiosa influencia que las
sociedades indicadas ejercen en la moralidad y educación del
pueblo. Cuando tengamos la certeza de la referida real orden,
nos ocuparemos con más extensión de este asunto. Entretanto
indicamos la profunda extrañeza que nos causa el que todavía
permanezca el Instituto provincial sin local donde instalarse
como cumple a sus necesidades”.
Las sociedades, que ya sabían de esta real orden, van
a tener oportunidad de enterarse oficialmente ese mismo día.

147
Ocupaban el Ángel cuatro sociedades: la Real Sociedad Eco-
nómica de Amigos del País, la más pimpante de todas, cuyo
presidente era don Pedro García de Leaniz; la Sociedad Se-
villana de Emulación y Fomento, uno de cuyos fines era el
desarrollo de la instrucción pública; la Academia de Jurispru-
dencia y Legislación, y la Diputación Arqueológica. Con fecha
de día 6, el gobernador civil les envió un saluda informándoles
de la disposición de Madrid y de la necesidad de desalojar en
fecha próxima las respectivas dependencias. Inmediatamente
se reunieron las cuatro sociedades, formaron una comisión
permanente compuesta por los cuatro presidentes y eligieron
para defender los intereses comunes a don Pedro García de
Leaniz, de la Económica de Amigos del País. Como primera
instancia, elevaron una “reverente exposición” a Isabel II, que
el gobernador de la provincia, don Joaquín Auñón, se encargó
de tramitar. Comprometieron a los diputados y senadores por
Sevilla, entre ellos Fernández Espino, que se apresuró a decir-
les que era ajeno a la cesión “pues cuando se había solicitado
su apoyo se negó a prestarlo”, con lo que demuestra una flaca
memoria o sagacidad política. Al Padre Tejero le decía cosas
bien distintas. Y por último se aprestaron a una resistencia pa-
siva de dejar pasar el tiempo.
El 13 de agosto, “El Porvenir” sacó de nuevo a la pa-
lestra el tema, esta vez con un artículo extenso. No ataca a la
Casa de Arrepentidas, que cumple “fines altamente morales,
sociales y humanitarios, como son de atender a la salvación de
algunos seres que, desgraciados o mal aconsejados, se apar-
taron un momento del sendero de la virtud”. El cronista no
discute siquiera la real disposición, ni la combate “dentro de
los límites que la actual ley de imprenta nos señala”, pero se
pregunta qué será de estas sociedades si no se les ofrece una

148
alternativa de local donde cobijarse. “No tenemos menos de
lamentar la precaria situación en que van a quedar, a resultas
de la indicada real orden, las corporaciones y sociedades que
durante largos años han venido ocupando el referido local para
los fines de su instituto. En efecto, las sociedades de Amigos
del País, de Emulación y Fomento, la Academia de Jurispru-
dencia, la Comisión arqueológica, la escuela gratuita de adul-
tos, y las enseñanzas de artesanos que celebran sus sesiones y
funcionaban en el Ángel, lanzadas todas hoy de este local, y
no habiéndoseles habilitado otro donde puedan reunirse, que-
dan virtualmente disueltas, y Sevilla y su provincia privadas
de los beneficios morales y materiales que obtenían de estos
institutos”.
Esto fue todo lo que salió en la prensa, porque el go-
bernador civil se preocupó muy mucho de poner coto a “tantas
veleidades”. Con el arma de la censura en la mano, cortó todo
brote de protesta. Las sociedades utilizaron entonces la políti-
ca de dejar correr el tiempo. Existía el precedente del cuartel
del Duque. En tiempos de Fernando VII, dos reales decretos
conminaban a los militares a entregar el cuartel a sus antiguos
dueños, los jesuitas. Papel mojado. Pero los militares son los
militares. Estas sociedades no poseían tanta fuerza, languide-
cían más bien a pesar de los floripondios con que se adornaban
en la prensa, y contaban con la inquina de Madrid que tenía
vivo interés por colocarlas en cuarentena. Existían en su seno
gente de la “cáscara amarga”. Cuando la revolución se masca,
lo mejor es que cada uno viva tranquilo en su casa. Así piensa
Madrid. Y así piensa el gobernador civil de Sevilla.
Naturalmente Madre Dolores y Padre Tejero son ajenos
a esta política. Pero se cuelan inocentemente en el torbellino,
ay, y van a salir escaldados. Al tiempo.

149
Don Cayetano Fernández ha sido nombrado chantre de
la catedral de Sevilla. Es el premio por su labor en la edu-
cación del príncipe. Al buen cura filipense le sorprende este
nombramiento. Le viene sus escrúpulos: sobre todo, no quiere
saltarse a la torera la disposición de su Instituto que no desea
honres para sus miembros. Don Cayetano informa al Oratorio
de Sevilla del nombramiento que le ha caído encima y pide
permiso para aceptarlo. El Oratorio se da por enterado el 14
de septiembre: reunidos los padres en congregación general le
autorizan para admitir la dignidad de chantre.
Meses más tarde, ya de canónigo aunque residente en
Madrid, escribe a su amigo Torres Padilla, director espiritual
de Angelita Guerrero, la futura Sor Ángela de la Cruz. Le con-
fiesa sus escrúpulos por haber aceptado esta dignidad. Torres
Padilla le contesta:
- ¿Era usted digno para chantría? Más que la mitad de
los que se sientan en el coro. ¿Hizo usted bien en admitirla? Sí,
señor; porque era cosa muy lícita… Se trata de lo justo y lícito;
pero si se tratara de lo más perfecto, es mejor ser filipense, o
fraile mendicante, que chantre.
Ya ven, Cayetano Fernández, canónigo de Sevilla. De
la Casa de Arrepentidas le llega una felicitación efusiva.

Madre Dolores ha vuelto a tomar las riendas de la Con-


gregación tras el año de ausencia en Madrid. Piensa que ha lle-
gado el momento de sosiego para la toma de hábitos y los vo-
tos de los congregantes e iniciar un noviciado en condiciones.
Ya no existen obstáculos legales. Falta eso, la tranquilidad y el
sentirse en propia casa. Cuando se realice el cambio, cuando
ocupen el Ángel, marchará todo mejor. Sueña con momentos

150
de sosiego después de tantas apreturas, sueña… ¡No sabe lo
que le espera!
El 14 de octubre envía una nota al Padre Tejero:
- Sabe usted lo poco afecta que soy a dar disgustos, pero
cuando no se puede arbitrar medios, ¿qué se hace? Tenga usted
un poco de paciencia pues yo no puedo menos que recurrir a
usted. Empezamos el mes presente con una deuda de 1.480
reales, se han cobrado hasta la fecha 2.631 de suscripciones,
puede usted calcular cómo estaremos. Es preciso que vea usted
a alguien de los reservados para casos especiales y ver si pode-
mos acabar el mes de octubre sin deudas y extinguir la que ya
va de cuatro días de comida… En fin, Padre, a grandes males
grandes remedios. Yo por mi parte estoy a oscuras.
En la misma carta le contesta el Padre Tejero:
- Poco favorece a una Superiora que no ella sino el Di-
rector haya de sacar la casa adelante en las necesidades tempo-
rales. Remito con el dador 1.500 reales.
Así andaban siempre, rebañando reales de aquí y de
allá. El verano lo habían pasado medio regular gracias a unos
seis mil reales que Madre Dolores pudo conseguir en Madrid
por influencia de Fernández Espino del presupuesto dedicado
a calamidades públicas. Pero las ochenta bocas de la Casa de
Arrepentidas los habían engullido en un periquete.
Ocupar el Ángel lo antes posible sería una forma de
ahorrar, pero las sociedades no tienen prisa por abandonar el
reducto. El gobernador, ante las presiones del Padre Tejero, les
envía un nuevo aviso. Ellos contestan que han decidido enta-
blar una demanda contenciosa contra la Real Orden. El gober-
nador les responde el 24 de octubre que le parece muy bien,
pero él tiene el deber de hacer cumplir la Real Orden de 30 de
julio pasado. Por tanto, concluye el gobernador, “he acorda-

151
do decir a ustedes que esas Corporaciones deben entregar sin
demora el edificio a la Congregación indicada”. Tres días más
tarde, el 27, Madre Dolores se presentó en el Ángel acompaña-
da de un notario para tomar posesión de la casa. García de Le-
aniz se hallaba enfermo, pero tuvo la deferencia de levantarse
de la cama y acudir a la cita. Paró el golpe como pudo.
- Las sociedades que represento están dispuestas a cum-
plir las órdenes superiores, pero he sostenido una conferencia
con el señor gobernador sobre la manera de verificarlo, y se
convino que el acto de posesión se ejecutaría administrativa-
mente y con la debida solemnidad por el Jefe de la Sección de
Fomento, en delegación del señor gobernador.
Nueva demora. El notario se limitó a levantar acta de
lo dicho y Madre Dolores la remitió al gobernador. Este fijó
nueva fecha: 6 de noviembre a las 12 de la mañana y con todas
las solemnidades.
Resultó una entrega meramente simbólica.
- Aquí están las llaves, señora.
Pero el conserje de la casa seguía ocupando su vivienda
y las sociedades no habían movido una sola silla de sus respec-
tivos mobiliarios. Ya irían a recogerlos. ¿Cuándo? Piensan, y
con razón, que no los van a llevar a sus domicilios particulares.
El gobernador no puede obligar a tanto. Ya volverán a recoger
los enseres, lo antes posible, enseguida… Emulación y Fo-
mento, en los días precedentes, ha ideado una buena fechoría.
Sus dos salones, los mejores de la casa, se hallaban sobre una
cochera que daba a la plaza de la Magdalena. La cochera for-
ma parte del edificio del Ángel, pero fue vendida en su tiempo
a un tal señor Carrasco. Pues bien, levantaron un tabique para
incomunicar estos salones con el resto del edificio y lo comu-
nicaron con la cochera. Al Ángel le han quitado sus mejores
salones. Madre Dolores denuncia el caso. El gobernador abre

152
una investigación. Y la rueda sigue, el tiempo pasa. La Con-
gregación cuenta con la llave, pero no con la casa.

Madre Dolores viaja a Madrid. De nuevo en la corte.


Hemos dado un salto de varios meses. Llega a Madrid a pri-
meros de abril de 1868. ¿He de recordar que las cosas siguen
igual? Madre Dolores posee unas llaves simbólicas, pero las
sociedades mantienen el usufructo de la casa, incluso siguen
reuniéndose en ella. Todo igual, en compás de espera.
El 12 de abril es sábado. De la Casa de Arrepentidas
sale un carro cargado de muebles. Madre Manuela y Cándida
Bueno acompañan al carrero. Se presentan en el Ángel. Dis-
puestas a tomar posesión de la casa. A la desesperada. A ver
qué sale. El conserje no las deja pasar. Tiene órdenes expresas
de don Pedro García de Leaniz de interceptarles el paso. Vuel-
ven a San José y cuentan lo sucedido al Padre Tejero que se en-
cuentra en la iglesia confesando. Lo cuenta a Madre Dolores:
- Salí y me presenté en el Ángel. Sin ver a nadie, mandé
que entraran los muebles y los pasaran al salón alto. Efecti-
vamente, así se hizo y en este tiempo se presentó el conserje.
Le hice saber que yo era el dueño del local y que el lunes sin
falta entregara todas las llaves de la parte alta a la madre que
se presentara porque empezábamos la mudanza.
No hubo resistencia. Al día siguiente, el Padre Tejero
pidió a Madre Rosario que eligiera tres chicas y se fuera con
ellas a vivir al Ángel. Habilitaron unas dependencias y toma-
ron posesión del edificio, pero el conserje seguía residiendo
allí y las sociedades no habían movido una sola silla. La lucha
se entabla desde este momento en los propios terrenos del Án-
gel. El Padre Tejero, con este gesto, ha querido colocar una
pica en Flandes, que no es poco cara a la estrategia de ganar la

153
batalla definitiva.
El diputado Fernández Espino ha llegado a Sevilla para
pasar la Feria. No se ha topado en Madrid con Madre Dolores.
Al fin y al cabo, él ha sido quien los ha metido en este buen lío,
ofreciéndoles el Ángel por San Pedro de Alcántara. El Padre
Tejero lo visita el domingo día 13. Le informa de su gesto de
audacia en el asalto del Ángel.
- Me alegro -contestó el diputado. Lo que se quiere es
que concluyan dichas asociaciones. Si hubiera un cambio de
gobierno, se perderá lo conseguido. Tanta mayor seguridad
tendremos cuanto más tiempo llevemos dentro.
La propuesta que Madre Dolores lleva a Madrid no es
en sí misma descabellada. Pero Madrid está más imposible si
cabe. ¿Tendrán tiempo de escucharla? Al menos lo va a inten-
tar. Ha estudiado todos los pormenores con el Padre Tejero. Se
ha fabricado un plan de ataque. Consigo lleva, bien redactadas,
dos solicitudes, una dirigida a la reina y otra al ministro de Fo-
mento. Sencillamente desea que el gobierno venda el Ángel en
pública subasta. El edificio está ruinoso, pero vale sus buenos
duros por el sitio que ocupa, en pleno cogollo de la ciudad.
Con ese dinero -31.285 duros, según la tasación que ha efec-
tuado el arquitecto don Joaquín Fernández a requerimiento del
Padre Tejero- se puede comprar limpiamente el convento de
San José, que es una cuarta parte mayor que el Ángel. Y so-
bra la bonita suma de unos diez mil duros para reparaciones y
para el ingreso en Hacienda Pública. La Casa de Arrepentidas
seguiría viviendo en San José, pero con un nuevo dueño, el
Estado. La propuesta no es descabellada, no señor, pero Ma-
drid sigue imposible. Se lo confirma al Padre Tejero el señor
Fernández Espino.
- El plan me parece bien, pero un poco difícil.

154
El Padre Tejero lo ve sencillo y ha transcrito en un pa-
pel las ventajas del Estado y las ventajas del Establecimiento
para que Madre Dolores las aprenda de memoria cuando tenga
que proponerlo en las audiencias ministeriales. Son estas:

Ventajas del Estado


1. La de percibir el sobrante del producto del Ángel
que, por la situación que ocupa, vale más que San José.
2. La que resultará al ornato con las elegantes habilita-
ciones que el nuevo propietario del Ángel levantará útilmente
en su fachada que, tal como hoy se encuentra, desluce y afea
una de las mejores calles de la población.
3. Lo que cederá en favor del barrio de San José, reti-
rado y pobre. Se instalarán allí escuelas de niñas, otro de los
objetivos del Instituto.
4. Que se conserve abierto al público el espacioso tem-
plo de San José con el diario culto y copioso fruto espiritual
que en él se ofrece a un barrio necesitado, por los capellanes y
director del establecimiento y de que no necesita el barrio del
Ángel.

Ventajas del Establecimiento


1. La esencialísima de ahorrarse en su pobreza los enor-
mes gastos de reparación del edificio del Ángel, que se en-
cuentra en sumo deterioro.
2. La de no verse privado de un local más extenso para
poder recibir mayor número de educandas.
3. La de ser más propio para el retiro, la oración y la en-
señanza, el barrio sosegado de San José que el ruidoso del Án-
gel, donde están los teatros y principales paseos de la ciudad.

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Notas
1. Todos estos extremos se justifican hasta la saciedad.
2. El Excmo. Sr. Gobernador de la Provincia está dis-
puesto, cuando se lo pidan, a dar los informes en el sentido
más favorable.

Madre Dolores lleva bien aprendida la lección. Pero


no encuentra en Madrid nadie dispuesto a tomársela. El 23 de
abril muere el presidente del gobierno, el espadón Narváez.
Es el último soporte de la reina Isabel. Meses antes ha muerto
O’Donnell. ¿Quién le queda a la reina? ¿En quién se apoyará?
González Bravo forma un gobierno desesperadamente a la de-
fensiva. La revolución se masca, está ya cerca. Madre Dolores,
en medio del torbellino que se avecina, solicita ingenuamente
que se la escuche, que le tomen la lección. Nadie le hace caso,
es lógico. Madrid hierve en rebullicio.

El nuevo gobierno de González Bravo no gustó ni al


mismo Fernández Espino que optó por seguir en Sevilla a la
espera de acontecimientos. Estaba clarísimo, salvo para el Pa-
dre Tejero y Madre Dolores que vivían a cien años luz de la
política que se cocía en el país, que los políticos comenzaban a
tomar posiciones de cara a la tragedia que se mascaba.
Madre Dolores sigue merodeando por los ministerios
de Madrid. Naturalmente nadie le hace el menor caso. Don
Cayetano Fernández escribe al Padre Tejero diciéndole qué
demonios -esta expresión es mía- hacía Madre Dolores en la
corte. El Padre Tejero le contesta algo así como que está que-
mando los últimos cartuchos -expresión también mía-. Don
Cayetano le responde que no hay nada que hacer: la venta del
Ángel ha de pasar por las Cortes y las Cortes no están para
distracciones.

156
Quien está distraída es la reina con la boda de su hija, la
infanta Isabel. Ha cancelado todas las audiencias. Madre Do-
lores aguarda inútilmente poder visitarla. Es mala suerte: la
muerte de Narváez, el cambio de gobierno, la boda de la infan-
ta… El Padre Tejero se arma de optimismo. Escribe a Madre
Dolores:
- Esperemos que con la boda de su hija se ablande el
corazón de la reina.
En los primeros días de mayo, los duques de Montpen-
sier acuden a Madrid invitados por la reina a la boda de la
infanta Isabel. Regresan el 22. Una semana más tarde, el 27
de mayo, la infanta María Luisa visita San José. Dejó en la
Casa de Arrepentidas una limosna de mil reales y unos treinta
libros devotos. Dos meses más tarde, cuando veraneaba con su
esposo en Sanlúcar, recibe la orden de abandonar el país. En
la fragata “Villa de Madrid” navega rumbo a Lisboa. La reina
expulsa de España a los Montpensieer, alegando que los cons-
piradores toman “el nombre de Vuestras Altezas como enseña
de propósitos revolucionarios”. El duque estaba metido hasta
el cuello en el follón revolucionario: había contribuido con una
suma de tres millones de reales, corta suma por la conquista de
una corona que espera le ofrezcan cuando larguen a su cuñada
la reina Isabel.
En Sevilla, el Padre Tejero se decide a tomar definitiva-
mente el Ángel. No se puede vivir con dos casas abiertas, y el
milagro de Madrid no se produce. Fuerza al gobernador a que
imponga su autoridad y salgan definitivamente las sociedades
y el conserje del edificio. El gobernador amenaza a García de
Leaniz con conducirlo a la cárcel si en un plazo perentorio
no entrega el Ángel. Éste convoca a la junta mixta del edifico
y les expone la gravedad de la situación. Acuerdan enviar al

157
gobernador un escrito solicitando una prórroga hasta encon-
trar un local “no siendo posible que los representantes de las
sociedades lleven a sus domicilios los enseres de las mismas”,
y esperan “un plazo menos angustioso para lograr nuestro pro-
pósito, bien entendido que si ninguna de estas consideraciones
bastase los representantes de las Sociedades declinarán en V.
E. toda la responsabilidad de estos actos, como jefe nato de
ellas… pues no ha de permitir que corporaciones que debieron
su vida al gran Carlos III de eterna memoria, mueran, siquiera
temporalmente, en el reinado de Doña Isabel II”.
Tales amenazas no debieron hacer mella en el goberna-
dor que en la misma carta escribió la siguiente nota marginal:
“Estese a lo acordado y cúmplase sin consideración de ningún
género”.
El 15 de junio, el Sr. Vera, secretario de la Junta Provin-
cial de Primera Enseñanza, acude al Ángel comisionado por
el gobernador para la entrega de la casa. El conserje sale de
estampida en busca de don Pedro García de Leaniz. No está
en casa. Encuentra en la suya a don Carlos Sentiel. Éste se
enfrenta con el delegado gubernativo, que tiene que llamar
al inspector de vigilancia del distrito. Formulada su queja, se
retira. El mobiliario y los enseres de las distintas sociedades
son hacinados en una dependencia de la planta baja, después
de haberse realizado el inventario. Cuatro días más tarde, sale
también el conserje. Definitivamente, el Ángel está libre. Al
fin el edificio es de las Arrepentidas. Pero los salones que pisan
la cochera continúan separados por el tabique: el contencioso
sigue. El Padre Tejero no se decide aún al cambio definitivo:
en el Ángel viven únicamente Madre Rosario y tres chicas.
Espera ingenuamente el milagro de Madrid.
Ha tenido suerte el Padre Tejero. Por los pelos ha po-

158
dido firmar esa orden el gobernador civil de Sevilla. El 18 de
junio la “Gaceta” de Madrid publicaba que había sido relevado
del cargo. Una reestructuración de gobierno había ocasionado
ciertas conmociones. Por las misas es nombrado director gene-
ral de Instrucción Pública el señor Fernández Espino, que supo
jugar con las sociedades tan bien como con el Padre Tejero.
Llega el verano. El 2 de agosto, en San Ildefonso, la
reina recibe al fin a Madre Dolores. Le pide que aguarde en
Madrid una respuesta, y Madre Dolores obedece a la reina.
¿Llegará el milagro? Isabel II marcha a San Sebastián.
Desde Lequeitio, residencia de verano, don Cayetano
escribe al Padre Tejero con fecha 14 de agosto:
- He hablado con el Padre Claret de nuestro negocio.
El señor Claret habló ayer con su majestad la reina y su real
respuesta fue casi a la letra: “Verdad es que le dije que se de-
tuviera, pero ya sabe usted que en aquellos días la política nos
tenía en un credo en la boca; a pesar de mi buen propósito, no
puedo ocuparme de nada; pero no lo olvido y en la primera
ocasión se trabajará lo que se pueda”.
La ocasión no llegará.
La revolución ya está en Marcha.
Un grito se ha oído en Cádiz…

159
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11. LA REVOLUCIÓN TAMBIÉN QUIERE A LAS
ARREPENTIDAS

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Un grito en Cádiz, y Madre Dolores en Madrid…
La revolución ha llegado. se veía venir, se mascaba.
Preguntamos: ¿Qué demonios hacía Madre Dolores en una
corte semivacía por la canícula del verano? Si esperaba algo
de la reina, ésta se encontraba en Lequeitio desde hacía un
mes, tomando sus baños y disfrutando divertidas veladas en el
suntuoso palacio de Uribarren. Le pilla en Madrid, y lejos de
casa, cuando más la necesitan: los nubarrones de la revolución
salpicarán también la Casa de Arrepentidas.
En Cádiz, al grito de “¡Viva España con honra!!, se ha
sublevado un puñado de generales encabezados por Prim y el
duque de la Torre. El movimiento se extiende rápidamente a
Sevilla y otras ciudades. La reina al enterarse, marcha en tren
desde Lequeitio a San Sebastián. González Bravo le presenta
su dimisión. La reina se la acepta, ya qué más da. Unos la em-
pujan a que se dirija a Madrid y tome contacto con su pueblo.
Otros que aguarde acontecimientos. Pretende ir a Madrid, pero
con Monfori. La disuaden de ese gesto anti político. En estas
vacilaciones ocurre la batalla de Alcolea, a las afueras de Cór-
doba. Vencen los revolucionarios que cuentan con el camino
expedito hacia Madrid. A la reina sólo le queda un camino: el
destierro a Francia. El 30 de septiembre toma el tren y se larga
con su camarilla.

163
- Adiós, mujer de York, la de los tristes destinos.
Esta frase de Aparisi Guijarro hará fortuna. La reina se
va llorosa, pero aquí queda España.
Los gritos de Cádiz resonaron en Sevilla en la mañana
del 19 de septiembre. Los cafés de la calle Sierpes despedían
tufillos de rumores revolucionarios. A las tres de la tarde, el
segundo general Izquierdo, a la cabeza de los cuerpos de in-
fantería, se pronunció a favor de la revolución. Se apoderó del
capitán general que no opuso resistencia. La tropa se echó a la
calle y confraternizó con el pueblo. Algarabía y tambores. Esa
misma tarde se procedió al nombramiento de una junta revolu-
cionaria. El manifiesto que lanzaron hablaba de: sufragio uni-
versal y libre; libertad absoluta de imprenta, de enseñanza y de
cultos; abolición de la pena de muerte; seguridad individual;
inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia; abolición
de la Constitución y sus sustitución provisional por la que de-
cretaron las Cortes Constituyentes de 1856, con supresión del
artículo concerniente a la religión del estado y del título de la
monarquía y reglas de sucesión a la corona; abolición de las
quintas y de las matrículas de mar, y organización del ejérci-
to y de la armada sobre la base del alistamiento voluntario;
igualdad en la repartición de cargos públicos; unidad de fueros
y supresión de todos los especiales, incluso el eclesiástico, y
Cortes Constituyentes…
La turba está en la calle. Don Evaristo de la Riva, Pre-
pósito del Oratorio, teme un desaguisado y pide a los padres
que se dispersen y busquen alojamiento entre familiares o co-
nocidos. En el Oratorio quedan varios Hermanos para la cus-
todia del edificio. El Padre Tejero tomó los papeles más im-
portantes de su despacho y marchó a la Casa de Arrepentidas.
Aquel 19 de septiembre durmió en la sacristía. Se encontraba

164
mal, con terribles dolores en los ojos, un padecimiento que le
afectaba con mucha frecuencia hasta dejarlo casi sin visión por
temporadas.
Al día siguiente, 20 de septiembre y domingo, la Jun-
ta revolucionaria comienza a despachar sus primeras dispo-
siciones. Aparece el asunto del Ángel. Como si fuera lo más
perentorio a resolver en la ciudad, antes que cualquier otro trá-
mite, envían una orden al administrador del Establecimiento
de Arrepentidas sito en El Ángel. Madre Rosario, que es la
única que allí habita junto con tres chicas, recibe el escrito:
“Esta Junta ha dispuesto comunicar a usted que en el término
de veinte y cuatro horas que terminan a las diez del día de
mañana deje usted completamente desalojado el edificio del
Ángel; en el concepto de que transcurrida una hora después de
la fijada, será desalojado el local a viva fuerza, siendo usted
responsable de sus consecuencias; y espero me acuse el reci-
bo. Dios guarde a usted muchos años. Sevilla, 20 septiembre
1868. Antonio Arístegui.”
Veinticuatro horas es un plazo demasiado largo, debie-
ron de pensar. Por la tarde, Madre Rosario recibe esta orden
perentoria: “Inmediatamente, sin excusa alguna y bajo su más
estrecha responsabilidad, desocupará usted el edificio entre-
gándolo acto continuo a la fuerza que entregue la presente.
Dios guarde a usted muchos años. Sevilla, 20 septiembre 1868.
El Vicepresidente, Felipe Mr. de Sotomayor”. Madre Rosario
y las chicas durmieron aquella noche en San José. Al día si-
guiente entregaron las llaves a don Pedro García de Leaniz,
quien se apresuró a colocar en la puerta el rótulo de la sociedad
que presidía: “Sociedad Económica Sevillana de Amigos del
País”. El “affaire” del Ángel ha concluido. ¡Con tal que no les
quiten el ex convento de San José!... Y Madre Dolores en Ma-

165
drid, incomunicada, sin poder volver mientras no se normalice
de nuevo la vía férrea con Andalucía.
- Por Dios, Madre, véngase usted pronto si le es posible
a estar con sus hijas. Tememos mucho por usted; según dicen
aquí, también en esa se han pronunciado.
Es la llamada imperiosa de sus hijas: una carta en co-
mandita. Lo anterior lo ha escrito Madre Salud. A continua-
ción escribe Madre Manuela:
- Ya ve la desgracia que nos irradia. Sólo nos puede
consolar una cosa, tu venida. Por Dios, no la demores, pues es
el único consuelo de tus hijas.
Le cuentan los últimos sucesos…
- Los jesuitas y los filipenses están ya fuera de sus casas
y hoy se presentó en San Felipe una comisión de la Junta Re-
volucionaria para la entrega del local que destinan a cuartel. El
Padre tiene muy mal la vista, se está quedando en la sacristía,
está triste y nosotras apuradas de verlo sufrir, temiendo que
vengan a inquietarnos porque hay malos rumores y aún se dice
que a los jesuitas y filipenses quieren mandarlos a Gibraltar.
¿Qué será de nuestra casa?
El rumor no se hizo esperar. El martes 22, la Junta
acuerda la expulsión de los jesuitas y filipenses y la incauta-
ción de los edificios que ocupan y los efectos en ellos conteni-
dos. Para llevarlo a cabo, nombran una comisión formada por
los señores Pastor Hidalgo y Puente y Pellón. Aquella noche,
ante la imposibilidad de poder salvar nada del Oratorio, se de-
cidieron por retirar de la cripta los restos de los Padres difun-
tos. En el silencio de la noche, fueron trasladados en un carro
a la bóveda de la vecina parroquia de San Pedro. Entre otros,
el cadáver del Padre Alonsito, “que fue hallado íntegro y con
extraña frescura”, según cuenta don Cayetano en su historia

166
del Oratorio. Ya no hay tiempo de más. La orden de la Junta es
perentoria. El 23 por la tarde, todos los jesuitas y filipenses de
la ciudad deberán subir a bordo de un vapor que los aguarda en
el muelle. Esa mañana, el Prepósito visita al Padre Tejero en la
Casa de Arrepentidas. Éste se halla en cama aquejado de una
irritación en los ojos. Le cuenta la resolución de la Junta y la
necesidad de que por la tarde acuda al barco. El Padre Tejero
se levanta, reúne a sus hijas, les entrega el dinero que le queda,
se despide de ellas, éstas lloran a todo trapo, hace una visita
al Santísimo en la iglesia, y marcha camino del destierro. Uno
de la Junta ha tenido la deferencia de llevarlo en su carruaje.
No veía nada, no podía dar un paso por sí mismo. El vapor, río
abajo, tomó aquella noche rumbo a Gibraltar.
Dos días tardó el barco en bajar el Guadalquivir, salir
a la mar y anclar en la bahía de Cádiz. El Padre Tejero, echa-
do en cubierta, parecía un cadáver: a sus males de la vista se
unieron los continuos vómitos ocasionados por el movimiento
del oleaje. “Como si fuese un mueble viejo, así estaba yo tira-
do sobre cubierta”, cuenta en una carta. Familiares y amigos
subieron al barco a conversar con los pasajeros desterrados.
Don Vicente Calvo, sacerdote sevillano canónigo en Cádiz y
futuro obispo de la Tacita de Plata, se apiadó del Padre Tejero
y solicitó de la Junta el permiso para que descendiese a tierra.
Topete, el presidente, se negó abiertamente, pero no faltaron
voces que intercedieran por él. Don Vicente llevó al Padre Te-
jero a su casa; los demás tomaron rumbo a Gibraltar.
En Sevilla, el desconcierto e incertidumbre reinaba en
la Casa de Arrepentidas. Madre Ramírez marchó a su casa ante
el ruego de sus padres, algunas chicas desaparecieron. Madre
Dolores en Madrid aguarda el primer tren hacia Andalucía, las
subvenciones de la Diputación y Ayuntamiento desaparecie-

167
ron, las suscripciones bajaron, don Valentín de Toro inflexible
en el cobro mensual del arrendamiento… negros nubarrones
se ciernen sobre la Casa. Padre Tejero, desde su destierro de
Cádiz, teme que una obra levantada a pulso sudoroso se venga
abajo con estrépito. Sería lo lógico.
El cardenal de la Lastra, acurrucado en su palacio, no
contaba con buena salud: ¿Caerían las turbas sobre su palacio?
El cardenal “era mucho de doña Isabel”. ¿Desterrarían tam-
bién al arzobispo? Acompañado en su miedo por la timidez de
su vicario y provisor, don Ramón Mauri y Puig, el cardenal no
levantó la voz y se avino a todos los desafueros de la Junta.
Comenzaron por San Felipe; llegó la piqueta y derri-
bó el Oratorio en un periquete. El 5 de octubre, San Felipe
se hallaba casi derruido. Sus cuadros pasaron al museo, sus
magníficos confesonarios a la catedral y parroquia del Salva-
dor, la solería del templo y el órgano a la iglesia de la O de
Triana. Y la pillería de los demoledores llevaron a sus casas lo
que buenamente pudieron. Al Oratorio siguió la destrucción
del vecino convento de las Dueñas, y en la lista se hallaban
las Mínimas, Socorro, Santa Ana, San Leandro, Santa Isabel,
Santa Inés… Unos para ser destruidos y otros para utilidades
públicas. El trasiego de monjas de unos conventos a otros fue
incesante. Todo se hacía en aras de la higiene pública y con el
consentimiento silencioso de su eminencia. A esta lista había
que añadir el derribo de las parroquias de San Miguel, San An-
drés, San Esteban y Omnium Sanctorum y retirar de las calles
y plazas todas las efigies y retratos. Quien levantó la voz fue
la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos que pudo
detener en parte la salvajada y el pillaje de los primeros mo-
mentos. Gracias a los desvelos de esta Comisión se pudieron
salvar aquellos templos típicamente mudéjares y sus preciosas
torres.

168
A la iglesia de San José, de la Casa de Arrepentidas,
le llegó también su hora. Colocada en la lista de los templos
que debían ser destruidos, pudo salvarse gracias a una carta de
súplica firmada por cincuenta vecinos del barrio. “Este tem-
plo, cuya antigüedad es remota, cuya forma y traza artística
son dignas de aprecio y cuya historia es estimable, satisface
una necesidad urgente que será mucho mayor con la supre-
sión acordada de la iglesia de Santa María la Blanca. Sita en
un barrio populoso y de gente trabajadora, proporciona fácil
acceso al pan del espíritu y al cumplimiento de los deberes
religiosos… a los vecinos que suscriben y a los muchos pobres
de este apartado recinto. Ningún costo ofrece por otra parte ni
al Estado ni a la ciudad el sostenimiento de esta iglesia y de
su culto; a una y otra cosa subvienen la piedad de los fieles
que acuden a este templo. Su situación hace imposible ninguna
mejora en el aspecto público, ni ella causa perjuicio alguno a la
pública higiene. Sita en una calle recta y rodeada de otras que
facilitan la comunicación con otros barrios, hace innecesario
todo mejoramiento. Ni ello puede, por sus dimensiones, servir
para ningún establecimiento público, si es que cómodamente
hubiera de constituirse. Puede, por tanto, sin perjuicio alguno,
continuar alzado este templo y prestar a la piedad de los fie-
les, que cerca de él habitamos, los útiles, los importantes, los
santos servicios de su instituto…”. Si no fue destruida, sí fue
incautada. La cerraron y se llevaron lo que había dentro. Era
el 7 de octubre. Los comisionados penetran con los sombreros
calados.
- ¿Cuándo quitan eso?
Se refieren al Santísimo. Una Madre contesta:
- “Eso” es su Divina Majestad y no se hará sin el respe-
to que se debe.

169
Pasó la tormenta. Las aguas revolucionarias se encau-
zan poco a poco. Madre Dolores, al fin, logra subir al tren que
le lleve de nuevo a Sevilla. A mediados de octubre llega a la
Casa de Arrepentidas. Una acogida calurosa, esperada. Todo en
orden y en paz en medio de los sinsabores; la Casa había sido
respetada. Ahora toca sobrevivir y aguardar acontecimientos.
El Padre Tejero, en su destierro gaditano, ha podido
vivir con cierta tranquilidad sin ser molestado. Incluso no ha
tenido necesidad de quitarse la sotana. Dice misa diariamente
en la Santa Cueva y se sienta a confesar todos los días en la
contigua parroquia del Rosario. SE alegra de las noticias que
le llegan de Sevilla: sus hijas no han sufrido novedad; pero le
apena la triste suerte de las de Cádiz. La casa de Arrepentidas
de Cádiz había sido fundada en 1862 por un padre filipense
llegado del Oratorio de Sevilla. Recibió el nombre de Asilo
del Buen Pastor y sus hijas seguían igualmente en sus reglas el
espíritu de San Felipe. Podíamos decir que era una institución
gemela a la de Sevilla, con la que mantenía contacto perma-
nente.
- Hemos tenido un día de mucha amargura con las her-
manas filipenses y arrepentidas. -cuenta el Padre Tejero-. Se
empeñó el populacho lanzarlas de su casa y echar a tierra el
edificio juntamente con la iglesia de los descalzos para levan-
tar en su lugar un teatro. El señor obispo se ha resistido te-
rriblemente y ha protestado abiertamente contra el acto, pero
nada ha podido conseguir.
Fueron trasladadas a un tercer piso lóbrego y triste del
hospital de mujeres, mientras la chusma se dedicó a arrancar
los altares y meter la piqueta. Años más tarde, esta institución
moriría por falta de vocaciones, hasta que fue resucitada por
don Vicente Calvo, ya obispo de Cádiz, llamando a fundar a

170
Madre Dolores.
A finales de octubre, el Padre Tejero se traslada a Fuen-
tes de Andalucía, el pueblo de sus parientes. Desde ahí le será
más fácil otear el horizonte político de Sevilla y esperar la hora
serena del regreso. Leyendo el diario “El Porvenir”, le sor-
prende una noticia que comunica inmediatamente por carta a
Madre Dolores.
- El municipio ha determinado ocupar los conventos su-
primidos con escuelas. Me parece que no deben ustedes perder
tiempo alguno, sino presentarse por sí mismas o por personas
que las representen y manifestar que, conforme a sus Institu-
ción, deben abrir una escuela gratuita en la población; si hasta
el día no se ha hecho, ha consistido por falta de local; pero que
ustedes, como asociadas para tan buena obra, se comprometen
a sostener perpetuamente una, que será de las más numero-
sas de la capital, sin que jamás el personal que la desempeñe
cueste al municipio cantidad alguna, pues dará en todo tiempo
gratuita la enseñanza.
Ya está otra vez el Padre Tejero dispuesto a meterse
en lío. Un mes atrás la Junta revolucionaria le había dado un
varapalo metiéndolo en un barco camino del destierro. Incluso
se enfadó fuertemente con la Junta de Cádiz cuando llegó la
noticia a Sevilla de que nuestro buen padre había interrumpido
su viaje a Gibraltar. Pues ahí lo tienen; si antes envió a Madre
Dolores a pedir mercedes a la reina Isabel II, ahora le ruega
que acuda a la Junta. ¿Por qué no?, se dice. Bien quisiera él
estar en Sevilla para redactar la solicitud. La Junta entrará en
razón y comprenderá que su obra realiza una función impor-
tante en la sociedad.
Si en El Ángel no pudo abrir escuelas como se propo-
nía, fue debido a las circunstancias. No hubo tiempo. Ahora

171
la Junta tiene la oportunidad de ofrecerles otro local, que los
hay, porque se han preocupado de incautarlos: Que se vea que
propugnan el progreso y apoyan cualquier iniciativa, venga de
donde venga… Madre Dolores escribe una larga solicitud al
alcalde. Le habla de la labor que ejercen y de la crecida renta
que tienen que soportar en el convento de San José. Pide les
concedan uno de los conventos de religiosas que han sido su-
primidos (“el de Santa Ana y si éste no puede ser, el del Real”).
Al fin y al cabo, estos conventos se destinarán al servicio pú-
blico y las Arrepentidas bien merecen uno.
Aguardan respuesta.
Por los pasillos del Ayuntamiento se oyó este comenta-
rio de un republicano:
- ¡Ahora verá Sevilla si queremos bien a las arrepenti-
das!
El 9 de diciembre va a ser un día de gozo. En la porte-
ría se recibe un despacho firmado por el alcalde: “El Excmo.
Ayuntamiento ha acordado en el cabildo de 3 del corriente que
se proporcione a la Congregación que usted representa, el ex
convento de la Concepción, junto a San Juan de la Palma, a
condición de establecer en este local una escuela elemental
completa de instrucción primaria para niños pobres, siendo ad-
mitidas gratuitamente… Dios guarde a usted muchos años…
Superiora de la Congregación de Hijas de María Santísima de
los Dolores”.
La contestación del Ayuntamiento no se hizo esperar.
Madre Dolores había enviado su escrito el 17 de noviembre.
Quince días más tarde lo despachaba favorablemente el Ayun-
tamiento.
- ¡Ahora verá Sevilla si queremos bien a las arrepenti-
das!

172
Lo dijo un republicano.
El Padre Tejero llegó a tiempo de participar en la ale-
gría por la concesión del nuevo local. En la madrugada del uno
de diciembre, se aventuró a posar los pies en Sevilla. Se diri-
gió sigilosamente a la Casa de Arrepentidas, aporreó la puer-
ta, nadie le abría. Dentro aún no se había disipado el miedo.
Tuvo que gritar que era el Padre, que, por favor, le abriesen.
Aquella noche nadie durmió; lo pasaron en ronda contándose
las peripecias de los últimos tiempos. Estos meses van a vivir
de manos anónimas que depositan en el cepillo de la portería
de la Casa de Arrepentidas generosas limosnas. Aguardan que
Madrid ratifique la concesión de la nueva casa. En el informe
enviado no se habla ya del ex convento de la Concepción, sino
del ex convento de Santa Isabel del barrio de San Marcos. El
presidente de la Diputación ha visitado a Madre Dolores y le
ha hablado del interés de su corporación por el edificio de la
Concepción: desean destinarlo para escuela normal. ¿Le viene
bien Santa Isabel? A Madre Dolores le viene bien cualquier
cosa. Aceptará lo que le den, bien sabe ella que no puede exi-
gir. El 9 de abril de 1869 viene firmada la orden de Madrid: el
ex convento de Santa Isabel ha sido concedido a las Arrepen-
tidas de Sevilla, con la condición de que la Congregación abra
en aquel populoso barrio una escuela gratuita de niñas.
El 10 de mayo se organiza el traslado que ocupa varios
días. El Ayuntamiento pone a disposición varios carros y per-
sonal municipal…
- ¡Ahora verá Sevilla si queremos bien a las Arrepen-
tidas!
¡Adiós al convento de San José! Don Valentín de Toro,
su propietario, embarga el mobiliario que le apetece para re-
sarcirse del cobro de varias mensualidades atrasadas. Es igual.

173
Les espera nueva casa y el Ayuntamiento les ha proporcionado
nuevo mobiliario de los conventos suprimidos.
El 26 de mayo, fiesta del patrono San Felipe, se festejó
el acontecimiento con tedeum y misa mayor en la nueva igle-
sia del convento de Santa Isabel.

174
12. CONVENTO DE SANTA ISABEL

175
176
El convento de Santa Isabel es inmensamente amplio:
diez patios y un pequeño jardín con naranjos y frutales ofrecen
suficiente ventilación a las múltiples dependencias del edificio.
Cuenta además con tres pozos de agua potable, que resuelve
el problema del agua. La casa está vieja, demasiado vieja; su
reparación va a costar sudores y buenos duros. Pero es propia,
sin necesidad de pagar cuota mensual, mientras el gobierno
revolucionario no mande otra cosa.
Fundó este convento una ilustre dama sevillana del si-
glo XV. Doña Isabel de León, viuda del caballero don Gonzalo
Farfán de los Godos, donó el monasterio “a gloria de Dios y
de San Juan Bautista y de la Santa Visitación de Nuestra Se-
ñora a Santa Isabel”. Trajo a las monjas sanjuanistas, sin duda
en atención a su hijo, fray Antón de Peñalver, comendador de
Fregenal y Alcolea en dicha Orden. El cardenal gran maestre
de los sanjuanistas expidió licencia para la fundación el 27
de mayo de 1490, y se puso el Santísimo en su iglesia, la más
amplia y hermosa de los conventos de Sevilla, el 6 de enero
de 1493. Las sanjuanistas estaban obligadas por fundación a
labrar y proporcionar lienzos a los peregrinos de Tierra Santa.
(Las Arrepentidas no se han visto obligadas a acudir tan lejos,
pero han heredado el buen gusto por el bordado. Visiten su
obrador y verán qué filigranas hacen con hilio de oro sobre un

177
terciopelo para un manto de Virgen. Si quieren una muestra,
observen el manto de la Virgen del Rocío cuando la pasean por
la marisma en el mes de mayo)…
Las sanjuanistas vivieron en paz y gozo de su Señor
hasta que llegó la exclaustración de 1835. Aquella ley decía
que debían cerrarse los conventos cuyos individuos sobrepa-
sasen el número de doce. Las sanjuanistas sumaban dieciocho.
Naturalmente, fueron despedidas, y el convento de Santa Isa-
bel, dedicado a hospicio provincial de mujeres. Volvieron en
1864, cuando el hospicio fue trasladado a la Casa de San Luis,
“antigua de dementes, donde se han hecho las obras necesarias,
con la separación debida para el Hospicio de ambos sexos”. El
largo destierro de veintinueve años había diezmado las filas
de estas buenas religiosas: más de la mitad habían muerto; las
poquitas que quedaban, viejas y achacosas. Una tuvo que ser
conducida en silla de mano por la parálisis que la consumía.
Ocuparon su viejo caserón de Santa Isabel y comenzaron a
soñar en las glorias de antaño. Lo que les duró poco: en la re-
volución del 68, a los cuatro años justos de la restauración, son
despedidas de nuevo y reunidas en el convento de la Encarna-
ción de la placita de Santa Marta. Los criterios de la revolución
del 68 son exactamente los contrarios de la del 35; como son
pocas monjas, deben reunirse para dejar espacios libres. Santa
Isabel ya está vacío y a disposición de la Junta revolucionaria.
¿Quién ocupará aquel viejo caserón?: Las Arrepentidas.
- Ahora sabrá Sevilla si os queremos.
Y allí están hasta la fecha.

Madre Dolores salta de gozo por el nuevo convento.


Camina sobre ascuas de alegría recorriendo sus claustros y pa-
tios. Mentalmente dibuja la distribución más adecuada: aquí

178
las arrepentidas, aquí la clase de las niñas, aquí la costura, allá
la comunidad, en este patio la recreación… Alegría redoblada
por cuanto ella fue la única que esperó el milagro contra toda
esperanza. Madre Rosario, su fiel compañera se había mostra-
do escéptica, y no sin razón: sobre ella descargó la Junta re-
volucionaria sus primeras iras. La echaron del Ángel de mala
manera. Pero aquello fue en los inicios: Ahora la revolución
ha demostrado ser más diligente con la obra que el gobierno
de Isabel II. Madre Gregoria, la “madre honorata”, ya sabéis,
la que no quería amarrarse a regla alguna porque deseaba estar
libre como un pajarillo para visitar diariamente el jubileo de
las iglesias sevillanas, está pasando una temporada en Cádiz,
precisamente desde la revolución, aunque ya añora volver a su
convento. Escribe a Madre Dolores:
- Gracias a Dios, se han colmado nuestros deseos… Me
avisará para estar ahí el día de la posesión y cantar el tedeum.
También tengo ganas de decir muchas cosas a las incrédulas,
empezando por Madre Rosario y acabando por Cándida, y a
las niñas que me decían en bromas: “Tráiganos usted el con-
vento”. Y una de ellas era Emilia. Se lo perdono. A todas doy
la absolución general.
Madre Dolores desborda su gozo en una carta a su an-
tiguo confesor, don Miguel Torres Daza, que ha trasladado su
residencia a Canarias.
- ¡Qué admirable es Dios en todas sus obras! Su Pro-
videncia puso fin a mis peores tareas haciendo que el poder
ejecutivo decretase el 17 de abril la concesión del convento de
Santa Isabel… Todos se admiran y yo gozo de ver que no espe-
ré en vano. ¿Se acuerda usted cuando a mi vuelta de Madrid, en
los días de terrible aflicción, le hice relato de mis esperanzas?
Gracias a Dios, no han sido defraudadas. ¡Cuánta responsabi-

179
lidad tengo con un Dios que ha excedido a mis deseos!, puesto
que el convento es de grande extensión y en muy regulares
condiciones, teniendo, como usted conocerá, hermosa iglesia
y espaciosos coros.
En agosto se abrieron las clases de niñas. 450 chiquitas
del barrio de San Marcos alegraron las clases y los patios del
convento. Las religiosas sumaban dieciséis y las arrepentidas
habían bajado su número, tal vez por los acontecimientos de la
revolución, a 45. El convento de Santa Isabel se había poblado.
Del silencio recoleto de las siete u ocho sanjuanistas que lo
habitaban el año anterior se ha llegado a una población de más
de quinientas personas durante el día. Madre Dolores y Padre
Tejero habían cumplido su palabra: Santa Isabel daría cabida
a una escuela completa de niñas, y niñas del barrio. Pues ahí
están.
Fue entonces cuando surgió una nueva complicación. A
la Diputación le vinieron los pelillos de la envidia. Una cosa
tonta que no llegó a mayores, pero que hirió el corazón de
Madre Dolores y creó zozobra en la comunidad. Resulta que
a la Diputación sevillana le gustó aquella casa, precisamente
ahora que está bien poblada, bien cuidada, bien blanqueada.
Intenta, cosa ilógica, reclamar antiguos derechos. Y se basa en
esto: durante 28 años, el hospicio de mujeres, bajo la tutela de
la Diputación, ha ocupado el convento. Perdido el contencio-
so con las sanjuanistas, tuvieron que abandonarlo llevando el
hospicio provincial al colegio de San Luis, junto a los varones.
En 1864, la corte de Madrid devolvió a las sanjuanistas lo que
secularmente había sido suyo. Pero las sanjuanistas han vuelto
a salir, ya sabéis, a raíz de la reciente revolución. Con el trasva-
se de monjas de unos conventos a otros, la Diputación podría
haber alegado sus derechos. Santa Isabel se encontraba vacío,

180
a disposición de la Junta revolucionaria. No lo hizo. Cuando
concedieron a las Arrepentidas el convento de la Concepción
visitó a Madre Dolores para solicitar un canje: la Concepción
está más céntrica para escuela normal, que las Arrepentidas
ocupen Santa Isabel. Y Madre Dolores aceptó. ¿Por qué ahora
le salta a la Diputación estos pelillos de la envidia? ¿Para qué
quiere Santa Isabel? Pues lo quiere, y alega que durante el pe-
ríodo de tiempo que el hospicio provincial de mujeres ocupó
el convento, la Diputación realizó gastos de alguna considera-
ción. Y para que conste su resolución, envía una exposición a
las Cortes, alegando los derechos ya mencionados.
Madre Gregoria, la férrea “madre honorata”, alienta a
Madre Dolores desde Cádiz:
- Aunque usted me dice que la Diputación nos está fas-
tidiando con querer adquirir Santa Isabel, estoy muy tranquila,
porque el que hizo el milagro y allí nos llevó, cuidará de noso-
tras y echará demonios al infierno. Pero entre tanto hace usted
bien, porque a Dios rogando y con el mazo dando.
Dar con el mazo a la corte de Madrid. Que se entere
de la postura ilógica de la Diputación de Sevilla. Y que sea la
última, por Dios, sueña Madre Dolores.
Escribe a Madrid: “Esta Congregación ha sabido con
disgusto que, en este corto período, la Diputación se ocupa
de gestionar con el Gobierno para ver cómo puede obtener
dicho edificio, alegando derechos anteriores al tiempo que lo
han ocupado las religiosas (sanjuanistas). Estos derechos, que
sólo se fundan en los gastos que hizo de alguna consideración
en todo el tiempo que estuvo el hospicio de mujeres en dicho
local, han sido bien y largamente discutidos en los años ante-
riores, y, sin duda, por el derecho que a las religiosas asistiera,
el Gobierno falló en favor de ellas; por lo cual entraron en

181
posesión y pacíficamente lo han venido ocupando por cuatro
años sin que nadie las haya molestado. Ahora que el Gobierno
se ha incautado de esta finca, es cuando la Diputación reclama,
y en estos últimos días ha firmado una exposición dirigida a
las Cortes, alegando los derechos ya mencionados, y que en su
virtud se le conceda para aplicarla a otro uso de su dependen-
cia. Por tanto se suplica con el mayor interés que hagan justicia
toda vez que la misma Diputación por su presidente fue la que
inclinó e informó favorablemente para traer la Congregación
a dicho local…”
La Diputación olvidó pronto, menos mal, esta nueva
pataleta y las Arrepentidas pudieron gozar de su amplio con-
vento. Madre Gregoria recibió la noticia en Cádiz y escribió
radiante:
- Yo estaba confiada en el poder de Dios que había he-
cho el milagro para que sea memorable en nuestros días y en
los Anales de la Fundación que será por los siglos de los siglos.
Amén.
Lo ha dicho la “madre honorata”. Así sea. Amén.

La “Gloriosa” revolución de septiembre empujará a Es-


paña en los próximos seis años a subirse al carrusel loco de las
más diversas formas políticas. Tras el barullo revolucionario
que dio la patada al reinado de Isabel II, España será gober-
nada por un gobierno provisional, un reino sin rey, un reino
con regente, el reinado de Amadeo de Saboya, la República
unitaria y después federal, para volver a la monarquía borbó-
nica, como la pescadilla que se muerde la cola, en la figura de
Alfonso XII, hijo de Isabel II. No se puede pedir más en seis
años: resulta un buen plato de entremeses para probarlo todo
y no quedarse con nada. Y la calle, impaciente por su libertad,
haciendo su ley propia, que, en el siglo XIX, y también en éste,

182
se traducía en las clásicas quemas de conventos, asesinatos,
incendios, etc.
En medio de toda esta bullanga política, las Arrepenti-
das van a vivir en paz y gloria de Dios, dicho sea en honor de
tanta revolución. Afincadas en Santa Isabel, la Congregación
va a disponer del oxígeno necesario para su crecimiento y ma-
durez. El barrio populoso de San Marcos se ha visto agraciado
con unas escuelas que proporcionan el “pan de la cultura” a sus
hijas; las arrepentidas aumentan, y las señoras -aún no visten el
hábito religioso- suman dieciséis. ¿Para cuándo el hábito y la
profesión religiosa? ¿No ha llegado ya el momento? El Padre
Tejero vive en una casita adosada al convento y ejerce, desde
que volvió del destierro, funciones de capellán. ¿Para cuándo
el hábito religioso? Padre Tejero y Madre Dolores piensan que
ha llegado el momento deseado, pero un nuevo inconveniente
se presenta. El cardenal de la Lastra está ausente. El 11 de
noviembre de 1869 marchó a Roma para asistir al Concilio
Vaticano I. Con la ausencia del cardenal los asuntos de palacio
se ralentizan; es decir, se paran; es decir, no funcionan. Habrá
que esperar a su vuelta, cuando el concilio finalice.
1870 transcurre sin novedad en las Arrepentidas, pero
no podemos decir lo mismo de España, del Vaticano y de Eu-
ropa. La fórmula monárquica adoptada por la nueva Constitu-
ción española y el grito de Prim de que “jamás, jamás” reinará
un Borbón en España, exige la búsqueda de un pretendiente
inédito entre las monarquías europeas. El duque de Montpen-
sier se gastó sus buenos cuartos para ceñir la corona, pero no
era agradable a Prim y tuvo la desafortunada ocurrencia de ba-
tirse en duelo con el infante don Enrique, que lo llamó truhan,
taimado, pastelero. Un balazo en la sien a la tercera intentona
colocó al infante en la eternidad y evaporó definitivamente las

183
pretensiones a la corona del duque de Montpensier. Esparte-
ro, el candidato más popular, ajado por los años, no deseaba
perder la tranquilidad de su retiro de Logroño: “Mis muchos
años y mi poca salud no me permitirían buen desempeño…”.
No quedaba otra alternativa que mendigar un rey por las cortes
europeas. Los progresistas pusieron sus miras en don Fernan-
do de Coburgo de Portugal, pero éste puso tantas cortapisas
-seguridades económicas ante la posibilidad de perder el poder
en una nueva revolución; tratamiento a su esposa, una artista
alemana- que la cosa quedó en nada. Isabel II, desterrada en
París, sabe que las cartas de su destino le son adversas y juega
la baza de su hijo. El 25 de junio de 1870 lanza desde el pa-
lacio de Castilla de Paría el siguiente comunicado a los espa-
ñoles: “Sabed que en virtud de un acta solemne extendida en
mi residencia de París y en presencia de los miembros de mi
real familia, de los grandes, dignidades, generales y hombres
públicos de España… he abdicado de mi real autoridad y de
todos mis derechos políticos… transmitiéndolos con todos los
que correspondan a la corona de España a mi amado hijo don
Alfonso, príncipe de Asturias”. No sirve de nada: Prim domina
la situación española y ha jurado ante las Cortes que “jamás,
jamás, jamás” reinará un Borbón en España. Prim comprende
que es “difícil hacer un rey”, pero asegura que resulta más di-
fícil hacer la República en un país donde no hay republicanos”.
Coloca sus miras en Alemania. La candidatura de Federico
Carlos de Hohenzollern tuvo que ser abandonad: el candidato
era protestante. Pero tuvo la fortuna de encontrar un príncipe
alemán católico: Leopoldo de Hohenzollern Sigmaringen. A
pesar del sigilo diplomático con que se llevó, la noticia saltó a
la calle. El Madrid pícaro disfrutó de lo lindo con este variado
pase de modelos al trono de España: “Se colocan reyes”, “Se

184
alquila un trono”… decían. El candidato alemán, con apelli-
dos difíciles de pronunciar, recibió adecuada traducción: “Ole,
ole, si me eligen”. El impacto de esta candidatura en París fue
inmediato: en la calle, en la prensa y en el mismo parlamento
se creó una tensión nerviosa que subió de tono en pocos días
y obligó al emperador Napoleón III a lanzarse a una guerra
suicida contra Alemania. Francia no podía tolerar sentirse en-
corsetada por uno y otro flanco por reyes alemanes. El desastre
de Sedán dio al traste la corona de Napoleón y en Francia se
implantó la república. Prim lo sintió y, dicen, que se arrepintió
de haber motivado la guerra franco-prusiana. Pero España, esa
“España con honra” bastante devaluada ya, necesita con ur-
gencia un rey. Don Juan Prim, perdido por las cancillerías eu-
ropeas, lo va a encontrar en Italia. Amadeo, el duque de Aosta,
acepta ante el requerimiento de su padre, el rey Victor Manuel,
que acaba de lograr la unidad italiana arrebatando al papa Pío
IX la ciudad de Roma.
Prim somete a las Cortes la propuesta, que obtiene el si-
guiente resultado: Amadeo 191 votos, República 64, duque de
Montpensier 22, Espartero 8, Alfonso de Borbón 2… Amadeo
de Saboya es proclamado rey de los españoles, un rey román-
tico, galante y bonito, según cuentan. Tiene veinticinco años y
está casado desde los veintidós con la princesa María Victoria
del Pozzo della Cisterna. Llegan a Madrid el 2 de enero de
1871: el recibimiento popular es tan frío como el intenso frío
que hace en Madrid. La nieve blanquea los tejados. Tan sólo
unos gélidos ¡vivas! de voces tiritonas acompañan el cortejo
de los monarcas. No han entrado con buen pie, no durarán. El
hombre que los ha traído, el infatigable Prim, aguarda la lle-
gada de los reyes… amortajado en un túmulo mortuorio: días
antes, manos asesinas le lanzaron varios trabucazos…

185
En la calle del Turco
le Mataron a Prim.

Galdós cuenta con soberana belleza este encuentro:

“Llegó a Madrid la majestad saboyana, y de la estación fue al


santuario de Atocha, donde visitó a Prim muerto y amortajado de
uniforme entre hachones; y cuando el rey, con mudo estupor y
recogimiento, contemplaba el embalsamado cadáver, fue como si
éste le dijera: ‘Aprende de mi la inseguridad de las grandezas hu-
manas. Vienes a reinar a España traído por Prim. Pues aquí tienes
a tu Prim. Yo no soy más que un nombre, un despojo mortuorio, un
tema para que algún sabio cuente lo que hice y lo que no he podido
hacer… Arréglate como puedas, hijo”.

Y así hubo de ser. El rey romántico y galante, alto, del-


gado, con barba corrida, debió pensar para sus adentros:
- Me arreglaré como pueda.

Al fin, bendito Dios, van a tomar el hábito religioso.


En el otoño de 1870, el cardenal de la Lastra vuelve a Sevilla.
El Concilio Vaticano I ha sido prorrogado sine die: la toma
de Roma por el ejército italiano consuma la unidad de Italia
y recluye al papa Pío IX en los palacios vaticanos. El poder
temporal de los Papas ha caducado.
Ha llegado el momento: el Padre Tejero eleva una ins-
tancia al cardenal, solicitando la profesión religiosa. La con-
gregación se ha consolidado después de diez años de existen-
cia y posee reglas aprobadas desde 1865, “pero si bien se han
cumplido en lo concerniente al régimen interior, ha estado sus-
penso en lo relativo al personal de la Congregación, por no ha-
llarse ésta canónicamente instituida”. Y solicita que a las siete
Madres que viven dentro del Instituto casi desde su fundación,

186
dando muestras de perseverancia, etc., se las exima de los re-
quisitos que exigen las reglas para la toma de hábitos y profe-
sión de votos. Las restantes deberán cumplir el noviciado.
El cardenal dice sí, y el contento se cuela en la Casa de
Arrepentidas. Se fijan las fechas del 10 de febrero de 1871 para
la toma de hábitos y el día siguiente para la profesión religiosa.
Hay prisas y nervios por diseñar un modelo sobrio y bonito de
hábito: color negro con el escudo de la Virgen de los Dolores
sobre el pecho. Antes de tan solemne acto, se retiran en ejerci-
cios espirituales durante tres días. Las charlas corren a cargo
del Padre Tejero. Por suerte se ha conservado entre los papeles
de Madre Dolores la cuenta de conciencia que escribió para el
Padre Tejero. Rinde examen de su estado de ánimo. Transcribo
literalmente:

Desde que convencida Padre mío por el dictamen de usted, conocí


que Dios me llamba (más bien dicho) me había llamado para esta
obra, tuve grande ansia de que vinieran jóvenes con el recto fin de
salvar sus almas. La idea de la mujer sumida en la abyección y la
esperanza de rehabilitarla, daban a mi corazón un ánimo que lo
hacía superior a las condiciones que hasta entonces había conocido
en él. Cuanto más feroces eran los instintos de las que entraban,
tanto más crecía en mí el deseo de convertirlos en el único dis-
tintivo de la mujer, en la dulzura. Compadecí siempre (en medio
que esto me era más difícil) a la que conocía con esos instintos
indomables que fueron la causa de su degradación. Empezaron los
viajes y aunque amándolas siempre, encontré a mi vuelta que me
eran más pesados sus defectos
Yo atribuía mucha parte de los que notaba, a se me figuraba que
se le había dejado tomar vuelo porque no ejercían en ellas aquella
influencia que yo.
La misma ausencia se me figura que me había hecho perder en
algunas la antigua preponderancia. La deserción de muchas y su
vuelta a la antigua vida me ha fatigado en muchas ocasiones; y no
sin frecuencia repetía ‘Es imposible, de estos seres no se puede

187
esperar reforma’. No es imaginación, el trabajo es ímprobo; pero
mi paciencia también se ha cansado, y contra mi antiguo conato y
constancia, empecé a ver como único medio el salir de las alboro-
tadoras. Nunca lo promoví, pero no me oponía y en Santa Isabel he
visto salir a algunas casi impávida.
En este estado empezaron los ejercicios. La compostura de todas,
la exacta asistencia y varios vencimientos de algunas, me han he-
cho entrar en renovación de mi llamamiento.
En el tercer día de esta Santo retiro en la lectura del todo por Jesús
vi claramente que yo miro, como V. me ha dicho varias veces, el
resultado de la obra, más de lo que debo. En dicha lectura encontré
una prueba bien robusta de que las obras de Dios no se miden por
los resultados.
La meditación me ha dado por fruto que tolere pacientemente los
defectos de estas criaturas que Dios ha puesto e mi cuidado pues
que su conducta me hace ver claramente lo que yo soy con Dios.
Concibo grandes deseos de ser Santa formo mil resoluciones y
llegada una ocasión en que el amor propio o el propio juicio se po-
sesionan de sus derechos y todo vino por tierra. ¿Me tolera Dios?
¿me da nuevos auxilios? ¿qué mucho que yo las toleres?
Resolución = No exasperarme con sus defectos siempre que estos
no ofendan las buenas costumbres de esta Santa casa
Diez años se han pasado dedicada a esta obra de caridad No en-
tiendo haber hecho mal con deliberada voluntad; pero ¿he hecho
bien todo cuanto he hecho? Eso no.
Hace tiempo que me veo combatida del temor de que a la hora de
la muerte han de estar mis obras vacías de mérito. Busco la causa
de este temor y no lo encuentro en la voluntad. Toda mi aspiración
es agradar a Dios y a pesar de ser el predominante deseo de toda mi
vida, y casi el mismo ejercicio aunque en los años de la juventud
dividido el corazón en estos y los lícitos pasatiempos se me figura
que hubiera muerto algunos años anteriores con un amor de Dios
más tierno que si ahora me llamara Su divina Majestad.

Una página hermosa, reflejo del corazón grande de Ma-


dre Dolores. Por el cristal transparente de esa hojilla olvidada
hemos penetrado en sus sentimientos más íntimos: Ha des-

188
cargado su conciencia de pequeñas debilidades y cansancios;
ahora está dispuesta a decir el sí definitivo. Así son las almas
de los santos…
El 10 de febrero, por la tarde, se apiñan en la sacristía
de la iglesia. Preside la toma de hábitos el Padre Tejero como
juez delegado del arzobispado y le acompaña el secretario de
la Visita General de Conventos de Religiosas y Beaterios, don
Manuel Caldera. Tras una breve amonestación sobre la tras-
cendencia del acto, comienza el exploro de voluntades. Pasan
ante el juez Madre Rosario, Madre Dolores, Madre Manuela,
Madre Consuelo, Madre Dolores Ramírez, Madre Salud, Ma-
dre María Manuela Lara… Contestan a las preguntas.
A la primera, dijo que se llama…
A la segunda, que quiere vestir el hábito en la Congre-
gación de Hijas de los Dolores…
A la tercera, que sabe que la Congregación tiene Cons-
tituciones aprobadas por la autoridad eclesiástica y civil para
su régimen y gobierno, a las cuales deben sujetarse en todo las
congregantes…
A la cuarta, que no es casada, ni lo ha sido, ni de serlo
tiene dada palabra que deba cumplir. Que no tiene deudas que
pagar por justicia, ni impedimento alguno que le estorbe para
llevar a cabo su resolución…
Firman el juez, el secretario y la religiosa respectiva.
Pasan a la iglesia. Familiares y conocidos ocupan los
bancos. El Padre Tejero, revestido de capa pluvial, bendice los
hábitos. Es el momento del corte del cabello, como un despojo
total de toda vanidad femenina. Le toca el turno a Madre Do-
lores y despliega su cabellera rubia. Un murmullo corre por
la iglesia. El Padre Tejero se pone nervioso, el rubor sube a
sus mejillas. Le aplicó cinco cortes en la coronilla en forma

189
de cruz. Al terminar la ceremonia, comentó a Madre Dolores:
- Si hubiera sabido el cabello que tenía usted, se lo ha-
bría cortado antes de llegar al altar.
Al día siguiente, a las diez de la mañana, hicieron su
profesión religiosa. Durante la misa, les predicó una homilía
don José Antonio Ortiz Urruela.
Las campanas tocaron locas de alegría.
Al fin, bendito Dios, profesaron.
Qué bien -los piropos saltan de unos corrillos a otros-
les sientan los hábitos.

190
13. LA OFICIALA DE CALZADO

191
192
Tras la toma de hábitos y profesión religiosa, el disposi-
tivo de los estatutos de la congregación se pone inmediatamen-
te en marcha: Es preciso elegir los cargos de responsabilidad
según las reglas. “El 24 de febrero del año del Señor de 1871 y
hora de las tres de la tarde”, según reza en acta, tuvieron lugar
las elecciones.
No hubo dudas: Madre Dolores, por unanimidad, ele-
gida prepósita.
Presidió el acto el visitador de religiosas y canónigo
magistral, don Antonio Rodríguez Montero, acompañado de
su secretario don Manuel Caldera. Como escrutadores de los
votos aparecen el Padre Tejero y el Padre Zazo, compañeros
de Oratorio. Acompañan a Madre Dolores en el gobierno de
la Congregación, las diputadas Madre Rosario, su fiel compa-
ñera, y las jovencitas Madre Consuelo, Madre Salud y Madre
Manuela Lara. Aunque la congregación cuenta en estos mo-
mentos con quince religiosas, sólo han votado las siete que
han profesado.
Al día siguiente, 25 de febrero, sin tanto protocolo,
ya en familia, se eligen los demás cargos: Secretaria, Madre
Salud; ministra, Madre Manuela Lara; maestra de novicias,
Madre Consuelo; Sacristana, Madre Salud; Enfermera, Madre
Manuela López; Porteras, Madre Rosario y Madre Manuela

193
Lara…
Van a salir en los periódicos. Se lo merecen. Que lo
sepa Sevilla.
Mateos Gago escribe dos extensos artículos en “El
Oriente”, periódico que se califica de “católico y monárquico
de Sevilla”. Cuenta las vicisitudes de la fundación hasta los
momentos actuales, en estilo polémico, que es lo suyo. Don
Francisco Mateos Gago, “profundo pensador, notable arqueó-
logo, concienzudo crítico, infatigable polemista, terror de los
protestantes andaluces y enemigo irreconciliable de los de-
tractores del Catolicismo”, prometió al Padre Tejero una serie
de artículos sobre la Casa de Arrepentidas. La serie de artícu-
los quedaron reducidos a dos, porque el infatigable canónigo
ocupaba este tiempo en arremeter su pluma como “cava de
Hércules” contra los “cabreristas”, es decir, los protestantes
andaluces.
Antes del Concilio Vaticano I, en pleno follón revolu-
cionario, desde su atalaya de “El Oriente”, lanzaba todo su
integrismo contra los otros poderosos de la prensa local: “El
Porvenir”, y “La Andalucía”, “El Tío Clarín”, y también contra
“La Revolución Española”, el diario del duque de Montpen-
sier, que tuvo la infeliz idea, para el canónigo Mateos Gago,
de prometer en un manifiesto la libertad de cultos y “seguir
perteneciendo a la España libre”.
Uno contra todos, todos contra uno, Mateos Gago no se
arredra en su diaria polémica. Zurribandas verbales ofrece por
doquier; también a él se la dan. Tradicionalista convencido,
apoyaba la causa de don Carlos contra toda la familia liberal.
Los otros no eran mancos en contestarle, y entre tanta diatriba,
vino a mezclarse el nombre del bueno de don Cayetano Fer-
nández, a quien acusaron de deslealtad por afiliarse al partido

194
carlista y dar la espalda a doña Isabel. Al buen padre filipense
le amargaron la existencia: no estaba amasado para polémicas
agrias como Mateos Gago. Años más tarde escribiría, recor-
dando estos momentos: “Nadie, que con verdad proceda, pue-
de citar respecto de nosotros como eclesiásticos, escritos ni
acto alguno que nos afilie a partido determinado. Cierto, este
proceder, llevado hasta la exageración, fue parte a que, durante
el último período revolucionario, los liberales nos tuviesen por
carlistas y los carlistas por liberales. Mas, ¿qué importa? No-
sotros no hemos aspirado, ni quiera Dios que aspiremos nunca,
a obtener cosa alguna ni de los unos ni de los otros. Esto no
quita que consideremos como intrigantes de mala ley a los que,
con reprobadas intenciones, han logrado hacer creer en altas
regiones que durante el referido período pusimos nuestra in-
teligencia y nuestra actividad al servicio de la causa carlista”.
Mateos Gago es otra cosa: desde su posición integris-
ta, toma partido. Es lo suyo, la salsa de su genio. El Concilio
Vaticano I marcará una tregua en sus comentarios polémicos.
Marcha a Roma en calidad de teólogos del obispo de Gibral-
tar, Scandella. Cuando vuelve a Sevilla, le obsesiona la propa-
ganda protestante que se viene repartiendo por los pueblos. El
pastor Cabrera cuenta con un periódico. “El Eco del Evange-
lio”, y reparte libros, folletos y biblias. Mateos Gago declara
la guerra al libre examen, qué tiempos. Para conocer en su
salsa la predicación protestante, se viste de seglar y acude a
los conventículos y clubs. En sus escritos se le escapan frases
poco caritativas: Cabrera y su cabreriza llama Mateos Gago
a los que acuden al templo protestante abierto en el antiguo
convento de San Francisco de Paula. Y los otros le responden
adecuadamente: Cura mujeriego.
Pues bien, en medio de esta diatriba, Mateos Gago

195
escribe sus artículos sobre la Casa de Arrepentidas, artículos
truncados por el desvelo acerado por la defensa de la causa
católica. Son artículos bellos, por algo provienen de una ágil
pluma, que puesta a dar razones, no escatima esta vez en dar
un pláceme al gobierno revolucionario sobre el monárquico
por el apoyo que éste no supo dar.
Cuenta:
“El Padre Tejero ha tenido la gloria de ver su institución
protegida por autoridades revolucionarias, más si cabe que lo
fuera en tiempos de gobiernos conservadores. Cierto que la ac-
tual penuria hace imposible las subvenciones; pero en cambio
esas autoridades y no pocos individuos importantes en el parti-
do republicano de esta ciudad han facilitado el local, allanando
todas las dificultades, hasta colocar la casa de Arrepentidas en
el ex convento de Santa Isabel; edificio que, por su extensión y
capacidad y hasta por su situación topográfica, tan a propósito
para el objeto , parecía reservado para coronar los esfuerzos
heroicos del fundador y de las Señoras asociadas a tan santa
empresa”.
Así de sincero y noble se muestra Mateos Gago con los
republicanos cuando de dar razones se trata. Al césar lo que es
del césar. La Casa de Arrepentidas es una institución sevillana
respetada “más si cabe que lo fuera en tiempos de gobiernos
conservadores”.
- ¡Ahora verá Sevilla si queremos bien a las arrepenti-
das!, -lo dijo un republicano, recuerden, cuando les concedie-
ron Santa Isabel.
Estos artículos aparecieron en “El Oriente” de los días
16 y 24 de marzo. El Padre Tejero no pudo leerlos hasta su
vuelta: en esas fechas se encontraba en Las Ermitas de Córdo-
ba, en puro régimen ermitaño, haciendo ejercicios espirituales.

196
- La comida es endeble, como de penitencia -escribe a
Madre Dolores-. Ayer, un pocillo de chocolate con pan seco de
munición fue el desayuno; al mediodía un poco de lentejas y
un poco fruta; por la noche ensalada y papas fritas. No se pasa
hambre, pero la comida no tiene estímulo al paladar: está dis-
puesta como para remediar la necesidad.
Es domingo. El Padre Tejero tiene un rato de recrea-
ción. Sentado en un taburete, en el silencio de su celda, prosi-
gue su carta:
- He comenzado estos Santos Ejercicios con tanto gozo
de mi alma, cuanto mucho lo deseaba, y ver que no tengo obs-
táculo alguno para ocuparme tan sólo en pedir a Dios mise-
ricordia, y conseguir del Señor que descienda de este Santo
Monte completamente perdonado.
Un alma tan cándida no necesita de tantos perdones de
Dios. Cuando descienda de los montes de Córdoba, se despida
de los ermitaños y vuelva a Sevilla, sentirá el corazón henchi-
do de gozo: valía la pena tantos sinsabores, la Congregación
ha echado raíces firmes, ya asoman los frutos entre las hojas
de sus ramas.

El milagro se ha efectuado. En los próximos tres años la


Congregación alcanza sus momentos más pacíficos: adquiere
fisonomía de casa religiosa, se observan las reglas con puntua-
lidad, se serenan los ánimos, aumentan las vocaciones y desa-
parece en parte la inquietud por la escasez de limosnas. Libres
del pago mensual de la casa y con las pequeñas ganancias de
una rifa que han montado en un cuchitril de la calle Francos,
caminan hacia adelante sin grandes zozobras. No cuentan ya
con la subvención anual del Ayuntamiento y la Diputación,
pero la Casa de Arrepentidas se ha afincado en Sevilla y Sevi-

197
lla comienza a mimarla. Son años de silencio y trabajo ajusta-
do a unas reglas.
Ha llegado el momento de efectuar un viaje largo tiempo
proyectado. El Padre Tejero marcha a Francia para confrontar
experiencias y estudiar establecimientos análogos. ¿Qué pe-
dagogía aplican las religiosas francesas con sus arrepentidas?
¿Qué planes de estudio programan para su colegio de niñas?
Es el Refugio de Bayona un gran convento con más de
trescientas cincuenta religiosas y unas doscientas arrepentidas.
Allí llegó el Padre Tejero el 24 de octubre de 1871. Escribe a
Madre Dolores:
- Han puesto a mi disposición una madre española, que
me ha acompañado y acompañará a todo lo que me conviene
ver, contestándome a todo lo que le pregunto. Es de tan buen
trato que cautiva. Se le ha dado orden para que me enseñe
hasta lo reservado, y como todo el día la he tenido conmigo he
visto a las arrepentidas, las pensionistas y casi todas las ofici-
nas; se me han ofrecido tantas preguntas que la buena madre
hubiera quedado fastidiada de mí si no fuese por su mucha
bondad… Estaré aquí tres o cuatro días y otros más en Bayona.
Enseguida marcho para mi país…
En Bayona visitó diversos colegios de religiosas de en-
señanza primaria. De las Hijas de la Cruz tomó fundamental-
mente sus métodos de enseñanza, que implantó en Santa Isabel
a partir del curso de 1872.
Del Refugio de Bayona copió la experiencia de clasi-
ficar en cuatro secciones a las arrepentidas. “Formé la resolu-
ción, cuenta, de clasificar las arrepentidas y procurar una com-
pleta separación en cada sección de dormitorios, refectorio y
clases y coro, siempre presididas por alguna religiosa, nunca
solas y excitándolas vivamente al silencio, al trabajo y a la
virtud; era el único medio conocido más a propósito para san-

198
tificarlas”.
El primer grupo lo forman las admitidas: “separadas
mientras no se sabe lo que son y se disponen algún tanto para
la vida que se observa”. El segundo grupo, las arrepentidas:
“jóvenes que se portan bien, pero no tienen resolución para
estar propiamente en el establecimiento”. Las penitentes for-
man el tercer grupo: “teniendo más espíritu se ofrecen a vivir
permanentemente en el establecimiento”. El último grupo lo
forman las penitentes consagradas, que se ligan por votos sim-
ples y promesa de silencio y recogimiento.
Copia también los uniformes. Las arrepentidas o con-
vertidas llevan una cruz negra en la toca, un vestido con escla-
vina color café, delantal azul y una toca sencilla blanca. Las
penitentes visten túnica gris con cuerda, y la cabeza cubierta
con una toca blanca y sobre toca de color Mahón.
Vuelto a España, pasa por Soria para visitar a su her-
mana, una hermana a la que él va a conocer ahora por primera
vez. ¡Cuántos años que no pisa su tierra! Caminando por ca-
ñadas y vericuetos, rodeado de nieve, llega al pueblecito de
Peroniel donde vive María Luisa, casada con el maestro de
escuela del pueblo, don Aniceto Pérez Durán.
- La puerta de la casa estaba cerrada, el marido había
ido a un pueblo inmediato y ella estaba lavando ropa en la
fuente del pueblo. Cuando fue una vecina a darle la noticia no
podá creerlo y se figuró que tal vez sería alguno de sus primos.
Por fin vino, y conociéndome por el ojo, nos echamos los bra-
zos al cuello, ella se echó a llorar largo rato y yo me enternecí
de modo que en un cuarto de hora no pude hablar.
Enseguida acudieron el cura, el alcalde, el secretario,
el médico, lo más granado de Peroniel, pueblecito cercano a
Almenar en terreno bañado por varios afluentes del Rituerto.

199
Entre plácemes e invitaciones, nuestro buen Padre Tejero en-
gordó varios kilos los días que allí estuvo.
- Esta bendita hermana, que es muy linda, no sabe qué
hacer por obsequiarme, y algunas veces se nos escapan las lá-
grimas recordando a nuestro querido padre, sobre cuyo sepul-
cro rezamos ayer tarde un responso y hoy he ofrecido la santa
misa en descanso de us alma.
Su padre murió un año antes, el 11 de agosto de 1870; a
los 72 años, en el mismo Peroniel. Vivía con su hija, ya que se
había quedado viuda de Escolástica Marco, su segunda esposa.
El Padre Tejero visitó también su pueblo natal, Garray,
y Tardesillas, donde pasó sus años de niños.
- ¿Cómo me ha ido en la expedición? Si el señor obispo
hubiera venido de visita, no creo le hubiesen hecho mayor re-
cibimiento. He sido visitado por todos, y por corresponder he
tenido que tomar los pueblos por punta y visitar uno por uno
casi todos los vecinos. No sé cómo no he caído enfermo con
tanto alimento y bebida. Bástele decir que un día comí hasta
nueve veces, y me he puesto tan grueso que no hay botones
de pretina ni de chaleco que basten. Tanta es la generosidad
de mis buenos paisanos, que quisieran me quedase entre ellos
ejerciendo mi santo ministerio.
Madre Dolores sigue de pe a pa las incidencias del pa-
dre fundador a través del correo. Está deseosa de que vuelva.
El Padre Tejero la tranquiliza:
- A pesar de todo, yo encuentro más contento en mi vida
ordinaria, y crea usted que deseo vivamente regresar y estar
con ustedes por volver a mis tareas diarias y orden de vida, que
se presta más a la virtud y al recogimiento.
El Padre Tejero llegó a Peroniel el 2 de noviembre. Es-
tuvo con su familia hasta el 27, que marchó a Madrid. Por carta

200
Madre Dolores le había dado un programa de actuación en la
corte. Ella tenía experiencia, sobrada experiencia. Pero la corte
del rey Amadeo no es la corte de Isabel II. ¿Lograría alguna
subvención, al menos una limosna?
- Estos reyes no dan una limosna de alguna considera-
ción, sino cantidades pequeñas, parecidas a las recaudadas por
los duques de Montpensier.
Poco hay que hacer en la corte. El ambiente es raro.
Los ministros que formaron gobierno en octubre están en sus
puestos como a la fuerza. Pocos días de existencia le queda a
este gobierno. En Madrid se masca la crisis y el Padre Tejero
comprende que el momento no es propicio. A Sevilla, pues,
con sus religiosas y arrepentidas y a experimentar las cosas
buenas que ha visto en Francia.

El pobre Padre Tejero llega a Sevilla con un hermoso


plan de estudios importado de Francia, y sin un duro de la
inestable corte de Madrid. No importa: hay que vivir y seguir
adelante. Los próximos años serán los más hermosos, como
una alborada de primavera, dentro de los muros de Santa Isa-
bel. Madre Dolores ha conjuntado un equipo de religiosas pia-
dosas, entregadas de lleno a su vocación. A un lado del edifi-
cio, las que atienden a las arrepentidas; en el otro ala, las que
cuidan de las clases gratuitas de niñas. Y de portera, Madre
Rosario, la fiel compañera que derrama su sonrisa en las horas
interminables tras la puerta de entrada. Fuera, la oscuridad en-
vuelve, como el velo de la noche, los horizontes de España. En
Santa Isabel, calma. El rey romántico y galante, alto, delgado,
con barba corrida, pierde un día la serenidad y, cansado de tan-
tas pasiones partidistas, dimite y se larga. “Siamo in una gabia
di pazi” -vivimos en una jaula de locos- confesaría el rey. Y

201
con la reina María Victoria, que días antes había tenido un hijo,
partió rumbo a Italia. Era el 11 de febrero de 1873. La Repú-
blica ha llegado a España. Nueve meses de caracoleo, con más
poder teórico que real, guerra dinástica en el norte y cantones
por el este y el sur, la República se entierra buenamente a los
nueve meses. Se aguarda la restauración borbónica en la figura
de Alfonso XII, hijo de Isabel II. Años difíciles aquellos –“una
gabia di pazi”-; Pues en Santa Isabel, los años más fáciles, los
más quedos, los más fructífeeros.
No así en el Oratorio de los Filipenses, que vive toda-
vía, a consecuencia de la Septembrina, la dispersión de sus
miembros. El Padre Tejero disfruta quizá de una situación de
privilegio: sobre la arcada del patio de entrada de Santa Isabel
tiene dos habitaciones y es cuidado primorosamente por sus
religiosas. Don Cayetano Fernández es chantre de la catedral
de Sevilla y está absorto en sus investigaciones físicas y natu-
rales. El joven Padre Ríos ha tomado el camino de Roma y se
ha dedicado a sacar grados eclesiásticos. Otros se han adscrito
a distintas parroquias para el ejercicio de su ministerio o han
vuelto a su tierra de origen al refugio de la familia. El Prepósi-
to, que lo es don Evaristo de la Riva, les va a hacer una faena
que lo sienten en el alma.
Acababa de llegar el Padre Tejero de su viaje por Fran-
cia cuando se anuncia en Sevilla el nombramiento de canónigo
de don Evaristo de la Riva. En el Oratorio existe una cláusula
que prohíbe a sus miembros apetecer cualquier clase de digni-
dad y sobre todo no aceptarla sin permiso de la Congregación.
¿A quién ha pedido permiso el Prepósito? ¿Le exime acaso
su posición de superior? ¿No lo ha hecho debido a la disper-
sión de sus miembros? Lo cierto es que estos se reúnen el 28
de diciembre de 1871 y a punto estuvieron de expulsarlo del

202
Oratorio. Tuvo suerte de la Riva; aunque perdió la prepositura,
siguió perteneciendo al Oratorio bajo su muceta de canónigo.
Tiempos difíciles.
El Padre Tejero, de acuerdo con Madre Dolores, monta
el nuevo plan de estudios que comienza en octubre de 1872.
Es un calco del sistema empleado por las Hijas de la Cruz fran-
cesa: División de las niñas en seis etapas, “desde la edad más
tierna (en la escuela de párvulas) hasta la época en que, con el
arte u oficio que eligió, gana ya honradamente su subsistencia
(en la clase-taller”. Un prospecto editado en la imprenta de Iz-
quierdo cuenta a los padres las ventajas de este nuevo sistema.
Todo lo que el Padre Tejero edita pasa por la imprenta de don
Antonio Izquierdo, una imprenta que nació pobre y humilde y
que se hizo grande gracias a las estampitas de santos, medallas,
rosarios, septenarios, quinarios y triduos, esquelas mortuorias
y todo un etcétera que el mundo católico de Sevilla le encarga-
ba. Don Antonio era bajito, seco, de conversación escasa, pero
alrededor de su mostrador, en la plaza del Silencio, frente a la
calle Francos, había sabido reunir a toda la clientela cofradiera
y católica. A ratos se convertía en tertulia de eclesiásticos, así
como en la imprenta de “El Porvenir” se reunían los progre-
sistas, en la de Geofrin, en la calle Sierpes, los académicos y
bibliófilos. Pues bien, en dicho prospecto, editado, como es
de rigor, en la imprenta de Izquierdo, se cuenta a los padres y
madres de familia el nuevo sistema pedagógico: “un sistema
de enseñanza, nuevo hasta cierto punto en nuestra patria, pero
muy acreditado ya por sus resultados excelentes en países muy
cultos”.
El sexto curso, que es el último, recibe el nombre de
clase-taller: en él las chicas aprenden el oficio que más les
agrada y ganan un jornal en proporción a su habilidad y des-

203
treza. En realidad, la gama de oficios no es muy extensa: cos-
tura, bordado, zapatería… Madre Dolores ha pedido al taller
de doña Antonia Maldonado una oficiala para que enseñe a
las chicas el arte del calzado. Doña Antonia -su taller goza de
gran prestigio, no en vano allí se calzan los canónigos- envía
a su oficiala más selecta, Angelita Guerrero, que enseña a las
chicas a hacer las botas altas y ajustadas que ha importado la
moda de París. Angelita Guerrero… tres años más tarde, Sor
Ángela de la Cruz. ¡Casi nada!: “Decís Sor Ángela de la Cruz
y Sevilla, una ciudad entera, se pone a sus pies. Se dice pron-
to, la ciudad completa”. Lo cuenta José María Javierre en la
biografía de Sor Ángela. Me hubiera gustado completar esta
página con un diálogo sabroso entre Madre Dolores y Angelita
Guerrero. ¿Qué se decían a la entrada y salida de clase? ¿Qué
comentaban? He espiado los papeles con el ilusionado deseo
de encontrar una carta, un billete, en que una cuente de la otra.
Pero es igual. Angelita Guerrero acude a Santa Isabel, puntual
a la cita de maestra en calzados. Y allí la recibe Madre Dolo-
res. Años más tarde, ya fundada la Congregación de la Cruz,
Angelita Guerrero, perdón, Sor Ángela, desea renunciar y “en-
trar de arrepentida, con la condición que cuando esté mala me
lleven al hospital…”

El 10 de marzo de 1874 el Papa Pío IX otorgó el “de-


creto de alabanza” a la Congregación de Madres Filipenses. Es
la mayoría de edad, el espaldarazo de tantos años de briega. La
Congregación ha recibido el placet del Vaticano, lo que no ha
sido fácil. Pero el Padre Tejero tenía en Roma un buen agente
que le llevaba sus asuntos: el padre Ríos o “ratoncillo Ríos”,
como se firma en sus cartas. Una copiosa correspondencia se
mantiene entre ambos a lo largo de 1873.

204
- Esto es cosa larga -cuenta en una de sus cartas.
El Padre Tejero le envía los documentos que la Con-
gregación de Obispos y Regulares exige: origen del Instituto,
estado actual disciplinar, personal, material y económico, in-
forme del arzobispado, etc. Pacientemente, el Padre Ríos los
pasa al latín…
- Ahora a esperar a que un consultor le dé el visto bue-
no, que siempre será un cardenal más posma que Don Antonio
Ortiz.
¡Vaya con el ratoncito Ríos! Don Antonio Ortiz Urrue-
la, el guatemalteco, vive con el Padre Torres Padilla, el con-
fesor y director espiritual de Angelita Guerrero. En la placita
de Santa Marta estos dos buenos curas comparten el pan y la
sal. Don Antonio, por lo visto, es un posma. Que no lo sea el
cardenal consultor.
No se hizo esperar: el 10 de marzo se firma el decreto
de alabanza. Las Constituciones, sin embargo, deben aguardar
un ulterior estudio. Roma propone algunos puntos que deben
ser revisados, y especialmente que el Instituto se propague
dentro y fuera de la diócesis o al menos aumente el número de
religiosas para que se apruebe por sus frutos.
Pero el primer paso ha sido logrado: Roma ha refrenda-
do el grado de madurez de la Congregación.
- ¡Gaudeamus! -grita en una carta el “Ratoncillo Ríos”.

205
Parroquia de San Roque, centro de
irradiación de las “Congregaciones
Catequistas” del Padre Tejero.

Corral del Conde (grabado de finales


del siglo XIX). La cayequesis en los
corrales de vecinos le supuso al Padre
Tejero el sobrenombre de “Cura de
los corrales”.

206
Convento de Santa Isabel. Novicias en el taller de costura.
Cuadro del pintor Alfonso Grosso.

207
208
14. FUNDACIONES

209
210
En parte se debió a Roma. “Ratoncillo Ríos” insiste en
sus cartas que antes de dar una segunda batalla para el reco-
nocimiento del Instituto, conviene su expansión en varias fun-
daciones. A Roma le gusta el tronco sólido, pero con ramas
florecidas. Y Santa Isabel es una sola casa, a pesar de que, en
su interior, pululan una treintena de religiosas, un colegio con
quinientas niñas del barrio y unas ochenta arrepentidas.
Roma fue la espoleta, pero las fundaciones van a surgir
propiamente por imperativos internos: dar salida a las nuevas
vocaciones. Está maduro el Instituto para abrir nuevos cami-
nos.
En junio de 1874, Madre Dolores viaja a jerez para la
apertura de un nuevo colegio. Ha alquilado un caserón gran-
de en la calle de las Escuelas, número 18. La acompañan dos
religiosas y pasan el verano entre albañiles y pintores. Des-
de Sevilla, en continua correspondencia con Madre Dolores,
el Padre Tejero sigue las incidencias de la nueva fundación.
Por tren va enviando el mobiliario escolar que necesitan para
amueblar las clases. El primero de septiembre está todo listo.
Se ha abierto un nuevo colegio en Jerez: “Colegio de la Inma-
culada Concepción de María Santísima”. La primera matrícula
es ya un éxito: 180 niñas.
El 14 de septiembre comienzan las clases. En la aper-

211
tura de curso están los dos fundadores: Padre Tejero, Madre
Dolores… sólo por unos momentos, para saborear esos instan-
tes felices de una nueva fundación. Después, Sevilla de nuevo,
Santa Isabel. En Jerez quedan Madre Salud -la inteligente pero
inconstante Madre Salud- como superiora de ocho religiosas
jóvenes en la tarea de impartir clases.
¿Por cuánto tiempo la casa de Jerez?
Las dificultades económicas y las inconsecuencias de
Madre Salud van a dar al traste muy pronto con esta primera
ilusión.
Pero este primer año todo marcha muy bien. Hay ilu-
siones y ganas. A Madre Salud aún no le han entrado esas ma-
nías teológicas -que le entrarán bien pronto, con continuas car-
tas de consulta al Padre Tejero que se pasó de blando dándole
beligerancia- ni la pasión por la poesía le quitan el gusto por el
trabajo cotidiano. Jerez está deseoso de un colegio de religio-
sas y las Filipenses vienen a colmar ese vacío.
Las familias bien comenzaron a enviar a sus hijas al
colegio. Existía una clase última, la de las chicas mayores,
que en nada cuadraba con la austera disciplina pedagógica que
se venía impartiendo en Santa Isabel. Se llamaba “de ador-
no” y comprendía música vocal e instrumental: solfeo, piano
y canto; dibujo lineal con aplicación a las labores; e idiomas
extranjeros: francés, italiano, y sobre todo, inglés, el idioma
más preciado por las familias jerezanas. Necesidad hubo de
encontrar profesoras de idiomas que impartieran en un mundo
semi analfabeto el bello lenguaje de Shakespeare o Molière.
Un lujo. Y todo esto, ¿a cuento de qué? ¿dónde quedan las
arrepentidas o el colegio popular, de barrio, como el de Santa
Isabel, donde las niñas no podían llevar un vestido de merino
gris para el invierno o blanco y azul para el verano, como se

212
exigía en Jerez? Las había de pago y gratuitas, es verdad. Pero,
conforme a la práctica usual de la época, en secciones o depar-
tamentos distintos.
¿Dónde el fallo?
En todos y en ninguno. Imperativos. ¡Si en Jerez hu-
biera habido una mujer más templada...! El Padre Tejero vivía
ilusionado con esta primera experiencia de colegio en ciudad
rica: así podría salvar -ilusiones y sueños- las múltiples tram-
pas de Santa Isabel. Pero Jerez no va a responder. Lo veremos.
Por ahora el colegio marcha bien...
Madre Rosario no asistió a la apertura del colegio de
Jerez. Humilde, en su portería, la pionera de la Congregación
desgrana mansamente sus últimos días benditos. Son muchos
y muy trabajados los años que cuelgan sobre sus espaldas.
Pero ahí está: siempre sonriente, siempre silenciosa. Padre
Tejero no ha olvidado la deferencia de escribirle unas letras
desde Jerez. Que participe de alguna manera en el gozo del
florecimiento del Instituto quien primero dio el paso.
Le cuenta:
- ... por lo que veo, además del fruto espiritual, con-
seguimos el segundo objeto que es encontrar en esta casa un
recurso para ayudar constantemente a ésa. Dios quiera que nos
vayamos atrayendo las voluntades, y si no son exageraciones
andaluzas veo que a la vuelta de un poco tiempo nos haremos
dueños de la enseñanza en Jerez. El tiempo dirá...
El tiempo cuenta ya poco para Madre Rosario. Se nos
muere. En la primavera de 1875 siente los primeros vahídos
del corazón. Sabe que se muere, lo presiente, y pide a Dios una
enfermedad corta para evitar molestias. Así de buena era Ma-
dre Rosario. No fue muy larga su enfermedad, pero sí penosa.
Al Padre Tejero le decía:

213
- Padre, deseo morir, porque me parece que nunca ha-
llaré mi corazón tan bien dispuesto como ahora.
El 7 de mayo, viernes después de la Ascensión, moría
en brazos de Madre Dolores. Al lado, el Padre Tejero recitaba
las recomendaciones del alma. Contaba 63 años. A las diez de
la mañana murió.
El entierro se celebró casi en la intimidad. Se pidió per-
miso a la autoridad para enterrarla en el mismo convento de
Santa Isabel, y así se hizo, en la sala llamada “de profundis”,
donde las sanjuanistas enterraban a sus religiosas. Pero un en-
tierro emotivo y solemne, con todos los padres del Oratorio
presentes y otros sacerdotes amigos de la casa. Quien no asis-
tió fue el párroco de San Marcos, qué hombre, dentro de cuya
feligresía se hallaba el convento de Santa Isabel. No sólo no
asistió, sino que exigió el pago conforme a arancel de los dere-
chos debidos a la parroquia por el entierro de Madre Rosario.
Se llamaba tan pesetero eclesiástico don Juan Bautista Solís y
Flores, cura párroco de San Marcos y Santa Marina desde su
posesión en 1865. Venía tan original prenda de la parroquia
de Fernán Núñez, en el obispado de Córdoba, y mantendría
esta parroquia hasta febrero de 1881, fecha en que se cerró el
templo de San Marcos por estado ruinoso. En 1880 culminará
en un acto final bastante cómico, que ya comentaremos, una
aventura que no comienza en 1875, con la muerte de Madre
Rosario, sino en 1871.
El puntilloso cura párroco se sintió vejado en sus dere-
chos parroquiales y denunció a la secretaría de cámara del ar-
zobispado las atribuciones que se confería el capellán de Santa
Isabel. Bien sabe Dios, pensaba el Padre Tejero, que no se tomó
ninguna atribución sino lo que la caridad le dictaba al servicio
de las acogidas y de sus religiosas. Pero el cura párroco, don

214
Juan Bautista, exigía documento notarial donde se especifica-
se las atribuciones del capellán y los derechos reservados a la
parroquia. Firmado por don Victoriano Guisasola, secretario,
se expidió en el arzobispado, a 30 de marzo de 1871, un do-
cumento que calmase las ansias jurisdicistas de tan singular
párroco. Las facultades concedidas al Padre Tejero para la ad-
ministración y régimen espiritual de Santa Isabel fueron tan
extensas, que al cura de San Marcos no le quedaba sino mor-
derse la lengua. Bueno, en lo tocante a entierros había algunos
puntos que le podían favorecer, cuando el entierro no fuera de
caridad, el funeral debía acogerse al arancel correspondiente
y abonar a la fábrica parroquial los derechos estipulados. El
párroco, en cualquier caso, estaba obligado a enviar la cruz pa-
rroquial para la conducción de los cadáveres “siendo además
atribución exclusiva del párroco expedir la oportuna papeleta
para sepultura eclesiástica, incluir a la difunta en los estados
de defunciones que deba remitir al Municipio, y extender en el
libro parroquial la partida correspondiente. El Director deberá
dar al Párroco, a los indicados fines, y con la oportunidad que
corresponde, los avisos y datos necesarios”.
Y llega el entierro de Madre Rosario.
¿Es pobre de solemnidad Madre Rosario?
Pensamos que sí.
El Padre Tejero, cumpliendo lo estipulado, se dirige a
la parroquia de San Marcos para que se extienda en los libros
parroquiales su partida de defunción. Llevaba esta nota:
“La Madre Dª María del Rosario Muñoz y Ortiz, reli-
giosa, profesa de la Congregación Filipense Hijas de María
Sma. de los Dolores, establecida en Santa Isabel, hija de D.
José y Dª Carmen, natural de Marchena, edad 63 años, murió
el día 7 de mayo de 1875 a las diez de la mañana a consecuen-

215
cia de estrechez en los orificios del corazón y no testó por no
haber de qué”. “Por no haber de qué...” ¿Qué iba a testar Ma-
dre Rosario, si era pobre de solemnidad?
Pues don Juan Bautista, párroco de San Marcos, erre
que erre. Y lo motivaba de esta sencilla manera: su entierro no
ha sido de caridad, sino de primerísima clase, porque han con-
currido no uno o dos sacerdotes, sino diez y quince, y reves-
tidos de sobrepelliz. Ya saben, los curas del Oratorio y otros
sacerdotes simpatizantes con el Instituto.
Por supuesto el Padre Tejero no pagó los derechos de
funeral que exigía el párroco de San Marcos, pero éste se ven-
gó no extendiendo su partida de defunción en los libros parro-
quiales ni incluyéndola en la lista que remitía al Municipio.
Una prenda de párroco. Más adelante contaremos la úl-
tima y definitiva fechoría: la gorda.

A todo esto, ha llegado la Restauración a España. El


joven Alfonso XII recibe en París la noticia de la sublevación
en Sagunto del general Martínez Campos. El 11 de enero, en
el navío Numancia, hace su entrada en el Grao de Valencia: el
recibimiento es apoteósico y su marcha hacia Madrid un cami-
no triunfal. En valencia firmó el rey un real decreto por el que
se restituían las cosas de la Iglesia al ser y estado que tenían
antes de la revolución. A don Cayetano Fernández le rebosa el
corazón al ver a su discípulo en el trono de España, pero piensa
que a buena hora les llega el decreto.
- No vino a realizar sino en parte lo que su letra ex-
presaba: cuanto al derecho, algo; cuanto a los hechos, nada se
restauró. Así nuestra Congregación logró que se respetara su
existencia, que continuara su pobrísima dotación y que se la
dejase en paz; pero las ruinas de su templo y de su casa que-
daron por el suelo; y muchos, muchos objetos del uno y de la

216
otra, perdidos y sin esperanza de recuperación: entre ellos nos
pocas estatuas de santos, la magnífica banquería de caoba, el
hermoso embaldosado de mármol, el rico suelo del trasagrario,
el órgano, el cual se encuentra montado y en uso en la igle-
sia de La O de Triana, habiendo sido infructuosos todos los
esfuerzos imaginables para arrancarlo de las robustas manos
de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María
Santísima de la O. Y, sin embargo, infinitas gracias damos al
Señor, que nos ha concedido salir a flote después de la tempes-
tad horrenda, que nada dejó en su sitio.
Si el Decreto de Valencia no sirve para maldita cosa, al
menos el Oratorio tiene la satisfacción de poder salir a la luz
pública como tal corporación. El cardenal de la Lastra les dio
el templo de San Alberto, y a su costado compraron una casa
donde viven desde entonces. También para ellos ha llegado la
restauración, pero con cuántas bajas, sensibles bajas, y con qué
pobreza. Lentamente comienzan la obra de restañar heridas y
de agrupar a la comunidad dispersa: no poca gloria cupo en
este empeño al Padre Tejero. Una carga más que muy pronto
le va a venir encima.
- Madre Rosario, mi buena compañera. Yo la necesitaba
aún muchos años...
Madre Dolores escribe a la comunidad de Jerez los por-
menores de su muerte. Trasluce, ay cómo se le nota, la soledad
en que queda. Es un rudo golpe para Madre Dolores: alguien
muy de su vida se le ha ido. ¿En qué costado, de ahora en
adelante, apoyará su corazón cansado? Las otras religiosas son
jóvenes. Las más antiguas en la Congregación: Madre Consue-
lo, Madre Salud... viven los años dorados de los treinta a los
cuarenta. Ella va a cumplir 58 y se siente como un poco más
sola y más cercana a la muerte.

217
Pero habrá que seguir adelante. Enjugar lágrimas y di-
latar el pecho.
Nueva fundación, en Córdoba.
Tres hermanos canónigos, los hermanos Míguez Ca-
rrasco, Ricardo, Manuel y Benito, se han encariñado con la
obra de las arrepentidas de Sevilla. Estos hermanos constitu-
yen toda una institución en Córdoba, y son unos benditos de
Dios. Piensan, en ese impulso caritativo que los caracteriza,
que Córdoba bien merece cuidar de sus arrepentidas: pues a
fundar. Ellos cargarán con los medios de financiación y la bús-
queda de una casa apropiada. Toma la iniciativa don Ricardo,
por algo es de los tres hermanos vicario capitular sede vacante.
Para octubre llegará el nuevo obispo, fray Ceferino, pero ahora
quien manda en la diócesis es él: el 14 de septiembre extiende
un documento autorizando la nueva fundación. El cardenal de
Sevilla por su parte no ve impedimento para que sus religiosas
vayan a fundar a la diócesis de Córdoba: así lo firma a 11 de
octubre, nihil obstat. Cuatro días más tarde, el quince, Madre
Dolores toma el tren hacia Córdoba, acompañada de dos re-
ligiosas y de una postulante. Van a preparar la nueva casa, lo
mismo que se hizo con Jerez. Los hermanos canónigos no han
encontrado cosa mejor que un caserón de campo, a un kilóme-
tro de Córdoba, camino de la sierra, en el lugar denominado El
Brillante. Lejos de la ciudad ofrece las ventajas de lo recoleto
y solitario, con su pequeña granja de animales y su huerto con
olivos. Pero existe el inconveniente de la distancia: si han de
vivir de las limosnas y del trabajo de costura, un lugar más
cercano sería más a propósito. No hay opción. Aunque provi-
sionalmente, la casa de El Brillante cumple con los objetivos
de la fundación. Ya surgirá mejor ocasión.
La casa necesitaba de sus buenos arreglos. Nada más

218
llegar comenzaron a trabajar febrilmente, tanto que a media-
dos de noviembre Madre Dolores cae enferma. Unas fuertes
anginas le sumen en el lecho. Padre Tejero, al recibir la noticia,
viaja presuroso a Córdoba, pero ya la enferma parece mejorar-
se. Al volver a Sevilla escribe a la comunidad de Jerez:
- Afortunadamente la encontré ya mejorada. Allí dejé
albañiles, carpinteros, blanqueadores, pintores... todos tan afa-
nados que era para verlo con alegría en medio de una posesión
que para sus hermosas vistas es para todos envidiable. Nos
han regalado altar, ornamentos y algunos cuadros magníficos
y de mucho efecto. Tampoco escasean los cuartos, por lo que
veo que a muy poca costa nuestra quedará hecha la fundación.
Tienen capellán y confesor y espero por su celo y eficacia que
no andará mal servida la casa. Está ya arreglado el personal y
ha tocado la suerte a Madre Ramírez de superiora...
La fiesta de la inauguración se ha pensado para el 20
de enero. Como coincide con las elecciones de diputados, se
traslada al día anterior. Asisten el obispo, el presidente de la
Diputación, el alcalde y “una porción de eclesiásticos, señoras
y señores de lo principal de esta ciudad”. Preside la misa don
Ricardo, de terno con sus dos hermanos don Manuel y don Be-
nito. La prédica corresponde a otro amigo de la Casa, don An-
tonio Ortiz Urruela, “el posma” que diría el Padre Ríos, y que
ha trasladado su residencia a Córdoba desde octubre de 1874
como director espiritual del seminario. De Sevilla ha venido
la Madre Consuelo con su coro de Santa Isabel: “Se ha lucido
bien. Cinco duros les dieron para una merienda para lo que
gustaran”. La fiesta terminó con un refresco a los invitados.
Fray Ceferino, el obispo, pasó allí el día entero.
- La puerta estuvo abierta para todos -cuenta Padre Te-
jero a la comunidad de Jerez- y fue tanta la gente que asistió

219
que no descampó la casa hasta la oración; han gustado mucho
las labores que han presentado, y toda la familia anda tan con-
tenta que ninguna se quiere ir a Sevilla. Mañana empieza lo
serio; a ver si para el lunes o martes pueden regresar las convi-
dadas, incluso la Madre.
Lo serio ha comenzado para Madre Ramírez y las cin-
co religiosas que forman comunidad con ella. De Sevilla han
trasladado a la nueva casa dieciocho penitentes y de la calle
han sido admitidas ocho. La tarea es larga: ahora comienza.
La casa ha recibido el nombre de Buen Pastor. Madre Ramírez
medita aquel texto del Evangelio: “El pastor bueno se despren-
de de su vida por las ovejas…” Ocasión habrá de comprobarlo,
Madre Ramírez, mujer prudente, superiora del Buen Pastor…
una elección acertada.

El Padre Tejero permanece en Córdoba para tramitar


una nueva fundación: el colegio de Santa Victoria. Situado en
lo más céntrico de la ciudad, descuella el edificio con tres lí-
neas de rejas al plano del muro exterior en sus cuatro frentes,
realzando la belleza del conjunto el elegante pórtico de la ca-
pilla y su elevada cúpula. Se debía su fundación a la testamen-
taría dejada por un insigne prelado, don Francisco Pacheco y
Fernández de Córdoba, allá por el año 1581, dotándolo “con
pingües rentas raíces y previniendo que para su institución sir-
viese como modelo el de doncellas nobles que fundó en Toledo
el Emmo. Cardenal Silíceo”. Por hache o por be, la construc-
ción del colegio no comenzó hasta el año 1760 y, con ligeras
interrupciones, se acabó en 1780. Llevaba por tanto casi un
siglo de existencia cuando sus “pingües rentas” estaban más
que esquilmadas. Eran sus patronos, don Francisco de Acosta,
deán de la catedral, y don Rafaael Barberini, doctoral. Atendía

220
el colegio como directora, doña Carmen Tapia, señora ya ma-
yor y con más entusiasmo que eficacia.
El 10 de febrero, los patronos de Santa Victoria y el
Padre Tejero llegaron a unos acuerdos por los que las Hijas de
los Dolores se hacían cargo del colegio para el curso próximo.
A doña Carmen Tapia se le abonará el mismo sueldo y demás
utilidades que hoy disfruta y podrá continuar residiendo en
Santa Victoria. Las demás profesoras serán remuneradas con
la retribución que se pactare, etc., etc. El Padre Tejero envió
estos acuerdos a Madre Dolores para que el Consejo lo ratifi-
que, ya que es la Congregación, como él mismo dice, la que
ha de quedar obligada perpetuamente a las obligaciones de la
fundación”. Tres días más tarde se encuentra en Madrid con
el contrato de Santa Victoria para que el ministerio correspon-
diente lo ratifique. El 28 de febrero escribe a Madre Salud:
- Probablemente para el jueves próximo estará ya con-
cluido y firmado por el ministro el expediente de Santa Vic-
toria. Esta gente nos quiere volver locos de entusiasmo con
tantas máscaras, luces y colgaduras con motivo del carnaval y
los últimos acontecimientos de la guerra. Deseando estoy de
dejar esta Babilonia y regresar a mi amada Sevilla.
Mientras Madrid vive la algarabía del carnaval, ese
mismo 28 de febrero, el rey Alfonso XII entra en Pamplona
al tiempo que don Carlos pasa la frontera del Pirineo y con la
amargura en los labios, exclamó: “¡Volveré!”. La guerra ha
terminado. Entre tanta euforia, no es difícil conseguir lo que
se pide. En Madrid ya están preparados los arcos y gallarde-
tes a la espera del rey. La prensa lo llama “el Pacificador”,
olvidándose de que en Cuba la guerra continúa. El ministro
de Fomento va a conceder al Padre Tejero una solicitud que
aguardaba desde el año anterior: la concesión de la Cartuja

221
de Jerez. ¡Viva la fiesta! Tanta alegría hay que falla hasta la
coordinación entre los ministerios. El ministro de la guerra no
mucho antes ha decretado que en la Cartuja de Jerez se instale
un destacamento proveniente de Sevilla que cuide la cría de
sementales. Un lío. ¿Para quién la Cartuja?
El Padre Tejero, ignorante, ha vuelto a Sevilla con sen-
das resoluciones: visto bueno a Santa Victoria de Córdoba y
concesión de la Cartuja de Jerez con objeto de establecer “un
Instituto que, a la vez que piadoso, tienda también a plantear
adelantos industriales y agrícolas”. El ministro ha contado con
el informe favorable de la Academia de San Fernando. La en-
trega se realizará en los siguientes términos:
- Que la Congregación abra la iglesia al culto público,
cuidando de la misma, de su conservación y reparaciones, así
como de toda la parte monumental.
- Que no podrá hacer ninguna restauración sin la apro-
bación de la Comisión provincial de Monumentos.
¿Pero qué diablos ha impulsado al Padre Tejero a pedir
la concesión de la Cartuja? ¿Qué nuevo lío es éste? Ya no se
trata de un colegio ni de una casa de arrepentidas, pretende
una escuela agrícola donde recoja a toda la pillería de Jerez,
colocarlos a trabajar en el campo y ofrecerles un oficio digno.
La idea es magnífica, pero se sale de los cánones del Instituto.
¿Qué pueden hacer en la Cartuja Madre Dolores y sus hijas?
Nada, absolutamente nada. Pero el edificio está concedido y
hay que tomar posesión de él. El 30 de marzo el Padre Tejero
envía una instancia al ministro de Fomento:
“-… respetuosamente y lleno de satisfacción hace pre-
sente cómo dicha Congregación ha tomado posesión de la
Cartuja de Jerez, a excepción de la casa de campo que había
ocupado el Ayuntamiento para los caballos sementales, la cual

222
no comprende más terreno que el que existe desde el patio de
la entrada exclusive para afuera, dejando completamente libre
el edificio, como así lo entendieron los oficiales que vinieron a
reconocer y señalar todo lo que había de servir a este objeto. El
Sr. Gobernador de la Provincia ha suspendido el dar posesión
de esta parte… hasta que se resuelva por V. E. lo que haya de
hacerse en vista de las reclamaciones que hace el Ayuntamien-
to; pero es el caso que esta corporación trata de apoderarse
del patio de los legos y también de un largo pasadizo de pie-
dra sillar labrada que se interna hasta el gran refectorio, y de
la cocina, para aplicarlo a pabellones, graneros y pajar. Esto
tiene grandes inconveniente, porque ha de contribuir a que se
destruya el edificio y privar a la Congregación de unas oficinas
que le son absolutamente necesarias poniendo a los soldados
en comunicación casi inmediata con aquellas, lo cual perjudica
en gran manera el fin de su Instituto. Por todo lo cual, el que
expone… Suplica se cumpla en todas sus partes la Real Orden
que expidió el cinco del actual… Es gracia…”.
El ayuntamiento de Jerez cuenta también con una Real
Orden, expedida con anterioridad, por lo que se le faculta para
que habilite la casa de campo de La Cartuja para la cría de
sementales y unas dependencias para oficiales y tropa que lle-
garán de Sevilla.
La pugna Padre Tejero-Ayuntamiento requiere incluso
la presencia de un notario que levanta acta de cuanto una y otra
parte expone. El conflicto, que tovo más de pintoresco que de
otra cosa, terminaría con la solución salomónica dada por el
ministerio de Fomento.
“Vistas las instancias de don Francisco García Tejero,
concesionario de toda la parte monumental del Monasterio
Cartuja de Jerez y del Ayuntamiento de dicha localidad, en las

223
cuales solicitan: el primero que quede completamente libre el
edificio y patio de entradas y el segundo que le sea cedida a
perpetuidad la parte conocida por casa de campo con todas sus
dependencias de que hoy está en posesión el ramo de Guerra,
con la precisa condición de que ha de servir sola y exclusi-
vamente al objeto a que está destinada: Oído el parecer de la
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, teniendo en
cuenta las consideraciones aducidas por el Sr. Tejero y por el
Ayuntamiento en quien no puede menos de reconocerse cierto
derecho de prioridad por la mayor antigüedad de su posesión
y como medio de conciliar todos los intereses, S. M. el Rey ha
tenido a bien resolver: que el ayuntamiento de Jerez conser-
ve la cocina y el claustro alto y bajo con su actual destino de
pajar y granero y sin otra comunicación que la que tienen con
la casa de campo, debiendo además cerrar la ventana que se
ha abierto en el piso alto y que se dé posesión a D. José (sic)
García Tejero del patio de los legos y demás dependencias del
Monasterio… Madrid, 18 de julio de 1876”.
Mateos Gago polemiza en el asunto y escribe una ex-
tensa carta al director del “El Porvenir de Jerez”, que se publica
el 23 de mayo: “Las reliquias de la Cartuja han desafiado por
espacio de cuarenta años, no sólo las inclemencias del tiempo,
sino el abandono de los gobiernos y hasta la avaricia y rapa-
cidad de los negociantes en ladrillos de conventos… ¡Gracias
a Dios! La Cartuja se ha salvado, y tomo la pluma para darme
por ello la enhorabuena, y dársela al pueblo de Jerez, primer
interesado en tan gravísimo asunto”.
Después de un largo recorrido comentando los destro-
zos causados en un monasterio tan justamente celebrado den-
tro y fuera de España”, concluye: “En tal estado la Cartuja con
todas sus dependencias ha sido cedida a la Congregación de

224
Hijas de los Dolores. Yo creo que el establecimiento que han
de montar estas buenas mujeres será compatible con el depó-
sito de caballos; paréceme que allí hay espacio bastante para
que ambas cosas puedan albergarse con entera independen-
cia. Si esto no fuera posible, parece que el Ayuntamiento debe
apresurarse a buscar otro local a propósito para los caballos
sementales. Entre los caballos y un establecimiento benéfico,
teniendo ambos la obligación de restaurar y conservar la parte
monumental del edificio, creo que la elección en favor de las
Hijas de los Dolores no sería dudosa para nadie”.
Hasta el año 77, el Padre Tejero no dará utilidad a la
Cartuja. Tendrá que compartir la vecindad con los soldados.

El cardenal arzobispo de Sevilla, don Luis de la Lastra,


ha muerto. Casi de repente, sin enfermedad aparente, sólo los
achaques de sus setenta y dos años. El 5 de mayo, a las seis
de la tarde. En brazos del obispo de Teruel, su buen amigo y
antiguo penitenciario de la catedral de Sevilla, don Victoriano
Guisasola, que le dio los últimos auxilios espirituales. Se en-
contraban también en la ciudad los obispos de Ávila y Badajoz,
para la consagración episcopal del nuevo auxiliar de Sevilla,
don Manuel González, rector del Seminario, que tendría lugar
dos días más tarde. Después de los funerales, con varios días
de retraso, fue consagrado el nuevo obispo oficiando don Vic-
toriano. Sevilla, sede vacante: El nuevo prelado tardará más de
un año en llegar. En las oficinas de palacio echan apuestas: “El
de Valladolid… el de Valencia… el de Zaragoza”. Y el lamen-
to común: “No tendremos otro ni más prudente, ni más bon-
dadoso”. El cardenal muerto fue muy querido de sus curiales.
Octubre de 1876. Apertura del colegio de Santa Victo-
ria. Madre Dolores pasa todo el mes en Córdoba compartiendo

225
el esfuerzo de sus hijas en la puesta en marcha del nuevo co-
legio. Cuando vuelve a Sevilla le embarga la pena. El invierno
se muestra duro, escasea el dinero, la rifa de lotería con un
despachito abierto en la calle Francos deja casi más pérdidas
que ganancias, en Sevilla hay epidemia de viruelas, llueve lo-
camente y el río amenaza inundaciones…
Escribe a Córdoba:
- Vamos siguiendo la bonanza. Me he encontrado una
deuda enorme, pues de doce a catorce mil reales que se han lle-
vado las loterías y la falta de ingresos de tantas rifas junto a la
que ya venía de muy atrasado hacía un déficit muy respetable.
Dios querrá que se pague pues es la misma misericordia… Hay
32 admitidas, 18 convertidas y 11 penitentes. Viendo que no
tenemos más caudal que deudas me indicaron el Padre y Sor
Dolores Ariza que podría rebajarse el gusto comiendo potaje.
Se me resistía, pero me decidí y después del coro, en el mismo
les hablé y propuse la economía hasta que Dios quisiera. To-
das estuvieron tan prontas a contestar que sí, como todas me
cercaron diciéndome que no me preocupase: que ni manteca ni
nada más que una taza de café y pan era lo que tomarían. Hija
mía, nuestra comida está reducida a lo dicho: por la mañana un
potaje y ensalada al medio día y a la noche un plato. He dicho
que den manteca los martes y jueves además del domingo. Ve-
remos lo que esto dura y cuántas lo pueden resistir…
La epidemia de viruela ha penetrado también, aunque
sin mucha fuerza, en Santa Isabel. Penoso invierno les aguar-
da…

226
Convento de Santa Isabel. Fachada de la Iglesia.

227
Patio de la Casa del Buen Pastor de Córdoba.

Fachada de la Iglesia de la
Casa de Antequera, funda-
ción que data de 1879.

Patio del Hogar-residencia


San Carlos de Málaga,
para niñas en reeducación.
Iglesia de San Pablo de
la Casa de Cádiz, última
fundación en vida de Entrada principal de la Cartuja de Jerez. La fun-
Madre Dolores. dación de una escuela agrícola no prosperó.

228
15. LA FINURA DE MADRE DOLORES

229
230
Rudo invierno. Triste y negro. La epidemia de viruelas
y las inundaciones han lanzado a la calle puñados de pobres
hambrientos que, como en tiempos pasados, se apiñan en torno
al palacio de San Telmo… o del Alcázar sevillano, a la espera
de una limosna. Verán: Sevilla se ha convertido en pequeña
corte. En el Alcázar reside Isabel II con sus hijas Pilar, Eulalia
y Paz. En San Telmo, los duques de Montpensier y familia.
Asentado en el trono Alfonso XII, Isabel II añora volver a Es-
paña. El destierro de París se le hace insoportable: acaricia el
deseo de participar en el triunfo de su hijo. Cosa en la que Cá-
novas no muestra maldito interés: “Vuestra majestad no es una
persona, es un reinado, es una época histórica, y lo que el país
necesita hoy es otro reinado, y otras épocas diferentes de las
anteriores”. Pero la reina está empeñada y Cánovas tiene que
ceder. Llegan a un acuerdo: Regresará a España, pero no podrá
permanecer en Madrid; elegirá como residencia Barcelona o
Sevilla.
Eligió Sevilla.
El 30 de julio de 1876 desembarcó en Santander. La
esperaba su hijo, el rey Alfonso. Tras unos meses de residencia
en el Escorial -nada de acercarse por Madrid- se instala en el
Alcázar sevillano.
Poco después, regresaron también los duques de Mon-

231
tpensier, pero el resentimiento seguía vivo entre ambas fami-
lias. Isabel II no quiso saludar a su hermana y cuñado cuando
llegaron a la ciudad, y prohibió a sus hijas el menor trato con la
familia de su hermana: no podía olvidar las apetencias al trono
del duque y las zancadillas que propinó siempre que pudo para
colocar sobre sus sienes la corona de España. Pero Montpen-
sier busca la reconciliación y lo va a lograr. Cuenta con un
resorte magnífico: su linda hija Mercedes, de quien está per-
didamente enamorado el rey Alfonso XII. Las relaciones rotas
hacía ocho años se hilvanan una tarde que los duques anuncian
visita al Alcázar: besos, abrazos… Al día siguiente, Isabel II
devuelve la visita. Desde ese momento las infantas juegan con
sus primos y primas. El embrujo sevillano ha traído la paz a la
pequeña corte de Sevilla.
En la calle, los pobres.
Invierno negro, también para Santa Isabel.
Madre Dolores se hace pordiosera a la puerta del Alcá-
zar. Recuerda aquellos tiempos en que Isabel II la recibía en
el palacio real de Madrid. Ahora vive igual indigencia, redu-
cida la comida a lo dicho: potaje, ensalada y un plato por la
noche. Es todo lo que ofrece la despensa de Santa Isabel para
comunidad tan numerosa. Esperanzada, solicita audiencia, que
Isabel II le concede el 18 de enero de 1877. Madre Dolores le
otorga el título -es un invento de última hora- de “Protectora
de la Congregación” por los afanes de la reina, diez años atrás,
en favor del edificio del Ángel para el Instituto. La novísima
“protectora” no se siente conmovida por tan honroso título:
no hay limosna. Tal vez porque ahora ha de salir de su propio
peculio. Encerrada en su Alcázar, no visita ningún estableci-
miento público para evitar compromisos. Tan sólo en febrero
visitó el asilo. Isabel II ya no es reina, ya no cuenta con un

232
ministro de Hacienda: no hay limosna. Pero si tacaña es Isabel,
no lo son menos los duques. Triste sistema éste en el que había
que rogar cien veces a los grandes para poder dar de comer a
los pobres.
Llegará la primavera y sonreirán los rostros.
Pero el invierno ha sido crudo, triste y negro.
Ya es hora que el Oratorio cuente con un Padre Prepó-
sito que dirija la marcha del Instituto. Desde que fue destituido
don Evaristo de la Riva, por aceptar la canonjía sin permiso
de la comunidad, la cosa ha ido marchando de forma man-
comunada, sin cabeza visible. El Decreto de Valencia les ha
devuelto su entidad jurídica: el arzobispo difunto, de la Lastra,
les ha dado el templo de San Alberto, y ellos por su cuenta han
comprado una casa contigua. Ya es hora… El 16 de marzo se
reúnen para elegir Prepósito, y la elección recae sobre nuestro
Padre Tejero, a quien no le coge muy de sorpresa. Su candi-
datura corría días atrás de boca en boca por los pasillos. El
14, dos días antes de la votación, el Padre Tejero ha escrito a
Madre Dolores que se encuentra en Córdoba.
- Ando no poco ocupado con los trabajos de cuares-
ma, y pasado mañana viernes tenemos elecciones generales,
creyendo con bastante fundamento que caerá sobre el Padre
García la tormenta y la prepositura.
Y sobre el Padre García Tejero recayó. Por unanimidad
de votos.
La responsabilidad del cargo, y la edad -52 años ya-
aploman el carácter del Padre Tejero. Lo cuenta Madre Dolo-
res en carta a Madre Salud:
- El Padre con ser Prepósito ha ganado, pues va adqui-
riendo la afabilidad y blandura que por carácter no le es propia,
lo cual cae perfectamente sobre su virtud. Está todo dado a la

233
lectura de los anales y a las observancias del Instituto del Ora-
torio, y como esas cualidades son tan sobresalientes en los in-
dividuos que tan eminentemente fueron, está todo uno aunque
sin perder la firmeza de carácter. Yo digo que se le ha puesto
en la cabeza ser SANTO y se sale con ello. Dios quiera que yo
no me quede atrás aunque todavía no he empezado.
El 26 de marzo, lunes santo, Alfonso XII llega a Sevi-
lla. Su corazón no se halla ni en el Alcázar, junto a su madre, ni
en el protocolo oficial que procura cumplir con rigor: inquieto
está tras esas rejas del palacio de San Telmo, donde vive su
primita Mercedes, la de la tez pálida, color rosa de té. “Los
ojos, oscuros y grandes, sombreados por lindísimas pestañas,
el pelo negro como de pura andaluza y la piel mate, suave y
delicadísima, la hacía el prototipo de la garbosa española, a la
vez llena de finura y aristocracia. ¡Linda figura y prestancia
para una reina de España!”. En definitiva, diecisiete años fren-
te a los veinte del rey: un romántico noviazgo que ha cultivado
la leyenda y el romance.

Jerez, la preocupación del momento.


¿Qué se hace con la Cartuja? Después de la insisten-
cia ante el ministerio de Fomento por la posesión y usufructo
de la parte monumental del edificio y tras las polémicas con
el Ayuntamiento jerezano, no se puede abandonar indefini-
damente la Cartuja en manos de un casero. Casi un año ya
de la Real Orden y aún no se ha programado en qué va a ser
utilizada. Existen responsabilidades contraídas: el honor de la
Congregación está por medio. Pero es claro que las madres no
tienen nada que hacer en medio de aquel páramo, lejos de la
ciudad, compartiendo el edificio con un cuartel de caballería,
por muy separadas que estén las dependencias.

234
El Padre Tejero, que es así de testarudo, no quiere dejar
el edificio. Toda su vida es un continuo impulso de corazona-
das: a veces le sale bien, a veces mal. Para la Cartuja ha ideado
un plan, una utilización: la convertirá en una escuela agrícola.
Implica en ello al Padre Juanito, a quien con las prisas no he-
mos presentado, lo haremos enseguida. El Padre Juanito será
el director del “Asilo de Niños Desamparados de la Cartuja”.
Bajo tan rimbombante nombre se encuentra algo más simple y
sencillo: Un cura como director, un grupo de viudos o personas
mayores -herreros, carpinteros, agricultores…- constituidos en
maestros a cambio de sustento y habitación y un puñado de pi-
llastres que andaban sueltos por Jerez. Así se forma este asilo
o escuela agrícola, que tendrá relativo éxito puesto que llegará
a durar unos seis años.
Don Juan Bautista Fernández Santamaría -el Padre Jua-
nito, como familiarmente se le conoce en Sant Isabel es viejo
conocido de las Madres Filipenses. Siendo un chavea, cuando
la Casa de Arrepentidas se encontraba en San José, sirvió de
recadero y otras cosillas y la misma congregación le costeó los
estudios de cura… Para Madre Dolores, Madre Consuelo, Ma-
dre Salud, las antiguas, será siempre Juanito, el Padre Juanito.
Ahora se va a hacer cargo del Asilo de Niños Desamparados
de la Cartuja… un lío. Pero así está escrita esta historia de co-
razonadas y de buenas intenciones.
Aquellas venerables ruinas, recuerdos del famoso ce-
nobio que donara don Álvaro Overtos de Valeto, vuelven a
reanimarse después de tantos años de silencio y abandono.
¿Qué queda de la Cartuja? “Allí no han quedado más que las
paredes, los arcos, las piedras que no han podido llevarse los
incautadores… Lo demás todo fue arrebatado por el huracán
de nuestras desatentadas revoluciones; alguna que otra escul-

235
tura procedente de la Cartuja puede aún gozarse en la catedral
de Cádiz; pero la inapreciable riqueza pictórica que allí exis-
tía y con la que hoy podría ostentar Jerez un museo digno de
una capital, las obras de Murillo, Lucas Jordán, Miguel Ángel,
Leonardo da Vinci, y sobre todos, Zurbarán, desaparecieron
por completo; allá en tierra extranjera, en galerías públicas y
privadas de Francia e Inglaterra pueden contemplarla los cu-
riosos, porque los listos incautadores las vendieron por una co-
pla, según frase del viajero inglés Enrique O’Shea, para honra
y gloria de la España incautadora”. Esta larga frase es de Ma-
teos Gago, quien me descubre que ya en tiempos de los monjes
existían precedentes de una escuela agrícola bajo los mismos
muros de la Cartuja. “Ni se contentaban -cuenta ponderando la
actividad y generosidad de los monjes- con el socorro diario de
cuantos necesitados llegaban a sus puertas, sino que también
era los protectores perpetuos del Hospicio de esa ciudad, man-
teniendo además dos asilos dentro de los muros de su monas-
terio; uno para asistir, con el esmero que ellos sabían, a doce
ancianos, y otro para que un maestro, con pingüe dotación,
educara en la primera enseñanza, y diera lecciones de agricul-
tura a treinta niños pobres, que la casa costeaba y mantenía por
espacio de cinco años”.
Algo así anima en su corazonada al Padre Tejero: pri-
mera enseñanza y lecciones de agricultura para los chavales de
los alrededores. Poner habitable tan grande monasterio tanto
tiempo desolado no es empresa fácil para bolsillo tan esquil-
mado: los muros sin ventanas, las habitaciones sin muebles
ni camas, las camas sin colchones ni mantas… El Padre Te-
jero publica una hojilla que mueva los corazones de los je-
rezanos: “Rogamos y suplicamos a todos a que coadyuven a
esta grande obra de misericordia, que tratamos de dispensar
a tantos jóvenes desvalidos y perdidos, como hay por todas

236
partes, contribuyendo con sus limosnas en efectivo, ya sea por
una vez, o por medio de suscripciones, ya remitiendo algunos
comestibles, o ropas de uso, o comprando de los artículos que
se elaboran, pues, como es fácil comprender, el mal estado del
edificio, el arreglo del establecimiento, el vestir y dar de comer
a estos infelices, los gastos que ofrecen la escuela y los mate-
riales para trabajar en los distintos oficios, a que los jóvenes
han de dedicarse, exigen dispendios de consideración…”.
Y la obra se pone en marcha.
Con ayudas del Ayuntamiento, socios protectores, rifas
en la Feria de la Alameda Vieja y la venta de los productos
agrícolas por ellos mismos cultivados, el Asilo de la Cartuja
se mantiene durante algunos años. Llegó a tener hasta unos
cincuenta chavales internos, la mayoría de ellos huérfanos o
abandonados, y clases nocturnas para adultos que vivían en los
contornos, pero la crisis económica daría al traste con una obra
bien hermosa por cierto, pero mal planteada.
En 1833, el Padre Juanito se rajó.
En 1884, el Padre Tejero devolvía las llaves de la Car-
tuja al Ministerio de Fomento. Se hizo cargo del edificio el
gobernador de Cádiz.
En el Colegio de Jerez se empiezan a notar las apretu-
ras.
Las matrículas no aumentan y económicamente no es
rentable. Madre Salud se siente incómoda. En la tradición de la
Congregación se ha conservado el dicho de que Jerez se portó
mal, mezquinamente, con el Colegio. Por eso se cerró.
En parte es así.
Sólo en parte…
Vamos a contar lo que sucedió, por qué no.
En octubre de 1875 -por tanto, un año después de la

237
apertura del colegio de las Madres Filipenses- se establecen
en Jerez unas religiosas francesas, Hermanas del Santo Ángel,
que abren colegio en el edificio dejado por los padres jesuitas
que se han trasladado al Puerto de Santa María.
Estas religiosas no son nuevas en Andalucía. Poseían
dos colegios, uno en Puerto Real, fundado en 1864, y otro en
Sevilla, en 1868. No son nuevas, ni caídas del cielo, pero ha-
cen la competencia.
Comanda a estas religiosas su fundador Padre Ormières,
que realiza frecuentes visitas a Andalucía. Por Sevilla los cu-
ras le decían “el francés”. El primero colegio que abrieron en
Sevilla se encontraba en una casita de la calle Mármoles. Allí
estuvieron hasta que, en 1872, miren por donde, se trasladaron
al convento de San José, que había sido abandonado en 1869
por nuestras Madres Filipenses. El Padre Ormières pagó sus
buenos miles de duros a don Valentín de Toro y se hizo del
convento.
Ahora, también en Jerez. Y con mejor predicamento
ante la buena sociedad jerezana. De lo cual no tienen culpa
“el francés” y sus hijas. Pero así fue y así hay que contarlo.
Madre Salud se siente incómoda y pide a gritos un traslado de
colegio. Lo que sucede en 1879, con mudanza de personal y
mobiliario a Antequera.
Volvamos a 1877. Contiguo al Colegio de Jerez, en la
calle de las Escuelas, existía una obra del jesuita Padre Barra-
do, llamada “Casa de Preservadas” y llevada buenamente por
tres señoras. Una puerta interior comunicaba el colegio con
esta casa, y las Madres Filipenses, en los ratos libres, solían
ayudar en lo que podían. Entre las preservadas había niñas des-
de la más tierna edad hasta bien mocitas. No debía funcionar
muy bien la casa cuando el Padre Barrado solicitó a las Madres

238
Filipenses se hicieran cargo de la institución.
- El Padre Barrado está fatigado con la casa llena de
preservadas y anda buscando local. Trabajo le costará hallarlo
y personal que le sirva, pues ya sabe que no se le puede dar
-escribía una vez desde Jerez el Padre Tejero a Madre Dolores.
También contaba en la carta que había encontrado en
Cádiz una magnífica profesora de francés. ¡Ay, el colegio y sus
competencias! El Padre Barrado le ofrecía algo mucho más
acorde con la finalidad del Instituto, pero en aquel momen-
to todas las energías estaban puestas en salvar el colegio, con
profesora de francés incluida, competente, que dé prestigio…
“El Padre Barrado ya sabe que no se le puede dar personal”.
¡Lástima! Fue una ocasión perdida.
El Padre Barrado no queda inactivo. En Jerez ha encon-
trado nueva casa en la Callejuela del Teatro, y de Madrid lle-
gan unas religiosas, las del Servicio Doméstico, que se harán
cargo de las niñas.
El primero de junio de 1877 llega a Jerez la Madre Vi-
centa, fundadora de las Hermanas del Servicio Doméstico, con
cuatro novicias. Y se hacen cargo de la obra del Padre Barrado.
Ocasión perdida del Padre Tejero.
El 16 de abril, “La Correspondencia de España”, perió-
dico madrileño, ha dado una noticia que afecta a Sevilla: el rey
rubrica un decreto presentando para el arzobispado de Sevilla
al señor Lluch, obispo de Barcelona. “La corres”, como popu-
larmente se le llamaba, o “el gorro de dormir”, porque nadie
se acostaba sin leerlo, anunciaba también otros cambios epis-
copales. Entre ellos, el obispo auxiliar de Sevilla, don Manuel
González pasaba a la diócesis de Jaén… En junio, el señor
Lluch es preconizado por la Santa Sede y el 4 de octubre ya lo
tenemos en Sevilla. ¿Cómo es el nuevo arzobispo? El Boletín

239
y la prensa de la ciudad publican breves reseñas biográficas.
Fray Joaquín Lluch y Garriga nació en Manresa sesenta y un
años antes. Fraile carmelita calzado en Barcelona, marchó a
Francia e Italia cuando la exclaustración de 1835 donde ter-
minó sus estudios de filosofía y teología. En Luca, Toscana
italiana, ejerció su profesorado en humanidades y filosofía. Si
una revolución lo alejó de España, una revolución lo expulsará
también de Italia. En 1847 vuelve a España y se establece en
Barcelona. Le hicieron obispo de Canarias, y sucesivamente
de Salamanca, Ciudad Rodrigo y Barcelona. Cuando llegó a
Sevilla, 4 de octubre de 1877, traía una vejez prematura…
Ese 4 de octubre, Madre Vicenta visita de nuevo Jerez
para seguir la marcha de su nueva fundación… (Desde el 25
de mayo de 1975 ya está inscrita en la letanía de los Santos:
“Santa Vicenta María López y Vicuña”. Para nosotros, fami-
liarmente, seguirá siendo Madre Vicenta. La Madre Vicenta
que conoció Madre Dolores en el Madrid de 1867, la Madre
Vicenta que; ya fundadora, a sus treinta años, viene al conven-
to de Santa Isabel invitada por Madre Dolores…).
Madre Vicenta, de vuelta a Jerez camino de Madrid, se
detiene en Sevilla a saludar al nuevo arzobispo. Su residencia
no puede ser otra que el convento de Santa Isabel… Madre
Dolores, Madre Vicenta: dos fundadoras, dos amigas de an-
taño. Se saludan de nuevo. Pero quiero que sea la pluma de
Madre Vicenta la que relate los pormenores de esta jornada:
- Al llegar a la estación de Sevilla nos abrió la puerta un
criado de las Filipenses y en el andén estaba una de las Madres
con una Sra.; tenían preparado un coche particular y entramos
en él dirigiéndonos a la casa… donde nos recibió la Madre
Dolores con mucha alegría y afectos; después de descansar un
poco, instarnos a tomar algo, etc. la recorrimos; es un convento

240
viejo pero muy capaz y todo con mucho orden y esmero; luego
se prepararon dos de las Madres y nos acompañaron a Palacio,
que tiene un salón de lo más grande que yo he visto. S. E. es-
tuvo muy fino… de allí fuimos a la catedral, que es magnífica
por todos estilos, y luego a las Cuarenta Horas, que estaban en
la iglesia que tienen los Padres de la Compañía; estaba devotí-
simo y allí hicimos el examen, volvimos a casa a la una y luego
fue la hora de la comida, que tomamos en el refectorio con la
comunidad, cuyo acto me ha gustado mucho por la gravedad
y edificación que se ha guardado; después hemos ido todas al
Coro a hacer una visita al Santísimo y hemos estado al recreo
con estas buenas Madres; las hay muy edificantes…
Al día siguiente, Madre Vicenta y su acompañante mar-
charon a Madrid. En otra carta cuenta:
- Me ofrecieron hospedarme con toda la finura que les
distingue.
La finura de Madre Dolores…

Mercedes, la de tez pálida, color rosa de té, diecisie-


te años, ojos oscuros y grandes… el romance se acerca. Este
invierno no es tan triste como el anterior. Sevilla vibrará en
fiestas con la presencia del rey. Diariamente se escriben el rey
y la que ya, aunque no oficialmente, es su novia. Isabel II, re-
cluida en el alcázar sevillano, no puede disimular su encono.
No le resulta agradable sentirse relegada a un segundo plano
después de haber sido tantos años reina de España, y ahora,
tras la presunta boda, en igualdad con el duque. Desasosegada
escribe: “El casamiento con la hija de Montpensier no lo pue-
do aprobar, no porque la chica no sea buena, sino porque no
quiero nada en común con Montpensiera…” Es tarde, Isabel
II: Esta vez el corazón de un rey joven ha triunfado sobre la

241
razón de Estado. En esto Isabel II, madre, debería mostrar una
mayor indulgencia, que a ella por razones de estado la casaron
ya sabemos con quién… Un día de noviembre, bruscamente,
Isabel II viaja a París donde recluye su pena en el palacio de
Castilla, su hogar de destierro.
El 7 de diciembre, víspera de la Inmaculada, una comi-
sión presidida por el duque de Sesto y Marqués de Alcañices
se destaca a Sevilla para pedir la mano de la infanta. En el sa-
lón de audiencias del palacio de San Telmo, el duque de Sesto
lee la carta del rey Alfonso XII a su tío el duque de Montpen-
sier: “Después de meditar por mí propio el asunto con todo el
detenimiento que su importancia merece, y oído mi Consejo
de Ministros, he resuelto, etc., etc.… y siéndome tan conoci-
das las altas prendas que adornan a la Infanta de España doña
María de las Mercedes de Orleáns y Borbón, hija vuestra y mi
prima, no he titubeado en elegirla por esposa…”. Una pulsera
de oro, rubíes y brillantes, es el regalo del rey. a Montpensier le
tintinean las pajarillas y le sudan los bigotes. Envía el siguiente
telegrama al rey: “Alcañices desempeñó admirablemente su
comisión y sale mañan, domingo, para Madrid, llevándole las
contestaciones más favorables; todos rebosando en alegría, y
más que nadie tu respetuoso tío, que tanto te quiere…”. El
ladino duque se ha salido con la suya: si él no reina, reinará
su hija. “Rebosando de alegría”, lógico. En París, Isabel II se
muerde las uñas.
Sevilla es una fiesta. Llegó el rey el 22 de diciembre
y no se marchó hasta el 9 de enero. Fuegos de artificio, to-
ros, teatros, regatas, carreras de caballos… El 10 de enero de
1878 se reúnen las Cortes para reconocer oficialmente de boca
de Cánovas la boda real. Hubo algunas voces discrepantes.
Don Claudio Moyano, que se pronunció contra la boda, quiso

242
distinguir el factor político del sentimental: “La infanta doña
Mercedes -dijo- está completamente fuera de la cuestión: los
ángeles no se discuten”. Las Cortes aprueban la boda por abru-
madora mayoría…

“A 23 de enero
se casa el rey
con su primita hermana
mira qué ley”

se canta en los corros.


Mercedes, diecisiete años, la de tez pálida, color rosa
de té, ya es reina de España.
Los ángeles no se discuten.

243
244
16. EL PADRE TEJERO ¿DÓNDE ESTÁ?

245
246
No todo es sosiego en la Congregación.
Lentamente, a partir de este momento, en espiral ascen-
dente, casi imperceptible, algo se cuece entre las más antiguas
-algunas, no todas- respecto a Maddre Dolores.
El historiador lo nota fácilmente. Y le fastidia no poco.
Comienzan a faltar papeles. Encuentra otros mutilados.
Sabe que muchos han sido quemados, imprescindibles
para la exacta comprensión de la historia.
¡Mecachis! La hicieron buena aquellas queridas Ma-
dres que, para salvar el honor de Madre Salud o Madre Con-
suelo, quemaron en desvelos nocturnos cartas y documentos
de la Congregación que hubieran resultado preciosos en estos
momentos.
Flaco favor le hicieron a Madre Dolores.
Y a la Congregación.
Vamos a caminar en tinieblas de ahora en adelante.
En tinieblas de saber por qué si hasta aquí ha sido tan
querida de sus hijas Madre Dolores, poco a poco pierde sua-
fecto.
En definitiva, por qué pretenden sustituirla.
Madre Dolores, sesenta y un años…
Ya ha doblado la raya donde la madurez da paso a una
prematura senectud; su pelo rubio asoma ya en plata. Pero Ma-

247
dre Dolores no ha perdido vigor: lucha con fuerza por mante-
ner en pie Santa Isabel y las nuevas fundaciones.
¡Qué sola en la lucha!
Las nuevas fundaciones exigen más y mejores voca-
ciones. Y Santa Isabel, con 72 arrepentidas en 1878, tiene un
presupuesto de miles de reales que no se cubren con las rifas
ni con los donativos.
El Padre Tejero, ¿no acude?
Un momento: he de reseñar tres necrológicas impor-
tantes.
7 de febrero de 1878…: Pío IX ha muerto. Le tocaron
los años turbulentos del fin del poder temporal. Pérez Galdós
lo califica de Papa muy salado y no le falta razón. Cuenta que
había en Roma un cardenal encargado de la censura de una se-
veridad despampanante. Un poeta italiano llevó una oda para
que le autorizasen su publicación. El cardenal censor la leyó
atentamente y negó el exequatur mientras el autor no cambiase
una palabra en sus versos.
- ¿Qué palabra, señor? -preguntó el poeta.
- El adjetivo angélica que usted lo aplica a una mujer
hermosa; semejante calificativo sólo puede darse en los espíri-
tu puros, ángeles del cielo.
- ¿Y qué palabra pongo?
- Para pintar la hermosura de la mujer hay muchos y di-
ferentes términos, por ejemplo: puede usted decir que fulanita
es armónica, y no se meta usted con los ángeles.
No había discusión posible. Como el poeta quería ver
su oda en letras de molde, accedió al cambio: publicó la com-
posición donde sse decía que una tal Laura era la damisela más
armónica que se conocía en Italia.
Al enterarse del suceso, Pío IX se partía de risa. Una

248
tarde salió de paseo por Roma acompañado por el tal cardenal
censor. El cochero pregunta al Pontífice qué dirección ha de
tomar.
- A la porta Armónica -respondió con voz potente el
Papa.
El cochero quedó suspenso. No conocía tal puerta. El
Papa le sacó de dudas ante la perplejidad del cardenal censor.
- Antes decíamos la puerta Angélica, pero monseñor no
quiere que digamos angélica, sino armónica.
A Pio IX le sustituyó el enjuto, todo huesos, León XIII,
ilustradísimo y de extraordinario talento político.
23 de abril… Muere en Sevilla el Padre Torres Padilla,
fundador con Sor Ángela, de las Hermanas de la Cruz. La pla-
cita de Santa Marta, donde vivía, es un lugar privilegiado para
subir al cielo. A su lado estaba el Padre Tejero, su confesor,
que recibió del enfermo varios encargos y el sitio donde esta-
ba la caja con los pobres ornamentos sacerdotales que debían
servirle de mortaja. A las once y cuarto de la mañana murió. El
Padre Tejero recitó las preces de rigor junto a otros sacerdotes
que se hallaban en la habitación. Después salió y anunció a las
Hermanas de la Cruz que aguardaban fuera la triste noticia. Ha
muerto el “santero” de Sevilla. A su cabezal, su confesor Padre
Tejero.
27 de junio… Tres días antes, por San Juan, unos caño-
nazos anuncian en Madrid el cumpleaños de la reina Merce-
des: dieciocho años. Pero Madrid vive días de inquietud y des-
asosiego: presiente el final, lo sabe. Tifus. La niña color rosa
de té ha muerto. España entera la llora. En Sevilla, se monta un
funeral en la catedral al que acude toda la ciudad: Llorosa por
esta niña que, aunque no había nacido en Sevilla, era sevillana
por su juventud y su gracia. Con palabras patéticas, el canóni-

249
go don Servando Arbolí, desde el púlpito del Espíritu Santo,
pronunció la oración fúnebre.

Era flor de virtud, joven y bella.


Yo, viejo inútil, vivo…
¡Quién fuera digno de morir por ella!

en sencillos versos del poeta Hartzenbusch.

El padre Tejero, ¿no acuda?


Se nos quedó en suspenso esta pregunta.
El Padre Tejero no tiene remedio: está apunto de fundar
un nuevo Instituto religioso.
¿Otro? ¡Qué valor?
Me he preguntado reiteradamente qué motivos impul-
saron al Pare Tejero a la fundación de una nueva congregación
religiosa, y no he logrado respuesta satisfactoria. Santa Isabel,
después de tantos años, se halla precario de vocaciones y de
dinero. Las vocaciones que de ahora en adelante reciba el Pa-
dre Tejero o él fomente, ¿hacia dónde las conducirá? ¿Y las
limosnas?
Lo cierto es que fundó. Y ahí está la nueva Congre-
gación, Hermanas de la Doctrina Cristiana, para gloria de la
Iglesia.
Empeñado estaba el Padre Tejero en resucitar de nuevo
sus antiguas “Congregaciones catequistas” que tanto éxito tu-
vieron antes de la revolución del 68 en toda la diócesis y con
las que ganó el cariñoso calificativo de “cura de los corrales”.
Pero los tiempos han cambiado: piensa que sin una dedicación
exclusiva, ligada por votos, será difícil llevar el empeño ade-
lante. Cuenta con la mujer idónea, Mercedes Trullás, dirigida

250
suya y dispuesta a la aventura. Don Marcelo Spínola, párroco
de San Lorenzo, paga en la calle Guadalquivir la renta de un
piso durante un año. El 13 de septiembre de 1878, aparece en
el Boletín del Arzobispado la noticia de la nueva Congrega-
ción y los objetivos que persigue:
- Dar instrucción religiosa y primaria gratuita a los po-
bres en todas partes.
- Moralizar a sus semejantes, separando a unos de las
redes del pecado, y preservando a otros para que no se vean
seducidos.
- Preparar a los pobres a recibir los santos sacramentos.
- Buscar colocación a los huérfanos desvalidos, o a lo
menos algún amparo en los establecimientos, talleres o casas
particulares.
- Facilitar los documentos necesarios a los pobres ex-
traviados, que deban recibir el sacramento del Matrimonio.
- Propagar por todas partes las buenas lecturas.
- Socorrer en las necesidades extremas y especialmente
en la hora de la muerte, haciendo que reciban los santos sacra-
mentos.
- Poner pequeñas escuelas nocturnas en las casas gran-
des de vecindad, con el fin de que se instruyan los adultos que
no pueden a otras horas.
- Auxiliar a los párrocos…
En definitiva, sumergirse en el submundo de los corra-
les de vecinos y realizar por amor de Dios una asistencia de
todo tipo.
El 23 de septiembre una pequeña patrulla de chavalas,
encabezadas por Mercedes Trullás, ya mayor, viuda, se reúne
en torno a un altarcito del piso de la calle Guadalquivir. Toma
la palabra el Padre Tejero.

251
- Alabo a Dios en este día, en esta hora en que precisa-
mente se cumplen diez años en que la revolución me arrojó de
Sevilla. El cielo compensa el sacrificio de entonces con el gozo
de poner la primera piedra en el edificio que, para su gloria, se
va a edificar…
Seguidamente procedió a la toma de hábito de la su-
periora, la sentó junto a sí y las demás Hermanas le prestaron
obediencia. Por ahora no usarían por la calle ni en los corrales
la toca; vestirían el manto largo con velo de luto.
Y comenzó la experiencia del nuevo Instituto.
El Padre Tejero, feliz.
No tiene remedio.
En Madrid, en la calle de la Bola, número 7, se halla la
residencia de las Hermanas del Servicio Doméstico. Aquel 16
de noviembre había un movimiento especial como queriendo
dejar la casa más lustrosa si cabe. Madre Vicenta, en su despa-
cho, escribe carta a su padre:
- Estamos esperando a la Madre Fundadora de las Fi-
lipenses, que viene con una Hermana a pagarme la visita que
el año pasado les hice en Sevilla, así que aquí anda todo el
mundo con una variedad y abundancia de ocupaciones que no
da lugar a ningún esplín. ¡Bendito sea Dios!
¡Y bendita Madre Vicenta que cree que Madre Dolores
viaja a Madrid en visita de cumplido! En esto el Padre Tejero
es más explícito:
- Ayer nos despedimos porque irá a Madrid a buscar
recursos para poder vivir -escribe a Madre Salud.
Exacto: para poder vivir.
Madre Dolores se convierte una vez más en mendiga de
la corte. Le acompaña Madre Luisa. No es agradable circular
de despacho en despacho, esperando un puñado de reales que
sobren de cualquier presupuesto escondido. Madre Dolores

252
sabe de las dificultades con que se ha de topar. En Madrid reina
un Borbón y el panorama -las caras vienen a ser las mismas-
no es muy distinto de aquel Madrid de once años antes que ella
conoció bajo el reinado de Isabel II.
Para poder vivir, mendiga de la corte.
El 25 de noviembre la recibe en audiencia el rey Al-
fonso XII. Estaba presente la infanta Isabel que, ya viuda del
conde Girgenti, había sido proclamada princesa de Asturias.
El rey no podía ocultar su profunda tristeza: llevaba el luto
de Mercedes prendido en el corazón. En canciones de corro,
ingenuas y candorosas, los niños madrileños acompañaban el
dolor de su rey:

- ¿Dónde vas, Alfonso Doce,


dónde vas, triste de ti?
Voy en busca de Mercedes
que ayer noche no la vi.

El rey entregó a Madre Dolores cuatro mil reales para


las Arrepentidas, lo que supuso el primer respiro.
Pero no es suficiente. Ochenta arrepentidas engullen
mucho y los inviernos son largos y fríos en Santa Isabel. Ha-
brá de seguir mendigando para cubrir también los huecos de
las fundaciones de Córdoba y de Jerez.
Jerez, menos. El colegio de Jerez se cierra y se trasla-
da a Antequera. “Mucha pena me da dejar Jerez. Tendré que
recurrir a lo que San Ignacio decía, que un cuarto de hora de
oración le bastaba para conformarse que era voluntad de Dios
que se disolviera la Compañía”. Esta frase honra a Madre Do-
lores que, en otro momento, lanza este desahogo: “Siento tener
que abandonar esa población que, aunque tan ingrata para no-
sotras, fue punto de esperanza”.

253
Está ya decidido: para la primavera próxima se cierra el
colegio de Jerez y se abre en Antequera.
Pero aún debe seguir en Madrid hasta que la bolsa se
llene un poco más. La marcha de la Congregación está en sus
hombros, ahora más que nunca. Carga que le apena, le hace
sufrir.
El 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, cae enferma.
Anginas. Ocho o diez días en la cama, atendida esplendoro-
samente por Madre Vicenta y sus hijas. “Esta comunidad es
ejemplarísima”, escribe Madre Dolores a Sevilla. Pero se le
nota en sus cartas un dejo de tristeza porque ha de pasar la
Navidad lejos de su casa. El Padre Tejero la consuela dándole
buenas noticias:
- En casa nada ocurre particular, han entrado algunas
limosnas y pasarán, Dios mediante, unas pascuas regulares.
Tendrán sus maitines a medio tono y después su misa del gallo,
y no faltará lo correspondiente a estos días.
El 1 de febrero de 1879 ya se encuentra de vuelta en
Córdoba. Antes de aparecer por Sevilla gira visita a Antequera
para ultimar detalles de la nueva fundación. Trae de Madrid la
bolsa repletita. Se ha cubierto el invierno: uno más.
El Colegio de Jerez se cerró sin demasiados traumas.
Las dificultades económicas, la competencia de las francesas
del Santo Ángel y el carácter voluble de Madre Salud, motiva-
ron esta medida de gobierno. Triste medida… en Jerez queda el
Padre Juanito, escoltando en La Cartuja esa experiencia nueva
de la escuela agrícola. En Antequera aguarda a las Filipenses
una casa hermosa donde reemprender de nuevo la marcha. En
realidad fue un cambio de domicilio: tanto el mobiliario esco-
lar como la comunidad jerezana mudó de un colegio a otro.
El 15 de marzo tuvo lugar la inauguración de Anteque-

254
ra. Y con no poco jolgorio. Al bajar Madre Dolores y demás
religiosas de los carruajes, una banda de música entonó el am-
biente. La primera vez, desde la fundación, que se las recibe
así: a bombo y platillo. Saludos a la autoridad municipal, sa-
ludos a los condes de Colchado, saludos a la señorita Carmen
Moreno.
El Colegio está situado en la calle de los Tintes, en el
antiguo convento de las Agustinas Descalzas, las “Recoletas”,
que lo abandonaron cuando la exclaustración. Construyeron
este edificio los jesuitas con miras a establecer un colegio que
no pudieron terminar porque les pilló la expulsión de Carlos
III. El templo, de una sola nave con bóveda cortada por ar-
cos fajones, amplias tribunas y coro alto, es típicamente je-
suítico. Al quedar deshabitado el edificio, las “Recoletas” se
trasladaron a él porque el suyo, situado en la esquina frente al
de Madre de Dios, estaba en ruinas, y allí estuvieron hasta la
exclaustración en que se unieron con las Agustinas ermitañas
de Madre de Dios. El edificio de la calle de los Tintes pasó a
propiedad particular hasta que, en 1878, fue comprado por los
condes de Colchado y la señorita Carmen Moreno para la fun-
dación del colegio de las Filipenses.
Carmen Moreno, perteneciente a la alta alcurnia an-
tequerana, había organizado con otras señoras un colegio de
niñas. Pronto se dieron cuenta de la necesidad de encomendar
la empresa a una comunidad religiosa. A través de su confe-
sor, amigo del Padre Tejero, Carmen Moreno trabó contacto
con las Filipenses. Un par de reuniones en Córdoba con Madre
Dolores y se llegó a un acuerdo. Carmen Moreno embarcó en
el asunto a los condes de Colchado, y ambos compraron el
antiguo colegio de las Recoletas que, aunque en mal estado
de conservación, serviría como inicio de la presencia de las

255
Filipenses en Antequera.
El colegio comenzó sus clases.
De superiora, ay, Madre Salud.
El Padre Tejero no pudo asistir a la inauguración del
colegio. Los sermones de cuaresma, sus responsabilidades
como Prepósito del Oratorio y los desvelos por su nueva con-
gregación religiosa, le impiden viajar con la facilidad de antes.
Piensa que Santa Isabel está en buenas manos, las manos de
Madre Dolores, pero sus ausencias se hacen sentir. En el fondo
no ocurre nada, porque el Padre Tejero no abandonará jamás
a sus filipenses, pero intuyo como un cierto cansancio, un fu-
gaz alejamiento, como un deseo inconsciente de ocultar esa
“pillería” que se le ha ocurrido a la vejez: fundar una nueva
Congregación religiosa y no decir nada, no consultar, a sus
religiosas. De hecho, y esto es constatable en los papeles que
nos han quedado, en las cartas del Padre Tejero a Madre Dolo-
res, sólo de pasada y en contadas ocasiones menciona noticias
de la nueva Congregación. Existe un silencio intencionado que
no puedo calificar por falta de elementos de juicio. Pero una
cosa es cierta: el Padre Tejero no mezcla nunca jamás los asun-
tos de una y otra congregaciones. Son mundos aparte; cuando
se sumerge en uno, el Padre Tejero no se encuentra en el otro.
Las Hermanas de la Doctrina Cristiana van a cumplir su
primer año. Viven de prestado en una casa de la calle Guadal-
quivir, pagado el alquiler por el párroco de San Lorenzo. Es un
año sereno, sin grandes acontecimientos, en la vida de aquella
pequeña comunidad: el 5 de abril entra una cordobesa, sale
otra por incompatibilidad de caracteres; organizan una clase
nocturna para jóvenes en una habitación de un corral de ve-
cinos, costeada también por don Marcelo, párroco de San Lo-
renzo; las llevan a misa los domingos y las mayores se resis-

256
ten; arreglan los casamientos de conciencia; se cuelan por los
corrales… el año se acaba. Don Marcelo ya no es párroco de
San Lorenzo: el cardenal Lluch lo ha nombrado canónigo. Las
Hermanas tienen que vivir y los recursos son escasos: abrieron
un colegio de pago y se establecieron en San Juan de la Palma.
Se acerca el invierno. Un invierno más. ¿Quién irá a
Madrid a solicitar recursos para vivir? Esta vez Madre Do-
lores envía a las “manchegas”. Llamaban así a Madre Jesús
Lara Prieto y Madre Teresa Lara García, primas hermanas y
naturales de Solana, Ciudad Real. La primera entró en la con-
gregación el año 1867; su prima lo hizo en 1872. Las manche-
gas van a Madrid, como el año anterior fue Madre Dolores, “a
buscar recursos para poder vivir”. Se hospedaron en la calle
de la Bola, en la residencia de las Hermanas del Servicio Do-
méstico.
Y comienzan el peregrinaje.
Visitan en primer lugar al cardenal Moreno, arzobispo
de Toledo, para que les firmara el permiso de peregrinaje.
- Bien podía el señor arzobispo de Sevilla cuidar de esa
casa que no es tan pobre su renta, porque aquí no pueden con
tantas cosas -refunfuñó el cardenal. Y escribió sobre el permi-
so que traían de Sevilla unos renglones con su autorización.
Mare Jesús no se arredra. Ya en la puerta, a punto de
despedida, le dice:
- Si en el tiempo que estamos en ésta tiene algún lega-
do, ¿nos dará algo?
- Me alegrará mucho si puedo hacer algo -les contestó
el cardenal.
El obispo de Ávila, Padre Carrascosa, antiguo filipense
y amigo del Padre Tejero, se encuentra en Madrid y gusto-
so dará algunas cartas de recomendación. Las van a necesitar

257
nuestras queridas manchegas. Después de las primeras cami-
natas, escriben sus impresiones a Madre Dolores:
- Mi querida Madre, que lleva el peso sobre sus hom-
bros y tiene que dar la cara en todo… está todo tan malo que no
debíamos pensar en pedir por aquí porque todos están llenos
de suscripciones para la beneficencia…
Con la recomendación del obispo de Ávila visitaron al
obispo Benavides, patriarca de las Indias, que les dio algo aun-
que no mucho. Del señor Guerola, antiguo gobernador civil de
Sevilla, no sacaron nada, y para colmo, en Murcia, se desma-
dra la naturaleza y todas las atenciones del gobierno se dirigen
a solventar las necesidades creadas por aquellas inundaciones.
Escribe desconsolada Madre Jesús:
- Por 300 reales hemos subido más de 12.000 escaleras
de modo que con los 800 que dije, tengo 1.100 reales. Ten-
go también tormento porque Madre Teresa se cansa mucho y
luego dice que tiene punzadas. A mí Dios me tiene tan fuerte
que lo que siento es trabajar sin frutos. NO quiero que usted se
disguste con esta carta, bien sabe usted que yo no sé decir más
que la verdad…
Y para que la verdad no quede en entredicho, escribe
esta postdata:
- Supongo que al decir 12.000 escaleras comprenderá
que no puede ser sino escalones.
La terrible inundación de Murcia en la noche del 14 al
15 de octubre creó una conmoción tremenda en toda España.
Numerosas familias perecieron arrastradas por las aguas. Una
catástrofe tan terrible no se conocía en aquella zona desde que
se rompió el pantano de Lorca en el siglo XVIII. Inmediata-
mente comenzaron los auxilios de socorro y las suscripciones
en toda España. El arzobispo de Sevilla abrió una suscripción

258
en la diócesis con 2.000 reales. El Padre Tejero y los padres
del Oratorio se sumaron a ella con 500 reales. De todos los
puntos de la geografía española llegaron donativos y víveres
no sólo a Murcia, sino también a Alicante y Almería, afectadas
igualmente por las inundaciones. Ante este panorama, pocas
perspectivas de éxito tenían en sus peticiones las manchegas.
Mala suerte.
A la catástrofe de Murcia se unió la boda del rey. Aún
perduraban las tómbolas y cuestaciones pro damnificados
cuando el rey Alfonso casó de segundas con la archiduquesa
doña María Cristina de Habsburgo-Lorena. El 29 de noviem-
bre, el Patriarca de las Indias desposó a los monarcas en la
basílica de Atocha.
La aristocracia madrileña, por lo que pueden ver, estaba
muy ocupada con tantos acontecimientos como para atender a
dos monjitas pedigüeñas. Que no son las únicas. Por la corte
pululan todo el año, y los aristócratas se las sacuden de unos a
otros como moscas molestas.
La reina Isabel II, que ha venido de París para la boda
de su hijo, les ha prometido por medio de su secretario 400
reales. Madre Dolores debe solicitarlo por carta desde Sevilla.
- La cartita de la reina, que venga pronto, por Dios -es-
cribe presurosa Madre Jesús.
El obispo de Ávila les da la enésima recomendación:
una tarjeta para la condesa de Montijo…
- Nos las prometimos felices. Estaba agonizando y creo
que habrá muerto. Es la madre de la emperatriz de Francia, de
modo que dije, todo sea por Dios.
Volvieron a Sevilla. Hasta seis mil reales llegaron a re-
unir después de mucho patear por todo Madrid estas buenas
manchegas. Todo sea por Dios.

259
Y llega el preciso instante en que a uno le viene una pí-
cara satisfacción. No es fácil escribir la presente historia cuan-
do ha habido un decidido interés en borrar las huellas de sus
momentos estelares. Papeles quemados, rotos, mutilados…
para que ante la posteridad aparezcan nítidas y refulgentes las
biografías de Madre Salud y Madre Consuelo. Todo lo que re-
sulte en detrimento de ambas religiosas… fuera, al fuego eter-
no. Por eso digo que me ha entrado una pícara satisfacción. A
la audaz censura se le ha escapado una carta del Padre Tejero
dirigida a Madre Consuelo que hubiera merecido los hono-
res del fuego. Cosas que pasan. Siempre queda una huella, un
resquicio -no hay crimen perfecto, que se dice en las novelas
detectivescas-; de ahora en adelante, en los momentos estela-
res, más pareceré un detective que intuye intenciones que un
historiador. Esta carta lleva fecha de 4 de diciembre de 1879. Y
la envía a Córdoba donde Madre Consuelo está como superio-
ra del colegio. Otra carta, de Madre Dolores dirigida a Madre
Salud, aparece mutilada del primer pliego y del último. Por el
contenido de la misma se deduce que está fechada en enero
de 1880, y tan significativos son los pliegos que faltan como
ciertas frases del pliego segundo que, afortunadamente, han
escapado a la censura.
La crisis que culminará en 1886 con la destitución de
Madre Dolores como Prepósita General comienza a fraguarse
por este tiempo. Más por parte de Madre Consuelo que por
parte de Madre Salud, y no de una manera consciente: estoy
convencido de que no existe premeditación. Todo es más sim-
ple, más humano, al tiempo que más complejo. El desafecto
se mezcla con el cariño y la piedad. Se viste de piedad, diría
más bien. Y la destitución se motiva por achaques e incompe-

260
tencias.
Para incompetencias, Madre Salud y Madre Consuelo.
Las cartas vienen a ser como un pequeño rapapolvo por
sus actitudes incongruentes.
A Madre Consuelo le dice:
- ¿No te parece bien que me escribas cada dos meses
para que no se entibien tanto las íntimas relaciones que debe-
mos tener en Dios?... Está bien lo que me dices de que debe
haber entre nosotros un mismo espíritu en dos cuerpos; mas
para ello es necesario que trabajes constantemente por gastar
los malos hábitos que sabes me desagradan… porque eres muy
fácil en juzgar mal, y faltas en ello a la caridad y verdadera
unión que debe haber entre nosotras. Quiero que cuides mucho
de la observancia de las Constituciones que has profesado, sin
ocuparte de otra perfección…
A Madre Consuelo le han entrado ideas peregrinas de
cómo debe dirigirse el Instituto. Y sus peregrinas ideas no sólo
las cuenta por carta al Padre Tejero que sabe de qué paño está
remendada la Madre Consuelo, sino al mismísimo obispo de
Córdoba, que lo es fray Ceferino González, tan sabio monse-
ñor como difícil y complicado.
- Es cierto que me ha disgustado lo ocurrido con el
señor obispo. No culpo a nadie porque no tengo datos sufi-
cientes para ello; pero sí advierto que nuestro Instituto no es
monacal sino filipense, y que entendérselas con frailes es muy
expuesto, a ligar a las Congregantes con lazos que estorban al
desenvolvimiento de la Institución. El señor obispo, el padre
capellán, tú y nosotras debemos atenernos a las Constituciones
que se han profesado y que ha aprobado su Santidad, y nos ex-
ponemos por una indiscreción a un conflicto con la autoridad
eclesiástica, con la cual es un deber vivir siempre en la mejor

261
armonía para la tranquilidad de la conciencia.
¿Qué ocurría? Muy sencillo: las postulantes que ingre-
saban en Córdoba debían pasar después de su período de prue-
ba a realizar su noviciado en la Casa Madre de Sevilla. Madre
Consuelo no las enviaba, e invocaba la autoridad del obispo
que las quería en Córdoba y no en Sevilla.
La carta de Madre Dolores a Madre Salud es también
significativa. El segundo folio -falta el primero- comienza así:
- En fin, ya te he dicho todo lo que me disgusta, vamos
pensando en la enmienda…
Y enseguida pasa, en cariñosa amonestación, a intere-
sarse por su salud.
- Tus dolores serán de los muchos ratos que habrás pa-
sado en el que era tu despacho con el gusto de la silla baja. Pon
remedio. Cuídate, repito. Está visto que nosotras no vamos por
esos caminos empinados del orden extraordinario como a la
monja mercenaria Madre Sacramento. Se ha pasado una nove-
na de la Purísima sin probar más bocado que la Sagrada Euca-
ristía y creo que una cuaresma y no sé cuánto más, siendo el
alimento ordinario cortísimo y hace once días que murió y está
en la reja del coro sin dar indicio de descomposición; dicen
que los labios encarnados y la llaga que tenía de mucho tiempo
en la mano derecha tan rosada como si estuviera viva, con más
una poquita de hinchazón en la mano que tenía antes de morir,
la cual sigue sin alteración. El gobernador civil ha mandado
que esté todo el día abierta la iglesia para que vayan a verla y
han puesto guardia. ¡Cuántas cosas vemos en nuestros días! Yo
he mandado algunas a verla.
Contando la vida y milagros de Madre Sacramento, a
Madre Dolores se le ha ido el santo al cielo. Pero por esta anéc-
dota nos enteramos de una de las figuras más conmovedoras de

262
la Sevilla mística del siglo XIX. Sor María Florencia Trinidad
del Santísimo Sacramento, más conocida por Madre Sacra-
mento, era religiosa del convento de las mercedarias descalzas
de San José e hija espiritual del Padre Torres Padilla. Murió en
diciembre de 1879, a los cuarenta y siete años, llevando graba-
dos en su cuerpo los estigmas del Señor.
La conmoción que su muerte causó en Sevilla está des-
crita por un testigo de primera mano, Madre Dolores, que tem-
pla así con noticia tan piadosa, el disgusto que puedan causar
en la sensible Madre Salud los primero párrafos de su carta.

263
264
17. LOS LINDOS SUEÑOS DE MADRE CONSUELO

265
266
A la larga, las Constituciones iban a traer sus compli-
caciones. El momento ha llegado. El Padre Tejero las redactó
siguiendo el espíritu y la letra del Oratorio de Sevilla. Pero
ahora precisan con urgencia de unos retoques adicionales si
no se quiere que la indisciplina se arrope bajo la legalidad de
unos estatutos anticuados. Caso del colegio de Santa Victoria:
Madre Consuelo de superiora.
Los Oratorios filipenses se rigen independientes unos
de otros. El de Roma no ostenta autoridad sobre los demás
Oratorios. Como se leía en un decreto antiguo: “Y si algunos
colegios o congregaciones de otros lugares, adoptasen nues-
tras Instituciones y quisiesen observarlas, no sean en realidad
anejos a la nuestra, ni sus clérigos sean de la congregación
de nuestro Oratorio. Porque ha de ser propio del Instituto que
cada casa de familia, que imite a la nuestra, se rija y gobierne
por sí con separación de las demás”. Forman así comunidades
fraternas de sacerdotes bajo el espíritu de San Felipe, que qui-
so que todas las Casas fuesen independientes, gobernándose
por superiores propios. Aunque en todas “se siente su presen-
cia, se toca su mano y se aspira su aroma”.
Una comunidad religiosa comporta exigencias mayo-
res. Las nuevas fundaciones no se pueden contentar con “as-
pirar el aroma” de la Casa Madre. Dejen a Madre Consuelo

267
aspirar aromas únicamente y pronto habrá formado su reino de
taifa. Urgía modificar unas Constituciones que se habían es-
crito cuando sólo existía la Casa de Sevilla, y el Padre Tejero,
imbuido por el espíritu oratoriano, no sospechaba las conse-
cuencias jurídicas que se derivarían al fundarse nuevas Casas
en diócesis distintas.
El 20 de julio de 1880, Madre Dolores reunió el Con-
sejo de la congregación. Estaba presente el Padre Tejero. En el
orden del día figuraba exclusivamente el estudio de este capí-
tulo adicional que habría de ser añadido a las Constituciones.
En síntesis, quedó así:
Artículo primero: Añade a los distintos objetos o fines
de la Congregación, dar clase a las clases adineradas para po-
der sostener con ello las otras necesidades.
Artículo segundo: Dependencia de todas las Casas a la
Central de Sevilla, y a la Madre Prepósita.
Artículo tercero: Todas las solicitudes de ingreso irán
a la Casa central. De ésta recibirán el personal que necesiten.
Artículo cuarto: la Casa central globalizará la econo-
mía, para ayuda mutua de las distintas casas.
Artículo quinto: Las superioras locales serán elegidas
por la Prepósita y Diputadas y confirmadas por el Padre direc-
tor.
Artículo sexto: Dos veces al año, las superioras locales
han de dar cuenta a la Central de la marcha de sus respectivas
Casas.
Artículo séptimo: No podrán variar nada de lo dispues-
to en las Constituciones.
Artículo octavo: La superiora local, oficio temporal,
que podrá ser renovado siempre que la Prepósita y Diputadas
lo estimen conveniente.

268
Artículo noveno: Etcétera…
El 17 de septiembre, fue presentado en palacio para su
aprobación. El 22, el arzobispo de Sevilla expidió un decreto
por el que se aprobaba esta parte adicional de los Estatutos.
El Padre Tejero lo comunica a las distintas Casas. Leemos en
el libro de actas: “El R. P. Fundador comunicó oficialmente a
cada una de las casas esta aprobación y, en virtud de lo que se
ordena en el segundo capítulo adicional, citó para el día 4 de
octubre a las superioras locales y dos Madres profesas de cada
Casa para que viniesen como compromisarias a las elecciones
en el dicho día 4 de octubre. Reunidas ya en la casa central
todas las Madre que habían de componer la Congregación ge-
neral, el R. P. Fundador leyó la exposición y decreto e hizo
algunas observaciones necesarias para el mejor orden y acierto
de las elecciones, concluyendo con las preces de costumbre”.
El 5 de octubre, a las tres de la tarde, reunidas en el coro
procedieron a las nuevas elecciones. Preside el Padre Tejero
como delegado del arzobispo y le acompañan dos sacerdotes
del Oratorio.
Elecciones normales. Madre Dolores es elegida Prepó-
sita por un nuevo período de tres años. Diputada primera y
maestra de novicias, Madre Ramírez, hasta ahora superiora del
Buen Pastor de Córdoba. Ésta es la novedad, grata novedad,
para Madre Dolores, que contará así con un gran peón de con-
fianza. En Santa Victoria sigue Madre Consuelo de Superiora,
y en el colegio del Loreto de Antequera, Madre Salud.
¿Se han allanado las dificultades? Esperemos.
Por lo pronto, los hermanos Míguez, don Ricardo, don
Manuel y Don Benito, canónigos de Córdoba, no están de
acuerdo. Piensan que la Madre Ramírez es concomitante con
la Casa del Buen Pastor. ¿Por qué la destinan a Sevilla? Don

269
Ricardo está dispuesto incluso a retirarse del patronato de una
Casa que fue fundada con tanto esmero por él y sus hermanos.
¿Qué hacer?
Madre Dolores se encuentra de viaje. El Padre Tejero
trata de clamar las impaciencias de don Ricardo.
- Yo no sabía que hubiera en el mundo una mujer tan ne-
cesaria que de ella estuviera pendiente toda una obra de Dios.
¿Qué tenemos que esperar cuando se muera…? La disolución
de tan santa obra. También me ha caído en gracia lo de la ame-
naza de retirarse caso de no acceder a lo que desea… Así me
gusta, decidido. Yo he recibido su carta como un cohete que
se dispara y viene echando chispas; mas para no quemarnos
ninguno de los dos, usted por su amenaza y yo por deliberar
en lo que no me corresponde, he resuelto dar parte del asunto
a la Superiora General, que actualmente está en Antequera, y
desde allí acaso vendrá a esta ciudad, y cuando regrese a ésta,
reunirá a su congregación, que es a la que corresponde resolver
el caso, y ante Dios decidirá lo que juzgue más oportuno.
Lo más oportuno será que Madre Ramírez vuelva al
Buen Pastor, piensa Madre Dolores. Aunque a ella se le parte
el alma al no contar con esta pieza clave en la dirección del no-
viciado. A finales de enero de 1881, Madre Ramírez se encuen-
tra de nuevo de Superiora en el Buen Pastor. Madre Consuelo,
por su parte, desde el colegio de Santa Victoria, promete llevar
a Sevilla las novicias que retenía en Córdoba. Escribe:
- Todavía no se ha podido hacer nada sobre las novicias
porque el señor obispo está enfermo de alguna consideración,
aunque no de peligro.
Que fray Ceferino mejore, entregue los permisos, vivan
las novicias su noviciado en paz y corra una brisa de tranquili-
dad al menos por un tiempo. Deseos todopoderosos que Madre

270
Dolores musita en sus oraciones.

Aquel invierno llovió torrencialmente. En enero de


1881, las aguas del Guadalquivir a su paso por Sevilla crecie-
ron e inundaron barrios enteros a los que hubo que acudir con
lanchas y balsas improvisadas para prestar socorro… Viene un
poco de bonanza. El domingo 6 de febrero don Marcelo Spíno-
la es consagrado obispo. Las campanas de la Giralda repican
locas de alegría. Preside la consagración el arzobispo Lluch,
acompañado del obispo dimisionario de Vitoria y del obispo
de Jaén, don Manuel González, consagrado cinco años antes
en esta misma catedral. Pero entonces no hubo tanto jolgorio:
la muerte del cardenal de la Lastra impidió al cabildo revestir
de pompa tan gran acontecimiento. Habría que remontarse a
1832, cuando fue consagrado fray Cirilo de la Alameda y Brea,
pero esto lo recuerdan solamente los muy viejos. Vuelven las
lluvias. El río ha subido treinta y un pies sobre su nivel ordi-
nario. La mayor parte de la ciudad está inundada. Triana es un
lago y la bandera negra ondea como pendón. se movilizan los
socorros. El arzobispo pide a todos los templos rogativas. El 6
de abril, procesionalmente, es conducido el Lignum Crucis a
la Giralda. Las campanas de todas las torres de Sevilla tocan
a rogativas. La ciudad se convierte en un clamor de volteos
pesarosos. La ceremonia litúrgica sigue: en cada uno de los
cuatro ángulos de la Giralda se lee un evangelio y un exorcis-
mo, terminando el acto religioso con la bendición al pueblo.
Madre Dolores se encontraba entre el bullicio. Luego cuenta
lo sucedido a Madre Salud:
- Tanto señoras como caballeros concurrieron todos
(que era una inmensidad) de luto, y todos se arrodillaron en
medio de la calle para recibir la bendición de la sagrada re-

271
liquia. A la torre no subió más que el clero y las autoridades.
Este acto religioso no tiene lugar más que en casos extremos.
Dicen que hay más de un siglo que no se hace.
El convento de Santa Isabel tuvo suerte: sólo un patio
inundado. Y el pan no les faltó en los días aciagos.
Al Padre Tejero le viene la última y definitiva fechoría
del párroco de San Marcos. Le presenta denuncia en el Arzo-
bispado por atribuciones indebidas en el entierro de la novicia
Sor Serafina Rodríguez, fallecida en 1880, y de paso recuerda
que sigue sin percibir los derechos del funeral de la Madre
Rosario, fallecida, como recordarán, en 1875. ¡Qué se puede
hacer con un hombre tan obtuso! Don Ramón Mauri, previsor
y vicario general de la diócesis, dictó el 31 de enero un auto
gubernativo en el que después de once largos considerandos,
reconoce las legítimas atribuciones del Padre Tejero. No con-
forme don Juan Bautista Solís, encamina sus pasos a la Nun-
ciatura en Madrid y presenta su denuncia.
El 29 de mayo, el Padre Tejero llegó a Madrid. Es do-
mingo. Al bajar del tren, se encaminó directamente al Novicia-
do de las Hermanas de la Caridad, donde celebró misa. Inme-
diatamente después visitó al abogado que lo había de defender
en el tribunal de la Rota frente al cura de San Marcos. Nom-
bró procurador y dejó recomendado el asunto. ¿Quién ganará?
Aquí se pierde la pista. En los archivos de la Congregación, sin
embargo, se conserva el documento final de concordia, firma-
do ¡en septiembre de 1885!, en el que se especifica, con pelos
y señales, las obligaciones del director del Establecimiento de
Sant Isabel, la dispensa de los derechos, y los reales y cénti-
mos, con números bien grandotes, de los que ha de pagar por
el entierro de tercera clase, de cuarta clase, de quinta clase,
etc… “Los entierros de 1ª y 2ª clase, que se consideran de lujo,
no entran en el convenio, y caso de ofrecerse alguno, queda

272
sujeto a todo el pago del arancel; y sólo se exceptúa el que la
Congregación estime hacer por fallecimiento de la Superiora
general, que disfrutará del beneficio de la 3ª parte como los
anteriores”.. “Y para que se cumpla respectivamente por el Be-
neficio y Congregación la antedicha concordia, la firman el Sr.
Cura propio de San Marcos y el P. Director de la congregación.
Sevilla, 29 de septiembre de 1885”.
El párroco de San Marcos, don Juan Bautista Solís,
queda contento y reivindicado. Una prenda.
El Padre Tejero aprovecha su estancia en Madrid para
visitar a un especialista del oído. Sobre todo, el izquierdo lo
tenía fatal. El doctor Mir lo vio en bastante mal estado.
- Sin embargo, hay esperanzas, no de sanar que ya es
imposible, sino de alcanzar un poco más de audición y debi-
litar los ruidos -le dijo el doctor. Y le recetó unas medicinas.
De Madrid, y tras quince horas de camino, llegó a Ga-
rray, donde le esperaba su hermana María Luisa. Su marido,
maestro, ha cambiado Peroniel por Garray.
- Ocho días llevo en Garray, hospedado en casa de mi
hermana, la cual se esmera en cuidarme y en que no me des-
cuide en tomar las medicinas. Estoy hecho cura del pueblo,
porque el que hay, aprovechando mi estancia aquí se va a otro
inmediato donde no tienen pastor. Me están haciendo varios
obsequios de dulces, de carnes y de leche, y empezando a pa-
gar visitas hay días que me hacen comer hasta siete y ocho
veces: ¡cuánta generosidad en medio de tanta pobreza! ¿Y de
salud? Llevo días muy penosos por los aires tan fríos que aquí
reinan, y no puedo quitarme por un momento las gafas de los
ojos, que se me irritan con facilidad y apenas puedo salir de
casa por temor de coger una pulmonía; en la cabeza no siento
el ruido tan fuerte y el oído se sostiene, o lo siento un poco más

273
claro. Todos los días me acuerdo de esa santa Casa…
El Padre Tejero llega a Córdoba en el tren correo pro-
cedente de Madrid el 15 de julio. Ha pasado en Garray junto
a su hermana un mes largo. En el colegio de Santa Victoria
asiste a la distribución de premios antes de las vacaciones, y
en la Casa del Buen Pastor ofició misa cantada el día de Santa
María Magdalena, patrona de la Congregación y aniversario
de la fundación: veintidós largos y difíciles años desde aquel
22 de julio de 1859.
Fray Ceferino, obispo de Córdoba, y decoro de la fi-
losofía española, no tiene buenas pulgas. Los sabios son así.
Envuelto en su sotana blanca dominicana y la capa morada
episcopal, lo vemos enfrascado en su escritorio con una mesa
atiborrada de libros: cuando despierta de sus meditaciones,
surgen de él unos ojos penetrantes e inquisidores que hacen
temblar al interlocutor. No tiene buenas pulgas, no señor. Y no
está dispuesto, él sabrá por qué, a que las aspirantes cordobe-
sas marchen a Sevilla para hacer el noviciado. Madre Consue-
lo se lo comunica a Padre Tejero.
- Ya sabe usted la oposición tan grande que tiene el se-
ñor obispo a que vayan y vengan enseguida de tomar el hábi-
to. Pues bien, me tiene dicho desde hace tiempo que mientras
no se pueda formalizar un noviciado en la Casa Central con
las condiciones convenientes, no quiere que vayan las preten-
dientas a tomar el hábito a ésa, sino que lo han de tomar aquí.
Yo que sé lo que desagrada a usted esas cosas, me he estado
desentendiendo y las últimas que tomaron el hábito me costó
mucho trabajo que volvieran: me dio su consentimiento con
la condición que le había de decir a usted esto. Pero como ve
que no lo hago, ha tomado otra medida para obligarme: no dar
permiso para que entre ninguna aspirante.

274
A decir verdad, la postura intransigente del obispo no
desagrada en absoluto a Madre Consuelo Y, a saber si ella no
ha tenido su parte en todo este embrollo. ¡Qué le habrá dicho al
despistado fraile que rige los destinos de la diócesis de Córdo-
ba! ¿Es fray Ceferino o es Madre Consuelo? A saber…
“Multitud de ideas bullen en tu cabeza”, le escribe Pa-
dre Tejero, que también ha caído en sus redes. “Te invito a que
me comuniques cuanto creas conveniente en la seguridad de
aceptarlo, si así nos lo parece”.
“Si así nos lo parece”: Menos mal, el Padre Tejero ha
sabido reservar el puesto que corresponde a Madre Dolores en
toda decisión definitiva.
¿Qué propone Madre Consuelo? ¿Qué ideas son esas
que bullen por su cabeza? Contando con vía libre, Madre Con-
suelo no tiene reparos en expansionar sus sueños.
- Reflexione usted por un momento -es carta dirigida al
Padre Tejero- dónde acuden más vocaciones…
Naturalmente, en Córdoba, es la respuesta.
- Reflexione usted también qué condiciones hay hoy en
Santa Isabel para poder formar un noviciado…
Por ahora, no muchas. Todo es provisional. A Madre
Dolores le arrebataron su mejor pieza que hubo de volver a
Córdoba: la Maadre Ramírez.
- …ni qué personal hay tampoco para poderlo hacer
como se debe…
Madre Consuelo es implacable en su argumentación.
- Es menester que usted se convenza, Padre, que no fal-
ta sólo personal, falta también condiciones en las personas, y
es más fácil reponer el personal que dar condiciones a criaturas
a quien Dios no da disposiciones para ello por más que tengan
buena voluntad.

275
La piedra está lanzada. ¿Qué insinúa Madre Consuelo?
- Usted conoce muy bien, Padre mío, que en nuestra
congregación hace falta una reforma radical…
¿Y de quién es la culpa? Madre Consuelo parece des-
cartar al Padre Tejero.
- En casi veinte años estamos siempre viendo lo mismo,
y ya nadie tiene esperanza de nada más que de un cataclismo o
cosa que se le parezca.
La piedra está lanzada, y aquí no se esconde la mano.
Madre Consuelo está disparada y no siente pudor en confesar
sus sentimientos más íntimos.
- Le estoy hablando a usted como me dicta mi concien-
cia, y como hablamos nosotras aisladamente cuando por algún
motivo tenemos que tocar el particular. Me parece que no pue-
do ser más franca.
Por supuesto que no, Madre Consuelo: se le entiende
todo.
- Vengo luchando desde tiempo con una gran displi-
cencia; si tengo razón o no, Dios lo sabe y no hay ya para qué
averiguarlo…
Y todo esto, ¿a qué se reduce?
- Todo esto se reduce a decirle a usted que yo aceptaría
sin dificultad lo que dice el señor obispo, porque no encuentro
medio de poder salvar nuestro Instituto para el porvenir.
¿Lo que dice el señor obispo, o lo que Madre Consuelo
le ha sugerido al señor obispo?
- Podíamos reunir aquí un personal muy regular; dentro
de tres o cuatro años, si Dios quiere, se podía establecer en ésa
una Casa central separada de Santa Isabel, en donde estuviera
el noviciado y un buen colegio. Una vez hecho esto, ya se po-
día pensar en la Cartuja, y entonces, dejando siempre en Santa

276
Isabel el personal menos a propósito para hacer las cosas bien
hechas, se podría redondear el pensamiento. Y en cuanto a las
Arrepentidas, dejaría yo en Santa Isabel una sección de admi-
tidas, estableciendo en la Cartuja las convertidas, penitentes
y consagradas. También debe haber en Santa Isabel clases de
niñas pobres. Todo esto en cuanto a la sustancia y esencia de
las cosas, pues las demás menudencias son fáciles luego de
arreglar. Yo lo veo todo tan claro que me parece que no hay
otro medio de levantar este muerto.
¡Si no conociéramos la trayectoria futura de Madre
Consuelo, y de la propia Congregación…!
- El tiempo vuela, los años pasan y todas vamos entran-
do en edad. En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos con
nuestra carrera terminada y sin haber hecho nada…
¿Nada de nada? Madre Consuelo está de un pesimismo
fatal…
- En cuanto a la Madre Prepósita…
Es la primera referencia directa a Madre Dolores en
toda la carta.
- …yo creo que da por hecho lo que usted disponga.
Aquí, hasta el momento, la que dispone es Madre Con-
suelo.
- No quiero decir con esto que no se le consulte, pues
debe saberlo y dar su parecer: lo digo porque siempre la veo
inclinada a esto y cansada con la lucha de Santa Isabel.
¿Qué sabrá Madre Consuelo?
- Le digo a usted con verdad que, a pesar de todo, me
da muchas veces lástima de ella y de muy buena voluntad le
ayudaría a llevar la cruz…
La censura misteriosa ha borrado el final de esta frase,
pero no ha conseguido su intento. Al trasluz se descifra el tex-

277
to. Que dice:
- …pero no quiere que nadie le ayude.
Y la piedra lanzada da en pleno rostro.
Al Padre Tejero le duele un oído. Le supura. Lo tiene
mal. Ya lo auscultó el especialista cuando anduvo por Madrid.
Tiene poco arreglo. La terapia de aquel tiempo no cuenta con
elementos suficientes para una cura total. Un oído que pierde.
Una sordera que se acentúa… Y se acentuará más si sigue es-
cuchando los lindos sueños de Madre consuelo.
Pretende Madre Consuelo, ya lo han oído, llevar el no-
viciado a Córdoba. Es deseo del obispo, afirma. No, son insi-
nuaciones de Madre Consuelo. Es un larvado golpe de estado
lanzando por delante la roja capa episcopal.
Por suerte, el Padre Tejero conocía mejor a Madre Con-
suelo que fray Ceferino. La respuesta fue no: El noviciado
quedará en la Casa Central de Sevilla. Pues fray Ceferino -ma-
nías torpes de sabio- siguió negando los permisos para que las
aspirantes cordobesas se trasladasen a Sevilla.
Madre Dolores, por su parte, procura llevar callada-
mente las torpes maniobras de Madre Consuelo. Un cambio
en Santa Victoria, una salida de Córdoba de Madre Consuelo,
sería una medida prudente de gobierno. Pero, ¿dónde enviarla?
Las posibilidades de cambio dentro de la Congregación son
mínimas; tampoco desea dejarse llevar por un precipitado im-
pulso personal. Que pase el tiempo; luego, Dios dirá.
El 13 de marzo de 1882, Madre Dolores suspende por
un tiempo las visitas a las casas, porque desea atender a Ma-
dre Vicenta, que viene de Madrid con el deseo de fundar en
Sevilla. En Santa Isabel se encuentra también Madre Ramírez
que pasa consulta médica con el doctor de la Sota. Desde hace
algún tiempo presenta por el rostro y por todo el cuerpo unas

278
manchas alarmantes.
El diagnóstico del doctor lo presentía Madre Dolores.
- ¡Lepra!
¡Madre Ramírez leprosa!
- ¡Tan manchada la cara y todo su cuerpo, que es una
pena verla! Yo sufro mucho en verla; pero ella, como en todo,
tan resignada- -escribe Madre Dolores a Madre Salud.
Se contagió en el Buen Pastor, de Córdoba, atendiendo
amorosamente a una chica leprosa. Ella, como superiora de la
Casa, cargó sobre sí la responsabilidad de atenderla… y pilló
la lepra. Por amor de Dios.
El 16 de marzo, por tren, llega a Sevilla Madre Vicenta,
del Servicio Doméstico. Se hospeda en Santa Isabel.
- Hemos sido recibidas por estas buenas Madres hasta
con entusiasmo -escribe-. No saben lo que hacerse conmigo.
La Superiora, persona fina.
¡Qué bonito piropo!
Madre Dolores, “persona fina”.
Lo ha dicho Santa Vicenta María López Vicuña. En
Santa Isabel convivió con Madre Dolores durante más de dos
meses. Cuando Madre Vicenta marche a Madrid, Madre Dolo-
res prepara ya una nueva fundación: en Málaga.

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18. COMIENZA SU CALVARIO (129)

281
282
“La semi–tragedia de la toma de posesión” de la casa
de Málaga, la definió el Padre Tejero; mezcla agridulce de sai-
nete jocoso y melodrama. Llegó Madre Dolores al frente de la
expedición el uno de septiembre de 1882. Con ella iban Madre
Jesús como superiora, cinco religiosas y dos penitentes, que se
harían cargo en diferentes funciones del Asilo de San Carlos,
dedicado a jóvenes arrepentidas y enseñanza de niñas exter-
nas. El Padre Tejero no las pudo acompañar, cosa que sintió el
provisor del obispado, que, con otros eclesiásticos, aguardaba
a la expedición en la estación malagueña. Después de los salu-
dos de rigor, el provisor preguntó a Madre Dolores:
– ¿Dónde desean ustedes ir?
Pareció extraña semejante pregunta a Madre Dolores.
– Se me había escrito que nos hospedaríamos en Pala-
cio –contestó.
– Y así estaba dispuesto, pero el señor Zegrí ha exigido
que vayan ustedes directamente a San Carlos porque él se lleva
a sus religiosas.
– Pues vayamos a San Carlos.
Y el provisor dio órdenes a los cocheros que enfilaran
en dirección a San Carlos.
La llegada fue épica. En la portería se encontraba una
Madre Mercedaria. En la sala de recibir aguardaban el señor

283
Zegrí y la superiora. La sala –apunta Madre Dolores– estaba
oscura. Fue un saludo con despedida.
– Dijeron que se marchaban, y así lo verificaron.
Y, sin más, la casa de San Carlos quedó a disposición de
las Madres Filipenses.
Comienza el melodrama.
– La explosión de gritos, llanos y “me voy” eran para
espantar al más fuerte. Gracias a Dios no perdí la paz.
Madre Dolores describe el insólito espectáculo al Pa-
dre Tejero: “No perdí la paz”, confiesa. No podía perderla en
aquellos momentos. Doce muchachas de las acogidas dijeron
que se marchaban, y se marcharon. No querían ligarse a la
disciplina de la nueva comunidad. En la primera toma de con-
tacto, Madre Dolores se encontró con dos viejas imbéciles. La
primera, con una niña, paga seis reales “porque dicen que se
emborracha en cuanto está en libertad”. La otra, tísica. Ocho
niñas pequeñitas correteaban por los patios; los eclesiásticos
quedaron en buscarles sitio en el Hospicio provincial. ¿Y las
demás…?
– ¡Ay, Padre! ¡Qué de basura, qué dostrozo de casa el
departamento de las muchachas! Han quedado en enviarme un
albañil. Veremos lo que Dios nos va presentando… La casa
que pertenece a la Comunidad es bonita y capaz.
Antes de despedirse, el provisor eclesiástico dejó a Ma-
dre Dolores seis mil reales. Aquella noche comieron gazpacho
y guiso de papas con carne.

El Asilo de San Carlos fue fundado por Fray Alonso


de Santo Tomás, obispo de Málaga, en el año 1681. Se llamó
entonces “Casa de Penitencia” para mujeres escandalosas, por
lo que fue puesto bajo la advocación de Santa María Magda-

284
lena. El obispo dio a la Casa constituciones o reglamento de
vida interior, determinando que el gobierno de las mujeres allí
recogidas y las funciones de la Rectora, castigos que podía
imponer, cuándo podía recurrir a la justicia y su dependencia
de la autoridad del obispo. Existió esta Casa en un principio
en la feligresía de Santiago. Los bienes fundacionales eran de
propiedad particular de Fray Alonso, que obtuvo un Real Des-
pacho aprobando dicha fundación. De ahí surgió un Patronato,
presidido desde entonces por el obispo de Málaga.
En 1791, el obispo Manuel Ferrer y Figueredo, respe-
tando las cláusulas fundacionales de su antecesor, donó varias
fincas a favor de un colegio, bajo la protección de San Carlos
Borromeo, para niñas pobres externas. Gravó estas fincas con
cargas de censor, cuyo producto debía ser bastante para la ma-
nutención de las mujeres recogidas y el colegio de niñas. La
casa se llamó desde entonces de Santa María Magdalena y San
Carlos.
Un siglo más tarde, esta fundación se encuentra ubicada
en la calle del Calvo, en un edificio que carece de condiciones
para el caso: Una casa antigua, nada hermosa, sin departamen-
tos adecuados, pues no cuenta con clases, ni dormitorios, ni
enfermería, ni refectorio, ni iglesia. Todo ha ido arreglándose
sucesivamente con los medios con que la casa ha contado y las
necesidades que iba experimentando.
En 1869 se encargó de la Casa la Congregación de la
Sagrada Familia, que lo dejó en 1878, momento en el que apa-
recen las Mercedarias. La cosa sucedió así: El Padre Zegrí, al
tiempo que ostentaba el cargo de provisor y vicario general
de la diócesis malagueña, se ocupaba de la dirección y admi-
nistración de la Casa de Misericordia de San Carlos. Había
concebido por este tiempo “la fundación de una congregación

285
religiosa de Hermanas de la Caridad, bajo el título y protección
de Nuestra Señora de la Merced, ya para remedio de tantos
meles espirituales y materiales, que tenía siempre a la vista,
como para obtener por la práctica de la caridad la santificación
y salvación de sus miembros”.
Tenía escritas las Constituciones, que enseñó a su obis-
po, don Esteban José Pérez. Y éste las aprobó, con fecha de 27
de febrero de 1878, concediendo “el permiso y las más amplias
facultades para que esta caritativa Congregación establezca en
todo nuestro obispado casas de arrepentidas, de recogidas, de
preservación de la inocencia, de huérfanas, de maternidad, de
viudas y a cuanto se extienda la caridad cristiana”.
Mucho quería el señor obispo a su vicario y provisor,
puesto que aprueba unasConstituciones de una Congregación
que, por el momento, no cuenta con una sola vocación.
La situación es sumamente curiosa. Pero el Padre Ze-
grí no se arredra. Tiene unas Constituciones aprobadas, y una
Casa donde plantar sus primeras vocaciones: la Casa de San
Carlos.
El Padre Zegrí es granadino. Allí acude, a un íntimo
amigo suyo, don Diego Aparicio, párroco de San Ildefonso de
Granada. Le confía sus planes, le traza las líneas generales de
su obra y le ruega que le ayude en la empresa, buscándole al-
gunas vocaciones entre sus feligresas.
Seis jóvenes le proporcionó don Aparicio. El 15 de
marzo, en la misma parroquia granadina de San Ildefonso, ante
la Virgen de las Mercedes, imagen titular, vistieron el hábito
mercedario.
En Málaga se unió a las seis novicis, otra religiosa “que
exprofeso venía de una comunidad de clausura para ser Maes-
tra y Madre de aquel simpático grupo… Sor Guadalupe”.

286
En mayo se unen al grupo otras dos granadinas. Son ya
nueve…
En octubre muere el obispo, lo que deja al Padre Zegrí
sin su apoyo principal. Desde este momento, no sé por qué,
comienzan las calamidades.
A los seis meses de la fundación viene la conmoción.
Una de las granadinas se llega a la cocina donde se encuentran
reunidas todas, y dice:
– Don Diego quiere fundar esta misma Congregación
en Granada, y es su deseo que volvamos las que allí fuimos
sus hijas.
De las seis granadinas, volvieron cinco. Le quedan al
Padre Zegrí cuatro. Bueno, en tealidad, sólo dos disponibles.
La que salió de un convento lleva tres meses con la cabeza
resblandecida. La que vino de un beaterio es una beata sin vo-
cación.
El Padre Zegrí consuela a las dos que quedan:
– Con sólo dos que haya, la Obra sigue; no se desani-
men. Dios proveerá.
Y la Obra siguió, al tiempo que atendía la Casa de San
Carlos. Nuevas vocaciones. Casas en Álora y Estepona. Nue-
vas decepciones. En mayo de 1880, se decide a llevar el no-
viciado a Granada. El ambiente de San Carlos no es propicio
para el cultivo de las vocaciones. En San Carlos permanece
una pequeña comunidad al cuidado de la Casa. Al Padre Ze-
grí le faltaba la mujer fuerte que diera contextura a su obra.
Lo consiguió de una manera harto original: la Madre Teresa
de Jesús Gratiot, perteneciente a otra congregación, se puso al
frente del Instituto. Y logró sacarlo adelante.
En Málaga no quedó un grato recuerdo. El Asilo de San
Carlos había sufrido demasiados vaivenes en los últimos años.

287
Allí había de todo, menos disciplina y seriedad. El nuevo obis-
po quiso cortar por lo sano, y convocó en junio de 1882 al
Padre Tejero. Le pidió que las Madres Filipenses se hiciesen
cargo de San Carlos, y que redactase con el arcediano, don
Antonio de Burgos, y el canónigo don Gregorio Naranjo, las
bases por las que debía regirse el convenio. El 1 de junio, ya
estaba redactado. Y el 16, firmado por el obispo. El Padre Teje-
ro no ha tenido tiempo de consultar con Madre Dolores. Desde
Antequera le escribe el 17 de junio.
– El negocio está concluido. Llevaba ánimo de remi-
tirlo a usted, pero el señor obispo tenía deseos de terminarlo
pronto, aprovechando la ausencia del Padre Zegrí, que es el
que metió a sus hijas Mercedarias en San Carlos.
¡Pobre Padre Zegrí! Aprovechando sus vacaciones, el
obispo le ha colado un gol, y coloca sus primerizas religiosas
en la calle. Pero el obispo debía tener sus motivos, ante el la-
mentable estado de la fundación.
– El señor arcediano me llevó a ver el edificio –cuenta
el Padre Tejero a Madre Dolores-. Está bastante descuidado
por el abandono de los administradores. Piensan hacerle un
pequeño repaso, y esperar la venida de las Madres para que
al gusto de ellas se hagan las reformas convenientes. Su capa-
cidad es, a mi juicio, como para tener unas cincuenta jóvenes
acogidas y clases para 150 niñas. Actualmente las Merceda-
rias, en número de seis, tienen 28 arrepentidas y 45 niñas de
clase. Todo en mucha pobreza; las jóvenes no tienen hábitos y
tampoco hacen trabajos para la calle; a juzgar por el exterior,
se ve claramente que las que están al frente no tienen condi-
ciones para el caso.
Aunque el sistema es expeditivo, el obispo tiene razón:
urge el cambio.
– Por más que he intentado aplazar para octubre, no he

288
podido conseguirlo, y hemos convenido que el uno de agosto
tomará la Congregación posesión del establecimiento; sin per-
juicio de que el director de las Mercedarias, al comunicarle el
obispo lo determinado, se ofusque y precipite hasta el punto de
sacar sus hijas antes del tiempo señalado.
El Padre Zegrí, naturalmente, recibió la cosa con dis-
gusto, pero tuvo la gentileza de mantener sus religiosas, no
hasta el uno de agosto, sino hasta el uno de septiembre, fecha
en que llegó Madre Dolores y la expedición de las que se iban
a hacer cargo de la Casa.
En la sede metropolitana de Sevilla se va a producir un
relevo con cierta repercusión para la Congregación Filipense:
Viene de arzobispo el de Córdoba, Fray Ceferino González, el
terror. El cardenal Lluch –cardenal sólo unos meses, desde el
27 de marzo– muere el 23 de septiembre de 1882 en Umbrete,
residencia veraniega de los arzobispos sevillanos. En enero del
año siguiente, ya se saben los nuevos nombramientos propues-
tos por el Rey: a Córdoba, el señor Herrero; a Sevilla, Fray
Ceferino…
– El asunto enojos de Córdoba –escribe Padre Tejero a
Madre Salud– espero que tendrá un buen desenlace con la ve-
nida del señor Herrero para aquella silla, en cuyo tiempo iré yo
allá, y todo lo dejaré arreglado, pues me gozo con su amistad
y tengo en él bastante confianza. Aquí, en esta Casa, es donde
tememos y hemos empezado a disponer varias cosas para que,
a la venida del señor obispo de Córdoba, cuando visite nuestra
Casa, o pregunte de toda su organización interior, podamos
desvanecerle el mediano concepto que le han hecho formar.
La última “faena” la hizo el obispo el 7 de enero de
1883, días antes de su nombramiento para Sevilla. La novicia
Teresa González del Pilar tomó el hábito en Córdoba “por dis-

289
posición del prelado”. El asunto del noviciado aún coleaba. Y,
para colmo, Fray Ceferino, arzobispo de Sevilla.
El 28 de septiembre hizo su entrada en Sevilla. Fray
Ceferino, decoro de la filosofía española, no vino solo. Con él
arribaron una pléyade de sacerdotes que le habían ayudado en
el gobierno de la diócesis cordobesa y que ocuparon los princi-
pales cargos eclesiásticos. Nombramientos de unos y cesantías
de otros llenaron, como es lógico, de chismes a la ciudad. Lo
mejor vino de esa mente despierta y aguda que fue Muñoz y
Pabón. Ya lo hemos presentado, el autor de “Justa y Rufina”.
Por esta época era un chaval, estudiaba en el Seminario y res-
pondía simplemente por Juanito.
La pillería le vino enseguida a la mente. Dibujó un es-
cudo, la mitra y el báculo en el centro, y en uno de los cuarteles
un pan de rosca, con esta leyenda:

Fames Corduba utraque unum

Que traducido, significa: “El hambre y Córdoba son


una misma cosa”.
Siguió con la broma y parodió aquellos versos de Santo
Tomás:

Ecce panis angelorum


Factus cibus viatorum.

La parodia quedó así, escrita alrededor del escudo:

Ecce panis hispalensis


Factus cibus cordubensis

El pan hispalense convertido en comida de los cordo-


beses: El pintoresco escudo corrió por todo el Seminario. Y

290
de allí saltó, como por arte de magia, al despacho del mismo
arzobispo.
Una mañana, el rector llama a Juanito. Muy serio y
muy tieso.
– ¡Buena la has hecho! ¡Buena la has hecho, niño! El
empecatado escudito, que en mala hora dibujaste, y los endia-
blados versitos que escribiste, han caído en manos del señor
arzobispo.
Juanito se ha puesto blanco como la pared.
– El señor arzobispo no tiene buenas pulgas. Los sabios
son así, malhumorados, irascibles. Ya puedes despedirte de
esta casa. Estas son las consecuencias de tu genio vivo. Ea…
ponte la sotana y la beca. ¡A palacio!
Y allá fueron. Entraron en el despacho del prelado. Éste
seguía escribiendo. Al rato, sin soltar la pluma levantó esos
ojos suyos fulgurantes y espetó a Juanito:
– ¿Conque ecce panis hispalensis…?
Juanito deseaba en esos momentos que lo tragase la tie-
rra. El arzobispo insistió:
– ¡Ecce panis hispalensis…! Versitos… Versitos…
El arzobispo se levantó de su sillón, se acercó a él, le
dio a besar el anillo, y dijo al rector:
– En castigo, cómprale a este poeta una libra de peladi-
llas. Yo las pago.
Los temores se disipan en Santa Isabel. El Padre Tejero
ha tomado el pulso al nuevo prelado y se aventura a escribir a
Madre Salud:
– El señor arzobispo se está manejando con mucha tác-
tica, enterándose de todo y procurando evitar los medios vio-
lentos, que no dan buen resultado…
Loado sea Dios.

291
En el verano de 1883, se cierra provisionalmente el
Colegio de Nuestra Señora de Loreto, en Antequera, ante el
peligro de derrumbe y la magnitud de las obras que se nece-
sitan para ponerlo a tono. Como los patronos han enfriado su
generosidad, el cierre indefinido será el mejor tonificante que
mueva sus bolsillos. Que el pueblo grite y que oigan su clamor.
Por ahora no parecen enterarse. Los condes de Colchado se
alejan para huir del compromiso de las obras. Doña Carmen
Moreno, quien concibió la idea del Colegio, vive su luna de
miel. Soltera de toda la vida, le ha dado a sus años por casarse.
Por favor, no la molesten.
No importa, se abre otro colegio en Almería. Y allá irá
de superiora Madre Consuelo. Todo tiene solución: Madre Sa-
lud pasa de Antequera a Córdoba, y Madre Consuelo, la liosa,
queda así disponible para tomar nuevos aires en la lejana Al-
mería, por supuesto, “bien advertida de cómo debe conducir-
se”, en palabras textuales del Padre Tejero.
Gobierna la diócesis de Almería don José Orberá, un
valenciano emprendedor que pasó gran parte de su juventud
en el Caribe. Llegado a España lo nombran obispo de Almería.
Llega a su nueva diócesis en la primavera de 1876, por mar, a
bordo del Guadalete. Inmediatamente se da cuenta de lo des-
asistida, de lo desértica espiritualmente que está su diócesis.
En los dedos de una mano le caben contar las casas religiosas
femeninas que existen. Se propone de inmediato una vigoro-
sa renovación. Las primeras que acuden a su llamada son las
Siervas de María. Detrás llegan las Hermanitas de los Ancia-
nos Desamparados. Y las Madres Filipenses… Madre Dolores
no se puede resistir a la llamada angustiosa del obispo.
El 6 de noviembre, en el vapor de Málaga, Madre Dolo-

292
res y Madre Consuelo desembarcaron en el puerto de Almería.
El obispo les tenía preparada una casita que días antes había
sido blanqueada y limpiada amorosamente por las Siervas de
María. Todo muy pobre. ¿Qué hacer? De Antequera se podría
enviar parte de su mobiliario. Se hará: Madre Dolores vuelve a
Sevilla y tramitará lo necesario para que el colegio de Almería
comience a funcionar cuanto antes. Madre Consuelo queda al
mando de una barquilla, todo frágil, que hay que lanzar al mar.
Pero ahí se verán sus ansias fundacionales, su fuerza, su deseo
de mando. El obispo ha dado para los gastos del viaje y el pri-
mer mes de estancia unos mil reales. Almería es muy pobre;
las limosnas escasean. ¿Podrán subsistir? El 6 de diciembre, el
obispo escribe a Madre Dolores:
– Tengo preparadas cien misas de a cinco reales (pues
aquí por lo regular con de cuatro) para decirlas en el oratorio
de ustedes, luego que esté habilitado. Por ahora nuestra peque-
ña obra está lo mismo, no han recibido más limosna que una de
diez duros de un clérigo rico a quien le indiqué algo.
Madre Consuelo cuenta en sucesivas cartas las peripe-
cias de la nueva fundación. Por fin encuentra una casa apropia-
da para el Colegio y Casa de Arrepentidas. A Madre Consuelo
le hubiera gustado que se llamase como el Colegio de Jerez,
pero al obispo le apetece más Sagrado Corazón. La inaugura-
ción, con asistencia del obispo, tiene lugar el 15 de marzo de
1884. Madre Dolores no pudo asistir; el Padre Tejero tampoco.
Un dato significativo: en una de las cartas de Madre
Consuelo a Madre Dolores, aparece, escrito a mano, por una
religiosa antigua, el siguiente suelto: “Virtudes singulares de
nuestra R. Madre Fundadores. Entre ellas sobresalió su espíri-
tu de caridad con los prójimos, no sólo con sus congregadas,
sino muy especialmente con sus acogidas: en la humildad, en

293
su pureza, en su espíritu de sacrificio y celo por la salvación
de las almas”.
Un piropo hermoso de esta religiosa anónima. Precisa-
mente en una carta de Madre Consuelo quiso dejar una pizca
de aroma; que lo supieran las generaciones futuras: Madre Do-
lores era así.
Ya comienza su calvario.

Agosto de 1884. Madre Dolores se encuentra en Ma-


drid tramitando, como siempre, una subvención. Llega el
invierno. El Padre Tejero está enfermo. Cuando mejora, sus
visitas a Santa Isabel se van distanciando. Madre Dolores lo
siente: “Su no venida me parece que va tocando en intencional.
Puede que no”. Fray Ceferino recibe el capelo cardenalicio, ya
es cardenal. Madre Dolores tiene que ir a darle la enhorabuena.
Se desahoga por carta con Madre Salud.
– Mañana, Dios mediante, voy a dar la enhorabuena
del capelo. Sabe Dios cómo voy. ¡Por cuántos sacrificios tengo
que pasar!
Ha comenzado su calvario. Un murmullo de incom-
prensión recorre el Instituto. NavidD, 1884. En Sevilla llueve
insistentemente. En Santa Isabel se celebran las fiestas navi-
deñas con el regocijo de siempre, pero sin mucho dispendio
porque el dinero escasea. Madre Dolores tiene el consuelo de
contar en casa con la compañía de Madre Vicenta, que ha veni-
do de Madrid para fundar ya definitivamente en Sevilla.
25 de diciembre, diez noche. En el Alcázar sevillano,
los ecos de la marcha real anuncian la salida de sus habitacio-
nes de su majestad la reina. Se trata, naturalmente, de Isabel
II, que, abandonando París, ha buscado de nuevo cobijo junto
al pueblo sevillano. Acompañada de su dama la duquesa de

294
Híjas, doña Isabel recorrió los salones saludando cortésmente
a todos los invitados. Allí se encontraba toda la crema de Se-
villa. Y en sus rostros, ninguna preocupación. Momentos antes
de la salida de la reina se había sentido un terremoto, que en
otros puntos de Andalucía tuvo consecuencias trágicas. Isabel
II vestía hermoso y rico traje azul claro o celeste, con sober-
bios encajes. La duquesa de Híjas, a causa de su reciente luto,
vestía terciopelo negro, siendo negro también el collar y joyas
que se adornaba.
A las dos de la madrugada, se retiró Isabel II. A la salida
del Alcázar, las encopetadas damas fueron recibidas con un
soberbio chaparrón. En Sevilla, el terremoto no se tomó con
tanta calma. La gente se echó a la calle. Inmediatamente, las
calles Siertes, Compañía y Tetuán se llenaron de público. En
El Pozo Santo, parte de la fachada que da a la calle del Olivo se
vino abajo. En el Teatro Cervantes, la misma confusión. En el
Teatro Circo del Duque, casualmente, no ocurrió nada. El tem-
blor coincidió con la bajada del telón, en cuyo momento todos
los espectadores se levantaron para ir al café o a los pasillos.
Representaban aquella noche el drama “Herodes”.
En Málaga, junto con Granada, la intensidad fue mayor.
En Antequera se hundieron algunos edificios, pero no hubo
desgracias personales.El edificio del Colegio de Antequera
sufrió serios desperfectos, que se unieron a los muchos ma-
les que ya padecía. San Carlos de Málaga quedó también muy
quebrantado. En Santa Isabel, sólo el susto, lo mismo que en
las demás casas.
Año nuevo, 1885. El 16 e enero, Sevilla amanece en-
vuelta en una sábana de nieve. Comenzó a media noche y duró
ahasta las onche de la mañana: los copos de nieve llegaron a
formar una capa de diez centímetros. Día de fiesta en Sevi-

295
lla: la gente pululaba por las calles donde surgían a cada paso
episodios cómicos de resbalones y caídas. Don Santiago Mag-
dalena, a la sazón provisor y vicario general del arzobispado,
comentaba displicente:
– ¡Pelusillas! ¿Se emboban ustedes viendo caer esas
pelusillas…? ¡Vivieran en mi país, en Asturias…!
Don Santiago se topa en el patio del palacio con el se-
cretario del cardenal. Don Silvestre, que así se llama, secre-
tario de cámara y gobierno, es más sordo que una tapia. Don
Santiago le pregunta:
– ¿Despachó usted con el señor?
Don Santiago debe aguardar que don Silvestre se apli-
que el aparato auricular, que siempre lleva consigo. Le repite
la pregunta:
– ¿Despachó usted con el señor?
– Hoy no despacha Su Eminencia – contestó don Sil-
vestre
– Dice el señor que está muy entretenido viendo nevar...
– ¡Hombre!, ¡Un asturiano como él!
– Eso observé yo –replicó el sordo de don Silvestre–
pero Su Eminencia, que es vivo como un rayo, me replicó: “¡Si
estuviéramos en Asturias no me sorprendería…! ¡Estamos en
Sevilla!”.

296
Niñas reeducadas realizando ejercicios gimnásticos.
Buen Pastor, Córdoba.

Alumnas del Colegio Nuestra Sra. del Loreto.


Antequera.

297
Las Madres Filipenses
también están presen-
tes en América. Aquí
las vemos: (arriba) en
la misión de Palmira;
(Centro) contyemplan-
do el Pacífico desde la
plataforma panameña;
(abajo) taller profe-
sionalen el que las
reeducadas de Neiva
(Colombia) ejercitan
sus labores.

298
19. CAE EL TELÓN

299
300
“En las funciones, cuando cae el telón, todo ha termina-
do, se acabó el drama, la tragedia; pero en los santos, cuando
cae el telón, todo va a comenzar, cuando se le separa del públi-
co, del aplauso, el espectáculo, empieza la santidad”.
El telón está a punto de caer en la vida de Madre Do-
lores.
Esta frase de un padre de la espiritualidad, quién, no sé,
encaja como anillo al dedo.
Cuando la separen del público y coloquen un telón que
oculte su imagen, no termina todo para esta mujer; entonces
comienza a subir, gradualmente, paso a paso, las grandes lla-
madas de la santidad.
Lo vamos a ver muy pronto: el telón, lentamente, co-
mienza a caer.
Fray Ceferino, el cardenal de Sevilla, ha pasado a la
arzobispal de Toledo, lo cual es un alivio. Cuentan que iba una
gitana todos los días a solicitar audiencia. El portero, siempre
con la misma cantinela, la paraba en la cancela e invariable-
mente, le decía:
– Su Eminencia no puede recibirla, está estudiando.
Un día la gitana se llevó la sorpresa de que el cardenal
había cambiado de diócesis. Su reacción fue espontánea.
– Pues a ver si el Papa nos manda otro cardenal que

301
haya terminado la carrera.
El 16 de mayo de 1885 sale de Sevilla Fray Ceferino.
Para la diócesis hispalense ha sido nombrado el arzobispo de
Granada, don Bienvenido Monzón. El 25 de julio tomó pose-
sión de la diócesis por apoderado, pero murió días más tarde,
el 10 de agosto, en el mismo Granada, sin llegar a pisar su
nueva diócesis. Pilló el cólera.
Por cierto, el cólera ronda de nuevo por toda la Penín-
sula. En Valencia ha hecho de las suyas, y corriéndose por la
costa ha azotado también a Almería. Madre Consuelo, pasado
el susto, escribe a Sevilla contando cómo se ha librado de una
buena. En Sevilla, unos casos sospechosos provocaron el pá-
nico, opero la epidemia no cuajó. Madre Dolores ha tomado
urgentemente el tren hacia Málaga. El Colegio de San Carlos
corre el peligro de convertirse en lazareto si el cólera pega
fuerte en la ciudad. No ocurre así. Málaga está tranquila. En
Bobadilla tuvo que hacer trasbordo de tren y tomar el que ve-
nía de Madrid. Fumigaron en previsión los vagones, pero los
viajeros de Madrid confirmaban que en la capital no había en-
trado el cólera.
Un año amargo: con las inundaciones, los terremotos
y el cólera, 1885 dejó un poso de tristeza en los corazones. Y
para colmo, Alfonso XII se muere. El rey romántico, sintiendo
su vida alicorta, se esforzó por vivir más intensamente con el
pueblo. En enero, entre ventiscas, visitó las zonas más devas-
tadas por el terremoto de Andalucía. En el verano, cuando el
cólera arreaba fuerte, escapó sigilosamente a Aranjuez a con-
solar a los apestados. Muere en el palacio del El Pardo el 25
de noviembre. Un día más tarde, muere Serrano; días antes,
Topete: dos piezas claves de la revolución septembrina…
– ¡El fin del mundo! –exclamaba don Eloy. Don Eloy

302
era un clérigo sevillano que no ocultaba el grandísimo miedo
que le tenía a la muerte. Don Eloy era una botica ambulante,
llenos los bolsillos de píldoras, elixires, bicarbonato y granitos
de estricnina. Ante un año tan aciago, propicio a cualquier so-
poncio, don Eloy sólo sabía exclamar:
– Caballeros, ¿se puede vivir?
Llegan las navidades. También tristes. Madre Dolores
corre a Málaga donde la superiora, Madre Jesús Lara, una de
las manchegas, está muy enferma y se ha echado en la cama
para morir. Una santita: En Málaga ha calado tan hondo la
bondad y entrega de esta religiosa que todo el mundo teme su
pérdida. Muere el 6 de enero. Uno de los protectores de la Casa
exclama: “Yo no la encomiendo a Dios. Yo me encomiendo a
ella”. Madre Dolores escribe a Madre Salud, que se encuentra
en Antequera una vez abierto de nuevo el colegio:
– Gracias a Dios, nada le ha faltado ni en lo espiritual,
ni en lo material.
Madre Dolores sintió profundamente esta muerte: Otra
de sus religiosas buenas que desaparece. Se siente cansada,
le pesan los años, sesenta y ocho ya, tantos y tan sufridos. El
telón sigue cayendo.

El verano de 1866 lo pasa el Padre Tejero en el balnea-


rio del Castillo de Gigonza, cerca de Jerez de la Frontera. Nada
más llegar, el facultativo auscultó sus achaques y le prescribió
de 25 a 30 baños, uno por día, un vaso de agua mineral en ayu-
nas e inyecciones frecuentes por los oídos. El balneario cons-
ta de un solo manantial de aguas sulfuradocálcicas frías, que
brotan a la temperatura de 19’5 grados en cantidad de nueve
litros por minuto, y dieron al traste por una temporada con los
males del Padre Tejero. El castillo vecino daba nombre a un

303
balneario que reunía durante el verano a lo mejorcito de Jerez.
Allí están los Bergara, los Afra, los Morales…
– Sus hijas se acuerdan de nuestro colegio –escribe a
Madre Dolores– y conservan tan grato recuerdo que me han
preguntado por todas las Madres, me han dado sus afectos y
me miran con bastante deferencia. El campo es muy variado y
pintoresco; al baño vamos por medio de un bosque, en donde
se encuentran conejos y perdices. Las aguas, al decir gene-
ral, son de mucha eficacia. De modo que si con una vida de
tranquilidad y descanso, tan buenas aguas y alimentos y los
frecuentes paseos por este vergel, no me alivio, hay que decir
con toda verdad que Dios quiere tenerme enfermo.
El 10 de julio está ya de vuelta en Sevilla. Y se en-
cuentra con la papeleta de las próximas elecciones generales
dentro de la Congregación. Ha percibido como un cierto tufillo
de resistencia a Madre Dolores, pero todo muy quedo, muy
oculto, muy sotto voce. Para colmo, de arzobispo de Sevilla se
encuentra de nuevo Fray Ceferino. En la diócesis toledana ha
estado tan sólo un año: el 22 de mayo de 1886 entró en Sevilla.
El Padre Tejero no puede reprimir su desconfianza.
– Las próximas elecciones me estremecen. El prelado
inspira poca confianza, no se sabe qué hará al darle parte de
que se van a hacer. Hay probabilidad de que se haya marchado
por entonces a tomar baños y se puedan hacer con más tranqui-
lidad. La Madre anda un poco inquieta.
La Madre tiene que visitar al cardenal arzobispo para
solicitar permiso para las nuevas elecciones, y eso inquieta
a cualquiera. Escogió de compañera a Madre Sacramento, y
muy juntitas y temblorosas se dirigieron al palacio arzobispal.
¿Qué ocurrió? Padre Tejero lo cuenta a Madre Salud:
– La visita al prelado fue más dulce de lo que pensaban

304
y de lo cual salieron muy complacidas.
¿Ven, ven mis queridas Madres, cómo este Fray Ce-
ferino, terror de beaterios y conventos, encierra en el fondo
un corazón de niño? Un año atrás, cuando sobre Sevilla cayó
aquella sábana de nieve, a punto estuvo de echarse a la calle
y con los chiquillos del arroyo formar muñecos o tirarse bolas
de nieve. Se contentó con suspender audiencias y contemplar
la blanca Sevilla desde el balcón.
De la conversación con Fray Ceferino –que fue muy
dulce, ya lo hemos dicho–, algo inquieta a Madre Dolores.
– Habló –escribe el Padre Tejero–, sin que nada le di-
jeran, de la conveniencia de quitar la casa de Almería, porque
se morían de hambre, y que su personal se podía utilizar en
las otras casas. La Madre (privadamente a mí) me manifestó
no ver mejor colocación para la jefe, que ponerla con Madre
Ramírez.
¿Recordáis que Madre Consuelo, “la jefe”, se encuen-
tra en Almería? Acordaos que, en Córdoba, Fray Ceferino con-
templaba la marcha de la Congregación sólo a través del prisma
de Madre Consuelo. Pues bien, Fray Ceferino está de nuevo en
Sevilla, y Madre Consuelo en ese desierto lejano de Almería.
¿Cómo volver? Una cartita llorosa de “la jefe” al obispo, y a
esperar acontecimientos. En Almería se mueren de hambre, se
queja Madre Consuelo. Pronto las elecciones generales.
Se atrasaron, Fray Ceferino dijo que no tendrían lugar
hasta que él no volviera de la visita pastoral. Total, para no-
viembre. Pero noviembre es fecha mala: las religiosas no pue-
den abandonar los colegios en pleno curso para venir a Sevilla
a las elecciones. Se atrasan a las navidades. Fray Ceferino a
elegido a don Evaristo de la Riva para que lo represente.
Antes de que caiga el telón, Madre Dolores va a tener

305
su última satisfacción: el Buen Pastor cuenta con un convento
amplio y magnífico en pleno centro de Córdoba. Madre Ra-
mírez está gozosa de una casa tan hermosa después de los años
pasados en El Brillante. El milagro se debe a los hermanos
Míguez. Don Ricardo, el arcediano, ha muerto en 1884. En su
testamento dejó su preocupación por el futuro de la Casa del
Buen Pastor. Pronto sus hermanos, don Manuel y don Benito,
canónigos de Córdoba, secundaron el pensamiento del difunto,
y encontraron la iglesia y el convento de San Roque como muy
aptos para acondicionar el Buen Pastor.
Había sido fundado este convento por San Juan de la
Cruz, el 18 de mayo de 1586. Don Antonio de Córdoba, señor
de Guadalcanal, y sus hijos don Fadrique y don Luis, este úl-
timo deán de la catedral de Córdoba, obispo de Salamanca y
Málaga, y por último arzobispo de Sevilla, deseosos de propa-
gar la reforma carmelitana, compraron un número de casas en
la collación de Santa María la Mayor, y levantaron el convento
de San Roque.
Los descalzos lo abandonaron en 1614 y buscando la
soledad y el aislamiento se trasladaron a las afueras de la puer-
ta denominada de Colodro. San Roque fue ocupado por los
carmelitas calzados, que lo destinaron a colegio de enseñanza
de teología. En 1835, con la exclaustración, el edificio vino a
propiedad particular y convertido en casa de vecinos. La igle-
sia, en bodega de vinos. Hasta que los hermanos Míguez la
repescaron para ubicar en ella la Casa del Buen Pastor.
La inauguración tuvo lugar el 24 de noviembre de 1886.
A las diez y media de la mañana, se celebró misa solemne, con
sermón a cargo del Padre Merlín, de la Compañía de Jesús,
concluyendo con un solemne Te deum. Madre Ramírez, las
demás religiosas, y las treinta y nueve acogidas que había en
aquel momento, no caben en sí de gozo al contar con claustros

306
y patios espaciosos.
El telón, definitivamente, cayó el 31 de diciembre de
1886.
Fin de año. Todas las capitulares están reunidas en el
convento de Santa Isabel. Un aire cortante disipa las conver-
saciones. Se llega a la votación de Prepósita general: elegida,
Madre Salud Rubio y Sedor. Madre Dolores ha obtenido un
solo voto, el de Madre Ramírez, que aún muestra en su cara
las secuelas de la lepra ya curada. Madre Dolores, de rodillas,
fue la primera que prestó obediencia a la nueva superiora. Y
cuando terminó el capítulo, se metió en la cocina a preparar
unos sabrosos dulces para festejar el acontecimiento.

Así, sencilla y humildemente, Madre Dolores abandonó


el puesto de Prepósita que durante tantos años había ostentado.
Sin pena, ni rencor. Porque aquel no fue un capítulo normal.
No se votó a la generación joven con un reconocimiento a la
labor realizada por Madre Dolores. Allí hubo golpe de estado,
bien planeado, y con alevosía. Se trataba de eliminar a Madre
Dolores para campar cada una a sus anchas, comenzando por
ese revoltillo de Madre Consuelo.
Una pena.
Madre Consuelo, inmediatamente planteó su papeleta
a la nueva Prepósita, Madre Salud. Madre Consuelo dice que
no pisa Almería. Madre Consuelo prefiere el colegio de Santa
Victoria en Córdoba. Y Madre Consuelo se va a Córdoba.
Una pena.
Madre Salud –“la teóloga” la denominaba el Padre Te-
jero por las muchas cartas que recibía de ella con sus preocu-
paciones “teologales”– es un carácter inconsistente y voluble.
Pero esto no lo aprecia el Padre Tejero, que se dejó llevar de

307
“chismes de mujeres”, ni Fray Ceferino, ni nadie. Gustó un
cambio que pronto han de lamentar.

Una pena. Pero así se hizo. Y si de este episodio no se


puede decir más culpemos a aquella hoguera que quemó tantos
y tantos papeles comprometidos.
Desde este momento Madre Dolores entrará en la in-
timidad de sí misma y descubrirá la riqueza del espíritu que
escondía bajo su toca. Siento que aquí la biografía se trunque,
se vuelva incompleta por falta de textos. Vamos a caminar un
poco entre brumas, pero con la suficiente claridad de noche de
luna como para distinguir el sendero de sus últimos años y los
pálpitos de la nueva Madre Dolores, ya no superiora, sino súb-
dita, y qué sumisa. Espero no tropezar y guardar la serenidad.
Reflejar, como en espejo, los sentimientos más íntimos de esta
mujer, y continuar el relato, paso a paso, como ocurrieron.
Ocurrió en primer lugar que Madre Dolores estaba de
más en Santa Isabel. Madre Salud se sentía incómoda a su lado,
cosa natural. No tan natural, sin embargo, esos rostros que se
han vuelto hoscos. Madre Amalia, la superiora de Málaga, se
ha dado cuenta, y le ha propuesto que se vaya con ella. Madre
Dolores se lo agradece y no lo duda un momento. En Málaga
tiene la familia de su hermana Ana; también al obispo Spínola,
amigo de antaño, que de la diócesis de Coria acaba de pasar a
la de Málaga.
A primeros de febrero, Madre Dolores recibe una carta
desde Madrid. La firma Carmen Moreno, la benefactora del
colegio de Antequera, que se encuentra en la Corte acompa-
ñando a su marido. La carta es expresiva.
– Mi siempre queridísima Madre: por Carmen Lara he
recibido la desagradable noticia del resultado de esas eleccio-

308
nes que me hieren como espada de dos filos, por la inconcebi-
ble injusticia que se hace con usted y por la ausencia precisa de
nuestra Madre Salud de Antequera… He derramado muchas
lágrimas y no puedo desechar la triste pesadilla que tengo so-
bre mi alma. Mi marido lamenta como yo lo ocurrido.
El final de la carta es redondo.
– Bien se podía el Santo Padre haber dejado al Padre
Ceferino en Toledo y todos estaríamos más tranquilos.
No se puede prescindir radicalmente de Madre Dolo-
res. De su refugio de Málaga, Padre Tejero le pide que vaya
a Madrid, una vez más a la Corte, “cuanto antes, a ver cuánto
pueda conseguir, pues el acreedor de la madera me consta que
ha reclamado ya dos o tres veces la deuda, asegurando que no
puede esperar”. Madre Salud, la nueva Prepósita, se encuentra
en cama, con calentura, pero ya se le ha cortado. Es muy pro-
pensa a la tos y al resfriado, que lo pilla en cuanto cambia el
tiempo. Y este mes de marzo es muy desigual. Padre Tejero le
cuenta también de sus andanzas: “No sé cómo tengo la cabe-
za. De compromiso en compromiso me llevo cerca de un mes
haciendo sermón diario. Empecé por los Ejercicios en el Asilo,
continué con los de las Hermanas de la Doctrina Cristiana, y el
sábado concluí con los de las acogidas de casa; para coronar la
fiesta, tuve ayer que predicar en San Alberto. No siento ya lo
pasado, sino lo que todavía falta hasta concluir el santo tiempo
de cuaresma, y observo que la cabeza está bastante aturdida”.
Y concluye: “Dios le acompañe en la empresa que lleva”.

Lo habrá de necesitar.
A mediados de marzo ya está en Madrid y comienza las
gestiones, el nuevo peregrinar a gente importante solicitando
misericordiosamente arañen de aquí y de allá un dinero para

309
Santa Isabel. Por suerte se conserva su plan de viaje. Primero:
“Conseguir del Ministerio de Fomento recursos para conti-
nuar la obra de las escuelas de Santa Isabel”. Segundo: “Hacer
todas las diligencias que estuviesen a mi alcance para reunir
una cantidad que fuese siquiera bastante para pagar las deudas
que al terminar mi gobierno tenía la casa. No porque tuviese
responsabilidad, pues que todas eran contraídas para sostener
las obligaciones de ella, sino porque de ese modo quedaba yo
más satisfecha y entendía que llenaba por completo mis in-
tenciones en su prosperidad”. Llevaba una tercera intención,
pero aquí topó con la oposición formal de Madre Salud. Madre
Dolores pensaba que si el dinero salía de Madrid, bueno sería
fundar una casa en el corazón de la Corte. Más que oposición,
a Madre Salud le embarga la desidia y la pereza que se tradu-
cirá en pocos años en el cierre de Santa Victoria de Córdoba y
la casa de Almería.
Madre Dolores está persuadida de “que es del agrado
de Nuestro Señor la extensión del Instituto” y por ello se em-
peña en “trabajar por ver si encontraba medio de instalar una
casa en Madrid”. Madre Salud está más bien empeñada en lo
contrario: todo le parece un mundo, todo una aventura inac-
cesible. “Encontrando oposición al proyecto –confiesa Madre
Dolores–, desistí de hacer formales diligencias, si bien a todo
el que hablaba decía mi deseo, con el objeto de que circulando
la idea, pudiese suceder que alguna persona se prestase a coo-
perar proporcionando ayuda de medios”.
Madre Dolores, acompañada de Madre Dolores Bost,
disfruta de la hospitalidad de las Hermanas del Servicio Do-
méstico. Una pena: Madre Vicenta, aquejada de tifus desde el
invierno, marcha a Sevilla por recomendación médica. Le fal-
tará en Madrid el apoyo y el consuelo de una amiga entrañable.

310
Otra pena: Carmen Moreno ha muerto en Antequera, su tierra,
el día primero de abril. A las Hermanitas de los Pobres y a las
Madres Filipenses, reza el testamento, les perdona la deuda.
Esa deuda, por parte de nuestras religiosas, aún pendiente del
colegio de Antequera.
Pasan los meses y Madre Dolores no ha logrado total-
mente los objetivo. En Sevilla suben las murmuraciones: no
quiere volver, le gusta Madrid, etcétera, etcétera. No es ver-
dad. Madre Dolores está luchando denodadamente: Del Mi-
nisterio de Fomento sólo ha conseguido 8.000 reales, y del
Director General de Beneficencia, nada. Por último, con ayuda
de los diputados sevillanos solicitó una cantidad como socorro
extraordinario. 8.000 pesetas en instancia fechada el 3 de agos-
to. No está en Madrid de balde, trabaja cuanto puede y además
se cansa porque ya es muy mayor.
¿Qué siente, cómo palpita Madre Dolores?, ‘¿cuáles
son sus dolores y gozos? Lo vamos a descubrir por esa “Cuen-
ta de conciencia” que en día de retiro ella escribió a finales de
agosto. Muestra como ante un espejo sus deseos más íntimos,
sus debilidades, también sus pecadillos, y la gran mujer que
había detrás de todos esos sentimientos.

“Desde mi llegada a Madrid me empezó a contrariar la variación


en la unidad que hasta entonces habíamos experimentado y que era
correspondida por nuestra parte.
También notaba menos empeño en presentarme a las visitas que
estando nosotras en casa iban. Algunas otras faltas tomaba yo en
consideración, que pueden ser abultadas por mi susceptibilidad o
efecto de que los males de la Superiora y ser algo distraída le oca-
sionaban olvidos. El primer movimiento era siempre desagrada-
ble; pero recordaba que me había ofrecido incondicionalmente, si
juzgaba Su Divina Majestad, para que mi sacrificio redundara en
bien de la Congregación.

311
En medio de que me propongo no variar, me ha sucedido con re-
petición, lo que comúnmente sucede, tener más valor al prometer
que al presentarse las ocasiones.
Todo el tiempo lo he llevado en esta lucha de actos de conformidad
y resignación para acallar las mil razones que venían a mi mente
que forjaba por el resentimiento algo parecido a la aversión. Este
fue el asunto principal de muchas de mis confesiones, de las cuales
salía ordinariamente dispuesta al heroísmo.
He tenido días de mucha resignación y entre los textos sagrados
que más consuelo me han dado son aquellas palabras: “Busqué
quien de mí se compadeciera y no lo hallé”.
He seguido el orden de ejercicios espirituales diarios de aquella
comunidad que tienen muy pequeña variación con los nuestros.
No tiene disciplina ni el ayuno del viernes de cada semana como
nosotras. Esto lo suprimí porque ocasionaba algún trastorno en la
comida. En suplemento de una y otra mortificación ofrecía las que
se presentaban en la penosa tarea de las diligencias necesarias para
obtener las cantidades pedidas, en lo cual hay muchas esperas, mu-
chísimas menudencias que mortifican y que casi se olvidan por ser
demasiado repetidas y variadas.
Algunas comuniones, no muchas, he hecho más de las de regla;
pero que las sujetaba al dictamen del confesor y cuando no tenía
esta proporción se lo manifestaba cuando iba y le decía que si no
lo aprobaba me abstendría de comulgar cuando me tocaba después
de hablarle. Nunca lo permitió y así aprobaba el hecho.
En mis pasos para conseguir intereses y en la esperanza de obte-
nerlos, encontraba un gozo indecible y tenía que purificar mi in-
tención porque no se mezclara satisfacción del amor propio por
verme tan dispuesta a devolver bien por mal. Quería hacerme de-
sistir la idea de parecerme imbecilidad. Esta la sofocaba con el
pensamiento de más perfección lo primero.
Me llegué a persuadir que se sospechaba que mi larga estancia en
Madrid se atribuía pro algunas personas a huir de estar entre las
mías. De esto me pareció oportuno hablar a la Madre Vicenta, a
quien le dije que estaba completamente autorizada. Tanto dicha
persona como todas las suyas son personas de educación y muy
observantes y nos han dado muy edificantes ejemplos.
Para concluir diré que la distribución más penosa para mí y en la

312
que estoy más defectuosa es en el examen de la noche, pues que
me acometía de ordinario el sueño y encuentro mucha dificultad en
encontrar y retener las faltas.
El día del Sagrado Corazón de Jesús es de muy gratos recuerdos
para mí, porque la gracia parece que me dio nuevas fuerzas.
Ya concluyo diciendo que en todo el tiempo mis tentaciones han
sido haciéndoseme a veces insoportable mi situación. De impa-
ciencia con la falta de verdad en las personas que tenía que ocupar
para mis gestiones. Algunas contra la fe.
Las faltas más comunes: el sueño, algunas quejas con una amiga
de confianza de las cuales las más de las veces quedaba con escrú-
pulo porque hubiera sido más perfecto callar. Es persona de sana
razón y me servía de desahogo.
Continúo ayudada de la Divina Gracia, en mi deseo de ser toda de
Dios y de poder contribuir a su honra y gloria para que un día se
participante de la que tiene reservada a sus elegidos y ser del nú-
mero de las Esposas que siguen al Cordero. Mas, ¡cuán poco valgo
y qué poco puedo hacer!

Vuelve a Málaga. Ha pasado en Madrid unos meses y


ha cumplido los objetivos que le fueron propuestos en la me-
dida de los posible. Acurrucada en la casa malagueña, pasará
trece largos años. El silencio se cierne en torno a ella.
Cae el telón.

313
314
20. EN LA CIMA

315
316
Sevilla del XIX.
Arriba, procesión del Corpus a su paso por la plaza de San Francisco.
Abajo, la calle San Feernando cuando los trnvías eran accionados por mulas.

317
Madre Dolores cuenta aquí 82 años. Está llegando a la cima.

318
Como en susurros de alcoba y de claustros silenciosos,
la Congregación irá heredando de unas religiosas a otras la
situación dolorosa en que ha sido sumida la Madre Fundadora.
Pocas religiosas están en el secreto, pero son suficientes para
recomponer el cuadro. Sus testimonios han llegado a través
de un silencio imperante durante años en la Congregación.
“¿Cómo era nuestra Madre Fundadora?”, preguntaban las reli-
giosas jóvenes, novicias candorosas con vocación nueva. “Una
Madre muy buena”, se les respondía. Y el silencio continuaba.
Madre Dolores ya no es nada, casi nada. “Sus manos estaban
atadas a todo lo que fuese gobierno”. Permanece acurrucada,
ya digo, en Málaga. Marcelo Spínola, el obispo, sabe de sus
confesiones. A él acude de tarde en tarde a abrir las ventanas
de su conciencia. Ahora quien manda en la Congregación es
Madre Salud, y por cierto, lo hace fatal. Dirige la Congrega-
ción de 1887 a 1914, fecha de su muerte. En estos largos y
pesarosos años hay que anotar la fundación de Cádiz y la clau-
sura del Colegio de Santa Victoria de Córdoba y el colegio de
Almería. Todo un récord de desidia y pereza. “El gobierno de
Madre Salud, uff… un desastre. Las que la hicieron subir al
cargo empezaron a hacer lo que les daba la gana. Se perdió la
disciplina religiosa. Ella se pasaba el día sin salir de su despa-
cho en el que tenía un gato grandote, rubio. Lo ponía encima

319
de la mesa del despacho y allí le daba de comer, lo acariciaba
y jugaba con él. Asunción, la penitente, de vez en cuando apa-
recía por el despacho preguntando si el gatito necesitaba algo.
Otras veces lo sacaba para que le diera el aire, haciendo el
papel de niñera”.
El gato murió, cómo no, era su destino, del zapatazo
de una religiosa que estaba hasta las mismas narices de tanto
privilegio.
¿El Padre Tejero no tiene nada que decir de esta situa-
ción?
El Padre Tejero está bastante achacoso. En 1887 ha su-
frido una operación en el ojo. En 1892 cesa como Prepósito del
Oratorio a consecuencia de sus achaques y es elegido don Ma-
nuel de la Oliva, conocido como gran predicador en la Sevilla
de fin de siglo. Pero en las elecciones de 1898 es reelegido de
nuevo, confirmándose que también el Oratorio se encuentra en
fase de decadencia: acuden a la benemérita figura del anciano
Padre Tejero ante la imposibilidad de encontrar un Prepósito
eficaz y joven. Y así terminará sus días, como Prepósito del
Oratorio sevillano.
No, el Padre Tejero no se da cuenta.
Siempre tuvo una especial debilidad por Madre Salud,
“la teóloga”, como la llamaba, y por sus composiciones poé-
ticas.
Cuando venga a darse cuenta será tarde.
Algo intuye en 1888 cuando propone el tratamiento que
en la Congregación debe recibir la fundadora.
“Convocó –dice el acta del 3 de mayo– la Madre Pre-
pósita a la Congregación de Diputadas y en ella expuso que
juzgaba muy justo y conveniente que se acordara y fijara ya
definitivamente, proponiéndolo a la Congregación General,

320
el tratamiento, lugar y todas las debidas atenciones a que tan
acreedora era nuestra Madre Fundadora por haber consagrado
tantos años de continuos desvelos y sacrificios al estableci-
miento, desarrollo y bien de la Congregación, que estos eran
también los deseos de nuestro Padre Fundador y que con su
aprobación lo proponía para que, siendo confirmado por la
Congregación se levantara acta correspondiente…”
El acta hubiera reflejado más exactamente la realidad
diciendo: “Es deseo impuesto de nuestro Padre Fundador…”,
pero ya se sabe cómo se escriben estas cosas.
“Las Madres – continúa el acta– manifestaron unifor-
midad de sentimientos y se convino en lo siguiente: Primero,
que al hablar de la Madre Fundadora, Doña Dolores Márquez
Onoro, se diga Nuestra Madre. Tercero, que ocupe siempre el
primer puesto de honor en cualquiera de las Casas en que se
halle, levantándose todas a su llegada incluso la superiora lo-
cal, y aun la Prepósita, y que presida en el coro y refectorio las
distribuciones ordinarias. Cuarto, que cuando para las eleccio-
nes generales u otro asunto grave hayan de concurrir las Supe-
rioras locales y dos de las Madres profesas de cada casa en la
forma que se dispone en el artículo… de nuestras Constitucio-
nes, la Muy Reverenda Madre Fundadora tenga siempre el de-
recho de asistir cuando le plazca o lo tenga por conveniente”.
Resultarían hermosas estas disposiciones si hubieran
ido acompañadas del cariño de sus hijas, pero el silencio en
torno a su figura sigue imperante, y ella, muy queda, muy sola,
permanece en Málaga.
Son años poco gloriosos para la Congregación. En
1888, se cierran los colegios de Almería y Córdoba. En Alme-
ría, por la escasez de limosnas; en Santa Victoria, de Córdoba,
por desavenencias con los patronos. Madre Salud lo justificaba

321
de una manera harto cómica.
– Hijas mías, las cierro por vosotras, para no veros tan
recargadas de trabajo.
“En estos dichos ponía –es expresión de una religio-
sa– la voz engolada por lo que parecía que estaba realizando
una comedia”. Y continúa: “Parece que el cierre de esas ca-
sas fue porque no tuvo la paciencia ni el aguante que hacía
falta para conservarlas. La del Buen Pastor, de Córdoba, no
se cerró gracias a la prudencia, paciencia, amor al sacrificio
y a la Congregación de Madre Ramírez, que la sostuvo. Esta
religiosa ha dejado en la Congregación una estela de virtud
y heroísmo. Murió mártir de la caridad, leprosa por cuidar y
salvar a una joven. La comunidad se oponía a la entrada de
esta muchacha, y viendo que al despedirla iba a ser la ruina
del cuerpo y alma de los que se acercaran a ella, se ofreció a
cuidarla. Logró ganarla para Cristo muriendo santamente, pero
ella contrajo la misma enfermedad. Dicen que se retiró con
ella a un lugar apartado de la casa. Allí la cuidaba, lavaba su
ropa, limpiaba sus heridas, curaba sus llagas… Con nuestras
reeducandas tenía gran habilidad: En los 45 años que estuvo
con ellas, que ya es decir, jamás expulsó a ninguna. Era poco
agraciada por la naturaleza, con vellos en la cara, pero su alma
muy bella. Sufrió mucho en la Congregación al contraer la le-
pra. Las religiosas la miraban con repugnancia. Imposibilitada
por completo para valerse por sí misma, ninguna quiso ser su
enfermera. Ella se fue a vivir a un lugar alejado donde murió
la muchacha leprosa. Una Penitente se hizo cargo de ella para
ser su enfermera y desempeñó su misión con caridad y cariño.
Pero Madre Ramírez sufrió el desvío de que sus Hermanas la
entregaran a manos extrañas y apenas iban a saludarla. Murió
santamente. Cuantas la conocieron hablan de su virtud, tanto

322
religiosas, acogidas como seglares”.
Madre Ramírez propiamente no murió de lepra, pero
conservó en su vejez los vestigios de una lepra mal curada.
Sobrevivió a Madre Dolores doce años, y siempre permaneció
en su casa del Buen Pastor de Córdoba. Murió el 4 de febrero
de 1916. Una santa, la única que guardó el voto para Madre
Dolores, una proscrita también.
La única fundación en todo el gobierno de Madre Sa-
lud tuvo lugar en Cádiz, en enero de 1893. Se encontraba de
obispo de Cádiz, don Vicente Calvo y Valero, el mismo que
años antes, cuando la revolución septembrina, y siendo canó-
nigo, acogió en su casa al desterrado Padre Tejero. Hacía unos
años que se había extinguido la “Casa de Recogidas” de Cádiz,
por falta de vocaciones de las Religiosas Filipenses de María
Inmaculada y San Felipe Neri, fundación que data de 1862 y
debida al padre filipense Manuel María Martínez. Comenzó
esta obra, semejante a la del Padre Tejero, en la calle de las
Navas. De allí se trasladó a la calle de Hospital de Mujeres,
donde ya apareció en la puerta el rótulo: “Casa de Recogi-
das”. Posteriormente, a la plaza de los Descalzos, de donde
fueron echadas por las turbas durante la revolución de 1868.
Afincadas por último en la calle Ancha, la Casa de San Pablo
permaneció abierta hasta la extinción de la congregación por
falta de vocaciones.
La casa estaba disponible, y la capilla de San Pablo con
mucho culto. En el cogollo mismo de Cádiz, quién se resiste
a esta fundación. Lo ha pedido el obispo: que vayan, vean la
casa, comprueben pormenores; en suma, que acepten la fun-
dación.
En enero de 1893, con la presencia de la Prepósita Ma-
dre Salud y los padres fundadores, Padre Tejero y Madre Do-

323
lores, que ha venido de su refugio de Málaga, el obispo ben-
dice la casa y nace así la nueva y definitiva fundación durante
muchos años.
Queda de superiora Madre Gracia Ruiz, que se ha lle-
vado consigo tres acogidas de Santa Isabel. Al poco tiempo se
les unen varias jóvenes de la población gaditana.
Pasa el tiempo sin nada que reseñar en la Congregación.
Eso es lo triste, que no ocurre nada. Uno espía el libro de actas
y va comprobando cómo paulatinamente se van distanciando
en el tiempo las reuniones de la junta de gobierno: a veces,
pasa un año sin nada reseñado. ¿La Congregación no vive, no
respira, no se mueve? Eso parece, a tenor del libro de actas.
Las trampas subían sin que Madre Salud le echara ge-
nio y figura por encontrar soluciones. No sabía o no quería.
Encerrada en su despacho de Santa Isabel, abandonó práctica-
mente la visita a las distintas casas. El hambre también se hizo
notar, porque no había más entradas que las limosnas que lle-
gaban a la portería. Fueron años tristes aquellos de fin de siglo.
El 13 de febrero de 1896, Marcelo Spínola entra en
Sevilla como arzobispo. Don Marcelo sabía de los entresijos
de la Congregación y del desprecio en que tenían sumida a la
fundadora. Y lo dijo claro, en visita pastoral recalcó a Madre
Salud:
– ¿Por qué no se encuentra en esta casa la madre fun-
dadora? Sería gran desdoro para la Congregación que la fun-
dadora muriera fuera de la casa central. La fundadora en esta
casa es donde debe estar.
En agosto de aquel año 1896 hay nuevas elecciones. El
arzobispo Spínola no delega su presidencia a nadie. Acude él
mismo en persona. Madre Dolores sigue en Málaga. Hay que
ofrecer al arzobispo solución al caso de la fundadora. Madre
Salud no encuentra cosa mejor que ofrecerle la dirección de la

324
casa de Málaga. Y así sucede.
El Padre Tejero –¡pobre Padre Tejero, qué imposibilita-
do!- escribe esta decisión a Madre Dolores.
– La Prepósita y Diputadas han procurado hacer ante
Dios lo que han creído ser más de su agrado, y la rectitud de
intención con que han procedido las justifica de cualquier error
que puedan haber cometido. Esa casa es la que más les ha
dado que pensar, y después de muchas consideraciones, por
las circunstancias especiales que concurren en ella, vinieron al
acuerdo de que usted lleve el régimen y gobierno de esa casa…
Y Madre Dolores tomó las riendas de la casa, cuando
ahora sí sus muchos años le pesaban y necesitaba del retiro y
del descanso.
El 10 de julio de 1897, León XIII firma el decreto de
aprobación del Instituto. “El Papa, después de conocido el in-
forme particular que se me pidió, la brillante recomendación
de los cuatro Prelados, donde tienen casas la Congregación,
y oído el dictamen juicioso que han emitido la Sagrada Con-
gregación de Obispos y Regulares; el Papa, repito, en audien-
cia particular, tenida por el cardenal Prefecto de la referida
Congregación, aprobó y confirmó a perpetuidad el Instituto
de la Congregación de Hijas de María Santísima de los Do-
lores, creado en Sevilla, donde aparece que las que lo forman
se obligan al cumplimiento de los votos simples perpetuos de
pobreza, castidad y obediencia para su mayor santificación, y
en cuanto al prójimo, a la educación y enseñanza de niñas,
regeneración de jóvenes arrepentidas, y recibir para hacer ejer-
cicios a las personas de su sexo. Particípelo usted a toda la
comunidad”, escribe el Padre Tejero a Madre Dolores.
Y así, como en frío parte facultativo, Madre Dolores
se entera de algo por lo que había venido suspirando desde

325
siempre: la bendición de la Iglesia. ¡Es que no hay un viva al
alimón! Padre Tejero: que a quien escribe eso se rompió las
pestañas junto a usted año tras año por sacar la Congregación
a flote. Muchas lágrimas ha dejado en el surco Madre Dolores,
incontables viajes a la corte a pedir limosna con qué subsistir;
muchos cabellos de arrepentidas han sentido la suave caricia
de su mano… ¡Merece un brindis Madre Dolores, el honor del
triunfo, Padre Tejero!
Pienso que el Padre Tejero no ha podido contagiarse del
desdén con que se mira a Madre Dolores. Lo desmiente otra de
sus cartas, en una postdata:
– Madre, usted y yo tenemos que hacer un esfuerzo por
morir santos, pues dice el Papa actual León XIII que los fun-
dadores de comunidades religiosas ordinariamente casi todos
lo son.
¿Casi todos?
¿Qué es ser santo?
Madre Dolores entiende la santidad de este modo. Ja-
más se quejó de nada ni de nadie. Cuando algunas religiosas se
le acercaban y le decían que, como fundadora, no debía con-
sentir lo que le hacían, ella se callaba, o repetía:
– No permito que habléis mal de vuestras Hermanas,
porque también son mis hijas y las amo con el cariño más tier-
no de Madre.
“No dejó de sembrar amor”, cuenta Madre Esperanza
Elvira Frías:
- He convivido durante muchos años con muchas que la
conocieron y supieron de su vida. Cuando entré en la Congre-
gación sólo hacía tres años que había muerto. Me decían que:
era amable, delicada, tierna, bondadosa, sencilla en su trato,
cortés y educada. Su corazón tierno y sensible. Esta sensibili-

326
dad debió triturar su corazón, pero lo tenía tan grande que no
dejó de sembrar amor, a pesar de no verse correspondida.
Madre Teresa Muñoz de Toro, que posteriormente sería
Prepósita de la Congregación, la describe “con unos ojos en-
tre verdes y azules que parecían simbolizar la esperanza en el
cielo”.
- Sus cabellos eran claros, como de color castaño, pero
no rubios. Los tenía abundantes y rizados. Se peinaba con tren-
zas cruzadas hacia atrás. Era hermosa de rostro, elegante, de
buen tipo, muy bien dotada por la naturaleza.
Madre Isabel González Franco completa la descripción:
- De mediana estatura, rubia, sonrosada de color, ama-
ble de expresión y rostro, y muy espiritual en su trato íntimo.
Cariñosa y bondadosísima con pobres e inferiores. Maternal
con sus hijas y reeducandas. Dócil y delicada con los superio-
res. Confiada y optimista por fe y temperamento, con un ta-
lento nada común y un espíritu emprendedor a lo Teresa. Esto
se ve en todas las casas que fundó, a pesar de todas las contra-
dicciones que tuvo que sufrir. Sumamente educada e instruida.
Alma abierta a todo ideal hermoso y grande. En su interior
tomaba eco y resonancia todo cuanto podía referirse a la gloria
de Dios y salvación de las almas.
De otra religiosa de su tiempo recogemos un último tes-
timonio:
- Era Madre Dolores persona instruida, de buen trato
social, y de una esmerada educación. Amable sin afectación,
recta y sincera, nunca se le vio tratar a nadie con adulación ni
fingimiento. Trataba con afabilidad, lo mismo a personas ele-
vadas que a las de clase humilde. Tenía un talento nada común
para llevar a cabo cualquier empresa importante, como lo acre-
ditó en muchas ocasioes. Constante y decidida en cualquier

327
asunto que emprendía, hasta conseguir su realización para el
bien de la casa. Como su trato era amable y cortés con todos,
se ganaba el afecto y admiración de las personas que la tra-
taban y conseguía de las autoridades lo que se proponía para
bien de la casa.
Nada sabemos de su gestión al frente de la casa de San
Carlos en Málaga. ¿Le fue bien? ¿Mal? El 24 de septiembre de
1898, en Sevilla, emite sus votos perpetuos. Los primeros vo-
tos perpetuos de la Congregación, con otras treinta religiosas.
Tras Madre Dolores, los emitió Madre Salud, Madre Consue-
lo... Predicó aquella mañana el Padre Tejero. Al día siguiente,
domingo, repicaron las campanas de la iglesia de Santa Isabel.
El arzobispo don Marcelo Spínola solemniza con misa pontifi-
cal la fiesta de los primeros votos religiosos perpetuos después
de la aprobación pontificia de la Congregación.
Madre Dolores vuelve a Málaga. Por poco tiempo. Se
encuentra muy mal de salud. Ni siquiera termina su mandato al
frente de la casa de San Carlos. Cuenta 82 años. Siente la vejez
en los huesos. La llaman a Sevilla, que resida en Sevilla. Así se
cumplirá el deseo del arzobispo.
Nadie le espera en la estación. Cuando llegó a Santa
Isabel, entró en el compás de entrada al convento. A la derecha
se encuentra la puerta de la iglesia. Estaba abierta porque las
reeducandas estaban limpiando. Se arrodilló ante el sagrario y
rezó un Tedeum por los beneficios recibidos.
Las chicas, al reconocerla, la abrazaron, y corrieron por
la casa gritando:
- ¡Ha venido nuestra Madre, ha venido nuestra Madre!
Pero las chicas recibieron una reprimenda por el desor-
den que habían ocasionado.
Le dieron por habitáculo una habitación harto original.

328
Las religiosas lo llamaban el cuarto “de profundis”, porque de-
bajo de él, en el sótano, se encontraba el panteón de las monjas
sanjuanistas, y allí mismo había sido enterrada la Madre Ro-
sario. Sin ventana ni ventilación, la habitación había servido
para arrumbar los trastos viejos. Era sombría y húmeda, con
un mobiliario muy pobre.
A Madre Dolores todo le parecía bien. Nunca le faltó, y
esto es una gracia, los servicios de Madre Dolores Bost, que la
acompañó y atendió hasta su muerte.
Al poco tiempo de llegar a Sevilla, hizo testamento. El
18 de agosto de 1899, ante el notario don Eduardo Carruaga y
en presencia de los testigos instrumentales, los presbíteros don
Francisco García Tejero, don José Macía y Toro y don Fran-
cisco Martín Lázaro, vecinos de la capital, firmó su testamen-
to dejando la casa familiar de Constantina, en la calle Torrico
número seis, a su hermana Bernarda y a su sobrina Luisa, hija
de su hermana Ana, ya fallecida. “En el remanente de mis bie-
nes y derechos presentes y futuros instituyo y nombro por mis
únicas y universales herederas, en pleno dominio, por iguales
partes y con derecho de acreción entre sí, a Sor María de la
Salud Rubio y Sedor y Sor Amalia Lobato y Olmo; rogándoles
que me encomienden a Dios y que hagan por mi alma los su-
fragios que les sean posibles”. ¿Qué remanente de bienes son
esos que deja a la Congregación? Salvo el cariño negado de
una mujer que ha dado toda su vida por el Instituto, deja esas
cuatrocientas acciones, heredadas de su padre, de la sociedad
minera “La Buena Fe”, situada en el término de Fonelas, en la
provincia de Granada.
“Para comprender una vida, como para comprender
un paisaje, es menester escoger bien el punto de vista; y no
hay niguno mejor que la cima. Esa cima es la muerte. Desde

329
tal cima hay que examinar la serie de acontecimientos que no
shan conducido a ella. De esta forma, se dice, ven los mo-
ribundos en su última hora desplegarse todos los sucesos de
su vida, cuya conclusión inminente le proporciona un sentido
definitivo”.
Estas palabras de Paul Claudel, en “Juana en la hogue-
ra”, resumen la situación de Madre Dolores. Ha llegado a la
ciam, lo siente en sus huesos doloridos y renqueantes, y con
sencilla placidez ve desplegarse los sucesos de su vida, cuya
conclusión inminente la siente ya próxima.
Desde esa cima contempla los años pasados, y la nos-
talgia le empaña los ojos. ¿Por qué entró en la Congregación?
¿Cuál fue el motivo? Se encuentra Madre Dolores en ejerci-
cios espirituales. El director de los ejercicios ha hablado, en la
meditación segunda del primer día, del fin de las religiosas. Y
Madre Dolores se interroga muy íntimamente sobre las moti-
vaciones que le han ido impulsando, año tras año, hasta llegar
a la cima, la inminente puerta de la muerte. Merece la pena que
compiemos sus reflexiones:

Primera pregunta hecha por el padre director de los Santos


Ejercicios. ¿Cuál fue el motivo de tu entrada en la Congre-
gación?
Mi respuesta es: Fui a Sevilla dejando el pueblo de mis pa-
dres y los lazos familiares sólo por buscar más de cerca a
Dios.
Estando allí me vio el Padre Tejero en cuya mente surgía el
pensamiento de fundar una casa asilo de Desgraciadas Jóve-
nes. Creyó que no teniendo entre los míos lazos que obliga-
sen en justicia, podía proponerme su idea para lo que le pa-
recía apta. Mucha y muy grande fue mi repugnancia para la
clase de personas con que tenía que emplear mis caritativos
servicios, pues el vicio que debía combatirse estaba en com-

330
pleta oposicion con mis ideas y amor a la pureza. Eficaces
instancias del Padre, uniendo la atenuación de mis temores y
oposición, a la vez que enaltecer la obra tan acepta a los ojos
de Dios, hizo que me decidiera. ¡Cuánto me costó! ¡Cuán-
tos vencimientos de amor propio, que era en mí defecto de
gran importancia, y cuántos sacrificios! Antes de decidirme
consulté con personas que gozaban entre el clero de gran
concepto, y recuerdo que le dije que, al proponerme la obra,
la palabra que “era para salvar almas” fue el móvil que me
hacía arrostrar por todos los obstáculos.
Empecé en compañía de otra señorita y la dirección del Pa-
dre y ya me entregué con todas las veras de mi alma a la
obra. Algunos triunfos obtenidos me animaban; pero siem-
pre me parecía todo pequeño y que no se conseguía el fruto
que yo anhelaba.
Después se sirvió Nuestro Señor darme el pensamiento o
inspiración de fundar la Congregación y éste manifestado al
Padre, parece que Dios bendecía, pues se fueron reuniendo
jóvenes virtuosas a las dos que estábamos.
Las pruebas fueron muy grandes; pero las acogidas crecían
en número, y las doncellas que después formaron con noso-
tras la Congregación tuvieron constancia para seguir.
Cuando se pudo disponer de medios y teniendo casa, que
conseguí del Gobierno, se erigió la Congregación canónica-
mente siguiendo el instituto de San Felipe Neri como consta
en las Constitucioens.
Regí la casa en todas sus dependencias de Congregación y
de acogidas convenientemente hasta que en el 71, todo for-
malizado, fui elegida Prepósita y reelegida por cuatro veces
más, que formaron un número de cerca de dieciséis años y
medio que dirigía la obra. Todos me aseguraban que mi lla-
mamiento había sido de Dios y en esta creencia trabajaba
con gusto, soporté sufrimientos, oposiciones, carencias, via-
jes y todo, todo cuanto era necesario para llevar adelante una

331
obra de suyo…
(El documento se encuentra mutilado).

El invierno de 1899 a 1900 –¿es fin de siglo? ¿1900 es


el inicio del veinte?; la polémica está en la calle–, precipita a
Madree Dolores en achaques y males continuados. Asoma el
siglo veinte, pero no vive en él. Es mujer del diecinueve, en
ese siglo ha echado todos sus afanes. Si arrastra unos años en
el veinte, es tal vez por esa inercia de vida que pervive en toda
persona. Madre Dolores lo ha dado todo, ha consumado su
vida en el diecinueve; ahora, en estos años postreros, padecerá
en silencio, en su cuarto “de proundis”, los achaques últimos.
Sin una pizca de afecto, qué lástima.
Sólo el cuidado de Madre Dolores Bost, y la visita casi
furtiva de algunas religiosas.
Así, lentamente va apagando su vida.
Las dos últimas cartas que se conservan, van dirigidas
a Madre Consuelo. ¡Qué hermoso!: La inconstante Consuelo,
la picarona Madre Consuelo, que tantos disgustos proporcionó
a Madre Dolores, va a recibir sus últimas cartas. La primera en
abril de 1903, cuando en Sevilla se vive el bullicio de la Feria.
Mare Consuelo reside en Málaga.
– Ya no escribo tan deprisa como antes y mi cabeza se
suele resentir de dolor y de malestar en cuanto me alargo…
Sin embargo, la carta es extensa. Una carta que rezuma
cariño, y cuenta a Madre Consuelo los regalillos que le han
dado con motivo del día de la Virgen de los Dolores, su ono-
mástica.
Su última carta, también a Madre Consuelo, está fecha-
da en septiembre de 1903. Escrita a lápiz, con líneas torcidas y
caligrafía muy irregular.
– No tengo corazón par dejar de decirte que pasado ma-

332
ñana te recordaré… (Es el santo de Madre Consuelo). Que el
Señor te dé toda la felicidad y bien espiritual y temporal que te
deseo… Tú sabes de mis sentimientos y las lágrimas que me
trago porque no puedo decirte más que te amo de todo cora-
zón, tu madre que te ama y abraza…
Madre Dolores ya puede dormir en paz.
Aún le quedan diez meses de sufrimientos y dolores.
Pacientemente. En silencio.
Ha llegado a la cima.
Hay no hay más palabras.
Ni una crónica fugaz que recoja las últimas palabras,
las palabras cálidas de toda Madre que se asoma a la muerte.
Murió el 31 de julio de 1904, con ochenta y siete años
de edad, a consecuencia de hemorragia cerebral, según acta de
defunción número 56.944.
Murió silenciada.
Lástima, porque fue una mujer maravillosa

333
334
EPÍLOGO

335
336
El 8 de diciembre de 1909, fiesta de la Inmaculada, mo-
ría en el Oratorio de Sevilla el Padre Tejero. Murió cansado,
después de larga enfermedad, por los muchos trabajos de su
vida. Contaba 84 años.
Meses antes, en agosto, el Papa Pío X aprobaba las
Constituciones de la Congregación, paso definitivo en la ben-
dición de la Iglesia. Pío IX concedió el Decreto de Alabanza en
1874; León XIII aprobó el Instituto en 1897; ahora Pío X co-
rona la obra con la aprobación definitiva de las Constituciones.
El Padre Teero podía morir en paz. Y sin embargo, le devoraba
una inquietud. Antes de morir, había encomendado su obra al
párroco de San Andrés, don Antonio Lorán.
– ¡Por Dios, don Antonio! No dejes a mis hijas de Santa
Isabel. La fundadora ha muerto cuando más la necesitaba, y
siento morir por el estado en que se encuentra la Congrega-
ción.
Don Antonio Loran, confesor de la casa, se tomó con
interés el apoyo al Instituto. Cuando mustraban su agradeci-
miento, respondía:
– No me lo tenéis que agradecer. Lo hago con gusto y
se lo prometí al Padre Tejero.
Madre Salud murió en 1914, después de 28 años de Su-
periora General. Le sucedió en el cargo Madre Josefa Checa

337
Hernández, durante muchos años maestra de novicias. Madre
Josefa tuvo la virtud de solidificaar una Congregación que se
desmoronaba lentamente. No fundó; lo importante era poner
paz y orden en los espíritus y en los papeles. Cuando se aden-
tró en los archivos, con ayuda de don Antonio Lorán, éste no
pudo menos que exclamar:
– ¡Este archivo es un caos!
Madre Josefa, espíritu contemplativo –siempre deseó
ser de clausura– logró con ayuda de don Antonio Loran y de un
sobrino abogado poner un poco de concierto en los papeles y
subsanar las deudas de la Congregación. Gracias a su mandato,
la obra pudo salir adelante.
La expansión llegó con Madre María Teresa Muñoz
de Toro, que ostentó la Prepositura de 1927 a 1963. Mujer de
gran temple y fina espiritualidad, muy maternal con sus hijas
y reeducandas, fundó seis nuevas casas. Con un gobierno tan
largo, tuvo que sufrir también los avatares de la política, espe-
cialmente la quema de la casa de Málaga por dos veces, en la
República y en 1936.
De 1963 a 1969, ocupó el gobierno de la Congregación
Madre Rosario Ruiz Pedraza, que llevó el Instituto a los linde-
ros mismos de América, con fundaciones en Colombia.
Con Madre María del Pilar Escolar García, actual su-
periora general, el Instituto vive los momentos de renovación
conciliar. Un nuevo espíritu, signo de los tiempos, respira la
Congregación. Gracias a este espíritu ha tenido lugar la reali-
zación de este libro.
Actualmente la Congregación cuenta con 23 caas; en
Madrid, Cuenca y Tenerife; siete en América, En Colombia y
Panamá; y el resto en Andalucía.
No es una comunidad muy numerosa, pero a todas ellas

338
les mueve un espíritu renovado, de amor a Dios y a los hom-
bres. En medio de las dificultades y debilidades humanas, es
una obra que ha dado mucha gloria a Dios y servicio a los
hombres. Y esto es muy importante. Además, es una institu-
ción sevillana y andaluza.

339
340
BIBLIOGRAFÍA

341
342
1. ARCHIVO DE LA CONGREGACIÓN

La principal documentación manejada por el autor de este libro


se encuentra en el Archivo de la Casa Central de la Congregación, en el
Convento de Santa Isabel de Sevilla. A pesar de la destrucción y quema de
documentos importantes e tiempos pasados, ha quedado un rico material
con el que ha sido posible rescatar un trozo entrañable de la historia de
Sevilla del siglo pasado: “La Casa de Arrepentidas” y las figuras venera-
bles de Madre Dolores y Padre Tejero. Confieso, por otra parte, que no ha
sido empresa fácil resucitar estos personajes y encuadrarlos en su contexto
histórico.

A) Documentos del Padre Tejero


1. Autógrafos:
- Cartas dirigidas a la Madre Fundadora: 181 cartas (años 1861 a 1899).
- Circulares a las religiosas de la Congregación: Un total de ocho en
estos años: 1866–68–74–75–82.
- A Madre Rosario Muñoz Ortiz: Una carta (año 1874).
- A Madre Consuelo López Santos: Tres cartas (años 1879–81–1900).
- A Madre Amalia Lobato y Olmo: Una carta (año 1893).
- A Madre Jesús María Vargas y Castillo: Treinta y cinco cartas (años
1879–80–83–85–87–88–89–90–91–96–97–98–1901).
- A Madre Salud Rubio y Sedor: 117 cartas (años 1874–75–76–77–78–
79–80–81–82–84–85–86–88–98–99).
- A Santa Micaela del Santísimo Sacramento: Dos cartas (años 1859).
- A sacerdotes del Oratorio: Cinco cartas (años 1877–1905).
Suma total 351 cartas.

343
2. Sobre los orígenes de la Congregación: “Autobiografía”, del Padre
Tejero, inédita. Escrita en tercera persona, nos ofrece rasgos de su infancia,
su estancia en Fuentes de Andalucía, su vocación y orígenes de la Congre-
gación hasta 1871, fecha de la toma de hábitos.
3. “Prácticas que, para facilitar a los señores curas la enseñanza de la
Doctrina y piedad cristianas a los pobres de sus respectivas parroquias, se
observan con gran fruto por las Congregaciones Catequistas, en la dióce-
sis de Sevilla:. Escritas y ordenadas por un Padre de la Congregación del
Oratorio de S. Felipe Neri de dicha ciudad. Imprenta Francisco Álvarez,
Sevilla, 1859. (Son los estatutos y reglamentos de las Congregaciones Ca-
tequistas creadas por el Padre Tejero).
4. Reglamentos:
- Para las acogidas de la casa de Sevilla (dos).
- Para la Penitentes Consagradas (uno).
- Para el colegio de niñas gratuitas de Sevilla (uno).
- Para el Asilo de niños pobres de la Cartuja de Jerez (uno).
- Para la casa del Buen Pastor de Córdoba (tres).
- Para el colegio de Santa Victoria de Córdoba a los padres de familia (uno).
5. Otros documentos:
- Prácticas que deben observarse constantemente en las casas de las
Religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa.
- Consejos y recomendaciones.
- Apuntes espirituales.
- Documento en el que pide a los Padres del Oratorio seguir con la
Congregación de Filipenses Hijas de María Dolorosa. Lleva fecha de
23 de diciembre de 1862.
6. Pensamientos del Padre Tejero recogidos por religiosas que convi-
vieron con él.
7. Correspondencia recibida.
- De religiosas. De sacerdotes.
- De Santa Micaela del Santísimo Sacramento.
- De seglares.
8. Documentos (A)
- Certificado de Bautismo (15 de mayo de 1825). En el libro III de Bau-
tismo de la Parroquia de San Juan Bautista de Garray (Soria), folio 12.

344
- Certificado de Confirmación (28 de junio de 1826). En el libro III de
Confirmaciones de la parroquia de Dombellas (Soria).
- Otros documentos de partidas de bautismo, casamientos y defuncio-
nes de sus familiares, sacados de los archivos parroquiales de Garray
y Tardesillas, en Soria.
- Expediente académico completo expedido por el Archivo Histórico
Universitario de Sevilla.
9. Documentos (B)
Órdenes Sagradas (tonsurado, órdenes menores, subdiaconado, diaco-
nado y presbiterado) y licencias, en el Archivo del Arzobispado de Sevilla.
Consta copia en el Archivo de la Congregación, así como los títulos expe-
didos para acreditar dichas órdenes.
10. Documentos (C)
- Conflicto con el párroco de San Marcos. Distintos autos expedidos
por el arzobispado de Sevilla, cartas y la concordia final. La restante
documentación de esta singular polémica, en el Archivo del Arzobis-
pado de Sevilla.
- Certificado de defunción expedido en los Registros Civiles del Minis-
terio de Justicia.
- Actas de la Congregación en las que se acuerda el traslado de los res-
tos del Padre Tejero a la Casa Central, 29 de octubre de 1924.
- Licencia para el traslado de los restos desde el cementerio de San
Fernando a la Casa Central.
- Acta de la Congregación pidiendo se diera a la Avenida de Heliópolis
de Sevilla el nombre de Avenida Padre García Tejero.
11. Impresos
- “Oración Fúnebre”, pronunciada por don Antonio Muñoz y Torrado
en la iglesia de San Alberto el 14 de enero de 1910, en sufragio del
alma del Padre Tejero. Folleto editado en la imprenta de Izquierdo,
Sevilla, 1910.
- “Obra de reparación y Penitencia”, revista editada por los Padres Fili-
penses de Sevilla de septiembre de 1920 a agosto de 1922 (24 núme-
ros). En ella se publica la “Autobiografía” del Padre Tejero.
- “Sermón”, de don Manuel Farfán Olavarrieta, Prepósito del Oratorio
de Sevilla, predicado en Santa Isabel el día 22 de julio de 1934 con
motivo de las bodas de diamante de la Congregación. Imprenta de
Pascual Lázaro, Sevilla, 1934.

345
- “El siervo de Dios M. R. P. Francisco de Jerónimo García Tejero”,
folleto editado en Establecimientos Cerón y Librería Cervantes, s.l.,
Cádiz, 1942. Aunque aparece sin firma, fue escrito por la Prepósita
General de entonces, Madre María Teresa Muñoz de Toro.
- “Renovación. Doctrina espiritual”. Libro que recoge los avisos, reco-
mendaciones, advertencias y consejos recogidos de las distintas cartas
y escritos del Padre Tejero. Editorial Alameda, Madrid, 1975. La in-
troducción, nota biográfica y selección de textos se deben a la Madre
María de Fátima Valseca Ruiz. F.M.D.
12. Escritos no editados
- “Regla breve para el que comienza y aprovecha en la vida espiritual”.
Dedicado por el Padre Tejero a sus hijas. (Escrito conservado no en
autógrafo, sino bajo letra de una Hermana de la Congregación).
- “Excelencias del Instituto de la Congregación del Oratorio de San
Felipe Neri, bajo cuyo espíritu se ha de formar en la Congregación
Filipenses Hijas de María Dolorosa, en la casa Central de Sevilla, y
todas las que de ella dependan en lo sucesivo”. (Este libro manuscrito
está empezado por el Padre Tejero que escribió varios capítulos. El
resto, por una Hermana de la Congregación).
13. Un documento autógrafo aparecido a última hora. Lo conservaba en
Garray una descendiente de la familia del Padre Tejero. Se trata de la plana
de caligrafía escrita por el Padre Tejero en la escuela de Tardesillas, cuando
contaba ocho años de edad.

B) Documentos de Madre Dolores


1. Autógrafos
- Cartas que se conservan dirigidas al Padre Fundador: Dos cartas (años
1867–92).
- Circular a la casa de Jerez de la Frontera a la muerte de Madre Rosario
Muñoz Ortiz: Dos cartas (año 1875).
- Cartas a las casas: Jerez de la Frontera: Trece cartas (años 1874–75–
76–77–78–79); Antequera: Treinta y dos cartas (años 1879–80–81–
82); Córdoba: Quince cartas (años 1884–85–86).
- Cartas a las Religiosas: A Madre Rosario Muñoz: Una carta (año
1874); a Madre Salud Rubio: Dos cartas (años 1875–85); a Madre
Consuelo López: Tres cartas (años 1892–1903); a Sor Isabel González
Franco: Una carta (año 1901).

346
- Cartas al rey de España: Cuatro cartas (años 1877–78–82).
- Cartas a sacerdotes: Seis cartas.
- Cartas a seglares: Veintiocho cartas.
- Solicitudes a las autoridades: Veintitrés.
- Prospecto autógrafos: Dos.
- Apuntes sobre asuntos varios: Veintiuno.
Suma total: 109 cartas.
2. Apuntes espirituales:
- Cuenta de conciencia (Ejercicios Espirituales como preparación a la
toma de hábitos).
- Cuenta de conciencia 1887.
- Apuntes de Ejercicios espirituales 1897.
- Primer acta de la Congregación.
Fragmento de un Reglamento para los Ejercicios Espirituales para Se-
ñoras.
3. Testimonios de religiosas:
- De Madre Dolores Bost y Contrera, un cuaderno.
- De religiosas antiguas que convivieron con ella.
- Cartas de religiosas antiguas en las que se habla de sus virtudes.
- Cartas de conciencia.
- Apuntes sobre la Fundación de las religiosas primeras.
- Apuntes de religiosas.
4. Correspondencia recibida
- Del Padre Tejero: 181 cartas (años 1861 a 1899).
- De las religiosas: veintiocho cartas.
- De sacerdotes: veintiocho cartas.
- Del Cardenal Spínola: una carta.
- De Santa Vicenta María López y Vicuña: cuatro cartas.
- De seglares: 103 cartas.
5. Audiencias concedidas por la Reina Isabel II y Alfonso XII: dieciocho
audiencias. Se conservan las notificaciones, años 1866–67–68–78–84–87.
6. correspondencia recibida de autoridades civiles: treinta y ocho do-
cumentos.
7. Documentos:
- Partida de Bautismo (30 diciembre 1817). Libro XI de Bautismos,
folio 269, de la parroquia de San Pedro de Sevilla.

347
- Partida de Confirmación (27 octubre 1827). En el libro de Bautismos
número 15, folio 103, de la iglesia parroquial de Ntra. Sra. de Sta.
María de las Huertas, de Puebla de los Infantes (Sevilla), se encuentra
la nota de la Confirmación de Madre Dolores.
- Título de propiedad de 400 acciones, heredadas de su padre, de la so-
ciedad minera “La Buena Fe”, en la provincia de Granada.
- Testamento, el 18 de agosto de 1899, ante el notario don Eduardo
Carruaga.
- Partida de defunción (31 julio 1904). Folio 8, tomo 149, acta núm.
56.944, del Registro Civil del Distrito de San Julián de Sevilla.
- Inhumación del cadáver al cementerio de San Fernando (1 agosto
1904).
- Exhumación (22 marzo 1919).
- Acta especial de la Congregación en la que habla del traslado de los
restos desde el cementerio de San Fernando a la Casa Central, y todos
los acontecimientos (27 junio 1942).
8. Impresos:
- “Biografía de la M. R. Madre María de los Dolores Márquez y Ono-
ro, por J. Roca y Ponsa canónigo magistral de la catedral de Sevilla.
Cádiz, 1942.
- “La Sierva de Dios Madre Dolores Márquez y Onoro”, folleto editado
en Cádiz en 1942. Aunque aparece sin firma, fue escrito por la Prepó-
sita General de entonces, Madre María Teresa Muñoz de Toro.
- “Madre. Doctrina espiritual”. Pensamientos espigados de Madre Do-
lores. Introducción, notas biográficas y selección de Madre María de
Fátima Valseca Ruiz F.M.D. Sevilla 1977.

C) Documentos de la Congregación
I – II Libros de Toma de Hábitos (1871–1924).
I Libro de Profesiones (1871–1911).
I Libro de defunciones (1875 – 1930).
I Libro de Catas (1871–1886).
II Libro de Actas (1886 – 1933).
I Libro de entradas y salidas de las Reeducandas (1884 – 1902).

348
2. NOTAS A LOS CAPÍTULOS

Completaremos así la documentación y las fuentes utilizadas aparte del


Archivo de la Casa Central de la Congregación. La frase que sirve de pór-
tico a esta obra: “La Madre Dolores es la gran figura religiosa femenina de
Sevilla en el siglo XIX….” Es de Santiago Montoto, en un artículo publi-
cado en “ABC” de Sevilla (22 julio 1959) y titulado: “Primer centenario de
las Arrepentidas: la Madre Dolores”.

Capítulo 1
La frase “Tan ilustre sevillana, injustamente olvidada, mejor dicho, des-
conocida en su ciudad natal”, es también de Santiago Montoto en carta a la
Madre General (28 junio 1943).
Los aspectos generales sobre la Sevilla de 1859, reflejados en este ca-
pítulo: Guichot, “Historia de la ciudad de Sevilla”, tomo V. Sevilla, 1885.
Los aspectos particulares sobre la prostitución en Sevilla: Ph. Hauser,
“Estudios médico–sociales de Sevilla”, Madrid, 1884. Especialmente el
capítulo III dedicado a la “prostitución en Sevilla, y capítulo IV, “El pau-
perismo en Sevilla”.

Capítulo 2
La cita sobre las emigraciones a Andalucía de José y Jesús de las Cue-
vas, en “Historia de una finca”. Madrid 1970, 3ª ed. Pág. 78–9. La descrip-
ción de Pepe, el mayor de los Cuevas, por José María Javierre, descrito en
el capítulo primero de “Don Marcelo de Sevilla”. Barcelona, 1963.
El Oratorio de San Felipe Neri lo hemos estudiado a través de estos
documentos:
- “El Oratorio de San Felipe Neri de Sevilla. Su historia, instituciones,
particularidades y Biblioteca Oratoriana”, por don Cayetano Fernán-
dez, Pbro de la misma Corporación. Sevilla 1894.
- “Libro 1º de Actas y Acuerdos de la Congregación de San Felipe Neri”.
“Libro 2º de Actas y Acuerdos de la Congregación de San Felipe Neri
de Sevilla”, “Libro de difuntos. Oratorio de San Felipe de Sevilla”. Se
encuentran en el archivo de los filipenses de Sevilla.
De los archivos parroquiales de Garray, Tardesillas y Dombellas hemos
recogido los datos suficientes para reconstruir en la medida de lo posible, la
genealogía del Padre Tejero. La “Guía de Numancia”, de Teógenes Ortego
y Frías, Madrid, 1975, me ha servido para ofrecer un contexto histórico de

349
la villa natal del Padre Tejero. La “Autobiografía” me ha permitido seguir
sus pasos de joven. Sus estudios en la Universidad de Sevilla, a través de
su expediente académico, conservado en el Archivo Histórico Universi-
tario de Sevilla. La exploración canónica para ser admitido a las órdenes
sagradas, en el Archivo del Arzobispado de Sevilla y en el Archivo de la
Congregación.

Capítulo 3
Datos biográficos de don Cayetano Fernández: “Sevilla intelectual”, de
José Casales y Muñoz. Madrid 1896. También, naturalmente, los libros de
actas del Oratorio sevillano.
Sobre los sucesos políticos de 1854 y su repercusión en Sevilla: Gui-
chot, “Historia de la ciudad de Sevilla”, tomo V, pág. 44. Del mismo autor,
“Historia del Ayuntamiento de Sevilla”, tomo IV, pág. 373–4. Las repercu-
siones que estos sucesos tuvieron en el Oratorio, el libro de don Cayetano
Fernández, “El Oratorio…”.
De los corrales de vecinos, he tomado la cita del doctor Hauser: “Estu-
dios médico–sociales de Sevilla”. Madrid, 1884, pág. 286 ss. En el capítulo
“El pauperismo en Sevilla”. Modernamente, un estudio exhaustivo, en Mo-
rales Padrón, “Los corrales de vecinos de Sevilla” 1974.
Los estatutos y reglamentos de las Congregaciones catequistas creadas
por el Padre Tejero aparecen en su folleto: “Prácticas…”, ya reseñado. “La
recomendación de estas Congregaciones Catequistas a todo el clero de Se-
villa”, Boletín del Arzobispado, núm. 39, 16 julio 1859, pág. 93–95.

Capítulo 4
Sobre los orígenes de la Congregación: “Autobiografía”, del Padre
Tejero. Apuntes de Madre Dolores Bost, un cuaderno. Apuntes de Madre
Consuelo. Todos ellos en los archivos de la Congregación.
Existen tres cartas de la correspondencia mantenida entre el Padre Te-
jero y la Vizcondesa de Jorbalán, Santa Micaela del Santísimo Sacramento.
Dos del Padre Tejero, con fechas 1–8–1859 y 20–9–1859, y una de la Viz-
condesa, con fecha 26–8–1859. Conservadas en los archivos respectivos de
ambas congregaciones. Alberto Barrios Moneo, en su obra “Mujer audaz”
(Madrid, 1968) sobre la vida de Santa Micaela del Santísimo Sacramento,
resalta en las páginas 387–9 “la influencia micaeliana en otra obra singular
a la suya nacida el 22 de julio de 1859 en Sevilla, en la plaza de Santa Cruz,
fundada por el superior del Oratorio de San Felipe Neri, Padre Francisco

350
de Jerónimo García Tejero y la Madre Dolores Márquez Onoro”. Quisiera
aclarar aquí que, si bien el reglamento del coelgio de Madrid inspiró en un
primer momento la marcha del establecimiento de Sevilla, no tuvo mayor
influencia posteriormente cuando decidió convertirse en Congregación re-
ligiosa. El Padre Tejero redactó unos estatutos inspirados y calcados en los
del Oratorio sevillano. Y también dos pequeñas puntualizaciones:
Primera: el Padre Tejero no fue Superior o Prepósito hasta marzo de
1877. No entendemos por consiguiente esa frase de Madre Sacramento que
aparece en el libro sacada de una carta suya fechada en junio de 1863: “Mu-
cho deseo saber del Prepósito de Sevilla. Todo lo que me diga me interesa
saber por lo que de allí se habla”. Tal vez exista un error de transcripción ya
que el Padre Tejero se firmaba “Pro. Del Oratorio”, es decir, “Presbítero del
Oratorio” y no Prepósito. Y otro detalle: la última carta del Padre Tejero a
Madre Sacramento es de fecha 20 de septiembre de 1859, y no noviembre
como aparece en el texto.

Capítulo 5
La edición más antigua que he encontrado de la novela “Justa y Rufina”
de Juan Francisco Muñoz y Pabón data de 1900 y está publicada en Sevi-
lla. Es la edición que se encuentra en la Biblioteca Colombina de Sevilla.
“Paco Góngora” está fechada en 1901. Por tanto, Madre Dolores, que mu-
rió en 1904 conoció perfectamente, y sufrió, de los dimes y diretes de esta
novela, producto exclusivo del magín de Muñoz y Pabón. José María Javie-
rre cuenta den “Don Marcelo de Sevilla”, página 335, que entre la plantilla
de colaboradores del arzobispo don Marcelo Spínola se encontraba Muñoz
y Pabón, a quien leía sus novelas. Don Marcelo Spínola, confesor de Madre
Dolores en Málaga, sabía del abandono en que se hallaba sumida por parte
de la Congregación. ¿Cómo consintió una novela que ponía en entredicho
la honorabilidad de Madre Dolores? De paso, debo rectificar un dato cro-
nológico. En el libro de Javierre se dice: “Juan Francisco Muñoz y Pabón
va a cumplir los cuarenta cuando toma posesión de la sede el arzobispo de
Sevilla”. En realidad, en ese momento contaba tan sólo treinta años.
La partida de Bautismo y Confirmación de Madre Dolores ya han sido
reseñadas anteriormente. En el archivo parroquial de Constantina, hemos
encontrado: Partida de casamiento de sus padres (casados el 15 de agosto
de 1816); partida de bautismo de Bernarda, Ana y Alonso María; partida de
casamiento de Bernarda y Ana; partida de defunción de María Manuela. En
Puebla de los Infantes, partida de bautismo de María Manuela. No hemos

351
logrado encontrar las partidas de defunción de sus padres. Pero testimo-
nio de Madre Dolores Bost, su madre murió cuando Dolores contaba doce
años. Su padre murió antes del casamiento de sus hijas, porque cuando casó
Bernarda, aparece como difunto.
Los recuerdos de la infancia de Dolores, fundamentalmente tomados
de unos apuntes de Madre Dolroes Bost, escritos en agosto de 1928. Son
de fiar porque ella compartió muchos años al lado de la fundadora y supo
de sus confidencias. También los recuerdos conservados en los apuntes de
Madre Consuelo, aunque ésta habla muy poco de la infancia.

Capítulo 6
Sobre la marcha de la Congregación en este período: “Autobiografía”
del Padre Tejero; “Apuntes” de Madre Dolores Bost y Madre Consuelo;
cartas y documentos guardados en el archivo de la casa central.
La repercusión en Sevilla de la guerra de África, periódicos de la época
y especialmente la reseña del Boletín del Arzobispado.

Capítulo 7
Sobre el convento e iglesia de San José: Félix González de León, “No-
ticia artística de Sevilla”, Sevilla, 1844. También los datos tomados de la
“Autobiografía” del Padre Tejero y los “Apuntes de Madre Dolores Bost y
Madre Consuelo.
La historia del Cristo de la Misericordia y su pertenencia a Juan de
Mesa, “Elogio del escultor Juan de Mesa y Velasco (1583–1627)” por Ce-
lestino López Martínez. Sevilla, 1939. El verso “¿De quién es el Cacho-
rro?”, aparecido en “El Noticiero Sevillano”, 12 de diciembre 1930.
La autorización del Oratorio para que don Cayetano Fernández acepta-
se el cargo de provisor y vicario general del arzobispado: Libro 2º de Actas
del Oratorio, acta 754.
La estancia en Sevilla de la reina Isabel II. He utilizado datos del Bo-
letín del Arzobispado; “En aquel tiempo”, Sevilla 1929, de Luis Montoto,
obra interesantísima que recoge el ambiente costumbrista y literario de la
época a través de las memorias del autor; Santiago Montoto, “Biografía de
Sevilla”, Sevilla 1970, págs. 329–330.
Las actividades del Padre Claret en Sevilla, a través del Boletín del
Arzobispado, y el libro “El beato Antonio María Claret”, tomo II, Madrid,
s.f., p. 426 y ss., de Cristóbal Fernández.
La aprobación del Oratorio para que el Padre Tejero pudiera libremente

352
dirigir la Casa de Arrepentidas: Libro 2º de Actas del Oratorio, acta 759 y
771. También “Apuntes sobre la fundación” de Madre Consuelo.
Sobre la venida de la Vizcondesa de Jorbalán a Sevilla: Alberto Barrios
Moneo, “Mujer audaz”, Madrid 1968, p. 388, y “Apuntes” de Madre Con-
suelo.

Capítulo 8
Los datos fundamentales de este capítulo, tomados de los documentos
conservados en el archivo de la casa central.

Capítulo 9
La cita de Benito Pérez Galdós sobre don Cayetano Fernández, en el
libro “Prim”, serie IV de los “Episodios Nacionales”. Don Cayetano fue
un hombre muy culto, elegido académico de la Española en 1866 y de la
Sevillana de Buenas Letras. Cuando murió en 1901 dejó la propiedad inte-
lectual de todas sus obras a la Congregación de Madres Filipenses.
A través de la correspondencia del Padre Tejero con Madre Dolores se
siguen perfectamente las incidencias por la consecución de un edificio en
Sevilla: San Pedro de Alcántara, primero, en la calle Cervantes; el Santo
Ángel, después.

Capítulo 10
La pugna por el edificio del Ángel, especialmente el archivo de la Con-
gregación. También el Libro de Actas nº 13 de la Sociedad Económica de
Amigos del País, que comprende del 14 de noviembre de 1866 a 22 de
junio de 1876, y que he manejado en la sede nueva de esta sociedad sita en
la calle Jesús. Se hacen eco de estos incidentes los diarios de Sevilla. He
manejado solamente “El Porvenir” y “La Andalucía”, que son los que se
encuentran en la Hemeroteca Municipal de Sevilla. Pero otros periódicos
de la época también se hicieron eco de este suceso. Francisco Collantes de
Terán, en “Los establecimientos de Caridad en Sevilla”, 1896, en el capítu-
lo dedicado a la Casa de Arrepentidas, refiere este hecho, ya que Collantes
fue por aquel tiempo secretario de la Sociedad Económica de Amigos del
País.
La chantría de don Cayetano Fernández, en Libro 2º de Actas del Orato-
rio, actas 811 y 812. Y José María Javierre, “Sor Ángela de la Cruz, escritos
íntimos”, Madrid, 1974, págs. 33–35.

353
Capítulo 11
La revolución septembrina en Sevilla: Guichot, “Historia General de
Andalucía”, tomo 8; “Historia de la ciudad de Sevilla”, tomo 5. Periódicos
de la época, especialmente “El Porvenir” y “La Andalucía”.
Peripecias de la Congregación y del Oratorio durante este período re-
volucionario: Papeles, cartas y documentos oficiales conservados en el ar-
chivo general de la Congregación, “Autobiografía”, del Padre Tejero, “El
Oratorio de San Felipe”, de don Cayetano Fernández.

Capítulo 12
Sobre el convento de Santa Isabel:
– Santiago Montoto, “Esquinas y conventos de Sevilla”, Sevilla, 1963.
– Féliz González de León, “Noticia artística de Sevilla”, Sevilla, 1844.
– Boletín del Arzobispado, 2 julio 1864, pág. 286–287; Noticia sobre la
vuelta a su convento de las religiosas de la Orden de San Juan, después de
la exclaustración de 1835.
– Dr. Hauser, “Estudios médicos de Sevilla”, 2ª parte, Madrid, 1844. En
el capítulo “Contra la prostitución” y en el apartado sobre la Casa de Arre-
pentidas, ofrece una descripción detallada del convento de Santa Isabel.
Sobre la pretensión de la Diputación por apoderarse nuevamente de
santa Isabel, toda la documentación que he manejado se encuentra en los
archivos de la Congregación. En la Diputación de Sevilla no he hallado
referencia de este suceso.
La anécdota del cabello rubio de Madre Dolores y los rumores que se
alzaron en la iglesia cuando le fueron cortados en la toma de hábitos, conta-
do por Madre Dolores Bost en sus “Apuntes”. También cuenta lo siguiente:
“En el altar no estuvieron más que seis porque Madre Rosario estaba en-
ferma a consecuencia de la caída que dio cuando fue a comprarle al Padre
una capa para el destierro… Madre Rosario lo tomó en el despacho”. He
optado por prescindir de esta anécdota por no creerla verídica. En los libros
de la toma de hábitos y de profesiones no se hace referencia a ninguna
anomalía. Madre Rosario aparece la primera en la sacristía en el exploro de
voluntades, consta su firma, y también es la primera en la toma de hábitos y
en la profesión religiosa. Si se lastimó en una caída al ir a comprar una capa
para el Padre cuando éste fue desterrado, esto sucedió dos años y tres meses
antes. Tiempo tuvo de reponerse. Además, días después del destierro del
Padre Tejero, cuando aún se encontraba Madre Dolores en Madrid, recibe
una carta desde Sevilla escrita por Madre Manuela y Madre Salud, dándole

354
cumplida noticia de todos los acontecimientos últimos. En dicha carta se
habla también de Madre Rosario y cómo fue expulsada del Ángel. Pero no
dice nada de que hubiera sufrido una caída.

Capítulo 13
Mateos Gago. “La Casa de jóvenes arrepentidas de Sevilla”, artículo
aparecido en el diario “El Oriente”, de Sevilla, 16 y 24 de marzo de 1871.
Ejemplares conservados en el archivo de la Congregación.
La polémica de Mateos Gago con los “Cabresistas” y con otros periódi-
cos: Luis Montoto, “En aquel tiempo…”. También en las obras de Mateos
Gago: “Colección de opúsculos”, Sevilla 1877.
La defensa de don Cayetano Fernández de su filiación al partido carlista
la escribió él años más tarde en su libro “Don Fabián de Miranda, deán de
Sevilla”.
La dimisión de don Evaristo de la Riva como Prepósito del Oratorio a
consecuencia de su nombramiento como canónigo de Sevilla, acta 819 (28
diciembre 1871) del Libro 2º de Actas del Oratorio.
En el archivo parroquial de Peroniel (Soria) consta la muerte de don
Manuel García Sanz, padre del Padre Tejero, acaecida el 11 de agosto de
1870. Falleció a la una de la tarde de la enfermedad de parálisis, según el
libro de defunciones. El entierro y funeral tuvo lugar al día siguiente, 12
de agosto.
Las referencias sobre Sor Ángela de la Cruz, tomadas de “Madre de los
pobres”, por José María Javierre, Madrid, 1969, p. 34 y 219.
Noticias sobre la imprenta de Izquierdo, la imprenta de los clérigos, en
el libro de Luis Montoto, “En aquel tiempo…”, p. 308ss.

Capítulo 14
La fundación de la casa de Jerez, archivo de la Congregación.
La fundación de la casa del Buen Pastor, de Córdoba, archivo de la
Congregación. Breve crónica de la fiesta de la inauguración, en Boletín
eclesiástico diocesano de la diócesis cordobesa, año 1876.
La fundación de Santa Victoria de Córdoba, igualmente archivo central.
La reposición del Oratorio por el Decreto de Valencia, contado por Ca-
yetano Fernández en “El Oratorio…”, pág. 112 ss.
Sobre la Cartuja de Jerez:
– Archivo de la Congregación,
– Carta de Mateos Gago al director de “El Porvenir de Jerez”, aparecido

355
el 23 de mayo de 1876, en su segunda página y en la sección de “Varieda-
des”. Ejemplar conservado en el archivo central. Esta carta aparece tam-
bién en los “Opúsculos”, tomo III.
– Pedro Gutiérrez de Quijano y López: “La Cartuja de Jerez”. Jerez,
1924.

Capítulo 15
La elección como Prepósito del Padre Tejero: Libro 2º de Actas del
Oratorio, acta 829. También, “El Oratorio…”, de Cayetano Fernández, pág.
113.
Sobre las Hermanas del Santo Ángel y sus fundaciones en Jerez y Sevi-
lla, he manejado el fondo documental que dicha Congregación posee en su
archivo central de Madrid. Especialmente las cartas, numerosísimas, de su
fundador el Padre Ormières.
Sobre la fundación del Jesuita Padre Barrado y la llegada a Jerez de las
Hermanas del Servicio Doméstico:
– “Santa Vicenta María López y Vicuña. Cartas”, tomo I. Madrid, 1976.
– “Vida de la reverenda Madre Vicenta López y Vicuña”, por José Fer-
nández Montaña. Madrid, 1910, p. 235 ss.
– “Vicenta María López y Vicuña”, por María Purificación Prada Espa-
da. Pamplona, 1975, pág. 84 ss.
La biografía del arzobispo Lluch, en Boletín del Arzobispado de Sevi-
lla, año 1877.
La estancia en Sevilla de Madre Vicenta, en “Cartas”, tomo I, cartas
423 y 425.

Capítulo 16
La anécdota referente a Pío IX, tomada de Benito Pérez Galdón, “Re-
cuerdos y Memorias”, Madrid, 1975, pág. 221.
La muerte del Padre Torres Padilla y la asistencia de su confesor Padre
Tejero, en “Bosquejo biográfico de la sierva de Dios Sor Ángela de la Cruz
Guerrero”, Sevilla, 1933, pág. 142 ss.
Sobre la fundación de la Doctrina Cristiana:
– Boletín del Arzobispado, año 1878, núm. 999, p. 431–2, aparece la
primera noticia de la nueva Fundación.
– “Anales de la Congregación de la Doctrina. Desde sus principios has-
ta el año 1928, que celebró sus Bodas de Oro”. Sevilla 1931.
Los orígenes del edificio en la fundación de Antequera: “Las iglesias de

356
Antequera”, por José María Fernández. Antequera, 1971, 2ª edición. Tam-
bién, apuntes conservados en el archivo central.

Capítulo 17
La independencia de los Oratorios respecto del de Roma, explicado en
el libro de Cayetano Fernández, “El Oratorio…” El capítulo adicional aña-
dido a las Constituciones de las Madres Filipenses, en el libro de Actas,
tomo I, acta 161, y en las mismas Constituciones.
La vuelta de Madre Ramírez como superiora del Buen Pastor de Córdo-
ba fue tratado en el Consejo del día 15 de enero de 1881, acta 167.
Madre Vicenta Vicuña visitó Sevilla durante los meses de marzo a
mayo de 1882. Llegó con objeto de fundar, pero no lo logró. Residió en
Santa Isabel. Ver “Cartas”, tomo II, publicado por la BAC, Madrid, 1976.

Capítulo 18
La fundación de la Casa de San Carlos de Málaga, archivo de la Congre-
gación, y el libro “Congregación de Hermanas Mercedarias de la Caridad”,
por Antonio Amundarain, Madrid, 1954. El autor soslaya las dificultades
de las Mercedarias en el Colegio de San Carlos. Nos ha servido fundamen-
talmente para enmarcar la figura del fundador de las Mercedarias.
La anécdota de Muñoz y Pabón y Fray Ceferino, la he tomado de Luis
Montoto, “En aquel tiempo…”, pág. 33 ss.
La fundación del colegio de Almería, archivo central.
El terremoto de diciembre de 1884 en Andalucía:
- Guichot, “Historia de Sevilla”, tomo VI, pág. 433.
– Diario “El Porvenir” de Sevilla, y archivo de la Congregación.
La nevada sobre Sevilla, en periódicos de la época. La anécdotas, en
Luis Montoto, “En aquel tiempo…”.

Capítulo 19
La anécdota de la gitana se la debo a José María Piñero Carrión, vicario
de religiosas de la diócesis de Sevilla. En realidad, de Fray Ceferino han
quedado un puñado de anécdotas que circulan entre el clero sevillano como
si de un obispo de ayer se tratase.
El traslado del Buen Pastor de Córdoba al convento de San Roque,
aparte del archivo de la Congregación, he consultado el “Diario de Córdo-
ba”, 24 y 25 de noviembre de 1886, con dos artículos sobre la efeméride de
la apertura, al tiempo que hablan del origen, antigüedad y vicisitudes del ex

357
convento de San Roque. Estos artículos fueron reproducidos por el Boletín
del Obispado de Córdoba, de diciembre de 1886.

Capítulo 20
Este capítulo está sustentado sobre la base del testimonio conteste de
varias religiosas que han dejado sus impresiones sobre aquellos años. Tes-
timonios que nos han llegado como a través de un filtro, salvando censuras
y quemas de papeles. Algunos de estos testimonios son radicalmente du-
ros con respecto al gobierno de estos últimos años. Sin embargo, hemos
preferido, en la medida de lo posible, soslayar algunos aspectos no muy
agradables, por cierto.
La fundación de la Casa de Cádiz, tomado los datos del archivo de la
Congregación.

3. NOTAS HISTÓRICAS

Otros muchos libros y documentos ha manejado el autor a la hora de


encuadrar la vida de la Congregación en el contexto sevillano de la época,
de la sociedad española del siglo XIX y de la vida de la Iglesia. No sería
tarea fácil reseñar el cúmulo de libros utilizados para encontrar el ambiente
apropiado. Muchos de ellos han sido reseñados en las notas a los distintos
capítulos. Otros van a permanecer en el anonimato.
Igualmente me resultaría difícil enumerar esa larga lista de personas
que de un modo o de otro, en el archivo diocesano, en la hemeroteca mu-
nicipal o en las bibliotecas visitadas, han prestado el favor inestimable de
la búsqueda de un libro o de un dato preciso. Sí quiero, porque es de jus-
ticia, destacar el esfuerzo y dedicación de Madre Mará de Fátima Valseca
Ruiz, verdadera enamorada de sus padres fundadores. En la búsqueda de
datos, ordenación de materiales y selección de cartas y documentos, me ha
prestado una gran ayuda. Sirva de agradecimiento y afecto. Y de acción de
gracias también por la culminación de este libro en una fecha muy signi-
ficativa para mí, 4 de noviembre de 1977, fiesta de San Carlos Borromeo.

358
CRONOLOGÍA

359
360
23 DE DICIEMBRE DE 1817.- Nace en Sevilla Madre Dolores Már-
quez Onoro, fundadora de la Congregación. Ocho días más tarde es bauti-
zada en la parroquia de San Pedro.
11 DE MAYO DE 1825.- Nace en Garray (Soria) el Padre Francisco
de Jerónimo García Tejero, fundador de la Congregación. Es bautizado dos
días más tarde en la parroquia del pueblo.
20 DE SEPTIEMBRE DE 1851.- El Padre Tejero es ordenado de sa-
cerdote en Sevilla por el cardenal Romo. El 5 de octubre celebró su primera
misa en Fuentes de Andalucía (Sevilla), donde había pasado su juventud en
casa de unos tíos.
1 DE MAYO DE 1852.- El Padre Tejero ingresa en el Oratorio de
Sevilla.
16 DE MAYO DE 1859.- El cardenal Tarancón aprueba los estatutos
de las “Congregaciones Catequistas” del Padre Tejero, extendidas ya por
todas las parroquias de la ciudad y que comenzó en la parroquia de San
Roque, hacia 1854. Por su labor en las casas de vecinos, recibió el Padre
Tejero el apodo de “cura de los corrales”.
22 DE JULIO DE 1859.- Nace la Congregación en una casita del Ba-
rrio de Santa Cruz. Comienza con Madre Rosario y una chica recogida.
2 DE FEBRERO DE 1860.- Ingresa definitivamente en la Casa de
Arrepentidas Madre Dolores.
1 DE OCTUBRE DE 1861.- La Casa de Arrepentidas ocupa el anti-
guo convento de mercedarios descalzos de la calle San José. Hasta ocupar
este local espacioso, habían pasado antes por distintos lugares de Sevilla.
3 DE ABRIL DE 1865.- Decreto del arzobispado de Sevilla por el que

361
se aprueba como Instituto de derecho diocesano a la Congregación de Hijas
de los Dolores de María Santísima.
30 DE JULIO DE 1867.- Real Orden por la que se concede el ex con-
vento del Ángel a la Casa de Arrepentidas de Sevilla. No ocuparían el edi-
ficio hasta el verano de 1868 que es cuando lo desocuparon las sociedades
que allí estaban establecidas. Y lo ocuparon parcialmente, sin abandonar
aún el convento de San José.
20 DE SEPTIEMBRE DE 1868.- La Junta Revolucionaria de Sevilla
despacha una orden para que la Congregación desaloje inmediatamente el
Ángel.
9 DE ABRIL DE 1869.- Concesión del ex convento de Santa Isabel
para la Casa de Arrepentidas de Sevilla. El traslado del convento de San
José a Santa Isabel se realizó en el mes de mayo.
10 DE FEBRERO DE 1871.- Primera toma de hábitos en la Congre-
gación. Al día siguiente, primera profesión religiosa.
24 DE FEBRERO DE 1871.- Primeras elecciones: Sale elegida Madre
Dolores como Prepósita General, cargo que venía desempeñando desde el
inicio de la Congregación.
14 DE SEPTIEMBRE DE 1874.- Apertura del Colegio de la Inmacu-
lada Concepción de María Santísima, en Jerez de la Frontera. De Superio-
ra, Madre Salud.
7 DE MAYO DE 1875.- Muere Madre Rosario, la primera congre-
gante.
19 DE ENERO DE 1876.- Inauguración de la Casa del Buen Pastor,
en Córdoba. Madre Ramírez de superiora.
5 DE MARZO DE 1876.- Concesión de la Cartuja de Jerez para la
implantación de una escuela agrícola.
OCTUBRE DE 1876.- Apertura del Colegio de Santa Victoria, en
Córdoba.
16 DE MARZO DE 1877.- Padre Tejero elegido Prepósito del Orato-
rio de Sevilla.
15 DE MARZO DE 1879.- Inauguración del Colegio de Antequera.
Previamente había sido cerrado el de Jerez.
1 DE SEPTIEMBRE DE 1882.- Apertura del Colegio de San Carlos
en Málaga.

362
15 DE MARZO DE 1884.- Apertura del Colegio de Almería.
31 DE DICIEMBRE DE 1886.- Madre Salud, elegida Prepósita Gene-
ral. Madre Dolores pasa a residir a Málaga.
1888.- Cierre de los Colegios de Almería y Santa Victoria en Córdoba.
ENERO DE 1893.- Apertura de la Casa de Cádiz.
19 DE JULIO DE 1897.- León XIII firma el decreto de aprobación
del Instituto.
24 DE SPTIEMBRE DE 1898.- Madre Dolores y otras treinta religio-
sas emiten sus votos perpetuos en la iglesia de Santa Isabel.
18 DE AGOSTO DE 1899.- Madre Dolores hace testamento.
31 DE JULIO DE 1904.- Muere en Sevilla Madre Dolores, a los
ochenta y siete años de edad.
AGOSTO DE 1909.- Pío X aprueba las Constituciones de la congre-
gación.
8 DE DICIEMBRE DE 1909.- Muere el Padre Tejero, a los ochenta y
cuatro años de edad en el Oratorio de Sevilla.

363
364
INDICE
PÁG.
1. Sevilla no la conoce 9
2. Sevilla serán tus indias 23
3. El cura de los corrales 41
4. Casa de Arrepentidas 57
5. “Justa y Rufina” 71
6. Piedras a los cristales 85
7. Un ramo de flores 99
8. Nuevo Instituto 117
9. Madrid está imposible 129
10. La batalla por el ángel 145
11. La revolución también quiere a las arrepentidas 161
12. Convento de Santa Isabel 175
13. La oficiala de calzado 191
14. Fundaciones 209
15. La finura de Madre Dolores 229
16. El Padre Tejero ¿dónde está? 245
17. Los lindos sueños de Madre Consuelo 265
18. Comienza su calvario 281
19. Cae el telón 299
20. En la cima 315
Epílogo 335
Bibliografía 341
Cronología 359

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