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La teoría en la práctica

Para alcanzar la resiliencia, en particular, y la madurez emocional, en general, es imprescindible


un cambio de mirada que nos permita reemplazar los pensamientos negativos por positivos. Pues
bien, el padre de la nueva Psicología Positiva, Martin Seligman, ha dirigido el Programa de
Resiliencia de Penn aplicado en institutos de secundaria, cuyo principal objetivo es el de aumentar
la capacidad de los estudiantes para enfrentarse a los problemas cotidianos habituales durante la
adolescencia. Los resultados analizados indican que el programa enseña a los estudiantes a ser
más realistas y flexibles ante los problemas surgidos, a tomar mejores decisiones, a ser asertivos
y, además, reduce y previene la ansiedad, la depresión y los problemas conductuales en los
jóvenes (Seligman, 2012).

A continuación, presentamos tres actividades que pueden realizarse en el aula para mejorar la
resiliencia:

1) Las tres cosas buenas


El propio Seligman nos aporta un ejercicio utilizado en el plan de estudios de su programa de
resiliencia. Se indica a los estudiantes que escriban todos los días tres cosas buenas que les haya
sucedido durante una semana, aunque tengan poca importancia. Al lado de cada comentario
positivo han de responder a las siguientes preguntas: “¿por qué pasó esta cosa buena?”, “¿qué
significa para ti?”, “¿qué puedes hacer para que esta cosa buena se repita en el futuro?” (Seligman,
2012).

2) Superando dificultades
Cada alumno debe elegir un tema que le preocupe y ha de describirlo en pocas líneas. Cada alumno
expone su caso y entre todo el grupo se escoge una de las situaciones para trabajar. Se van
analizando las dificultades expuestas por el alumno para, entre todo el grupo, encontrar las
reacciones más adecuadas y efectivas para superar la dificultad (Güell, Muñoz, 2010).

3) El cine y la resiliencia
Se elige una película que haga referencia a situaciones duras de la vida que se superaron con la
actitud adecuada y se analiza . No necesariamente ha de ser una gran película, pero sí ha de
permitir el análisis de una determinada situación práctica útil y significativa. Como ejemplo,
podemos poner Manos milagrosas: la historia de Ben Carson (Carter, 2009) que relata sin grandes
artilugios la vida de Ben Carson, un niño afroamericano que se crió en los suburbios de Detroit
sin grandes esperanzas (a priori) y que, con el esfuerzo de una madre resiliente, acabó siendo
uno de los mejores neurocirujanos del mundo.
Conclusiones finales
Como nos explica Cyrulnik en la historia inicial, la superación de una adversidad requiere el
encuentro con una persona significativa, por lo que hablar de resiliencia a nivel individual no es
adecuado, sino que hemos de hablar de un proceso en el que el niño, el alumno o la persona va
creando la resiliencia a través de su evolución. Desde la perspectiva educativa, la escuela
resiliente se ha de caracterizar por brindar apoyo y afecto (Henderson, Milstein, 2005), pero
nuestra responsabilidad reside en cómo afrontamos los problemas, no en los problemas mismos
que nos surgen. La aplicación de las premisas que aporta la nueva Psicología Positiva para el
desarrollo del bienestar, resulta imprescindible en los entornos socioeducativos resilientes, dentro
de un marco de educación emocional global que se nos antoja tanto o más importante que la
educación estrictamente académica o conceptual que a menudo se imparte. Desde esta
perspectiva optimista, la escuela se impregna de esperanza, alegría, altruismo o creatividad y
colabora en el proceso de formación de personas íntegras y felices. Anna Forés y Jordi Grané lo
resumen muy bien (Forés y Grané, 2008): “La resiliencia es más que resistir, es también aprender
a vivir”.

Jesús C. Guillén

La resiliencia se trata de un aprendizaje que puede darse durante toda la vida y, más allá de las
particularidades de cada uno, todos podemos aprender a ser resilientes. Y de la misma forma,
todos los niños, independientemente de que estén inmersos en problemas o no, pueden
beneficiarse de los programas educativos que promuevan la resiliencia, capacidad imprescindible
no sólo para el desarrollo exitoso del alumno sino también del docente.

La base cerebral de la resiliencia


Las investigaciones han demostrado que la mayor capacidad para sobreponerse a la adversidad
proviene de una mayor activación de la región izquierda de la corteza prefrontal respecto a la
región derecha. Una persona resiliente puede llegar a activar hasta treinta veces más su región
prefrontal izquierda que otra con baja resiliencia (Davidson, 2012). Además, las personas que se
recuperan rápidamente de las adversidades muestran conexiones más fuertes (más materia
blanca) entre la corteza prefrontal y la amígdala (ver figura; Davidson, 2012). La corteza prefrontal
atenúa las señales emitidas ligadas a las emociones negativas de la amígdala y, de esta forma,
permite al cerebro planificar sin la distracción de las emociones negativas (Kim y Whalen, 2009).

Y no hemos de olvidar que el desarrollo de las funciones ejecutivas está ligado al proceso
neurocognitivo de maduración del lóbulo frontal que se alarga más allá de la adolescencia.
Análisis de la resiliencia en el aula
Propusimos una adaptación del test de resiliencia de Davidson (Davidson, 2012) a 45 alumnos
que estudian el bachillerato de ciencias (Test). Siguiendo el sistema de puntuación que aparece
en el documento, las puntuaciones mayores que siete sugieren que uno es lento en recuperarse,
mientras que si la puntuación obtenida es menor que tres, ello indica que la persona tiene una
resiliencia alta, es decir, se recupera con facilidad. Los resultados obtenidos fueron los siguientes:

La interpretación del gráfico anterior nos permite deducir que una mayoría del alumnado (64%)
se encuentra en un perfil de resiliencia medio-alto (entre 0 y 3 puntos). Estos resultados indican
que, en general, el grupo tiene una resistencia alta pero para superar retos concretos ha de ser
complementada por la motivación adecuada. Y no hemos de olvidar que una resiliencia
excesivamente alta (0 puntos) puede ser indicativa de que el alumno no está motivado y ante
cualquier revés actúe con cierta ligereza.

En el extremo opuesto, encontramos dos alumnos con una puntuación (8 puntos) en el rango de
resiliencia baja. Ello indica que deberemos ser especialmente cuidadosos en la interacción diaria
con estos alumnos y, sobre todo, en la interpretación de los resultados académicos. Si siempre
debe existir una visión positiva y optimista sobre la evolución del alumno, en estos casos todavía
más.

Ese cuestionario también puede ser respondido por alguien cercano al alumno, dado que muchas
veces estas personas pueden ver con más claridad cómo somos realmente. Además, como suele
pasar en este tipo de tests, son los extremos de la evaluación los que nos deben suministrar
información relevante, pero ésta debe complementarse con la obtenida a través del contacto con
el alumnado que nos suministra el día a día.

Cultivando la resiliencia
A continuación, enumeramos algunos factores que creemos que debemos fomentar en el proceso
de construcción de la resiliencia en el aula. Aunque se puede utilizar la hora destinada a la tutoría
para realizar actividades para mejorar la resiliencia, cualquier oportunidad es válida para impulsar
este proceso y esto se puede dar en cualquier asignatura. Y como ya comentamos anteriormente,
el beneficio será general, independientemente de que el alumno se encuentre ante una adversidad
o no.
 Siempre positivos. Tradicionalmente la educación se ha restringido a detectar y remarcar los
aspectos negativos del alumnado (el subrayado con bolígrafo rojo que comentábamos antes) en
detrimento de los positivos. Pues bien, una educación orientada a mejorar la resiliencia tendría
que optimizar las fortalezas y virtudes del alumno que le permitan adoptar una actitud positiva.
Independientemente de los condicionamientos genéticos, se puede aprender a ser más optimista
e interpretar las dificultades como retos. De lo contrario, las creencias negativas pueden
condicionar el aprendizaje adecuado.
 En la clase se ha de respirar seguridad. El profesor ha de generar en el aula un clima emocional
positivo y seguro que permita al alumno sentirse respetado, apoyado y querido. La puerta abierta
a la esperanza que supone la plasticidad cerebral ha de generar siempre en el docente
expectativas positivas sobre sus alumnos (efecto Pigmaliónpositivo). Además, los alumnos no han
de ser meros elementos pasivos del aprendizaje, sino que han de ser protagonistas del mismo y
han de participar en las decisiones que se tomen en el aula.
 Las relaciones siempre sanas. Hemos de fomentar las relaciones entre compañeros en las que
predominen la comunicación, el respeto, la empatía y la cooperación, en detrimento de la
competición. Cuando se da importancia a estos aspectos socioemocionales, que por otra parte son
imprescindibles en la formación del ciudadano del mañana, y se fomenta el trabajo colaborativo,
es más sencillo resolver los conflictos que puedan surgir y se facilita aprendizaje. Nuestro cerebro
es social y la promoción de la resiliencia es una tarea colectiva (Forés y Graells, 2008).
 El cambio es posible. Como la vida constituye un proceso de transformación continuo, en el aula
hemos de aceptar y suscitar un pensamiento crítico y creativo que permita visualizar nuevas
posibilidades. Las ideas novedosas y diferentes facilitan el progreso y abren un mundo lleno de
esperanza.
 Todos nos equivocamos. Cuando se asume con naturalidad que el error forma parte del proceso
de aprendizaje, aprendemos a tomar decisiones con determinación. Se disfruta el proceso y no
nos afecta negativamente el no obtener un determinado resultado porque sabemos que el análisis
de la situación nos permitirá mejorar.
 Fomentemos la autonomía. El alumno ha de aprender a ser autónomo y saber distanciarse de
opiniones negativas que le puedan perjudicar. Para ello es imprescindible su mejora en la
autorregulación emocional y, en concreto, es muy importante la técnica del autorrebatimiento que
permite, mediante el diálogo interno, analizar y relativizar el sentimiento provocado por una
emoción negativa. La mejora del autocontrol ayuda en la lucha contra el tan temido estrés crónico
(Lantieri, 2009).
 ¡Sonríe, por favor! Cuando somos capaces de relativizar las situaciones con sentido del humor,
mejora nuestro bienestar. Aunque es difícil demostrar que el humor tiene beneficios terapéuticos,
sí podemos afirmar que mejora la resiliencia de las personas y ayuda a disfrutar más de la vida
(Forés y Grané, 2012). El docente que entra en el aula con una sonrisa natural tendrá más
posibilidades de generar un clima emocional positivo y facilitar así el aprendizaje

Tomado de https://escuelaconcerebro.wordpress.com/?s=actividades+resiliencia+en+el+aula

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