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CAMBIOS EN EL ESTE
La nueva avalancha de refugiados que ha llegado este fin de semana a la República Federal
de Alemania (RFA), después de que Berlín Este decidiera abrir una brecha en el muro al
permitir a sus ciudadanos abandonar el país a través de Checoslovaquia, ha tomado a
Bonn por sorpresa. Anoche eran ya 12.000 los alemanes orientales que habían llegado a la
RFA, llenando hasta rebosar los campos de acogida.
Las imágenes de largas hileras de coches alemanes orientales haciendo cola en la frontera
que separa la RFA de Checoslovaquia o las de los trenes que salen de la estación de Praga
repletos de sonrientes jóvenes que aseguran no creerse las promesas de Egon Krenz ya no
despiertan las mismas sensaciones en. los políticos de la RFA que les inspiraban hace unas
semanas. El triunfo de su sistema sobre el de Alemania Oriental puede tener un precio
excesivo.
Desde el viernes pasado, todos los alemanes orientales pueden salir a la RFA, pasando por
Checoslovaquia, con la simple presentación del carné de identidad. El viaje a
Checoslovaquia también es libre tras suprimirse el miércoles 1 de noviembre pasado la
necesidad de visado instaurado el 3 de octubre por la RDA para frenar el éxodo masivo de
sus ciudadanos.
"Nadie sabe lo que puede pasar si a los alemanes orientales se les concede completa
libertad para viajar", decía ayer el líder socialdemócrata Oskar Lafontaine en el congreso
que le eligió como candidato a la presidencia del Estado de Sarre, cargo que ya ostenta.
"La reunificación de los alemanes no puede tener lugar únicamente en la RFA", añadió. "El
paro y la escasez de viviendas hacen que nuestra capacidad para absorber a tanta gente
esté ya a punto de agotarse".
El secretario general del SPD, Hans Joachim Vogel, se mostraba igualmente preocupado y
pedía a las autoridades de Berlín Este que aceleraran las reformas, convocaran elecciones
libres y se olvidaran del monopolio del Partido Socialista Unificado (SED, comunista),
porque, decía, "el monopolio del poder ha pasado ahora al pueblo".
Pero no sólo los políticos opositores lanzaban ayer el grito al cielo. El propio canciller Kohl
advertía que más de 150.000 alemanes orientales habrán llegado a la RFA antes de
Navidad. "Queremos que puedan quedarse en su país y vivir allí sus vidas", dijo.
Consciente de los peligros que esta avalancha está empezando a crear, tanto en el frente
interno, donde los agravios de las capas
Otro político de la coalición gobernante, el presidente del Partido Liberal, Otto Graff
Lambsdorf, abogaba ayer por el derribo del muro de Berlín. Para Lambsdorf no supondría que
empeorara la cuestión de los refugiados, ya que "la gente que quiere salir saldrá ahora
exactamente igual por Checoslovaquia", y el derribo del muro tiene una importancia
psicológica que aumentaría la credibilidad en el Gobierno.
Tal vez tenga razón y ya no queden muchos más deseosos de vivir en Occidente, vistas las
opiniones de algunos de los que se están sumando a esta última avalancha de refugiados.
No todos los miles y miles que ayer aguantaban pacientemente en la frontera entre
Checoslovaquia y Baviera están decididos a quedarse en la RFA. Muchos de ellos aseguraban
que tan sólo querían comprobar si era verdad que su Gobierno les había permitido viajar a
Occidente. Otros explicaban que irían a visitar a unos parientes y luego volverían.
Algo ha cambiado en los últimos días, pese a que la mayoría de la sociedad desconfía aún
profundamente de sus dirigentes. "Estamos haciendo una revolución en la RDA", decía un
joven de 23 años a su llegada a la República Federal Alemana, "y yo quiero volver para verlo
con mis propios ojos".
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