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2.1.

Génesis y colapso de una ciudad indiana del norte


peruano. Santiago de Miraflores de Saña, 1563–1720

Juan Castañeda Murga


Escuela de Historia, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad Nacional de Trujillo, Perú.
E–mail: jcastaneda65@hotmail.com

La fundación de la villa y sus circunstancias


La fundación de Saña corresponde a la segunda oleada fundacional de ciuda-
des y villas del virreinato peruano, tras el caos de las guerras civiles (1538–1555).
El porqué de la fundación está claro en el expediente: el rey había ordenado
que en las Indias se funden y hagan nuevas poblaciones de españoles, para
la «quietud y noblecimiento de estos reinos».1 Nuevamente se dio paso a la
fundación de nuevos asentamientos y es en ese contexto, durante la gestión
gubernativa del virrey Diego López de Zúñiga y Velasco, Conde Nieva, que
se fundaron las villas de Arnedo (Chancay), Valverde de Ica y Santiago de
Miraflores de Saña.
Ubicada en un emplazamiento estratégico, pues Saña era parte de un com-
plejo multivalle que empezaba en Jequetepeque y terminaba en Jayanca, y
que a la llegada de los españoles estaba unido por canales (Kosok, 1965:147),
siendo el área cultivable más extensa de la costa peruana. El encargado de
hacer el reconocimiento fue el capitán Baltazar Rodríguez, un vecino merca-
der trujillano, quien fue designado por el corregidor de Trujillo Don Diego

1 
AGN, Cabildo de Provincias, leg. 1, exp. 9, 19–03–1623, f. 150 y ss.

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Pineda. Rodríguez, conocía muy bien la zona, pues ya se le encuentra en
1559 en una compañía con Francisco Zamudio Mendoza, negociando las
«grangerías de cosas que daban los indios de Túcume» (Zevallos, 1996:312).
Las razones por las que se escoge el valle de Saña para ubicar el nuevo asen-
tamiento eran las siguientes: primero porque estaba a 24 leguas de Trujillo,
además de ser un valle extenso «por tener 14 leguas de largo y tres de ancho»
(hoy está reducido a la mitad), era abundante en aguas, pastos y montes,
y había también yacimientos de cal, así como minas de oro y plata en sus
alrededores. Esto último en realidad no era tan cierto, pues se puso solo
para justificar la fundación. No fue sino hasta el siglo xviii, cuando Saña se
hallaba destruida, cuando se produjo el conocimiento de una veta de plata
en el cerro El Alumbre.
Por último, la provisión del virrey conde de Nieva, señalaba que de 3000
individuos a la llegada de los españoles la población indígena había dismi-
nuido a 400 y éstos en su mayoría eran pescadores. Tres años más tarde al
iniciarse el proceso de reducción de los indígenas, éstos fueron confinados a
la margen izquierda del valle en los pueblos de Leviche y Santiago de Quip,
para terminar reducidos después en San Francisco de Mocupe.2 Rodríguez
escogió un centro administrativo Inka situado a la vera del río en el que había
un tambo y también una pequeña pirámide.3 A los españoles herederos de la
guerra de Reconquista, les era fácil apoderarse de las ciudades, de sus templos
y palacios, para luego sustituirlos por la superposición de sus símbolos. De
esta manera no es extraño que reocuparan asentamientos prehispánicos para
fundar sus ciudades, caso similar es el de Trujillo que se fundó sobre el sitio
de Canda.
El 4 de noviembre de 1563 el virrey promulgaba las ordenanzas de la villa
ordenando a Rodríguez haga la traza «como de la dicha ciudad de Truxillo»
aunque la plaza debía ser algo más pequeña. Sus calles también serían más
angostas ya que permitirían que pasen por ellas «solo dos carretas juntas». El
22 de noviembre Rodríguez se hallaba en Trujillo ultimando detalles y hasta
el día 24 los futuros vecinos que no podían dirigirse a Saña dieron poderes a
los que asistirían a la fundación (art, pn López, leg. 5, f. 579v. y ss).

2 
AGI, Justicia 458, Ordenanza del Dr. Gregorio González Cuenca sobre la reubicación de
los indígenas del valle de Saña ff. 2010–2011. Se halla inserto en el juicio de residencia
a éste funcionario.
3 
Angulo (1920) por la referencia al Tambo. Para la pirámide ART, PN Juan López de Córdova,
leg. 5, f. 76, 17–02–1564. Traspaso de vecindad Alonso Gallegos Herrador a Alonso de
Aguilar, señala que tiene un solar en la esquina de la plaza «donde está una Guaquilla de
indios junto al camino real».

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De esta manera el 29 de noviembre de 1563 se fundaba la villa de Santiago
de Miraflores. En torno a la plaza Rodríguez designó dos solares para la igle-
sia. Asimismo un solar para la cárcel y otro para la casa del cabildo. Luego en
la calle más principal se reservaría un solar para el mesón y en «parte conve-
niente» un solar para carnicería y el matadero. A cada vecino se le asignó un
solar de 250 pies de largo y 50 de ancho y una huerta de cuatro solares para
sembrar hortalizas, ubicada cerca de la ciudad. A ello se agrega a cada vecino
40 hanegadas de tierra de «sembradura de maíz de indias». Los vecinos tenían
la obligación de permanecer haciendo vecindad un mínimo de 4 meses. Los
solares por un tiempo de tres años no se podían vender, esto se hacía para
obligarles a permanecer en su vecindad (Angulo 1920:287).
Poco tiempo después el 6 de diciembre el presidente de la Audiencia Lope
García de Castro desautorizaba a Baltazar Rodríguez la fundación por «ex-
cederse» en sus funciones. Ramírez (1991:81) sostiene que hubo protestas al
despojar a los indígenas de sus tierras y entonces fue nombrado en su reem-
plazo el regidor de la ciudad de Trujillo Miguel Rodríguez de Villafuerte.
Éste no hizo sino ratificar lo avanzado por Baltazar Rodríguez y el 25 de
enero de 1564 en el mismo lugar nuevamente trazó y repartió los mismos
solares (figura 1).
Para crear la jurisdicción de la nueva villa se recortó parte de la provincia de
Trujillo y de la de Piura, motivando las protestas de los respectivos cabildos,
quedando definido su límite por el norte «los arenales que están entre Mo-
tupe y Jayanca» y por el sur el arenal conocido como Encarr ubicado entre
Saña y Pacasmayo (agi, Lima 37). Tal decisión afectó a Trujillo en tanto que
se recortaba la cuota de mitayos de la que gozaba y el cabildo trujillano se
quejaba del «daño y perjuyzio que dha. villa de Miraflores haze a esta ciudad
por estar poblada en sus terminos» y pedía al visitador Gregorio González
Cuenca, diese su parecer sobre el caso (act, Vol. 11:9–10), y más adelante en
1568 se quejaban de que muchos vecinos habían migrado a Saña dejando sus
casas «y desto resulta despoblarse esta cibdad». Los corregidores y el cabildo
reiteraron su pedido a que se retornase a su antigua jurisdicción territorial
en 1582 señalando «antes q. las dhas. Villas [Santa y Saña] se fundasen en
los terminos desta dha. ciudad hera esta ciudad de las mejores y de las mas
abundantes de mantenimientos que auia en este reyno y muy poblada de
gente y despues de la fundacion de las dhas. villas se a ydo despoblando y esta
tan falta de todo lo necesario que mediante la dha. diminucion cada dia ba a
menos y todos los vecinos y moradores della la ban dexando y despoblando»
(agi, Lima 126) y en 1596 el corregidor Bartolomé de Villavicencio señalaba
los mismos argumentos para explicar su decadencia (agi, Lima 111), por lo
que pedía se retornase a su antigua jurisdicción territorial. Peticiones que el
gobierno real jamás escuchó (figura 2).

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Figura 2. Mapa de la provincia de Saña
mandado a realizar por el Obispo Jaime
Baltasar Martínez Compañon. Truxillo
del Perú en el Siglo xviii Biblioteca Virtual
Cervantes.

Figura 1. Copia del plano fundacional


de Saña. agn, Cabildo de Provincias, leg.
1, exp. 9, 19–03–1623.

El ENOS de 1578
Quince años después de la fundación, Saña soportó su primera prueba de
fuego. A los españoles acostumbrados a los extremos climáticos europeos
cuyas temperaturas llegaba a veces a menos de cero grados en invierno y a 40
grados en verano; la costa norte del Perú les pareció un paraíso. Un vecino
trujillano escribía en 1560 a un familiar residente en la provincia de Toledo
diciéndole «esta es la tierra que mejor calienta el sol, que nunca en ella hace
frío ni calor, nunca llueve jamás» (Otte, 1988:462). Las lluvias catastróficas de
1578 demostraron que la costa norte también podía ser un infierno.
Dos testigos que se hallaban en Saña nos dan una idea de la magnitud
del desastre, Juan Clemente, un criador de caballos, manifestó «tan grande
tormenta que en una noche no quedo casa enhiesta y que salieron huyendo
todos a los cerros y allí hizieron habitación de choças para se meter en ellas
y estaban aislados que no podían salir a una parte ni a otra», mientras que
Bartolomé Copín, indio platero, dijo: «las dhas. lluvias habían sido genera-
les en todos estos valles y que todos los rios salieron y que el Zaña se llevó
todo el pueblo de españoles». Esta primera inundación puso en evidencia
la vulnerabilidad de la ubicación de la villa, pero no ocurrió un cambio de

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locación. Musset (1996) ha sostenido que en el siglo xvi era relativamente
fácil el traslado de poblaciones recién fundadas, debido a lo perecedero de sus
materiales de construcción. Al parecer quince años ya pesaban mucho para
moverse a otro lugar.
Pero pasada la tempestad los enos ofrecen efectos positivos que han sido
destacados por los estudios realizados por Gálvez y Briceño (2001), Run-
zio y Gálvez (2006) y Gálvez y Castañeda (2008) quienes han reiterado la
ocupación del desierto y las áreas quebradeñas a partir de la observación
etnográfica. Una vez pasadas las inundaciones, desiertos y quebradas son in-
vadidas por campesinos quienes aprovechando el afloramiento de puquios
realizan cultivos permaneciendo inclusive hasta por tres años en la zona. En
el documento de 1578, las declaraciones de algunos de los testigos de aquella
época refieren que se mudaron a «altos» y «arenales» a fin de guarecerse de
las inundaciones, corroborando esta propuesta. Refieren que ello sucedió en
Lambayeque, Reque, Ferreñafe y Saña (Huertas 1987:90 y ss.). Lamentable-
mente el expediente está mutilado y no aparecen las probanzas de los enco-
menderos de la provincia de Saña quienes debieron corroborar la producción
que vino después de los aguaceros. En cambio sí aparecen las probanzas de
los encomenderos de Trujillo, quienes manifestaron la abundante produc-
ción a consecuencia de las lluvias extraordinarias de ese año.
Después de las lluvias Saña nuevamente se levantó sobre sus ruinas ree-
dificándose su iglesia mayor y se fundaron los conventos de San Agustín,
San Francisco, La Merced y San Sebastián, agregándose la doctrina de Santa
Lucía. Ramírez (1991:177) ha identificado que después de la inundación se
consolidó una élite terrateniente local y se formaron latifundios. Los anti-
guos corrales y chacras dieron paso a estancias, haciendas productoras de
harinas, azúcares y conservas (carne de membrillo) que se exportaban a Pana-
má, Guayaquil y Lima; tinas y tenerías, cuyos jabones y cordobanes llegaban
hasta Chile. En menor escala también se sembraba arroz, tabaco y algodón.
Todos estos productos salían a través del puerto de Chérrepe, y por allí tam-
bién ingresaban vinos y aguardientes de Ica y Moquegua, yerba del Paraguay,
cuadros y esculturas de Quito (Zevallos, 1941:232).
Es evidente que de manera paralela hubo un ascenso social de sus propie-
tarios, pero fue en la segunda década del siglo xvii que el alza del precio del
azúcar y del ganado dieron a Saña un periodo de prosperidad «sin preceden-
tes» que duró hasta 1719. El gusto suntuario de los sañeros queda de mani-
fiesto en los inventarios de bienes de la élite, las casas eran de adobe y habían
«bajas» y «altas» (de dos pisos), y estaban decoradas con «muebles tallados y
taraceados, pintura al fuego y estofado». Hubo familias que hasta poseyeron
carrozas como las de Doña Isabel de Montoya y el álférez Don Antonio de
Ribera (Huertas 1993:162; Zevallos, 1941:237). Es necesario mencionar que ya

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en el siglo xvii Saña aparece mencionada como ciudad, aunque desconoce-
mos en qué momento fue elevada a esa categoría.

El ENOS de 1720 y el colapso de Saña


Después del enos de 1578, Saña soportó muy bien otras lluvias extraordi-
narias, aunque no tan catastróficas, en 1607, 1618, 1624, 1634 y 1701. Sin
embargo la inundación de 1720 acabaría con la prosperidad de la llamada
Sevilla del Perú. Las lluvias se adelantaron y en diciembre el corregidor de-
cidió marcharse a Lambayeque y luego le siguieron su teniente D. Antonio
Calderón de la Barca, también el alcalde y algunos regidores, quedando tan
sólo los más valientes el alférez real D. Antonio de la Cueva y Velasco y el
regidor perpetuo Dalmacio Rodríguez de Losada. Para salvar la ciudad los
pobladores levantaron un tajamar o albarrada que contuvo parcialmente las
inundaciones. Las lluvias se reiniciaron con fuerza desde el primero de marzo
y el día 14 los regidores que quedaban hicieron constar en acta su molestia
por la ausencia de las autoridades y acordaron informarles «de la grandísima
ruina que ha padecido esta ciudad en su fábrica de casas y templos» tanto por
las lluvias como por la inundación que ingresó por la calle real pero que no
llegó a mayores por ese tajamar (Hampe, 2002:65–83).
El tiempo no les alcanzó porque en la madrugada del día viernes 15 de mar-
zo, el río salió de su cauce nuevamente, esta vez de nada sirvió la albarrada.
El nivel del agua pasó por encima de los techos, incluso de las tiendas y «casas
altas» que circundaban la plaza. Los pocos pobladores que aún permanecían
en la ciudad se pusieron a buen recaudo en el cerrillo de La Horca (arl,
Antonio de Rivera, legajo 4, ff. 32v.–34v.). Doce días después «luego que dio
vado el agua y se serenó y enjutó la tierra» el escribano Antonio de Ribera,
a instancias del corregidor, quien ya había retornado a Saña, y del factor
veedor de la Real Hacienda de Trujillo contrató peones para que excavasen
en el lugar donde habían estado ubicados el cabildo y la tienda que ocupaba
el archivo de la ciudad (art, Real Hacienda, legajo 131, 1720). Orientándose
a partir de la enhiesta iglesia mayor ubicaron el lugar donde había estado y
se procedió a excavar. La búsqueda duró más de quince días, en la que des-
enterraron «debajo de paredes, techos y ruinas» parte del cuerpo del archivo.
Los documentos no estaban tratables «para manejarlos ni reconocerlos por
la mucha humedad y tierra gredosa». Casi la totalidad de la documentación
se había perdido.
Ribera se justificó en un informe del 2 de julio de 1720, porque lo ocurri-
do era una «inundación no pensada y repentina» (art, rh, leg. 131, 1720).
Alegando no tener «la menor culpa antes sí atraso y perdida en mis alhajas
y cossas necesarias de mi combeniencia y servicio por no desenterrarlas en
tiempo de la cassa que hera de mi morada por hacerlo con dichos papeles

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como es notorio» (art, rh, leg. 131, 1720). Aquí Ribera mintió, puesto que
tres días después de la inundación, cuando en presencia de las autoridades
que aún estaban allí se levantó un acta de certificación de lo que había su-
cedido, refirió que había abandonado junto a su familia su casa el día siete
de marzo alarmado porque las lluvias del día cinco y seis de marzo habían
arruinado su morada, dirigiéndose entonces al cerrillo La Horca en donde
levantó dos toldos para guarecerse de las lluvias (arl, pn Antonio de Rivera,
leg. 4, ff. 32v.–34v.). Para cuando ocurrió la gran inundación, ya la mayoría
de los vecinos estaban instalados en la pampa del cerro La Horca. Muchos
de ellos lo primero que quisieron salvar fueron sus joyas. Sólo así se explica
que Da. Juana de Estrada y Hurtado tuviera sus alhajas al morir y figuraron
en su inventario de bienes (arl, pn Antonio de Rivera, leg. 4., 19–04–1720) o
que D. Jerónimo Laso de la Vega antes de morir legara sus joyas a la imagen
de Nra. Sra. del Rosario, casi un mes después de la inundación. Laso vivía
en un rancho precario levantado en el cerro de la Horca (arl, pn Antonio de
Rivera, leg. 04, ff. 39v., 24–04–1720). Estos casos nos ilustran que los sañeros
tuvieron tiempo de salvar algo de sus bienes.
En lo que respecta a los conventos, sobrevivieron aunque maltrechas sus
respectivas iglesias más no así los claustros y celdas, de manera que los pre-
lados y religiosos se recogieron a vivir «a la falda de este cerro en chozas o
ranchillos asi como lo an hecho los demas vecinos y por esta razon hauer
formado ramadillas de baras de cañas en que celebrar lo an hecho hasta la
fecha» (arl, pn Antonio de Rivera, leg. 4, f. 202, 18–10–1720).

Las dos Sañas


A mediados de octubre un grupo de vecinos consideraba que se debía de
reedificar la ciudad en otra parte escogiendo la zona de Rafan en la parte
baja del valle. El cabildo decidió que era el lugar correcto «por lo apreziable
de su buen temple y comodidades en su contenido» y entonces dio poder a
Don Dalmacio Rodríguez de Losada para gestionar lo pedido ante el virrey
(arl, pn Antonio de Rivera, leg. 4, f. 199v.–201v., 14–10–1720). El mismo día
el clero diocesano que tenía a cargo la iglesia mayor, la doctrina de indios de
Santa Lucía y Chérrepe y el curato de ingenios (tenía a cargo las haciendas
del valle de Saña) concordaba con el cabildo y los vecinos y también dio po-
der a Don Dalmacio justificando lo «benigno y saludable de su temple» (arl,
pn Antonio de Rivera, leg. 4, f. 204v.–206v., 14–10–1720).
Nos llama la atención la ausencia del clero regular en este pedido. Segura-
mente estaba en desacuerdo. Trasladar la ciudad de Saña a otro lugar signi-
ficaba empezar de cero respecto de rentas provenientes de arrendamientos o
censos gravados en los inmuebles urbanos. Anteriormente había sucedido lo
mismo en Trujillo con motivo del terremoto de San Valentín de 1619, aún

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cuando el virrey ordenó al cabildo trujillano que buscase un lugar para trasla-
dar la ciudad, las órdenes religiosas se opusieron tenazmente logrando evitar
su traslado y la ciudad se reedificó sobre sus ruinas. En esta oposición los
regulares de Saña arrastraron a parte de la población que los apoyó, desarro-
llándose una enconada lucha entre dos partidos: quienes estaban por el tras-
lado a Rafán y quienes querían permanecer en la pampa y cerro de La Horca.
Contra viento y marea el traslado se realizó y de los regulares sólo apoyaron
los Mercedarios, quizá porque había censos en Rafán a favor de ellos. Duran-
te cuatro años la población de Saña estuvo dividida, un grupo ocupaba Rafán
y esa población era denominaba Saña La Nueva. Mientras que otro grupo
permanecía en Saña La Vieja. Ese año el alcalde ordinario Don Josef Marrufo
León informaba al virrey:

que despues de la inundación, y otras muchas calamidades continuadas que han padecido
dicho ciudad, experimenta hoy la maior que le puede producir su ultima ruina, porque
demas de haverse disminuido notablemente aquella vecindad, la corta que ha quedado
se halla dividida en dos partes, y bandos, residiendo en la una en la antigua ciudad de
Saña, y la otra en el sitio de Rafan que nombran Saña La Nueva en virtud de los supe-
riores ordenes de vuexelencia y aunque Don Luis del Castillo y Andraca, corregidor de
aquella provincia con la integridad y justificacion con que procede, y reconociendo que
los vecinos que habitan en dicho sitio de Rafan Saña La Nueva son personas nobles y de
honrrados procederes, como otros también que residen en Saña La Antigua, ha procurado
con el mayor connato concordar los unos y los otros para el beneficio de todos no lo ha
podido conseguir, antes cada dia se reconocen más enconados los animos de la una y otra
parte (agn, Sup. Gob., leg. 125, cuad. 126, 1777).

Otra fuente coincide en lo mismo y nos dice:

En estas circunstancias se discurria hacer nueva población: Ya determinaban un sitio, y ya


otro, excitandose graves discordias en la eleccion, pues cada uno queria que prevaleciese
su dictamen, en las quales disputas se fue pasando el tiempo, y a vista de la inclemencia
que padecian los vecinos en las Chozas del cerro, solicitaron alvergue en los Pueblos del
Distrito. (British Museum, Additional Manuscript 17588)

Las dos Sañas continuaron sobreviviendo, al año siguiente el inventario


de bienes post mortem del escribano Antonio de Rivera menciona «una casa
de quincha con sus puertas, la cual casa está cita en nueva ciudad y sitio de
Rafan» (arl, pn Lino de Herrera, leg. 9, 03–08–1728, ff. 174v.–191). El mis-
mo año fallecía Doña Manuela de la Pila Ponce de León y en su inventario
de bienes aparece «un rancho de quincha con dos puertas, sin cerraduras ni
llaves que esta zito y fabricado a la orilla de esta ciudad antigua de Saña en la

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falda del cerrillo que llaman de la Horca». Pero la fundación de Rafán fracasó
totalmente por la humedad, un testigo en 1783 decía «pues a la mayor parte
de las gentes, que se trasladaron al nuevo sitio, aniquiló el clima, quedando
sepultados en sus lagunas» (agn, Sup. Gob. Leg. 125, 1782.)
La visita pastoral realizada por el vicario Dr. Ignacio Gorrichátegui a Saña
en 1771 menciona que Saña de componía de 600 almas «todos los mas sam-
bos, mulatos y negros y tal cual blanco constituidos todos en tanta miseria,
que apenas alcanzan para un mal sustento» (aat, Visitas, leg. 2, exp. 12, 1771).
Es decir las familias del vecindario patricio habían terminado migrando a
otros lugares como Lambayeque, Guadalupe y Trujillo (Zevallos 1991:254).
Respecto del clero, quedaban en Saña cuatro regulares uno de cada orden re-
ligiosa, «llorando miserias, pidiendo limosnas, y dando motivo a la irrisión»,
la mayor parte del tiempo la iglesias permanecían cerradas y sus imágenes sin
ningún culto; por ello recomendaba el visitador se cerrasen los conventos.
En medio de esa decadencia, en 1783, un sacerdote luchaba solitariamente
para resucitar Saña. Para Don Simeon Polo, párroco de la iglesia mayor, la de-
cadencia de Saña se debía a la ambición de los corregidores, quienes deseaban
habitar en Lambayeque «por el lucro e interes de los crecidos repartos a los
yndios, contraviniendo en desamparar la cabeza de la provincia por su mayor
e injusta comodidad», y en segundo lugar a que el corregidor Okelly sacó a
Saña de la ruta del correo. Desde entonces los viajeros usaban el camino de
Lagunas, cerca al litoral, ó el de Úcupe (actual carretera Panamericana). Y
en tercer lugar la ruina de los ingenios se debía a que los verdaderos dueños
habían fallecido y estaban en manos de malos administradores. Ponderaba las
cualidades del entorno de Saña diciendo:

Está esta ciudad çituada en un hermoso valle muy ameno, y fecundo: son sus tierras lla-
nas, y copiosas en la producción de sus frutos … riegalo un rio perenne, dando vida a los
campos, por diferentes tomas: son sus tierras particularmente proficuas para el plantío de
tabaco, y por esta razon, es conocido por de Zaña y en su principio no se sembraba en otra
parte. (AGN, Sup. Gob. Leg. 125, 1782)

En su afán de lograr su cometido Polo informó al virrey Jaúregui del hallaz-


go de una veta de plata en el cerro El Alumbre, afirmando además de la exis-
tencia de otras vetas de plata en los alrededores de Saña «que por tradición
se dice que se fundó en el centro de ricos minerales». Polo tenía la esperanza
de que una vez que corriese la fama de la riqueza se allegaran a vivir nuevas
familias. Por último, en aquellos días en que en el imaginario colectivo estaba
la recientemente debelada rebelión de Túpac Amaru, Polo afirmaba que Saña
estaba ubicado en un lugar estratégico en caso de un ataque proveniente del
sur teniendo al río como una defensa natural, lo que permitiría el atrinche-

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ramiento de los vecinos y castas. Desafortunadamente Polo no tuvo ninguna
respuesta del vicesoberano.
Este fue el último intento por resucitar la antigua villa de Santiago de
Miraflores de Saña. En 1826 sus conventos fueron declarados supresos por
la dictadura bolivariana (arl, Causas Eclesiásticas, 1826–27). Si bien ya no
estaban las familias notables de la antigua aristocracia, continuó creciendo
hasta hoy en que nuevamente las casas están invadiendo el área de la antigua
ciudad, una zona inundable que algún otro momento nuevamente volverá a
ser afectada.

Conclusión
¿Por qué Saña no se recuperó de la inundación de 1720? Al decir de Herzer
y Virgilio cada desastre ocurre de manera diferente y con distinta intensidad
dependiendo de la vulnerabilidad y fragilidad de las estructuras que susten-
tan el desarrollo económico (Herzer, 1996:100). Mientras en 1578 abundaban
las estancias, corrales de ganado y su destrucción se podía aliviar en corto
plazo; para 1720 había molinos, ingenios y trapiches que requerían de energía
hidráulica para funcionar. En cambio, la inundación de 1720 arruinó la in-
fraestructura hidráulica, cegando las acequias como el Taymi, quedando sin
agua por varias temporadas las acequias de Tumán y Luya. La hacienda de
San Juan de Miclás y Sipán perdió su casa de calderas y la casa de purgas, lo
mismo el horno de porrones y la ollería, todo quedó inutilizado. En estado
similar quedó la hacienda San Lorenzo. De igual manera estaba la hacienda
San Idelfonso de Cojal con sus estructuras maltratadas por las lluvias torren-
ciales (arl, Antonio de Rivera, leg. 4 ff. 54 y ss.). Pomalca tuvo que reparar
su infraestructura: limpiar acequias, reconstruir oficinas, casa de calderas y
la casa de purga a un costo de 14600 ps. (Ramírez, 1991:234–235). A esto se
sumó la caída de precio del azúcar un 28 %, provocando un estancamiento y
declive económico de la élite terrateniente.

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Siglas
AGI: Archivo General de Indias
AGN: Archivo General de la Nación
ARL: Archivo Regional de Lambayeque
ART: Archivo Regional de Trujillo
Sup. Gob.: Superior Gobierno

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