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EDUCACIÓN DE INSPIRACIÓN IGNACIANA

Y ÉTICA DOCENTE

F. Javier Duplá
Una Universidad dirigida por la Compañía de Jesús se siente obligada a dar a conocer a sus
nuevos profesores los principios que la inspiran. Para conocer esos principios hace falta
remontarse brevemente a la historia personal del Fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de
Loyola, a la institución que el fundó y a su historia de cerca de cinco siglos.
La vida de Ignacio de Loyola se divide en dos etapas fundamentalmente distintas. La de la
niñez y juventud, desde su nacimiento en Loyola en 1491, que fue común a la de muchos jóvenes
de la baja nobleza de entonces, que se preparaban para una carrera en la milicia al servicio del
rey. Llevó una vida, como él dice, de “soldado desgarrado y vano”: aprendizaje del servicio como
caballero, lances de honor, mujeres, hechos de armas. Esta etapa duró hasta 1521, treinta años de
su vida por lo tanto, en que fue herido en una pierna en el sitio de Pamplona.
En la convalecencia sufrió una transformación interior que lo convirtió en otra persona,
tocada por la gracia de Dios y dispuesta al aprendizaje de las cosas espirituales. Allí comenzó una
vida de conocimiento cada vez más profundo de Dios, que le fue llevando por caminos muy
distintos, a los que Ignacio se sometió con gran generosidad. Todo lo que Él fue sintiendo en esta
etapa de transformación lo anotó en un Cuaderno, que fue el núcleo de los Ejercicios Espirituales,
que consisten en un método y orden para conocer la acción de Dios sobre la vida personal y
disponerse a cumplir la voluntad de Dios sobre la persona. Estos ejercicios han hecho mucho bien
a la Iglesia.
Reunió después un grupo de compañeros a los que comunicó sus vivencias y que decidieron
vivir como él, dedicados al servicio de los demás en la caridad corporal (hospitales), en la
atención a los más humildes (catequesis de niños y de ignorantes) y en la predicación. El papa
Paulo III aprobó este grupo en 1540 como Compañía de Jesús y les encomendó diversas tareas, al
verlos tan dinámicos espiritualmente y tan preparados intelectualmente (todos ellos se habían
formado en París). Envió como teólogos a dos de ellos al Concilio de Trento y a otros jesuitas a
las misiones más lejanas entre infieles. La educación tal como hoy la conocemos – primaria,
secundaria, superior – no estaba en la mente de Ignacio y de sus compañeros.
Pronto se juntaron muchos jóvenes generosos a la naciente Compañía de Jesús y hubo que
pensar en formarlos. Así surgieron los primeros colegios de la Compañía, destinados solamente a
los jóvenes que querían ingresar en ella, aunque pronto fueron admitidos otros jóvenes que no
tenían vocación religiosa, pero que aspiraban a recibir la misma formación humanística que se
daba a los estudiantes jesuitas. Este es el origen de los colegios para externos, que comenzaron ya
en vida de Ignacio en Italia, España, Portugal y la India (Goa) y que en seguida se expandieron
por toda la geografía europea. En 1549 el P. Nadal ya había establecido unas reglas para los
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colegios. Estas fueron revisándose hasta que en 1599 se aprobó la primera Ratio Studiorum o
Plan de Estudios, que sirvió como norma básica de funcionamiento para todos los colegios
jesuitas desde esa fecha hasta la supresión de la Compañía de Jesús por el Papa Clemente XIV en
1773.
Cuando el Papa Pío VII restableció la Compañía de Jesús en 1814 las circunstancias habían
cambiado y ya los Estados nacionales del siglo XIX asumen la educación como uno de sus
cometidos principales. Cada país establece sus planes de estudio, a los que tienen que someterse
los establecimientos educativos. Por lo tanto el Ratio Studiorum deja de tener el sentido que tenía
antes. Además, los intereses de las sociedades cambian, y la educación se va orientando más
hacia las ciencias que hacia las humanidades.
Durante el siglo XX los establecimientos educativos de la Compañía de Jesús se han ido
adaptando a las exigencias de cada país en cuanto a su pensum. Los estudios superiores
comienzan a extenderse, al paso de las exigencias sociales, y las órdenes religiosas de más
tradición participan en la fundación de Universidades, con mayores o menores restricciones
estatales según los países. Las Universidades se orientan cada vez más hacia la
profesionalización, es decir, la capacitación de estudiantes en los distintos campos productivos.
Las orientaciones del Ratio Studiorum quedan muy alejadas de la realidad actual y no parece
conveniente ni oportuno establecer un nuevo Ratio Studiorum.
En 1986 expertos de todos los países de la Compañía de Jesús se plantean si es posible
establecer unos principios comunes a todos los esfuerzos educativos de las instituciones dirigidas
por la Compañía de Jesús y surge así el Documento Características de la Educación de la
Compañía de Jesús, un documento inspirador para el trabajo educativo en cada país.
Los principios de ese documento, que quieren ser los de toda educación ignaciana,
presentan los siguientes aspectos como básicos:
1. Dios. La dimensión religiosa impregna toda la educación.
El aporte de Ignacio proviene de su experiencia religiosa personal y se traduce en una
manera de entender y practicar el seguimiento de Jesucristo. ¿Cuáles son las características de la
experiencia vital de Ignacio que van a tener trascendencia educativa?
a) Una visión religiosa de la realidad en la que Dios ocupa el inicio y el fin. Todo ha sido
hecho por Dios y todo torna a Él (Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales). Esta
visión da sentido unitario y dinámico al quehacer humano y a la vida. Ignacio lo vive como
principio unificador de todas las realidades, que tienen valor por sí mismas, pero que adquieren
consistencia y relevancia dentro del principio unificador: el amor humano, la familia, los bienes
materiales, la salud, el prestigio, el placer, etc. Son realidades buenas, pero nunca principios
absolutos.
La trascendencia educativa de este principio es grande. El ser humano necesita en la vida
una orientación básica o sentido unificador. Necesita saber quién es, por qué vive, qué le espera
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en esta vida y después. Las grandes preguntas reciben así desde la fe religiosa una respuesta, que
da seguridad personal y dinamismo vital.
b) Una visión de sí mismo y de toda persona humana como un ser positivo, lleno de
riquezas regaladas por Dios, y llamado a la amistad con Él. Esta amistad con Dios, especialmente
cercano en la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Jesucristo, le hace a Ignacio sentirse
amado, a pesar de que al principio de su conversión tuvo grandes dudas sobre el perdón de parte
de Dios.
Esto tiene gran importancia educativa. El ser humano necesita su autoafirmación como ser
querido, lo cual le permite desarrollar todas sus capacidades. No sólo es afirmado como persona y
querido por su familia (algunos ni siquiera eso lo tienen seguro), sino por el Ser más cercano y
próximo a todos, que es Jesucristo. El ser humano necesita saberse perdonado y ser así capaz de
perdonar a los demás.
2. La persona. Atención e interés por cada persona individual. El papel de la libertad.
Orientación hacia los valores.
La educación ignaciana se centra en cada persona, la atiende, la quiere comprender en su
individualidad y dentro del entorno en el que se ha formado. Esto trae como consecuencia que la
relación del profesor con el alumno cobra importancia y esto favorece el crecimiento en el uso
responsable de la libertad. En algún sentido podemos decir que la educación está inscrita en un
ámbito de relaciones personales semejante al que ocurre dentro de la familia: el padre y la madre
aman a sus hijos y les orientan en su crecimiento como personas que van asumiendo su libertad.
En este punto adquiere gran importancia la orientación hacia los valores, tema actualmente
de moda, seguramente porque se nota fuertemente su ausencia. Los valores suponen criterio, es
decir, comprensión y aceptación de una jerarquía en la selección de lo conveniente y voluntad
para escogerlo. El criterio lo da el Principio y Fundamento de los ejercicios, la voluntad proviene
de la adhesión a la persona de Jesús.
3. Una espiritualidad centrada en Cristo como modelo atractivo.
El amor es difusivo de sí mismo. Cuando la persona se quiere a sí misma y se siente
fuertemente apreciada y querida, eso le potencia para acometer grandes empresas en favor de los
demás. Eso se da en el amor de pareja, dentro de la familia y en la amistad profunda e
incondicional. Eso mismo se da en el amor inspirado por Jesús, que necesariamente desemboca
en un fuerte sentimiento de querer corresponder realizando grandes cosas por Él. La fundación
del grupo de amigos que constituyó la Compañía de Jesús es el desborde de un sentimiento muy
profundo de amor y agradecimiento por parte de Ignacio hacia Jesucristo. Siente que Él le
convoca a grandes empresas para extender su Reino (El llamado del Rey Eternal) y le pide con
insistencia que le ponga bajo su bandera en el servicio de la Iglesia.
La persona humana, especialmente los jóvenes, necesitan modelos que atraigan, ejemplos
de vida con sentido. Mucho más cuando esos modelos les invitan a dar de sí lo mejor que tienen
con total generosidad. Esto se llama idealismo y hoy día lo vemos orientado en algunos jóvenes
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hacia causas de muerte y destrucción en los grupos terroristas, al servicio de un ideal nacionalista
o religioso por el que son capaces de dar la vida. Vivimos en una sociedad plana, sin relieve, sin
alicientes, con modelos chatos, que desaprovechan el caudal de idealismo de la juventud. La
educación que ofrece la Compañía de Jesús debe ser capaz de anunciar a Cristo como modelo de
vida de una manera que sea atractiva a todos, pero especialmente a los jóvenes. Esto exige
abandonar viejos esquemas religiosos, basados en el cumplimiento externo y social de preceptos
y ritos, y centrarse en una relación personal que ennoblece al ser humano y lo proyecta hacia
grandes proyectos transformadores de la realidad que vivimos.
4. Un sentido de la comunidad. Una visión de la sociedad, de sus problemas y dificultades,
que busca mayor fraternidad en la justicia.
La educación de la Compañía no favorece el individualismo, aunque a veces haya habido
prácticas que parecían favorecerlo. Todos somos responsables de todos. La sociedad de donde
venimos con sus estructuras y su realidad constituye una preocupación permanente, por ser tan
inhumanas. La educación que queremos da sentido de preocupación activa y de responsabilidad
al que se educa. Luchar por un mundo más humano, la fe que realiza la justicia, una sociedad más
igualitaria… son formulaciones de la misma preocupación por entroncarse activamente en las
estructuras que pueden ayudar a cambiar la sociedad que tenemos. Esto tiene consecuencias muy
concretas a la hora de enfocar los temas de estudio de cualquier disciplina o carrera, a la hora de
elegir las prácticas profesionales en la época de estudios o de entroncarse en un trabajo o en otro.
La economía no puede ser la disciplina rectora de todas las actividades humanas, a la cual
deben subordinarse las demás, como está ocurriendo actualmente. La educación que la Compañía
pretende, pone a las ciencias al servicio del ser humano, de todos los seres humanos y de sus
necesidades.
La traducción del Documento Características de la Educación de la Compañía a la realidad
práctica, llevó a los expertos jesuitas a elaborar un planteamiento concreto recogido en un
documento aparecido en 1993: Pedagogía Ignaciana. Un planteamiento práctico.
Este documento presenta un paradigma o modelo en cinco pasos, que van siendo difundidos
en los centros de educación de la Compañía de todo el mundo: Contexto, Experiencia, Reflexión,
Acción y Evaluación.
1. CONTEXTO
El aprendizaje, tanto de contenidos, como de actitudes y valores, ocurre siempre dentro de
un contexto, de un marco de referencia personal y social. Cada persona es diferente, tiene su
propia historia, sus referentes vitales, sus experiencias, su proyección hacia el futuro. El ideal de
toda educación es el que ocurre en el hogar, que se aproxima mucho a la enseñanza
individualizada. Esto es imposible, porque toda educación formal ocurre en grupo, lo cual tiene
sin embargo una ventaja que no tiene la educación individual, y es que la persona se socializa, es
decir, aprende de y con los demás.
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Tomar en cuenta el contexto personal y social es uno de los principios de la pedagogía


ignaciana. Bien difícil, pero bien necesario. Las clases de más de 15 o 20 alumnos dificultan tal
postulado, y las prisas en que se desarrolla la labor docente tampoco lo favorecen. El contexto
social en el que nos movemos, la situación socioeconómica de la familia, los valores dominantes,
etc. condicionan la mentalidad de los que se inscriben para estudiar una carrera universitaria.
Muchos quieren sacar un título que les permita defenderse en la vida; otros pretenden ganar
mucho dinero, obtener una buena posición social. Son mentalidades individualistas, que van a
constituir una especie de molde en el que se recibe la enseñanza, y esto va a condicionar todo el
proceso de aprendizaje.
¿Para qué me sirve esto que estoy aprendiendo? Es una pregunta que oímos con frecuencia,
por la mentalidad altamente pragmática que condiciona el mundo actual. El saber por el saber,
por el gusto de conocer, se antoja un adorno superficial e inútil, y este contexto social no favorece
a las humanidades.
Por otra parte, el ambiente actual no favorece en los jóvenes la concentración necesaria para
el estudio. Fernando Savater lo expresa así:
“El otro día asistí en un cine abarrotado de adolescentes a una de esas películas que me
gustan, llena de zombies, sobresaltos rubricados por música estruendosa y una guapa protagonista,
capaz de pulverizar a cañonazos cualquier criatura infernal que le plantase cara. En mis tiempos
(perdonen la tópica y angustiada expresión) la chiquillería hubiese vibrado de intensa atención cada
minuto del metraje… y desde luego yo con ella. Pero ahora no: me rodeaban distraídos que jugaban
con sus teléfonos móviles, se mandaban unos a otros mensajes durante la proyección y sólo atendían
ocasionalmente a la pantalla cuando una explosión importante despedazaba al enemigo ocasional, en
el que antes para nada se habían interesado. Me los imaginé en casa ante el televisor, mando en
ristre sin cesar de hacer zapping, viendo sucesivos y vertiginosos fragmentos de relato que nunca
comprenderían por completo; me los imaginé en clase, incapaces de escuchar diez minutos seguidos
al profesor insistente, me los imaginé hojeando un libro a la carrera y pasando a otro, o escuchando
un minuto de música con impaciencia porque ya deseaban escuchar otra canción. Me los imaginé
viviendo entre retazos las angustias del mundo global¸ incapaces de fijarse en nada el tiempo
suficiente para que les apasione a fondo o les conmueva de veras, sin paciencia para escuchar
argumentos y debatirlos, compasivos instantáneos a ratos¸ pero sin tenacidad para enmendar los
males que tan pronto deploran como olvidan”. ( “¡Atención!”, EL NACIONAL, 8 septiembre
2002)
Podríamos seguir con otros aspectos del contexto, como el político, que marca tan
fuertemente los prejuicios y distinciones de clase social; la pertenencia a determinados grupos o
clases sociales y la visión que de ellos se deriva hacia la sociedad en su conjunto; la formación
religiosa previa o la carencia de ella. Estos y otros aspectos marcan a la persona y condicionan su
aprendizaje. Descubrirlos, reflexionar y hacer reflexionar sobre ellos es parte de lo que este
primer paso del paradigma demanda del profesor en los momentos actuales en una institución
como ésta.
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2. EXPERIENCIA
Nuestra época privilegia la experiencia y esto es algo bueno. Hay experiencias de todo tipo
y nuestra época se inclina más por las experiencias que tienen que ver sobre todo con los cinco
sentidos. Nunca antes había tal masa de ofertas de todo tipo para ver, contemplar, extasiarse ante
algo, escuchar, sumergirse en la música con todos los volúmenes y registros imaginables,
disfrutar, sentir, gustar, saborear, sumergirse en todo tipo de sensaciones placenteras. Estas son
las experiencias que privilegia la civilización actual y las que atraen a los jóvenes porque las
viven desde pequeños.
La experiencia que propone San Ignacio en los Ejercicios Espirituales, que constituyen el
referente principal para este segundo paso del Paradigma, son de tipo interior. “Gustar de las
cosas internamente”, saborearlas, sentirlas desde dentro, ver su relevancia, dejarse guiar por ellas,
convertirlas en referentes fundamentales de la propia vida. Ignacio se refiere naturalmente a
experiencias espirituales, las que tienen que ver con nuestra relación con Dios y con los demás.
En un sentido más profano, experiencia no es igual a experimentación. La experiencia puede ser
interior – intelectual, emotiva y afectiva – y en cualquiera de sus dimensiones es clave para el
acto de aprender. La psicología cognitiva habla de experiencias significativas, que tienen
significado en sí mismas y lo producen en los que las tienen. Hay que decir desde luego que la
educación que conocemos está lejos de saber despertar una experiencia significativa en los que
aprenden. Es aburrida, irrelevante, no significativa, superficial en la mayoría de los casos.
Analizar esta realidad nos llevaría lejos de lo que se pretende en estas breves notas, pero es una
tarea a la que no podemos sustraernos los que tenemos responsabilidades docentes.
Es verdad que el contexto analizado anteriormente privilegia lo experimental, lo atractivo
para cualquier sentido, pero esto no nos puede servir de refugio frente a nuestra incompetencia
como enseñantes. No podemos competir con el mundo de la imagen, no podemos hacer de cada
clase un show, no estamos sobre la tarima del salón de clase para montar un concurso televisivo.
Pero sí podemos con honradez comunicar vida, y esto es lo que se espera del docente ignaciano.
La vida transmite vida, y lo que a nosotros nos interesa, nos entusiasma, constituye algo
importante en nuestra vida, así se transmite a nuestros alumnos.
El profesor debe ser un guía que induzca en el alumno una experiencia semejante a la que él
tuvo al apropiarse del conocimiento y hacerlo realidad vital para él. Cada uno tiene experiencias
diferentes al ponerse en contacto con el tema de estudio; lo que le incumbe al profesor es
mostrarle que tal o cual contenido son importantes para su vida, porque le abren el horizonte
actual y hacia el futuro, le ayudan a entender mejor otras realidades, lo vinculan con los demás, le
permiten adquirir un sentido crítico, le aumentan el gusto por las cosas, etc.
Pongamos un ejemplo, tomado de la Historia de la Educación. Juan Jacobo Rousseau es uno
de los adelantados de la educación moderna, sobre todo por su paidocentrismo, por su intuición
de centrar la actividad educativa en el niño. Dos consecuencias dedujo él de este principio: el
niño debe experimentar por su propia cuenta las consecuencias de sus actos; y el adulto no debe
interferir en inculcarle conocimientos, actitudes y valores que están fuera de su interés y de su
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alcance. Es una doctrina interesante, y que sin embargo sufre un fuerte sacudón por la propia
conducta de Rousseau. Él tuvo cinco hijos y no encargó de la educación de ninguno, sino que los
entregó a una institución, se deshizo de ellos. El paidocentrismo que predicó fue sólo teórico,
porque luego fue incapaz de educar ni a uno solo de sus hijos. Así, en este caso, pensamiento y
vida se contraponen, y esto permite una derivación hacia otros personajes y situaciones en los que
vida y ciencia se mantuvieron a la par, como puede haber sido Pasteur, Curie, Einstein y otros
muchos. Esto permite derivaciones de carácter filosófico y moral, y preguntas personales que
hagan reflexionar.
3. REFLEXIÓN
Toda experiencia profunda lleva implícita la reflexión. Reflexionar es tomar conciencia de
algo que ocurre, sea en la persona o fuera de ella, ver sus implicaciones, su importancia, juzgar de
su valor y luego pasar a la acción. Nuestro mundo empuja a la toma de decisiones poco
reflexionadas: elegir carrera, establecer una relación sentimental de pareja, cambiar de trabajo;
son decisiones tomadas muchas veces a la ligera, sin medir las consecuencias. Cambiar de
opinión, no atenerse a lo ofrecido, no asistir a las citas, incumplir de mil maneras con las
obligaciones, son otras formas en que se manifiesta la falta de reflexión y la debilidad de carácter.
La reflexión implica dos procesos: tomar conciencia y juzgar. La reflexión permite ver el
valor de las cosas, acciones, conceptos, principios y modelos. Examina creencias, descubre
prejuicios, se apropia de valores.
La reflexión necesita tiempo psicológico y tiempo real. Es una operación interior, que
requiere un espíritu en calma, no atosigado por prisas y preocupaciones. La forma más común de
acostumbrarse a reflexionar es leer con atención, ponderando lo leído, parándose en la lectura,
repitiendo lo que llama la atención, en una palabra, en diálogo entre el autor y uno mismo. Otra
forma de favorecer la reflexión es el diálogo con una persona de calidad, no prejuiciada, al menos
en el tema en cuestión. El diálogo favorece la toma de conciencia desde enfoques distintos y por
ello ayuda a la reflexión.
En la reflexión entra en juego la memoria, la imaginación, la facultad de razonar e incluso
los sentimientos. Exige un espíritu generoso y humilde, capaz de atender y entender razones y
argumentos ajenos, capaz de caer en la cuenta de las propias posiciones tomadas y de ponerlas en
cuestión a efectos del diálogo.
La reflexión no se encuentra precisamente favorecida por las prisas del mundo moderno,
que incita a la acción sin parar, en un movimiento constante y en torbellino, que no conduce a
ninguna meta. Establecerse metas, ver cómo se alcanzan, examinar si se logran, corregir
actuaciones, son consecuencias lógicas de la reflexión bien hecha.
4. ACCIÓN
La acción forma parte de la vida interna de las personas. No podemos vivir sin actuar y cada
persona lo hace de acuerdo con su propia personalidad. Toda acción humana es intencional.
Actuamos para expresar lo que somos y en la esperanza de alcanzar algo que no tenemos.
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Toda acción consta de dos momentos: el de la decisión y el de la acción externa. En el


primer momento la persona asume una posición, se coloca interiormente en posesión de algo, o a
favor o en contra de algo. En segundo lugar, cuando llegue el momento oportuno, su decisión se
manifestará en un curso de acción concreto. Decide, por ejemplo, consultar un libro, una
enciclopedia o Internet para ampliar un tema que le motiva especialmente, y esa decisión le
llevará a hacer la consulta posteriormente en su debido tiempo.
La pedagogía ignaciana aspira a que el alumno se dote con un repertorio de decisiones y
actuaciones que ayuden a cambiarse a sí mismo y al mundo que le rodea. En un último término
eso es lo que pretenden los Ejercicios Espirituales, “ordenar su vida”, como dice San Ignacio, es
decir, actuar movido por principios espirituales. Se pretende que el alumno oriente su actuación
profesional de tal forma que muestre cómo es posible hoy construir un mundo distinto, en el que
la solidaridad, la fraternidad, la compasión son posibles como guías de conducta, frente al lucro
desmedido, al placer como fin de la vida, a la acumulación de poder excesivo y de prestigio vano,
que son por esencia destructivos de la convivencia.
5. EVALUACIÓN
La evaluación es la actividad más difícil del proceso de enseñanza y de aprendizaje. En
infinidad de destrezas y habilidades importantes para la vida somos nosotros mismos los
interesados en aprender y los que sabemos si lo hemos logrado: nadar, manejar un carro o una
bicicleta, cocinar, cuidar bebés, hacer operaciones bancarias, hablar en público, etc. En el
aprendizaje formal se acostumbra al niño desde pequeño, después del Preescolar, a depender de
la evaluación externa del profesor. Todavía vienen a las aulas universitarias estudiantes con la
pretensión de responder en los exámenes “como quiere el profesor”. La verdadera evaluación
siempre debe tener un fuerte componente de autoevaluación. La persona misma es la más
interesada en su propio progreso, o debería serlo. De ahí que la evaluación externa es una ayuda,
pero no debe convertirse en una actividad exclusiva.
La evaluación es una actividad integral, que examina el progreso en el conocimiento, las
actitudes y valores en función de los fines. Es verdad que hacen falta también evaluaciones
parciales para fines administrativos – aprobar una prueba, una materia, un curso, la carrera
completa – pero la verdadera evaluación viene dada por la actuación posterior de la persona en la
vida.
Los cinco pasos del paradigma ignaciano son inspiradores, son como una especie de tabla
de referencia para contrastar con ellos la práctica docente universitaria. No es fácil llevarlos a
cabo, pero hay que hacer el intento, cada uno desde su realidad concreta. No hay recetas,
evidentemente, sino que se tiene que inventar caminos. Sin embargo, permítanme que les dé
algunos ejemplos prácticos, derivados de la experiencia personal.
Me gusta comenzar el curso, después de los saludos iniciales y la presentación de la
materia, poniendo a los alumnos un ejercicio de reflexión sobre su vida, que me dé luces para
saber quiénes son y de qué contexto provienen. Les hago que me hablen libremente de sí mismos,
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de su familia, de la educación que recibieron, del lugar donde viven, de acontecimientos


relevantes en su infancia y en su juventud, de sus amistades. Las respuestas permiten conocer no
sólo estos datos importantes sobre cada uno de ellos, que me ayudarán luego a lo largo del curso,
sino también otros aspectos importantes como el dominio del idioma, la presentación escrita, el
estilo.
¿Qué tiene todo lo dicho hasta aquí con la ética docente?
Mucho, si por ética se entiende una forma de actuar de acuerdo a ciertos criterios y valores.
Todo profesor de calidad quiere que sus alumnos se preparen para la vida, que aprendan cosas
interesantes para ellos y útiles para la profesión que ejercerán, que se conviertan en personas
reflexivas, proactivas – como se dice ahora – es decir, con iniciativa, con capacidad de búsqueda
independiente, con originalidad y sentido común. Esto son criterios de actuación ética.
Si además busca hacer de sus alumnos “hombres y mujeres para los demás”, en la
terminología ignaciana, es decir, gente solidaria, comprometida en la ayuda al que lo necesita,
generosa, abierta a los demás aunque piensen diferente, entonces ese profesor actúa por valores,
que trata de inculcar a los demás.
En esto consiste, a mi modo de ver, una profesión docente regida por la ética. Creo que la
pedagogía ignaciana ofrece tantos aspectos intelectuales y valorales que el que se rija por ella
necesariamente tiene que ser un docente de gran altura ética. Creo que expresarlo así a los
alumnos al comienzo del curso supone un gran compromiso no exento de riesgos.
Por alguna parte leí un pequeño listado de criterios y valores éticos al que debería ajustarse
el comportamiento profesional del docente en esta universidad. Se los transmito tan escuetamente
como me fueron transmitidos:
1. Honestidad intelectual, sentido crítico y autocrítico, ejercidos tanto en clase en el trabajo
individual como en el trabajo en equipo.
2. Independencia de juicio frente a la tradición y la autoridad cuando no son ya fuentes de
verdad.
3. Coraje intelectual: defensa de la verdad y crítica del error.
4. Libertad intelectual fundada sobre libertades individuales y sociales.
5. Sentido de la justicia:
Disposición a examinar el argumento del prójimo
Disposición a aceptar el argumento ajeno cuando está mejor argumentado que el
propio.
6. Opción preferencial por los pobres como orientación y contenido de la actividad
universitaria.
7. Oposición explícita a la mediocridad intelectual, profesional y moral.
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Bibliografía:
CUADERNOS IGNACIANOS, nº 1 y nº 2
Luiz Fernando Klein, “Actualidad de la pedagogía jesuita”, México, ITESO, 2002

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