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“Estamos muy, muy, muy jodidos”

En estos días se ha hablado como por enésima vez de diálogo. Maduro,


intentando darse un bañito de democracia, invita a quienes se le oponen a
sentarse a conversar para encontrar salidas conjuntas; pero eso es solo una forma
siniestra de ganar tiempo.

Ese diálogo está condenado al monólogo. Será un regaño para quienes se atrevan
a acudir a escucharlo. Habrá insultos, imposiciones; tal vez hasta vejaciones, para
luego, sin ceder un ápice en la postura tozuda de estos saqueadores,
responsabilizar a los sectores opositores y condenarlos con el dedo acusador
como los únicos responsables de la penosa situación que vivimos.

Es decir, un diálogo unilateral para aclarar a quienes aún lo pongan en duda que
el que manda e impone las reglas del juego es el régimen. Esta plática que, en
cualquier país civilizado y democrático, se traduciría como tender puentes, en
nuestra Venezuela actual se puede interpretar como tender trampas en la que el
debate productivo puede terminar transformándose en una querella.

De siempre, pareciera, que las diferencias entre bancadas han sido una condición
obligatoria para ocupar un curul. Solo que ahora vemos los golpes, la sangre, las
peleas y los insultos que quizá antes, si ocurrían, no éramos testigos.

¿Se acuerdan de los golpes que recibió María Corina, con fractura de nariz
incluida, y de los célebres zarpazos de gata arisca que propinaba la Fosforito?

Si algo podemos recordar era que en la IV República los adecos y copeyanos


debatían acaloradamente dentro del hemiciclo; pero, al salir de ahí, eran capaces
de compartir la misma mesa para almorzar juntos y tomarse un trago. Y el país
marchaba.

Es verdad que también había denuncias de corrupción y abusos de poder. Sin


embargo, Venezuela se vislumbraba como una tierra de oportunidades donde, el
que trabajaba con ahínco, lograba sacar una carrera, comenzar un
emprendimiento o conseguir un empleo en una gran empresa trasnacional (de
esas que abundaban y de las que hoy solo queda la sombra de los letreros
retirados en las paredes), comprar un apartamento decente, tener un carro del
año, pagar el colegio privado de los hijos, incluso tener vacaciones, mínimo en mi
amada isla de Margarita. Esa era la otra Venezuela.

Si hasta podíamos llamar al extranjero con el discado directo internacional de la


Cantv privatizada. Inténtenlo ahora y verán cómo algo tan sencillo como levantar
el teléfono y llamar a España es imposible. Ni de lejos estamos viviendo como a
principios de los setenta, ochenta y noventa del siglo pasado; no señor, en los días
que corren parecemos más a la Venezuela indómita del siglo XVII. Súmenle a la
invitación a este falso diálogo otra perlita que demuestra el talante de este régimen
comunista: Maduro inició la cuenta regresiva para acabar de un plumazo y con la
anuencia del TSJ, su escritorio jurídico particular con la Asamblea Nacional.

Una Asamblea legítimamente electa, por mandato popular. ¿Si esto no es una
tiranía, qué otro nombre recibe? No tenemos derecho de protestar en las
inmediaciones del CNE; como si el centro de la ciudad capital fuera la isla privada
de algún magnate o narcotraficante a la que solo se accede al obtener la venia del
propietario absoluto de esos espacios. Nicolás lo advirtió: “La oposición solo
puede marchar de Chacaíto hasta Altamira. No se diga más”. ¿Y así promueve el
diálogo? ¿Imponiendo sus condiciones y sus criterios?

La verdad es que, a pesar de la gente que me rodea que habla de metanoia,


optimismo y pensamientos positivos, la situación de mi país me hace dudar de una
salida a corto plazo, por más que la deseo y visualizo. Veo el juego trancado. Veo
a la gente cansada de sobrevivir para alimentarse y proveerse salud. Veo al
régimen arreciando su política de hambre y miseria. Veo la criminalidad desatada.

Veo a mis amigos, los super optimistas, como me gusta decirles, con cara de
tristeza y desesperanza, al conocer la noticia de que antes del 30 de abril e 2018,
se realizarán las elecciones para presidente de Venezuela, diciéndome a pesar
de que las groserías y el pesimismo estaban excluidos de su vocabulario: “Ramón
amigo mío, ahora sí: ¡estamos jodidos! ¡Muy, muy, muy jodidos!!!.
¡VENEZUELA SOLA Y SIN DOLIENTES!

Aunque duela decirlo, Venezuela agoniza bajo la indiferente mirada de sus hijos. Es posible
que mis palabras sea motivo de diversos calificativos hacia mi persona; pero, los asumiré,
pues, no soy yo quien las inventa, es la realidad la que lo grita.

El hambre, la miseria y el miedo cohabitan libremente, bajo polifacéticos rostros, donde


predomina las excusas que parecieran conducirnos hacia la resignación, por no decir, la
aceptación. Son tantas las excusas y tan poca la sensatez que la mediocridad prevalece ante
respuestas incoherentes, donde todo cuento tiene acceso; por eso, la brujería, la intervención,
la MUD, el PSUV, la mesa de diálogo, la OEA, ONU y hasta el mismo régimen, irónicamente,
echan los suyos.

Lo increíble. pero cierto, es que todo cuanto se lance al ruedo tiene sus copartidarios,
defensores y hasta creyentes. Todos menos, Venezuela. ¡Total! ¿Qué podemos hacer? Ver y
sentir su interioridad, es percibirla ultrajada, violada, saqueada, triste y sujeta a la voluntad de
un chulo quien, ante la mirada indiferente de sus hijos, la oferta al mejor postor, para saciar
sus odios proyectado en un amor, donde predomina el eterno ideal de quien una vez comandó
sus predios, asumió el cuido y defensa de sus hijos, sobre todo de los más débiles y que,
irónicamente, la legó a un extranjero para que, junto sus camaradas, dieran riendas sueltas a
sus bajos instintos y profundizaran su obra.

Venezuela está casi inerte y cual loca Luz Caraballo, que una vez recitara su hijo poeta,
también va contando, pero, esta vez, los hijos que caen, los hijos que huyen, los hijos que
comparten su miseria y los hijos cuya indiferencia se debate entre el miedo, el conformismo, la
resignación y el silencio...

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