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CRIMINOLOGÍA Y DERECHO PENAL.

ASPECTOS GNOSEOLÓGICOS DE UNA RELACIÓN NECESARIA


EN LA AMÉRICA LATINA ACTUAL

por Rosa del Olmo

“Hoy las relaciones entre criminología crítica y derecho penal suponen un derecho
penal crítico, es decir, un penalista que no sólo reflexione conceptualmente sobre el
contenido de la norma penal sino que al mismo tiempo haga una revisión crítica de
su origen, de sus presupuestos y efectos; que se plantee el derecho penal como un
aspecto del proceso de control y criminalización del Estado y, por tanto,
indisolublemente unido a todos los demás aspectos de ese Estado. Criminología
crítica como investigación del problema criminal y derecho penal crítico como
investigación de ese problema criminal implican una conjugación de ambos, el
criminólogo critico será un penalista critico y el penalista también un criminólogo
crítico”.

Juan Bustos Ramírez.

Introducción.

Si bien es cierto que el discurso de la criminología no ha sido una de mis inquietudes


fundamentales -ni he pretendido jamás construir teoría sobre ese discurso-, en estos
momentos me siento en la necesidad de compartir con ustedes algunas
preocupaciones que me ha suscitado el reciente desarrollo del discurso de la
criminología crítica en América Latina.

No podía haber tenido una mejor oportunidad que la que me brinda la invitación que
me hicieron los colegas y amigos colombianos para intervenir en este Seminario
sobre “El derecho penal y la realidad latinoamericana”, organizado por la
Universidad Santo Tomás de Bogotá. Considero que Colombia en estos momentos
es el país de América Latina donde se está reflexionando con más seriedad sobre
el objeto de la criminología para América Latina; prueba de ello son los numerosos
artículos que se publican en sus múltiples revistas, así como la serie de
sorprendentes trabajos de grado para optar al título universitario de abogado, que
se ocupan de la criminología crítica.
Con satisfacción he podido comprobar que éste no es un país de individualismos
criminológicos, sino de equipos criminológicos (piénsese, por ejemplo, en las
reuniones anuales de profesores de criminología como la que se acaba de celebrar
en enero en Barranquilla). De ahí que la tan irreparable desaparición de Alfonso
Reyes E. y Emiro Sandoval H. no significó la desaparición de la criminología
colombiana; todo lo contrario, porque Alfonso y Emiro son de los muertos que nunca
mueren.

Desde hace algún tiempo he sentido inclinación a intervenir en el discurso sobre la


criminología crítica en América Latina, porque a pesar de no haberme ocupado de
él, me siento en parte responsable por haber publicado en 1973 en el primer número
de “Capítulo Criminológico”, la revista del Instituto de Investigaciones
Criminológicas de la Universidad del Zulia de Maracaibo, Venezuela, un breve
artículo llamado Por qué la necesidad de una criminología crítica, así como haber
intervenido en un seminario que se celebra anualmente en Venezuela con unas
reflexiones en 1974 sobre El problema de la criminología en América Latina, y en
1975 con una ponencia sobre El Grupo Europeo para el Estudio de la Desviación y
el Control Social, en el cual tuve la oportunidad de participar desde su creación en
1973[1]. Es decir que en cierto modo -y quizá sin darme cuenta- fui una de las que
comencé el discurso en América Latina sobre la criminología crítica; aunque debo
confesar, y así creo que lo reflejan mis libros, que siempre me ha preocupado más
el ser de la criminología que el deber ser, y de ahí mi poco interés por el discurso
normativo como tal, pero a eso volveré más tarde.

A pesar de estos antecedentes, han sido hechos más recientes los que me han
llevado a elaborar este breve trabajo. Mencionaré algunos. En primer lugar, la
lectura del interesante debate publicado en la revista argentina “Doctrina Penal”
entre los distinguidos amigos Eduardo Novoa y Lola Aniyar, al cual se sumó
recientemente Roberto Bergalli. En segundo lugar, la lectura de una serie de obras
recientes de criminólogos y penalistas latinoamericanos, y muy especialmente las
reflexiones de los colombianos Jesús Antonio Muñoz, Iván Villamizar Luciani, María
Cristina Mosquera, Edwin Paz García, Luis Fernando García Mahecha, Germán
Pabón Gómez y Gilberto Tobón Sanín, y del argentino Carlos Elbert; el importante
libro Elementos para una crítica y de-mistificación del derecho, del penalista chileno
Eduardo Novoa Monreal, así como la magistral obra que he tenido el privilegio de
leer en borrador, Criminología: aproximación desde un margen, del penalista-
criminólogo (¿o criminólogo-penalista?) Raúl Zaffaroni. En tercer lugar, las cartas
de mi amigo ecuatoriano Alfonso Zambrano y de mis amigos argentinos Roberto
Bergalli, Emilio García Méndez y Elías Neuman. En cuarto lugar, mi participación en
el I Seminario de Criminología Crítica celebrado en Medellín en 1984 y en el último
Seminario celebrado en la ciudad de La Habana en 1986. En quinto lugar, mi
compromiso con la nueva generación de criminólogos y penalistas latinoamericanos
a quienes debo el haberme puesto a reflexionar sobre este problema. Y por último,
aunque no por ello menos importante, la situación actual de América Latina.

No pretendo en este breve ensayo reconstruir la historia del discurso de la


criminología crítica en América Latina. He preferido en este sentido incluir en la
bibliografía algunos de los trabajos que tenía a mano para quienes estén
interesados en seguir su desarrollo. Me concentraré más bien por los momentos en
el debate Novoa-Aniyar-Bergalli para llegar a mis reflexiones sobre la relación
necesaria entre criminología y derecho penal. Limito el análisis a este debate porque
no creo que se deba citar fuera de contexto frases determinadas ni tampoco mezclar
a todos los que se consideran “criminólogos críticos” en América Latina. Para ello
habría que escribir un libro, y no un ensayo. Y debería hacerse porque es muy
importante el hecho de que criminólogos y penalistas con formación de abogados
en América Latina hayan logrado integrar a su paradigma variables sociológicas
como el control social y se preocupen por los procesos de criminalización. Y
precisamente por lo trascendental es que he querido ingresar en el debate a pesar
de mis limitaciones como “teórica”.

Quiero, sin embargo, antes de proseguir, señalar una de mis preocupaciones


centrales del actual discurso de la “criminología crítica” en América Latina, llamada
también Teoría Crítica del Control Social. En mi libro, América Latina y su
criminología traté de demostrar la marcada dependencia que tuvo siempre la
criminología en América Latina del derecho penal, expresada en sus claras
relaciones de subordinación. Con el surgimiento del movimiento crítico, la situación
se invirtió al punto de llegar a calificar al derecho penal como “filosofía de la
dominación” y a plantear la necesidad de “la liberación” de ese derecho. Pero tengo
la impresión de que el discurso sigue encadenado, ya no al derecho penal sino a la
filosofía del derecho. Ello se observa en la marcada influencia, y muchas veces
repetición, del discurso que un grupo de europeos ha iniciado desde la filosofía del
derecho, y que ellos denominan “criminología crítica”. Su máximo exponente es el
brillante y distinguido profesor Alessandro Baratta. Admiro enormemente el
pensamiento de Sandro y su capacidad reflexiva, además de que me unen a él una
serie de vínculos afectivos muy especiales. Recuerdo, por ejemplo, que su primera
corrida de toros la vio conmigo y Linda, su compañera en aquel momento, cuando
estábamos en Barcelona, España, hace diez años, y cómo lo disfrutó con su
característico entusiasmo. Creo que sus aportes sobre la cuestión criminal y sus
críticas a la ideología de la defensa social son fundamentales, como también sus
reflexiones marxistas; pero veo con alarma la idolatría que ha despertado entre
algunos de nuestros estudiosos. Su pensamiento ha sido asimilado acríticamente al
discurso que se está construyendo en América Latina, a pesar de que en nuestro
contexto puede correr el riesgo de quedarse en simple retórica. Comprendo, sin
embargo, que como discurso se presta a canalizar las inquietudes de quienes están
conscientes de las injusticias en que viven las mayorías de nuestro continente, pero
a veces se adopta sin profundizar en su contenido. Se ignora de este modo el peligro
que puede significar el divorcio entre la teoría y la praxis. Teoría que pareciera más
bien teología con un lenguaje privado de los creyentes y para los creyentes (o de
“los iniciados”, como se consideran ellos mismos), con muy pocas posibilidades
reales en la actual coyuntura de América Latina de que “difundida en la masa
contribuya a desmitificar las ideologías ocultadoras de los mecanismos de ese
control social”[2]. Pero vayamos al debate.

I. El debate Novoa-Aniyar-Bergalli.

A) El planteamiento de Eduardo Novoa Monreal.

En un artículo que denomina ¿Desorientación epistemológica en la criminología


crítica?[3], el profesor Novoa comienza planteando las dificultades que atravesó la
criminología desde su origen por falta de autonomía frente al derecho penal. Señala
brevemente las ideas innovadoras “brotadas principalmente en el interior de la
disciplina” (p. 264), para destacar cómo el nuevo enfoque criminológico “se desplaza
desde las causas de la criminalidad a la crítica de la sociedad y sus ficciones
delictivas, con lo cual nos encontramos ante una criminología radical o una
criminología crítica” (p. 265). Elige a Baratta como ejemplo de esta posición en
Europa, por su gran influencia entre nosotros y por la difusión que ha tenido esa
criminología crítica en el medio criminológico latinoamericano.
El objeto central de Novoa, sin embargo, es detenerse en el discurso de la
criminología en América Latina, tomando como ejemplo lo planteado en dos
reuniones. En primer lugar, la celebrada en Méjico D.F. en 1981, donde se presentó
el Manifiesto para elaborar “una teoría crítica del control social” para América Latina,
y en segundo lugar, el I Seminario sobre Criminología Crítica celebrado en Medellín,
Colombia, en 1984.

A Novoa le preocupan algunos aspectos de lo planteado en esas reuniones que


trataré de resumir:

1) que se haya continuado en la confusión entre criminología y control social;

2) que en ciertos momentos se confunda el campo de una investigación considerada


científica con el de la lucha social;

3) que se corren riesgos cuando se lleva la crítica del propio conocimiento a la


demostración de su insuficiencia para propugnar su complementación con
conocimientos nuevos; y

4) que la confusión de materias puede causar un enorme daño especialmente en el


plano epistemológico.

Novoa sostiene que hay tres ámbitos del control social: el ámbito de lo jurídico-penal
estricto dentro del cual se ha movido buena parte de la criminología; el ámbito muy
amplio que corresponde a los variados medios de control social que una sociedad
emplea para la socialización acabada de sus miembros; y por último, el ámbito que
se realiza mediante normas e instituciones jurídicas no penales (p. 269). Pero
rechaza que el criminólogo pueda llegar hasta el segundo, es decir, el que
comprendería el control social más vasto, aunque cree que la actual criminología
puede abarcar el tercer ámbito, es decir, las normas jurídicas en general. De ahí
que insista que la novedad de la teoría crítica estaría en haber abandonado el
campo exclusivo de lo jurídico-penal (p. 268).

Al referirse a la reunión de Medellín, aun cuando menciona a varios de los


expositores, le dedica especial atención a la ponencia de Roberto Bergalli,
señalando que éste propone “equivocadamente la revisión histórico-epistemológica
de la criminología y la cooperación en la construcción de una teoría política en la
cual todos los elementos son tomados en cuenta”, relacionándolo con unas palabras
de Lolita, cuando expresa “si esto corresponde o no al nombre de criminología no
nos interesa demasiado” (p. 270).

Creo, sin embargo, que la preocupación central de Novoa -ya que la repite con
insistencia- es que la criminología no puede abarcar todas las formas de control
social que él considera “vastas e imprecisas” (p. 272), para enumerar a continuación
varias tesis que objeta en este discurso porque las considera basadas en ideas
utópicas, como por ejemplo: “a) que el derecho penal va a desaparecer alguna vez
en una sociedad mejor; b) que la transformación profunda de las estructuras
sociales vaya a obtenerse por medio de investigaciones y deliberaciones
académicas; c) que los oprimidos, los marginados y los pobres van a estar de
acuerdo en verse acompañados en su propia misión histórica por universitarios de
elite que usan un lenguaje para ellos incomprensible; y d) que la tarea de la
transformación social profunda pueda ser realizada desde visiones sectoriales” (p.
272).

Y para finalizar, Novoa plantea lo que debe ser para él esa criminología, insistiendo
en que debe comprender críticamente lo que es el derecho en general, pero “una
vez realizada la denuncia la tarea pasa a otras manos, la de los luchadores sociales”
(p. 275).

B) La respuesta de Lola Aniyar.

En un artículo intitulado “El jardín de al lado” o respondiendo a Novoa sobre la


criminología crítica[4], Lola Aniyar inicia su respuesta mencionando a varios
penalistas que han preferido “seguir siendo penalistas aunque ahora adjetivados al
menos desde fuera como «penalistas críticos» al dar mayor acento al momento
jurídico o normativo de una reflexión que no puede ser más que socio-política”,
destacando que hay algunos que también están reflexionando sobre el control social
en general como lo hace la denominada criminología crítica (p. 305). Para ilustrar
su planteamiento menciona en particular a Zaffaroni, pero insiste en que “hay un
camino conjunto entre juristas y criminólogos críticos… y una trampa en la
especialidad o en el objeto de estudio” (p. 305).

Considera Lola que el problema de Novoa es que quiere establecer diferencias entre
el penalista y el criminólogo, y de ahí que ella emplee la metáfora de “el jardín de al
lado”, posteriormente desmiente a Novoa en algunas de sus afirmaciones, como,
por ejemplo, en relación con la autoría del Manifiesto de Méjico, pero lo excusa
porque no vivió los sucesos referidos y porque “no se ha hecho una relación total
de los avances de la criminología crítica en América Latina ni en el mundo” (p. 306),
para señalar que “el material está muy disperso y sólo los iniciados pueden ubicarlo
en las publicaciones respectivas” (p. 308).

A continuación Aniyar aclara a Novoa que “el haber asumido epistemológicamente


la filosofía crítica para interpretar los hechos del control social…, la cual es una
posición comprometida con el cambio no puede estar desvinculada esta ciencia de
la lucha social” (p. 308). Pero aclara que no se debe confundir el compromiso con
la pretensión de ser una vanguardia. Insiste en este sentido en “el reiterado
llamamiento a la confederación interdisciplinaria para la construcción de una teoría
crítica del control social” (p. 308), y da como ejemplo el I Encuentro Interdisciplinario
sobre la Liberación celebrado en Maracaibo en abril de 1985.

Admite a continuación Lolita que la criminología propuesta en Méjico, que


denominaron “de la liberación”, era la teoría crítica de todo el control social, y que
en este sentido Bergalli en Medellín hizo un retroceso de su posición de Méjico
cuando diferenció el genus control social del typus control social y propone una
“sociología del control penal”. Pero, añade, “sospecho la discrepancia (con Bergalli)
podría estar motivada por el hábito mental de la especialidad y las dificultades
prácticas de un tratamiento interdisciplinario sin duda muy complejo” (p. 310).

Prosigue la autora contestando a Novoa que “nadie en la criminología crítica


latinoamericana ni en otra que conozcamos en Europa ha hablado de la
desaparición del derecho penal. Por el contrario, se ha intentado reflexionar sobre
un control social alternativo, que aun cuando tendería a minimizar el recurso a lo
penal no prescindiría de él totalmente” (p. 310). Señala a continuación que “uno de
los mayores esfuerzos actualmente hechos por la criminología crítica está centrado
precisamente en la búsqueda de un «referente material del delito» cuya delimitación
permitiría precisar mejor «ese vago enunciado de comportamiento socialmente
negativo» que señala Novoa” (p. 310). Cita como uno de los mayores esfuerzos en
este sentido el de Baratta, e introduce el tema de los derechos humanos para añadir
que como vivimos en sociedades conflictivas, “cualquier imposición que de él se
hiciera sería una forma de violencia… porque no creemos en lo bueno y en lo malo
como entidades jusnaturalistas” (p. 311). Luego más adelante señala que “la
criminalización sería en definitiva el objeto central de la Teoría Crítica del Control
Social” (p. 311).

Para concluir, Lolita señala que no hay ninguna relación entre lo que se está
haciendo y lo que antes se llamó criminología, y que su intención no es hacer una
teoría criminológica sino más bien una antiteoría… “La Teoría Crítica no es enemiga
del poder, pero quiere ser su contralora”. “La característica de este movimiento es
que le ha perdido el respeto a la ciencia, tal como era, al menos, entendida por el
positivismo. Y no creemos en verdades absolutas o en respuestas definitivas” (p.
312).

De ahí que para la autora son muchos y muy variados los caminos de esta nueva
criminología, y concluye mencionando el Proyecto Control Social en América Latina,
que pretende “retratar la historia de América Latina… la historia de la dominación
por lo tanto de sus controles y de las luchas por la liberación” (p. 313).

C) La réplica de Novoa.

En un segundo artículo, llamado Lo que hay al lado no es un jardín: mi réplica a L.


Aniyar[5], el profesor Novoa vuelve a intervenir en el debate para criticar algunas
de las respuestas de Lolita. De inicio resume lo planteado en su primer artículo
señalando su inquietud por “el equivocado enfoque de las relaciones de varias
ciencias sociales con el derecho” (p. 316), pero sobre todo por “la conversión total
de la criminología en un indefinido control social general y contra la confusión entre
investigación científica y lucha social” (p. 317). Posteriormente retoma las
respuestas de Aniyar. Argumenta Novoa, para evitar confusiones conceptuales, “la
necesidad y la conveniencia de fijar el objeto de cualquier ciencia…, tratándose de
conocimientos que tienen el mismo objeto convenga separarlos cuando se les
persigue con un enfoque diverso. Tal es el caso de la criminalidad que sirve de
objeto común a la criminología y al derecho penal, pero que es examinado desde
un punto de vista normativo por este último y desde un punto de vista natural y
fáctico por aquélla” (p. 317). Pero se niega Eduardo a seguir profundizando en este
punto por considerar que no está preparado en materia filosófica.

Señala a continuación que no le quedó muy clara la respuesta de Lolita en relación


“al estudio de un control social genérico” (p. 318), siendo ése el principal origen de
la discrepancia, porque para Novoa “esto significa extender en términos ilimitados
e imprevisibles el objeto de conocimiento de la disciplina criminológica llevando a la
inclusión de materias variadas y dispares que parecería no haber forma de juntar”
(p. 319). Pero para este autor Lolita ha recapacitado porque “a) para desarrollar sus
argumentos… se refiere insistentemente a la criminología crítica y sólo en forma
accidental a un control social general; b) al colocar al derecho penal y la criminología
como patios vecinos reconoce su común objeto de estudio: la criminalidad, y
recomienda un camino conjunto de juristas y criminólogos críticos…, cosa
enteramente incompatible con la idea de una ciencia general de todo control social;
y c) su llamado a la interdisciplinariedad” (p. 319), que Novoa entiende como que
aquellos que trabajen en criminología crítica se mantendrán como especialistas en
los problemas de la criminalidad. Añade, sin embargo, que su afirmación de que
Lolita ha rectificado puede suscitar dudas, porque el discurso de ésta es confuso y
él sólo ha intentado aproximarse (p. 320).

A continuación, Eduardo vuelve a retomar las palabras de Lolita “sobre compromiso


militante con la lucha social” para señalar que esas palabras “causarán más daño
que bien a los estudiosos jóvenes, mientras no se precise que el conocimiento y la
investigación científicos se tornan tanto más exactos y fructíferos cuanto más
objetivos, fríos y libres de cargas anímicas (incluso políticas e ideológicas) se
aprehendan” (p. 320). Para apoyar esta afirmación, Novoa cita a Lenin en una nota
al pie de página.

Para concluir sostiene que Lolita utiliza la palabra “teoría” de muy diversas maneras,
pero que sus explicaciones, o las de cualquier otro criminólogo crítico, “no es una
teoría, sino apenas una tesis que propone la explicación del delito desde un punto
de vista enteramente nuevo. Falta ahora construir la teoría que indique su contenido,
lo desenvuelva y lo sistematice. … Me niego a ver una teoría en un campo
prácticamente virgen” (p. 321).

Por último, Novoa afirma que “no hay un jardín de al lado sino un terreno extenso.
Para serlo necesitaría la teoría que hay que desarrollar sobre la base de la tesis” (p.
322).

D) La intervención de Roberto Bergalli.

Con un artículo que ha llamado Una intervención equidistante pero en favor de la


sociología del control penal[6], Roberto Bergalli interviene en el debate Novoa-
Aniyar porque lo considera trascendental en el momento actual del pensamiento
social y político latinoamericano, y porque no quiere estar ausente, ya que “desde
sus comienzos ha estado en lo que supuso en Latinoamérica un esbozo para abrir
el rígido compartimiento de la cuestión criminal” (p. 1).

Considera Roberto que “debe insistirse en el reconocimiento en la quiebra de la


hegemonía jurídica (es decir, ideológica) sobre la cuestión criminal y el control social
en general…, que ha ejercitado un sólido apoyo para el autoritarismo” (p. 2), pero
que se va a limitar a los aspectos de la polémica. En este sentido, contradice a Lolita
cuando ésta dice que no ha habido tiempo para escribir lo que ha sucedido en
América Latina, porque Roberto considera que en sólo diez años se ha desarrollado
una importante producción reflexiva en torno de la criminología en nuestro
continente, y para ello cita una serie de obras.

Señala a continuación que ni él ni Novoa ni Aniyar desconocen el valor que el factor


jurídico tienen en cualquier sistema de control social” (p. 5), pero que la pregunta es
“¿Cuál derecho?” (p. 6). Para ello retoma la crítica que le hizo Novoa en el sentido
de que no toma en cuenta controles de naturaleza jurídica ajenos al control jurídico-
penal, para insistir que reconociendo aquéllos, su preocupación concreta es este
último, añadiendo para defenderse de una observación de Novoa, que da por
sentado que “el control es connatural de toda forma de convivencia social” (p. 7).

Volviendo a su punto central, Bergalli afirma que el quid de la cuestión sociología


del control penal es ¿cuál derecho penal? Éste es el terreno donde es posible y
necesario profundizar en el porqué de las normas (p. 7). Aunque los penalistas
latinoamericanos no lo han hecho y sí los europeos, citando a Baratta, Roberto no
rechaza “la necesidad de una disciplina jurídica que se ocupe del derecho penal, es
decir, de la construcción, justificación y explicación de sus normas y de las
categorías que ellas establecen…, pero alimentada por la reflexión que provenga
de aquel análisis extranormativo que lleve a cabo la sociología del control penal, la
cual en América Latina tiene objetivos muy precisos…” (p. 8).

Roberto sostiene, sin embargo, que lo que él persigue no puede ni debe


denominarse criminología aunque vaya acompañado del adjetivo “crítica”, ya que
para él, “el sustantivo criminología pertenece y queda anclado en aquel saber
vinculado al paradigma etiológico sobre las causas individuales del delito” (p. 8), y
aplaude que Lolita concuerde con él.
Luego de estas aclaratorias se refiere a lo que considera el núcleo de la polémica
Novoa-Aniyar y de su alcance epistemológico que debe seguirse profundizando.
Sostiene que no se debe insistir en la discusión sobre la compartimentación o no
del conocimiento, porque puede dar un marco falso o erróneo de momento al mayor
o menor reconocimiento de un campo de estudio que debe interesar al hasta ahora
llamado “criminólogo crítico” (p. 9). Roberto señala, en cambio, que el control social
puede constituir un objeto de conocimiento propio del que vayan a ocuparse
distintos ámbitos disciplinarios. Por lo cual está de acuerdo con Lolita en cuanto a
la categoría de totalidad, aunque se distancie de ella respecto al concepto de
interdisciplinariedad que puede implicar para Roberto la referencia de los
positivistas a “enfoques multifactoriales” (p. 10).

Como Roberto renunció a autodenominarse “criminólogo”, no acepta “la


desvinculación entre análisis sociológico del control penal y un examen más amplio
o globalizante del control social general, pero ambos deben ser examinados en
distintos momentos y van a formar parte del control social para América Latina (p.
10).

Para concluir, Roberto está en desacuerdo con Eduardo cuando éste señala “que
sea tan peyorativo manifestarse sobre el compromiso militante con la lucha social”,
pero tampoco le parece imprescindible esa manifestación aunque lo importante sea
trabajar en esa dirección” (p. 10). Insiste al final de su intervención en la importancia
del compromiso, aunque destaca sus posibles consecuencias ilustrándolo con su
experiencia personal.

E) Balance.

Como se podrá observar por el resumen que he intentado presentar, estamos ante
una interesante polémica, pero a la cual no le veo posibilidad de diálogo, a menos
que se aclaren algunas cosas, aun cuando todos los contrincantes obviamente
están comprometidos con el cambio social en America Latina. A nivel conceptual,
sin embargo, no existe plataforma común, como trataré de demostrar porque los
puntos de partida son efectivamente equidistantes.

Quiero comenzar con Roberto, a pesar de ser el último en haber intervenido en el


debate, porque creo que su posición es la más clara y precisa. Como se ha podido
observar, Bergalli decidió cambiar la nomenclatura de su campo de estudio al
llamarlo sociología del control penal[7], y rechaza que sea calificado como
criminología (ni siquiera crítica), lo que él pretende hacer. Creo que el problema de
las denominaciones es secundario, aunque quizá posteriormente podría ser objeto
de otro debate, especialmente por los atributos que le asigna Roberto al sustantivo
criminología.

Lo importante en estos momentos es destacar el contenido y significado de los


planteamientos de Roberto, que no creo signifiquen un retroceso, tal como se lo
recrimina Lolita, sino más bien una delimitación del paradigma, que tampoco implica
la renuncia al criterio de totalidad. Habría que especificar primero de qué niveles de
totalidad se está hablando e incluso qué se entiende por ésta. El conocimiento se
construye haciendo contextos concretos, y esto parece ser lo que pretende Roberto.
Su preocupación concreta está delimitada al control jurídico-penal (p. 7) en el
contexto latinoamericano, a pesar de sus alusiones a la obra de Baratta. Pero es
que no se trata de no reconocer y aprender de las reflexiones de otros; el problema
está, a mi manera de ver, en repetir el discurso sin previa elaboración. Y
precisamente ese problema no lo tiene Roberto, porque conozco su obra.

Roberto, por tanto, en este debate fija su posición y su campo de interés. En otras
palabras, renunció a ser calificado como criminólogo, por lo cual las críticas que le
hace Novoa tendrían que plantearse a otro nivel. Su intervención, por tanto, no sólo
es “equidistante”, sino en cierto modo al margen del debate, aun cuando haya sido
aludido por los otros. Y creo que es importante que Roberto haya intervenido para
precisar cuál es su contribución en el contexto latinoamericano.

Donde veo que no puede haber plataforma común es entre los planteamientos de
Novoa y de Aniyar, y particularmente por el punto de partida en relación con la
concepción de la criminología. Para Lolita es “la teoría crítica del control social” y el
objeto central “la criminalización”, a lo cual me referiré posteriormente. Novoa, en
cambio, la restringe a “examinar la criminalidad desde un punto de vista natural y
fáctico” (p. 317), con lo cual es muy difícil que pueda percibir la posibilidad de que
traspase las fronteras del derecho -aunque admita que la criminología crítica se
ocupe de todo el derecho y ya no sólo del derecho penal, concediéndole además la
capacidad de denuncia- (p. 275).

Si la criminología sólo puede abarcar el ámbito de las normas jurídicas en general,


no va a poder estudiar una serie de aspectos de la criminalidad que el derecho en
América Latina aún no ha criminalizado, como, por ejemplo, la figura específica del
“maltrato a la mujer”, ni va a poder estudiar su vinculación con las relaciones
patriarcales y machistas de la familia en el capitalismo periférico. Este tipo de
situaciones tienen que ser objeto de estudio de la criminología y, por tanto,
plantearán la necesidad de una redefinición de lo que es criminalidad, pero que
Novoa parece restringir a lo establecido por el derecho.

Por otra parte, limitar las posibilidades de la criminología crítica a la denuncia


exclusivamente es una falla grave -no sé si de Novoa o de la propia criminología
crítica-, pero el hecho cierto es que admitir que “una vez realizada la denuncia la
tarea pasa a otras manos…”, como señala Novoa, le cierra las puertas a la
criminología en América Latina, y más específicamente a sus posibilidades de hacer
algo concreto. En este sentido, el argentino Carlos Elbert señala acertadamente la
necesidad de “la colaboración crítica con las instancias de control social del sistema,
para llegar a superar en lo inmediato al menos las violaciones a los derechos
humanos… y el abandono a su suerte de las víctimas directas del sistema judicial-
carcelario actual”[8]. Ésta es una forma de lucha, aunque probablemente no lo quiso
decir Lolita, pero creo que aclara la confusión que observa Eduardo entre el campo
de una investigación considerada científica con el de la lucha social (p. 267). Cada
vez estoy más convencida de que el criminólogo latinoamericano no puede
quedarse en el deber ser, sino que tiene que insertarse en la lucha social con su
saber.

Tiene razón, sin embargo, Novoa cuando señala que la criminología crítica tal como
está planteada habla de la desaparición del derecho penal. Para ello no hay más
que recordar unas palabras de Baratta que han sido repetidas insistentemente fuera
de contexto: “Esto significa, para recordar una vez más una formulación de
Radbruch, no el esbozo de un derecho penal mejor, sino el esbozo de algo mejor
que el derecho penal”[9].

Pero lo dicho hasta ahora no es el centro del debate, sino más bien la preocupación
de Eduardo de que la criminología crítica no puede abordar todas las formas de
control social, a lo cual yo le contestaría que sí puede, pero todo depende de cómo
lo haga. Y aquí llegamos a la Teoría Crítica del Control Social, como denomina
Aniyar la criminología crítica, que, como se recordará, es de donde arranca el
debate que estamos comentando.
Al examinar este interesante planteamiento, por su indudable esfuerzo de superar
los viejos discursos de la criminología positivista en América Latina, que le atribuía
toda la responsabilidad de la criminalidad al individuo, se observa que Novoa tiene
razón cuando señala que no es una teoría. Se trata más bien de un texto
programático con una serie de declaraciones anti-positivistas y anti-derecho penal,
para señalar el deber ser de la criminología crítica. Es una actitud voluntarista de
cómo les gustaría a los autores que fuera esa criminología. En otras palabras,
estamos ante un futurismo moral idealista[10]. Y se fija una posición de lo que se
intenta hacer; por ejemplo, “haber asumido epistemológicamente la filosofía crítica”
(p. 308); “trátase de una posición comprometida con el cambio” (p. 308); “el reiterado
llamamiento a la confederación interdisciplinaria” (p. 308); “el planteamiento es no
formalizar, no congelarse, no convertirse en una forma de poder” (p. 312); “el
espacio existe y hacemos de él, por lo tanto, una toma política y estratégica” (p.
312); “lo que se llamó criminología es falso, luego no existe. Pero tiene un intenso
e injusto impacto social” (p. 312); etc., etc.

La respuesta de Lolita, por tanto, puede bien calificarse de una proclama doctrinaria,
con lo cual no logra demostrarle a Novoa, ni a los lectores, cuáles son los contextos
concretos en que se está construyendo lo que ella llama Teoría. Nadie puede estar
en capacidad de evaluar la ciencia en base de sus intenciones, y ahí creo que está
el origen de la confusión que despierta. Lo único concreto es “la búsqueda de un
referente material del delito” de la criminología crítica, pero en el debate Lolita le
atribuye los mayores esfuerzos a Baratta (p. 319). Y en segundo lugar, la afirmación
de que el objeto central de la “Teoría Crítica del Control Social” es la criminalización
(p. 311). Se concluye haciendo referencia al Proyecto Control Social en América
Latina, donde se encontrará “la mejor concreción, de estos planteamientos” (p. 313),
que consiste -por lo que se desprende de lo señalado en el debate y porque conozco
algunos trabajos- en realizar investigaciones sobre todo del control social, aunque
en diferentes etapas; investigaciones que son en su mayoría sumamente valiosas y
dignas de ser difundidas. Pero falta -y aquí creo que está el quid del problema- el
hilo conductor. Es decir, el planteamiento teórico entre el Manifiesto y las
investigaciones. La confusión surge porque no es lo mismo fijar una posición sobre
el control social y contra el positivismo y el derecho penal que elaborar una teoría;
es decir, una explicación gnoseológica de ese control o, si se quiere, de la
criminalización.
Pero hay otro problema adicional que se observa en este esfuerzo por elaborar una
criminología crítica en América Latina, y que yo, lo atribuyo en parte a que sus
autores vienen del derecho penal y quieren liberarse de lo que ellos consideran “un
estigma”. Y es la dedicación exclusiva a elaborar un discurso que gira en torno del
derecho penal -aunque sea en su contra-, y específicamente a la criminalización y
en ocasiones a la política criminal alternativa. Han descuidado así la otra cara del
problema: la criminalidad. Se puede considerar efectivamente un constructo social
que se recoge en el derecho penal, pero se ha materializado en algo real y concreto
basado en daños interpersonales que forman parte de la existencia cotidiana de
muchos latinoamericanos. Y hay que explicarla y ofrecer respuestas.

La criminología crítica no lo ha hecho ni siquiera a nivel de texto programático


general, y mucho menos se ha ocupado de áreas que en América Latina son
prioritarias, como la mujer y los menores. Ignora, por ejemplo, que la mujer presenta
grados de control social particulares por ser oprimida independientemente de su
clase y, por tanto, no puede incluirse dentro de la criminalización tradicional. Es
más, si bien se puede decir que la criminología crítica en América Latina toma en
consideración la variable clase al hablar del problema del poder, ignora la variable
sexo, al igual que lo ha hecho la criminología positivista. Otro tanto se puede decir
en el caso de los menores, quienes constituyen la mitad o más de la población de
América Latina, pero que ni se los nombra. ¿Se ha ocupado, acaso, la Teoría Crítica
del Control Social de desmitificar el discurso sobre “los menores en situación
irregular”? ¿No hay aquí, acaso, un proceso de criminalización? O ha logrado
explicar ¿por qué los menores están encerrados, pero legalmente no están en
prisión? ¿Qué hay en América Latina: un derecho de menores o un derecho penal
de menores? A esto la criminología crítica de América Latina tendrá que dar una
respuesta.

Es cierto que sólo es el comienzo, que es como se ha intentado demostrar “una


voluntad de hacer”, pero creo que es hora de volver la cara hacia América Latina y
ver qué está pasando. Se necesita reflexiones y se necesita respuestas. Se necesita
del saber de la criminología, pero también del saber del derecho penal, y esto me
lleva al último punto que quisiera plantear brevemente.

II. Por qué la necesidad de un derecho penal crítico.


Hace doce años, tal como señalé al comienzo de esta exposición, escribí un breve
artículo en que hacía un llamado a la necesidad de una criminología crítica. No era
ni siquiera un texto programático sino una simple inquietud. Hoy quisiera hacer lo
mismo, pero esta vez llevaría como título “Por qué la necesidad de un derecho penal
crítico” (aunque no lo pretendo hacer aquí). Y creo que viene al caso citar a Raúl
Zaffaroni cuando hace ya algunos años dijo: “hay tanto irracionalismo en la actitud
de los penalistas que rechazan indiscriminadamente toda la criminología llamada
crítica e incluso toda la criminología actual, como en la de los criminólogos radicales
que niegan en bloque toda legitimidad del derecho penal. En el fondo parecen
coincidir y de hecho coinciden en una incomunicación absoluta.

Hoy estamos observando, sin embargo, que esta incomunicación no es tan


absoluta. Están surgiendo una serie de penalistas que han iniciado una interesante
reflexión crítica no sólo sobre el derecho penal y el derecho en general, sino también
sobre la criminología crítica, que puede resultar muy útil para la concreción de esta
criminología. Le toca ahora al criminólogo su reflexión crítica de la criminología
crítica y del derecho penal, pero desde otra dimensión, a la que ha venido
realizando.

En el caso de América Latina yo me atrevería a proponer una síntesis entre ambos


saberes, no sólo para la teoría necesaria, sino también para ofrecer respuestas
concretas sobre la criminalidad. No se puede ignorar que las clases subalternas que
tanto se mencionan en los discursos de los críticos, lo están exigiendo. Hay que
involucrarse en las áreas problemáticas y contribuir a la formulación de políticas. El
penalista crítico puede influir en el área legal y jurídica de una manera muy
sorprendente en América Latina, por su condición de abogado. Recuérdese que
este saber siempre ha sido hegemónico en nuestra historia. En estos momentos
puede hacerlo mejor desde la magistratura que desde el mundo académico. Voy a
ilustrar lo que quiero decir con un ejemplo en el campo que en estos momentos me
interesa más, y con esto concluyo.

América Latina en estos momentos, y en particular uno de los países más afectados
es Colombia, está atravesando una situación que se puede ilustrar con los aportes
de la criminología. Se está desarrollando de manera vertiginosa no sólo una
compleja manifestación de criminalidad, sino al mismo tiempo una serie de procesos
de criminalización que bien se los podría calificar de aberrantes. Como deben
suponer, me estoy refiriendo al problema de las drogas. El penalista-criminólogo,
así como el criminólogo-penalista comprometido con este continente, tienen que
insertarse de algún modo en esta situación, que es muy difícil, pero tienen que
hacerlo porque es un compromiso histórico. Y ¿cómo hacerlo? Creo que la síntesis
de los dos saberes puede dar la respuesta. Al menos habrá que intentarlo. El
penalista tiene que estudiar con detenimiento toda esa legislación especial que está
surgiendo para criminalizar el problema, y el criminólogo tiene que estudiar por qué
las drogas se criminalizan y cuáles son las características de esa criminalidad. Éste
es sólo el comienzo, porque hay otras instancias. Le toca, sin embargo, al penalista
la mayor parte en esta manifestación compleja, porque tiene en sus manos la
responsabilidad de establecer cómo y de qué manera y por qué razones en este
campo se han escogido determinados bienes jurídicos para ser tutelados en un país
y en otro no dadas las características trasnacionales del problema.

Todas estas reflexiones me llevan a concluir respaldando la posición de nuestro


amigo aquí presente, Raúl Zaffaroni:

No hay jardines... tenemos que agarrar lo que nos sirva.

Febrero 1987.

[40]

BIBLIOGRAFIA

Acevedo, Pastor: Entrevista a Roberto Bergalli, “Tribuna Pena”, 3, Medellín, 1985.

Aniyar, Lola: La criminología crítica o la realidad contra los mitos, “Derecho Penal y
Criminología”, vol. 2, nº 8, Bogotá, 1979.

- Sistema penal y sistema social: la criminalización y la decriminalización como


funciones de un mismo proceso, “Revista del Colegio de Abogados Penalistas del
Valle”, nº 4, I semestre, Cali, 1981.

- Conocimiento y orden social: criminología como legitimación y criminología de la


liberación, Instituto de Criminología, Univ. del Zulia, Maracaibo, 1981.

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