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Lucas 24: 13-23 “Aquel mismo día dos de ellos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, a
unos once kilómetros de Jerusalén. Iban conversando sobre todo lo que había acontecido.
Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar
con ellos; pero no lo reconocieron, pues sus ojos estaban velados. —¿Qué vienen
discutiendo por el camino? —les preguntó.
Habían pasado tres días que Jesús había muerto pero los discípulos ya no eran los
mismos. Algo había pasado con ellos, no solo habían perdido a su maestro sino que en tan
solo tres días habían perdido la presencia de Dios en sus vidas
Cuando el Espíritu Santo llega a nuestras vidas lo hace como un viento recio o como
lenguas de fuego y aunque no lo podemos ver, sabemos que está allí pero cuando el
Espíritu Santo se va, lo hace sin hacer ruido, se va sin que nos demos cuenta.
Amigos, es difícil perder una casa… Es difícil perder un dinero, es duro perder un trabajo
pero si hay algo que nunca podemos permitirnos perder es la presencia de Dios.
Lo primero que pasó en los discípulos fue que perdieron la visión. Caminamos pero sin
visión, como Sansón. Vamos a una iglesia, incluso somos líderes… pero sin visión! Todo
esto porque perdimos el verdadero propósito de nuestras vidas… Dios. Y aunque ellos no
podían ver a Jesús, Él estaba con ellos. Él no se había ido.
Aunque hoy, tú no puedas ver qué vas a hacer con tu vida, qué planes se vienen de aquí
en adelante… ¡Dios está contigo! Y quiere devolverte la visión.
Van a ver momentos en lo que tal vez no sintamos a Dios, donde Él parece distante pero
eso no significa que se haya ido. En el camino cristiano vemos dos pares de huellas pues
estamos caminando juntos, con Él. Luego comenzamos a ver un solo par de huellas… y tú
podrás decirle ¿Dónde te fuiste Dios? Y Él te responderá: ¡Yo soy las huellas que ves!
Porque cuando pasas por problemas, mi gracia es lo que te sostiene! Entonces tú y yo
estamos siendo cargados por Dios, Él nos tiene en sus brazos y allí estamos seguros.
V.17 ¿Qué vienen discutiendo por el camino? —les preguntó. Se detuvieron, cabizbajos…
¿Cómo nos damos cuenta que perdimos la presencia de Dios? Cambia nuestra forma de
hablar, comenzamos a discutir por todo y con todos y principalmente, decae nuestro
semblante.
Cuando uno pierde la presencia de Dios en su vida, su forma de hablar cambia, sus
palabras ya no tienen ese fuego, esa pasión, esa fe sino que se vuelven palabras de
fracaso, de derrota, y comenzamos a tener disputas y contiendas con otros.
¿Sabes por qué son tan importantes las palabras? Porque las palabras muestran lo que
hay en tu corazón. La Biblia dice que de una misma cisterna no puede salir agua dulce y
agua amarga. Recuerda que “De la abundancia del corazón habla la boca”.
Muéstrame una persona que hable con autoridad, que predique con poder, que siempre
hable palabras de fe y yo te mostraré una persona que vive en la presencia de Dios.
Los discípulos no solo habían cambiado sus palabras sino que además ahora estaban
tristes.
Cuando yo tengo la presencia de Dios hay algo que arde dentro de mí que me empuja a
trabajar en la obra de Dios. Cada cosa que me delegan es una bendición y no una carga,
hago todo con alegría y siento que es un privilegio ya que no estoy trabajando para un
hombre sino para el Rey de Reyes y Señor de Señores.
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V. 19-20 —¿Qué es lo que ha pasado? —les preguntó. —Lo de Jesús de Nazaret. Era un
profeta, poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de
los sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron para ser condenado a muerte, y lo
crucificaron…
Cuando una persona pierde su presencia empieza a vivir en el pasado. Los discípulos
comenzaron a hablar de Jesús en términos de pasado, como si todo ya hubiera terminado.
Cuando una persona pierde la presencia de Dios, empieza nuevamente a vivir en su
pasado.
Yo antes predicaba.
Cuando tu corazón arde por Su presencia entonces sabes que Jesús vino para darnos un
presente diferente y un futuro de bendición. Así que, no permitas que nada te robe su
presencia y te devuelva al pasado.
V.21 … Pero nosotros abrigábamos la esperanza de que era Él quien redimiría a Israel. Es
más, ya hace tres días que sucedió todo esto.
La fe de estos hombres que habían visto a Jesús resucitar muertos, sanar enfermos y
hacer toda clase de milagros… había empezado a menguar.
V.28, 29 Al acercarse al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba más lejos.
Pero ellos insistieron: —Quédate con nosotros, que está atardeciendo; ya es casi de
noche. Así que entró para quedarse con ellos.
V.30-35 Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.
Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él desapareció. Se decían el uno
al otro: —¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos
explicaba las Escrituras? Al instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí
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encontraron a los once y a los que estaban reunidos con ellos. «¡Es cierto! —decían—. El
Señor ha resucitado y se le ha aparecido a Simón». Los dos, por su parte, contaron lo que
les había sucedido en el camino, y cómo habían reconocido a Jesús cuando partió el pan.
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