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PERSONALIDAD

Cualidad que nos hace a cada uno diferente de los otros e iguales a nosotros
mismos a lo largo del tiempo
Patrón profundamente incorporado de rasgos cognitivos, afectivos y conductuales
manifiestos, que persisten por largos periodos de tiempo
Surge de la interacción entre la disposición biológica y las experiencias aprendidas
* temperamento: material biológico en bruto desde el cual la personalidad
empezará a formarse
* carácter: influencia ambiental. Hasta qué punto una persona se ajusta y
manifiesta según los valores y costumbres de la sociedad en que vive

PERSONALIDAD NORMAL VS ANORMAL

* Es capaz de relacionarse con el entorno de una manera flexible y adaptativa vs


inflexible y desadaptativa
* Las percepciones características del individuo de sí mismo y del entorno son
fundamentalmente constructivas vs autofrustrantes
* Los patrones de conducta manifiesta predominantes son promotores de salud vs
perniciosos

LA CONTINUIDAD ENTRE “NORMALIDAD” Y “PATOLOGÍA”.

Comparten los mismos principios y mecanismos de desarrollo.


Las del mismo tipo, tienen esencialmente los mismos rasgos básicos.
La diferencia:
* los individuos normales demuestran una flexibilidad adaptativa cuando
responden a su entorno,
* las personas con desórdenes exhiben una conducta rígida y maladaptativa.
* La diferencia:
* los individuos normales demuestran una flexibilidad adaptativa cuando
responden a su entorno,
* las personas con desórdenes exhiben una conducta rígida y maladaptativa.

II.b). Los modelos basados en la estructura normal de la personalidad


Livesley se centra en los dos modelos que, a su juicio, han recibido mayor
atención: “la estructural bidimensional del circunflejo interpersonal” y la de “los
cinco factores”.
La primera es deudora de la orientación interpersonal de H. Steck Sullivan y fue
desarrollado por Leary y colaboradores (1951, 1957). Lo que se propone es un
modelo de dos dimensiones ortogonales (2) que son dominación-sumisión y
hostilidad-afecto (también designados como amor-odio y hostil-amigable).
Leary sugiere que los cuadrantes del circunflejo representan los cuatro humores o
tipos de temperamento de la medicina de la Grecia antigua.
Livesley añade que, en la versión de Kiesler (1982), el círculo es dividido en
dieciséis segmentos y cada segmento en tres niveles.
El círculo interno designa el rango de conducta interpersonal usando dieciséis
formas como dominante, exhibicionista, confiado y sumiso.
El siguiente círculo representa el grado medio o normal y, por tanto, dominante se
convierte en controlador o exhibicionista en espontáneo.
No se puede olvidar que para la teoría interpersonal la conducta anormal es
considerada como una forma inadecuada de comunicación; esto es, formas de
vinculación con los otros a través de rígidos patrones que se aplican por igual a
todas las personas.
Esta problemática estaría representada en el círculo más externo donde las
denominaciones son dictatorial, histriónico o devoto.
La limitación de este enfoque es que nos presenta un modelo para la conducta
interpersonal pero no para la psicopatología global de la personalidad.
En cuanto a los otros modelos –los denominados “factoriales”-, Livesley comienza
por presentarnos el de Eysenck (1987), el cual es un modelo jerárquico en el que
una amplia gama de rasgos de personalidad se organizan en torno a tres factores
principales:
- extroversión (E): sociable, vital, activo, asertivo, que busca sensaciones intensas,
despreocupado, dominante, susceptible y atrevido.
- neuroticismo (N): ansioso, deprimido, con sentimientos de culpa, baja
autoestima, tenso, irracional, tímido, de humor cambiante e hipersensible.
- psicoticismo (P): agresivo, frío, egocéntrico, impersonal, impulsivo, antisocial,
que carece de empatía, alborotador y terco.
La teoría de Eysenck propone una base genética para estas dimensiones e
incluso un fundamento biológico para cada una de ellas. En cualquier caso, la idea
según la cual todos los trastornos de personalidad se sitúan en el espacio
delimitado por las altas puntuaciones en E, N y P no se corresponde con los
conceptos clínicos actuales y Livesley apostilla que trastornos clave como
esquiziode o paranoide no se encuentran en este espacio.
Con respecto al otro modelo factorial, más reciente, nos propone una estructura de
la personalidad organizada en torno a “cinco factores”. Livesley señala que este
modelo es deudor de dos tradiciones distintas: el análisis léxico del lenguaje
natural de la personalidad (Goldberg, 1990) y los análisis psicométricos de la
personalidad, que se extendieron a lo largo de medio siglo.
La versión más aceptada en la actualidad es la de Costa y McCrae (1992) y ésta
se organiza en torno a los siguientes factores: neuroticismo (ansiedad, hostilidad,
depresión), extraversión (emociones positivas, cordialidad, sociabilidad), apertura
a experiencias diversas (estéticas, emocionales, imaginativas), predisposición al
acuerdo mutuo (sinceridad, confianza, altruismo, modestia) y escrupulosidad
(auto-disciplina, sentido del deber).
Levesley concluye que no todos los factores tienen la misma importancia clínica.
Así, por ejemplo, la apertura a experiencias diversas (que en la teoría del análisis
léxico se denomina imaginación) no aparece en los estudios multivariados sobre
los TP.
II.c). Modelos basados en los estudios sobre los trastornos de la personalidad
Según Livesley, una de las primeras investigaciones fue la llevada a cabo por
Walton y colaboradores (1970, 1973), los cuales tomaron 45 términos que
describían la personalidad y, aplicando un análisis multivariado, llegaron a
identificar cinco factores: sociopatía, sumisión, histérico, obsesivo y esquizoide.
Unos años más tarde, Tyler y Alexander (1979) extrajeron cuatro factores de un
conjunto de 24 características descriptivas y los denominaron sociopático, pasivo-
dependiente, inhibido y anankastic.
El autor nos señala el parecido que se encuentra entre estos factores y los
descritos por Walton y sus colaboradores. Añade que una conclusión importante
de estos trabajos es que la estructura de factores es similar en pacientes con TP y
sin él.
Entre las investigaciones más recientes, Livesley menciona dos como
especialmente relevantes.
La primera -en la que él mismo participa junto a Jackson (en imprenta)- es la
denominada “evaluación dimensional de patología de personalidad” (DAPP); y la
segunda, la “evaluación estructurada de la personalidad normal y anormal”
(SNAP) se debe a Clark (1993).
Livesley aclara que para elaborar la DAPP se partió de una serie de términos
descriptivos usados en los diagnósticos, los cuales se organizaron en cien
categorías de rasgos.
Después, se construyeron escalas para evaluar cada rasgo y la estructura factorial
que subyacía fue evaluada al ser probada tanto en población afectada por
trastorno de personalidad como en aquella libre de dicha patología.
El resultado fue la identificación de quince factores que formaban una estructura
estable, tanto si se aplicaba a grupos clínicos como a otros grupos de la población.
Lo que iba a ser un estudio de validación de los diagnósticos del DSM se convirtió
en un instrumento de evaluación para la clínica, a través de un cuestionario
(DAPP-BQ). Tras múltiples estudios, se obtuvieron 18 escalas que provenían de
los 15 factores identificados y aquéllas se agrupan en torno a cuatro factores:
- Des-regulación emocional: ansiedad, tendencia a la sumisión, labilidad
emocional, problemas de identidad, rechazo social, apego inseguro, ausencia de
regulacióncognitiva.
- Comportamiento asocial: insensibilidad, tendencia la rechazo (enfado-hostilidad),
problemas de conducta, búsqueda de estímulos intensos, suspicacia, narcisismo.
- Inhibición: problemas en la intimidad, expresión restringida de afectos, apego
inseguro (negativo).
- Compulsividad: tendencia a lo compulsivo, oposicionismo (negativo).
Estos cuatro factores no tienen el mismo peso, al igual que sucede en la escala de
los cinco factores.

Las aplicaciones de los modelos de clasificación dimensionales


En los modelos dimensionales han de tomarse en consideración dos cuestiones: si
albergan todo el espectro de diagnósticos sobre la personalidad y si incluyen los
rasgos que tradicionalmente han sido utilizados para definir los trastornos de
personalidad.
Diversos estudios han demostrado que hay una sistemática relación entre las
escalas de estructura de la personalidad (“3-factores”, de Eysenck y “5-factores”) y
los criterios de los DSM para el diagnóstico de los trastornos de la personalidad.
Sin embargo, otros estudios (citados por Livesley, p. 25) prueban que las
mencionadas escalas no pueden ser una alternativa para el DSM-IV. El motivo
principal para esta aseveración es que los TP incluyen no sólo los problemas
relativos a la adaptación al medio, sino otros conflictos y alteraciones en la
estructura de la personalidad.
En segundo lugar, las categorías amplias como neuroticismo o introversión
parecen representar aspectos fundamentales del comportamiento que deberían
formar parte de una clasificación de base empírica.
También algunos de los factores de estas categorías pueden ser utilizados de cara
a una planificación del tratamiento pero no están lo suficientemente detallados
para diseñar intervenciones terapéuticas específicas.
En tercer lugar, se precisaría una mayor discriminación a la hora de identificar los
rasgos clínicos y aquellos que forman parte de la personalidad normal.
En suma, los modelos basados en rasgos son más coherentes que los modelos
basados en categorías a la hora de mostrar las diferencias de personalidad entre
un sujeto y otro.
Ahora bien, esto no significa que los modelos de rasgos puedan dar cuenta de
todos los aspectos a considerar en los trastornos de personalidad puesto que
estos últimos implican problemas que van más allá de unos determinados rasgos
de desadaptados.

5. TENDENCIAS PARA EL FUTURO EN LAS CLASIFICACIONES DEL


TRASTORNO DE PERSONALIDAD.

Según Livesley, la insatisfacción con las actuales clasificaciones de los TP ha ido


creciendo en los últimos años. En apartados anteriores, el autor se ha centrado en
un sólo problema: qué modelo de clasificación (por categorías o dimensiones)
resulta más adecuado. Sin embargo, considera que otras cuestiones merecen
atención y entre ellas señala las siguientes:
a) Con respecto a la persistencia del modelo de diagnóstico basado en categorías,
considera que tal persistencia obedece a las estrechas relaciones entre la
psiquiatría y los modelos médicos, así como al hecho de que el funcionamiento
cognitivo de los seres humanos tienda a operar con categorías a la hora de
organizar la información que le llega del exterior. Añadiría que esa hegemonía es
consecuencia también de que el modelo factorial es todavía insuficiente para
abarcar la complejidad y diversidad de la personalidad.
b) Con respecto al tema acerca de si el TP ha de considerarse en un plano
diferente al de otros trastornos mentales, la cuestión sigue siendo polémica.
Uno de los argumentos para dicha diferencia es que la patología psiquiátrica se
presenta a través de síntomas y signos, mientras que el TP se manifestaría a
través de rasgos y actitudes. Sin embargo, esta aseveración no se puede sostener
en una amplia gama de casos. Y, si nos referimos a la etiología, tampoco se puede
afirmar que las enfermedades mentales recogidas en el eje I sean de origen
biológico y las del eje II, psicosociales.
Más bien, el TP incluye en su origen tanto factores biológicos como psicosociales.
Por último, respecto a la más convincente razón para situar el TP en un eje
diferente (su mayor estabilidad frente a otros síndromes, más fluctuante que él),
Livesley señala que hoy en día se cuenta con suficiente evidencia empírica acerca
de la inestabilidad de algunos rasgos del trastorno de personalidad. De hecho,
algunas formas de dicho trastorno pueden fluctuar entre un estado con
sintomatología acotada y crisis agudas.
A la inversa, entre los trastornos mentales graves se encuentran tanto los que se
presentan con crisis como los que son crónicos.
En resumen, ya que no hay ninguna distinción fundamental, la propuesta del autor
es que el TP sea considerado como una clase más entre las diecisiete clases de
trastornos mentales reconocidos en el DSM-IV.
Con respecto al tema de la clasificación del TP, Livesley considera que, entre la
amplia gama de autores y teorías que se han acercado al estudio de dicho
trastorno, podría llegarse a un cierto consenso a la hora de fijar los componentes
imprescindibles que debería tener tal clasificación.

En primer lugar, se precisaría una definición del TP, así como un criterio asociado
que permitiera un diagnóstico fidedigno.
En segundo lugar, sería necesario un sistema para describir las diferencias
individuales que fueran clínicamente significativas. Una definición sistemática del
TP es imprescindible tanto a la hora de poder diferenciar dicho trastorno de otras
enfermedades mentales, como para poder distinguirlo de la personalidad normal.
En el caso de una aproximación teórica a través de categorías, habría que saber si
existen efectivamente categorías que puedan discriminar el trastorno, sin las
permanentes superposiciones que se dan en el DSM-IV.
Con el sistema de factores, una definición ajustada necesitaría determinar cuándo
las puntuaciones extremas son indicativas de patología. Ni en un caso ni en otro
se puede concluir que en la actualidad se disponga de estas condiciones para
poder plantear una definición ajustada del trastorno de personalidad.
En cuanto al esquema para describir las diferencias individuales, habría un cierto
acuerdo en que es el “rasgo” el constructo más adecuado para el estudio de las
mencionadas diferencias.
También es compartida la idea acerca de que los rasgos de personalidad están
organizados de forma jerárquica.
Ahora bien, no está demostrado de forma empírica si los distintos rasgos básicos
son realmente componentes de las grandes divisiones psicopatológicas, o si la
etiología de algunos de esos rasgos básicos es independiente del resto, aunque
aparezcan coincidiendo con ellos.
Los análisis sobre la herencia del comportamiento muestran que aquellos rasgos
asociados a la personalidad normal y la personalidad patológica tienen un
componente hereditario importante que oscila entre el 40 y el 60%.
Respecto a los rasgos patológicos considerados de nivel inferior, o básicos, resulta
clara su base genética aunque pueden combinarse en innumerables formas para
dar lugar a distintos cuadros clínicos.
Livesley prosigue marcando la existencia de un cierto consenso en la clasificación
del TP en torno a tres grandes dimensiones: neuroticismo o déficit de regulación
emocional; introversión o inhibición; y psicoticismo, tanto en el sentido de
negativismo grave o como conducta antisocial.
Lo anterior no impide que subsista la polémica en torno a si la tendencia
compulsiva habría que considerarla como rasgo básico o superior. En cualquier
caso, es en el nivel superior de esta jerarquía de los trastornos donde se precisa
mayor número de investigaciones.
En suma, se podría afirmar que el progreso depende del desarrollo de una teoría
comprensiva, capaz de integrar los amplios conocimientos empíricos existentes
sobre la personalidad y el TP, de manera que se convierta en una sólida base para
poder articular una clasificación sobre esta última forma de patología.

I.- Los modelos teóricos sobre el trastorno de la personalidad


Si se atiende al criterio de poner énfasis en la amplitud o en la precisión
conceptual, se podría distinguir entre dos tipos de teorías: el modelo mono-
taxónico (3) y el modelo poli-taxónico.
Los autores precisan que el primer modelo pretende establecer una o más
categorías que permitan diagnosticar el trastorno de personalidad, mientras que el
segundo aspira a abarcar todo el dominio de dicha psicopatología. Veámoslo con
más detenimiento.

- Modelo mono-taxónico

En este modelo no es tan importante la clase de instrumentos a los que se recurre


para establecer una clasificación (pueden ser categorías o dimensiones) como el
hecho de que su meta no se dirige a ordenar el conjunto de los problemas de la
personalidad. Más bien, su propósito es iluminar el origen de determinadas
patologías, pero a partir de una descripción de las mismas ya existente.
En consecuencia, como los mismos autores de este trabajo subrayan, este modelo
no acierta a explicar las diferencias que, dentro de un mismo cuadro
psicopatológico, aparecerían al comparar a individuos aquejados por el mismo.
Para ejemplificar esta cuestión, se expone la teoría de Kohut, autor a quien se
distingue por sus trabajos en torno a la teoría del narcisismo.
Según la teoría psicoanalítica clásica, la maduración libidinal evoluciona desde un
estadio inicial, narcisista, hasta el establecimiento de la relación de objeto.
Kohut no cuestionaría en términos absolutos esta teoría, pero sí afirmaría la
necesidad de pensar los dos procesos (narcisismo y relación de objeto) en
continuidad hasta la edad adulta.
La patología aparecería si se producen fallos en la integración de lo que serían las
dos grandes esferas de la maduración del self: el “self grandioso” y la ”imago
parental idealizada”.
Si hubiera carencias en los inicios del desarrollo, nos encontraríamos con
patología grave; si se tratara de trastornos o desilusión en fases más tardías, la
patología sería diferente dependiendo de si afecta a una u otra de las
mencionadas esferas.
Pues bien, para los autores (Millon, Meagher y Grossman, p. 43) es interesante
señalar que Kohut habla en términos de self y no de personalidad.
Pero, al margen de la terminología, el problema más importante que se nos
presenta si seguimos el modelo kohutiano es que resulta imposible saber cómo se
originan las diversas clases en que se subdivide el trastorno de personalidad, tal y
como se nos propone en el DSM o en cualquiera otra clasificación.
Los mismos autores reconocen que las teorías que relacionan múltiples dominios
clínicos son minoritarias y que esto resulta comprensible, ya que los elementos
que se usan en un dominio particular se resisten a ser asimilados a otros campos
de la clínica.
Pero, por este mismo motivo, terminan por ser reduccionistas, no tanto por
vocación de tal, sino porque se limitan al estudio de su área y desconocen las
otras.
Como resultado, el mismo término diagnóstico puede adquirir diversas
connotaciones e incluso alejarse de su significado originario.

- Modelo poli-taxónico

A diferencia del tipo anterior, el modelo poli-taxónico sí recurre a organizar dentro


de una clasificación el conjunto de una patología. En realidad, es únicamente en
este caso en el que podría hablarse de “taxonomía”.
La autora de este trabajo consideran necesaria una reflexión acerca de si el
estudio de la personalidad debe contar con sus propios criterios diagnósticos o
recoger de los estándares sociales la base de tal clasificación, puesto que aunque
hoy nos sintamos muy a salvo de tales influencias, no debe olvidarse que un autor
como Sullivan habla en términos de “personalidad homosexual” o que, durante
decenios, la “personalidad masoquista” ha sido considerada característica de las
mujeres.
Si los DSM se concibieron como a-teóricos fue precisamente para evitar que
entraran en juego intereses o influencia excesiva de una u otra escuela.
El problema es que no se puede dejar en manos del consenso entre expertos la
construcción de una taxonomía que aspire a ser científica.
Al igual que Livesley (capítulo primero de esta reseña), los autores consideran
como una posible salida a esta dificultad el uso de las clasificaciones ya existentes
como material básico para ser contrastado con estudios empíricos y comprobar,
así, hasta qué punto son reafirmados o refutados sus elementos.

II.- Teorías sobre el trastorno de la personalidad


Este apartado es el más importante de este capítulo y los autores parten de las
diferentes perspectivas desde las que puede estudiarse la personalidad
(intrapsíquica, conductual, cognitiva, interpersonal y neurobiológica) para
presentar lo que sería el núcleo de tales teorías a partir del cual encarar los
denominados trastornos de la personalidad. A continuación se pasa revista a los
mismos.

LA PERSONALIDAD ANORMAL. EL CONCEPTO DE ANORMALIDAD

Lo anormal es lo que se aparta de la norma, de lo frecuente. Resulta de aquí una


división de las personalidades en normales o frecuentes y anormales o raras.

LOS AJUSTES
Lo que llamamos vida, es un proceso constante de adaptación o ajuste al medio.
Tratándose de seres humanos, ese proceso ofrece dos aspectos: el ajuste
puramente biológico y el social.
Un individuo pasa del medio oscuro de un cine al medio intensamente iluminado
de la calle.
Sus pupilas en el acto se contraen para defender las delicadas estructuras de la
visión contra el exceso de la luz. He aquí un tipo de ajuste biológico.
El hombre, que es un ser eminentemente social, tiene que ajustarse al medio
social.
Los desajustes sociales son el resultado de la incapacidad del individuo para
resolver los problemas que se le plantean en sus relaciones con sus semejantes.
Es de un interés capital para toda persona ajustarse bien al medio.
De un ajuste social acertado depende la facilidad del individuo, mientras que un
ajuste defectuoso puede ocasionar males sin cuento, y hasta la desgracia de la
persona para toda la vida.
Al psicólogo le interesan los signos que acompaña a los estados de desajustes.

MECANISMOS DE AJUSTES MAS FRECUENTES

Los ajustes por compensación. Un mecanismo psicológico mediante el cual un


individuo disimula o disfraza un rasgo desfavorable de su personalidad mostrando,
de un modo ostentoso y exagerado, un rasgo favorable.
Los ajustes por racionalización. Consiste en justificar la conducta o las opiniones
propias mediante razones que están de acuerdo con la moral social y que ésta
aprueba, pero que no son las verdaderas motivadoras de esa conducta o esas
opiniones.
Los ajustes por retirada. Consiste este ajuste en huir de las situaciones difíciles.
Cuando un individuo no tiene la habilidad necesaria para responder de manera
adecuada a un estímulo, puede hacer uso de un recurso que consiste
precisamente en huir de dicho estímulo, en evitarlo.
Ajustes por fantasía. Este mecanismo suele ser el que acompaña al anterior.
Inadaptado a la realidad social, se construye un mundo imaginario, hecho a la
medida de sus deseos, donde él es un monarca poderoso, o un magnate de los
negocios, o un artista famoso, etc.

LOS TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD

Los trastornos de la personalidad los vamos a dividir en dos grandes grupos:


-Las psiconeurosis (llamada también propiamente neurosis).
-Las psicosis, vulgarmente llamadas locuras.
A continuación veremos de una forma más clara las perturbaciones de la
personalidad y sus clases.
Neurastenia
Estados de ansiedad o angustia
Psiconeurosis Fobias
(origen Psicológico) Psicostatenia
Dudas y escrúpulos
Histerias
Personalidades dobles o múltiples
Demencia senil
Psicosis alcohólicas
orgánicas Parésis o parálisis general o demencia
Epilepsia paralítica
Psicosis
Psicosis maniacodepresiva
funcionales Esquizofrenia
Paranoia
LA CONDUCTA ANORMAL Y LA
CONDUCTA NORMAL. ¿a qué llamamos
normalidad en Psicología?

Según Carmelo Monedero (Introducción a la Psicopatología, 3ra. Edición,


año 2007) La Psicopatología se ocupa de la Psicología Patológica,
anormal o enferma. El estudio de la psique normal entonces lo realiza la
Psicología.
A partir de esta definición, conceptuar lo que es patológico no es cosa
fácil, porque el término proviene de la medicina que estudia lo que
orgánicamente no es sano, por tanto está enfermo, patológico. A partir
de esto los estudios de la epistemología psicológica consideran que
“Enfermedad Mental” incluirá solamente a los trastornos que refieren
manifestaciones psicopatológicas con base somática. Por tanto la
Depresión Psicógena, la Ansiedad Generalizada, el trastorno conversivo
no son enfermedad mental.

Tomamos en cuenta a los trastornos por demencias, los trastornos


esquizofrénicos, los trastornos bipolares como enfermedades mentales
porque tienen una base somática ya sea estructural (tejido nervioso
afectado por ejemplo tumores) o funcionales (trastornos por alteraciones
en los neurotransmisores ya sea que falle su expulsión, recaptación o
supresión).

A partir de este concepto todo aquello cuya causa o base sea psicógeno:
producido por nuestro proceso adaptativo al ambiente familiar, social,
educativo etc, como trastorno psicológico. El individuo que incluiremos
entonces como aquel que posee una psicopatología es aquel que se
encuentra incapacitado para realizarse como ser biológico y personal. Es
decir a determinada etapa del desarrollo lograr las metas u objetivos
que su sociedad por cultura le pide. En el caso de América Latina, a
partir de los 18 años los jóvenes inician a trabajar y estudiar. Antes de
los 35 años se espera que la mujer latina esté casada para poder tener
hijos y formar familia. Se espera que a los 65 años el individuo ya no
trabaje pues puede jubilarse y dedicarse a labores personales más que
laborales.

En Psicopatología manejamos en
términos generales 2 tipos de Trastornos:

TRASTORNOS MAYORES TRASTORNOS MENORES

- comúnmente les - anteriormente a estos trastornos


denominamos PSICOSIS.- Existe se les denominaba NEUROSIS.-
Personalidad conflictiva que la
manifiesta en el área laboral,
educativa, familiar, social.- No se
un deterioro importante a nivel envuelve en fantasía como en la
personal y social. No hay un psicosis.- Sus defensas son rígidas
funcionamiento en el área familiar, entonces el sujeto padece sufrimiento
social y laboral.- El paciente individual al no lograr metas, al no
transfiere el protagonismo de su vida obtener pareja.
a elementos de su vida imaginaria, - El individuo aunque
alejándose de la realidad, negando la aparentemente se adapta tiene
realidad.- A veces este trastorno dificultades para lograr el ajuste:
tiene base somática: se alteran los dificultades en la comunicación,
neurotransmisores: Acetilcolina, dificultades para demostrar sus
Dopamina. Alteraciones estructurales habilidades.
del lóbulo temporo frontal.

Un individuo normal
entonces se cree podrá realizarse satisfactoriamente en cada etapa de
su desarrollo. El adulto normal, psicológicamente hablando, por tanto
debe:
 poseer un conocimiento correcto de la realidad en la que vive
(saber entonces su clase social, sus metas, el tipo de gobierno, país,
sociedad y economía en la que vive, comprender los problemas de
su sociedad y darle una posible solución).
 Capacidad de sintonía emocional con los demás: esto implica
darse cuenta que independientemente la profesión u oficio que
realice se de cuenta de la importancia de esta dentro de su
sociedad, de como sirve a los demás. Mantener un contacto
emocional con sus familiares y formar una familia que le permita
mantener su estirpe o linaje.Establecer un contacto social con
amistades y compañeros que le permite la socialización.
 Comportamiento ético: actuar en función de las normas y leyes del
país en el que vive, satisfacer sus responsabilidades económicas

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