Professional Documents
Culture Documents
¿Qué hacer?
Estas sensaciones y sentimientos son el resultado de un falso razonamiento instintivo
y crónico que provoca en nosotros la opresiva impresión de pérdida de confianza en uno (y
también del afecto de los otros –sobre todo del ser amado). Yo no soy verdaderamente
adulto a menos que acepte en mí esas zonas de resistencia y de oscuridad que no puedo ni
dominar plenamente ni conocer totalmente. El acceso a la madurez moral se logra por la
aceptación de mis vulnerabilidades, mis debilidades, las que sería en vano creer algún día
totalmente superadas. Desconfiemos por eso de un entorno que no haga más que adularnos
e ignore nuestras debilidades y nuestros fallos. Desconfiemos también de dar una imagen
de nosotros mismos indemne de toda fragilidad. No olvidemos que la humildad es la verdad
total sobre uno mismo.
Acabamos de evocar un elemento importante en nuestro trabajo espiritual: ser adulto.
Ser realmente adulto es asumir plenamente nuestra condición de hijo o de hija,
abandonando la de niño.
Podemos hacernos esta pregunta, y tener la necesidad de trabajar con valentía para
adquirir nuestra autonomía, pero no hay que creer que concierna a todos.
Tengamos el valor de preguntarnos: ¿qué relación tengo con mi padre o con mi
madre? Puede ser que haya una reacción de rechazo. A menudo, se quiere ser autónomo
en relación a los padres, cosa excelente, pero lo importante es hacerlo con serenidad,
dulzura y caridad. El rechazo violento hace que en vez de cortar el cordón umbilical con
nuestros padres, demos un portazo a la casa paterna, y el cordón quede enganchado. Del
golpe, persiste un gran sufrimiento, haciéndonos inconstantes, angustiados, indecisos, sin
voluntad, etc. De hecho, no sabemos quienes somos. Diría que nos hemos quedado como
niños.
El niño es el que siempre está pendiente de la mirada de su padre o de su madre, y
puede ser que la culpa sea de ellos porqué ejercen, más o menos conscientemente, una
presión psicológica de infantilismo de la que nunca llegará a deshacerse realmente.
El hijo o la hija es el adulto que guarda su verdadera relación filial, llena de afecto, de
respeto, de caridad, de asistencia, pero siempre en una libertad plena, en plena autonomía.
No tiene miedo de sus reacciones ni de sus críticas. Sabe discutir sin disputar, escucha con
plena libertad, pide consejo, y hará su discernimiento personal, sin miedo de su mirada.
Cuando sea necesario, sabe decirles que no piensa como ellos, pero que los respeta con
todo su afecto.
La falta de autonomía en relación a nuestros padres, el hecho de rechazarlos diciendo
que esto es autonomía moral, provoca, en nosotros, inconstancia e inseguridad. Es también
una de las causas de las dificultades en casarse, o, si se casa, puede engendrar
sufrimientos en el hogar con el riesgo de destrozar el matrimonio. Antes de comprometerse
en el santo matrimonio, hay que tener la delicadeza moral de trabajar en este campo, sin
culpabilizarse, porqué siendo del dominio de la inconciencia, queremos tomar
conciencia..(cf. Más abajo por los remedios)..
Remedios
Si hemos comprendido lo que nos ha pasado en nuestra vida, el por qué de nuestro
sufrimiento actual, hasta dejar de culpabilizarnos, y desear encontrar la paz del alma, así
como un cierto dinamismo en la alegría, la primera etapa es (si es que aún no se ha hecho)
de comenzar por una buena confesión.
En efecto, como ya se ha dicho, los pecados mortales son también una de las causas
de nuestra tristeza y de nuestra angustia. Pero como que tenemos miedo de humillarnos no
nos atrevemos a confesar nuestras faltas. De golpe, nuestras confesiones son malas y sin
efecto y nuestras comuniones en estado de pecado mortal, cosa que es un sacrilegio. Si
volvemos al estado de gracia, sentiremos de nuevo la paz del alma (y normalmente la
alegría interior).
No miraremos más al Buen Dios como a Alguien que nos debiera castigar,
condenarnos. Hay que reencontrar nuestra condición filial con el Buen Dios, instaurar una
referencia de intimidad con El y con el Corazón Inmaculado de María, a través de una
simple plegaria, corazón con corazón que no tenga necesidad de forma ni de fórmula, sin
por ello caer en falta de respeto.
Constataremos que las cosas se presentan mejores de lo que pensábamos al
comienzo. Todo se vuelve más simple. La gracia de Dios trabaja en nosotros más
libremente porqué le hemos quitado el principal obstáculo: nuestro propio pecado.
Pero hay una dificultad: puede ser que nos cueste perdonar a alguien. Después de
pedir perdón al Señor, es a los que nos han ofendido, o que pensamos que nos han
ofendido, que debemos ofrecerles nuestro perdón, incluso si no nos lo piden. Le cuesta a la
naturaleza hacer esto, pero es esencial en nuestro progreso espiritual, moral, e incluso
temporal. Por el contrario, no es necesario notar que lo hemos perdonado, sólo hace falta
hacerlo desde nuestra voluntad. De todas maneras, este perdón no es una cosa que se
haga de una vez por todas: es necesario a menudo reiterar este perdón, puesto que puede
volver la tentación de acusar otra vez a los que nos han hecho sufrir…
Y después de haber perdonado en nuestro corazón, podremos pedir perdón. En
efecto, hemos visto que hemos sido heridos malinterpretando palabras o comportamientos
de los demás. Es así que hemos echado la responsabilidad de nuestro comportamiento
hacia otra u otras personas. En relación a Adán que decía al Buen Dios: Es la mujer que me
has dado, o de Eva: es la serpiente que me ha seducido (Gn 3,12-13). No busquemos la
responsabilidad que pudiera tener esta persona, porqué no se trata de ella, sino de
nosotros. No buscaremos la venganza, sinó un remedio con la ayuda de la gracia de Dios.
El primer paso es el perdón a esta persona.
Si amas a tu prójimo, tu luz iluminará como la aurora, tu herida se curará rapidamente,
serás como un jardín bien regado, una fuente floreciente en la que sus aguas no cesan de
Salir (Is 58, 6-12). Seguramente que no podamos hacerlo directamente, pero con la ocasión
de un aniversario, es posible regalar un ramo de flores, con unas palabras que traduzcan
nuestro afecto, y nuestra voluntad de olvidar el pasado del que nos arrepentimos, incluso
nuestro viejo comportamiento. Este perdón tiene la ventaja de reconciliarnos con nuestro
pasado, y con todo lo que de negativo hayamos hecho. Todo es gracia, porqué todo
concurre al bien de los que aman a Dios. (Rm 8,28)
Para el perdón, no hay que ser negligente, ni estimarlo como facultativo. No, es
esencial: es el primer paso en nuestro camino para curarnos, para salir de nuestra propia
cárcel interior.
Pasemos a otras consideraciones para reencontrar nuestro equilibrio. La educación
interior, el equilibrio moral y espiritual se consigue a través de un lento dominio de si mismo,
por el manejo de la paciencia a través de nuestra sensibilidad. Lo que importa es pasar de la
impresión, es decir, de aquello que noto de la realidad, a la misma realidad, es decir, lo que
soy en realidad, a saber, una persona normalmente dotada, con mis límites y mis
cualidades, y que no debe dejarse impresionar por los comportamientos de mi entorno hasta
el punto de perder una sabia confianza en mi mismo (esta confianza en si mismo no es
orgullo, el cual es la estima desmesurada de su propia excelencia). Por esto hay que cortar
con los falsos razonamientos : desde que hay malestar, hay falsos razonamientos y tristeza;
nos defendemos, despertamos nuestra herida, o, mejor dicho, el hecho despierta en
nosotros nuestra herida, perdemos nuestra confianza porqué creemos que perdemos el
afecto de los demás. Para ayuda a cortas estos falsos razonamientos, la oración jaculatoria
es preciosa y eficaz. Nos permite unirnos al Buen Dios, a Jesús y a los santos a través de la
plegaria.
Debe ser una oración jaculatoria concreta que servirá de resolución particular contra el
defecto dominante. Por ejemplo: “Jesús, dulce y humilde de corazón, concédeme no
encerrarme en mi mismo”. O bien: “Jesús, dulce y humilde de Corazón, transforma mi
corazón para que parecido al tuyo olvidándome de mi mismo”.
Esta plegaria podrá ser formulada de manera negativa en relación al defecto, o
positiva en relación a la virtud opuesta, o las dos a la vez, como en el segundo ejemplo. Esta
oración tiene la ventaja de poderse repetir varias veces durante el día, centrándonos en su
esencia, es decir, en la gracia del Buen Dios, permitiendo trabajar constantemente para
conservar nuestro equilibrio moral.
Dicho esto, después del perdón y de la lucha contra los falsos razonamientos, hay que
hablar de un trabajo que se debe ejercer en relación a todo lo que es negativo, es decir, que
se trate de una falta en la que hayamos caído, en un error, un descuido, etc.
Se trata de un proceso en cuatro tiempos:
- Tomar conciencia
- Aceptar
- Amar, para…
- Ofrecer
Tomar conciencia de lo que se ha hecho: para corregir algo de negativo en nosotros,
es necesario, primeramente, conocerlo, tomar conciencia. Para esto no es necesario estar
ciego sobre si mismo. Es el “conócete a ti mismo” de Sócrates, señalado en el comienzo. Se
trata del defecto dominante en nosotros, y también del motivo que lo ha provocado, es decir,
de la herida.
De la toma de conciencia viene la aceptación. Este punto es muy importante, y puede
ser el más difícil de llevar a cabo. En efecto, tenemos tendencia a condenarnos cuando
hemos cometido un error: es el amor propio que está herido y que no acepta verse por los
suelos. Sin embargo, el primer paso en la humildad es aceptar pura y simplemente nuestra
pobre condición de pecador, justamente para corregirnos por la gracia de Dios.
No habrá remedio mientras no hayamos aceptado este error, esta falta, esta mala
experiencia, esta triste circunstancia, esta dificultad que nos pone nerviosos, esta persona
que tenemos atravesada, etc.
La experiencia nos muestra que mientras no aceptemos ni amemos esta circunstancia
que nos parece dramática o inaceptable, sentimos la tristeza en el fondo de nosotros
mismos.
Es por esto que a la aceptación es necesario unir otra exigencia: tenemos que amar.
Amar nuestra condición presente, porqué el Buen Dios nos ama donde estamos, no para
encerrarnos en nuestros errores, sinó para elevarnos a la santidad, porqué nuestra
condición actual es el terreno donde tendrán lugar las maniobras necesarias que harán de
nosotros unos santos.
Es necesario amar, pero no las faltas en si mismas., sinó que debemos estar
contentos de tener una ocasión favorable que nos permita crecer moral y espiritualmente.
En efecto, este error me permite crecer en la humildad y en el trabajo moral. Me encuentro
en mi terreno de maniobras que me permitirá convertirme en un soldado de Cristo, en un
especialista en santidad.
Amar… para hacer una ofrenda. De nuestra miseria es necesario hacer una ofrenda
al Señor.
Sólo tenemos un regalo para poder ofrecerle: la ofrenda de nuestra miseria yde
nuestros pecados. Vino por esto: es la única alegría que le podemos dar. El bien que
hacemos, le pertenece, puesto que es su gracia que obra en nosotros; debemos devolverle
nuestros talentos, ¡y con interés! Nos dice, a través de santa Faustina: No me has dado lo
que es exclusivamente tuyo: entrégame tu miseria (que incluye el pecado y la herida) porqué
es de tu exclusiva propiedad (PJ 1317). Esta debiera ser nuestra única felicidad, puesto que
poseemos el arma que nos da todo poder en el Corazón del Buen Dios, porqué es esto que
le seduce, y no los dones que ya nos ofreció o que está a punto de repartir en abundancia.
En efecto, desde el momento en que reconocemos nuestra pobre condición
pecadora hasta que la aceptamos llegando a amarla realmente, Jesús no espera más,
viene a nosotros: tus pecados, tus numerosos pecados te son perdonados porqué has
amado mucho. Pero aquel que perdona poco, ama poco (Lc 7,47). No temas pues, yo te he
rescatado y te he llamado por tu nombre: eres mío. Desde que te has convertido en
honorable a mis ojos, y glorioso por el perdón de tus pecados, te he amado (Is 43, 1-4). Nos
devuelve nuestra condición de hijos de Dios, y de su Verbo, el Hijo en esencia, nos dice: tu
eres mi hijo amado (Mc 1, 11), porqué te he amado con un amor eterno (Jr 31,3). Y aún
más, el Buen Dios no nos ama como consecuencia de los bienes que somos capaces, del
amor que tenemos por El, nos ama de una forma totalmente incondicional, en virtud de Si
mismo, de su misericordia y de su ternura infinitas, en virtud de su Paternidad sobre
nosotros.
Después del perdón, después de la ofrenda por amor, es necesario cumplir con el
deber de estado, y olvidarse de si mismo. Hemos visto que después de una humillación, de
una palabra hiriente, nos encerramos en nosotros mismos como reacción para no sufrir,
como manera de protección.
Pero, de hecho, lo que se produce es todo lo contrario. Cuanto más nos aislamos,
más alimentamos nuestro sufrimiento. Nos encerramos en nosotros mismos, nos volvemos
hacia nosotros mismos, es el pliegue sobre si mismo, el egoísmo. Todas las enfermedades
psíquicas y mentales actuales vienen de aquí. El olvido de si mismo (no la negligencia
espiritual) será el gran remedio a estas tendencias. No a lo que siento o resiento, a la
sensación, al sentimiento de…no a la búsqueda de si para si mismo, sinó para el valor y la
confianza. La apertura hacia el otro, la bondad hacia los que me rodean, no para si mismo
de forma egoísta, para beneficiarme en alguna cosa, sinó de forma gratuita, solamente por
amor, que es don de si mismo en la renuncia a si mismo, puesto que el verdadero amor se
nutre de sacrificio. El hecho de hablar a los demás permite confrontar nuestras ideas a las
de los demás, y ver que no estamos excluídos, que no estamos condenados, etc.
El olvido de si mismo ofrece múltiples ventajas, de forma notable es la de minimizar
nuestras impresiones: sin pensarlas demasiado. Hay que ir hacia adelante. El olvido de si
mismo también abarca la prohibición de juzgar a los demás, puesto que nuestra tendencia
natural es la de hacer recaer sobre los demás la responsabilidad de todo aquello que es
negativo. Pero, sobre todo, el olvido de si mismo , que es la suprema desnudez, es la llave
del progreso espiritual. No hay más secretos: es el Fiat mariano y de Cristo.
En fin, el remedio al falso razonamiento, es la apertura a un sacerdote que nos ayuda
en este trabajo espiritual: esta apertura es importante, y es fuente de enriquecimiento
espiritual. Si se trata de un conflicto o de un malentendido con otra persona, es necesario
poder hablar del tema con serenidad. Será entonces que caerán falsas ideas. Vuelve,
entonces la confianza junto con la alegría.
En conclusión .
P. Cipriano María