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El Sol contiene más del 99% de toda la materia del Sistema Solar. Ejerce una fuerte
atracción gravitatoria sobre los planetas y los hace girar a su alrededor.
La radiación solar tiene otra importancia capital: otras formas de energía renovable, como
el viento, las olas o la biomasa no son más que manifestaciones indirectas de ésta.
La Tierra recibe la radiación electromagnética del Sol e irradia de nuevo al espacio una
cantidad de calor igual a la radiación incidente. Por tanto, la utilización de la radiación
solar no es otra cosa que su conversión en energía útil para la humanidad. Sin embargo,
el resultado neto de dicho aprovechamiento es el mismo que si no hubiera habido
interferencia en el proceso de irradiación al espacio, pues solamente se ha producido un
desfase o retraso en el proceso.
La energía solar llega a la superficie de la Tierra por dos vías diferentes: incidiendo en los
objetos iluminados por el Sol, denominada radiación directa, o por reflexión de la radiación
solar absorbida por el aire y el polvo atmosférico, llamada radiación difusa.
dispersión reducen este valor alrededor de un 30%, con una intensidad de radiación por
parte de la Tierra de alrededor de los 1.000 W/m2. La baja densidad de radiación y
determinadas condiciones climatológicas obliga a utilizar superficies de captación más
grandes.
Este conjunto de aplicaciones es lo que se llama energía solar activa de baja temperatura.
En los últimos años, la energía solar térmica ha conseguido un grado de madurez que la
convierte en una buena opción técnica y económicamente. En este sentido, la aplicación
de la energía solar para producir agua caliente sanitaria es una de las posibilidades que
ofrece una rentabilidad más atractiva.