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Rolando Astarita Militancia exPC, raíces históricas de una posición

Militancia exPC, raíces históricas de una posición

Por estos tiempos parecen ahondarse las divisiones dentro de la izquierda, entre los
que apoyan al gobierno de Cristina Kirchner, y los que critican esta postura. Dentro del
grupo que respalda al gobierno de Kirchner, es importante la militancia del partido
Comunista, pero más aún su exmilitancia (una gran parte de ella, algunos mantienen
una postura crítica). Muchos ocupan puestos relevantes en el Estado, la cultura, o la
actividad académica. A pesar de la diversidad de opiniones y matices, la mayoría critica
los viejos regímenes stalinistas, incluidas antiguas prácticas del PC. Y casi
invariablemente, toman distancia frente a las políticas más “indefendibles” del PC,
como su participación en la Unión Democrática; o su apoyo al “ala institucionalista
Videla-Viola”, bajo la dictadura. Pareciera entonces que el apoyo al gobierno de
Cristina Kirchner se construye desde una renovada elaboración política, con criterios
distintos de aquellos con los que se manejaba el PC.
Es en este marco que la “onda exPC” sostiene algunos argumentos concatenados. El
primero dice que el de CK es un gobierno progresista, nacional burgués. El segundo
afirma que, dada la correlación de fuerzas existentes, hay que apoyar al Gobierno
“frente a la derecha” (encarnada en los diarios Clarín, La Nación, los “grandes grupos”,
la SRA y todos los partidos de la oposición burguesa). El tercero afirma que todas las
cuestiones del Gobierno que pueden ser criticables -desde un punto de izquierda- son
producto de los “elementos reaccionarios y de derecha enquistados”. Este último
argumento es esencial para responder a las críticas de la “ultraizquierda”. Si Aníbal
Fernández o Moreno envían patotas a moler a palos a activistas en el INDEC, o el
Hospital Francés, se trata de “desviaciones”, o “contradicciones”, que deben combatirse
redoblando el apoyo a Cristina Kirchner y el ala de izquierda. Y ejerciendo en alguna
medida, una crítica responsable (algo así como “no estamos de acuerdo con todo, pero
no hay que dar pasto a la derecha”). De resultas, y siempre con criterio amplio y fresco,
muchos exmilitantes andan con el “progresímetro”, tratando de determinar ubicaciones
relativas. Así, por ejemplo, Scioli es más progresista que Alfonsín, pero menos que
Nilda Garré. Insfrán (parece que no ve TN ni lee La Nación) es más progresista que
Binner (que ve TN y lee La Nación), pero menos que Boudou, que toca la guitarra en
estilo nacional y popular. Son matices sutiles, que pueden escapar a los ojos de los no
iniciados, pero decisivos a la hora de posicionarse políticamente. Pues bien, el objetivo
de esta nota es mostrar que esta manera de pensar la política es producto de una
sólida “educación” en el viejo PC, y que, desde el punto de vista de lo sustancial, no
hay cambios. Esto se comprende cuando lo vemos en perspectiva histórica.
Los orígenes

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En grandes rasgos, podemos decir que la política de los partidos marxistas en los años
que siguieron a la Revolución Rusa se articuló en torno a la defensa de la
independencia de la clase obrera frente al capital. Las luchas en el terreno ideológico,
político y sindical, tenían esa referencia básica. Dentro de este encuadre, se distinguía,
lógicamente, entre un régimen fascista y un régimen democrático capitalista; y se
afirmaba la conveniencia de defender conquistas concretas, incluso en unidad de
acción con corrientes burguesas. Pero estas tácticas no encerraban apoyo político a los
Gobiernos de turno, o a determinadas fracciones de la burguesía, frente a otras. Por
ejemplo, los socialistas marxistas podían defender la ley de ocho horas de trabajo, en
caso de que quisiera ser derogada, pero no por ello apoyar al gobierno de Marcelo T.
de Alvear (bajo su gobierno se sancionó esta ley). De la misma forma, defender la ley
de educación 1420, frente a la educación católica, sin por ello apoyar al gobierno de
Roca. Para hacer el ejemplo más cercano, los marxistas podrían compartir el reclamo
de una Asignación Universal por Hijo junto a la oposición burguesa, sin por ello
sostener políticamente a esta oposición (la AUH se consiguió cuando el gobierno de
CK perdió las elecciones de 2009). Si se quiere un ejemplo con más “autoridad”, Marx
consideró correcto que la clase obrera inglesa utilizara a su favor las divisiones en el
seno de la clase dominante, en su lucha por la jornada laboral, sin por ello enfeudarse
con alguna de las fracciones burguesas. Este criterio estuvo medianamente establecido
hasta mediados de los años 30. Sin embargo, en 1935, el Séptimo Congreso de la
Internacional Comunista, votó la orientación de los Frentes Populares, que fue
radicalmente distinta. Incluso hay que recordar que hasta casi las vísperas de ese giro,
la Internacional Comunista había tenido una línea ultraizquierdista. Por ejemplo, el PC
alemán había sostenido que el fascismo y la socialdemocracia eran dos caras de la
misma moneda; y el PC argentino había puesto un signo igual entre el gobierno de
Yrigoyen y la dictadura de Uriburu. El giro de 1935 fue entonces muy fuerte, ya que
implicó dejar la perspectiva del enfrentamiento de clase, para plantear la meta de una
revolución democrática burguesa, antiimperialista y antioligárquica, en alianza con la
burguesía “progresista e industrial”. Para esto, los PC debían que respaldar toda ala o
fracción de la clase capitalista que pudiera favorecer esta perspectiva. Es a partir de
aquí que adquiere una importancia imposible de exagerar el determinar, en cada
momento, cuáles podían ser esas alas o fracciones progresistas.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta otros dos factores que marcan la historia
del PCA. La primera, es que la orientación de apoyo a la burguesía democrática
progresista va a estar sobredeterminada, durante décadas, por la cuestión soviética. La
posición frente a la dictadura de Videla, por ejemplo, no puede explicarse sin la
correspondiente dosis del “factor soviético”. Seguramente se ha exagerado mucho esta
variable (como señalan Campione, Casola), pero tampoco puede desconocerse. En
segundo lugar, hay que tener presente que el PCA operará un largo giro desde su vieja
caracterización del peronismo como “nazifascismo”, en los 40, hasta llegar a

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considerarlo, más tarde, la encarnación del progresismo burgués (y a los partidos


radical o socialista de “la derecha”, cuando en los 40 eran “el progresismo”). En este
punto, su historia es diferente de la de otros PC, que de manera más o menos
constante buscaron conformar los frentes populares junto a la socialdemocracia y a
corrientes de izquierda de la burguesía. Es en la intersección de estas líneas de
evolución, y siempre en el marco estratégico de promover un desarrollo capitalista
“progresista”, que se formará la mentalidad del militante del PC promedio; y del
exmilitante promedio.

El giro de 1935 y apoyo a Ortiz

Ya en 1935, el año del viraje de la IC, el PCA convoca a su Tercera Conferencia


Nacional, (conocida como la Conferencia de Avellaneda), que llama a la Unión Cívica
Radical, el Partido Socialista, el Demócrata Progresista, la CGT y otras organizaciones
populares, a formar un gran frente nacional antiimperialista y antioligarquía, por las
libertades democráticas. En su resolución decía: “Frente a la crisis política que madura
en el país, a la inestabilidad creciente del gobierno de Justo, acompañado de serias
amenazas de golpe de Estado de los uriburistas, el Partido Comunista expresa que la
organización del blok de los partidos opositores tendría en breve plazo planteado ante
sí el problema del poder. En tal situación, nuestro partido propiciará la lucha por un
gobierno de concentración democrática, que con un programa democrático dé
satisfacción a las reivindicaciones más urgentes de los obreros y campesinos y de la
pequeña burguesía antiimperialista urbana y rural” (Esbozo…, p. 82). Resumida, es la
línea estratégica que se repetirá a lo largo de los años. Línea que encerraba la
posibilidad de respaldar alas o sectores de gobiernos. Por eso el primer ejemplo ya lo
encontramos en el apoyo del PCA al presidente Ortiz. Si bien los comunistas
caracterizaron que Ortiz había sido elegido (en 1937) gracias a una maniobra de la
oligarquía, sostuvieron que estaba dispuesto a respetar las garantías y derechos
ciudadanos, y que por esta razón era atacado por la oligarquía, aliada al imperialismo
anglo-yanqui. Por eso propuso “apoyar a Ortiz en todas aquellas medidas tendientes a
devolver al país a la normalidad constitucional y criticarle aquellas que significasen
conciliación con la oligarquía y el imperial”. En esta vena, llamó “a los restantes
partidos democráticos a que depusieran una actitud de oposición sistemática y que
sellaran la unidad de las fuerzas democráticas para levantar una valla a las fuerzas
reaccionarias y asegurarle al país un camino progresista de desarrollo” (Esbozo… p.
87).
Destaquemos también que la línea del Frente Popular llevó a cambiar la orientación
hacia las fuerzas armadas. En la estrategia estructurada en torno a la independencia
de clase, los marxistas podían activar dentro del ejército, en la perspectiva de
conseguir la adhesión de soldados y suboficiales, y eventualmente de algún oficial. En

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cambio, en la estrategia del Frente Popular, como señala Casola (2010), se buscaba
que las fuerzas armadas, o por lo menos corrientes enteras de ellas, fueran ganadas
para el programa de la revolución nacional. De ahí que cobrara importancia distinguir
entre los oficiales “democráticos y progresistas” (sanmatinianos, dirá a veces el PCA) y
los “reaccionarios fascistas”. Casola (2010) destaca que este factor está en los
orígenes de las propuestas del PCA a favor de la convergencia cívico-militar. Para lo
que nos ocupa, se agregaba así otra variable en la tarea de “distinguir progresismos”.

Surgimiento del peronismo y Unión Democrática

Siempre con la idea de que el partido Radical, el Socialista, el Demócrata Progresista y


similares representaban a la burguesía progresista, el PC caracterizaría al golpe de
1943, del Grupo de Oficiales Unidos, como “un golpe de fuerza realizado para
favorecer los intereses de la reacción pro-fascista nacional y de las potencias del ex
Eje” (Esbozo… p. 109); y al gobierno de Ramírez como “militar-fascista”. Sostenía que
el GOU “usufructuaba el poder en beneficio propio, servía a los intereses de la
oligarquía terrateniente, comercial y financiera, y de las grandes industrias de nuestro
país y de ciertos monopolios imperialistas; así como los planes del hitlerismo y el
falangismo…” (ídem, p. 110). En esta coyuntura, vemos parecer la orientación pro
militar: dado el peso del Ejército en la política, la propuesta era “constituir una Junta
Nacional Cívico-Militar en la que estuviesen representados los diversos movimientos de
resistencia, haciendo de la misma el centro coordinador y dirigente de la lucha por
derrocar a la dictadura y restablecer el régimen constitucional” (Esbozo… p. 116).
Naturalmente, el llamado a la unidad democrática nacional continuó bajo el gobierno de
Farrel y Perón. Cuando en octubre de 1945 el general Avalos hace la intentona de
golpe contra Perón, el PCA llama a “la formación de un gobierno de coalición en el que
participaran todos los partidos democráticos”. Y el 24 de octubre,Orientación, el órgano
oficial del PCA, describía en su editorial a los manifestantes del 17 de octubre como
“bandas armadas del peronismo que entraban en acción para sembrar la confusión y el
terror en la población desprevenida, con el propósito de crear el clima favorable para un
nuevo golpe sorpresivo al gobierno” (citado por Real, p. 88). Precisaba también que se
trataba de “sectores engañados de la clase obrera… dirigidos por el malevaje
peronista”, que repetían consignas “dignas de la época de Rosas” y remedaban “lo
ocurrido en los orígenes del fascismo en Italia y Alemania” (ídem, p. 89). Con estos
antecedentes, el PCA integrará la Junta de Coordinación Democrática, antecedente
inmediato de la Unión Democrática. Entre otras cosas, la JCD reclamaba “la entrega
inmediata del Gobierno al Presidente de la Corte Suprema de Justicia” (Esbozo… p.
121). Luego, la UD fue integrada por el partido Radical, Socialista, Demócrata
Progresista, y también los conservadores; en este último respecto, el PCA publicó
extensos editoriales en Orientación abogando por que el conservadorismo integrara

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“orgánicamente la Unión Democrática para forjar así la unidad sin exclusiones” (citado
por Real, p. 93). Fue apoyada por la UIA, la SRA y otras instituciones patronales.

Comienza el viraje

Como quiera que el PCA haya tratado de disimularlo, la realidad fue que en las
elecciones de 1946 la mayoría de la clase obrera votó por Perón; el 74% de los
obreros, según dato que tomamos de Godio (1986). A partir de aquí, el PCA empieza a
abandonar la postura de enfrentamiento cerrado al peronismo. El viraje comienza ya en
1946, y se plasma en tres ideas centrales. En primer lugar, se aconseja a los
trabajadores que para asegurar sus conquistas, y que éstas sean reales, no deben
confiar en “hombres providenciales” o “padres de los pobres”, sino organizarse en su
partido de clase. En segundo término, y más significativo, se llama a la militancia a
“participar fraternalmente al lado de los peronistas en todas las luchas de carácter
obrero y popular”. Y se pide superar las diferencias, para confluir en un Frente de
Liberación Nacional. Decía Victorio Codovilla: “Es preciso que liquidemos las anteriores
líneas divisorias y juzguemos a los hombres y a los partidos no por lo que dicen, sino
por lo que hacen efectivamente para resolver los problemas… Todos los argentinos…
que están de acuerdo con un programa de justicia social y de prosperidad nacional,
sean ellos miembros de los partidos que integraron la Unión Democrática, sean
adherentes de los partidos que apoyaron la candidatura del presidente electo, deben
unirse en un poderoso Frente de Liberación Nacional y Social del pueblo argentino”
(Codovilla, citado en Esbozo… , pp. 130-1). Este discurso, que fija la nueva orientación,
es del 1º de junio de 1946. ¿Y el “nazifascismo”? ¿Y el “malevaje peronista”?
Desaparecidos. Ahora había que consolidar conquistas -otorgadas por el gobierno de
Perón- y unirse en un gran frente. Pero no era tan sencillo desarmar las divisorias. En
las elecciones presidenciales de 1951 el PCA presentó candidatura propia, Rodolfo
Ghioldi y Alcira de la Peña, que obtuvo poco más de 71.000 votos, el 0,93%. Lo mismo
en las elecciones a vicepresidente de 1954; Alcira de la Peña sacó el 1,12% de los
votos. Hay que aclarar que el presentarse como PC no significaba que volvía a una
política de independencia de clase. Obedecía al simple hecho de que el partido había
quedado identificado, a los ojos de las masas trabajadoras, con posturas reaccionarias
y enemigas de los obreros. Lo cual sería una pesada carga en los siguientes años, no
sólo por lo que había que justificar ante los trabajadores peronistas, sino también
explicar a las nuevas generaciones de militantes. La cuestión se agudizaba porque los
responsables de la línea de 1946, Victorio Codovilla, Rodolfo Ghioldi, Arnedo Álvarez,
etc., siguieron en sus cargos dirigentes. Todavía en 1958 Ghioldi decía que la UD
había tratado de “ahorrarle al país diez años de despotismo nazi”, y reivindicaba su
programa (Ciria, p. 184). Pero en 1946 se había llamado al “despotismo nazi” a formar
un Frente de Liberación. ¿Cómo se explicaban estos discursos, lógicamente

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contradictorios?

Libertadora y los años siguientes

Cuando se desata el golpe de 1955, la primera reacción del PCA fue tratar de
posicionarse por encima del enfrentamiento entre el gobierno y los golpistas,
convocando a la “convivencia democrática”, (véase Campione). Pero en seguida del
triunfo de los “libertadores”, caracterizó: “Entre las varias corrientes en lucha por el
predominio en el poder, para imprimir al gobierno una u otra orientación política,
destacan, hasta ahora, dos fundamentales: una, la que encabeza el general Lonardi, el
presidente, que sufre una fuerte influencia clerical y proimperialista yanqui que lo
empuja hacia la derecha; otra, la que encabeza el contraalmirante Rojas, el
vicepresidente, que se inclina hacia las posiciones democráticas y de cierta resistencia
al imperialismo” (Codovilla, en Nueva Era Nº 5, octubre-noviembre de 1955, citado por
Real, pp. 172-3). Campione señala que aquí “el comunismo ensaya por primera vez,
todavía con timidez, la idea de ‘diferenciar’ al interior de una dictadura militar, en lugar
de condenarla en bloque por su carácter reaccionario y anticomunista”.
Luego, en el período que va de 1957 a 1963, se produce un paulatino acercamiento de
posiciones entre comunistas y peronistas. Primero los militantes comunistas se integran
(aunque por un corto período) en las 62 Organizaciones; más tarde el PCA coincide
con el PJ en votar, en las presidenciales de 1958, a Frondizi (aunque muchos obreros
peronistas votaron en blanco); en 1962 llama a votar por Framini, candidato a
gobernador de Buenos Aires por el PJ; y a votar en blanco en las presidenciales de
1963, también en coincidencia con el Justicialismo. Destaquemos también que durante
los fuertes enfrentamientos dentro del ejército, de 1962 y 1963, entre los “azules”
(partidarios de una posición más negociadora con el peronismo) y los “colorados” (más
intransigentes), el PC se alineó con los primeros. Como señala Casola (2010), la
división no correspondía a ninguna diferencia importante en torno al régimen político,
ya que ambos eran profundamente antidemocráticos. Después de todo, los azules
estaban liderados por Onganía, que encabezaría el golpe de 1966. Pero bastaban
matices para que el PCA tomara posición resueltamente a favor de uno de los bandos.

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Apoyo al peronismo en los 70

A pesar de los antecedentes del período 1957 y1963, todavía a la caída de la dictadura
de 1966-73 el PCA formó la Alianza Popular Revolucionaria, por fuera del peronismo.
La APR presentó como candidato a presidente a Oscar Alende, un político burgués,
proveniente de una rama del radicalismo. Así, la APR fue un frente popular en pequeño
(obtuvo el 7,4% de los votos). El Frente Justicialista de Liberación, que llevaba a
Cámpora, ganó con casi el 50%. El 25 de mayo asumió Cámpora, en medio del
entusiasmo popular; al caer la noche de ese día histórico, una importante movilización
forzó la liberación de los presos políticos de la dictadura. En los días que siguieron,
hubo una fuerte radicalización de posiciones, entre la derecha y la izquierda. La
izquierda peronista había llegado a posiciones importantes, entre ellas las
gobernaciones de Buenos Aires (Bidegain), Córdoba (Obregón Cano) y Mendoza
(Martínez Bacca). Aunque ninguno de estos gobernadores pertenecía a las
organizaciones armadas de la izquierda, la derecha peronista, con el apoyo de la
burocracia sindical, buscaba desplazar a la izquierda de cualquier puesto de relevancia.
Paralelamente, en muchas fábricas se produjeron movilizaciones -dirigidas por la
izquierda peronista o el clasismo- contrarias a los dirigentes sindicales burocráticos.
En este clima, se firma un pacto social entre la CGT y la Confederación General
Económica, al que adhirieron el resto de las centrales patronales; fue defendido por el
PCA, pero criticado por el resto de la izquierda. El 20 de junio se produce la masacre
de Ezeiza, en ocasión de la vuelta de Perón al país. Grupos armados de la derecha
peronista, comandados por López Rega, ministro de Seguridad Social, el Comando de
Organización y CNU, emboscaron a las columnas de Montoneros y Juventud Peronista,
matando a varias decenas (la cifra de 13 muertos que consignan los medios parece
baja), y dejando centenares de heridos. Nunca se hizo una investigación oficial del
hecho, pero está probado que los asesinos se movieron con total impunidad. Perón, sin
embargo, acusó a la “ultraizquierda infiltrada”; el 13 de julio Cámpora renuncia, bajo
presión de Perón, para dar paso a la breve presidencia de Lastiri, hombre de López
Rega y de la derecha, quien llama a nuevas elecciones. Se proclama la candidatura de
Perón, e Isabel Perón. Lo central es que todo indicaba que se trataba de un abierto
curso a la derecha. Perón no ocultaba que su meta es barrer a la izquierda. El 30 de
julio brindó respaldo explícito y abierto a la burocracia sindical; el 21 de agosto dijo que
quería la colaboración con el radicalismo y la unidad de las fuerzas armadas para
combatir a fondo a la ultraizquierda (Godio, 1986). A esta altura de los acontecimientos,
los ataques contra la izquierda habían pasado a formar parte del paisaje cotidiano. La
designación de Isabel para la vicepresidencia era otro mensaje inequívoco (al punto
que Montoneros dijeron que preferían al líder radical, Balbín). Es en estas condiciones
que el PCA llamó a votar a Perón para las elecciones de septiembre. Los argumentos
fueron los de siempre: fortalecer un proceso de liberación nacional en marcha que, si

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bien tenía “contradicciones”, era globalmente positivo.

En camino al 76

Naturalmente, en los meses que siguieron al triunfo de la fórmula Perón-Perón, el curso


represivo se acentuó, en particular después del asesinato del líder de la CGT, José
Ignacio Rucci. En octubre, el Ejecutivo envió al Congreso proyectos de reformas a las
leyes de Asociaciones Profesionales y al Código Penal, que buscaban reprimir a las
organizaciones armadas, al activismo de izquierda, y asegurar el poder de la burocracia
sindical. La represión se hizo cada vez más abierta, y ya asomaba, a fines de 1973, la
Triple A. Comenzaron los crímenes de activistas y militantes de izquierda, pero nunca
se investigaban. Las bandas de derecha se movían con total impunidad. Pero todavía
en 1974 el PCA seguía caracterizando al Gobierno peronista como globalmente
progresista. Luego, desde comienzos de 1975, propuso la formación de un gabinete
cívico-militar, esto es, incorporar de manera permanente a las fuerzas armadas al
esquema de poder. Se sostenía que era necesario formar un frente multisectorial, con
todos los partidos, sectores de la iglesia y de las fuerzas armadas, para “evitar la caída
del gobierno en manos de pinochetistas y gorilas” (véase Campione, Casola). Siempre
dispuesto a resaltar “matices”, el PCA consideraba que el general Anaya o Videla eran
“militares prescindentes”, y preferibles, frente a un general como Numa Laplane, al que
se veía más cercano a Isabel y la Triple A (Casola, 2010). Así se llega al golpe de 1976
y a la famosa declaración que, entre otras cosas, decía: “En vísperas de los dramáticos
sucesos del 24, bandas fascistas impunes asolaron con sus crímenes el país. (…)
Nunca se había visto en nuestro país algo más cruel… El Partido Comunista está
convencido de que no ha sido el golpe del 24 el método más idóneo para resolver la
profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva
realidad. Estamos ante el caso para juzgar los hechos como son. Nos atendremos a los
hechos y a nuestra forma de juzgarlos: su confrontación con las palabras y las
promesas”.

La continuidad de una orientación

No pretendo con este breve esbozo agotar, ni mucho menos, la compleja cuestión de la
historia del PCA. Además, no soy especialista, ni estoy preparado para ello. Lo que
pretendo con esto, de todas maneras, es mostrar que existe una continuidad en la
manera de encarar la táctica política de la izquierda, que se prolonga hasta el día de
hoy, tanto en el PC, como en un vasto abanico de su exmilitancia. Algunos de
exmilitantes se han transformado en cuadros de otros partidos, la mayoría no continúa
la actividad política, pero son muchos los que mantienen la matriz aprendida en el PCA:
distinguir líneas, incluso cuando llegan a ser matices apenas perceptibles, a fin de dar

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el apoyo “crítico” (siempre es “crítico”) a alguna variante capitalista. En el fondo, el


razonamiento es inmune a las críticas, en tanto no se desarme la matriz desde la que
se razona. Por supuesto, alguna vez se cuestionará algún aspecto secundario. Por
ejemplo, que en 1976 la dirección comunista “no advirtió” tal o cual aspecto de los
“matices” que creía distinguir, y se confundió, etc. Pero son rectificaciones de superficie
que garantizan que nada cambie en lo sustancial. Si se agrega el recuerdo de los
militantes muertos y los sacrificios realizados -que los hubo, y en gran cantidad-, el
impulso indagador y crítico se diluye aún más rápidamente. De esta manera, llegamos
a casi ocho décadas aplicando el mismo enfoque básico. Alguna gente, con la que he
charlado, defiende hoy su apoyo al kirchnerismo casi con los mismos argumentos (y la
misma pasión) con que en algún lejano día de 1979 defendía la línea del partido frente
a la dictadura (“son temas tácticos”; “estamos poniendo muchos muertos”); o todavía
antes, en 1973, abogaban por el voto a Perón (“solo los sectarios ultras no apoyan el
proceso de liberación”, etc.). Siempre distinguiendo matices y líneas burguesas
progresistas, y reaccionarias. Siempre brindando sus juiciosos apoyos críticos. Hoy
como ayer.

Textos citados:
Campione, D. “Hacia la convergencia cívico-militar. El Partido Comunista 1955-1976”, publicado en
Herramienta Nª 29, http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-29/hacia-la-convergencia-
civico-militar-el-partido-comunista-1955-1976.
Casola, N. (2010): “El partido Comunista Argentino y el golpe militar de 1976: las raíces históricas de la
convergencia cívico-militar”, Izquierdas, Año 3, Nº 6.
Comisión del CC del PC (1948): Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Argentina, Buenos
Aires, Anteo.
Ciria, A. (1985): Partidos y poder en la Argentina moderna, Buenos Aires, Hyspamérica.
Godio, J. (1986): Perón. Regreso, soledad y muerte (1973-1974), Buenos Aires, Hyspamérica.
Real, J. J. (2006): Treinta años de Historia Argentina, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes.

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Rolando Astarita
Buenos Aires, 2011
http://rolandoastarita.wordpress.com/

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