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Resumen:
El Pensamiento Sistémico aportó conceptos que han permitido no solo pensar la vida social en
toda su complejidad, sino también en la construcción de instrumentos para la transformación de
sistemas sociales en sus diferentes escalas. En este escrito describiremos desarrollos
conceptuales que han contribuido a producir prácticas sociales transformativas diferentes de
aquellas que se sostienen en supuestos de “control”, “normalidad”, “adaptación” o “estabilidad”.
Son claves en este recorrido la “Teoría de las Crisis”, las complejidades de los “Procesos
Participativos”, la emergencia de la “Cooperación Relacional” como un punto de bifurcación en
la comprensión de los sistemas sociales y el “Dialogo” como el campo en el que se encarna
este cambio paradigmático.
Abstract:
Systems thinking contributed with concepts that have allowed not only think about the social life
in all its complexity, but also in building tools for the transformation of social systems on
different scales. In this paper we describe conceptual developments that have contributed to
produce transformative social practices different of those which assumptions are held in
"control", "normal", "adaptation" or "stability." They are key in this route as the “Crisis Theory”,
the complexities of “Participatory Processes”, the emergence of “Relational Cooperation” as a
branch point in the understanding of social systems and the “Dialogue” as the field in which this
paradigm shift is embodied.
Introducción
La construcción de experiencias participativas en las que los procesos
de liderazgo; la toma de decisión; la generación de sinergia; la promoción de la
interdependencia y la administración creativa de las diferencias emerjan como
fuente de recursos y riquezas, requiere de presupuestos epistemológicos tanto
como de prácticas coherentes con ellos.
Durante la historia del desarrollo de las ciencias sociales, los
presupuestos que fundaban las prácticas estaban ligados a una visión del
mundo (modernista) que privilegiaba la estabilidad, predictibilidad y el control
como ideal. Se consideraba las perturbaciones como errores, excepciones o
anomalías/anormalidades que debían ser corregidas, lo que impulsaba el
El concepto de Crisis
En la perspectiva de la complejidad de Morin, el concepto de crisis es
considerado un macroconcepto: una red de nociones interrelacionadas que
generan un campo de significación distinto al de un simple concepto.
“Acabamos de recorrer, a partir de la noción de antagonismos, el nivel sistémico, luego
el nivel cibernético (regulación, homeóstasis), luego el nivel neguentrópico
(reorganización permanente, desarrollo de la complejidad) de los fenómenos histórico-
sociales. Y, desde el primer nivel, hay complejidad. ¿Qué quiere decir complejidad?…
significa que las interrelaciones e interacciones llevan en sí un principio de complejidad
teórica y lógica, puesto que es necesario considerar en conjunto organización y
desorganización, complementariedad y antagonismo, en lugar de desligarlas y
oponerlas pura y simplemente. La complejidad, según nuestra concepción, es lo que
nos obliga a asociar nociones que aparentemente deberían excluirse, de forma a la vez
complementaria, concurrente y antagónica.” (Morin, 1976)
2 Existen diferentes modos de consensuar las características y requisitos de una tarea, el más tradicional es el que respeta los territorios
preestablecidos (los médicos se ocupan de la salud, los psi. de la salud mental, los trabajadores sociales de lo social y así siguiendo)
3 tales como las intervenciones colectivas, el abordaje comunitario, la facilitación sistémica, las psicoterapias, etc.,
existentes. Estos "mundos posibles" son potenciales emergencias en los
puntos de inflexión, las bifurcaciones y oscilaciones de los procesos críticos
(Fried Schnitman & Fuks, 1993) y pueden emerger en tanto las “visiones del
mundo” que sustentaban las prácticas sean desarticuladas en el curso del
proceso crítico.
Berger y Luckman (1966) propusieron que un grupo primario íntimo
desarrolla su propia concepción de la realidad como un derivado de las pautas
interaccionales habituales y estos postulados fueron coincidentes con las
investigaciones acerca de la Teoría de la Comunicación del grupo liderado por
Bateson (Watzlawick et al, 1971). Así, los miembros de un sistema social
desarrollan -en su interacción- nociones compartidas sobre “el mundo” que
comparten y en el que habitan, configurando las características de un
verdadero “paradigma”.
Si bien la obra de Thomas Kuhn (1971) focalizaba en las comunidades
científicas y los procesos por los que estas modifican sus visiones dominantes,
la noción de paradigma expandió rápidamente su campo original aplicándose a
la comprensión de comunidades, organizaciones y grupos diversos.
En la acepción de Kuhn, un paradigma es un conjunto de valores y saberes
compartidos colectivamente, usados -implícita o explícitamente- por una
comunidad; equivale a decir que son el conjunto de creencias, valores
reconocidos y técnicas comunes a los miembros de un grupo dado.
Morin retoma y expande esta noción considerando que la naturaleza de
un paradigma es la de promoción/selección de categorías rectoras o conceptos
fundamentales de inteligibilidad, y la consecuente determinación de
operaciones lógicas rectoras. Lo cual significa que el paradigma es
inconsciente, irriga al pensamiento consciente, lo controla y, en ese sentido, es
también supraconsciente (Morin, 1992)
El “paradigma” se manifiesta en los sistemas sociales -tales como
grupos, redes y organizaciones- de maneras diferentes: en primer lugar,
operando como un conjunto de pre-conceptos que encuadran y especifican las
propiedades del mundo perceptual, su comprensión, las conclusiones
aceptables. Estos pre-juicios funcionan como metarreglas: como organizadores
de los metapuntos de vista necesarios para coordinar la diversidad de
creencias y prácticas existentes en una organización. El paradigma se
manifiesta –también- en las pautas de interacción que organizan la vida
cotidiana y, éstas, son quienes dan forma a las relaciones, sincronizan las
actividades de los miembros, las relaciones con el “mundo externo” y el sentido
de continuidad de la organización con su propio pasado.
El concepto de paradigma –así entendido- es un concepto de segundo
orden (Von Foerster, 1982) que da cuenta de los alcances y límites de estas
creencias e interacciones, del sentir y de la identidad de ese colectivo, a las
que mantiene y por las que es a su vez recursivamente mantenido.
A diferencia de las perspectivas tradicionales acerca de los procesos de
construcción de visiones sociales compartidas, esta concepción de paradigma
privilegia la construcción participativa que la organización y cada uno de sus
miembros, hace de lo que será su realidad, sus creencias y sus prácticas.
En este sentido, la construcción de la "realidad colectiva", la práctica social, el
sentir y la identidad común forman parte de un mismo proceso recursivo; una
pluralidad de conexiones que contiene el conocimiento de "la realidad"
distribuido en las tramas inter e intrasubjetiva que tejen la construcción de lo
“común”.
Paradigmas y crisis.
En consonancia con lo que venimos describiendo, las crisis pueden ser
consideradas como el momento de máxima oscilación de un sistema social y,
en esta oscilación, están contenidos los intentos por mantener estables los
procesos y estructuras que han sido significados como constituyentes de la
identidad de ese colectivo. En su complejidad, también está presente el empuje
evolutivo, cargado de esperanzas y amenazas (Morin, 1976), por lo que se
puede describir a las crisis como la anticipación (por parte de un sistema social)
de una bifurcación posible, de un punto de irreversibilidad que irrumpe como
inminente, imprevisible e incontrolable; y, en el cual, por lo menos una de sus
vías conduciría -como posibilidad- a situaciones desconocidas.
En este complejo proceso destructivo/creativo, se desarticulan las
visiones compartidas, se desorganizan los modos previos de construir la
realidad, las premisas básicas y el accionar conjunto, y conducen a la
organización a la forzosa revisión de su "cultura" de referencia: de su marco de
sentido.
El proceso nodal mediante el cual el sistema social transita positivamente una
crisis, es mediante la construcción colaborativa de nuevos focos que
reconfiguren "la realidad" -inicialmente en torno a la crisis misma y luego
expandiéndose a un amplio espectro de su realidad física y social.
El compartir un paradigma da estabilidad y “realidad” a la vida del
sistema social y, cuando la relación entre el paradigma y la práctica del sistema
social es relativamente congruente, sus miembros actúan en forma coordinada,
tienen un sentido de identidad y predictibilidad basado en la coordinación, en el
compartir un metapunto de vista. En este caso, el sistema funciona
implícitamente y en la experiencia de sus miembros hay un predominio de
sentimientos de pertenencia y consenso. Sin embargo, en todo grupo social los
organizadores de creencias y prácticas se modifican, construyéndose o
reconstruyéndose permanentemente en el curso del tiempo.
Un ingrediente fundamental de la capacidad de adaptación humana
consiste precisamente en su posibilidad de transformar prácticas sociales y
paradigmas, por lo cual, la creación de nuevas formas de acción social y
nuevas ideas devienen tan importantes como la –necesaria- habilidad para
conservarlas. No obstante, cuando la congruencia entre el paradigma y las
prácticas sociales del sistema disminuye, también decrece el consenso entre
sus miembros y la habilidad para actuar en forma coordinada, diluyendo el
sentido de identidad; cuando esto sucede el funcionamiento deja de ser
implícito, disminuye la coordinación y los miembros se cuestionan la naturaleza
de sus relaciones, el sentido de la actividad cotidiana, de los rituales y las
creencias que las organizan y comienza a ponerse en cuestión el sentido de
pertenencia. El sistema social gana –así- en posibilidades de generar algo
distinto, nuevas ideas y nuevos patrones, pero pierde en pertenencia, en
estabilidad, en funcionamiento implícito.
En nuestra concepción, el momento crítico es un evento privilegiado del
proceso de transformación, ya que en las bifurcaciones emergen las
posibilidades de construir alternativas a los desafíos que derivan de la vida
social.
4 O que solo es posible “algo” en condiciones “de máxima”, como sería la transformación total de la humanidad, la economía, la conciencia etc.
colonizando a la población con esas miradas que desalientan cualquier intento
de mejorar la vida.
Para que estos cambios de perspectiva puedan impactar en las prácticas
sociales transformadoras, aún es necesario deconstruir otras concepciones de
las ciencias sociales; lo que Kenneth Gergen (1994) llamó el “lenguaje de
déficit”. Los etiquetamientos, categorías diagnósticas, estándares de
normalidad/funcionalidad y variadas clasificaciones de este orden, han
encajado con las necesidades culturales de contar con un poder profesional
con legitimidad suficiente para determinar las “normas de conducta” que
podrían considerarse aceptables o peligrosas.
“Aunque intenten ocupar una posición de neutralidad científica, desde hace
mucho tiempo se reconoció que las especialidades de ayuda se basan en
determinadas suposiciones sobre el bien cultural”… “Las visiones… en cuanto a
lo que es el “funcionamiento sano” están recubiertas de ideales culturales acerca
de la personalidad… y de las ideologías políticas a ellos asociadas”. (Gergen, op,
cit.)
que sustenta una empresa colectiva. Estos instrumentos están alejados de los
“saber-hacer” reflexivo.
sistematizaciones complejas.
5 bajo qué circunstancias funciona mejor y para qué tipo de situaciones y el manejo adecuado de la herramienta en sí misma.
El considerar a las relaciones de poder como una construcción social,
trajo consigo el reconocimiento del papel organizante de los contextos en los
que se juegan las relaciones humanas. Como Erving Goffman (1969) y Gregory
Bateson (1970) desarrollaran, los encuadres/contextos constituyen metaniveles
de los textos/mensajes que aportan las claves de cómo deben ser interpretadas
las interacciones, y permiten comprender como se construyen los códigos de
las mismas. Una consecuencia de estos aportes ha sido la de poner en
evidencia que, atender –solo- a la “ideología” o a las “intenciones” de los
actores sociales, ha sido una forma de restringir el foco solo a lo más visible y
evidente, desconociendo la fuerza de las “teorías en acto” (Schön, D. 1973)
que guían las acciones y que son sostenidas por los contextos en los que se
desarrollan.
Junto a Bruno Latour (1995), un autor clave en la comprensión del papel
de los saberes profesionales y técnicos en las culturas organizacionales, fue
Donald Schön quién comenzó -en los 70’- investigando acerca del impacto de
las incertidumbres y turbulencias de las transformaciones del mundo moderno,
construido alrededor de creencias en la estabilidad, el cambio ordenado y la
constancia que deberían regular a las organizaciones. En esos trabajos puso
en evidencia que las instituciones se sostienen gracias a un “conservadurismo
dinámico” (Schön, 1973) mediante el cual, luchan por permanecer iguales; y
comenzó a estudiar el “universo” técnico/profesional como actor principal de
esos procesos de estabilidad/cambio.
En los 80’, en The Reflective Practitioner (1983), confrontó con la “racionalidad
técnica” como basamento de la construcción del saber profesional, definiéndola
como una epistemología positivista de la práctica. Esta “racionalidad”
encarnaba el fracasado intento del paradigma dominante por resolver el dilema
entre el rigor y la relevancia con la que se confrontan los profesionales en sus
prácticas cotidianas. Las nociones de reflexión-en-acción y de reflexión-en-la-
acción, fueron nodales en los trabajos de Donald Schön y llegaron a ser
conocidas como “pensar con/en nuestros pies”; este tipo de reflexión implica el
proceso de recuperar nuestras experiencias, conectar nuestros sentimientos y
atender a nuestras teorías-en-uso de modo que puedan emerger nuevas
comprensiones que aporten, a nuestros actos, los marcadores de la situación
en las que estas se despliegan.
Desde esta perspectiva, los profesionales y aquellos con quienes co-
operan construyen (co-evolucionan) sistemas relacionales que pueden
organizarse bajo la forma de luchas de poder tanto como encuentros
colaborativos construidos en torno a las metas y significados compartidos o
confluyentes. Lo que parece definir el rumbo de estos encuentros depende
menos de los “ideales” teóricos que de las acciones y prácticas que expresan
las teorías a las que encarnan.
Los valores promovidos por las “corrientes críticas” postmodernas
instalaron, como ideal, una forma de entender la construcción de las relaciones
entre “ayudadores” y “ayudados”, orientada a la des-colonización de los
mismos. Sin embargo, el cambio en estas relaciones no puede ser considerado
a la luz de un ingenuo voluntarismo, una ilusoria neutralidad o una racionalidad
tranquilizadora. Su complejidad ha impulsado la necesidad de considerarlas
como densas negociaciones hermenéuticas que invitan a los profesionales a
(re)posicionarse de manera menos simplificadora.
Este fue un “giro” que, no solo implicó un cambio metodológico o técnico,
sino que cuestionó el lugar del profesional/técnico a quien, a fin de poder
desplegar toda su densa complejidad, fue necesario deconstruir.