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Donald Murray

LOS HÁBITOS DEL ESCRITOR

Los hábitos son los mejores amigos de un escritor, hábito de tomar notas,
hábito de sentarse a escribir cada mañana, etc.

Vivo rodeado de vecinos y amigos que quisieran escribir, que saben


más que yo, que tienen más cosas que decir que las que yo tengo, que
poseen más talento que el mío pero que no tienen hábitos de escritor.

Buscando cómo podría ayudarlos a convertirse en escritores hace


poco me hallé pasando revista a los hábitos que a mí me ayudaron a
publicar. No he nacido con esos hábitos, los he ido adquiriendo a lo largo de
los años y por razones prácticas más que estéticas; al fin y al cabo un niño
necesita zapatos para poder caminar.

Supongo que me gusta ser famoso, pero escribo para ganarme la


vida. A lo largo de los años he ido descubriendo el placer del oficio. Disfruto
las horas que paso a solas en mi escritorio, disfruto cuando me sorprendo
con las palabras que salen de mi computadora. Pero para llegar a este gozo
he tenido que desarrollar ciertos hábitos.

Los siguientes son algunos de ellos, hábitos esenciales en un


narrador.

HÁBITO DE LA CONSCIENCIA

Nunca estoy aburrido porque permanentemente voy observando mi mundo,


revisando desde el rabillo del ojo cada detalle revelador, oyendo lo que no
se dice, metiéndome bajo la piel de los demás.

Desde mi ventana observo el bosque iluminado por el claro de luna y


los árboles que parecen moverse solos; tengo un poema. Oigo lo que
alguien cuenta mientras visita a un enfermo; tengo un artículo. Recuerdo mi
infancia al saborear un plato de puré; tengo un ensayo sobre los alimentos.
Escucho un concierto de Mozart para piano y orquesta que solía oír
mientras me recuperaba de un accidente, y tengo otro artículo.

Algunas de las percepciones de mi vista, mis oídos, mi tacto o mi


olfato pasan a mi libreta, pero son muchas más las que quedan en mi
memoria. Practicando el hábito de mantenerme consciente conservo más
de lo que sé, y me sorprende el inventario de lo que he archivado, cuando
eso aparece en mis páginas.

HÁBITO DE LA REACCIÓN

Me doy cuenta de cómo reacciono frente al mundo, cómo presto atención a


lo inesperado, a lo que pasa y no debería haber pasado, a lo que no es
como debería ser. Soy un estudioso de mi propia vida; empujo mis
sentimientos hasta que inflamen a mis pensamientos.

Esto parece lo normal, pero hay escritores novatos que no le dan su


valor a sus reacciones frente al mundo. Creen que todos piensan o sienten
igual que ellos. Quizá sea así, pero un escritor necesita una inocencia
esencial, o la arrogancia de decir Esta experiencia –esta observación, esta
idea, esta sensación- no existía hasta que yo la escribí. Como escritores,
debemos valorar nuestras propias reacciones frente al mundo.

Observo mis hábitos de escritor, y de allí sale este artículo. Veo a


unos soldados jóvenes preparándose para el combate, y escribo acerca de
la reacción de un veterano que sobrevivió en una batalla. Veo los signos de
un paseo por la casa. Escribo sobre mis recuerdos de la hermana que perdí
cuando tenía veinte años, y descubro después que a mis lectores los
conmueven mis reacciones personales.

He aprendido a valorar mis respuestas frente a las cosas que me


rodean, y a compartir estas reacciones con los lectores. Me he formado el
hábito de responder.

HÁBITO DE ENCONTRAR RELACIONES

Mi esposa piensa que mi más preciado don como escritor es mi hábito de


encontrar relaciones inesperadas. Un escritor es el que ve lo universal en lo
particular, capta en una anécdota toda una vida. Atesora las metáforas.
Como ha dicho el poeta norteamericano Robert Frost: Poesía es metáfora,
decir una cosa y referirse a otra, hablar de algo en términos de algo distinto.
Observo un cuadro, leo lo que el artista dice sobre su creación y lo
relaciono con una técnica esencial para la escritura eficaz, observo las
relaciones entre el modo en que juega un niño y el modo en que un país
provoca una guerra.

Por lo común se me presentan bajo la forma que yo llamo una línea,


más de una palabra pero menos que una oración. Una línea contiene una
tensión esencial que se libera cuando la desarrollo en el texto escrito.
Cuando consigo esos fragmentos de mensaje sé que tengo algo sobre qué
escribir.

HÁBITO DE PROCESAR

La parte más importante de mi trabajo pueden ser las horas que paso lejos
de mi escritorio, veinte horas o más. Cuando me separo de mi escritorio
empiezo a reflexionar sobre lo que voy a escribir mañana. Siempre voy
procesando lo que voy a escribir luego.

Camino calle abajo, y soy Melissa enfrentándose a Ian en una cocina


de New Hampshire. Los veo y los escucho.

Mientras espero el bus juego con la terminología extraña, quizá


irónica, de los negociantes: redimir, crédito, devengados, y me doy cuenta
que estoy elaborando un artículo. Siempre estoy dentro y fuera del mundo,
procesando lo que mañana escribiré.

HÁBITO DE LA DESLEALTAD

Una vez Graham Greene planteó una importante pregunta: La deslealtad,


¿no es una virtud en el escritor, tan grande como la lealtad en el soldado? A
menudo uso esta frase para describir las relaciones del escritor con sus
objetivos, pero recién caigo en cuenta que incluso con uno mismo se
practica la deslealtad.

Tengo que ser desleal con lo que dije antes sobre alguien, para
buscar lo novedoso, para complacerme en contradecirme. Escribir es un
arte experimental, y uno tiene que cargar de experiencias inéditas a los
mismos viejos problemas, escarbar cada vez más a fondo en la persona,
incluso en uno mismo. Tengo que traicionar mis creencias más cómodas, y
mis mitos personales.
En una de mis novelas hay un personaje que cree en cosas
exactamente contrarias a lo que creo cuando no estoy metido dentro de su
pellejo. Capto la amargura que me dio mi hermana cuando se murió tan
chica; es un sentimiento sincero que la mayoría tiene aunque sea por un
momento, cuando ha logrado sobrevivir.

HÁBITO DE HACER BORRONES

Nulla dies sine linea. Ni un día sin una línea…

Cada mañana yo…

Yo hago borradores…

Escribo borradores…

Aquellos que no escriben esperan hasta que lo que quieren decir


esté claro en sus mentes. Note bien que he dicho, los que no escriben; los
escritores siguen el consejo de André Gide:
A veces espero que la oración acabe de formarse en mi mente antes
de sacarla. Mejor es cogerla por el lado que primero muestre, pies o
cabeza, aun si no sabemos qué sigue, pujar, el resto tiene que salir.

Como periodista que soy trato de escribir la primera oración que me venga,
porque esa es la que contiene la voz, el tema, mi punto de vista, la forma, la
semilla a partir de la cual el texto germinará; pero lo hago en borrador,
esbozando el lado que primero muestre, como hice al empezar este párrafo,
hasta dar con algo que pueda seguir.

HÁBITO DE LA SOLTURA

Vivo rodeado de escritores, y me aburren con sus lamentos, sus gruñidos y


quejas sobre cuán difícil es escribir. Y me doy cuenta que soy el primero de
los quejosos. Si realmente me siento mal –me digo- debería conseguir un
oficio más agradable, embalsamador o vendedor quizá.

El hecho es que tengo que escribir, necesito escribir, amo escribir; lo


confieso. En los últimos años me he esforzado por escribir con más soltura.
Analizo las condiciones en las que puedo escribir con mayor fluidez: qué
máquina prefiero usar, la música que me ayuda a concentrarme, los libros
que necesito a la mano para consultas, los amigos a quienes recurro más a
menudo en busca de consejo, o para leerles un borrador.
Empiezo a tiempo, antes de que me ganen los plazos, y cuando la
redacción no fluye la dejo, y regreso una y otra vez, hasta que salga.
Contrariamente a lo que afirman los doctos, que la escritura trabajosa
produce textos más fáciles de leer, en mí la escritura fácil es la que
produce lecturas agradables.

HÁBITO DE RAPIDEZ

Escribo rápido. En un día bueno soy como el chico que pedalea su bicicleta
colina abajo a todo lo que dan sus piernas, hasta que pierde el control. Es
así como quiero escribir, con tal velocidad que digito mal, mi gramática no
funciona, mi ortografía es peor. Quiero escribir sobre cosas que no conozco,
de un modo en que nunca he escrito antes. Necesito ir más rápido que la
censura, tan rápido que mi velocidad produzca esos accidentes en el punto
de vista y en el lenguaje que se encuentran en la mejor escritura.

Escribo rápido, y la velocidad me lleva a sitios a los que no esperaba


ir. Y luego tengo algo sobre qué reescribir.

HÁBITO DE REVISAR

También tengo el hábito de revisar, pero yo no trato de corregir los errores,


sino de descubrir lo más intenso que hay en el borrador y potenciarlo más
aún. Uno de los hábitos que mejor me resultaba en los días de la máquina
de escribir era escribir con ramas, o por sobre las líneas. Dejaba espacios
amplios entre líneas y línea, para ir añadiendo en borrador algo acá y algo
allá.

Tacho. Luego lo copio todo de nuevo y pulo el material para un


artículo, un poema, un relato o lo que sea; pero he conseguido una buena
semilla, un núcleo que después será un texto.

HÁBITO DE CONCLUIR

Antes escribía pero no publicaba.

Entonces conocí a Minie MacEmmerich, una hija de alemanes que


no cree en el despilfarro. Ella mandó a un editor algo que yo había arrugado
y botado a la basura; y se publicó. Aprendí mi lección: hay que terminar. Un
texto no acaba hasta que está publicado.
Hace unos cuarenta años atrás, el poeta Wekeel McBride leyó unos
versos que yo había desestimado, me pidió que los enviase a un editor, y se
publicaron. Ahora tengo el hábito de culminar, entrego mis textos a un
diario, y a otro y a otro, hasta que alguien los publica.

Considere usted estos hábitos, pero desarrolle los suyos propios,


estudie qué pasa cuando logra escribir bien y eso lo llevará a descubrir sus
propios hábitos de escritor.

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