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Í ndice
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pag. 3 Presentación
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pag. 5 I. Teorías
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
María Luisa Femenías

pag. 17 II. Historiografía


Trabajo, cultura y poder: dilemas historiográficos y estudios de géne-
ro en la Argentina
Mirta Zaida Lobato

pag. 46 III. Metodologías


Haciendo Historia con mujeres.
Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de
género
María Fernanda Lorenzo

pag. 60 Algunas reflexiones sobre el lugar de las imágenes en


el ámbito escolar
Laura Malosetti Costa

pag. 69 Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del


relato visual para los historiadores
Mirta Zaida Lobato

pag. 96 Qué hacemos con el cine en el aula


Diana Paladino

pag. 105 Glosario

pag. 108 Notas sobre las autoras

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Presentación
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Historias con mujeres. Mujeres con historia. Teorías, historiografía y metodolo-


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gías está destinado a los docentes. Con estas páginas buscamos poner en discusión
conceptos e ideas sobre las problemáticas de género, sobre los caminos de la produc-
ción del conocimiento histórico en el tema, uniendo cuestiones fundamentales como
trabajo, cultura y poder y sobre los usos de las imágenes tanto en la docencia como
en la investigación.
En Teorías, María Luisa Femenías presenta los debates alrededor de la noción
de “género” y los recorridos seguidos por la teoría feminista a partir de la Ilustración
hasta las discusiones más recientes que cuestionan enfáticamente la distinción basa-
da en el binarismo sexual. En Historiografía, Mirta Zaida Lobato analiza algunas de las
transformaciones que se produjeron en la disciplina Historia en nuestro país a la luz
de los cambios en el campo de los estudios feministas, la historia de las mujeres y los
estudios de género. A partir de una ya vasta producción en diversos institutos y cen-
tros de investigación, muestra cómo los modos de hacer historia fueron amenazados
y desafiados. En Metodologías, el eje articulador de las contribuciones de Lorenzo, Lo-
bato, Malosetti Costa y Paladino son los problemas relacionados con las lecturas de las
imágenes. Todas plantean el desafío de aprender a mirar en un mundo bombardeado
por diferentes tipos de imágenes y, con sus análisis y modos de ver, nos provocan a
revelar las tensiones que las imágenes ocultan o develan, a leer más allá de códigos y
convenciones convirtiendo la práctica del docente y el trabajo de investigación en una
experiencia compleja. Están presentes en todos los textos las claves para un uso po-
co complaciente de las imágenes pues enfatizan temas como su capacidad narrativa,
la falta de transparencia, la importancia del contexto para evitar los anacronismos, la
relevancia de convertirse en un observador/a privilegiado/a con información amplia y
atento/a al mundo cultural, social y político en que circulan.
Las ideas que subyacen en la organización de este CD para los docentes y el
destinado al trabajo en el aula son el producto de las investigaciones y discusiones de
las personas que integran el Archivo Palabras e Imágenes de Mujeres (APIM) del Insti-
tuto Interdisciplinario de Estudios de Género, de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires. Nuestras experiencias en docencia e investigación son

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Presentación

disímiles y nuestra formación, lecturas e intereses también; sin embargo nos une una
idea compartida: es posible mejorar la sociedad en la que vivimos a través de una edu-
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cación no sexista.
Este proyecto fue viable también porque contamos con la colaboración de mu-
chas personas e instituciones. Es imposible mencionarlas a todas y para evitar olvidos
y omisiones preferimos expresar nuestro agradecimiento a todas y todos y a cada una
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de ellas.
Mirta Zaida Lobato, Cecilia Belej, María Damilakou, Ana Laura Martín, María Fer-
nanda Lorenzo, Ana Lía Rey y Lizel Tornay.

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De los E studios de la Mujer
a los debates sobre G énero
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María Luisa Femenías

Cuando las mujeres acuñaron la noción de “género”, categoría central de la teo-


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ría feminista actual, ya habían recorrido un largo camino. Si tuviéramos que hacer una
esquemática presentación de aquello que el siglo XIX denominó “la cuestión femeni-
na”, deberíamos, al menos, trazar tres grandes etapas históricas y conceptuales. La
primera suele recibir el nombre de “protofeminismo” y, al decir de Celia Amorós, se
remonta a las quejas y reclamos de las mujeres en tanto grupo re(ex)cluido por sus
pares varones (Amorós, 1997: 55). Ejemplo paradigmático es La ciudad de las damas
(1405) de Christine de Pizán o las novelas de María de Zayas y Sotomayor (c. 1637),
quien con argumentos neoplatónicos sostuvo que el alma de las mujeres “es la misma
que la de los hombres” y por eso “no hay razón para que ellos sean sabios y presuman
de que nosotras no podemos serlo”. Sin embargo, ninguna de esas mujeres desafió la
sociedad estamental en la que vivió; sólo reclamaron igual trato que sus pares varo-
nes, fueran caballeros, nobles o plebeyos.
El feminismo propiamente dicho nace con la Ilustración, de la que F. Poullain de
la Barre (discípulo de René Descartes) es un antecedente directo. La Ilustración aportó
dos conceptos claves, que permitieron legitimar argumentativamente los derechos de
todas las mujeres: la “igualdad” y el “universalismo”. Ambos derechos fueron instaura-
dos de la mano de la nueva fundamentación política: el Contrato Social. El modelo del
Contrato Social se genera a partir de un conjunto de teorías que se describen, en gene-
ral, como contractualistas, siendo las de Thomas Hobbes, John Locke o Jean-Jacques
Rousseau las más reconocidas. Esto significó que para explicar el origen y fundamen-
to del Estado, los contractualistas recurrieron a la construcción ficcional de un pun-
to de partida pre-político, al que llamaron estado de naturaleza. Thomas Hobbes, por
ejemplo, describió en esta situación a individuos singulares, libres e iguales, aislados,
que en la versión de Rousseau se agrupan en pequeñas sociedades familiares.1 Este
estado de naturaleza tiene una serie de características que lleva a instaurar un Estado
civil a partir de uno o varios “pactos” realizados por individuos, racionales e interesa-
dos en salir de su situación previa. Se afirma así el carácter artificial de la sociedad,
surgida (supuestamente) del consenso universal de individuos iguales: un principio le-

1 Thomas Hobbes, Leviathan; J.J. Rousseau, El Contrato Social. Hay numerosas edi-
ciones en castellano de ambas obras. Cf. también, Lukac, M.L. Perspectivas latinoa-
mericanas sobre Hobbes, Buenos Aires, UCA, 2008. PÁGINA 5
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

gitimador fundamental de la sociedad política. Aunque hay otras nociones políticas nos
ocuparemos solamente de la concepción hobbesiana de Contrato.
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Dado por supuesto el estado de naturaleza, Hobbes señala una serie de seme-
janzas entre todos los seres humanos, en tanto poseen las mismas pasiones y procu-
ran continuamente satisfacer sus deseos, evitando sufrir daños. Por un lado, la bús-
queda de la satisfacción (felicidad) y de la supervivencia los inclina a asegurarse los
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medios para alcanzarlas. Por otro, las diferencias en fuerza o en inteligencia pueden
compensar su fragilidad y su vulnerabilidad. Todos pueden ser igualmente asesinados
o heridos y todos son capaces de asesinar o herir a otros recurriendo a la fuerza, a la
astucia o a distintos tipos de alianzas entre sí. Incluso, todos comparten, hasta cierto
punto, los mismos conocimientos como resultado de la experiencia. Asimismo, todos
podrían decir “mío” respecto de algo para vivir más cómodamente si pueden apro-
piárselo y conservarlo. Ahora bien, de esta igualdad básica de facultades humanas,
Hobbes concluye que “todos” pueden tener las mismas expectativas para satisfacer
sus deseos y conservar sus vidas.2 “Todos” implica tanto a varones como a mujeres en
la medida en que el “universal”, como se sabe, se forma con el masculino del término.
Sin embargo, la politóloga australiana Carole Pateman hizo visible el sub-texto
sexista del modelo contractualista en general y del hobbesiano en particular.3 Mostró
cómo tras la firma hipotética del Pacto o Contrato, la sociedad civil excluye de la “igual-
dad” a las mujeres (también a los pobres, a los extranjeros, a los individuos “de color”)
de los derechos y beneficios que enuncia para “todos”. Entre otros aportes, Pateman
realiza un análisis crítico minucioso de la teoría hobbesiana del Contrato y de sus con-
secuencias en las prácticas políticas de la Modernidad y su influencia. En efecto, en la
posterior sociedad civil descripta también por Hobbes se constata la subordinación de
todas las mujeres respecto de todos los varones en general, lo que obliga -argumen-
ta Pateman- a explicar qué motivaría que ciertos individuos (mujeres) libres e igual-
mente astutos o vulnerables en el estado de naturaleza aceptaran someterse a otros
individuos (varones) de las mismas características.4 El Contrato no explica ni justifica
las profundas desigualdades que se produjeron en la sociedad civil para mujeres, que
resultaron -como bien sabemos- excluidas de los derechos civiles y ciudadanos hasta
por lo menos el primer tercio del siglo XX. La explicación de que voluntariamente ha-
brían intercambiado Contrato por protección, como se ha sostenido repetidamente, no
es en absoluto satisfactoria.

2 M. Spadaro, “Hobbes, el mago: una lectura desde el lugar de las mujeres” Buenos
Aires, Boletín de la Asociación de Estudios Hobbesianos, 22, 2000.
3 C. Pateman, El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1994.
4 C. Pateman, 1994: 67; T. Hobbes, caps 15 y 20; M. Spadaro, 2000.
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De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

Pateman analiza el problema de las relaciones entre varones y mujeres y las


estrategias teóricas adoptadas para legitimar la subordinación de las segundas con-
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cluyendo su insuficiencia. De hecho, el supuesto de igualdad radical entre todos los


seres humanos queda trastocado bajo el supuesto sexista de que sólo se proclamó
la igualdad de todos o de la mayoría de los varones. En el modelo de Rousseau, por
ejemplo, la concepción de la familia en el estado de naturaleza absorbe a las mujeres
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adultas, a los siervos y a los niños, dejando como único individuo adulto libre e igual
al varón “jefe de familia”. Como lo muestra Pateman en su reconstrucción de los mo-
delos contractualistas, la exclusión histórica de las mujeres -con posterioridad al Con-
trato- sólo puede explicarse conjeturando que todas las mujeres y algunos varones
habían sido conquistados y/o sometidos ya en el estado de naturaleza, negándoseles
en consecuencia con antelación la posibilidad de “firmar” el Contrato, donde algunos
varones se habrían auto arrogado su “representación”. Sólo así se justifica su exclu-
sión del Contrato Social y, en el caso de Hobbes, dado que acepta la validez de los
contratos de sumisión, no hay otros elementos teóricos que permitan cuestionar la
exclusión de, al menos, el 50 % de los miembros de la sociedad en términos de su-
misión consentida.
Mary Astell (1666-1731), considerada la primera feminista inglesa, utilizó como
fuente las filosofías de Descartes y de Hobbes. Recogió del primero la idea de que to-
do el mundo es capaz de llegar a la sabiduría, y del segundo, su análisis de los estados
de naturaleza y de civilización. Sobre estas bases se preguntó: “Si todos los hombres
nacen libres ¿cómo es que todas las mujeres nacen esclavas? ¿Cómo puede al mismo
tiempo el Contrato ser garantía de todas las libertades para los varones y de todas las
sumisiones para las mujeres?” 5
Sobre la base de lo que acabamos de señalar y de sus propias experiencias
como “Ciudadanas Revolucionarias”, algunas mujeres vinculadas a la Revolución Fran-
cesa desarrollaron la siguiente paradoja: o bien debían (legítimamente) qua humanas
detentar todos los Derechos que se les negaban, o bien no eran humanas.6 La obvie-
dad del absurdo del segundo término del dilema destruía la dicotomía excluyente en
la que se basaba la paradoja y habilitaba el pedido de inclusión por derecho propio.
Así, denunciaron -con la esperanza de que el gobierno que surgiera de la Revolución

5 M. A. Astell, Serious Proposal to the Ladies Part 1 (1694), Part 2 (1697); Some Re-
flections Upon Marriage (1700). Reeditados en New York-London en 1970 y actual-
mente agotados; citado por Pateman.
6 Sobre los debates Ilustrados respecto de la ciudadanía de las mujeres, cf. A. Puleo

(comp.) La Ilustración Olvidada, Barcelona, Anthropos, 1993; desde otro punto de


mira, cf. también J. Sazbón (comp.) Cuatro Mujeres en la Revolución Francesa, Bue-
nos Aires, Biblos, 2007. PÁGINA 7
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

reconociera como legítimos sus derechos- que estaban excluidas del universal y de la
igualdad; es decir, que carecían de derechos civiles y de ciudadanía y, por tanto, se las
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consideraba menores de edad (Amorós, 1997: 170). Los debates sobre la ciudadanía
de las mujeres de, entre otros, J. Le Rond D’Alembert (a favor) y J. J. Rousseau (en
contra) muestran claramente la efervescencia de las nuevas ideas tanto como la De-
claración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, que Olympes de Gouges no du-
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dó en publicar dado que las mujeres seguían excluidas, aun después de la Declaración
de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Esto le valió la guillotina en 1793. Sea como
fuere, la exclusión de origen de las mujeres continuó siendo invisibilizada y negada
en los debates teóricos sobre la democracia hasta tiempos muy recientes. De ahí las
dificultades de las mujeres para acceder al espacio público-político de la ciudadanía y
de los Derechos. El modelo que dice garantizar universalmente la igualdad a todos los
seres humanos muestra aún con claridad resistencias a su inclusión paritaria.
Paralela a esos debates fue la Vindicación de los Derechos de la Mujer (1790) de
la inglesa Mary Wollstonecraft, directa heredera de Astell y testigo de los convulsiona-
dos acontecimientos del París finisecular. Más adelante, las tantas veces ridiculizadas
Sufragistas llevaron adelante las luchas por el voto, la ciudadanía y los derechos civiles
de las mujeres. Primero, precedidas y apoyadas por socialistas como Charles Fourier
y Flora Tristán, los Comuneros de París, los movimientos estadounidenses nacidos de
la Declaración de Seneca Falls (1848) y, más adelante, respaldadas por el filósofo John
Stuart Mill, quien junto a Harriet Taylor, publicó La emancipación de la mujer (1851) y La
sujeción de la mujer (1869) (de Miguel, 2005: 9). En el contexto nacional, desde el si-
glo XIX, hubo un movimiento significativo del que a lo largo del tiempo formaron parte
Juana Manso, Cecilia Grierson, las hermanas Ernestina y Elvira López, Julieta Lanteri,
María Abella, Alicia Moreau, Elvira Rawson, las anónimas mujeres de La voz de la mu-
jer, Victoria Ocampo, entre muchas otras, acompañadas por algunos varones que mar-
charon junto a ellas. Es decir que los derechos de las mujeres no fueron defendidos
como interés de parte, sino porque su segregación convertía la igualdad y la universali-
dad pregonadas en una impostura. Tanto fue así que el derecho de las mujeres al voto,
como modo de ejercicio de la ciudadanía, vertebró los debates y las luchas de los mo-
vimientos por la igualdad, hasta por lo menos después de la Segunda Guerra Mundial,
época en que la mayoría de los países occidentales concedió el voto a las mujeres. 7
Ahora bien, las clasificaciones más difundidas coinciden en denominar “primera

7Cabe destacar que la República Española, Ecuador y Uruguay concedieron el voto


en la década anterior. PÁGINA 8
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

ola” del feminismo al amplio movimiento de mujeres que se produce en Estados Uni-
dos y ciertos países de Europa a partir de los años 60 del siglo XX, de la mano de la
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liberación sexual. Esta cronología –que responde a la realidad socio-política, histórica


y económica de un conjunto circunscrito de países hegemónicos- ha sido adoptada
en general. Su punto de partida simbólico es el famoso libro de Betty Friedan The Fe-
menin Mystic (1963), a quien se considera fundadora del feminismo liberal (Amorós-
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de Miguel/2, 2005: 15). La “segunda ola” se ubica a comienzos de los 70 y se extien-


de hasta los 80 y su plataforma política fue El segundo sexo de Simone de Beauvoir
(1949). La recepción y difusión de esta obra fue polémica e irregular y necesitó más de
una década para que, aplacados en París los virulentos ataques de sus críticos, las mu-
jeres se pudieran hacer cargo de sus novedades: la intersección sexo-clase, la crítica
al psicoanálisis freudiano, el método progresivo-regresivo, el feminismo como reivindi-
cación existencialista-humanista, la importancia del cuerpo sexuado, el sexo como ex-
periencia vivida, la noción de “situación” (López-Pardina, 1998).8 Beauvoir aunó al uni-
versalismo ilustrado, una fuerte posición marxista, –sin dejar de criticar su sexismo- un
sólido dominio crítico de la filosofía existencialista (Sartre y Merleau-Ponty), lo que la
convirtió en madre simbólica de la segunda ola del feminismo. En Inglaterra, Kate Mi-
llet en Sexual Politics (1969) profundizó su sugerencia de someter la obra de Sigmund
Freud y de las vanguardias literarias al examen crítico del feminismo. En EEUU, Shu-
lamith Firestone en The Dialectic of Sex: A Case for Feminist Revolution (1970) explí-
citamente se reconoció deudora de su obra, en especial de la incorporación crítica de
la noción de “clase” al análisis de la situación socio-política de las mujeres, superando
así los límites del feminismo liberal. En Francia, Christine Delphy, Claude Hennequin y
Emmanuèle de Lesseps comenzaron a publicar las Nouvelles Questions Féministes. A
comienzos de los años 80, un grupo de italianas, entre ellas Paola di Cori, comenzaron
a publicar la revista Memoria.
Pero el mayor impacto de la obra de Beauvoir consistió en la conjunción de un
número incierto de factores que se resolvieron, a partir de finales de los 70, en el con-
cepto de “género” (Nicholson, 1999: 289). Beauvoir denunció el papel preponderante
en que los modos de socialización intervienen en la distinción biológica de “mujeres”
y “varones”. A raíz de ello en Estados Unidos se acuñó la palabra “gender” (género)
para designar lo culturalmente construido sobre la diferencia sexual, subrayándose una
clara oposición entre el “sexo” en tanto dato biológico, dimórfico, natural y el “géne-

8 También, M.L. Femenías, “Simone de Beauvoir: hacer triunfar el reino de la liber-


tad” en Oficios Terrestres 21, Revista de la Facultad de Periodismo y Ciencias de la
Comunicación, Universidad Nacional de La Plata, primer semestre de 2008. PÁGINA 9
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

ro”, entendido como “sexo vivido y socio-culturalmente construido”. Ante la pregunta


“¿Qué es una mujer?” (Beauvoir, 1987: 11), la filósofa francesa responde “La mujer no
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nace, deviene”; y devenir “mujer” –según de Beauvoir- acontece socialmente según


una dialéctica, donde lo masculino se define por los privilegios que alcanza como sexo
que mata y lo femenino como el sexo que da vida (Beauvoir, 1987: 17). Así, de Beau-
voir pone de manifiesto que el poder atraviesa la psicología de los sexos: uno traba
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relaciones de dominio y agresión y el otro, de cuidado y cooperación. A partir de aquí,


se construyó la analogía: “el sexo es al género como la naturaleza a la cultura”, que en
sus comienzos fue extensamente desplegada y sumamente fructífera.
Hasta ese momento, en especial en los países de lenguas romances, “género”
se había referido al femenino o masculino de las palabras y de las cosas, a las clasi-
ficaciones de las obras literarias, a las telas de los tenderos, etc. En otro nivel, remi-
tía a la famosa teoría aristotélica de los géneros y las especies, sistema clasificatorio
que agrupa en clases inclusivas jerarquizadas a los seres vivos o no. La novedad de
de Beauvoir consistió en señalar que para el ser humano lo “natural” también era en
buena medida “cultural”, aplicándose “género” a esto último. Esa noción se extendió a
todo el campo académico hasta sustituir con la denominación “Estudios de Género” el
área de estudios e investigaciones que originariamente se denominaba “Estudios de
la mujer” o “Estudios Feministas” (Santa Cruz, 1994: 337).9 Entonces, por “género”
puede entenderse “la forma de los modos posibles de asignación a seres humanos,
en relaciones duales, familiares o sociales, de propiedades y funciones imaginaria-
mente ligadas al sexo” (Santa Cruz y otros, 1994b: 51).
Más adelante, ya en la década siguiente, en parte debido a las críticas que apun-
taron al modo en que se naturalizaba binariamente a los sexos, se rechazó esta dis-
tinción de sexo-género y comenzó a utilizarse sólo “género”. Esta posición fundamen-
talmente estadounidense considera a los géneros mismos constructos culturales que
instituyen los cuerpos. Es decir, los cuerpos mismos se modifican o “constituyen” por
la acción normativa socio-cultural de estereotipos en uso (Nicholson, 1998: 290). Ahora
bien, adoptar esa categoría implicó poner en primer plano la relacionalidad de los sexo-
géneros y el alto grado de intervención social en juego; supuso también reconocer
a los varones como miembros generizados de la sociedad y romper con el concepto
de tipos “naturales” de femineidad y de masculinidad. Esto derivó en un extenso y,
por momentos, ríspido debate entorno a las nociones de “esencia”, de “naturaleza hu-

9 A partir de aquí, “género” funciona como una herramienta teórica útil para el aná-
lisis conceptual de un conjunto de problemas vinculados, en principio, a la situación
de segregación y discriminación de las mujeres y más adelante, como pivote sobre
el que se desarrollan las teorías de la identidad sexual. PÁGINA 10
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

mana” y de los límites de la biología (Nicholson, 1998: 291). En efecto, las cualidades
esenciales de “La mujer” (incluida la maternidad) y de “El varón” fueron puestas en
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entredicho y, por tanto, sus disposiciones “naturales” en términos de rasgos de ca-


rácter, perfiles psicológicos, maneras y estilos de sensibilidad, capacidad de cuidado
y de agresión, etc. (Femenías, 2000: 193). Se sumaron al debate estudios históricos y
antropológicos que mostraban cómo los géneros adquieren determinación histórica y
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son variables (Nicholson, 1992: 29). Sin embargo, ninguna de esas posiciones rechazó
por completo alguna forma de distinción entre la materialidad biológica de los cuerpos
y lo que las socio-culturas hacen históricamente con ellos. En pocas palabras, se man-
tiene un arco significativo que, en sentido amplio, podemos entender en términos de
derivaciones de la Ilustración. Incluso, se trata de la posición predominante en la Aca-
demia europea.
Sin embargo, hacia mediados de la década del 80 comenzó a desestabilizarse
la categoría de “diferencia sexual” a raíz, por un lado, de las teorías francesas del dis-
curso (H. Cixous, M. Wittig, entre otras) y por otro debido a la revisión postmoderna de
los supuestos de la Modernidad (Postestructuralismo, J. Derrida, J.F. Lyotard, G. De-
leuze, M. Foucault). A ello se sumó una relectura del psicoanálisis freudiano desde el
“giro lingüístico” (J. Lacan, J. Kristeva, L. Irigaray) y la crítica a lo que se denominó “la
institución de la heterosexualidad compulsiva” (M. Wittig, A. Rich). En general, esas
posiciones proclamaron la fractura del universal, del concepto de igualdad con preemi-
nencia de la “diferencia” y la “muerte” del sujeto; es decir, la pérdida de sentido de
los conceptos pilares del pensamiento de la Ilustración. A partir de Foucault, se resig-
nificó la noción de “poder”, excediendo las explicaciones marxistas tradicionales que lo
ligaban jerárquicamente a los aparatos ideológicos del Estado. Conceptualizado como
una red, permeó el lenguaje, la ontología y los procesos de subjetivación. Metodoló-
gicamente, hubo un desplazamiento del análisis a la deconstrucción, en sus diversas
variantes. El resultado fue un renovado interés por el cuerpo y las categorías sexuales,
que hasta entonces se habían aceptado acríticamente como un dato biológico-natural.
Se abrió así un espacio que desafió la estabilidad del binarismo sexual y del concepto
mismo de “naturaleza”.
En 1986, una muy joven Judith Butler publicó Sex and Gender in Beauvoir´s Se-
cond Sex, asumiendo una posición contraria a la distinción sexo-género y tomando los
aportes teóricos de de Beauvoir como polo de confrontación (Femenías, 1998: 10). ¿Se

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De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

trata del inicio de la tercera ola o del Postfeminismo?10 Nos inclinamos por denominar
“postfeminismo” a la reconceptualización de la noción de “género” que llevó a cabo
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Judith Butler (Butler, 1990: 5), como ella misma sugiere, aunque no la haya sostenido
consistentemente. Por un lado, Butler parte de un conjunto de supuestos -a los que
sería demasiado extenso explicitar ahora- gracias a los que anuda de modo original al-
gunas líneas teóricas en torno a la noción de deseo. Por otro, gracias al giro lingüístico
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y a la negación de la dicotomía sexo-género como natural, concluye que nada más allá
del discurso y de sus significados determina el sexo-género. En pocas palabras –para
Butler- “mujer” (también “varón”) funciona como una fuerza de control político-social
que regula y legitima ciertas prácticas y experiencias a la par que deslegitima otras. Se
produce así, compulsivamente, lo que considera una parodia del estereotipo “mujer”
como modelo a alcanzar, cerrando de ese modo las posibilidades del ejercicio realiza-
tivo de “género” y aceptando que los cuerpos tienen un sexo dimórfico como dato
ontobiológico fijo.
En Disputas sobre Género (título original: Gender Trouble: Feminism and the
Subversion of Identity, 1990), sostiene que los debates recientes sobre los significa-
dos de “género” desembocaban una y otra vez en callejones sin salida (Butler, 1990:
vii). Considera necesario desestabilizar conceptos como “mujer” y “varón” para mos-
trar de qué manera la realidad socio-cultural los constriñe discursivamente, producien-
do sus cuerpos en y dentro de las categorías del sexo binario, originario y naturalizado.
Para ella es preciso desarticular esa ilusión indagando cómo ha llegado a configurarse
un sujeto mujer real y cómo es posible desafiarlo. Sobre estos problemas vuelve más
adelante en Cuerpos que importan (Bodies that Matter -1993), Excitable Speech (1993)
y The Psychic life o Power (1997). Define “género” como “un modo de organización
de las normas culturales pasadas y futuras y un modo de situarse uno mismo con res-
pecto de esas normas”; es decir, fundamentalmente como “un estilo activo de vivir el
propio cuerpo en el mundo, como un acto de creación radical” (Butler, 1986: 14). Para
ella, esta radicalidad es posible en la medida en que el género se constituye como un
producto paródico que va más allá de los límites convencionales de las teorías cons-
tructivistas. Asume de ese modo una posición contraria al sentido común y opuesta
a importantes líneas teóricas en desarrollo, que van desde Beauvoir a Fraser, pasando
por Delphy, Irigaray, Amorós o Braidotti.
Para Butler, en cambio, el género es performativo (realizativo) y se produce a

10 Pueden establecerse dos posiciones, por un lado, la de quienes sostienen que


el feminismo es ilustrado, consideran que las corrientes que se han desarrollado a
partir de la defensa de la “diferencia”, del giro lingüístico y de las posiciones anti-ilus-
tradas deben denominarse “postfeministas”. Por el contrario, quienes se atienen a la
secuencia cronológica, prefieren referirse a una Tercera Ola. PÁGINA 12
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

partir del lenguaje como un acto de habla (en tanto significante) que instaura realidad
y delimita la frontera del objeto en tanto lo define como tal. (Butler, 1993: 22-30). De
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ese modo, el cuerpo es una inscripción narrativa, histórica, que soporta todos los mo-
dos institucionalizados de control. Esto es así sobre todo a partir del disciplinamiento
del deseo: desear lo que no se es, desear aquello de lo que se carece (Casale, 2006:
69). Butler critica sin concesiones no sólo la noción de sexo natural (pre-discursivo) si-
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no también la noción de identidad estable. No hay nada, para Butler, más allá o más
acá de la performatividad. Decir es “hacer cosas con palabras”, según la sentencia de
John L. Austin. Por eso, las filosofías del giro lingüístico le permiten sostener que na-
die nace con un sexo-género ya dado, sino que siempre es una performatividad que se
resignifica constante y paródicamente.
De la misma manera rechaza la noción de “sujeto” como supuesto estable y
universal del feminismo. Se trata de un constructo normativo más (Butler, 1990: 37),
y no de un dato ahistórico. El sujeto, para Butler, es sólo condición necesaria aunque
no suficiente para la “agencia”; es el “lugar” en que el discurso nos pone: un lugar de
anclaje desde donde cada quien debe auto-constituirse en “agente” (Femenías, 2003:
118 s.), es decir, en principio activo. Asimismo, Butler critica también la noción de re-
presentación. A su juicio, “representación” funciona como el término operativo de un
proceso que da visibilidad y legitimidad a las “mujeres” como sujeto político (Butler,
1990: 9). y que, al mismo tiempo, impone los requisitos normativos prefijados que
conllevan la “representación”, ocultando o negando quiénes quedan irrepresentadas o
negadas como mujeres. El examen y la crítica de todas esas nociones tienen para But-
ler el objetivo de contribuir a la conformación de una democracia radical, que evite las
exclusiones y los términos “disciplinantes”. En efecto, esos términos involucran cons-
trucciones prescriptivas y prácticas confirmatorias, es decir, aceptación de mandatos
culturales que dan significado a la materialidad (Butler, 1990b: 201). Las relaciones de
poder-discurso fabrican cuerpos, cuya persistencia (sus contornos, sus distinciones y
sus movimientos) constituye materialidad. Deconstruir en todos los órdenes a los su-
jetos y a su materialidad implica deconstruir también la singular relación sexo/género/
deseo y promover la ruptura de cadenas de determinaciones discursivas para que se
resuelvan en cuerpos dinámicos e inconstantes, producto de la fantasía entendida co-
mo libertad. Vemos, entonces, que Butler niega el dimorfismo y la distinción sexo/gé-
nero proponiendo su subversión. Esta posición ha recibido la denominación de “teoría

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De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género

queer.11 Como consecuencia de esta resignificación, el término ha perdido su carga


peyorativa, al punto de designar actualmente un área completa de estudios: los Queer
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Studies. Según Butler, ello obedece a la reapropiación en clave positiva de las condi-
ciones contextuales y de los performativos implicados, ejercitándose nuevas cadenas
de significados y de campos semánticos y rompiendo con aquellas a las que origina-
riamente el término estaba atado (Butler, 1993: 223). Como conclusión, el género se
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constituye en un producto paródico e inestable; es decir, en un término no normativo.


Muchas teóricas rechazan teorías como las de Butler (seguida y radicalizada
por Beatriz Preciado) sobre bases político-estratégicas e históricas. Por ejemplo, tan-
to Nancy Fraser (1997) como Rosi Braidotti (2000), desde posiciones teóricas diver-
sas, consideran que perder la distinción del binarismo sexual contraviene la actitud
del “sentido común” y los modos en que la mayoría de las sociedades están organi-
zadas, incluyendo sus sistemas legales y de opresión. El feminismo multicultural, si
bien recoge buena parte de las críticas de Butler a nociones como la de “sujeto” o
“representación”, también advierte que conviene mantener la denominación tradicio-
nal “varón”/”mujer” en tanto ésta es comprensiva y abarcativa, aunque se sepa que
no constituye posiciones “naturales” o “esenciales” sino en buena parte políticas. In-
cluso, el atravesamiento con la variable de “etnia” ha dado nuevas complejidades a la
distinción varón/mujer, poniendo de manifiesto solidaridades y alianzas étnicas que
exceden los canales del colectivo “mujer” (Femenías, 2007), lo que favorece el análi-
sis desde una pluralidad de dimensiones que, si bien no agotan, enriquecen de modo
relevante el tratamiento de estos temas.

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11Todavía en el Oxford Dictionary puede leerse que “queer” significa “raro, degra-
dado, insólito, extraño”. Coloquialmente se aplicaba a personas de sexualidad no nor-
malizada. PÁGINA 14
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
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