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Rigoberta Menchú
Su infancia y su juventud estuvieron marcadas por la pobreza, la discriminación
racial y la violenta represión con la que las clases dominantes guatemaltecas
trataban de contener las aspiraciones de justicia social del campesinado. Bajo el
gobierno militar de Fernando Romeo Lucas García (1978-1982), varios miembros
de su familia fueron torturados y asesinados por los militares o por la policía
paralela de los «escuadrones de la muerte».
Uno de sus hermanos, con sólo dieciséis años, fue víctima de los terratenientes
que empleaban escuadrones a sueldo para arrebatar las tierras a los indígenas; su
padre, Vicente Menchú, murió con un grupo de treinta y ocho campesinos que se
encerraron en la embajada de España en un acto de protesta, cuando la policía
incendió el local quemando vivos a los que estaban en su interior (1980). Pocos
meses después, su madre fue secuestrada, torturada y asesinada por grupos
paramilitares.
Mientras dos de sus hermanas optaban por unirse a la guerrilla, Rigoberta Menchú
inició una campaña pacífica de denuncia del régimen guatemalteco y de la
sistemática violación de los derechos humanos de que eran objeto los campesinos
indígenas, sin otra ideología que el cristianismo de matices revolucionarios de la
«teología de la liberación»; ella misma personificaba el sufrimiento de su pueblo
con notable dignidad e inteligencia, añadiéndole la dimensión de denunciar la
situación de la mujer indígena en Hispanoamérica.
Para escapar a la represión se exilió en México, donde en 1983 se publicó su
autobiografía, titulada Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia.
La activista relató en este libro su historia personal y la de su comunidad indígena
a la antropóloga Elizabeth Burgos; además de aspectos reveladores acerca de las
costumbres y tradiciones practicadas por los quichés, la obra incluye sus
reflexiones sobre proceso de transculturación al que han estado sometidos los
pueblos indígenas, dejando ver entre líneas su propio proceso de toma de
conciencia.
Rigoberta Menchú
Rigoberta Menchú
recorrió el mundo con su
mensaje y consiguió ser
escuchada en las
Naciones Unidas. En
1988 regresó a
Guatemala, protegida
por su prestigio
internacional, para
continuar denunciando
las injusticias, pero fue
detenida en el mismo
aeropuerto y obligada a
abandonar el país.
Regresó nuevamente en
1991 para asistir a un
congreso que reunió
diversas comunidades
indígenas de América.
Con el respaldo de Desmond Tutu, Adolfo Pérez Esquivel y otras personalidades
que apoyaron su candidatura, la labor de Rigoberta Menchú fue reconocida con el
premio Nobel de la Paz en 1992, coincidiendo con los actos oficiales del quinto
centenario del descubrimiento de América, celebraciones a las que Rigoberta se
había opuesto por ignorar las dimensiones trágicas que aquel hecho tuvo para los
indios americanos. Sólo un guatemalteco, el escritor Miguel Ángel Asturias, había
recibido el galardón de la academia sueca con anterioridad. Con la dotación
económica del premio, Rigoberta Menchú abrió, primero en México y luego en
Guatemala, la fundación que lleva su nombre.
Su posición le permitió actuar como mediadora en el proceso de paz entre el
Gobierno y la guerrilla iniciado en los años siguientes, que culminó en el año 1996
con la firma de los acuerdos de paz. A partir de entonces, después de la
desmovilización del Ejército y de la guerrilla, trabajó activamente en la
reincorporación de los exiliados de la guerra a sus lugares de origen. En 1998
publicó La nieta de los mayas, libro que ayuda a comprender la idiosincrasia
indígena guatemalteca; ese mismo año fue galardonada con el premio Príncipe de
Asturias.