You are on page 1of 2

¿ESTAMOS SANOS?

Nada es niás común que la idea de que las gentes que viven en el mundo occidental del siglo xx
están eminentemente cuerdas. Aun el hecho de que gran número de individuos de nuestro n1edio
sufra formas más o menos graves de enferrnedades mentales sus cita muy pocas dudas en cuanto
al nivel general de nuestra salud mental. Estamos seguros de que practicando mejo res métodos
de higiene mental 1nejora remos más aún el estado de nuestra sa lud mental, y en lo que se
refiere a las perturbaciones mentales que sufren algunos individuos las considera1nos
estrictamente como accidentes individuales, quizás un poco extrañados de que ocurran tantos
accidentes de esos en una cultura que se reputa por tan equilibrada.
.
En esas manifestaciones de destructividad y de recelo para
noide, no procedem os, a pesar de todo, de manera diferente a como procedió la parte civilizada
de la humanidad en Jos últimos tres mil años de historia. Según Víctor Cherbuliez, desde 1500
a. c. hasta 1860 d. c. se han firmado no menos de un os ocho mil tratados de paz, de cada uno de
los cuales se esperaba que garan tizaría la paz perpetua, aunque, uno con otro, no duró más de
dos años cada uno de ellos.1
,
Más del 90 % de nuestra población sabe leer y escribir. Te
nemos radio, televisión, cine, un periódico diario para todo el
mundo; pero en lugar de damos la mejor literatura y la mejor música del pasado y del presente,
esos medios de comunicación, complementados con anuncios, llenan las cabezas de las gentes de
la hojarasca más barata, que carece de realidad en tod os Jos

¿F.STAMOS SANOS? 13
sentidos, y con fantasías sádicas a las que ninguna persona semi culta debiera prestar ni un
momento de atención. Y mien tras se envenenan así los espíritus de todos, jóvenes y viejos,
ejercemos una feliz vigilancia para que no suceda ningu na "inmoralidad"
en la pantalla. Cualqu iera indicación de que el gobierno debiera financiar la producción de
películas y de programas de radio que ilustrasen y cultivasen el espíritu de nuestras gentes
provocaría también gran indignación y acusaciones en nombre de la libertad y del idealisn10.
Hemos reducido la jornada media de trabajo a la mitad, aproxi madamente, de lo que era hace
unos cien años. Hoy tenemos n1ás tiempo libre del que ni siquiera se atrevieron a soñar nuestros
abuelos. ¿Y qué ha ucedido? No sabemos cómo emplear el tiem po libre que hem os ganado,
intentamos n1atarlo de cualquier mod o
y nos sentin1os felices cuando ya ha tern1inado un día más.
' Pero muchos psiquiatras y psicólogos se resisten a sostener la idea de que la sociedad en su
conjunto pueda carecer de equi
librio n1ental, y afirn1an que el problen1a de la salud mental de. una sociedad no es sino el de los
individuos "inadaptados", pero no el de una posible ina<.iaptación de la cultura misma. Este libro
trata de este últi1no problema; no de la patología individual, sino de la patología dela normalidad ,
y especialmente de la patolo gía de la sociedad occidental contemporánea. · Pero antes de entrar
en el intrincado estudio del concepto de patología social, examinem os algunos datos, reveladores
y sugestivos por sí mismos, relativos a la proporción de casos de patología individual en la cultura
de Occidente.
frecuencia de las perturbaciones mentales 1nás graves. Si el 17.7 % de todas las incapacidades
para el servicio militar se debió, en la úkima guerra, a enfermedad es n1entalcs, este hecho ind ica
con toda seguridad un gran número de perturbaciones menta les, aun que no tengan1os cifras
comparativas relativas al pasa do o a otros pai•ses.
Los móviles del homicidio probablemente son menos expre sivos de causas patológicas que los del
suicidio. No obstante, aunque países que tienen un elevado índice de homicid ios muestran un
índice bajo de suicidios, ambos índices con1binados nos llevan a una conclusión intere-sante. Si
clasificamos el homicidio y el suicidio como "actos destructores'', nuestros cuadros de muestran
que su índice combinado no es constante, sino que fluctúa entre Jos extremos de 35 .76 y 4.24.
Esto contradice la suposición de Freud sobre la consta ncia relativa de las tendencias destructoras,
que sirve de base a su teoría del insti nto de muerte; y contradice el supuesto de que las
tendencias destructoras
tienen un índice invariable y que difieren sólo en su dirección hacia el individuo mismo o hacia el
mundo exterior
Hecho de que coincidan en general las cifras de suicidios y de alcoholismo parece mostrar con
claridad que nos hallamos ante síntomas de desequilibrio mental.
¿Es posible que la vida de prosperidad que lleva la clase me dia, si bien satisface nuestras
necesidades materiales, nos deje una sensación de profundo tedio, y que el suicidio y el
alcoholismo sean medios patológicos de escapar a ese tedio? ¿Es posible que esas cifras
constituyan una radical ilustración de la verdad de aquel aserto según el cual "no sólo de pan vive
el hombre", y que revelen que la civilización moderna no satisface algunas ne cesidades profundas
del individuo humano? Y, si es así, ¿cuáles son estas necesidades'

You might also like