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EJERCICIOS ESPIRITUALES

LOS EJERCICIOS
DE S A N I G N A C I O
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p o GUILLERMO UBILLOS. S» J.

EL M EN SAJERO DEL CO RA ZO N DE JE S U S
A partad o 7 3 .— B I L B A O
IM P R IM I P O T E S T :
R u f u s M k n d i z a b a l , S .J .
Praep, Prov. Cast.

N ÍH IL O B S T A T :
R f.MIG US VlLARIÑO, S . j .

1M P R IM A T U R :
MATTH/KUS, Epi.se. Victo nen.sis.
15 Agosto 1934

GRAFICAS FIDES - Paseo d¿ Coión, 4 ,'bajos - S A N SEBASTIAN


Ocho días de ejercicios espirituales: He aquí una obra fácil de em­
prender,pero difícil en el resultado. E l áureo libro de los ejercicios, en
su suma concisión, abre horizontes, descubre perspectivas, entraña inicia­
tivas y amplificaciones. N ada hay más maleable que el oro. y oro acriso­
lado es el libro de los ejercicios igpacianos.
Pero si la exposición de los ejercicios es fácil, s u ' resultado es dificul­
toso. Suárez, La Palma, Roothaan, A quaviva, segaron con diamantino dalle
la mies ig na el ana. y en pos de tan eminentes excrciólogos, cientos y miles
cíe comentaristas y expositores espigaron el campo de los ejercicios. En
tan trillada tierra e.s imposible recoger flores precoces, ni cosechar tem­
pranos frutos. Y por eso los modernos expositores, protestando ignaciana
fidelidad, nó pocas veces digresionan en su-s escritos para imprimir a 3a
obra algún sello de personalismo y novedad. No hemos incurrido en esta
contradicción, exponemos literalmente el autógrafo ignaciano; ésta es nues­
tra divisa y juntamente nuestra gloria. Los ejercitantes, en su máxima
parte con la bendición de los Papas y 3a experiencia de los Santos, reclaman
fielmente iosejercicios de San Ignacio, gustan de la lectura misma de su
texto, confían en su intrínseca eficacia; por otra parte, el texto original,
en su suma brevedad, pide comentarios e interpretación. Y no se condi­
mentan hoy los alimentos com o’ en el siglo diez y seis; ni se cortan las
prendas en nuestros días como en los tiempos medios. Es. menester gustar
a nuestro paladar y vestir a nuestro talle. Y si ésto es así en general,
mucho más, en las presentes circunstancias. El actual incremento de los
ejercicios es sumo. Por todas partes se exigen casas de ejercicios, los
prelados los imponen a los' sacerdotes, los institutos los prescriben en sus
reglas, los colegios, los seminarios, las congregaciones los frecuentan todos
los años; eso sin contar con que los triduos y los retiros y los novenarios
se acomodan muchas veces, por disposición de la Iglesia, según la manera
de los ejercicios. Esta nativa brevedad del texto ignaciano junto con su
extraordinaria difusión, reclama vulgarizadores, y ésto nos ha inducido a
publicar nuestro comentario. Y después de repetir todos los años los ejer­
cicios por cerca de medio siglo, y de escucharlos de los labios más auto­
rizados, y de exponerlos personalmente muchas veces, y de practicarlos dos
meses con todo rigor, según las normas de la Com pañía; en las más difí­
ciles circunstancias, prófugo de nuestro amado instituto, despojado de
nuestra, selecta biblioteca, errante de una a otra parte, cargado con la
furtiva maleta atestada de pesados libros, al fin he dado término a nuestra
obra, hospedado de limosna con toda la ubérrima abundancia de la caridad
(.

EJERCICIOS DE SAN IGNACIO

cristiana, en una devota casa de ejercicios. T ai es la historia, tales las


vicisitudes de nuestro tra b a jo : que sea para . la gloria de Dios, que es (
nuestro único intento y la divisa de los ejercicios.
Y si alguno de los lectores al cotejar la amplitud de nuestra obra \
con la brevedad del texto original le ocurriese oponerme aquella sentencia /
ignaciana: “ que no el mucho saber harta el ánima más el sentir y gustar
internamente” , yo le contestaría que el interno gusto y sentido es la perla (
preciosa del Evangelio, y que la perla preciosa no se logra al primer escar­
ceo, sino que es menester subir y bajar, y bogar y bracear, y amontonar (
rimeros innúmeros de vacías conchas para alcanzarla. Y esto pido para mi
pobre libro, que ie sirva de vacía concha para el hallazgo de la. preciada v
perla. /
Y porque es boga secular de los publicistas dedicar sus producciones, -
también yo quiero dedicarla. No pocos beneméritos escritores encabezan sus (
escritos con esta piadosa dedicatoria: A mi M adre. Y o quisiera tener vasto
saber y ático estilo; quisiera escribir innúmeros escritos y publlicar m entí- (
simas producciones para encabezarlas todas ellas con la misma sentida dedi­
catoria en oro y diamantes esculpida: A mi Madre. A la Virgen .pura, a la (
Reina de los ángeles, a la Debeladora de Satán. M il arneses penden a sus y
plantas, armaduras de los campeones esforzados; a sus plantas suspendió el v
soldado invicto de Pamplona la ingente máquina de los espirituales ejercí-
eios; a sus benditas plantas deposito también yo mi humilde comentario.
Que la Virgen Purísima lo bendiga desde el cielo. (

Tíldela (Navarra), Casa de Ejercicios de Cristo Rey.


6 de Enero de 1933.
(

N o t a d e LOá E d i t o r e s : Las citas en negrita son todas originales de (


N. Santo Padre, Ignacio de L oyola, y están tomadas principalmente de!
“ Libro de los Ejercicios” y del “ Sumario de las Constituciones” de la Com- í
pañía de Jesús, conservando las primeras la .misma ortografía del original ,
de S. Ignacio, v

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PRIMERA SEMANA

Día primero

P R IN C IPIO Y ' FUNDAMENTO


El hombre es criado para alabar, hazer reuerencía y seruir a
Dios nuestro Señor y m ediante esto salbar su ánima; y las
otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre,
y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es
criado. De donde se sigue que el hombre tanto a de vsar delías
quanto le ayudan para su fin y tanto deue quitarse dellas quanto
para ello le impiden. Por lo qual es menester hazernos indife­
rentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a
la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido; en
tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que
enfermedad, riqueza que pobreza, honor que dessonor, vida larga
que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando
y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos cria­
dos (1).

P r in c ip io y fu n d a m e n t o : E s decir, verdad prim era:que se


presupone por la razón y la fe y que no se demuestra si no es
por los absurdos de su negación, como se demuestran en las
ciencias los primeros principios.
V erd ad u n iv e r sa l que engendra y comprende toda la as­
cética ignacíana, como engendra y comprende la semilla toda
la planta.
V er d a d in co n cu sa que sostiene todo el edificio de los e je r­
cicios, como sostiene el cimiento toda la fábrica.

(i) A ducirem os siempre el tex to a u tó g ra fo . M onumenta histórica


S . j . M onum enta ignatiana. Series secunda.
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¿ EJERCTCrÓS Di: SAN ÍCISfACIO.— DÍA PRIMERO C

Sin este primer principio la moral Yarece ele iniciación; sin (


este fundamento último las leyes carecen de cumplimiento. ^
Y aunque San Ignacio expuso esta consideración en católico
y para católicos (i), es el principio y fundamento de tal natu- (■
raleza que aprovecha a católicos y acatólicos y todos reportan (
de su meditación esfuerzo y aprovechamiento (2),
Y como en los principios no hay que buscar amenidad ni en
los fundamentos ornato y ga’anura, San Ignacio, siempre sen- (
cilio y llano, expone este ejercicio con singular llaneza en forma f
de consideración; pero esto no excluye q u e'se exponga este v;
ejercicio por modo de meditación con tal que predomine el C
elemento intelectivo, que si siempre ocupa preeminente lugar (
en el sistema ignaciano, muyho más en esta primera considera-
ción, principio y fundamento de todos los ejercicios (3). v
San Ignacio ni divide ni asigna tiempo a este ejercicio; nos- (
otros -lo dividiremos obviamente en tres partes y le asignaremos /
la duración de todo el primer día.

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Heditqc86n primera (

p rin c ip io t - fu n d a m en to '(

(
El hombre es criado para alabar, hazer reuerencia y seruir a
Bios nuestro Señor y mediante esto salbar su ánima, (

ORACION.— La oración preparatoria es pedir graeia a Bios (


nuestro Señor, para que todas mis intenciones, actiones y ope­
raciones sean puram ente ordenadas en seruiclo y alabanza de (
su diuina m ales tad. ^

E 1 primer preámbulo es composición viendo el lugar. Será ^


aquí ver a Dios como un océano infinito del cual proceden todos
los ríos, o sean las criaturas, y al cual todas ellas vuelven a (
parar (4 ).1. (
E l segundo preámbulo, demandar del Señor lumbre y gracia i

‘( 0 Cf. Denis. Tom. i,° pág, 113-14-15. Revista Manresa. P.Rober. (


Tom. í. página 321. ,
(2) C f . P on levoy, pág. 46. (.
(3) Rooth. 25 explanat. M ercier, pág. 34. /■
(4 )' P . Lapuente. P . 1,* M ed. i . a ^
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PRINCIPIO ■
Y X'Íí NDAKEN'TÜ

para conocer mi fin. (£De-us meus, ilhm ina tenebras meas”


(Ps. 17). “ Notum fac mihi Domine fi-nem- meum” (1).

P U N T O P R IM E R O

“ EL HOMBRE ES C R IA D O ”

A l decir de la Escritura, el hombre es un peregrino que


camina sobre la tierra (2). L o primero que ocurre determinar
a un caminante es el punto de su partida y el término de su
viaje. ¿ Y cuál es el punto de mi partida? Retrocedo veinte,
treinta, cuarenta años, y los yegistros no. acreditan mi nombre,
la historia 110 refiere mis hechos, la memoria no evoca mis re­
cuerdos; palpo tan sólo por todas partes la inconsciencia y el
vacío. ¿D e dónde vengo? ¿D e mí mismo? Si no era. ¿D e dónde
vengo? ¿Del acaso? Si no existe, ¿D e dónde vengo? ¿D e mis
padres?. Si no son capaces de añadir un solo cabello a mi
cabeza. ¿D e dónde vengo...? Oyelo bien. San Ignacio te res­
ponde sin vacilar: de la nada: “ E/ hombre es criado” . Formó
Dios el hombre del barro de la tierra e inspiró en su fas ■ el
espíritu de vida y fué hecho el hombre en ánima viviente (3).
Y lo que hizo Dios al comienzo lo hace constantemente y lo
ha hecho también contigo. Formó tu cuerpo en el materno
claustro, inspiró en tu íaz el espíritu de vida y fuiste hecho
hombre en ánima viviente. Tu cuerpo lo formó del barro, fu
alma la creó de la nada (4). Y a conoces el punto de tu partida,
iNada eras, nada eres, nada has de ser.
Nada eras: nada en el cuerpo' y nada en el alma, nada'en
lo físico y nada en lo moral, nada en el arte y nada en la ciencia;
nada. Menos que el polvo que se disipa en el aire, menos que
el humo que se desvanece en el viento, menos que el insectillo
que se pierde en el espacio. Nada eras, nada tenías, nada
podías. Fué menester todo el poder de Dios para actuar tu
absoluta impotencia; fué necesaria toda la omnipotencia divina

(1) P s. 38. R ooth. íoc cit.


(Y) 1 P a r. 29-15. J Pet, 2-11.
(3) Gen., I I , 7.
(4) A n im ara... e x nihilo creatam ... credo et p red ico . Sym bol um fidei
Leonis I X propositara P e tro episcopo.
JO EJERCICIOS'.DÉ SAN IGNACIO.— DÍA PRÍMEÍí S

para salvar el infinito abismo de tu nada. Nada eras, nada tenías,


nada podías; piénsalo bien. Conócete a ti mismo, palpa tu pe-
queñez, ahonda en el abismo de tu nada. Este es el fundamento,
el principio de toda santidad.
Nada eres: “ E l hombre es criadoL L a creación es la pro­
ducción de todo el sér ( i ) .'¿ E s tuyo, acaso, el vestido que te
prestan? ¿E s tuya, acaso, la casa que te alquilan? ¿ Y qué tienes
que no hayas recibidof (2). ¿Tienes ciencia? Es de Dios. ¿ T ie ­
nes salud? Es de Dios. ¿Tienes hermosura? E s de Dios. ¿ T ie ­
nes soberbia? Eso es tuyo. Gloríate más bien con tu nada, para
que habite en ti la virtud del Señor.
Eras nada, eres nada y has de ser nada. L a salud que tanto
cuidas se quebrará. L a riqüeza que tanto codicias se pudrirá.
La hermosura que tanto idolatras se afeará. Engaños, encantos,
ilusiones; tu misma ánima te dejará en la muerte. “ Pulvis es
et in pulverem reveri erisL T al es la condición de nuestra nada..
E l hombre es criado. Eras nada, eres nada y has de ser nada.
Ahondemos más en nuestra nada. “ E l hombre es criad o .f>
L a creación es la producción del mismo sér, del primer .sér, de
todo el sér; sin ningún ser presupuesto: de la pitra nada (3).
L a creación es acción exclusiva de Dios, como los genios tienen
producciones que sólo ellos saben producir, así y mucho más
el Creador se reserva una producción exclusiva a que la cria­
tura, en opinión de los teólogos, ni instrumentalmente puede
concu rrir; tal es la acción creadora (4).
De esta doctrina de la creación se deduce eí absoluto domi­
nio del Creador y la omnímoda dependencia de la criatura.
Dios me dió el sér ; por consiguiente, soy esencialmente de
Dios.
Dios me dió el primer s é r ; por consiguiente, soy primera­
mente de Dios.
Dios me dió todo el sér; .por consiguiente, soy totalmente
de Dios.

(1) P ro d u ctío totius entis, S to . T o m ás.


(2) I C o r., 4-7.
(3) C f . U rrab u ru , I I I . C osm oí N . 63.
(4) C f . U rrabu ru , T * 3, pág. 793. B e ra za de D eo creante, pág. 85.
H u arte id., pág. 48.
PRINCIPIO Y FUNDAMENTO II

Dios sólo me da el s é r ; por consiguiente, soy solamente de


Dios.
Dios me da cada momento el s é r ; por consiguiente, soy
incesantemente de Dios.
Dios me da siempre el s é r ; por consiguiente, soy eternamente
de Dios.
Dios es mi dueño esencial, primero, único, universal, eterno;
yo soy su siervo omnímodo, exclusivo, incondicional, absoluto,
perpetuo.
¡ Señor, que me conozca a mi y que te conozca a T i ! ¡ Que
conozca mi pequenez y que reconozca tu grandeza! ¡Q ue me
hunda en el abismo de mí nada y que magnifique la grandeza
de tu misericordia! He aquí el fundamento y principio de toda
santidad. “ Noverim me et neperim te, NoHtm fac mihi Domine
finem ineuni.”

P U N T O SEGU N D O
“ FAJELA A LAB AR , HAZER REU ER EN CIA ¥ SER U IR
A D IO S N U ESTRO SE Ñ O R "

“ E l h o m b re es c r i a d o ” ,— Y a conocemos el principio, el
punto de partida. ¿ Y cuál es el fin, el término de nuestro viaje?
¿E s, por ventura, la vanidad que hincha, el placer que huye,
el interés que mata, la criatura que muere? N o ; el fin del
hombre es más noble, es el mismo Dios. “ Y o soy — dice el
Señor— el alfa y la o mega, el primero y el novísimo, el prin­
cipio y el f i n ” (i).
Este principio se deduce obviamente del principio anterior:
si Dios es el Señor y el hombre el siervo, el siervo es todo
para el Señor.
Si Dios es el Señor esencial, prirqero, único, universal,
eterno, y el hombre el siervo omnímodo, incondiciona1, excito
sivo, absoluto, perpetuo, por consiguiente, el hombre es per­
petua, absoluta, exclusiva, omnímoda e incondicionalmente para
D ios; así lo enseña la fe. “ Universa propter semetipsnm ope-
ratus est D om inus” (2). A sí lo confirma la experiencia. “ Fe-

(1) A p o c., i~8, 2 0 6 , 22-13.


( i) P ro v ., 16-14.
12 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

cisli nos Domine ad te et inquietum est c.of nostrum donec


requiescat in t e A sí lo predice toda la creación que se asemeja
en su infinito número y variedad a un arpa gigantesca, silen­
ciosa y muda, que espera el ingente plectro del artista soberano
para entonar un himno gigante al Creador.
Esta doctrina ignaciana la expone la filo so fía . de esta ma­
nera :
Dios, intrínsecamente gloriosísimo, creó las criaturas todas
para la manifestación extrínseca de su gloria. Las criaturas,
inconscientes, incapaces de conocimiento y amor, manifiestan la
gloria de Dios objetivamente, mediante el hombre, fin próximo
de su creación; el hombre, fin y remate de las criaturas, mani­
fiesta la gloría del Señor, no tan sólo objetiva y mediatamente
por su misma naturaleza y perfección, como las criaturas, sino
subjetiva y formalmente por sus actos intrínsecos del divino
conocimiento y amor, fin inmediato de la creación del hombre
sobre la tierra.
Esta glorificación divina, fin próxim o del hombre sobre la
tierra, tiene que ser total, de todo el hombre; del alma y del
cuerpo, interior y exterior, de pensamiento, palabra y obra.
Este triple y total homenaje lo comprende San Ignacio con
aquellas palabras: Hri hombre es criado para alabar, hacer
reverencia y servir a Dios nuestro S eñor” .
A l a b a r es decir bien. Se dice bien del bienhechor y el sumo
bienhechor es acreedor a la suma alabanza (i).
H a c e r r e v e r e n c ia es rendir respeto y acatam iento; se
acata y respeta al soberano, y el suprem o soberano es acreedor
a la suprema reverencia, esto es, a la adoración y culto, inte­
rior, exterior, privado y público.
S e r v ir es obedecer. Se obedece al dueño, y al dueño abso­
luto y universal es debida absoluta y om ním oda obediencia.
Se alaba con los labios, se reverencia de corazón, se sirve
con las obras.
Alabar es fácil, reverenciar no es costoso, servir tiene gran
dificultad. L a servidumbre del Señor comprende la observancia

( i) A la b a r en sentido m ás gen eral, sign ifica glo rifica r, y en este


sentido es un concepto gen érico, que com prende la alabanza y servicio.
C f . P u ig g ro s. R v , M artresa, enero 1927.
PRINCIPIO Y FUNDAMENTO *3

de los mandamientos comunes, la fidelidad en las obligaciones


particulares, la rectitud en la elección de estado, la reforma
total de nuestra vida; y la más perfecta servidumbre no se
contenta sólo con ésto, sino que procura que las demás cria­
turas sirvan también al Señor y aspira con todas sus fuerzas
a difundir por toda la tierra la mayor gloria de Dios. Esta
omnímoda y perfecta servidumbre repugna al humano albe­
drío, inconstante por naturaleza, débil en la tentación, mal in­
clinado desde su primera caída; pero este triple y total home­
naje es ju stísim o: al sumo bienhechor, suma alabanza; al su­
premo soberano, suprema reverencia; al dueño absoluto, omní­
moda servidumbre.
Este triple y total homenaje, aunque parezca paradoja,
es enseñorear al hombre. Servir a Dios es emular a los ángeles*
Servir a Dios es imitar al Salvador. Servir a Dios es reinar
eternamente.
Este triple y total homenaje, aunque parezca paradoja,
es facilísimo con la gracia del Señor. Quiere y observarás los
mandamientos, quiere y cumplirás la voluntad divina, quiere y
alabarás y reverenciarás y servirás a Dios nuestro Señor, quiere
y obtendrás tufin. T u destino lo ha puesto Dios en tus manos.
Ninguna cosa,ni el esfuerzo todo, te apartará de Dios como
tú no lo quieras. Dios reclama tu voluntad, que la ha hecho
toda tuya. “ Nada hay tan fácil a tu voluntad como tu voluntad
m isma.” Si quieres ser amigo de Dios, cuenta que ya eres su
amigo (i).
Este triple y total homenaje de la criatura al Creador es
ventajosísim o; nos obtiene en la vida el cielo de la tierra, que
es la paz y e n la muerte, el cielo de la bienaventuranza, que es
nuestra eterna salvación; esto nos conduce de la mano al ter­
cero y último punto de este ejercicio (2).
PUNTO TERCERO
“ Y MEDIANTE E ST O SA L V A R SU Á N IM A ”

' a) “ S i quieres entrar en la vida, guarda los mandamien­


tos'” (3). “ Cuando hayas sido probado recibirás la corona de
(1) S a n A u g . C o n g.
(2) C f . R ooth. 1 .a Hsebd. Fundam entum ,
■(3) M t , 19-17, , . ,
34 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

la vida” (i). “ S é fiel hasta la muerte y te daré la corona eter­


na” (2), “ E l que sigue la justicia encontrará la inda” (3). “ L os
que me glorifican tendrán la vida eterna” (4). “ Tenéis vuestro
provecho en la santificación, vuestro fin en la vida eterna” (5).
Y así, muchas veces, nos comprueba la Escritura esta doctrina
jgnaciana: “ Y mediante esto salvar su ánima” . L a gloría de
D ios se inicia con su servidumbre en la tierra y se consuma
con la bienaventuranza en el cielo. El servicio del Señor en la
tierra es el fin próximo, el gozo eterno del cielo es el fin últi­
mo. E s tanta la bondad de Dios que ha puesto su gloria en
nuestra glorificación, nuestra glorificación en su gloria; que
ha puesto su gloria extrínseca ^en nuestro gozo intrínseco y su
cielo en nuestra bienaventuratiza.

b) ¿ Y qué cosa es la salvación del alma? L a salvación es


lo primero en la intención, lo último en la ejecución. En la
tierra, el fin perseguido; en el cielo, el fin consumado; en la,
tierra y en el cielo y en la intención y en la ejecución, Dios y
su gloria siempre y en todas las cosas.
¿Q u é cosa es la salvación? L a salvación es en el cuerpo la
ausencia del dolor, el apartamiento de la tristeza, el término del
llanto, la inmunidad de la muerte, la exclusión de la enfermedad.
¿Q u é cosa es la salvación? L a salvación es en el alma la
liberación del pecado, la exención del peligro, la impunidad del
castigo, la seguridad del premio, el gozo de la bienaventu­
ranza,
¿Q u é cosa es la salvación? L a salvación es en el entendi­
miento el descanso en el conocimiento de la verdad, en la, volun­
tad la quietud en la posesión del bien.
¿Q ué cosa es la salvación? L a salvación es en el hombre
todo, el estado perfecto por la agregación de todos los bienes.
L a última perfección de la naturaleza intelectual, el sumo bien
adecuadamente saciativo del apetito racional.
¿Q u é cosa es la salvación? L a salvación es mucho más. L a

(1) Jac., i - i2 .
(2) A p o c., n - i o .
(3) P r o v . 21-2 1.
(4) E d e c c s ., 24-31.
(5) R om ., 6-22.
FítiNCIPlO Y FUNDAMENTO 15

salvación u supera en la actual providencia todas las fuerzas y


todas las exigencias de nuestra naturaleza” . La salvación es
” vida eterna, corona de justicia, herencia del padre, descanso de
ios santos, gloria del cielo, mansión sempiterna, paraíso intermi­
nable, luz perpetua, cena de Dios, bodas del cordero, gozo del
Señor, tesoro indeficiente, torrente de delicias, hartura del almat
colmo del deseo, visión divina, dulcedumbre inenarrable” (i).
” E l ojo no vió, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre alcanzó
lo que preparó el señor a los que le aman” (2). ” ¿Q ué lengua
podría expresar ni qué entendimiento alcanzar los inefables bie­
nes de aquella dudad soberana?” " ¿Formar entre los coros
de los ángeles, asistir con los espíritus bienaventurados al Cria­
dor de la gloria, ver a D ios tara a cara, contemplar la lumbre
inextinguible, no temer la muerte, alegrarnos en la seguridad de
la eterna incorrupción?” E l ánimo se inflama y quisiera engol­
farse en aquella región bienhadada donde le espera el gozo
interminable; pero los grandes premios no se obtienen sino por
los grandes trabajos, como egregiamente nos persuade ei A pós­
tol San Pablo: i(N on coronabit-ur nisi qui legitime certaverit” „
£‘¿T e deleita la grandeza de la corona?, no te amilane la magni­
tud de los trabajosA (San Gregorio, Papa. Homilía 37). Aunque
¿qué trabajos no serán leves y momentáneos comparados con la
magnitud y grandeza de la eterna salvación?
c) Pregunta a los confesores por qué renunciaron las ri­
quezas, desfloraron las ilusiones, troncharon las esperanzas, se
enterraron en la flor de la juventud en las soledades del Ponto
y la Tebaida, y te responderán unánimemente que todo esto
lo hicieron para salvar su alma.
Pregunta a las vírgenes por qué castigaron la carne, morti­
ficaron los sentidos, huyeron la ostentación, profesaron la casti­
dad, y te responderán unánimes que todo esto lo hicieron para
salvar su alma.
Pregunta a los apóstoles por qué dejaron su casa, abando­
naron su patria, traspusieron los mares, habitaron los montes,
predicaron el Evangelio a los negros y salvajes, y te responderán
unánimes que todo esto lo hicieron para salvar su alma. ,

(1) C f , B e ra za de B e aíiíu d in e hom inís, n ám ero 1.274,


(2) C o r., 2-p.
c

('
10 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA PRIMERO V

Pregunta a los mártires por qué' despreciaron la vida, pro- ^


digaron la sangre, desafiaron las fieras, superaron la -muerte y los (
tormentos, y te responderán unánimes que todo esto lo hicieron (
para salvar su alma. ,■
Para salvar su alma, el solitario calla, el misionero predica,
.el doctor instruye, el mendicante pide, el lazarista estrecha entre (
sus brazos al pestilente y al leproso, (
L a salvación del alma es, en labios de Bernardo, el férvid o ,
“ a qué viniste” de su noviciado; en el alma de Gonzaga, el
asiduo “ ¿qué es esto para la eternidad? ” L a salvación del alma (.
es, en el corazón de K ostka, el “ no nací para lo temporal, sino (
para lo eterno” ; en el endiosado pecho de Javier, el “ qué apro- ,■
vecha al hombre ganar t&do el mundo” , clave de sus apostólicas
empresas. L a salvación del alma es, en fin, en todos los santos C
y en los cristianos todos, el motivo unánime y universal impulso (
de toda santidad. ^
“ Salva animam tuam” . Salva tu alma. Si salvas tu alma lo j
salvaste todo. Si pierdes tu alma lo perdiste todo. L a salvación v
del alma es tu negocio único en la tierra; la salvación del alma (
es tu fin único en el cielo. ^
Esta elemental consideración ignaciana, basta por sí sola a
ordenarnos en el camino del cielo. No pocos varones espiritua- ^
les la frecuentaron. Entre ellos merece contarse el vidente abad (
de Claraval, que la repito muchas muches en su noviciado. Con /
ser un ejercicio tan elemental, incluye, al decir del P . Rodríguez,
grande santidad: así lo comprueba con un ejemplo en su “ E jer- ^
ciclo de P erfecció n ” ; (T rat. 5.0, cap. 19). (
U n abad santo del yerm o convirtió con su celo y oraciones y
a T ays la pecadora, y en penitencia de sus culpas la confinó en
el desierto, y la impuso— por único ejercicio— , que arrodillada ^
al oriente repitiera incesantemente la misma aspiración: Señor (
que me creaste, tened compasión de m il” ^
Pasaron los años. L os monjes de San Antonio oraban en
la soledad. Pablo, ferviente eremita, arrobado en la oración, \
vio extático, en el cielo, un lechó refulgente. Atónito a su vista (
se decía; “ T anta gloria es reservada a mi santo Padre A n tonio” . (
A sí discurría Pablo en la oración cuando escuchó del cielo una
voz que le decía; “ no; ese cielo refulgente no está reservado a \
tu santo Padre A n tonio; sino a T ays la pecadora del desierto” . (
■ ' (
FIN DE LAS CRIATURAS n

L a práctica de esta elemental consideración le había encumbrado


a tanta alteza. ,
Aprendam os la humilde lección. Y arrodillados en la tierra,
anegados en lágrimas los ojos, repitamos muchas veces la misma
aspiración. “ Q ui plasmasti mis ere m ei” . ¡ Señor, que me crias­
te, ten misericordia de mí/

Meditación s©9 iigadgg

FIN -DE LAS CRIATU R AS


“ L A S O T E A S C O SA S SO BR E LA H A Z DE LA T IE R R A
SON C E JA D A S P A R A EL SKOMBRE Y P A R A QUE LE A Y U D E N
EN L A P R O S E C U C IO N D EL FIN P A E A QUE ES C E S A D O .”

Los preludios pueden ser los mismos que en la meditación


anterior. -
Hemos visto en la primera parte del principio y fundamento
que el hombre vino de Dios y va a parar a D io s ; pero el hombre
no vive aislado sobre la tierra, sino que le rodean otras muchas
criaturas, sin las cuales no puede vivir. Y después de investigar
el propio origen y destino ocurre obviamente preguntar: ¿ y cuál
es el origen y destino de las otras criaturas? A esta pregunta,
responde San Ignacio: “ L as otras cosas■ sobre la haz de la tierra,
P rim ero : son criadas para el hombre.
S eg u n d o; para que le ayuden en la prosecución del fin para
que es criado.
T ere e r o : de donde se sigue que el hombre tanto ha de vsar
de ellas quanto le ayudan para su fin 5? tanto debe quitarse de
ellas quanto para ello le impiden

P U N T O P R IM E R O
“ LAB O T E A S C O S A S SO BR E LA H AZ DE L A T IE R R A
■ SON C R IA D A S ”

“ L as otras cosas” , es decir, no solamente las criaturas. pro­


piamente dichas, sino también sus circunstancias, vicisitudes,
efectos todos, buenos y malos, favorables y adversos que Dios
i8 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

quiere o permite y ordena siempre a los fines soberanos de su


paternal providencia (i).
Las otras criaturas sobre la haz de la tierra son criadas, es
decir, son hechas por Dios de la nada. A sí lo comprueban
de consuno la razón y la fe. L as criaturas más pequeñas llevan
impresa en su pequenez la huella del Criador. Y las criaturas
más nobles, los montes, los mares, los cielos, predican con tal
elocuencia a su Hacedor, que su desconocimiento seria in excu­
sable (2),
Y esta verdad que nos enseña la razón la confirm a la E s­
critura: “ E n el principio— dice el Génesis— creó D ios el cielo
y la tierra. Y dijo D io s : hágase la luz, y la luz fu é hecha... Y
dijo D ios; hágase el firmamento, y el firmamento fu e ... Y dijo
D io s : háganse los Inhumares, efhizo D ios los luminares del cie­
lo ... Y creó los grandes peces, y los animales, y las aves... K
d ijo : hagamos al hombre, y creó D ios al hombre a su imagen
y semejanza” (3), A sí nos comprueban de consuno la razón y
la fe esta verdad ignaciaha.
¿ Y para qué fin han sídb creadas las criaturas? A esto res­
ponde categóricamente San Ignacio: “ h a s criaturas han sido'
criadas para el hombre. Tal es el fin próximo que les fu é im ­
puesto por el Señor sobre la tierra” .
Basta sencillamente investigar la naturaleza y número de
las criaturas para convencernos de ello. ¿P a ra qué es el agua,
sino para beb er; el fuego, sino para quem ar; y el sol, para ilu­
minar ; y la tierra, para sostener; y el aire, para resp irar; y los
peces, y las aves y los anímales y así todos, para servir, obedecer,
vestir y sustentar ? Como el hombre es de sí nada, necesita d e 1
muchas co sa s: unas, para su sustento; otras, para su vestid o;
éstas, para su sa lu d ; aquéllas, para su honesto esparcimiento.
j Y qué espléndidamente adornó el Señor la casa de nuestra
m orad a! ¡ Qué muchedumbre de fuentes le abasteció! ¡ Q ué
diversidad de árboles le p ro d ig ó ! ¡ Q ué variedad de montes le
circun dó! E l naturalista no acaba de clasificar las variedades
de los campos, el geógrafo no acaba de medir los confines de la

(1) C f . R o o th . hoc loco.


(2) A d , R o m ., 1-20,
(3) G en,, I 1-27.
DE LAS CRIATURAS

tierra, el astrónomo no acierta a n u m eraria s estrellas del cielo


ni el teólogo a contar los beneficios sin número de las misericor­
dias del Señor.
Y este testimonio unánime de las criaturas lo confirm an la
razón y la fe.
L a razón nos dice:
Dios no se pudo proponer en la creación otro fin más que
su gloria; ahora bien, las criaturas inferiores no le pueden por
sí mismás glorificar, por ser inconscientes; luego o 110 tienen'
razón de ser las criaturas inferiores o fueron destinadas a otras
criaturas soberanas y conscientes, por las cuales glorificaran a
su Dios.
Esto mismo lo confirm a la Éscritura. Dice el Génesis: uD es­
pués que el Todopoderoso levantó los montes, niveló los valles,
arqueó los cielos, prodigó la vida; después que acabó el palacio
de nuestra morada, dijo. así en su augusto consejo la Santísima
T rinidad: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza,
para que “ enseñoree” a las aves del cielo y a ios peces del maf,
y a todos los vivientes que vwen en la tierra; todo lo sometió
bajo sus p ie s: los ganados y las fieras, las aves que vuelan en
el cielo y los peces que bogan en los abismos de los mares” (1)-
Según hemos probado, la razón y la fe nos acreditan que el
hombre es el fin próxim o de las criaturas; “ finís cu i” que lla­
man los filósofos; pero, ¿cuál es el finis qui? E s decir, ¿para
qué nos díó el Señor las criaturas? (2).
¿ P a ra qué se nos dieron los frutos; para hartarnos? ¿ P a ra
qué se nos dieron los vinos; para embriagarnos? ¿P a ra qué los.
placeres ; para saciarnos ? ¿ P ara qué el albedrío; para rebelarnos ?
N o ; las otras criaturas sobre la haz de la tierra son criadas
para el hom bre; para que le ayuden en la prosecución del fin.
para que es criado, que es el segundo punto.

(1) P s . 8-8.
(2) C f . D en is, hoc. loco.
20 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.-HDÍAv-PRIMERO

PU N TO SEGU N DO ' '


“ PARA QUE LE AYUDEN EN L A PROSECUCIÓN D EL FIN
P A R A QUE ES CRIADO”

E sto es, alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro


Señor..
. Y a. este mandamiento del Señor obedecen a m aravilla las
criaturas, que nos predican:

i .° Q ue son de Dios.
2.0 Que no son D ios.
3.0 Q u e son para Dios.
r
a) L as criaturas nos están clamando que son: de D ios.
Q ue venga un botánico eminente. Q ue me haga, no y a un'
monte ni una selva, sino una amapola que flamea en los trigales;,
una m argarita que fosforece en la espesura, y me responderá
que le ,e x ijo una insensatez.
Q ue venga un naturalista afamado. Q ue me haga, no ya
un monstruo marino ni un águila caudal, sino un insectillo que
se pierde entre la grama, una mariposilla que se esconde en el
cáliz de las flores. M e dirá que le exijo una. insensatez.
Q ue venga un astrónomo eximio. Q ue me haga, no ya un
sol ni una estrella de primera magnitud, sino un asteroide, un
bólido perdido en el polvo de las nebulosas; me dirá que le
exijo una insensatez.
¿ Y qué significa esto? E s que todas las criaturas, aun las
más pequeñas e insignificantes, están clamando que son de
Dios. E stá clamando que es de D ios la alegre mañana, con
sus perlas de rocío y racimos de rosas; está clamando que es
de D ios el triste crepúsculo, con sus sanguinolentas nieblas y
mortecina lum bre; está clamando que es de D ios el risueño'
■valle, con sus fértiles sementeras y feraces huertas; está cla­
mando que es de Dios la ardua sierra, con sus raudas cataratas
y misteriosas gru tas; está clamando que es ele D ios la noche
oscura, con sus fúlgidas nebulosas y sartas de estrellas. Y los
huracanes, y las brisas, y los ríos, y los mares, y las nieves, y
las lluvias, y los peces, y las aves, y las criaturas todas, están
SIN ®E ;LA S:C RI ATURAS

clamando con -unánime concierto que son de Dios. A sí, desolado,


lloroso, corría Agustino de una a otra parte en busca de su
Dios.. Y preguntaba a la tierra: “ ¿E res mi D io s?” , y la tierra
le decía: “ No, no s o y .tu D ios” . Y preguntaba a los mares:
“'¿E res mi D io s? ” , y los mares le decían:. “ No soy tu D ios” »
Y preguntaba al cielo, y al sol, y a las estrellas: “'¿E res mi
D io s ? ” , y el cielo, y el sol, y las estrellas, le decían: “ N o, no
soy tu D io s” . Y preguntaba a todas las criaturas, y les reque­
ría nuevas de su Dios, y la tierra, y los mares, y los cielos,
y los astros, y las criaturas todas, con grandes voces le decían:
“ Somos de D io s” . “ Ipse fe cit nos.”
Y este clamor de todas las criaturas, al decir del Apóstol,
es -tan elocuente, que su desconocimiento no se puede excusar»
E s inexcusable el labrador que pende de los cielos y de la tierra,
de las lluvias y de las nieves, si no reconoce a su Dios. E s in­
excusable el navegante que se encomienda a una endeble tabla,
juguete de los escollos y- de los arrecifes, los mares y las tor­
mentas, si no reconoce a su Dios. E s inexcusable el soldado que
se expone al hierro y a la metralla, a la pugna manifiesta y a la
oculta emboscada, si no reconoce a su Dios. Y el astrónomo que
contempla la inmensidad del cíelo, y el naturalista que investiga
los secretos ele la vida, y el teólogo que estudia los misterios de
la gracia. Sabios e ignorantes, doctos e indoctos, todos los pue­
blos. y todas las razas y los hombres todos, al decir del Apóstol,
son inexcusables, porque conocieron a las criaturas y no reco­
nocieron a su Criador. .

. b) L as criaturas claman que no son Dios. Las criaturas,


con ser tantas y tan hermosas, no bastan a llenar el corazón.
Codicia el deseo una criatura y no sosiega hasta alcanzarla;
la,alcanza, y, en vez de sosegar, vuelve de nuevo a codiciar otra,
nueva, criatu ra; y cuanto más alto se encumbra el hombre en
la satisfacción de sus deseos, más distante se aleja del cielo
de su felicidad. Y esto, que nos dicta a todos la experiencia,
lo confirma; la historia, con múltiples ejemplos.
’ A fortunado fué el más célebre de los Califas cordobeses^
Abderram án III. T u v o alcázares, placeres, riquezas,- poderío ;
poseyó cuanto podía su deseo ambicionar, y, no . obstante,, al
final de su vida hubo.-de, confesar que,, en •los cincuenta 'años
22 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

de reinado, tan sólo había disfrutado catorce días exentos de


am argura (i). ■; * ,
A fortun ado fue el más célebre de los conquistadores griegos,
A lejandro, reconocido en la historia con el dictado de Magno,
por la grandeza de sus triunfos. Regresaba el emperador vic­
torioso de una de sus múltiples conquistas, y se allegó a él un
sabio, y le d ijo : “ Emperador, sabed que en el cielo existen
muchedumbre innúmera de mundos habitados, que nunca po­
dréis conquistar” . Y al oírlo aquel gran guerrero, en ‘Y u ya
presencia enmudeció la tierra” , rompió a llorár como un niño,
al considerar la efím era pequenez de sus conquistas (2),
Y el príncipe más sabio, y más rico, y más glorioso de la
tierra, Salomón el magnífico, lúmbrera de las artes y prodigio
de las ciencias, en la fortuna, en la gloria, en las ciencias y en
las artes, tan sólo encontró vanidad y aflicción de espíritu;
“ Vanitas vanitatum et omnia vanitasA
Y estos ejem plos innúmeros y vulgares de la historia, que
podrían multiplicarse sin término, nos comprueban que las
criaturas, con ser tantas y tan hermosas, no bastan a colmar
eí corazón, es decir, no son Dios.

c) L as criaturas nos ciernan que son para Dios:


1) Con los ejemplos que nos dan. ¡Q u é puntual madruga
el sol a la mañana, qué obediente resbala el río por su cauce,
qué sumiso refluye el mar en la ribera, qué fielmente los astros
respetan a sus órbitas, y los días siguen a las noches, y las
estaciones suceden a las estaciones! ¡ Q ué concierto, qué con­
cordia, qué unánime y universal ejem plo de obediencia de todas
las criaturas!
2) L as criaturas claman que son para Dios con los servicios
que nos prestan. E l sol nos alumbra, el aire nos conforta, la
brisa nos refresca, la ovejita nos riza su vellón, la abejita nos
brinda su panal, el gusanito nos teje su capullo, la vid nos alarga
sus racimos, los jilgueros nos cantan, las flores nos perfum an,
d caballo nos sostiene, la yunta nos arrastra, y las criaturas,
amas nos visten, otras nos sustentan, éstas nos sirven de me-

(í) L a fu e n te , T . I I , cap. 15.


; {2) P lu ta rc o de Q u ero m ea. V id a s p aralelas.
FIN DE LAS CRIATURAS 23

dicina, aquéllas de solaz y esparcimiento,' y todas ellas nos pres­


tan servidumbre y rinden pleitesía. - ;
3) L as criaturas claman que son para Dios con los pensa­
mientos que nos suscitan. ¿N o habéis sentido en el corazón una
paz dulce, inefable, en el silencio de la noche oscura? ¿ N o ha­
béis aspirado el aliento del Criador en la frígida brisa de los
mares? ¿ N o habéis escuchado trepidar el carro del Todopode­
roso en el horrísono rodar del ronco trueno?
A sí las criaturas cumplen a maravilla con el mandamiento
que les impuso el Señor, i(L as otras sosas sobre la has de la
iierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la
prosecución del fin para que es creado A
UA estos tres aspectos denlas criaturas ha de corresponder
el hombre de tres m aneras:
1) Con la contemplación. Elevándose de la bondad, her­
mosura, variedad de las criaturas, a la bondad, hermosura, om­
nipotencia infinita del Creador.
2) E n el ejercicio, U sando rectamente de las criaturas,
según sus necesidades, conveniencias y honesto deleite y es­
parcimiento.
3) Con la abstinencia de las criaturas vedadas y la modera­
ción en el uso de las permitidas, absteniéndose de las criaturas
que le apartan de su fin. Y este tercer ejercicio, en el presente
estado es tan necesario, que sin la abstención necesaria no se
moderará el hombre en el uso común de las criaturas y se hará
inepto para la espiritual contemplación” (1).

PU N TO TERCERO

“ BE D O N D E SE S IG U E QUE E l H OM BRE T A N T O A B E
V S A R D E B IA S Q U A N TO LE A Y U D A N P A R A SU
F IN , Y T A N TO D EUE Q U IT A R SE D E B IA S
Q U AN TO P A R A ELLO LE IM P ID E N ”

Si Dios; es el fin y las criaturas medios, la consecuencia es


obvia: tanto ha de usar el hombre de las criaturas cuanto le
conducen al fin. A s í lo exigen la noción misma de medio y fin.
F in es el bien que se ama por sí m ism o; medio es aquello que

(1) C f , R o o th . hoc loco.


24 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

tiQS conduce al ñn. D e la razón de medio és no amarse en si


y por sí, sino solamente por su conducencia al 'fin.
E sta verdad conviene que la- entrañe muy .adentro en mi
corazón. M i fin, mi solo bien, mi único amor, es el servicio de
Dios, la asecución de Dios, la gloría de Dios. Todo lo demás
que no sea Dios (honores, riquezas, salud, libertad, vida), son
puro medio, no son amables en sí y por sí, sino porque me
conducen a Dios, y solamente porque me conducen a Dios, y
tanto cuanto me conducen a Dios.
Y esta verdad natural la aplicamos constantemente en la
práctica prudente de todos los negocios de la tierra. M e pro­
pongo pintar un cuadro: elijo entre los colores, no el color
del cielo ni el color de rosa, sifio el color que me conduce al
ñn. Propongo recobrar mi salud: prefiero entre los medica-
mentos, no el jarabe dulce ni el brebaje tibio, sino el medica­
mento que me conduce al fin. Y este procedimiento habitual,
en los negocios de la tierra, ¿no lo hemos de seguir en el ne­
gocio del cielo?
E l afecto, la aversión, no constituyen criterio en el uso de
las criaturas, sino solamente la conducencia al fin. H ay criatu­
ras muy atrayentes que me apartan del fin, y, por consiguiente,
es menester desecharlas; hay criaturas muy repugnantes que me
conducen al fin, y, por consiguiente, es necesario .abrazarlas,
Y en las mismas criaturas lícitas su uso ha de ser moderado
con relación al fin, y tanto y cuanto conducen al fin.
E n derredor de este doble principio se desenvuelve todo
sistema de recta moral. Y de trastornar estos polos y consti­
tuir en fin los medios y las criaturas en Creador, se deriva toda
aberración ética y todo desorden y pecado.
E sta regla ignaciana se entiende fácilmente:; la dificultad
está en su observancia. L a soberbia humana, unas veces se
rebela contra Dios y protesta satánicamente: “ N on serviam’\
L a debilidad humana, otras veces, se rinde servilmente al em­
bate de las pasiones y constituye prácticamente .en la satisfac­
ción del apetito la norma de su moralidad.

Proceder insensato a ):
Q ue desordena al hombre con respecto a las criaturas. E l
hombre no es hecho para las criaturas, sino las criaturas ■
para
3ÍIS .DE LA$ .CRIATURAS

el hombre. E l hombre no es esclavo d e fiis criaturas, sino rey


de la creación. “ Ut prcesit — díce la Escritura— .non ut subsit
“ E res, oh hombre, lo que amas — dice San A gustín— : am as'
la tierra, eres tierra;” ¿Q u é se diría de un caballero que, en
vez de cabalgar en su corcel, sirviese a su corcel de cabalgadu­
ra? T al es la imagen insensata del pecador que se rinde a la
criatura. “ Hom o cum in honore esset non intellexit, assimilatus
est jumentis insipientibus et similis factus est illis.”

Proceder insensato b) :
Que desordena a la criatura con respecto -al hombre. L as
criaturas son para el uso, no para el abuso; para el orden, no
para el desorden; para la gloria divina, no para la ofensa del
Señor. P or eso el hombre, al abusar de las criaturas, las vio­
lenta, las desencaja, se hace reo de la misma criatura. Y éste
es pensamiento frecuentado de los santos. “ Todas las criaturas
— dice San Buenaventüi*á:— protestan a su manera y reclaman:
¡éste es el que abusó de nosotros! L a tierra dice: ¿por qué no
le trago? E l agua dice: ¿por qué no le ahogo? E l aíre dice:
¿por qué no le asfixio? E l infierno dice: ¿por qué no le devoro
y atorm ento?” (i). San Ignacio, espantado del desorden de la
criatura, prorrumpe así: " E l quinto, exclamación admirativa
con crecido afecto, discurriendo por todas las criaturas cómo
me han dejado en vida y conservado en ella; los ángeles, como
sean cuchillos de la justicia divina, cómo me han sufrido y
guardado y rogado por m i; los santos, cómo han sido en inter­
ceder y rogar por m í; y los cielos, sol, luna, estrellas y elemen­
tos, frutos, aves, peces y animales, y la tierra, cómo no se ha
abierto para sorberme, criando nuevos infiernos para siempre
penar en ellos” . Y el santo Duque de Gandía, presa el alma
de confusión y vergüenza, caminaba encogido y teineroso, y
le parecía que las gentes le miraban, y se maravillaba cómo los
obreros y menestrales no se le oponían al paso y le arrojaban
los instrumentos, del trabajo y le gritaban: ¡al infierno, al in­
fierno! (2),

(1) S . B o n a v . S tim . d iv. am., parte 1.a, cap. V I I .


(2) N ie re m b e rg , V id a de S a n F ra n ciscp de B o rja., .Lih, I V , cap, I.
20 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

Proceder insensato c):

Q ue desordena a la criatura con respecto al Creador. Dios


es dueño de la criatura, y el desorden del hombre usurpa su
dominio. Dios es providentísimo de sus obras, y el desorden
del hombre resiste a su providencia. D ios es solamente ado­
rable, y el desorden del hombre adora a las criaturas. Dios es
el único Dios y el único Señor, y el desorden de la criatura
idolatra a la criatura y desobedece a su Señor.
Proceder insensato, en fin, origen de toda culpa, que es la
aversión de Dios y la conversión a la criatura.
Proceder insentato, fuente de todas las desdichas; porque
las criaturas no pueden ser más que lo que Dios las hizo, y
Dios las hizo a las criaturas efím eras, inconstantes, limitadas,
imperfectas, incapaces de saciar la aspiración infinita de nues­
tra inteligencia y de apagar la sed insaciable de nuestro co­
razón (i).
Sí, oh Señor Dios mío: V o s sólo sois bonísimo. V o s sólo
amabilísimo. V o s sólo altísimo y adorabilísimo. Las criaturas,
huellas de vuestra planta, rayos de vuestra lumbre, espejos de
vuestra hermosura, no son en sí amables, sino en V o s y por
V o s, y tanto cuanto me conducen a V os. Y cuanto más des­
carne mi corazón de las criaturas, cuanto más abstraiga de las
criaturas todo cuanto no conduce al Creador, tanto me acercaré
más a la fuente de toda justicia y me allegaré al océano infi­
nito de toda perfección.
Pero aunque mi espíritu está pronto, la carne es flaca. Y
esta doctrina incluye suma perfección. Dadme, ¡oh Señ or!,
lumbre para entenderla y gracia para cumplirla. “ N otum fa c
m ihi finem m etm iP A sí sea.

(i) Cf. Monresa hoc loco.


INDIFERENCIA 27

M editación te rcera

I M B l F E H E H e i A

FOSE. LO QUAL ES M E N ESTER HAZERNOS IN D IF E R E N T E S


A T O D A S L A S C O SAS C R IA D A S EN TO D O LO O L E
ES CO N CED ID O A LA L IB E R T A D DE N U E S­
TRO L IB R E A L B E D R ÍO Y NO LE
ESTA P R O H IB ID O ”
&

AI someter a examen la disposición de mi ánima en el uso •


de las criaturas, encuentro que hay criaturas a que siento afición
aunque me apartan del fin ; hay criaturas a que siento aversión,
aunque me conducen al fin, y, finalmente, hay criaturas de cuya
conducencia o disconducencia al fin no me consta. ¿ Cómo me
libraré de prejuicios y afectos y aversiones que me dificultan el
recto uso de las criaturas? A esto, responde San Ignacio con
una regía, única y eficacísima.
Como de la simple noción de fin y la razón de medio dedujo
el Santo con lógica consecuencia “ que el hombre tanto ha de
usar de las criaturas cuanto le ayuden para su fin ” , así de la
obligación de obtener el fin y la necesidad de procurar los me­
dios adecuados con relación al fin deduce la consecuencia prác­
tica: “ E s menester hacernos indiferentes a todas las cosas
criadas” , solamente deseando y eligiendo lo que más nos con­
duce para el fin “ que somos criados” ,
Esta consecuencia constituye la tercera y última parte del
principio y fundamento y de la presente meditación, que tendrá
tres p u n tos:

i.° Naturaleza de la indiferencia,


2.0 Extensión de la indiferencia,
3.0 M otivos para alcanzar la indiferencia ,

L a oración preparatoria y preludios, los mismos que en la


meditación anterior.
2.8 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO-— DÍA
:V\

P U N T O P R IM E R O
HsitiaraSl©M süe te i ndife renci ai

a) Indiferencia significa, etimológicamente, negación de dife­


rencia, y esta negación de diferencia en el uso de las criaturas
se funda en la misma naturaleza de las criaturas, que — como
dicen .los filósofos— en sí mismas son .adiáforas, es decir, que
no son conducentes - ni inconducentes al fin. Y así, si me pre­
guntasen qué me conviene más a la salvación: salud o enfer­
medad, honra o deshonra, riqueza o pobreza, de proceder sen­
satamente tendría que contesta^; no lo sé; Dios lo sabe ( i).
Pues si las criaturas en sí mismas son indiferentes, la disposi­
ción de mi ánimo en relación de las criaturas tiene que ser
también indiferente. Como el médico o el artista se muestran
indiferentes en el uso de Tos medicamentos o los colores, en
todo lo que no se refiere al fin conocido de la pintura o la
sanidad.
E sta indiferencia tan fácil de entender es difícil de prac­
ticar. Y así lo supone San Ignacio cuando dice: “ E s necesario
“ hacernos” indiferentes, lo que incluye lucha y resolución” ,
Y para que prevengamos prejuicios y no juzguem os que en
los ejercicios se nos reclaman imposibles,' conviene distinguir
una doble indiferencia: indiferencia de voluntad e indiferencia
de sensibilidad. L a primera es la disposición de la voluntad .de
no inclinarse en el uso de las criaturas, sino solamente por su
conducencia al bien. L a segunda es la exclusión de todo afecto
sensible contrario a dicho disposición. L a primera indiferencia
es sustancial; la segunda, accidental; Ja primera es siempre ase­
quible ; la segunda, algunas veces, no nos es dado conseguirla.

D e esta recta noción de indiferencia se deduce:


b) Que la indiferencia ignaciana no es estúpida, sino racio­
nal ; es una necesaria consecuencia del fin del hombre y el fin de
las criaturas. Q ue la indiferencia ignaciana no es inhumana,
sino humanísima; es la.sum isión plena del. apetito a la razón y
de la razón a Dios. Que la indiferencia ignaciana no es estoica,

( i) C f, R o o th . h o c loco. ■
TEí DIÍEKENCÍA 29

sino cristiana; no es la resolución de n o tá r s e le nada por nada*,


sino la disposición de darlo todo por Dios¿ Que la indiferencia
ignaciana no es apática, sino estusiasta; es la actividad de los
santos, el heroísmo sobrenaturalista de los mártires. Que la
indiferencia ignaciana no excluye la férvida oración, sino que
en la oración espera, en la oración se funda,, y sin la indife­
rencia no hay férvida oración (x). Q ue la indiferencia ignaciana
no cercena nuestro vuelo, no mata nuestras iniciativas; sino que*
al contrario, orienta nuestro rumbo y sacude el polvo de nues­
tras alas para volar a Dios. Que la indiferencia ignaciana*
finalmente, es del todo divina: es el “ niégate a ti mismo, toma
tu cruz y síguem e” (2); es el renunciamiento de las criaturas*
requisito indispensable para alcanzar la gloria de contarse entre
los discípulos del Señor (3); es el tema asiduo y la ferviente
súplica del divino Agonizante de Getsemaní, que repetía: “ P a­
dre, todas las cosas te son posibles; si quieres, pase de mí este
cáliz, pero 110 se haga- mi voluntad, sino la tu ya” (4).

c) L a indiferencia es la piedra angular de la fábrica-ignaciana


Sin la indiferencia es mejor interrumpir los ejercicios, como es
m ejor interrum pir el edificio que proseguirlo sin cimientos. L a
indiferencia es el principio y fundamento práctico de todos los
ejercicios; el principio, porque incluye al menos implícitamente
el cumplimiento de la voluntad divina, fin de todos los ejerci­
cios; el fundamento, porque en ,1a indiferencia estriban todos
los restantes ejercicios (5).
L a indiferencia, y conviene notarlo, no es un requerimiento
positivo de la voluntad divina, que esto sería prematuro, sino
más bien una disposición negativa que consiste en desarraigar
de nuestro corazón los afectos terrenales para constituir por úni­
co fundamento de todas nuestras acciones el fin para que fuimos
criados.

(1) C f . F e r ru s o la hoc. loco.


(2) M t , 16-24,
(3) L u c., 14-33.
(4) M a rc ,, 14-36.
(5) C f . L a P a lm a .
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

PU N TO SEGU N D O '
Extensión de la Indiferencia
“ EN T A L MANERA QUE NO Q U ERAM O S B E N U E S T R A
PARTE M A S SALU D QUE EN FERM EDAD, R IQ U E Z A
' QUE P O B R E Z A , H O N O R QUE DESSONOK,
V ID A L A R G A QUE C O R T A , V P O R
C O N SIG U IE N T E EN TO D O .
LO D E M A S ”

L a indiferencia ignaciana se extiende tanto cuanto se ex­


tienden los límites de nuestra libertad, y así dice San Ignacio;
“ P o r lo cual es menester hacernos indiferentes en todo lo que
es concedido a la. libertad de nifestro albedrío” , y no reconoce
más límites que la divina prohibición, y así añade el S an to: “ y
no le está prohibidoM; porque ante el desorden no cabe indife­
rencia alguna, sino positiva aversión. P ero en esta tan ilimitada
extensión de la indifereñciá'í San Ignacio ¿numera los extrem os
comunes y más dificultosos, porque vencida la dificultad mayor,
la m enor'dificultad queda vencida. Y para procurar cuanto 'este
de nuestra parte este difícil vencimiento, vamos a ponderar
brevemente los términos de la enumeración ignaciana.
“ E n tal manera que no queramos de nuestra parte más salud
que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que desso ñor, vida
larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás” ,

a) “ E n tal manera que no queramos más de nuestra parte


salud que enferm edad” .
L a naturaleza apetece la salud y repugna la enfermedad,
y ésto tan vehementemente, que-aunque nos parezca en abstracto
hacernos indiferentes a la salud o enfermedad, al venir a las in­
mediatas, la sensibilidad protesta y soporta con pesadumbre las
molestias de la enfermedad. Y esto no obstante, es menester
hacernos indiferentes, porque sí es verdad que con la salud
y fuerzas corporales muchos santos se santificaron; pero otros
muchos que quizá con la salud se hubieran perdido, obtuvieron
con la enfermedad del cuerpo la salud del alma. E s decir, que
salud y enfermedad son puros medios, y en los medios no hay
que atender más que la conducencia al fin ; por consiguiente,
es menester aceptar unánimemente, no sólo la salud, sino la
INDIFERENCIA 31

enferm edad, “ como gracia recibida de la,mano, de nuestro C ria­


dor y Señor, pues no lo es menos que la ^sanidad” (1).
Y esta indiferencia es tanto más principal cuanto que la
salud es el fundamento de todo contentamiento sano y todo de­
leite lícito, y al renunciar generalmente por la indiferencia la
fuente misma de los permitidos placeres, implícitamente mucho
más renuncia el alma y abomina la satisfacción pecaminosa de
los deleites ilícitos.

b) “ E n tal manera que no queramos de nuestra parte más.,,


riqueza que pobreza
¿Q uién no desea ser rico? Todos, naturalmente, repugnamos
la pobreza, y por eso, aunque nos parezca haberla logrado en
afecto, nos conviene a todos, según la medida de la santa dis­
creción, a sus tiempos, sentir "algún efecto de ella (2), no sea
que en la realidad nos engañemos lamentablemente. E s verdad,
también, que ha habido santos que con sus limosnas y larguezas
se han santificado; p e ro o tro s muchos, en legión, se han santi­
ficado en el sufrim iento de la pobreza; por consiguiente, rique­
za y pobreza son puros medios y es menester hacernos indife­
rentes. Y esta indiferencia es principalísima, no solamente por­
que al decir de San Ignacio la codicia de riquezas es la pri­
mera red que nos tiende al alma el enemigo (3), sino porque su
afición dificulta en gran manera la recta elección de estado, fin
principal de todos los ejercicios.

c) “ E n tal manera que no queramos de nuestra parte m ás..,


honor que dessonor” .
Esta indiferencia, en todos los tiempos, y más en aquella caba­
lleresca edad y ánimo generoso de San Ignacio, importa mayor
vencimiento que el sacrificio de la salud y la renuncia de las
riquezas. Pero también honor y deshonor s o n . puros medios.
Reyes famosos ha habido y guerreros celebrados que han ceñido
a sus augustas , sienes la doble diadema de la santidad y la rea>-
le z a ; pero la muchedumbre innúmera de los seguidores de Cristo,
la pléyade de los apóstoles, la falange de los mártires, en la

(1) Sum . de las C o n s t, re g la 50.


(2) Sum ar., regla 24.
(3) B a n d era s, p unto 3.0
32 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

humillación y la deshonra labraron sus corpnas (i)-. E s decir,


que el honor y el-deshonor son puros medios, ,y, por consiguien­
te, es también menester hacernos indiferentes, y esta indiferencia
es capitalísima, no solamente por el gran mérito de su venci­
miento, sino porque el amor desordenado de la honra es el prin­
cipio de toda prevaricación" (2).
d) “ E n tal manera que no queramos de nuestra parte más...
vida larga que corta
E l amor desordenado de la' vida engendra la muerte. <(Q ui
amat animan suarn perdet eam " (3). Y el desprecio de la muerte
es vida sobreabundante en el acatamiento del Señor (4).
quis pro am icis suis. Joan 15 13.
L a longevidad de la vida es^ beneficio concedido por D ios
a los patriarcas, que vieron en recompensa de sus virtudes a los
hijos de sus hijos, hasta la. tercera y cuarta generación (5).
L a brevedad de la vida, al decir del Sabio, es también be­
neficio del Señor concedido, a los ángeles de la tierra, para que
la malicia no empañe la flo r de su pureza (6). P or consiguiente,
es menester hacernos indiferentes a. los dos extremos, y “ como
en la vida toda, así también en la muerte, y mucho más, debe,
cada uno esforzarse y procurar que D ios nuestro Señor sea en
el glorificado” (7). .
San Ignacio enumera tan sólo los extremos más comunes y
d ificu ltoso s; los demás los remite a la consideración del e je r­
citante. E l examen práctico general®de la indiferencia tendría
que ser muy prolijo. E l Padre Roothaan asigna algunos capítu­
los muy interesantes. “ Son materia de esta indiferencia-^-dice' el
Venerable Padre— los talentos y dotes naturales, pocos o mu­
chos; los dones sobrenaturales, consolaciones o desolaciones; la

(1) L u d ib rí eí v e rb e ra e xp erti, in su per et vin cu la ea ca rce re s.


Haebr. 11-36.
(2) In itíu m om nís p eccati est superbia. E c c li. 10-15.
(3) Joan 10 -17.
(4) M a jo re m hac dííection em nem o habet ut anim am suam ponat
quis pro am icis suís. Joan. 15 -13 .
(5) E t vid ea tis filios v e stro s et filios filio ru m ve stro ru m cisque ín
te rtia m et q u a rta m gen era tio n em . T o b ía s , 9 -11 . '
(ó) R a p tu s est, ne m a litia m u ta ret in tellectu m eju s aut a e fictio d éci-
p eret anim am illius. S A P . 4 -11,
(7) S u m ar, de la Con s., re g la 51.
INDIFERENCIA 33

condición y estado de nuestra v id a ; la casa, el oficio, la ocupa­


ción ; los compañeros, su carácter, su com portam iento; los acon­
tecimientos prósperos o adversos, no solamente propios, sino aje­
nos, principalmente de nuestros allegados; su fortuna, vicisitu­
des, su misma vid a; y 110 tan sólo los sucesos privados, sino
también los públicos, gratos o in gratos; todo esto y mucho más
que sería imposible enumerar se comprende en aquella 'breve
cláusula ignaciana: Y por consiguiente todo lo demás” .
Pongamos la mano en el pecho y examinemos qué repug­
nancias hemos de vencer, qué aficiones tenemos que m odificar.
Y aunque .a imaginación exagere las dificultades y las pasiones
resistan al imperio de la voluntad, la indiferencia 110 reconoce
lím ites; es menester hacernos indiferentes, y para alcanzarlo,
más que en la tenacidad de nuestro propósito y la nobleza de
nuestra voluntad, hemos de confiar en la gracia del Señor. *
D e rodillas delante del crucifijo por aquella su agonía del
huerto de Getsemaní,. en que sacrificó el Señor su honra, salud
y vida por nuestra salvación, hemos de suplicarle que nos haga
indiferentes con su gracia a todos los sacrificios, para cumplir
solamente su santísima voluntad.

PUNTO TERCERO
¡Ni@£esIdea¡íS¡ d e Isa Iwdliiff®s,®s3ei«s

a) La necesidad de la indiferencia se deduce lógicamente de


los principios anteriores.
Dios es mi fin, las criaturas los m edios; ahora b ie n : cuan­
do falto de indiferencia me aficiono a las criaturas, pongo mi
fin en los m edios; por consiguiente, la indiferencia me es ne­
cesaria para ordenarme en orden al fin.
A esta necesidad lógica hay que añadir otra necesidad mo­
ral. L a ley de' los miembros, o sea la afición, me cautiva en el
pecado; la ley de ía razón, o lo que es lo mismo, la indiferencia,
me ordena a D iosy,p or tanto, la indiferencia me es necesaria
para librarm e del pecado y servir a Dios.
Y es así, que si examinamos el proceso de nuestras culpas,
la iniciación de todas ellas comienza en la falta de indiferen­
cia. ¡Cuántos se perdieron por la sórdida codicia; cuántos se
3
34 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

condenaron por su desenfrenada am bición;Cuántos por un adar­


me de ciencia se desvanecieron; cuántos p ó r locos amores se
extraviaron í P or eso el enemigo' pone todo su conato en destruir
el sillar de la indiferencia, porque de perseverar este funda­
mento inconmovible asegura el ánima la- eterna salvación.
A esta necesidad genérica y común de la cristiana indiferen­
cia, consecuencia necesaria de los principios anteriores, hay que
añadir otra especial y característica que no se deduce de las pre­
misas ignacianas, pero que es un corolario tan obvio y tan em i­
nentemente práctico, que constituye con razón el remate de todo
el principio y fundamento y la síntesis y compendio de los ejer­
cicios espirituales. E ste corolario lo enuncia San Ignacio con
estas palabras: “ Solamente deseando y eligiendo lo que más nos
conduce para el fin que somos criados
De la naturaleza de fin y la noción de medio se deduce que
es menester emplear los medios conducentes, pero no los más
conducentes al fin ; por esto San Ignacio, tan exacto en sus
procedimientos, no usurpa esta vez ninguna partícula ilativa
como en las premisas anteriores, sino que simplemente afirm a,
como quien enuncia una sentencia. P ero si esta sentencia lógica­
mente no rebasa los límites de simple corolario, moralmente tie­
ne la fuerza de una necesaria consecuencia; porque toda la cau­
sa moral de elegir los medios menos conducentes estriba en la
afición a las criaturas; ahora bien: supuesta la unicidad del fin,
se excluye la afición de las criatu ras; por tanto, u solamente de-
searemos y elegiremos lo que más nos conduce'para el fin que
fu im os criados” , Este sencillo corolario y práctica consecuencia
constituye el fundamento de todos los ejercicios, y sin este fun­
damento es preferible no proceder adelante u en materia de elec­
ción ni de algunos otros ejercicios, que están fuera de la primera
semana” ( i)

b) E s necesaria.— E sta doctrina práctica de la mayor con­


ducencia es necesaria para la realización perfecta del <ftanto
cuanto ignaciano” , que proclama la m ayor conducencia en orden
al fin, práctica que seguimos en todos los negocios de la tierra.
E sta doctrina de la mayor conducencia es necesaria, sí no

(i) A n n o t. i E.— C f. N o n éll. A r s . Ig n a t. C . I I I .


INDIFERENCIA
35

para procurar, al menos para asegurar prudentemente la salva­


ción eterna.
E sta doctrina de la mayor conducencia es necesaria para
la elección de estado que versa entre extrem os lícitos y concedi­
dos, más perfectos o menos perfectos.
E sta doctrina de la mayor conducencia es necesaria en la
reform a de la vida, que no só’.o evita el mal, sino practica el
bien; no sólo elige la vida común, sino profesa la santidad.
E sta doctrina de la m ayor conducencia es necesaria en la
elección de estado de perfección que incluye aspiración a más
perfecta virtud, y es necesaria también en la perfección de todos
los estados, que no pueden alcanzarse sin elegir lo que más nos
conduce al fin para que fuinjos criados.
E sta doctrina de la m afor conducencia es necesaria para
obtener, no tan sólo la indiferencia sustancial de la voluntad,
sino la misma resignación del apetito, que, constreñido siempre
y constantemente a la más perfecta obediencia en todas las cosas,
acaba por rendirse a las normas de la razón y se somete al
imperio de la voluntad.
E sta doctrina de la mayor conducencia es necesaria para el
aprovechamiento espiritual de los ejexxicios, que reclaman “ ca­
balleros sin miedo y sin tacha” (i), “ grande liberalidad” (A n n . 5)
“ proceder contra la carne” (2), “ oposición diametral” (3), “ se­
ñalarse en todo servicio de su Rey eterno y Señor universal” ,
“ ánimo generoso que excluye la tibieza y el bienminorísmo y
proclama por principio y norma de todas sus em presas: la ma­
yor gloria de D io s” .
E sta doctrina de la mayor conducencia es necesaria más que
nunca en estGS novísimos tiempos en que tanto se escribe y dic­
tamina sobre las aberraciones éticas y crisis de la voluntad;
tiempos malhadados en que la fiebre de la sensualidad, las m á­
xim as mundanas,los cines enervantes, los tóxicos opresores, han
excitado de tal manera la fantasía y deprimido de tal modo los
nervios, hasta constituir, en enfermedad atávica y hereditaria,
la abulia y psicastenia, enfermedad más del alma que del cuer­

(1) M e sc h ler. . I ;
(2) B in , nota. '
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO— DÍA PRIMERO

po, del todo desconocida en los tiempos medievales de guerreros


duros y campeones esforzados; cuando el defensor de Pamplona
y adalid de la nueva Compañía proclamaba -por m áxim a funda­
mental la elección sistemática de los medios más conducentes
para conseguir el fin para que fuimos criados.
T al es la doctrina de la indiferencia, remate del principio y
fundamento, compendio y clave de todo el sistema de los ejerci­
cios espirituales. E l ofrecimiento del R ey temporal, la elección
de la bandera de Jesucristo, la nota de los binarios, el tercer
grado de humildad, la misma contemplación para alcanzar amor,
toda la serie de fas meditaciones más sustanciales y más clási­
camente ignacianas, no son más que el desarrollo y el perfec­
cionamiento del último corolario del principio y fundam ento:
solamente deseando y eligiendo 1^ que más nos conduce para el
■fin que fuimos criados (i).
D e aquí se deduce la grandísima perfección que San Igna­
cio nos exige. Antes de iniciarnos en el examen, ni adiestrarnos
en la oración, ni instruirnos con las reglas y adiciones, en el
dintel mismo de los ejercicios, nos reclama el Santo la perfecta
indiferencia, la resolución generosa de solamente desear y ele­
gir los medios más conducentes para el fin que fuimos criados.
Y con esto damos término aí principio y fundamento, “ siste­
ma de verdades perfectam ente encadenadas, perfecto resumen
de la ciencia natural y cristiana, respuesta cabal sobre el destino
del hombre y toda la creación, que, e,n brevísimas proposiciones,
nos revela el misterio de la creación, la armonía de todos los
seres en el plan d ivin o ; plan que en un rasgo breve y com­
pendioso traza San Pablo cuando d ic e : “ Om nia enim vestra sunt,
vos autem Christi, Christus autem D e i” (2).

H edifaclén cuarta
0 1 L P B á P O
L a primera semana comienza propiamente con el ejercicio
de los tres pecados, porque la consideración del fin del hombre,
como el mismo título lo indica, más que parte integrante de la

(1) C f . D en is. M e sc h le r hoc loco.


(2) I. C o r., 3-22.— C f . M e sch ler, lo co cítalo .
DHL PECADO 37

primera semana constituye el principio y fundamento, común de


todos los ejercicios.
L os ejercicios, “ poco m ás o menos, ,?<? acabarán en treinta
dias” (1). Y estos treinta días los distribuye San Ignacio en
cuatro semanas, que tampoco se han de entender exactamente,
sino que se pueden prolongar o abreviar conform e el aprove­
chamiento del ejercitante (2).
L a primera semana se reduce “ a la consideración y contem­
plación de los pecados” (3). A la consideración, porque se hace
un estudio detallado de las causas, efectos, naturaleza, conse-
cúencías del pecad o: a la contemplación, porque no se limita el
Santo a que el ejercitante considere en abstracto en los demás,
sino que quiere que vea, y sienta, y palpe en sí mismo toda la
fealdad intrínseca, toda “ la Uaga y postema de donde han salido
tantos pecados y tantas maldades y ponsona tan turpísima” (4).
E l fin de la primera semana no es tan sólo la detestación
y aborrecimiento de nuestras culpas, sino la exterminación, cuan­
to esté de nuestra parte, de las mismas raíces de los pecados,
que son las aficiones desordenadas; por eso San Ignacio co­
mienza con la consideración de los pecados ajenos, continúa
con la enumeración de los pecados propíos, y “ para que s i
del amor de D ios me olvidare por mis faltas, a lo menos eí
temor de las penas me ayude para no venir en pecado'7, ter­
mina con el quinto y último ejercicio de la meditación del in­
fierno. Y no contento el .Santo con esta parte, por decirlo así,
negativa de detestación y aborrecimiento; con. las adiciones y
reglas, los modos de orar, la práctica de los exámenes, dispone
positivamente al ejercitante a exterminar de su ánima las raíces
mismas de los pecados, que son las aficiones desordenadas. D e
aquí la importancia suma de esta primera semana que nunca
debe omitirse, aunque se repitieran los ejercicios (5), Todo ello
puede resumirse en este breve razonamiento: f<P ara alcanzar el
fin, es.m enester servir a D ios; para servir a Dios, es necesario

(1) A n n o t. 4-ft
(2) C f. A n n o t. 4.“, D i r e c t 0 n - i .
(3) Annot 4.“
(4) 2.0 e je r., 3.
(5) D ire ct. 11-4.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

evitar el p ecad o; para evitar, el pecado, hay-que combatir las a fi­


ciones desordenadas” ’ (x). -

“ Es m editación con las tres potencias sobre el prim ero, se­


gundo y tercero pecado; contiene en sí, después de una oración
preparatoria y dos preám bulos, tres puntos principales y vn
coiloquio.”
“ O ración. La oración preparatoria es pedir gracia a ©ios
nuestro Señor para que todas mis intenciones, actiones y ope­
raciones sean puram ente ordenadas en seruicio y alaban ca de
su diulna m aiestad.”

“ L a oración preparatoria e sp ed ir g r a c i a T oda dádiva bue­


na y todo don perfecto es de arriba, desciende del padre de las
luces (2), sin la. gracia divina 110 podemos nada (3). ¿ Y cuál es
la gracia que pedimos? Q ue todas las intenciones de nuestra
mente, las acciones de nuestro cuerpo, las operaciones de nuestra
alma, por la hora entera de oración, sean puramente dirigidas
a servicio y alabanza de.su divina majestad.
“ P rim er preám bulo. — E i prim er preámbulo es composición
viendo el lugar. Aquí es de notar que en la contem plación o
m editación visible, así . com o contem plar a Xpo. nuestro Señor,
el cual es visible, la composición será ver con la vista de la
ym aginación el lugar corpóreo, donde se b a ila la cosa que quiero
contem plar. Digo el lu gar corpóreo, así como un tem plo o m onte
donde se h a lla Jesu Xpo. o N uestra Señora según lo que quiero
contem plar. En la inuísíble, como es aquí de los pecados, la com ­
posición será ver con ía vista ym áginativa y considerar m i ánim a
ser enearcerada en este cuerpo corruptible y todo el compósito
en este valle, como desterrado ^entre brutos anim ales; digo todo
el compósito de ánim a y cu erpo” .

L a composición de lugar, en la meditación de cosas visibles,


la suministra la misma realidad. En la meditación de cosas in­
visibles hay que procurarla, i Y con que verdad y realismo ini­
mitable la describe San Ig n a cio ! El fondo de la escena prevari­
cadora es la cá rce l; la cárcel del alma, que es el cu erp o; la cár­
c e l del cuerpo y del alma, que son las penas y amarguras, y pe-

(1 ) C f . M e sch ler, M e rc ie r hoc loco.


(2) O m n e donum optim um et om ne datum p erfe ctu m . Jacob, 1-17 .
(3) Sitie m e n ih il p o testa íis fa c e re . Joan . 15-5.
OKI PECADO 39

ügros, y seducciones, y asechanzas, que-como brutos animales


rodean con inminente riesgo de eterna perdición.
“ Segundo preám bulo.— El segundo es dem andar a Dios nuestro
Señor lo que quiero y deseo. Da dem anda a de ser esgún subieeta
m ateria, es a .sab er: si la contem plación es de resurrection, dem an­
d ar gozo con X po. goloso; sí es de passion, dem andar pena,
lágrim as y torm ento con Xpo. atorm entado. Aquí será d e­
m andar vergüenza y confussion de my mismo viendo quántos
an sido dañados por vn solo pecado m ortal y quántas veces yo
merescia ser condenado para siempre por mis tantos peccados
A sí como el .comienzo de todo pecado es la soberbia, así el
comienzo de la conversión es la humildad. Y nada más eficaz
para humillarnos, que considerarnos postergados por nuestras
culpas a los pies de los condenados y de los mismos demonios,
las más viles y más abyectas áe todas las criaturas (i).
Y antes de entrar en la meditación del pecado ocurre pre-
gun tar: Y ¿qué cosa es el pecado? E l pecado es el desorden del
fin. L o que seria desbordarse el mar, apagarse el sol, exorbitar-
se el firm am ento; eso y mucho más es el pecado, único mal, des­
obediencia divina, muerte del alma, ofensa de Dios. Y porque el
pecado ciega al pecador y no le deja ver sus propios pecados,
San Ignacio le presenta primeramente los pecados ajenos:
E l pecado en el cieio.
E l pecado en el paraíso.
E l pecado en la tierra.
O ue son los tres puntos de este primer ejercicio.

P U N T O P R IM E R O
El gseead!© @ss ©3 €Se¡©

“ El prim er puneto será traer la m em oria sobre el prim er p e­


cado que fué de los ángeles y ¡luego sobre el m ismo el entendí-
m iento discurriendo, luego la voluntad, queriendo todo ésto m e­
m orar y entender por más me enuergoncar y confundir trayendo
en com paración de vn pecado de los ángeles tantos pecados m íos;
y donde ellos por vn pecado fueron al infierno, quántas vezes yo
le lie m erescído por tantos. D igo traer en m em oria el pecado
de los ángeles, cómo siendo criados en gracia no se que­
riendo ayudar con su libertad para hazer reuereneia y obediencia

(i) C f . R o o íii., h oc loco.


40 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

a su Criador y Señor, veniendo en supérala, fueron eonuertidos


de g ra cia en m alicia y lanzados del cielo a l infiern o; y así eon-
sequenter discurrir m ás en p articular eón el entendim iento y
consequenter mouiendo m ás los afectos con la vo lu n tad ” .

“ Traer en memoria el pecado de los ángelesV


a) La naturaleza de los ángeles: E l Señor crió a losánge­
les, en gracia, inmunes de materia, imagen del Criador, prim i­
cias de sus m anos; la inteligencia carísim a, la voluntad rectí­
sima, el poder ingente, la ligereza suma, el número sin número,
la variedad maravillosa, al decir de Santo Tom ás, especifica, la
m orada dei cielo su destino la bienaventuranza.
Pero entre la muchedumbre infinita de los ángeles hubo un
ángel más bello que los otros ángeles, más clara su inteligencia,
más ardiente su voluntad, más b|anca su veste, más hermosa su
fa z, más encumbrado, su trono, más refulgente su corona. Los
demás ángeles le obedecían, le admiraban, le amaban. E ra, al
decir de los teólogos, el primero o-uno de los primeros de los
ángeles del cielo (x). Se decía su nombre L u cifer porque des­
collaba entre los ángeles por su hermosura, como descuella el
lucero entre las estrellas del cielo.
b) L a caída de los ángeles. “ N o se queriendo ayudar con
su libertad para hacer reverencia y obediencia a su Criador y
S eñ o r” . E l Señor, que dió a los ángeles gratuitamente la natu­
raleza y les sobreañadió la gracia, no quiso sin ningún mereci­
miento de ellos prodigarles la gloria, sino que dispuso que fuese
estipendio del trabajo, premio del mérito, corona de justicia.
P o r esto les dotó a los ángeles de una regia prerrogativa, que
si 110 es la soberanía misma, hace a los soberanos; si no es
la misma bienaventuranza, constituye a los bienaventurados;
esta prerrogativa regia aunque terrible, mágica seducción de
los mortales, se llama libertad. El Señor a los ángeles, lo
mismo que a los hombres, los creó libérrimos. Pudieron desde
el principio, obedecer o no obedecer, cooperar o no cooperar,
alcanzar la gloría o merecer el castigo (2).
P or tantas gracias y prerrogativas exigió el Señor a los án­

(1) C f . B e ra z a . D e an gelis, 648 et seq. P a l m íe n de D e o crean te,


L X . , p. 453.— D a b illo n -D e m o crit D íctio n a íre, I V , p. 401.
(2) ■R e liq u it illu m in m anu co n silii s u i... quod p lacu erit ei dabitud
Hli, É c c le s. 15-14.
DEL PECADO 41

geles su libérrimo homenaje y s u m is ió n .A l .oírlo Luzbel, des­


lumbrado por su hermosura, se rebeló contra su Creador, ya
litera por lujuria espiritual o desordenado egoísmo, envidia de
los hombres o desobediencia de Jesucristo, insensata aspiración
de alcanzar por solas sus fuerzas la sobrenatural bienaventuran­
za o apetito satánico de igualarse con el Todopoderoso (i), cual­
quier otro que fuese el defecto de su pecado, que en esto no con­
vienen los teólogos, “ no se queriendo ayudar con su libertad a
hacer reuerencía y obediencia a su Criador y Señor, viniendo
en superbia” , como es la opinión común de los Padres y los
teólogos (2), “ fueron convertidos de gracia en m alicia” .
ic) E l castigo de los ángeles. “ Y laneados del cielo al in­
fiern o ” f
Luzbel se deslumbró por su hermosura, se desvaneció por su
soberbia y se rebeló contra el Todopoderoso. Y protestó “ non
serviam ” , no me da la gana, en la presencia de los ángeles del
cíelo. Y su ejemplo y persuasión indujo a la rebeldía a la tercera
parte de las estrellas del cielo (3).
“ E t factum est prcelmm magnum in codo” (4). Y se hizo
en el cíe’o una grande guerra. San M iguel y sus ángeles lucha­
ban con el dragón y sus ángeles rebeldes (5). “ Y no prevalecie­
ron ” , Como al fu lgo r del rayo sucede el súbito fragor del sordo
trueno, así en el instante, Luzbel y sus ángeles fueron precipi­
tados al infierno. “ Ñ eque locus inventus est eorum amplius in
ccelo” (ó).
¡Cóm o caíste, L u cifer, que alboreabas a la mañana!, exclama
el P rofeta. (“ Quomodo cecidisti L u cifer qui mane oriebaris” ,
Isaías, 14-12). Decías en tu soberbia: “ escalaré los cielos, tras­
pondré las nubes, me sentaré en el trono del Señ or” (7). Y he
aquí que has sido precipitado a los abismos del infierno. “ V i-

(1) B e ra za , de A n g e lis , C ap . I I .— D ic tio n a h e -M a b illo n , I V ., p. 383.


(2) C f , B e ra za , D e A n g e lis , 636.
(3) E t cauda eju s tra h e b at tertiam partem stellaru m coelí. A p o c., 12-4,
(4) A p o c., 12-7.
(5) E t non p reva lu eru n t,
(6) A p ., 12-8.
(7) Q u i dicebas in co rd e t u o : in coelu m conscendam , super astra
D e i e xa ítab o s o liu m 'm e u m ... ascendam , sup er altitudin em nubium , sim ilis
e ro A ltis s im o . V e ru m ta m e n ad in fern u m d etrah eris in p ro fú n d u m lací.
Isa ia s, 14-13.
42 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

debam Satanam sicut fulgur de ccelo ca'cjentem” (i). Adm ira,


el mundo !a caída de los imperio, se m aravilla la tierra de la
ruina de las naciones, y qué tiene que ver la caída de los hom­
bres comparada con la caída de los ángeles ?
¿Cóm o caíste, E ucifer, que alboreabas a la mañana? T u veste
se manchó, tu inteligencia se oscureció, tu albedrío se desordenó,
se conmovió tu trono, se quebró tu corona, tu cielo se tornó in­
fierno, tu gracia, desgracia sempiterna. Y este castigo justísim o
te impuso el .Señor cuya misericordia sobreexalta a su justicia,
sobreexcede sobre toda la muchedumbre de sus obras “ Super-
exaltet autem misericordia judicium ” (2). uE t miserationes ejus
super omnta opera eju s” (3).
»
* * *

d) Aplicaciones.-rziT gl es la naturaleza y la caída y el castigo


de los ángeles; apliquémonos este ejem plo: “ trayendo en com­
paración de un pecado de los ángeles, tantos pecados iyiios, donde
ellos por ün pecado fueron al infierno, quantas veces yo lo he
merescido por tantosY Comparemos naturaleza con naturaleza,
su caída con la nuestra, su castigo con nuestro castigo. Cierto
que los ángeles son superiores a los hombres en el orden de la
naturaleza, espíritus puros, inmunes de mortalidad, exentos de
la corrupción de la m ateria; pero se equiparan los hombres y los
ángeles en el orden de la gra'cia, hijos ambos de Dios, consortes
de la divina naturaleza, herederos de la glo ria; más aún, se so­
meten los hombres a los ángeles en Jesucristo, que es cabeza de
los hombres y de los ángeles; en la V irgen M aría, que es reina
de los ángeles y madre de Dios.
Si tal es la angélica naturaleza comparada, con la nuestra,
veamos su caída comparada con nuestra caída. “ E l ángel pecó
una ves, yo pequé muchas veces; el ángel pecó sin precedente
castigo, yo pequé después del castigo de los ángeles; el ángel pecó
contra su Creador, yo pequé contra mi Redentor; el ángel perse­
veró en el pecado, reprobado por la divina justicia, yo persevero
pecando perseguido - por la divina misericordia; el ángel pecó
I>EL PECADO
43

.contra D ios que no le redimió, yo pequé ó'ontra D ios que nutrió


por rescatarme” (1).
Sí tal es su caída comparada con la nuestra, comparemos lo
que es más estupendo, su castigo comparado con nuestro castigo.
E l castigo de los ángeles fué inmediato, el mío d ife rid o ; el cas­
tigo de los ángeles forzoso, el mío volun tario; el castigo de los
ángeles justo, el mío misericordioso; el castigo de los ángeles
sin.perdón, el mío perdonado; el castigo de los ángeles sin res­
cate, el mío expiado en el Calvario.
E l Señor dejó a las noventa y nueve ovejas en el cielo y vino
-en busca de la ovejita ingrata, que en la tierra se le había des­
carriado. E l Señor no tuvo compasión de las más perfectas cria­
turas, y como se compadece W m ad re de su hijo pequeñuelo, se
compadeció de la más im perfecta de las intelectuales criaturas.
¡ O h, Señor, que mis pecados son más graves que el pecado de
los án geles! ¡ Oh, Señor que mis pecados son más numerosos que
el pecado de los dem onios! Que soy más réprobo que todos los
réprobos, más demonio que todos los demonios, que merecía es­
tar en los infiernos, a los pies del mismo S atan ás; que no merez­
co perdón alguno de no ser por la muchedumbre de vuestra mi­
sericordia; pero esto mismo oprime más mi corazón, y aumenta
más mi vergüenza y confusión. Padre, pequé contra el cielo y
contra T í, no merezco llamarme hijo vuestro. P or vuestra bon­
dad inmensa, por vuestra misericordia infinita, a mí me pesa,
pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; antes mil
veces morir que volver a pecar. A sí sea.

PU N TO SEGU N D O
El peetsd!© @1 . pgaraüs©

“ El segundo: hazer otro tanto, es a saber, traer las tres po­


tencias sobre el pecado de A dán y Eua, trayendo a la m em oria
cómo por el ta l pecado hissíeron (tanto tiempo penitencia, y quánta
corruption vino en el género hum ano, andando tantas gentes para
el infierno. D igo traer a la m em oria el segundo pecado de nues­
tros padres; cómo después que A dán fu é criado en el campo da»
m aceno y puesto en el parayso terrenal y E ua ser criada de su
costilla, siendo bedados que no comiesen del árbol de la sciencia y
ellos comiendo y así mismo pecando, y después vestidos de túnicas
pellíceas y lancados del parayso, bibieron sin la ju sticia original,

(1) S r . B ern ., de 4 ment. e je rc.


-44 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA PRIMERO

"
- que habían perdido, toda su vida en m uchos trab ajo s y m u ch a
penitencia, y consequenter discurrir con ei entendim iento m ás
particularm ente vsando de la voluntad como está d ich o ” .
Consideramos sem ejantem ente:
á) L a condición de los primeros p ad res;
b) Sn caída, y
c) Su castigo.

a) L a condición de nuestros primeros padres.


E l Señor, que creó los cielos y la tierra, los montes y los va-
líes, los ríos y los mares, después de acabar la fábrica de nuestra
morada hizo consejo, y por unánime acuerdo las tres personas
divinas decretaron la creación $el hombre (i).
G en ., 1-26. í
“ A d miagin&m D ei creavit iílwm” (2). ; Oué hermosura la de
los primeros p ad res! ¡ Q ué serenidad en sus o jo s ! ¡ Q ué alegría
en su frente! ¡Q u é señorío de sus pasiones! ¡Q u é dominio de
todas las criatu ras! E l lobo no había aguzado sus dientes, ni el
león acerado sus garras, ni el áspid preparado su veneno, ni había
afilado la muerte su guadaña vengadora.
Su morada era el paraíso, edén de delicias en cuyos prados
alzaba sus ramos bienhechores el árbol de la vida que le brindaba
frutos de inmortalidad.
Su conversación era con los ángeles y con Dios, cuya voz
“ escuchaba al aura después del mediodía” (3).
Su destino era la bienaventuranza. ¡Q u é cosa es el hombre
— exclam a el salmista— que te acuerdas de él, y el hijo del hom­
bre, que así lo enalteces! L e disminuiste poco menos que los ánge­
les, le coronaste de gloria y de honor y le constituiste sobre las
obras de tus manos” (4). T a l fué la condición de nuestros prime­
ros padres; veamos ahora su caída.

b) S u caída.
L a serpiente, dice la Escritura, era el animal más astuto en­
tre todos los animales de la tierra (5), y como viera a la m ujer
que vagaba solitaria en derredor del paraíso, se llegó a su encuen­

(1) F a c ía m u s hom inem ad im agin em et sim ílítu din em n ostram .—


(2) 11-2 7.
(3) G én ., 3-8.
(4) Ps., - .
8 5
(5) G én,, 3 1 et seq.
M X PECADO 45

tro y le d ijo : “ ¿P o r qué no coméis del ark.pl de la ciencia?3' L a


m ujer le respond.ó: “ D e todos los árboles del paraíso comemos,
pero el árbol de la ciencia nos lo vedó el Señor, no sea que mú­
retenos” . “ N o temas, le replicó la serpiente, no moriréis; todo al
contrario, seréis corno dioses” . Reparó la mujer que el fruto era
seductor a los ojos y gustoso al paladar y alargó su mano y
comió,, y lo ofreció a su esposo, que también comió: y Adán y
E v a pecaron.
Pecado de desobediencia. E l Señor les.había ordenado: “ D e
los demás frutos del paraíso, comed. D el árbol del bien y del
mal no comáis, porque cualquier día que de él co-miéreis, mori­
réis” (i).
Pecado de soberbia. E l demonio les había dicho: “ N o temáis,
no moriréis, seréis como dioses/sabréis el bien y el mal (2).
Pecado de sensualidad. E va había reparado que el fruto era
seductor a los ojos y dulce al paladar (3).
Pecado de origen. Fuente y raíz de la muerte y de todo pe­
cado. ” P er unutn■honiinem peccaturn iniravit vn mmidum et per
peccatum m ors” (4).
T al fué la condición de los primeros padres, semejante al pe­
cado ; veamos ahora su castigo.
c) Su castigo.
Oyeron A dán y E va la voz del Señor en el paraíso y se escon­
dieron (5). Y llamó Dios al hombre, y se excusó con la m ujer;
y requirió Dios a la m ujer, y se excusó con la serpiente. Y mal­
d ijo Dios a la serpiente, y la condenó a arrastrarse por la tierra
y humillarse a los pies de 3a m ujer; y m aldijo Dios a la mujer,
y la obligó a someterse al hombre y a los dolores de su alumbra­
m iento; y maldijo Dios al hombre, y le condenó a comer el pan
con su sudor y amasarlo con sus lágrim as; y maldijo a los anima­
les, que afilaron sus uñas y sus dientes y segregaron sus venenos;
y maldijo Dios a la tierra, que brotó sus cardos y sus espinas y
arideció en sus arenales; y maldijo Dios al cielo, que fo rjó los

(1) G én., I I , 17.


(2) ¡N equáquam m o rie m in i: eritis sicut dii scientes bonum et m alura,
G én ., I I I , 4 - s .4
(3) V id it ig itu r m u líer quod bonum esset ligo u m ad vescen dum efc
p ulch rum o cu lis aspectuque delectabile. G én ., I I I 6.
(4) R om ., V , 12,
(5) G én ., 3-8, et seq.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA PRIMERO

vengadores rayos y desencadenó las tormentas; y maldijo D ios


a la humanidad entera, y la despojó en el orden divino de la g ra ­
cia y la ju sticia; en el orden moral, de la integridad y la sumi­
sión del ap etito; en el orden físico, de la impasibilidad y la inmor­
talidad. Y así la maldición de Dios despojó a la humanidad de
los dones gratuitos y la vulneró en los naturales con cinco mor­
tales heridas: la ignorancia, la malicia, la concupiscencia, la de­
bilidad y la muerte. T al fué el castigo del primer pecado, en el
cuerpo y en el alma, en el cielo y en la tierra, en los primeros
padres y en toda su posteridad.
Comparemos ahora semejantemente la condición de los pri­
meros padres con nuestra condición,, su pecado con nuestro pe­
cado, su castigo con nuestro castigo.
Cierto que nuestros primero^ padres fueron creados en gracia,
embriagados en deleites, adornados de inm ortalidad; mientras que
nosotros nacemos en pecado, vivimos en destierro, morimos con
dolor; pero como dice el Apóstol, “ donde abundó el delito, sobre-
abundó la gracia” (i). Sí los primeros padres nos vencieron en
los dones de gracia y original justicia, nosotros los superamos en
los dones de rehabilitación y resurgimiento. SI los primeros pa­
dres fueron creados en gracia, nosotros somos regenerados en
el bautismo. Si los primeros padres fueron adornados del don
de la integridad, nosotros somos reintegrados en la pasión de
Jesucristo. SÍ los primeros padres fueron alimentados con el ár­
bol de la vida, nosotros nos alimentamos con el sacramento del
altar; si los primeros padres vivieron en una vida de deleites,
nosotros moramos en el paraíso de la Iglesia, a la sombra de
la cruz, en el regazo mismo del Salvador. \O h feliz culpa que
nos mereció tan grande redentor! (“ O fe lix culpa qttce talem ac
iantum meruit Redem ptorem ” ). Verdaderamente que donde abun­
dó el delito sobreabundó la gracia. ¡ Oh ciertamente necesario
pecado que lo borró la muerte de C ris to ! j O h culpa feliz, que
mereció tan grande redentor í
Si comparamos su caída con nuestra caída. E l pecado de
A d án fué uno, el mío m últiple; el pecado de A d án sin prece­
dente castigo, el mío con la certidumbre del in fie rn o ; el pecado
de A dán anterior a la redención de Cristo, el mío pisoteando su
sangre redentora; el pecado de A dán llorado, el mío quizá re íd o ;
el pecado de A d án expiado nuevecientos años, el mío repetido

(i) U b i a b u n d avit delictu m sup erabu n d avit et g r a tía . R o m ., 5-20.


DEL PECADO 47
h
sin ningún rem ordim iento; los primeros padres se levantarán en
juicio contra sus hijos porque ellos faltaron y se dolieron, peca­
ron e hicieron penitencia; mientras que nosotros caemos y re­
caemos, pecamos y reincidimos en nuestro pecado.
Comparemos finalmente su castigo con nuestro castigo. Pecó
A dán y se avergonzó, peco yo y no me avergüenzo de mi pecado;
pecó A d án y fué castigado, peco yo y nada triste me sucede ( i ) ;
pecó Adán y fué maldecido, peco yo y soy perdonado; pecó A dán
y fué arrojado del paraíso, peco yo y se me franquean las mise­
ricordias del Señor,
“ ¡M isericordia domini quía non sumus cons-umpti! ” Grande
es, oh Señor, tu omnipotencia, grande tu justicia, grande tu sa­
biduría, pero más grandes son todavía tus misericordias. N o des­
precies, oh Señor, la obra de tus manos (2). Mucho más grandes,
mucho más numerosos son mis pecados que el pecado de Adán,
memento me i” ; no me apartes, Señor de T i; no me cierres las
puertas del paraíso, cómodas cerrastes a Adán, “ ne forte mittat
mcrnum suam et srnnat de ligno v ita ” , antes escóndeme en la
llaga de tu costado, franquéame el pan de los ángeles, para que
te alabe con tus ángeles, por los siglos de los siglos. Amén.

PU NTO TERCERO
era lea tierres
“ El tercero: así mismo frazer otro tanto sobre el tercero
pecado p articu lar de cada vno Que por vn pecado m ortal es yd©
al infierno y otros m uchos sin cuento por menos pecados que
yo he hecho. Digo hazer otro tanto sobre el tercero pecado p a r­
ticular trayendo a la m em oria la gravedad y m alicia del pecado
contra su C riador y Señor, y discurrir con el entendim iento cómo
en el pecar y liazer contra la bondad infinita, justam en te a sido
condenado p ara siempre, y acabar con la voluntad como está
dicho*\

Piemos considerado el pecado en el cielo y .en el paraíso,


vamos a considerarlo ahora en la tierra: “ E l tercero, así mismo
sobre el tercero pecado particular de cada vno que por vn peca­
do mortal es ydo al infierno
piarem os la misma división que en los dos puntos anterio­
res, y consideraremos:

(1) P e s c a v i et q u id m ihi tris te accidit. E ccle s., 5-4."


(2) O p e ra manutam tu a ru m ne d e sp id a s. P s . 137-8.
48 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

a) L a condición de esta alma. A


b) S u caída.
c) E l castigo.

a) E s un alma buena, santa, fervorosa si se quiere, pruden­


te como Salomón, sabia como Orígenes, obradora de milagros,
como Judas. ¡Cuántas virtudes cu.tivó! ¡Cuántas victorias con­
siguió ! ¡ Cuántos merecimientos g ra n je ó ! M ortificó las pasio­
nes, profesó la oración, frecuentó los sacramentos, conservó
luengos años la inocencia. Un momento antes que el Señor la
llamara, hubiera merecido la gloria, gozado la lumbre inaccesi­
ble, alabado eternamente con los ángeles la divina m isericor­
dia. T al es la condición de esta alma. Consideremos ahora su
caída, f
b) E s un pecado de seducción, de escándalo, de fragilidad;
un pensamiento, un deseo no más, tai vez cometido en los arre­
boles de la adolescencia, quizá en la vehemencia de la pasión,
acaso después de violenta lucha muchas veces superada. ¡ Qué
p en a ! ¡Q u é in fortu n io! E s el primer pecado, es el único pecado,
pecado elicito, pecado de pensamiento. Y era un alma inocente,
era un ángel. E s el pecado del cielo en la tierra, es el pecado del
paraíso en el destierro. T al es la caída, consideremos el castigo.
c) E l castigo inmediato.
Señor, detened vuestra ira, diferid vuestra justicia, Q ue es
el primer pecado, que es un solo pecado, que fué en un arrebato,
que hará penitencia, que os ha costado vuestra sangre. Dejadle
un poco, “ dimitte paululum ” , antes de relegarle a la región tene­
brosa y envuelta en la oscuridad de la muerte. 3Sío, no reclaméis
m ilag ro s; es ta rd e ; ya llega el esposo; no hay rem isión; el árbol
a cualquiera parte que cayere allí permanecerá. “ In quibus nos
deprehenderit in iis et judicabim ur” (i).
Castigo p is to : “ Justo es el Señor y justos son sus ju i­
cios” (2). “ En sus manos estuvo el bien y el mal, la vida y la
muerte, lo que le plugo le fu é dado” (3).
Castigo eterno: “ Ite maledicti in ignem ceternum” . Id mal­
ditos al fuego eterno.

(1) S . Justin o, in dial. C u m T ry p h o n e.


(2) J u stu s es, D o m in e, et o m n ía ju d icia tu a ju s ta sunt. T o b ía s , 3-2.
(3) A n te hom ínem v ita et m o rs, bonum et m a lu ra ; quod p la cu erit
ei d ab ítu r illi. E c c l., 15-18 .
DEL PECADO 49

Y este castigo no es abstracto e imponible. L a incertidumbre


de la muerte es cierta, su subitaneidad, frecuente. L a sagrada
E scritura nos la encarece muchas veces: “ E l h ijo del hombre
vendrá a la hora que menos penséis” (1 ); como el ladrón noc­
turno, así vendrá el día del Señor (2). “ A media noche” , en el
profundo sueño, “ se escachará la vos del esposo” (3); pero si
alguien, admitida la realidad del caso, negara su frecuencia, no
la tratamos de probar, San Ignacio se abstiene de afirmarla,
pero sí asevera el Santo categóricamente que otros muchos sin
cuento "p or menos pecados que yo he hecho, se han condenado" .
Este sí que. 110 es caso abstracto ni infrecuente,, sino concreto y
realísímo, como lo reconocemos y lo confesamos sin duda en
nuestro co razó n ; cuántos “ por menos pecados que yo he hecho,
se han condenado” . í

1) Comparemos su condición con la nuestra. Recibieron


quizá menos gracias y fueron más agradecidos; alcanzaron me­
nos auxilios y fueron-Unás perseverantes; prevaricaron menos,
fueron más acreedores a la divina misericordia. Y parecen cha­
marnos aquella temerosa sentencia del señor: “ ¡A y de ti, Co-
rosain! ¡A y de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubie­
ran hecho los milagros que se han obrado en vosotros, ha tiempo
que en cilicio y en ceniza hubieran hecho penitencia; por tanto
os digo que Tiro y Sidón serán en el juicio menos rigorosamen­
te castigados” . “ Y tú, Cafarnaúm, jpiensas acaso levantarte
hasta el cielo f Serás, sí, abatida hasta el infierno, porque si en
Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti se han obrado,
Sodoma subsistiría todavía; por esto te digo: Sodoma será tra­
tado con menos rigor que tú en el día del castigo” (4). T al fué
su condición comparada con la nuestra.

2) Comparemos su caída con nuestra caída. Ellos pecaron


una vez, yo m uchas; ellos en la adolescencia, yo en la m adurez;
ellos por fragilidad, yo por m alicia; ellos seducidos, yo sedu­
ciendo; ellos por apasionamiento, yo con premeditación; ellos
contra un solo precepto, yo quizá contra todos los mandamientos.

(1) Q u a h o ra non putatis filius hom inis veníet. L u c., xa 40.


(2) A d v e n ie t autem dies dom iní u t fu r. 2 P e t. 3-10. D ie s dom ini
gicut f u r in n octe ita ven.it. T h e s,, 5-2.
(3) M e d ia n octe cla m o r fa ctu s est ecce sponsus ven it. M a t , 25-Ó.
(4) Mat, xi-21.
4
50 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TRIMERO

3) Y si a tanta desigualdad de la culpa se añade la miseri­


cordiosa desproporción del castigo, 110 podemos menos de con-,
fundirnos de sonrojo y de vergüenza. Ellos castigados, yo im-f
pune; ellos vengados, yo favorecido; ellos perdidos, yo salvado;
ellos malditos, yo bendecido; ellos en el profundo del infierno y
yo camino de la gloria. ¡ Ah ! Si a un condenado le sustrajera el
Señor de las llamas del infierno, ¿qué gratitud no le tendría?
y qué ¿110 es m ayor beneficio que sustraer a un condenado del
infierno, impedir a un pecador que caiga entre sus llamas? (1) Y
yo soy el pecador, yo el siervo del demonio, yo el errado con
el estigma de la bestia, yo el tiznado con las llamas del infierno*
¡ A l p ecad or! ¡ A l reprob o! ¡ A l del infierno !, claman las po­
testades infernales, y susurran quizás a mis oídos mil crímenes
ocultos y vergonzosos que la p u m a se niega a expresar y la
lengua a balbucir. ¡ Y los ángeles fueron reprobados! ¡ Y los pri­
meros padres castigados! ¡ Y el reo de uno, de menos pecados,
condenado! ¡ Y yo perdonado! ¡ Y o impune! ¡Cam ino de salva­
ción! ¡Q u é vergüenza C ¡Q u é sonrojo! ¡Q u é confusión! ¿ Y
cuál es la causa de tanta desigualdad ? ¿ Cuál es la causa de tan
misericordiosa desproporción? “ Cristo, Cristo es la causa” , que
se interpuso en la boca misma del infierno que ya iba a tragarm e;
con su frente augusta dolorida, sus manos divinas clavadas, sus
pies benditos llagados, sus carnes surcadas, su costado abierto,
y con voz imperiosa conminó a las potestades del infierno y les
dijo: ¡no, a ese 110, a ese 110!; yo cargo con sus iniquidades,
yo respondo por sus pecados, yo satisfago su castigo con mi
ca stig o ; yo rescato su muerte con mi muerte. ¡ N o, a ese n o !
Y me arrancó con mano fuerte de las garras del demonio y me
salvó para siempre de las llamas del infierno (2).

d) Coloquio. ¡ Oh S e ñ o r! ¿ Cóm o de Creador habéis venido


a haceros criatura? ¿Cóm o de vida eterna os habéis abajado
a morir por mis pecados? ¿Q u é os movió a compadeceros de
loa/hombres--.cuando no tuvisteis misericordia de los ángeles?
¿ Qué os indujo' a compadeceros de mí, la más ruin e ingrata
criatura, cuando" tantas menos ruines e ingratas que yo se con­
denaron para siéiíipre? ¡O h bondad inmensa! ¡O h misericordia
infinita! ¡Cóm o .me sonroja la muchedumbre de mis ingratitu-

/ (1) L a p u e n te : M e d ít. I, m edit I I , 3.


(2) C oloquio, im agin ado.
DEL PECADO 52

des i ¡ Cóm o me abruma la deuda de mis pecados! Pero no me


escondo, de vuestra presencia como los primeros padres en el pa­
raíso; no excuso mis iniquidades, como excusaron ellos su pe­
cado : antes “ viéndoos tal y así enclavado en la cruz, mirando
a mí mismo me confundo” y me avergüenzo de “ lo que he
hecho por C risto” : pecados, injusticias, ingratitudes, iniquida­
des sin cu en to ; me confundo más y me avergüenzo de lo que
hago por Cristo: descuidos, negligencias, abandono en las adi­
ciones, frialdad en mis propósitos. Y esta vergüenza y confu­
sión de lo presente y lo pasado me induce a ser cauto y genero­
so en lo futuro. ¿Q u é debo hacer por Cristo? E l condenado, el
pecador, el del infierno, ¿qué debe hacer por Cristo? "S ervu s
Hms sum ego” (1). ' ‘ Quid me vis facere" (2), “ Doce me facera
voluntatcm tuam” (3). 'I
Esté primer coloquio, sí me es dado decir así, es como el
principio y fundamento de todos los coloquios, porque lo supo­
nen todos ellos y no son otra cosa más que su desenvolvimiento
y perfección. E l coloquio de esta meditación es el coloquio de
toda la prim era semana. E l coloquio del reino de Xto., que es
el coloquio de la segunda semana, “ que deben responder los bue­
nos súbditos a rey tan liberal y tan humano” , 110 es otra cosa
que el desarrollo de este primer coloquio. Y San Ignacio no ex­
presa el coloquio de la tercera semana; parece bastante insi­
nuarlo en el sexto punto del primer ejercicio. “ ó.° considerar
cómo todo esto padesce por mis pecados y qué debo yo hacer
y padescer por é l” . Y finalmente el coloquio de la cuarta sema­
na, llave de oro y corona de todos los coloquios, es,Ja eflores­
cencia de este primer có’oquio, “ considerar con mucha rasan y
justicia- lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a su dvuina
molestad f es a saber todas mis cosas y a mi mismo en ellas?E
San Ignacio se ha en este primer coloquio como el prudente
orador que oculta con precauciones oratorias hasta el epílogo»
lo que se propuso en el comienzo, que no era a q u í^ r a / ^ s tE |u q :N
la oblación omnímoda y generosa de nuestro s é y ' - ^ i ^ ^ á s ' '
tras cosas hecha a la divina majestad en feryíéníex‘y -filial cq X
rrespondencia al exceso infinito de-su amor md /

(1) P s . 118-125.
(2) A c t ., 9-6.
(3) P s. 142-10.
(4) N o n e ll. ars. ign., 4.
52 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

lu s fr ia c c ié g a p r i m e r a

ANOTACIONES
“ Arniotaciones para tom ar alguna inteligencia en los e je r ­
cicios spirituales que se siguen, y para ayudarse así ei que los
ta de dar, como el que los a de recib ir” .

Con este título encabeza San Ignacio un breve proemio ele


los ejercicios, en que expone su definición, el fin que preten­
den, los medios de conseguirlos, los obstáculos que se oponen a
su consecución (x). L a definición y el fin de los ejercicios los
expone en la anotación primera, que dice así:
“ L a prim era annotación es que por este nom bre exercicios espi­
rituales se en tien d e- todo modo de exam inar la consciencia, de
m editar, de contem plar, de orar vocal y m ental y de otras espi­
rituales opperaciones, según que adelan te sé dirá. Porque así como
el pasear, cam in ar y correr sen exercicios corporales, por la
m esm a m anera todo modo de preparar y disponer el ánim a
p ara quitar de sí todas las affection es desordenadas y después
de quitadas p a ra buscar y h allar la voluntad diuina, en la dis-
positíón de su vida, para la salud del án im a se llam an exercicios
espirituales ” .

L a primera parte de la anotación expone lo que son los ejer­


cicios espirituales en general; la segunda parte, lo que son en
particular los ejercicios espirituales de San Ignacio.
Como la vida natural del cuerpo exige actos y operaciones
físicas para su desarrollo y perfección, que los frecuenta la
juventud, con tanto afán y solicitud, hasta constituir en ellos
su entera profesión, así la vida sobrenatural del alma, reclama
actos y operaciones espirituales, para su adelanto y perfeccio­
namiento espiritual; y como andar, caminar, correr, los depor­
tes tari idolatrados de la infancia, constituyen los ejercicios cor­
porales; así el exam inar, contemplar, orar y demás espiritua­
les operaciones frecuentadas por los santos, constituyen los ejer­
cicios espirituales; tal es el género próxim o de los ejercicios
espirituales; pero su diferencia última no se reduce a cualquier

( i ) C f . L a P a lm a . C am in o esp iritual, IV , 3 1.— W a n y , S. J. Les


Á n to n io n s íes E x e r c ic e s de S a in t Ig n a ce .
INSTRUCCIÓN PRIMERA.— ANOTACIONES 53

linaje de oración, sino que constituye una serie graduada de


ejercicios hábilmente enderezados, para quitar de sí todas las
afecciones desordenadas y hallar la voluntad divina. Este doble
fin y la consiguiente subordinación de sus partes, distingue de
todos los espirituales ejercicios a los ejercicios espirituales de
San Ignacio. T al es la definición y el fin de los ejercicios;
veamos ahora los medios de conseguirlo.
Podem os distinguir dos clases de medios: unos intrínsecos,
de los mismos ejercicios; otros, propios del ejercitante. Los pri­
meros los constituyen las cuatro semanas o etapas espirituales
en qué se dividen los ejercicios, a saber: la primera es la con­
templación de los pecados, que se reduce a reform ar lo defor­
mado, mediante una ferviente confesión. L a segunda, es la vida
de N uestro Señor Jesucristo, hasta el día de Ramos inclusive,
que se dirige a conform ar lo reform ado, mediante la prudente
elección. L a tercera, es la pasión de N uestro Señor Jesucristo
y se propone confirm ar ,1o conformado, mediante la eficacia y
firm eza de la elección. 'Finalmente, la cuarta, es la resurrección
y ascensión, que aspira a transform ar lo confirmado, en el fuego
del D ivino Am or. T al es a grandes rasgos la sipnosis de los ejer­
cicios espirituales (i). T al es la cuádruple serie de meditaciones
que junto con las anejas anotaciones, 'adiciones y reglas, consti­
tuyen los medios intrínsecos de su santificación.
V eam os ahora los medios propios del ejercitante. Pueden
reducirse a dos capítulos. U nos negativos y otros positivos.

L o s medios negativos son dos: la soledad y el silencio.


L o s positivos, otros dos: la diligencia en cumplir las adicio­
nes y la generosidad con D ios nuestro Señor.

i) Explicarem os primeramente los medios negativos. L a


soledad o apartamiento tiene que ser interior y exterior. L a
soledad exterior, consiste, al decir de San Ignacio (2).
ampliando la anotación ignaciana, la soledad es: el monasterio

“ m ás se apartare de todos amigos y conoscidos, y de toda solicitud


terrena, assí como m udándose de la casa donde m orava, y tb»
m ando otra casa para h ab itar en ella, quanto m ás secretamente»
pudiere” ;

(1) C f . L a P a lm a . C am in o e sp iritu al, I, ca p ítu lo X I V .


(2) A n o t. 20.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO— DÍA PRIMERO

del monje, el claustro del religioso, el yermo del erem ita; la


soledad es la ermita, el santuario, la casa de ejercicios; la solé-
dad es la cueva santa de Manresa. Ir a Manresa, retirarse a
'Manresa, es frase hecha, que significa, en el lexicón religioso,
lo mismo que retirarse a hacer los ejercicios, Y con razón.
ILa soledad es parte esencial de los ejercicios; los ejercicios ce­
rrados y los ejercicios abiertos, se distinguen específicamente;
fuera de Manresa no hay ejercicios espirituales. A sí lo dice e x ­
presamente San Ig n a cio :
“ A l que estubiere em barazado en cosas públicas o negocios
con nenien tes , dénsele algunos ejercicios ( 1). A l que es m ás
desem barazado y que en todo desee aprouechar, dénsele tocios los
ejercicios sp íritu ales” (3).

P or manera que en la mente de San Ignacio, la totalidad de


los. ejercicios reclama la totalidad de ía soledad. Oigam os cómo
encarece San Ignacio la importancia y e'1 provecho de la so­
le d a d :
“ D el qual apartam iento, dice, se siguen tres prouechos p rin ci­
pales, entre otros m uchos: El prim ero es que en apartarse hom bre
de m uchos am igos y conoscidos, y asimismo dé m uchos negocios
no bien ordenados, por seruir y alabar a Dio snuestro Señor, no
poco m eresze delante su Diurna M aiestad ” .

¿Ciertam ente qué otro sacrificio exterior y temporal más


meritorio puede la criatura ofrecer que renunciar a su padre y
a su madre, y a sus amigos, y a sus hermanos, y a su esposa, y
a sus hijos, para vacar solamente a la gloria y alabanza de su
divina M ajestad?
“ El segundo, estando ansí apartado no teniendo el enten di­
m iento partido en m uchas cosas, m as poniendo todo el cuydado
en solo vna, es a saber: en seruir a su Criador y aprouechar a
su propia ánim a; vsa de sus potencias naturales m ás librem ente,
para buscar con d iligencia lo que tanto desea.”
S i dice el Apóstol que el esposo está dividido con la sofici-
tud de la esposa, la.solicitud no ya sólo de la esposa sino de,los
h ijos y los deudos, y los intereses y cargos púb'.icos, y la febril
agitación y barahunda de la moderna actividad, ¿no es verdad
'que divide y. subdivide el corazón, y., le turba de muchas mane­
ra s? Pero el que excluye toda exterior solicitud,y atiende tan

(1 ) C f . A tu ií 19. ‘ ' -
(2) A n n . 20.

INSTRUCCIÓN PRIMERA.— ANOTACIONES 55

sólo a la interior contemplación, posee entero su corazón y


libre las facultades para conocer el beneplácito de la divina
voluntad.
" E l tercero, cu an to m ás nuestra ánim a se h a lla sola y a p a r­
tada, se haze m ás apta para se acercar y llegar a su Criador
y Señor; y cuanto m ás así se allega, m ás se dispone para rescibir
gracias y dones de su diuina y sununa bondad” .
“ L a mente humana a modo de rauda catarata, si va cerrada
sube al cielo, si se deja Ubre se pierde baldía en la llanura” (i).
“ N on in comnoiione dominas” , dice la Escritura, y el Fací re
K e m p is: “ cuantas veces estuve con los hombres, añade, volví
menos hombre (2), y al contrario, cuantas veces evité a los hom­
bres, me allegué a los ángeles” . En la soledad del Sínaí, recibió
Moisés las tablas de la L e y ; en la soledad del Carm e’o, alcanzó
E lias su espíritu doblado; en la soledad de .Nazaret, recibió
M aría la visita del A rc á n g e l; en la soledad del cenáculo, reci­
bieron los Apóstoles al Espíritu Santo, y Belén, Nazaret, y el
desierto, y el huertoy y* el Golghota, y el Tabor, nos predican
con muda elocuencia el amor de la soledad.
L a soledad no sólo ha de ser exterior, sino principalmente
interior. Y a esto va enderezada la soledad exterior, a procu­
rar la soledad in terio r; sin ésta, la soledad exterior se reduciría
a. una prisión o cárcel voluntaria. L a soledad interior consiste
en la exclusión de toda imaginación, de todo efecto, de todo
pensamiento que no vaya enderezado a Dios. A sí como el ma­
rino se engolfa entre el cielo y el mar, así el ejercitante lia de
bogar solitario entre un doble abismo; e1 abismo insondable de
su nada y el abismo infinito ele la divina misericordia.
De la soledad interior habla San Ignacio: <fEn las adicio­
nes” , cuando díce “ que nos hemos de dormir con el pensamien­
to de la meditación, y despertar con este primer pensamiento (3).
“ Que hemos de cercenar todo pensamiento contrario al fin de
los ejercicios como afectos de alegría en los ejercicios de la
primera semana (4); más aún, que hemos de engolfarnos en
la primera, semana de tal manera, que no sepamos cosa alga-
' na de lo que se ha de hacer en la segunda” (5).

(1) S . E u ch D e laude erem i 37.—-M ig n e P . L . 75 T . 50 C . 709.


(2) Im ita ció n de C ris to , L ib r o iF , C ap . II.
(3) A d íe , i -2.
(4) A d ic . 6.
(5) A n o ta c ió n i r
56 EJERCICIOS DE .SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

2) T an absoluta soledad interior y exterior, incluye nece­


sariamente consigo un absoluto silencio. Aquello que dice el P a-
dre Rodríguez, ‘‘ que una casa re’igiosa sin silencio, parece
casa de .seglares” , y así mismo, una casa religiosa con silen­
cio, parece casa de Dios y antesala del cielo. Tiene también
lugar en una casa de ejercicios, que es a su manera un trasunto
y remedo de religión. L os ejercicios hablados y los ejercicios se­
cretos se distinguen específicamente. E l silencio santifica a los
ejercicios, es el barómetro del aprovechamiento espiritual. H aya
silencio, y habrá fruto y aprovechamiento; haya mucho silen­
cio, y habrá mucho fruto y aprovechamiento; falte el si! en-,
ció, y faltará el orden, y el fruto, y la piedad. Por esto, los que
creen que el silencio es 'innecesario en los ejercicios, los que
creen que hecha la confesión es lícito mezclar algunas palabras,
o se rinden torpemente al engaño del enemigo o 110 entienden
de ejercicios espirituales, en los cuales, por vía ordinaria
‘‘ tanto m ás se aprouechará quanto m ás se apartare de todos am i­
gos y eonoscidos y de toda solicitud terrena; así como m udando
de la casa donde m oraua y tom ando otra casa para h abitar en
ella quanto m ás secretam ente pud iere” .
T ales son el ejercitante los medios negativos de su santi­
ficación.
3) Veam os ahora los positivos, que son también dos: la
diligencia en las adiciones y la generosidad con Dios nuestro
Señor. L as adiciones son reglas añadidas en su lugar oportuno
“ para m ejor hacer los ejercicios y para m ejor hallar lo que de­
se e ” . Su exacta observancia constituye en la ascética ignaciana,
un medio importantísimo de santificación.
“ T e apartaste de iodos amégos y conocidos y de toda soli­
citud terrena... por servir y alabar a D ios nuestro S eñ or” . “ T e .
indicaré, oh hombre, lo que es bueno y recldma de ti el S eñ or...
anda solícito delante de D ios (1), no seas inconsecuente, no re­
mitas de tu primer ferv o r; -hiciste lo más, no omitas lo menos;
cumple fielm ente tas adiciones y encontrarás provecho” . E n esta
breve exhortación .no hay encarecimiento. T a l .fué la estima que
hizo de las adiciones San Ignacio, así lo declaró en la anotación
sexta, en que d ice : . . . ..
“ JE! que dá íps ejercicios, quanto siente que a l que exercita
no le vienen algunas mociones spirituales en su ánim a, assí como

(1) M iq ., 6-8.
■INSTRUCCIÓN PRIMERA.— ANOTACIONES 57

consolaciones o dessolaciones, ny es agitado de varios spíritiís,


m ucho le deve interrogar cerca de los exereicios, si los liaze a
sus tiem pos destinados y cómo; asim ism o de las addiciones, si
con diligencia las haze pidiendo particularm ente de cada cosa
destas ” ,
como aparece de la simple lectura de esta anotación, la inacción
y la esterilidad de los ejercicios, puede en la estima de San Igna­
cio, fundadamente, atribuirse a la omisión o negligencia de las
adiciones. E sta misma estima ignaciana de las adiciones se con­
firm a en la adición décima, que ordena que en todo el decurso
de los ejercicios se lleve el examen particular de las adiciones.
Sabido es que San Ignacio es el Santo del examen particular,
y que el examen particular constituye su arma más eficaz, y toda
su eficacia en todo el decurso de los ejercicios la encamina al
cuidado y cumplimiento de las adiciones. Y es que en el apro­
vechamiento espiritual “ ni el que él planta es algo ni el que
riega, sino el que da incremento, que es D ios” . A la criatura
corresponde cumplir lo que está de su parte. Y no hay nadie
que no pueda cumplir de su parte con estas minucias y peque-
ñeces de las adiciones. Si las cumplieras, alégrate, oh siervo
bueno y f i e l ; u porque fuiste fie l en lo poico, el Señor te consti­
tuirá en lo m ucho” (M ateo 25-21). T al fué la estima que tuvo
San Ignacio de las adiciones; esta misma estima la tuvieron los
varones espirituales (x), y el directorio, que atribuye a su dili­
gente cumplimiento, el fruto de los ejercicios (Dir. 15-9).
4) E l segundo medio positivo de santificación es el ánimo
y liberalidad con Dios nuestro Señor.
“ Al que rescibe los exercicios, m ucho aprouecha en trar en ellos
con gra n ánim o y liberalidad con su Criador y Señor, ofrecién ­
dole todo su querer y libertad, p ara que su diuína Maiestad así
de su persona, eomo de todo lo que tiene, se sirua conform e a
su sanctíssima voluntad” ,
a) Anim o, y grande ánimo es necesario para cumplir el
doble fin de los eje rcicio s; es a sab er: quitar de sí todas las
afecciones desordenadas y buscar y hallar la divina voluntad” ,
porque no es el fin de los ejercicios el quietismo, sino la lucha;
la lucha íntima y encarnizada contra nuestro enemigo más ínti­
mo y encarnizado, nuestro vicio capital, nuestra pasión domi­
nante, lucha “ contra la carne” (2), “ contra el querer e ínteres-

(1) R o d ríg u e z, T r a t . V . c. 22,


(2) B in a rio s, nota.
,58 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

s e ” ( i ) ; “ lucha cuerpo a cuerpo” , “ opuesta” (2), “ diame-


' tral” (3), sin cuartel, de exterminio, hasta “ quitar de sí toda
affección desordenada” y vencerse a sí mismo, “ sin determinar­
se por affección alguna que desordenada sea” (4).
L ucha tan reñida, victoria tan gloriosa, reclama ánimo y
liberalidad. “ T e acercaste al servicio de Dios, prepara tu ánima
para la tentación” (5). “ N o luchas tan sólo contra la carne y
sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra el poder
de las tinieblas y el embate de los espíritus infernales” (6). T e ­
mores, perplejidades, tristezas, desamparos, asaltos del enemigo
y agonías de muerte, toda esta muchedumbre e infernal batería
se ha de armar contra ti en la elección, en la reform a, en el
decurso fervoroso de los ejercicios espirituales. “ E l reino de ¡os
cielos sufre violencia ” ( 7 ) . “ Confortare et esto robu sin s ” ( 8 ) .
Sin esta disposición, sería casi m ejor no empezar los ejerci­
cios (9). S i alguno es formidoloso y tímido que se retire a su
casa (10 ); a los apocados'y pusilánimes no los quiere san Igna­
cio. A sí lo dice expresamente en las anotaciones (11).
“ AI que en todo lo possible desea aprouechar dénsele todos los
exercicios” .

L a totahdad de los ejercicios redam a la totalidad del ánimo


y generosidad.
“ Ingrediar totus” , entra todo. A sí entró San Ignacio cuando
d e cía : “ SÍ Francisco hiso esto, tmnbién yo lo he de hacer. S i
Domingo hiso lo otro, también yo lo he de ejecutar” . A sí entró
Javier cuando, atado de pies y manos, exclam aba: “ Habla, S e ­
ñor, que tu siervo escuchaA A sí entró Saulo, cuando postrado
en el polvo repetía: “ Domine quid me vis facere” . E ntra todo,
sin recelo que empañe el cielo radiante de la divina v o ’.untad.

(I) R e fo r m a de la vid a.
(2) Sum n. R e g . 14.
( 3) R e g la s de esp irit. i . a sem ana 12.
( 4) T ítu lo de los e je rcicio s,
( 5) E ccli., 2-1.
(ó) E ph., 6-12.
(7) M a t , 11-12 .
(8) D e u t , 31-23.
(9) M e sch ler, h o c loco.
(10) D eut., 20-8.
■INSTRUCCIÓN PRIMERA.— ANOTACIONES 59

■Entra todo, sin. rapiñas ni limitaciones, “ para- disponerte a reci­


bir “ in dies” mayores gracias y dones espirituales” (i).
b) Este ánimo y liberalidad es la disposición inicial de los
ejercicios. “ M ucho aprovecha, dice San Ignacio, “ entrar” en
los ejercicios con grande ánimo y liberalidad.”
c) Este ánimo y liberalidad es la disposición gradual de
los ejercicios. Suave y eficazmente en el decurso de las medi­
taciones te exigirá e. Señor mayores cosas, te reclamará más
grandes sacrificios, te prodigará más abundantes gracias, te des­
cubrirá su divina voluntad, y aquella disposición inicial, aquella
raíz generosa, erguirá su tallo, desplegará su pompa, se coro­
nará de frutos y hermosura.
d) E ste ánimo y liberalidad es la disposición principal de
los ejercicios. H aya ánimo y liberalidad, y habrá soledad; haya
ánimo y liberalidad, y habrá silencio; haya ánimo y liberalidad,
y habrá diligencia; haya-ánim o y liberalidad, y habrá fruto
y aprovechamiento. Y , por el contrario, sin este ánimo y libe­
ralidad, todo lo perderás y nada podrás esp erar; es decir, que
este ánimo y liberalidad es la disposición principal de los eje r­
cicios.
e) Este ánimo y liberalidad es la disposición final, la cum­
bre y el fastigio de todos los ejercicios. A l comienzo de los
ejercicios, dispusiste la víctima del sacrificio; en el término de
los ejercicios, en la final contemplación, consumarás el holo­
causto, liberal y animoso, en llamas del divino amor.
f ) Y porque este ánimo y liberalidad es tan necesario, has
de procurarlo, 110 tanto con el fervor de tus propósitos y la
energía de tu voluntad, cuanto con la constante plegaria y hu­
milde oración. R uega a los ángeles del cielo, singularmente al
ángel-de tu guarda; invoca a los santos de tu devoción, espe­
cialmente a San Ignacio, patrono de los ejercicios espirituales.
A cude a San José, celestial abogado de la final perseverancia.
R ecurre a la Reina de los cielos, a la mediátríz universal de las
misericordias, la Purísim a V irgen M aría, para que ella te al­
cance del divino corazón, la gracia abundante del Espíritu Santo.

(1) Sum . R e g ., 20.


,6o EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

i:V eni Creator Spiriius” . “ Oh Creador espíritu, visita nuestro


entendimiento; cólmanos de la divina gracia, tú que creaste
nuestros corazones” ,
* $ 5
ft

Hemos expuesto la naturaleza de los ejercicios, los fines


que se proponen, los medios para alcanzarlos. Resta demostrar
1c que es principal, su virtud e intrínseca eficacia, para obtener
el doble objetivo a que se ordenan: la victoria de nosotros
mismos y el cumplimiento de la divina voluntad.
Y esto lo comprobaremos: i ) por el testimonio de la Com­
pañía, y 2) por el oráculo de la Iglesia y de los Santos.

1) P or el testimonio de la Compañía de San Ignacio y


de sus hijos.
San Ignacio escribió el libro admirable (1) de los ejercicios
sin más preparación que los primeros rudimentos de las letras (2),
lo cual hace pensar en un auxilio sobrenatural del cielo o, como
acredita piadosa tradición, en la revelación directa de la Santí­
sima V irgen (3). Y si fue tan extraordinaria la primera crea­
ción de los ejercicios, no fué menos terminante la persuasión
íntima que tuvo de su eficacia su santo fundador. Basta la
simple lectura del título, para convencerse de ello: “ E jercicios
espirituales para vencer a sí mismo y ordenar su vida sin de­
terminarse por affección alguna que desordenada seaY N o se
puede creer que San Ignacio impusiera a su libro un título
semejante sin la persuasión íntima de su virtud nativa e in­
trínseca eficacia (4). E n esta íntima persuasión, San Ignacio
difundió con todas sus fuerzas, a pesar de todas las persecu­
ciones, la práctica de los ejercicios. P o r causa de los ejercicios
fué el santo preso en A lca lá ; por causa de los ejercicios' fué
encarcelado en Salamanca. E n P arís delató el inquisidor el libro
de los ejercicios; en Coim bra lo censuró el Cardenal E nrique;
aún después- de aprobados los ejercicios por Paulo III, los
persiguió el Cardenal Silíceo, arzobispo de Toledo, y a pesar

(1) B r e v a r io rom ano.


(2) R iv a d e n e íra . “ V id a de S a n I g n a c io ” , L íb . I, c, 8,
(3) B eíecio . E je r c ic io s . In tro d u cció n .
(4) L a P a lm a L . V . c. n .
INSTRUCCIÓ N PRIMERA.— ANOTACIONES 61

de tantas cárceles y censuras, y calumnias y persecuciones, el


Santo no cejó en su apostólico empeño de difundir los ejer­
cicios por todas partes. Notable es, a este propósito, aquella
anécdota de su vida, cuando invitado impertinentemente por un
doctor de París a una partida de trucos, cedió a sus instancias
a condición de que el vencido se sometiese a la voluntad del
vencedor. Y vencedor Ignacio de su adversario, le puso por
condición la práctica de los ejercicios (i).
N o menos terminante y expresiva en esta materia es la carta
del Santo a su profesor y director espiritual, el maestro Miona,
en la que le invita a la práctica de los ejercicios, en estos
térm inos: “ Dos, y tres, y otras cuantas veces puedo, os pido,
por servicio de Dios, lo que hasta aquí tengo dicho... siendo
todo lo m ejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y en­
tender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo,
como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros mu­
chos” . Este testimonio',' singularmente en San Ignacio, que era
enemigo de superlativos y encarecimientos, es irrefragable. T al
es el testimonio de San Ignacio acerca de la eficacia de los
ejercicios; expongamos ahora el testimonio de la Compañía,
“ L os ejercicios santifican al fundador; los ejercicios sus­
citan a su Com pañía; los ejercicios convocan a sus primeros
p ad res; los ejercicios inspiran a su instituto; los ejercicios
examinan a sus candidatos; los ejercicios educan a sus novicios;
los ejercicios informan a sus estudiantes; los ejercicios perfec­
cionan a sus profesos. Los ejercicios son la fortaleza de sus
confesores, el aliento de sus mártires, la sabiduría de sus doc­
tores ; el celo de sus apóstoles, el arsenal bien provisto de
todas armas donde se* equipan sus soldados, para luchar las
batallas del Señor. Todo el fruto, todo el aprovechamiento,
toda la santificación de la Compañía en cuatro siglos de glo­
rioso apostolado, no es sino una emanación y fecunda eflores­
cencia de los ejercicios espirituales. Todos los hijos de la
Compañía reconocen a San Ignacio por su fundador; pero su
santo fundador puede decir con verdad a cada uno de sus
hijos, a semejanza de San Pablo: “ A unque contéis los maes-

(i) V id a de San Ig n a cio . R iv ad e n eíra , V, 10.


EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

P o s a millares, no tenéis mu-chos padres, porque yo sólo os


engendré en Cristo, por los ejercicios” (i).
2) E l segundo y último argumento que comprueba la efi­
cacia de los ejercicios es el oráculo de la Iglesia y de los santos.
L os santos han hecho unánimes alabanzas de los ejercicios ig-
nacianos. E l Beato Juan de A vila, los llama “ escuela de celes-
ti al sabiduría' ( 2 ) . San Pedro Canísio, "noviciado del género
humanof> (3). San Carlos Borromeo, “ bibliotecaA San F ra n ­
cisco de Sales, <vmétodo santo de reformar las costumbres” (4).
San A lfon so Ligorío, “ tesoro manifestado por D ios en estos
últimos tiempos” (5), y San Felipe X eri, San Vicente de Paúl,
Santo Tom ás de Villanueva, Santa T eresa de Jesús, Santa
Magdalena de Pazzis, Santa Juana Francisca de Chantal y ,
para decirlo en pocas palabras, cuantos varones florecieron más
en la doctrina ascética o en la santidad de la vida en estos
tres últimos siglos, enaltecieron con grandes alabanzas el libro
de los ejercicios (6). Si el testimonio de los santos es unánime,
el testimonio de. la Iglesia es irrefragable. Paulo III (7), P au ­
lo V (8), Alejandro V I I (9), Benedicto X I V (10), León X I I I
( 1 1 ) . Pío X I ( 1 2 ) , encomian en singulares encíclicas con grandes
alabanzas los ejercicios iguacíanos. Y ya que sólo sea dado ci­
tarlas, en una breve interrupción, al menos queremos extractar,
aunque no sea más que sucintamente, la novísima encíclica del
pontífice Pío X I en la festividad de su año jubilar (13).
“ E l uso de los ejercicios — dice el Santo Padre— es
la prenda “ que nos complacemos en dejar a nuestros ama-

(1) C r . L a P a lm a . C am ino E sp iritu a l. L . V . f C . 2.


(2) C f . R a m ó n G a rcía . E je r c ic io s . P ró lo g o .
(3) B eíecio . E je rc ic io s . P r ó lo g o . ^
(4) T r a ta d o del am o r de D ios. L . 12, c. L
(5) L e tte r a sull u tilit degli E s e r c iz i in soiltudine. O b ra s a scéticas.
M a rc e tti, 1847, vol., 3, p ág. ó ió .
(6) E p isto la e Ig n a tian a e com m entationes. 8 feb re ro 1900.
(7) P a s to ra lis o f fic ii, L itíe r a e apostolicae, 31 ju lio 1548.
(8) 23 m ayo de xóoó.
(9) C um . sícut, 12 octubre 1Ó47.
(10) Q uan tum secesus, 20 de m arzo de 1753. D ed im u s sane, ló de
m ayo de 1753.
(1 r) Ig n a tian a e com m entationes, 8 feb re ro 1900.
(12) Su m m o ru m P o n tific u m , 5 ju lio 1922.
(13) M ens nostra. 20. de diciem bre de 1929.
INSTRUCCIÓN PRIMERA.— ANOTACIONES 63

dos hijos como recuerdo ■ de nuestro año jubilar” , porque


“ nada nos puede ser más grató que recordar las celestiales
gracias e inefables consuelos que experimentamos muchas
veces en la práctica de los ejercicios espiritualest que como
otros tantos jalones señalaron las distintas etapas de nues­
tra vida sacerdotal y nos infundieron tus y alientos para
conocer y .cumplir el divino beneplácito’ '. L os ejerci­
cios — añade— son el antídoto de la novísima ligereza” ,
“ la formación del. cristiano” , “ fragua, de apóstoles” ; y su
libro admirable, pequeño en tamaño, pero pictórico de ce­
lestial sabiduría, es código sapientísimo y universal para
enderezar las almas por el camino de la salvación” , “ fu en ­
te inexhausta de piedad eximia y sólida” , “ estímulo for-
tísimo y peritísimo para procurar la reforma de las cos­
tumbres y alcanzar la cima de la perfección” .

Y no contento‘con alabar en los ejercicios ignacianos la "e x -


celencia de la doctrina..., l a facilidad de la acom odación..., la
unidad orgánica..., la claridad del orden..., la seguridad de los
documentos” ; no contento con conceder al método ignaciano " la
principa'idad y primacía entre todos los métodos de ejercicios
espirituales” , concluye así:

“ Sin hacer otra cosa más que sancionar con nuestra su­
prema autoridad lo que estaba en el común sentir de los pas­
tores y de los fieles , correspondiendo a los ardentísimos
deseos y votos de los prelados de casi todo el orbe católico,
por nuestra constitución apostólica “ Summorum Pontificum
25 julio 1923” , declaramos y constituimos a San Ignacio
de Loyola celestial patrono de todos los ejercicios espiritua­
les y, por consiguiente, de iodos los institutos, asociaciones,
congregaciones de cualquier clase, que ayuden y atiendan
a la práctica de los ejercicios” .
T al es la eficacia de los ejercicios, tanta la virtud santifi­
cado ra de los ejercicios ignacianos que el Santo Padre quiere
que se extiendan y se difundan en todos los géneros de per­
sonas y a todas las clases sociales” ; en la muchedumbre obre­
r a ..., en los propagandistas católicos..., en lo s sacerdotes de
uno y otro clero..., en múltiples centros y casas de ejercicios,
verdaderos oasis en el desierto de la vid a..., y para preceder
a todos con su paternal ejem plo y apostolado, ordena que se
64 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA PRIMERO

dispongan todas las cosas para que cada año se practiquen los
ejercicios en los Palacios vaticanos.

Piemos expuesto la naturaleza de los ejercicios, los fines


que se proponen, los medios para alcanzarlos y su intrínseca
virtud y eficacia.
A esta fragua de apóstoles, a esta fuente irrestañable, ” a
esta escuela y noviciado de la santidad” , te invita el Señor en¡
este d ía” ; “ no ensordezcas tus oídos” , ”.no quieras endurecer
tu corazón” , “ entra todo” , permanece solo, y, no lo dudes,
saldrás otro, vencerás tus afecciones desordenadas, conocerás
la divina voluntad y experimentarás en ti mismo, como tan­
tos otros con la gracia del Señor lo han experimentado, la in­
trínseca virtud y eficacia de los ejercicios espirituales.
HedltaclÓn guiaste

Día segundo

PROCESO DE LOS PECADOS

‘‘ Segundo exerciclo es m editación de los pecados y contiene en


sí, después de la oración preparatoria y dos preám bulos, cinco
punctos y un colloquio” .
“ O RACIO N -,— O ración preparatoria sea la misma.
Prim ero preám bulo. El prim er preámbulo será la misma com ­
posición.
Segundo preám bulo. El segundo es dem andar lo que quiero;
será aquí pedir crescido y yntenso dolor y lágrim as de mis pecados.
P rim er puncto. El prim er puncto es el proceso de los pecados,
es a saber: traer a la m em oria todos los pecados de la vida, para
¡o cual aprouechan tres cosas: La prim era, m irar el lu gar y la
casa adonde toe h ab itad o; la segunda, la conuersación que he
tenido con otros; la tercera, el officio en que he viuido.
Segundo punto. El segundo, ponderar los pecados, m irando la
feald ad y la m alicia que cada pecado m ortal cometido tien e en
sí, dado que no fuese vedado.
T ercer punto. E l tercero, m irar quién soy yo, dim inuyéndom e
por exem plos: prim ero, quánto soy yo en com paración de todos
los hom bres; segundo, qué cosas son los hombres en com paración
de los ángeles y sanotos del parayso; tercero m irar qué cosa es
todo lo criado en com paración de Dios, pues yo solo qué puedo
ser? C uarto, m irar tod a m i corrupción y fealdad corpórea; quinto,
m irarm e como una llaga y postem a, de donde h an salido tantos
pecados y tan tas m aldades y ponzoña ta n turpíssim a.
Cuarto punto. El cuarto, considerar quién es Dios, contra quien
he pecado, según sus atributos, com parándolos a sus contrarios en
m y: su sapiencia a m y ygnorancia, su om nipotencia a m y flaqueza,
su ju sticia a m y yniquidad, su bondad a m y m alicia.
Q uinto punto. El quinto, esclam ación ad m irativa con crescido
afecto, discurriendo por todas las criaturas, cómo m e han dexado

5
66 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

en vida y conseruado en ella; los ángeles, como sean cuchillo de


la ju sticia díuina (1 ), cómo m e han suffrido y rogado por m y; los
santos cómo a n sido en interceder y rogar por m y; y los cielos, sol;,
luna, estrellas, y elem entos, frutos, aues, peces, y anim ales, y 3a
tierra (2), cóm o no se a abierto p ara sorberme, criando nuevos
infiernos p ara siem pre penar en ellos.
Colloquio. A cabar con vn colloquio de misericordia, rrazonad©
y dando gracias a ©ios nuestro Señor, porque me h a dado v id a
h asta agora, proponiendo enm ienda con su gracia p ara adelante»
F ater n oster” .

“ Segundo exercicio es meditación de los pecados, y contie­


ne en sí, después de la oración preparatoria y dos preámbulos,
cinco puntos y un colloquio” .
San Ignacio prescribe que esta meditación se haga tres ve­
ces. Como esto es imposible en ejercicios de ocho días, hare­
mos "ál'm enos de esta meditación dos meditaciones. L a prim e­
ra meditación comprenderá los dos primeros puntos; la segun­
da, los tres postreros.
Oración preparatoria sea la misma.
Prim er preámbulo. E l prim er preámbulo será la misma
composición.
E l segundo es demandar lo que quiero. Será aquí pedir
crecido e intenso dolor y lágrim as de mis pecados..N o se con­
tenta aquí San Ignacio con pedir vergüenza y confusión, smo
que pide dolor, y dolor crecido e intenso, no sólo racional, sino
sensible y exterior, que rebose en ardientes lágrim as (3).
“ Quis dábit capiti meo aquarn et oculis meis fontem lacry-
marum el plorábo die ac nocte” (4),

Los puntos son tres:

Prim ero, el número;


Segundo, la fealdad;
. Tercero, la malicia del pecado.

. (1) C f . I I M a c., 3-25-7, X V , 22. L u c ., 1-20. A p o c., 14 -18-19 , X V ,


1-2 1. S a n ctí v e ro , A n g e lí sine ir a puníunt, quos accip iu n t aetern a D e l
le g e puniendos i- A u . D e c ív ita te D e i, 1, I X , c. V . M ig n e P . L ., X L I ,
261 íd. 1864.
(2) .. O m n is enim res cre a ta n a tu ra lite r p rona est ad ulcíscen das in­
ju r ia s C re a to ri d ilatas perínde a c filiu s in ju ria s p atri fa c ía s u lcisci cupit.
C f . S áp., V , 18-24.
(3) Rooth.,. 77-14,
. . (4) Jerem , 9 -1. . '.
XÜS PEC-tobs PROPIOS

P R IM E R P U N T O ■
E l ÍNfámer© d e l o s r e c o d o s

E l primer punto es el proceso de los pecados, es a saber:


traer a la memoria todos los pecados de la vida, mirando de
año en año o de tiempo en tiempo, para lo cual aprovechan
tres co sa s: L a primera, mirar el lugar y la casa donde he
habitado; la segunda, la conversación que he tenido con otros;
la tercera, el oficio en que he vivido,
“ Pecador grande y encadenado” , es a saber: que voy ata­
do como en cadenas, a parecer delante del Sumo Juez eterno,
trayendo en exem plo como los encarcelados y encadenados que
dignos de muerte parecen delante de su juez temporal (3), con
estos o parecidos pensamientos: “ recogitabo tibí omnes anuos in
amaritudine animse mese” (4), 110 al detalle, sino en conjunto,
como si extendiera a mis- ojos en negras tintas el mapa mudo
de mis iniquidades” .
“ Mirando de año en año, o de tiempo en tiem po” , si repa­
so el primer alborear de la razón, en que, al decir de Santo
Tom ás, estoy obligado a convertirme a Dios, quizá encuentro
que la malicia se anticipó a la discreción, y los primeros albo­
res de mi razón se oscurecieron con las densas tinieblas del
pecado. Si repaso los años de la adolescencia, quizás tengo que
exclam ar como San A gu stín : “ Tantillus puer et íantus pe cea-
io r” : tan pequeño en la edad y tan grande pecador. Si repaso
los juveniles años, acaso los consumí en el gozo y el pasatiem­
po, y en la virilidad refiné los hábitos de mi juventud, y des­
pués de servir con apasionamiento al mundo en mis mejores
años, en los arrabales mismos de la senectud sirvo quizás con
frialdad a Jesucristo.
“ Ti aer a la memoria todos los pecados- de la vida, mirando
de año en año, o de tiempo en tiempo, para lo que aprovechan
tres ce sas: primera, mirar el lugar y la casa donde He habi­
tado” *
Repasa el paterno hogar, la escuela, él colegio,, la univer­
sidad; el taller, la oficina, la fábrica; el bosque apartado, el

(3) . A d ic ió n segun da. . , , .


(4) I sai, 18-15. ' . ' .
-68 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA<gSECUNDO

público paseo, las tinieblas de la noche y la lumbre del medio­


d ía; el juego, la diversión, el teatro, quizás lo que es más es­
pantoso: el mismo templo (i).
“ La segunda, conversación que he tenido con otros” .
Repasa las personas con quienes has conversado: padres,
hermanos, compañeros, criados, educadores; las conversacio­
nes que con ellos has tenido: las pa^bras ociosas, libres, indis­
cretas, los donaires, risas, burlas, murmuraciones, y quizás en­
contrarás que, en vez de haber puesto la conversación en el
cíelo (2), todo al contrario: aguzaste tu lengua como serpiente,
como "áspid que segrega su veneno (3).
“ L a tercera, el oficio en que he vivido” .
Repasa tus oficios, cargos, empresas, ocupaciones; la obe­
diencia de tus superiores, el gobierno de tus súbditos, las obli­
gaciones de tu estado. Añade a esto las circunstancias todas en
que el Señor te ha colocado, tu fortuna, talento, sa lu d ; los dones
mismos sobrenaturales, luces, consolaciones, gracias, sacra­
mentos. Y en tus oficios,* empresas, cargos y obligaciones y en
los beneficios mismos y gracias del Señor, encontrarás de tu
parte iniquidades, pecados, negligencias, ingratitudes. Y ten­
drás que exclam ar con el P ro feta : “ M e rodearon males sin nú­
mero, me circundaron mis iniquidades hasta no poderlas abar­
car, se multiplicaron más que los cabellos de mi cabeza, y mi
mismo corazón se desmayó” (4).
Cóm o no llorar tantos pecados y tan grandes iniquida­
des. Llorem os delante del Señor que nos creó,porque E l es
nuestro Dios. “ ¡O h , quién me diera llanto a mis mejillas y a
mis ojos fuentes de lágrimas para llorar de día y de noche!
N oche y día arrancaré mi llanto sin dar tregua a mis lágrimas
ni descanso a las pupilas de mis ojos” (5).

(1) C f . M a n resa hoc loco.


(2) N o s tr a co n ve rsatio in coelis est. P h ilip 3-20.
{3) A c u e ru n t lin guam sicut serpen tis, ven en um aspidum sub labíis
coru m . P s . 119-4.
(4) Q u o n ia m círcun dederu n t m e m ala quorum non est n ú m e ru s ; com -
p rehen derun t m e in iquitates m eae et non p otui ui viderem . M ultip H catae
s u n t super ca p illo s cap itis mei et c o r m eum d ereliq u it m e P s . 39-13.
(5) Q u ís d ab ít capiti m eo aquam et a cu lis m eís fontem la cry m a ru m
e t p lorab o dte a c nocte. (Jerem , 9 -1). D e d u c quasi torren tem ía cry m a s
p er diem et noctem , non des réquiem tib í, ñeque taceat p up illa o cu lí tu.
(T h re n , 2-18). P lo rem u s co ram D o m in o qui fe c it nos quon iam ípse est
D o m in u s D e u s n oster. P s . 74-6.
LOS PECADOS PROPIOS 69

En el primer punto hemos considerado en el pecado su nú­


m ero; en el segundo, consideraremos su fealdad, y en el ter­
cero su malicia.
L a fealdad y la malicia se contraponen como la hermosura
y la bondad, que son opuestos. L a bondad se refiere a la vo­
luntad, la hermosura al entendimiento; por el contrario, la
fealdad repugna al entendimiento, la malicia a la voluntad.
Ciaro está que sin ley y advertencia de la ley no hay pe­
cado; pero San Ignacio considera aquí la malicia y fealdad,
precisivamente por su oposición e intrínseca repugnancia, no
sólo con la voluntad divina, sino con la misma razón y humana
voluntad.. Y esta remota y fundamental repugnancia confiere
mucho para entrañar en el alma un aborrecimiento connatural
y como instintivo a todo pecado mortal (1).

SEGU N DO PU N TO

L@ á©i gs©€®d®

“ E l segundo, examinar los pecados, mirando la fealdad que


cada pecado mortal tiene en sí, dado que no fuese vedado” .
H abla San Ignacio de los pecados contra naturam o intrín­
secamente m aTs, cuya fealdad es tal, que aunque por un im­
posible no hubiese ley ni prohibición alguna, fuera la misma
su intrínseca fealdad. Bastará para sentirlo una breve enume­
ración :
¿N o es fea la embriaguez, que engendra la miseria, pro­
voca la burla, estraga la salud, turba la razón?
¿ N o es fea la blasfem ia, que mancha la boca, escupe al
cielo, provoca al Criador?
¿ N o es fea la desobediencia, que insulta a los superiores,
quebranta la ley, sacude la autoridad y precipita a los indivi­
duos y a los pueblos en los abismos de la perdición?
¿ N o es fea la envidia, muerte de toda alegría; y el hurto,
pábulo de todas las cárceles; y la sensualidad, estigma de la
bestia; y el orgullo, engendro del infierno? (2),
Y si tal es la fealdad específica de todo pecado, ño es me­
nor la fealdad genérica de todos ellos.

(1) F e rru so la ; E x e r c ítia , 2-10.


(2) C f . D en is hoc loco.
7o EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

¡ =La- hermosura y- dignidad del hombre estriba en el imperio


d e-la razón: el pecado la-posterga y escarnece, y esto no por.
necesidad, sino libremente, y no por inadvertencia, sino a sa­
biendas.
“ E l Señor dejó al hombre a su cornejo, delante de sus ojos,
está la vida y la muerte, el bien y el mal, se le dará■ según le
pluguiese” ( i ) : a sabiendas de la divina bondad, el" impío la
blasfem a; a sabiendas de la presencia eucarística, el sacrilego
la p rofan a; a sabiendas de la sangre redentora, el inicuo la
pisotea, y a sabiendas de la múltiple muerte y perdición, el es­
candaloso escandaliza, y muere, y mata. Y a sabiendas de la
intrínseca malicia y fealdad, el pecador se contamina con aque­
lla “ álaga y postema” , que, al decir de San Ignacio, mana “ tan­
tas maldades y ponzoña tan iurpisíma, y que es, en expresión
de la Escritura, ruina (2), veneno (3), podredumbre (4), le­
pra (5), gusano (ó), corrupción (7), muerte sempiterna (8).

TERCER PUNTO
isa m alicia del pecad©
“ E l tercero, ponderar los pecados, mirando la malicia que
cada pecado mortal tiene, por los males sin número que trae
al alma, que la turba, la esclaviza y ¡n a ta l
a) E l pecado turba al alma
L a paz, aspiración común de los buenos y de los malos, de
los justos y de los pecadores, reflejo y anticipo del cielo, cíelo
mismo de la tierra, la turba el pecador: “ Ñ o hay paz para los
im píos” , dice el Señor (9). “ A l pecador le agita el pavor y le
consume la tristeza” (10). “ E l remordimiento, como espina le

(1) R e liq u it ilkim in m anum con silii sin. A n te hom inem bonum et
m alum quod p lacu erit eí d a b ítu r ilÜ. E ccL , 15 -14 .
(2) E ceq ,, 18-30.
(3) Ps., 13-3'
(4) E c c l., 19-3.
(5) Deut, 17-8.
(ó). Is., 66-24.
(7) R o m , 8-21.
(8) Eccl., 15-18.
(9) N o n est p a x írapiis d ícit D om in us. Is., 57-21.
(10) S i au d ire n olu erís vo cem D o m in í d ab it tibí co r p avidum et anl-
m ám consum ptam m oerore. D eu t., 15-65.
I'.OS PECADOS PROPIOS n

punga” (i). “ L a conciencia, como gusano le roe” (2). “ Su


corazón se asemeja al oleaje de los mares en días de tormén-
ía ” (3). N o necesita D ios para- castigarle de armar el brazo
■del enem igo; la conciencia es su mayor enemigo. ‘‘ Testigo a
la vez, juez y verdugo, le acusa, y le condena, y m ata". “ Ipse
testis ípse ju d ex et tortor est, accusat judie at cruciat” . (S aq
Bern.) Y unas veces le sorprende en medio de la orgía,' como
a B altasar; otras veces le asalta en el acceso del dolor, como
a A n tío c o ; ora le reclama la sangre inocente, como a Caín ;
ora le reclama la sacrilega ganancia, como a Judas; a unos les
reprende la brevedad del placer: “ ¿Q u é fruto has-sacado— les
dice— de lo que ahora te avergüenzas?” (4).A otros les re­
presenta la acerbidad del dolor: “ Advierte y mira— ‘les repi­
te— que es malo y amargo haber dejado al Señor tu D io s” (5),
Y así, “ el verme que nunca muere, de mil diversas maneras”
afea la ingratitud (6), amenaza el castigo (7), reclama la ven­
ganza (8), turba el sueño (9), induce a la desesperación y hace
desgraciadas a las gentes y miserables a los pueblos (10 ); y si
me dices que no hay tal, que pecaste y, sin embargo, juegas, y
banqueteas, y “ nada contrario te ha sucedido", te diré con
San Agustín que eres más desgraciado todavía. (“ O te misse-
rum si se n tísm isserio rem si non sentís", y con el P ro fe ta :
“ Tiemblo la fa z de tu im piedad” (“ celavi super pee caí ores' pa-
cem peccatorum vi den s ” ) (11), porque “ el Señor, en la grande­
za de su furor, difiere tu venganza” (12 ); por eso excede tu
soberbia y rebosa tu impiedad” (13). Y así 110 hay paz en el
(r) Conversus sum m aertimna mea dum configitur spina. Ps., -314-4.
(2) V e r m is eorum non m oritur.
(3) Im pii quasí m are íe rv e n s. Is. 57, 20.
(4) Q u em e rgo fru ctu m h ab uistis tune in illis in quibus nun eru-
bescitis. R om ., 6-21.
(5) S cito et vid e quia m alum et am aru m est reliquísse te D om in um
D eu m tuum . Jer., 2-19.
(ó) A r g u e t te m alitia tu a et a ve rsí tua in crepabit te, Jer., 2-19.
(7) C ircu m sp ecta n s undique gía d iu m . Job, 15-22,
(8) S o n itu s te rro ris sem p er in auribus. Job, 15-21.
(9) T e r re b ís m e per soríinia. E t p er v is io n e s . h o rro re concuties.
Job , 7 -1 4 ^
(10) M issero s fa c it populos peccatum . P ro v ., 14-24.
(11) Ps., 72 - 3. #
(12) E x a c e r b a v ít D om ín um p ecca to r secundum m ultitudinem irae suae,
n on quaeret. P s., 10-4.
(13) P rod iit quasi ex adipe iniquitas eorum.
?2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA SEGUNDO

corazón del impío, como no sea la calma precursora de la tor­


menta sempiterna.
b) E l pecado esclaviza
L a libertad, la más soberana prerrogativa del hombre, su
cetro y real diadema, que Cristo nos conquistó con su rescate
(“ qua libértate Christus nos Uberavit” ) (i), la abdica con el
pecado el pecador ; el que peca sirve al pecado (2), el que peca
se vende al pecado (3), el. que peca se esclaviza al pecado (4),
el que peca todo lo posterga al pecado: potencias, salud, fo r­
tuna, talento, la misma libertad; y al pecado obedece; y le dice
al uno que se vaya y va, y al otro que se venga y viene, y al
príncipe que vestía púrpura lo viste de inmundicia (5), y al
heredero de rancia estirpe lo confina a la inmunda piara (6).
¿ Y no es verdad que has experimentado quizá en tí mismo tan
impía servidumbre, que has querido desligarte de sus lazos y
no has podido, que has querido desatarte de sus prisiones y
que te han faltado las fuerzas y el valor? Dígalo Augustino,
que suspiraba entre cadenas, no de ajeno hierro, sino de su
propia voluntad fabricadas (7), A sí el pecador abdica su liber­
tad, la prerrogativa soberana de que más alardea en su pecado,
la regia prerrogativa de la libertad, conform e a lo que dijo el
Salvador: “ D e verdad os digo que todo el que hace el pecado,
siervo es del pecado” (8).

c) E l pecado mata el cuerpo

E l Señor hizo al hombre inmortal, y le d ijo : “ E n cualquier


día que pecares morirás” (9). Y el hombre pecó (ío ) y el Señor

(1) Gal., 4-31.


(2) Q u i fa c ít p eccatu m servu s est p eccati, Joan, 8-34.
(3) V e n d í tu r sub peccato. R om ., 7-14.
(4) C ircu m a ed ific a v it a d versu m m e ut non e g re d ía r. A g r a v a v it co m -
pedem m eum . J er. L am ., 3-7.
(5) Jerem ., 4-5.
(6) Luc.,_ 15-14.
(7) S u sp irab am lig a tu s, caten is non fe r ro alien o sed m ea fe r r e a v o - '
luntate. C o n f. V I I I , 5.
(8) A m e n díco vo b is quía om nis qui fa c ít paccatum servu s est
peccati. Joan ., 8-34.
(9) In quócum que d íe com ederis e x eo m o rte m o ríeris. G én., 2 -17 .
(10) E t tu íit de fru c tu illiu s et com edit, deditque v ir o suo qui com edít.
G én., 3-6.
t o s PECADOS PROPIOS 73

le conminó la muerte, “ Porque pecaste, volverás — le dijo— a


la tierra de que te form aste. Eres polvo y te tornarás en pol­
v o " (i). T al es el hecho histórico. Ahora, abarcad si podéis
sus consecuencias. Reunid en un río más caudaloso que todos
Ips ríos del orbe todas las lágrimas que vertieron los moribun­
dos todos desde el principio de la tierra hasta la consumación
de todos los sig lo s: tanto y tan amargo llanto lo vertió el peca­
do. Congregad en un mar más espacioso sí queréis que el océa­
no todos los mares de sangre que derramaron los mortales,
desde el fratricidio del inocente Abel hasta los últimos crím e­
nes de los días apocalípticos: toda esa sangre la derramó el
pecado. Am ontonad en una montaña más encumbrada que las
cimas de las más encumbradas cordilleras los cráneos, huesos
y esqueletos y calaveras de todos los cadáveres, desde los pri­
meros aborígenes del mundo hasta los últimos pobladores de
la tierra: tanta muerte y deso1acíón la ha producido el pecado.
Y si la muerte, entre todas las cosas amargas, es la más am ar­
ga de todas (*' O mors qíiam amara est memoria iua” , Eccl.,
4 1-1), más amarga todavía tiene que ser la causa de la muerte,
que es el p ecad o; y si tanto lloramos la muerte nuestra y la
muerte de nuestros allegados, ¿cómo no llorar el pecado, cau­
sa de nuestra muerte y de todas las muertes de la tierra? (2).
Y todas las hambres, y todas las guerras y los incendios, que
son las avanzadas de la muerte, los produjo el pecado; y todas
las llagas, y las úlceras, y los cánceres, que son los auxiliares
de la muerte, los enconó el p ecad o; y todos los contagios, pes­
tes y enfermedades, que son los aposentadores de la muerte,
los engendró el pecado. Y si la muerte, en su proceso, y en sus
efectos, y en sí misma, es entre todas las cosas lamentables la
más lamentable de todas, ¿cómo no lamentar mucho más el
pecado, que es la causa de la misma muerte y de todas las
muertes del mundo? 11¿Cóm o no demandar y pedir crecido e
intenso dolor y lágrimas de mis pecados? ”
Pero esto es p o c o ; el pecado no sólo mata el cuerpo, sino
que mata el alma.

(1) In sudore tuo ve sceris pane doñee reverta ris ad terram , de qua
assum ptus es quia p td vis es et in p u lverem reverteris. G en., 3-19.
(2) E t per p eccatum m ors. E t íta in om nes m ors pertran síit. in quo
om nes p eccaveru n t. R o m ., 5-12.
74 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA ' SEGUNDO

d) E l pecado mata el alma

E l pecado mata el alma, por eso se'llam a el pecado, mortal


dice el Catecismo del Padre A stete: “ ...porque mata el alma
del que lo hace” . Contemplad un desgraciado que tuvo la des­
dicha de pecar; juega, habla, ríe, le saludáis, le estrecháis, le
abrazáis, creéis que vive; pero en realidad está muerto. A sí
nos lo dice la E scritura (i). Y no hace falta gran pericia para
reconocerlo. L a muerte se revela'por la inmovilidad, la inercia;
y aquella alma está inmoble, inerte en orden a la vida eterna;
aquellos ojos no ven la proxim idad del juicio, la incertidum-
bre de la muerte, el riesgo de condenación, la eternidad del
infierno. (“ Occulos habent■et non vídent” , Ps. 117.6). A q ue­
llos oídos no oyen las amenazas del Señor, los gritos del re­
mordimiento, los consejos de los buenos, las inspiraciones de
la gracia, (“ A-ures habent et non audiuni,\ P s 113). A q ue­
llas manos no obran obras de vida eterna, limosnas, austerida­
des, sacrificios, nada que. merezca la vida eterna.
“ Aunque hable lengua de ángeles, aunque profetice los más
ignotos secretos, aunque tenga fe tan grande que traslade los
montes y generosidad tanta que distribuya a los pobres todas
sus riquezas, si le falta la caridad nada le aprovecha” (2), nada
merece ni satisface digno de vida eterna. “ Manus habent et
non palpabunt pedes habent et non ambulabunt ñeque enim est
spiritus in ore ipsorw n” . (Ps. 11-3 , id.) “ Mortuum est et jann
f<etet>} (Joan 11.3 9). E stá muerta y hiede aquella alm a; hiede
en sí misma, con el intrínseco hedor del p ecad o; hiede en derre­
dor suyo, con el pestífero hedor del escándalo; hiede en pre­
sencia del Señor y de los ángeles, con el abominable hedor de
la muerte sempiterna.
SÍ así huimos el hedor del cuerpo, ¿cómo no huir el hedor
del alm a? Si así tenemos los males de la tierra, ¿cómo 110 te­
m er el mal del cielo? Si tanto lloramos la muerte temporal,
¿cómo no llorar la muerte eterna? Sí, llorad, ojos míos; llorad
el pecado, llorad su muchedumbre, su fealdad y m alicia; llorad
la turbación de la paz, la servidumbre del demonio, la corrup­
ción del cuerpo, la muerte del alm a; llorad el pecado, el único
mal, el mal irremediable, la única desdicha, la desdicha sem­
piterna. “ ¡Q u ién dará llanto a mis m ejillas y a mis ojos fu en -

(1) Anima quae peccaverit ipsa morietur. Eceq., 18-20.


(2) ¡ C o r. 13-3 et. se. .
IO S PECADOS PROPIOS 75

tes de lágrimas para llorar día y noche; día y noích'e correrá


m i llanto como el torrente, sin que dé tregua a mis lágrimas ni
descanso a las pupilas de mis o jo s !>! Pater noster. A v e M aría.

Meditación s e x to

m t E Z k B E l PE C A D O R

L a oración preparatoria y coloquios, los mismos.


Los puntos son tr e s : ¿

Prim ero, la vileza del pecador comparado con las demás


criaturas;
Segundo, la vileza del pecador en sí mismo.
Tercero, la vileza del pecador en comparación con D ios.

M I B E L A T IV A E X IG Ü ID A D

“ El tercero, m irar quién soy yo, dism inuyéndom e por exem -


plos: prim ero, qaánto soy yo en com paración de todos ios
hom bres; segundo, qué cosá son los hom bres en com paración de
todos los ángeles y sanctos del P aray so ; tercero, m irar qué cosa
es todo lo criado en 'com paración de Dios. Pues yo solo, ¿qué
puedo s e r ? ”

San Ignacio, para movernos ua crecido e intenso dolor y lágri­


mas de mis p e c a d o s nos representa la pequenez del ofensor y
la grandeza del ofendido, y como entre el ofendido y el ofen-
toi mecna un abismo infinito, para salvar tanta distancia inter­
cala el Santo en el camino tres tramos que nos sirven de otros
tantos peldaños para ascender hasta el trono del Señor. M irar
quién soy yo, disminuyéndome, por exem p lo : primero, cuánto
soy yo en comparación de todos los hombres. E ste primer tra­
mo podemos también subdividirlo en otros tres;
Prim ero, qué soy yo en mi residencia;
Segundo, qué soy yo en mi nación.
Tercero, qué soy yo en todo el linaje humano.
a) Q ué soy yo en mi residencia
Supongam os que tenga la población en que resido cien mil
habitantes. Y o soy una cienmilésima de su población. Esto
76 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

habido respecto al núm ero; que si del número, que es lo que


menos importa, pasamos al talento, poder, riquezas, influencia,
quizás represente una fracción mucho más. pequeña todavía.
P o r manera que en la órbita misma, en el foco mismo de mi
actividad, mi influencia es tan pequeña, que quizás de la m áxi­
ma parte ni siquiera sea conocida. T al es mi realidad en lá
población de mi residencia.

b) Q ué es la población de mi residencia comparada -


con la nación

España tendrá veinticinco millones de habitantes, y mí


residencia cien mil tan sólo, y yo soy una cienmilésima de su
población,
¿C uál será, pues, mi pequenez en comparación de toda E s­
paña? ¿ Y qué es la nación española comparada con todos los
hombres del mundo? E l mundo tiene más de dos mil millones
de habitantes, España, veinticinco; quitad de un montón de tri­
go de dos mil millones veinticinco millones de granos: el mon-
um quedará casi el mismo. E so es España en comparación del
mundo. P or una manera que sí España, como se cuenta de la A l-
lántida y de otras regiones, desapareciera, la totalidad del glo­
bo seguiría del mismo modo su tranquilo cu rso : los ríos co­
rrerían hacia el mar, los días seguirían a las noches, las esta­
ciones sucederían a las estaciones, se seguiría el olvido sempi­
terno. Esto es España comparada con el m undo; y tan pequeño
yo comparado con España, ¿qué seré yo comparado con el
mundo? U na' gotita de agua comparada con el océano, una
hojita seca juguete de los vientos. Aunque me crea en mi necio
engreimiento un sol esplendoroso en cuyo derredor gravitan
todas las criaturas como satélites de mi lumbre y hermosura,
en realidad no soy más que una dosmilmillonésima de los mor­
tales y. una fracción mínima numérica imaginaria de su talento,
riqueza y poderío. P o r manera que el día que desaparezca de
la tierra, mi desaparición quedará en la máxim a parte de la
tierra tan desapercibida como la gotita de lluvia que se desva­
nece en los mares o la hojita seca que se deshace por el viento.

c) Qué cosa son los hombres en comparación de los ángeles

Harem os semejantemente en este segundo miembro de la enu­


meración dos tram os: Verem os primeramente lo que es la tierra
LOS PECADOS PROPIOS 77

en comparación del c ie lo ; segundo, lo que es la tierra y el


cielo en comparación de los ángeles, para deducir finalmente:

4<¿Q u é es todo lo criado en comparación de D io s".

Q ué es la tierra en comparación del cielo.


Procederemos también en este primer miembro gradual-
mente. ¿ Q ué es la tierra en comparación del sol ? U na peque­
nez, uno de los millones de mundos que giran en su derredor
y que del sol reciben su lumbre y actividad (i).
¿ Y qué es el sol en comparación del sistema sideral? U na
pequenez, una de los dos mil millones de estrellas que, al
decir de los sabios, integran nuestro sistema sideral (2). ¿ Y
qué es nuestro sistema sideral en comparación del cielo? Quizás
nuestro sistema sideral no es más que una pequeña fracción
cósmica, perdida en la inmensidad.
Y esos millares y millones de estrellas, muchas de ellas
inmensamente mayores que el sol, por ventura a su semejanza
constituyen otros tantos" centros de sistemas p’ anetarios que de
ellos reciben la lumbre y el movimiento. Y uno de esos mun­
dos subsidéreos, apenas perceptible en el espacio, gotilla del
océano estelar, tenue arenilla de los sidéreos litorales, es la tie­
rra, el mundo en que habitamos (3). Con cuánta razón el autor
de esta enumeración, a la contemplación del cielo
exclam aba, hechos fuentes de lágrimas los ojos: “ ¡Cuán vil
me parece la tierra cuando contemplo el cielo l” (4).
Hemos visto lo que soy yo en comparación de los hombres,
lo que es la tierra en comparación de los a stro s: veamos ahora
lo que son los hombres y los astros en comparación de los án­
geles. E l número de los ángeles es sin número. “ ¿P or ventu­
ra— dice el libro de Job— puede contarse el número de las
milicias celestiales? ” (5) Y el libro de Daniel dice: “ Millares
de millares le servían y dies mil centenares de millares le asis­
tían” (6). Y el Apocalipsis: “ S u número era de millares de

(1) C f . R o d es, S . J.E l F irm am en to . B a rce lo n a , S a lv a t, 1527. p. 54.


(2) C f ., id., p. 364.
.(3) C f . R o d es. p ág. 549.
(4) R iv a d e n e íra . V id a de S a n Ig n a cio . (Q u am sordet térra dum
coetn m asp icío.)
(5) N u m q u id est núm erus m ilitu m eju s. Job. 25-3.
(ó) M ille m illiu m m in istrabant ei et dectes m illia centena m illiu m
a sisteb a n t ei. D a n ., 7-10,
78 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA SEGUNDO-

m illones” (i). Y el A póstol a los hebreos computa su número


en miñadas de millones” (2)* Y esto se deduce del oficio de los
án geles: son las milicias del Señor, los siervos del Señor, los
ministros del Señor; a ellos los envía Dios como ministros,’ que
esto significa ángeles, a las obras de la naturaleza y de la gra­
cia, y como éstas son tantas, de aquí se deduce el número sin
número de los ángeles. L os teólogos enseñan que cada uno de'
los hombres tienen su ángel exclusivo de la guarda (3); los
Santos Padres repiten que los ángeles cuidan de todo el uni­
verso, del sol, la luna, el mar, la tierra y todo cuanto se tiene
bajo el cielo (4), de donde se deduce su número sinnúmero.
Todo el linaje humano en su comparación, al -decir de los P a ­
dres, no es sino la centésima ove j illa del desierto. “ S u número
— dice el Areopagita— de sólo D ios es conocido, tan grande
que no pueden concebirlo los mortales” (5). Y si tanta muelle-,
dumbre nos abruma con su número, mucho más, incompara­
blemente m ayor es el. exceso de su naturaleza, perfección, san­
tidad, amor, inteligencia, -luz-, virtud, variedad, gloria, herm o­
sura, poder, inmortalidad, gloria y bienaventuranza. T an pe­
queños son ios hombres y los cielos en número y perfección,,
comparados con la perfección y el número de los ángeles.
■¿ Y qué es la tierra, y el cielo, y los hombres, y los ángeles,
y qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios?
E l Señor ¡hizo la tierra. Del Señor es la tierra, y su pleni­
tud, el orbe terráqueo y todos sus habitadores, “ quoniam ipse
dixit et jacta sunt ipse mandavit et creata sunt” (ó). Y la tie­
rra es nada en su comparación.
E l ,Señor hizo los cielos, el Señor los extendió en el firm a­
mento como un velo, y los desplegó como se despliega una
tienda de campaña (7). “ E l Señor Hso el Arturo, y el Orion,
y las Hiades, y las australes constelaciones (8). E l Señor cuen-
(1) E t e ra t n úm erus eorum m illia m illium . A p o c,, 5 -11.
(2) “ E t m u lto ru m m ílfium a n geío ru m fre q u e n tia m .” H e b r., 12-22.
(3) P ro b a b ilis sen ten tía B e ra za , D e án g elís, n úm ero 70Ó.
(4) Cf., id., 702.^
(5) C£.? B e r a z á íd.
(ó) D o m in í est té r ra et p len itudo eju s orbis terra ru m et u n íve rsa lí qui
habitan t in eo. P s., 23-1,
(7) Q u i e x te n d it v e lu t n ihilum cáelos et e xp a n d it eos sicu t ta b e r-
n acu lum ad ínhabítandum . Is., 40-22.
(8) ' Quí facit Arcturnm et .Oriona et Hyadas et interiora Austri.
Job, 9-9.
LOS PECADOS PROPIOS 79'

ia la muchedumbre de ios estrellas y los llama por su nom­


bre (i), 3? a su llammniento las estrellas le contestan (2), y el
cielo es nada en su comparación.
E l Señor hizo a los hombres. Form ó el Señor a A dán del
barro de la tierra e inspiró en su faz el espíritu de vida, y fue
hecho el hombre (3). “ A su imagen y semejanza lo crió (4) y
eí hombre es nada en su comparación.
E l Señor hizo los ángeles. Por E l fueron hechas todas las
cosas celestes y terrestres, visibles e invisibles: los tronos, las
dominaciones, los principados y potestades; todas las cosas,
por Dios y en Dios fueron creadas, y Dios es ante todas las
cosas, y todas las cosas subsisten en Dios. Y los ángeles son
nada en su comparación (5). Y si los cielos, y la tierra, y los
hombres, y los ángeles, son nada en comparación de Dios, yo,
hombrecillo ignoto, polvo y ceniza, ínfim o en la escala de los
seres, infinito en la pequenez, la misma nada, yo, pecador can
muerto y como abortivo.., (“ Canís m ortuus” , en expresión del
P rofeta, (í canem mortumn persegueris et pulicem unum” )
(R eg. 24.15) (“ tanqumn abortivus” , en frase del Apóstol), yo
solo, ¿qué puedo ser en comparación de Dios?
San Ignacio, para excitar en el ejercitante crecido e inten­
so dolor y lágrimas de los pecados, comienza por poner ante
los ojos su pequeñez extrínseca y relativa, en comparación de
la escala de los seres, y, sobre todo, ante el divino acatamiento,
y mi pequeñez extrínseca y relativa aparece tan' grande, que
basta a excitar en mi ánima crecido dolor y arrepentim iento;
pero 110 se contenta aquí San Ignacio: quiere que este intenso
dolor y arrepentimiento se base en la más profunda humildad,
y por esto, después de haber puesto ante mis ojos mi pequeñez
extrínseca y relativa quiere ahondar adentro en el abismo infi­
nito de mi intrínseca 3 absoluta pequeñez. Y así añade:

(1) Q uí rm m erat m ultitudin em stella ru m et óm nibus eis nom ina


vo ca t. P s ., 146-4.
(2) B e r., 3-35. ^
(3) F o rm a vit- ig itu r D o m in u s D e u s h om ín em de lim o terra e et inspi-
r a v it in fa cie m eju s sp iracu lu m v ita e et fa c tu s est hom o in atiim am
v iv en tem . G én. 2-7.
■- (4) A d im agin era D e i c r e a v ít illum . G én., 1-27.
(5) Q uoniam in ips.o co n d ita sunt u n iv e rsa in coelis et in té rra
v is ib ilia et in vísib ilia sive th ron i sive p rin cipa tus, sive potestates om n ia
in ipso per ipsum cre a ta sunt. C o l., 1-16.
8o EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SECUNDO

PU N T O SEGU N DO
“ M I INTRÍNSECA PEQUENEZ”
(“ M IR A R T O B A M I C O R R U P C IÓ N Y FEA BB A D C O R P Ó R E A ” )

¿Q u é es el hombre, no ya en su relativa exigüidad, sino


en su intrínseca y absoluta pequeñez? ¿Q u é soy yo en todos los
órden es: en el orden físico, intelectual, moral, en el orden mis­
mo de la gracia?
Recorram os brevemente esta enumeración,
a) ¿ Q ué soy yo en el orden físico ? Repasa en tu mente con
San Bernardo estas tres cosas: ¿O u é fuiste, qué eres, qué has
de ser? (x). ¿Q u é fuiste? Barro en tu origen, “ de limo te­
rree” (2), corrupción en tu nacimiento, de inmundo “ concep-
tum sem ine” (3) y siempre nada;, “ ex nihüo creafum” (4).
¿Q u é eres? O ye a San Inocencio Papa, que dice: “ Los
árboles producen frutos, las hierbas producen flores, derra­
man fragancia, irradian perfum es; el hombre derrama de sí
hedor y abominación (5). Cual es el fruto, tal es el árbol: “ ex
fructibus eorum cognosceiis eos” .
¿Q u é has de ser? T e has de resolver en polvo: “ in pulve-
rem reverterís” (ó). “ ¿D e qué fe gloriasf polvo y ceniza?” (7)
L a podredumbre es tu padre, tu madre y tus hermanos los gu­
sanos (8), y si alguno juzga ser alguna cosa cuando en realidad
es nada, se engaña lamentablemente” (9)-
b) ¿Q u é soy en el orden intelectual?
L a lumbre de nuestra razón — dice Santo Tom ás— dejada
a sí sola es tan escasa, que aun. en- el mismo orden de la salud

(1) Is ta tria in m ente sem p er habeas quid fu isti quid e rís, et quid
es. (S . B ern d . In fo rm . hom v it a .)
(2) 'Gén., 29.
(3) T o b ., 14-4.
(4) 2. M a c., 2-28.
(5) H e rb a s et arb o res in v e s tig a : i l l a de se p roducunt flores effundunfc
oleum , vín um et baísam um i l l a de se sp iran t su a vítatis odorem é t tu
de te reddis abom inationem f a t o r is . L it 8 D e con tem p latione m undi.
(6) G én., 3-19.
(7) Q u id superbit té r ra et cin is. E ccle s., 10-9.
(8) P u tre d in i d ix i pater m eus es, m a te r m ea, et s o ro r m ea verm ib u s.
Job., 17-14.
(9) S i quis e x istim a ! esse aliqu íd cum n ih il sit, ipse se sedu cit.
G a la t, 6-3.
T.OS PECADOS PROPIOS 8l

eterna, que más le interesa, abarca pocas verdades, y con mu­


cho trabajo y con mezcla de muchos errores (i). H oy más que
nunca, aquel se llama sabio, que en una disciplina, en una plan­
ta, en una ciencia se ha especializado y en los demás sectores
del saber humano tiene tan sólo algún conocimiento. H oy más
que nunca tienen que reconocer los sabios de la tierra aquel
dictado del filósofo griego: “ Sólo sé que nada sé ” .

c) ¿Q u é soy en et orden moral? Desde que vulneró ai


hombre en el orden moral la prístina caída, he aquí cómo des­
cribe el Apóstol nuestro mortal desorden: " Siento en mis miem­
bros otra ley que repugna a la ley de la razón y le cautiva a la
servidumbre del pecado (2). Querer el bien está en mi mano, pero
no acierto el practicarlo, y no hago el bien que quiero, antes bien
hago el mal que no quiero, y si hago lo que no quiero, yo no lo
ejecuto, sino el pecado que habita en m í” (3).
¡In feliz de m í! ¿Q uién me librará de este cuerpo de mor­
talidad f (4). L a g racia ' cíe Dios por nuestro Señor Jesucristo.
Sí, la gracia me restituye, me rehabilita, me acrecienta; pero,
¿qué soy en el orden de la gracia? “ Mirarme como una llaga y
postema, de donde han salido tantos pecados y tantas maldades
y ponzoña tan turpísima. L as llagas y postemas son mis pa­
siones y .m a ’os hábitos; la podredumbre que mana son mis cul­
pas, y los malos ejemplos y escándalo, el veneno y ponzoña
tan turpísima.
Este soy yo, este es mi autorretrato, en el cuerpo y en el
alma, en el orden físico, intelectual y moral, y hasta en el mismo
orden de la gracia. Y si la malicia del pecado se aumenta con la
vileza y ruindad del ofensor, ¿qué vileza hay ni qué ruindad
comparable con la m ía: polvo y ceniza, hombrecillo ignoto, esca­
bel ínfimo en la escala de los seres, infinito en pequenez? Y si,
al decir de los teólogos, “ honor est in honor ante, ofensa in ofen-

(1) C o n tra gen tes L . I., c. 4, et 22. G ., 2 a 4,


(2) V id e o in m em brís m eis a lia m legem repugnantem le g i m entís
m eae et captivan tem me ín le g e peccati. R om ., 7-23.
(3) V e lle a d ja ce t m ih í; p e r fíc e re autem bonum non invento. N o n enim
quod v o lo bonum h o c f a c ió : sed quod nolo m aíum , hoc agd. S i au tem
quod n olo illu d fa c ió , ja m non e g o o p eror illud sed quod h a b itat in m e
peccatum . R o m ., 7-18.
(4) I n f e lix hom o quis me Hberabit a co rp o re m ortis h u ju s. Rom .*
7-24. G ra tia D e i p er Jesum ch rístu m dom ínum nostrum .

6
$2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

s o ” , vamos a .exponer en el tercer punto qué grande es el


Señor contra quien he pecado.

PU NTO TERCERO
“ M I N A D A EN COMPARACIÓN D E DIOS”

“ El cuarto, considerar quién es Dios, contra quien h e pecado*


según sus atributos, com parándolos a sus contrarios en m y; su
sapiencia a m y ignorancia, su om nipotencia a my flaqueza, su ju s ­
ticia a m y yniquidad, su bondad a m y m a lic ia ” .

‘ 'N overm i te et no-verim m e” . Oh, Señor ; conózcate a T i y


conózcame a mi. V os, oh Señor, sois la justicia, el bien,, la ver“
dad, la ciencia, la hermosura, el amor, la dicha, la bienaventu­
ranza el fin último, la causa primera, la lumbre indeficiente, la
vida inmortal, la fuente de todo sér, .el sér mismo, el sér in fi­
nito, simplicísimo, absoluto, necesario. T oda perfección dé las
criaturas se deriva de vuestra increada perfección, y en V o s sub­
siste de una manera perféctísim a, eminente, sin mezcla a1guna
de límite ni imperfección. V uestra omnipotencia todo lo crea,
vuestra providencia todo lo rige, ■ vuestra inmensidad todo lo
abraza, vuestra bondad todo lo premia, vuestra justicia todo lo
castiga. N ada se esconde a vuestros ojos, nada se oculta a vues­
tros juicios. Vuestro nombre es el que es, vuestra morada el
cielo, vuestro escabel la tierra, vuestros ministros los ángeles, _
vuestra veste la gloria, vuestro carro las nubes, y sus ruedas
voladoras el plum aje de los vientos.
Y yo, hombrecillo contrahecho, ingorante, ñaco, mortal,
p ecad or; yo, hechura de vuestras manos, vestigio de vuestras
plantas, destello de vuestra lum bre; yo, ingrato, inicuo, desna­
turalizado, he tenido el cinismo, la desvergüenza de ofenderos...
¡ Y o .V y a V o s? ¡O h atrevimiento inaudito! ¡O h espanto!
“ Y todas las criaturas cómo me h an dexado en vida y eon -
seruado en ella: los ángeles, como sean cuchillo de la ju sticia
diurna, cómo m e h a n suffrido, y guardado, y rogado por m y; los
santos cómo han sido en interceder y rogar por m y; y los cielos*
sol, luna, estrellas y elem entos, frutos, peces y anim ales, y la tierra,
cómo no se a abierto para sorberme, criando nuevos infiernos
para siempre penar en ellos” .

E s que V os, oh Señor, os habéis interpuesto a la boca misma


del infierno con los brazos abiertos y el corazón rasgado, y con
vuestros moribundos labios habéis conminado imperiosamente.
r¡£L INFIERNO

a las potestades del infierno, dispuestas a arrebatarme' y les


habéis dicho: “ N o ,'n o , a ese. no; yo respondo por sus pecados;
a ese no; yo cargo con sus iniquidades". Y me habéis arrancado
de sus fauces eteniales. ‘ ‘ Misericordia Domini qum non sumus-
consumpti” . ■ . * ■
A cabar con vn colloquio de misericordia, rrazonando y dando
gracias a D ios N uestro Señor, porque me a dado vida h a sta agora,
proponiendo enm ienda con su gracia para adelante.

sép^Bffigg

P E L i l F I E I H O
(Pena de sentido)

Q uinto exercicio es m editación del infierno; contiene en sí, des­


pués de la oración preparatoria y dos preám bulos, cinco puntos
y vn coiloquio.
O R A C IO N .— L a oración preparatoria sea la sólita.
Prim er preám bulo. El prim er preám bulo, com posición; que es
aquí ver con la vista de la ym aginaeión la longura, anchura y
profundidad del infierno.
Segundo preám bulo. El segundo, dem andar lo que quiero;
será aquí pedir interno sentim iento de la pena que padescen los
dañados, p ara que si del amor del Señor eterno m e oluidare por
m is fa ltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para nos
venir en pecado.
P rim er punto. E l segundo p u n c to , será ber con la vista de la
ym aginaeión los grandes fuegos ( í ) , y las ánim as como en cuerpos
ygneos (2).
Segundo punto. El segundo, oyr con las orejas llantos ( 3) ,
alaridos, vozes, blasfem ias contra Cristo nuestro Señor y contrá
todos sus santos.
T ercer punto. El tercero, oler con e! olfato hum o, piedra, azu ­
fre, sentina y cosas pútridas.

(1) M t , 2 5 -4 1-3 -12 -13 -4 2 . M a rc., 9-42-7-10-10-15-6. Judit, 16-21. E c le s.,


21-10-7-46-24.
(2) A n im a s ign ib u s co rp o reis quodam m odo a llig a ta s esse, d o ce t
S . T h o m a s, de v e rita te 26, art, 1. Sum m a con tra gen tes, i - I V , 90. C f . I I .
P e tr., I I , 4. Judit., 6.
(3) M t., V I I I 12, X I I 42, X X I I 13, X X V 30. M a rc ., 9-43.
EJERCICIOS DE SAN IGN ACIO — DÍA SEGUNDO

Cuarto punto. E l cuarto, gu star con el gusto cosas am argas,


rasí com o lágrim as, tristeza (1), y el verm e de la consciencia (2).
Q uinto punto. El quinto, tocar con el tacto, es a saber: como
lo s fuegos tocan y abrasan las ánim as.
Colloquio. Haziendo un colloquio a Cristo nuestro Señor, traer
a- la m em oria , las ánim as que están en el infierno, vn as porque
mo creyeron el aduenim íento; otras, creyendo no obraron sus m a n ­
dam ientos, haziendo tres partes.
P rim era parte: L a prim era antes del aduenim íento.
Segunda parte: L a segunda en su vida.
T ercera parte: L a tercera, después de su vida en este mundo,
y con esto darle gracias porque no me h a dexado caer en ninguna
destas, acabando ray vida. Asim ism o, cómo hasta agora siem pre
a tenido de m y ta n ta piedad y m isericordia, acabando con un
“ Pater noster” .

ES castigo eterno del pecado: el infierno

E l ejercicio del infierno, tal como lo expone San Ignacio,


se reduce a una simple aplicación de sentidos, y la razón de este

procedimiento no es qué"'éste ejercicio sea de diferente natura­
leza ni de menor importancia que los anteriores, sino que supone
hacerse en quinto lugar, cuando el ánima del ejercitante está
fatigada con. las cuatro meditaciones precedentes, y entra en el
procedimiento ignacíano (3) a esta hora aliviar el ánima del
ejercitante con un género de oración más sencillo y fácil, que
lo llama el Santo con el nombre de aplicación de sentidos. Y
ninguna otra ocasión más oportuna para iniciar al ejercitante
en este nuevo género de oración, porque aquí se trata de medi­
ta r la pena llamada de sentido, producida en los réprobos por la
acción de un agente material, instrumento de la divina justicia.
Y no hay meditación del infierno como la intuición del infierno;
feasta ver para temer, sin que sea necesario razonar. E l rico E p u ­
lón* desde el infierno, lo creía así cuando decía a A b rah a m :
**'Tengo cinco hermanos, no sea que vengan a este lugar; envía- _
Bes u Lázaro que les cuente mi infortunio” (4). Desciendan al
iaafierao en vida para que no desciendan en la muerte (5). P ero ■

'(i) L uc., 6-25, X IV , 23-24, Job., X, 21-23.


(2) Marc., IX , 43-45. Is., L, 10-5-1. S. Thomas. Sum. par. III.
;,^Supplementum X . C. V I I a r t 2.)
•(3) C f . 2.a sem ana,— Q u in ta con tem p lación , te rce ra nota, te r c e r día.
4(4) SÍ quis e x m ortu ís ierit ad eos p aenitentiam agen t. L u c., 16-30.
£5) S a n B ern ard o . E p ís.t ad. fr a t, de m onte D eí, cap. 4.
d el in f ie r n o

aunque este ejercicio se presta a la aplicación de sentidos, no


excluye el ejercicio de las tres potencias y las acostumbradas-
repeticiones, ni es de distinta naturaleza ni de menor importan­
cia que los o tro s ; por esta razón, haremos de este ejercicio tres
m editaciones: Prim era, la pena de sentido; segunda, la pena de
daño; tercera, la eternidad (i).
P r im e r p re á m b u lo . — E l primer preámbulo, composición ;
que es aquí ver con la vista de la imaginación la longura, anchu­
ra y profundidad del infierno.
L a existencia del infierno, péseles a los antiguos saduceos»
seleucianos, marcionitas, y a los modernos libertinos, modernis­
tas, protestantes, es un dogma de fe, expresado muchas veces enr
la E scritura y admitido unánimemente por la tradición. Dios no>;
es menos infinito en la justicia que en la misericordia, en el
castigo que en la recompensa, en el infierno que en la gloria-,
Y , si bien el Salmista “ ensalza la misericordia sobre todos los
beneficios del S eñ o r” (2)', también protesta el Apóstol que “ d e
D ios no se burla” (3), ((y es terrible caer en manos de D io s
vivo ” (4).
Y este dogm a del infierno, no tan solamente es dogma irre­
fragable de la E scritura y de los Padres, sino patrimonio común
de todos los pueblos, antiguos y modernos, y aun de los novísi­
mos aborígenes de A m érica y Oceanía (5).
San Ignacio nos invita a ver con la vista imaginativa la Ion-
gura, anchura y profundidad del infierno. Podem os suponerlo
conform e a su nombre y a la opinión común de los Padres, en
las entrañas de la tierra. E n este supuesto, veamos como desde
el cráter de un volcán aquella inmensa caverna de veinticinco
mil kilóm etros de diámetro, y en aquel océano de fuego, anega­
das entre las o1as procelosas de la ardiente lava, “ a las ánimas
com o,en cuerpos ígneos” , en número sin número de todas las
razas y de toda clase de estados, sin excepción ; y en lo m ás
profundo de aquel mar muerto, cloaca máxima de todos los pe­
cados, al dragón circundado de su guardia negra, de los ángeles

(1) C f , F e r ru s . P . 299. M e r c ie r ,. P . 119. L e g a u d te r, D e p e r fe c tio n e


vitse, 3, p ág . ó.
(2) M íse ra tio n e s eju s super oraníá op era eju s. P s . 144-91.
(3) D o m ín u s non irrid etu r. G a ll., 6-7.
(4) H o r rib ile .est in cidéré in- m anus D e L v ív en tís. H e b r., 1-31^
(5) C f . B e ra z a . D e n ovíssim is, I V , 2.
86 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

más rebeldes, de los sicarios más abominables,: de los más obs­


tinados pecadores.

S eg u n d o p r e á m b u l o .— E l segundo demandar lo que q u iero ;


será aquí pedir interno sentimiento de la pena que padecen los
dañados, para que sí del amor del Señor eterno me olvidare por
mis faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no
venir en pecado. E l ejercicio.d e los tres pecados, demandaba
vergüenza; el ejercicio de los pecados propios, dolor; este ejer­
cicio, firm e resolución de nunca jam ás ofender a Dios. M i cora­
zón es inconstante y mi carne fla c a ; yerra mi carne con tu santo
temor (i), para que si del amor del Señor eterno me olvidaré
por mis faltas, es decir, por mi ingratitud, .mi. tibieza, a lo menos
el temor de las penas me ayude para nó venir en pecado (2).

P R IM E R P U N T O

E l primer punto será ver con la vista de la imaginación los


grandes fuegos y las ánimas como en cuerpos ígneos.
á) E l aspecto de los reprobos. V e r con la vista imaginativa
aquí y allá, asentados én aquellas rocas volcánicas del averno
a los reprobos, el aspecto triste, la faz páuda, la frente sombría,
los ojos desencajados. Si aquí en la tierra el rostro del moribun­
do aparece triste, la mirada torva, la actitud inquieta, las m eji­
llas llorosas, ¿cuál será la expresión de llanto, de inquietud, tris­
teza/pavor, desesperación de los condenados?
b) V e r con la vista imaginativa la compañía de los repro­
bos: racimos de truhanes y tahúres, ruedas ele parricidas y sica­
rios, hordas de sacrilegos y raptores, la sentina de todas las
abominaciones, la hez de todos los vicios y pecados. Si acá en
la tierra hay diversidad de clases, si arrojam os de nuestro lado
con horror al procaz, al desvergonzado, ¿qué será aquel conglo­
merado inevitable, aquel hacinamiento forzoso de todos los de­
tritus de la tierra?
c) V e r con la vista imaginativa los tormentos de los repro­
bos. “ A llí, los perezosos serán punzados con aguijones ardien­
tes y los go1osos serán atormentados con gravísim a hambre y
sed. Allí,. Tos lujuriosos ,y amadores de deleites. Serán rociados

(1) “ Confige tímore tuor carnes meas.” Ps; 118-120.'


(2) Cf. Rooth., Not. 2$-á6r:VjE' i;' -u :
DEL INFIERNO 87
con ardiente pez y hediondo azufre, y los envidiosos aullarán
de dolor como rabiosos p erro s; allí, los soberbios estarán llenos
de confusión, y los avarientos serán oprimidos con miserable
necesidad” (x).
d) V e r con la vista de la imaginación los atormentadores
ide los, reprobos: los demonios (2), serpiente, escorpiones, bes­
tias infernales, horribles monstruos que llenarán de miedo y de
pavor. Y en medio de ellos Satanás, el homicida desde el prin­
cipio, el ángel del mal, el dragón, la serpiente antigua, el cau­
dillo de todos los enemigos “ en aquel grande campo de Babilo­
nia, así como asentado en una cátedra de fuego y humo en f igu­
ía horrible y espantosa” .

SEGU N D O PU N T O

E l segundo, oír con ¡as orejas llantos, alaridos, voces, blas­


fem ias contra Cristo nuestro Señor y contra todos sus santos” .
a) O ír con las orejas llanto. ¡A y de vosotros los que ahora
reís — dice el Señor— , porque lloraréis! (3) E l infierno es la
región del llanto (4). A llí, en todos los ojos hay lágrimas (5),
oír los estremecimientos de los músculos, las convulsiones, el
cru jir ele-dientes, los sollozos entrecortados de aquel llanto es­
téril que nunca ha de acabar.
¿Q u é tienen que ver las lágrim as del moribundo, del huér­
fano, de la viuda, comparadas con aquella viudez y orfandaz, y
muerte, y llanto sempiterno?
b) “ Oír con las orejas alaridos” , alaridos horribles: “ M al­
dito sea el padre que me engendró, maldita sea la madre que
me concibió, maldito sea el maestro que me educó, maldito sea
el libro que me corrompió, maldito sea el cómplice que me se­
dujo, maldita sea mi muerte, maldito el día' de mi nacimien­
t o ” (ó). “ Oh montes, aplastadme; oh collados, sepultadme” (7).

(1) Im ita ció n de C risto , 1-24.


(2) B e stia ru m denles et scorpii et serpentes et rhom phacae vin dicans
in exterm in u m im pios. E ccli.,' X X X I X , 36.
(3) V a e vobis qui ridetis nunc quia lu geb itis et flebitis. L u c,, 6-25.
(4) I llic e rit fiectus. M t , 24-51,
(5) T u n e p lan gent om nes trib u s terrse. M t., 24-30.
(6) T une incipient dicere montibus cadite super nos et collibus ope-
ríte nos. Luc., 23-30.
88 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— OÍA SEGUNDO

T ales serán los gritos, tales los alaridos de los reprobos, al


compás de las llamas y al horrísono tronar de la ira del O m ni­
potente.

c) O ír con las orejas voces.


“ L o s reprobos — dice el libro de la Sabiduría— se turbarán
con temor horrible, y se admirarán de la salvación inesperada
de los justos, y dirán entre sí, arrepentidos y gemebundos en
la angustia de su alma: “ E stos son los que tuvimos en otro
tiempo en irrisión y a semejanza de improperio. Insensatos de
nosotros; juzgamos su vida insana y su fin sin honor¡ y he
aquí que han sido asignados entre los hijos de D ios y ha sido
habida su muerte entre los santos. Luego hemos errado en el
camino de la verdad, y la lumbre de la justicia no amaneció, y
el sol de la justicia no alboreó para nosotros. N os abandonamos
en la vida de la iniquidad, nos perdimos en las sendas esca­
brosas, ignoramos los caminos del Señor. ¿Q u é nos aprovechó
la soberbia?, ¿qué la jactancia de las riquezas? Pasó iodo ello
como sombra, como posta veloz, como nave que surca las flu c-
iuantes ondas sin dejar señal de su carrera, como ave que corta
el viento al batir de sus alas sin dejar vestigio de su vuelo, como
saeta que rasga el horizonte sin quedar señal de su camino; así
nosotros vivimos y morimos sin poder mostrar ninguna virtud,
y nos consumimos en nuestra maldad” . T ales cosas dijeron los
pecadores en el infierno (i). *

d) O ír con las orejas blasfemias contra Cristo nuestro


Señor y contra todos sus santos.
L a blasfem ia es el pecado eterno, el pecado del infierno. En
el infierno no se oirá la blanda lisonja, la voluptuosa música,
el amoroso discreteo, el volcar de los dados, el burbujear de los
vinos, el crujir de las sedas, los desplantes de la escena, las
palmas, los vítores, las carcajad as; nada de esto se oirá en el
infierno,- sino que se escucharán eternamente maldiciones, ju ra­
mentos, las más horribles blasfem ias contra lo más santo y más
sagrado del cielo y de la tierra, los ángeles, los santos, los sa­
cramentos, la V irg en Santísima, Jesucristo nuestro S eñ or.” ¡O h ,.
Señor; bendito sea vuestro santo nombre, bendito sea vuestro
sacratísimo corazón, bendito sea el Sacramento del altar, bendita

(i) T a lia d ix e r u n j in in fe rn o hi, qm p eccaveru n t. S a p . 5-14.


DEL INFIERNO 89

sea vuestra Madre Inmaculada, bendito sea su castísimo esposo


San José, benditos sean vuestros ángeles y santos!”
A l sentir del alma cristiana, la horrible blasfem ia es la pena
más espantosa del infierno. San Francisco de Sales, temeroso
de su condenación en una crisis mortal, presa su ánima de pavor,
postrado de hinojos al pie del altar, protestaba así en un arre­
bato de su generoso corazón: “ O h Señor/ si fuese así, si hu­
biera de condenarme, al menos concededme que no blasfeme en
el infierno vuestro santo n o m b r e Y San Ignacio, en un libro
que dejó escrito de su puño y letra, se expresa así, de seme­
jante manera: “ E n el día trigésimo quiñi o me vino un pensa­
miento de lo que sentiría si D ios me pusiese en el infierno, y
se me representaban dos partes: la una, la pena que padecería
allí; la otra, cómo su nombre se blasfemaba allí. Acerca de la
primera no podía sentir ni haber pena, y me parecía que se me
representaba verme más molesto en oír blasfemar su santo
nom bre” (1). Por esto San Ignacio relega al último lugar, como
pena la más horrible-del'infierno, oír blasfemias contra Cristo
nuestro Señor y contra todos sus santos,

PUNTO TERCERO

E l tercero, oler con el olfato humo, piedra azufre, sentina


y cosas pútridas.
E sta pena del infierno la encarece repetidas veces la E scri­
tura. “ S u combustible — dice el P rofeta Isaías— , la leña y el
fuego, el soplo de D ios como torrente de azufre la enciende” (2).
Y el Apocalipsis: “ La- herencia de los cobardes, incrédulos,
execrados, homicidas, deshonestos, idólatras, mentirosos, el es­
tanque ardiente de fuego y humo, que es la segunda m uerte” (3).
Y en otra parte: “ Y abrió el ángel el pozo del abismo, y subió
el humo como el humo de un ingente poso, y oscureció el sol y
el aire con su humareda” (4). Pozo, horno, infierno; tales son

(1) R iv ad en eira , V id a de S a n Ig n a cio , lib ro quinto, cap. I I .


(2) N u trim en ta e ju s ig n is et lig n a m u lta ; fiatus D o m in i sicu t to rr e n s „ '
sulp huris succendens eam , Isa ías, 30-33,
(3) T im id ís autem , et ín cred u lis, et e xe cra tis, et hom icidis, et f o r -
nicatoribus, et veneácis, et óm nibus m endacibus par illorum erit in stagno
arden tí ign e et su lp h u re: quod est m o rs secunda. A p o c,, 21-8.
(4) E t ap eru ít puteu m ab yssi et ascendit fum us putei sicut fu m u s
fo rn a cis m a g n a e ; et o b scu ratu s est sol et a er de fum o putei. A p o c., 9-2.
00 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— -DÍA SEGUNDO

los nombres que en la Escritura se atribuyen al infierno. Y si


acá en la tierra, en pleno campo, no podían sufrir los soldados
el hedor de las tilceras de A n tío c o ; si acá en la tierra, al aire
iibre, no hay quien aguante el olor de los cadáveres insepultos,
aunque fueren de los seres más queridos, ¿cuál será el hedor
intolerable de tantos cuerpos ulcerados, de tantos cadáveres' in­
sepultos, muertos no en el cuerpo, sino en el alma, no sólo con
la muerte temporal, sino con la muerte eterna? Tales serán los
aromas del infierno, y no bálsamos, almizcles, rosas, ni per fu-
maclas brisas, sino “ humo, piedra azufre, sentinas y cosas pú­
tridas” .
PUNTO CUARTO

E l cuarto, gustar con el gusto cosas amargas, así como lá­


grimas, tristezas y el verme de la conciencia.
L a Escritura dice que les acosará a los réprobos un hambre
canina (i), que se devorarán sus carnes en el arrebato de su fre ­
nesí (2), que pedirán ah-cielo una gota de agua y no les será
concedida (3), sino hiel de dragones, y veneno de áspides (4),
y fuego, y azufre, y el soplo de la tormenta (5). ¿O u é tiene que
ver la sed de Israel, moribundo en el ardiente desierto,com­
parada con la sed del Epulón, abrasado entre las llamas ? (6)
¿ Q u é tiene que ver el hambre espantosa de Samaría (7), com­
parada con el hambre sempiterna del infierno?
Pero San Ignacio aplica el sentido del gusto más bien que
a percibir el hambre y la sed materiales a gustar la am argura
de las lágrimas, las hieles de la tristeza, los resquemores del
verme de la conciencia.
a) Gustar — dice— con el gusto cosas amargas, así como
lágrimas. Si, al decir del Salmista, fueron el pan de su sus­
tento, hasta saciarse, las lágrimas que derramaba noche y día de
sus ojos (8), y la bebida que bebió en abundancia las venas de

(1) F am em p atien tu r u t canes. P s . 58-15.


(2) U n u s quisque carn em b rach ii sui vo rab it. Is., 9-20.
. (3) L u c., 16-24.
(4) F e l dracon um vin u m eoru m et venenum aspidum in san abíle,
D eu ., 32-33-
(5) Ig n is et s u lfu r et sp iritu s p ro cella ru m pars ca licís eorum . P s . 10-7.
(ó) L u c., 16-24.
.(7) 4 R e g ., ó -28._
(8) Fuerunt mihí lacrymeae panes die ac nocte. Ps. 41-4.
UEL INFIERNO

su llanto (i), cuánto más numerosas y amargas no serán las


lágrim as del condenado, m ixtura de la ira del Señor y amargo
cáliz que han de apurar hasta das heces todos los pecadores (2).

b) Gustar con el gusto tristeza,

Pequé y nada triste me ha sucedido (3) protesta en la tierra


•el pecador; mas en el infierno, su gozo se convertirá eñ tristeza
y gem irá como Antíoco en la agonía de su corazón: “ In feliz
de mí, qué nuiles me he atraído, qué tribulación me ha rodeado;
untes era glorioso y 'querido en mi realeza, ahora me acuerdo
de los pecados que cometí en Jerusalén: el despojo de su tem ­
plo, el exterminio de sus moradores; por eso han venido sobre
mí tantos males, y he aquí que muero de tristeza en tierra
ajena ' (4). Y el reprobo rugirá y se consternará con grande
clamor, y llorará como Esaú, despojado de la bendición paterna,
con amargo llanto (5). L a tristeza es el sentimiento del mal
presente, y el condenado* gustará de un sorbo toda la am argura
presentísima, eterna, irremediable de la maldición divina, y el
•espíritu de tristeza resecará todos sus huesos (ó),
c) Gustar el verm e de la conciencia, que les roerá eterna­
mente el corazón a los condenados con estos o parecidos re­
mordimientos: “ T e condenaste porque quisiste” (7), “ te llamó
el Señor y le rechazaste" (8), ” me bastaba un pequeño sacrifi­
c io ” (9), “ ya me lo dijo mi padre” , “ ya me lo anunció mi

(1) E t potum dabis nohis in la cry m ís, in m ensura. P s . 79-6.


(2) E t c a íix in m anu e ju s vin i m eri pie ñus m isto. B ib en t eum om nes
p ecca to res terrse. P s . 74~9-
(3) Pecca-ví et quid m ihi a ccid it triste. E cclL , 5-4.
(4) E t d ix í ín' e o rd e m e o : in quantam tribulatio n em deveni, et in
quos flu ctu s tristitiae, ín q u a n u n c s u m : quí jucundus eram et dilectu s Ín
p o testate . m e a ! N u n c v e ro rem in iscor m aíorum quie fe ci in J eru salem ,
unde et abstuli om nia sp oíia a u rea et a rgén tea quae eran t in ea, et m issi
a u fe r r e hab itan tes Judaeam síne causa. Cognovi. e rgo quia prop terea ín-
ven erunt m e m ala ís t a : et ecce pereo tristitia m agn a ín té rra alien a. 1
M ach ., 6, 11-13 .
(5) Ir r u g it cla m o re m agn o et con stern atus a í t : benedic et m ihi,
G én., 27, 34- 38. . . . - ‘
(ó) S p iritu s tristitiae e x s ic a t o.ssa, P ro v ., 12-25.
(7) P e rd itio tua, I s r a e l. O s. 13, 9.
(8) V o c a v i et ren u istis. P r o v ., 1, 24. -
(9) M om entaneum et le v e tríb u la tio n is nostrae, eternum glorise pondus-
o p eratu r in nobis. 2 C o r,, 4 -17 . .
92 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

co n fesor” , "tu mal no tiene rem edio” ( i) , tu pena no tiene


térm ino” (2), invocarán a los justos y los justos estarán con
grande constancia contra sus atormentadores (3), buscarán el
descanso y huirá el sueño de sus ojos (4), desearán la muerte
y no escuchará sus clamores (5). A quí en la tierra el criminal
vaga p ró fu go como Caín (ó), evita la soledad, teme habérselas
cára a cara consigo y con su pecado; y el deporte, y el tráfico,
y la diversión, y eí deleite, y la embriaguez adormecen o matan
sus rem ordim ientos; pero en el infierno no habrá lenitivo, n i .
bálsamo, ni narcótico, ni la misma muerte, sino el fuego que
no se apaga y el verme que nunca m uere: “ E t ver mis eorum
non morietur et ignis eorum non extinguetur” (7).

P U N T O Q U IN T O

E l quinto, tocar con el tacto, es a saber, como los fuegos


tocan y abrasan las ánimas^
Palpem os aquella hoguera de la ira divina, aquel lecho de
fuego que mis pecados me tienen prevenido si no me convierto
al llamamiento del Señor.
E n el infierno hay fuego, horno de fuego, hoguera de fue­
go (8), fuego inextinguible (9), estanque ardiente (10), lago de
azu fre (11), fuego devorador (12), ardores sempiternos (13),
llamas encendidas (14 ); tales y parecidas son las expresiones,
cuarenta y cinco veces repetidas en la Escritura. En el infierno
hay fuego, 110 metafórico, sino real, no espiritual, sino mate­
rial, según así lo revela la sencilla enunciación de los textos

(1) Q u ia in in fe rm o n u lía est redem ptio. (R esp . L ect. V I L O fic. D e f .)


(2) In ig'nem seternum. M a t , 25-41.
(3) S ta b u n t ju s tí in tn agn a co n stan tia a d versu s .eos qm se a n g u stia -
v e ru n t. Sap ., 5-1.
{4) R e ce s s it som nus ab ocu lis m eis. M a t., ó -io .
(5) D e síd erab u n t m o rí e t fu g ie t m ors a b eis. A p o c., 9, 6.
(ó) E r o v a g u s et p r ó fu g a s in té rra . G én., 4 -14 .
(7) Is., 66-24.
(8) G ehennam ígn ís. M a t., 5-22.
(9) Ig n e in ex tin g u ib iíi. M a t., 3-10.
(10) S ta g n u m ign is ardentis. A p o s ., 19-20.
(1 1 ) S ta g n o arden tí ign e et sulp hure. A p o c ., 21^8.
(12) Ig n e devoran te. Is., 37-14.
(13 ) A rd o r ib u s sem p iternis. Id .
(14 ) C r u c io r in hac flam m a. L u c ., 16-24.
DEL INFIERNO 93

tantas veces repetidos en la Escritura (i). Y así lo confirma


la unánime interpretación de la totalidad de los Padres (2).
En el infierno hay fuego; fuego en los ojos, fuego en los
■oídos, fuego en las vehas, fuego en los huesos, fuego en las
arterias, fuego en las entrañas, fuego en el corazón, fuego en
las mismas a lm a s; fuego que 110 ya atormenta al alma por el
'Cuerpo, sino que atormenta inmediatamente a las mismas almas
y para atormentar a los espíritus fué preparado (3), por modo
m irífico cuanto verdadero (4). E n el infierno hay fuego que lo
enciende la ira de Dios, que atormenta desigualmente a los ré-
probos según la gravedad de sus pecados; fuego no extinguible,
sino inextinguible; 110 temporal, sino eterno; no regalo' de los
cuerpos, sino castigo de las alm as; fuego que sin matar abrasa,
sin consumir quema, sin alumbrar arde, y envuelve a los con­
denados en opacas tinieblas y noche sempiterna (5).

Santa Teresa, que fué arrebatada en espíritu al infierno,


dice así;

“ El caso es que no sé cómo encarezca aquel xuégo interior y


aquel desesperam into sobre tan gravísim os torm entos y dolores.
No vi yo quién me ios daba; m as sentíam e quem ar y desm e­
nuzar (a lo que me parece) y digo que aquel fuego y desespera­
ción interior es lo peor. Estando en ta l pestilencial lugar, tan
sin poder esperar consuelo, no h a y sentarse ni echarse, ni h a y
lugar, porque las paredes, que son espantosas a la vísta, aprietan
ellas m ism as y todo ahoga; no h a y luz, sino todo tinieblas oscu­
rísim as. Y o no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber
luz, lo que a la vista h a de dar pena todo se ve. No es nad a oír­
lo decir n i haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos,
ni que los demonios atenacen, ni otros diferentes torm entos que
he leído; no es nad a con esta pena, porque es otra cosa. En fin,
como del dibujo a la verdad, y el quemarse es m uy poco en com ­
paración de este fuego de allá. Y quedé ta n espantada y aún lo
estoy ahora escribiéndolo, conque h a casi seis años; y es así,
que m e parece el calor n atu ral m e fa lta de tem or. Y así torno
a decir que fué una de las m ayores m ercedes que el Señor m e
h a h ech o ” (6).

(1) M e sc h le r. M ed ita cio n es infierno, 2.


(2) C f . B e ra z a . D e infierno, A r t . 4.0
(3) Q u i p aratu s est diaboío et a n g elis eju s. M a t., 25, 41.
(4) C f . S a n A g u s tín . D e c iv íta te D ei, L . 21, C . 10, M , 1.
(5) C f . B e ra z a . D e infierno, a rtícu lo 4.0, n úm ero 1.163.
(6) O b ra s de S a n ta T e r e s a , 1, cap. 32.
94 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA SEGUNDO

O.ue el Señor me haga a mí también esta merced, que me


conceda interno sentimiento de la pena que padecen los dañados,
para que si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas,
a lo menos el temor de las penas me ayude para no venir en
pecado. A sí sea.
“ Colíoquio.— Habiendo un colloquio a Cristo nuestro Señor,
traer a la m em oria las ánim as que están en el infierno; vnas por­
que no creyeron en el aduen i miento, otras creyendo no obraron,
según sus m andam ientos, haziendo tres partes: prim era parte. L a
prim era antes del aduenim iento; la segunda, en su vida; la tercera,
después de su vida en este m undo; y con esto darle gracias, porqué
no me h a dexado caer en n inguna de éstas acabando m y vida*
Asim ism o cómo hasta agora siem pre h a tenido de m y tan ta piedad
y m isericordia, acabando con un “ P ater n oster” .

Haciendo un coloquio a Cristo nuestro Señor, que de Criador


lia venido a hacerse hombre, y de vida eterna, a muerte tempo­
ral, y así a morir por mis pecados, e imaginándole delante y
puesto en cruz, para cerrar con sus interpuestos brazos, la puer­
ta del abismo, abierta para tragarme, “ traer a la memoria las
ánimas que están en el infierno” , por sus pecados, por un solo
pecado, por menos pecados que yo he hecho.

U nas porque no creyeron en el advenimiento, otras porque,


creyendo, no obraron según sus mandamientos. Aquí San Ig ­
nacio, paladín de la gloria divina, contra la pseudo-re form a de
Lutero, hace una profesión solemne de su fe ortodoxa. Confiesa,
en primer lugar, que la fe es necesaria para salvarse ( i) “ unas,
porque no creyeron en el a d v e n i m i e n t o pero la fe ignaciana
y salvadora, no es la fe protestante de Lutero, sino la fe actuosa*
inform ada por la caridad (2). Y no se contenta San Ignacio cora
esta solemne protesta de fe católica, tan necesaria en aquellos
, tiempos, sino que la ordena toda ella a despertar en el alma la.
yirtud de la esperanza, y encender sobre todo en el corazón la
más ardiente caridad. Y así vuelve otra vez a traer a la memo­
ria las ánimas que están en el infierno, haciendo tres partes. L a
primera, antes del advenimiento, en aquellos aciagos' tiempos,
en que el riesgo de perdición era grandísimo, en que, al decir
de la Escritura, toda carne había corrompido su camino (3).

(1) Sin e fide im p ossíbile est p laceré D eo. H a e b r., 11-6.


(2) F id es sirte operibus m ortu a est in sem etípsa. Job, 2-17.
(3^ O m n is quippe ca ro co rru p erát via m suam sup er terram . G én ., 6 -12 .
DEL INFIERNO 95

L a segunda, en su vida. Cuando el paganismo había llegado


al colmo de la infidelidad y el judaism o al.extrem o de la rela­
jación, hasta sentarse en la cátedra de" 'Moisés los escribas y :
fariseos, sepulcros blanqueados, engendros de víboras, hijos del
diablo.
L a tercera, después de su vida en, este mundo. En el me­
diodía de la fe de Jesucristo, en el glorioso reinado de, su amor.
¿ Y por qué clasifica San Ignacio, én esta triple serie, toda la
muchedumbre de los condenados? É s porque la primera serie
es menos culpable que la segunda/y la segunda, menos culpable
que la tercera. Porque San Ignacio quiere despertar en nuestros
corazones la más sincera gratitud y reconocimiento.
“ X con esto darle gracias porque no m e h a dexado caer en
n inguna destas, acabando m y vida; asim ism o, cómo hasta agora
siem pre h a tenido de m y tan ta piedad y m eserieordia; acabar con
un “ F ater n oster” .
Y es así, después, de haber admirado la muchedumbre de
los condenados, después-de haber contemplado el lecho de fuego
que he merecido, después de haber adorado las llagas del R e­
dentor, que me ha libertado; ¿ qué resta sino cantar al borde
mismo del abismo el himno de la liberación, el solemne “ T e
D eunT; del agradecimiento? San Ignacio acaba la meditación
con la plegaria del H ijo : Pater noster, Padre nuestro.
A q uí es de admirar el arte y la blandura de San Ignacio
que, en expresión de la Escritura, “ de la piedra exprime m iel,
y óleo del peñasco durísimo” ( i ) ; así el Santo, al exponer tan
terribles verdades, no abruma el ánima, 111 ahoga el corazón,
sino que suscita el reconocimiento y despierta la amorosa gra-,
titud, y así del abismo de las llamas eternales, nos eleva suave-
mente a la contrición perfecta y la más acendrada caridad (2).

Meditación octava

p e í i n f i e r n o
(Pena de daño)

L a oración preparatoria y los preámbulos, los mismos que


en la oración anterior.

(1) D e u t , 32-13.
(2) C f . N o n e ll, A r s . ign. p. 66.
96 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

L a pena de daño consiste en la privación de la benaventu-


ranza, que, en sentir común de los teólogos, es más do'orosa
que todas las otras penas del infierno ( i).
Dividirem os esta meditación en tres puntos. L a pena de
daño priva al condenado:

Prim ero: de la posesión de D ios.


Segundo: de los bienes de gloria.
Tercero: de toda esperanza de salvación.

P U N T O P R IM E R O

L a pena de daño priva al condenado de la posesión de D io s.

A Dios, acto purísimo, le posee el bienaventurado por las


potencias espirituales: el entendimiento, que ve a D ios con v i­
sión intuitiva, ufacie ad faciem sicuti est” , y la voluntad que
t, D ios con amor pleno,' hasta saciarse (2). Y en esta intuición
del entendimiento y hartura de la voluntad, consiste esencial­
mente la bienaventuranza (3).
P o r el contrario, puede decirse que la privación de la intui­
ción divina en el entendimiento y la exclusión del amor beatí­
fico en la voluntad constituyen esencialmente la eterna desven­
tura,
A l hombre carnal le cuesta persuadirse de esta verdad. M ás
lamentamos en la tierra una pequeña quemadura de una cerilla
que la ausencia de la D ivin id ad ; más lloramos los dolores del
cuerpo que los pecados del alm a; y es que estamos en la tierra
circundados y como aglutinados en la materia, y lo espiritual
ío percibimos por lo sensible, y a Dios por las cria tu ra s: pero
cuando se quiebre el barro que nos circunda, cuando la corrup­
ción se vísta de incorrupción y la mortalidad se revista de in­
mortalidad (4), entonces aparecerán las cosas como son, y el
Señor será nuestro principio y nuestro fin, (5), nuestro descan­

(1) B e ra za . De n o v iss. 1.1-24/1.128,


(2)Quí replet in bonís desideríum tuum. (Ps.102-5).
(3) Beraza, De novis. 1.290.
(4) Op.ortet corruptíbile hoc índuere incorruptíonem et mortale hoc
induere immortalitatem. I Cor., 15-53.
(5) P rin c ip iu m et fin ís . A p o c., 1-8.
DEL INFIERNO 97

so (i) y nuestro gozo (2), nuestro premjo (3) y nuestra bienaven­


turanza (4), y nuestro Dios y todas nuestras cosas (5).
Y. basta la simple consideración de la bondad divina, para
confirmarnos en esta misma ve rd a d : Dios es la luz (6), por con­
siguiente, su privación, las tinieblas (7 ); Dios es la alegría (8),
su privación, el llanto (9); Dios es la dicha (10), su privación,
la desdicha ( 1 1 ); Dios es el amor (12), su privación el odio (13 );
D ios es la paz (14), su privación, la guerra (15 ); Dios es la her­
mosura (16), su privación, la fealdad (1 7 ); Dios es la paterni­
dad (18), su privación, el desamparo; Dios es la vida (19), su
privación, es la muerte (20); Dios es el verdadero bien (21), su
privación, el único y el mayor de todos los males.
Y es tanta y tan grande la hartura y p'enitud de la posesión
divina, que si por un imposible los condenados la poseyesen,
sería tan grande el colmo de su dicha, que se olvidarían de sus
dolores y gozarían de la bienaventuranza. Y para que no pa­
rezca esta suposición linaje de encarecimiento, ¿110 hay, por ven­
tura, en la tierra, alegrías que mitigan las tristezas?; ¿no hay
bálsamos que amortiguan los dolores ?; ¿ ríos que apagan las
llam as?; ¿y qué alegría como la visión divina, qué bálsamo como
el amor eterno, qué ríos ni qué mares pueden compararse con
la fuente de la vida, con el torrente embriagador de la posesión
de Dios ?
(1) F estin a in gred i in illam réquiem . H eb r., 4 -11.
(2) In tra in gau d iu m dom ini tuí. M a t , 25-21.
(3) M erces tua m agn a nim is. G en., 15 -1.
(4) B e a ti qui habitan t in dom o tua. P s . 83-5,
(5) D eu s m eus et om nia ut sít D e u s om nia in óm nibus. I C o r., 15-28.
(6) L u x v e ra . Joan., 1-19.
(7) T e r ra m ten ebrarum . Job, 10-22.
(8) L a e titia sem piterna. Is., 35-10.
(9) Ibi erit fiectus. L u c., 13-28.
(10) B e a ti qui habitan t dom o tu a . P s . 83-5.
( n ) T e r ra m m íseriarum . Job, X , 22.
(12) D eu s ch a rita s est. Joan, 4-16.
(13) P e rfe c to odio oderam tilos et inim tci fa cti sunt m ihi. P s . 38-28.
(14) P rin cep s pacis. Is., 9-6.
(15) U b i n ullus ordo. Job, X , 22.
(16) P u lch e r est, dilecte mi, et decorus. Can t., 1-15.
(17) S em pitern u s h o rro r. Job, X , 22.
(18) E x quo om nís patern ítas. E p h ., 3-15.
(19) In ípso v ita erat. Joan., 1-4. , !
(20) H a e c est m o rs secunda. A p o c ., 20-14.
(2 1) U n us est bonus D eus. M t.,' 19 -17.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

N i faltan ejem plos y. congruencias para confirmar esta ver­


dad. N iega Jacob a su hija la bendición, y Esaú llora, ruge, se
desespera ( i) . ¿ Y qué tiene que ver el llanto y el rugido y des­
esperación de E saú, con el llanto y el rugido y desesperación
de la maldición eterna?
Prohíbe D avid a su hijo Absalón comparecer en su presen­
cia (2), y es tanta la pena de Absalón que prefiere el destierro
y demanda antes da misma muerte (3). ¿ Y qué llanto tan copioso
no derramaban las hijas de Sión en el destierro de Babilonia,
cómo acrecían las lágrim as de sus ojos las corrientes de sus
ríos y colgaban de los sauces lastimeros sus silenciosas cíta­
ras? (4) ¿ Y qué tiene que ver el furor de Esaú, y la tristeza
de Absalón, y el llanto de Babilonia, comparado con la pena'de
daño, la maldición divina, la exclusión de la eterna bienaventu­
ranza? ¿ A cuántos mataron con muerte más am arga que la
misma muerte, el desamparo, la viudez, la orfandad, la soledad,
el desdén, el desamor? ¿ Y qué tienen que ver la- orfandad y
la viudez, el desamparo y ' él desamor, comparados con la pena
de daño, la maldición divina, la orfandad de Dios, la despose­
sión de la eterna bienaventuranza?
Y si comparamos la vida eterna con la vida temporal, ¿qué
ama el hombre más en el tiempo ? L a vida tem poral: la pobreza,
la enfermedad, el cautiverio, todos los dolores sobrelleva el hom ­
bre a cambio de la vida. ¿ Y qué es lo que consiguientemente
ama más el hombre en la eternidad? L a vida eterna: todos los
trabajos, todos los dolores, todos los tormentos le han de pa­
recer llevaderos en comparación de la vida eterna. ¿ Y qué cosa
es la vida eterna? L a visión de Dios, el amor de Dios, la pose­
sión de Dios, la vida de Dios, la bienaventuranza eterna (5).
V éd con cuánta razón protesta Santo T o m á s : “ E l pecado
mortal merece la privación de la vida eterna, a que ninguna otra
pena puede com pararse” . “ PeocaUvm moríale meretur caren-
tiam vísionis D e i cui nulla alia pcena camparan poiest” (ó). Y

(1) Ir r u g iit cla m o re m a g n o ... cum que e ju la tu m a g n o ... d ix itq u e in


co rd e s u o :... O c c id a m Jacob fr a tr e m m eum . G én ., 27, 34-41.
(2) F a c ie m m eam n o n v íd ea t. I I R e g ., 14-24.
(3) Q u a r e ven i de G e ssu r 111 in te rficia t me, I I R e g ., 14-32.
(4) Q uom odo can tabim u s ca n ticu m D o m ín i in té r r a alien a. P s ., 136, 4.
(5) H sec est v ita e tern a ut co gn o scam te solum D eu m . Joan,, 17-3 .
(ó) S . T h o m a s, 1-2, q. 88, a, 4.
DEL INFIERNO 99

San Juan Crisóstom o añade: “ A muchos conocí temerosos a


la simple mención de los fuegos infernales; pero aunque mil
veces se multiplicaran sus tormentos, nada habría que pudiese
compararse con la privación del cielo, con la maldición eterna,,
con aquella temerosa querella de los divinales *lab ios: “ me viste
hambriento y no me diste de com er” ; antes mil veces el infierno
que ver el rostro de Dios adverso, sus dulces ojos airados contra
nosotros” (i).

P U N T O SEGU N DO

La pena de daño priva al reprobo de dos bienes de la gloria.


L a pena de daño — al decir de los teólogos— priva al con­
denado de cinco géneros de bienes:

a) De la posesión del cielo.


b) D el consorcio de los santos.
c) D e la ciencia beatífica.
d) D e los dones sobrenaturales.
e) D e las dotes del cuerpo glorioso (2),

a) L a pena de daño priva al condenado de la posesión de


la gloria de aquella región de paz que no nubla el llanto, ni
turba la muerte, ni oscurece la noche, ni necesita del sol ni de
la luna, porque la ilumina la claridad de Dios, y la antorcha
que la alumbra es el Cordero (3); de aquella aula refulgente
en que rueda el oro, florecen' las artes y resplandecen las rique­
za s; de aquellos prados de bienandanza, “ donde a dulces pas­
tos mueve sin honda ni cayado el Buen Pastor su hato am ado” ;
de aquella Jerusalén celestial, cuyos fundamentos son de perlas

(1) N oví ce rte m u lto s e x gehem m e tantum nom ine h o r re re ; a ttam en


lice m ille quis gehem nas p ro p o su erit, n ihil ta le dicturus est quale e st
beata illa e x cid e re g lo r ia , C h risto e x o rsu m esse, au d ire ab illo non. nova
vos, áccu sa ri quod exu rien tem ilíu m cu m v i dere m us cíbum n e g a v erim u s.
E ten im m elius est m ille fu lm in ibu s obru i quam vu ltu m iilu m m an su etu m
v id ere nos a ve rsan tem et p íacidum o cu lu m nos a sp icere non sustinentem -
S a n .C risóstom o, In t. M t., hom . .23, n. 7, M g . 57-317.
• (2) C f . B e ra za , de N o v issim is, 1.125.
(3) E t a b ste rg e ! D e u s om nem la cry m a m ab ocufis eorun r; et ra o rs
u ltr a non e rit, ñeque cla m o r, ñ eque d o lo r e rit u ltra . E t c iv ita s non e g e t
so lé ñ eque lun a u t . lu cean t in ea, nam cla rita s D e i illu m in av it cam e t
lu ce rn a e ju s e st agn u s. A p o c ., 21, 4 y 23.
IOG EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

y preciosas piedras fabricados, cuyos cármenes riega- el río de


agua viva que procede del trono del Señor, cuyos muros co­
bijan bajo su sombra hospitalaria el árbol de la vida, que pro­
diga entre sus ramas bienhechoras el fruto de la inmortali­
dad (i). Y el condenado vislumbra el alborear de la eterna
aurora, divisa los contornos de la celestial Jerusalén, escucha
los ecos de sus cantos, aspira los dejos de sus flores, y, presa
de horrible paroxismo, sus ojos perciben tinieblas, su oído llanto,
4iel sentido sentina y cosas pútridas, el gusto lágrimas, el tacto
fu eg o , y la imaginación la longura} anchara y profundidad del
in fierno” .
\ Oh, qué privación tan do!orosa, qué pérdida tan irrepara­
ble ! “ Super flumina Babilonis illic sedinms et flevim us cum
recordaremur S io n ” . liS i me olvidare de ti, oh Jerusalén, en­
tregada sea en olvido mi mano derecha. Quede pegada mi len­
gua al- paladar si de ti no me acordare, si no te propusiera por
el objeto primero de mi alegría” (2).

b) L a pena de daño excluye a los reprobos del consorcio


de los santos; segundo, de los ángeles; tercero, de la Santísima
V irg e n ; cuarto, de Jesucristo nuestro Señor.

1) L a pena de daño excluye a los reprobos de la compañía


de los santos. N o más conversación dulce, no más amistad
santa, no más compañía am able; adiós plácemes, sonrisas, abra­
zos. “ Estarán entonces los justos en grande constancia contra
los que les vejaron y oprimieron en la tierra (3) y un inmenso
caos se interpondrá entre el cielo y el infierno (4). L a pena de
daño excluye a los reprobos del consorcio de los santos.
2) L a pena de daño excluye a los condenados de la com­
pañía de los án geles: custodios de los hombres, cortesanos de

(1) E t osten dít m ihi fluvm m aquse vitse, splendidum tam qu am c r is -


ta llu m p roceden tem de sede E e i et a gn i. In m edio -p látese e ju s, et e x
u traq u e p arte flum inis lígn u m vitse, a ffe r e n s fru c tu s duodecim , p er m en-
ses sin g u lo s reddens fru c tu m suum et fo íia lign i ad sain tatem gen tm m .
A p o c ., 22, 1-2.
(2) S i o blitus fu e ro tui J eru sale m oblivíon t detu r d e x te ra m ea. Adae-
r e a t lin g u a m ea fau cib u s m eís si non m em inero t u i : S i non p ro p o su ero
J eru sa le m in p rin cipio laetítíse mese. P s . 136, 5-6.
(3) S ta b u n t tun e ju s ti in m agn a co n stan tia a d versu s eos qui se
.an gu stiaveru n t et qui ab stu leru n t lab ores eorum . Sap., 5-1.
(4) In te r nos et vo s chaos m agn um firm atum est. L u c., 16-26.
DEL INFIERNO 103

los cielos, purísimas inteligencias, primicias de las manos del


Señor, cuchillo de la justicia divina; como me han sufrido y.
guardado y rogado por mí en vida, así en la muerte se mostra­
rán con los reprobos implacables. “ Comparecerán los ángeles
— dice el Señor— y separarán los malos del medio de los buenos-
y los arrojarán al profundo deí infierno” (i).
3) L a pena de daño excluye al réprobo del amparo de
M aría. ¡ Oué tristeza, qué orfandad, qué desam paro! L os con­
denados no se acogerán bajo el manto de M aría, los condenados
no gozarán de los abrazos de M aría, los condenados no se con­
tarán entre los hijos de M aría.
Las plantas virgíneas de M aría, eternamente conculcarán
victoriosas las fauces del dragón. U na enemistad irreconciliable
dividirá para siempre a la serpiente y a M aría, a los hijos de
la serpiente y a los hijos de M aría (2).
4) L a pena de daño, finalmente, excluye al condenado del
consorcio de Jesucristo? É"1 condenado es el h ijo de la iniquidad,
cuyo nombre es “ afosque misericordia \ vsin misericordia.” , pot-
que 110 me compadeceré más de la casa de Israel — dice el Se--
ñor— , sino que la olvidaré con olvido sempiterno (3).
E l condenado es el pueblo de abominación, cuyo nombre es
“ no mi pueblo” , “ non populus m eus” , “ porque yo no soy vues­
tro — dice eí Señor— ni vosotros pueblo m ío” (4). E l condenado
es el hijo de las tinieblas, la estirpe de Belial. Y no pueden
juntarse la justicia y la iniquidad, la luz y las tinieblas, Cristo
y B e lia l (5).
Jesucristo, camino, verdad y vida (ó), en quien se miran los
ángeles (7), en quien se encierran los tesoros de la ciencia ce­

(1) S ic e rít in con sum m ation e ssecu li: exib u n t a n g elí et sep arab u n t
m alos de m edio ju sto ru m et m itten t eos in cam inum ign is. M t. 13-49.
(2) In im icitias ponam in ter te et m ulierem et sem en tuum et sem en
illiu s : ipsa co n teret caput tuum . G en., 3-15.
(3) É t d ix it e i : V o c a nom en eju s absque m ise rico rd ia ; quia non addam
u ltra m is e re n dom ui Israe l, sed o blivion e o b íivisca r eorum . O se a s, 1-6»
(4) V o c a nom em eju s non populas meus quia vo s non popu lu s m etis
et ego non ero vester. O seas, r-g.
(5) Quse enim p articip a tio justicise cum in iqu itate? quse societas lu cís
ad ten ebras? quse autem con ventio C h risti ad B e lia l? 2 C o r., 6 -14 -15 .
(6) , E g o sum v ía v e rita s et vita . Joan., 14-6.
(7) In quem desid eran t a n g elí p rospicere. 1 P e t. 1, 12.
102 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO1

lestial ( i), cuyas manos derraman beneficios, cuyos pies evan­


gelizan la paz, cuyos labios prodigan palabras de vida eterna;
Jesucristo, todo bondad, y perdón, y misericordia, y amor, arroja
de si a los reprobos con rostro airado y los maldice con eterna
maldición, y el rayo de la maldición divina , vibra eternamente
sobre la frente de los reprobos y los arroja para siempre en el
infierno (2).

c) L a pena de daño priva al condenado de la ciencia beatí­


fica, de aquella lumbre bienaventurada que les muestra a los
justos con clarísima intuición la hermosura de la naturaleza,
la fábrica del universo, la gloría de los bienaventurados. E l
reprobo, asentado en las tinieblas y en la sombra de la muerte,
odia a la creación porque odia a Dios, aborrece las criaturas
porque aborrece al C riador; la lumbre de la justicia no le ilu­
mina, el sol de la verdad no le esclarece y todo lo ve obnubi­
lado, entenebrecido, del color de su condenación,

d) L a pena de dañó priva al reprobo de la gracia santi­


ficante, los dones sobrenaturales, la lumbre de la gloria, el amor
beatífico, la herencia de Jesucristo, la vida eterna, la partici­
pación de Dios.

e) Finalmente, la pena de daño priva al reprobo después


de la resurrección de las dotes de la gloria: Impasibilidad, cla­
ridad, sutileza ligereza. Su aspecto será ten ebroso' sus miem­
bros estarán entumecidos, sus sentidos sufrirán mil tormentos
y m orirá en vida con la segunda muerte, la muerte del pecado,
la muerte eterna (3)..

PU NTO TERCERO

L a pena de daño priva al reprobo de toda esperanza de sal­


vación.
A s í como la razón de la perfecta bienaventuranza incluye
en si la seguridad de su posesión así la razón de la eterna des-

(1) In quo sunt om nes th esau ri sapientise et scíentise absconditi..


C o io s , 2-3. ;
, (2) T u n e d lcet et hís qui a sin ístrís e ru n t: discedite a m e m a led icti
m ign em seternutñ quí p aratu s est d iab o lo et a n g efis e ju s ... E t íbunt hi
rá suppH cium seternum, ju s ti autem in vita m seternam . M a t., 23-41-46.
(3) H a c e e st m ors secunda. A p o c., 20-14.
DEL INFIERNO 103

ventura excluye de sí toda la esperanza de poseerla. N o sin fun­


damento el poeta cristiano cuelga a la entrada del infierno aquel
siniestro car telón, cifra y compendio de los eternos sufrim ien­
tos: Resignad toda esperanza los que entrareis” . E l infierno
es la región de la desesperación. En el infierno no hay ningún
alivio en los tormentos, ninguna intermisión en las penas, nin­
guna esperanza de salvación. L a sangre redentora delSalvador
no traspasa los umbrales del infierno (1).
Como los bienaventurados son justos, perfectos, confirm a­
dos en el bien, así los reprobos son malos, perversos, obstinados
en el m al; obstinados en los pecados cometidos, porque pasó el
tiempo del saludable arrepentim iento; obstinados en cometer
pecados, porque desordenados de Dios, norma de toda mora­
lidad, todas sus obras son moralmente desordenadas.
De aquí que los condenados aborrezcan a Dios, no porque
es bueno en sí, que esto no puede menos de amarse, sino porque
es malo para ellos el castigo con que los castiga. D e aquí que
los condenados aborrezica'ft a las criaturas, no por su intrínseca
bondad y perfección, sino por ser obra d e . Dios, criaturas de
Dios, obedientes a Dios, a quien aborrecen y a quien querrían
verlas adversas y rebeldes. De aquí que los condenados se abo­
rrezcan a sí mismos, no porque el no ser sea apetecible, sino
porque el no ser es más apetecible que el ser eternamente conde­
nados. Según aquella sentencia del Salvador, m ejor fuera que.
semejante hombre no naciese: <(Bonw n erat ei si natus non fuis-
set homo Ule>’ .
D e aquí el estado de pertinacia y pesimismo y desesperación
que agota toda la actividad del reprobo: de aquí que la memo­
ria sólo recordará su desamparo (2), el entendimiento sólo pen­
sará en su infortunio (3), la voluntad sólo querrá el odio y la
muerte y la destrucción (4). D e aquí, finalmente, que la pena
de daño, la desposesión de Dios, del cielo, de toda esperanza de

(1) “ N o n descen dí! ad in fe ro s san gu is C h ris ti qui e fu su s est super


te r r a m .” ' S a n B e rn ard o .
(2) M a lu m et am arum est reliquisse te et D o m in u m D eu m tuum .
J er., 2-19.
(3) Ita n t d ica t in díe i l l o : v e re quia non est D eu s m ecum , in venerun t
m e heec m ala. D e u t., 3 1-17.
(4) T u n e incipient d icere m o n tib u s: e ad ite super n o s ; et c o llib u s : op e-
rite nos. L u c., 23-30. E t in diebus filis quserent hom ines m ortem et non
in venient cam , et desiderabun t m ori et fu g ie t m o rs ab eís. A p o c., 9-6.
104 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

salvarse, constituya la pena más acerba del infierno. L a separa-


ción de Dios :— dice San Agustín— es tanta pena cuanto el m is-1
mo Dios, icS e parar i a Deo hcec est tanta pcena quantus ipse est
D e u sA

Instrucción segundo

del m Am m p a r tic u la r y g e n e r a l‘
de c o n c ie n c ia

Juntamos en la misma instrucción el examen particular y L


general, porque San Ignacio los junta el uno a continuación del
otro en el texto de los ejercicios, y porque, en la práctica, los
dos exámenes suelen juntarse en el mismo examen,
Comentaremos brevemente el texto de San Ignacio, Dice así':
"E x a m en p articular y cotidiano; contiene en sí tres tiempos,,
y dos vezes exam inarse.
E l prim er tiem po es, que a la m añana luego en leuaniándose,,
debe el hom bre proponer de guardarse con diligencia de aquel
pecado particu lar o defecto que se quiere corregir y enmendar*
El segundo, después de com er, pedir a Dios nuestro Señor lo que
hom bre quiere, es a saber: gracia p ara acordarse quántas vezes
h a caydo en aquel pecado p articu lar o defecto, y para se em en­
d ar adelante, y consequenter h aga el prim er exam en dem andando
cuen ta a su ánim a de aquella cosa proposita y p articu lar de
la qual se quiere corregir y enm endar, discurriendo de h o ra
en hora o de tiem po en tiem po, com entando desde la hora que '
se leuantó h a sta la hora y puncto del exam en presente, y haga en
la prim era línea de la g tantos punctos quantos a incurrido en
aquel pecado particu lar o defecto, y después proponga de n ueve
em endarse, h a sta el segundo exam en que h ará. El tercero tiempo*
después de te n a r se hará el segundo exam en h asta el segundo
en hora, com enzando desde el prim er exam en h asta el segundo
presente, y h a ga en la segunda línea de la m ism a g tantos punctos
quantas veces a incurrido en aquel p articu lar pecado o defecto*
Síguense cuatro addiciones para m ás presto quitar aquel pecado
o defecto particu lar.
P rim era addición: L a prim era adición es que cada vez que eff
hom bre cae en aquel pecado o defecto p articu lar ponga la m ano
en el pecho, doliéndose de auer caydo, lo que se puede hazer au n
d elante m uchos, sin que sientan lo que haze.
Segunda: L a segunda, como la prim era línea de la g, sig n ifica
INSTRUCCIÓ N SEGUNDA'.— DEL EXAMEN PARTICULAR 105

el prim er exam en y la segunda línea el segundo exam en, m iré ®


la noche si a y enm ienda de la prim era línea a la segunda, es a
saber: del prim er exam en a l segundo.
T ercera: L a tercera, conferir e l segundo d ía con el primero, es
a saber: los dos exam ines del día presente con los otros dos ex a ­
m ines del día passado, y m irar si de vn día para otro se a e n ­
mendado.
C u arta: L a cu arta addi?ión, conferir una sem ana con otra, y
m irar si se a enmendado en la sem ana presente de la prim era
passada.
N O T A .— Es de notar que la prim era g grande que se siga®
significa el dom ingo; la segunda, m ás pequeña, el lunes; la tercera,
el m artes, y ansí consequenter ’* (1).

Concepto
Exam en es lo mismo que probación, cuenta, experimento,
y así- se examina el saber, la salud, la suficiencia.
Particular, que se contrapone al general y al sacramental.
E l examen sacramental, examina todo el hombre, es como sí
dijéram os, la luna de cuerpo entero. E l examen general exami­
na la mitad del día: lo podremos comparar con el espejo de
medio cuerpo. E l examen particular examina un sólo defecto
o v irtu d : es a1go así como el espejuelo de bolsillo, que la dama
frecuenta muchas veces entre sus manos para esconder una mota
o defecto que le afea, para mirar un adorno, un rizo, que signi­
fic a 1mucho en su tocado y hermosura'; esto es. examen de una
virtud o defecto particular. E s el pan nuestro de cada día; no
puede dejarse, como el alimento, a la mañana ni a la noche:
“ dos veces exam inarse". Y ya aquí, en el mismo título ocurre
p regu n tar: ¿ Cuál es más expediente: el examen negativo de
extirpar un defecto o el examen positivo de cúltivar una virtud?
Q uizá a los comienzos de la vida espiirtual, cuando son frecuen­
tes las caídas, sea más provechoso el primer procedim iento; pero
de suyo es más expediente y más diametral el segundo género
de examen: “ Evita el mal y hag el bien", dice el Salmista (2).
P o r sola la vía negativa nunca llegaréis a la cumbre de la per­
fección. A sí como un labrador — dice el Padre Rodríguez— no
se contenta con escardar, sino que siembra, así nosotros no nos

(1) C f . P a d r e L a P a lm a . D e l exam en de la con cien cia, B a rcelo n a 1903.


P a d re R o d ríg u e z, E je r c ic io de p erfe cció n , 1-7. W a tr ig a n t' In C. B . E .,
n ú m ero 23, E n gh ien , 1909. D e exam in e co n sd en tiíe.
(2) P s. 33-15.-
IO0 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

contentaremos con desarraigar los vicios, sino que hemos de


cultivar las virtudes, y quizá la m ejor manera, y aun la única,
de extirpar los defectos, consiste en ejercitar actos con trarios;
como para enderezar un arbolíllo no basta torcerlo, sino que
hay que doblegarlo violentamente al lado opuesto. Quieres do­
minar la soberbia, practica la hum ildad; quieres subyugar la
sensualidad, ejercita la penitencia; quieres cercenar la codicia,
prodiga la limosna. Q ue es lo que dijo el Señor al P rofeta Je­
remías : “ H e aquí que te he constituido sobre las gentes y los
reinos gara que arranques y destruyas, disipes y consumas, y
plantes, y edifiques” . (Jeremías, x-io). E n la práctica no hay
dificultad en juntar los dos procedimientos y contar la partida
doble de las virtudes y de los defectos.

Tiem pos

“ Contiene tres tiempos. E l primer tiempo es que a la ma­


ñana, luego en levantándose, debe el hombre proponer de guar­
darse con diligencia de aquel pecado particular o defecto, que se
quiere corregir y enmendarA
A la mañana, luego en levantándose. E sta redundancia pleo-
nástica (“ mane, statim ac e strato surgit hom o’', traduce la ver­
sión latina), desacostumbrada en San Ignacio, nos revela el fe r­
vor con que hemos de llevar el examen particular, que ha de
ser el primer pensamiento, el capital cuidado, la constante ocu­
pación, el continuo comenzar, el incesante ve1ar, según aquello
del Salm ista: “ Portio mea custodire legem tuam” ( i) mmc
ccepi” (2) ad te de luce vigilo” (3).
“ E l segundo después de comer” , es decir, a la mitad del día,
pedir a Dios nuestro Señor lo que el hombre quiere, es a sab er:
gracia para acordarse cuántas veces ha caído en aquel pecado
particular o defecto y para se enmendar adelante. P ara bajar a
un sótano profundo es menester una lám para; para descender
a las profundidades del corazón no basta el sol meridiano, ni
la luz catóhca, ni los rayos ultraviolados, sino que es necesaria
la luz de la gracia, la luz que luce en las tinieblas, la luz que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo, luz que reclama
la importancia misma y la intrínseca dificultad del examen.

(1) P s , 118 -57.


(2) Ps. 76-12.
(3) P s . 62-2.
LN STRÜCCIÓN &ECUNDA.— DEL EXAMEN PARTICULAR 107

Importancia

E l examen particular es importantísimo en el camino de la


perfección. Y en cierto modo más importante que la misma ora­
ción, porque el examen 110 es otra cosa que una oración exce­
lentísima, directamente encaminada al propio vencimiento y mor­
tificación. P or esto San Ignacio le cíió la preferencia a conti­
nuación del principio y fundamento, y lo prescribió sin excep­
ción a todos los ejercitantes, y lo practicó personalmente hasta
el fin de su vida, y lo sistematizó y vulgarizó en el libro de los
ejercicios, porque si bien es verdad que todos los santos se san­
tificaron en el propio vencimiento y mortificación, y, por tanto,
de alguna manera practicaron este ejercicio del exam en; pero
el examen, reducido a reglas y sistematizado como práctica
espiritual es obra y creación de San Ignacio (1).
Si es grande la importancia del examen, 110 es menos la d ifi­
cultad ; se trata de una lucha cuerpo a cuerpo con nosotros mis­
mos, en el baluarte más*débil, con el enemigo más fuerte, con­
tra el vicio connatural, hasta exterminarle e imponer en nosotros
mismos, en lugar del desorden de los apetitos, el predominio
omnímodo de nuestra soberana voluntad.
E sta suma importancia y dificultad del examen reclama el
auxilio del Señor. P or eso San Ignacio nos previene: “ pedir a
D ios nuestro Señor gracia para acordarse y para enmendarse
adelante” .
“ Consequenter haga el primer examen demandando cuenta
a su ánima de aquella cosa proposita y particular de la cual se
quiere corregir y enmendar” .

Materia

Y aquí ocurre preguntar: ¿Cuál ha de ser la materia del


examen ?
d) Debe llevarse el examen de las faltas deliberadas, antes
que de las sem ideliberadas; de las faltas exteriores antes que de
las interiores que pasan desapercibidas. En general la materia
del examen debe ser, no un detalle u ornamento, sino algo bási­
co, fundamental, que sea piedra angular del edificio espiritual.

(1) C f . S u á re z D e re lig io n e S ., L . 9, E . 6, A . 5.
io 8 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO-— DIA SEGUNDO

A q u í pudiéramos acomodar a aquella sentencia del Salm ista:


uLapidem quetn reprobaverunt ¿edificantes hic facíus est^in cap-ut
angulV\ L a piedra de escándalo, para el enemigo se ha tornado
en fundamento del edificio espiritual
b) Todos tenemos alguna parte débil que el enemigo cono­
ce y ataca: ahí está la materia del examen. Todos tenemos una
pasión que nos hace guerra y nos dom ina: ese es el enemigó
que tenemos que combatir. A la presencia de Goliath huían los
israelitas, llegó David y le venció con su propia espada. E l
Goliath que tenemos que vencer es la pasión dominante, y las
armas de combate con que le tenemos que exterminar han de
ser sus propias armas. En el lazo mismo que escondía fue pren­
dido el enemigo (i). Si te ataca el.enem igo de soberbia, rebátele
con hum ildad; si te tienta con el egoísmo, replícale con la abne­
gación; si te acomete por la impaciencia, señálate en la caridad.
Tienes que habértelas como el pastor con la res brava, que cuan­
do' escarba en la tierra para.,acometerle le dispara la piedra con­
tra los mismos cuernos. H as de aplastar a la serpiente su cabeza,
que la esconde entre sus múltiples espirales: la cabeza es la
pasión dominante. H a s de arrancar de cuajo la raíz que se
soterra muy adentro en el co razón ; el escardillo ha de ser el
examen particular.
c) P ero ocurre preguntar: Y a que el examen ha de llevarse
de algo básico, fundametnal, que imprima sello y carácter en la
vida espiritual, ¿cómo conoceré en concreto la materia del exa­
men? E s de grande importancia atinar con la materia del exa­
m en; porque así como el médico que no acierta la enferm edad'
quizá la agrava con sus remedios, y así por ventura robustece
el árbol con la poda, así si no ponemos el dedo en la llaga, si
andamos por las ramas sin descuajar la raíz de los vicios, nunca
alcanzaremos la perfección. V am os a proponer algunas reglas
sencillas de discreción espiritual. Todos caemos en algunos de­
fectos comunes de una u otra c1ase. Bien los reconocemos. Y .
así decim os: ¡ A y , Padre, si quitase tal defecto, qué paz ten d ría ;
si venciese tal vicio, cómo adelantaría en la vida espiritu al; pero
este carácter, este hábito, me domina y no puedo conmigo mis­
mo! Pues ten ánimo, toma la hoz, empuña el escardillo y co­
m ienza; ya sabes la materia de tu examen.

(i) Ps. 9-16,


INSTRUCCIÓ N SEGUNDA.— DEL EXAMEN PARTICULAR I 09

d) O tro dirá: Y o no tengo defecto especial que me domine,


pero me gusta mucho tal virtud. ¡ Oh, cómo me gusta la humil­
d a d ! Y o quisiera ser muy humilde, o ser muy eminente en la
caridad, o señalarme en la mortificación, o unirme íntimamente
con Dios y engolfarm e en su regalada presencia. Pues toma muy
a pecho las armas del exam en ; ya sabes la materia que tienes’
-que examinar. P or tus defectos, por tus caídas, por tu carácter,
por tu temperamento, por tu inclinación, podrás conocer la m a­
teria del examen. En todo caso puedes asesorarte con el dicta­
men de tu confesor, que es norma prudente de dirección espi­
ritual.
E l examen particular es el frente único, o por mejor decir,
el enemigo único, conform e a aquella sentencia de la E sc ritu ra :
N o luchéis con el menor ni con el mayor, sino contra sólo el
rey (1), que es aquí la pasión dominante, y en esto estriba la
fuerza del examen.
((E l tercer tiempo después de cenar, se hará el segundo exa­
men asimismo de h ó fa 'e n hora, comenzando desde el primer
examen hasta el segundo presente', y haga en la segunda línea de
la misma g tantos puntos cuantas veces ha incurrido en aquel
particular pecado o defectb” .
eíDespués de cenar” . E s decir, a la terminación dél día. P o r
manera que el examen nos tiene constantemente con las armas
en la mano. “ M ilicia es la vida del hombre sobre la tierra” (2).
Y el demonio nos cncunda para devorarnos (3). Y el enemigo
acecha para sembrar la cizaña (4).

r Duración

E s menester velar sin intermisión, y esta constante vela es


el examen de la mañana y de la noche, más aún, de hora en
hora, tomo parcelando eí día y vigilando todas las distribucio­
nes. Y esto no sólo un día, ni un mes, ni un año, sino toda la
vida. Y así se cuenta de San Ignacio que lo practicó diligente­
mente hasta el mismo día de su muerte.
A quí también ocurre p regun tar: ¿ Cuánto tiempo ha de lle­
varse el examen de cada defecto? H asta dominarlo, conform e

(r) R e g ., I, 22-31.
(2) Job, 7 -1.
(3) I P e t , 5-8.
(4) M t , 13-25. ;
lio EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

aquella sentencia del Salm ista: “ Perseguiré a los enemigos, y


los reduciré, y no desistiré hasta acabarlos” (i). E sta batalla es
duradera, se trata de defectos connaturales que brotan en nues­
tro corazón como la maleza de los campos; es menester suspen­
der siempre la hoz al cinto y no desanimarnos jamás.
L a pasión dominante echa múltiples y profundas raíces, y
retoña al menor descuido, cuando menos nos precavemos. P o r
eso es menester llevar mucho tiempo el examen de un mismo
defecto, porque si cada año extirpáramos un vicio — dice K em -
pis— , pronto nos haríamos santos. Esto no excluye que por
alguna vez troquemos la materia del examen, v. g . ; en los ejer­
cicios lo hagamos de las adiciones; en alguna novena de N ues­
tra Señora de la modestia o de la devoción de la V irg e n ; en
tiempo de tribulaciones, de la alegría espiritual; pero esto ha
de ser por breve espacio, para tornar de nuevo con mayores
aceros al precedente examen. A sí como el cargador que lleva
una piedra a la montaña, si la deja caer a la mitad del camino
nunca llegará a la cumbre; así el que cambia et examen sin
dominar sus pasiones nunca alcanzará la perfección. Todo el
empeño del arriero cuando camina cuesta arriba consiste tú
castigar las muías y frenar, no sea que retroceda el carro y sea
más difícil y aun peligrosa la arrem etida; así nosotros hemos
de castigar sin cesar la bestezuela y frenar nuestras pasiones
hasta que logremos dominarlas. Pero alguno dirá: Y o llevo anos
3^ años con el mismo examen y no adelanto en la virtud. E so
110 es verd a d ; tú adelantas en la virtud aunque no lo apercibas;
Y , además, ¿ qué sería de ti sin el examen ? Si ahora, con tanto
castigarte y sofrenarte, aún retrocedes, ¿en qué abismos incurri­
rías sin el recurso del exam en? Aním ate y persevera. T u cons­
tancia es muy agradable en el acatamiento del Señor, que demo­
ra el cumplimiento de tus votos para que conozcas tu poquedad
y reconozcas su misericordia. A s í difirió al anciano Simeón has­
ta la extrem a senectud el logro de sus deseos.

Adiciones

a) “ Sígnense cuatro adiciones para más presto quitar aquel


pecado o defecto particular. L a primera es que cada ves que el
hombre cae en aquel pecado o defecto particular ponga la mano
INSTRUCCIÓN SEGUNDA.— DEL EXAMEN PARTICULAR III

en ei pecho, doliéndose de haber caído, lo que se puede hacer aun


delante de muchos sin que sientan lo que hace” .
San Ignacio fué eí santo clel examen. Todo lo exam inaba:
el negocio, el estudio, la oración; nada dejaba sin exam inar y
ninguna falta perdonaba sin castigo; y así fué también eí santo
de la prudencia, porque esto tiene el examen, que al estudiarse
uno y conocerse a sí mismo, aprende juntamente a estudiar y
conocer a los demás, porque todos tenemos la misma naturaleza
y estamos formados del mismo barro.
San Ignacio recomienda llevarse la mano al corazón cada
vez que se cae en un defecto; otros, llevan con disimulo un
rosarito en el pecho bajando en cada falta una cuenta; otros,
sin necesidad de estos adminículos, apuntan la falta en la me­
moria, para anotarla a su tiempo en el libro del examen.

h) “ L a segunda, como la primera línea de la g, significa


el primer examen, y la segunda línea el segundo exam en; mire
a la noche si hay enmienda de la primera línea a la segunda,
es a saber: del primer examen al segundo” .
San Ignacio lo anota y lo confiere todo, noche y ,día, como
el diligente comerciante por partida doble. Y es de advertir que
la gracia se acomoda a la naturaleza, y así como pasa que el
que trabaja se enriquece y el que estudia aprende, así y mucho
más ocurre en la vida espiritual; y digo y mucho más, porque
en lo natural, aunque no es frecuente, puede ocurrir que el que
trabaja no se enriquezca por desmañado y el estudioso no apren­
da por corto; pero en el camino del cielo no ocurren estos in fo r­
tunios. E l Señor no niega la gracia al fervoroso, sino al negli­
gente que entierra su talento. Es menester luchar, perseverar,
hacer guerra, comenzar siempre, 110 desfallecer ja m á s ; pero el
éxito es se g u ro : lo que no conseguiste en muchos años lo conse­
guirás en un día.
Entonces exclam arás lleno de júbilo, como el Salm ista: “ M Í
ánima, como el avecilla, se ha librado del laso del casador; el
laso ha sido roto y mi ánima se ha salvado. M i auxilio estriba
en el nombre del S eñ o r” (1).

c) “ L a tercera, conferir el segundo día con el primero, es


a saber', los dos exámenes del día presente con los otros dos

(i) P s. 123-7.
.112 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

exámenes dei día pasado, y mirar sí de un día para otro se ha


enmendado
N o se contenta San Ignacio con que en el examen compare­
mos la tarde con la mañana; sino que confiram os el día siguiente
con el precedente. Y esta comparación ha de ser práctica. ¿Q u e
voy mal, que no adelanto, que me vencen mis malos hábitos?
A urgir en la humildad, a orar con mayor confianza, a juntar
con la humildad y la oración la penitencia, a castigar nuestras
caídas como se castiga la bestezuela hasta hacerla a la brida.

d) “ L a cuarta adición: conferir una semana con otra y mi-


si se ha enmendado en la semana presente de la primera pa­
sada” .
C on ferir una semana con otra semana, y pudiera añadirse,
según el Espíritu del Santo, un mes con otro mes, y un año con
otro' año.
P or aquí se ve qué arma tan poderosa es el examen y cómo
nos aveza a la lucha y nos curte en la batalla. L a constancia en
perseverar es incontrastable. Si el amigo no se niega a su amigo
por la importunidad, este pulsar y llamar e importunar no puede
menos de alcanzar las misericordias del Señor. De estos tales
dijo el señor: “ Vosotros sois los que permanecisteis conmigo en
m is tentaciones, y como me dispuso mi Padre, así os dispongo
a vosotros el reino, para que comáis y bebáis conmigo y os
sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (i).
E sta sola perseverancia en apuntar el examen un día y otro día,
y un mes y otro mes, y un año y otro año, y la vida toda, indica
un deseo vehemente de la virtud, y una pronta fidelidad en lo
poco que el Señor lo premiará en lo mucho (2). Y o no dudo
en asegurar que es un varón espiritual el que persevera cons­
tantemente años y años en la práctica del examen, porque si
la gota cava la piedra, este continuo batir y martillar romperá
la dureza de los malos hábitos y quebrantará las cadenas del
demonio. Y si esto es así, aun considerado naturalmente; pero
el Señor lo ha prometido: “ E l que persevere hasta el fin, ese
será salvo ” (3).
IN STRUCCIÓ N SEGUNDA.— DEL EXAMEN PARTICULAR 113

Omisión
Y , por el contrario, no hay mal más peligroso en un varón
espiritual que descuidar la práctica del exam en; es un comercio
que no se administra, una casa que no se repara, un navio que
no se achica, un campo que no se escarda. E l librito del exa ­
men abandonado, es el más mullido almohadón donde descansa
el enemigo (1).
E l Padre L a Palma, especialista en esta materia, estudia las
causas de la omisión del examen, y las reduce a tres: “ E s la
prim era — dice— plantarse en la virtud y contentarse con la vu l­
garidad, con gran riesgo de perdición, porque el que desprecia
3o pequeño, poco a poco caerá (2), y el que nada agua arriba
tiene que forcejear, y “ el no adelantar en el camino del cielo
«es retroceder” .
L a segunda causa es el desaliento. L a debilidad de nuestras
fuerzas, la experiencia-.de nuestras caídas, nos incitan a desistir
de la lucha y desesperar de la victoria. A éstos hay que decirles
que se reporten y fortalezcan. Que empiecen poco a poco, paso
a paso, que cercenen las caídas, que escarden al menos cada día
el espacio donde se tienden a descansar. Que es una milicia
nuestra vida y los que se hacen violencia arrebatan el reino de
los cíelos (3). Y los que perseveren hasta el fin, éstos serán
salvos (4).
L a tercera causa es el querer valerse solamente para la per­
fección de procedimientos su a ves: la oración, el apartamiento,
la contemplación, omitiendo lo que es principal: el vencimiento,
la abnegación, la mortificación, y por haberla omitido han dado
tan terribles caídas almas que parecían contemplativas.
El ser santo a nadie puede excusar de la práctica del exa­
m en; “ el que es santo que.se santifique más” , dice el Señor (5).
Santo fué San Ignacio, y perseveró en la práctica del examen
hasta la muerte.
L a libertad de espíritu menos nos excusa de la práctica del
exam en, porque nos conduce a ella, librándonos de la servidum-
00 C f . M e sc h ler. E je r c ic io s . E x a m e n ,
(2) E c c li., 7 -1.
(3) M a t , 11-12 ,
(4) M a t., io~22.
(5) A p o c., 2 2 -11.

S
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDÓ

bre de los pecados. E n una palabra, que sólo la pereza, la cobar­


día, la tibieza, el regalo, el egoísmo, la comodidad, son las cau­
sas lamentables y juntamente los efectos perniciosos de la omi­
sión del. examen.
E l tem or de los escrúpulos, en general, tampoco es razón
de omitir el examen particular, porque no se trata de un exa-
, men nimio y detallista, sino único y simplicísimo, que pudiera
encaminarse al vencimiento mismo de los escrúpulos.

üxsraoBt general d© conciencia para lim piarse


y p a r a m e j o r s® c o n f e s a r

“ Modo de hazer el exam en general y contiene en sí cinco


p uncios.
P rim er puncfto. E i prim er puncto es dar gracias a D ios nues­
tro Señor por los beneficios resabidos*
Segundo puncto. E l segundo, pedir gracia p ara conoscer los
pecados y laticallos.
T ercer puncto. E l tercero, dem andar cuenta a l ánim a desde
la ñ ora que se Iebantó h asta el exam en presente, de hora en
hora o de tiem p o en tiempo,* y prim ero del pensam iento, y des­
pués de la palabra, y después de la obra, por la m ism a borden
que se dixo en el exam en particular.
C u arto puncto. El cuarto, pedir perdón a D ios nuestro Señor
de las fa ltas.
Quinto puncto. Proponer enm ienda con su gracia, F a ter noster” .

Exam en general que se contrapone al particular, que 110 es


ya de un solo defecto, sino de todos los defectos en general.
P ara limpiar nuestra alma. E l examen es el tocado del alma
que la limpia y hermosea. Y si tanto cuidamos del tocado de
nuestro cuerpo y lo limpiamos y lo lavamos frecuentemente
todos los días, razón es que no descuidemos e! examen y la lim­
pieza del alma. E l alma es un espejo limpísimo que re fle ja d a
herm osura divina, y es necesario enjugar constantemente sus
cristales para que no se empañe o se oscurezca la imagen del
Señor. P or esto este examen ha de ser cotidiano, y dos veces
al día, a la mañana y a ,1a noche, porque todos caemos muchas
veces, y nos manchamos con el polvo del camino, y, por consi­
guiente, todos tenemos que frecuentar esta práctica, directamen­
te encaminada a limpiar nuestra alma de los pecados.
Añade San Ignacio en el título: “ ..-.y para m ejor se confe­
sa r” . Porque no hay duda alguna que el varón espiritual, que
IN STRU CCIÓ N SECUNDA.— DEL EXAMEN PARTICULAR

repite todos los días y dos veces al día la práctica del examen
general, tiene dispuesta su _alma para confesarse .mejor. .
Después del título del examen agrega San Ignacio algunos:,
preliminares .sobre la naturaleza de la culpa por el pensamiento,.,
palabra y obra, que remitimos a la siguiente instrucción.

“ M odo de hacer el examen general y contiene en sí cinco


puntos” .
1) E l primer punto es dar gracias a D ios por los beneficios
recibidos.
Tenem os una doble deuda en el acatamiento del Señ or: deu­
da de beneficios suyos, deuda de ingratitudes nuestras; el Santo-
nos presenta primero la deuda de los beneficios, para que nos
confundamos después en la consideración de la deuda de nues­
tros pecados. “ Sed agradecidos — repite San Pablo-— , agradeced
siempre, juntad la gratitud con la oración” . Y la Iglesia protes­
ta en el P refacio de la m isa: “ Verdaderamente que es dignó y
justo y conveniente y saludable que siempre y en todas partes
os rindamos gracias, Señor santo, Padre omnipotente, por nues­
tro Señor Jesucristo” . Y esta práctica la aprendió la Iglesia de'
su divino, fundador, que en la resurrección de Lázaro, y en la'
consagración de la Eucaristía, y en el himno de la cena, rindió
con lágrim as fervientes gracias a su Padre celestial. Sí, bueno
es pedir pero m ejor agradecer; porque el pedir puede entrañar
interés y egoísmo mientras que el agradecer está desligado de
todo egoísmo e interés. M eritoria es la plegaria, porque el Señor
ha dicho: “ P edid y recibiréis” , pero meritísima es la gratitud,
porque al agradecido le colma el Señor de muchas gracias. San­
ta es la oración de la tierra, pero santísima y bienaventurada
la oración del cielo; que no ha de ser de ruego, ni de sú p lica ,'
ni de impetración, sino de alabanza y de gratitud y de acción de
gracias, por los siglos de los siglos. Y esta oración meritísima
y práctica y bienaventurada, recomendada por la Escritura,
practicada por la Iglesia, frecuentada por nuestro divino R e ­
dentor, nos recomienda San Ignacio hacerla dos veces al día,
al acabar la mañana y al terminar la tarde, para satisfacer por
la deuda de los divinos beneficios y confundirnos ante la deuda
de nuestras iniquidades.

2) “ E l segundo, pedir gracia para conocer los pecados y


lanzarlos” .
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEGUNDO

E sta gracia nos es muy necesaria, dice el Padre Lapuente.


Prim ero, por la fragilidad de nuestra memoria, que olvida la
muchedumbre d e .la s culpas. P or eso pide el Salm ista: “ A b
acciiltis meis munda m e” . Segundo, por la ignorancia del en­
tendimiento, que descuida reconocer su malicia. P o r eso repite
el P r o f e t a '“ D elicia pwentittis mece et ignorantias meas ne. me-
m i n e r i s Tercero, por la tibieza y frialdad de la voluntad, que
no llora .los pecados ni se resuelve virilmente a corregirlos.
Esta gracia tenemos que pedir: que ilumine el entendimiento
para conocer los pecados sin disimulo y sin exageración; que
inflame la voluntad upara ■ lanzarlos” , con propósito firme y
perseverante.

3) E l tercero, demandar cuenta al ánima desde la hora que


se levantó ’ hasta el examen presente, de hora en hora o de
tiempo el tiempo; y el primero del pensamiento y después de
la palabra y desptiés de la obra, por el mismo orden que se dijo
en el examen particular... _
San Ignacio dice que nos examinemos de hora en hora, de
tiempo en tiempo, del pensamiento, palabra y obra. E l examen
puede hacerse sencillamente, siguiendo mañana y tarde todas las
distribuciones del día.

4) E l cuarto, pedir perdón a D ios nuestro Señor de nues­


tras faltas.
“ L a práctica de la contrición repetida durante el día, nos
asegura la eterna m isericordia.” Pidió perdón D avid, y el Señor
le perdonó su pecado; pidió perdón el hijo pródigo, y el Señor
lo devolvió a su casa; pidió perdón el buen ladrón, y el Señor
lo trasladó al Paraíso ; y ninguno hay que pidiera perdón al
Señor y no fuera perdonado, porque el Señor es en todo infi­
n ito: infinito en la misericordia, infinito en la ju sticia; porque
es infinito en la justicia, a todo el que no le pide perdón no le
perdona; porque es infinito en la misericordia, a todo el que
le pide perdón le perdona. P o r aquí se ve el mérito y eficacia
de la contrición y la importancia del examen.

5) “ DI quinto, proponer la enmienda con su 'gracia. P a tef


Hüster
E l examen no es sólo para destruir, sino para edificar; no
es sólo para pagar, sino para merecer. Et propósito 110 sólo ha
de ser firme de presente, sino eficaz para el porvenir. E l exa-^
IN STRUCCIÓ N SEGUNDA.— DEL EXAMEN PARTICULAR 117

raen todo lo ha de prevenir y corregir y procurar; ha de con­


ju rar las caídas, prevenir las dificultades, de manera que, en
cuanto sea posible, nada nos coja por sorpresa y de modo
imprevisto, sino todo dispuesto y preparado; esto se llama “ pro­
poner la enmienda” . Pero como esto se consigue principal­
mente con el auxilio del Señor — añade San Ignacio— , proponer
la enmienda con su gracia. De aquí que hemos de pedir mucho
al Señor su auxilio y favor, para proponer y adelantar en nues­
tra perfección. Y para obligarle más y estimularnos más en
nuestros propósitos del examen particular y general que se
juntan en el mismo examen, hemos de juntar con la oración
la penitencia.
San Ignacio recomienda acabar el examen con un “ Pater
noster” ; pero se pueden añadir otras oraciones, y si restara
tiempo, pedir por las ánimas, por los moribundos, por nuestras
necesidades propias y ajenas. D igo que si restara tiempo, por­
que fácilmente se completa un cuarto de hora con sólo la
práctica clel exam en'general .y particular, que se juntan en un
mismo, examen.
De lo dicho se deduce la perfección grande de esta práctica,
que junta la mortificación y el arrepentimiento, la gratitud y la
oración, y que difícilm ente se encontrará otra práctica más eficaz
para desarraigar nuestros vicios y adelantar en la virtud.
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D ía te rc e ra

Meditación

DE LA ETERNIDAD
L os preludios, los mismos que en las dos meditaciones an­
teriores.

L os puntos son tres:

Prim ero, la eternidad en general.


Segundo, la eternidad del infierno.
Tercero, consecuencias de esta doctrina.

P U N T O P R IM E R O

L a eternidad es la posesión total y perfecta de una vida in­


terminable (i). Aunque este concepto esencialmente convenga
a Dios, pero por participación se extiende, a las sustancias es­
pirituales que, dependientes de Dios, exigen permanecer per­
petuamente. Y de esta eternidad participada nos vamos a ocupar.
E s el concepto de la eternidad de tal naturaleza, que el humano
entendimiento no lo puede abarcar,, y así como la vista -en lo
ilimitado pone límites, así el entendimiento en el concepto de
la eternidad supone tiempos,, es decir, duraciones, “ P or esta
limitación de nuestro entendimiento — dice Santo T om ás— ,
como de lo imperfecto procedemos a lo perfecto, así procede-

(i) IntermmabiHs vitse tota simal et perfecta' possesío, Boet. De con-*


solatione philosopb. Lib. 5.0, 6,
120 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA TERCERO

mos al concepto de ía eternidad, por la noción del tiempo ( i).


Tiempo es el número del movimiento, según su prioridad y
consecuencia (2). P or manera que de ia naturaleza del tiempo
es la sucesión, la brevedad y el término.

a) D e la naturaleza del tiempo es la sucesión. E l tiempo


consiste en el número del movimiento, por manera que cons­
tantemente se sucede, sin tener más presencialidad que el actual
momento, que es tan sutil que al quererlo abrazar ya se ha
pasado. De aquí que ningún deleite pueda apurarse en el tiempo
de un solo trago, sino gotifca a gotita y como con cuentagotas.
' D e aquí que ningún gusto pueda gozarse en el tiempo total­
mente, sino una partecita tras de otra partecita, y esto con tal
incertidumbre, que la siguiente partecita no es segura. De aquí
que ninguna cosa en el tiempo es estable, sino que a la noche
sigue el día, y al verano el invierno, y a la .virilidad la vejez,,
y a la vida la muerte. Y del pasado sólo permanece la memoria,,
y el presente ya ha pasado, y el futuro no sabemos si vendrá.
Sem ejante a un mar proceloso se suceden en el tiempo unos
momentos a otros momentos, como encrespadas olas para se-
solverse en impalpable espuma. T al es la naturaleza del tiempo,,
que consiste esencialmente en la sucesión.

b) D e la naHiralesa del tiempo es la brevedad. E l tiempo


es la revolución del sol, la rotación de la tierra, el movi­
miento de los astros, el tic-tac del reloj, el flujo de los mares,
el latido del corazón, la respiración del pecho, un ritmo, un
compás breve, rápido, v e lo z ; no hay exprés que le siga ni
aeroplano que le alcance. “ Nada son mis días” , decía el santo
Job a sus trescientos años, y los compara al correo que pasa,
a la nave que desaparece, al águila que se abate, a la flor que
se marchita, a la sombra que se esfum a, a la hojuela que se
arrastra. Clama, dijo el Señor al P rofeta. ¿ Y qué he de clam ar?
Clam a que toda carne es heno y toda su gloría como sus flo­
res (3). T al es la brevedad del tiempo. Como el rocío que se
evapora en la alborada, como la flor que se marchita en la
mañana.

(1) S. Thomas, 1, Qusesi, io, a. 1.


(2) Numeras motus secundum príus et posterius. A rist Phisic, lib. 4»
cap. II, t. 101. ).
DE LA ETERNIDAD 122

c) D e la naturaleza del tiempo es el término. E l tiempo,


según su definición, es número, medida, y de la razón del nú­
mero y de la medida es la terminación. Y todo lo que termina
es nada; nada en la potencialidad y nada en su mismo término;
Aunque viviéram os millares de años tendríamos que clamar
como el santo Job a su terminación: “ N ihil enim sunt dies m eiA
“ M is días fueron nada” ; mil años en presencia de la eternidad,
como el día de ayer, que ya pasó (i), Y esta necesaria finitud
especifica e iguala todos los tiempos, que después de pasados
tan sólo se distinguen en los despojos de su memoria y los re­
mordimientos del corazón. T al es la razón de lo tem poral; pro­
cedamos ahora de lo fin ito ' a lo infinito, de lo temporal a lo
eterno,
d) ¿Q u é es la eternidadf L a eternidad es la inmoble, lo per­
manente, lo perpetuo.
1 ) L a eternidad excluye sucesión, caducidad, término. L a
eternidad es lo inmoble,, excluye la sucesión, no consta más qué
de un solo momento inmoble y que nunca ha de pasar. E s el
péndulo que no oscila, el corazón que no palpita, el mar que no
ondula, el astro que no rueda, la noche que no amanece, el día
que no declina, la prim avera perenne, el invierno interminable.

2) L a eternidad excluye caducidad, no sólo es lo inmoble,


sino que es lo permanente. Semejante al cauce^de los ríos, que
abarca todas sus aguas sin pasarse; al acantilado de los mares,
que recibe todas las olas sin cambiarse; al centro de la circun­
ferencia, que reúne todos los radios sin m udarse; así la eter­
nidad permanece inmoble en medio del flujo y reflujo de los
tiempos, sin pasarse ni cambiarse ni mudarse.

3) L a eternidad excluye término. Todo tiempo se puede


numerará una cantidad fabulosa, porque cada cero que añades
puede numerar. Anade a la derecha de la unidad cien ceros y
numerará una cantidad fabulosa, porque cada cero que añades

a la unidad multiplica el valor de la precedente unidad; cuenta


sus cifras si puedes, y comparada con la eternidad es como si
nada contares. Aum enta el número, acrece la cantidad, añade
ceros y más ceros, hasta llenar de ceros un pergamino más ex­

(1) Parce mihi, nihií enim sunt dies mei. Job, 7, 16.
X.22 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO

tenso que toda la extensión de la tierra. Cuenta si puedes sus


cifras, y comparada con la eternidad es como si nada contares.
Dobla, triplica, multiplica el caudal, añade y sobreañade, amon­
tona ceros sobre ceros sin medida, hasta colmar de ceros los
mundos y los soles y los espacios mismos intersiderales; cuenta
sí puedes tan incontable cantidad, y comparada con la eternidad
es como si nada contares. A ñade a la eternidad esa inmensa
cantidad, y nada le has añadido; quítale otra cantidad mayor,
y nada le has quitado. Sem ejante a un inmenso manantial colmo
e irrestañabíe: cualquiera cantidad que se le quita o se le añade,
siempre permanece con el mismo nivel inmoble e invariable.
O tro ejem plo suelen citar los ascetas y los predicadores para
dar plasticidad a este concepto (i). Suponed que cada millón de
años tomase una avecilla un granito de arena de la tierra:
¿cuántos millones de años serían necesarios para agotar los
arenales, allanar las cordilleras, horadar los valles, vaciar los
abismos, trasegar toda la .mole de la tierra? Este plazo se
cum pliría; el pajarito agotaría los arenales, allanaría las cordi­
lleras, horadaría los valles, vaciaría los abismos, trasegaría la
mole de la tierra y cernería sus alas destructoras en el vacío
de la inmensa soledad, y la eternidad permanecería inmutable
como el primer día. Suponed que la avecilla prosiguiera su obra
destructora y que cada millón de años tomase una arenilla del
sol, la luna, las estrellas, las nebulosas: ¿cuánto tiempo sería
necesario para que la avecilla apagase el sol, destruyese la luna,
vaciase las estrellas, agotase las nebulosas? L a imaginación se
pierde en la inmensidad, y, sin embargo, este plazo se cum pliría;
la avecilla apagaría el sol, destruiría la luna, agotaría las estre­
llas, agotaría las nebulosas, cernería sus alas destructoras en la
inmensa soledad, y la eternidad permanecería inmoble como el
prim er día. Semejante al mismo Dios de quien toma su principio,
la eternidad ha de durar eternamente. Los cielos y la tierra pa­
sarán, pero la palabra de D ios nó pasará (2). Y el Señor lo ha
dicho: irán los malos al suplicio eterno y los justos a la vida
eterna (3).

(1) Cf. Níeremberg. Diferencia entre lo temporal y lo eterno. Libro


primero, cap. 8.
(2) Cceíum et térra transibunt verba autem mea non prseteríbunt.
M t, 2 4 t3 5 -
(3) “ Et íbunt ht In suppHcíum seternum justi autem in vitam seternam.”
EN LA ETERNIDAD 123

PUNTO. SEGU N DO
8.a eternidad del infierno

L a eternidad del infierno la han negado algunos filósofos


paganos: los kabalistas, mahometanos, origenistas y los novísi­
mos incrédulos, no ya inducidos por la fuerza de las razones,
sino por el halago delos vicios, que sin ellos nadie negará el
dogm a de la eternidad; pero el dogma de la eternidad, lo mismo
qué el dogma del infierno, es. tan ineluctable, que se funda, no
solamente en la E scritura y tradición, sino hasta en la razón
misma y el universal consentimiento de los pueblos.

1) L a Escritura pone en labios de Jesucristo aquella terri­


ble y categórica sentencia: “ Id, malditos, al fuego eterno” , e
irán éstos al fuego eterno y los justos a la vida eterna. Y con­
trapone y equipara la eternidad (x) del premio y del castigo.
Y para excluir todo subterfugio de metaforism o e impropiedad,
repite la Escritura el mismo concepto en innúmeros pasajes,
paralelos con distintos vocablos e idéntica significación. A sí
dice: Que el verme del infierno no muere y su fuego no se
extingue (2), y afirma que la desposesión ha de ser absoluta del
reino de D ios (3), y asegura que el fuego, el horno, la hoguera,
ha de durar por los siglos de los siglos (4). Y esto lo repite
tantas veces y en tantos lugares, que para negar la eternidad
del infierno habría que negar los pasajes más palmarios de la
Escritura.

2) L a tradición de los Padres es unánime. Con ser este


dogma tan repugnante a nuestra depravada naturaleza, no se
puede citar ni un so1o Padre que lo negara ciertamente, y esto
a pesar del innegable ascendiente que ejerció en. algunos de los
Santos Padres el vasto saber del grande Orígenes. Conspiran

(1) Tune dicet et his qui a sínistris erunt: discedite a me, maledícti
in ígnem aeternum1.., Et ibunt hi in supplicium aeternum, justi autem in
vitám aaternam. Mt., 25-41-46.
(2) “ Ubi vermis eorum non moritur et ignis non extinguitu^.” Mar­
cos, 9-47.
(3) Qui talia agunt regnum Dei non consequentur. Gal, 5-19-21.
(4) Fumus tormentorum eorum ascendet in ssécula saeculorum.
Apoc., ■
14-11.
12 4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

contestes con los Padres, la liturgia y las actas de los márti­


res (i).

3) Plasta la razón sufraga esta doctrina. E l castigo debe


ser proporcionado a la culpa. L a culpa tiene malicia infinita,,
por consiguiente el castigo ha de tener duración infinita. E l
pecado es de tal naturaleza que nos desordena irreparable­
mente del fin ú ltim o; por consiguiente, su reato último no ha
de tener término. N i basta recurrir con los modernos incrédulos
a apariencias de sentimentalismo y humanidad. Dios en todo
es infinito; infinito en la misericordia, infinito en la justicia,
infinito en el premio, infinito en el castigo, infinito en el in­
fierno, infinito en el cielo, infinito en la satisfacción del cal­
vario, infinito en la vindicta de los reprobos; y como dice ei
apóstol San Pablo, es cosa horrible caer en las manos de D ios
vivó (2).
Y permitido este breve prolegómeno, vamos a meditar la
eternidad del infierno' en* sus intrínsecas propiedades;

S% daa.
S u permanencia.
S u perpetuidad.

a) L a inmovilidad del infierno. E n eí infierno no hay no­


che y día, sino noche sempiterna (3). E n el' infierno no hay
movimiento y libertal, sino cárcel y cadenas (4). E n el infierno
no hay vida y muerte, sino muerte eterna, muerte segunda, que
en esto se distingue de la muerte prim era; muerte que tiene
todos los males de la vida, sin tener ninguno de los bienes de
la m u erte; muerte que agoniza sin morir, que muere perpetua­
mente, finge a un sepultado en vida, que quiere gritar y no
puede, quiere forcejar y no le es dado, quiere ver y no amanece,
quiere morir y nunca muere, y habrás fingido alguna pálida
apariencia de la muerte eterna.

(1)
Cf. Beraza. De novissimís. 1.001-1.002.
(2)
Horrendum est mcidere in marras Dei víventís. Hebr. 10-3;.
(3)
Terratn míseriae et tenebrarum ubi timbra tnortis et nullus ordo
(4) Ligatis manibus et pedibus. Mt., 22-13. Qui facít peccatum ser­
vus est peccati. Job, 8-34.
3EN LA ETERNIDAD 125

E n el infierno no hay alegría, sino tristeza. Su verme no


muere, su fuego no es extingue. Y como una idea fija, triste
y opresora, se graba en la mente y absorbe toda su atención,
.sin dejar lugar más que al pesimismo y la desesperación; así
y mucho más la tristeza sempiterna absorberá de tal manera
al condenado, que lo incapacitará para pensar en otra cosa que
n o sea su desgracia y su eterna condenación.
E n la eternidad no hay antes ni después, sino un momento
sin momento, un solo momento inmoble, y así cómo una esfera
•de plomo en cualquiera posición que la coloques gravita en un
punto todo su peso, así consiste en un so5.o momento toda la
duración de la eternidad.
b) S u permanencia. En el infierno no sólo hay inmovilidad,
sino también permanencia. L a más pequeña molestia, si es diu-
turna, no se puede tolerar. L a quemadura de una cerilla, la
picadura de un insecto, la punzada de una aguja, el más leve
dolor, si es duradero se hace insufrible. M ás aún: el p1acer,
el deleite, el deporte, 'lá 'd iv e rsió n , si se prolongan, se hacen
intolerables. U n baile largo cansa, una música duradera fa s­
tidia, un festín prolongado empaUga, un lecho florido guardado
muchos días equivale a una molesta enfermedad. Y si todo lo
perm anente acaba por fatigar, ¿cuál no será la fa tig a de aquella
cam a de fuego, de aquella compañía de réprobos, de aquella
.sed rabiosa, de aquella hambre canina, de aquella cárcel oscura,
de aquel llanto, y apartamiento, y desesperación, y muerte sem­
piterna? (x) "Libradm e, oh Señor, de la muerte eterna. En
aquel día tremento cuando los cíelos se han de mover y la
tierra, cuando vinieres a ju zgar para siempre por el fuego,
Señor, tened compasión de nosotros. Jesús, tened compasión
de nosotros. Señor, tened compasión de nosotros” (2).
c) S u perpetuidad. E l infierno no sólo .es inmoble y per­
manente, sino que es perpetuo. E11 el infierno todo es eterno.
E s eterno el verme, que no se m u ere; es eterno el fuego, que no
se extingue; es eterno el demonio, que no se apiada; es eterna
la cárcel, que no se a b re ; es eterno el pecado, que no se llo ra ;
es eterna el alma, que no p erece; es eterno Dios, que 110 perdona.
Si la sed del Epulón se apagara, encontraría algún consuelo

(1) Quis poterit habitare de vobis cum igne devorante? quis habítabit
ex vobis cum ardoribus sempíternis? Is., 33-14.
(2) Responsorio de difuntos.
126 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

en su dolor; pero “ intercede infranqueable caos entre el cielo


y el infierno” ,.y la sed del Epulón nunca jam ás se ha de apagar.-
S i Ja desesperación de Judas se mitigase, encontraría algún des- '
canso en su pesar; pero los condenados “ no han.de hallar des­
canso noche y d ía” ( i) , y la desesperación de Judas nunca
jam ás se ha de mitigar. Si los condenados del infierno al cabo
de algún plazo se murieran, encontrarían término en su conde­
nación; pero los condenados “ llamarán a la muerte y la muerte
no les oirá, invocarán a los montes y no los aplastarán” , y los
condenados del infierno nunca jam ás morirán.
Y así como es parte de la felicidad la seguridad- de su po­
sesión, y sin ésta sería efím era la celestial bienaventuranza, así
es parte de la eterna desventura la seguridad de su desposesión,
y sin ésta, el infierno dejaría de ser infierno. E ste “ siempre,
jam ás” , reato perpetuo, seguridad indubitable, sentencia defini­
tiva, maldición eterna, constituye la idea fija de los condenados,
el delirio' de su delirio, la desventura de su desventura, la des­
esperación de su desesperación, el infierno del infierno (2).

PU N TO TERCERO
€ 3 s s s @ s is @ m i|g is d© I© © •Ésrsiüdssd

L a consecuencia obvia y natural de esta meditación es en­


trañar en nuestra alma una persuasión íntima y constante de la
pequenez de todo lo temporal y de la magnitud de todo lo eterno.
Q u e todo lo temporal no tiene consistencia, se pasa, se*m uda,
se sucede. Que los dolores, que tanto tememos, cuanto más nos
duelen antes matan. Que los deleites, que tanto amamos, cuanto
más los apetecemos antes huyen. “ Que no tenemos aquí ciudad
permanente, sino que inquirimos la eterna” (3). “ Q ue somos
peregrinos y prófugos sobre la tierra” (4). “ Que la avecilla que
emigra no anida en el camino y el arbolillo que se trasplanta no
arraiga en el vivero” , “ Que no hemos nacido para lo temporal,

(1) Nec habent réquiem die ac nocte. Apoc., 14 11.


(2) Maledicti in ignem aeternum... Et ibunt ii in suppHcium aeternmn,
justi autem in vitam aatemam. Mt., 25-41-46.
(3) Non habemus hic manentem civitatem sed futuram ínquírimus.
Hebr., 13-14.
(4) Advena ego sum apud te et peregrimis. Ps, 38-13.
DJE LA MUERTE

sino para lo eterno” (i), como decía San Estanislao de Kostka..


“ Que no hemos de servir al rey de la tierra, sino al celestial qué.
nunca muere” (2), como repetía San Francisco de B orja. Ó ue
hemos de demandarnos incesantemente con el joven angelical
San Luis Gonzaga (3): “ ¿qué es esto para la eternidadf” Y
esto es lo más terrible en el uso de las criaturas, que lo temporal
es medio para lo eterno; el premio eterno o el castigo eterno.
“ ¿ Y qué te aprovechará ganar todo el mundo si pierdes tw
alma?” (4), Y al revés: “ ¿qué es lo temporal y leve de nues­
tra tribulación si nos granjea un peso eterno de gloria para nos­
otros?” (5).
Y Acuérdate de la eternidad y no pecarás eternamente ” (ó)
E l pensamiento de la eternidad es fecundo en grandes santos.
E l pensamiento de la eternidad 'sostuvo a los mártires en los
tormentos. E l pensamiento de la eternidad colmó de eremitas
los desiertos. E l pensamiento de la eternidad fortaleció en sus
luchas a los confesores: JE 1 pensamiento de la eternidad consti­
tuyó el pensamiento constante de Jesucristo, que quiso sufrir
muerte y pasión para “ librarnos del pecado y de la muerte
eterna” .
Entrañemos muy adentro en nuestro corazón el pensamiento
de la eternidad, “ para que si del amor del Señor eterno me
olvidare por m is faltas, al menos el temor delas penasme
ayude para no venir en pecado” . Am én.

Medltqglóit déegggBei

m e d ita c ió n be ia m u iu te .

Después del ejercicio del infierno, el autógrafo de San Ig ­


nacio no añade cosa alguna; la versión vulgata dice así: “ S i
pareciera al Director de los ejercicios, para provecho del ejer-

(1) Non sum natus prassentíbus sed futuris.


(2) Regí regum unicé inserviendum. Brev.
(3) Q u id hoc ad á te rn ita te m .
(4) Quid prodest homini si mundum tmiversum íucretur .animae vero
suse detrimentum patiatur. M t.,' 16-26.
(5) Quod momentaneum et leve est tribulationis nostrse seternum. glo­
ria; pondus operatur in nobis. 2 Cor., 4-17.
(6) Memorare novissima tua et in aeternum non peccabis. Eccli., 7-40,
128 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

citante, añadir algunas meditaciones de la muerte, de tas penas,


de los pecados, del juicio, no lo crea prohibido, aunque aqid
nada se ascriba” (i). E l Padre Roothaan dice que tal fué la
práctica de San Ignacio y de los primeros Padres que del Santo
la aprendieron (2). E l D irector recomienda que no se omita
esta práctica, sino rarísima vez, por ser muy eficaz para avocar
el ánimo de las aficiones desordenadas (3). Tan sólo, que sepa­
mos, el preclaro exerciciólogo P . Nonell pone reparos con p u­
rismo ignaciano a esta práctica y hasta discute que la usurpase
San Ignacio, aduciendo un texto del Padre M irón, tomado de
D iertins (4). Nosotros, siguiendo la práctica común de los expo­
sitores, añadiremos en este lugar dos meditaciones: una de la
muerte y otra del juicio, para acabar la primera semana con el
ejercicio del hijo pródigo, preparatorio para la confesión.
Oración preparatoria, la acostumbrada.
Preludio prim ero: Figurarm e presente a la agonía, a la
muerte, a la sepultura; preludio segundo: pedir al Señor cono­
cimiento interno de la vanidad de todo lo que muere.
L a meditación la haremos por medio de aplicación de sen- .
tidos (5).

L os puntos serán tres:

Prim ero, la agonía,


Segundo, la muerte.
Tercero, la sepultura.

(1) S í visura erit expedíre ad profetum eorum qui exercentur aíi-


quse meditationes his adjícere ut de morte ac alfis peccatí psenis, de ju d id o
etc. non se putet prohiberi quamvi^ hic non ascribantur. A u tó g ra fo , 1.*
semana, pág. 299.
(2) Constat et ipsum SP. et ab eo edoctos Patres in prima hebdómada
meditationes etiam de morte, de judicio, etc. addere cónsuevisse. Root,
1.a semana.-Número 28.
(3) Prseter quinqué hsec exercitía RP. N. Ignatü possunt addi alia
et quidem bsec rarissime omittenda videntur quia multum habent momenti
ut avocetur anima ab inordinato amore rerum harum visib'lmm. Dir.°
cap. is, núm, 4.
(4) C f. Nonelí. Estudios sobre el texto, Cap. 18, núm. 2.
' (5) Optandum ut si superaddantur meditationes ad unam aliquam e
tribus a S. P. propositis modís redigantur, Rooth, hac loco.
DE LA MUERTE 129

P U N T O P R IM E R O
EL® ®§|@sBlsaB El m<&*s8©saf© de lia imaerfe

a) Entrem os en la cámara de un moribundo. E11 un ángulo


se tiende el fúnebre lecho. Reclinado sobre un rimero de almo­
hadas, agoniza el m oribundo; la faz lívida, la nariz afilada,
los ojos llorosos, la boca entreabierta, las manos trémulas, el
pecho jadeante.
Sobre un velador vecino se divisan, a la tibia claridad de
una lámpara, ampollas, frascos, medicinas, la estola del sacer­
dote y el Cristo de la agonía.
A los pies del lecho, los allegados esperan el desenlace, A
la cabecera, el sacerdote lee las preces de los moribundos, la re­
comendación del alma, y aplica el Santo Cristo a los labios
inmobles del agonizante.
E n la estancia reina el mayor silencio. Solamente se oye la
respiración interm itente‘ dél agonizante, el tictac monótono , del
péndulo, la grave salmodia del sacerdote, las pisadas contenidas
de los circunstantes que entran y salen de la cámara. A llá en
la calle se escucha el rodar tranquilo de los coches, el cuchicheo
alegre de los transeúntes, el murmullo de la muchedumbre, del
todo indiferente a nuestra desgracia.
Poco a poco la faz del enferm o palidece, el pulso remite,
la respiración se apaga, los ojos se nublan, los músculos se es­
tremecen, el sacerdote levanta la diestra para absolver al mori­
bundo por vez postrera. L os circunstantes, sin poderse contener,
dan rienda suelta a su dolor, y entre gemidos y ayes y sollozos
abandonan la estancia.
T ales son los lincamientos superficiales del cuadro. Ahonde­
mos ahora más adentro y veamos las impresiones más hondas
del alma, los sentimientos más íntimos del corazón.
¿Q u é te dicen aquellos ojos tristes, aquella faz dolorida,
aquella expresión tem erosa? T e repiten con muda elocuencia
aquella sentencia del ''E clesiástico” : " M ihi heri et tibi ho-
die” U ). “ H oy por mí, mañana por ti” . N o te hagas ilusiones,
no -te dejes prevenir de un engaño más antiguo que la misma
muerte (2). ¿N o sabes que la vida se compara en la E scritura

(1) E ccli., 38-23.


(2) Nequáquam mor te moriemini. Gén. 3-4.
130 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.!

a la flor que se marchita, al vapor que se desvanece, a la saeta


que se pierde, a la estela que se borra ? ¿ Dónde encontrarás una
sociedad de seguros sobre la vida, que te garantice la inmorta­
lidad? D ía vendrá para ti que no tendrá noche, noche que no
tendrá día. T u s ojos oscurecerán, tus oídos ensordecerán, tus
músculos tem blarán; “ morte m od eris” , mcTrirás. ¿N o sientes
en ti mismo vértigos, desmayos, depresiones, presentimientos,
quizá infundados, de tu futura disolución? Entraña en tus car-,
nes este saludable temor (i). Persuádete que eres mortal y tienes
que morir (2). Recuerda que eres polvo y que te has de resolver
en polvo (3). Y a puedes prodigar la higiene, cambiar de clima, ,
consultar los médicos, extrem ar el c o n fo rt: no evadirás la
muerte.
“ H oy por mí, mañana por H ” M añana es un día incierto.
¿ Y qué sabes si amanecerás mañana? Cuántos que pensaban
vivir mucho se han engañado y han sido separados del "cuerpo"'
1cuando no lo esperaban. Cuántas veces oíste contar que uno mu­
rió a cuchillo, otro se ahogo, otro cayó de alto y se quebró la ¿
cabeza, otro comiendo se quedó pasmado, a otro jugando le.
vino su fin. U no murió por fuego, otro con hierro, otro de
peste, otro pereció a manos de ladrones (4),
b) j Y cómo morirás tú? ¿M orirás joven, morirás viejo,
morirás en casa, morirás en la calle, morirás de muerte natural,
morirás de muerte violenta, morirás con los sacramentos, mo­
rirás sin los sacramentos, morirás en gracia, morirás en peca­
d o ...? ¿ N o hay algún indicio que te asegure el día, la hora, la
sazón, las circunstancias de tu muerte? Sí, hay una cosa cierta,.'
según nos lo previene la E sc ritu ra : que la muerte vendrá
cuando menos lo pensares (5). .
E l moribundo que contemplas es un idólatra del deporte,
un turista, un motorista, y en el ardor de la marcha, en e l '
vértigo de la ■ velocidad, cuando menos ío pensaba, un viraje,
un descuido, una imprevisión, le arrebató de súbito la vida.
E l moribundo cuya agonía contemplas es un astro del arte, :
un genio de la finanza, una mentalidad europea, y en el apogeo

(1) Confige tímore tuo carnes meas. Ps. 118-120,


(2) In quocumque die comederis ex eo'morte morieris. Gén. 2-17.
(3) Pulvis es et in pulver em reverteris. Gén. 3-19.
(4) Kem pis, s-23.
(5) Quia qua hora non putatís filius homínís veniet. Luc, 12-40.
DE' LA MUERTE 13 1’

de la fama, en el plenilunio de la celebridad, una fiebre, un e n - :


friamiento, un baccillus, malogró la flor de sus esperanzas.
E l moribundo cuya agonía contemplas es un ídolo de los .
salones, una reina de la belleza, una diosa de la adulación, y
en la apoteosis de su encumbramiento, la guadaña de la muerte -
tronchó la rosa de su hermosura.
Y uno termina la casa y la estrena con entierro; el otro
acaba las bodas y las nubla con v iu d e z; el rico del Evangelio
colmó las trojes y le arrancaron el alma (i). L as vírgenes duer­
men en el ocio y las despierta la venida del E sp o so ; danza y
banquetea sacrilego en bacanales Baltasar y le sorprende el
fatídico letrero y el estigma de la muerte.
Y el joven se promete larga vida, y el viejo cuenta algunos
años, y el enferm o espera la curación, y el moribundo se engaña
en su agonía, y así la muerte sorprende a los mortales como la­
drón nocturno y a la hora menos pensada vendrá el H ijo del
hombre,

c) ¿ Y qué, no hay ningún otro indicio que prevenga el'


tiempo, la sazón, las circunstancias de tu muerte t V uelve otra -
vez a la cabecera del agonizante. Aplica de nuevo tus sentidos;
¿qu é.te dice aquella vista apagada, aquella color quebrada, a q u e -.
lia respiración entrecortada? T e dice con muda elocuencia que
el tiempo es breve, que la muerte es inminente, que la vida es
un soplo, un vapor, una mañana, que son pocos y malos los
días del hombre sobre la tierra, que la vida más longeva sobre
la tierra es como “ el día de ayer, que pasó” ,
¿N o has visto a la llegada de un expreso con qué febril
agitación se precipitan los viajeros a prevenir la partida? Pues
tal es la parada de nuestra vida: prevén el billete, dispon tus
obras, no te des sosiego, prepara la partida para la eternidad,
m ira que los motores del carro son rapidísim os: el sol, los as­
tros, los tiem pos; m ira que es vertiginoso el curso para la eter­
nidad. “ H oy por mí, mañana por t i ” Y mañana es el día más-:
próxim o de todos.
¿ Y qué, no hay más indicios que te revelen el lugar, e l,
tiempo, las circunstancias de la muerte? V uelve tus ojos al ago~;,
nizante, mira aquellas mejillas cárdenas, aquellos labios mar-
chitos, aquellas órbitas desencajadas, indicios ciertos de su in-

(i) Stulte, hac nocte ammam repetunta te. Ltíc.,12-20.


132 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— -DÍA TERCERO.

te n o r agonía. E í ánima, afligida, no sabe a dónde- volverse.


A van zar es espantoso, detenerse no es dado, retroceder impo­
sible. A rrib a espanta el Juez, abajo amenaza el infierno, dentro
remuerde la conciencia, fuera atormenta el enemigo. E n lo pa­
sado inquieta el pecado, en lo futuro atormenta el castigo, en
lo presente turba el.tem or. Momento terrible; “ /O mors quam
amara est memoria tua}\ momento eterno ( i) , momento úni­
co ! (2) Si .pierdes un ojo, te resta el otro; si pierdes una mano,
te queda otra; si pierdes el alma, la pierdes para siempre. Esta
e s la circunstancia más terrible y espantosa de da muerte, que
tes sin efugio, sin recurso, sin apelación.
“ H oy por mí, mañana por ti.” Si has visto alguna vez morir
un hombre, piensa que por aquella carrera has de pasar. Cuando
fu ere de mañana, piensa que no llegarás a la noche, y cuando
fuere de noche no te atrevas a prometer la mañana. ¡O h her­
m ano! D e cuánto peligro te podrás librar y de cuán grave es­
panto salir si estuvieses siempre temeroso de ía muerte y pre­
parado para ella. .
Acepta la muerte de la mano del Señor, ordena a la muerte
toda tu vida, muere en vida a todas las cosas, “ trátate como
huésped y peregrino sobre la tierra” , “ N ada pienses fuera de
tu salvación” . Granjéate ahora amigos, venerando a los santos
de Dios e imitando sus obras, para que cuando salieres de esta
vida te reciban en las moradas eternas. A m én (3).

PU N T O SEGU N D O

i© maserte

a) V uelve unas horas después. Penetra en la fúnebre es­


tancia. Todo ha cambiado. A l frente hay, sobre un altar, un
Cristo y una imagen de los Dolores, en el centro, sobre dos
líneas de ardientes cirios, se tiende el ataúd; en su derredor
se arrodillan llorosos los parientes para orar. Adelántate como
el Duoue de Gandía ante el cadáver de la Em peratriz; aplica
tus sentidos, contempla los fúnebres despojos. E ra un adoles­

(1) Momentum a quo pendet asternítas,


(2) Statutum est- hominibus semel morí. (Hebr. 9-27).
(3) C f, Kempís. Loco cítato.
DÉ LA M UERTE

cente vivo, bullicioso, soñador; ¿qué se hizo de la viveza, la


jovialidad, las doradas ilusiones, los castillos encantados ? M ira
cómo su cadáver yace pálido, frío, inerte.
E ra un opulento propietario, un riquísimo capitalista; su
firma era conocida en todos los Bancos, su crédito era recono­
cido en todas las naciones. ¿Q u é se han hecho las dehesas y
los olivares, la s . minas y los yacimientos, los créditos y los te­
soros? Ciñe su talle un cordón,- circunda su cabeza una capucha,
viste un hábito humilde de limosna.
E ra un ídolo de la juventud, una beldad, una herm osura;
¿qué se ha hecho la gentileza del talle, el carmín de los labios,
la rosa de sus mejillas? L a mirada se ha apagado, el. talle se
ha deformado, la risa se ha marchitado; exhala mal olor, des­
pide podredumbre, se ju zga linaje de piedad cubrir con un velo
su rostro descompuesto.
Esto ven los ojos. Prosigamos,

b) ¿ Y qué escuchan los oídosf E l murmullo de la muche­


dumbre que concurre al entierro. El crujido del ataúd que se
cierra para siempre. Los pasos de los conductores que bajan
el féretro. E l desfile del duelo que se encamina al cementerio.
L os tañidos de las campanas, los ecos de la salmodia. “ S i
iniquitates óbservaveris Domine, Domine, quis sustinebit,” “ S i
reparas en nuestras iniquidades, Señor, Señor, ¿quién te sos­
tendrá ? ”
“ D e pro fu n dís.” “ M iserere.” “ Venid, santos del cielo; lle­
gad, ángeles de la gloria; recibid su alma, ofrecedla ante el aca­
tamiento del Altísimo
Y otra vez el rechinamiento del féretro que conducen en
hombros, los allegados, al fúnebre carro. E l rodar de los ca­
rruajes que se encaminan al cementerio. E l silencio que se hace
en torno de la tumba. E l acento del sepulturero que deposita el
féretro. E l compás del azadón que remueve la sepultura. E l
sordo chasquido de la tierra, que retumba contra el ataúd. E l
postrer responso y el silencio sempiterno.
E sto ven los ojos, esto escuchan los oídos, y el gusto paladea
el am argor de la agonía, y el olfato percibe el hedor del sepul­
cro, y el tacto palpa a manos llenas el polvo y la ceniza.
T al es la apariencia exterior; pero al decir de San Ignáció¿
no hemos de contentarnos con las impresiones exteriores de los
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA TERCER*).

sentidos, sino que hemos de penetrar más adentro, -hemos de


reflectir para sacar algún provecho.

c) ¿ Alardeas de :juventud, de fuerza, de ligereza? M ira el


cadáver ciego, .sordo, mudo ; ya no le'em briagan los vinos, ni
je hartan los manjares, ni le perfum an las flores, ni le recrean
las m úsicas, ni le atrae la seducción, ni le enamora la hermo­
sura; ciega tus ojos'al'm u n d o , ensordece'tu oído a das lisonjas,
enmudece tu lengua a la murmuración, estima las cosas, no como,
aparecen, sino como son, y no como s o n ,,sino como han: de ser
'eternamente;
' "¿Lozaneas de belleza, de gala, de herm osura? M ira el cadá-
v e r ‘ yerto, amarillento, hediondo; ya sus ojos no cautivan, yá
su risa no seduce, su deformidad repugna, su podredumbre
Wede. N o adores el deleite, ni idolatres el placer, ni divinices la
sensualidad: mortifica el cuerpo, refrena las pasiones, domina
los sentidos, mira en qué paran los gustos, en qué acaba el re­
galo.
¿Gallardeas de riquezas, opulencia, poderío? M ira el cadáver
ruin, pobre, desnudo. E n vano le demandarás una joya, en vano
le reclamarás unas monedas; viste una humilde mortaja, habita
u n .estrecho ataúd, posee cuatro palmos de tierra. M ira en qué
acaban las riquezas, en qué paran los tesoros, los poderes, los
dominios por los cuales los hombres litigan, mueren, matan. N o
codicies el oró, no atesores en la tierra.
¿ Ambicionas honras, aplausos, distinciones ? Contempla el
cadáver oscuro, inerte, silencioso; desmayó ia m iraoa imperiosa,
■enmudeció la voz de mando, languideció el gesto soberano; arte,
ciencia, política, estrategia, nobleza, poderío, autoridad, se aca­
baron para siempre. “ Sic transit gloria m undi.” Com o la flor
del heno que a la mañana despliega su oriflama y a la tarde sé
m archita p ara siempre.

PUNTO TERCERO

L a sepaaltiarcs '

*! a) Vuelve unos años más tarde, penetra en la necrópolis de


una gran .urbe. O rlan los muros series de lápidas, unas negras,
otras b la n ca s; surgen a uno y otro lado capillas, sarcófagos,
ángeles marmóreos, fúnebres alegorías. E l resto del campo lo
DE EA MUERTE 135
llenan las tumbas innúmeras, que circunda una verja y corona
una cruz. Recorramos las solitarias calles. Reina el silencio de
la muerte, que no lo turba el trotar de los caballos, el crepitar
de los autos, ni el silbar de las locomotoras. Traspongam os la
doble carrera de sombríos cip reses: tan sólo turbará nuestra
marcha silenciosa el llanto del huérfano que llora en la tumba
de su padre, la plegaria de la esposa que ora ante la tumba de
su esposo. Prosigam os nuestro cam ino: allí, en un ángulo del
cementerio, existe una tumba oscura, ign ota; pasaron ya treinta
cuarenta, ochenta años de tu muerte. Esa tumba anónima, igno­
ta ... es tu tumba.

1) Arrodíllate en la tierra, descansa tu frente en la desgas­


tada balaustrada, aplica tus sentidos, reflexiona.
M ira: la hierba cubre la tumba, la herrumbre oxida la verja,
el orín carcome la cruz, el tiempo deslustra tu lá p id a , .e l 'olvidó
ha borrado tu memoria. ¿ Q u é fué de tus casas, de tus campos*
de tus heredades, de tus,;riquezas ? Otros habitan tus casas, otros
disfrutan tus rentas, otros ocupan tus cargos. Para otros adqui­
riste tus riquezas, para otros prodigaste tus sudores, para otros
allegaste tu fortuna. E n la tierra ya nadie te conoce, nadie te
quiere, nadie te llora. M ira lo que te aprovecha ganar todo el
mundo si pierdes tu alma.

2) O ye el sermón temeroso que te hace la muerte. Ahonda


más adentro, escarba tu sepultura, exhuma con espanto tus pro­
pios despojos. ¿Q u é te predica aquel cráneo sin carne, aquellas
órbitas sin ojos, aquellos m axilares sin labios? “ Memento ho­
m o ” , te está diciendo con silencio, “ quia pulvis es et in pulverem
reverteris” . Recuerda, hombre, que eres polvo, porque dehpolvo
te form ó el Señor; eres polvo, polvo que se levanta y se depri­
me y se desvanece; has de ser polvo, el polvo de la tumba, el
polvo sempiterno. Este sermón te predica la muerte en medio
del silencio de la tumba y de la soledad del sepulcro,

3) Y el olfato, por debajo de las risueñas flores, a través


de los dorados nichos y marmóreas lápidas, percibe el hedor de
la corrupción y la fetidez de los gusanos.
Y el gusto paladea las heces de la podredumbre y los dejos
del sepulcro,
Y el tacto palpa a manos llenos el polvo, la ceniza, la des­
ilusión, el desengaño.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO .— DÍA TERCERO.

Sí, mira, oye, siente, gusta, palpa, “ reflexiona sobre todo


sacando algún provecho".

b ) . Recuerda qué planes maquinaste.


Q ué esperanzas abrigaste, qué ilusiones fantaseaste, y consi­
dera de rodillas delante -de tu propia tumba el fracaso irrem e­
diable en que viene a parar todo lo que no sea el bien, la virtud,
la piedad, Dios.
Pondera la importancia que diste en la tierra a los intereses,
los regalos que prodigaste a los sentidos, la estima que hiciste
de los honores; y en la soledad de la tumba, en el olvido de
todas las criaturas, aprecia en su justo valor la vanidad de los
aplausos, la vaciedad de las riquezas, la futilidad de los deleites.
“ Entonces — dice el Padre Kem pis— ( i) se alegrará más la
carne afligida que la que siempre vivió en deleite; entonces res­
plandecerá el vestido despreciado y parecerá vil el precioso;
entonces será más alabada la pobre casita que el ostentoso pala­
cio ; entonces ayudará...más la constante paciencia que todo el
poder del mundo; entonces será más exaltada la simple obe­
diencia que toda la sagacidad del sig lo ; entonces alegrará más
la pura y buena conciencia que la docta filosofía; entonces se
estimará más el desprecio de las riquezas que todo el tesoro
de los ricos de la tierra; entonces se consolará más de haber
orado que haber comido delicadamente; entonces se alegrará
más de haber guardado silencio que de haber conversado m u­
ch o; entonces te aprovecharán más las obras santas que las
palabras floridas; entonces agradará más la vida estrecha y la
rigurosa penitencia que todos los deleites terrenos."

c) A m a lo que siempre tienes que amar, aborrece lo que


eternamente tienes que aborrecer.
Aborrece el desorden de la elección, la relajación de la vida,
las raíces de la culpa, los incentivos del pecado. A m a la hum il­
dad, la mortificación, la pobreza. A m a a los santos, ama a la
Santísim a V irgen, ama a Jesucristo nuestro Señor.
“ Señor mió Jesucristo, D ios de bondad.,, Padre de miseri­
cordia: me presento ante Vos con el corazón hum illado'y con­
trito y os encomiendo mi última hora y lo que después de ella
me espera.

(i) L., c., i, cap. 24.


DEL' JU IC IO UNIVERSAL
X37

Cuando mis pies, perdiendo su movimiento, me adviertan que


mi carrera en este mundo está próxima a su fin , Jesús miseri­
cordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis manos, trémulas y entorpecidas, no puedan ya
estrechar el Crucifijo y, a pesar mío, le deje caer sobre el lecho
de mi dolor, Jesús M isericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis ojos, vidriados y desencajados por el horror de
la muerte, fije n en V os sus miradas lánguidas y moribundas,
Jesús misericordioso, tened compasión de m í. *
Cuando mis labios, fríos y convulsos, pronuncien por última
vez vuestro adorable nombre, Jesús misericordioso, tened com­
pasión de m í.”

Meditación andécima

DEL JUICIO UNIVERSAL


E ste dogma, que profesam os todos los días en el Credo
(“ E t inde venturus est judicare vivos et m oríaos” ) dogma dig­
no de Dios, cuya bondad, justicia, providencia, preconiza; digno
de Jesucristo, cuya honra, acatamiento, glorificación, enaltece;
digno del hombre, cuyo cuerpo y alma, públicos y privados me­
recimientos a la faz del mundo, castiga o recompensa; dogma
sumo y trascendental, que los Padres lo frecuentan en la predi­
cación y la Iglesia lo persuade en la liturgia; postrera página
de la historia de los hombres, novísimo artículo de la revelación
cristiana; tal es el dogma del Juicio universal, que va a poner
término y remate a esta serie de meditaciones de las verdades
.eternas y a todos los ejercicios de la primera semana (i).
L a oración prparatoria será la acostumbrada.
E l primer preludio será ver la muchedumbre de los muertos
que se levantan de sus monumentos, y, al impulso del Todopo­
deroso, se reúnen en el valle de Josafat a esperar el segundo
advenimiento del Señor.
L a .petición será repetir con la Iglesia aquellas, palabras de
la secuencia de d ifu n to s : “ R e x tremendas majestatis, qui sal­

ir) Cf. M t, 25-31-45; 16-27; 13-41. Act., 10-42; 17-31. Rom., 3-5;
6-2. 2 Cor., 5-10. Tira, 4-1. Jud., 1-4. Is.> 13-9; 76-15. Dan., 7-9, Joel, 2-1.
Sap., 1-14. Mal., i-r»
'1 3 8 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA TERCERO.

vando.s salvas gratis, salva me fon s pietatis. .Qu&rens me. sedisti


lassus, redemisti critcem passus, tantus labor non. sü cassus

L os puntos serán tres :

Primero, precedentes del Juicio.


Segundo, el Juicio.
Tercero, la Sentencia.
$

P U N T O P R IM E R O

Pr®e®d©sii£©s d®l Jmgl@

a) Cuando llegue el día del Señor:

E l sol se oscurecerá, la luna se ensangrentará (r), las estre­


llas del cielo caerán (2), el mundo temblará (3), los mares se
alborotarán (4), la tie r r a ’se abrasará (5), y, en medio de tanta
ruina y , desolación, se escuchará la voz del ángel que evocará
a los muertos de sus tumbas con espantoso acento (ó). Entonces
el mar abrirá sus senos, la tierra descubrirá sus abismos, el
infierno franqueará sus cráteres (7) y los.muertos se agitarán en
sus tum bas; sus huesos se encajarán, sus nervios se estirarán,
sus órbitas se alumbrarán, se rellenarán sus carnes (8) y se cum ­
plirá aquella profecía temerosa-del Señor: “ Hora vendrá en q%Íe
todos los que yacen en los sepulcros oirán ia voz del H ijo de
D io s y. se levantarán los que obraron et bien d la resurrección
(1) Sol convertetur m tenebras et luna in sanguinem. Joel, 2-31.
A c t, 2-20.
(2) Stellae cadent de coelo. Mt. 24-^9. ■
(3) Et- erunt térras motus per loca. Marc., 13-8.
(4) Et erunt signa in solé, et luna, et stellís et ín terris pressura
gentíum prse confusione sonitus maris ,et fluctuum. Luc. 21-25.
(5) Coeli autem qui nunc sunt, et térra eodem verbo repositi, sunt
igní reservati in díem judicii, II Petr., 3-7.
(6) Quoniam ipse Domínus in jussu et Ín voce archangelí et Ín tuba
Dei descendet de coelo: et mortui qui in Chrísto sunt resurgent primi»
1 Thes. 4-15. ’
(7) Et dedit mare mortuos qui Ín eo erant; et mors et infernus dede-
runt mortuos suos qui in ipsis erant; et judicatum est'de singulis secun-
dum opera ipsorum. Apoc., 20-13;
(8) Et accesserunt ossa ad ossa... et extenta est Ín eis cutis. Ezech.,
- .
3 7 78
DEL JU IC IO UNIVERSAL 13 9

.de la vida, los que practicaron el mal a la resurrección del


Juicio” (1).

1) i Oh, qué día aquel tan terrible y espantoso! D ía de


calamidad y de miseria, de arrepentimientos tardíos y lágrimas
estériles: “ dies magna et amara vcilde” . E n aquel día, de la
misma tumba, el padre se levantará para la corona, el hijo para
el ca stig o ; del mismo sepulcro, el criado resucitará a la gloria,
el amo .a la ignom inia; del mismo campo, un campesino surgirá
para el cielo, otro para el infierno ; del mismo molino, un obre­
ro recibirá el castigo, otro la recompensa (2). ¡ Oh, qué diálogos
entablarán aquel día el criado y el amo, el hijo y el padre, el
hermano y el hermano, y, sobre todo, el cuerpo y el alma, los
amigos más íntimos y entrañables.

2) E l cuerpo del condenado surgirá inmortal y pasible :


pasible para que siempre sufra, inmortal para que nunca mue­
ra. Y al ver el alma -malaventurada aquel cuerpo negro .y he­
diondo, le d irá: M aldito seas, cuerpo de muerte y corrupción,
muladar de iniquidades, sentina de pecados. T u rebeldía y sen­
sualidad me han traído tantps m ales; mil veces seas maldito. V
el cuerpo desventurado, al ver el alma condenada: M aldita seas

— le dirá— , alma tímida y pusilánim e; tuya fué la libertad, tuyo
el dominio, tuya la soberanía; tú te envileciste y te degradaste
y me atrajiste la desgracia sempiterna; mil veces maldita seas.
Y como se traban y se punzan las espinas en el fuego, el alma
y el cuerpo se trabarán y punzarán para arder eternamente en
el infierno. ‘

3) P or el contrario, el cuerpo del justo surgirá ligero, su­


til, clarísimo, impasible, inmortal (3). ¡O h , qué parabienes le
dirá el a lm a ! ¡ Q ué bendiciones le prodigará, qué dulcemente le
abrazará! Cuerpo sufrido y penitente, seas bendito — le dirá— ;
moriste en la vida, crucificaste los vicios, padeciste el dolor,
arrastraste l a ' hum illación: surge ahora a la resurrección y la

(1) Venít hora in qua. omnes quí in monumentís sunt audíent vocem
,filii Deí et procedent qui bona fecerunt in resurrectionem vitge qui vero
mala egerunt in resurrectionem judicii. Jo., 5, 28-29.
(2) Tune dúo erunt ín agro; unus assumetur et unus relinquetur. Dusa
molentes in mola na assumetur et una relinquetur, Mat. 24 40-41.
. 3) Qui reformabit corpus humilitatís nostrse configuratum corpori
claritatis su^e. Philip., 3-21. Cum apparuerit símiles ei erimus. Jo., 3-2.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.-— DIA TERCERO.

gloria (i). Seas mil veces bendita, alma mía,, vida mía; señora
m ía — le responderá el cuerpo— . T ú moderaste mis apetitos, tú
refrenaste mis sentidos, tú castigaste mis excesos. T uyo es ei
merecimiento, tuya la gloria, tuya la corona; mil veces seas
bendita. Y como se unen y enlazan en perfumados haces las
blancas azucenas, así el cuerpo y. alma se unirán y enlazarán
para gozar eternamente en el cielo (2).

b) Entonces comparecerán las ángeles y separarán los ma­


los de en medio de los buenos (3).

U na vez que los muertos resuciten, íes empujará al Juicio


el impulso del Señor. ¿ N o habéis visto al soplo del otoño cómo
las avecillas en bandas innúmeras emigran a lejanas tierras?
A s í y mucho más los mortales todos de todos los mares, islas
y continentes, en densas e innúmeras muchedumbres, concurri­
rán, empujadas por el soplo del Todopoderoso, al valle de Josa-
fa t a esperar eí advenimiento del Señor (4). Entonces compare­
cerán los ángeles, y de aquella masa densa, de aquella muche­
dumbre innúm era/separarán los malos de en medio de los bue­
nos. Y colocarán los buenos a la derecha y los malos a la izquier­
da. ¡ Oh, qué confusión sentirán los malos, que ocuparon los
primeros puestos en la tierra, que reclamaron siempre- la dere­
cha, aí verse relegados a la izquierda y postergados al último
lu g a r ! ¡ Q ué dirá eí príncipe aí ver preferido a su vasallo, qué
el maestro al ver aventajado a su discípulo, qué el señor al ver
antepuesto a su criado, qué el Epulón al ver antepuesto a L áza­
ro ! ¡ Oh, qué vergüenza sufrirán al ver a los buenos, que en la
tierra vejaron y oprimieron, bendecidos y premiados! '“ Insen­
satos de nosotros — exclamarán— , nos hemos engañado, hemos
errado el camino de la verdad, la lumbre de la justicia no nos
alumbró, el sol de la inteligencia no alboreó para nosotros (5) Y

(1) Seminatur m ignobilitate sürget in gloria; semínatur in infirmitate


surget ín virtute. 1 Cor., 15-43.
(2) Cf. Lapuente. Meditaciones. 1 X IV , 2-3.
(3) Exibunt angelí et separabunt malos de medio justorum. M t, 13-49.
(4) Ascendant gentes in vallem Josaíat: quía íbi sedebo ut judicem
gentes. Joet, 3-12. /
(5) Ergo érravímus a vía veritatis, et justitise lumen non íuxít nobís,
et sol intelígentiae non est ortus nobís. Sap., 5-6.
DEL JU IC IO UNIVERSAL

Por el contrario, los justos perseverarán en grande constan­


cia contra aquellos que les vejaron y oprimieron (i).

c) ¿D ónde querremos comparecer aquel día?

1) Se cuenta de ún eminente orador francés, que con vi­


brante entonación y gestó profético apostrofaba a la muchedum­
bre de esta manera en la capital de Francia: “ Decidm e: ¿dónde
querréis estar aquel día, con los lobos o con los corderos, con los
pecadores o los justos, a la izquierda o a la derecha?” Y la
muchedumbre, sin poderse contener, sojuzgada por Ja fuerza
de su persuasión y la magia de su elocuencia, como impelida
por un secreto resorte, cual si fuera un solo hombre, se arremo­
linó en m asa hacia el lado derecho, entre un sordo murmullo que
repetía: “ A la derecha: queremos estar a la derecha \
(<A la derecha: queréis estar a la d e r e c h a Sed pobres,
tened mansedumbre, llorad los pecados, seguid la justicia, haced
la misericordia, purificad el corazón, profesad la paz, sufrid
la persecución, y compareceréis a la diestra con los bienaven­
turados (2):
2) “ E xibunt angelí et separabunt malos de medio justo-
r u m Com parecerán los ángeles y separarán los malos de en
medio de los buenos. Y form arán a todos los mortales en dos
líneas incontables: los justos a la derecha, los pecadores a la;
izquierda (3).
3) Y se abrirán la$ nubes, y se‘ descubrirán los atrios celes­
tiales, y se franquearán las puertas de la eternal Jerusalén, y se
desplegarán en número sinnúmero las legiones invictas de las
milicias del S eñ or; precederán los ángeles y arcángeles, tronos
y dominaciones, principados y potestades, las jerarquías todas
de los ejércitos celestiales. Seguirá el estandarte del gran Rey,
*'Vexilia R eg is” (4), que lo conducirá en triunfo el abanderado
de los ejércitos celestiales. L e sucederán las vírgenes, vestidas
de nieve, los mártires revestidos de grana; los pontífices, mitra­

(1) Tune stabunt justí in magna constantia adversas eos, qui se angu-
stiaverunt et abstulerunt labores eorum. Sap., 5-1,
(2) M a t, s, 3-11.
(3) Et congregabuntur ante eum omnes gentes, et separabit eos ab
invícem sicu't pastor segregat oves ab hsedis; et statuet oves quidem a
destrís suis haedos autem a sinistris. Mt., 25, '32-33.
(4) Tune parebit signum filn homínis in coelo. Mat., 24-30.
142 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

dos de arm iño; los abades, los patriarcas, los profetas, muche­
dumbre innúmera que nadie puede contar de todas las gentes y
tribus y pueblos que están delante de Dios, vestidos de blancas
vestiduras y orlados de triunfantes palmas.
Y en pos de los ángeles y de los hombres, entre nubes de
incienso y cánticos de armonía, rodeada de ángeles y circundada ;
de querubes, vestida del sol y orlada de la luna, toda h erm osa.
e inmaculada, aparecerá en el ■ cielo la Prim ogénita del Todo- .
poderoso, la más perfecta de todas las criaturas: la Santísima
V irgen M aría. ' '

4) Y las criaturas todas se ordenarán sumisas para rendir


homenaje al Criador.
Y se hará un silencio grande en el cielo, una expectación -
nunca vista en la tierra.

5) Y se oirá el galopar horrísono del carro del Todopo-


deroso, y llamearán los herrajes diamantinos de sus fulmíneas .
llantas (1). Y en alas ;del huracán y sobre las plumas de los
vientos, vestido de nubes y revestido de claridad, en las sienes
la tríplice corona y en las manos el cetro soberano, con virtud
grande y potestad, aparecerá a los ojos atónitos de las criaturas
el Juez universal de los hombres y de los1 án geles: Jesucristo ;;
nuestro S eñ or; y a su vista todos los ojos llorarán, todas las'
frentes se humillarán, y los buenos y los malos, los justos y los
pecadores, los ángeles y los hombres y las criaturas todas dobla­
rán sus rodillas en la tierra f en el cielo y en los abismos (2).

PU N TO SEGUNDO
I I líaselo

a) Entonces el Señor, lleno de majestad, se sentará a Juicio. '

L e asistirá a su diestra la Reina de los cielos (3) y a su de-

(1) Sicut fulgur exit ab oriente :et paret usque ad occidentem íta erit
adventus filii hominis. M t, 24-27. Thronus ejus flammae tgnis rotse ejus-
ignís accenstis. Dan,, 7-9,
(2) Ut in nomine Jestt omne genu flectatur coelestium terrestrmm et
ínfernorum. Philip, 2-10.
(3) Astitit Regina a.dextrís tuls in vestitu deaurato circumdata va-b
ríetate. Ps.} 44-20. ■* R
DEL JU IC IO UNIVERSAL 143

rredor los Apóstoles y sus seguidores, los imitadores de la evan­


gélica pobreza (x).
AT se abrirá el libro de la cuenta (2). E l libro de la cuenta
universal de todos será el libro de la sabiduría divina; el libro
de la cuenta peculiar de cada uno, el libro de la propia concien­
cia, E n estos libros todos leerán lo que está escrito en la con­
ciencia de cada uno, y cada uno leerá lo que está escrito en la
conciencia de todos (3). Q ué espanto entrará entonces en el
corazón de los malos, que en la vida no se tomaron la molestia
de exam inar sus conciencia, al verse presa de eterno remordi-
, m iento; y, al contrario, qué confianza sentirán los buenos, que
llevaron al día la cuenta de su conciencia y apuntaron constan­
temente las faltas del examen. ¡ Oh, cuánto más se apreciará
aquel día este librito que todos los infolios de los filósofos;
cuánto más se estimará entonces la buena conciencia que todas
las elucubraciones de los sabios í

b) Entonces se manifestarán a la lus del día todos los se­


cretos del corazón:
L os deseos ocultos, las intenciones siniestras, los pecados
consumados en la oscuridad, faltas calladas en la confesión. A l l í .
serán conocidos los criados infieles, los vasallos traidores, los
amigos falsos, los cristianos fingidos, con grandísima vergüen­
za y co n fu sión ; y si ahora se esconde el pecador para pecar,
¿cuál será su rubor al manifestarse en público su pecado? Y [
si ahora se oculta la culpa al confesor, ¿cuál será su bochorno
al publicarse en presencia de los hombres y de los ángeles? (4).
A llí serán descubiertas las obras buenas de los justos, los
pensamientos puros, los afectos santos, las resoluciones gene­
rosas, las limosnas secretas, los vencimientos ocultos, las obe­
diencias oscuras. ¡ Oh, cuán abominable aparecerá entonces el "
vicio, y cuán hermosa la virtu d; cuán repugnante la rebeldía,;

(1) Nescítís quoniam angeles judicabímus? quanto magis secutaría?


1., Cor, 6-3. Amen dico vobís quod vos qui secuti estis me in regenera-*
tione cum sederít filias hominis in sede majestatis suse, sedébitis et vos
super sedes duodecim, judicantes duodecim tribus Israel. M i, 19-28. Cf.
Santo Thomas suppl, q. 89. Suárez,tDe misteriis. X, 157, 4.:
(2) Et íibri aperti et judicatí ’ sunt mortui ex fis, quas scripta erant
in libris secundum opera ipsorum. Apoc., 20-12. <
(3) Lapuente, 5-14-4,
(4) Nihil enim est-opertum .quod. non revelabitur et . ocultum quod
non scietur. Mat,, 10-26,
144 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

el orgullo, la desobediencia; cuán dulce el silencio, el dolor,


la humillación!
A llí serán publicadas las obras buenas de los malos y las
obras malas de los buenos (i). Las obras buenas de los malos
para su confusión por su inconstancia, ingratitud e inconsecuen­
cia ; las obras malas de los buenos para su gloria por su peni­
tencia, vencimiento y santificación.
A llí serán manifestadas las reglas, los votos, las leyes, los
preceptos, y conform e a ellos será exigida la observancia, la
fidelidad, la obediencia hasta el último, cuadrante (2).
A llí serán publicadas las luces, talentos, dones, beneficios, y a
al que se le dio mucho se le exigirá mucho (3), y a medida que
se aumente el don se aumentará la cuenta (4).
c) A la manifestación del proceso seguirá la discusión.
Acusarán al pecadpr los demonios, que le recordarán sus peca­
dos con todos los detalles, y m a licia 'y gravedad. Acusarán al
pecador los ángeles, que le representarán las inspiraciones con,
su repulsa y dureza-..e ingratitud. Los padres afearán a sus
hijos su rebeldía, los maestros reprenderán a sus discípulos su
desobediencia, los gentiles argüirán a los creyentes su impiedad,
la reina de Sabá echará en cara la incredulidad de los judíos,
los tirios y sidones se levantarán en el Juicio contra los habitan­
tes de Betsaida y Corozain. Y los justos, con grande griterío,
persistirán contra los malos, que les vejaron y oprimieron. E l
Señor mismo se querellará entonces contra los pecadores, y les
dirá (5): “ O s crié a mi imagen, y vosotros la h o lla s te is o s redi­
mí con mi' sangre, y vosotros la pisoteasteis; os concedí la gra­
c ia / y la rechazasteis; os ofrecí la comunión, y la profanasteis;
os llamé, y no me respondisteis; os amenacé, y me burlasteis;
os castigué, y no os enmendasteis. ¿Q u é más pude hacer por
vo so tro s'y no lo hice? Juzgad, oh ángeles, entre M í y mi viña
(6). Y los santos ’ y los bienaventurados reclamarán justicia y
persistirán con grande constancia contra los que les persiguie-

(1) Cf, Lapuente, 1-14-4.


(2) Doñee rédelas novissimttm quadrantem. Mat., 5-26,
(3) Cuí irmltum datum est multum quseretur ab eo. Luc., 12-48..
(4) Cum ením aogentur dona, rationes etiam creseunt donorum. San
Gregorio. Homil. 9, in St, Matt.
(5) Improperios del Viernes Santo. .
(6) Nunc ergo habitatores Jerusalem, et viri Juda, judicate inter me
et víneam ameam, Is., 5-3,
B E L JU IC IO UNIVERSAL

ron y vejaron, y los ángeles del cielo reclamarán también ju sti­


cia contra los reprobos. Entonces — al decir de San Basilio— ,
Satanás, caudillo y fiscal de todos los malos, se volverá al Señor,
y como si triunfara de su divinidad en las criaturas, le dirá,
lleno de rabia: “ Y o no los crié a- los réprobos, no les di mi
vida, no me azoté, no me espiné, no me desangré, no me cruci­
fiqué por ellos, y, sin embargo, a mí y no a T i me sirvieron;
míos son, a mí me corresponden por justicia (i),
A este cúmulo de acusaciones de los pecadores y de los ju s­
tos, de los hombres y de los ángeles, los réprobos, convictos y
confesos de Satán y del mismo Dios, no sabrán contestar sino
con aquellas palabras de la E scritura: “ nos hemos engañado
“ Justo eres, Señor, y justo es tu Juicio” (2).

PUNTO TERCERO
Lea sesit©M®B«a
Los comentaristas de- los ejercicios recomiendan que estas
meditaciones de la primera semana, ya que son las únicas en
que no nos lleva de la mano el autor de los ejercicios, se expon­
gan singularmente, según los métodos de orar ignacianos. Este
tercer punto se presta a meditarlo según el segundo método de
órar, y se presta de tal manera a esto, qué parece que no se
puede explanar de otra manera.

a) Venid. Después de la manifestación y la discusión del


proceso, vuelto el Señor a los buenos, les dirá con amoroso
acento (3): Venid, noya a ca rg ar'la cruz, sino a recibir la coro­
na (4); no ya a profesar el apostolado (5), sino a escalar el
trono (6); no al trabajo (7), sino al descanso (8).

(1) Manresa 170. San Basilio cont. 3 de charitate in Deum et pro*


ximum.
(2) Justas es Domine, et rectum judicium tuun. Ps. 118-137.
(3) Venité, benedicti patris mei. M t, 25-34,
(4) Si quis vult post me veníre abneget semetipsum, et tollat crucera
suam, et sequatur me. Mt., 16-24. Veni de Líbano sponsa coronaberís.
Can., 4-8.
(5) Veñite post me, et faciam vos tieri piscatores hominum. Marc,,
1-17.
(ó) Vos qui secuti estis me..., sedebitís et vos super sedes duodecím
judicantes duodecím tribus Israel. Mt,, 19-28.
(7) Venite adme omnes qui laboratis. Mt,, 11-28.
(8) Intra Ín gaudium domini tui, Mt., '25-21.
10
146 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

V enid, benditos en el cuerpo y benditos en el alma, benditos


en las potencias y benditos en los sentidos, benditos en la vida
y benditos en la muerte, benditos de los ángeles y benditos de
los hombres, benditos en la tierra y benditos en el cielo, benditos
en el tiempo y benditos en la eternidad. ¡O h — dirán los bue­
nos— , qué dulce palabra, qué divina bendición; “ bendito sea
D ios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con
toda bendición celestial en el cielo, para que fuésem os santos e
inmaculados en su presencia en caridad” (i).

“ Possidete: P oseed ” ~ L a bendición de Dios afectiva y efi­


caz les integrará inmediatamente a los buenos en la omnímoda
e inalienable posesión de la eterna bienaventuranza.

“ Possidete paratum vobis regnum” . Poseed el reino por


excelencia. Reino inmortal, vida bienaventurada, trono de gloria,
torrente de deleites, que ni el ojo vió, ni el oído oyó, ni el cora­
zón del hombre alcanzó e l reino que el Señor nos tiene prepa­
rado (2).

“ Paratum vobis r e g n u m Poseed el reino que hos ha sido


preparado para vosotros desde la eternidad en la predestinación
d iv in a ; que os ha sido preparado en el tiempo en la Sangre de
Jesucristo; que os ha sido dispensado para vuestra posesión en
este día de exaltación y de alegría (3).
¡ Oh, qué vuelcos de súbito gozo les dará el corazón a los
buenos, qué himnos entonarán, qué cánticos cantarán, .qué gra­
cias rendirán! (4).

b) P orque. “ Porque tuve hambre y me disteis de comer,


tuve sed y me disteis de beber, estuve peregrino y me hospe-

(1) Benedíctus Deus et Pater domíni nostri Jesu Christi qui benedixít
nos in omní benedictíone spirituali in coelestibus in Christo, sicut eíegit
nos ín ipso ante mundi constitutíonem ut essemus sancti et inmaculati in
conspectu ejus in chántate. Ad. Eph., 1, 3-4.
(2) Oculus non vidit nec auris audívít nec ín cor hominis ascendit
quss prseparavit Deus iis qui díligunt ilíum. I Cor., 2-9.
(3) Haec est dies quam fecit Domínus: exultemus et Isetemur, in ea,
Ps. 117-24.
(4) Dignus est agnus qui ocissus est, accípere virtutem et divínatem,
et sapientiam, et fortítudínera, et honorem, et gloriam, et benedíctionem.
Apoc., 5-12.
DEL' JU IC IO UNIVERSAL 147

daisteis, desnudo 3? me vestísteis, enfermo y me visitasteis, cau­


tivo y me redimisteis ” (1),

¿Cuándo, Señor — replicarán los buenos, admirados de la


escasez de los propios merecimientos y de la largueza de la divi-
na generosidad;— , “ cuándo tuviste hambre y te dimos de co­
mer, cuándo tuviste sed y te dimos de beber, cuándo estuviste
peregrino y te hospedamos, desnudo y te vestimos, enferm o y
te visitamos, cautivo y te redim im os?” (2). Y el Señor les res-
pondera: “ D e verdad os digo, que siempre que hicisteis estas
cosas a esos pequeñuelos a M í me las hicisteis” (3). “ Alégrate,
siervo bueno y fie l; porque fuiste fie l en lo poco, yo te consti­
tuiré en lo mucho: entra en el gozo de tu S eñor” (4).

Y aunque Cristo nuestro Señor sólo alega en el Evangelio


por título merecedor de la bienaventuranza las obras de mise­
ricordia corporales para singular alabanza de la caridad del pró­
jim o, pero esto no excluye, como lo declara repetidas veces la
Escritura, otros muchos títulos merecedores de la gloria. Y así
a los mártires les dirá el Señor: “ Ven bendito de mi Padre, a
poseer mi reino, porque nadie tiene mayor amor que el que
sacrifica su vida por sus amigos” (5). Y al confesor le dirá el
S e ñ o r: “ Ven, bendito de mi Padre, a poseer el reino que te ten­
go prometido de Gloria; “ porque me confesaste delante de los
hombres, te confesaré delante de mi Padre, celestial que está en
los cielos” (6). A la virgen le dirá el Señor: “ Ven, bendita de
m i Padre, a gozar del reino que te tengo preparado, porque fu é

(1) Esurivi enim et dedistis mihi manducare; sitivi et dedistís mifú


bíbere; hospes eram et collegistis m e; nudus et cooperuistis m e; infirmus
et vísitastis me; in carcere et venistis ad me. Mt., 25, 35-36.
(2) Tune respondebunt ei justi dicentis: Domine, quando te vidi-
mus esurientem et pavirnus te, sitíentem et dedimus tibi potum? quando
autem te vidimus hospitem et collegimus te aut nudum et cooperuimus
te? aut quando te vidimus nudum et ín carcere et venimus ad te? Mat., 25?
3 7- 39• . ,
(3) Et respondens rex dicet íllis; amen dico vobis, quamdíu fecistis
imi ex fratribus meís minimis mihi fecistis. Mt., 25-40.
(4) Euge, serve bone et fideUs, quia super pauca fuistí fidelis super
multa te constituam., intra in gaudium Dómini tuí. San Mateo, 25-23.
(5) Majoren hac dilectionem nemo habet, ut animan suan ponat
quis pro amicis suis. Joan, 15-13.
(6) Omnís ergo qui confitebitur me coram hominibus confítebor et
ego eum coram Patre meo qui in coelís est. Mt., 10-32.
148 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

tu alma inocente y limpio tu corazón” ( i) . Y al religioso le dirá:


“ V en bendito de mi Padre, a gozan del reino que te tengo pre­
parado, ” porque lo renunciaste todo por mi amor” ; recibe el
ciento por uno y la patria celestial” (2). Y al penitente le pre­
m iará su penitencia, y al contemplativo le recompensará la ora­
ción, y al doctor le remunerará la doctrina. Y al apóstol de las
almas que prosiguió con su trabajo la gloriosa empresa que el
Señor emprendió en la tierra, le sublimará sobre los cielos de
los cielos, para brillar como estrellás refulgentes por eternidad
de eternidades (3).
c) Apartaos.— Después de bendecir el Señor a los buenos,
volverá a los reprobos su rostro airado, y con voz espantable les
dirá (4): A partaos de M í, malditos, al fuego eterno, que fué
preparado para el diablo y para los ángeles m alos; porque tuve
hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me-disteis de
beber, estuve peregrino y no me hospedasteis, desnudo y 110 me
vestísteis, enferm o y no-m e visitasteis, cautivo y no me redi­
m isteis” . “ Apartaos de M í, vuestro principio, vuestro fin, vues­
tro premio, vuestra corona, vuestro Padre, vuestro Redentor” .
A partaos de las jerarquías de los ángeles, del colegio de los
apóstoles, de los ejércitos de los mártires, de las pléyades de
los confesores, de los coros de las vírgenes.
A partaos de la Prim ogénita y Reina de todas las criaturas,
del tesoro de la hermosura, la estrella del cielo, el iris de la paz,
la mediadora de los hombres, la M adre de Dios, la inmaculada
V irg en M aría,
A partaos del reino de la bienaventuranza, de la región de
la paz, del piélago de los deleites, del paraíso de la gloria, de la
visión divina, del amor y del gozo sempiterno.

(1) Xnnocens tnanibus et mundo corde híc accipiet benedíctionem a


Domino. Ps. 23-4. ■
(2) Omnís qui relicuerit domun, vel fratres, aut sórores..., 'aut agros
propter nomen meum, centupíum acdpiet et vitam seternam possidebit
Mt.-, 19-29.
(3) Quí ad tastitiam erudiunt multos fulgébunt tanquam stellae in
perpetuas eeternitates. Daniel, 12-3.
(4) Díscedite a me maledícti in ignem aeternum qui paratas est diaboío
et angelís ejus; esurivi enim, et non dedístis mihí manducare; sítivi, et
non dedistis mihí potum; hospes eram, et non collegístís me; nudus, et
-non cooperuistís m e; infirmus, et ín carcerem, et non visitastis me.
M t, as, 41-44.
DEL JU IC IO UNIVERSAL *49
Apartaos de mí, malditos. Malditos en el cuerpo y malditos'
en el alma, malditos en las potencias y malditos en los sentidos*
malditos en la vida y malditos en la muerte, malditos en el tiem­
po y malditos en la eternidad, malditos en la morada que habéis
de morar, malditos en la compañía que os ha de acompañar*
malditos en los sucesos que os han de suceder.
Pero no les dice a los malos “ malditos de mi P adre” > como
les dijo benditos de su Padre a los buenos. Porque la bendición'
divina trae su origen de Dios, que cuanto está de su parte quiere
que todos los hombres sean benditos; pero la maldición eterna
trae su origen de la humana malicia, que se atrae de justicia la
vindicta sempiterna (i).
¡ Oh, qué satánico furor invadirá a los malos al oírse llamar
malditos para siem pre; qué rabiosa envidia roerá sus entrañas
al oír llam ar a los buenos eternamente benditos! \ O h Señor
— bramarán como Esaú— , no reservaste ninguna bendición para
nosotros! (2) Y maldecirán y blasfem arán y confirm arán en
su desesperación la riiáídición eterna.
“ Oh Jesús dulcísimo, que al subir a la Crios cargaste sobre
tus hombros la maldición de la ley para librarnos a nosotros de
¡a maldición eterna : concédenos por tu misericordia escuchar de
tus divinos labios la eterna bendición” .
Después de conminar el Señor a los réprobos la pena de
daño, la maldición divina, les conminará la pena de sentido, el
fuego eterno: “ Discedite maled/icti, in ignem ceternum” , Apar-*
taos de mí, malditos, no ya a las orgías, a los placeres, a las
vanidades, a los caprichos, a las alabanzas; sino al dolor, a
la humillación, al castigo, a la desesperación, al fuego etern o:
“ In ignem ceternum
“ Q uod paratum est diaholo et angelis e ju s ” . E l justo Juez
y Señor universal, en el estampido mismo de su justicia, pro­
testará a la fa z del mundo que sobreabunda a la justicia la
m isericordia (3). Q ue la maldición divina fue atraída de ju s tV

(1) Perdido tua Israel; tantummodo ín me aüxilram t-uum. Os., 13-9.


Dilexít maledictíonem, et veniet e i; et noluit benedictíonem, et elongabitur
ab eo. Ps. 108-18. ,
(2) Num unam tantum benedictíonem habes, patef? Gén. 27-38.
(1) Judicium enim sine misericordia illi, qui non fecit misericordiam*
superexaltat autem misericordia judicium. Jac., 2-13.
1$0 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

cía por la malicia de los m alos; que el infierno eterno fue todo
preparado por sus pecados. “ Q uod fiaratum est diabolo et ange-
Us e ju s ” . N o preparé — dice el Señor— el infierno para los
réprobos, sino para los dem onios; pero porque seguisteis a los
demonios, porque servísteis a los demonios, porque fuisteis de-'
monios, os envolvisteis justamente entre las llamas, preparadas
para los demonios. “ Discedite a me maledicti in ignem seternum,.
.quod paratum est diabolo et angelis e ju s” .

Á) P orqu e.— Porque tuve hambre y no me disteis de co­


mer, tuve sed y no me disteis de beber, estuve peregrino y no
me hospedasteis, desnudo y no me vestísteis, enfermo y no me
■visitasteis, cautivo y no me rescatasteis. ¿Cuándo, Señor— res­
ponderán los reprobos— , te vimos hambriento y no te dimos
de comer, sediento, peregrino, desnudo, enferm o, cautivo y no
te socorrim os? Y el Señor les contestará: “ D e verdad os digo
que cuando no socorristeis a uno de estos pequeñuelos a M í no
.me socorristeis” (i). Y aunque el Señor, paralelamente a la
sentencia de los buenos, sólo alegue en la sentencia de los malos
ía omisión de las obras de misericordia, esto no excluye de una
manera semejante la enumeración de otros títulos merecedores
del eterno castigo.
Y así al blasfem o le dirá: “ Apártate de mí, maldito, al fu e -
go eterno, porque profanaste mi santo n o m b r e Y al lujurioso
le d irá: “ Apártate de m í .maldito, al fuego eterno, porque te
degradaste al nivel de las b e s t i a s Y al codicioso le dirá:
“ Apártate de mí. maldito, al fuego eterno, porque chupaste la
sangre del pobre” . Y al iracundo le dirá: “ Apártate de mí. por­
gue te irritaste” . Y al soberbio le dirá: Apártate de nú, por­
que te ensoberbeciste” . Y al desobediente: “ Apártate de mi,
porque te rebelaste” . Y así dirá el Señor a cada uno sus peca­
dos, y cada uno entenderá los pecados de los demás. Y promul­
gada públicamente la sentencia, se procederá a su inmediato
cumplimiento. “ E t ibunt ht in supplidum aternum i ju sti autem

(i) Esurívi enim, et non dedistis míhi manducare; sitivi, et non de­
sistís míhi potum: hospes eram, et non collegístís me; nudus, et non coope-
ruistis me; inf irmus, et in carcere, et non visitastis me. Tune respondebunt
eí et jpsí, dicentes:. Dominí, quando te vidimus esurientem, aut sitientem,
a u t' hqspíte'm, aut nñdum, i aut ipfir mura,;aut in carcere, et non ministra-
fíSiP ;Mt.p25; ifézkf' f . r ‘hS'fN-.'Ó'.-
DEL H IJO PRÓDIGO

in vitam c e t e r n a m Se escuchará un fragor horrísono en la tie­


rra, se. abrirán sus entrañas en insondable cráter, y los demo­
nios y los réprobos, envueltos en los mismos pecados, serán
sepultados en las mismas llamas para siempre en el infierno.
Entonces los buenos perseverarán en grande constancia con­
tra los malos, que les vejaron y oprimieron, y atónitos al borde
del abismo de la justicia sempiterna, alabarán el poder del T o ­
dopoderoso y cantarán llenos de alegría el cántico de su libera­
ción: “ ¡Q u ién hay semejante a T í, oh Señor, en tu fortaleza;
quién hay semejante a Tí, magnífico en la virtud, terrible y glo­
rioso obrador de maravillas! ” E xtendiste tu diestra y les tragó
la tierra (i). “ Fuiste caudillo en tu misericordia del pueblo que
redimiste y le condujiste con fortaleza al luc/ar santo de tu mo­
rada” (2).
Y en pos del R ey eterno y sumo Capitán, Jesús, en las pal­
mas de los ángeles y la compañía de los santos, entre himnos
de gratitud y cánticos de gloria, vestidos de luz y revestidos de
claridad, penetrará aqúélía pléyade bienaventurada en la man­
sión de la paz y la ventura, para gozar eternamente del reino de
la Gloria, por los siglos de los siglos. Am én.
‘‘ Acabar la meditación con un coloquio de misericordia” , de
la misma manera que en el segundo ejercicio,

PARABOLA ME, HIJO PitO B IS©


L a oración preparatoria, la acostumbrada.
E l prim er preludio la historia.

“ Un hombre tenía dos hijos, de los cuales el más mozo dijo


a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corres­
ponde. Y el padre repartió entre los dos la herencia. N o se pa­
saron muchos días que aquel hijo más mozo, recogidas todas sus
cosas, se marchó a un país muy remoto y allí malbarató todo su
caudal viviendo disolutamente. Después que lo gastó iodo so­
lí) Quis símílis tuí in fortibus Domine? quis similis luí, magnificus
in santitate, terribilís, atque laudabilis; facíens mirabilia? Extendisti nía»
num tuam et devoravit eos térra. Exod., 15-11-12,
(2) Dux fuisti in misericordia tuo populo quem redimistí; et por-
tasti eum in fortitudine tua, ad habitaculum sanctum tuum. Exod., 15-13.
EJERCICIOS DE SAN ' IGNACIO.— DÍA TERCERO*

brevino una grande hambre en aquel país y comenzó a padecer


necesidad. D e resultas, púsose a servir a un morador de aquella
tierra, el cual le envió a una granja a guardar cerdos. A llí de­
seaba con ansia henchir su vientre de las algarrobas {y monda-

duras) que comían los cerdos, y nadie se las daba. Y volviendo
en sí, d ijo : ¡A y , cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen
pan en abundancia, mientras que yo estoy aquí pereciendo de
hambre¡ No-; yo iré a mi padre y le d ir é : Padre mío, pequé
contra el cielo y contra tí; ya no soy digno de ser llamado hijo
tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Con esta resolu­
ción se puso en camino para la casa de su padre. Estando toda­
vía lejos, avistóle su padre, y, enterneciéndosele las entrañas y.
corriendo a su encuentro, le echó los brazos al cuello y le dio
mil besos. D íjo le el h ijo : Padre [m ío], yo he pecado contra el
cielo y contra tí, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. M as
el padre [por respuesta] dijo a sus criados'. Presto traed aquí
el vestido más precioso [que hay en casa] y ponédsele, ponedle
un anillo en el dedo y calzarle las sandalias. Y traed un ternero
cebado, matadle y comamos y celebremos un banquete, pues que
este hijo mío estaba muerto y ha resucitado. habíase perdido y
ha sido hallado. Y con esto, dieron principio al banquete. Hallá­
base a la sazón el hijo mayor en el campo, y a la vuelta, estando
cerca ya de su casa, oyó el concierto de música y el baile y llamó
a uno de sus criados y preguntóle qué venía a ser aquello. E l
cual le r e s p o n d ió P ía vuelto tu hermano, y tu padre ha manda­
do matar un becerro cebado, por haberle recobrado en buena
salud. A l oír esto, indignóse y no quería entrar. Salió, pues, su
padre afuera, y empezó a instarle con ruegos. Pero él le replicó
diciendo: ¿ E s bueno que tantos años ha que te sirvo sin haberte
jamás desobedecido en cosa alguna que me hayas mandado y
nunca me has dado un cabrito para merendar con mis amigos,
y ahora que ha venido este hijo tuyo, el cual ha consumido su
hacienda con meretrices, luego has hecho matar para él un be­
cerro cebado? H ijo — le respondió el padre— , tú siempre estás
conmigo, y iodos mis bienes son tuyos; mas [ya ves que] era
muy justo el tener un banqtiete y regocijarnas por cuento este
tu hermano había muerto y ha resucitado, estaba perdido y se
ha hallado” (i).

(i) Luc*, X V , n-32. Traduc. de A m at


DEL H IJO PRÓDIGO

E l segundo preludio o composición de lugar será aquí ver


con la vista imaginativa la granja del pródigo circundada de
sembrados y huertas y olivares, y allí, en un altozano, la augus­
ta silueta del padre de familia, que, con inquieta mirada, espera
al hijo y observa la llanura.
L a petición será arrojarnos a las plantas de nuestro Padre
celestial y decirle: “ Padre, pequé delante del cielo y delante de
T i, ya no soy digno de llamarme hijo vuestro; recibidme como
al último de vuestros criados” .

L os puntos serán t r e s :

Prim ero, la partida del pródigo.


Segundo, la vuelta del pródigo.
Tercero, el recibimiento del pródigo.

P U N T O P R IM E R O
sgslidsi del prédif®

d) “ H om o quídam habuit dúos f i l i o s Este Padre es Dios


nuestro Señor, que sólo merece el nombre de Padre por exce­
lencia; que es Padre de los hombres y de los ángeles, de los
gentiles y los judíos, de los justos y pecadores. Que nos engen­
dró a la naturaleza por la creación y a la gracia por la reden­
ción. “ D e quien proviene toda paternidad en la tierra y en el
cielo” (i).
“ E l dixii adólescentior ex Ulis patri: da mihi subsianíiam
quce me contingit. E i divisit illis substantiam” . Y dijo el h ijo
menor a su padre: dame la parte que me corresponde, y se
la dió. ^
“ Adolescentior ex illis” , E l hijo menor, y, como ocurre fre ­
cuentemente que el hijo menor suele ser el más querido, la mi­
noridad misma acrecienta junto con la ingratitud del h ijo el sen­
timiento del padre.
Q uizá este primer rasgo nos comprende a nosotros, Somos;i ,
los hijos menores prevenidos con las bendiciones del cielo, ali-.
mentados con el pan de los ángeles, educados al calor del hogar
cristiano, en el ósculo de la fe, en los suavísimos abrazos del

( i) Eph., 3-15.
254 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

padre de familia. Q uizá nuestros hermanos, hijos de la misma


madre, heredaron otro temperamento, recibieron diversa - edu­
cación, respiraron auras menos bienhechoras, profesaron vida
menos p erfecta; y esto no obstante, quizá fueron más fieles a la
gracia y más agradecidos a los beneficios del Señor.
“ A d olese entior ex M is” , y esto acrecienta junto con la in ­
gratitud del hijo el sentimiento del padre. “ S i mi enemigo me
hubiera maldecido — dice el Señor por boca del Salmista— ( i)
lo hubiera aguantado, y si mi adversario hubiera murmurado
contra mí, lo hubiera llevado con paciencia; pero que tu i(ado~
lescentior ex Mis, qui simul meemn dulces capiebas ribos” , que
tú, mi hijo menor que morabas en mi casa, y te sentabas a mi
mesa, y comías de mi plato, y gozabas del ósculo de mis labios,
que tú te hayas rebelado contra mí, excede toda ingratitud y
merece sempiterna maldición. “ Veniaí mors super illos et des-
Cendant in infernum vivantes” .

b) “ D ixit adolescentior ex Mis patri suo: da mihi substan-


tiam quee me contingit. E t divisit Mis substantiam” . Según la ley
de M oisés (2), corresponde al hijo mayor dos terceras partes, y
al menor una tercera parte de la herencia; pero no en la mino­
ridad del hijo, no en la sobrevivencia del padre, sino a su debi­
do tiempo y en la legítim a sucesión (3); pero el inconsiderado
adolescente, sin aguardar plazos ni respetar derechos, reclama
la entrega inmediata de la herencia.
E sta juvenil insolencia, cuya sola ficción nos indigna, es, no
obstante, la realidad de todo pecado, y, singularmente, del pe­
cado de la juventud. H a y una edad en los anales de nuestra his­
toria, que es la edad más feliz y más crítica de nuestra vida, en
que el corazón se abre al soplo dél amor^ el entendimiento se
ilumina con la luz de la verdad, los sentidos sueñan, la im agi­
nación lozanea y la naturaleza toda se engalana con las pompas
y atavíos de la juventud. Y para que nada falte en este acabado
remedo de la prim era prevaricación, entre los capullos de las
flores y los tallos de las. rosas, se desliza sigilosa la serpiente
y sorprende al aturdido joven embebido en sus rosados sueños
y d o rad as' ilusiones, y le dice así al oído con satánica a rte ría :

(1) Ps. 54-13.


(2) Deut, 21-17.
(3) Sátnz. Las Parábolas. Parte 3.a, 7-11. j
DEL. H IJO PRÓDIGO

Esos sueños que sueñas son reales, esas ilusiones que fantaseas
tienen consistencia. Ea, abre los ojos, dilata la m irada; m ira
qué perfum ados valles, qué risueñas campiñas, qué rosadas lon­
tananzas, qué vaporosos horizontes (x). ¿Q ué.hacés, en qué te
detienes?, por qué vacilas? para qué son los ojos, sino para ver?
¿ P a ra qué los sentidos, sino para sentir? ¿P ara qué el corazón,
sino para amar? ¿P a ra qué la juventud, sino para gozar? (2)
S iega a manojo las precoces flores, teje en ramilletes las nacien­
tes rosas. N o haya capricho que no cumplas, ni placer que no
satisfagas, ni deleite que no pruebes, ni dulzura que no gus­
tes (3). Ea, llama a tus amigos, convoca a tus cortesanos, que
se agite en tu derredor la dorada rueda de tus aduladores; que
es dulce la embriaguez de la lisonja y divino el incienso de la
adulación.

Esta película de colores iluminada con la luz de la mañana,


matizada con los arreboles de la juventud, aturde al inexperto,
adolescente, que, en vez M e arrojar de sí al tentador, atiende
no pocas veces a su seducción. L a lucha es breve, el temor de
la muerte es liviano reparo. ¿Q uién.piensa en el ocaso al albo­
rear la mañana? Ea, a g o za r; “ corone-mus nos rosis aniequam
marcescant” (4). E sta es mi. herencia y mi legítima. “ Da mihi
portionem quceme c o n t i n g i i V en ga mi legitima. ¿Q u e Dios lo
prohíbe? Y o le desobedezco. ¿Q u e Dios tiene la autoridad su­
prem a? Y o poseo la libertad soberana. ¿Q u e Dios es el Señor
del cielo? Y o soy el dios de la tierra.-M aldición a toda obedien­
cia, anatema a toda autoridad.

“ Da mihi portionem quce me contingit,>: venga mi legítima.


“ N on serviam” : no me da la gana. Y el trueno satánico del
“ eritis sicut di-i” que turbó la paz del Paraíso en la primera
prevaricación, vuelve a resonar con infernales ecos en los um­
brales de la infancia.

c) “ E t non posf multos dies, congregatis ómnibus,peregre


profectus est in regionem longinquam” . E n la casa de.su padre
la mesa era frugal, la alegría sana, las costumbres puras, los

(1) Mat., 4-9. Hsec omnía tibí dabo, si cadens adoraveris me.
(2) Sap., 2-8. Coronemus nos rosis antequam marcescant.
(3)E cl, 2-1. Vadam ét affíuam delíciis.
. (4) Sap., 2-9. Hsec est pars nostra, et hsec sors.
156 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

goces candorosos, los gustos inocentes; y el sosiego y obedien­


cia, el orden de los criados, el ejemplo de su hermano, la auto­
ridad de su padre, hasta los alegres plantíos y bulliciosas fuen­
tes y bosques solitarios, todo, le daban al pródigo enojo y le
ponían enfado. Q uería respirar otra luz, aspirar otras auras, co­
nocer otras gentes, gozar sin tasa los placeres desenfrenados,
apurar hasta las heces el vino fuerte de las orgías babilónicas;
distanciarse de aquella región aborrecida a otra región más
risueña y venturosa donde no ofendieran su mirada los som­
bríos muros de la gran ja solariega y las severas torres de la
casa de su padre. “ E t non post multos dies, congregatis ómnibus,
peregre p-rofectus est in regionem longinquam” . ¿ Y a dónde
huirás, oh pecador, lejos de la presencia del Señor? ( i) 41S i.
remontares tu vuelo hasta los cielos, allá encontrarás a D ios, y
si te escondieras en las entrañas■de la tierra, allá le hallaras
presente. S i agitaras tus alas y traspusieras las riberas de los
mares, allá en las opuestas riberas te perseguirá la mano del
Señor y te alcanzará el poder de su d i e s t r a “ E t dixi forsitan
íenebree obscurabunt me et nox ittuminatio mea in deliciis m eis” .
Quién sabe — dice el pecador— ; “ quisa la noche me encubrirá
con su manto y ¡as tinieblas me envolverán con sus sombrasY
Y en el frenesí de la fuga huye el pecador del templo, y de la
piedad, y de los sacramentos ; y se interna en la región caligi­
nosa de la muerte, donde habita el desorden sempiterno, y ju ra
la bandera negra del príncipe de las tinieblas, y sus ojos,' antes
puros (2), entenebrecidos con las sombras del pecado, “ diléxe-
runt i enebros magis quam lucera” , tan sólo buscan las tinieblas,
el libro malo, el compañero libertino, el hábito criminal, el espec­
táculo peligroso.

d) “ E t congregatis ómnibus, peregre profectus est in regio-


nem longinquam, et ibi dissipavit substantiam suam vivendo lu­
ju r ió s e ” . Perdió la gracia de D ios y con la gracia la vida sobre­
natural, la filiación divina, la herencia del cielo, los méritos de
la gloria. ¡O h , qué bien tan grande perdió, qué lumbre apagó,
qué vida mató, qué m argarita derrochó, qué herencia malba­
rató ! ¡ O h, “ si scires donum D e i” (3). Si conocieras, oh pecador,

(1) Ps- 38-7. Quo ibo a facie tua, et quo a spiritu tuo fugiam?
(2) Joann.,^3-19*
(3) Joan., 4-10.
DEL H IJO PRÓDIGO
157
-en don de Dios, llorarías sin consuelo! ¿ Y cómo no llorar pér­
dida tan irreparable? Cuando muere tu amigo, lloras la muerte
de tu am igo; cuando pierdes tu padre, lloras ante da tumba de
tu padre; cuando pierdes tus riquezas, lloras el quebranto de
tu fortuna; ¿ y cómo no llorar la enemistad del Señor, la orfan­
dad de Dios, el infortunio sempiterno? Sí, lloremos sin con­
suelo la pérdida de la gracia, y no demos descanso a nuestro
llanto ni término a nuestras lágrimas.
E l pródigo perdió la soberanía de la razón. H ay en el hom­
bre dos enemigos que luchan entre sí con lucha intestina e irre­
conciliable: el apetito y la razón. A la razón le conviene man­
dar, al apetito obedecer (1). L a razón no manda al apetito con
dominio despótico, como esclavo, sino con dominio político,
como se manda al vasallo; pero si la razón, en vez de mandar
al apetito le obedece, si en vez de castigarle le acaricia, enton­
ces las pasiones desenfrenadas se levantan en motín, y se ense-:
‘ ñorean de la razón, y la despojan de su cetro y realeza, y la
degradan y envilecen hasta precipitarla en los últimos extre­
mos de la insania y el frenesí (2),
E l pródigo perdió la salud y la fortuna. ¡Q u é sano salió el
hijo pródigo de la casa de su p ad re! Sus ojos eran vivos, su
risa franca, su tez sonrosada, el andar firm e, los músculos vigo­
rosos, y todo el continente revelaba vida y juventud; mas ahora
la color .se quiebra, la frente se nubla, la vista se apaga, el
andar vacila y la flor de la juventud se marchita al soplo hela­
do de una vejez prematura.
¿ Y qué fué del patrimonio tan insolentemente reclamado?
I Qué fué del florido parque, y la villa ostentosa, y los ricos
trenes, y la mesa espléndida, y los vinos regalados, y las músi­
cas, y las fiestas, y los aduladores? “ Dissipavit stibsfantiam
suam viven-do h i x u r i o s e T od o lo perdió en el libertinaje. “ E t
postquam omnia consumasseí facta est fames valida in regione
illaA
e) Y después que lo consumió todo en los vicios y la diso­
lución, se hizo en aquella lejana región una grande carestía y
el pródigo comenzó a sentir el hambre. ¡ Oh, qué hambre, y qué

(1) S. Thom, 1. p. quaest. 8i., art. 3,' ad 2 «m.


(2) Ps., 48-13. Homo cum in honore esset non intellexit, Compara-
tus est jumentis insipíentibus et simíHs factus est illis.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

sed, y qué frío, y qué tristeza, y qué oscuridad tan espantosa -


reina y domina en la región tenebrosa del pecado! E l hambre
de la concupiscencia, que no se h arta ; la sed de la codicia,■ que
nunca se sacia; el frío de la muerte, que m ata; la tristeza del
remordimiento, que roe, la oscuridad caliginosa de la culpa,
precursora de la noche sin aurora, de las tinieblas sempiternas.
“ E t facta est jam es valida in regione illa et ipse ccepit egere. E t
abiit et adhcesií uni civíum regionis Ülius. E t m-issit illum in vi-
llam suaan ut pasceret porcosy\ Y fué y se allegó a un ciuda­
dano de aquella región, que le envió a su dehesa a cuidar anima­
les inmundos. “ E t abiit” , es decir — expone Maldonado— , se
fu é forzosa e irresistiblemente; “ et adhcesit” , esto es, se ajustó
a discreción y sin condiciones, a trueque de no perecer. “ U ni
civium regionis ilhius” , a un tirano de aquella región tenebrosa.
jQ u é contrasté! E l insolente con su padre, sumiso con el tirano;
el rebelde con Dios, obediente a Satanás; el celoso de la liber­
tad, aherrojado en la más degradante esclavitud.
E l tirano remite al pródigo a su granja a cuidar animales
inmundos. Servidumbre humillante, tenida entre los hebreos por
linaje de maldición.
Veam os al pródigo triste, taciturno, cabizbajo, desnudos los
pies, hundidos los ojos, llagadas las carnes, sentado, en vil ban­
quillo, el látigo en la mano, y a sus pies la gruñente piara de
inmundos animales. ¡ Quién conociera en tan vergonzosa situa­
ción al h ijo del opulento solar, al árbitro de los salones, aí ídolo
de la adulación! “ Quomodo obscuratus est aurus et mutatus est .
color optimus. Q ui vescebantur voluptuoso interierunt in viis,
et qui nutriebantur in croceis amplexati sunt stercora>>. i Cóm o
se ha oscurecido el oro y han palidecido sus fu lg o re s! Los que
se hartaban en la opulencia, perecieron en las calles, y los que
vistieron rica púrpura, abrazaron el estiércol.
“ E t cupiebat implere ventrem de siliquiis quas porci man­
ducábante et nemo illi d a b a t Y para que llegase al colmo la\
abyección, al pródigo se le posterga a la piara que apacienta y \
se le regatea la bellota de los puercos. Im agen expresiva de la
tiranía del demonio. E l demonio os prometerá riquezas, placeres,
honores, salud, a1egría, doradas ilusiones, castillos en el aire;
pero sí os echa el dogal al cuello, si logra aherrojaros con las
cadenas de la culpa, os-regateará las bellotas de las bestias; y
al avaro le consumirá en la pobreza, al orgulloso le hundirá en
DEL H IJO PRÓDIGO
*59
la abyección, al carnal le agotará en la sensualidad. “ Cupiebat
implere venirem de siliquiis quas porci manducábante ei nemo
illi dabat” . Sí, entendedlo bien, siervos del pecado adoradores
de la bellota de los puercos; ésta será vuestra recom pensa: un
establo y una piara en la tierra, y después el oprobio sempiterno.

PU N TO SEGU N D O
TOelte del

d) “ E t ad se reversas, d ix it: Quanti mercenarii in domu


patris mei abundant pambas, ego autem hic forme pereoO
Y vuelto en sí, d ijo : ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi
padre rebosan en la abundancia, y yo perezco de ham bre! Este
volverse dentro de sí, “ ad se reversus” , que es lo que San Igna­
cio significa repetidas veces con el vocablo arcaico de " reflectir
en sí m ism o'’ , comprende dos actos que se complementan: el
“ noverim te et noverim m e” , el conocimiento propio y el cono­
cimiento de Dios, la confesión de nuestra nada y la confianza
en nuestro libertador (i). E l pródigo, “ reflictiendo en sí mis­
m o” , repara en los andrajos de sus carnes, en las úlceras de su
cuerpo, en las bestias de su piara, en su ruindad y degradación.
Y del humillante reconocimiento de su propia vileza surge es­
pontáneamente el recurso generoso a su único consolador:
“ Sur gam et ib o ab patrem m eum ” , me levantaré e iré a mi
padre. N o le consuela la memoria de los amigos que le dejaron,
de los vicios que le degradaron, de los tiranos que le esclaviza­
ron ; no le cautiva el oro que brilla, la lisonja que engaña, el
vino que em briaga; ni la codicia le atrae, ni le ciega la sensua­
lidad, sino que solamente le consuela en su dolor la dorada me­
moria de la casa de su padre, antes, en mal hora aborrecida,\
ahora, de todo corazón bendecida y adorada. ¡ Oh, cuántas ve- \
ces, en las noches insomnes de fiebre y de delirio, se destacó
ante sus ojos la risueña silueta de la casa solariega, con su alti­
va azotea, y almenadas torres, y muros seculares 1 ¡ Cuántas ve­
ces le pareció' adormirse a la sombra de sus bosques, sestear a
la vera de sus fuentes, descansar en las blandas plumas del pa­
terno lecho! Y al despertar de aquellas rosadas añoranzas a la

(i) P. Félix. La vuelta del pródigo. Conf. de N,a S.a de París.


EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

realidad del establo, a la lobreguez de la inmunda piara, su pena


se crecía, su alma se engolfaba en un piélago sin fondo de
am argura, y hechos venas de lágrimas los ojos, sus labios mar­
chitos m urm uraban: “ Quanti mercenarii in domo patris mei
abundant panibus, ego autem hic fam e pereo” . ¡O h , cuántos
criados en la casa de mi padre rebosan en la abundancia, y yo
perezco de hambre. “ B eaíi viri tui et beati serví tui qui stant
coram te sem per” (i). ¡Dichosos los siervos que viven en la
casa de mi padre, que moran en su presencia noche y d ía ! ¡ Oh,
qué paz gozan, qué dulcedumbre disfrutan, qué abundante es su
salario, qué abastecida su mesa, qué generoso su dueño!
uEgo autem hic fam e pereo” . Y yo, el heredero, el hijo, el
predilecto, perezco de hambre y de miseria.

b) “ $urgam et ibo ad patrem” , E sto se ha acabado; no


más demora, no más dilaciones, no más servidumbres, no más
tiranos, no más animales inmundos. “ S i aliquando,. cur non mo­
do ? N unc ccepi” . ¿Q ue.;.e,s grande mi debilidad? L a venceré.
¿Q u e es largo el camino? L o recorreré, ¿Q u e se enfurece el
tirano? L o resistiré. ¿Q u e se burlan mis am igos? Los arrostra­
ré, ¿ Que me afrenta mi hermano ? L o aguantaré, porque el cora­
zón me dice que mi padre me ha de perdonar. M e arrojaré a
sus plantas, humillaré mi frente, doblaré mis rodillas, confesaré
mi pecado, y, hechos fuentes de lágrimas mis ojos, le diré arre­
pentido: “ Pater peccavi in coelum et corám te” , padre, he peca­
do contra el cielo, porque mis pecados públicos y manifiestos
y escandalosos los he cometido a la luz del del m ediodía; he
pecado contra ti, porque mis pecados ocultos y escondidos y
vergonzosos no son menos públicos y manifiestos a la lumbre
de tus ojos. “ T ibi solí peccavi et malum coram te fe c i” (2),
“ N on sum dignus vocari film s iuus, fac me sicut unum de mer-
cenariis t u i s O s afrento en llamaros mi padre; tendré a gran­
de honra que os sirváis recibirme por el último de vuestros
siervos.

¡ Qué hermosa conversión! Pronta, humilde, generosa, sin


restricciones, sin temores, sin humanos respetos. “ E t surgens
ivit ad patrem suum ” , Se levantó, despidió al tirano, despreció

(1) 3, Reg. 10.


(2) Ps. 50-6.
DEL H IJO PRÓDIGO

a sus amigos, recorrió el camino, afrontó a los parientes, aguan­


tó a su hermano, y se llegó a su padre, y se humilló a sus plan­
tas, y se arrojó en sus amorosos brazos. t(E t surge as ivil ad pa~
irem suum ” .
Aprendam os del pródigo a convertirnos. Si le seguimos en
la culpa, imitémosle en la penitencia. “ Ecce nunc tempus accep-
tabile, ecce nunc dies sal litis” (i). íl H o d ’ie si vocem ejus audie-
ritis nolite óbdurarc corda vestra” (2). H e acptí el tiempo acep­
table, he aquí los días de salvación. Si escuchaseis en este cita
la voz del Señor, 110 queráis endurecer vuestro corazón.

PUNTO TERCERO
E l reeilhiimeBatQ d e l gsródig#

a) (<Cum adhuc longe esset vidit ilhtm pater ipsins et m i­


sericordia uw his est” .
A su padre le decía..el corazón que aquel hijo despiadado
tenía que volver a su regazo, y en esta esperanza, todos los días,
de mañana, subió a un altozano que allí cerca se hacía, y atala­
yaba con ojos avizores la llanura. U na mañana, allá lejos, en
los confines del dilatado valle, divisaron sus ancianos ojos una
sombra que se agitaba y se crecía a los albores de la naciente
aurora. E ra un mendigo pálido, llagado, harapiento; su cora­
zón y sus ojos se turbaron, su instinto paternal no le engañaba;
110 cabía dudarlo: era su hijo, con tanto dolor perdido, por tanto
tiempo esperado.
u Cum autem adhuc longe esset vidit illuni pater ipsins ei
misericordia motus est” . H e aquí, si me es dado decir así, una
radiografía, un autorretrato del corazón de Cristo: “ Cum
adhuc longe esset vidit i l l u n i A sí el Señor, cuando estamos
extraviados en la-culpa, nos mira de lejos con mirada de mise­
ricordia, nos atrae con su gracia, nos previene con el remordi­
miento, nos castiga con la tribulación, nos perdona con las lágri­
mas de la penitencia y nos abraza en el ósculo suavísimo de
su amor,

b) Contemplemos en si'encio este cuadro divino de arre­


pentimiento y(de amor. Veam os las personas, oigamos las pala­

(1) 2 Cor., 6-2,


(2) Ps. 94-8.
IÓ2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

bras, repasemos los hechos. Veam os al h ijo: pálido, harapiento,


ulcerado, descalzos los pies, desnuda la cabeza, arrodillado a la
vista de su padre. Veam os al padre: el rostro encendido, el paso
presuroso, los brazos abiertos, enternecido, lloroso en presen­
cia de su hijo.
¿ Y qué le dice el hijo al padre? L e dice con acento del más
humilde arrepentim iento: “ Pater, peccavi in ccelum et coram
te; jcim non sum dignas vocari filias Hms” . Padre, he pecadG
contra el cielo y contra vo s; ya no soy digno de llamarme h ijo
vuestro. H e pecado contra el cielo, porque mis pecados públi­
cos y manifiestos y escandalosos los he cometido a la luz del
m ediodía; he pecado contra vos, porque mis pecados ocultos
y escondidos y vergonzosos no son menos públicos y manifies­
tos a la lumbre de vuestros ojos. O s afrento en llamaros mi
padre : dignaos recibirme por el último de vuestros siervos.

c) ¿ Y qué le contesta el padre al h ijo? Su padre 110 le


contesta: le interrumpe y no le deja acabar, y enmudece, por­
que le embarga la emoción. Y corre a su hijo, y se arroja a su
cuello, y le estrecha a su pecho, y le besa con sus labios. Y
largo tiempo se entrelazan los brazos con sus brazos y se fun­
den las lágrim as con sus' lágrimas. Y después se vuelve a los
criados, que contemplan atónitos tan tierno espectáculo!, yh
“ Ea, pronto — les dice con voz entrecortada por los sollozos— ;
venga la más blanca estola, vestídsela. Traed el anillo más pre­
cioso, ponédselo. Bascad las más ricas sandalias, calzádselas.
Matad el carnero m ejor de mis dehesas, y comamos y bebamos
y banqueteemos, que mi hijo se había perdido y ha sido hallado,
había muerto y ha resucitado” .
¿ Y qué estola es ésta que viste su amoroso padre áí hijo
pródigo? “ Stolam primam” , la veste de la inmortalidad, ja esto­
la de la gracia, más preciosa que la púrpura y el ostro, más
cándida que la seda y el armiño.
¿ Y qué anillo es éste con que adorna su diestra? E l'a n illo
de la caridad, prenda de la amistad divina, arras de espiritual
desposorio.
¿ Y qué banquete es éste que le prepara? E l banquete de la
Eucaristía, el Pan de los ángeles- el V ino que engendra vírge­
nes, la Carne misma del Cordero inmaculado y su Sangre sacra­
tísima.
DEL H IJO PRÓDIGO 163

’ sOh, qué precioso auterretrato, qué acabada radiografía del


corazón de C risto! “ N on enim cogitaíiones mece, c ogit aliones
z>estrce ñeque viee vestrce, vice mee (1). No piensa el Señor
como piensan los hombres ni procede el Señor como nosotros
procedemos. Sobre todas sus obras campea la misericordia del
Señor, L os hombres perdonamos como hombres. Reprendemos
al ofensor, perdonamos sin sinceridad, diferimos absolverle, nos
reconciliamos a m edias; la raíz del encono, como punzadora es­
pina, persevera allí adentro, enclavada en lo más íntimo del
corazón. Dios no perdona a s í; Dios perdona como D io s ; sin
plazos, sin pruebas, sin restricciones; todo lo devuelve a un
tiempo: los méritos, la gracia, la caridad, y, lo que es más,
a Sí mismo: su Cuerpo y Sangre sacratísima, en el Sacramen­
to augusto del altar.

* * * . *■
.........

d) Para acabar el cuadro y realzar más todavía con las


sombras y el contraste la faz augusta y radiante del padre de
familia, introduce el evangelista en la escena, al final de la pará­
bola, un nuevo personaje: es el hermano mayor, tipo genuino
ele hebreo degenerado: tétrico, siniestro, sombrío, que se queja
de la preferencia de su hermano y se escandaliza de la miseri­
cordia de su padre.
P ero en ninguna parte de la parábola se hace mención algu­
na de la madre de familia. A quella v illa ,espléndida y abundosa
carecía del calor y los. encantos del materno hogar. Aquel hijo
descontentadizo y pródigo desconocía el amor de una madre:
era huérfano. Si la hubiera conocido, quizá hubiera impedido
su partida; sí la hubiera conocido, lo que no logró la paternal
solicitud lo hubiera quizá logrado la madre con sus lágrimas.
Nosotros, más ingratos que el hijo pródigo, partimos de la
casa de nuestros padres despreciando las maternales lágrimas.
N osotrcs, más afortunados a la vez que el h ijo pródigo, volve­
mos q la casa paterna para arrojarnos en los maternales brazos,
Nosotros abrimos fuentes de lágrimas en los matemos ojos;
nosotros' clavamos espada de dolor en el materno p ech o; nos­
otros causamos a nuestra madre agonía; nosotros la conduji-

( 1) Ps. 55-s.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

mos al calvario y su soledad y muerte y abandono, nosotros ios


produjimos con nuestras culpas. ¡M adre mía D olorosa: esas lla­
gas de tu H ijo las abrieron mis pecados! ¡ Madre mía Dolorosa:
esas espinas de su frente las tejieron mis crím enes! ¡ M adre
mía dolorosa: esas salivas de su rostro las arrojaron mis labios!
¡ M adre mía dolorosa: esa llaga del costado, que destila sangre
y agua y miel y. dulcedumbre, la abrieron mis ingratitudes!
¿ Y cómo no.dolerm e al ver a mi M adre tan dolorida? ¿ Y
cómo no llorar al ver a mi M adre tan llorosa ? ¡ Oh, quién diera
a mis mejillas llanto y a mis ojos fuentes de lágrim as, para
llorar mis pecados! ¡ M adre, que he pecado contra el- cielo y
contra V o s ! N o me arrojéis de vuestros maternos brazos. No
os avergüencen mis andrajos, nos os avergüencen mis úlceras,
no os avergüencen mis desnudeces, no os avergüencen mis pe­
cados. “ M ostra te esse M atreni” . M ostrad que sois mi Madre.
M ostrad que sois de entrañas tan misericordiosas, que m erecis-.
teis engendrar en vuestras entrañas a la misma misericordia.
M il veces más ingrato que el hijo pródigo, partí de la casa
paterna despreciando vuestro materno llanto. M il veces más
afortunado que el* hijo pródigo, vuelvo a la casa paterna para
llorar en vuestros maternales brazos. Quiero juntar mi dolor
con vuestro dolor, fundir mis lágrimas con vuestras lágrimas.
(i E ja mater, fon s amoris, me sentiré vim doloris fac ut tecum
lugeam” .
Ea, si, llorem os; lloremos con nuestra Madre do’orida. No
más pecados, no más ingratitudes, no más insolencias, 110 más
servidumbres, no más tiranías, 110 más piaras- envilecedoras, 110
más abandonar el paterno techo. A l abrigo de la casa paterna,
al pie de la Cruz de Cristo, en el ósculo suavísimo de nuestra
M adre dolorida, queremos vivir y morir y perseverar eterna­
mente, por los siglos de los siglos. Amén.

Instrucción teneres

mmwEsmm g e n e r m m m i k mnmmmm
L a confesión es el término y remate de la primera semana.
L a primera semana se propone por fin inmediato reform ar lo
deformado, y la deformación espiritual en la providencia ordi­
naria tan sólo se reform a “ in re vel in v o to ” por la confesión
CONFESIÓN GENERAL CON LA COMUNIÓN

sacramental. De aquí que en el sistema ignaciano, en todo linaje


de ejercicios, aun los más elementales y rudimentarios para
gente inculta y analfabeta, ha de terminar siempre la primera
semana con la confesión sacramental (i). A sí lo reclama la na­
turaleza misma de los ejercicios en el sistema ignaciano; pero
cuando el ejercitante, sin “ limitarse con cierto grado de conten­
tar su ánima’ ’, practica todos los ejercicios, “ cuando en todo
desea aprovechar” , tampoco se ha de contentar tan sólo con
una confesión común y ordinaria, sino “ que será más prove­
choso” prepararse para una confesión extraordinaria y general.
Po'r eso San Ignacio, en el vestíbulo mismo de los ejercicios,
apenas expuesto el principio y fundamento, le previene, para
ello al ejercitante y le instruye con prudentes documentos. Dice
así el Santo:

“ En la general confessión para quien voluntarle la quisiere


hazer, en tre otros m uchos se h a lla rá n tres prouechos” .

a) L a confesión general puede ser necesaria y libre. L a


confesión general es necesaria cuando en la serie de tus com
fesiones te acusa ciertamente tu conciencia de alguna confesión
mal hecha, cuya nulidad no has instaurado. En este caso es
necesario reanudar y repetir toda la serie de tus confesiones
hasta la prim era confesión mal hecha; para subsanar el defecto.
Sucede aquí — dice Santo Tom ás de Villanueva— lo que en tu
vestido: es menester recorrer todos los oja 5es hasta el primer
botón mal abrochado, para acomodar la prenda. .Fuera de este
caso, de cierta nulidad en tus confesiones, la confesión general
no es necesaria, sino voluntaria.
L a confesión general voluntaria puede ser de toda la vida
o de una parte grande de ella. L a confesión general de toda
nuestra vida es recomendable en los primeros ejercicios hechos
en la edad madura, para la elección de estado. T ales confesio­
nes generales libérrimas, fervorosas, bien pueden considerar­
se como un segundo bautismo de penitencia, y en esta piadosa
persuasión podemos proceder en los siguientes ejercicios a con­
fesiones generales desde la pfécedente confesión general; así
lo recomienda San Ignacio en la regla quinta del sum ario; pero
esto no excluye que en los acontecimientos extraordinarios o

(i) Annot., 18.


IÓ 6 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO,

e n .los faustos aniversarios procedamos a la confesión general


de toda nuestra vida o de una parte grande de ella.
L a confesión general voluntaria — dice San Ignacio---, ,

“ entre otros m uchos trae tres provechos principales. E l prim ero,


dado que quien cada vn año se confiesa, no sea obligado de hazer
confessión general, habiéndola a y m ayor prouecho y m érito, por
el m ayor dolor actu al de todos pecados y m alicias de toda su
v id a ” .

. L a práctica de la confesión general voluntaria, en expresión


del Santo, trae muchos provechos, es decir: es provechosísima.
Expongam os los tres provechos principales que nos propone
el texto de los ejercicios. E l primer provecho-se deriva de su
misma inobligación y omisibilidad. U na confesión costosa, p ro­
lija, emprendida libérrímamente, sin ninguna obligación ni ne­
cesidad, es una empresa de.generosa supererogación, que tiene
que ser muy agradable en el acatamiento de Su Divina M ajes­
tad. A esta razón meritoria', -impulsiva, inicial de la obra, añade
el texto ignaciano otra segunda razón intrínseca de la misma
obra.

“ E l segundo, como en los tales exercicios spirituales se conosr


een m ás Interiorm ente los pecados y la m alicia dellos que en
eí tiem po que el hom bre no se daua ansi a las cosas internas,
alcanzando agora m ás conoscim iento y dolor dellos, abrá m ayor
prouecho y m érito que antes v b iera ” .

E l recuento de nuestras culpas, el número sinnúmero de los


pecados de toda nuestra vida, que, al decir del Salmista,, se
multiplican más que los cabellos de nuestra cabeza, nos abru­
man con su muchedumbre y nos excitan al dolor y arrepenti­
miento, A esta razón numérica extensiva, añade el Santo otra
razón de intensidad o de detalle: el mayor conocimiento d e j a
malicia y gravedad de cada pecado, habida en el tiempo de los
ejercicios, nos excita doblemente al arrepentimiento y aumenta
el mérito y el provecho de nuestra confesión.

“ E l tercero, es, consequenter, que estando m ás bien confessado


y dispuesto, se h a lla m ás apto y m ás aparejado para rescibir e!
Sanctíssim o Sacram entó, cu ya receptión no solam ente ayuda para
que no cayga en peccado, m as aun p ara conseruar en augm ento dé
gra tía; la qual confessión general se h a rá m ejor inm ediate después
de los exercicios de la prim era sem an a” . ,
CONFESIÓN GENERAL CON LA COMUNIÓN

L a Iglesia desea que los cálices y ostensorios, si no son de


oro, al. menos sean dorados, y el cáliz vivo y el ostensorio palpi­
tante de nuestro corazón tiene que ser también de oro, por el
nativo fu lg o r de la inviolada inocencia, o al menos deaurado
por el ardiente llanto de la penitencia. Esta penitencia ferviente
y abrasada, hermana gemela de la inocencia, que purifica y her- ■
mosea el alma hasta tornarla más blanca que' el ampo de la nieve,
y que es la m ejor disposición para recibir e l . Santísimo Sacra­
mento, se obtiene de un modo especial inmediatamente después
de la primera semana, “ con el crecido dolor y lágrimas de los
pecados, en la confesión voluntaria y general” .

b) Esta confesión voluntaria y general exige preparación


por parte del penitente. San Ignacio no le instruye al ejercitante
acerca’ del dolor, que lo sugiere, y muy abrasado en los preám­
bulos y los coloquios de las meditaciones; en cambio, le previene
acerca del examen de conciencia. Dice a s í: Exam en general de
conciencia para limpiarse .y para mejor se confesar. Este exa­
men, que se contrapone al examen particular de un defecto y al
examen cotidiano de todos los días, es el examen general de
toda nuestra vida o de una parte grande de ella. Exam en general
de conciencia para confesarse. A sí como es necesario ver las
manchas para lavarse, así es menester, exam inar-las culpas para
confesarse. Y este previo examen es requisito necesario de la
confesión, porque en la confesión es el penitente acusador, reo y
testigo, y es imposible cumplir con estos cargos sin precedente
y acomodado examen. San Ignacio no nos propone “.un manual
0 cuestionario del exam en” , sino que en su triple división de
los pecados por el pensamiento, la palabra, la obra, lo que inten­
ta es prevenirnos con prudentes documentos. Dice así :

“ Presupongo ser tres pensam ientos en mí, es a saber; vno


propio mío, el qtsaí sale de m y m era libertad y querer, y otros
dos que vienen de fu era; el vno que viene del buen espíritu, y el
otro del m a lo ".

E sta presuposición conform a con nuestra experiencia inte­


rior. H ay algunos pensamientos en cuya iniciación, desarrollo,
término, reconocemos la, exclusiva actuación de nuestra libérri­
ma voluntad, y, en cambio, hay otros pensamientos en cuya evo-,
1ación descubrimos las huellas de una influencia exterior, sea
del buen espíritu o del ángel malo. H echa esta presuposición,
ió 8 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

tan confornie con nuestra íntima experiencia, pasa el Santo a


instruirnos acerca del merecimiento en el pensamiento, la pala­
bra y la obra.
1) , D EL PENSAMIENTO. Prim ero, ay dos m aneras de m e-
reseer en el m al pensam iento, que viene de fuera, v. g.: Viene
vn pensam iento de cometer vn pecado m ortal, a l qual pensam iento
resisto im prom ptu, y queda vencido 5%

Esta primera manera de merecer en la tentación, pronta, dia­


metral, victoriosa, no suele ser infrecuente. El tentador, en la
primera tentación tiene menos fu e r z a ; el alma tentada, en la
primera tentación está en la posesión de todos los reductos; por
consiguiente, si en vez de turbarse, sorprenderse, intimidarse,
como es frecuente, resiste in promptu, inmediatamente, diame­
tralmente, no es extraño que el enemigo quede vencido. Se veri­
fica en este lugar lo que dice el Santo en la regla doce para dis­
cernir espíritus:
“ Es propio del enemigo enflaquezerse y perder ánim o dando
huyda sus tentaciones^ guando la persona que se exercita en
las cosas spirituales pone m ucho rostro contra las tentaciones
del enemigo, habiendo el “ oppósito per d iam etru m "; y, por el
contrario, si la persona que se exercita com ienza a tener tem or
y perder ánim o eñ sufrir las tentaciones, no a y bestia ta n fiera
sobre la h az de la tierra como el enem igo de n atu ra hum ana, en
prosequtión de su dañada intención, con tan crecida m a lic ia ".

Si es frecuente en el enemigo enflaquecerse y dar huida a


las tentaciones cuando el que se ejercita en las cosas espirituales
pone mucho rostro, tampoco le es desacostumbrado insistir en sus
dañados intentos y convocar siete espíritus ñequísimos y tornar
si le es posible al novísimo estado del alma más lastimoso que
el primero J i) . Años y años tentó el enemigo a muchos, santos
sin obtener más ventaja que su m ayor merecimiento, y una .y
dos y tres veces tentó al mismo Jesucristo en el desierto, el
Santo de los sanios.'*1Esta-segunda manera de vencer, que fo rjó
la corona de los más grandes confesores, es de más mere se er que
la primera” .
Después de hablar del mérito, pasa San Ignacio a hablar del
demérito en la tentación. Dice s s í :
“ Venialm ente se peca, guando el m ismo pensam iento de pecar
m ortalm ente viene y el hom bre le da oydo, haziendo alguna m ó-
CONFESIÓN , GENERAL CON LA COMUNIÓN

tu la o rescibiendo alguna delectación sensual o donde aya alguna


negligentia en langar a l ta l pensam iento” .

Sabido es que por esta doctrina fué amonestado San Ignacio


por la Inquisición, sin que se atreviera a fallar en contra de ella
otra cosa, sino que no enseñase antes de estudiar la Teología (i).
P ara la imputabilidad del pecado mortal se requiere plena
advertencia, consentimiento, libertad; sin esto, por una ligera
mórula, por una leve negligencia, 110 se peca gravemente, sino
que se falta sólo venial mente. Estos requisitos del acto humano,
con ser tan elementales, conviene recordarlos, al comienzo del
examen y de los ejercicios, porque el enemigo ha de procurar
que temamos donde no hay que temer e inducirnos a que ío
echemos todo a rodar y precipitarnos si le fuera posible en la
más extrem a desesperación.
P or el con trario:
“ A y dos m aneras de pecar m ortalm ente: la prim era es quando
el hom bre da consentim iento al m al pensam iento, para obrar
luego, asi como a consentido o para poner en obra si pudiese.
L a segunda m anera de pecar m ortalm ente es guando se pone en
acto aquel pecado, y es m ayor por tres razones: la prim era,
por m ayor tiem po; la segunda, por m ayor intensión; la tercera,
por m ayor daño de las dos personas” .

Como se ve manifiestamente, conform e a la recta moral,


San Ignacio opone para la imputabilidad del pecado a la inad­
vertencia, a la impremeditación, a la involuntariedad, el pleno
consentimiento, advertencia y libertad; y permitidas estas bre­
ves nociones acerca de los pecados de pensamiento, pasa a tra­
tar acerca “ de la palabra” . San Ignacio, en este capítuío, se ocu­
pa del juramento, la ociosidad y la detracción, o sea, de los
pecados de palabra, con re'ación a Dios, a nosotros mismos y a
nuestros prójimos.
“ DE L A P A L A B R A ” , No ju rar ny por C riador n y por c ria ­
tura, si no fuere con verdad, necessidad y reuerencia; necessidad
entiendo, no guando se affirm a con juram ento cualquiera verdad,
m as guando es de algún m om ento cerca el prouecho del ánim a
o del cuerpo o de bienes tem porales. Entiendo reuerencia, guan­
do en el nom brar 'd e su Criador ¡y Señor, considerando, acata
aguel honor y reuerencia deuida.
Es de aduertir gue, dado que en el vano juram en to peccamos ,
m ás jurando por el Criador que por la criatu ra, es más difícil

( 1) Rivadeneira. Vida de San Ignacio.


170 EJERCICIOS ■
DE SAN IGNACIO.— D ÍA TERCERO.

iurar deuidam ente con verdad, necessidad y reuerencia por la


criatu ra que por ei C riador, por las rrazones siguientes:

P rim era ratio. L a prim era, quando nosotros queremos iurar


por alg u n a criatu ra, en aquel querer nom brar la criatura, no nos
haze ser ta n atentos n y aduertidos p ara dezir la verdad o para
afirm arla con necesidad, como en el querer nom brar al Señor y
Criador de todas las cosas.

Segunda. L a segunda es que en el iu rar por la criatu ra no


ta n fá c il es de hazer reuerencia y acatam iento a l Criador, como
iurando y nom brando el m ismo Criador y Señor; porque ei querer
nom brar a B io s nuestro Señor trae consigo m ás acatam iento y
reuerencia que el querer nom brar la cosa criad a; por tanto, es
m ás concedido a los perfectos ju ra r por la criatu ra que a los
im perfectos; porque los perfectos, por la assidua contem plación y
ylum m ación del entendim iento, consideran, m editan y contem plan
más ser B io s nuestro Señor en cada criatu ra, según su propia
essencia, presencia y potencia; y así, en iu rar por la criatu ra son
m ás aptos y dispuestos p a ra hazer acatam iento y reuerencia a su
Criador y Señor que los im perfectos.

Tercera. L a tercera es que en el assiduo iu rar por la criatu ra


se a de tem er m ás la ydolatría en los im perfectos que en los
perfectos

Podrá ocurrir preguntar por qué San Ignacio, devotísimo


del nombre de Dios, se ocupa en este capítulo difusamente del
perjurio, sin mentar siquiera la blasfem ia; por ventura, en aque­
llos dorados tiempos de religión y de hidalguía se frecuentaba
el juramento, mientras que se desconocía la blasfemia. H oy, que
se destierra en ■las naciones el juramento, hasta de los docu­
mentos públicos y tribunales de justicia, baste tan sólo citar es­
tos documentos, que, por otra parte, son claros y palmarios.
Y pasaremos al segundo capítulo, que es de- flagrante actua­
lidad. Sabido es que una de las características de la novísima
sociedad es la ligereza que se revela en la vaciedad e insustan-
cialidad de las palabras. San Ignacio nos amonesta en este
capítulo a evitar la ociosidad de las palabras.

“ No decir palabra ociosa, ia qúaí entiendo quando n y a my ny


a otro aprouecha n y a fá l intención se ordena. D e suerte que en
h a b la r p ara todo lo que es prouecho o es inten ción de aprouechar
el án im a propia o agena, a l cuerpo © a bienes tem porales, nunca
es ocioso, n y por hablar alguno en cosas que son fuera de su estado,
así como si v n religioso h ab la de guerras o m ercancías. M as en
todo lo que está dicho a y m érito en bien ordenar y peccado en
el m a l enderezar o en vanam ente h a b la r” .
CONFESIÓN, GENERAL CON LA COMUNION

San Ignacio 110 condena el chiste y el gracejo de las pala­


bras: lo que condena es el desorden, el hacer del medio fin, el
buscar el chiste por el chiste y la gracia por la gracia, sin pre­
tender ninguna edificación ni provecho. Y en este desorden con­
siste la ociosidad de las palabras, que es uno de los males de la
presente sociedad..
N i es menos práctico y actual el tercer capítulo ignaciano:
el desorden de las palabras en relación al prójimo.

“ No dezir cosa de in fam ar o m urm urar, porque si descubro


pecado m ortal que no sea público, peco m ortalm ente; si venial,
venialm ente, y si defecto, muestro defecto propio. Y siendo la
intención sana, de dos m aneras se puede hablar del pecado o
fa lta de otro.
P rim era m anera. L a prim era, quando el pecado es público,
asi como de vn a m eretriz pública y de vn a sentencia dada en
juizio o de vn público error que inficiona las ánim as que conversa.
Segundo: quando el pecado cubierto se descubre a alguna persona,
para que ayude a l que está en pecado a lebantarle, teniendo tam én
algunas conieturas o rrazones probables que le podrá a yu d a r” .

Sabido es que San Ignacio se arrepintió amargamente de


haber dicho a tres Padres un defecto que, con decirlo a dos, lo-
hubiera podido enmendar (1).

K>E L A OB$E[A. Tom ando por! obieto los diez m andam ien­
tos y ios preceptos de la Y g lesia y enmendaciones de los supe­
riores, todo lo que se pone en obra contra alguna destas tres
partes, según m ayor o m enor calidad, es m ayor o menor pecado.
Entiendo com endaciones de superiores, así como bullas de c ru ­
zadas y otras indulgencias, como por pazes, confessando y to ­
m ando el Sanctíssim o Sacram ento; porque no poco se peca e n ­
tonces en ser causa o en hazer contra tan pías exortaciones y
com endaciones de nuestros m ayores” .

San Ignacio nos propone la práctica del examen por los


mandamientos de la ley de Dios, de la Santa Madre Iglesia y
las ordenaciones de nuestros superiores. Singularmente insiste
en la obediencia a las bulas, indultos y demás comendaciones de
la Iglesia, que si entonces era cosa de actualidad, por razón de
la reform a, no lo es menos de actualidad en nuestros días.
c) ' N orm as.-^Tales: son los documentos con que nos previe­
ne S a n ' Ignacio en la práctica del exam en ; añadiremos algunas
breves normas generales que nos sirvan de complemento.

( 1) Rivadeneira, Vida de San Ignacio.


17? EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA TERCERO.

En la práctica clel examen unos pecan por carta de más y


otros por carta de menos. Pecan por carta de más los escrupu­
losos, que, como el cirujano inepto, que pulsa y ausculta sin ati­
nar el remedio, o la dama presuntuosa, que m ira y remira sin
acabar el tocado, así vuelven y revuelven, pasan y repasan la
conciencia, sin encontrar jam ás descanso ni sosiego. Conviene,
prevenir a los tales que el examen es un proceso razonable y
no una tortura insufrible; que cuanto más revuelven la fuente,
más enturbian sus ondas; que los pecados dudosos no es obli­
gatorio confesarlos; que los conflictos del alma no se solucionan
con exactitud, como los problemas de matemáticas, sino que
exigen la anchura de corazón y la confianza en Dios. Que, en-
general, el único remedio eficaz para curar los escrúpulos es la
obediencia omnímoda al confesor.
Por el contrario, hemos dicho que otros pecan en la práctica
del examen por carta de m enos: tales son los laxos. Se les pre­
gunta y requiere y a todo responden negativamente. Son peni­
tentes quizá morosos, inmunes de toda culpa. P or ventura, no
proceden de mala fe, sino que laboran en una supina ignoran­
cia. A los tales conviene prevenirles que hay que confesar, no
sólo los pecados de obra, sino también de pensam iento; no sólo
las faltas de comisión, sino también de omisión, y el número y
la especie y las circunstancias diversificantes del pecado; que es
necesario el examen diligente para recordar las culpas, y que es
recomendable un manual de piedad para preparar el exam en ;
que hay que invertir el tiempo libre de los ejercicios en disponer
i a co n fesió n ; que aunque a nadie puede imponérsele esta prác­
tica, no pocos en confesiones prolijas prefieren ultróneamente
escribir el examen.
Para term inar: L a práctica prudente del examen consiste
en el medio razonable entre estos dos extrem o s: la nimiedad de
los escrúpulos y la laxitud de los laxos. Pidamos al Padre de
las luces, por mediación de la Santísima V irgen, lumbre celes­
tial que nos ilumine y escarezca para conocer las culpas, acu­
sarlas con sinceridad, llorarlas de corazón. Y que nuestra confe­
sión general, ferviente y dolorosa, sea el remate y corona de
la primera semana y el sólido fundamento de todos los ejercicios,
P ie cuarto

SEGUNDA SEMANA

HeditqcSdn d ecim otercera

¡til!» HE CRISTO

a) A l estudiar sintéticamente el plan de los ejercicios sor­


prende su maravillosa variedad dentro de la unidad. Todo indu­
ce a creer que. obra del genio, se fraguó de un solo golpe, si 110
decimos m ejor que, obra del Santo, la inspiró la lumbre del
D ivino Espíritu. Las cuatro semanas constituyen un cuádruple
sistema, que con sus diamantinos discos criba y acrisola el oro
de la perfección. Nada falta y nada sobra en el libro de los ejer­
cicios, ni hay lagunas que llenar ni desniveles que allanar (1),
y toda la máquina conspira de consuno al fin de~ la santificación;
pero en este" cuádruple engranaje ignaciano que decimos las
cuatro semanas de ejercicios, corresponde la parte más impor­
tante a la segunda. E n ella se elige el estado, en ella se reform a
la vida, en ella se desarrolla el ejercicio del rey temporal, las ban­
deras, los binarios, los tres grados de hum ildad; que además de
ser los ejercicios más genialmente ignacianos, constituyen otros
tantos pe1daños escalonados, que orientan y aseguran al ejerci­
tante en la tortuosa senda de la elección; en ella finalmente se
invierte doble tiempo que en las demás semanas (2).. A la ter­
cera semana asigna San Ignacio siete días (3). A las otras dos

(1) Ponlevoy, 134.


(2) Trace días, comprendido el ejercicio del rey temporal. Cf. autó­
grafo, pág. 366,
(3) Cf. pág. 408.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

semanas no asigna el Santo tiempo alguno (i). Dos partes tiene


esta semana: L a prim era comprende desde la Encarnación has-
ta el N iño entre los doctores, y expone la vida privada del
Señor, e invita al ejercitante a la obediencia común de los man­
damientos; la segunda comprende desde el Niño entre los doc­
tores hasta el Dom ingo de Ramos, y corresponde a la vida pú­
blica del Señor, e invita al ejercitante la observancia singular
de los consejos evangélicos (2), Sea que el ejercitante haya ele­
gido estado, o tenga que elegirlo, sea el estado que haya elegido
más perfecto o menos perfecto, a todos aprovecha la segunda
semana. Y aunque es cierto que San Ignacio principalmente en­
dereza esta semana al caso de la elección, pero en todos los
casos y en todos los estados hay mucho que elegir y reform ar,
y el estado menos perfecto incluye mucha perfección, y el esta­
do más p erfecto-red am a su m a' santidad, y así “ Cristo nuestro
Señor, R ey eterno, a todos y a cada uno en particular llama” .
“ Y el sumo y verdadero Capitán de los buenos, Cristo nuestro
Señor, quiere a iodos debajo de su bandera” (3), Y San Ignacio
hecha excepción de algún caso raro de suma rudeza y mental
incapacidad, a ningún ánimo generoso excluye de la segunda
semana y de la práctica total de los ejercicios (4).

b) E l fin singular de la segunda semana es elegir estado o


reform ar la vida. Y para elegir es menester luz, y para refo r­
mar es necesario discernimiento, y este discernimiento y esta
luz es Cristo, que nos dice: “ E g o sum lux mundi, qui sequitur
me non ambulat in tenebris (5). P o r eso esta semana corres­
ponde de lleno a la vía iluminativa (ó).
E l encadenamiento de esta semana con la anterior es mani­
fiesto. E n ’la primera semana resolvimos, en general, reform ar
lo deform ado; pero esta reform a, en la práctica, no puede veri­
ficarse sino conform e al único modelo y ejemplar de toda san­
tidad, que es Cristo nuestro Señor, y este es el fin de la segun­
da semana, “ refórm ala conform are” . Y para reform arnos con-

(1) Cf. Nonell, Ars, ignat. X V III, pág. 165.


(2) Cf. Nonell, id., X IX , pág. 176.
(3) Dos banderas, preámbulo. Nonell, IX, pág. 118.
(4) Cf. Annot. 18.
(5) Joan, 8-12, -
(ó) Meschler, 114. Direct. X V III, 3.
DEL HEINO DE CHISTO

form e a la imagen de Jesucristo, “ sea nuestro estudio pensar


en la vida de Jesú s" ( i) . E l conocimiento, amor e imitación de
nuestro adorable Salvador, es la ocupación y el intento de la
segunda semana (2).
Y porque el ejercitante no sólo anda, sino'que corre; no. sólo
resiste, sino que ataca; no sólo procura la salvación, sino que
.aspira a la santidad, el “ E clesiástico" le previene: “ F ili acce-
dens ad servitutem D ei prepara animam ad teniationem” (3).
E sta semana es la semana de las crisis interiores y la agitación
de espíritu y las agonías de muerte. A esta lucha nos prepara
San Ignacio al exigir la mayor diligencia en las adiciones (4),
al redam ar ánimo generoso, “ oblaciones de mayor estim a ’ (5),
“ ofrecimientos de nuestras personas al trabajo” (6) “ aunque
sea contra nuestra propia carne” (7), y, sobre todo, al encarecer
tantas veces (8) la repetición fervorosa del triple coloquio de
las dos banderas (9),
Sin este ánimo generoso, es preferible interrumpir los ejer­
cicios (10).

c) San Ignacio, así como fundó la primera semana sobre


un principio y fundamento, que no es otro que el mismo Dios,
principio y fin de todas las criaturas, así fundó la segunda se­
mana y todos los ejercicios subsiguientes sobre otro segundo
principio y fundamento, que es Cristo, principio y fundamento
de toda salud y santidad (11). Y como al joven Tobías al em­
prender su marcha para Rages le salió casualmente al encuentro
un joven espléndido, dispuesto a protegerle en el camino, así al
ejercitante, al emprender la carrera de la segunda semana por
las sinagogas, villas y castillos de la Judea por donde Cristo
nuestro Señor predicaba, le sale al encuentro otro guía, más
augusto y celestial; no .es un ángel, ni un arcángel, ni un príncipe

(1) K em pis, 1-1.


(2) Meschler ejerc,, pág. 114.
(3) . Eccli, 2-1.
’ (4) Día primero, adición 10; día quinto, segunda nota.
(5) Rey temporal, 2.0
(ó) Id.
(7) Binarios nota.
(8) Banderas, binarios y maneras de humildad,
(9) C f. N o vell., Ars, ignat. X I X , pág. 175.
(10) Dir. XVIII, 4.
(11) Ac. 4-12.
iy 6 EJERCICIOS DE SAN ICNACIO.— DÍA CUARTO

de la milicia celestial, y sí le preguntáis su nombre, no os res­


ponderá: “ Ego sum Asarías Ananice magni film s” (i), sino que
hecho tanto mejor que los' ángeles cuanto más diferente nombre
que ellos heredó (2), tiene escrito en su veste y grabado en sus
rod illas: “ Ego sum rex regum et dominus dominaníium” . Su
nombre es Jesús, “ et vocabis nonem ejus Jesus” (3), o, lo que
es lo mismo, Salvador (4). Jesucristo es nuestra luz (5). Jesu­
cristo es el camino, la verdad y la vida (6). Jesucristo es el fun­
damento de toda salud y santidad (7). Y este sillar inconmovible,
“ lapidem probatum angularem pretiosum” , lo constituye San
Ignacio en la meditación del rey temporal por fundamento supre­
mo de todos los ejercicios subsiguientes. Y si se dijera que en
este sentido Cristo es también el fundamento de la primera
semana; que la salvación del alma de que habla San Ignacio en
el principio y fundamento, mediante esto salvar su ánima” ,
se funda en Cristo, y que el arrepentimiento y contrición de
nuestros pecados se funda también en Cristo (8), y que, por
consiguiente, uno y el mismo es el fundamento de la primera y
segunda semana, que no es otro que el mismo Cristo (9), 110 lo
negaremos ; pero en la primera semana Cristo es el principio de
todos los ejercicios como nuestro últim o.fin, nuestro D ios; si
se quiere también como nuestro R ed en tor; pero en la segunda
semana no se trata tan sólo de alcanzar el fin, de servir a Dios,
de salvar el alma, sino de reform ar la vida conform e a Jesucris­
to, “ refórmala conformare” , y de aquí que Jesucristo haya de
considerarse en la segunda semana, no como nuestro fin, nues­
tro Dios, nuestro Redentor, sino como nuestro modelo y nuestro
R ey y nuestro Capitán, y en este sentido la meditación del rey
temporal es eí fundamento singular de la segunda semana y de
todos los ejercicios.

(1) Tobías, 5-18.


(2) Hebreos, 1-4.
(3) Lucas, 2-21.
(4) Ñeque enim aiíud nomen est sub coelo datum hominibus. in quo
oportea^ nos salvos fierí. A ct, 4-12.
(5) Joan, 8-2.
(ó) Ego sum vía, veritas et vita. Joan, 14-6.
(7) Fundamentum aliud nemo potest ponere praeter id quod positura
est Christus Jesus.
(8) Cf., primer ejercicio, coloquio.
(9) Cr., Ffcrrusola, V, 2, pág. 320.
DEL REINO DE CRISTO 177

d) EL LLA M A M IEN TO DEL R E Y T E M PO R A L AYUDA A


C O N T E M P L A R L A V ID A D EL R E Y E TER N AL.

Este ejercicio consta de dos partes: la parábola y la aplica­


ción /y cada parte consta de tres puntos: Las personas, las pala­
bras y las acciones, o sea, el Rey, la empresa, el seguimiento ;
sólo que en la segunda parte o aplicación de la primera, los dos
primeros puntos, o sea, el Rey y la empresa, se refunden’ en
un solo primer punto; y el tercer punto, o sea, el seguimiento
se duplica en clos puntos, a saber: el seguimiento común y el
seguimiento singular (1).
A quí ocurre preguntar por qué San Ignacio elige por funda-
mentó de los ejercicios el título de la realeza de Jesucristo. O tros
títulos existen no menos gloriosos ni frecuentados en la E scri­
tu ra; porque pudiera el Santo habernos presentado a Jesucristo
Maestro, M édico, Pastor;-'Padre misericordioso; pero no se fija
en estos títulos, sino que levanta toda la fábrica de los ejercicios
sobre el fundamento de Jesucristo Rey, y Rey Conquistador.
L a razón de esta preferencia no consiste en que este título sea
más frecuentado en la E scritura ni en la estimación de los hom­
bres, sino que entraña más adentro, en la nativa índole e idio­
sincrasia del hidalgo de Loyola y adalid generoso de Pamplona,
que, dispuesto a afrontar todos los riesgos y a derramar toda la
sangre de sus venas por los intereses y la honra de su Rey, no
encontraba en su léxico guerrero más noble título que contra­
poner, aunque fuera de lejos, en la tierra, al sumo Capitán y
R ey del cielo.
Y si la gracia se acomoda a la naturaleza, para entender la
eficacia de esta parábola es menester trasladarse a aquellos caba­
llerescos y dorados tiempos del apogeo y prepotencia de Castilla,
tiempos bienhadados de honor y de hidalguía, en que la persona
del rey era sagrada, los soldados fieles, los vasallos nobles, el
juram ento santo e inviolable; y sin esto 110 se entenderá cuánto
u el llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del,-
R ey eternal” , y cuánto esta meditación significa en la mente de
San Ignacio en toda la compage de los ejercicios espirituales

( 1) Cf. Meschler, 223.


EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

(i). P ero no se crea por esto que esta parábala y meditación


hayan pasado de moda. E l Pa<Ire Longhaye refiere que, al expo­
nerla, un venerable Arzobispo le d ijo : “ N o prediquéis estas
cosas, que no son de nuestros tiem pos” (2); pero, con la venia
de tan ilustre Prelado, semejante salvedad no excede los límites
de una privada apreciación. N o ; la moderna democracia 110 ha
logrado extirpar de los corazones los generosos gérmenes de la
fidelidad y del sacrificio. E l honor, la abnegación, la lealtad, son
frutos cosmopolitas de todos los tiempos y todas las latitudes,
cualquiera que sea el régimen y la form a del gobierno. Y si el
prestigio y autoridad de los primates y los príncipes de la tierra
ejercen en los corazones nobles tan irresistible fascinación y m á­
gica influencia, el prestigio sumo y la autoridad suprema del
“ R ey eterno y sumo Capitán General de los buenos, Cristo
Jesú s” , no tiene lím ites; dígalo, si no, el unánime entusiasmo y
universal aplauso con que se ha recibido y celebrado en todo
el orbe cristiano la fausta solemnidad de la realeza social de Je­
sucristo; dígalo, si no, el'grito guerrero y la tácita consigna de los
novísimos mártires españoles, primicias de las juventudes católi­
cas, flor y nata de las congregaciones maríanas, que emulando la
bravura de los héroes cristianos del circo y el coliseo, ofrecieron
su noble pecho a la enemiga metralla al grito augusto y gene­
roso de “ Viva Cristo R e y ” . No, esta meditación 110 ha pasado
de moda, y es y será siempre, en el plan de los ejercicios igna-
cianos, el fundamento de la segunda semana y de todos los sub­
siguientes ejercicios.
Com o hizo con el principio y fundamentó de la primera se­
mana, San Ignacio desgrana este ejercicio de la serie de los ejer­
cicios subsiguientes, para constituir en este segundo principio y
fundamento otro primer eslabón de un nuevo encadenamiento y
orden de verdades.

“ La oración preparatoria será la sólita.


PRIM EE. P R EÁ M B U LO . E l prim er prám bulo es compositión
viendo el lu gar; será aquí ver con la vista ym agm atiu a sinagogas,
villas y castillos por donde X po. nuestro Señor predicaua ” .

San Ignacio quiere mostrarnos el modelo, y el modelo se ve


con los ojos y se palpa con las m anos; por eso desde el primer

(1) Cf. Ferrusola, loco citato.


(2) Longhaye. Le ’Regne, p. 190.
DEL REINO DE CRISTO 179

preámbulo'*introduce en acción a Jesucristo. Y porque trata el


Santo de introducirnos a la profesión dé la vida apostólica, el
fondo de la escena no se desarrolla en la bella Belén, en la ale­
gre N azaret ni en los sombríos peñascales del desierto, sino “ en
las sinagogas, villas y castillos por donde Cristo nuestro Señor
predicaba".
“ SEG U N D O PREÁMBULO. El segundo preám bulo, dem andar
la gracia que quiero; será aquí pedir gracia a nuestro Señor para
que no sea sordo a su llam am iento, mas presto y diligente p a ra
cumplir su sanctíssima voluntad.”

P ara demandar hay que querer, y para querer tiene que pre­
venirnos la gracia; y la gracia que quiero y pido es que 110 sea
sordo a su llamamiento, mas presto y diligente en cumplirlo.
U nos cierran sus oídos para no escuchar el divino llam am iento;
otros lo escuchan, pero tardan y difieren el cumplirlo. San Igna­
cio pide, no sólo oír el divino llamamiento, sino también cum­
plirlo, y 110 sólo cumplirlo de cualquier manera, sino con pres­
teza y diligencia. Y este fervor y prontitud y esfuerzo y gene­
rosidad eñ cumplir el divino llamamiento, cualquiera que sea,
que sería prematuro todavía el inquirirlo, constituye la gracia
que se pide en este preludio (1).
“ P R IM E R P U N C TO . El prim er puncto es poner delante de m y
vn rey hum ano, elegido de m ano de Dios nuestro Señor, a quien
h azen reberencia y obedeseen todos los príncipes y todos los hom ­
bres xpianos” .

E l primer punto es poner delante de mí un rey, cuya realeza


tiene tales atractivos que subyuga y arrastra sin poder resistir a
sus vasallos. E s un Cid, un Godofredo, un Carlom agno, de cua­
lidades tan relevantes cual nunca lo pudo soñar la poesía. R e­
funde si puedes en un solo soberano la realeza de los más gran­
des soberanos: el valor de David, la ciencia de Salomón, la
riqueza de Asuero, la fortuna de César, el poder de A lejan dro;
finge, sueña, fantasea, celebra s u . hermosura, encomia su noble­
za, exalta su valor, ensalza su bondad, prodiga' su largueza;
“ quantum potes, tantum aude” ; por más que alabes, y encomies,
y exageres, has de quedarte por debajo de la realidad. Y este
personaje, en apariencia tan heroico, ha de ser en su aplicación
rigurosamente histórico: uE s un rey h u m a n o Y es que con

( 1) C f. Ponlevoy, pag. 140.


iS o EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

esta parábola trata San Ignacio de preparar el alma al conoci­


miento y amor de la humanidad santísima de Jesucristo, espejo
corporal donde subsiste y reverbera la lumbre de la divinidad.
Y como la luna de un espejo — dice San Francisco de Sales—
( i) no refleja las imágenes de 110 azogarse sus cristales, así la
divinidad deí V erbo apenas fuera perceptible a nuestro enten­
dimiento de no juntarse tan íntimamente con la humanidad del
Salvador. Y a este propósito y para que “ el llamamiento del rey
temporal nos ayudé a contemplar la vida del R ey eternaV’ , el
prim er punto es poner delante de mi un rey humano, único epí­
teto que con la acostumbrada sobriedad añade San Ignacio a la
realeza (2).
Elegido de mano de Dios nuestro Señor. Este título divino
que contrapone la parábola al rey humano, contribuye a mara­
villa a preparar la aplicación. Y como el rey es elegido de la
mano divina — añade.el Padre Roothaan (3), así la expedición
la emprende por revelación divina, y los soldados los congrega
por vocación divina, y la victoria la promete por inspiración di­
vina. Y la protección divina ha de ser tan palmaria y manifiesta,
que ni los peligros, ni los azares, ni la sangre, ni las heridas, ni
contrariedad alguna, podrá acarrear la muerte de uno soto de
los afortunados combatientes, que participarán con su Soberano
de los despojos conforme a la parte que hubieran tenido en la
batalla. Y si la esperanza incierta de la victoria excita de tal
m anera el ánimo de los soldados, ¿ qué entusiasmo no ha de des­
pertar en nuestras almas tan portentosas condiciones cual jamás
se hubieron oído en expedición alguna de la tierra®y que, no
obstante, tiene su cabal y colmado cumplimiento en el generoso
seguimiento del R ey del cielo? (4).
“ A quien hacen reverencia y obedecen todos los príncipes y
todos los hombres cristianos” . E l Señor concedió a este monarca
afortunado la soberanía suprema y universal que Constantino,
Teodosío, Carlomagno, en vano pretendían con las armas. Es
oportuno realzar el prestigio de estos príncipes para que con­
traste más la grandeza del R ey universal. “ O giero “ E l D anés” ,

(r) Vida devota, i.°, XX.


, (2) Cf. Meschler, pág. 221.
(3) Rooth., 128, n.° 2.
(4) Cf. Roothaan, ibíd. Ferrusola, 2-3, pág. 323. Meschler, Du
regne de Jésus Christ, pág. 223.
DEL REINO DE CRISTO

Grande del reino franco, según cuenta la crónica de San Galo,


se había refugiado al, lado del rey Desiderio, .Cuando supieron
que el terrible monarca Carlomagno bajaba a la Lombardía am­
bos subieron a lo alto de una torre, desde donde podían ver a
lo lejos y en todas direcciones. En breve, descubrieron máqui­
nas1 de guerra en tan gran número como las que hubieran bas-
,tado para los ejércitos de D arío y de César. Desiderio preguntó
a O giero : ¿E stá Carlos entre ese grande ejército? No, respon­
dió este. Viendo luego una innumerable masa de soldados reclu­
tados en todas 'las partes del vasto imperio franco, dijo el rey
longobardo a O giero: De seguro se adelanta Carlos triunfante
en medio de esa muchedumbre. N o — respondió el otro— , y no
aparecerá tan pronto. V eréis quién es cuando llegue. Mientras
discurrían de este modo, distinguieron el Cuerpo de guardias
que jam ás conoció el reposo. Ante este espectáculo, poseído de
terror, el longobardo exclamó de esta su erte: Ciertamente, ahí
viene Carlomagno. No■^-■respondió O giero— , todavía no. L uego1
se ven venir en la comitiva obispos, abades, clérigos de la capi­
lla real y condes; entonces, Desiderio, no pudiendo ya soportar
la lúz del día ni arrostrar la muerte, clama sollozando: B a je­
mos, escondámonos en las entrañas de la tierra, lejos del aspec­
to y de la cólera de tan terrible enemigo. Ogiero, trémulo, que
conoce por experiencia el poder y la fuerza de Carlomagno, le
d ic e : Cuando veáis a las núeses, agitarse de horror en los cam­
pos, al P o y al Tesino batir las murallas ennegrecidas por el
hierro, entonces podéis creer que llega Carlomagno. A ú n no
había acabado de pronunciar estas palabras, cuando empezó' a*
distinguirse hacia el oriente como una nube tenebrosa levantada
por el viento boreal, que convirtió el más esplendente día en
horribles som bras; pero a medida que se acercaba el emperador,
e l resp’andor de sus armas envió a la gente encerrada eri la
dudad una brillantez más espantosa que la más profunda noche;
Entoñces apareció el mismo Carlos, hombre de hierro, cubierta
la cabeza con un casco de hierro, con manoplas de hierro' en lá¿
manos, el vientre guarnecido de hierro, una coraza de hierro
sobré sus hombros de m árm ol; eñ la mano izquierda una gruesa
.lanza dq hierro, que blandía en el aire, y apoyada la derecha en
su' invencible espada. L o que yo, pobre escritor, he procurado
pintar largamente, O giero lo vió de una ojeada, y dijo a Desi­
derio: H e ahí al que buscáis con tanto afán, y cayó como cae
l% 2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

un cuerpo m uerto'1' (i). Si — al decir de los cronistas popula­


res— tal temor causaba en las muchedumbres la aguerrida ma­
jestad de Carlom agno, ¿qué impresión 110 ha de producir en.
nuestras almas la augusta majestad del M onarca supremo y
Señor universal, R ey humano elegido de mano de Dios nuestrp
Señor, a quien hacen reverencia y obediencia todos los príncipes
y todos los hombres cristianos? .

“ SEG U N D O P D N C T O . E l segundo, m irar cómo este R ey habla


a todos los suyos, dlziendo: M y voluntad es de conquistar toda la
tierra de in fieles; por tan to, quien quisiere venir eomigo h a de
ser contento de com er como yo, y así de beber y vestir, etc,; a si­
mismo, h a de trab ajar comigo en el día y vigilar en la noche,
etc,, porque así después tenga parte comigo en la victoria como
la h a tenido en los trab a jo s” ,

“ E l segundo, mirar cómo este R ey habla a todos los suyos”


L a arenga del rey temporal no es retórica y artificiosa, al estilo
de los historiadores clásico.s,;,-sino sencilla y llana. Nabucodonp-
sor convocó a los grandes y príncipes y guerreros y les- descu­
brió su intento de sujetar a su dominación toda la tierra (2).
E sta misma empresa propone a todos los suyos el R ey suprem o:
“ M i voluntad es conquistar toda la tierra de in fieles” , Existen
pueblos sin número anegados en las sombras del e rr o r; existen
todavía mil quinientos millones., de paganos sepultados en las
sombras de la muerte. V ed el imperio chino, donde se arrojan
todos los días centenares de niños por las calles; mirad los are­
nales africanos, donde se rinde culto inicuo a Satanás y se k
ofrendan cruentos sacrificios; contemplad los arrecifes oceáni­
cos, donde tribus nómadas sin ventura devoran palpitante
carne humana y beben en los cráneos la sangre de sus venas.
V am os a arrancar a tan infelices muchedumbres del yugo del
dem onio; vamos a convertirlas a la fe cristiana, a devolverlas,
la paz y verdadera libertad (3), T al es la empresa.
Oigam os ahora las condiciones. “ Quien quisiere venirt eoih
m igo, ha deser contento de comer cómo yo, y así de beber y"
vestir, etcétera; así como ha de trabajar conmigo en el día y
vigilar en la noche, etc,” E s necesario velar, luchar, trabajar.

„ : (1) Monje de San Galo, De fjactis jCaroli Magni apud. Ces. ,Cantó,
tomo 4.0, cap. 20. ' ‘ ’'
<2) Judit, 2, 2-3. ‘
(3) -,Cf. Manresa, Rey. temporal, punto, primero.; .. . u. , : g : n*
DEL REINO DE CRISTO 183

L as enemigos son muchos, el trabajo duro, el combate ñero, la


lucha encarnizada. Pero, ¿quién ha visto al soldado comer del
plato regio, beber en su copa, vestir su púrpura, ceñir, su corona,
y quién ha visto jam ás al monarca vestir de soldado, morar en
su tienda, form ar en sus filas, turnar en sus guardias ?
Tales son las condiciones. Digam os ahora el sueldo y recom­
pensa : " Porque así después tenga parte conmigo en la victoria,
como la ha tenido en los trabajos” . El Rey supremo, particione­
ro de la lucha de sus soldados, constituye a sus soldados parti­
cioneros del triunfo de su gloria, conforme a aquellas .palabras
del S alva d o r: “ Padre, los que me diste quiero que estén con­
migo en mi compañía, para que contemplen la gloria que me
diste” (1). “ Yo os dispongo un reino como me lo dispuso a M í
mi Padre, para que comáis y bebáis en mi misma mesa en mi
reino y os sentéis sobre doce tronos, para juzgar las doce tribus
de Israel” (2). T al es el sueldo y recompensa. Y al escuchar
semejante arenga, ¿qué deben responder los fieles vasallos?

“ T E R C E R P U N C T O , El tercero, considerar qué deuen respon­


der los buenos súbditos a rey ta n liberal y ta n hum ano, y, por
consiguiente, si alguno no aceptase la petición de tal rey, quánto
sería digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por
peruerso cab allero” .

E l tercero: “ el tercero considerar qué deben responder los


buenos súbditos a R ey tan liberal y tan humano” . Si están lle­
nas las historias de ejemplos generosos del heroísmo y fidelidad
de los vasallos, ¿qué deberán responder los buenos súbditos a
R ey tan liberal y tan humano? Si al ver los godos en Guadalete
a don Rodrigo lanzarse de su carroza a la batalla se precipita­
ron todos ellos a la m uerte; si al ver los imperiales de Munda
a Julio César batirse cuerpo a cuerpo con los pompeyanos se
lanzaron todos ellos a la victoria; si a la mágica elocuencia de
P edro el ermitaño o el m elifluo abad de Claraval, niños, m uje­
res, ancianos, muchedumbres innúmeras, inermes, vadeaban ríos,
trasponían montes, y a cientos y a millares sucumbían de ham­
bre y de fatiga en las abruptas montañas al grito generoso de

(1) P a te r, quos dedísti m ihi, v o lo ut ubi sum ego, et illi sint m ecum :
u t videant cla rita te m m eam quam dedísti m ihi. Joan., 17-24.
(2) E t ego dispono vobis sicut disposuit m ihi P a te r m eus regn um ,
u t edatis et bibatis sup er m ensám m eam in regn o m e o ; et sedeatis
su p er thronos ju d ica n tes duodecím trib u s Israel. L u c., 22, 29-30.
l8 4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

“ D ios lo quiere” , ¿qué deben responder los buenos súbditos a


R ey tan liberal y tan hum ano? ¡Q u é noble es el Monarca, qué
gloriosa la empresa, qué ventajosas las condiciones, qué colma­
da la .recom pensa! Solamente pueden rechazar tan noble ínvi-,
tación el egoísmo, la deslealtad, la cobardía, el torpe miedo, ins­
tintos ruines e innobles, que al vasallo noble y generoso le in fa­
man y envilecen en la presencia del rey humano y el aprecio y
la estimación de sus nobles y generosos caballeros: “ Y , por con­
siguiente, si alguno ■ aceptase la invitación de tal R ey, cuántü
sería digno de ser vituperado y tenido por perverso caballero” ,
H e aquí la parábola ignaciana; vamos a pasar ahora a su
aplicación.

¡¡í ^

“ La segunda parte deste exercticio consiste en ap licar el


sobredicho exem plo d e lv e y , tem poral a Xpo. nuestro Señor, con­
form e a los tres punctos d ich os” .
Prim er puncto. “ Y quando al prim er puncto, si ¿al bocación
consideram os del rey tem poral a sus súbditos, quánto es cosa m ás
digna de consideración ver a Xpo. nuestro Señor, rey eterno ( 1),
y delante de todo el vniuerso mundo, al qual a cada vno en p a r­
ticular llam a y dice: M y voluntad es de conquistar todo el m un­
do (2), y todos los enemigos ( 3), y así en trar en la gloria de m i
Padre ( 4); por tanto, quien quisiere venir conmigo, h a de trab a ­
ja r conmigo ( 5), porque siguiéndom e en ia pena tam bién me siga
en la g lo ria ” (6).
“ L a segunda parte de este ejercicio consiste en aplicar e l
sobredicho -ejemplo del rey tem poral a Cristo nuestro Señor” .

Esto es, consiste en comparar rey con R ey, empresa con em­
presa, enemigos con enemigos, trabajos con trabajos, guerras
con guerras, victorias con victorias, triunfos con triunfos, que

(1) IX -R eg., V I I , 12 -13 -16 . P s ., 2-Ó. L X X X V I I I , 28-38. Is., XX,


6-7. Zach., I X , 10. M a rc ., X V I , 19. L u c., I, 32-33. Joan., X V I I Í , 36-37.
(2) P s . X X I , 28-29. D a n ie l, V I I , 13-14. M a t., X X V I I f , 18-20,
M a rc., X V I , 15-16.
(3) P s . C I X , 1-2-5-6.
(4) L u c., X X I V , 26,
(5) M a t , X , 24-25-38; X V I , 24. M a rc., V I I , 34- L ü c., V I , 4 .*;
IX , 2 3 ; X I V , 27. Joan ., V I I I , 12 ; X V , 20. P e t , I I , 21. Joan,, I I , ó,
(6) M a t , X V I , 27. L u c., X X I I , 28-30. R o m ., I I , 6 ; V I I I , 17.
&POC., I I , 7 - 1 7 ; I I I , 1 2 -2 1 ; X X I I , 12.
DEL. KEIXO DE CRISTO

distan entre sí de tal manera cuanto dista lo'hum ano de ló di­


vino, lo temporal de lo eterno. Es decir, una distancia inñni-,
ta (i).

.P R IM E R P U N T O

a) “ Y cuanto al primer punto, si tal vocación consideramos


del rey temporal a sus súbditos, cuánto es cosa -más digna de
consideración ver a Cristo nuestro Señor, Rey eterno” . San
Ignacio, con su acostumbrada sobriedad, no hace más que apli­
car la parábola del rey temporal al R ey eterno, sin añadir más
que este único comentario: “ Cuánto más digno de considerar es
ver a Cristo nuestro Señor, R ey eterno” , y es así. Aquel rey era
humano, éste divino; aquél temporal, éste eterno; aquél puro
hombre, éste H ijo de D ios; aquél elegido de mano divina, éste
ungido con el óleo mismo de la divinidad. ¿Q u é criatura no
echara a rapiña y usurpación igualarse al Criador? (2). ¿Q u é
hombre oyó jam ás de su señor aquel divino dictado: “ T ú eres
mi hijo, hoy te he engendrado” ? (3). ¿Q u é mortal .comprobó la
fe de su divinidad con milagros y profecías y con la profecía
y el milagro de su resurrección? Solamente Jesucristo, que, sin
temer la ira de sus enemigos ni eludir el furor de sus persegui­
dores, protestó así soVmnemeñte con sus divinales labios aque­
lla sentencia categórica: " E l Padre y Y o somos una misma
co sa ” (4). P ero este R ey divino es también R ey humano (5):
de carne, como nosotros (6); niño, como nosotros (7 ); adoles-

(1) A p p lic a tio h a ec studíose facíe n d a p er om nes p artes suas con -


feren d o regem cum rege, exp ed itio n em cum expedition e, hostes cu m
hostíbus, lab ores cum laboribus, p raeíia cum p raeliis, victo riam c u m
vic to ria , trium ph um cum trium ph o. E t ve ro híc om nia tan to m a y o ra,
quanto divin a hum anis, aetern a tem p oralibus p ra esta n t: discrim en s ciíicet
infinitum . R o ó th a an , 132 n.° 4.
(2) P h ilip ., 2-6.
(3) P s ., 27.
(4) E g o et P a te r unum sum us. Joan., 10-30,
(5) T e n ta tu m autem per om n ia pro sim iíitudine absque peccato;
H e b ra eo s, 4 -15.
(6) V e r b u m ca ro fa ctu m est. Joan., 1-14.
(7) P a r v u lu s enim natus est nobís. Isa ías., 9-6.
386 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

cente, como nosotros ( i ) ; fatigado, como nosotros (2); ham­


briento, como nosotros (3); dolorido, triste, agonizante, mortal,
como nosotros (4); se anonadó a sí mismo hasta tomar la form a
de siervo y hacerse semejante al hombre. Pero cuán excelente
fue su humanidad en el alma y en el cuerpo y en su realeza.
Su alma, absolutamente,, impecable {5)4 la gracia, sum a; los
méritos, infinitos (ó); la ciencia, perfectísim a y beatífica (7);
las virtudes, infusas y gracias gratis datas en la plenitud (8);
la voluntad, rectísima y libérrim a (9); el poder, excelentísimo
y absoluto (10). Y a la perfección y hermosura de su ahna co­
rrespondió la perfección y hermosura de su cuerpo, fiel reflejo
de su artífice divino, destello e irradiación purísima de la per­
fección y hermosura de su alma (11). T al fué Jesucristo en su
cuerpo y en su alm a; veamos ahora cuales fueron las dotes sin­
gulares de su soberanía y realeza: Todas las prendas más e x i­
mias que prestigian y realzan a un soberano; las reunió y sobre­
excedió Jesucristo en sí en,grado sobreeminente:

b) Jesucristo es maestro, y M aestro de vida eterna. “ Me


llamáis M aestro — afirmó— y decís bien, porque yo lo so y”
(12). Jesucristo es Pontífice, y Pontífice sumo, Sacerdote eterno,
según el orden de Melquisedec (13). Jesucristo es Capitán, y Ca­
pitán General (14). Y sobre esta triple y suma realeza del magis-

( í ) P ro ficie b a t aetate. L u c., 2-52.


(2) F a tig a tu s e x itinere. Joan., 4-6.
(3) P o s te a e x iiríit. M t,, 4-2.
(4) E x in a n iv it sem etipsum , fo rm a m se rv í accipiens, in sim ilitudinera
hom ín um fa ctü s, et habí tu ín ven tus ut hom o. P h ilip ., 2-7,
(5) M en d ive. V , a rtícu lo V I , thesis prim a.
(6) C f . S . T h o m ., 3, p. 9, 7 a 11, S u á re z , D e incarnat, disp. 22,sect. I.
L u g o , D e in carn at. 4 disp. ió , set. 6, apud M e n d iv e : tom o 5-u
a rtícu lo 5 C te x is 2, loco c it a t o ..
(7) M en d iv e, loco citato , p ág. 95. 4,
¡ (8) Id., p ág . 94.
(9) C f . T a n q u e re y I I , 1.106-9.
(10) Id., 4, i . i i i , 1.113 .
(11) Isa ías, I I , 11-12 . T o tu s d esid erab ílis, C an t. 3-16. Sp ecio su s
fo rm a p rae filiis hom ínum . P s . 44-3.
(12) V o s v o ca tis m e M a g ís te r et D o m in e, et bene d íc ítis ; sum ete-
nim . Joan., 13-13. .■•
DEL REINO DE CRISTO

terio, el poder y el sacerdocio, ciñe Jesucristo a sus divinales'


sienes la tríplice y suprema aureola de la autoridad legislativa,
coercitiva y judicial.
Jesucristo es legislador, que legisló en cuanto Dios entre
rayos la ley antigua en las cumbres sombrías del Sinaí, y legisló
en cuanto hombre la ley nueva en el árbol sagrado de la Cruz.
Y Jesucristo es legislador único, porque toda potestad viene de
D ios (i). Y supremo, porque se le dió toda potestad en el cielo
y en la tierra (2). E íntimo, que 110 ya publica sus leyes en ta­
blas de bronce, sino que las esculpe en las fibras mismas del
corazón. Y legislador absoluto, que no tiene necesidad de que
autoricen sus leyes las cortes y las refrenden sus m inistros; y
legislador eterno, que no legisla para algún tiempo, sino para
todos los tiem pos; y legislador universal, que no legisla para
un estado, sino que legisla para todas las naciones (3).
Jesucristo es Juez, como lo confesamos en el Credo, y Juez
de los vivos y de los muertos (4), y Juez de los buenos y de
los malos (5), y Juez de los hombres y de los ángeles (6), y
Juez universal y supremo e inapelable (7).
Jesucristo no solamente es Juez, sino que vela por el cum­
plimiento de sus leyes, y contiene y castiga la desobediencia de
sus transgresores, ■o, lo que es lo mismo, ciñe a sus sienes la
diadema de la suprema potestad coercitiva. E l Señor castiga a
los pueblos y flagela las naciones; al restallido de su furor surge
la m uerte; el, hambre, la peste, el huracán, son los emisarios de
su justicia. “ Sabedlo, oh reyes — protesta el Salmista— ; enten­
dedlo, oh jueces de la tierra: servid al Señor con temor, alabad­
le con temblor, no sea que el Señor se irrite y perezcáis en
vuestro camino de la senda de los justos” (8). “ De verdad os

(r) N o n e st enira potestas nisi a D eo . R om ., 13-1.


(2) D a ta e st m ihí om nis potestas m coelo et in térra . M a t., 28-18.
(3) E t potestas eiu s a m ari usque ad m are, et a flum in ibus usque
ad fines terra e. Z a ch ., 9, 10.
(4) E t iterum ve n tu ra s est cum g lo ria ju d ica re viv o s et m ortuos.
S y m b . nie.
(s) M a t , 25, 3-4 y .41.
(ó) 1 C o r. 6-3-
(7) Joan., 5-22. E p h ., 1-20.
(8) E t nunc re g e s in te líig it e : erudim ini qui ju d ica tis t e r r a m ; servíte
dom ino in tim o re, et e x u lta te ei cum trem ore. A p p reh en d ite d iscip linam
nequando ira sca tu r D o m in u s, et p ereatis de v ía iusta. R 2-10, et. Y e q .
iSS EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

digo que veréis al H ijo del Hombre sentado a la diestra de la


virtud de Dios, que vendrá sobre las .nubes de los cielos” ( i).
“ Mirad — exclama el vidente del Apocalipsis— : h e. aquí que
viene sobre las nubes, y le verán todos los ojos y cuantos le cru­
cificaron, y llorarán en su presencia todas las tribus de la tie­
rra; entonces se sentará sobre el solio de su majestad y le cir­
cundarán todos tos ángeles, y congregará a los justos a la dies­
tra y a los réprobos a la izquierda y hará el Juicio y justicia
sempiterna” . “ E t ibunt hi in supplicium .cetermtm, justi au-tem
iii'vitam ceternam” .

c) T al es “ Cristo nuestro Señor, R ey eterno, R ey de los


Estados, porque por E l reinan los reyes” (2). “ R ey de los hoga­
res, porque de E l procede toda paternidad en el cielo y en la
tierra” (3). “ R ey de los corazones, porque su reinado reina den­
tro de nosotros” (4). “ Y R ey por derecho de creación, porque
nos hizo, y R ey por título de conquista, porque nos redi­
mió, y R ey por compíómi’so de justicia, porque nos rege­
n e ró / y R ey de los elementos, porque le obedecen, y R ey de la
enfermedad, porque las sana, y R ey de la muerte, porque la resu­
cita, y R ey de los cielos y de la tierra y de los hombres y de
los ángeles, y R ey divino y eterno y supremo y universal” . Si,
al ver con sus ojos la ciencia y opulencia y magnificencia de la
realeza de Salomón, la reina de Saba le decía; “ Cierto es cuanto
de ti me dijeron” . “ Ecce plus quam Salomón h ic” (5), “ ¿cuánto
es cosa más digna de consideración ver a Cristo nuestro Señor,
R ey eterno, y delante de E l todo el universo m u n d of”

d) T al es el R e y ; veamos ahora cuál es la empresa. “ M i


voluntad es de conquistar todo el mundo y .todos los enemigos,
y así entrar en la gloria de mi P ad re; por tanto, quien quisiere
venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en
la pena también me siga en la g lo ria” .
L a empresa a que nos invita el R ey eterno, en todas sus cir­
cunstancias es grande y digna de la grandeza misma del Señor.
i
(1) A m o d o yidebitis filju m hom inís sedentem a d e x tris v írtu tis D ei
et venienteni ín nubibus co eíi. M a t* 26-64.
(2) Prov., 8-15.
(3) Ephes., 3, 15.
(4) L u c., 17-21.
(5) M a t , 12-42.
DEL REINO DE CRISTO

L os enemigos son grandes; el demonio, el mundo y la carne, los


herejes, la impiedad; las armas, grandes: la fe, la oración, la
humildad, la paciencia, el celo, la caridad; la compañía, gran d e:
los mártires, los apóstoles, los confesores, las v írg en e s; el Ca­
pitán, g ra n d e : el triunfador de todos los enem igos; el Rey de
los reyes y el Señor de los que dominan; el motivo, grande: la
libertad, la paz, la-bienaventuranza; el fin, grande: la gracia, la
salvación, la gloria del Señor; el sacrificio, grande: el regalo,
el interés, la comodidad, la misma vida; el estipendio, grande:
los sacramentos, las inspiraciones, la asistencia divina del Se­
ñ o r; la recompensa, grande; el ciento por uno en la vida y la
gloria sempiterna (i). lfPor tanto, quien quisiere venir conmigo,
ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también
me siga en la g lo ria” .
T al es el R ey, tal es su empresa; consideremos ahora qué
deben responder los vasallos a tal R ey y tan grande empresa.

SEGÚ N D O PU N TO

a) ilE l segundo, considerar que todos los que tuvieren ■jui­


cio y razón ofrescerán todas sus personas al trabajo” .
San Ignacio, en este segundo punto, no mueve los afectos,
no apela a la generosidad, sino que reclama solamente el juicio
y la razón. Y es así que basta un adarme de cordura y sensatez
para rendirse por completo al llamamiento . del Señor. A sí lo
reclaman la justicia, la gratitud, el interés (2),
L o reclama la justicia: L o reclama mi Dios, de quien soy
sie rv o ; mi Criador, de quien soy hechura; mi Redentor, de quien
'soy rescate. L o reclaman mis títulos de cristiano, mis juram en­
tos del bautismo, mis propósitos de las confesiones, mi fe, mis
creencias, mis convicciones, títulos sagrados de justicia, que a
ningún hombre cuerdo es dado atropellar sin manifiesta nota
de insensatez.
L o reclama la gratitud: Cuanto tengo en el orden de la natu­
raleza, cuanto poseo en el orden de la gracia, cuanto espero en
la recompensa de la gloria, es beneficio divino. El R ey eterno
me crió, me redimió, me perdonó, me amó. Todo cuanto soy,

(1) C f . M a n resa , R e in o de C risto , II.


(2) C f . D u rand., p ág . 270,
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

tengo y espero, es beneficio suyo; solamente es mía la deuda


ingente dé tamaños beneficios. Si nada hay tan insensato como
la ingratitud, ni nada tan pequeño como el sacrificio que el Se­
ñor me impone, no puedo en manera alguna denegarme a la
invitación divina sin manifiesta nota de gravedad e insensatez.
L o reclama nuestro propio interés: E l R ey eterno me invita
para mi salvación. Sin mi correspondencia no hay salvación.
Jesucristo es la puerta ( i ) : sin Jesucristo es imposible alcanzar
la gloria. Jesucristo es el camino (2): sin Jesucristo es imposible
caminar aí cielo. Jesucristo es la vida (3): sin vivir en Jesu­
cristo es imposible la vida eterna. Y 110 hay más puerta, ni más
camino, ni más vida, ni más remedio. N o se salva el que no per­
severa (4). N o triunfa el que no pelea (5). Y no se puede servir a
dos señores (6). N o se puede servir a Dios y al diablo (7). N o
se puede encender una vela a Cristo y otra a Satanás. E l que
no está con Cristo está contra Cristo (8). T al es el estado de la
cuestión; no es menester excitar los afectos ni redam ar la ge­
nerosidad del corazón. Rasta “ la razón y buen juicio para res­
ponder aí llamamiento del Señor” (9).

b) “ Considerar que todos los que tuvieren juicio y razón


ofrecerán todas sus personas al t r a b a j o San Ignacio exige el
sacrificio omnímodo de todo afecto pecaminoso, de todo peligro,
ocasión, riesgo, raíz del pecado; y supuesta esta necesaria dis­
posición, hemos de ofrecer todas nuestras personas al trabajo.
¿ Y qué trabajo es éste? Este trabajo a que invita a todo
el universo mundo y a cada uno en particular, es el trabajo de
conquistar toda la tierra de infieles, de conquistar todo el mun­
do y todos los enemigos. A nadie puede ser indiferente la em­
presa de su S eñ or; la cruz es para todos, el Evangelio para
todos y el apostolado, en cierto sentido, también es para todos
(10 ); y en la ofensiva o en la defensiva, en la vanguardia o en la

(1) E g o sum ostíum . Joan., 10, 9. ■


(2) E g o 's u m ' vía. Joan ,, 14-Ó.
(3) E g o sum vita , Joan ., 14, 6.
(4) M a t., 10-22.
(5). I I T i m . , 2 , 5.
(ó) M a t., 6-24.
(7) M a t., ó, 24,
(8) Q u í non est m ecum co n tra m e est. M atth ,, 12, 30.
(9) C f . D u ran d ,, to co citato , p ág. 270.
(10) P o n le v o y , 145.
í*i
DEL REINO DE CRl'STO 191

retaguardia, en los bagajes o en las avanzadas, en los preceptos


o en los consejos, en la religión o en el siglo, con la sangre, con
el oro o al menos con el deseo, en tu fam ilia, en tus relaciones,
en la parcela que el-S eñ or te hubiere confiado, “ todos tos que
tuvieren buen juicio y razón ofrecerán todas sus personas al
trabajo” ; el trabajo de conquistar toda la tierra de infieles, de
conquistar todo el mundo y todos los enemigos y asi entrar en
la gloria de mi Padre (1).

TERCER PUNTO

El tercero, “ los q u e m a s se querrán a ffecta r y señalar en todo


sérmelo de su rey eterno y Señor vniuersál, no solam ente offres-
eerán sus personas al trabajo, más aún, haziendo contra su
propia sensualidad y contra su am or carn al y mundano, harán
oblaciones de m ayor "sim ia y m ayor m omento, diziendo:
Eterno Señor de todas las cosas: ¥0 hago m y oblación con
vuestro fauor y ayuda, delante vuestra in fin ita bondad y delante
vuestra M adre gloriosa y de todos los sanctos y sanctas de
la corte celestial, que yo quiero y deseo y es m y determ inación
deliberada sólo que sea vuestro m ayor seruicio y alabanza de ym i-
taros en pasar todas inju rias y todo vituperio y toda pobreza,
así a ctu al como spiritual, queriéndome V uestra Sanctíssim a M a-
iestad elegir y rescibir en ta l vida y estad o” ,

a) “ L o s que más se querrán afectar y señalar en iodo servi­


cio de su R ey eterno y universal” . E l segundo punto de la segun­
da parte corresponde al tercer punto de la primera parte. Dice el
tercer punto de la primera parte: “ ¿Q u é deben responder los
buenos subditos a R ey tan liberal y tan humano?” Y responde
el segundo punto de la segunda parte: “ Todos los que tuvieren
juicio y razón ofrecerán todas sus personas al trabajo” . Pero
en este tercer punto no se trata del seguimiento común, sino
del seguimiento singular; no se trata de la sensatez, sino de la
caridad; no se trata de los súbditos, sino de los amigos (2). P or
esto este tercer punto sobreabunda y sobreexcede y rebosa del
tercer punto de la parábola (3). San Ignacio no se dirige sólo
a los buenos súbditos, sino que apela a los que más se' querrán
afectar y señalar en todo servicio de su R ey eterno y Señor
universal, es decir, los que querrán dar más prueba de afecto

(1) M e sc h ler, M e d ita ció n 144, e je rcicio 119.


(2) V o s autem d ix i am icos. Joan., 15- 13*
(3) C f . R o o th ,, 132, núm. 15.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIOÍIM ÚA CUARTO

y aventajarse en el seguimiento del Señor (x). E n la parábola


del rey temporal (2), el súbdito generoso, no solamente ofrece­
ría al rey temporal su personá, sino su familia, sus riquezas,
sus posesiones, su misma vida en las avanzadas, en lo más red ó
del peligro, sin otra ganancia que mostrarse digno de la em­
presa y de su rey. E sto y mucho más, a fuer de fieles vasallos,
han de ofrecer “ al R ey eterno” y “ Señor universaV> los que
más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su R ey
eterno y Señor universal, y no solamente ofrecerán sus perso­
nas al trabajo, sino que harán contra su propia sensualidad y
contra su amor carnal y mundano. San Ignacio reduce todos los
enemigos a uno solo: la sensualidad, que se manifiesta doble­
mente en el amor exterior del aplauso y de la soberbia. E l
Santo nada dice del demonio, porque el reino de Dios, y, a su
semejanza, el reino del pecado, e stá . dentro de nosotros (3).
P o r consiguiente, si nosotros subyugamos nuestra sensualidad,
no sólo en lo vedado, sino también en lo perm itido; no só'o
en lo ilícito, sino también ..en lo honesto, los enemigos exteriores
y el demonio mismo, poco podrán contra nosotros,

b) P or lo dicho aparece claramente cuánto excede y supe­


ra este principio y fundamento al fundamento y principio de 1a
anterior semana; porque allí el término de la consideración era
la indiferencia en ío contrario, aquí el ofrecimiento a la contra­
riedad ; allí era la meta la resignación en lo adverso, aquí el
punto de partida el amor de toda adversidad. Quédese en buena
hora para la turbamulta de buen juicio y razón, la honra mere­
cida, el regalo lícito, el aplauso honesto; los que profesan ser
discípulos de Cristo. “ Chrishtm didicisse” (4), que eso significa
ser discípulo de C risto ; el confesor, el mártir, el apóstol, “ qui
sunt Cfaristi” , postergada la humana prudencia y sensatez, 110
se contentarán tan sólo con ofrecer sus personas al tra b a jo ;
m ás aún: haciendo contra su propia sensualidad y contra su
amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y
m ayor momento. Hemos llegado a uno de los momentos más
solemnes de los ejercicios y de toda la vida espiritual,. E l ejer-

(1) C f . N o n ell, E stu d io sobre el te x to , p ágin a 188.


(2) C f . R o o th ., loco citato .
(3) R e g n u m D ei ín tra vo s est. L u c .f 17-2 1.
(4) E p h ., 4-20.
DEL REINO DE CRISTO 193

citante, postrado de hinojos delante del acatamiento de su


R ey eterno y Señor universal y confundido ante su propia
vileza .y ruindad, despliega sus labios temblorosos, y, con m ag­
nánimo corazón, entrecortado por la emoción, ofrece a la divina
majestad el sacrificio de sí mismo, la oblación de mayor estima
y momento, diciendo:
c) “ Eterno Señor de todas las cosas: Yo hago mi oblación
con vuestro favor y ayuda delante vuestra infinita bondad y
delante vuestra Madre gloriosa y de todos los santos y santas
de la corte celestial, que yo quiero y deseo, y es mi determina­
ción deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza
de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda
pobreza, así actual como espiritual, queriéndome Vuestra San­
tísima Majestad elegir y recibir en tal vida y estado
San Ignacio, tan breve y ceñido de ordinario, que no hace
más que mostrarnos la vena de la espiritual devoción para que
el alma se anegue hasta embriagarse en sus purísimos raudales,
y esto singularmente' en los coloquios, donde quiere que el alma
a solas, sin testigo, converse y se solace con su Dios, “ como
un amigo habla a otro o un siervo a su señor” , esta vez cambia
de táctica y dicta al ejercitante un memorial tan concreto y de­
tallado que presagia en sus rasgos principales la fórm ula misma
de los votos de la Compañía.
N ada falta en tan breve fórm ula: Los contrayentes, los tes­
tigos, la ofrenda, las condiciones.
L os contrayentes son Dios, y el hombre, el oferente y el
ofrendado. “ Eterno Señor de todas las cosas” : “ Omnipotens
sempiterne D e u s” (1 ): E l ejercitante se remite al Señorío de
Dios, señorío eterno, de todos los tiempos, y universal, de todas
las cosas; título divino el más absoluto y obligatorio.
1 “ Yo, delante de la eternidad y divinidad del Señor,
hago mi o b l a c i ó n Compareciendo de hinojos en el polvo en
toda su pequenez y poquedad, el oferente. Y o , con todo cuanto
tengo y puedo, sin añadir nada ni quitarme nada: uEgo Ucei
undeemnque divino conspectu indignissimus” (2).
“ Con vuestro favor y ayuda delante vuestra infinita bon­
dad” , E l ejercitante, antes de ofrecer la ofrenda, temeroso de

(1) F o rm u la v o to ru m S . J,
(2) Ib id
13
2 94 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA CUARTO

su debilidad y de la magnitud de su oblación, se remite con­


fiado a la bondad y misericordia infinita del Señor: “ Fretus ta­
imen pietate et misericordia tua infinita et impulsas tibi servien- (
di desiderio” , T ales son los contrayentes. E l oferente, indigní-
simo y confiado; el ofrendado, omnipotente y misericordioso. i
Veam os cuáles son los testigos: “ Delante de vuestra M adre ^
gloriosa y de todos los santos y santas de la corte celestial” . (
E l ejercitante ofrece un espectáculo de admiración al mun- ^
do y a los ángeles y a los hombres (i). L e asiste la V irg en j
M aría, la M adre gloriosa, cuyos labios virginales dictaron en j
M anresa esta oblación y el libro todo de los ejercicios, cuyas (
armas veló el hijo de Loyola en M ontserrat; le circundan los 1

santos y santas y singularmente el ángel de la guarda, los san- )


tos de su devoción. É l ejercitante, hecho espectáculo de admi- (
ración al mundo y a los ángeles y a los hombres (2). “ Coram (
beatissima Virgine -María ei curia tua ccelesti universa D es- j.
pues de esta humilde plegaria y evocación del cielo, hace la
oblación.
2) “ Q ue yo quiero y deseo y es mi determinación delibe­
rada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza” .
Conviene subrayar cada una de las palabras: “ Que yo quie­
r o ” con un querer viril, no veleidoso; “ y deseo” con un deseo
actuoso, no ineficaz; “ y es mi determinación deliberada” , es
decir, pensada, ponderada, encomendada, firme, constante, inque­
brantable.
T a l es la disposición del oferente; veamos ahora la materia
de la oblación.
3) “ D e imitaros en pasar todas las injurias y todo vitupe­
rio y toda pobreza, así actual como espiritual” .
“ D e imitaros” : L a materia de la oblación es la imitación de
Jesucristo, y porque esta imitación es múltiple e indeterminada
podría ser ineficaz. San Ignacio, a ejem plo del Apóstol, que
dice (3): “ N on enim judieavi m e . sd re atíquid Ínter vos nisi
' Jesum ChrisUim et hunc crucifixum ” , no sólo nos propone la
imitación en general de Jesucristo, sino que la restringe a lo

(1) S p ecta cu lu m fa c ti su m a s m undo, et A n g e lí s, et hom in ibus.


I C o r., 4, 9. .'1(
(2) Ibid,
(3) I C o r., 2, 2. (

(
P E LA ENCARNACIÓN m

más arduo y dificultoso, y añade: “ D e imitaros en pasar todas


injurias y iodo vituperio y toda pobreza, así actual como espi­
ritual” . x. aunque nada se dice aquí en la oblación, del aposto-"
lado; pero lo incluye, esto es, " hacer contra la sensualidad y
contra el amor carnal y mundano” , esto es, “ ofrecer todas sus
personas al trabajo” , esto es, “ buscar en et Señor nuestro la
mayor abnegación y continua mortificación en todas tas cosas
posibles” (i), y porque el apostolado es campo más feraz de
oprobios y vituperios, y porque los oprobios y vituperios, más
todavía que en la vida íntima de Jesucristo, abundaron en su
vida pública, en la sinagoga, villas y castillos, en el huerto, en
el pretorio, en el Calvario, L a oblación ignaciana incluye term i­
nantemente la profesión de la vida apostólica: Paupertatem,
castiiatem et obedientiam in S o cié tate Je su.
San Ignacio quiere que el ejercitante no tenga más ideal
que trabajar por la Iglesia de Jesucristo, ni más dolor que sus
dolores, ni más alegría que sus prosperidades, ni más galardón
que su servicio, ni más" peña y aflicción que no m orir sin haber
hecho y padecido algo grande por la Iglesia de Jesucristo y la
gloria del Señor (2).
T al es el espíritu de la oblación, ignaciana; pero esta obla­
ción absoluta de parte del hombre es condicionada de parte de
D ios: “ sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza” , y esta
condición, que la repite dos veces San Ignacio, en tan breve
fórm ula “ queriéndome V u estra Santísima M ajestad elegir y
recibir en tal vida y estado” , se verificará más adelante.
“ P R IM E ííA N O T A . Este exercieio se liará io s vezes a l día,
es saber: a la m añ an a en levantándose y vn a hora antes de
com er © de cenar.
SEG U N D A NOTA» P ara la segunda sem ana y así p ara ad e­
lante, mucho aprouecha leer algunos ratos en los libros de “ ym i-
tatione X pL ” © de los Evangelios y de vidas de sanctos

(O E x ., c. 4, núm . 46.
(2) C f . M e sc h le r, lo co cítato.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

Ü e iita e ié ü decim ocuarta

DE- LA ENCARNACIOM

“ E l prim ero día y prim era contem plación es de la E n carn a­


ción, y contiene en sí la oración preparatoria, tres preám bulos y
ire s punctos y vn coiloquio” .

Com o nos enseñó San Ignacio a orar orando, así nos ense­
ñó a contemplar contemplando. Y como nos inició en la prime­
ra semana en el ejercicio de las tres potencias, nos inicia en la
segunda semana en la triple vena de la contemplación ignacia­
na: “ V er las personas} oír sus palabras, considerar sus accio­
nes*7. N o señala San Ignacio más que estas tres fuentes; pero
éstas no excluyen — al decir del Directorio— ■otros títulos de
la devota contemplación'-: - L os pensamientos, afectos, virtudes
de las personas ;el modo, fines, causas, tiempo de los misterios
y otras circunstancias que se entrañan en las tres primeras y
de ellas fluyen y se derivan (r).
E sta triple iniciación no significa el orden que ■ hemos de
seguir, sino la vena que hemos de beber, el raudal que tenemos
que gustar, el venero más límpido 3' abundoso de la ignaciana
contemplación. Contemplación simplicísima, que se aprende en
dos solas lecciones y que en adelante la practica el ejercitante
sin más iniciación que una breve sinopsis del misterio (2).

(1) C f , D e n is, I I , p ág. 58.


(2) C u m S . P . pro h o c E x e r c it io re m iíia t hoc loco ad ea pun cía,
qu ae h ab en tu r in fr a , scil. in serie M y sterio ru m V it a e J. C . D . N .
q u a eri p otest cu r e rg o ponet m o x , et in h o c ipso E x e r c it io et in se-
quenti de N a tiv ita te , tría illa puncta, quorum prim um p erson as, secun-
dum earu m verb a , 'te rtiu m action es contem plandas d o cet? H u jc quaes-
tíon i respon det D ire c to riu m ca p ítu lo X I X , 5 et 6, a c m odum t r a d it ;
quo v e l ru d is quisque, m odo bonae vo lu n ta tis sit, víta m J. C . m editari
fa c ilíta te m a x ím a n ec m in o re fr u c tu p o te r it “ Q u o d in m editatione,
ínquit, In ca rn atio n is et N a tiv íta tís d icítu r de con tem p lan dís personts
et ca ru m v e rb ís et operibus, ín te llig í debet refe.rendo ad illam , quam d ix i-
m us, distríbution em , quae in fine lib ri ponítur, nem pe, co gita n d o haec in
sin g u lis punctís, u t o ccu rru n t o rd in e s u o ; non autem quod n ecessariu m
s it om nes prrns person as to tiu s m isterii, deínde om nía v e rb a eju sd em
a c dem um o p era sep aratim m e d ita r i; hoc enim p ra esertim in quíbusdam
DE LA ENCARNACIÓN 197

í(L a sólita oración preparatoria.


PRIMER P R EÁ M B U LO . E l prim er preám bulo es traer (a ia
mem oria) la historia de la cosa que tengo de contem plar, que
es aquí cómo las tres personas diuinas m iravan toda la planicie
o redondez de todo el mundo llen a de hom bres y cómo viendo
que todos descendían al inñerno (1), se determ ina en la su eter=
nidad que la segunda persona se h aga hom bre para saluar el
género hum ano, y así, venida la plenitud de los tiem pos (2), em -
biando a l ángel S an G rabiel a nuestra Señora ( 3).
SEG U N D O PR EÁ M B U LO . E l segundo, composición viendo el
lu gar; aquí será ser la grande capacidad y redondez del mundo
en la qual están tan tas y tan diuersas gentes; asimismo, después
particularm ente, la casa y aposentos de nuestra Señora en la
ciudad de N adaret en la provincia de G alilea.
T E R C E R P R E Á M B U LO . E l tercero, dem andar lo que quiero;
será aquí dem andar conoscimíento interno del Señor que por m y
se h a hecho hom bre, para que m ás le am e y le siga.
N O TA. Conviene aquí notar que esta m ism a oración prep a­
ratoria, sin m udarla, como está dicha en el principio, y los mis-»
mos tres preám bulos se an de hazer en esta sem ana y en las
otras siguientes, m udando la form a, según la subiecta m a teria 5*.

L os preámbulos — como anota San Ignacio— son siempre


los m ism os: el .primero, la historia breve del misterio, y el se­
gundo, la escena en que se desarrolla la historia. Estos preám­
bulos, entendidos de esta manera, cambian conform e a la sub-
yecta materia. L o que no cambia en toda la segunda semana es
el tercer preámbulo o petición: “ Conocimiento interno del Señor

m editatíonibus p a re re t con fu sion em . Q u a re hoc tan tum v o lu ít B . P . lg->


natíus, re gu lam daré in sin gu lis punctis, quo m editan tis in tentio fe r r i
d e b ea t: prím um quídem in ipsas personas, quae Ín illo puncto o ccü rra n t,
tüm ad verb a , si p riu s verb a , vel ad ía c ta , sí príus o ccü rra n t fa c ta . E t
ita absoluto uno p un cto tra n se a tu r ad aíiud, eum dem ordin em in eo
s e rv a n d o ” . E t ad d it 7 : C e teru m etsi hic tantum m entio ‘fit de his tribu s,
non tam en p ro h ib etu r, quin possint etiam addi a lia puncta, ut v. g . c o g i-
tation es et a ffe c t u s p erso n arum in terio res, tum etiam v irtu tes et p ra e-
terea m odus et finís m ysterio ru m , quae o ccu rru n t, ca u sa ítem et e ffe c tu s ,
tem pus et reliq u a e circu m stan tiae, ut ío ecu n d io r sit m editatio, et tn á jo r
e ju s f r u c tu s ” . E r g o quae S . P . m o x su b jicit puncta, person arum , v e r -
b o ru m et operum , non tam , ordinem Ín m editatione servand um e x p rí-
ínúnt quam m ateriarn, c ír c a quam v e rs a ri m editatio debet, R o o th ., 140,
núm . 10,
(1) R ecte m onet R o o th . A n o tacio n e s 12, p ág. 73. C o n sid erar! hoc
loco, hum anum gen u s a bstractio n e fa c tá a redem ptíone. sive quaíe fo re t
slne redem ptionís beneficio. M on um en ta ign atiana, hoc loco.
(2) G a la t , 4-4.
(3) F o lio 4 1, l i t e.
1.98 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” .


Com o es esta petición el fin práctico de toda la segunda sema­
na, conviene que la entendamos. Demandamos conocer, amar,
seguir a Jesucristo. Primeramente conocer, “ u í cognoscant te,
solum verwm D eum ” (i). Conocer, pero no con conocimiento
superficial, sino conocimiento interno de la parte de Jesucristo;
de su vida, empresas, doctrinas, m áximas/ pensamientos más
íntimos de su mismo espíritu y corazón. Conocimiento interno
de la parte nuestra: de trato, estudio, conversación; del ejer­
cicio de nuestras potencias interiores: memoria, entendimiento,
voluntad; de lo más íntimo de nuestra alma y nuestro corazón,
Pero no para en sólo el conocimiento del Señor la petición
de San Ignacio y de toda la segunda semana, sino que se pide
conocimiento para más amarle, es decir, no un conocimiento
crítico, filosófico, histórico, sino un conocimiento amoroso, ar­
diente, abrasado, para más amarle, esto es, amarle siempre más,
sin término ni medida.
N o se contenta San Ignacio con el conocimiento amoroso
del Señor, sino que quiere que este amor no sea baldío y estéril,
sino eficaz y actuoso y operativo; amor de entrega incondicio­
nal, de donación omnímoda, de seguimiento: amor eficaz. Que
se incluye en la obediencia de aquel amoroso llamamiento tan­
tas veces repetido por Jesucristo: “ Sequero me, tu me seque-
re ” . “ Para más amarle y seguirle” : de cerca siempre, hasta la
muerte, dondequiera que me líame su santísima voluntad.

Prim er puñete. El priiper puncto es "ver las personas, la s vnas


y las otras. Y prim ero las de la haz de la tierra: en (tanta diuer-
sidad, así en trajes como en gestos, vnos blancos y otros negros,
vnos en paz y otros en guerra, vnos llorando y otros riendo, vnos
sanos y otros enferm os, vnos nasciendo y otros m uriendo” .

E l primer punto es ver las personas, las unas y las otras,


y primero las de la haz de la tierra. N o se crea — dice el Padre
Poothaan— que esta amplificación ignaciana es un ejercicio
retórico para solaz del ejercitante, sino que es una prueba la
más irrefragable de la miseria de nuestra naturaleza y la nece­
sidad de la redención. Y su consideración es de tanta utilidad,

(r) Joan., 17-3.


DE LA ENCARNACIÓN 19 9

que si en ella consumiéramos la hora entera del ejercicio, no


tendríamos por qué arrepentimos.

“ E l primer punto es ver las personas, las unas y las otras,


y primero las de la haz de la tierra en tanta diversidad, así en
trajes como en gestos” . Todas ellas forman la misma naturale­
za, todas ellas tienen el mismo fin, todas pecaron en el mismo
pecado, redimió la misma redención. “ Unos en paz” , se entre­
garon a los v ic io s ; “ otros en guerra” , se desenfrenaron en la
venganza; unos en el libertinaje, rieron sin tasa; otros en la
esclavitud, lloraron sin consuelo; unos nacieron en la miseria,
otros murieron en la desesperación. Todas estas vicisitudes de
la vida humana, antes de Jesucristo, que son las mismas vicisi­
tudes de la vida humana después de la redención, sin la fe de
Jesucristo, nos demuestran palpablemente la ruindad de nuestra
naturaleza y la necesidad de nuestro rescate. “ Omnis quippe
caro cormperat viain suam” (1). El demonio corrompió a los
mortales y reinó con el nombre de Júpiter en Roma, con el
nombre de Diana en Grecia y con otros nombres bárbaros y
feroces en la Decía y la Germania. Todos los hombres pecaron,
vivieron como bestias, murieron como réprobos y se precipi­
taron como demonios en el infierno. T al es la siniestra silueta
de la humanidad allende la redención.

“ Segundo. V er y considerar ias tres personas diurnas, como em


el su solio real o throno de la diurna m aiestad, cómo m iran toda
la h az y redondez de la tierra y todas Jas gentes en tan ta ce­
guedad y cómo m ueren y descienden a l infiern o” .

V e r y considerar las tres personas divinas. L a escena va a


cambiar diametralmente, ele las tinieblas a la luz, del pecado a
la justicia, de la bajeza de la tierra a la cumbre misma de los
cíelos, “ el solio real o trono de la su divi-na majestad” . “ V er
y considerar las tres personas divinas” . E l Padre, que eterna­
mente se conoce y engendra al H ijo. E l Plijo, que eternamente
ama y es amado del Padre y expiran el Espíritu Santo, E l
E spíritu Santo, amor personal, eterno, subsistente del Padre y
del H ijo. “ Como en el su solio real o trono de la su divina ma~

(1) E x c e ls io r coelo est, p ro fu n d io r in fe rn o , lo n g ío r té r ra m en su ra


e ju s, et la tio r m a ri, Job, 11, 8-9,
200 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

j e s t a d “ M ás alto que los cielos, más profundo que tos abis­


mos, más dilatado que la tierra, más ancho que los mares” (i).

“ Cómo miran toda la has y redondee de la tierra” . No con


ojos de venganza, como miraron la prevaricación de los' ángeles,
sino con mirada de compasión y bondad. Les da pena a las
divinas personas ver las criaturas más débiles de sus manos
“ cómo mueren y descienden al infierno” , y con aquella mirada
penetrante que alcanza todas las distancias y abarca todos los'
tiempos, sorprenden con presentísima intuición las muchedum­
bres todas de todos los tiempos y de todas las naciones, “ todas
las gentes en tanta ceguedad” , y a todos miran con bondad, con
mirada de compasión y misericordia.
“ Tercero. V er a nuestra Señora y al ángel que, le saluda y
reflectir p a ra sa ca r prouecho de la ta l v ista ” .

H em os cernido nuestros ojos a la bajeza de la tierra y


hemos levantado nuestra m irada a la excelsitud del c ie lo ; vamos
a fija r ahora nuestra atención en la casita de N azaret, que, er­
guida sobre la tierra y suspendida del cielo, constituye por la
virtud del Altísim o el vínculo de unión entre la tierra y el cielo.
E n un valle risueño y fresco que oculta el Líbano entre sus
laderas como nido escondido entre el follaje, se levanta la pe­
queña ciudad de N azaret; sus casitas escalonadas en la ladera,
las sombrean los parrales y los naranjos. U na casita de éstas,
pequeña y pobre, pero limpia y graciosa, es el teatro del acon­
tecimiento más grande que vieron ni verán jam ás los siglos; el
augusto misterio de la Encarnación.
“ Ver particularm ente la casa y aposentos de N uestra Señora
en la ciudad de N a za ret” {2).

Traspongam os el humilde vestíbulo sombreado por las higue­


ras y los parrales. A nuestros ojos se tiende un pequeño taller
en que trabaja un hom bre; más adentro se esconde un solitario
aposento en que ora una V irgen, la cabeza inclinada, los ojos
bajos, las manos cruzadas en el pecho, en tan subida oración
cual no oirá jam ás mortal a’guno (3). E s M aría, la H ija de Da-

(1) G én ., ó - 12.
(2) S e g u n d o preám bulo.
(3) H a b ita b a tq u e Ju d a e t Is ra e l absque tim o re ú llo un usquisque sub
v ite sua et sub ficu sua. I I I R e g ., 4, 25.
DE LA ENCARNACIÓN 201'

vid, la estrella de Jacob, la segunda Eva, la V irgen profetizada


por Isaías (i),
¿ Y qué ora? “ Que se extinga la culpa, que alboree la ju sti­
cia sempiterna” (2), “ que destilen los cielos, que lluevan al ju s­
to, que se abra la tierra, que germine el Salvador” (3).
L os cielos se inclinan a la oración de la V irgen, el Todopo­
deroso le envía embajadores (4).
“ V er al ángel que le saluda” , E l aposento de la V irgen se
alumbra con luz del cielo. Traspone sus umbrales el ángel del
S e ñ o r ; no es un ángel de los mínimos, de las angélicas legiones
que sirven al Señ or: es un ángel excelso, cual reclama la mag­
nitud de la em bajada; es un príncipe de las milicias celestia­
les, “ la fortaleza de D ios” , el arcángel San Gabriel, “ uno de los
siete espíritus que asisten delante del trono del Señor
“ V er al ángel” que se inclina, se humilla, se arrodilla en
presencia de M aría nuestra Señora; “ ver a M aría nuestra Se­
ñ o ra " que se postra,; :,se turba, se sonroja en presencia del
ángel; ver la sencillez, la modestia, ía devoción de M aría. “ V er
a nuestra Señora y al ángel que le saluda y reflectir para sacar
algún provecho” .

PU N TO SEGU N DO
“ Segundo punto. El segundo punto, oyr lo que hablan las
personas sobra ¡a haz de la tierra, es a saber: cómo hablan v e l o s
con otros, cómo iuram y blasfem ian etc.; asimismo, lo que
dizen las personas diurnas, es a saber: “ Hagam os redem pción del
género hum ano, etcétera” ( 5). Y después lo que hablan el ángel
y n uestra Señora, y reflectir p ara sacar prouecho de sus p a lab ras” ,

a) “ O ír lo que hablan las personas sobre la haz de la tie­


rra” : palabras de pasatiempo, ligereza, odio, codicia, lujuria,
blasfem ia, juram ento, desesperación. Tales son las palabras que

(1) Is., 7-14.


(2) D e le á tu r iniquitas et ad d u catu r ju s títia sem piterna. D a n . 9, 24.
(3) R o r a te co eli desuper et nubes p luan t ju stu m , a p eriatu r té r ra e t
g e rm in e t salv ato rém . Is., 45-8.
(4) M issu s est á n gelu s G ra b ie l in c iv íta tem G aliie ae , cuí nom en
e ra t N a za re th , ad v ír g in e m ' despo.nsatam v iro , cui nom én era t Joseph,
de dom o D a v id , et nom en v ir g in is M a ría . L u c., 1, 26. ■
(5) H is v e rb is simiHa sun t illa in G e n e si; 1, 26': “ F aciam u s hom inem
a d im a g in e rn 'e t sím ilitu dinem n o s tr a m ” . M on um . hoc loco.
202 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

se escuchan en la tierra antes de la venida de Jesucristo, que


son las mismas que se escuchan en las modernas muchedum­
bres, que no reconocen el advenimiento del Señor.

b) “ Asim ism o, lo que dicen las personas divinas” . E l Padre


habla al H ijo : “ Hagamos la redención del género humano” . E l
H ijo le responde al P ad re: “ Enviadme a M í; Y o lo quiero y
vuestro mandamiento está impreso en mi corazón” (x). E l E s ­
píritu se ofrece al Padre y al H ijo a hacer la obra de nuestra
santificación.
¡ Qué distintas son las palabras de Dios y las palabras de
los hombres 1 L as palabras de los hombres son palabras de odio,
de codicia, de sensualidad; las palabras de Dios son palabras
de paz, de misericordia y de perdón.

c) Después de oír las palabras de los hombres y las pala­


bras de Dios, volvám onos a escuchar las palabras que se oyen/
en la casita de N azaret. “ Y después, lo que hablan el ángel y
nuestra Señora” . “ Salve, llena de gracia— la saluda el ángel— :
el Señor es contigo, bendita T ú eres entre todas las m ujeres” .
“ Salve, llena de gracia” . Llena de gracia en la concepción,,
llena de gracia en el nacimiento, llena de gracia en la vida y
llena de gracia en su tránsito, y llena de gracia en la tierra y
llena de gracia en el cielo; medianera de las gracias, canal de
las misericordias, M adre de la fuente misma de las gracias y
misericordias, Cristo nuestro Señor,
“ E l Señor está contigo” . N o so1o por esencia, presencia y
potencia, como en las demás criaturas, ni tan sólo por' gracia,
como en el alma de los justos, sino con eminencia de gracia,
como en su Prim ogénita, su cielo, su M adre que le engendró
en sus purísimas entrañas.
“ Bendita T ú eres entre todas las m ujeres” . A muchas mu­
jeres el Señor bendijo; pero la bendición de M aría es univer­
sal, ‘ sobreexcelente, que se contrapone a la maldición de E v a
y la tom a en bendición, que por M aría bendice a todas las ge­
neraciones.
H asta aquí, ei saludo del ángel. Oigam os ahora la respuesta

(x) E c c e v e n ío ... D e u s m eus, v o lu i et íe x tua in m edio co rd is m ei.


P s . 39, 8-9. ^ _ -
(2) Ave gratia plena: Dominus tecum: benedicta tu in mulieríbus.
L u c., 1-28.
D I XA ENCARNACIÓN1 203
de M a ría : “ María se turba, medita y pondera al escuchar el ce­
lestial mensaje que significa este saludo” (1).
, M aría se turba, porque es purísima, a la apariencia de va­
rón (2). M aría se turba, porque es humildísima, a la magnitud
de la alabanza. M aría 'se turba, porque es prudentísima, a la
incertidumbre de la embajada.
E l ángel sosiega su alma pacatísima y le dice:
. “ N o temas, M aña, que has encontrado gracia delante de
Dios. H e aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un H ijo
que le llamarás Jesús, que será grande e H ijo del Altísim o, y
le sentará el Señor en el trono de David, su padre, y reinará
en la casa de Jacob eternamente” (3).
¿ Y qué responde al angélico mensaje la V irgen benditísima?
N o resiste a la voluntad de D io s ; tan solamente le repone un
virgíneo reparo con celestial delicadeza.
“ ¿Cóm o se hará esto — le dice— si no conozco varón?” (4).
¿Cóm o se compone M adre y V irgen, el voto de virginidad y la
divina maternidad?
A esto, el ángel le replica:
“ Esto no será fruto de la carne y de la sangre, sino obra del
Espíritu Santo que descenderá a T i y te cobijará bajo su som­
bra (5)- Y he aquí que Isabel, tu prima, ha concebido en su
vejez, y ha seis meses que acabó su esterilidad, porque no hay
cosa alguna imposible en la presencia del S eñor” .
M aría l e ' respondió: “ H e aquí la esclava del S eñ or; hágase
en M í según tu palabra” (6). L e saluda Señora y responde sier-
va, le saluda Reina y responde súbdita, le saluda M adre y res­
ponde esclava; y por su servidumbre y sumisión y esclavitud,

(1) Q u a e cum audísset, tu rb a ta est in serm one eius, et co g ita b a t


qualís esset ista salu tatio . L u c., 1-29.
(2) V ir í specie tre p id a v it. S a n A m b ro sio .
(3) E t a it A n g e lu s e i: N e tim eas M a ría , in venístí en im g ra tia m
apud D eum . E c c e concipies in ú tero et p aries filium et vo ca b is nom en
eju s Jesús. H ic e rit M a g n u s : et filius A ltis s im i vocabi-tur, et dabít
ilíi D o m in u s D eus sedem D a v id p atris eju s et re gn a b it 'in dom o J aco b
in aeternu m . L u c., 1, 30-32.
(4) Q uom odo fiet ístud quon iam v iru m non co gn o sco ? L u c., 1,34.
(5) S p írítu s sanctus su p erven iet ín te et v írtu s A ltis s im i obum brabít
tibí. L u c., 1, 35.
(ó) E c c e a n cilla D om in i, fíat m ihi secundum verb u m tuum . L u c., I, 3S.
2G4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.'— DÍA CUARTO

porque vió el Señor la humildad de -su sierva, he aquí que la


aclaman bienaventurada todas las generaciones (i).
“ Hágase en mi según tu palabra” . Los Santos Padres re­
presentan aquí a los hombres y a los ángeles y a las mismas
divinas personas suspensos de ios virginales labios de M aría, y
entonan un himno de júbilo al escuchar aquel “ fia t” de la cria­
tura, más omnipotente que el “ fia t” mismo del C riador; por­
gue el “ fia t” del Criador, de la nada hizo la criatura; el “ fia t”
le la criatura, de la criatura engendró al Criador (2).

“ Según tu palabra” . L a V irgen, que con instinto superior,


intuyó todos los sacrificios que entrañaba el divino manda­
miento, desde el frío del pesebre hasta el desamparo de la
Cruz, y todos los abrazó generosamente de la mano del Señor.
‘ E c ce ancilla Domim fiat mihi secimdum verbum tuum ” .

PUNTO TERCERO

**T ercer punto. E l tercero, después m irar lo que hazen las


personas sobre la h az de la tierra, así como herir, m atar, ir al
infierno; asim ism o lo que hazen las personas diuinas, es a saber;
obrando la sanctíssim a E ncarnación, etc., y asimismo, lo que hazen
el ángel y nuestra Señora, es a saber: el ángel haziendo su offici©
de legado, y nuestra Señora hum illándose y haziendo gracias a
la diuina m aiestad, y después refiectir pava sacar algún prouecho
de cada cosa d estas” ,

“ Mirar lo que hacen las personas sobre la has de la tierra,


así como herir, matar, ir al infierno” . Los hombres de allende
.a Encarnación son esclavos de los vicios y concupiscencias. E l
imperio pugna por exterm inar'a los bárbaros, los bárbaros pug-
.ían por destruir eí imperio. Dentro del imperio, la capital tira-
liza a las provincias, y dentro de la misma Rom a luchan es­
clavos y señores, patricios y plebeyos, Sila y M ario, Catilina y
Cicerón, César y Pom peyo.
Cierto que el Señor eligió un pueblo que guió por el desier-
:o, rigió por los Jueces, instruyó por los P r o fe ta s ; pero el mis-
no pueblo elegido de D ios se degradó, H erodes empuña el cetro
de D avid y en la cátedra de M oisés se sientan los escribas y

(1) Quia respexít humilitatem ancillae suae:- ecce enim ex hoc


aeatam me dicent omnes generationes. Luc., 1, 48, " ;:.
(2) Et verbum caro factum est, et habitávít in nobís, Joan., 1-14. ■
DEL NACIMIENTO 205

fariseos ( i) . “ Toda carne había corrompido su camino” (2).


“ M irar lo que. hacen las personas sobre la haz de la tierra,, así
como herir, matar, ir al infiernoA
Apartem os la vista de este espectáculo de horror, levan­
temos los ojos al cielo. Veam os “ asimismo lo que hacen las per­
sonas divinas, es a saber: obrando la santísima Encarnación, et­
cétera” . “ E l Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (3).
Adorem os reverentes aquel Cuerpo purísimo que 110 sufrió
el dolor por necesidad de su naturaleza, sino por ejem plo de
nuestra im itación; que 110 padeció la muerte por herencia de sus
culpas, sino por rescate de nuestros pecados; que no nació ..de
la V irgen por obra de varón, sino por virtud del Espíritu Santo.
■Adorem os reverentes aquella alma inocentísima, que no pecó
ni pudo pecar (4), que vió la divina esencia con más clara intui­
ción que los ángeles y los bienaventurados; “ que escondió en su
seno todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia’' (5), que
dominó a los cuerpos con el poder de los milagros y a las almas
con la plenitud de su 'g fa c ia ; que entró la primera triunfante en
la gloria de su Padre y con su triunfo glorioso nos franqueó
sus puertas a todos los mortales.
Aquella a1ma benditísima, al verse en su Concepción llena
de Dios, intuidora de Dios, asumida por Dios, y al reconocerse
por disposición divina víctim a y expiación de la frialdad, ingra­
titud y desamor de los mortales, prorrumpió desde el primer
instante en aquella férvida protesta que pone en sus labios el
Salm ista: “ N o quisiste oblaciones y holocaustos, sino que aptas-
te mi cuerpo; no pediste sacrificios ni víctimas en satisfacción
de los pecados” '. Y entonces dije: “ H e aquí que vengo; en el
principio del libro está escrito de M i que he de hacer tu volun­
tad. A s í lo quiero, Dios mío, y tu ley está impresa en medio de
mi corazón” (6).
(1) S u p e r cath edram M o y s i sederunt scribae et fa risa e i. M t , 23-2.
(2) O m n ís quippe ca ro co rru p erat via m suam . ‘G én., 6-12.
(3) E t verb u m ca ro fa ctu m est et h a b itav it in nobis. Joan., 1-14 .
(4) Q u i peccatum non fe c ít nec ínventus est dolus in o re eju s.
I F e t, 2, 22.
(5) In quo sunt om nes th esau ri sap ientiae et scien tiae abscondití.
Col., 2, 3' ^ . . . .
(ó) S a c r ific iu m et oblatio n em n o íu is ti: aures autem p e rfe cis ti tnihi.
H o lo ca u stu m et pro p eccato non p o s tu la s ti: tune d i x i : ecce ven io . In
cap íte lib ri scríp tu m est de m e u t fa c e re m vo lu n ta tem tu a m : D eu s m eus
v o lu í,. et le x tu a in m edio có rd is m eí. P s., 39, 7-9, ' •
206 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

¡O h , y cómo se agradaría el Padre con la oblación de su


H ijo , encarnado por amor de los hombres! ¡ Y cómo se abra­
zaría el H ijo con la humanidad asumida para no dejarla jam ás!
j Y cómo se complacería el Espíritu Santo en la obra excelsa
de nuestra santificación!
Adorem os como 'esc!avitos indignos a nuestro R ey y Señor,
encarnado por nuestro amor, y, llenos de confusión ante su
ejem plo divino de anonadamiento y humildad, repitámosle pos­
trados a sus plantas nuestra férvid a oblación deliberada de
“ imitarle en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobre­
za, así actual como espiritual, queriéndome Su Santísima M ajes­
tad elegir y recibir en tal vida y estado.
Finalmente, de la perspectiva de la tierra y de la contem­
plación del cielo volvám onos de nuevo a la casita de Ffazaret
suspendida entre la tierra y el cielo y reparemos “ lo que hacen
el ángel y nuestra Señora, es a saber: el ángel haciendo su oficio
de legado y nuestra Señora humillándose y haciendo gracias a la
divina M ajestad, y después reflectir para sacar algún provecho
de cada cosa de éstas” .
Arrodillados como esclavitos indignos a la presencia del
ángel y de nuestra Señora la V irgen , admiremos la obediencia,
fidelidad, amor, hermosura del á n g e l; el candor, modestia, dis­
creción, humildad de M aría. “ Y después reflictamos para sacar
algún provecho de cada cosa de éstas” .
CO LLO Q U IO . “ E n fia, hase fie h acer u n coíloquio, pensando
lo que debo h ablar a las ire s personas divinas, o a l Verbo eterno
encarnado, o a la M adre y Señora nuestra, pidiendo, según que
en sí sintiera, p ara m ás seguir e im itar a l Señor nuestro, ansí
nuevam ente encarnado, diciendo un P ater noster

Meditación decimoquinta

del MAummmm
L A SEG U N D A CONTEMPLACIÓN E S D E L NASCIMIENTO

“ ORACION. L a sólita oración preparatoria.


P R IM E R P R EÁ M B U LO . E l prim er preám bulo es la histo­
ria ( 1), y será aquí “ cómo desde N azaret salieron nuestra S e­
ñora gráuida quasi de nueve meses— “ como se puede m editar p ía ­
m en te” —-, asentada en vn a asna, y Josep y yn a a n cilla leuando

(i) L u c ., I I , 1-14 . M t., 1-24-25.


DEL NACIM IENTO 207

vn buey p a ra yr a B ethelem a pagar el tributo que César hecho en


todas aquellas tierras.”

L a historia de este preámbulo nos presenta los personajes


en acción : a nuestra Señora, próxim a a su alumbramiento, asen­
tada en una asnilla, y a José, sosteniendo en una mano la rienda
de la cabalgadura y en la otra la carga que pende a sus espaldas.
San Ignacio añade a la pequeña caravana “ una ancilla levando
un buey” para pagar el tributo. L a ancilla, lo mismo que el buey
y la asna, pudo tomarlos San Ignacio del “ F lo s Sanctorum ” ,
de Vorágine, y de la “ Vita Christi” , del Cartusiano, en- que se
encuentran vestigios de esta tradición (x).

SE G U N D O PR EÁ M B U LO . E l segundo, composición viendo el


lugar; será aquí, con la vísta ym agitatiua, ver el cam in o desde
Naqaret a Bethlén, considerando ia longura, la anchura, y si Han©
o si por valles o cuestas, sea e! ta i cam ino; asimismo, m irando el
lugar o espelunca del Nacim iento, quán grande, quán pequeño,
quán baxo, quán alto y cómo estaba aparejad o” (2).

San Ignacio, tan conciso de ordinario, parece mostrarse


nimio en los detalles de esta composición: “ Considerar la Ion-
gura, la anchura, y si llano o si por valles o cuestas sea ei tal
camino, asimismo mirando el lugar o espelunca del Nacimien­
to, cuán grande, cuán pequeño, cuán bajo, cuán alto y cómo es­
taba aparejado” . Esta aparente nimiedad es debida a la singular
devoción que el Santo profesaba a los lugares santificados con

(1) C f., M o n u m en ta ign atiana. E x e r c itia prolegom en a, p. 53. In v e-


n iuntu r .etiam ta m a n cilla quam bos et asinus in cruce illa e x auro et
sm alto quse a n tíq u io r esse v id e tu r S e rg io I, P o n tífice m á xim o , 687-701,
et fo rta sse ad sseculum sex tu m a u t quíntum p e r ím e t H a rn et- G risa r,
S . J. D ie K o m a n isch e k a p elle S a n cta Sa n cto ru m , F r e ib u r g im B r . 1908,
pp. 62-80, p ra ese rtim pp, 76-77, In E v a n g e lio Jaco bi M in o ris quod etsi
ap o cryp h u m est non ca ret tam em om ni a u cto rk a te, p rio re ením saeculi
secundí p arte scrip tu m esse cen setu r a plerisque, asinae quoque fit ment.io,
cap. 17 (E v a n g e íia ■a p ro cry p h a ad C o n s ta n t T is c h e n d o r f. L e ip sic 1853,
p ág in a s 31-32. M o n u m en ta id., p. 331.
(2) C h n s tu m in spelun ca n atum esse tra d ítio est antíquissím a et ce rta
cu ju s testes sun t S a n ctu s F au stin u s, m á rtir. D ia l., cum T rip h ., n.° 78,
M ig u e . P . G ., V I , 567. O ríg e n es co n tra C elsum , L . 1, n.° 5r. M ign e .
P . G ., I X , 756. E u seb iu s C s s a r ie n s is , de v ita C o n stan tin i, L . 3, s. 4 1.
M ig n e , P . G ., X X , i ~i o i . S . H íero n ., E p ist. 108, n,° 10. M ig n e , P . L .
X X I I I , 884-885. E v a n g e liu m infantíae S a lv a to r is arabicum , C . 2, 3. T i s ­
ch e n d o rf, L c. 17 1-1 7 2 . E v a n g e liu m P seu d o M atth aei, X I I I . L u c., 74-76.
M on um en ta, h o c loco.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA COARTO

la presencia de Jesucristo, que recorrió palmo a palmo, con ries­


go suyo, y que los deseó habitar hasta la muerte (i).
E n nuestro intento de seguir fielmente el texto de los ejer­
cicios, vamos a satisfacer a los detalles de la composición igna­
ciana, aunque sea brevemente.
“ V er el camino, desde Nazaret a B e lé n ’ . E l camino de N a­
zaret a Belén comprende, de norte a sur, casi toda la Palestina,
en una extensión de ciento veinte kilómetros. Los humildes via­
jeros descenderían de N azaret por el sendero resbaladizo y roco­
so que conduce a la llanura de E sd reló n ; recorrerían la llanura,
hoy yerm a y solitaria, poblada entonces de ricas ciudades y
'feraz campiña, dejando a la derecha la graciosa cima del T abor
y a la izquierda las verdes montañas del C arm elo; traspondrían
Jezrael, antigua capital del reino de A cab y Engaarín, la fon­
tana de los jardines, de olivares y palmeras coronada; escala­
rían con sinuoso curso las montañas de Sam aría, haciendo alto
a la mitad de su camino en la bella Siquem, quizás junto a la
fuente de Jacob, donde había de conversar más tarde Jesús con
la Samaritana. Y después de ganar un desierto salpicado de pe­
queñas aldehuelas como Silo, Betel y Rama, célebre enla histo­
ria de Israel, avistarían primero la cumbre del O lívete y des­
pués los almenados muros de Jerusalén, cuyo templo visitarían,
para terminar la última jornada y descansar después de tres o
cuatro días de camino a las puertas de la ciudad de Belén (2).

“ Asim ism o, mirar el lugar o espelunca del Nacimiento*’ .


E frata , “ la fé r til” ; Beít-lahm, “ la casa de la carne” ; Belén,
“ la casa del pan” ; vocablos todos que reflejan la abundancia,
se yergue al oriente, sobre una doble colina calcárea circundada
de frescas huertas y feraces campiñas, que espigaría en los bíbli­
cos tiempos Rut, la Progenítora del Señor. L a ciudad, que hoy
cuenta doce mil habitantes, era entonces mínima entre las mi­
llares de Isra e l L a gruta del nacimiento es una de tantas caver­
nas frecuentes todavía en la región, albergue favorito del gana­
do, que la corona hoy la basílica construida por Santa E len a;
tiene doce metros de largo, cinco de ancho y tres de a lt o ; revis­
ten sus paredes ricos mármoles y delante del altar, sobre una

(1) C f., Fillioti, “ Vida de Jesucristo’', 1. I, c. 2, p. 3-


(2) Rivadeneira. Vida de San Ignacio. L. 1, c. 11.
DE& NACIM IENTO 209

losa blanca adornada con una estrella, se leen en latín estas pala­
bras : “ A q u í nació Jesucristo de la Virgen M aría” .
“ T ER C ER P R EÁ M B U LO . E l tercero será el m ismo y por la
m ism a forma, que fu é en la precedente contem plación” .
Com o San Ignacio — según convienen los comentaristas—
no trata aquí de imponernos el orden de meditar, sino de abrir­
nos las fuentes de la contemplación, aplicaremos sus raudales,
según lo explana el Santo al final de los ejercicios en “ los mis­
terios de la m da de Cristo nuestro S eñ or” .

P U N T O P R I M E R O (x)

N uestra Señora y su esposo José van de Nazaret a B e lé n :


“ Ascendió Joseph de G alilea a Bethlem para conocer subiecíióss
a Cesar con M aría su esposa y muger ya preñ ad a” (2).

Salió un decreto.. d£ , César A u gusto para que se empa­


dronase todo el orbe (3), D avid en otro tiempo promulgó otro
decreto semejante y fué castigado justamente por D ios; pero la
altivez de A u gusto fué mucho más grande todavía. Vencedor
de Actium , señor, de Roma, árbitro del mundo, aplaudido por
los quirites, lisonjeado por los patricios, sublimado por la plebe
romana hasta el honor de los altares, ordenó en su decreto
terminante que le rindiese tributo y vasallaje todo el orbe de la
tierra, “ ut describereiur universas orbis” .
A u gusto era diligente y solícito estadista: después de tantos
disturbios y civiles disensiones, creyó llegada la oportunidad de
ordenar el censo y reclamar el tributo. N o menos que veinte
curiales fueron elegidos para cumplir sus órdenes. Publio S u ­
plicio Q uirino, valido del Em perador, cónsul más tarde de R om a

(1) A u tó g ra fo , pág. 452.


(2) Ita interpretatur :S. Ignatius illud “ ut profiteretur” eo,. S. L u ­
cas, 2-15. E st autem “ conocer subiección” ídem quod faterí se subditum.
E tsí verba “ a C é s a r" non sunt in evangelio, m érito tamen supplentur e x
praecedentibus, cum Joseph ideo ascenderet in Bethlehem quia jusserat
A ugustus omnes subditos describí seu profiterí, ad tributa ut videtur
exigenda. C f. Com entarium m , evangeíium secundum L u cam : auctores
Jos. Knabenbauer, S. I, P arisiis, 1896, pág. 1 1 4 ; Joan M aldonati. Com -
m entaría in quatuor evangelistas. Parisiis, 1617, t. 2. col. 88,
{3) E xÜ t edictum a Caesare A u gu sto ut describeretur uníversus orbis.
Luc., 2-1,
3 1° EJERCICIOS DE SAN IGNACÍG.— ^DZA CUARTO

y propretor.de la Siria, fué.el- encargado de promover eí decre­


to del Em perador en los. dominios de la Palestina. ■
E l .interés, la c o d ic ia t a le s eran los m ó v ile s d e l imperial
decreto al publicarlo. M uy - distintos eran-en .su -permisión los
fines de la Providencia,: conducir suavemente a los santos espo­
sos, según las divinas disposiciones*' de N azaret .a Belén.
Los hebreos acostumbraban a hacer los censos por tribus y
fam ilias; San José, de la casa de D avid, tenía, por consiguiente,
que empadronarse en la ciudad de Belén.
L os romanos, engreídos con su prepotencia, urgen las órde- ■
nes; los hebreos, humillados con su dominación, obedecen a la
fu erza : José y M aría, obedientes a las disposiciones del Señor,
se ponen en camino.
b) Veamos las personas. V a delante de la humilde caravana
con firm e aspecto San José*; viene en pos nuestra Señora, asen­
tada en una asnilla, envuelta modestamente entre los pliegues de
su ,m an to; el* buey para .pagar el tributo y la anciila* cierran la
humilde caravana. Descienden por el sendero resbaladizo y ro­
coso que conduce a la* llanura de E sd reló n ; recorren la llanura
poblada entonces de ricas ciudades y feraces cam pos; dejan a
la' derecha la graciosa cima del Tabor, a la izquierda las ver­
des montañas del Carm elo; trasponen Jezrael, la antigua capi­
tal de A c a b ; Engarin, la fontana de' los jardines, de olivares y
palmeras coronada. E l decreto de A ugusto ha puesto a la P a ­
lestina en conmoción. U n hormiguero humano bulle en la llanu­
ra : unos galopan en caballos ricamente enjaezados, otros cabal­
gan en cómodos cam ellos; muchos caminan en nutridas carava­
nas, abundantemente provistas de tiendas y de víveres. L a , V ir ­
gen M aría y San José sólo conducen una asnilla, una añcilla y
el b u e y para pagar el tributo.
Veam os las personas, sigamos sus pasos, besemos sus-
huellas,
“ y haciéndonos eselavitos indignos, sirvám osles en sus necesidades
como si presentes nos hallásem os, con todo acatam iento y r e ­
v eren cia ” .
Escalan los Santos Esposos, con sinuoso curso las ■monta­
ñas de Sam aría; hacen alto a la mitad d e .s u jornada, en la
bella Siquem, junto a la fuente de Jacob, donde cansado del
camino había de conversar más tarde Jesús con la Sám arítana;
ganan un desierto salpicado de pequeñas aldehuelas, como Silo*
PEL NACIMIENTO 2TI

Betel, Rama, célebres en la historia de Israel; descubren la cim a


del -Olívete, avistan los muros de Jerusalén, visitan el templo-
del Señor; y después de tres o cuatro, días de. camino, desean-.
san a la caída de la tarde, en las puertas de la ciudad de Be-.,
l é n '( i ) . ..

c) ■Oigamos las palabras, no -perdamos una sílaba, .oremos;


con los Santos Esposos,- recemos.-en su. compañía, terciemos;
humildemente en aquella dulcísima conversación, llena de paz,
dé .sencillez, de inocencia, de am or; y al escuchar en lo -interior
de nuestro'corazón el.-ofrecimiento del divino Infante, ofrezca-,
mosle nuestras personas a su seguimiento e imitación. L os ro-’
manos, prevalidos de sus legiones, hablan de guerras, honores,
riqu ezas; los hebreos, sometidos por los romanos, hablan de
levantamientos, venganzas, represalias; José y M aría hablan-
de Dios, del cielo,'del alm a; oran en lo interior de su corazón,
conversan en la más íntima candad. San-José se ofrece a M aría/
M aría se ofrece a San José, él divino Infante consuela a José
y M aría, y en las entrañas de la V irgen se ofrece al. Eterno
Padre, en satisfacción de nuestros pecados. ■
Consideremos lo que hacen los unos y los o tro s: Los roma­
nos, liviandades sin número, opresiones sin freno, crúeídadés
sin tasa, en el circo, el anfiteatro, el coliseo; los bárbaros, gue­
rras sin cuartel, presas sin piedad, sacrificios abom inables; los.
judíos, libaciones' fingidas, observancias simuladas, refinados
crímenes y pecados; y en medio de este diluvio de males, San
José obedece con prontitud, la V irgen sufre con-alegría, y el-
divino1Hiño, obedece y sufre aun antes de nacer, en satisfac­
ción por mis pecados. Y después de considerar estos ejemplos,,
reflectir en mí mismo para sacar .algún provecho.

P U N T O SEGU N D O

Parió su hijo primogénito y lo envolvió con paños y lo puso,


en el pesebre.
e) E frata, “ la f é r t i l Beit-lahm, “ la casa de la carne” ;
Belén, “ la casa del pan” , vocablos que reflejan su abundancia,
erguida, en el monte, circundada de huertas y olivares,, hervía

(i) C f. F illion. V id a de Jesucristo, libro primero, c. 2.0, p. 3.


212 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

de ruido y movimiento con ocasión de las órdenes de A u g u sto ;


las gentes se agitaban por las calles, los viajeros se acomoda­
ban en su hospedaje, los vendedores pregonaban sus mercan­
cías, las músicas populares hacían fiesta en los zaguanes y pa­
tios de las ca sa s; y en medio de tanto ruido y algazara, entre
la compasión de los unos y la indiferencia de muchos, se ade­
lanta por la calle de Belén la humilde caravana. San José, que
lleva el diestro de la cabalgadura; nuestra Señora, envuelta en­
tre los pliegues de su manto, “ la ancila, el jumentillo, el buey
para pagar el tributo” . Q uizás llegan empolvados del cam in o ,1
quizás humedecidos por la escarcha. Llam an a las casas de los
parientes, y no hay lu gar; acuden a sus amigos de la infancia,
y no tienen hospedaje; recurren al mesón de la ciudad, no hay
sitio en la posada: L a cigüeña conoce el tejado de su nido, y
él jum ento el pesebre de su amo, y los hombres no reconocen
a su Dios. “ In propria venit -et sui eum non receperunt ” (i).

“ Veamos las personas” , las unas y las otras, la frialdad, la


indiferencia, el egoísmo de los judíos; la humildad, la pobreza,
la resignación de los Santos Esposos.

“ Oigamos las palabras” , el- murmullo de las gentes que co­


men y beben, y danzan y ríen; el eco de las muchedumbres
que gritan y aplauden y palmotean. Y entre tanto bullicio y
agitación y tanta algazara, oigamos a San José, que, descubierta
la cabeza, humedecidas las mejillas por las lágrimas, con la m a­
yor humildad, implora de sus parientes y allegados un hospedaje
para la Santísim a V irgen. Oigam os a la Santísima V irg en que,
con mirada serena y celestial sonrisa, suplica de sus deudos y
conocidos un pobre abrigo para su H ijo primogénito. Oigam os
a su H ijo primogénito, el V erbo de Dios, que en las maternas
entrañas clama en silencio a su Padre, con aquellas palabras del
S alm ista:

uN o quisiste las ofrendas y tos holocaustos y me acomodas­


te un cuerpo para el sufrim iento; no aceptaste las hostias y los
sacrificios; y dije entonces: H e *aquí que vengo. E n el comien­
do del libro está escrito que he de hacer tu voluntad y así lo

(i) Joan., i - n .
d e l n a c im ie n to 213

quiero, y tu mandamiento está impreso en medio de mi cora-


z ó n ” (i).
E sto oirán tus oídos. N i una réplica, ni una protesta, nin­
guna señal de desagrado.
b) u Consideremos las obras” . L a noche tendía su negro
manto, las gentes se retiraban, se hacía el silencio en la ciudad.
Y San José y M aría vagan por las calles solitarias sin amparo,
sin esperanza.
H ay vecina a la ciudad de Belén una gruta, una de tantas
grutas frecuentes todavía en la región, refugio favorito del ga­
nado; hoy la revisten mármoles y jaspes y la corona una basí­
lica; allí dirigieron sus pasos los esposos, traspusieron las calles
silenciosas, ganaron la húmeda campiña y se acomodaron en
la gruta. Bien exiguas son sus dimensiones. Doce metros de
largo, cinco de ancho y tres de alto (2), y la boca abierta a la
intem perie; allí, en el mismo lugar donde hoy se muestra delan­
te del altar una blanca, lápida orlada con úna estrella (3), se pos­
tró la V irgen M aría en subidísima plegaria: t(era la media no-
che, más clara que el mediodía, cuando todas las cosas se repa­
ran del trabajo y gozan del silencio y quietud, y acabada la ora­
ción de la Virgen Santísima, comenzaron los cielos a destilar
m iel y dulzura” , y allí, sin dolor, sin pesadumbre, sin corrup­
ción y mengua de su virginal pureza, como brota la fontana
pura del límpido peñasco, a la manera que- los rayos del sol
salen por un cristal sin romperlo ni mancharlo, así y mucho
más purísimamente todavía nació de las castísimas entrañas de
M aría el V erbo unigénito de Dios.
Como los reyes de la tierra pagan el hospedaje que les hacen,
el R ey del cíelo pagó espléndidamente a M aría su M adre el hos­
pedaje que le hizo en sus entrañas, y le colmó de carismas ce­
lestiales, y por los dolores de la tierra le dió júbilos de cielo,
y por los dolores maternales, virginal entereza. ¡ Oh, quién podría
expresar bastantemente con lengua de la tierra la dulcedumbre
y el consuelo de la V irg e n sin mancilla! ¡C on qué amor abra­

(1) Sacrificíum et oblationem noluisti; aures autem p e rfe d stí m íh i;


holocaustura et pro peccato non postulastí; tune d tx i: ecce venio. In
capite libri scriptum est de me ut facerem voluntatem tuam : D eus meus5
voluí et le x tua in medio cordís mei. P s. 39, 7-9,
(2) C f. Fillión, loco citato.
(3) C f. F illión, loco citato.
2 14 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— Í>ÍA CUARTO

zaría a Jesús como a su Hijo-! ¡C on qué respeto le adoraría de


hinojos como a su D ios! ¡C on qué ternura le estrecharía a su
cuello'Com o su M adre! ¡C on qué-devoción se arrojaría a--sus
plantas como á su D io s ! ¡Q u é sentimientos de humildad y dé'
cariño, .qué mezclas de amor de madre y rendimiento de esclava,
qué afectos tan inflamados, qué éxtasis tan celestiales acompa­
ñarían. a aquel nacimiento, tan inefable, que solamente en la
tierra puede compararse con la generación eterna del Verbo,
em.el seno purísimo del P adre! .
“ Parió su H ijo primogénito y lo envolvió en pañales y la
Puso en el pesebre” (i). ,
■-"El que viste los lirios del campo, viste pobres pañales; el
que-se-m ece sobre las plumas de los vientos, se reclina en un
p ese b re;. el que sustenta a todas las criaturas, se sustenta del
pecho- de su M adre; el que se encumbra sóbre los querubines-
de-los cielos, yace entre dos animales.

' -Tom ó la V irgen ál?, ISf-iño, y lo puso en el pesebre, y puestá
de rodillas a sus plantas, lo a d o ró ; postróse en tierra su esposo
Sari José, y también lo adoró; y los ángeles todos del cielo, al
decir del Salmista, postrados a sus plantas lo adoraron (S).

r) : -¿ Y qué hacía en tanto el divino N iño? “ Oigamos sus


palabras” . E l divino Niño, no con la lengua, sino con el cora­
zón, daba gracias a Dios por su pobreza y abatim iento; el divrí
no Niño, no con las palabras, sino con las obras, daba ejemplo
a los hombres de mansedumbre y h u m ild a d a p re n d ed de M í,
nos dice, a ser mansos y humildes de corazón (3).
uConsideremos las obras d e l divino N iñ o ” . S u fre su cora­
zón; no por su. pobreza, sino por nuestra in gratitu d ; lloran suS
ojos, rio los propios dolores, sino los ajenos pecados. Y el cora­
zón de M a ría .su friría con.el sentimiento de Jesús, y las lágri­
mas., se'm ezclarían con sus lágrim as; también yo h e.d e llorar
eñ. presencia, dél H ijo y d e ja M adre; y no nos contentemos tan
solo con ver las personas, oír las palabras, contemplar las accio­
nes, Ysinp: que lo que es principal refhctam os” , al ..decir ele .San

j : ■

■ :'ñlíum'-'sáüra prim ogehituín’’ e t ' pannis eura Irivoívit1"et
recünavit eum in praésepio.'- Lüc., 2-7. ' ’ •
(2) A d ó ra te , eum om nes an gelí e ju s.' P s . 96-7. '
(3) Mt., 11-29. ..unrv. >
DEL NACIMIENTO ■215

I g n a c io ,, d e n tr o del co ra zó n . Y com o e s c la v ito in d ig n o he- d e


v e n e r a r el h u m ild e p o r ta l y b e s a r la s h u e lla s d e S a n J o s é ;y d e
H a r ía n u e stra S e ñ o r a ; he de a s p ir a r ' a q u el p e r fu m e v ir g ín e o
d e p u r e z a , a q u e l a r o m a e x q u is it o y c é lic a f r a g a n c ia d e' la d i v n
n id a d , y p o stra d o d e h in o jo s d e la n te d e l p e s e b r e ; d o n d e y a c e
e l D iv in o N iñ o , “ a f e c t á n d o m e ” m u c h o , h e d e r e p e t ir le m Í;obla~ !
c ió n c o n su f a v o r y a y u d a , d e la n te d e su in f i n i t a b o n d a d - y -sú
M a d r e s a n t ís im a : “ q u e y o q u ie r o y d e s e o .y es .m i d e te r m in a ­
c ió n d e lib e r a d a , s ó lo q u e se a su m a y o r s e r v ic io y a la b a n z a , d e
im ita r o s en p a s a r to d a s in ju r ia s , to d o v it u p e r io y to d a - p o b r e z a ;
a s í a c tu a l c o m o e s p ir it u a l, q u e r ié n d o m e su s a n t ís im a v o lu n t a d
e le g ir y r e s c ib ir e n ta l v id a y e s t a d o ” . •.

■P U N T O TERCERO

Gloria a D ios en las alturas.

a) L le g ó s e una m u ltitu d d e l e jé r c it o c e le s t ia l, q u e - d e c í a ;
G l o r ia s e a a D i o s e n T b V c ie lo s .
El S eñ o r, que v ió a su H i j o h u m illa d o en u n p e s e b r e , lo
q u is o e n c u m b r a r e n l a G lo r ia , y “ así al introducir a su Prim o­
génito en la tierra, dijo'P Que le adoren los ángeles deí cié
lo ” ( 1 ) . Y lo s á n g e 'e s d e l c ie lo , p o s tr a d o s a su s p la n ta s , le
a d o r a r o n , y d e s p u é s d e e n to n a r c á n tic o s d e g lo r i a , se e x t e n d ie ­
r o n p o r la s c e r c a n ía s d e l p o r ta l, p a r a a n u n c ia r el n a c im ie n to d e l
S eñ o r.
H a y a d o s k iló m e t r o s al o r ie n te d e B e lé n u n a f e r a z lla n u r a ,
a b u n d a n te e n s a lu d a b le s p a s to s . Y lo s p a s to r e s e n a q u e lla r e g ió n
p a s to r e a b a n s u s r e b a ñ o s . “ Y he aquí que un ángel del cielo com­
pareció a sus ojos, y Jes circundó la claridad de D ios/ y temie­
ron con grande espanto” (2 ). N ó se a p a r e c e el á n g e l a ló s q u e
d u e r m e n , s in o a lo s q u e v e l a n ; n o a lo s r ic o s , s in o a lo s p o b r e s ;
110 a lo s m a g n a t e s , s in o a lo s p a s to r e s . “ Y o te glorifico, oh P a ­
dre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas' cosas
a los sabios y prudentes, y las revelastes' a tos ipequeñuelos” .
“ lía , P a ie r : quoniam sic fu it píacitum ante te” (3 ). . -.

( i ) ’ Et cum iterum introdudt primogenitum 111 orberíi te rra e . d ícit’:


E t adorent eum omnes angelí Deí. Hebr,, 1 -6. -. ,-y. •
' (2) E t ecce ángelus Dom ini stetit ju x ta illos, et clarita-s Del. cín-
cüm fulsit illos, et tim uerunt tim ore magno. Luc., 2-9.
(3) M t., 11, 25-26. ' =
'
2IÓ EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— ~D A CUARTO

¿ Y qué les dice el ángel a los pastores? “ H e áquí, les dice,


que os evangelizo un grande gozo para todo el pueblo; que ha
nacido hoy para vosotros el Salvador del mundo, Jesucristo” ( i)
N o nace el Salvador para sí, sino para nosotros; no nace para
los ángeles, sino para los hom bres; no nace para unos pocos,
sino para salvarnos a todos. P o r mí nace, por mí Hora, por mí
tirita, “ en suma pobreza, a cabo de tantos trabajos de hambre,
de sed, de calor y de frío , de injurias y afrentas, para morir
en Cruz, y iodo esto por m í” (2). N ueva es ésta de grande gozo
para todo el mundo.
\ ¿ Y qué indicios nos dan los ángeles de tamaña nueva?
¿D ónde encontrar al recién nacido, Salvador del mundo? ¿ A c a ­
so en el real palacio, quizás vestido de purpura y armiño, por
ventura mecido en áurea cuna, o ceñidas sus sienes de diadema,
encumbrado sobre el trono de Israel? N ada de esto (3). “ E sta
será la señal, les dice el ángel: le encontraréis al niño envuelto
entre pañales y puesto, en un pesebre” .

b) “ Y de súbito circundó al ángel una grande muchedum­


bre de las '(milicias celestiales, que alababa al Señor y decía*.
Gloria a D ios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad” (4).
Gloria a D ios en las alturas: Ninguna obra glorifica tanto
a D ios en el cielo como la obra de su encarnación en la tierra;
no es el cordero que ha sido sacrificado de recibir la virtud y
divinidad, y sabiduría y fortaleza, y honor y gloria y bendición.
Y a las criaturas que hay en el cielo y en la tierra, y en los abis­
mos y en los mares, y a cuantas hay en todas partes, a todas las
oí repetir: A l que está sentado en el trono y al Cordero, ben­

(1) E cce enim evangelizo vobís gaudium magnum quod erít omnl
populo: Q uia natus est vobís hodíe S aívator, qui est Christus Dom ínus,
in civitate D avid. Luc., 2, 10-11.
(2) Segunda Contemp. del Nacim iento. P . 3.0
(3) H o c vobís sign u ra: Inveníetís infantem pannis involutum et
positum in praesepio. Luc., 2-12.
(4) E ste himno de los ángeles lo traspone San Ignacio al portal,
porque sin obstar a la narración evangélica, ilustra y resume el m is­
te rio ; nosotros, que no hacemos otro ejercicio que la adoración de los
pastores, lo añadimos en el tercer punto de esta meditación. H um m e-
lauer. M editationes S. Xgnatii, páginas 191-192,
DEL. NACIMIENTO 217

dición y honra, y gloria, y potestad, por los siglos de los si­


glos (i).
Paz: en la tierra a los hombres de buena voluntad, P az con
nuestro Dios, que en la encarnación nos p acifica; paz con núes-
tros hermanos, que la encarnación nos compone; paz con nos­
otros mismos, que la encarnación nos concilia, con la sumisión
del apetito a la razón y de la razón a Dios. P az sobreabundante,
qüe el mundo no sabe darla; paz que sobrepuja todo sentido.
P az no para los hombres de las riquezas, ni para los hombres
de las honras, ni de los deleites, fuentes irrestañables de la
inquietud y desasosiego, sino para los hombres que quieren lo
que Dios quiere, que obedecen lo que D ios manda: P az en la
tierra a los hombres de buena voluntad (2).

c) Y sucedió que cuando se apartaron los ángeles, los pasto­


res, unos a otros se dijeron : V am os a Belén, y veamos con
nuestros ojos cuanto los ángeles nos han anunciado. Y dejaron
sus m ajadas y con grande prontitud se personaron en Belén y
encontraron a M aría y a José y al N iño puesto en el pese-
bre (3). ^ ^ ’
|O h, qué consuelo sentirían al adorarle! i Q ué palabras le
dirían, qué lágrim as verterían, qué abrazos le abrazarían! Y
postrados a sus plantas, como los representa la sencilla tradi­
ción, le ofrecieron al N iño sus ofrendas: la blanca manteca, el
tierno corderillo, los primogénitos de los rebaños, y juntamente
el amor de su corazón, el afecto de su alma, las primicias de su
buena voluntad.

(1) E t audiví vocem angélorum multorum in circuitu throni, et


animalmtn et seniorum : E t erat numeras eorum m illía m illíum dicentium
voce m agn a: D ign u s est agnus, qui occisus est, accipere virtutem , et
divinitatem , et sapíentiam, et fortítudinem , et henorem , et gloriam , et
benedictionem. E t omnera creaturam quaé in coelo est, et sttper terram ,
et sub térra, et quae sunt in m ari, et quae in eo, omnes audiví dicentes:
Sedentí in throno, et agno, benedictio, et honor, et gloria, et potestas,
in saecula saeculorum . Apoc., V , 11-13.
(2) G lo ria in altissim i D e o : et in térra pax hominibus bonae volun­
taos. Luc., 2, 14.
(3) E t factum est ut díscesserant ab eis angelí in coelum, pastores
loquebantur ad in vicem : Transeam us usque Bethlehem et videamus hoc
verbúm quod factu m est quod Domínus ostendít nobis. E t venerant festi­
nantes et invenerunt M ariam et Joseph et ínfantem positum in praesepio.
Luc., 2, 15-r6.
2lS EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA' CUARTO

¡Cóm o agradecerían José y M aría sus presentes! ¡Q u é pa­


labras les dirían! ¡Q u é gracias les rendirían! Veam os las per­
sonas, oigamos las palabras, aspiremos aquel aroma divino,
aquel celestial perfum e, y postrados de rodillas, en pos del ulti­
mo de los pastores, “ como esclavito' indigno” , “ afectándonos-
mucho^, ofrezcam os al divino N iño nuestra ofrenda: “ Que yo
quiero y deseo y es mi voluntad deliberada, sólo que sea su
m ayor servicio y alabanza, de imitarle en pasar todas injurias
y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, que­
riéndome su santísima voluntad elegir y rescibir en tal vida y
estado” .

M editación d e c iM s e & ta

DE LA AD O R ACIO M - 0 E LO S MmOS .
B e los tres Reyes magos escribe Sant M aiheo en el capítulo
segundo, líttera A.
Prim ero. líos tres Reyes Magos, guiándose por la estrella,
vinieron a adorar a Jesú, diziendo: “ Vim os la estrella dél en
oriente y venim os a ad orarle” f l ) .
Segundo, “ Be adoraron y le offrescieron dones” : “ Frustrándose
por tierra, lo adoraron y le presentaron dones, oro, encienso y
m irra ” .
Tercero. “ Rescibieron respuesta estando dorm iendo que no
tornasen a Herodes y por otra vía tornaron a su región ” .
L a sólita oración preparatoria.
E l prim er preludio será la historia: Cómo los Reyes magos
emprendieron el camino de la Palestina para adorar al recién
nacido R ey de los judíos, y cómo lo encontraron en Belén y le
ofrecieron sus presentes, oro, incienso y mirra, y amonestados
en sueños que no volviesen a H erodes, por otra vía se volvieron
a su tierra. ... ■
(i) (M ateo, 2, 2.) “ M agorum adventüm et' adorationem ponit Igna-
'tius post circumcisidnem et ante prsesentationem secundum sententíam
$uo tempore pervuígatam . Recentíores -vero' .fere omnes censent venísse
magos biennio fere póst Christum natum. C f . Knabenbauer S. J. Com -
mentarius in Tatthaeum , ed. a1t. P arisiis, 1903, pp-, 77-79. Cornely,
.3 .. J,é íntroductio specíalia. ín síngtalos no.vi téstámenti libros. Parisüs,
18Ó6, pp. 203-205.. Popularem opinionem etiam -sequttur sanctus Pater cum
illos M agos et tres fuisse -et reges apellat. Qusé dúo tamen- certa non
sunt. C f. Knabenbauer, 1. c. p. 81-5* 'Francisco Javier Patritius, de
evangelüs discusio X X V I I c. 2, F rib u rg i B risg. 1853, pp. -318-325.
3DE -LA' ADORACIÓN' -DE LOS' MAGOS 2IQ

E l segundo preludio será la composición de lugar. V e r a los.


resplandores de la estrella la casita de Belén, y la lucida cara-
mandar conocimiento interno .del Señor que por mí se ha hecho
hombre, para que más le ame y le siga” . :

P R IM E R P U N T O

Los tres Reyes magos, guiándose por la estrella, vinieron


a adorar a Jesús, diciendo: “ vimos la estrella de él en oriente y
venim os a adorarle
a) E l Eterno Padre, que vió a su Unigénito humillado en
la tierra, quiso,m anifestarle en el cielo: a los ríeos y ,a los po­
bres, a los gentiles y a los judíos, a los pastores y a los reyes.-
Y a todos les anunció su encarnación y les invitó a su segui­
m iento: a los judíos por el ángel, a los paganos, por la estrella.
Y suscitó el Señor en el cielo un luminar mesiánico, no ya
un 'm eteoro, ni cometa,, .ni una conjunción planetaria, sino un
astro' refulgente, de singular naturaleza, cuya órbita fué el
orien te; su trayectoria, B e lé n ; su presagio singular, no ya men­
tidas guerras o batallas, sino el advenimiento de la justicia y
el reinado de la paz (1). L a estrella resplandeció en el oriente,
y sin duda que la verían los pueblos levantinos. Y si en estos'
tiempos de ciencia y de cultura en que se conocen las trayec­
torias de los astros y sus ciclos y revoluciones, a la aparición
de un nuevo astro las gentes cavilan y temen, i cuáles serían
en aquellos tiempos de incultura e ignorancia las cábalas y los
temores a la inesperada aparición 1de una estrella de tan sin-'
guiar magnitud y naturaleza!
Habitaban en la región del oriente los magos, gente prin­
cipal y docta en la ciencia de los astros, que sin duda conocían
la tradición de la edad dorada, y quizás también los libros de
la escritura, que prevenidos por la gracia del Señor, penetra­
ron los presagios de la estrella y correspondieron a la divina
vocación.’ Fuesen pocos o m uchos/reyes o magnates, de la P é U
siá, de la Caldea o de la Arábia, que en esto no están contestes
los intérpretes (2), el hecho es que fres' de ellos, al decir de San
Ignacio, prevenidos de superior instinto, penetraron los secretos:

(1) C f. F illió n , i.° , capítulo 4.0 ■ • : , ]


(2) C f. A ."L apid e, San Mateo: C ap .■
I I , ' 17-15. pág. 71. ' '
220 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— D;A CUARTO

de ía estrella, y respondieron al llamamiento del Señor. Sin


duda que los magos, hombres prudentes y sabios, maduraron su
consejo, discutieron la empresa, consultaron su resolución, y
unos íes repugnaron por egoísmo, otros les disuadieron p or
temor, y no faltaron quienes se burlaron de ellos por ilusos y
visionarios; pero ellos, sin curarse de las burlas de los unos, del
egoísmo de los otros y de la indiferencia de los más, con la
m ayor prontitud y diligencia, plegaron sus tiendas, ensillaron
sus camellos y se pusieron en camino.

b) .¿ Y quién impulsó a los magos a tan peligrosa empresa?


L a estrella. “ Vidim us stellam ejus in oriente” . ¿ Y qué significa
la estrella? L a estrella místicamente significa a M aría ( i) . M a­
ría significa estrella, M aría se dice estrella del mar, “ M aris
stella” ; M aría se llama estrella de la mañana, **Stella matuti­
na” ; M aría, al decir de San Bernardo, es la misma estrella de
Jacob, “ ipsa est stella ex Jacob” . Jesús vino por M aría, la gra­
cia viene por M aría, la vocación de los magos les vino por
M aría, aquella estrella presagiaba a M aría, irradiaba a M aría,
era un perla arrancada de su corona, un diamante desgranado
de su diadema. P o r esto los magos corrían, volaban, se alboro­
zaban; no curaban de sus hijos, no recordaban sus esposas, no
añoraban a su tierra, porque a ía vista de M aría el camino se
torna llano, la carga liviana, el cielo azul, la mar serena. A p ren ­
de la lección de los magos, mira a la estrella, invoca a M aría si
quieres participar su recompensa. E n las dudas, en los peligros,
en las tentaciones, m ira a la estrella, invoca a M aría, no la
dejes de tus labios, no la ausentes de tu mente. Y así en ti mis­
mo, experim entarás con cuánta justicia se ha dicho: E l nombre
de la V irgen , M aría (2).
Y a se acercaban los magos al término de su viaje, v ia je díu-
turno, de varías semanas, quizá de muchos meses, viaje felicísi­
mo de célica ventura, en que la estrella era el presagio, la V ir ­
gen la protectora, el M esías el término del camino. Y a divisa­
ban en lontananza la gran urbe de Jerusalén, con su suntuoso
templo y almenadas torres y seculares muros. Y a lo daban todo
por terminado, y he aquí que de súbito se eclipsó la estrella

(1) C f. A . Lapide, loco citato.


(2) S an B ernardo, H om il. in "m íssus est ángelus e tc.,f
DE LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS 221

( i) . ¡ Q ué fiasco, qué engaño! ¿ Sería aquel astro una decepción*


como les decían en oriente ? ¿ Serían unos ilusos, como les repe­
tían en su tierra? ¿Q u é podía significar aquel eclipse tan ines­
perado? E l optimismo de los Reyes se tornó en pesimismo, en
tristeza su alegría. ¿P ero desistieron de su empresa? ¿Cam bia­
ron grupas, se volvieron a su tierra? T odo al contrario. Porque
eran afectos a Dios, convenía que les probase la tentación (2).
A quella prueba fué lo m ejor del camino. N o eran los Reyes
volubles ni tornadizos para desistir de su empresa a la primera
contradicción; eran de férreo temple y voluntad soberana, dis­
puestos a perseverar hasta la muerte.

c) ¿ Y qué hacen? ¿Adonde se dirigen? Con heroísmo


único y serenidad inaudita, trasponen los muros de Jerusalén, y
se internan en la ciudad. Preceden a la comitiva, con faz tran­
quila y reposado continente, los tres Reyes de oriente, el uno
blanco, el otro negro, rubio el tercero, al decir de la tradición ;
les siguen con sus camellos y dromedarios aquella abigarrada
muchedumbre de soldados, escuderos y hombres de armas con
trajes abigarrados y peregrinos, quizá empolvados y desgarra­
dos del camino.
L a conmoción que produjo en los ánimos su presencia en
Jerusalén, lo deja adivinar el sagrado texto cuando dice que el
rey H erodes se turbó a su vista, y con el rey toda la ciudad.
¿ Y a d ó n d e v a n lo s m a g o s ? A I p a la c io r e a l. ¿ Y q u é p r e g u n ­
t a n ? E s t o e s lo m á s in c r e íb le y e s tu p e n d o . E n la s c a lle s , en la s
p la z a s y a la f a z m is m a d e l r e y H e r o d e s , le p r e g u n t a n : ¿ D ó n d e
e s t á el q u e h a n a c id o R e y d e lo s j u d í o s ? (3 ). L o s q u e n o tie n e n
p o r q u é te m e r se tu r b a n , y lo s q u e tie n e n q u é te m e r , e s tá n s e r e ­
n o s . H e r o d e s n o l o . s a b e d is im u la r , s e r e t i r a d e s u e s t r a d o , c o n ­
v o c a el s a n e d r ín , r e q u ie r e el s u c e s o . Y p a lia n d o c o n la a s t u c ia
s u t e m o r , r e m ite a lo s m a g o s a B e lé n , c o n la h ip ó c r it a d e m a n d a

(1) Q ue les precediese a ios m agos la estrella en su camino a


Jerusalén, parece significarlo San Ignacio, y es opinión de San Juan
Crisóstom o, Santo Tom ás, Suárez, M aídonado y otros muchos, con los
m ísticos y la tradición popular; pero no es cosa cierta. C f. Á . Lapide*
loco citato,
(2) Q uia acceptus eras D eo necesse fu it ut tentado probaret te.
T ob., X I I , 13.
(3) U bi est qui natus'est rex judaeorum ? M at., 2-2.
222 EJERCICIOS- DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

de que le inform en-de .la verdad ;a su regreso1 (i). H e aquí una


iección* prática de providencial i smo (2). A sí se sirve la provi­
dencia dé la astucia de Herodes, para dirigir a los m ag o s; como-
se*' sirvió poco antes de la ambición -del César, para encaminar a
los Santos Esposos a Belén.
Los judíos, en tanto, dudan, temen, rehu yen ; el sanedrín
mismo señala el derrotero y permanece' inmoble como las pie­
dras miliarias indicadoras del camino.
- Y los santos Reyes, probados en la adversidad, acrisolados'
en la contradicción, entre la indiferencia de los unos y la ani­
madversión de los otros, sin un prosélito, sin un sacerdote, so­
los, con la fe de su vocación y la esperanza en el Señor, traspo­
nen los muros de la ciudad y se encaminan a Belén.

■PUNTO S E G U N D O

Le adoraron y le ofrecieron dones: “ Postrándose en tierra


le adoraron y le presentaron dones, oro, incienso y mirra b

a) Apenas hubieron traspuesto los magos las puertas de'


Jerusaíén, cuando he aquí que de nuevo alboreó la rutilante1
estrella (3)/ ¡ Oh, qué contento renacería en el pecho de los
magos al fausto resplandor de aquella estrella! ¡Cóm o tornaría
la alegría a sus ojos, la risa a sus labios, la paz a sus corazones l
¡ Con qué presteza picarían espuelas y presentirían ya próxim o
el término de su viaje y el anhelo de sus esperanzas!
uE t ecce stella antecedebat eosA L a estrella les precedía* y
describía en el azul del cielo trazos luminosos de lúcida y fu l­
gurante estela. Los magos la siguieron suspensos, gozosos, albo­
rozados (4). Y el astro se detuvo sobre un. pobre techado del
pueble-cilio de Belén (5).

(1) E t mittens illos in Bathlehem d ix it: Ite et interrógate dílígenter


de p u e ro : et cum inveneritis, remintiate mihi, ut et ego. veníens adorem
;eum. M t, 2-8.
(2) D iligentibus Deum omnia cooperantur in bonum. Rom., 8,.28.
(3) Q ui cum audissent regem, abierunt. E t ecce stella quam videra-nt
in oriente antecedebat eos. M t,, 2-9.
(4) Videntes autem stellam gavisí sunt gaudio magno. Mt., 2-10.
(5) E t ecce stella quam viderant in Oriente antecedebat eos, usqúé
dum veniens staret supra, ubi erat p u e r ., Mt., 2-9.
BE LA ADORACIÓN .DE .LOS MAGOS 223

A q u ío c u r r e pensar .que los magos habían . ele darse por


engañados: eran reyes, buscaban otro rey más poderoso que
ellos; por consiguiente parece que habían de esperar un regio
castillo de mármo!es: y jaspes fabricado, guarnecido de baluartes,
patrullado de: soldados, circundado de . parques y . jardines ; y
nada de esto encontraron, sino todo al contrario, un oscuro
ajuar, la pobre casa de un obrero., ¿P ero se dieron por esto
por engañados? N o ; todo al contrario, comprendieron con luz
del cíelo que aquel R ey divino no buscaba el descanso, sino el
trabajo; no enseñaba el fausto, sino-el desprecio; no predicaba
la riqueza,, sino la pobreza.
■Apliquemos los. sentidos. Veam os las personas: Los magos,
sus escuderos, sus hombres de armas,, atónitos en derredor de
la pobre casita de Belén, alumbrada por el tibio resplandor de la
bienhechora estrella.
Oigamos las palabras: henchidas de alegría y de amor, rebo­
santes de consuelo y desesperanza. Consideremos las acciones:
cómo se apean presurosos los magos y franquean los cofres, y
vuelcan sus tesoros, y se acercan al vestíbulo, y llaman con
mano trémula al umbral y esperan respetuosos a la puerta.

b) Cuentan de la reina de Saba, antecesora quizás de Ios-


Reyes magos (i), que al escuchar en su corte la ciencia y pode­
río del rey Salomón, d ijo : M archaré a occidente, e inquiriré
si- es verdad lo que del rey SaMmón me han contado, y car­
gó sus camellos y partió con dirección a Jerusalén. Y cuando
vió con sus ojos la gloria del rey Salomón, y escuchó con sus
oídos la ciencia y sabiduría de sus labios, y admiró la fábrica
y suntuosidad de su palacio, y contempló las riquezas y suntuo­
sidad de su templo, y el orden de la corte, y el número de los
criados, y el brillo y aparato de los grandes, y la pompa y fa s­
tuosidad de los salones, y el poderío- del monarca más grande de
la tierra, atónita de espanto, se postró de hinojos a -los pies del
rey Salomón, y le dijo: V erdad es, oh rey, cuanto de ti me han
contado; yo no quería creerlo,. pero todo, cuanto de:ti me dije­
ron, no es la mitad de lo que he visto con mis, oj.os. Dichosos
son los siervos, que moran en tu casa noche y día. Bendito ei
Señor tu Dios que te eligió por rey de Israel y firmó tu reino

( i) I R eg./ 10 .
224 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— d ' a CUARTO

eternamente. Y en prenda de homenaje y pleitesía abrió las


arcas de sus tesoros y ofreció al monarca de Israel oro y perlas
y marfiles y aromas exquisitos, cual jam ás se había visto en
tanto número en la tierra. Si así se humilló la reina de Saba
delante del trono del rey Salomón, “ exce plus quam Salomón
h k”. -
Aquella reina no era más que fría imagen dél rey Salomón,
pálido reflejo del verdadero R e y y sumo Capitán, Cristo Jesús.
¿Q u é sentimientos, pues, no sentirían los magos al adorar al
N iñ o D ios? ¿Q u é emoción no experimentarían al contemplar
aquellos ojos, que desean ver los ángeles; al estrechar aquellas
manos, que fabricaron los cie lo s; al escuchar los latidos de aquel
corazón deífico, horno ardiente y volcán abrasado de amor y
caridad? jO h , qué escasos les parecerían entonces sus su fri­
mientos! ¡Q u é llevadero el eclipse de la estrella! ¡Q u é corta la
distancia del cam ino! ¡ Q ué breve la ausencia de su tie rra !

c) Veam os los tres Reyes magos, mística personificación


de la triple gran fam ilia de la tierra, semitas, camitas, turamos,
vestidos de púrpura, adornados de diademas, que despojan de
su frente la corona, sacuden de la diestra el aúreo cetro, y pos­
trados de rodillas con el m ayor respeto y humildad, ofrecen al
N iño recién nacido las primicias de sus tesoros, el oro, el incien­
so y la m irra : el oro de la caridad, el incienso de la oración, la
m irra de la mortificación; el oro a su realeza, el incienso a su
divinidad, la m irra a su humanidad.
P ero no hemos de contentarnos solamente con la estéril con­
templación de la regia ofrenda, sino que hemos de tomar parte
en su oblación, y en pos de los Reyes, como esclavito indigno,
he de postrarme a los pies del divino Infante, y afectándome
mucho, he de repetirle de nuevo mi oblación:
“ Que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada,
sólo que sea su mayor servicio y alabanza, de imitarle en pasar
todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como
espiritual, queriéndome su santísima M ajestad elegir y recibir
en tal vida y estado
DsS LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS 225

PU ÑTO TERCERO

a) Recibieron respuesta estando durmiendo que no torna-


.sen a H ero des, y por otra vía tornaron a su región” .
N o nos refiere la escritura los coloquios de los Santos Espo­
sos y los Reyes, pero como dice en otra parte San Ignacio, la
Escritura “ supone que tenemos entendimiento” . Y si la estrella
de oriente así suspendió a los magos con sus prestados resplan-
res, ¿cómo no suspendería y enamoraría los corazones con su
nativa hermosura el astro nativo, la estrella, misma de Jacob?
Y si la inánime y silenciosa estrella a s í. les abrevió la diuturni-
dad y molestia del camino con sus célicos presagios, ¿qué bre­
ves y qué suaves no se deslizarían aquellas breves horas de ínti­
mos coloquios, de dulce y regalada conversación?
A llí se inform aron los Santos Esposos del alborear de la
estrella, de las vicisitudes del camino, del temor de Herodes,
del eclipse y resurgir del astro, de su luminoso ocaso sobre la
casita misma de Belén. Y la V irgen todo lo observaba y lo con­
fería en su corazón. Y San José invitó a los magos a su mesa,
como Abraham en otro tiempo a los ángeles del Señor. Y en
tan grata compañía declinó la tarde, y los magos desplegaron
sus tiendas y se entregaron al descanso.
N o dice el Evangelio tampoco el tiempo que los magos mo­
raron en Belén, pero debió ser breve su espacio, quizá de algu­
nas horas. L os magos deseaban descansar de su largo viaje,
gozar de la dulce conversación de M aría y San José, de los sua­
vísimos abrazos del divino In fa n te ; pero sus situación era com­
prometida.
Hombres prudentes y perspicaces, habían comprendido la
verdadera actitud de Herodes, su crueldad mal contenida por
el dolo.; temían al rey y al compromiso de volver a su presen­
cia; consultaron el caso con los Santos Esposos; lo encomenda­
ron al divino N iño. Y escuchó el cielo su oración.

b) Dorm ían los magos en tranquilo sueño, cuando el orácu­


lo del Señor les d ijo : V olved por otro camino, no tornéis a H e-
.rodes, porque acecha al Niño para matarlo. Y ellos apenas hu-
22Ó EJERCICIOS PE SAN IGNACIO*— ®:'A CUARTO

hieron recibido la respuesta, >al instante se levantaron, y por


otro camino se volvieron a su tierra (i).
Insigne ejemplo de obediencia y sumisión. Los magos po­
dían haber respondido al S eñ or: Tenem os palabra de rey, que­
remos ser fieles a nuestra promesa. ISfo tememos la ira de H e-
rodes; le humillamos a nuestra venida, le-confundirem os tam­
bién a nuestra vuelta. L a fuga nos parece cosa indigna del divi­
no poder y de nuestra propia realeza; estos o parecidas razones
podían haber alegado los m agos; pero nada de esto respondie­
ron ; todo al contrario, apenas hubieron recibido el aviso del
Señor, “ por otra vía se volvieron a su tierraA “ P er alíam víam
rever si sunt in regionem su a m ’ .

c) A la venida predicaron a Cristo como confesores, por las


calles y las plazas de Jerusalén; a la vuelta, le confesaron como
mártires, temerosos, fugitivos por las selvas escondidas y los
bosques‘solitarios, por las cavernas de las ñeras y las cuevas de
los montes. Y este camino de sufrim iento que emprendieron
en Belén, lo continuaron sin cesar hasta la muerte. Y predicaron
a Cristo en el oriente, y sellaron la predicación con el martirio.
Y hoy descansan sus despojos venerandos en riquísimo relica­
rio, en la catedral egregia de Colonia, dignó mausoleo de sus
heroicas virtudes.
E sta lección novísima de los Reyes, hemos de aprender. E l
Señor no viene a traernos el descanso, sino la espada (2). L os
magos, entran en paz y salen en guerra, entran señores y salen
esclavos, entran reyes y salen mártires. A sí, a su ejemplo, he­
mos de mudarnos en los ejercicios: si entramos ricos hemos de
salir pobres, si entramos orgullosos hemos de salir humildes, si
entramos sensuales hemos de salir castos. Y el que en los ejer­
cicios no se vence, no hace contra su carne, y no sale de su
propio amor, querer e intereses, sino que se contenta con dulces
y estériles consuelos, resiste a la voz de Dios, sale por el mismo
camino y se rinde de pies y manos a las plantas de Herodes,
personificación siniestra de todos los vicios y de todas las
tiranías,.
Postrémonos más bien a las plantas del divino Infante, y

(1) E t responso accepto in somnis ne redirent ad H erodem , per


aliam viam reversl sunt in regionem suam. M i , 2-12.
(2) N on veni pacem m íttere sed gladiutn. M t. 10-34.
db b a p e n ite n c ia

prometamos en' su gracia corresponder a su amoroso llamamien­


to, y, con generosa resolución, cambiemos nuestros camino. Y
si entramos regalados, volvam os su frid os; si entramos sober­
bios, volvam os hum ildes; si entramos ricos, volvam os pobres.
A s í sea.

in stru cció n cunrtcs

H em os hablado alguna cosa en la anterior instrucción acerca


de la penitencia, sacram ento; vamos a ocuparnos en la presente
instrucción acerca de la penitencia, virtud.
L a virtud de la penitencia, al decir de San Ignacio, es' do­
ble: interna y externa.
i) L a penitencia interna es “ dolerse de sus pecados con fir ­
me p ropósito‘de no cometer aquéllos ni otros' algunos” .
L a penitencia interpa es una virtud necesaria. A sí lo repite
muchas veces la E scritura: Si no hicieseis penitencia todos se­
mejantemente pereceréis (x). Si no hiciéremos penitencia, cae­
remos en manos del Señor (2). “ Convertiros y haced peniten­
cia” (3). “ S i el pecador hiciere penitencia, me olvidaré de sus
pecados (4).
L a penitencia interior es una virtud fá cil. A sí como nos pro­
diga el Señor la tierra, el agua, el fuego, el aire, los elementos
necesarios para la vida natural, así nos facilita la contrición, el
arrepentimiento, la penitencia necesaria para la vida sobrenatu­
ral. B asta tener ojos para llorar, voluntad para querer, corazón
para amar.
L a penitencia interior es una virtud pronta. E s una luz, un
relámpago, un “ Jesús” , un “ pequé” , una “ lágrima” '.
L a penitencia interior es una virtud eficaz. Aunque renie­
gues de Cristo como Pedro, aunque persigas a la Iglesia como
Pablo, profeses la herejía como A gustín, escandalices el mundo
como M agdalena, si hicieres com o. ellos penitencia, serás a su
sem ejanza perdonado.

(1) Luc., 13-5.


(2) E cclí., 2-22.
(3) Mt-, 3-2-
(4) E zech ., 18-21,
228 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

L a penitencia es una virtud interior} no del cuerpo, sino del


ánima, aunque rebosa muchas veces en lágrimas ardientes; so­
brenatural, no humana, sino divina; suscitada por el temor del
castigo, por la consideración de los novísimos del alma, la bon­
dad de Dios, la pasión del Redentor; sum a-tn el aprecio “ de
vergüenza” , “ de contrición” ; universal, con firme propósito de
no cometer aquellos pecados ni otros algunos.
E sta contrición perfecta, inform ada por la caridad de que
.aquí tratamos, que purifica el alma y la hermosea hasta enume­
rarnos entre los hijos de Dios, hemos de entrañarla muy aden­
tr o en nuestro corazón y no dejarla jam ás, como estrecha el
náufrago entre sus trémulos brazos la tabla salvadora después-
del naufragio.
A imprimir en nuestra alma el espíritu de perfecta contri­
ción consagra San .Ignacio todos los ejercicios de la primera
semana, y “ el crecido e intenso dolor y lágrimas de los pecados”
constituye la constante aspiración ele todas sus meditaciones.

2) Si tanta es la importancia de la penitencia interior, que


constituye el fin de la primera semana y el fundamento de todos
los ejercicios, no es menos la importancia de la penitencia exte­
rior, porque es su fruto y manifestación y natural consecuencia..
N o sólo peca el hombre con el alma, sino también con el
cuerpo; los dos son cómplices en el acto del pecado; justo es
también por consiguiente que no sólo se duela el alma, sino
también el cuerpo, y que cuerpo y alma conspiren en el ejerci­
cio de la penitencia.
San Ignacio trata de esta última penitencia en la adición
décim a y dice así:

wL a décim a addición es penitencia, la qual se divide en interna


y extern a: interna es dolerse de sus pecados con firm e propósito
de no com eter aquéllos n y otros algunos; la externa o fru cio de
la prim era, es castigo de los pecados cometidos, y principalm ente
se tom a en tres m an eras” ;

y nos expone en este breve y áureo tratad íto:

a) L a naturaleza.
b) L a práctica.
c) L o s efectos de la penitencia.
íffi LA PENITENCIA ”229

a) L a naturaleza (i). E n el pecado hay un doble desorden;


la aversión de Dios y la conversión a la criatura. E n él ejercicio
de la penitencia, su virtud contraria, hay una doble ordenación:'
la conversión a D ios’ y la aversión de la criatura. L a primera
constituye la penitencia interna; la segunda, la externa.
L a penitencia. externa la define San Ignacio “ fructo de la
primera, castigo de los pecados cometidos” .
D e aquí que la penitencia exterior sea virtud necesaria como
parte integrante y natural complemento de la penitencia inte­
rior, P or los frutos conoceréis el árbol. Cuando los ramos flore­
cen ,y fructifican, el árbol vive y lozanea, pero cuando la copa
se marchita y aridece, el árbol languidece y muere. L o mismo
pasa con la virtud de la penitencia, en la expresión de San Igna­
cio. U n ahna penitente rebosa al exterior en suspiros, lágrim as,
sollozos; por el contrario, un pecador que no llora, que no so­
lloza, que no suspira, da claros indicios de interior impenitencia.
“ E x fructibus eorum .eognoscetis eos” . De esta doctrina se de­
duce que la penitencia exterior es una virtud universal, de todas
las personas y de tocios- los tiempos, no sólo de los monjes y de
los anacoretas, sino también de las damas y los cortesanos.; no
sólo de la edad primera y los siglos medievales, sino de la edad
moderna y los novísimos tiempos. L a penitencia jam ás pasará
de moda. E l eco de la predicación del Bautista: “ Pcénitentiam
agite” , resonará desde las orillas del Jordán, por todos los ám­
bitos de la tierra, hasta la consumación de los siglos. T al es la
naturaleza de la penitencia exterior, según San Ignacio. “ E l fru ­
to de la penitencia, el castigo de los pecados cometidos” , V e a ­
mos ahora su práctica.
b) L a práctica de la penitencia. San Ignacio nos instruye
acerca de tres maneras de penitencia.
“ L a prim era m anera es cerca del comer, es a saber: quand©
quitam os lo superfluo, no es penitencia, m ás tem perancia; peni­
tencia es, “ quando quitam os de lo conueniente, y quanto m ás y
m ás m ayor y m ejor, sólo que no se corrom pa el subiecto n y se
siga enferm edad n otable” .

M oderar el exceso es templanza, cercenar lo conveniente es


penitencia. E l ayuno no sólo prohíbe el exceso en el comer, sino
que impone la-única comida. San Ignacio, a ejemplo de Jesu-

(i) C f. Meschler, hoc, loco.


EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA CUARTO

cristo, que ayunó cuarenta días en el desierto, nos predica desde


la cueva de M anresa la abstinencia y el ayuno “ y cuanto más y
más, mayor y m ejor” pero añade una prudente cautela, que la
repite hasta cuatro veces en esta breve exhortación. “ 'Sólo que
no corrompa el subiecto ni se siga enfermedad notable” . L a
penitencia no es fin, sino medio, y por consiguiente hay que ejer­
citarla tanto cuanto conduce a nuestra santificación.
Y por no atender a esta cautela, no pocos se cargaron de
m ayores armas que las que sufrían sus fuerzas, y colmaron con
exceso su barquilla, y crucificaron al hombre nuevo con el viejo,
y vencidos por la imprudencia, quebrantada su salud, tuvieron
que ser servidos y regalados. Consecuente con este principio,
San Ignacio nos invita a mortificar más la bebida que la comida,
más la comida exquisita y regalada que los manjares, pobres y
comunes, y a no proceder, sobre todo a los comienzos, sin el
consejo de nuestro director.

“ L a segunda cerca del modo de d orm ir” : “ Y asim ism o no


es penitencia quitar lo superfluo de cosas delicadas o moles, m as
es peni vencía quavivw e* wuuu se de lo comicmentcj y
quanto m ás y m ás m ejor, sólo que no se corrom pa el subiecto n y
se siga enferm edad notable, ny tampoco se quite del sueño coim e-
niente, si forsan no tiene hábito vicioso de dorm ir dem asiado para
venir a l m edio” .

San Ignacio expone en esta segunda manera la misma doc­


trina anterior, solamente que en la penitencia en el dormir es
más blando que en la penitencia en el comer, porque el abuso
de esta penitencia es peligroso en el decurso de los ejercicios, l^a
vida interior, el ejercicio constante de la oración, consume los
nervios, y el sueño es el alimento cerebral; por eso prescribe
prudentemente San Ignacio: “ Que no se quite del sueño conve­
niente” , y si esto lo ordenaba en aquellos recios tiempos medie­
vales, téngase por mucho más prescrito en nuestros dias. Sola­
mente en el caso de un hábito vicioso inveterado, conform e a
su principio de la oposición diametral, permite San Ignacio cer­
cenar el sueño conveniente, para venir al justo medio.

“'L a tercera castigar la carne, es a saber, dándole dolor sen ­


sible, el qual se d a trayendo cilicios, o sogas o barras de h ierro
sobre las carnes, flagelándose © llagándose, y otras m aneras de
asperezas” .
DE L A PENITENCIA 23*

Consecuente San Ignacio con la doctrina anterior, nos invita


a castigar nuestra carne con cuerdas delgadas, más bien que con
cadenas gruesas, a procurar el dolor y evitar la enfermedad, a
lastimar la piel sin penetrar los huesos.
E ste linaje de penitencia es más conveniente y más seguro.
E s más conveniente, porque la penitencia aumenta cuanto más'
duele y cuanto más se prodiga. Y la maceración superficial, como
enseña la experiencia, duele más y justamente deja el sujeto
incólume para frecuentar el castigo.
Este linaje de penitencia es el más seguro. N o pocos, según
nos cuentan los santos, se engañaron con un extraordinario ideal
de penitencia, y siguieron su juicio, y resistieron al superior, y
quebrantaron sus fuerzas, y se engañaron lastimosamente; todos
estos escollos se evitan con la penitencia ignaciana, que cuida
de espolear a la bestia y de conservarla para el trabajo. Si quie­
res hacer penitencia, fabrícate a tu medida un manojo de suti­
les mallas, y lastímate,,sin compasión en lo que tienes de más
vivo y sensible: Q ue te aguija la curiosidad, refrénala; que te
hostiga la impaciencia, sosiégala; que te deprime la pereza, sa­
cúdela; que te hincha la soberbia, humíllala. Como caballero de
Cristo, restalla sin cesar este látigo, calza a tus pies esta espuela,
y de esta suerte practicarás la más saludable penitencia, sin peli­
gro alguno de engaño ni enfermedad.

c) E fectos de la penitencia. Después de tratar San Igna­


cio de la naturaleza y práctica de la jpenitencia para inducirnos
a su ejercicio, nos expone sus motivos. Dice así:

I) “ Las penitencias exteriores .principalmente se hacen por


tres efectos: el primero por satisfacción de los pecados pasados” ,
Sabemos que hemos pecado, que nos resta un reato que sa­
tisfacer en esta vida o en la otra. Prefiramos satisfacer en esta
vida. Elijam os el partido de la penitencia. “ H ic tire, hic seca, hic
non parcas ut in ceternum p a r c a s S aja, quema, no perdones,
Señor, en esta vida, para que perdones en la vida eterna, “ E cce
nunc 'tempus acceptabile, ecce nync dies salutis” .
A quí la penitencia es fá cil: no es el fuego del purgatorio,
ni la acerbidad de sus tormentos, sino pequeñas asperezas,
ligeras mortificaciones.
A quí la penitencia es ventajosa: pequeñas penitencias satis­
facen por grandes culpas, en el tiempo de la m isericordia; sona­
232 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,*— DÍA CUARTO

rá la hora de la justicia, en que -Se nos exigirá hasta el último


cuadrante.
A quí la penitencia es m eritoria: paga la pena y aumenta la
gracia, satisface la culpa y centuplica la gloria. “ Mientras tene­
m os tiempo, obremos el bien: vendrá la noche cuando será im­
posible negociar” (i).

II) É l segundo motivo que añade San Ignacio, para indu­


cirnos a la práctica de la penitencia; es muy propio de los eje r­
cicios y muy característico de ‘San Ignacio: “ Para vencer a sí
m ism o” , es a saber, para que la sensualidad obedezca a la razón,
y “ todas partes inferiores estén más subyetas a las superiores” .
E l corcel más noble y generoso, sin rienda, sin espuela, sacude
la silla, despide el auriga, se torna asustadizo y fiero. Y por el
contrario, el más bravo y rebelde bruto, al rigor de la rienda, al
tem or del acicate, a la mano férrea del jinete, se sujeta y aman­
sa y obedece. L a bestezueía es nuestra sensualidad, la penitencia
es .el bocado y la fusta y e l acicate.
San Ignacio, como militar y caballero, gusta de frecuentar
ejemplos y semejanzas de la guerra. Y si esta comparación era
práctica en aquellos robustos y dorados tiempos, lo es mucho
más en nuestros días. L a penitencia sería la salvación de m u­
chos ; por eso hay tantos asustadizos y abúlicos y pusilánimes,
porque no conocen la rienda y la fusta y el acicate. Con mucha
razón canta la Iglesia en el P re fa cio : “ Q ui corporali jé junio,
vitia comprimís, meníem elevas, vlrtutem largiris et prem ia” .

III) E l tercero y último motivo que expone San Ignacio


4>ara inducirnos a la penitencia es su eficacia para impetrar gra­
cias y beneficios del Señor.
“ E l Señor se ha con sus hijos como un padre o una madre’ ”
U n niño le pide a su madre pan, y se lo n ie g a ; se lo vuelve a
pedir y se lo vuelve a n e g a r; pero afligido el niño por la doble
negativa, llora. Y la madre se conmueve y enternece. Y corta
el pan, y le alarga a su hijo, y le besa en la frente, y le abraza
entre sus brazos, y le d ic e :d ‘ toma, hijo, come y no llores” .
A s í y mucho más tiernamente se ha con nosotros el Señor, del
cual procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, que es
mucho más padre y madre que todos los padres y madres del

(i) Joan, 7-13,


.DE LA PENITENCIA 233

inundo. L e pedimos al Señor una gracia y nos la niega; la vol­


vemos a pedir, y nos la vuelve a negar; oramos, nos afligimos,
hacemos penitencia, y el Señor se conmueve y enternece y nos
concede la gracia juntamente con su amor. Tanta es la eficacia de
la penitencia. E l Señor se rinde a nuestro llanto y aflicción. A sí
se lo reveló al p ro fe ta : “ desde el día en que resolviste afligirte
en mi presencia, para alcanzar la sabiduría, fueron escuchadas
tus plegarias’' (1). Llenas están las Escrituras de ejemplos seme­
jantes. N ínive se libró de la destrucción por la penitencia. L a
penitencia salvó a Betulia del poder de ¡Holof-ernes. L a peni­
tencia libró a los judíos del furor de Am án. E xpresivo ejemplo
de penitencia nos legó el rey profeta (2). E l Señor conminó a
David la muerte de su h ijo en castigo de su pecado. D avid ayu­
nó, se postró en tierra, hizo penitencia; en vano le instaroñ sus
consejeros que mitigase los ayunos, que pusiese modo a su do­
lor: el rey 110 atendió sus consejos. Pasaron siete días y el ñiño
se murió, y los grandes-..-temerosos se decían:, cuando el niño
enfermó, el rey no admitió consuelo, ¿quién se atreverá ahora
a participarle su muerte? E l rey, intuyendo su temor, les pre­
guntó: ¿H a muerto el niño?, y los grandes le dijeron entre
lágrim as: “ E l príncipe ha muertoA Entonces el rey se levantó
del polvo, lavó su rostro, ungió sus cabellos, consoló a la reina,
y comió y se a le g ró ; y los cortesanos admirados se decían : ¿ qué
es esto? E l rey, cuando enferm ó el hijo, no admitía alivio ni
consuelo; ahora que ha muerto se consuela, y se alegra, y ban­
quetea: ¿cóm o se explica esta conducta? D avid les respondió
con una respuesta digna del rey p ro feta : M ientras vivía el in­
fante lloraba y me decía: “ ¡Q uién sabe si me lo concederá al
niño el Señor y v iv irá ? ” E s que aquel rey conocía el corazón
de Dios, que se rinde a la penitencia.
Y sí la penitencia tiene virtud para alcanzar bienes natura­
les, mucho más eficacia tiene para alcanzar bienes sobrenatu­
rales. “ L a interna contrición \ “ el llanto de la pasión” , “ la so­
lución de nuestras dudas” . Sabido es que San Ignacio vertió mu­
chas lágrimas para redactar sus reglas y constituciones, y Santo
Tom ás se previno con sangrientas disciplinas para la ínterpre-
táción de los pasajes difíciles de la Escritura.
(1) E x die primo, quo posuisti cor tut¡m ad intelligendum ut te a fiíi-
geres ín conspectu D el tuí, exaudita suñt verba tua. Dan., 10, 12.
(2) II R eg., 12,
234 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— D A CUARTO

3) San Ignacio termina este tratadito con una nota sabia y


p ru d en te:

“ Quan&o la persona que se exercita aún no h a lla lo que desea,


ansí como lágrim as, consolationes, etc., m uchas vezes aproüeeha
h azer m udanza en el com er, en el dormir y en otros m odos de ,
h a zer penitencia; de m anera que nos mudemos haziendo dos o
tres días penitencia, y otros dos o tres no; porque a algunos
conuiene hazer m ás penitencia, y a otros m enos; y tam bién po r­
que m uchas vezes dexamos de hazer penitencia por el amor sen­
sual, y por juizio erróneo, que el subiecto hum ano no podrá to le­
r a r ’ sin notable enferm edad; y algunas vezes, por el contrario,
basem os dem asiado, pensando que el cuerpo puede tolerar

San Ignacio recomienda en los ejercicios mudar las peni­


tencias, y esto por tres razones. L a primera, para procurar por
la salud. L o que estraga la salud no es un ayuno aislado, un
castigo o m ortificación, sínó la perseverancia en la misma peni­
tencia ; este rigor constante es como una lima sorda, que quiebra
el metal más duro y agota el más robusto temperamento; este
peligro que experimentó en sí mismo San Ignacio, lo previene
con esta prudente caución.

L a segunda razón es para evitar, no ya el peligro de nuestra


salud, sino los engaños de nuestra sensualidad. A s í como hay
peligro de ser excesivo en la penitencia, como hemos dicho, así
también hay peligro de ser remiso, como enseña en su práctica
la experiencia. Y a veces nos engañamos en hacer la penitencia
que menos nos cuesta y repugnamos la más costosa penitencia.
P o r ejemplo, preferim os la maceración, y evitarnos la abstinen­
cia. N o mudamos la mortificación, no probamos nuestras fu er­
zas, y por eso nos engañamos en el ejercicio de la penitencia.

L a tercera razón que aconseja la mudanza en la penitencia,


no es el peligro de la salud ni de la sensualidad, sino la mortifi­
cación de nuestro propio juicio. Sabido es que al juicio de los
demás y a nuestro propio juicio, la aspereza de la vida nos e le v a -
en la estima de nuestro aprovechamiento, y esta estima propia
y este ideal rígido de extraordinaria penitencia, ha engañado a
algunos penitentes, y les ha hecho inflexibles y desobedientes,
y los ha aferrado a su vanidad y juicio p ro p io ; para evitar este
peligroso escollo recomienda San Ignacio mudar las penitencias.
Y finalmente termina San Ignacio;
DE EA PENITENCIA 235

“ Como B io s nuestro Señor es infinito eonosce m ejor nuestra


n atu ra, m u chas vezes en las tales m udanzas, d á a sentir a cada
vztó lo que le comuienewa

Aprendam os en este breve tratadito el ejercicio de la peni­


tencia discreta, humilde y obediente, y con estas cautelas, cuan­
to más y más, m ayor y mejor. Dichosa peniteñcia que paga la
culpa, labra la corona, señorea el apetito, ilumina las dudas,
infunde el llanto del arrepentimiento y nos estrecha entre los
brazos de la Cruz del Redentor: “ Agite pmúteniicitrí\ H aced
penitencia. A sí sea.
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Din quinto

M editación decim oséptim a

de ik p u r ific a c ió n

<4De la Purificación, de N uestra Señora y representación del


Niño Jesús escribe S an L ucas (X):
Prim ero. T raen a l Niño Jesús a l tem plo, p ara que sea r e ­
presentado a! S eñox -.CQtno prim ogénito, y offrescen por El (un
par de tórtolas o dos hijos de palom as).
Segundo. Sim eón veniendo al templo (Quse in hoe secundo
puncto dicuntur accidisse videntur ante ipsam p m sen tatio n em
p u e r i C f. Luc. 3- 37)♦ (Tomólo en sus bracos) diciendo: (Agora
Señor dexa a tu sieruo en p az).
Tercero. A n u a (veniendo después confessaba a l Señor y
a biaba dél a todos los que esperaban la redem pción de Ysrael) ” ,

Estos breves puntos comprenden un triple misterio. L a P u ­


rificación de la. V irgen, la presentación del N iño, la profecía de
Simeón. Y cada uno de estos misterios podría constituir, según
la manera de San Ignacio, otra triple serie'de ejercicios con su
'meditación, repetición y aplicación de sentidos; pero nos con­
tentaremos con una sola meditación que tendrá . tres puntos.

P r im e r o : L a Purificación de la Virgen.
Segun do: La Presentación del Señor.'
T ercero : La profécía de Simeón.
L a oración preparatoria, la ■acostumbrada.
E l primer preludio será la historia. Cóm o cumplidos los
cuarenta días del nacimiento, partió la Sagrada Fam ilia de Belén
a Jerusalén, para cumplir con la ley de la Purificación de la

(i) Cap. 2.°, LIT., D. E.; Lúe., II-22-39.


238 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— 03 A QUINTO

M adre y la Presentación del N iño, y recibir la confesión y las


alabanzas del anciano Patriarca Simeón.
E l preludio segundo o composición de lugar será aquí: V e r
a la V irgen Santísima arrodillada a los pies del sacerdote, o fre ­
cerle una tórtola o una palomita en expiación por su pecado.
V e r a San José rescatar al divino Niño de mano del sacerdote
y a j divino N iño ofrecerse al eterno Padre por nuestro rescate.
V e r finalmente al anciano Simeón que levanta al divino N iño
entre sus brazos y publica antes que ningún otro en la tierra la-
divinidad del Salvador.
E l tercer preludio o petición, será: “ Demandar conocimien­
to del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le
ame y le siga” .

P U N T O P R IM E R O
Pearifksaeüési d© Sea V¡rg©ta S a n t í s i m a

a) A penas se cumplieron los cuarenta. días del nacimiento,


la Sagrada Fam ilia partió de Belén a Jerusalén, para visitar el
templo del Señor. Traspusieron la llanura de R e fa m ; el mismo
camino que salvó Abraham para sacrificar a su hijo Is a a c ; el mis­
mo camino que ganó Jacob para enterrar a su esposa R a q u e l; el
mismo camino que cruzó Salomón para visitar sus jardines de
E ta n ; sólo que el verdadero Salomón, Cristo Jesús, no arrastra
carroza de oro y de marfil, sino que cabalga en pobre cabalga­
dura, en los brazos de M aría, entre los pliegues de su azulado
manto ( i).
B reve fue la jornada de Belén a Jerusalén, y el H ijo y la
M adre y su santo espeso hicieron alto delante del templo del
Señor. T raspuso la V irgen el atrio de los gentiles, atravesó la
puerta Especiosa, ascendió las quince gradas que conducen al
atrio de Israel, y se postró de rodillas delante de la enorme
broncínea puerta llamada de N ican o r; allí le esperaba el sacer­
dote después de la incensación del sacrificio m atutino; la V ir­
gen depositó en su manos el sacrificio de los pobres, dos tórto­
las o dos palomitas (2), una en expiación que reservó el sacer-

(1) C f. Meschler, hoc loco.


(2) P a r turturum aut dúos pullos columbarum.
DE LA PURIFICACIÓN 239

dote, otra en holocausto que quemó sobre el altar (1), O scura


fu é la ofrenda de M aría a los ojos de los hombres, pero ascen­
dió en olor de suavidad ante el trono del Señor. L a azucena
entre las espinas, como la llama' el esposo a la Santísima V irgen ,
desplegó en su Purificación seis principales virtudes, como otros
tantos pétalos de virginal pureza (2).

b) L a primera virtud fué interior'recogim iento. Ordenaba


la ley a las madres de Israel (3) cuarenta, días de apartamiento,
antes de la ceremonia de la Purificación. E sta ley del Levíticó
la observó gustosísima N uestra Señora, que se consagró cua­
renta días, con exclusión a cuidar de Jesús, a criarle a sus pe­
chos, a abrazarle entre sus brazos, a meditar sus misterios, a
im itar sus virtudes, enseñarnos con su ejem plo el silencio, la
devoción, el recogimiento en los santos ejercicios.
L a segunda virtud fué amor grande de la pureza. E ra purí­
sima y llena de gracia, concebida sin pecado, y sin embargo
gusta de purificarse más-y. más, para que no apareciese en su
exterior rastro alguno de mácula, ni ruga, ni cosa semejante,
sino que fuese Santa e Inmaculada (4),
L a tercera virtud fué perfectísim a obediencia. L a ley del
L evítico ordenaba la Purificación a la madre que concibiera por
obra de varón, de modo que por ninguna manera obligaba a
M aría. Y , esto no obstante, a los cuarenta días del nacimiento*
con prontitud, presteza y alegría, quiere someterse a la obedien­
cia, por conform arse con la práctica de los demás, por guardar
la ley común, por evitar la nota de exención y singularidad, por
im itar en todo a su H ijo Jesús, que se sometió al César antes
de nacer, y se sujetó a Monsés apenas nacido, y se hizo obe­
diente a su Padre hasta la muerte y muerte de cruz.
L a cuarta virtud fué rara humildad, al querer ser tenida por
impura la Purísim a, por manchada la Inmaculada, por madre
terrena la M adre V irgen , por m ujer vulgar la Bendita entre las
m ujeres.
L a quinta virtud fué singular pobreza. Pudiera ofrecer la
V irg en , como los ricos, los corderitos que le ofrecieron los

(1) Cf,, Fillión, 2, cap. 3.0


(2) Lapuente, Meditaciones, I, 25.
<3) Lev., 12.
i (4) E ph.( 5-27.
24o EJERCICIOS DE SAN IGNACIO-— OÍA QUINTO

p astores; pudiera ofrecer la V irgen, como los magnates, el oro


que le ofrecieron los m agos; pero prefirió ofrecer la ofrenda
del pobre: dos tórtolas o dos palomitas, “ par turturum aut dúos
pullos colum barum ” , para enseñarnos con su ejemplo a practi­
car la pobreza, así actual como espiritual, “ queriendo su San­
tísim a M ajestad elegirme y recibirme en tal vida y estado” .-
L a sexta virtud fué sencillez, y amor, y caridad abrasada
que hizo esta humilde oblación más agradable a los divinos ojos
que la ofrenda de A bel y el sacrificio de Abraham y todas las
ofrendas y sacrificios de la tierra,

c) V eam os a la V irg e n Santísima arrodillada ante el altar,


que ofrece al Señor con sus benditas manos la cándida palomi­
ta, símbolo expresivo de su inocencia. M aría fue la palomita de
la Purificación, pálido reflejo de su pureza, (i). M a ría fué la
palomita de los cantares,, de la que cantó el esposo: “ Una est
columba mea> perfecta mea> una est M atris sucs, electa genitrici
s u a ” (u). M aría fue U p a lo m ita del arca, que no posó sus plan­
tas en la tierra (Gén,, 8-9).
O igam os las palabras de la V irgen, sencillas, fervientes, abra­
sadas, que escuchan reverentes los ángeles, y penetran los cie­
los, e inclinan en nuestro favor la augusta y Santísim a'Trinidad.
Consideremos sus acciones, su compostura, modestia, abne­
gación, amor, generosidad, pureza, y juntemos nuestros votos
con sus votos, nuestra oración con la suya, su ofrenda con nues­
tra ofrenda. V ayam os a Jesús por M a ría ; por el Corazón de
M aría, al Corazón de Jesús.

PU N TO SEGU N DO
«I®! 8$ai©

a) L a Presentación y rescate de los primogénitos se hacía


en' medio de la puerta meridional del atrio de los sacerdotes. Y
lo hacía el padre. P or consiguiente, San José tomó al N iño en
sus brazos, traspuso la puerta de Nicanor, recorrió las galerías
interiores del templo y se arrodilló a’ la entrada del atrio de

(1) Leví, 12, 6. U


(2) Cant. 6-8.
DE LA PU RIFICACIÓ N 24l

las ¡sacerdotes. E l sacerdote levantó al Niño en sus manos, reci­


bió su rescate y lo devolvió a su padre (1). T a l fué la cere­
monia, que quizá fué reducida a la simple solución de los cinco
sidos (2); ceremonia oscura en la apariencia, pero magnífica
en la realidad y preciosa sobre todo en el acatamiento del Señor.
Muchedumbre de profetas la habían anunciado. “ Alégrate, rego­
cíjate, oh Jerusalén — canta el profeta Isaías— , porque ama­
nece tu tus y alborea sobre ti la gloria del Señor*’ (3). Y el
profeta A g eo añade: “ Vendrá el deseado de todas las gentes y
llenará el templo de su gloria” (4). Y (Malaquías, el novísimo
de los profetas, ex cla m a : “ A l instante viene a su templo el
Señor que buscáis, el ángel del testamento que esperáis; he aquí
que ya viene, dice el S eñ o r” (5). Y vino el R ey a sus vasallos,
el H ijo a su heredad, el Señor a su templo, y lo colmó el tem­
plo de su gloria, no ya en la figura de misteriosa niebla, como
en los pasados tiempos, sino en la realidad palpitante del U n i­
génito de Dios (6),

“ M ías son todas las primicias” , había dicho el Señor, L as


primicias de las mieses y de los campos, las primicias de los
frutos y los rebaños, las primicias de las familias y de las tri­
bus, los primogénitos todos de Israel” (7). Este espíritu de sa­
crificio, de obediencia, llenó el corazón del divino In fan te; en
el misterio de su Presentación, ya no le agradaban al Señor los
sacrificios de las ovejas y los carneros, y el Verbo humanado
se consagró a su Padre, en sacrificio latréutico de rendida ado­
ración, eucarístico de condigna gratitud, propiciatorio de infi­
nita impetración, expiatorio de rigurosa justicia, plenísimo y

(r) C f. Meschler, hoc loco,


(2) C f. Fillion, hoc loco.
(3) Surge ¡Iluminare Jerusalem: quia venit lumen tuum, et gloria
Domini super te orta est, Isaías, 60-1.
(4) E t veniet desíderatus cunctís gentibus: et implebo‘ domum
Istam gloria... M agna erit gloria domus istius novissimse plus quam
primae, dicit Dominus exercituum, Agg., 2, 8 y 10.
(5) E t statim veniet ad tempíum suum Dominator, quem vos
quseritis, et Angelus testamenti, quem vos vultis. Ecce venit, dicit D o ­
minus exercituum. Mal., 3-1.
(6) E t Verbum caro factum est, et habitavit in nobis: et vídimus
gloriam ejus, gloriam quasi unigeniti a Patre. Joan., 1, 14. ■
(7) Sicut seríptum est in lege Dom ini: Quia omne masculínum
adaperiens vulvam, sanctum Domino vocabitur, Luc., 2-23.
16
242 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— D‘' a QUINTO

divino holocausto, en que el Sum o Sacerdote, Cristo Jesús, in­


moló ante el ara del altar, no ya la sangre de las víctimas, sino
la propia sangre de sus venas, hecho víctima, en redención por
nuestros pecados. “ E l H ijo del hom bre” , el heredero de D avid,
el Prim ogénito de las criaturas, el Unigénito del Padre, se pre­
sentó a su Dios, y con su oblación le consagró las primicias de
todas las criaturas.

b) El apóstol San Pablo expresó elocuentemente los senti­


mientos abrasados deí Redentor divino en el primer instante de
su encarnación, al poner en sus augustos labios aquellas pala­
bras profeticas del salm ista: “ N o quisiste oblaciones y sacrifi­
cios, sino que conformaste mi cuerpo; no te agradaron las vic­
timas y los holocaustos, y entonces d ije : H e aquí que vengo;
en el principio del libro está escrito de mí que he de hacer tu
voluntad:Así lo quiero y tu ley está impresa en medio de m i
corazón ’ . Esta misma oblación la ofreció el Señor en el tem­
plo, y la frecuentó en su/ oración, y la repitió en Getsemaní, y
la consumó en el Calvario. E l sacrificio de su Presentación fué
el sacrificio matutino, místico e incruento; la oblación de la
cruz, el sacrificio vespertino, cruento y mortal.
Veam os aí divino N iño en manos del sacerdote, escuchemos
sus acentos sin pa1abras, penetremos sobre todo en el interior
de sü deífico corazón:

c) E l Señor se ofreció libérrimamente, “ quia ipse vo lu it” ;


la consagración no obligaba al consagrante, ni el sacrificio a Dios,
ni el rescate al Redentor, ni la ley al legislador. ..
L a oblación fué generosa. N o ya se rescató con cinco sidos
de plata, sino que se ofreció a rescatarnos con cinco llagas m or­
tales, raudales irrestañables de su amor.
L a oblación fué sumisa. E n el plazo prescrito en el templo
del Señor, por mandato del sacerdote, con la solución del res­
cate. “ S in que pasara ni una jota ni una tilde de la ley que
no se cumpliere” ( i).
L a oblación del Señor fu é ferviente. Su corazón latía de
amor, sus manos se levantaban al cielo, sús ojos se inundaban
de lágrim as y sus labios balbucían aquellas palabras de la E s-

(i) Jota tmum aut unus apex non praeteribit a lege doñee omnía
fiant. M t, 5-18.
DE LA PURIFICACIÓN 343

cíitu ra: “ Con un bautismo tengo que ser bautizado, y cómo me


aflijo hasta que so consum e” ( í) ,“ Qué excelente, qué embria--
gador es mi cáliz” (2). “ Padre, que pase de mí este cáliz, pero
que se haga vuestra voluntad, y no la mía” (3). “ A s í lo quiero/
oh Señor, y tu ley está impresa en mi corazón” (4),
Y la V irgen Santísima ofrecía junto con San José el sacri­
ficio de su H ijo , y yo como esclavito indigno he de participar'
del sacrificio del H ijo y de la Madre.
¿P odrás beber, me dice el divino Niño, el cáliz que yo tengo
que beber (5), y bautizarte con el bautismo con que yo ten go'que
ser bautizado? Y o he de responderle humildemente: Todo lo pue­
do con tu gracia (ó). Y el Señor me reclamará el sacrificio de mi
voluntad, el holocausto de mi corazón, la elección de mi estado,
la reform a de mi vida. Y yo todo 1 0 entregaré, por manos de-
M aría, en sus divinas manos.

PÜ N TO TERCERO
P r o fe o ® d e l gmoem® Pffltrmresa S w e é s t

a) “ Había en Jerusalén un hombre llamado Sim eón, ju sto


y temeroso de Dios, que esperaba la consolación de Israel, y
habitaba en su ánima el Espíritu Santo” (7). T al es la breve y
elocuente alabanza que hace el Evangelio de este Santo.
“ Y he aquí que había en Jerusalén un hombre” , Q ue fuera
el sumo sacerdote o el rabino Simeón, padre de Gamaliel, no
afirma el Egangelio, sino “ que era ju sto ” , es decir, que no tan
sólo creía, sino .ajustaba su conducta a sus creencias. “ Y teme­
roso de D io s” , es decir, que no sólo temía a Dios servilmente, sino
con temor de perfecta caridad. “ Y que esperaba la consolación de.

(1) Baptismo autem habeo baptizar!, et quomodo coarctor usquedum


perficíatur, Luc.f 12-30.
(2) Calix meus inebríans quam prseclarus est. Ps., 22-5.
(3) Pater, omnía tibí possíbifia sunt: transfer caíicem hunc a me,
sed non quod ego volo, sed quod tu. Marc., 14-36.
(4) Deus meus volui, et íegem tuam in medio cordís meí. Ps,, 39-9’,
(5) Mt., 20-22.
(6) Philip., 4-13.
. (7) E t ecce homo erat in Jerusalem, cui nomen Simeón, et homo
iste justus et timoratus, expectans consolationem Isra e l: et Spirítus
Sanctus erat in eo. Luc., 2-25.
244 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

Israel” , o lo que es lo mismo, que a la caridad y a la fe. juntaba ía


esperanza, y este ejercicio eminente de las virtudes divinas se de­
rivaba en su ánima de la gracia del Espíritu Santo, que moraba en
su corazón. “ E t Spiritus Sanctus eral in eo ” . Y como el Señor
gusta de comunicarse con sus Santos, le había revelado en lo
interior de su corazón que no m oriría sin que viera antes el
Santo del Señor, “ N on visurum se mortem nisi prius videret
Christum D om iní” . Y el E spíritu Santo le conduce al templo.
“ E t venit in spiritu in t e m p l u m Se detiene el anciano ante
la puerta de N ican or: sus apagados ojos miran en derredor con
ansiedad, su corazón le dice que van a cumplirse las promesas
del Señor. E n aquel momento asciende las gradas del templo
la Santísima V irgen. E l anciano se adelanta a Ella, toma el N iño
con actitud extática y lo levanta al c ie lo ; sus cansados brazos
se fortalecen con la fortaleza de Dios, y su senectud extrem a
se rejuvenece con la juventud divina; sus ojos se alumbran, su
‘f rente se ilumina y sus balbucientes labios entonan un himno
conciso, apasionado, mezcla de profecía y de salmo, de oda y
de poem a; cántico crepuscular cuyos ecos vespertinos resuenan
todos los días en las arcadas de los tem plos; divino completo-
rio, que en los labios del sacerdote cierra el oficio canónico y
pone sublime término a la liturgia de la Iglesia.

b) “ N unc dimittis seruum tuum, Dom ine, secundum ver-


bum tuum in pace: quia viderunt o culi mei saluiare tuum,
quod parasti ante faciem omnium populorum; lumen ad reve-
lationem gentum ít et gloriam plebis tuce Israel” (i). “ D eja aho­
ra a tu siervo en pa£, oh Señor, según tu palabra, porque mis
ojos vieron tu salvación que preparaste ante la fas: de todas las
generaciones, lumbre que ilumina a los gentiles y gloria de tu
pueblo de Israel” .
“ N unc dim ittis” . U n deseo había deseado el anciano Sim eón :
el deseo de la salud de Israel; una esperanza le había sostenido
hasta la extrem a v e je z: la esperanza de alcanzarla. .E l Señor
había inspirado aquellos deseos para cumplirlos, el Señor le
había d iferido aquellas esperanzas para colmarlas, porque el
Señor concede en una hora lo que difiere muchos años, y son
fruto de la perseverancia las grandes gracias del S eñ or; y la

(i) Luc., II, 29-32,


DE LA PURIFICACIÓN, 245

hora feliz había llegado, y la gracia se había cumplido, Y él


anciano, sumido en un océano de consuelo, repetía: “ D eja a
tu siervo en paz, oh. Señor, según tu palabra ( i ) ; en tu paz.,
en tu regazo dormiré y descansaré (2), M i vida es Cristo, la
muerte ganancia (3). Deseo morir para vivir en tu compañía \
(4). “ N unc dim ittis” .
“ Porque vieron mis ojos la salud de Israel” . L os ojos qué
vieron la luz del cielo, ¿qué lumbre de la tierra pueden v e r? ;
las manos que abrazaron la hermosura increada, ¿qué hermosu­
ra podrán abrazar?; el alma que amó el amor infinito, ¿qué
amores terrenos podrá apetecer? D eja a tu siervo en paz, oh
Señor, según tu palabra, porque vieron mis ojos la salud de
Dios, que preparaste ante la faz de las naciones, luz que ilumi­
na a las gentes, y gloria de tu pueblo de Israel* N o se habla
más del anciano en el Evangelio. Sin duda, que el Señor escu­
chó su plegaria. Y descansó en paz, según sus deseos.
A quella visión del- cielo se desvaneció rápida como el relám­
pago, según aquella sentencia de la E scritura: “ visitas eum di­
lucido, et súbito probas illum ” (Job., 7-18).
Y el anciano bajó sus ojos, rindió sus brazos, humilló su
frente, y devolviendo el N iño a su Madre, le dijo con dolorido
acento: E ste N iño está destinado a la ruina y resurrección de
muchos.
E l suave lirismo del precedente canto contrasta con el diálo­
go final, descarnado y trágico. E l horizonte del vidente se nu­
bla; ve, de .una parte, la pérfida ingratitud de los ju díos: el
templo, el sacerdocio, la sinagoga; de otra parte, la cruel incre­
dulidad de los gentiles: el pretorio, el huerto, el Calvario

c) “ E ste N iño, exclama, está destinado para ruina y resu­


rrección de muchos de Israel, y para señal de contradicción, y
tu alma misma la traspasará una espada, para que se revelen
los pensamientos de muchos corazones” (5), E s la vez primera

(1) Luc., 2, 29.


(2) In pace in idípsum dormiam, et requiescam. Ps. 4-9.
(3) Mihi autem vivere Christus est, et morí lucrum. Philip., 1 -2 1 .
(4) Desíderium habens dissolvi et esse cum Christo. íd., 23.
(5) Eece positus est híc in ruinam et ín resurrectíonem multorum iú
Israel, et in signum cui contradicetur; et tuam ipsius anímam peítránsibit
gladius, ut reveíentur ex multis cordibus cogitationes, Luc., 2, 34-35. '
246 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

que en el Evangelio se alude a la pasión de Cristo. “ Este N iño


está destinado a la ruina y resurrección de m u c h o s Unos le
alabarán, otros le perseguirán, éstos dirán que blasfem a, aqué­
llos que tiene palabras de vida eterna, Herodes le acechará, los
magos le adorarán, el pueblo ,le aclamará, el concilio le conde­
nará. Y esta lucha, esta contradicción que se inició entonces,
continua en el presente y ha de perseverar hasta el fin de los
siglos.
L a divina misión de Jesús no es para nadie, ni puede ser,
indiferente; la neutralidad es imposible; el que no está conmigo,
dice eí Señor, está contra mí, y el que no recoge conmigo, des­
parram a (i). N o hay medio posible; es necesario optar por la
bandera de Cristo o la bandera de L u c ife r ; hay que elegir entre
íá izquierda o la derecha, la justicia o la reprobación, la gloria
del cielo o el fuego del infierno. L a vida es una milicia, la tie­
rra un cámpo de batalla; esta milicia forzosa, este inmenso cam­
pamento de batalla, lo vislumbró el anciano Simeón con profé-
tica mirada, y en medio de la lucha de los tiempos y el estrépito
de las armas intuyó el vidente, como baluarte indestructible en­
clavado sobre la cumbre del Calvario, la Cruz del Redentor, y
agonizante de dolor y sin poder contener el ímpetu de su cora­
zón, arrebatado del espíritu divino, como el profeta Balac, de­
lante de los magnates de M adian (2), se volvió a la V irgen y
le d ijo : “ E i tuam ipsius animam pertransihit gladius” ,

d) O h Señora, tu alma la ha de atravesar una espada,


una espeda que te ha de herir el corazón, una espada que te
ha de atormentar toda la vida, una espada que te ha de sacri­
ficar con doble muerte, junto a la misma cruz del Redentor.
u C u ju s animam gementem¡ contristatam et dolenfem pertran-
sivií gladius” (3).
L o s ecos de la solemne profecía resuenan por los atrios del
templo, las gentes circundan al vidente, se agrupan en torno
de la Sagrada Fam ilia. H abía entre la muchedumbre una viuda
octogenaria, por nombre A n a, h ija de Samuel, de la tribu de

(1) Qui non est tnecum contra me est, et qui non colfigit mecum,
dispergit. Luc., 11, 23.
(2) Si dederit mihi Balac plenam domum suam argentí et auri, non
potero prseteríre sermonem Domini Dei mei. Nun., 24-13.
(3) Secuentia Dolorum. B. M. V .
DE LA VIDA OCULTA DEL SEÑOR 247

A ser, que consumía su vida en ayunos y oraciones y servía en


el templo noche y día; nublaba sus ojos la senectud, doblaba
sus hombros el peso de los años, y un báculo sostenía sus vaci­
lantes pasos. Y he aquí que su faz se alumbra, .sus ojos se ilu­
minan, se adelanta a la muchedumbre con juvenil alegría, y
predica públicamente el advenimiento del Señor a todos cuan­
tos esperaban la redención de Israel.
Concurramos espiritualmente al vestíbulo del templo, vea­
mos las sagradas personas, oigamos sus palabras, consideremos
sus acciones, adoremos las huellas de sus plantas, aspiremos la
infinita suavidad y dulcedumbre de la divinidad del Salvador, y
reflictam os en nosotros mismos, para sacar espiritual provecho.

B E LA VIDA OCULTA DEL S E ftO R

“ D e la vida de Xpo. Nuestro Señor, desde los doze años, h asta


los treynta, escribe San Lucas, en el eaplo. segundo, Lit. G.
“ Prim ero. Era obediente a sus padres. Aprouechaba en sa ­
piencia, edad y gracia.
Segundo, P arece que exercitaba la arte de carpintero, eom<&
m uestra significar Sant M arco, en el capto sexto: Por n eniara
¿es este aquel carpin tero?5''

L a oración preparatoria, la acostumbrada.


El primer preludio será ver la morada y losmoradores de
N a z a re t; la morada es humilde y pobre, sus moradores la trini­
dad de la tierra: Jesús, M aría y José.
E l segundo es la historia," breve por demás. Dice el E van­
gelio: “ Vino a Nazaret y estaba sujeto a sus padres, y crecía
en edad, sabiduría y gracia delante de D ios y de los hombres
“ Y muchos maravillados de oír su doctrina, se-decían: “ ¿Acaso
es éste el artesano hijo de M aría?”
Harem os obviamente tres puntos, según la versión primera
y la vulgata revisada por San Ignacio.
Prim er p u n to: Y vino a Nazaret y estuvo sujeto a sus pa­
dres.
Segundo p unto: Aprovechaba en sapiencia, edad y gracia. ■,
Tercer p u n to : Parece que exercitaba la 'a rte de-carpintero,
248 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

como muestra significar San M arcos, en el capítulo sexto. P o r


ventura ¿es éste aquel carpintero?

P U N T O P R IM E R O
“ Y VINO A N A ZA R E T"

a) L as últimas estribaciones del Líbano forman un valle


de cosa de mil metros cíe largo, quinientos de ancho y cien de
alto, sobre la llanura. Este valle, nido oculto entre los montes,
madreperla escondida entre las rocas, que así le dicen,"es el valle
de N azaret, feraz en naranjos y datileros, florido en anemonas
y tulipanes, el ambiente tibio, azulado el cielo, sanas las auras,
que le asemejan, al decir de los Padres, a la lozanía y frescura
del E dén (i).
L a ciudad .de N azaret no tiene historia ni celebridad; sus
calles estrechas y tortuosas, al estilo oriental, se escalonan en la
ladera y se encaraman entre las rocas.
E n este valle, oscuro y escondido, brotó la flor de Tesé, el
lirio de los cantares. Esta ciudad humilde la adornó la morada
más bendita de la tierra. Y este valle oscuro, esta ciudad humil­
de, esta casita pobre visitada por el ángel, fecundada por el E s­
píritu Santo, la eligió el Cielo y la circundó de paz y de silen­
cio, para que sirviese de morada oculta al Salvador durante la
parte m áxim a de su mansión sobre la tierra.
Traspongam os las calles de N azaret; al sur de la ciudad, en
el actual monasterio franciscano de la Anunciación, entre el
ram aje de los parrales y de las higueras, se esconde una casita.
Penetrem os sus umbrales. E n el vestíbulo se tiende a nuestros
ojos un taller. E n el centro trabaja un artesano. A un lado, una
V irg en crispa el huso entre sus manos. Y entre la V irgen y el
obrero, un niño les auxilia en su trabajo. Postrém onos de hino­
jos en su presencia. Son Jesús, M aría y José, la Trinidad de
la tierra: M aría manda a Jesús, José manda a M aría y a Jesús;
Jesús a nadie manda y a todos obedece. L a síntesis de toda su
vida es la obediencia, “ et erat subditas illis” ; la aspiración de
su alma era obedecer, <cfacere voluntaiem Patris m ei” .

(i) C f. Fillion, II, x»


DE LA VIDA OCULTA DEL SEÑOR 249
b) “ Erat subditus UUs” , considera quién obedece, a quién
obedece, en qué obedece, cuándo obedece, cómo obedece, por qué
obedece, las circunstancias, el mérito, la perfección de su obe­
diencia.
¿Q u ién obedece? E l Señor, el Soberano, el Criador, el V e r ­
bo, el esplendor de la gracia, la plenitud de la sabiduría.
¿ A quién obedece? A l siervo, a l a criatura, a la obra d e.sus
manos, a José, a M aría, a los clientes del taller, a la servidum­
bre del trabajo.
¿ E n qué obedece? N o en el régimen de los pueblos, ni en la
gloria de las armas, ni en el brillo de las letras, sino en los me­
nesteres del taller, en los cuidados de la casa.
¿Cuándo obedece? N o sólo en la niñez, en que la obedien­
cia es una necesidad, y en la adolescencia, en que la obediencia
es un deber, sino en la madurez, en la virilidad, en la plenitud
de la vida, cuando todo hombre tiene derecho a regirse por sí
mismo y a emanciparse de la tutela de los pupilos y tutores.
¿C óm o obedece? Con obediencia de ejecución, que hace lo
que. le mandan, y obediencia de voluntad, que quiere lo que le
ordenan, y obediencia de entendimiento, que ratifica y prefiere,
lo que le mandan y ordenan.
¿ P o r qué obedece? N o porque José es justo y su M adre es
prudente, sino porque tienen las veces y la autoridad de Dios
nuestro S e ñ o r; por esto los ama, los respeta y los obedece. T a l
fué el mérito y la razón form al y la perfección de la obedien­
cia de Cristo nuestro Señor,

c) Contempla, este dechado d ivin o ; pero no te contentes con


una estéril contemplación, si no entraña en tu corazón un amor
entrañable a la obediencia; virtud la más necesaria, sin la cual
no hubo justicia en el cielo, ni inocencia en el paraíso, ni orden
en las naciones; virtud la más segura, porque no se basa en el
juicio propio ni en la humana prudencia, sino en el dictamen y
ía autoridad de D ios nuestro S eñ or; virtud la más meritoria,
porque vale más que los sacrificios “ que matan carne ajena,
mientras que la obediencia sacrifica la voluntad propia” ; virtud
la más triunfadora, porque el obediente, aunque simple y anal­
fabeto, “ cantará victoria” , mientras que el desobediente, aunque
sea un Luzbel de ciencia y hermosura, con la herrumbre de la
rebelión maculará su saber y abdicará su realeza; virtud ía más
250 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— D 'A QUINTO

difícil, porque la obediencia doblega en aras de la autoridad lo


que hay en- el hombre de más libérrimo y soberano, el mismo
albedrío y lib ertad ; virtud la más ignaciana, porque por la puri­
dad y perfección singular de la obediencia quería el santo que
se aventajasen los hijos genuinos de la Com pañía; virtud, sobre
todo, la más divina, que la practicó Cristo treinta años en la
oscuridad de N azaret y la sublimó públicamente en la cumbre
del Calvario, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
“ Aprende hombre a obedecer, aprende tierra a someterte, apren­
de polvo a sujetarte” , (i). Y si te parece poco el ejemplo de
tu Criador, aprende el ejemplo universal de las criaturas. E l
■fuego quema, el agua refrigera, la tierra gravita, el aire orea,
los ríos fluyen, los mares ondulan, los soles ruedan, las estacio­
nes se suceden, las criaturas todas se sujetan a las leyes de su
Criador.
Aprende a obedecer, polvo y ceniza, obedece a la distribu­
ción, obedece a tu director, obedece a las luces de la gracia, obe­
dece al llamamiento, del S e ñ o r; no creas haber aprovechado si
no obedeces, no te tengas por seguro si no te sometes; la obe­
diencia es el riel que te dirige al término, 1a obediencia es el
cauce florido que te encamina al cielo, la órbita diamantina que
te impulsa, que te retiene en torno del sol sin ocaso de la divi­
nidad. E l obediente duerme en ajenas manos, el obediente des­
cansa en ajenos brazos, que no son otros que los brazos y la
diestra del S eñ or: arrójate en el seno de la obediencia y des-
cancarás y a la vez caminarás siempre por el camino del cielo.
M ira que Luzbel se perdió por desobediencia, y A dán se
perdió por desobediencia, y todos los réprobos se perdieron por
desobediencia; que eres por naturaleza hijo de ira, mal inclina­
do por origen a la rebelión; medita el ejemplo de la Sagrada
Fam ilia, y aprende con el ejem plo de Jesucristo la virtud fa vo ­
rita de su vid a; “ et erat subditus ü lis” , les estaba sujeto a ellos.

( i) San Bernardo, h o m ilía : “ M issus e st” , núms. 7-8.


SE LA VIDA OCULTA DEL SENOS 251

PU N TO SEGU N DO
“ APROVECHABA* JEN S A P IE N C IA , EDAD V G R A C IA í?

a) Crecía el divino niño en edad, y juntamente en fuerzas


y estatura; pero no de una manera precoz e inusitada, sino g ra ­
dual y progresiva.
N i existió en Cristo aquella infantil propensión, tan propia
de la adolescencia, de ser hombre, aparecer hombre, ■hacerse
hombre, sino que al contrario el Salvador fué niño, apareció
niño, se hizo niño (1), y difirió la minoridad hasta los treinta
años, para enseñarnos a su ejem plo e imitación aquella m áxima
de sus divinos labios:' ‘ Ut no os convirtiereis y os hiciereis como
niños, no entraréis en el reino de los cielos” (2).
E l niño crecía y se fortalecía. C(Crescebat et confortaba-
tur” (3). M adrugaba de mañana, ayudaba a su madre en los
menesteres de la casa, auxiliaba a San José en los cuidados del
trabajo, se sujetaba en el aprendizaje del taller, se ejercitaba en
el ejercicio de las letras, sin aquellas altibajos de arremetidas
y desmayos, impresiones y desimpresiones tan frecuentes en la
in fa n cia : constante siempre, diligente, unánime.
E l niño crecía y se fortalecía en la presencia de Dios y de
los hombres. ucoram Dea 'ei hominibus” . Los hombres se em­
belesaban de la modestia y compostura del hijo de M aría. Dios
se complacía en la gracia y santidad del primogénito del Padre.

b) Crecía el divino niño en edad y sabiduría: Cristo, verda­


dero Dios y verdadero hombre, no creció ni en la ciencia divina-
que era inexhaurible (4), ni en la ciencia humana que poseyó en su
plenitud (5): sino que creció en la práctica de esta ciencia, no
en el sentido de que conociera nuevas verdades, sino que las
reconocía por un nuevo prisma, por el ejercicio de las humanas
facultades, por el testimonio de los sentidos exteriores, por el
contacto corporal con el mundo físieo durante el curso de su
vida mortal sobre la tierra. E ste experimental crecimiento le

(1) I s ., 9 -6 .
(2) M t., 18-3.
(3) Luc., 1-80.
(4) Col., 2-3.
(5) Joan., 1-14.
2$2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA QUINTO

sujetó al Señor al estudio de las letras, le sometió al apreadi­


za je del taller, le ejercitó en la contemplación de la naturaleza,
le aventajó en el conocimiento del corazón. D e esta ciencia e x ­
perimental entresacó en sus pláticas y conversaciones aquellos
pintorescos símiles y comparaciones de. los lirios y las aves, las
mieses y los viñedos, las serpientes y las palomas, los lobos y
los co rd ero s; a esta ciencia experimental se remitió en sus sen­
tidas querellas contra la hipocresía de los escribas, la p erfid ia
de los fariseos, la crueldad de H erodes y la traición de Ju d as;
lo que es más, a esta ciencia experimental se atuvo en la fre ­
cuente citación de la Escritura, cuando repetía: ¿Q u é dice la
escritura? ¿N o está escrito? ¿ N o habéis leído? Y sobre todo,
en esta ciencia experimental aprendió a sufrir y a obedecer,
según escribe el apóstol: “ E t quidem cum esset film s D ei, didi-
cit ex iis quce passus■ ■est, obedieníiam” (i). Cristo conoció per­
fectamente la ciencia de obedecer; pero por el sufrim iento de
la pasión aprendió su práctica. “ L a intuición de lo, verdad in fi­
nita, la posesión del amor infinito, el gozo de la belleza infinita,
no impedía a Jesucristo et desarrollo del conocimiento experi­
mental; el esfuerzo de la voluntad, la fatiga del cuerpo, el tra­
bajo y el dolor” (Didon, V id a de Jesucristo, t. I, p. 79). Y aun­
que es verdad que ni la ciencia divina del Señor, que fué in fi­
nita, ni la ciencia humana, que fué suma, pudo crecer; pero aun
esta doble ciencia, en nuestra manera de expresarnos, creció
no en sí misma ni en su caudal, sino en los efectos, en el ejer­
cicio, en la manifestación.

c) D e esta manera el divino N iño adelantaba en sabiduría


y en edad, “ proficiebat sapientia et eetate” ; pero juntam ente
con este doble desarrollo físico e intelectual, dice la Sagrada
Escritura, crecía armónicamente el Salvador en lo que hay en
el hombre de más grande y más d ivin o : en el orden de la gracia.
Adelantaba en sabiduría, edad y gracia, delante de Dios y de los
hombres.
Cristo poseyó la filiación divina, no por adopción, sino por
naturaleza; Cristo gozó la divina presencia, no en. espejo “ in
cenigmate” (2), sino por intuición; Cristo recibió la gracia san­
tificante, no restringida, sino en su plenitud (3), P or consigui'en-
(1) H e b r., 5-8. , . .
(2) 1 C or., 13-12, ' ■.(. :D
(3) Joan.s x-14. . ; i; d ( "
DE LA VIDA' OCULTA DEL SEÑOR 253

t e , ' la gracia de Cristo no pudo crecer. Creció su opinión, su


comunicación, su manifestación, pero en sí misma no creció, Y
como fluye y refluye el mar sin decrecer su caudal, como crece
y decrece el sol sin acrecer su lumbre, así la gracia de Cristo,
sum a en sí misma, crecía delante de los hombres y del mismo
D ios, no en sí misma, sino en los efectos, en el ejercicio, en la
actividad, y esto de una manera gradual y progresiva para ser­
v ir a los hombres de dechado de toda virtud y santidad. “ E t
Jesús proficiebat sapientm et cetate et graiia apud D eum et
homines
Contempla el divino Niño ocupado en los oficios humildes,
el cántaro a la espalda o el m artillo entre las manos, frugal
en la mesa, compuesto en eí lecho, activo en la labor, risueño
en el descanso, asiduo a la lectura, devoto en la oración, benig­
no con sus prójim os, afable con sus padres, amado por los hom­
bres, adorado de los ángeles, aventajado en toda ciencia y her­
m o su ra.y santidad, en presencia de Dios y de los hombres.

d) El alma devota quisiera visitar la casita de N azaret,


reposar a la sombra de su higuera, descansar al abrigo de su
parra, recorrer al detalle la pobre morada: el patio, el hogar, el
taller, la cám ara; restaurar el humilde m enaje: la mesa, el m o­
lino, el huso, el arca, las ánforas, el reclinatorio, los libros, las
imágenes, y no se contenta con esto el alma devota, sino que
quisiera ver a los Santos Esposos, gozar de su presencia, escu­
char sus dulces palabras, sorprender sus célicos coloquios y ter­
ciar humildemente como esclavito indigno en sus conversa­
ciones.
o

Y esto es poco después de besar aquellas manos, y adorar


aquellas huellas, y venerar aquellos esposos: el alma ansia más
todavía; desea sobre todo ver, escuchar, adorar al divino In fa n ­
te, merecer su presencia, intimar su trato, contemplar su rostro,
gozar de la lumbre abrasada de sus ojos, de la sonrisa divina
de sus labios. N ada de esto nos es dado alcanzar sobre la tierra,
ningún retrato directo del Señor nos ha legado el libro de la
historia; su actitud, su expresión, sus rasgos divinales, hay que
recogerlos acá y allá, diseminados en el álbum sagrado de la
Escritura. Su frente es augusta y soberana (Ps., 2-6. Luc., 9-9.'
M ateo, 21-5), el color cándido y rubicundo (Cantares, 5-10), sus
ojos desean ver los ángeles (I P tr. 1-12), los labios brotan pala-
254 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO'-— DÍA QUINTO

bras de vida eterna (Joan., 6-69), sus manos derraman benefi­


cios ( A c t , 10-38), sus pies evangelizan la. paz (Rom., 10-15),
su gracia es plena, su ciencia suma (Joan., 1-14), su corazón
abrasado. Ciñe a sus hombros graciosa túnica de virgínea mano
entretejida, y flota a su cuello, en rizados bucles, la cabellera
intonsa de Nazareno. T al crecía y se confortaba el N iño de N a-
zaret, el más amado y más amante entre los hijos de los hom­
bres. T anto más amable, cuanto más humilde.
Hemos de protestar aquí, con mayor razón que el Apóstol
S.Pedro en la cumbre del Tabor, “ bonum est nos hic esse” ( 1 );
cuán bien se está en la casita de N a z a re t; hagamos en su mora­
da tres tabernáculos, uno para Jesús, otro para José y otro para^
M aría, y moremos en su compañía eternamente. A sí sea..

PÜÑTO TERCERO
“ PAR ECE QUE E J E R C IT A B A LA A R T E D E C A R P IN T E R O
CO M O M U E S T R A .-S IG N IF IC A R SAN M A R C O S EN
E L C A P ÍT U L O V I: P O R V E N T U R A ¿ES
E STE A Q U E L C A R P IN T E R O ? ”

a) Consideremos qué cosa es el trabajo y las circunstancias


del trabajo del Señor. T rab ajo en su acepción estricta, es el
ejercicio de la humana actividad, no por puro deleite, sino por
utilidad. L a dificultad del trabajo crece cuanto aumenta el es­
fuerzo que se desarrolla y la necesidad que .lo impone. U n tra­
bajo sin esfuerzo es un trabajo sin trab ajo; un trabajo sin ne-,
cesidad, se reputa, más bien que trabajo, esparcimiento. D e
esta noción de trabajo se deduce que el trabajo es algo costoso
al hombre, una ley penal de la naturaleza caída. Cristo no quiso
exim irse' de esta ley de la humanidad, y se sometió al trabajo,
y no ya sólo al trabajo activo sin esfuerzo, sin necesidad, sino
al trabajo pasivo, muscular, fatigante, imperioso. Las gentes,
al ver juntarse en un hombre el trabajo del obrero y las ma­
ravillas de D ios, llenas de espanto se d ecían : ¿ pero qué es esto ?
¿ N o es éste el artesano, el H ijo del artesano? Y esto con razón,,
porque nada hay al parecer tan distante como el ser necesario
y la necesidad; el acto puro y la potencialidad; el Criador, y la
criatura; D ios y el trabajo.

(1) M arc,, 9, 4. , -
DE LA . VIDA OCULTA DEL SEÑOR 255

P aradoja m irífica del amor divino: Dios se sometió al tra­


bajo.
Estudiemos las circunstancias del trabajo divino del Señor.

¿Q u ién trabaja? E l Señor absoluto, el Ser necesario;,


el Criador U niversa!, el H ijo de Dios, el U nigénito del Padre:.
Jesucristo. Aprende, hombre, a trabajar: tu fortuna, tu inde­
pendencia, tu superioridad no te eximen de la ley del trabajo
a que se sometió el mismo Dios.
¿Q u é trabaja? N o esperes joyas artísticas, ni prodigios cien­
tíficos, hazañas bélicas, secretos diplomáticos, nada de esto; el
Señor., cepilla una tabla, asierra u n madero, fo rja un arado,
labra una silla, talla una mesa, sirve a un cliente, recibe un sala­
rio módico, habita en un pueblo oscuro, se llama el obrero, e l
h ijo del obrero, el carpintero humilde de N azaret. Aprende,
hombre, a trabajar. T u prosapia, tu delicadeza, tu opulencia no
te exceptúan del traba jo..humilde, del trabajo servil, del trabajo,
imperioso a que se sujetó el mismo Dios.
¿Cóm o trabaja? T rab aja con resignación, trabaja con ale­
gría, trabaja con asiduidad, trabaja con rectitud, trabaja con
agradecimiento, trabaja y sufre, trabaja y ora, trabaja y ama.
Aprende, hombre, a trabajar sin pesadumbre, sin protestas, sin
fraude, sin negligencia. S u fre y ora y ama en tu trabajo.
¿ P o r qué trabaja? T rabaja no por el crédito, por el emolu­
mento, por la fama, por ningún otro motivo humano, sino tra­
baja por obediencia, trabaja por las almas, trabaja por la mayor
gloria del Señor. N o trabajes, oh, hombre, por un puñado de
plata, no trabajes por un soplo de gloria.
¿Cuándo trabaja? T ra b aja 110 sólo en la niñez y en la juven­
tud^ sino en la virilidad, en la plenitud; treinta años en el retiro
de Nazaret, tres años en la fatiga de la predicación y la igno­
minia del Calvario.

c) A s í se sujetó el Señor a la ley divina del trabajo (1),


Castigo de padre mil veces más dulce y amoroso que el ocio
enervante y la inacción m ortífera; porque el trabajo en el indi­
viduo es vida, salud, robustez, desarrollo, actividad. E l trabajo
en los pueblos es cultura, prosperidad, .civilización; fertilidad,

(r) In sudore vultus tui vesceris pane. Gén., 3-19.


EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

comercio, industria, orden, gobierno, florecimiento. E l trabajo


en la humanidad es arte, ciencia, progreso, adelantamiento, y a
im pulso del trabajo la humana inteligencia, en alas de la inves­
tigación filosófica, se remonta a las más eminentes cumbres de
la abstracción metafísica, y a impulso del trabajo, la razón crea­
da, iluminada por la fe, traspuestos los últimos linderos del
orden natural, se engolfa en el mar sin riberas de la contempla­
ción divina.
Aprende, hombre, a trabajar: A trabajar en la oscuridad,
en la pobreza, en el taller; a trabajar en la niñez, en la virili­
dad, en la senectud; a trabajar en la humillación, en el su fri­
miento, en la m u erte; a trábajar sin enriquecimiento, por fu er­
za, con im perio; a trabajar por tu aprovechamiento, a trabajar
por las almas, por D io s; a trabajar en el retiro de N azaret, a
im itación del bendito San José, en compañía de la V irgen de
la s V írgenes, en unión dulcísima, sobre todo, con el divino
obrero de N azaret, Jesucristo nuestro Señor, “ para que así ten­
gas parte en el premio-como, lo tengas también en el trabajo’7,
por los siglos de los siglos. Am én.

d ftC im O I O V e M

m -la m m m m m&m a i t e m p lo -
CU AN D O ERA DE DOCE A Ñ O S '

L a oración preparatoria, Ja sólita.


E l prim er preludio es la historia. P rim ero: Cristo N uestro
Señor, de edad de doce años, ascendió, de N azareth a Pííerüsa-
len. Segundo: Cristo Nuestro Señor quedó en Hierusalen y no
lo supieron sus padres. T ercero : Pasados los tres días, le halla­
ron disputando en el Tem plo asentado en medio de los doc­
tores: Y demandándole sus padres dónde había estado, respon­
dió : “ ¿ N o sabéis que en las cosas que son de mi Padre, me con­
viene estar t i}
E l preludio segundo es ver el m agnífico templo de Jerusa­
lén, con sus naves y pórticos y sus torres y su tabernáculo. Y
ver a la caída de la tarde, cómo se llegan a sus puertas,Jesús,
DE LA V'ENIDA DE JESÚS AL TEMPLO 257

José y M a ría ; podemos suponer piadosamente que el Niño Jesús


les precede, y penetra en el templo con sus manos juntas y los
ojos bajos, y la cabeza inclinada, y sus cabellos rizados de N a ­
zareo flotando- sobre el cuello, y que se llega hasta la escala
misma del altar, y se postra de hinojos en la tierra, y comienza
a orar la más divina oración que se ha oído jam ás en la tierra.
L a petición: “ Conocimiento de Dios hecho por mí hombre,
para que más le ame y le im ite” .

P R IM E R P U N T O
fUa id® @1

a) “ Subiendo a Jerusalén, según la costumbre de la fiesta


**Ascendentibus Mis Jerosolymam secundum consuetudinem. diei
fe s t i” (1). Veam os las personas. Muchas gentes sin duda iban
a cumplir con la ley y "á presentarse en el templo el día de la
P ascua; pero unos iban cómodamente en camellos y dromeda­
rios, y carros y literas; y otros de fiesta y de romería. Veam os
cómo marchan aquel camino de tres días, de N azaret a Jerusa­
lén, Jesús, José y M aría. Marchan a pie porque son pobres.
M archan con la mayor modestia y compostura. José, en su traje
de humilde carpintero; M aría envuelta en su modesto manto,
y el Niño con aquella túnica inconsútil que le tejió su M adre
V irgen , y que como la túnica del Patriarca José había de teñir­
se con la propia sangre del Cordero; lleva las manos juntas, los
cabellos de Nazareno caen a su espalda, y sus ojos purísimos se
levantan hacia el cielo. ¡Q u é compostura, qué paz, que humil­
dad, qué amor rebosa su mirada! V an los tres juntos, insepa­
rables en la más íntima carid ad !
Oigam os las palabras. A llí no se oyen palabras de murmu­
ración, ni de lisonja, ni de impaciencia, sino palabras pruden­
tes, blandas, candorosas; hablan de Dios, se consuelan, en Dios
y oran a Dios. Frecuentemente recitan los salmos de D avid,
singularmente el salmo “ Lcetatus sum in iis, quce dicta sunt m íhi;
in domum Domini ibim us” (2), es de suponer piadosamente que
los recitarían sus padres alternando con el divino Niño.

(1) Luc., 2, 42 .
(2) Ps., 121, I.
17
2$8 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA QUINTO

Consideremos las acciones. San José marcha con espíritu de


obediencia. L a ley mandaba a los varones marchar ai templo en
la .fie s ta de la Pascua, y José siempre lo cumplía, (í secund-um
consuetudinem diei fe s ti” . Eraí vir ju stu s” , ,y cumplía toda
justicia. s

b) L a V irgen Santísima marchaba con espíritu de devo­


ción a orar a su padre celestial en el templo que había elegido
para su morada.

E í N iño Jesús marchaba con espíritu de obediencia a su


Padre celestial, que quería que le visitase y consumase todos
sus sacrificios con el holocausto cruento de su sangre redentora.
Y frecuentemente, aquella santa caravana camina en silen­
cio, abismados en sus devotos pensamientos, la M adre puestos
los ojos en el Niño, el N iño puestos los ojos en la ciudad cuyas
murallas se divisan a lo lejos en la extremidad de ía llanura.
Se destacan a sus ojos singularmente, por encima de las mu­
rallas, la fábrica real del palacio de Herodes, la mole romá­
nica del pretorio, los arcos y pórticos ,y suntuosas torres del
templo del Señor. A su vista los ojos del Niño se nublan con
dulces lágrimas. Y cuando llegó, viendo la ciudad, Uo'ró sobre
ella (i.) Y es de suponer que, si no con los labios, diría con el
corazón: ¡ S i conocieses tú en este día las cosas que son para
tu paz, y ahora te están escondidas! (2) H e aquí que subimos a
'Jerusalén y se cumplirán las cosas que están escritas del H ijo
del hombre y será entregado a sus enemigos para que le escar­
nezcan y azoten y crucifiquen, y al tercero día resucitará (3). Y
la V irgen Santísima lo entendía todo esto en silencio, y de ella
no podía decirse como más tarde de los A póstoles: que no ¡o
entendían y les era desconocido y escondido (4); sino que, al
contrario, como hacecillo de mirra, guardaba todo esto en su co­

(1) E t ut app rop in qu avit, víd en s civ ita tem , fiev ít sup er illam . L u c.,
X I X , 4 1.
(2) S i CGgnovisses et tu, et quidem in h ac díe tua, quse ad p acem tibí,
, nunc autem ab scon díta su n t a b ocu lís tuis. L u c,, X I X , 42, '
(3) E c c e ascendítnus J ero so íy m a m et F ílíu s bom ínis tra d e tu r p rín -
cipíbus sacerd otu m et scrib is, et condem nabunt eum m orte, et trad en t
eum gen tib u s ad illudendum , et fiagellan d u m ,' e t cru cífigen d ú m , et te rtia
die re su rg et. M a t t , X X , 18.
(4) E t ípsí nihil h o ru m ín tellex eru n t, et era t verb u m istud abscon-
ditum ab eis. L uc^ X V I I I , 34.

DE LA VENIDA DE JE SÚ S-A L TEAÍPLO 359

razón (1). Como manojito de mirra mi amado para mí, morará -


sobre mi pecho (2).
c) Reflictam os también nosotros en nuestro corazón. V e a ­
mos cómo el N iño y sus padres, abismados en estos pensamien­
tos, atraviesan silenciosos las calles de la ciudad de Jérusaién.
Jesús levantaría' sus ojos al balcón del pretorio, y repararía en
aquella vía dolorosa que había de trasponer cargado con la
-cruz, y se fijaría 1a mirada en el Calvario, que allí cerca se veía,
y sus ojos se nublarían en dulces lágrimas.
Y se acercaron al pórtico del templo. Podemos suponer pia­
dosamente que San José se quedó más atrás, por humildad. L a
V irgen penetró más adentro, y el N iño se llegó hasta las mis­
mas gradas del altar.
Veam os las personas, cómo se postran, cómo oran José y
M aría; pero sigamos sobre todo a Jesús. Su paso es grave, su
mirada seren a; llega a las gradas del altar, cruza sus brazos,
b aja sus ojos, inclina su cabeza, y comienza a orar la más divi­
na oración que jamás.-ha penetrado en los cielos; los ángeles
quedaban atónitos al escuchar la plegaria de aquel hombre-Dios,
viador y bienaventurado, y el Eterno Padre le oye por su reve­
rencia y se inclina a la oración de su Unigénito.
Y ¿qué oraba? Oigamos sus palabras, Palabras de vida eter­
na.— “ Verba vitce ¿eterna?” . O taba lo que presintió'el Salmista,
con instinto del Espíritu Santo: N o quisiste oblaciones y sacri­
ficio s, sino que optaste mi cuerpo. N o reclamaste holocaustos
por el pecado: entonces d ije : he aquí que vengo. A l principio
del libro está escrito que haga tu voluntad; así lo quiero y fu
ley está impresa en medio dé mi corazón (3).
Reparemos la generosidad con que su corazón se ofrece a
nuestro rescate. M i alimento es hacer la voluntad del que m e
envió (4). E l .cáliz que me dió mi Padre, ¿no lo beberét (5), Con

(1) Conferebat omnia haec in corde suo. Luc>; II, 19.


(2) Fascicutus myrrhse dilectus meus mihi, ínter ubera mea com-
morabitur. Cantic., I, 12,
:• (3) Sacrificium et oblationem noluisti, aures autem ■per.fecisti m ih i
H olocaustum et pro peccato pon po stu lasti: tune d i x i : -ecce venío. Ip
capite Hbri scriptum est de me ut facerem voluntatem tuam , P eu s meüs
volui et legem tuam ín medio cordis meí. Fs., 39, 7-9. . l- v
(4) Meus cibus est ut faciam voluntatem- ejus qui mísit me.-Joan,,
.■IV, 34- , ■: V . V- ■' — ' U
(5) Caíicem quem dedit mihi P ater,.¿non bibam illum? Joan,,.
26 o EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.-— DIA QUINTO

un bautismo he de ser bautizado y ¡ cómo ansio consumarlo! ( i)


Y como esc’avitos indignos, postrados de rodillas en pos de
Jesús, en compañía de José y M aría,

44hagamos nuestra oblación: que yo quiero y deseo, y es m i de-



terminación deliberada, sólo que sea su mayor servicio y ala­
banza, de imitarle en pasar toda injuria y todo vituperio y toda
pobreza, así actual como espiritual, queriéndome su santísima ma­
jestad elegir y recibir en tal vida y estado” .

SEGU N D O PU N TO
J&s&s ©sa el temple

Esta ofrenda del Señor no fué sólo de afecto y devoción,


sino efectiva y real, como lo demostró el mismo hecho de que­
darse en el templo de Jerusalén. E l Padre Eterno quería que su
H ijo nos enseñase con su ejemplo a descarnarnos de todo amor
desordenado de carrie y--sangre. E l que ama a su padre o a su
madre más que a M í, no es digno de M í (2).Conviene obedecer
más a D ios que a los hombres (3). E l que hace la voluntad de
m i Padre que está en los cielos, es mi hermano y mi hermana
y m i madre (4). Y con esta generosa resolución, aunque era
grandísima su pena de afligir a sus padres, se quedó en el
templo.
Y mientras San José creía que el N iño iba con M aría, y
M aría creía que Jesús volvía con José, Jesús los dejó a los dos,
y' permaneció en el templo. Contemplemos este augusto mis­
terio.

a) 'Veamos las personas, unas y otras. Los escribas y doc­


tores que se sientan en la cátedra de M oisés en actitud autori-
tativa, vestidos con sus insignias sacerdotales, y que abren e
interpretan los libros de la le y ; el N iño Jesús que se adelanta

(1) B a p tísm o autem b a b eo b a p tiz a n iq u o m o d o c o a rc to r usquedum


p e rficía tu r! L u c., X X I I , 50.
(2)' Q u i a m a t p atrem aut m atrem plus quam M e, non e st M e dign us.
M a th ., X , 37*
(3) O b ed íre o p o rtet D e o tn agis quam hom inibus. A c t , V , 29.
(4) Q uícum q u e enim fe c e r it vo lu n ta tem P a tr is mei, qui in coelis est,
ip se fr a te r et s o ro r et m a te r m ea est. M ath ,, X I I , 50.
DE LA VENIDA DE JESÚS AL TEMPLO

a su presencia sencillo y humilde, vestido de" aquella túnica que


le tejió su madre, con los cabellos de N azareo flotantes a sus
hombros. Besemos sus benditas huellas, adoremos su divino co­
razón, embelesémonos ante la hermosura de su rostro (i).
Oigam os sus palabras. S e sentaba en medio de los docto­
res oyéndoles y contestándoles y se espantaban cuantos le oían
de sus respuestas y discreción (2). “ Stupebant autem omnes
qui audiebant eum super -prudentia et responsis eju s” . ¿ Y qué
les preguntaba Jesús? Pues les preguntaría y Ies convencería
de que había sonado la hora de la redención, que eran cumpli­
das las setenta semanas de Daniel, que había pasado a extrañas
.manos el cetro de David, y alboreado la estrella de Jacob, y
arribado los reyes de Oriente, y muerto los inocentes, y que
la V irgen había concebido, y que el Mesías había venido sobre
la tierra. Esto les diría; Q ue se convirtiesen, que confiasen en
Dios, que se acercaba'la redención. Oigamos aquellas palabras
y las que nos habla a nuestro corazón el divino N iño. “ N o nos
hable M oisés, Señor, hablad-nos V o s” (3). ¿ A quién iremos?
S i V os solo tenéis palabras de vida eterna” (4).
Consideremos las obras; “ Z elus domus tuce, comedit m e” ($).
Estos tres días los consagró el Señor a ensayarse a lo que había
de hacer después en su vida pública. Con gran humildad,
“ audientem illas” , con gran discreción, “ mirabanhtr in responsis
e j u s Con grandísima modestia y compostura; pero sí esto
hacía durante el día, ¿ dónde pasaría la noche ? ,Porque es de
suponer que cerrarían a la noche el templo de Jerusalén. Como
se ensayaba de día a su vida pública, así de noche es de suponer
que se ensayaba a su dolorosa oración, “ erat pernoctans in ora-
tione D e i” (6).
Podemos suponer que aquel N iño divino a la caída de la
tarde, los ojos bajos, las manos cruzadas, con la mayor devo­
ción y recogimiento, traspondría la vía dolorosa el pretorio ae
Pilatos, la casa de Herodes y de Caifas, y ganando el torrente
del Cedrón se internaría en el huerto de Getsemaní, y postrado

(1) S p ecio su s fo rm a p ra e filiis hom im im . P s . 44, 3.


(2) Sed ebat in m edio doctorum audientem illo s et ín te rro ga n te m
eos, L u c ., 2-46,
(3) K e m p is, I I I , 2, 1.
(4) Joan., 6-69,
(5) P s ., 68-10.
(6) L u c ., 6-12.
EJERCICIOS DE SAN ICNACIO.— DÍA QUINTO

de hinojos en aquella misma cueva en que más tarde había de


agonizar se ensayaría en beber el cáliz que su Padre le había-
preparado. Veam os aquel Niño de doce años, pobre, sin casa,
sin sustento, abismado en la-oración y ofreciéndose a su Padre
con ferventísimo afecto, a la obra de nuestra redención, Y como
esclavitos indignos, postrémonos a su lado, y velemos en ¡su
compañía y acompañémosle con los ángeles en su soledad, y
repitámosle nuestra oblación; pero a la vez que el N iño Jesús
predica de día con sus ejemplos y palabras y vela de noche en
la oración, volvamos nuestros ojos a la otra parte deí misterio,

b) Veam os las otras personas, José y M aría. 'Acabados los


días, al regreso, he aquí que se quedó el Niño en Jerusalén, \\
no lo conocieron sus padres, que creían que venía entre la mu­
chedumbre.; y tornaron el camino y le buscaron entre los pa­
rientes y allegados, v no encontrándole, se volvieron a Jerusa­
lén (r).
Veam os cómo torn an 'en la mayor paz José y M aría, y al
cabo de la jornada les sorprende la ausencia de Jesús, que'
creían que venía cada uno con el otro de los esposos. Veam os
í a (resignada pena que se refleja en sus. ojos, y la diligencia con
que le buscan entre sus parientes, sin darse tregua ni sosiego
hasta encontrarle. Oigam os las palabras amorosísimas que di-,
rían. “ ¿ A dónde os hebéis ido, je s ú s ; porqué nos habéis dejado,
cómo lo .h a s hecho así, oh Señor, con nosotros?— ¿Q u é hay
para mí en el cielo, y fuera de T i qué cosa hay sobre la tie­
rra? (2) Oh, Señor, cuánto tardas en volvernos vuestro rostro.
M uéstranos tu fa s y seremos salvos (3)- Suene tu vos en mis
oídos, que tu acento es dulce y tu fa s hermosa (4). Como desea
el ciervo a las fuentes de las aguas, así desea mi alma a Ti?
ÍÚigs. mió (5).

(1) C on sum m atis diebus, curri rediren t, rem ansit P u e r Jesú s in J e ru -


salem e t non co g n o v e ru n t paren tes e ju s. E x istim a n te s autem eum esse
in c o ín ita tu ; ven eru n t Üter' dici, et requírebant eum Inter co gn a to s et
n o t o s ; et non in venientes, regresa 1 sunt Ín Jerusalem . L u c ., I I , 43"43*
(2) Q u íd m ihi e st ih coelo?, et a te quid vo lu i super te r ra m ? F sa l.,
'X X X I I , 2 $ .1
3) O stende fa c ie m tu a m et salv i erim us, P sa l., L X X I X , 4.
(4) S o n et v o x tu a in au ríbu s m e ís : v o x - enitn tu a d u lcís et fá c ie s
t ü a d eco ra . Can te., I I , 14.
(5) Q uem adm odu m d esid erat ce rv u s ad fo n tes aquarüm , ita . d esid eraí
a n im a m ea ad T e , D e u s. P s a l., X L I , 2.
DE LA VENIDA DE JESÚS ÁL 'TEMPLO

• A sí hablarían los esposos en medio de su pena, con la mayor


paz y resignación, y es de suponer que se deslizarían por sus
ojos tristes lágrimas.
Considerar las obras. L a paciencia de José y M aría en no
turbarse, ni perder la paz, ni quejarse del Señor, sino resignar­
se en su divina voluntad:
L a humildad en tenfier culpa y atribuir a su indignidad la
tribulación.
L a diligencia en buscarle con gran dolor.— u Dole n tes qucere-
bamus te ” .
L a oración continua y fervorosa.
Y reflectir en mí mismo: Unas veces Jesús se me oculta
por mis pecados, que los he de llorar con todo mi corazón.
O tras en pena de mi falta de caridad, obediencia o vanagloria,
para que, con el conocimiento de mi nada, me vuelva a su
amistad. Y este es siempre bueno y santo pensamiento. Antes
de que me humillaras, pequé (i). Bueno es que me hum illes para
aprender tu obediencia (2). O tras veces se oculta el Señor, como
hizo con sus padres, para su mayor gloría en nuestra santifi­
cación y aprendamos la mansedumbre,, diligencia y humildad
con el ejem plo de José y María.

TERCER PUNTO
EU ®ss«ss®&tr®B8 @1 templ®

Y sucedió que, después de tres días, le encontraron en el


templo en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles.
S e espantaban los circunstantes de su prudencia y sus respues­
tas. Y al verle, se admiraron y le dijo así su M adre: H ijo
¿cómo hiciste así con nosotros? H e aquí que tu padre y yo con
dolor te buscábamos. Y el Señor les contestó: jP.or qué me bus-
dábais? ¿N o sabíais que conviene que esté en las cosas de mi
Padre? (3)
a) V eam os las personas, L a V irgen y San José, que, des^

(1) P riu s q u a m h u m ilíarer, ego deliqüi. P s a í., C X V I I I , 67.


(2) B o n u m m ihi quia hu m iliasti me, ut discam ju stifica tio n es tuas.
Id ., 71. , .
(3) E t fa c tu m est, p o st trid u u m invenerunt íllu m in tem plo, sedentem
in m edio d octorum , audientem illos, et in terro ga n tem eos.- Stup ebaíit
264 EJEECICIOS DE. SAN IGNACIO-— DIA QUINTO

pues de tres días de dolor, penetran en el templo. E s de suponer


que diría la V irgen aquello de la Esposa al entrar en Jerusalén:
M e levantaré y rodearé la ciudad. P or calles y plazas buscaré
al que ama mi alma. L e busqué y no le encontré (i).
Con estos deseos y resignada esperanza, sucedió que después
de tres días lo encontraron en medio de los doctores', en Jeru­
salén, en el santuario de la paz, no “ inter cognatos et notos”
— no entre los parientes y conocidos— no por las calles y pla­
zas— unon per vicos et plateas” , sino en el recogimiento del
templo de Jerusalén. L a V irgen llegaba tristísima, y con aquel
triduo doloroso, se ensayaba para el triduo de dolores del Cal­
vario. San José le acompañaba en aquella tristeza, tu. padre y
yo con dolor te buscábamos, iCpater tuus et ego. dolenies” .
b) V eam os a Jesús que en aquellos tres días se ensayaba
para los tres años de su vida pública, y en aquella soledad para
la soledad de la cruz. E s de suponer que Jesús, que tenía puesto
su corazón en el sufrim iento de. sus padres que tanto, amaba,
volvería sus ojos a. M aría que esperaba en el templo; y cuál
sería el contento de M aría al ver a J e sú s: según la muchedum­
bre de sus dolores,-la consolación alegró su ánima (2).Pero este
contento fué moderado, sin ningún ademán de vanagloria ni de
impaciencia, conform e a aquello del A p ó s to l: gozaos siempre
en el Señor, vuestra modestia sea manifiesta a todos los hom­
bres (3).
O igam os las palabras. H ijo , jcó m o lo hiciste así con nos­
otros t— " F u , quid fecistí nobis sic?” E s de suponer que se
lo diría la V irgen en voz baja, con gran mansedumbre y amor.
Y no pretendería averiguar ni investigar la causa, sino atribuir
de una parte a los juicios de la Providencia todo aquello, y jun­
tamente pedirle el socorro que a D ios corresponde. Y este modo

autem o m n es, qui eum audiebant, sup er p ru d en tia et responsis eju s. E t


vid en tes, a d m ira ti sunt. E t d ix it M a te r e ju s ad ílíu m : ¿FÍH, quid fe c is tí
n obis sic ? E c c e p ater tuus et ego, dolentes, quserebam us te. E t a ít ad
íllo s : ; Q u id est quod m e quaerebatis? ¿ n escíebatis quia in his quse P a tr is
m e í sunt o p o rte t m e esse? L u c ., 2, 46-49.
(1) S u r g a m et círcu ib o civ íta tem . P e r v ico s et p lateas quseram que'm
d ilig it a n im a m ea. Q uaesívi ÍHum et non inveni. C a n t , 3, 2.
(2) S e cu n d u m m ultítudín em d o lo ru m m eorum in cord e m eo, co n so -
latio n es tuse Isetificaverunt anim am tneam . P s a l., X C I I I , 19.
(3) Gaudete in Domino semper, iterum dico: gaudete. Modestia
vestra nota sit oratiibiis homíníbus. Philf, IV , 4-5.
DE LA VENIDA DE JESÚS AL TEMPLO

de .orar es propio de los santos, y así Job decía: ¿P o r qué me


pusiste contrario a T i f (i) Y el Salm ista: ¿P o r qué apartas de
m í tu faz y - te olvidas de mi miseria? (2) Y Jesús mismo en la
cru z: D ios mío, D ios mío, ¿por qué me has abandonado? (3)
c) Hemos de aprender estas humildes y amorosas quejas
de M aría, que le dice al S e ñ o r: H ijo, ¿por qué lo has hecho así
con nosotros? T u padre y yo con gran dolor te buscábamos.— -
í(FUi, quid fecisti nobis sic? ecce pater tuus et ego, dolentes,
qucerebamus te” . San José fué tan humilde, que ni siquiera des­
plegó los labios. Aprendamos a buscar a Jesús con dolor de
nuestros pecados: Fueron las lágrimas mi alimento día y noche,
dice el P ro feta (4). Aprendamos a buscar al Señor con pureza
de intención: buscadle con simplicidad de corazón, exclama
el Sabio (5), Aprendamos a buscar al Señor con diligencia:
Buscad al Señor y fortaleceos (ó). S i buscáis, buscad, — “ S i
guceritis, qucerite” . M e buscaréis y me encontraréis, cuando me
busquéis con todo vuestro, corazón (y).'Con perseverancia; por
tres días le buscaron,— “ P e r triduum requirentes eum ” .
Oigam os las palabras de Jesús: “ j P o r qué me buscabais?
¿ N o sabíais que convenía que estuviera en las cosas de mi P a ­
dre? “ Quid est quod me qucerebatis?; ¿nesdebatís quia in his
quce Patris mei Sunt oportet me esse?” Con esta respuesta nos
enseña a descarnarnos de todo amor que no esté fundado en
D io s ; y a buscar en todo y ante todo la voluntad de Dios. Bajé,
dice el Señor, no a hacer mi voluntad, sino la voluntad de mi
Padre, que me envió; el que hace la voluntad de mi Padre ce­
lestial, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre,\ el que,
ama a su padre o su madre más que a M í no es digno de M í (8).
(1) ¿ Q u a r e p o su ísti m e con trariu m T ib í? Job., V I I , 20.
(2) ¿ Q u a r e fa c ie m tuam a vertis, o b liv isce ris ínopiee nostrse, et t r i-
b u lation is nostrse? P s a l., X L I I I , 24,
(3) D e u s m eus, D e u s m eus, ut quid d erelíq u isti m e ? M a th ., X X V I I , 46.
(4) F u e ru n t m ih i la c r im a mea'e panes dte, ac noctq, dum d icitu r
m ih i q u o tid ie : ¿ U b i est D eu s tu u s? P s a l., X L I , 4.
(5) In sim pH citate cordis quaerite illum . Sap., I, 1.
(ó) Quaerite D o m in u m et co n firm am in i. P s a l., C I V , 4.
(7) Job, X X I X , 10.
(8) D e scen d í de coelo non ut fa ce re m vo lu n tatem m eam , sed vo lu n ta -
tem eju s qui m isit me, Joan., V I , 38. Q uicum qu e ením fe c e r it vo lu n tatem
’ P a tr is m e i; qui in coelis, est. ipse m eus fra te r , so ro r, et m a te r m ea esí.
M a th ., X I I , 50. Q u i am at patrem aut m a trem p lus quam M e, non est M e
d ign u s, M a th ., X , 37.
2Ó6 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.^-DIA QUINTO

d) .Consideremos las obras. El grandísimo contento de la


V irgen Santísima .en haber encontrado a Jesús, con el cual se
volvió a N azaret, para no dejarle hasta la vida pública. E l re­
greso felicísim o de Jesús, José y M aría a N azaret, porque al
estar con Jesús, aun en los mayores trabajos y caminos, es un
dulce paraíso. E l temor amoroso, que, al decir del P. Lapuente,
sentiría la V irgen Santísima de ser otra vez privada de la pre-.
sencia de Jesús, y el cuidado que tenía de no dejarle nunca de
su presencia. Con esto aprendamos cuán dulce -es Jesús, y a
tener a Jesús y a gozar siempre de su rega’ada presencia. Y
como esclavitos indignos acompañemos a Jesús, y por medio
de San José y la V irgen hagámosle nuestra oblación, de seguir­
le en todo desprecio y toda humillación y toda pobreza, así espi­
ritual como actual, si el Señor quisiera elegirnos en tal vida
y estado.

N ed itacién v ig é sim a .,., ,

m m s B m n m h s

“ El cu arto día, m editación de “ Dos B an d eras” : la vn a de


Xpo, summo C ap itán y Señor nuestro; la otra de L uzifer, m ortal
enem igo de nuestra hu m ana natura.
O ración. L a sólita oración preparatoria.
P rim er preám bulo. El prim er preáníbulo es la historia: Será
aquí cóm o X po. llam a y quiere a todos, debaxo de su bandéra,
y L u cifer a l contrario, debaxo de la suya.
Segundo preám bulo. EÍ segundo, com posición viendo el lugar:
Será aquí ver vn gran cam po de toda aquella región de H ierusa-
lén, adonde el Sumo C ap itán G eneral de los buenos es X po
nuestro Señor; otro cam po, en región de B abilonia, donde el cau ­
dillo de los enemigos es Lucifer.
T ercer preám bulo. E l tercero, dem andar lo que quiero: X será
aquí pedir conoscim iento de los engaños del m al caudillo, y ayuda
p a ra dellos m e guardar, y conoscim iento de la vida verdadera,
que m uestra el summo y verdadero C ap itán , y g ra tia p ara le
im itar.
Prim er puncto. E l prim er puncto es ym aginar, así como si se
asentase el caudillo de todos los enemigos en aquel gran campo
de B abilonia, como en vn a grande cáthed ra de fuego y -humo, en
; fig u ra horrible y espantosa.
Segundo punto. Eli segundo, considerar cómo h a z e llam a­
m iento de {numerables demonios, y cómo los esparze a los vnos
DE DOS ‘BANDERAS 267

en ta l ciudad, y a los otros en otra, y así por todo el mundo,


no dexando prenuncias, lugares, estados ny personas algunas en
particular.
T ercer punto. E l tercero, considerar el serm ón que les haze,
y cómo los am onesta, para hechar redes y cadenas, que primero
a yan de ten tar de cobdicia, de rriquezas, como suele u t in pluri-
bus, para que m ás fácilm en te vengan a vano honor del mundo, y
después a crescida soberuia; de m anera que el prim er escalón sea
de rriquezas, el segundo de honor, el tercero de soberuia, y destos
tres escalones, ynduze a todos los otros vicios.
Assí por el contrario, se h a de ym aginar del Summo y Verdadero
C apitán, que es X po Nuestro Señor.
Prim er puncto. E l prim er puncto es considerar cómo Xpo
N uestro Señor se pone en vn gran campo de aquella región de
H ierusalén en lugar hum ilde, herm oso y gracioso.
Segundo puncto. El segundo, considerar cómo el Señor de
todo el mundo, escoje tantas personas, apóstoles, discípulos, etcé­
tera, y los em bía por todo el mundo, esparziendo su sagrada doc­
trin a por todos estados y condiciones de personas.
T ercer puncto. El tercero, considerar el serm ón que Xpo.
N uestro Señor haze a todos sus sieruos y am igos, que a ta l jo r­
n ada embía, encom endándoles que a todos quieran ayudar en
traerlos: prim ero, a sam m a pobreza spiritual, y si su diuina M aies-
tad fuere seruida, y los quisiera elegir, no m enos a la pobreza
a ctu a l; segundo, a deseo de opprobrios y menosprecios, porque
destas dos cosas, se sigue la hum ildad; de m anera que sean tres
escalones: ei primero, pobreza contra rriqueza; el segundo,
opprobrio o menosprecio contra el honor inundando; el tercero,
hum ildad contra la soberuia; y destos tres escalones ipduzgan a
todas las otras virtudes.
Colloquio. V n colloquio a N uestra Señora, porque me alcance
g racia de su Hijo y Señor, p ara que yo sea recibido debaxo de su
bandera, y prim ero en sum m a pobreza espiritual, y si su diuina
M aiestad fuere servido y me quisiere elegir y rescibir no menos
en la pobreza actu al; segundo en pasar opprobios y injurias,
por m ás en ellas le ym itar, sólo que las pueda pasar sin peccado
de ninguna persona, ny dispiazer de su diuina M aiestad, y con
esto vn a Ave-M aría,
Segundo colloquio. Pedir otro tanto a l H ijo, para que m e
alcan ce del Padre, y con este dezir Anim a X pi.
Tercer colloquio. Pedir otro tanto al Padre, p ara que El me
lo conceda, y dezir vn P ater Noster.

Nota. Este exereicio se h a rá a m edia noche, y después otra


ver a la m añana, y se h arán dos repeticiones deste mismo a la
hora de m issa, y a la hora de vísperas, siem pre acabando con los
tres colloquios de N uestra Señora, del Hijo y del Padre. Y el de
los binarios que se sigue a la h ora antes de c e n a r” .
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

Y a que sea imposible hacer cuatro meditaciones de este ejer­


cicio, haremos dos ejercicios de esta meditación, con los mismos
coloquios. L o cual 110 parece contra la mente de San Ignacio.
M editación de dos banderas, “ la una de Cristo Sum o Capi­
tán y Señor N uestro; la otra de L u cifer, mortal enemigo de
nuestra humana natura
“ E n medio de tanta diversidad de hábitos y de costumbres,
de tribus y de razas, de lenguas y .de naciones, dos linajes tan
sólo de sociedades existen en el mundo, que las podemos lla­
mar ciudades, según el estilo de la E scritura: L a una es la
ciudad de los que eligen vivir según la carne; la otra, la
ciudad de los que eligen vivir según el espíritu” (1). Doce siglos
antes que el célebre teólogo del Concilio de Trento, había e x ­
puesto esta misma doctrina San Agustín, en el libro inmortal
de la Ciudad de Dios : “ Edificaron — dice— - los hombres dos
ciudades, es decir, dos am ores; una ciudad terrena, esto es, el
amor propio hasta el-.desprecio de Dios, y otra ciudad celes­
tial, esto es, el amor de Dios hasta el desprecio propio” (2).
“ Estas dos ciudades entreveradas en la tierra, en el cuerpo,
separadas en el espíritu, han de separarse en cuerpo y alma,
para siempre, en la terminación de los siglos” (3).
Estas dos ciudades o sociedades las agrupa militarmente el
aguerrido soldado de Pamplona, bajo los ondulantes pliegues
de dos banderas: la bandera de Cristo y la bandera de L ucifer.
Pero no es el intento de San Ignacio en esta meditación que
elija el ejercitante entre estas dos banderas, porque ya eligió
seguir la bandera de Jesucristo en la primera sem ana; sino
que se trata de un seguimiento peculiar y singularísimo (4).
P or eso no lo llama San Ignacio a este ejercicio meditación de
las dos banderas, sino de dos banderas.
A sí como en un reino de la tierra, debajo del pendón real,
se agrupan diferentes banderas de las diversas milicias y armas
y departamentos, así en la Iglesia debajo del estandarte real
de la Santa Cruz, se agrupan diversos estandartes, de los diver­
sos estados y órdenes y vocaciones. San Ignacio en esta medi­

(1) Salmerón, com., in Ev., tomo III, tratado 47. pág. 444.
(2) San Agustín de Civitate Dei, I, 14, c, 1, M . I., 41-403. -
(3) San Agustín, de catech. rud., c. 19, n. 31, M . L., 40-333-
(4) Bucceroni. Ejercicios, día 5.0. Denis exercitia, 5.° dies. Root, de
duobus vexílis.
DE DOS'BANDERAS

tación invita al ejercitante a seguir la milicia avanzada, a jurar


el estandarte de los oprobios y la pobreza, a militar en la guar­
dia noble de Jesucristo, en la pléyade gloriosa de los apóstoles
y de los mártires, debajo de los pliegues bienhechores y la ban­
dera soberana de la mayor gloria de Dios. Por esto, si todos
los ejercicios espirituales llevan el nombre y el sello de San
Ignacio, y entre éstos, algunos de ellos, como el ejercicio del
rey temporal, y los dos binarios, lo reve’an de una manera espe­
cia l; pero más que ningún otro ejercicio revela el origen y la
índole de su fundador la meditación de dos banderas, porque
en ella le fué revelado a San Ignacio el nombre y la fundación
e íntima contextura de la futura Orden ignaciana, de la ínclita
Compañía de Jesús (i).
Esto supuesto, y hecha la oración preparatoria, “ el primer
Preámbulo es la historia: Será aquí como Cristo llama y quiere
a todos debajo de su bandera, y L u cifer al contrario debajo de
la suya” .
Jesucristo “ llama” "dulcemente, sin esforzar el albedrío, y
“ quiere” soberanamente con terminante obligación. “ A todos”
con general vocación, sin excepción a'guna, o como simples he­
les o como apóstoles esforzados. “ Y L u cifer, al contrario, quie­
re a todos debajo de la suya” , o como vasallos corrompidos, o
como caudillos corruptores.
“ E l segundo preámbulo, composición, viendo, el lugar: Será
aquí ver un gran campo de toda aquella región de Hierusalén,
a donde el Sum o Capitán general de los buenos es Cristo N ues­
tro Señor; otro campo en región de Babilonia, donde el cau­
dillo de los enemigos es L u cife r ” .
V e r un campo grande, porque es amplio y espacioso el cami­
no de los mandamientos, como dice el salmista (2) ; “ Ambula-
bam in latitudine: quia mandata Uta exquisivi” . Y el apóstol
San Juan: “ S i manseritis in sermone m eo... veritas liberabit
v o s : (3), porque donde está el espíritu de Dios, allí está la
verdadera libertad (4).
“ D e toda aquella región de H ierusalén”.. Jerusalén se inter­
preta ciudad de paz. Y los reales de Jesucristo son los reales
(1) B u cc ero n í, d ía 5.0, m ed itació n te rc e ra , 7,
(2) P s ., 118-45.
(3) Joan, 8, 31-32, i
(4) I C o r., 3 -17. i -
270 EJERCICIOS PE SAN IGNACIO.— DÍA" QUINTO

de la paz. Y los seguidores de Jesucristo son los seguidores de


la paz. Y eí principado de Jesucristo es el principado de la
paz, “ et factus est principatus super humerum ejuis: E t voca-
bitur nomen ejus, admirabílis, consiliarius, Deus fortis, pater
fu turi sceculi, princeps pacis (i).
“ A donde el Sum o Capitán general de los buenos, es Cristo
Nuestro S eñ or” . San Ignacio nos presenta en este segundo
preámbulo a Jesucristo N uestro Señor, Sumo Capitán de los
buenos, por naturaleza y por gracia, por conquista y por here­
dad, por creación y por redención, por ju sticia y por amor,
como está escrito en el P ro feta : “ E x te mihi egredietur qui
sií dominator in Israel” (2).
“ E l tercero, demandar lo que quiero: y será aquí pedir co~
noscimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para dellos
' me guardar, y conoscimiento de la vida verdadera, que mues­
tra el Sum o y Verdadero Capitán, y gracia para le im itarY
San Ignacio, que escribió los ejercicios en Manresa, tierna
todavía la herida gloriosa de Pamplona, y todo lo concibe a la
militara, y que nos invita en esta meditación a la ju ra marcial
de una band Cjfíij nos instruye en las tramas y emboscadas del
enemigo y en las ordenanzas del Sumo y Verdadero Capitán,
Cristo N uestro Señ or: Y como a esto va enderezada toda la
meditación, díce así, en el tercer preludio: E l tercero etcétera.
Los puntos de la meditación serán dos.
Prim ero, caracteres de la bandera de L u cife r.
Segundo, caracteres de la bandera de Jesucristo.

P U N T O P R IM E R O .
é® lu feusrssfer® 4® Lucifer

“ E l prim er puncto es y m arin ar así como si se asentase el cau ­


dillo de todos los enemigos, en aquel gran cam po de Babilonia,
com o en vn a grande cátedra de fuego y hum o, en figura horrible
y esp an to sa” .
a) “ E l primer punto es imaginar, así como si se asentaseis
E s una imaginación, porque en realidad desde que L u cife r fue
precipitado del trono' de la gloría, ni tiene trono, ni asiento, m
consistencia.

(1) I s . 9-6.
(2) M ich ., 5-2,
DE DOS BANDERAS

" E l caudillo de todos los enem igos". N o ya el Sum o y V e r ­


dadero Capitán, sino el caudillo sedicioso y emboscado.
“ De todos los enemigos” , del alma y del cuerpo, del tiempo ■
y de la eternidad, de los hombres y de los ángeles.
“ En aquel grande campo de Babilonia” . “ Grande campo7'
porque es amplia la "vía que conduce a la perdición ( i).
“ D e Babilonia” . Babilonia, en el lenguaje de la Escritura,
se contrapone a Jerusalén, y significa confusión y desorden. E n
Babilonia arrastró el pueb’ o del Señor la más larga de sus cau­
tividades ; los ríos babilónicos acrecieron su corriente con el llan­
to de.Israel, en sus extranjerizos muros enmudeció la sinagoga,
y de sus sauces lastimeros suspendieron las hijas de Sión e l 1
arpa de sus poetas y el salterio de sus cantos.
“ Como en una grande cátedra de fuego y hum o” . “ Cátedra”
significa, en el estilo de la Escritura, encumbramiento. A s í el
Salvador reprende a los escribas y fariseos, porque codiciaban
las primeras cátedras d e j a Sinagoga (2); y el salmista bendice
al justo, porque no se asentó en l a cátedra de la pestilencia (3),
esto es, de ía soberbia, según interpreta San A gu stín (4).
“ De fuego y hum o” . “ De fu eg o” , porque dice el libro de
J o b : “ su aliento enciende brasas y su boca vomita llamas” (5)*
“ Esta llama, dice San Gregorio, es la artera sugestión que ocul­
tamente instiga el enemigo en el entendimiento, que en realidad
es llama que vomita de su boca, que inflama el corazón, en ardien­
tes deseos” (ó).
“ Y. hum o” . “ Como ollas hírvientes y encendidas, así sus nar
rices respiran humo” , dice la Escritura (7).
“ E l humo — dice San Gregorio— oscurece los o jo s; por
esto se dice con razón que sus narices despiden humo, porque
sus perversas sugestiones ocurecen la mente, para que no vean
la luz de la verdad” (8). “ E l humo eleva — dice San Agustín— ,

(1) M a t , 7-13.
(2) M a t., 23-6. L u c.,' 11-43. M a rc., 12-59. '
(3) P s ., i - i . ■" •
(4) S a n A g u s tín , P s., i ~i -, M , L ., 37-1659.
( 5) Job, 4 1-12 . :
(6) ‘ S a n G re g o rio M agn o’. M o ra l, I, 35, c. 39, n. 68. M . L ., 76-716.
(7) D e naribus eju s p ro ced it fu m m u s sicut ollge succensse atque
ferv e n tís. S a n A g u s tín , in ps., 36, serm . 2, n. 12, M . L ., 36-370. G
(8) S a n G re g o rio M a gn o . M o ra l, I 33, c. 36, n. 61-64. M . L ., 76 -71-
712 , c. 714 , * : ■ ' -6
272 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

y cua,nto más se eleva más se desvanece. V es una grande mole


con tus ojos, pero nada consistente palpas con tus m anos; así
es el trono de L ucifer, trono de fuego y humo, es decir, de so­
berbia y confusión ( i ) : “ In quo soliditatis ni hit, nihil veri splen-
doris, sed mera agitatio ac turbatió perpetua, cum densa calí­
gine conjuncta” (2).
“ E n figura horrible y espantosa” , así lo reconocen de con­
suno la Sagrada Escritura, los Santos Padres y la tradición
unánime de todos los pueblos.
b) “ L a Escritura le denomina al demonio: enemigo, juez
de iniquidad, dragón, Satán, martillo, seductor, Belial, león ru­
giente, Leviatán, Tham in, Behemoth y otros.m uchos vocablos ■
sem ejantes” .
Comprobemos brevemente esta enumeración del ilustre tra­
ductor de la V u lg a ta : Sanctus Hieron., ep, 21 ad Damas.,
n. 11, M . L. 22.384.
L a Escritura llam a al demonio enemigo, o lo que es lo mis­
mo en hebreo, Satán. “ Enem igo” , con enemistad absoluta y
antonomásica, en el comienzo y en el decurso y en la termina-
■' «4 1 * 1
cion uc ios ssgios. - ■ ’
E n la primera página de la Escritura proclama Jehová la
enemistad absoluta entre la m ujer y la serpiente, su descenden­
cia y la suya (3), y maldice a la serpiente (4).
E n el decurso de los tiempos, el enemigo siembra la cizaña
en el campo del padre de fa m ilia : el campo es el mundo, el ene­
migo el diablo (5).
E n la terminación de los siglos, la enemistad se consumará, ■ *
y los demonios y los reprobos envueltos en los rayos venga­
dores de la misma divina enemistad, serán precipitados para
siempre en el infierno (6).
“ Juez de iniquidad” . Y -a sí protesta el apóstol, que no sea
neófito el electo al episcopado; “ no le hinche la soberbia, e incu-
(1 ) S . A u g u s t., in P s ., 36, serm . 2, n. 12. M . L ., 36-370.
(2) P o o t D e duobüs v e x ílís , 52.
(3) In iraicitías ponam ín ter te et m uliereni, et sem en tuum et sem en
illiu s. G en., 3, 15.
(4) M a led íctu s es ín te r omn'ia anim antía. G en., 3, 14,
(5) “ V e n it ínim icus et su p ersem in avít z iza n ia ... a g e r autem est m un -
dus, ín im icus d ía b o lu s ” . M a t , 13-25 et seq.
(6) D ísce d ite a me, m aledicti, in ign em aeternum qui p a r a t u s . e st
d iab o lo et an gelts e ju s. M a t., 26-41.
DE DOS -BANDERAS' 273
rra en el juicio del diablo” (1). Y el salmista maldice así al h ijo
de perdición: “ E l diablo esté a su diestra, y en el juicio salga
condenado” (2).
L a E scritura le llama al demonio “ dragón*7: “ M iguel 3/ sus
ángeles luchaban c-on el dragón” dice el Apocalipsis (3). “ Y
temó el ángel al dragón y lo aherrojó” (4 )A K fu é precipitado
aquel gran dragón serpiente antigua, que •seduce a todo el or~

b e ” (5)*
L a Escritura llama al demonio “ martillo” : “ ¿Cóm o ha sido
quebrado y roto — exclama pro fóticamente Jeremías— el mar­
tillo de la tierra? ” (6). Y el libro de Job: “ su corazón se en­
durecerá como la piedra, y se aguzará como el yunque del que
martilla” , y será “ el martillo como la estopa en su compara­
ción” (7). "
L a Escritura llama al demonio “ seductor” : “ L a serpiente
me sedujo” , dice la m ujer (8), y San Pablo: “ L a serpiente se­
dujo a la m u jer” (9 ).'Y ' el Apocalipsis: “ L a serpiente sedujo
a todo el orbe” (10). “ Y el Señor maldijo a la serpiente” (11).
“ Y el Señor precipitó a la serpiente” (12), Y el mismo nombre
de serpiente tan frecuentado en la Escritura, entraña seducción,
porque en el lenguaje de la Escritura, la astucia de la serpiente
se contrapone a la simplicidad de la paloma (13). Y la serpiente
misma es la más astuta entre todos los animales de la tierra (14).
(1) N o n n eo fitu m , ne in superbíam eíatus in cidat in indicium díaboli.
I , T ira ., 3-6. ^ .
(2) D ia b o lu s stet a d e x tr is e ju s. Cura ju d ica tu r e x e a t con dem n atus.
P s . 108, 6-7.
(3) M ich a e l et a n g elí e ju s p raeliab an tu r cum dracone. A p o c,, 12-7.
(4) E t app rehen d it d raco n em ... et lig a v ít eum . A p o c., 20-20.
(5) E t p ro jectu s est d raco Ule m agnus, serpens antíquus, qui v o c a tu r
D ia b o lu s et S a ta n a s, qui seducít u n iversu m orbem , A p o c., 12-9.
(6) Q uom odo co n fra c tu s est et con trictus raalleus universas terree ? J e -
' rem ías, 50-23.
(7) C o r e ju s in d u rabitu r tanquam lapís, et s trín g e tu r quasí m a ñ ea-
to ris incus. Q u a si stipulam asstim abit m aíleum . Job., 41, 15 et 20.
(8) S e rp en s d ecep it m e. G en. 3-13.
(9) Serp en s E v a m sed u xit. 2. C o r., 11-3.
(10) Q u i sed u cit u n iversu m orbem . A p o c., 12-9.
(1 1 ) M a íed ictu s es ín ter om n ia aniraantia. G en., 3-14,
(12) E t p ro je ctu s est d raco ille m agn us, serpens antíquus. A p o c., 12-9.
(13) E s to te e rg o prudentes sicu t serpentes et sim plices sicu t columbas.
M a t., 10-16.
(14) S e rp en s e ra t ca llíd ío r cun ctís anim antibus térras. G en., 3 -1.

1S
274 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DIA QUINTO

L a Escritura llama al demonio “ Belial” , es decir, según in­


terpreta San Jerónimo ( i ) . : “ Sin yugo, desobediente, im pío” *
Belial, principalmente se aplica al demonio, príncipe de toda
apostasía, desobediencia y rebelión; secundariamente a los hom­
bres impíos y sanguinarios; a los sacrilegos hijos de H elí (2);
a los adúlteros homicidas de Gabá (3 ); a los perjuros testigos
de Jezabel (4). A los hijos de las tinieblas, injustos idólatras, de
los cuales dice el apóstol a los corintios. “ Qiice societas luci ad
tenebras? Quce autem conventio Chrisíi ad B e lia lf” (2. Cor.,
ó, 14-15.)

L a Escritura llama al demonio “ león” . “ Sed sobrios y velad


— exclama el apóstol San Pedro— , porque vuestro enemigo el
diablo, como león rugiente, acecha, buscando a quién devorar”
(5). Y el salmista dice del demonio: “ que acecha en la oscuri­
dad, como león escondido en su caverna” (6), y en otra parte,
“ libera de ore leom s” 'ip¡ )» “ líbrame de las fauces del leónA

L a Escritura llama al demonio “ Leviathan” (8). V o z que


en hebreo significa pluralidad, y que se interpreta monstruo del
mar, ballena; lo que por su fuerza, mole y voracidad, conviene
a la terribilidad del demonio (9).

L a Escritura llama al demonio “ Tham jn” , que traduce la


V u lg a ta cetus (10 ); los setenta, dragones; y otros, sirena, erizo,
hechicera, y todo ello se adapta al demonio, que provoca como

(1) A . L ap id e in I I ad C o r., cap. 6-461,


(2) I R e g . 2-12.
(3) Jud., 19-22.
(4) 3 R e g . 21-10. .
(5) S o b ríi estote et v í g i l a t e : quia ad versa riu s ve ster diabolus tan -
quam leo ru gíen s C ir c u it quaerens quem devoret. 1 P tr ., 5-8.
(6) Q u a si leo in spelun ca sua. P s ., lOrg.
(7) P s., 21 -22.
(8) M a led íca n t eí qui m aíedicu n t diei qui parati sunt suscitare. L e*
via th a n . Job , 38. A n e x tra h e re p o teris L e v ia th a n ham o. Job, 40-20. In
d íe illa v isita b it dom m us in g la d ío suo duro, et gran d i, et fo rti, sup er
L e v ia th a n serpen tem vectem , Is., 2 7 -1,
(9) A . L ap id e, ín Job, X L , 2.
(10) N um qu id m are ego , sum , a u t cetu s, quia circu m d ed isti me c a r-
ce re ? Job, 7-12.
DE DOS BANDERAS
2 1$'

hechicera, encanta como sirena, punza como erizo y devora


como dragón (i).
L a Escritura llama al demonio “ Behem oth” , que interpreta
Santo Tom ás, elefante (2), como tipo de la fiereza del demonio;
porque “ el elefante reúne en sí las cualidades de las bestias
más feroces, los dientes carniceros del león en la boca, la cor­
namenta durísima del toro en los colmillos, la temerosa flexibili­
dad de la sierpe en la trompa, la voracidad del lobo en su ham­
bre canina, la longevidad de! ciervo en su duración, y la ira y
furor del tigre en la lucha con sus perseguidores (3).
“ L a Escritura — termina San Jerónimo— llama al demonio
con otros muchos vocablos semejantes” : “ Padre de la mentira”
(4), “ Príncipe de las tinieblas” (5), ' ‘ Espíritu sucio” (ó), " H o ­
micida'' (7), “ M alvado” (8), “ Envidioso” (9), “ Bestia rapaz”
(10), “ L o b o ” (11), “ T oro” (12), “ Unicornio” (13), “ Jabalí”
(14), Todos los nombres más espantosos, todos los epítetos más
fieros los agota la Escritura para encarecer la espantosa terri­
bilidad del demonio,

c) Si quisiéramos confirmar estos testimonios de la E scri-'


tura con la prolija enumeración de los Padres, nos haríamos
intermí n a V e s ; citaremos tan sólo algunos testimonios latinos y
griegos,.en comprobación de la doctrina ignaciana:

(1) A . L ap id e, in Job, V I I , 12.


(2) S . T h o m ., in Job, X L I I L
(3) A r i s i H ís t, anim ., 4.
(4) Q u ia non est v e ri tas in eo. C u m lo q u itu r m endacium e x p ro -
p riis loquitur quia m en d ax est et pater eju s. Joan., 8-44.
(5) Q u o n ia m non est nobis co llu cta tio ad versu s carn em et sangum em *
sed ad versu s prin cipes et potestates, adversus mtmdi recto res ten ebraru m
h aru m co n tra sp iritu a lia nequitae in ccelestibus. E p h ., 6-12. >
(6) C u m autem inm undus spiritus e x ie rit ab hom ine. M a t , 12, 43.
(7) U le h o m icid a era t ab initio. Joan., 8-44.
■(8) T u n e, v a d it et assu m it septem a lio s spiritus secu m nequiores se,
M a t., 12-45.
(9) In v id iá autem diaboli m ors in tro ivit in orbem terra ru m . Sap,, 2-24.
(10) V e n it-m a lu s et ra p it quod sem inatum est in co rd e eju s. M at., 13-19;
(1 1) E g o scio quon iam intrabunt post discessionem m eam lupi ra p ace s
in vos. A c t , 20-29.
(12) T a u r i pingues obsederunt me, P s ,, 2 1-13 .
(13) S a lv a m e e x o re leonis et a corn ibus un icorn ium h u m ilita tem
m eam . P s., 21-22. .’ . ,
(14) E x te rm in a v it eam aper de silva. Ps., 79-14, ■
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA QUINTO

"Jab alí y singular bestia — dice San Crisóstomo— se llama


,al demonio y toda su mesnada, para encarecer singularmente su
■impureza y ferocidad. Cuando la Escritura expresa la rapacidad
'del demonio, le llama león;, cuando significa su virus ponzo­
ñoso, le dice serpiente y escorpión; cuando juntamente enca­
bece su fuerza, le denomina dragón. Y dragón y serpiente y
áspid le llama muchas v e c e s; porque es el demonio bestia tor­
tuosa y flexible que, prevalida de su inmane fuerza, todo lo mue­
v e y lo turba y lo desbarata" (i).
"C iertam ente — dice San Basilio— el demonio es lobo y
bestia fiera, rapa2, insidiosa, enemigo de todos los m ortales" (2).
" ¿ Y de dónde le viene tamaña enemistad? D e ser la vorágine
universal de todas las maldades, y embeber en su maldad la
peste de la envidia. Y al verse precipitado en el infierno, y al
hom bre encumbrado hasta la gloria, no lo pudo sobrellevar, y
-de ángel caído se constituyó en enemigo de Dios y de los hom­
bres, imagen de Ja divinidad. Y odia a los hombres porque
od ia a Dios, y odia a los hombres porque son herencia de Dios,
y odia a los hombres porque son imagen de D io s." Y San
A gu stín exclam a: “ Los malignos espíritus siempre tienen vo­
luntad de d a ñ a r; es inútil que les nieguen y les aplaquen: este
es vicio intrínseco de su malignidad (3). Si pudieran no quedaría
uno de nosotros" (4). “ E l enemigo — dice San Crisóstomo—
es in exorab le; su odio es. im placable; no curamos tanto nos­
otros de nuestra salud como él cuida de nuestra ruina" (5).
E sta doctrina de la espantosa terribilidad del demonio, repe­
tida en la Escritura, vulgarizada por los Padres, es una de esas
doctrinas universales, patrimonio común de todos los pueblos.

d) N o nos parece inoportuno comprobarlo con profana


brevísim a digresión, para coronar de poéticas flores la aridez
de la prolija citación, y estereotipar más hondamente, en el alma,
con los vividos colores de la fantasía, la sencilla narración de la
parábola ignaciana. Baste citar, en gracia de la brevedad, de los
pueblos antiguos, a los griegos y romanos, que al decir de San

A) San Crisóstom o, ad Philip., hom. ó, n. 4, M . G ., 62-224.


(2) San B asilio, Hom . in M am ant m a rt, n.4. M . ’G'., 3I-595-B.
(3) San A gu stín , in P s ., 36, serm. 2, n. 12.MI.' 36-370.
(4) Id., Ps., 9 6 ,1 1 / 1 2 , M . L . 37-1246.
(5) In M t , H om . 13, n. 4* M . G./ 57 ”2 i 3 -
DE DOS BANDERAS

León M agno (N o ta: San León, serm. 8o), cifraron su religión


y su grandeza en heredar los errores de todas las religiones*
Los griegos, en su teología -pintan con colores terroríficos
los genios del A verno. -El cauto U lises huye precipitadamente
hacia las naves ante el temor de que comparezca ante sus ojos
la cabeza de la horrible gorgona; sus genios infernales, llámen­
se gorgonas, medusas, harpías, eumenides, son mostruos h orri­
bles revestidos de fuego, coronados de espantosas sierpes*
Ni nos presenta menos horribles la epopeya latina a los g e­
nios infernales. V irgilio pinta en la entrada del- infierno, al can­
cerbero trifauce erizado de horribles sierpes. E n el vestíbulo
se asienta la espantosa H idra, monstruo horrible de .cincuenta
bocas que .guarda la salida del A verno (i). Y tan entrañada
estaba la horribilidad de los genios infernales en la tradición
latina, que Tertuliano ya en el siglo tercero apostrofa de este
modo a los. pagan os: “ A l inmundo, al insolente, al criminal, le
llamas demonio, es decir, que le presientes, oh alma, al odiarlo,
aunque no lo reconozcas -expresamente como los cristianos” (2).
Expresam ente y con terrorífica plasticidad, vulgariza esta doc­
trina en los tiempos medios, el luminar mayor de la epopeya
medieval.
“ A parecía — dice— el soberano del reino del dolor, fuera
del helado estanque desde la mitad del pecho; y hay mucha más
proporción entre mí y un gigante, que entre los gigantes y las
dimensiones de sus b ra zo s; y puede así calcularse cómo debe
ser el conjunto, que a esta desmesurada proporción corresponde*.
Si tan hermoso fué como es hoy horrible, y se levantó rebelde
contra su Criador, justo es que de él procedan todos los males.
¡ Oh, cómo me maravillo ver que poseía tres ro stro s! U no de­
lante, de color ro jo ; los otros dos estaban a éste unidos sobre
cada uno de los hombros, y se juntaban por detrás en lo alto
de la cabeza; el de la derecha parecía blanco y amarillo, y el
de la izquierda afectaba el color de los hijos del. país que baña
el Nilo. D ebajo de cada rostro asomaban dos enormes alas,, pro­
porcionadas a aquel m onstruo; nunca vi en el mar m ayores
velas, y no tenían plumas, pues eran como las de los m urcié­
lagos aquellas alas, y se agitaban produciendo tres vientos, que
helaban con su soplo todo el Cocito; lloraba L u cife r por lo s

(1) Eneid., 4-6.


(2) Tertuliano. L e testimonio animae.
278 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

seis ojos a la vez, y por los tres rostros resbalaban lágrimas y


sanguinolenta espuma. Con los dientes de cada boca despeda­
zaba un pecador, y eso hacía con tres desventurados a la vez.
L as dentelladas que sufría el de delante, eran nada comparadas
con las desgarraduras que le producía con sus garras y así le
desollaba las espaldas (x).
En los tiempos modernos vulgariza esta misma doctrina el
poeta sajón del Paraíso Perdido. Pinta así a Satanás en el libro
prim ero: “ Su poderoso escudo de temple etéreo, macizo, alto
y redondo, había sido echado a la espalda, de la que pendía la
amplia circunferencia, semejante al disco de la luna. L a lanza
de Satán, a cuyo lado el pino más gigante, aserrado en las co­
linas de Noruega, para servir de mástil a algún gran navio
almirante, sólo parecería débil caña, le sirve para sostener sus
pasos mal seguros sobre la ardiente tierra. ¡ Oh, cuán distintos
de cuando hollaron el azul del c ie 'o ! Su semblante aparece afea­
do por las profundas..cicatrices del rayo; en sus marchitas me­
jillas se asienta la inquietud, y bajo sus cejas contraídas, expre­
sión de un valor indomable, vela la venganza. ¡ Sí, tú eres a q u é l!
i Oh, cuán abatido, cuán diferente del que en los venturosos
dominios de la luz, vestido de un resplandor transcendente,
eclipsabas en brillo a miríadas de brillantes espíritu s!” (Milton.
Paraíso Perdido, libro primero, cap. I.— Traducción de -Mateos.)
A sí la Escritura, la tradición y hasta el testimonio unánime
de los pueVos, reconocen la espantosa terribilidad del demonio,
de la parábola ignaciana.

P U N T O SEGU N D O

“ El segundo puncto, considerar cómo h a ze llam am iento de


enumerables demonios, y cómo los esparze a ios vnos, en ta l ciudad,
y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dexando pro-
uincia, lugar, estados ny personas algunas en p a rticu la r” .

U na vez que se asienta el caudillo de todos los enemigos


en su trono de fuego y humo, convoca en gran parada a innu­
m erables demonios, a la tercera parte de las estrellas que preci­
pitó deí cielo, con su ruina. Los ángeles prevaricadores, los prín­
cipes infernales, las potestades del Averno, rinden sus innobles

(1) Dante. Infierno. Cant,- .24.¡.,Tradc. de Carreras.


DE DOS BANDERAS 279
armas, despliegan sus negros pendones, y aclaman a Satanás
por su caudillo; y al eco horrísono de su ensordecedor griterío,
se conmueven en sus férreos' quicios las infranqueables puertas
del infierno.
Y como un cabecilla rebelde embosca sus facciones en las
concavidades de las peñas y las espesuras de los bosques, así
Satanás “ no deja cuidad, región, ni persona alguna en particu­
l a r A los ángeles tentó en. el cielo, a los hombres en el paraí­
so, a Salomón en el trono, a Judas en el apostolado, a los ere­
mitas en el yermo, a los corderillos los sorprende en el aprisco,
-y su infernal dalle se goza en tronchar en su capullo las flores
de la virginidad y las rosas de la inocencia.
T errib ’ e es el espectáculo — dice el P. Denis— (De 2 V e x .),
que con sencilla plasticidad nos presenta San Ignacio a nuestros
ojos, que concuerda con aquel pasaje de San Pablo a los efe-
sios: “ N o luchamos tan sólo contra la carne y sangre, sino
también contra los príncipes y potestades, contra los espíritus
de las tinieblas” (7). N uestros enemigo^ son poderosos; su nú­
mero, sin núm ero; su rabia, imp’acable; sus armas, m ortíferas;
ni solamente nos combate el enemigo con los ángeles malos, sus
compañeros de pecado, sino también con los hombres perversos,
sus hijos de maldad. A sí lo aseveran los Santos Padres. “ Son
los compañeros del demonio — dice San Gregorio— los ánge1es
malos que precipitara del cielo con su ruina; son los hijos del
diablo, los hombres perversos, que engendrará la tierra con su
m aldad; según afirm a la E scritura: “ Vosotros sois engendro
del diablo” . (2). “ Y como el Señor eligió hombres pobres y
humildes y sencillos para predicar el Evangelio, así el ángel
apóstata elegirá al fin de los tiempos hombres astutos y dobla­
dos y sabios de este mundo para predicar la m aldad” (3). “ Y
aunque nuestros enemigos discuerden entre sí, concuerdan para
nuestra ruina; no porque se amen entre sí, sino porque odian
de consuno a Aquel que debiera haber am ado” (4).
Después de que los demonios baten cajas, rinden armas,

(1) Quoniam non est nobis colluctatio adversus carnem et sangui-


nem, sed adversus principes et potestates, adversus mundí rectores, tene-
brarum harum contra spiritualia nequitise in ccelestibus. Eph,, 6-12.
(2) V os ex patre díabolo estis. M oral, 13-34, n- 3& N . L ., 75-1034*
(3) M or., 13 -9 -u . M . L., 75-1022.
(4) San Agustín, in Ps., 36-M . L. 3Ó-3Ó4.
28o EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— ií> ’ A QUINTO

juran pleitesía al príncipe de las tinieblas, se hace en el inñerno


un gran silencio; Satanás va a' hacer una arenga, se yergue en
su ígneo trono, relampaguen sus ojos, rechinan sus dientes, su
espantosa terribilidad pone temor a los mismos demonios, y
con voz: bronca y truculenta, comienza a decir de esta manera.

PU N T O TERCERO.

■“231 tercero, considerar el sermón que les haze, y cómo ios


am onesta p ara heehar redes y cadenas; que prim ero ayan de
ten tar de cobdicia, de rriquezas, como suelen, “ u t m pluribus’%
para que m ás fácilm en te vengan a vano honor del mundo, y
después a erescida saberuia; de m anera que el prim er escalón
sea de rriqueza, el segundo de honor, el tercero de soberuia, y
destos tres escalones ynduze a todos los otros vicios

a) E sta táctica satánica de tender lazos en nuestro camino.,


está comprobada por la Escritura, y por los Padres.
E l Salmista repite muchas v e ce s: “ E l Señor librará mis pies
del laso ” ( i ) . “ E l Señor me librará deí laso del casador” (2 ).
u Guárdame, Señor, del Jaso que me han tendido?í (3). ” M i alma
ha sido librada como el pajarillo del laso del cazador, “ laqueus
contritus est et nos liberati sum us” . Ps. 123-7. ^os Padres al
interpretar este y otros textos semejantes de la Escritura, con­
firman esa doctrina. Dice así San Gregorio, sobre aquel pasaje
de Job: “.Escondió sus lasos en el c a m i n o (4). “ E xisten— dice— •
en el hombre cualidades generosas, rayanas con los vicios. U n ca-
rácter áspero degenera fácilmente en soberbia y crueldad; un tem­
peramento blando declina en disolución y liviandad, E l enemiga
conoce nuestro carácter, estudia nuestro temperamento y nos
tienta conform e a nuestra inclinación; a los blandos, con la va­
nagloria y la lu ju ria ; a los ásperos, con la soberbia y la cruel­
dad (5). A llí pone el lazo, donde nos inclina la afición. E n la
vida de San Antonio se refiere que vio todo el mundo lleno de
la zo s: lazos en los caminos, lazos en las plazas, lazos en los pue­

(1) P s., 24-15; 30- 5 -


(2) Ps., 90-3.
(3) P s., 140-9.
(4) Abscondita est in térra pedica ejus, et decipula Ulitis super
semitam. Job, 18, 10.
(5) San G regorio M . M or. I 14, c. 13, n. 15, M . L. 73-1047.
DE DOS BANDERAS 2&1
blos, lazos- en las ciudades, lazos en el tráfago del siglo, lazos en
la soledad del claustro. Y la propia experiencia nos enseña que
en todas partes llueven lazos, en nuestro camino,, conform e a
aquello del Salm ista: “ lloverán lasos sobre los pecadores” (1).
P e ro ' no solamente amonesta el demonio a sus secuaces a que
tiendan a los hombres lazos, sino a que les aherrojen con cade­
nas. A l primer pecado induce el enemigo con las mallas de -la
artera sugestión; pero una vez que se añaden pecados a pecados,
y se entrelazan los eslabones de los vicios, entonces aherroja el
cuello con cadenas. A l soberbio le sojuzga en el alcázar de su
encumbramiento, al avaro le encadena con cadena de oro, al ira­
cundo le sujeta con el dogal de la venganza, al ebrio le cautiva
con el vértigo del alcohoh, al sensual le aprisiona con deleites
embrutecedores, y esos hombres que alardean con los labios de
soberano libertinaje, tienen hipotecada al .demonio su voluntad,
y uncido al cuello el yugo de la servidumbre más envilecedora.

b) Oigam os de lo s,lab io s mismos del enemigo cómo teje


sus mallas, cómo talla los eslabones de sus cadenas. “ Que pri­
mero hayan de tentar de codicia, de' riquezas, como suele “ ut
in pluribus” . Este es un tópico de Satanás, es la redecilla de
oro con que sorprende a los incautos. “ L as riquezas son bue­
nas, nos sugiere el enem igo; los patriarcas, las vírgenes, los re­
yes, se santificaron en la abundancia; ea, sé prudente, cuida de
tus riquezas, procura su aumento y conservación” . Y suave­
mente deí uso nos induce al abuso, de la posesión a la afición,
de la propiedad tranquila a la codicia más desenfrenada.San
Ignacio amonesta al ejercitante de este peligro. Las riquezas,
es decir, los bienes que se cotizan en los mercados de la tierra,
sean bienes de la naturaleza o bienes de fortuna, llámense títu­
los académicos o títulos de la deuda, son en manos del enemigo
lazos con que aprisiona el corazón. N o sé qué tienen las cru­
jientes sedas y las perfum adas pieles, las borlas de los sabios y
las togas de los magistrados, las lunas de las carrozas y los
faros de los automóviles, los entorchados de los uniform es y las
plumas de los magnates, la muchedumbre de los criados, el hall
espléndido, el parque suntuoso,. los áureos atavíos y pompas de
las riquezas, que hinchan la vanidad y rinden el corazón. ¿N o
ves cómo al sonsonete del metal se humillan todas las cabezas?

(x) P luet super peccatores laqueos. P s., 10, 7.


2S2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

¿ N o reparas cómo al fulgor del oro relampaguean todas las,co­


dicias? ¿ N o has oído cómo las riquezas satisfacen la gula, har­
tan la lujuria, rinden la inocencia, compran al falsario? ¿ Y si
en los demás reconoces tamaños peligros, ¿no temerás que "en
ti mismo las riquezas rindan tu alma y compren tu perdición?
“ ¡A y de vosotros, ricos — exclama el Salvador— , que ya
tenéis vuestro consuelo!” (i). “ M ás fácil es que entre un ca­
mello por el orificio de una aguja que un rico en el reino de los
cielos” (2). Y el salmista protesta: ‘ dos varones de las riquezas
no encontraron nada■entre sus manos” (3). “ S i abundáis en ri­
quezas, no se apegue a ellas vuestro corazón” (4). Palabras que
así interpreta elocuentemente San Basilio: “ Si os ofrece el
mundo deleites sin número y deliciosas villas, responded: N ues­
tra conversación está en los cielos” (5). Si os brinda banquetes
y danzas y vinos generosos, músicas concordadas, replicad:
“ Vanidad de vanidades y todo vanidad” (6). Si os prodiga be­
llezas seductoras en que se esconde la muerte, huid de la pre­
sencia de la m ujer como de la faz de la serpiente (7). Aunque la
turba de los aduladores os prometa las primeras magistraturas
y la suprema autoridad, aunque os brinden el trono más esplén­
dido y encumbrado y la servidumbre espontánea y unánime de
todas las naciones, protestad: “ Toda carne es heno, y toda la glo­
ria del hombre como la flo r del heno; el heno arideció y sus'
flores se marchitaron” (8). En todas estas dulcedumbres acecha
y se esconde el enemigo para declinar nuestro camino y envol­
vernos entre sus lazos” (9).
c) “ Que primero haya de tentar de codicia de riquezas
como suele “ ut in pluribiís” para que más fácilmente vengan a
vano honor del m undo” . Las riquezas son en manos del ene-

(1) V a e vobís dívítibus, quia habetis consolationem ve stra m ! Luc., 6-24,


(2) F acilius est camelum per foramen acus transiré, quam dívitem
intrare in regnum coelorum. M at., 19-24.
(3) N ihil invenerunt viri dívitiarum Í11 manibus suis. Ps., 75-6.
(4) Dívitae sí affluant nolite cor apponere. Ps., Ó i~ n.,
(5) Philip, 3-20.,,
(6) Eccles,, 12, 8,
(7) E ccli., 21-2.
(8) Omnis caro feenum et omnís gloria ejus quasi flos agri. E xicca-
tum est feenum et cecídít ños. Is., 40, 6-7.
(9) San Basilio, H o m ilía : quod mundo adhserendum non sit. n. í.
M . G, 31 - 53 - 539 -
DE DOS BANDERAS 283

raigo la escala de nuestro vano encumbramiento, el pedestal de


oro en que entronicemos el ídolo de nuestra propia estimación.
D e este peligro nos amonesta la Escritura, cuando repite: “ N o
se gloríe el rico en sus riquezas” (1). “ E l que confía en su rique­
za, caerá” (2). “ Manda a los ricos que no confíen en lo incierto
de sus riquezas” (3). “ Porque los que quieren hacerse ricos,
caen en la tentación y en muchos deseos necios y ■ malos, que
Precipitan al hombre en su ruina y perdición” (4)*
d) “ E l tercer escalón es de soberbia” .
L a riqueza es el pedestal; la propia estimación, el ídolo; la
soberbia, su aureola luciferina. Esta es la triple escala que pre­
cipita a los hombres al infierno. Pagóse Am an de sus riquezas,
envanecióse de su poderío, y preparó en el frenesí de su sober­
bia la horca de Mardoqueo (5). Codició las riquezas Jezabel, le
engrió su realeza, y arrebatada de orgullo sobornó a los asesi­
nos de Naboth (ó). A doró Satanás las riquezas de su naturaleza,
idolatró el resplandor de. su hermosura, y su satánica soberbia
le precipitó para siempre en el infierno (7). “ L a soberbia — dice
San Ignacio— , es el tercer escalón, y de estos tres escalones
induce a iodos los otros vicios” . “ La soberbia es principio de
todo pecado” (8). “ La soberbia es principio de toda apoeta­
sía” (9). “ La soberbia es principio de toda iniquidad” (10). “ A
la soberbia el Señor la odia” '(11). “ L a detesta” (12). “ La humi­
lla” (13). “ La resiste” (14).- “ La m aldice” (15).

(1) Non glorietur dives in divítiis suis. Jer,, 9, 23.


(2) Quí confídít ín divítiis suís corruet. P ro v . n -28. .
(3) D ivitibus hujus sseculí preecipe non sublime sapere, ñeque spe-
rare Ín incerto divitiarum suarum. i-T im ., 6-r7.
(4) Quí volunt divites fieri, incidunt in tentationem, et ín laquenm
dtaboli, et desideria multa inutília et nociva, quae mergunt homines in
interitum et perditionem. I T im .f 6, 9.
(5) Esther, 16, 12.
(ó) 3-P eg., 21-8.
(7) Apoc., 12-7.
(8) Initíutn omnis peccati est superbia. Eccle., X , 15.
(9) Initíum superbise hominis apostatare a Deo. Eccle., 10-14.
(10) Tenuit eos superbia, operti sunt imqnítate, Ps., 72-6.
( ir ) Odibílis coram' D eo est et hominibus superbia. Eccle., 10-7.
(12) A rrogantiam et superbiam ... detestor. P rov., 8, 13.
(13) Ocuíos superborum humííiabis. Ps. 17-28.
(14) D eus superbís resistit I. P e t , 5-5. .
(15) Increpasti superbos, maledicti qui decHnant a mandatis tuis.
Ps., 11(8-21.
2S4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

“ L a soberbia — dice San Juan Crisóstom o— es raíz y fuen­


te y madre del pecado. Ella arrojó a los hombres del paraíso,
ella precipitó a los ángeles de la gloria, y porque conoce el ene­
migo- su malicia bastante para arrojar a los ángeles del cielo,
tentó a los hombres con la soberbia para arrojarlos del paran
so ” (i). N i réprobo ni diab1o fuera el diablo, si no es por la
soberbia. L a soberbia le arrojó del cielo, la soberbia le precipitó
en el abismo. L a fornicación, el adulterio, degradan al hombre,
pero más que ningún otro pecado l a , soberbia; porque la fo r­
nicación, aunque no merezca perdón, puede excusarse; la sober­
bia no tiene sombra de excusa, ni perdón, si no es nuestra ma­
licia e insensatez, porque 110 hay nada más insensato que el
orgullo (2). “ L a soberbia impide más que nada nuestro prove­
cho, exclam a San Agustín. Atended mi razonamiento y veréis
qué peligrosa cosa es la soberbia” . ¿E n qué está su malicia?
¿C óm o encarecer su perversidad? El diablo sólo por soberbia
fue castigado. Cierto que es el príncipe de todo pecado, el ins­
tigador de toda m aldad; pero ni el adulterio, ni la fornicación,
ni la embriaguez, ni la rapiña le perdieron; le perdió tan sólo
la soberbia. Y porque la envidia es su compañera inseparable,
sedujo al hombre por envidia de que ocupase su trono de la
gloria (3). “ Donde hay soberbia hay vanidad, y donde hay va­
nidad teje su nido la serpiente” (4). “ E n el corazón del sober­
bio teje la serpiente el nido de todas las maldades” (5). “ H ay
malos por debilidad, es decir, depravados con cierto linaje de
necesidad; cierto que son malos y dignos de castigo, porque
hay que arrostrar toda necesidad antes que perpetrar el pecad o;
pero una cosa es pecar en la necesidad y otra en la abundancia.
E l mendigo roba por la necesidad. Y el rico, ¿por qué roba?
P o r la abundancia. Dices al p obre: ¿ Cómo has obrado así ? ¿ P or
qué robaste? Y te responderá avergonzado: M e forzó la pobre­
za, tenía hambre, Pero ve y dile al rico: ¿Cóm o obraste así?
¿por qué robaste? Digo, cualquiera se atreve a decirle al rico
cosa semejante. Y si tuviese atrevimiento para decírselo y arres-

(1) S. Chrys. in Joan, homil., 9, n. 2, M . G. 59-72.


(2) S. Chrys. in Joan, homil., ló, n. 4, M . G. 59-106.
(3) San Agustín, in Ps., 35-N, 18-M. L. 36-354,
(4) San Agustín, serm. 854 C. 8-M. L, 39-567.
(5) Tenuit eos superbia, opertí sunt iniquitate et impietate su a,
Ps., 72, 6.
DE DOS BANDERAS

tos para resistirle, ¿qué te responderá? T e responderá con des»


precio del mismo Dios. ¿ P o r qué? Porque es soberbio. ¿ P o r
qu é? Porque está hinchado. ¿ P o r qué? Porque está condenado
a l sacrificio (i). Que es lo que dice San Ignacio: “ D e la sober­
bia, precipita el demonio al hombre a todos los vicios” (2).
Colíoquio, “ Vn colíoquio a Nuestra Señora porque me alcance
gracia de su Hijo y Señor .para que yo sea recibido debaxo de
su bandera; y primero en summa pobreza espiritual, y si su di-
uina Maiestad fuere servido y me quisiera eligir y reseibir, no
menos en pobreza actual; segundo, en pasar opprobrios e iniu-
rias, por más en ellos le ymitar, sólo que las pueda pasar sin
peecado de ninguna persona ny displazer de su diuina Maiestad,
y con esto vna Ave M aría” .

“ Un coloquio a Nuestra S e ñ o r a Si en alguna parte es ne­


cesario un fervoroso coloquio, “ como un amigo habla a otro,
un siervo a su Señ or” (3), lo es en esta meditación; porque se
trata de la clave misma de la elección, de la crisis de los ejer­
cicios, del seguimiento fervoroso de Jesucristo.
“ Y qué atinadamente están escogidas las personas a que nos
hemos de dirigir en el coloquio” (4). San Ignacio recurre pri­
m ero a' “ Nuestra Señora” , la mediatriz con el mediador. E lla
fué la prim era que militó bajo la bandera de Jesucristo al pie
■de la cruz, ella la que condujo al Calvario al discípulo amado y
a las santas mujeres, ella la que inspiró a San Ignacio el libro
d e los ejercicios, ella la que dictó elinstituto de la Compañía,
'ella la que nos tiene que alcanzar de su H ijo y Señor esta gra­
c ia : “ Que yo sea recibido debajo de su bandera en suma pobre­
za espiritual” .
“ Y si su divina Majestad fuera servida, no menos en la po­
breza actual, segundo en pasar oprobios e injurias por más en
ellas le im itar” . P or aquí se verá cuán lejos estuvo San Ignacio
de forzar entre los rodillos de sus ejercicios vocaciones a rtifi­
ciosas; lejos de esto, manda al director que sin ninguna inge­
rencia suya deje obrar inmediatamente al Criador con la cria­
tura, y a la criatura con su Criador (5), pero la vocación divina

(1) Prodiit quast ex adipe iniquitas eorum. Ps., 72, 7.


(2) San Agustín, in Ps., 72, n. 11-sq, M . L, 30-919-sq.
(3) Primera semana, primer ejercicio, coloquio.
(4) Meschler, ejerc. in hoc loco.
(5) Anot., 15.
286 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA QUINTO

presupone indiferencia en la mente para oírla, generosidad en


el corazón para ejecutarla, y estas disposiciones faltaron al ado­
lescente del Evangelio y a otros muchos han faltado; a procu­
rarlas va enderezada toda la máquina de este coloquio, en que
no sólo se ofrece el ejercitante a la pobreza y los oprobios, como
lo hizo en la meditación del rey temporal, sino que da un paso
más y con ánimo generoso pide expresamente del Señor, no el
premio, sino el trabajo; no la corona, sino la lucha; no la humil­
dad, cuyo piadoso deseo se presta a ilusiones, sino la pobreza
y los oprobios que la engendran y en que no cabe engaño al­
guno (i).
“ Segundo coloquio. Pedir otro tanto al hijo para que me
alcance del P a d re, y con esto decir Anima Christi” . A ! hijo,
Nuestro adorable Redentor, cuyo espíritu interior fué siempre
el amor a la pobreza y a la humillación; “ pobre en el portal,
paupérrimo en la cruz, humilde en el pesebre, humílimo en el
Calvario, no ya hombre sino gusano, oprobio de los hombres,
y abyección de la plebe” (2).
“ Tercer coloquio. Pedir otro tanto al Padre, para que E l
me lo conceda y decir un Pater N osier” .
Nadie puede llegarse a Jesucristo, ni m i’itar debajo de su
bandera, sin que el Eterno Padre no se lo concediera (Mesch-
ler, in hoc loco) (3). A sí lo dice San Juan y así lo mostró el
Señor maravillosamente a San Ignacio. “ Ordenóse San Igna­
cio de sacerdote y empleó un año entero en prepararse para la
primera misa. P o r este tiempo suplicaba instantemente a la San­
tísima V irgen que le concediese entrada con su divino hijo, y
amar’e y reverenciarle con afectuosa devoción y acatamiento.
Aconteció “ un d ía” que* acercándose (el Santo) a la ciudad de
Roma, entró a hacer oración en un templo desierto y solo, que
estaba a algunas millas lejos de la ciudad. Estando en el mayor
ardor de su fervorosa oración, allí fué como trocado su corazón
y los ojos de su alma fueron con una resplandeciente luz ta n j
esclarecidos, que claramente vió cómo Dios Padre, volviéndose
a su Unigénito H ijo , que traía la cruz a cuestas, con grandísi-

(1) R oot. in hoc loco.


(2) E g o autem sum ve ría is, et non h o m o : opp-robrium hom inum et
a b je ctío plebis. P s ., 21, 7.
(3) N em o p otest v e n ire ad m e, nisi P a te r , qui m ísit me, tra x e r it
eum . Joan ., 6-44.
DE LA ORACIÓN 287

rno y entrañable amor le encomendaba a él y a sus compañeros


y los entregaba en su poderosa diestra, para que en ella tuvie­
sen todo su poderío y amparo. Y habiéndolos el benignísimo
Jesús acogido, se volvió a Ignacio así como estaba con la cruz
y con un blando y amoroso semblante le dijo: “ Ego vobís R o ­
mee propitius ero". “ Yo os seré en Roma propicio y favo­
rable” . M aravillosa fué la consolación y el esfuerzo con que
quedó animado San Ignacio de esta revelación. Acabada su ora­
ción, dice a Fabro y a L a ín e z :
“ Hermanos míos, qué cosa disponga. Dios de nosotros yo no
lo sé, si quiere que muramos en cruz o descoyuntados en una
rueda o de otra manera; mas de una cosa, estoy cierto, que de
cualquiera manera que ello sea, tendremos a Jesucristo propi­
cio ” . Y habiendo después San Ignacio y sus compañeros deter­
minado instituir y fundar Religión, pidió el Santo a sus com­
pañeros que le permitiesen a él ponerle el nombre a su volun­
tad, y habiéndoselo concedido, dijo él que se había de llamar
la Compañía de Jesús. Y esto porque con aquella maravillosa
visión había Nuestro Señor impreso en su corazón este sacra­
tísimo nombre, y arraigádolo de tal manera, que 110 se podía
divertir dél ni buscar otro. Y lo que hizo teniéndolo todos por
bien, lo hiciera contra el parecer de todos. Para que los que por
vocación divina entraren en esta religión, entiendan que no son
llamados a la orden de San Ignacio, sino a la Compañía y suel­
do del H ijo de Jesucristo nuestro Señor, y asentados debajo
de este gran caudillo, sigan su estandarte y lleven con alegría
su cruz” . (Rivadeneira, V id a de San Ignacio, Libro segundo,
cap. II).
T al es el espíritu ignaciano de este fervoroso coloquio en
que fué revelado al Santo el nombre y traza de la Compañía.

Instrucción quinta

DE Ik OÜACIOIT
a) Los místicos y ascetas, al tratar de la oración, común­
mente exhortan más que instruyen, se extienden largamente en
alabanza de 1a oración y brevemente en su práctica. San Igna­
cio, por e1 contrario, nos enseña expresamente su práctica con
tan preciosos documentos, que parece haberlos aprendido más
288 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

que en los libros de los hombres en la propia experiencia y en


la unción sobrenatural deí Espíritu Santo (i).
A primera vista parece una vulgaridad instruir a varones
experimentados, cuales son los más que hacen los ejercicios,
en la práctica de la oración; pero no lo es así, sino de mucha
utilidad en el decurso de los ejercicios. “ ¿ N o veis, dice San
Francisco de Sales, cómo el maquinista, a sus tiempos, des­
monta la máquina y repasa su rodaje? A sí es menester que el
varón espiritual repase su oración, sus exámenes, sus prácticas
de piedad, sí quiere adelantar en el camino de la perfección” .
N ada menos que siete modos de oración nos enseña el libro
de los ejercicio s: L a consideración, la meditación, la contempla­
ción, la aplicación de sentidos, la oración sobre los mandamien­
tos, la oración sobre el significado de las palabras y la ora­
ción rítmica o por compás. E l principal de todos es la medita­
ción, que trataremos más largam ente; los demás los expondre­
mos con brevedad.
San Ignacio, eminente maestro de oración, nos enseña a
orar como quien dice sin percatarnos de ello. A sí como la madre
no da regía al niño para andar, sino que le enseña a andar an­
dando, y el águila, en expresión de la Escritura, no adiestra a
sus polluelos para volar, sino que los provoca a volar volan­
do (2); así el Santo nos enseña a meditar meditando. Dice así
en el primer ejercicio;

“ M editación con las tres potencias, sobre el primero, segundo


y tercero pecado. Contiene en sí después de vn a oración p rep a­
ratoria y dos preám bulos, tres puntos principales y vn colloquio” .

b) San Ignacio procede a la preparación próxim a de la ora­


ción; pero comúnmente los místicos y el mismo San Ignacio en
las anotaciones, nos previenen acerca de la preparación remota.
L a preparación remota consiste en la exclusión de los obs­
táculos de la oración, que al decir de los ascetas (3) se reducen
principalmente a trey: L a sensualidad, el orgullo, la disipación.
P ara prevenir la soberbia San Ignacio sugiere al ejercitante,
apenas se despierta de mañana, pensamientos de vergüenza y

(1) Cf. Suárez. De religione. S. J.„ 1., 9, c. 6.


(2) D e u t , 3 2 -11.
(3) C f . R o o th a an , M é to d o p ara la o ra ció n . L ap uen te, M ed ita cio n es,
in tro d u cció n . R o d r íg u e z , E je r c ic io de la p erfe cció n , 1 tratad o quinto.
X)E LA ORACIÓN 289

confusión (1). P ara prevenir la disipación, le recomienda (2)


apartarse de todo tráfago y solicitud, y de la propia casa, cuan
secretamente pudiere, privarse de toda claridad (3), refrenar la
vista (4), no reírse (5), no pensar en cosas de placer ni alegría;
más aún, engolfarse de tal manera en los presentes ejercicios,
“ que no sepa cosa alguna de lo que ha de hacer en la siguiente
semana ” (6). P ara prevenir la sensualidad, recomienda el Santo
la m ortificación interior, ánimo generoso (7), oposición diame­
tral al enemigo (8), desasimiento de todo propio querer e inte­
rés (9), y m ortificación exterior en el comer y en el dormir y
castigar la carne y cuanto más y más mejor (10).

c) Y presupuesta esta breve prefación, vamos a exponer


el artificio interno de la meditación ignaciana. “ Contiene en sí
después de una oración preparatoria y dos preámbulos} tres
puntos principales y un coloquio
1) L a oración preparatoria comienza con un acto de reve­
rencia y adoración. Dice así San Ignacio en la adición tercera:
“ V n paso o dos antes del lugar donde tengo de contem plar
o m editar, m e pondré en pie por espacio de vn P ater noster„
aleado el entendim iento arriba, considerando cómo Dios nuestro
Señor me m ira, etc., y hazer vn a reuerencia o hu m illación ” .

(<Venite exultem os domino. Quoniam D eus Magnus domt-


ñus. N olite obdurare corda vestra” , recita la Iglesia ál comien­
zo de la oración y repite una y muchas veces el co ro : “ Venite
adoremos, Venite adoremos” . Este recogimiento interior, este
acto de adoración lo prescribe también San Ignacio al comienzo
de la plegaria y constituye el invitatorio de la oración ignaciana.
U na vez que se han recogido los sentidos en el acatamiento
del Señor, procede la oración preparatoria, que es siempre la
m is m a .

(1) A d ic ió n segunda.
(2) A n . 20,
( 3) A d . 7.
( 4) A d . 9.
( 5) A d . 8.
(ó) A n . 11.
(? ) A n . 5.
(8) A n . 5.
(p) D is c r e c ió n de esp íritus, 12.
<IO) A d ic ió n 10.

19
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

“ L a oración preparatoria es pedir gracia a D ios Nuestro Señor*


para que todas mis intenciones* actiones y operaciones, sean pu ­
ram ente ordenadas en seruicio y alabanza de su diurna M aiestad ” ,

“ Pedir gracia *, aquella “ gracia” que es el comienzo y el fin


de todos los ejercicios, “ sin la cual nada podemos” (Joan., I 5 ~5 )>
“ y la cual sola nos basta” ; gracia que, al decir de la Escritura,
hemos de pedir siempre, pero singularmente al acercarnos al
acatamiento del Señor. P ara que todas nuestras intenciones, esto
es, todas nuestras aspiraciones, todos nuestros deseos, “ accio­
nes y operaciones” , es decir, tódos los actos subsiguientes del
cuerpo y del espíritu “ sean puramente ordenadas” g o lo que es
lo mismo, sin ningún egoísmo carnal ni espiritual, “ en servicio y
alabanza de su 'divina M ajestad” , “ a mayor gloria de D io s” .

2) A la oración preparatoria siguen en la meditación ígna-


ciana los preludios, que suelen ser dos. El primer preludio, o
“ composición de lugar” , consiste en la reproducción fiel del tea­
tro del suceso. Como en el arte escénico no se representa la
acción en el vacío, así quiere San Ignacio que se reproduzca
ante nuestros ojos el lugar, el tiempo, los personajes, con la ma­
yor fidelidad posible. Y cuando el asunto ele la meditación es
invisible, finge el Santo con mano maestra una composición vi­
sible para prevenir que se distraiga la imaginación.

3) El preludio segundo se llama también petición particular;

D em andar a Dios Nuestro Señor, lo que quiero y deseo” .

porque ya no se demanda la gracia general, que esto es propio


de la oración preparatoria, sino “ ¡a gracia singular y especi­
ficativa de cada ejercicio” , lo que constituye la meta y el blanco
de toda la meditación: “ lo que quiero y deseo” . Y así como el
primer preludio cautiva la fantasía, así el segundo preludio in­
flam a la voluntad.
Cuando la meditación es de 1111 hecho histórico, San Igna­
cio 110 se contenta con reproducir en la composición el tiempo
y el lugar, sino que añade otro primer preludio, para evocar
todo el decurso de la misma acción histórica.
Este es el exordio o vestíbulo de la oración en que debemos
minorarnos tocios a lo más cosa de cinco minutos (1).

(1) Root., hoc loco.


DE LA ORACIÓN

4) Penetremos ya en el sagrario mismo' de la oración:


“ Contiene en sí, dice San Ignacio, tres puntos principales” . E l
Santo divide la oración ordinariamente en tres puntos. Los pun­
tos es menester prepararlos diligentemente. A la noche los co­
rrespondientes a la mañana ; hemos de acostarnos con este últi­
mo cuidado, y al despertarnos ha de ser éste nuestro primer
pensamiento. Suele invertirse un cuarto de hora en su prepa­
ración.
En los puntos se divide la materia, se preparan los prelu­
dios, se dispone la petición, se eshoza el plan, se ordenan los
propósitos, se determinan los coloquios. E n una palabra, s e , cer­
ca y se cierne la semilla que en el decurso de la oración ha de
crecer y florecer y fructificar.
Por esto es de suma importancia la preparación de los pun­
tos. A sí como no habrá siega abundante sin precedente siembra,
así tampoco es dada oración fervorosa sin -preparar los puntos.
Y su negligencia u omisión es una causa principal de la este­
rilidad de la oración.
5) M editación con las tres potencias, dice San Ignacio, L a
meditación ignaciana no es sólo el ejercicio de la memoria, que
eso equivaldría a un ejercicio de pensum, 111 tampoco consiste
tan sólo en el discurso del entendimiento, que esto podría ser
una tesis teológica, sino que consiste en el ejercicio armónico
de las tres p oten cias: la memoria, el entendimiento y la vo­
luntad.
Veam os brevemente la parte que cabe a cada una de las po­
tencias en el decurso de la oración.
6) L a mem oria evoca el asunto de la meditación, no de un
modo abstracto'com o en el preludio, sino ya dividido y apropia­
do, conform e a los puntos de la meditación.
7) E l entendimiento reflexiona sobre el asunto que le pre­
senta la memoria. A facilitar el ejercicio intelectual contribuye
el proceso de las circunstancias: Ouién, qué, dónde, con qué
auxilio, por qué, cómo, cuándo; la consideración de los m otivos:
honesto, útil, agradable, fácil, necesario; la remoción de las
dificultades: soberbia, codicia, sensualidad; el examen de nues­
tro aprovecham iento: qué he hecho, qué hago, qué he de hacer,
Y cuanto más sólidos sean los motivos, y más fuertes los argu­
mentos, y más convincentes los discursos, será la oración más
292 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

provechosa. P ero aunque la actuación del entendimiento sea ne­


cesaria en la meditación ignaciana, no hemos de parar e a ella,
porque no es el fin, sino puro medio para el fin, que no es otro
que el ejercicio de la voluntad. N o razonamos para saber, sino
para ob rar; no meditamos para inquirir, sino para practicar.
Com o el mecánico tanto agita el magneto hasta que explota el
motor, así el discurso del entendimiento tanto ha deejercitarse
hasta que se inflam a el afecto de la voluntad. E l P. Rodríguez
d ice: “ A s í como la aguja es necesaria para coser, pero no es
d ía ía que cose, sino el hilo; y así muy indiscreto sería el que
todo el día gastase en entrar y sacar la aguja sin hilo. Pues
esto hacen los que en la oración todo es meditar y entender y
poco amar. L a meditación ha de ser como la aguja, que entra
ella primero, pero para que entre tras ella el hilo del amor y la
afición de la voluntad” (i).
Veam os brevemente la parte que corresponde en la oración a
la actuación de la voluntad.

8) L os actos de la voluntad en la oración se reducen a d o s:


afectos y propósitos. Los afectos son múltiples en sus actos;
de temor, de confianza, de dolor, de alegría, de gratitud, de re­
signación, de fe, de esperanza, de am or; según sea el estado
del ánimo, de tristeza o alegría, de consuelo o desconsuelo, de
salud o de enfermedad, de reposo o turbación, persistentes en
su diversidad, sin mariposear de afecto en afecto, “ sino en el
punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré sín tener
ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga” (2). Constan­
tes, en todo el decurso de la oración, de tal manera que al ejer­
cicio mismo de la memoria lo prevenga el afecto y acatámiento
de adoración, y al ejercid o del entendimiento le acompañe el
afecto de obediencia, de humildad.

9) E l segundo acto de la voluntad en la oración lo consti­


tuyen los propósitos. Como se dice al hablar de la confesión
que el dolor incluye el propósito, así cualquier otro afecto sin­
cero incluye consigo su propósito; pero la oración ignaciana no
se contenta con este propósito implícito, sino que se endereza
toda ,ella al vencimiento propio, a la ordenación de la vida, al

(1) E je r c ic io d e p e r fe c c ió n T „ V . ca p . 11.
(2) A d ic ió n cu a rta .
BE XA ORACIÓN 293.

desasimiento de todo propio querer e interese, y por eso recla­


ma expresamente propósitos;

a) particulares,
b) sólidos y
c) humildes,

a) H an de ser los propósitos de la oración particulares, e s


decir, encaminados a la mortificación de nuestros defectos;
aquí que sea-m uy saludable juntar la práctica de la meditación
y el examen. P or esto hacen muchos mal la oración, porque' pa­
ran en ternuras y floreos, y porque no hacen la oración prác­
tica acaban por no hacerla tampoco teórica. Si se resolvieran
expresamente a m ortificarse, ni les faltaría la atención ni la
devoción. Santa Teresa recomienda mucho la oración a fuerza;
de brazos, que es la única que está en nuestro poder. E l horte­
lano que riega a brazo," no prodiga el agua sin orden ni concier­
to, sino que canaliza el riego y lo conduce al pie mismo de la
planta donde es más reciente la siembra, donde es más delicado
el plantío, donde más se agostan las flores, y de esta suerte el
raudal que derramado al azar sería baldío e infructuoso, se tor­
na benéfico y fecundo y multiplica la riqueza. T a l ha de ser el
cuidado de nuestra oración, que prevenga los peligros, conjure
las caídas, repase las distribuciones, todo lo prepare, todo lo dis­
ponga y encomiende.
Si procedemos de esta suerte, si velamos con Cristo en la
oración ; no nos faltará en el tiempo oportuno la gracia del
Señor. :

b) H an de ser los propósitos de la oración sólidos, es decir,,


fundados en sólidos fundamentos. L a voluntad se determina a
obrar por las razones, y cuanto más fuertes sean las razones,
aumentará más la resolución de la voluntad. L as razones .fútiles
engendran sólo efím eras veleidades; los argumentos sólidos,
firm es propósitos; por esto nuestra oración ha de descansar
so b re1el fundamento sólido de las verdades eternas, de los dic­
tados de la escritura, de los ejemplos de Jesucristo, si no que-
remos que nuestras resoluciones no sean efím eras veleidades^,
sino firm es propósitos.

c) -Finalmente, nuestros propósitos han de ser humilde?.


M uchas resoluciones que parecen firm es en el fervor de la ora1»
2p4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

ción fracasan en la práctica por defecto de humildad. Y por


fiar de nuestra nada y alardear de nuestra poquedad, a la menor
tentación retrocedemos y en la más pequeña adversidad nos en­
tibiarnos ; y esto después de haberle protestado al Señor mu­
chas veces que no le dejaremos, que le seguiremos en la ago­
nía y hasta en la muerte. Por esto, hemos de arraigar mucho en
humildad, y temerosos de nuestra inconstancia, pedir con lágri­
mas al Señor que no nos desampare, y recurrir a los ángeles,
a los santos y sobre todo a :a mediatriz de las misericordias, la
Santísim a V irgen M aría.
10) A este objeto San Ignacio acostumbra a terminar la
oración con los coloquios. Coloquio, como lo dice su mismo
nombre, es una conversación íntima y ferviente con Dios o con
los Santos. San Ignacio asigna comúnmente tres coloquios,

" vno con nuestra Señora, porque m e alcance gracia de su H ijo;


otro con el H ijo, para que me alcalice del Padre; otro con el
P adre, p ara que m e lo conced a” .

E l lugar más propio del coloquio es al final de la oración,


cuando el alma está más movida y fervo ro sa ; pero esto no e x ­
cluye que se entablen frecuentes coloquios en todo el decurso
de la oración, porque si orar es hablar con Dios, el coloquio es
la más íntima y ferviente oración.

" E l colloquio se h aze propiam ente hablando, así como vn amigo


ha b la a otro, o vn sieruo a su señor, quándo pidiendo alguna g ra ­
cia, quándo culpándose por algún m al hecho, quándo com uni­
cando sus cosas y queriendo consejo en e lla s ” , ( 1). " E s de a d ­
ve rtir que en los eolloquios de aeraos razonar y pedir, según la
subiecta m ateria, es a saber, según que me h a lle tentado o con­
solado; y según que desee aver un a virtud u otra, según que
quiero gozarm e o dolerme de la cosa que contem plo; finalm ente,
pidiendo aquello que m ás ,efdicazmente cerca algunas cosas par­
ticulares deseo” (2) .

E l coloquio, sobre todo con Dios Nuestro Señor, es la parte


m ás fervorosa y a la vez más reverente de la oración.

11) Term inada la oración, San Ignacio nos prescribe el


examen.

<i) P r im e r e je rc ic io , coloquio.
(2) T ercera semana. P rim era contemplación. . .
PE LA ORACIÓN
295

“ Después de acabado el exereicio, por espacio de vn quartfc©


. de hora, quier asentado, quier paseándom e, m iraré cómo me a
ydo en Ea contem plación o m editación; y si m al, m iraré la causa
donde procede, y así m irada, arrepentírm e, para que m e enm endar
adelan te; y si bien, dando gracias a Dios nuestro Señor, y haré
otra vez de la m ism a m an era” (1).

E 3 examen consta de una parte negativa y otra positiva.


L a parte negativa examina los defectos habidos en la prepara­
ción, en las adiciones y todo el decurso de la oración. La parte
positiva da gracias al Señor y resume las luces, los afectos, los
propósitos. E l examen de la oración es de suma importancia
y no debe om itirse; corrige los defectos, cosecha las virtudes,
recoge el fruto de la oración. E s la última mano que fragua
toda la fábrica espiritual. San Francisco de Sales recomienda,
al acabar el examen de la oración, la práctica del ramillete espi­
ritual. “ A sí como los que se han paseado por un jardín hermoso,
antes de salir de él, dice el Santo, cogen cuatro o cinco flores
para olerías y tenerlas todo el día, así después de haber discu­
rrido nuestro espíritu en la meditación por algún misterio, debe­
mos escoger uno, dos o tres plintos de aquellos en que hemos
encontrado más gusto, para tenerlos presentes todo el día, y
olerlos espiritualmente (2). Y basta esto acerca de la meditación.

d) Vam os ahora a exponer brevemente los otros seis mo­


dos de orar, ya que en la meditación nos hemos extendido con
m ayor detenimiento.
La consideración es una meditación exclusivamente intelec­
tual. El Santo nos propone una verdad básica, que quiere que el
entendimiento la considere y medite con espacio, para sentarla
como sólido sillar e inconmovible fundamento del edificio espi­
ritual. Este género de meditación nos propone en el ejercicio
del fin del hombre y los tres grados de humildad.
La contemplación, no sin fundamento, tan sólo se distingue
de la meditación en que la meditación versa acerca de verdades
abstractas, y la contemplación acerca de objetos sensibles (3).
En la contemp’ación, además del preludio histórico, nos su­
giere San Ignacio las tres normas tan repetidas en todo el de­

(1) A d ic . 5. !
(2) V ida devota, I I , 7,
{3) M eschler, Ejercicios. M odos de orar. N o ta del traductor.
296 EJERCICIOS m SAN IGNACIO .— DÍA QUINTO

curso de los ejercicios: “ V e r las personas, oír las palabras, con­


siderar las acciones” ; normas que, aunque no los mencionen, in­
cluyen las acciones, los afectos, intentos, virtudes, modo, fin,
tiempo, efectos causas y demás circunstancias, y que más bien
que el orden que hemos de seguir nos descubren copiosa ségete
y vena abundante de devotísima oración (1).
L a aplicación de los sentidos es menos laboriosa y más suave
que la contemplación, menos razonadora y más sensible, no abs­
trae sino que aplica, no inquiere sino que gusta (2). San Ignacio
la recomienda al final del día cuando supone al ejercitante fati­
gado por el trabajo (3), E s un linaje de oración “ que aprovecha
a iodos” , a los fatigados y a los expeditos, a los débiles y a los
fuertes (4). Este linaje de oración ejercitaba la M agdalena a los
pies del M aestro, y el discípulo amado junto al costado del
S e ñ o r; esta du1cedumbre gustó San Ignacio en el T ab or al
retornar de nuevo a la cumbre para adorar las huellas de Jesu­
cristo, con riesgo de su propia vid a: “ M editar de esta manera
aunque parezca a alguno puerilidad, vale mucho y levanta el
corazón, dice San Buenaventura (5), y San Ignacio añade: E ste
método de contemplación “ aprovecha para m ejor hallar lo que
deseo” .
“ Y aprovecha de dos maneras, porque unas veces al alma
seca y desolada la conforta y eleva, y otras al alma ferviente
y devota la prodiga pasto abundante de celestial consuelo” (ó).
L a aplicación de sentidos es el remate y complemento de la con­
templación, por eso la relega San Ignacio al postrer ejercicio-
E s como la repetición de la lección aprendida, el retoque del
cuadro pintado, el repaso del campo labrado, la canastilla esco­
gida de sus frutos, el búcaro segado de sus flores. E n este sen­
tido dicen los comentaristas que hemos de preferir en nuestra
oración ordinaria la meditación, pero juntarla con la aplicación
de sentidos, como du1císím o remate y complemento (7).
Expliquem os y a brevemente este método de oración, según
las normas ignacianas: Q uinta contemplación.

(1 ) D ir e c to rio , 1 9 - 7 ; D e n is, 2. M eth o d , o rd . cont,


(2) D ire c to rio , X X , 3.
(3) S e g u n d a sem ana, te r c e r a nota,
(4) S e g u n d a sem ana, segu n d o día, nota,
(5) M ed . v ita e C h ris ti, cap. 12.
(ó) D ir e c to rio , 20-4.
(7) C f . M e sc h le r, L a a p lica ció n de sentidos.
DE LA ORACIÓN

“ Después de ía oración preparatoria y de los tres preám bulos,


aprouecha el p asar de ios cinco sentidos de la ym aginaeión por
la prim era y segunda contem plación, de la m anera siguiente:
E l prim er puncto es ver las personas con Ja vista ymaginatiua,
m editando y contem plando en p articu lar sus circunstancias y
sacando algún prouecho de la v ista ” .

1) “ V er las personas” , dice San Ignacio no con la vista


del entendimiento, sino con la vista d e los ojos, no en la abs­
tracción sino en la realidad, no en las causas, los efectos, las
consecuencias, sino “ en las circunstancias, las particularidades’J,
el portal, el pesebre, las pajas, los pastores, los magos, la ancila-,
José, M aría, el divino Infante. ¿ N o es verdad que nos sería
grata y fácil la contemplación en la compañía de los pastores,
'-en la com itiva de los magos, en el coro de los ángeles? Pues
a este linaje de sensible percepción nos invita San Ignacio en
la actitud “ de esclavito indigno” .
“ El segundo, oyr con el oydo, lo que hablan o pueden hablar;
y remetiendo en sí mismo, sacar dello algún prouecho” .

2) L o que dijimos del sentido de la vista, a proporción


podemos aplicar al sentido del oído, oír no ya el verbo interno
que se ausculta y se medita, sino el verbo externo, el diálogo,
el coloquio, la conversación, ¿N o es verdad que nos sería grata
y fácil la oración si escuchásemos la conversación dulcísima de
M aría los coloquios de San José, el nativo acento del divino In­
fante? Entonces no podríamos menos de exclam ar con el sal­
m ista: “ Qué dulces a mi paladar son tus palabras” (r). “ Suene
tu voz en mis oídos, porque tu voz es dulce, y tu fa z embelesa­
dora” (2). Á estos dulcísimos coloquios nos invita San Ignacio
cuando dice:
“ O yr con el oydo lo que hablan o pueden hablar y refletíendo
en sí m ism o, sacar dello algú n prouecho” .
E l tercero oler y gu star con el olfato y con el gusto, la infinita,
suauidad y dulzura de la diuinidad, del án im a y de sus virtudes
y de todo, según fuere la persona que se contem pla, refletiend©
en sí mismo y sacando prouecho dello” .

3) Como el gusto y el olfato son sentidos próxim os que so


completan en afines deleites y repugnancias, San Ignacio los

(1 ) P s ., 118-10 3.
(2) C a n t , 2 -14 . i
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO-

junta a entrambos en la misma percepción, y los aplica a gustar


la dulcedumbre del a ’nía y las virtudes, a aspirar la suavidad
y fragancia de la divinidad, “ a correr tras el olor de sus perfu­
m es” (i), a embalsamarse con sus aromas, hasta e x ca m a r con
el apóstol: Somos buen olor de Cristo en D io s” (2).
“ El cu arto, tocar con el tacto, así como abrazar y besar los
lugares donde las tales personas pisan y se asientan, siem pre
procurando sacar prouecho d ello” .

4) Este afecto de besar o abrazar las huellas de je sú s y


M aría, los sillares del portal, las pajitas del pesebre, es un afec­
to de mucha humildad que supone el a m a enamorada de Dios,
y juntamente esta reverencia y humildad despierta nuevo afecto
de dulcísimo amor, San Ignacio no prorrumpe arrebatado con
el Cantar de los Cantares: " Quién me dará, hermano m ío, cria­
do a los pechos de mi misma madre, encontrarte en las afueras
y besarte, y que ya nadie me desprecie? ” (3), ni exclam a con la
esposa: “ Que me bese con el beso de sus labios” (4), sino que
se contiene en actos humhdes y reverentes de acatamiento, que
juntan la simplícísima humildad con el abrasado amor.

5) Y acabar con- un coloquio.

Estos cuatro modos de oración nos enseña San Ignacio en


el decurso de los ejercicios; otro triple ramillete nos reserva a
su terminación como su recuerdo y despedida. Vam os a adelan­
tarlo a este lugar y exponerlo breveme-nte por anticipado, para
completar este sucinto tratado de la oración ignaciana.
“ Tres modos de orar y primero sobre mandamientos” .

“ La prim era m anera de orar es cerca de ios diez m andam ientos


y de .ios siete peccados mortales, de ias tres potencias del ánim a
y de los cinco sentidos corporales: “ La quai m anera de orar es
m ás dar form a, modo y exercicios, cómo el ánim a se apareje y
aproueche en ellos y p ara que la oración sea acepta, que no d ar
form a 'ny modo alguno de o ra r” .

(1) Cant., 1 , 3 -
(2) 2 Cor., 2-15.
(3) C ant, 8, 1,
(4) O sc u le tu r me ose ido o ris su i. C an t., 1-1.
DE DA ORACIÓN 399

Dice San Ignacio que esta primera manera de orar, más bien
que form a y modo de orar, es modo y form a de preparar el áni­
ma para que los ejercicios y la misma oración sean provechosos
y agradables delante del Señor; pero aunque no sea oración tie­
ne su form a como la acreditan los preludios y el coloquio. E l
fin que parece haberse propuesto el Santo en esta manera de
oración fué preparar la confesión con la consideración y dolor
sincero de los pecados (i). Y a esto concurren la petición, el
examen de los preceptos, los sentidos, .las potencias y el colo­
quio. De aquí que esta manera de oración sea muy apropiada
para los ejercicios.de la primera semana; pero fuera de los ejer­
cicios es también recomendable, no solamente a los doctos, sino
a los más rudos e ignorantes, porque apareja “ para la confe­
sión” , aprovecha “ para el arrepentimiento” , y “ hace acepta la
oración con el ejercicio de la humildad” . E sta manera de ora­
ción la predicó San Ignacio desde los comienzos de su conver­
sión, como puede verse en sus procesos de A lcalá (2). Esta ma­
nera de oración la recomendó a todos, aun a los rudos e incul­
tos, junto con el examen, como consta en las anotaciones (3);
esta manera de oración finalmente ía legó piadosamente a los
hijos de la Compañía, y así San Francisco Javier la frecuentó
con tanto encarecimiento hasta imponerla por penitencia en las
confesiones (4).

Veam os brevemente su práctica según las normas ignacianas.


“ Primeramente se hago, el equivale ate de la segunda adición
de la segunda semana (5), es a saber, antes de entrar en la ora-
ción, reposar un poco el espíritu, asentándose o paseándose como
m ejor le parecerá, considerando adonde voy, y a qu é; y esta mis­
ma adición se hará al principio de todos los modos de orar” .
San Ignacio es el santo del examen y de la prudencia y la
reflexión, singularmente en el trato con su Dios. V as a cantar
las divinas alabanzas, afina primero tu salterio, no seas “ como
hombre que tienta a su D io s” ; “ reposa sentado o paseando, se­
gún' para el fin m ejor conviniere” y considera “ a dónde voy y

(1) D en ís, I V . T r e s m odos de o ra r.


(2) M on um . I g n a t S e rie p rim era, I, 1 1 1 -1 1 3 .
(3) A n . 18.
.(4) C f . ’ D ir e c to rio , X X X V I I , 7 -
(5) A n o ta c ió n quin ta del segundo día de la segun da sem ana.
30 0 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

a qué?: vas, criaturilla, al Criador; ¿ y a qué vas?, a llorar tus


culpas y a implorar las divinas misericordias.
“ O ración, Usía oración preparatoria, así como pedir gracia a.
©ios nuestro Señor, p ara que pueda conoscer en lo que lie fa lta d o
acerca de los diez m andam ientos, y asimismo pedir gracia y ayuda,
p a ra m e enm endar adelante, dem andando perfecta in tellig en cia
dellos, p ara m ejor guardallos y p ara m ayor gloria y a lab an za
de su diuina M ajestad ” *

San Ignacio no nos prescribe la oración preparatoria con


sus mismas palabras ; por esto dice: “ A s í como” ; .pero su ora-*
cíón es perfectísím a para el fin que se pretende, porque pide
luz para conocerme, gracia para enmendarme, inteligencia para
precaverme, y todo ello a mayor gloria de su divina majestad*
H asta aquí son los prolegóm enos; entremos ahora en el
cuerpo mismo de la oración, que consiste, según el sistema igna­
ciano, en el ejercicio armónico de las tres potencias, y así añade:
“ P a ra el prim er modo de orar, conuiene considerar y pensar
en el prim er m andam iento, cómo le he guardado y en qué h e
faltad o, teniendo regla por espacio de quien díze tres vezes e l
P ater noster, y tres vezes A ue M aría, y si en este tiem po hall©
fa lta s m ías, pedir venia y perdón dellas y d erir vn P ater noster,
y desta m ism a m anera se h aga en cada vno de iodos los diez
m andam ientos ” ,

L a memoria nos recuerda el precepto, el entendimiento con­


sidera y piensa cómo lo he guardado y en qué he faltado. L a
■voluntad “ pide venia y perdón de ello” .
E l tiempo de tres Padres nuestros y A v e M aría, asignado
para el examen de cada precepto, que es el promedio aproxi­
mado de la hora entera de la oración, no excluye “ que allá se
repose el ánima donde hallare lo que quisiere, sin tener ansia de
pasar adelante” (i). ,
Y a l contrario “ quando* hom bre viniere a pensar en vn m a n ­
dam iento, en el cu al h a lla que no tiene hábito ninguno de peccar,
no es m enester que se detenga tan to tiem po; m as según que
hom bre h a lla en si que m ás o m enos estropieza en aquel m anda­
m iento, a sí deue m ás o m enos detenerse en la consideración y
escrutinio dél* Y lo m ismo se guarde en los peccados m ortales” (2) ,

Y sí el tiempo correspondiente a cada precepto ha de ser


varío, según las circunstancias, no menos ha de variar también

(1) Ad, 4*
(2) P r im e r a n ota. ; , , t
DE LA ORACIÓN 301

■según las circunstancias la amplitud del examen. S an Ignacio


trata de asignar materia de oración a las personas más rudas
■e incultas; por eso su interrogatorio es mínimo, se reduce su
exam en a dos preguntas: “ cómo he guardado y en qué he fa l­
tado al precepto” , esto en general, sin descender al número y
la especie ( 1 ); pero este cuestionario sería escaso para personas
doctas o ilustradas, y podría ampliarse según el directorio lo
propone, por una hora, de esta ■ m anera: Prim ero considerar
cada precepto en sí, su bondad, su justicia, su santidad; segun­
do, -ponderar la utilidad de su observancia; tercero, examinar
cóm o lo he cum plido; cuarto, rendir gracias por su observan­
cia y arrepentirme por su transgresión; quinto, proponer su
perfecto y exacto cumplimiento, e implorar con un coloquio la
gracia del S eñ or” (2).

E l coloquio es imprescindible en la oración ign aciana;. aun


en la consideración, con ser puramente intelectual, prescribe
San Ignacio el coloquio en los tres grados dehumildad. Res­
pecto del coloquio San Ignacio dice así, en la segunda nota:
Después de acabado el discurso ya dicho sobre todos los m an-
damienitos, acusándom e en ellos y pidiendo gracia y ayuda para
enm endarm e adelante, ase de acabar con vn colíoquio a Dios
nuestro Señor, según subiecta m a teria ” ,

es decir, “ según me hubiere en la observación de los preceptos,


llorando o doliendo sus faltas, agradeciendo su observancia,
pidiendo gracia para preservarme en los preceptos donde son
más frecuentes mis caídas, excitando el odio de su transgre­
sió n ” .

Segundo, sobre peccaáos mortales. A cerca de los siete peecádos


m ortales después de la addición se haga la oración preparatoria
por la m an era ya dicha, sólo mudando que la m ateria aquí es de
peccadós que se h a n de euitar y antes hera de m andam ientos que se
h an de gu ardar, y asimismo se guarde la orden y regla ya dicha
y el colloquio.
P a ra m ejor conoscer la s fa lta s hechas en los peccados- m orta­
les, m írense sus contrarios, y así para m ejor euitarlos proponga
y procure la persona con sanctos exercicios adquerir y (tener las
siete virtudes a eüos contrarias” .

(1 ) D i r 0, 37-4.
(2) D ir .0, 37- 3-
30 2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— -DIA QUINTO

E l método es el mism o; la oración, el examen, el arrepenti­


miento, el coloquio, el mismo. Sólo que allí en los mandamien­
tos examinaba, “ cómo he guardado y en qué he faltado al man­
dam iento” , y aquí he de examinar en qué he faltado en el (
pecado y cómo he de guardar la contraria virtud. E l directorio,
para personas doctas, am plifica el examen de esta m anera: “ P ri- ^
mero, considerar qué malos son cada uno de los pecados, y cuán 1
justam ente prohibidos; segundo, ponderar cuánto nos perjudi- (
can si no los evitam os; tercero, examinar cómo los he evitado
y proponer su enmienda en adelante” (i).

“ Tercero, sobre las potencias del ánim a.


Modo. En las tres potencias del ánim a se guarde la m ism a
orden y regla que en los m andam ientos, haziendo su addición, (
oración preparatoria y colloquio” .
“ Cuarto, sobre los cinco sentidos corporales. C erca los cinc© (
sentidos corporales, se tendrá siem pre la m ism a orden, m udando ,
la m ateria dellos” .
(
San Ignacio se contenta con ofrecernos en este tercero y
cuarto modo una míes ubérrima de devota oración, sin añadir '
cosa alguna: la misma oración preparatoria, “ la misma orden (
y regla” , “ el mismo exam en” : “ cómo he guardado las poten- ¡-
cías y sentidos, y en qué he faltado” . E l D irectorio lo amplia
de esta manera: “ En las potencias y-sentidos, puede conside- -v
rarse: Prim ero, cuán nobles y útiles son; segundo, a qué fin (
nos fueron dados; tercero, cómo hemos usado dellos e igual- (
mente de nuestra lengua, de nuestra actividad, etc.”
H em os dicho que nada más añade San Ignacio acerca de ^
.este tercero y cuarto modo de orar, y no es así, sino que allá
al final, y como por vía de anotación, nos descubre una nueva
vena de oración y raudal copioso de celestial consuelo. Dice así:

“ Nota. Quien quiere ym itar en el uso de sus sentidos a Xpo


nuestro Señor, encom iéndese en la oración preparatoria a su (lua­
na M aiestad; y después de considerado en cada vn sen tid o /d iga (
un A ue-M aría o un P ater N oster; y quien quisiere ym itar en el
uso de los sentidos a N uestra Señora, en la oración preparatoria V
se encom iende a ella, para que le alcan ce gracia de su H ijo ^
y Señor para ello; y después de considerado en cada vn sentido,
diga un A u e - M a r í a (

(i) Dir,° 37- 4.

(
DE LA ORACIÓN

H e aquí un linaje de oración útilísima y sencillísima y de­


votísim a de íntima presencia divina, y abrasado y ferviente
am or; después de la comunión, la emplearon muchos con pro­
vecho.
•San Francisco de. B o rja refiere que la frecuentaba en los
mementos de la misa, y debió serle muy fam iliar a San Igna­
cio, tan enamorado de la humanidad sacratísima de Cristo R e­
dentor; y vestigios de ello encontramos a no dudarlo en el áni­
ma Christi, tan recomendada en el libro de los ejercicios e indul­
gencias por la Iglesia, en que el Santo adora uno por uno el
cuerpo y el alma, y la pasión y las llagas, y el agua y la sangre
y el costádo transverberado del Señor, para confortarse y em­
briagarse en la dulcedumbre de su amor.

II ■

“ Segundo modo de orar, es contemplando la significación


de cada palabra de la oración.
Addición. L a misma acldición que fué en el primer modo de
orar, será en este segundo, es a saber: antes de entrar en la ora­
ción repose un poco el espíritu considerando a dónde voy, y
a qué.
Oración, L a oración preparatoria se hará conform e a la
persona a quien se endereza la oración” ,.

. , . Segundo modo de orar. El segundo modo de orar es que la


persona, de rrodillas o asentado, .según la mayor disposición en
que se Italia, y más deuoción le acompaña, teniendo los ojos
cerrados o hincados en vn lugar, sin andar con ellos variando,
diga Pater y esté en la consideración desta palabra tanto tiempo
quanto halla significaciones, comparaciones, gusto y consolación,
en consideraciones pertinentes a la tal palabra, y de la misma
manera haga en cada palabra del Pater Noster o de otra oración
qualquiera que desta manera quisiere orar” .

Dice San Ignacio que ore sentado o de rodillas, según en­


cuentre más devoción, con los ojos cerrados, porque es regla
general que la' modestia y recogimiento contribuye a la devoción;
que se detenga en cada pa1abra cuanto tiempo hallare signifi­
caciones, comparaciones, gusto, consolación, contemplando la
significación de cada palabra, es decir, que se trata, de verda­
dera y rigurosa meditación. “ E l Pater N oster, A v e María, Cre­
304 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA QUINTO

do. Anim a Christi, Salve Regina” , contienen en su brevedad


un ju g o grandísim o de oración, y este mismo sistema de ora­
ción puede aplicarse a los salmos del oficio, las oraciones de la
misma, los soliloquios de San Agustín, los capítulos de la imi­
tación de Cristo, con grande facilidad y aprovechamiento*
San Ignacio añade acerca de este segundo modo de orar tres
reglas y dos notas:
“ Primera regla, La primera, regla es que estará de la manera
ya dicha, vna hora en todo el Pater Noster, el qual acabado, dirá
vn Aue María, Credo, Anima X p i.y Salue Regina, vocal o men-
(talmente, según la manera acostumbrada” .

San Ignacio, a ejemplo de Cristo en Getsemaní, recomienda


la hora entera como unidad reglamentaria de oración. Y cierto
que es menester ese espacio de tiempo para meditar palabra por
palabra el P ater N oster, A v e M aría, Credo, deteniéndome en
cada una de ellas “ tanto tiempo cuanto hallare significaciones,
comparaciones, gusto y consolación” *
“ Segunda regla. La segunda regía es que si la persona que
contempla el Pater Noster hallare en vna palabra o en dos tan
buena materia que pensar y gusto y consolación, no se cure de
pasar adelante, aunque se acabe la hora en aquello que halla,
la qual acabada dirá la resta del Pater Noster, en la manera
acostumbrada ” ,

E sta misma regla la repite tres veces San Ignacio al hablar


de la oración. En la segunda adición insiste: “ donde hallare lo
que quiero ahí me reposaré sin tener ansia de pasar adelante,
hasta que me s a t i s f a g a Y en la segunda anotación term ina:
“ Que no el mucho saber harta y satisface el ánima, mas el
sentir y gustar de las cosas intensamente” ;

en una palabra, que el Santo no quiere que meditemos mucho,


sino bien.
“ Tercera regla. La tercera es que si en vna palabra o en dos
de! Pater Noster se detuuo por vna hora entera, otro día quando
querrá tornar a la oraeión, diga la sobredicha palabra o las dos,
según que suele; y en la palabra que se sigue inmediatamente,
comience a contemplar, según que se dixo en la segunda regla” .

De esta manera se recorren íntegras las oraciones de la Igle­


sia. ¿ Y quién duda que las oraciones así meditadas, y entendido
su interno espíritu y significación, se dirán después vocalmente
DE LA ORACIÓN 305

con más reverencia? ¿ Y quién duda que aplicado este ejercicio


al rezo, al oficio, a la misa, será un incentivo de piedad y devo­
ción ? A esto nos invita San Ignacio en la primera n o ta :
“ Es de aduertir, dice, que acabado el Pater Noster, en vn®
© en muchos días, se ha de hazer lo mismo que con el Aue María,
y después con Jas otras oraciones, de forma que por algún tiempo,
siempre se exercite en vna dellas” .

E n la segunda nota nos recomienda, según costumbre, aca­


bar la oración con un coloquio:
“ La segunda nota es, que acabada la oración, en pocas pala­
bras, conuintiéndose a la persona a quien ha orado, pida las
virtudes o gracias de las quaíes siente tener mas neeessidad” .

L as ventajas de este modo de orar, son: que es facilísim o


y por ende apropiado a débiles, cansados v ia je ro s; que no exige
ningún manual ni devocionario; que suministra abundante ma­
teria de m editación; que suscita la atención en su grande va­
riedad y que al enseñarnos la estructura íntima y significación
de las oraciones, nos aumenta, ai rezarlas vocalmente, el afecto
y devoción (1).

II I

“ Tercero modo de orar, será por compásY L a m etáfora de


este título, dice el Padre Roothaan (2), que está tomada del arte
músico, porque este tercer modo junta con la oración una mane­
ra de ritmo sacro, en que a cada aspiración corresponde la ins­
piración de la mente, y a la respiración del cuerpo el afecto del
corazón; de esta suerte, la materia y el espíritu se alborozan
en el Señor, conform e a aquello del P ro fe ta ; “ M i corazón y
mi carne se gozaron en el S eñor” (3).
“ Addición. La addición será la misma que fué en el primer®
y segundo modo de orar.
Oración. La oración preparatoria será como en e! segundo
modo de orar.
Tercero modo de orar. El tercero modo de orar es que con
cada vn hanhélito o resolló se ha de orar mentalmente, diziend©
vna palabra del Pater Noster o de otra oración que se reze, de
manera que vna sola palabra se diga entre vn hanhélito y otro,

(1) C f . M esch ler. E l L ib r o de los E je r c ic io s , segundo m odo de o ra r.


(2) T e r tíu s oran di m odus. N o ta 8.
(3) C o r m eum et caro m ea e x u lta v e ru n t in D e u m vivum . P s., 83, 3.
2)
(

30Ó EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA QUINTO

y mientras durare el tiempo de un hanhéilto a otro, se mire prin- c


eipalmeuie en la significación de la tal palabra, o en la persona ^
a quien reza, o en la vaxeza de sí mismo, o en la differencia de
tanta alteza a tanta baxeza propia; y por la misma forma y regla (
procederá en las otras palabras del Pater Noster, y en las otras
oraciones, a saber, Aue María, Anima Xpi, Credo y Salue R egi- v
na, hará según que suele” ,

San Ignacio nos enseña en este tercer modo de orar, no un (


método de meditación mental, sino una práctica de oración vo~ ,
cal pausada y a te n ta ; por eso, después de recogido el ánimo en
las adiciones, nos invita al compás de cada respiración, a aten- (
der con pausa a lo que se reza, como el avecilla que gusta el (
agua de la fontana pura, rumia y saborea su frescura. Y este
método de orar conjura la prisa y la rutina que son la muerte ^
de la oración vocal. Y a este objeto nos propone San Ignacio ■
en cada pausa motivos suaves y devotos que despierten el enten- /
dimiento y sostengan el interés, “ la significación de cada pala­
b ra ” , o sea la intrínseca atención; “ la persona a quien se reza” , (
o sea la divina presencia; “ la bajeza propia” , o sea la actuación (
de mi humildad; . “ la diferencia entre tanta alteza y tanta baje-
z a ” , que engendra afectos de reverencia y adoración. v
San Ignacio'añade a la terminación dos reglitas afines a las (
que dió en el segundo modo de oración: (

“ Primera regla. La primera regla es que en el otro día © (


en otra hora que quiera orar, diga el Aue María por compás, y ,
las tres oraciones según que suele; y así consequentementeproce- h
diendo para las otras. O
Segunda regla. La segunda es que quien quisiere detenerse
más en la oración por compás, puede dezir todas las sobredichas (
©rasiones, o parte Sellas, licuando la misma orden del anhélito ,
por compás, como está declarado” , V

H aciendo un análisis comparativo de estos tres modos de (


orar, resulta que el primero es un cierto género de considera- (
ción; el segundo, una oración mental propiamente dicha, y el
tercero, una oración vocal bien hecha” (i), ;
San Ignacio, en el libro de los ejercicios, nada nos dice de i
la oración de quietud, de la contemplación mística, del silencio (
del corazón, del éxtasis, del rapto ni de ningún otro modo de ^
oración extraordinaria. Estos modos de orar infusos y desacos-
y

(i) Meschler. E j creídos. Modos de orar. (

(
DE LA ORACIÓN
30?

tumbrados son expuestos a muchos peligros e ilusiones, y los


Santos mismos, lejos de pretenderlos, los recibieron y oculta­
ron con humilde y temerosa gratitud. Esto no obstante, la ora­
ción ignaciana dispone el alma para los consuelos del- Señor,
porque el Señor visita las almas humildes y m ortificadas, y a
esto tiende toda la ascética de los ejercicios. P o r otra parte,
la soledad y el silencio, el ejercicio de las potencias, la aplica­
ción de los sentidos, la contemplación de la vida del Señor,
el continuo repetir, el insistente reposar donde se halle más con­
suelo, el encarecimiento y ternura de los coloquios, todo el sis­
tema ordenado y gradual de meditaciones que termina en la
preciosa contemplación para alcanzar amor, cúpula y fastigio
de los ejercicios ignacianos, toda esta espiritual fábrica y tra­
bazón constituye una mística escala de diamantinos tramos, que
conduce sin peligro a las inoradas célicas de la divina contem­
plación. Y hemos dicho que conduce porque la contemplación
mística no es estipendio de nuestro trabajo, sino gratituidad
libérrima de Dios, “ que a quien quisiere llenará del espíritu
de sabiduría” (1), y hemos añadido que conduce sin peligro,
porque las reglas y adiciones de la oración y las cautelas e indus­
trias de la discrección de espíritus nos enseñan a precaver los
lazos del enemigo y a prevenirnos contra los engaños del de­
monio.
De este breve tratadito de la oración ignaciana se deduce
el copioso arsenal que nos legó San Ignacio en el libro de los
ejercicios y las múltiples armas que nos armó contra el poder
de las tinieblas. E stas múltiples armas hemos de esgrim ir cons­
tantemente, según las diversas circunstancias, para luchar las
batallas del Señor y permanecer fieles soldados de Cristo bajo
la insignia vencedora de la mayor gloria de Dios,

(1) Eccli,, 39, 8.


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Día sexto

M editación vigesim oprim erB

segunda bandera

"Assí por el contrario se ha de ymaginar del summo y verdadero


capitán que es Xpo nuestro Señor.”

“ A ssi por el c o n t r a r i o L u cifer no tiene realeza, soberanía,


ni autoridad; ni más poder que la falsía y el engaño. Lobo con
piel de oveja, “ no viene sino a robar y perder” (x).

“ A s s i por eí contrario se ha de imaginar del sumo y ver­


dadero C a p i t á n Y no ya capitán cualquiera, sino “ sum o” , esto
es, que no admite otro superior en el cielo ni en la tierra (2),
Sumo por naturaleza y por gracia, por la divinidad y la huma­
nidad, por herencia y por conquista, por justicia y por amor.
“ Y verdadero Capitán” , es decir, que salva a sus ejércitos,
Y Jesús es Salvador por excelencia: Salvador antes de nacer:
“ le llamarás por nombre Jesús” (3). Salvador al nacer: " f u é
llamado por nombre Jesús” (4). Salvador a! m orir: “ estaba es­
crito sobre la Crus Jesús” (5). Y Salvador eternamente: “ por­
que no hay otro nombre en el cielo ni en la tierra por eí cual
seamos salvos, sino el nombre de Jesús” (ó).

(1) N o n v e n it n isí u l fu r e tu r et m actet et p e r d a t Joan ., 10, 10.


(2) D a ta est m ihi om nis potestas in coelo et in térra , M a t., 28, 18.
(3) E t v o ca b is nom en eju s Jesum M a t., r, 2 1.
(4) E t vo ca tu m est nom en eju s Jesús, L u c., 2, 2 1.
(5) E r a t au fem scrip tu m : Jesús N a za re n u s. Joan ., 19, 19.
(6) N e c enim a íiu d nom en est sub coelo datura hom inibus, in quo
o p o rtea t nos sa lv o s ñ eri, A c t ., 4, 12,
3^0 EJERCICIOS DE S A N ICNACIO,— DÍA SEXTO

E L P R IM E R P U N T O

“ Es considerar cómo Xpo nuestro Señor se pone en vn gran


campo de aquella región de Hierusalén, en lugar humilde, hermoso
y gracioso” ,,

L a contraposición es completa. Cristo se contrapone a L u ­


cifer, Jerusalén a Babilonia, el sencillo estrado al trono ígneo,
la humildad a la soberbia; al terror y al espanto, la gracia y
hermosura.

a) “ Considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un


gran campo” ,
N o dice ya imaginar, como decía del trono fingido del de­
monio, sino considerar, porque se trata de un hecho histórico,
consignado repetidas veces en las páginas sagradas: Cristo se
pone en un gran campo, y predica el sermón del Monte, con
tan sublime elocuencia, cual no predicó hombre a lg u n o ; Cristo
se pone en un gran campo, y las gentes le acompañan con tan
irresistible atractivo que se olvidan del necesario sustento;
Cristo se pone en un gran campo, y da de beber a la Samari-
tana aquella agua viva que salta hasta la vida eterna; Cristo
se pone en un gran campo, y se acercan los leprosos y los
cura, y se llegan los enfermos y los ama, y se vienen los
endemoniados y los conju ra; Cristo se pone en un gran cam­
po, y se transfigura y su faz resplandece como el sol, y su veste
se torna más blanca que la nieve, y el trueno del Omnipotente
le pregona Salvador de los hombres y primogénito del Padre.

“ Cristo se pone en un gran campo de aquella región de H ie­


rusalén” (visio pads chitas pacis).

Jerusalén significa visión de paz. Y Jesucristo trajo a la


tierra la paz: “ Y en ¡a tierra paz” (i). Su saludo es de p az:
“ L a paz sea con vosotros” (2). Su despedida, de p az: “ V é en
paz” (3). Su'-mansión, de p az: “ E n pas es su descanso” (4).
S u muerte, de p a z : “ Pacificadora por su sangre del cielo y de la

(1 ) Et in térra p a x . Luc., 2, 14.


(2) Pax vobis. Joan., 20, 19.
, (3) V a d e , et ja m am plíus n oli p eccare. Joan., 8, 11.
(4) In pace locus ejus. Ps., 75-3. ,I
SEGUNDA BANDERA

tierra” (i). Y el lugar de.su bienaventuranza (2), aquella alma


región luciente donde el pastor divino apacienta sin honda ni
cayado, con inmortales rosas, sus ovejas; aquella ciudad bien­
hadada del Apocalipsis, cuyos fundamentos son de preciosas
piedras, los muros de ricos jaspes, las plazas de oro limpidísi­
mo, las puertas de lucientes margaritas fabricad as: que no ne­
cesita del sol ni de la luna que le adumbren, porque le ilumina
la claridad de Dios v la lumbre que le alumbra es el Cordero;
aquella ciudad cuyos muros no resuenan los ecos del dolor, que
desconoce la muerte e ignora el llan to: aquel nuevo cielo y nue­
va tierra, que han de suceder después de que la tierra, y los
cielos hayan sido ; aquel Tabernácu’o de Dios con los hombres,
aquella ciudad santa, engalanada como la esposa con las galas
de sus desposorios; es, al decir del Apocalipsis, la visión de la
paz, la ciudad de la paz, la novísima ce’estial Jerusalén, donde
el Sumo y Verdadero Capitán, Jesucristo, y su gloriosa y triun­
fa l compañía, han de morar eternamente (3).
“ E n lugar hum ilde” . A sí como a Babilonia se contrapone
Jerusalén, así el lugar humilde al trono ígneo. E l monte de la
bandera de Jesucristo es la humildad; el trono de su cruz, el
'trono de la hum ildad; ios ríos de sus gracias, corren por los
humildes valles; las flores de sus florestas, inclinan su fren te;
los frutos de sus plantíos, doblegan sus ramos; los trigos de sus
trigales, humillan sus espigas; y los cedros de sus virtudes,
arraigan en la tierra; y las torres de su santidad, cimentan en
las rocas.
“ Hermoso y gracioso” , es decir amable. Estos dos epítetos,
dice el P. Roothaan (4), más bien que al lugar parecen referirse
a Jesucristo, y así se completa la contraposición: A Babilonia
se contrapone Jerusalén; al trono ígneo, el lugar hum ilde; a la
espantosa terribilidad del demonio, la hermosura y amabilidad
de Jesucristo.

(1) P a cifica n s p er sangum em cru cis eju s, sive quae in terris, siv e
q u a e in co elis sunt. C o l., 1-20,
(2) F r a y L u is de L eó n . V id a del C íe lo ,
(3) 'Et vid i coelum novum , .et terram novam . E t ego Joannes vid i
sanctam civitatem Jerusaíem. E t audivi vocem m agnam de throno dicentem :
ecce tabernaculum D ei cum hominibus, et habitabis cum eís. E t ipsi popuíus
'e ju s erunt, et ipse Deus cum eis erít eorum Deus, A poc., 21, 1-2-3, ■
(4) D e duob. v e x ., 56.
312 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

b) L a sagrada escritura encarece repetidas veces la her­


mosura y amabilidad de Jesucristo.
i) E l salmista le llam a: “ Hermoso sobre los hijos de lo s
hom bres” (i), y repite muchas v e ce s: “ Suave es el Señor para
todos” (2), “ porque T ú eres suave y blando” (3), “ gustad.y ved
cuán suave es el S eñor” (4). “ Oh cuán grande es la muche­
dumbre de la ' dulzura que escondiste para los que temen” (5).
Y el sabio exclam a: “ Cuán suave es, oh Señor, tu espíritu -para
todos” (6). “ N o tiene amargura su conversación, ni tedio su
trato, sino gozo y alegría” (7). Y el “ Cantar de los cantares” *
está todo él consagrado a celebrar la amabilidad y hermosura de
Jesucristo: “ F lo r del campo y lirio de los valles” (8). “ S u ca­
beza es oro finísim o” . “ Sus cabellos. renuevos de palmas; sus
ojos, como los ojos de' la paloma; sus labios, lirios rosados; su
aspecto, como el Líbano; su acento, suavísimo, íotus desidera-
bilis” .
Y los patriarcas y los profetas todos abundan en estos uná­
nimes sentimientos: “ Vendrá el deseado de todas las gentes” (9)*
dice el profeta A geo. “ Destilarán los montes dulcedumbre, los
collados leche y m iel” (10), añade el profecía Am os. “ Germ inará..
Israel como lirio, brotará su raíz, se extenderán sus ramos y
será su gloria como la oliva y su p erf ume como el Líbano” ( n ) ,
dice el profeta Oseas. “ Y la expectación de las gentes, y el sus­
pirar de las naciones, y el Uanto de las hijas de Sión, y todo el
testamento antiguo, están pregonando la amabilidad y hermo­
sura del S eñ or” .
Y cuando llegó la plenitud de los tiempos* y las gentes no

(1) Sp ecio su s fo rm a p ra e filiis hom irm m . P s ., 44, 3.


(2) S'uavis dom ínus uní v e r sis. P s,, 144, 9.
(3) Q u o n ia m tu D om ín e, suavis, et m itis. P s ., 85, 5.
(4) G ú state, et víd ete quoniam s u a v is est D o m in a s. P s ., 33-9.
(5) Q u a m m agn a m uítítudo dulcedin ís tu ae, D om in e, quam abscon -
disti tim en tíbus te. P s., 30, 20.
(6) O quam bonus, et su a vis est, D o m in e, sp iritu s tu u s Ín óm nibus.
S a p ., 12, 1.
(7) N o n h abet am aritu d in em co n v e rs a d o illiu s, nec taedium co n v icta s
ilíi t is ; sed la etitia m et gaudíu m . S ap., 8, 16.
(8) E g o flo s cam pí, et liliu m co n valliu m . C a n t. 2, 1.
(9) V e n ie t d esid eratu s cu n ctís gen tib u s. A g ., 2, 8.
(10) S tilla b u n t m ontes dulcedinem et om nes co lles c u lti erun t.
A m o s., g, 13.
(1 1) Is ra e l ge rm m ab it sicut lilium , eru m p et r a d íx eju s, etc. O se a s, 14* ó .
SEGUNDA BANDERA 313

ya. con simbolismo pro f ético, sino cara a cara, admiraron la


realidad de su.herm osura (1), entonces los evangelistas agotan
el léxicon de lo más hermoso y más gracioso y más amable que
en la tierra ni en el cielo puede hallarse. Y llaman a Jesucristo:
“ V ida” (2), “ Vida nuestra” (3), “ Vida eterna” (4), “ Camino
verdad” (5), “ L u z ” (6), “ Mediador de D ios y de tos hom­
bres” (7), “ Salvador” (8), “ R edentor” (9), “ Esplendor de
la gloria y figura de la divinida sustancia” (10), “ Gracia” (11),
“ Plenitud de gracia” (12), “ más excelso que los ángeles” (13),
“ H ijo de D io s” (14), “ Primogénito del P adre” (15), “ D ios ver­
dadero del verdadero D ios” (36 ). Y el profeta Simeón desfallece
al tomarle entre sus brazos (17). Y el Precursor se confiesa indig­
no de desatarle ía correa de su sandalia (18). Y el apóstol San
Juan no cesa de repetirse el discípulo amado (19), y Pedro exta-
siado en el monte ante los resplandores de su gloria, quiere vivir
eternamente en su compañía (20), y San Pablo, enamorado de
los encantos de su hermosura, protesta que si alguno no ama a
nuestro Señor Jesucristo, sea anatema (21).

(1) Q uod- audivim us, quod vid ím u s o cu íis n ostris, quod p ersp exim u s,
et m anus n ostrae co n trecta ve ru n t de ve rb o vita e. 1 Joan., 1, 1.
(a) In ipso v ita erat. Joan., 1-4.
' (3) V it a n ostra e st abscon dita cu m C h risto . Col., 3, 3.
(4) H a e c est autem vita a e te r n a : u t co g n o scan t te solum D eum veru m
et quem m isisti je s u m C h ristu m . Joan ., 17-3.
(5) E g o su m vía, et va rita s, et v ita . Joan ., 14, 6.
(Ó) E r a t lu x ve ra . Joan., 1, 9.
(7) M e d ia to r D e l et hom inum . 1 T o m ., 2, 5.
(8) Scim u s quia hic est v e re S a ív a to r m undi. Joan., 4, 42,
(9) Q u o n iam occisus est, et red em isti nos D e o in san gu ine tuo.
A p o c ., 5, 9-
(10) Q u i cum sit splendor g lo ria e , et fig u r a su b stan tiae eju s. H sebr., 1, 3.
(1 1 ) A p p a ru it enim g r a tia D e l S a lv a to r is n ostri. T ít., 2, 11.
(12) P len u m g r a tia e et ve rita tis, Joan ., 1, 14.
(13) T a n to m e lio r a n g eíis e ffe c tu s quanto d iffe r e n tiu s prae filis nom en
h a e re d ita v it. H sebr., 1,. 4.
(14) Q u i etiam p ro p río filio suo non p epercit, sed p ro nobis óm nibus
tra d id it illum . R om ., 8, 32.
(15) V id im u s g lo ria m eju s g lo r ia m quasi u n igen iti a P a tre . Joan., 1, 14.
(x'6) D e u m veru m de D e o v e ro . .S iym b , C on st.
(17 ) L u c., 2-29.
(18) M a rc ., 1, 27.
(19) Joan., 21, 20.
(20) M a t., 17, 4.
(2.1) 1 C o r., 16, 22.
3*4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

2) Y si se pregunta cómo es Jesucristo más hermoso que


los hijos de los hombres, responde San Jerónimo que no ya por
su divinidad, que ésta 110 admite compararse, sino que el V irg en
de la V irgen , el nacido de Dios, sin voluntad de varón, es más
hermoso que todos los hombres, a pesar de los sufrimientos de
su cruz. Y si un resplandor sidéreo no fulgurase en su mirada,
nunca los apóstoles al instante le siguieran, nunca los satélites
se desvanecieran (i), “ ¡O h mi Señor Jesús, exclama el doctor
de Clara val, cuán hermoso apareces a los ojos de los ángeles en la
forma de Dios, en el día de la eternidad, en los resplandores de
los santos, antes que alboreara el lucero de la mañana; esplen­
dor y figura de la substancia del Padre, candor perpetuo y con­
sustancial de la eterna v id a ! ¡ Y cuán hermoso apareces a mis
ojos en tu mismo abatimiento! A l oscurecerse los rayos de tu
lumbre, inextinguible, allí brilla más tu piedad, resplandece más
tu caridad, irradia más vivos resplandores la lumbre de tu gra­
cia. ¡O h cuán refulgente brillas, estrella de Jacob! ¡Q u é lozana
germinas, flor de je sé ! ¡Q u é rutilante alboreas, lumbre que nos
visitas oriens ex a lto ! ¡ Qué admirable, qué estupenda parece a
Los ojos mismos de las virtudes celestiales, tu encarnación del
Espíritu Santo, tu nacimiento de M aría, la inocencia de tu vida,
los raudales de tus virtudes, las maravillas de tus milagros, los'
arcanos de tus sacram entos! ¡ Y cuán esplendoroso, oh Sol de
justicia, después de tu ocaso, te levantas otra vez del sepulcro,
y cuán hermosa es tu estola, oh R ey de la gloria, que te recibes
de nuevo en los eternos tabernáculos 1 Y a la contemplación de
tantas maravillas, cómo 110 exclam arán todos mis h u esos: ■ \ Se­
ñor, quién habrá sem ejante a T i ! ” (2)“ SÍ,— termina San A g u s­
tín— que en todas partes nos preceda la hermosura del Esposo,
la hermosura de Dios, la hermosura del V erb o; hermoso en el
seno de la V irgen, al asumir la humanidad sin perder la divi­
nidad ; hermoso en el nacimiento, párvulo y D io s ; hermoso .en
el c íe lo ; hermoso en la tie rra ; hermoso en el seno de la V ir g e n ;
hermoso en el regazo de sus p ad res; hermoso en los milagros 7
hermoso en los padecimientos; hermoso en la vid a; hermoso en
la m u erte; hermoso al rendir su á n im a ; hermoso al volverla a

(1) S. H ier p, 63, o. 8, M. L. 22-627.


(2) Quom odo non pro his ómnibus omina ossa mea d iven t: Domine,
quis sim ilis t u l S. Bern; serm. 43 in C a n t, n. 9, M . L . 183-1003. B .
SEGUNDA BANDERA
3 *S

to m a r; hermoso en la c r u z ; hermoso en el sepulcro; hermoso


en el cielo. Donde hay injusticia no hay herm osura; la justicia
es la verdadera hermosura. En todo ju sto; en toda manera her­
m oso” (i).
Si quisiéramos contraponer al primer punto el segundo, a
la manera ignaciana, y aducir como en la primera 'parte, en
su confirm ación el testimonio de los pueblos, nos haríamos in­
terminables. Baste un manojo de flores para coronar las sienes
del amado. E l Apóstol de las gentes en un arranque de apos­
tólico lirismo protesta de esta manera:
‘ '¿Q uién me arrancará de la caridad de Jesucristo, la tribu­
tación, la angustia, el hambre, la desnudes, el peligro, la perse­
cución, la espadaf Cierto estoy que ni la muerte, ni la vida, ni
los ángeles, ni los principados, ni las virtudes, ni lo presente,
ni lo futuro, ni lo que hay de más grande, ni de más profundo,
ni criatura alguna, podrá arrancarme del amor de Dios, que está
en Cristo Jesús” (2).
E l mártir ele Antioquía, entre el rugir de los leones, y el re­
chinar de los leopardos, exclam aba: “ T rig o soy ele Cristo, que
lo muelan los dientes de las fieras. ¡ A gu ijad los leones! V en ­
gan sobre mí los tormentos del infierno, con tal de que alcance
a Jesucristo” (San Ignat. ad. Rom.)
Y ¡ qué decir del estático cantor de la ciudad de Dios, que
enamorado de la hermosura del amado con apasionamiento ver­
daderamente africano, prorrum pía: “ T arde te conocí, hermo­
sura siempre antigua y siempre nueva! Tarde te conocí: Sero T e
cognovi (3). Pulchrituclo semper antiqua et semper nova, sero
te cognovi!
Y cómo encarecer la seráfica ternura del Patriarca de A sís,
el rapsoda de Jesucristo, el llagado- de amor, que entre éxtasis
del cielo y dulcísimos co’ oquios por las calles y plazas repetía:
\ Que el amor no se a m a ! ¡ Q ue no se ama el am o r!
Y ¡ quién viera sin lágrim as al Apóstol de las Indias, F ran­
cisco de Javier, correr desolado, de peñascal en peñascal, y de
arrecife en arrecife, por inhospitalarias costas, desnuda la cabe­
za, ensangrentados los pies, curtida la frente por los vientos,
humedecida la veste por el oleaje, y que abierto el pecho por

(1) San A gustín , in Ps., 44-N. 3-M . L , 36-493.


. , (2) Rom., 8, 35-38-39.
(3) San A gustín , soíií. 31.
316 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SENTO

el volcán de amor que le abrasaba, hechos fuentes de lágrim as


los ojos, al embate de las olas y al compás de los huracanes, con
lívidos labios balbucía: ( i ) :

“ Muéveme, en fin, tu amor de tal manera,


que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera;
no me tienes que dar por que te quiera” .

Y j ¿Juién escuchará sin ternura los latidos abrasados del ada­


lid de la gloria de Dios, San Ignacio de Loyola, que entre cár­
celes y cadenas, y calumnias y persecuciones, por única recom­
pensa suspiraba: Dadme vuestro amor, que esto me basta! (2).
Y T eresa de Jesús lloraba, hilo a hilo, la ausencia de su
Am ado, y vivía dulce muerte y m oría porque no m oría; y en
dulces endechas m urm uraba: “ V ivo sin vivir en mí, y tan alta
vida espero, que muero porque no m uero” (3).
Y el serafín del Carmelo, abrasado en amores, en íntimos
coloquios con su Am ado, de esta manera se quejaba: “ ¡A y ,
quién podrá sanarme! Descubre tu presencia y máteme tu vista
y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con
la presencia y la fig u ra ” (4). Y las actas de los mártires, y los
oficios de los santos, .y las reglas de las religiones, y los escri­
tos de los ascetas, y las poesías de los m ísticos; los mármoles,
los epitafios, las catacumbas, los templos, las catedrales, veinte
centurias de fe ardiente, miles de millones de cristianos de todos
los tiempos y todas las naciones, entonan de consuno un himno
gigante, atronador, a la hermosura y amabilidad de Jesucristo,
en aquellas dulcísimas estrofas de la liturgia cristiana: “ nada se
canta más suave, nada se oye más dulce, nada se piensa más
grato que Jesús H ijo de D io s” (5).

(1) San F rancisco Javier, soneto.


(2) E jercicios. Contem plación para alcanzar amor.
(3) Santa T eresa, Letrillas. Rivadeneira, 53.
(4) Cant. espír. Ó. Rivadeneira, 27.
(5) N íh il cahítur suavius, nihií auditar judundius, nihil cogitatur
dulcius quam Jesús D ei filius. Ofic. nom. Jesu.
SEGUNDA BANDERA

PUNTO SEGUNDO
í(El segundo, considerar cómo el Señor de todo el mundo escoja
ta n tas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los em bía por todo
eí m undo, esparciendo su sagrada doctrina por todos estados y
condiciones de personas” .

a) E l segundo, considerar cómo el Señor de todo el mun­


do” , dice San Ignacio, Porque el señorío y la realeza de la divi­
nidad, es necesaria para imprimir en las almas el espíritu apos­
tólico, para desplegar en todas partes la bandera soberana de la
plegaria del Señor. O ue el demonio seduzca a los mortales, no
es mucho, “ como si no fuera el hombre podredumbre, y el hijo
del hombre gusano” (i), dice San B ernardo; pero que la carne
obedezca al espíritu, que el apetito se someta a la razón, que
la podredumbre y el gusano sacudan la ceniza y el polvo, y
cooperen a la obra redentora de Jesucristo, y desplieguen por
todas partes la bandera soberana de la gloria del Señor, ¿no
es ésta empresa de gigante que exige la suavidad y eficacia, la
soberanía de la gloría del Señor de todo el mundo? ¿Q uién
tendría en la tierra ni en el cielo imperio bastante para decir a
un puñado de pescadores: dejad vuestras redes y seguidme?
¿Q uién podría arrancar a L eví, del telonio, a su inmediata obe­
diencia y seguimiento? ¿Q uién sabría hacer de Saulo un Pablo,
de A ugustino un A gustín, de Iñigo Ignacio, del estudiante vano
de París el esforzado apóstol de las Indias? ¿N o es verdad
que esto exige la suavidad y eficacia, la soberanía y realeza del
Señor de todo el mundo? Si, dice Santo Tom ás, que la santi­
ficación de una sola alma es cosa mayor que el bien de todo el
universo (2). ¿Q u ién podrá, 110 digo ya santificar un alma, sino
suscitar los santificadores de las almas, los apóstoles de Jesu­
cristo, los luminares mayores del cielo, siempre radiante de la
Iglesia?
b) <eConsiderar cómo el Señor de todo el mundo escoge
tantas personas, apóstoles, discípulos, etc.” ¿Dónde escoger más
esclarecida selección, más ilustre senado? “ A llí están los justos
y los santos de todos los siglos, allí los patriarcas, los profetas,

(1) Q uasí si non esset homo pútrido et filius hominis' verm is. San
Bernardo, in Ps., 90.
(2) P rim a secundae 113, art. 9, ad. secundum.
318 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

los apóstoles, los mártires, los penitentes, las vírgenes, los doc­
tores, los p o n tífices; allí ni uno solo de los vicios, ni las debi­
lidades que deshonran la humanidad; allí al contrario, todas
las virtudes elevadas hasta el heroísm o” ‘ (i). Y como lucen en
'el cielo diferentes grupos sidéreos y diversas celestes constela­
ciones, así se agrupan en torno del sol de justicia, Jesucristo,
las diferentes vocaciones y órdenes y estados.de la Iglesia; y
unos proclaman la pobreza, otros la contem plación; éstos la pu­
blicidad, aquéllos el apartam iento; los hospitalarios sirven los
hospita1es, los eremitas pueblan los desiertos, los mendicantes
practican la limosna, los misioneros profesan el apostolado; y
en los desiertos y en las urbes, y en los cenobios y en las uni­
versidades, y en la prensa y en la educación, y en los pulpitos
y en las cátedras, y en todas las gentes y grados de profesio­
nes, promueven la gloria de Jesucristo, y hermosean la vestidu­
ra de su esposa, en infinita variedad, con el oro de la doctrina
y la nieve de la inocencia, ía aureola de la caridad y la púrpura
del martirio.
“ Y vi, dice el vidente del Apocalipsis, el número de los es­
cogidos, ciento cuarenta y cuatro mil escogidos de todas las tri­
bus de Israel” (2). Y después añade: “ v i una grande muche­
dumbre que nadie pudiera contar de todas las gentes y tribus, y
pueblos, y lenguas, que estaban delante del trono, en presencia
del cordero, vestidos de blancas estolas y con palmas en sus ma­
nos” : esta preclara muchedumbre, flor y nata de la humanidad,
primicias del cordero, escogida grey de Jesucristo, nos presenta
San Ignacio en esta meditación en torno del Salvador.
Y aunque nada dice San Ignacio de los ángeles, como anota
devotamente el Padre Roothaan (3), bien podemos contraponer
a los ángeles malos los ángeles bu enos; más numerosos son,
más fuertes, más solícitos de nuestra salvación, que los demo­
nios de nuestra ruina. “ Todos son ministros de nuestras almas,
enviados por Dios para guardar nuestros caminos. ¿Q u é hemos
de temer con tales protectores? N o pueden ser vencidos ni se­
ducidos, 11Í mucho menos seductores. Son fuertes, son pruden-

(1) M anresa. D os Banderas.


(2) E x tribu Juda duodecim m illía sign ati: E x tribu Rubén duode-
cim m illía signati, etc. Apoc,, 7, 5-9.
(3) V ex iliu m Christi.
SEGUNDA BANDERA

tes, son poderosos. ¿ A qué tem er? Juntémonos a ellos y des­


cansemos bajo la protección del Señ or” (i).
c) <lY los envía por todo el mundo” . A quella primera apos­
tólica selección de que habla San Lucas (2), la repite el Salva­
dor todos los días hasta el fin de los tiempos. Y aquella prime­
ra apostólica misión; “ id y enseñad a todas las gentes” (3), la
repite el Salvador de todos los tiempos hasta la consumación
de los siglos. Y si los primeros apóstoles se dividieron como
despojos toda la tierra, y predicaron el Evangelio en todas las
naciones, los novísimos apóstoles se reparten como patrimonio
todas las naciones y predican el Evangelio en toda la tierra.
Misioneros encontraréis que predican el Evangelio entre los ca­
tólicos, por los campos y los poblados, por las aldeas y las ur­
bes; misioneros encontraréis que predican el Evangelio entré
los protestantes, en Inglaterra y Holanda, en Suecia y Dina­
marca ; misioneros encontraréis que predican el Eevangelio a los
cismáticos, en Grecia y en Rumania, en Rusia y la Lituam a;'
misioneros encontraréis que predican el Evangelio a los mus-
lines en M arruecos y en Abisinia, en Afganistán y la A rab ia;
misioneros encontraréis que predican el Evangelio a los bonzos
y los bracmanes en la Corea y el Japón, en la M ongo1ia y la
India; misioneros encontraréis que visten todos los trajes, que
hablan todas las lenguas, que habitan todas las regiones; y en
los arenales africanos, y en las pampas de Am érica, en las asiá­
ticas costas y en los arrecifes oceánicos; a las orillas del Nilo y
a las riberas del G anjes; en el maltrecho carretón, y el rápido
transiberiano; en la endeble piragua y el lujoso Cunard; el fusil
al hombro, en los cañaverales p érsicos; caballeros sobre el sufri­
do camello, en los desiertos sahareños; auriga del rechinante
trineo, en los icebergs septentrionales; tostada la faz por los
soles del trópico, y rugosa la piel por los hielos del Bóreas: en
todas las islas, en todas las latitudes, en todos los continentes
encontraréis al misionero, el hombre universal, el habitador de
la tierra, el personaje cosmopolita por excelencia, que tiene por

(í) T antu m adhaereamus eis et in protectione D ei commoremur. San


B ernardo in P s., 90.
(2) E t cum dies factus esset, vocavít discípulos suos et elegít dúo-
decim e x ipsis, quos et apostólos nominavit. Luc., ó, 13.
(3) D ata est mihi omnis potestas in coelo et in térra, euntes ergo
docete omnes gentes. M at., 28, 18-19,
320 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

patria todas las patrias, por nación todas las naciones, y por
frontera de sus apostólicas conquistas, los confines todos de la
tierra (i).

d) “ E n todos estados y condiciones de personas” . P ara el


Señor no hay distinción de clases ni acepción de personas. El
apóstol se reconoce deudor a lós griegos y a los bárbaros, a los
sabios y a los ignorantes (2); pero de una manera especial se
debe el misionero al pobre, al ignorante, al leproso, al mori­
bundo, al desvalido (3); los Pablos y los Javieres, los más gran­
des misioneros de todos los tiempos en este ministerio, se san­
tificaron a ejem plo del mismo Jesucristo, que, demandado por
los legados del Bautista de su redentora misión sobre 3a tierra,
les respondió no sólo con los milagros, señal de la divina omni­
potencia, sino también, con la evangelización de los pobres, divi­
sa de su infinita caridad: “ Id, les dijo, y contad a Juan lo que
habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los lepro­
sos se curan, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres
son evangelizados” (4).

e) “ Esparciendo su sagrada doctrina” . N o cabe más gene­


rosa empresa en el cielo ni en la tierra, que prom over la gloria
del Dios, procurar la salvación de las almas, cooperar a la obra
redentora de Jesucristo. “ Oh, exclam a San Pablo, qué hermo­
sas me parecen sobre los montes las plantas del misionero, cleí
predicador de la paz, del anunciador de la salud” (5). “ Ix>s
que instruyen a muchos para la justicia, resplandecerán como
estrellas por eternidad de eternidades” (ó). E l mismo Jesucris­
to no persiguió más grande empresa sobre la tierra que la ma-

(1) In omnem terram exivit sonus eo ru m : et Ín fines orbís terrae


verba eorum. Ps., 18, 5,
(2) G raecis ac Barbaris, sapíentibus et insipientibus debitor sum.
Rom., I, 14.
(3) E van gelizare pauperibus m isít me. Luc., 4, 18.
(4) Euntes renuntíate Joanni quae audistís et v íd is tis: Caeci vident,
claudí ambulant, leprosi mundantur, .surdi audiunt, mortuí resurgunt,
pauperes evangeíizantur. M a t, 11, 4-5.
(5) Quam specíosi pedes evangelizantium pacem, evangelizantium
bona! Rom., 10, 15.
(6) Q ui ad justitiam erudiunt multos, fulgebunt quasi stellae in per»
petuas aeternitates. Dan., 12, 3.
SEGUNDA BANDERA 32Z

yor gloria de Dios y la salvación de las almas (i). H e aquí la


sed más santa, la codicia más noble, la vocación más divina;
porque el mismo Dios se reserva elegir de su mano al misio­
nero: “ N o me elegisteis a mí, sino que y o 'o s elegí á vosotros,
para que vayáis y fructifiquéis y vuestro fruto perm anezca'' (2).

PU NTO TERCERO

El tercero, considerar ei sermón que Xpo Nuestro Señor


haze a todos sus síeruos y amigos, que a tal jornada embía, enco­
mendándoles que a todos quieran ayudar, en traerlos primer©
asumma pobreza spiritual, y si su diuina Maiestad fuere seruida
y los quisiere elegir, no menos a la pobreza, actual; segundo a
deseo de opprobrios y menosprecios, porque destas dos cosas, se
sigue 2a humildad; de manera que sean ftres escalones: el primero,
pobreza contra rriqueza; el segumb, opprobrio o menosprecio con­
tra el honor mundano; el tercero, humildad contra la soberuia;
y destos tres escalones, ynduzgan a todas las otras virtudes” .

a) “ Considerar el sermón que hace a todos sus siervos y


a m i g o s Los más insignes capitanes, según nos refieren los
historiadores clásicos, han sabido al comienzo de la batalla enar­
decer a sus soldados con férvidas arengas para la lucha; así el
sumo y verdadero capitán Jesús, anima a la victoria a sus sier­
vos y a m igos: “ a los que quieran afectar y señalar en todo
servicio de su R ey y Señor; a los que hacen oblación de mayor
estima y m om ento"; a los que se confiesan siervos inútiles en
la presencia del Señor; a los que el Señor reconoce por ami­
gos (3)) y í° s asocia a la obra de la redención, y les revela los
arcanos de su divinidad, que ocultó a los sabios y prudentes de
este mundo (4).
“ Q ue a tal jornada enviad \
E sta apostólica leva se reserva para sí mismo Jesucristo,
que, como les dijo a los ,hijos ¿E Z eb ed eo: “ D ejad vuestras re-

(x) V en ít enim FiHus hominis quaerere, et salvum facere quod perle-


rat, Luc., 19, ro.
(2) N on vos me elegístis sed ego e le g í' vos, et posui vos ut eatis,
et fructum afferatis, et fructus vester maneat. Joan., 15, 16.
(3) Jam non dicam serv o s.,.: vos autem dtxi ármeos: quia om nia
quaecum que audívi a patre meo, nota feci vobis. Joan., 15, 15.
(4) Ita, Pater.; quoniam sic fu it placitum ante te. M t. xi, 26.
2t
(
(
322 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO !(■■

d es” y las dejaron, así en todos los tiempos llama y elige a sus (
apóstoles. M as ¡ay de aquellos que se hacen sordos al divino ^
llam amiento; ay de aquellos que oída la divina vocación, faltos
de generosidad, se retiran tristes corno el adolescente del Evan- v
gelío! (i). D e verdad os digo, que “ más fácilmente entra un (
camello por el foramen de una aguja, que un rico semejante ^
en el reino de los cielos” (2).

b) “ Encomendándoles que a todos quieran ayudar en traer­


los, primero, a suma pobreza e s p i r i t u a l Q ué diferente es el
sermón de Cristo del sermón de Satanás (3); E l enemigo “ man­
da” a sus secuaces que tiendan a todos lazos y cadenas. E l Sal- (
vador “ encomienda” sin imposición, sin violencia, sin necesi-
dad, que quieran “ ayudar” dulcemente, con la persuasión, con
el ejemplo, con eí sacrificio, “ con la interior ley de la caridad (
y amor” . ¿ Y a qué han de ayudar? N o a excitar las concupis- (
cencías, no a cautivar las voluntades, ni a tejer ni tallar cade­
nas; sino a evadirlas, a quebrantarlas y a libertarnos de la ser­
vidumbre clel demonio, con la soberana libertad de los hijos (
de D ios. (■

“ Encomendándoles que a todos quieran ayudar en traerlos, ('


primero, a suma pobreza e s p i r i t u a l ,■
¿ Y qué es la pobreza espiritual? E s la mortificación de todo
afecto desordenado de las riquezas. E l enemigo n o s, procura v
inducir de la legítima posesión al afecto desordenado de las (
riquezas. E l Señor, al contrario, del desafecto espiritual de las .
riquezas nos induce suavemente a la renuncia efectiva de ellas,
si tal fuese su voluntad. = (
Y como en la primera meditación expusimos los peligros de ^
las riquezas, para evitarlos, ahora expondremos los bienes de
la pobreza, para abrazarla. ^
E l Apóstol dice: “ E s un gran tesoro la piedad que se con-
tenia con lo que basta para vivir” (4). “ N o queráis amontonar (
tesoros en la tierra, predica el Salvador, donde el orín y la poli- ^
lia los consumen y los ladrones los desentierran y los roban” ; '

( 1) Habebat enim multas possesiones. Mat.,19- 22. (


(2) Mat., 19, 24.
(3) Roothaan, de duob,, vex , 196. (
. (4) 1 Tim., 6,6,

(
seg u n d a bandera 323

” the satirízate vobis thesátiros in cáelo” (1). E l sabio ruega al Se­


ñ o r: “ Q ue no le dé ¡a mendicidad ni la opulencia, sino tan sólo
lo necesario para su sustento” (2), M uchas veces alaba la E scri­
tura al varón limosnero que ejercita la pobreza espiritual con los
pobres: “ Las riquezas son la redención del alma” , dice el sa­
bio (3). Y D aniel: “ Toma, oh R ey, mi consejo, y redime con
limosnas tus pecados” (4). Y el salm ista: “ Distribuyó, dió d
los pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos” (5).
Y el Señor aclam a: “ Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos” (ó). Y en aquella final
aclamación de la eterna bienaventuranza, bendecirá el Señor
a la faz de las generaciones a los que ejercitaron con sus limos­
nas la pobreza espiritual.
E l Señor a los pobres oye, ampara, consuela, fortalece, pre­
dica, elige, levanta y corona. Y llenas están las sagradas escri­
turas de afectos semejantes. Y es que no sé qué tiene el paño
burdo, y el tosco calzado, y el traje humilde, y el oficio bajo,
y la casa oscura, y el alimento grosero, y el trato del pobre,, del
huérfano, deí mendigo, que atrae en los otros menosprecio, y
engendra en el alma desestima; por eso los Santos Padres al
interpretar los textos precedentes, alaban la pobreza espiritual,
como peldaño y fundamento de la humildad cristiana. Baste
en gracia de la brevedad, el testimonio de San Juan Crisósto-
m o: “ A muchos ricos asaltaron los ladrones que en la pobreza
hubieran disfrutado de segundad; cuántos males, dice, nos aca­
rrean las riquezas, digo, no las riquezas, sino su abuso; por­
que lícito es poseer riquezas, lícito es reinar en la abundancia;
pero las riquezas que se nos han dado para socorrer a los po­
bres, se vuelven contra el pobre; las riquezas que se nos han
dado para salvar las almas, se vuelven en su ruina y en ofensa
del Señor. E l hermano despoja a su hermano, y le relega a la
pobreza, y asimismo a la perdición; le descarga de las riquezas
y se carga su condenación. ¡ Q ué de males acarrean las riquezas!
¿D e dónde proceden la codicia, la rapiña, la enemistad, el.odio,

(1) Mat., 6, r9~20.


(2) Prov., 30, 8.
(3) Prov., 13-8.
(4) Dan., 4, 24.
(5) Ps., 111-9.
(6) Luc., 6, 20.
324 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO (

la venganza? Hermanos, padres, leyes, mandamientos, todo lo í


atropella el oro. ¿ Quién constituyó en la tierra a los tribunales ? ^
Q u ita la sórdida codicia y cesarán las guerras, las venganzas,
los litigios y los pleitos” (i). “ E l amador de las riquezas es ^
paupérrimo, con el mayor de los pauperismos, porque no basta (
a -satisfacer la inopia de su desenfrenada codicia” (2). “ M ien- ^
tras que la pobreza es asilo seguro, puerto tranquilo, seguridad
constante, delicia inocente, deleite honesto, fortaleza invencible, (
vida imperturbable, madre de la prudencia, freno de la arrogan- (
cia, raíz de toda moderación y exclusión de todos los pesa-
res” (3), H asta aquí San Juan Crisóstomo.
{\
c) “ Y si la divina Majestad fuere servida ylos quisiera
elegir, no menos a pobreza actual” . '
L a pobreza espiritual consiste en el desasimiento afectivo v
de las riquezas; la pobreza actual, en la renuncia efectiva de (
ellas. Y su perfección, no sólo excluye toda propiedad, sino que /..
importa también la vileza y desnudez y tosquedad en el mismo v
uso indeclinable de las cosas necesarias (4). L a pobreza actual (
es tanto más preciosa que la pobreza espiritual, cuanto va del p
afecto al efecto, del deseo a la realidad. ¿Q ueréis oír sus ala- ;
banzas? Escuchadlas otra vez de la boca de oro deí más grande ^
de los oradores cristianos. “ Cristo la profesó; el hijo del hom- (
bre no tiene dónde reclinar su cabeza (5). N o queráis tener, ^
nos dice, oro ni plata, ni dos túnicas (6). Los apóstoles la prac­
ticaron, San Pablo escribía: Nada tengo y todo lo poseo (y). San ^
P edro exclam aba: N o tengo oro ni plata (8). 'En el mismo tes- í
lamento antiguo, en que la riqueza se tenía en admiración, r
¿quiénes eran los admirables? ¿N o lo era Elias, que tan sólo ;
poseía una piel de o v e ja ; no lo eran Elíseo y el Bautista? V ^
es que el pobre es fuerte, no le intimida la injuria, ni el daño; (
mientras que el rico es por todas partes capturable. Com o si
riñeran dos hombres, uno atado y otro desnudo; éste no ten-

(s) S, Chrys, in Ep. 1 Tim., 6, 3. M. G. 62-594. r


(2) S. Chrys. Joan., Ho. 87-4, M. G. 52-41 ó. v
(3) S. Chrys. Hom. cum Sat. et AtireL, n. 3. M. G. 52-41Ó. (
(4) Penis, V e x . Christi.
(5) Mt., 8, 20. (
(6) Luc., 9 , 3. ,■
(7) Tanquarn nihil habentes et omnia posstdentes. 2 Cor., 6, lo. v
(8) Árgentum et aurum non est mihi. A c t, 3, ó.

r
y
r
SEGUNDA BANDERA 325
dría por dónde co gerle; eí atado es el r ic o ; la servidumbre, el
oro, las fincas, los negocios, los cuidados, los infortunios que le
implican y le hacen por mil maneras capturable, Y nadie más
rico que el voluntariamente pobre, que es más rico que el mis­
mo rey, porque el rey se sirve de muchos, y necesita a muchos,
mientras que el pobre lo tiene todo en abundancia, sin necesitar
de nadie. ¿ Y quién es más rico, el que ansia procurarse muchas
cosas y que ninguna le falte, o el que no le falta nada, ni cuida
de cosa alguna? E l pobre voluntario lo tiene todo en abundan­
cia ; y aunque no cure los enfermos, ni resucite los muertos,
tiene lo que es más que todo esto, la confianza en Dios, de
cuyos labios ha de escuchar aquella beatísima alabanza. i(V enid3
benditos, y gozad el reino que os tengo preparado” (1).
San Ignacio de Loyola le decía a la pobreza su m adre;
San Francisco de A sís le llamaba su dama, y San Juan Grí-
sóstomo la compara a una niña bella y en gran manera galana
y herm osa; a la avaricia a un V estiglo, Scyla, H yd ra u otro
monstruo semejante.
“ ¿Q ueréis saber el precio de la pobreza actual?, termina
San Juan Crisóstom o; oídlo de los labios del Salvador. Se llega
a E l un joven y le pregunta: ¿Q u é me falta para la p erfec­
ción? (2). L o cual Índica que el corazón del joven aspiraba a
cosas más grandes; le parecía poco cuanto había hecho para
colmar sus deseos. ¿ Y qué le responde Jesucristo? L e previene
la recompensa para animarle a la lu ch a : S i quieres ser perfecto,
ve y vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro
en los cielos (3). Como quien d ic e : ; M ira qué palestra, qué
triunfo, qué palmas, qué coronas 1 L e estimula con el premio,
le encubre el trabajo, lo remite todo a su voluntad. A l oírlo,
el joven se fué triste (4). Y no sin causa, como lo significó eí
Evangelista: E ra muy rico (5). N o así se ven implicados los
pobres como los ricos. L as riquezas, nunca me cansaré de repe­

t í ) V e n ite , benedicti p atris tnéi, p ossídete p aratu m -vobis regn u m a


co n stitu tio n e m u n d l S a n C risó sto m o , ad. H e b r. S . 10 -H o m . 13 -N . á -M .
G . Ó3-13Ó-38.
(2) Q u id adhuc m ih i d eest? M a t., 19, 20.
(3) S i vis p e rfe c tu s esse, vade, vende quae habes et ha pauperibus
et habebis th esau ru m in c o e lo : et ven i, sequere me. M t , 19, 21.
(4) C u m audísset autem adoíescen s verbu m , abíit tristis. M a t., 19, 22.
(5) E r a t-e n im h a b e n s . m u ltas possessiones. M at.,. 19, 22,
32Ó EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

tirio, acrecientan la codicia, y su sed insaciable se acrece hasta


la indigencia, que es la extrem a avaricia; y advierte la grave­
dad del mal. E l adolescente antes alegre y gozoso, cuando oye
mentar las riquezas, de tal manera se -amilana, que sin dar res­
puesta, se marchó triste” ( i).

d) “ Segundo, a deseo de opprobr'tos y menosprecios, por­


que destas dos cosas se sigue la humildad” .
Como la riqueza fo rja el pedestal de nuestra estima, así la
pobreza labra la hoya de nuestro desprecio. “ Tanta es la a fi­
nidad que existe entre la pobreza y el desprecio., dice Denis (2),
que la pobreza misma involuntaria, si no el amor, engendra
al menos la paciencia del desprecio. V ed un rico opulentamente
ataviado; cruza la calle con arrogante apostura. L o ve un men­
digo; corre a su encuentro, descubre su cabeza, tiende su mano
en actitud suplicante. E l rico tío se digna volverle los o jo s; no
se afrenta el m endigo; urge con mayor instancia; el rico le in ju ­
ria, le despide; el pobre persevera humilde mientras confía obte­
ner una limosna. ¿E n qué escuela aprendió el mendigo tanta
paciencia? En la escuela de la pobreza involuntaria. L a mínima
parte de aquella •humillación hubiera enfurecido al rico hasta
la desesperación” . Y si la pobreza involuntaria sufre el despre­
cio, la pobreza evangélica ama su sufrimiento. E l pobrísimo San
Francisco, enamorado ele su “ dam a” , la santa pobreza, se goza­
ba en los mayores vituperios; y el paupérrimo San Ignacio,
amantísimo de su “ m adre” , la pobreza, protestaba “ que las
míeles todas de todas las flores de la tierra no tienen tanta
suavidad y dulcedumbre, como la hiel y vinagre de la cruz de
Jesucristo” (3). Y los apóstoles, descalzos, desnudos, despro­
vistos de todo, iban gozosos de padecer por Cristo contume­
lia (4). D ejem os hablar otra vez en esta materia al príncipe de
los oradores cristianos, que si siempre y en todo es elocuente,
lo es más que nunca al hablar de los oprobios y menosprecios
que abrazó con las obras, hasta morir relegado en el destierro,
en medio del más extrem o oprobio e indigencia. “ L os otros vi-

fr) San Crisóstom o, in M t. Hom . 63-N. i-M . G. 38-604.


(2) D e m s, V e x . C h risti.
(3) Seíectae sententiae S. Ignat.
(4) Xbant gau d en tes a conspectu con ciíii, quon iam dign i h ab iti sunt
p o r nom ine J esu co n tu m eliam p ati. A c t , 5, 41.
SEGUNDA BANDERA

cios, dice, aunque dañosos, son juntamente deleitables: el ava­


ro, el ebrio, el libidinoso junta con su daño algún placer; mas
el vanidoso, sin ningún placer, gusta tan sólo la amargura, Y
aunque otra cosa le parezca al vanidoso, nunca alcanzará la
gloria que tanto ama, porque ni es gloria ni es alcanzable. Y
por eso semejante vicio se llama de antiguo, no ya gloria, sino
vanagloria, vaciedad de gloria. Y ciertamente vaciedad, porque
no tiene fuste de lumbre, ni de gloria. E s como la careta de
la máscara, que, aunque parezca hermosa y bella, está vacía, y
por eso, por más bella que parezca, a nadie incita a amarla. E l
que adolece de semejante mal, no reconoce obligación, ni amis­
tad, ni parentesco; todo lo atropella con la mayor inconstancia
e inhum anidad; el iracundo, aunque temible, no siempre se aira,
sino cuando se le o fe n d e ; el vanidoso, siempre es vanidoso, 110
sólo en el mal, sino en el bien, hasta no dejarle la vanidad obrar
el bien” (1). “ M il veces prefiero la servidumbre de la barbarie,
a semejante esclavitud. Nunca me impusieran los bárbaros se­
m ejante despropósito; sirve a todos, mancilla tu alma, desprecia
la virtud, abdica la libertad, sacrifica la salvación, obra el bien
por humana ostentación, para que pierdas la divina recom­
pensa” (2).
“ A m a en buen hora la gloria; pero ama la gloria inmortal
que obtiene espléndida alabanza y alcanza mayor recompensa.
L o s hombres te alabarán con mengua, Dios te alabará con cén­
tuplo de ganancia y el premio de la vida eterna. ¿Q u é eliges?
¿e l'cie lo o la tierra; los hombres o los ángeles; la pérdida o la
ganancia; la corona de un día o la gloria sem piterna?” (3).

e) “ Porque de estas dos cosas se sigue la humildad” . N o


hay otro camino para la humildad, que la humillación que se
ejercita en los desprecios y la pobreza. El que no lleva su cruz
y me sigue, no puede ser mi discípulo (4). N uestro sumo y
verdadero capitán Jesús nos precede; viene de Hedón, enroje­
cidas sus vestiduras (5); trae en sus manos el cáliz de la amar-

(1) S a n C h ry s., in Joan ., H . 3 -N . 5 sq. M . G . 53-44-46.


(2) S a n C h ry s ., ad R o m ., 4, 17, n. 14, M , G . 60-569.
(3) S a n C h ry s ., in Joan ., H . 4 2 -N , 4 -M . G . 59-243.
(4) Q u i non b a jn la t crucero suam , et ven it post me, non potest m eus
esse d iscip u lu s, L u c ., 14, 27.
(5) T in c tis ve stib u s de E o sra . Is., 63, 1,
328 . EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA SEXTO (

gura (i). Y a los que “ quieren hacer ob’aciones de mayor esti- ^


m a y momento” , a “ los que quieren señalarse en todo servicio (
de su R ey Eterno y Señor U n iversal” , a los que quieren pro- (
fesar la excelsitud soberana del apostolado, a semejanza de los
hijos del Zebedeo, les brinda la amargura de su cáliz: ¿P od réis x
beber mi cáliz? (2), y responden sus fieles servidores, con fer- (
viente generosidad: Podemos. Y .el Señor les otorga su deman-
óa ( 3 )» Y les dice: Beberéis mi cáliz. Y pobres, desnudos, per- '
seguidos, humillados, azotados, heridos, afligidos, angustiados, v
indignos del mundo, errantes en las soledades de las selvas y (
en las cavernas de los montes (4), íes da a gustar hasta las ^
heces la m ixtura embriagadora de su c á liz : la hiel de la humi­
llación y eí vinagre de la pobreza. (
('
"De manera que sean tres escalones: E l primero, pobreza con­
tra rriqueza; el segundo, opprobio 0 m enosprecio contra el honor \
m undano; el tercero, hum ildad contra soberuia; y destos tres r-
escalones ynduzgan a todas las otras virtu d es” .

L a humildad es la virtud moral que nos induce a tenernos v


en poco, es decir, en lo que somos. L a humildad es la verdad, (
como dice Santa Teresa. E s la desestima propia fundada en el
conocimiento propio. De modo que sin el conocimiento pro­
pio, la humildad carece de fundamento. A h ora bien, en nin­
guna otra parte se aprende esta ciencia más que en ía humi­
llación y en la pobreza. P o r esto la humillación y la pobreza
son d doble fundamento en que estriba la humildad.
A s í como el tener mucho nos lleva a tenernos en mucho,
y la estima de los otros a ía propia estima, que es ía dobíe escala (
de la soberbia, así el tener poco nos lleva a tenernos en poco, y 4 ;
la desestima de los otros a ía desestima propia, que es eí fun- ;,
damento de la humildad. N o es ésta la ocasión de disertar acer- (-
ca de esta virtud. “ Reparemos tan sólo en el autor y consuma- (
dor de la fe, Jesucristo nuestro Señor, que, pospuesto el gozo, ,
arrostró la cruz, sin reparar en el desprecio. Porque el H ijo
del hombre no vino a ser servido, sino a servir (5); “ ni nos C

(1) C a lix in m anu D o m in i vin i m eri plenus. m isto. P s., 74, 9. /■


(2) P o te stis bibere calicem , quem ego bibituru s su m ? M t., 20, 22. ■
(3) C a licem quidem m eum bíbetis. M t., 20, 23. (
(4) H e b r., 11, 38.
(5) M a r., 10, 45, (

(
c
SEGUNDA BANDERA 329

enseñó a fabricar los mundos, a crear las criaturas, a obrar


m aravillas, a suscitar los muertos, sino a ser mansos y humil­
des de corazón” (1). Y esta doctrina de la humildad, no sola­
mente la enseñó el Salvador con las palabras, sino que la selló
con el ejem plo, y fué la perpetua lección de toda ,.su vida; .por­
que nació en un pesebre, vivió en la oscuridad, sufrió la per­
secución y murió en una cruz, hecho gusano y no hombre {2),
Term inarem os con unas palabras de San Juan Crisóstom o:
“ ¿Q u é ave, dice, se remonta más arriba, la que se pierde entre
las nubes o la que revolotea en los matorrales, juguete del ca­
zador? T a l es e! soberbio, avecilla de zarza que cualquier lazo
le aprisiona (3). Cuanto más grande seas, humíllate más. Cuan­
to más alto subas, sé más cauto, no sea que caigas. A sí lo man­
da el S eñ or: “ cuando lo hiciereis todo decid: somos siervos in­
útiles” . ¿ P o r qué te engríes, hombre, en el cuerpo, en el alma
y en las obras, si eres coterráneo de la tierra, pavesa de la ceni­
z a ; hoy rico, mañana pobre; hoy sano, mañana enferm o; hoy
alegre, mañana triste ; hoy engreído, mañana hum illado; hoy
joven, mañana viejo ? ¿ H a y cosa permanente en las cosas de
los hombres? ¿ N o se asemeja nuestra vida al flu jo y reflu jo
inconsciente de los mares, a la sombra impalpable que apenas se
esfum a desaparece? ¿P ues por qué te engríes, sombra y nada?
H om o vanitati similis factus est” (4). “ Vehiti feenum dies
e ju s ” (5), “ E xiccatw n est feenum et cecidit flo s ” (6).

f) UY de estos tres escalones, induzcan a todas las otras


virtudes” .
Como el árbol más frondoso y secular se basa y fundamen­
ta en la profundidad de sus raíces, así todo el árbol de las virtu­
des cristianas se deriva en derredor de este triple fundamento.
Basta una breve enumeración para com probarlo: L a fe cristiana
se 'fortalece con la humilde sumisión del entendim iento; la espe­
ranza se aumenta Con la renuncia de los bienes terrenales; la
caridad se acrisola en el seguimiento de los consejos evangélicos.

(1) S a n A g u s tín , Serm . X X . D e verb is D o m in í.


(2) O p p ro b riu m hom ínum et a b je ctio plebis. P s., 21, 7,
(3) C h ry s , in M t H o m . 6 5 -N q. M . G . 58-622.

(4) P s., 143, 4.
00 P s ., 102, 15.
(6) Is., 40, 8. S . C h ry s., in V id i D o m ., 4 -N , 4 -M . G . 56-125.
330 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

L a prudencia se aquilata sin los prejuicios del juicio propio; la


fortaleza se esfuerza en el sufrim ien to; la templanza se templa
con la hum illación; la justicia sin oscilar al peso de las codi­
cias, conserva siempre en el fiel los áureos platillos de su ba­
lanza. L a castidad n o ‘la empaña el soborno; la oración no la
distrae la vanidad; la laboriosidad no la embota la abundancia;
la constancia no la quiebra el placer. Y la mortificación es com­
pañera de la pobreza, y la penitencia hermana de la humilla­
ción, y la humildad madre de la obediencia; y así en derredor
de. este triple fundamento alza su tallo gigantesco y cierne al
viento su copa hospitalaria el árbol m ultiflorido de todas las
virtudes. P o r aquí se verá con.cuánta razón San Ignacio termi­
na el ejercicio con estas palabras: “ Y de estos tres escalones,
induzcan a todas las otras znrhtdes” .
Los tres coloquios como en el anterior ejercicio.

He^iteciéü wjg®&igfa@g©fa8nd€a

B E
C^ssi©^», Pa 355}

“ SI mismo cuarto día se haga meditación de tres binarios de


hombres, para abracar el mejor.
Oración. L a sólita oración preparatoria.
Primer preámbulo. El primer preámbulo es la historia, la
qual es de tres binarios de hombres, y cada vno deüos ha adque-
rido diez mil ducados, no pura o débitamente por amor de Dios,
y quieren todos sainarse y hallar en paz a Dios nuestro Señor,
quitando de sí la grauedad e ynpedimento que tienen para ello
en la afectión de la cosa acquisita.
Segundo preámbulo. El segundo, composición viendo el lugar:
Será aquí de ver a my mysmo cómo estoy delante de Dios nuestro
Señor y de todos sus Sanctos, para desear y conoscer lo que sea
más grato a la su diuina bondad.
Tercer preámbulo. E l tercero, desmandar lo que quiero: Aquí
será pedir gracia para eligir lo que más a gloria de su diuina
Maiesiad y salud de my ánima sea.
Primer binarlo. El primer binario querría quitar el affecto
que a la cosa acquisita tiene, para hallar en paz a Dios nuestro
Señor, y saberse saluar; y no pone ios medios hasta la hora de
la muerte.
de b in a r io s 331

Segundo binario. E l segundo, Quiere quitar el affecto,


a n sí le quiere quitar, que quede con la cosa acquisita, d é m anera
que allá venga D ios donde él quiere, y no determ ina de dexarla
p ara yr a Dios, aunque fuesse el m ejor estado para él.
T ercer binario. E i tercero quiere quitar el affecto., m as ansi
le quiere quitar, que tam bién no le tiene affectión a tener la
cosa acquisita o no la tener, sino quiere solam ente quererla o no
quererla, según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad,
y a la ta l persona, le parescerá m ejor p ara seruicio y alaban za
de su diuina M aiestad; y entre tanto quiere hazer cuenta que todo
lo dexa en affecto, poniendo fu erza de no querer aquello ny otra
cosa ninguna, si no le m ouiere sólo el seruicio de Dios nuestro
Señor, de m anera que el deseo de m ejor poder seruir a Dios nues­
tro Señor le m ueva a tom ar la cosa o dexarla.
.T res eolloquios. Mazer los mismos tres colloquios que se h icie­
ron en la contem plación precedente de las dos banderas.
Nota. Es de notar que quando nosotros sentimos affecto o
repugnancia contra la pobreza actual, quando no somos in d ife­
rentes a pobreza o rriqueza, m ucho aprouecha para extinguir el
ta l afecto desordenado, pedir en los colloquios (aunque sea con­
tra la carn e ), que el Señor íe elija en pobreza actu al, y que él
quiere, pide y suplica, sólo que sea seruicio y alabanza de la su
diuina bondad” .

“ E l mismo cuarto día, se haga meditación de tres binarios


de hombres, para abrazar el m ejor” .
“ E l mismo marta día” . Por aquí se ve que este ejercicio
es el remate de todos los ejercicios del cuarto día. Después de
un día entero de ejercicios, y cuatro meditaciones consecutivas
acerca del mismo tema de las dos banderas, toda la serie de los
razonamientos, toda la efervescencia de los afectos y el ardor
de los propósitos, va a cristalizar y a consolidarse en este últi­
mo ejercicio, remate y coronamiento de los anteriores ejerci­
cios (1).
“ Para abrasar el m ejor” . “ Este verbo m etafórico “ abrasar”
expresa perfectamente.., la extensión de una voluntad resuel­
t a ” (2). Se abraza no ya lo que se ama platónicamente, sino lo
que se tiene firmemente y se estrecha contra nuestro pecho, sin
consentir que nadie .nos lo arranque de las manos.
“ E l m ejor” . “ Por más que apuntemos alto, siempre queda­
remos más b ajos” . L a realidad siempre queda por debajo del

(1) R o o t,, 64.


(2) P o n le v o y , T r e s bin arios, 2or.
332 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA SEXTO

ideal. ¿ Y por qué quiere San Ignacio que abracemos el m ejor?


,Pues qué, ¿sería cuerdo tomar tanto trabajo, en el negocio de la
elección, para contentarnos con una medianía? ¿A caso en todas-
las otras obras no elegimos lo m ejor? N o en balde se dice a
este propósito en el E vangelio: M aría escogió la m ejor parte*
la cual no le será arrebatada (i).
E l ejercitante enamorado de la hermosura del R ey tempo­
ral, le ha prometido generosamente

" delante de vuestra in fin ita bondad, delante de vuestra M adre


gloriosa y de todos los sanctos y sanctas, que yo quiero y deseo y
es m y determ inación deliberada, sólo que sea su m ayor servicio y
alab an za, de ym itaros en pasar todas iniurias y todo vituperio
y toda pobreza, así a ctu al como spiritual, queriéndom e vu estra
sanetissim a M aiestad elegir y rescibir en ta l vida y estado ( 2)„

Enardecido el ejercitante con tan cálida protesta, al ver de


nuevo en la meditación de las dos banderas al sumo y verdadero
. capitán, que trem ola en su diestra el oriflam a de la mayor gloria
de Dios, ebrio de entusiasmo se envuelve en sus bienhechores
pliegues y ju ra a su R ey y Señor Jesucristo militar debajo de su
bandera hasta la muerte (3).
Resolución magnánima y generosa que conviene examinar­
la, no sea una explosión pasajera de súbito entusiasmo. Como
el herrero, sin dar sosiego al hierro candente, lo golpea y mar­
tilla, hasta endurecerlo y templarlo, así San Ignacio prueba y
aquilata los propósitos en la fragua de los ejercicios, hasta lograr
que la voluntad “ abrace lo m ejor” .
Preguntó un día a Santo Tom ás de Aquíno una hermana
s u y a : Q ué cosa era menester para salvarse. Y el Santo la res­
pondió: Q ue bastaba sólo querer (4). E sto basta, pero ha de
ser un querer eficaz, no tan sólo un piadoso deseo. ¿Q uieres
venir en pos de mí?, nos dice Jesucristo: (5). M uéstralo con las
obras: niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme. ¿Q uieres

(1) L u c ., X , 42. O p tím am p artem e le g it M a r ía quae non a u fe r e tu r


a b ea. P o n íe v o y , Ibid.
(2) M ed . del R e y tem p o ral. P u n to tercero .
(3) T e c u m sum p aratu s et in ca rce re m et in m o rtem iré. L u c., 22, 33.
(4) H is to r ia P ra ed ica to ru m , 1, P ., L ib . 3.0 C . 37 A p u d P a tre m Ro~
- d ríg u e z.
(5) M t , 16, 24.
m BINARIOS 333

ser perfecto?, añade en otra parte. Obras son amores: anda,


“ vende cnanto tienes y dalo a los pobres” (i).

Y esta voluntad firm e y eficaz no es tan sólo la efervescen­


cia del momentáneo entusiasmo, sino más bien obra lenta y
consciente de maduro consejo y humilde oración. “ ¿M e amas
más que éstos?” , pregunta tres veces a San Pedro Jesucris­
to (2); y el discípulo, amaestrado en la experiencia de su debi­
lidad, arrasados los ojos en lágrimas, temeroso del triple reque­
rimiento, contesta 110 con fervientes bravatas, sino con humilde
reflexió n : “ Oh Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” .
“ Tu seis quia amo te” . T ales quiere que sean nuestros propó­
sitos San Ignacio.
En esta meditación quiere San Ignacio que hagamos la crisis
de nuestra voluntad, no sea que se satisfaga con ineficaces pro­
pósitos. ¿ Y qué criterio nos propone San Ignacio? Un sencillo
axiom a, de sentido práctico: “ El que quiere el fin, quiere los
medios” (3). Vam os a ofrecer al Señor el holocausto de nuestro
co razó n ; el holocausto no admite rapiña (4); es menester sacri­
ficar todas nuestras aficiones, sin perdonar al A g a g de nues­
tra pasión dominante (5); sea ésta la afición de las- riquezas,
como sabiamente supone San Ignacio, al objeto de una sincera
elección; sea cualquiera otra afición desordenada que impide la
sinceridad de nuestra reform a (ó). “ Si a esto no se resuelve el
ejercitante, es mejor que interrumpa la elección, hasta que ma­
dure su propósito; o simplemente que ponga fin a los ejerci­
cios” (7). A los tales les conmina Meschler (8) con aquella pro­
clam a marcial del deuteronom io: “ ¿Q u é hombre hay tímido y
medroso? Vaya y vuélvase a su casa; no sea que intimide el
corazón de sus hermanos, como su propio corazón se ha intimi-

(1) M t, 19, 21.


(2) Joan, 21, 15.
(3) h ° ntoay e- Les trois classes.
(4) Pinguissimus, et tremens... In frustra concidit eum Samuel co­
ram Domino. 1. Reg., 15, 32-33.
(5) R oot, íbid. D irect, 29-3.
(ó) Si ad hanc indifferentiam non pervenerit, tota tractatio de modo
efigendi relínquenda est. E t tune si ita expedire videbitur procedendum in
reliquis exercitiis faciendis ut si fieri potest per ea ad majorem maturita-
tem perducatur; vel post breve tempus finís ei imponendus. Direct., 23-4,
(7) Meschler, T res binarios, Ps, 397.
334 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO-— DÍA SEXTO

dado” (x). “ Q uizás andando el tiempo, como muestra la expe­


riencia, cese la impugnación del enemigo, y se desvanezca la
agonía que al alma le abrumaba, y alboree la luz del cielo, y
reconozca el ejercitante que aquella vida que en los ejercicios,
se había imaginado era engaño del enemigo o ficción irreali­
zable” (2).
“ ¿ Y cuál es el fin de esta meditación? V encer la repugnan­
cia de la voluntad y precaver sus engaños, no sea que se satis­
fa ga con piadosos deseos” (3).
H e aquí el fin de esta meditación: Disponer el alma para
la elección” (4)- “ Ordenar nuestra vida, sin determinarnos por
affección alguna que desordenada sea” . L o primero en el inten­
to de San Ignacio, el título mismo de los ejercicios; lo último,
lo más dificultoso en la ejecución.” (5).

MI*a sólita oración preparatoria.


E l prim er preám bulo es la historia; la qual es de tres binarios
de hombres, y cada vno dellos h a adquerido diez m il ducados
3ío pura o débítam ente por am or de D ios; y quieren todos sal»
«arse y h a lla r en paz a Dios nuestro Señor, quitando de sí la
grauedad e ynpedim ento que tienen p ara ello en la aiectión de
la cosa a cq u isita ” .

“ E l primer preámbulo es la historia” . San Ignacio finge una


parábola para despertar el interés y rendir la voluntad.
E l ejercitante ju zga imparcialmente en tercera persona, y '
escarmienta sin riesgo propio en cabeza ajena; condena since­
ramente la conducta de los dos primeros binarios, y aplaude la

(1) Quis est homo formidolosus, et corde pavído? Vadat, et revertatur


in domum suam ; ne pavere faciat corda fratrum suorum, sicut ipse timore
perterritus est. Deut., 20, 8.
(2) Saepe enim experientia monstravit quosdam qui ipso conflicto
exercitiorum succubuerant, deinde extra Exercitia commodius veritatem
agnovísse, idque ex iísdem principiis quae hauserant in ipsis exercitiis:
sive quia daemon acrius oppugnat in illo articulo electíonis, sive quod
natura ipsa praesertim in ais quí timídiores sunt et pusilánimes, ut m
illa quasí agonía quodammodo opprimitur et suffocatur, ita cum deinde
quodammodo respirat, est melius disposita ad ratiocínandum et percipien-
dum lumen D ei; sive denique quia experientia deinde cognoverunt, non
eam vitam posse in saeculo tenere quam fortasse in exercitiis vel ípsí sibí
ñnxerant veí ipsis daemon persuaserat. Direc., 33, 3,
(3) R oot, 3 Classes, 64,
<4) D ir ., 2 9 -3 .
(5) Buce. Bín,s 2.
DE BINARIOS 335

generosidad de los terceros. San Ignacio entonces le toma de


la mano, y le d ice : E sta historia es tu propia historia, tú eres
“ Ule v ir” ; y le rinde en tierra de rodillas con los mismos colo­
quios de “ las dos banderas” . Y para impedir toda evasiva y
subterfugio a la humana fragilidad, le anota: “ que cuando sin­
tiera repugnancia a la pobreza actual” y lo mismo pudiera de­
cirse de cualquier otra afección desordenada, “ aunque sea con­
iza la carne, que pida en los coloquios: que él quiere y suplica
que el Señor le elija en tal vida y estado, sólo que sea servicio
y alabanza de su divina bondad” .
Prim er preámbulo.— t(E l primer preámbulo es la historia,
la cuál es de tres binarios de hombres, que cada uno de ellos
ha adquirido diez mil ducados, no pura o debidamente por amor
de D io s” . N o se trata de una adquisición fu rtiv a; en tal caso
110 habría lugar a deliberar, sino simplemente a restituir (i).
Los tres binarios son legítimos señores de su fortuna, pero no
de su corazón, que procede interesadamente y “ no pura o debi­
damente por amor de D io s” .
“ Y quieren todos salvarse y hallar en paz a D ios nuestro
Señor, quitando de ri la gravedad e impedimento que tienen
para ello en la affacción de la cosa a c q i d s i t a ¿ Y quién resistió
al Señor y tuvo paz? (2) U na imita que se prenda al águila,
basta para que no remonte su raudo vuelo. Y las riquezas son
lazos que prenden las alas del corazón, para que 110 vuele. E l
amor de lo corruptible agrava el alma, dice el sabio (3). Y nada
más corruptor ,que la afición. “ A m or meus, pondus meitm” ,
exclam a San A gustín. E l amor divino levanta al cielo, el amor
terreno hunde en lo profundo. ¿H asta cuándo hemos de ser tar­
dos de corazón? (4), ¿D e dónde proceden tantos deseos estériles,
tantos propósitos ineficaces, tantas resoluciones infructuosas?
¿Cóm o explicar tantas impotencias fingidas, tantas incompati­
bilidades imaginarias, tantas apatías inconcebibles? (5). Si que­
remos hacer imparcialmente la crisis de nuestro corazón, la cau­
sa de tantos desórdenes procede, según declara San Ignacio en

(1) P a lm a , C am . esp. T r e s bin arios.


(2) Q u is re s titít ei et pacem h a b u it? Job., 9, 4, P o n le v o y , B in .
(3) C o rp u s ením quod co rru m p itu r, a g g r a v a t anim am . Sap ., 9, 15.
(4) U squ eq u o g r a v í co rd e. P s ., 4, 3,
(5) P o n le v o y , Ibid em .
336 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

el preámbulo, de no “ quitar de nosotros la gravedad e impedi­


mento que tenemos para ello en la affección de la cosa acqui-
sita” .
Segundo preám bulo. E l 2.°, composición viendo el lu gar: será
aquí ver a m y m ysmo, cómo estoy delante de Dios nuestro Señor
y de todos sus sanctos, p ara desear y conoscer lo que sea m ás
grato a la su diuina bondad.

E sta composición de lu g a r ,' tan sublime y solemne como


fácil y sencilla, la repite por tres veces San Ignacio en los más
críticos momentos de los E jercicio s: al final de la meditación
del Reino de Cristo, fundamento de toda la segunda semana;
en este preámbulo de los Binarios, clave de la elección o re fo r­
ma de la vida, y en la contemplación para alcanzar amor, medi­
tación final que pone cima y remate a todos los ejercicios.
V ió Jacob en sueños una mística escala cuya cumbre tocaba
el cielo y los ángeles que se agitaban en su torno, y al término
de ella, al Señor, al D ios de Abraham y de Isaac, y despertando,
lleno de espanto, excla m ó : “ Oh, qué terrible es este lu g a r ;
verdaderamente que es casa de Dios y puerta del cielo” (3).
E sta mística escala nos presenta a San Ignacio en este día. En
sus gradas de oro, entre nubes de incienso y nimbos de luz, tes­
tigos de nuestra batalla, ansiosos de nuestra victoria, nos con­
templan los santos, nuestros hermanos, nuestros abogados,
nuestros protectores. Ellos sí que eligieron bien su estado; ellos
sí que reform aron bien su vida. N o faltan en aquella pléyade
gloriosa los lirios de las Vírgenes, las rosas de los mártires,
la púrpura de los doctores, la tiara de los pontífices, miríadas
de espíritus ignotos que acrisolaron en la oscuridad el brillo de
sus virtudes; como el polvillo de oro de las sidéreas constela­
ciones, circundan en halos luminosos el trono del Señor que
desde su soberano solio, con plácido rostro, nos contempla y
nos bendice. ¡O h , cuán terrible es este lugar! ¡O h , cómo nos
humilla, y cómo juntamente nos alienta esta visión del cielo!
“ ¿Cuánto soy yo en comparación de todos los hombres? ¿Q u é
cosas son los hombres en comparación de todos los ángeles y
santos? ¿ Q u é cosa es todo lo criado en comparación de D io s?"
¿ Y qué será “ verme a mí mismo como estoy delante de Dios

(3) Q u am te rrib ilis e st lo cu s is te ! non est hic a liu d m si dom us D e l,


e t p o rta coeíí, G e n . 28, 17.
d e b in a m o s 337

nuestro Señor y todos los santos?” ( i) Los ángeles, los santos,


la misma majestad de Dios me contempla. ¿ Y quién habrá que
al considerarlo no se humille y no se postre de hinojos en la
tierra y no pegue sus sienes en el polvo? “ ¡O h , qué terrible es
este lu g a r!”
Pero esta composición no sólo nos humilla, sino que jun-,
tamente también nos fortalece, “ L os testigos de esta medita­
ción s o n : D ios nuestro Señor, que me creó y me redimió y
me ha de coronar en la gloria, y todos los santos, mis herma­
nos, protectores y modelos” (2), que como en otro tiempo a
San A gustín, en el secreto de mi corazón me están diciendo:
“ Pijes qué, ¿no has de poder tú lo que han podido todos éstos?
¿para qué estribas en tus propias fuerzas? A rró ja te con con­
fianza a los brazos del Señ or” (3). “ Cerca está el Señor del
que le invoca” (4); “ fiel es Dios que no sufre que seamos
tentados sobre nuestras fuerzas” (5); “ te prepara rudo comba­
te, para que venzas” (ó), “ para coronarte con los príncipes en
su reino” (y).
“ Para desear y conoscer” , San Ignacio altera el proceso na­
tural de las facultades (8), según aquello del sabio: deseé y se
me dió sentir (9), porque este apresurado vuelo de la voluntad
nos atrae del Señor la lumbi'e del sobrenatural conocimiento.
“ L o qne sea más grato a la divina bondad” . E l ejercitante,
sin evasivas ni subterfugios, desea lo mejor, lo más grato a su
divina M ajestad, lo más honroso a Dios, lo más conveniente
a la criatura, lo más prudente en sí mismo, lo más generoso y
noble y verdaderamente filia l; porque el esclavo se limita a ser­
vir a su dueño; pero el hijo no se contenta con eso, sino que
aspira a agradar a su .padre, conforme al ejemplo del mismo

(1 ).. “ S p ecta cu lu m fa c ti sumus mundo, et an g elis, et h o m in ib u sL


I C o r., 4, 9.
(2) P o n le v o y , Ibidem .
(3) S a n A g u s tín . C o n fesio n es, 8, n .
(4) “ P r o p e est D o m ín u s óm nibus in vocantibus e u m ” . P s., 144, 18.
■' (5) “ F id e lis autem D eu s est, qui non p atietu r vo s ten tari su p ra id
quod p o te s tis ” ; 1 'C o r ,, 10, 13.
(ó) C e rta m en fo rte dedit illí u t vin ceret. Sap., 10, 12.
(7) C u m prín cipibu s populi sui. P s., 112, 8.
(8) A u to g . N , 1 P . 338. D en is B in ., p. 266.
(9) “ O p ta v i, et datus est m ihi s e n su s” . S ap., 7, 7,
3 3« EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

H ijo de Dios, que decía: “ Y o siempre cumplo eí beneplácito


dé mi P a d re” (i).
“ L o que sea más grato a la su divina bondad” . San Ignacio
invoca el más dulce, el más amable atributo al Señor, al decir
de la escritura que “ sobreexcita su misericordia sobre todos sus
atributos” (2).
¡O h , qué dulce denominación! ¡qué amable invocación!
¿Q u é negaremos a la divina bondad que nos pida? ¿Q u é teme­
remos de la divina bondad que nos ama? (3).
“ E l tercero, dem andar lo que quiero: Aquí será pedir gracia
p ara elegir lo que m ás a gloria de su diuina M aiestad y salud de,
m y ánim a sea ” ,

Al fin del principio y fundamento terminaba San Ignacio:


“ Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para
él fin que somos criados” (4). Es la disposición remota de la
elección. En el preámbulo de los binarios, insiste de n u evo:
“ P ed ir gracia para elegir lo que más a gloria de su divina M a­
jestad y salud de mi ánima sea” , es la disposición próxim a de
la elección. Finalmente, en el último de los ejercicios, la con­
templación para alcanzar amor, postrado de hinojos
“ delante de D ios nuestro Señor, de los ángeles y de los sanctos
interpellantes por m y, reflictiendo en sí mismo, considerando con
m u cha razón y justicia lo que yo deuo de m y parte ofrescer y
d ar a la su diuina M aiestad, es a saber, todas m is cosas y a m y
m ysmo con ellas; así como quien offresce, afectándose m ucho, de
esta m anera: Tom ad, señor, y recibid toda m i libertad, m y me®
m oría, m y entendim iento y toda m y voluntad, iodo m y auer y
m y poseer: Vos m e lo distes, a Vos, Señor lo torno; todo ©5
vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadm e vuestro amor y
gracia, que esta me b a sta ” (5),

E s el coronamiento y remate de la elección y de todos los


ejercicios.
P o r aquí se verá, a la vez que la íntima trabazón y mara­
villosa unidad de toda la máquina de los ejercicios, la impor­
tancia suma de este tercer preámbulo. Porque en él se trata
de constituir por fundamento de la elección y norma de toda

(1) E go quae pía cita sunt eí fació semper. Joan, 8, 2.


(2) Superexaltat autem m isericordia judicium . Jac., 2, 13.
(3) Ponlevoy, Binarios.
(4) P rim era semana. Principio y fundamento.
(5) C uarta semana. Contemplación para alcanzar amor.
DE BINARIOS
339

nuestra vida, la mayor gloria de D io s ; m áxim a eminente de


San Ignacio, meta de sus insignias, lema de sus banderas, lega­
do de su milicia, impulso de sus heroicas empresas, obsesión
avasalladora de su grande alma, que hizo de Iñigo, Ignacio,
del soldado de Pamplona, el fundador de la Compañía, que
según consta en los procesos llevó siempre el Santo en los labios
y entrañó en su corazón hasta la muerte (i).

P U N T O P R IM E R O

P rim er binario. “ El prim er binario querría quitar el afíect©


que a la «osa acquisita tiene para b aila r en paz a Dios nuestro
Señor y saberse saluar, y no pone los medios b asta la hora de Sa
m uerte

a) E l primer binario querría, no quiere (2), es un caso de


veleidad, no de volun tad; querría quitar los remordimientos,
recuperar la paz, alcanzar la salvación; no quiere quitar la cau­
sa, mortificar el desorden, desarraigar la afición. Quiere qui­
tar el afecto en lo futuro, o lo que es lo mismo, no lo quiere
quitar en lo presente. Quiere quitar afecto en la muerte, o
lo que es lo mismo, no lo quiere quitar en la vida. Quiere dejar
las riquezas, cuando le dejen las riquezas, o lo que es lo mismo,
no quiere dejar a las riquezas, sino que se resigna a su pesar
a ser dejado de ellas a la fuerza (3): es decir, que se trata de
un afecto simpüciter voluntario, como lo muestra la inercia ab­
soluta de la voluntad que quiere correr sin mover los pies, volar
sin batir las alas, alcanzar el fin sin poner los medios, el efecto
sin la causa, seguir a Cristo sin la cruz. Q uizá en las noches
insomnes y las crisis del remordimiento, exclama el alma ape­
nada: “ ¡O h , cómo me atormentan las riquezas! ¡ A y si yo pu­
diera arrancar esta a fició n ! ¿ H asta cuándo no he dé acabar de
resolverm e?” Y al verse de nuevo cara a cara con sus riquezas,
vuelve las espaldas como el rico del Evangelio, y murmuran
los labios con tristeza: hoy no puede s e r ; mañana, mañana, más

(1) A d D o m in i sui am plexum , cu ju s m a jo rem g lo ria ra rn o re sem pe?


habuerat, seraper in óm nibus q u aesierat e m ig ra v it. A c t. Canon i z. D e-
«is, 268.
(2) Roo til., Bin,
(3) P o n le v o y , Bin.
340 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA *SEXTO

adelante, a la hora de la muerte ( i) Deseos de que, al decir del ^


proverbio castellano, están empedrados los infiernos. '

b) T ales'deseos son absurdos, opresores, peligrosos, degra- ^


dantes (2).
T ales deseos son absurdos: S e pretende la curación sin la c
medicina, la corona sin la batalla, el efecto sin la causa, ei fin (
sin los medios. Se quiere y no se quiere, conform e a lo que dice ^
el Sabio en los proverbios (3): “ Quiere y no quiere eí perezoso” . ;
T ales deseos son opresores: E l enfermo sin admitir alivio ^
ni medicina, se revuelve en eí lecho, agitado, convulso. L os de- C
seos, lejos de sosegarle, le atormentan más el alma, como dice (
la E scritura (4). “ Los deseos matan al perezoso” (5). Mucho . ^
menos sufriera el enferm o si se resolviera de una vez con ge­
nerosidad. Q u izá lo reconoce así, pero no se atreve; tiene miedo. V
Tales deseos son peligrosos: E n este estado se conoce la (
obligación, se siente el buen deseo, se esclarece el alma, se brin- ^
da la santificación. Y la voluntad, libremente resiste a Dios,
ensordece a su llamamiento, renuncia a la vocación, abusa de su (
gracia y se expone a los más grandes riesgos de perdición (ó). (
A los tales les conviene aquellas palabras que dijo el Señor
a los ju díos; “ Si no viniera y les hubiera hablado, .no tendrían
culpa; pero ahora no tienen excusación alguna de su peca- (
do” (7). A los tales les dice el Señor con lágrim as en los ojos, (
como en otro tiempo a Jerusalén: i Si conocieses las cosas que
son para tu paz, y ahora te son escondidas! ¡P orqu e no ^
conociste el tiempo de mi visita! (8). Cierto que no hay que (
e x a g e ra r: E n las hipótesis de San Ignacio no se trata de pre- (
cepto, sino de consejo; no de culpa, sino de perfeccionam iento;

(1) í!E t e rit stcut hodie, síc et eras, et m ulto a m p liu s ” . Is., 56, 12. (
(2) L o n g a y e . L e s tro is -classes. P . 361. f
(3) V u lt et non v u lt p ige r, P r o v . 13, 4- "
(4) C o g ita tio n e s m eae dissípatae sunt to rqu en tes co r m eum . Job, /
17, 11. ■
(3) D e sid e ria occid u n t p lgru m . P r o v . 2 1, 25. ‘ (
(6) M eschler;. T r o is classes, 268.
(7) S í non ven íssem et locutus fu issem ets, p eccatu m non h a b eren t;
(8) S i c o g n o v is s e s ... quae ad pacem tib í! nunc autem abscon díta (
n unc 'autem éxcu sa tío n em non habent de p eccato suo. Joan, X V , 22.
sun t ab o cu lis ■lu is ... quod non co gn o verís tem pus v is ita tio m s 1tu á e. L u c ., (
19, 42 et 44.
DE BINARIOS 341

pero “ staiim in foribus peccatum aderit” (i). “ E l que ama el


peligro perecerá en él” (2), dice el Sabio. Y las tales almas co­
nocen los lazos del demonio, aman el peligro y se abrazan cons­
cientem ente con sus codicias, fuente de todos los pecados. E n
caso análogo, dijo el Señor en el Evangelio: “ M ás fácil entra
un camello por el foramen de una aguja, que un rico en el
reino de los cielos” (3),
Tales deseos son degradantes: L a soberanía del hombre con­
siste en la libertad. Y tales binarios arrastran servidumbre, quie­
ren querer y no pueden. N o tienen voluntad. Son abúlicos. H an
hipotecado el albedrío a sus apetitos y al demonio. Parecen
apropiarse con los hechos aquellas palabras de la Sabiduría:
“ N o mostramos señal de virtud alguna” (4).

c) San Ignacio despierta al ejercitante adormido en tan


veleidoso ensueño y excita en su alma deseos fervientes y e fi­
caces.
U11 día afirm ó el santo en el seno de la intimidad (5): Q ue
si a deseos fuera, no cedería a hombre alguno sobre la tierra,
y sin percatarse de ello, nos declaró con esta afirm ación su
eminente santidad: porque los deseos sinceros y eficaces son el
principio y eí promedio y la cumbre de toda: santidad.
Los deseos eficaces son el principio de la santidad. E l prin­
cipio dé la Sabiduría, dice el sabio, es un entrañable deseo de
ella (6). Y en otra parte : Deseé y se'm e dio el sentir; pedí y
vino a mí el espíritu de la Sabiduría (7). Que es lo mismo que
dice San Ignacio en el tercer preámbulo: “ Desear y conoscer
lo que sea más' grato a su divina bondad
Los deseos'eficaces son el promedio de la santidad. “ S i quie­
res ser perfecto” , dice el Señor, muestra la eficacia de tu que­
rer, anda, “ vende cuanto tienes y dalo a ¡os pobres y ven y sigue-

(1) G en ., 4, 7.
(2) Q u í am at p ericulum , ín illo p eribit. E ccli, 5, 27.
(3) F a c ü m s e st enim caraelum p e r fo ra m en acus tra n siré quam di»
H t e m ín tra re in regn u m D e i. L u c ., 18, 25.
(4) V ir t u t is quidem n u llu m sig n u m va íu im u s os ten d e re ” . Sap ., .5, 13.
L o n g a y e , B in ,
(5) R iv ad e n eira . V id a de S a n Ig n a cio . L ib r o quinto, cap. 6.®
(ó) In itiu m enim illiu s v e rissim a e st d iscip lin an concupiscencia»
S a p ., 6, 18.
(7) Q p ta v i et datus est m ihi sensus. S a p ., 7 7.
342 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

m e” (i). Y en otra parte: “ S i quieres venir en pos de m í” mues­


tra la eficacia de tu querer, anda, “ niégate a ti mismo, toma tu
cruz y síguem e” (2 ),
Los deseos eficaces son la cumbre de toda santidad. “ Bien­
aventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, dice el
Señor, porque ellos serán hartos” (3). “ A los hambrientos les
colmó de bienes” (4).
“ L os que velan de mañana, dice el Espíritu Santo, me ¡talla­
r á n ” (5). “ A l sediento le daré gratis el agua de la vida” (6).
“ S i alguno tiene sed, clamaba el Señor con grandes voces, ven­
ga a mí y beba” (7). Toda la vida de la gracia, todo el adelan­
tamiento de la santidad consiste en los deseos. Si tienes deseos
fervientes, eres sa n to ; si tienes deseos tibios, eres tib io ; si no
tienes ningún deseo, estás muerto a la vida de la g ra c ia ; p o r­
que el hombre repara en la apariencia, el Señor penetra el
corazón (8). “ H ijo mío, nos dice el Señor en este día, dame tu
corazón” (9). “ N o nos hagamos sordos al llamamiento del S e­
ñ or” (10). Este ejercicio, más bien que meditación, es un exa­
men práctico, es la crisis de nuestros propósitos. Auscultem os
nuestro corazón. Q uizá has formado número en la turbamulta
de estos binarios adocenados. Q uizá has dejado pasar meses y
aun años en la disipación, con la esperanza de una conversión
lejana. Q uizá te adormiste entre los brazos dela afición con
una paz fingida ( 1 1 ) . Sacude tu pereza ( 1 2 ) . Y a se escucha al
esposo. Su clamor es más penetrante que la bita jante espa­
da (13). Despierta de tu marasmo. A tiza la oscilante lámpara.

(r ) M at., ig, 21.


{2) M a t., ió , 24.
‘(3) BeaÜ qui esuriunt et siüun t ju stitiam ; quoniam ipsi saturabuntur.
M a t., 5, 6,
{4) E su rie n te s im p levit bonis. L u c,, 1, 53.
<5) Q u i m ane v ig ila n t ad me, ín veníent me. P r o v ., 8, 17.
(6) Sitíenti dabo de fon te aquae vitae gratis, A poc., 21. 6.
{7) S i quis sitit ven iat ad m e et b ib a t Joan, 7, 37.
(8) D o m in u s autem in tu etur cor. I R e g . ió , 7.
(9) P ra eb e , f ili m i, co r tuum m ihi. P r o v . 23, 26.
(10) H o d ie si vo cem eju s au d ieritis n olite o b d u rare 'corda v e s tra .
Ps-, 94, 8.
(1 1) P a ce m p eccatorum . P s., 72, 3.
(12) E c c e sponsus ven it. M a t., 25, 6.
(13) O m n i g ía d ío ancipiti, H e b r., 4, 12. -
DE BINARIOS
343

R ectifica tu elección. Ordena tu reforma. N o lo dejes para otro


día, no lo difieras para mañana. Mañana se cerrará la entrada*
Mañana te desconocerá el Señor. “ Velem os, por consiguiente,
porque no sabemos el día ni la hora” (i).
Segundo binario* WE 1 segundo binario quiere quitar el affecto ,
m ás ansí le quiere quitar, que quede eon la cosa acquisita, de
m anera que a llí venga Dios donde él quiere, y no determ ina de
d esarla para y r a Dios aunque fuese ei m ejor estado para é l” ,

Eí segundo binario se diferencia del prim ero; quiere, pero


con un querer lán guido; pone los medios, pero ineficaces; es un
caso no de veleidad, sino de voluntad dimidiada e imperfecta.
Si hacemos imparcialmente la crisis de estos binarios, descubri­
remos que sus propósitos son contradictorios, engañosos, ofen­
sivos a Dios.

a) Son contradictorios: M ás todavía que los propósitos de


los primeros binarios (2); porque en aquéllos pugnaban y se
contradecían dos facultades; la razón que dicta el bien, y la
voluntad que lo difería hasta la muerte; pero en estos binarios
pugna 3- se contradice una y la misma voluntad, que quiere re­
nunciar el afecto sin renunciar el efecto, desasirse de corazón
y asirse con las manos, empobrecerse de mentirijillas y enrique­
cerse en la realidad. Y cuando el acto exterior aumenta, inten­
sifica y completa el acto interno (3), los tales binarios los pre­
tenden disociar, y consociar en absurdo maridaje ei interés y
el desinterés, la pobreza y la riqueza, las codicias consumadas
y los consejos evangélicos. Estos son los que sirven a Cristo y a.
Belial, encienden una vela a San M iguel y otra al diablo, con­
tra lo que dice eí Salvador: 110 se puede servir a Dios y al de­
monio (4).
b) Tales propósitos son engañosos*. ¿Q u é se diría del en­
ferm o que elige para curarse el jarabe dulce, eí vino generoso, el
baño tibio, el clima confortable, y excluye la purga, la dieta, eí
cauterio que su enfermedad y su médico le prescriben? (5).
¿Q u é se diría del viajero que elige el exprés, el trasatlán­

(1) Vigilate itaque, quia nescitis díeni, ñeque horam. Mat, 25, 13*
(2) Longaye, P, 363, second point,
(3) Arregui. Summarium Theoíog, Mor. N. N. 24 et 586, 5,0
(4) Non potestís Deo servíre et mammonae. Mat,, 6, 24,
(5) D ire t. X X I X 7; D e n is I I 268.
344 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

tico lujoso, y excluye el tren rápido, el barco directo que le son


necesarios para el via je? ( i).
•“ A esta clase pertenecen, dice el Padre Meschler (2), los
que para alcanzar la perfección, sólo quieren emplear unos po­
cos medios fáciles, de mediana eficacia, o, también los que usan
medios verdaderamente eficaces, pero sólo a tem poradas,y como
por arremetidas. A sí a esta clase pertenece quien para lograr
la unión con Dios, quiere ir sólo por la oración y 110 por la
m ortificación; quien desea realmente ser humilde, pero sin pa­
sar por las hum illaciones; quien quiere evitar pecados mortales,
sin evitar las ocasiones próxim as de pecar; quien quiere dejar
la dependencia que tiene de una cosa o de una persona, pero a
condición de no dejar la cosa o la persona; en suma, todos los
que quieren emplear medios puramente especulativos y teóricos
y no prácticos, como por ejemplo, para alcanzar una virtud,
hacer diariamente una oracioncilla, meditar sobre ella, buscar
y elegir un Santo abogado, etc.
Y este engaño, en cierto modo, es más peligroso que el en­
gaño del primer binario (3). Porque el primer binario se engaña
de futuro, es franco, sabe que no hace nada y que tiene que
hacer, acaso se enmiende con el peligro y la enferm edad; pero
el segundo binario se engaña de presente, hace algo, quiere creer
que hace bastante y con este prejuicio quizá se venda los ojos
y se hace incorregible.

c) T ales propósitos son ofensivos de Dios: L a criatura


trata al Criador de igual a igual, de potencia a potencia (4), y
le dice: “ H asta aquí, sí; más allí, no; esto y lo otro, sí; aquello
y lo de más allá, n o” .
L a criatura trata al Criador de arriba a abajo, de superior
a inferior, y resuelve “ quedarse con la cosa acquisita, de ma­
nera que allí venga Dios donde él quiere” .
L a criatura trata al Criador de cómplice a su cómplice y le
reclama los despojos de una posesión indeclinable, a cambio de
una pobreza mentirosa y un desasimiento imposible.
L a criatura, lo que es el colmo, trata al Criador lo mismo

(2) Durand^ p. 375.


(2) Meditaciones de los ejercicios, p, 396.
{3) L o n g a y e , P . 364.
(4) L o n g a y e . Ibidem. ‘ 1, •
DE BINARIOS 345

que al demonio, y, como en el juicio de Salomón, parte en dos


pedazos la criatura y le ofrece la mitad al demonio, que la acep­
ta como la falsa madre, y la otra mitad la ofrece al Criador,
que la rechaza de sí con indignación (x).
E s verdad, repito, que no hay que exagerar; en la hipóte­
sis de San Ignacio no se trata de preceptos, sino de consejos;
no se trata de justicia, sino de supererogación; pero es el caso
mismo clel adolescente del Evangelio (2), con esta diferencia:
de que aquél fué un llamamiento absoluto, “ sequere m e” ; éste
es un llamamiento hipotético, “ sólo que sea servicio y alaban­
za de la su divina bondad” ; pero esta hipótesis ha de v e rifi­
carse para proceder a una acertada elección, y sí se hubiese ve­
rificado en el joven del Evangelio, no hubiese como tantos otros
resistido al divino llamamiento, con inminente riesgo de perder­
se para siempre (3). '
A quí hay que reducir a la práctica la anotación quinta (4)°
^ L a quinta, al que recibe los exercicios, mucho aprovecha en­
trar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y
Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que Su D i­
vina M ajestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se
sirva conform e a su santísima voluntad” . Entonces no se hizo
más que la presentación a los ojos inconscientes del ejercitante
de esta potente máquina ignaciana; ha llegado la hora de apli­
car su actividad y de estrujar entre sus rodillos el desorden de
nuestras aficiones, hasta doblegar nuestra voluntad al divino
beneplácito.

Tercer binarlo. “ El tercero quiere quitar el affecto, mas ansa


le quiere quitar, que (también no le tiene affectión a tener la cosa
acquisita ® n® la tener, sino quiere solamente quererla © no que­
rerla, según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a la
tal persona Se parescerá mejor para seruicio y alabanza de su
diuina Majestad; y entre tanto quiere hazer cuenta que iodo H©
dexa en affecto, poniendo fuerga de no querer aquello, ny otra
cosa ninguna, si no le mouiere sólo el seruicio de Dios nuestro
Señor, de manera que el deseo de mejor poder seruir a Dios nues­
tro Señor, le mueva a tomar la cosa o áexarla".

(x) B u cc ero n i, P 320-13.


(2) D en is, 2-273.
(3) E t íteru m dico v o b ís : fa cilm s e st cam elu m p er fo ra m en acus
tra n siré quam d ivitem in tra re in regn u m coelorum , M a t , 19, 24.
(4) D en ís, B in .
( I
f ■
?■
346 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO ^ iij ¡

( 3 !
a) E l primer binario ‘e s un caso de veleidad estéril; el se- |
gundp, un caso de volición dimidiada; el tercero, es la prontitud (
y la energía y la generosidad; por eso el estilo ignaciano, ceñí- ( fj
do y breve, se torna en este lugar redundante y pleonástico ( i ) ; ^ r¡
es que el santo esfuerza los rasgos y sobrecarga las tintas, para
expresar en su plenitud la entereza y el vigor de una volun- (;'"Y|i
tad adulta y soberana.
E l caso es sencillo y fácil de explicar — dice el Padre Lon-
gaye (2)— . Estos binarios no tienen más que una idea fija : !a
asecución de su fin ; todo lo demás le está subordinado, incluso
la propiedad de los diez mil ducados que quieran renunciar o í ó
retener, según que les conduzca o aparte de su fin. Esto tratan
de inquirir; pero la elección ha de ser noble e imparcial. L a ^
balanza ha de mantenerse en el fiel. Y porque las aficiones y (
la propiedad misma inclinan la voluntad, el ejercitante no sólo ^
depone sus aficiones, sino que renuncia anticipadamente la pro­
piedad y hace cuenta que deposita los ducados, no ya en la cuen- t
ta corriente de algún consignatario, sino en las manos mismas (
del Señor.
E s tan efectiva esta renuncia y de tal manera se refleja en
todo el contexto este concepto ignaciano, que el Padre Roothaan, (
al comentar aquellas palabras: “ Y entre tanto quiere hacer cuen- ^
ta que todo lo deja en a fecto ’’, sospecha vehementemente alguna
alteración del original o error de copia (3). U na más moderna
critica rechaza-esta sospecha (4); pero la tesis rootliaaniana (
persevera: L a renuncia afectiva eficaz, importa la renuncia f
efectiva hipotética y anticipada. ^
E í dinero, por consiguiente, ya no es suyo, sino de Dios, ^
E l ejercitante ya no es poseedor; sino depositario. Lejos de sí (
reclamar lo que no es suyo, lejos de sí retener lo que es de ^
Dios. Estos son los que aspiran aí fin, procuran los medios,
“ hallan en paz a D ios, quitan de sí la gravedad de la cosa acqui- '
sita” (5); éstos, “ hacen oblaciones de mayor estima, ofrecen sus (
personas al trabajo, se quieren afectar y señalar en todo serví- /

(r) P o n le v o y , p. 208, ■ (
(2) L o n g a y e , p. 368-3. (
(3) N o n possum tam en quin irrep sisse h o c loco e rro rem suspicer, et
scrip tu m p rím ítu s a S . P . n ostro fu isse ex istim em u r ín e fe c h i. R oot., n. 67. '(
(4) 'M onum enta ign atian a, S e rie segun da, p.3Ó0 N , 1, '
(5) Segundo preám bulo. (

(
c
DE BINARIOS 34?

ció de su R ey eterno y Señor universal” ; éstos, descontado


está que su elección será leal, si el Señor les reclama sus rique­
zas, las han renunciado por anticipado; si les devuelve su pro­
piedad, gozarán de su dinero como si no lo gozaran, poseerán
sus riquezas como si no las poseyeran, vivirán en medio del
mundo como si en el mundo no vivieran: “ Prceterit enim figura
hujus m undi” (2).

b) ¿ S o n semejantes nuestros propósitos? ¿D iferim os acaso


la resolución? ¿Querem os y 110 queremos? ¿Am am os nuestro
propio querer más bien que la voluntad de D ios? No nos enga­
ñemos. “ Nem o se seducat” (3).
Es esta la crisis misma de los ejercicios. Estamos en el m o­
mento quizá más solemne de nuestra vid a: “ Moment-um a quo
ceternitas” . Compareceremos “ delante de D ios nuestro Señor
y de todos sus Santos para desear y conocer lo que sea más gra­
to a la divina bondad” (4),
Que el hombre viejo se resiste; que la carne recalcitra, que
siente el alma mortal agonía, que nuestro propio corazón nos
desampara, “ confortare, et esto robustas” (5). “ Regninn cáelo-
rum vim patitur” (6). Este es el momento del vencimiento pro­
pio, del agere contra, del oppositum per diam etrum ; “ pero aun­
que la cooperación de la criatura es necesaria, más que con la
tensión de los nervios y el impulso del corazón, se ha de lograr
este negocio con el auxilio de la gracia, que ahora más que
nunca nos es necesaria; por eso San Ignacio invita al ejerci­
tante que se postre de hinojos en el polvo y que termine fervo­
rosamente la oración con los tres coloquios “ de las dos ban­
deras” .

c) Si en todo el proceso de los ejercicios (7), de un modo


especial se manifiesta en esta meditación cuán suavemente con­
ciba San Ignacio los dos factores de nuestra justificación: L a
cooperación indispensable de la criatura y el auxilio necesario

(1) Reino de Cristo, 1-3,


(2) 1 C o r., 7, 30-31. ■
' ^
(3) 1 C o r., 3, 18,
(4) S egu n d o preám bulo,
(5) D a n ., 10, 19.
(6) M a t., 11, i¡2,.
(7) S u á re z , tom o X V I , cap. V , 42,
(

3 48 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA SEXTO

de la gracia, -La cooperación de la criatura, la esfuerza con ar­


gumentos y razones, y a la acción de la gracia se acoge como
aí principal factor, en los férvidos y repetidos coloquios con que (
termina habitualmente la oración. f
.Y este proceder fué práctica constante de toda la vida del
Santo, ^
“ E n las cosas del servicio de N uestro Señor que empren- (
día, dice Rivadeneira, usaba de todos los medios humanos para (
salir con ellas, con tanto cuidado y eficacia, como si de ello de­
pendiera eí buen suceso, y de tal manera confiaba en Dios y ^
estaba pendiente de su divina Providencia, como si todos los (
otros medios humanos que tomaba no fueran de ningún efec- /
to ” (i).
N ota. Es de notar que quando nosotros sentim os affecto © x
repu gnan cia 'contra la pobreza a ctu al, quando no somos indife« (
rentes a pobreza o rriqueza, m ucho aprouecha para extinguir el
ta l a ífeeto desordenado, pedir en los colloquios, aunque sea contra \
la carne, que el Señor le elija en pobreza actu al, y que él quiere* /
pide y suplica, sólo que sea seruicio y alaban za de la su diuina
bondad” , (
E sta nota no es otra cosa que la aplicación inmediata del (
“ vince te ipsum ” , m áxim a capital que la previene San Ignacio
en el título de los ejercicios, la repite en la anotación dieciséis,
la proclama en la meditación del Reino de Cristo, la prescribe (
en las reglas décimatercia del conocimiento de espíritus y déci- í
macuarta del sumario de las constituciones, la aplica en esta ,■
nota al coloquio de los binarios y se remite a ella muchas veces
hasta constituir en ella eí fundamento y fin de los ejercicios y (
la quinta esencia del espíritu ignaciano (2). (
P ero si el vencimiento propio es el fundamento y el fin y
el constante ejercicio de todos los ejercicios, éste es el lugar
de su aplicación (3), Se trata de vencer la extrem a repugnancia C
de la afición, de batir eí último baluarte de la sensualidad, para (
proceder a la inmediata elección; cuando se viene a las inme- f
diatas, se siente el peso de las dificultades, la práctica es mucho
más ardua que la teoría (4). Muchos, ante la acerbidad de la C
/V.'
(1) R iv ad e n eira . V id a de S a n Ig n a cio , L ib r o 6.°, cap, 6.°
(2) R c o th ., n. 30. (
(3) D ire cto rio , X X X , 1 1 . Mercier, p ág . 270, I V , /
(4) D e n is, 2 p ág . 235. ‘ - ' 1
(
■GRADOS DE HUMILDAD 349

lucha, se intimidan. San Ignacio, temeroso del peligro, esfuer­


za al ejercitante. “ Sé animoso, le dice, no temas: no te limites
a defender, ataca; n o 1te contentes con resistir, ofende. ¿Q u e la
•carne exige la propiedad ? Renuncia a la posesión, ¿ Que la sen­
sualidad reclama la riqueza? P ide la pobreza” .
Oración difícil y costosa. Porque fácil cosa es pedir lo que
se quiere; difícil es pedir lo que no se quiere. E s descouñanzá
pedir sin esperar ser oído; es heroísmo pedir con temor de ser
•escuchado. A s í oró Cristo nuestro Señor (x) en el huerto, cuan­
do triste, temeroso, agonizante, se arrancó de la compañía de
jsus discípulos, y se postró de hinojos en el polvo, y en extrem o
y ferviente coloquio, sus moribundos labios repetían. “ Padre,
Padre, todas las cosas te son posibles; que pase de mí este cáliz,
pero no se haga mi voluíad, sino la tuya” (2). Y fué tal la lucha
y agonía, que sangriento sudor baño su frente (3), empaño su
rostro, enrojeció su veste y humedeció la tierra, con copiosos-
raudales, no para demandar justicia como la sangre de Abel,
sino misericordia, y perdón.
A un coloquio semejante nos invita San Ignacio, a imita­
ción de Jesucristo, en la seguridad de que el Señor no ha de
dejarse vencer en generosidad:
“ Y cuanto m ás uno se ligare con Dios nuestro Señor, y m ás
liberal se m ostrare con la divina M ajestad, tanto le h a lla rá m ás
liberal consigo y él será m ás dispuesto p ara recibir in dies m a ­
yores gracias y dones espirituales” ( 4),

H eáitecléii w¡^es¡n©t©r&era

grad o s de mumíiba®

“ A n tes de en trar en ¡as electiones para hom bre a ffectarse a


Ja vera doctrina de X po nuestro Señor, aprouecha m ucho con­
siderar y aduertir en las siguientes tres m aneras de hum ildad, j
en ellas considerando a rraítos por todo el d ía; y asim ism o ha»
siendo los colloquios según que adelan te se d irá ” ,

(1) R o o th ., 11, 69, M e rc ie r, p ág . 270,


(2) A b b a P a te r , om n ia tibí p o ssibilia su n t; t r a n s fe r ca licem hunc a
m e, sed non quod ego v o lo , sed quod tu. M aro., 14, 36,
(3) E t fa ctu s est su d o r eju s sicu t g u tta e san guinis d ecu rren tis in
terra m , L u c., 22, 44,
(4) S u m ario . R e g la 19.
a) '"Antes de entrar en las elecciones” . Se trata del momento (
precedente a la elección. E n el ejercicio d e l.R e y temporal, ele-
gim es seguir a Jesucristo; en el ejercicio de las dos banderas,
juram os militar bajo su bandera; en la meditación de los tres (
binarios, ratificam os nuestros propósitos. ¿ Y qué es lo que ¿
falta? A l entendimiento, nada; ya se le dijo la última pala­
bra (i), pero esto no basta. N o es infrecuente en la vida que, ^
convencido el entendimiento, emperece y aun discuerde la vo- (
luntad. /
L a máquina está dispuesta, los ejes ajustados, los volantes
tensos, las ruedas engranadas; ¿qué fa ’ta? Aceite que suavice, ^
óleo que lubrifique, fuego que abrase; este fuego va a encender (
San Ignacio, este aceite va a difundir, este ó'.eo va a derramar f
prontitud, alegría, amor, generosidad; para que el alma, sin x
asperezas, sin resistencias, sin dificultades, corra y vuele y se (
remonte al cielo. T al es el fin de este ejercicio (2). (
A sí lo proclama San Ignacio. “ Para hombre affectarseA (-
; Y qué significa el verbo arcaico afectarse en el estilo ignacia- '
no? N o significa solamente conocer, comprender, sino lo que (
es mucho más, gustar, amar, aficionar, “ affectum im peliere” , (
“ magno affectu sestimare” (3). A fectarse significa gozarse en (-
la humillación, como los apóstoles que al decir de la E scritura:
“'se gozaban de padecer por Cristo contumelias” (4). A fectarse -
significa sobreabundar en gozo em toda tribulación, como San (
Rabio, que en su segunda carta a los corintios les d ecía : “ Sobre- ^
abundo de gozo en toda tribu1ación” (5). A fectarse significa en-,
cenderse, inflamarse, abrasarse en el seguimiento e imitación, ge- (
ñerosa^de Jesucristo (ó). (

b) “ Para afectarse a la “ vera” doctrina de Cristo nuestro (


S eñ or” . (
Toda doctrina de la verdad es verdadera, pero esta doctrina

(1) M e rcíe r, D e s tro is d e g ré s. P . 271. ^


(2) R oot,, n. 73. M e sch ler, E je r c ic io s , p, 159. M e rcie r, M a n u al, p. 271.
(3) C f . anot. 3, anot. 16. R e in o de C ris to , punto tercero . C o n tem p la - (
ción p ara a lc a n za r am or, punto p rim ero, ,
(4) Iban t gau d en tes a con spectu co n cilii, quoniam d ign í h abiti sun t 1
p ro nom ine J esu co n tu m eliam patí. A c t , 5, 4 1.
{5) Superabun do g a u d io in om ni trib u latio n e nostra. 2 C o r., 7, 4.
(ó) P ro v o ca m u r ad gen ero sam C h ris ti sequelam in rebus m á x im e a r - (
duis m agn o a ff e c t u am plectendam . R o o th , h oc loco.

(
GRADOS DE HUMILDAD 351

de la humildad es verdadera por excelencia, es la excelencia


misma de la doctrina de Jesucristo, “ supereminentem scientiae-
caritaten C hristi” ( i) que de tal manera le cautivó al Apóstol,
<$ue 210 estimó saber otra cosa más que a Jesucristo, y a éste cru­
cificado (2); que de tal manera la proclamó Jesucristo, que cons­
tituyó en ella el sillar fundam ental' de su doctrina y el descanso
total de nuestras a1mas. “ Aprended de M í, que soy manso y
humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras al­
mas” (3).
“ Aprovecha mucho considerar y advertir” . San Ignacio, al
decir de sus biógrafos, según repetimos, “ por maravilla usaba
de los nombres que en latín llaman superlativos” (4); por con­
siguiente, al encarecer el “ mucho provecho” de este ejercicio,
nos manifiesta el grande aprecio que de él hacía al fin de la
elección de estado, o reform a de la vida. Y es así, que esta me­
ditación, juntamente con el principio y fundamento, y el reino
temporal, y las dos banderas, y los tres binarios, de tal manera
se unen y tejen y complementan, que constituyen el nervio y
trabazón y la quinta esencia de la ascética ignaciana; por eso
estas meditaciones no deben omitirse en ningún retiro, aunque
fuera tan sólo de ocho d ía s ; y si alguien las omitiese, quizá
lograra tejer del propio o ajeno marte una serie devota de espi­
rituales ejercicios, pero nunca podría gloriarse de haber expues­
to los ejercicios espirituales,,
c) “ Aprovecha mucho considerar y advertir en las siguien­
tes tres maneras de humildad” .

¿ Y qué consideración es ésta, tan dulce y a la vez tan e fi­


caz, que todo lo suaviza y lo facilita y lo abrasa? Este óleo de
alegría, y aceite de suavidad, y fuego abrasador, lo difunde y
enciende en nuestras almas el ejercicio de las tres maneras de
humildad. T rip le y celestial escala que de tramo en tramo, sua­
vemente, nos encumbra en la cúspide suma de la perfección, de

(1) Eph. 3, 19.


(2) N on enim judícavi me scire aliquid ínter vos, nisi Jesum Chri»
stum, et huno crucifixum . 1 Cor., 2, 2,
(3) D íscíte a me quia «litis sum, et humilis corde, et ínvem etis ré­
quiem animabus vestris. M a t, n , 29.
(4) Rivadeneira, V id a de San Ignacio, L ibro V , cap. V I .
352 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO*— DÍA SEXTO

tal manera que los ejercicios precedentes son su preparación,


y los siguientes ejercicios, su remate y complemento (i).
Y esta humildad de que habla San Ignacio, no es una humil­
dad puramente denominativa y analógica, sino la más castiza
y nativa humildad. A s í lo demuestra sólidamente el P . M es-
phler (2): “ Es, en efecto, de la virtud de la humildad de lo que
aquí trata San Ig n a cio ; no hay duda ninguna, protesta el ilus­
tre comentarista. L a esencia de la humildad, según Santo T o ­
más, consiste en una loable sujeción y subordinación de sí mis­
mo (3). L a virtud de la humildad modera el deseo desordenado
de levantarse por encima de lo que uno es en verdad (4) y se
rebaja a sí, primero, por la persuasión íntima de su propia im­
perfección, que hace brotar espontáneamente el deseo de some­
terse y sujetarse a otro, y además por la consideración de la
grandeza infinita de Dios nuestro Señor (5): de donde se colige
que la humildad es la subordinación a Dios y a cualquiera otro
por Dios (ó), ni más ni menos que la entiende San Ignacio en
esta meditación, y así la disposición que trata de crear en nos­
otros no es otra que ese sentimiento de eficaz e íntima humil­
dad, con la que todo se hace llevadero y fácil A

d) Y si esto no bastase, lo comprueba esto mismo palma­


riamente el contexto todo de los ejercicios. L os ejercicios de
la primera semana van enderezados a engendrar en nuestra alma
la .m á s sincera humildad. A s í, la petición de toda la primera
semana, dice San Ignacio:
“ Será dem andar vergüenza y confussión de m y m ism o, viendo
guan tas veces m erescía ser condenada para siem pre” (7). E n Jas
addiciones dice; “ L a segunda, guando me despertare, no dando
lugar a vnos pensam ientos n i a otros, aduertir luego a lo que voy
a contem plar- En el prim er exereitio de la m edia noche, tra y é n ­
dome en confusión de m is tantos pecados, poniendo exem plos; asi
como si v n caballero se h a lla se delante de su rey y de toda su
corte auergonzado y confundido en hauerle m ucho ofendido, de
guien prim ero rescibió m uchos dones y m uchas mercedes; asim is-

(1 ) M e sch ler, h o c loco.


(2) T r e s gra d o s de hum ildad, p. 159.
(3) S . T h o m a , 2.a, 2. ae, i ó i a, ad. 5,
(4) S. Thoma, a. 1, ad. 3; a. 2.
(5) S . T h o m a , a, 2, ad. 3 ; a. 3.
(6) S. Thoma, a. 1, ad. 5. .
(y) P rim e ra sem ana, p rim er e je rc ic io , segundo p reám bu lo. •
('GRADOS DE HUMILDAD 353

m© en el segundo exereicio, haciéndom e peccador grande y en ca­


denado, es .a saber, que voy atado como en cadenas, a parescer
delante del sum o Juez eterno; (trayendo en exemplo cómo los
en carcelad os y encadenados ya dignos de m uerte parescen delan­
te su ju ez tem poral” (1). En el ejercicio segundo añade: "M ira r
quien soy yo dim inuyéndom e por exemplos. M irar toda m y c©~
rrp ptión y feald ad corpórea; m irarm e como vn a llaga y postem a
de donde a n salido tantos pecados y ta n tas m aldades y ponzoña
tan iurpíssíma” (&)..

Los ejercidos de la segunda semana no se limitan tan sólo


«a engendrar en el alma la humildad, por decirlo así, negativa
•de confusión y vergüenza, sino que dan un paso más adelante
en el camino de la humildad, y el ejercitante " haciendo contra
.su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, hará
-•oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo: E ter­
n o Señor .de .todas las cosas, yo hago mi oblación con vuestro
favor y ayuda delante de vuestra infinita bondad, y delante de
vuestra M adre gloriosa y delante de todos los Santos y Santas
-de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determina­
ción deliberada, :SÓlo que sea vuestro mayor servicio y alabanza
■.de imitaros .en pasar todas injurias y todo vituperio y toda po­
breza, así actual .como espiritual, queriéndome vuestra santísima
M ajestad .elegir y recibir en tal vida y estado” (3), E n los ejer­
cicios de l a . encarnación y nacimiento de Jesucristo, el ejerci­
tante se confirm a en la generosa oblación con los ejemplos de
Lumildad de la Sagrada Fam ilia. Y así dice en el .primer punto
•de la segunda contemplación:

" E l prim er pusicto es ver las personas, es a saber, ver a N ues­


tra Señora y a Joseph y a la ancilla y al N iño Jesú después de
ser nascido, haziendom e y o vn pobrecito y esclauMo indigno m i­
rándolos, contem plándolos y seruiéndolos en sus neccesssdades,
como si presente m e "hallase con todo acatam iento y reuerencia
■posIMé®.

E n el ejercicio de dos banderas, cuatro veces repetido, no


-se contenta ya con contemplar y proponer, sino que en triple
y fervoroso coloquio demanda del Señor el ejercitante: " L a
•gracia de que sea recibido debajo de su bandera, y primero en
;suma pobreza espiritual; segundo, en pasar oprobios e injurias

(1) AÜ. segun da.


(2) S e g u n d o e je r c id o , te r c e r punto.
¡(3) D e l 'R ey .tem poral, t e r c e r punto.
354 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

por.m ás en ellas le imitar, sólo que las pueda pasar sin. pecado
de ninguna persona, ni displacer de su divina M ajestad5’ (i).
Y en el ejercicio de los tres binarios, insiste San Ignacio “ aun­
que sea contra la carne” en los mismos tres coloquios de las dos
banderas, corregidos y aumentados con la insinuante nota ya
explicada (2).

e) Y llegamos a la cúspide extrem a de los ejercicios de la


segunda semana, a la crisis suma de la elección, “ a.la ordena­
ción de la vida, sin determinarse por affección alguna que des­
ordenada sea” (3), fin y remate de todos los anteriores ejerci­
cios. San Ignacio en el momento más crítico y decisivo no iba
a cambiar bruscamente el término medio de todos sus anteriores
argumentos, sino que al contrario, urge e insiste con mayor
instancia en el mismo tercio de su anterior argumentación, y
dejando indirectos razonamientos, nos propone expresamente y
de nuevo cuño una genial meditación de las tres maneras de
hum ildad; humildad no ya denominativa y analógica, sino ger­
mana y maciza, que se despierta en el alma en el ejercicio de
los pecados, al calor de “ las lágrimas de confusión y vergüen­
z a ” ; que se vigoriza y crece en la meditación del rey tempo­
ral, con ardorosos deseos y ‘‘ oblaciones de mayor estim a” ; que
se traduce en el ejercicio de las banderas y los binarios, en ge­
nerosas y ardientes súplicas, y que en este ejercicio de las tres
maneras de humildad, no contenta con lágrimas y súplicas y obla­
ciones, asciende más arriba y de tramo en tramo, y de escala
en escala, “ saliens in montibus, transiliens colles” (4), como el
esposo de los cantares, se enaltece y se sublima hasta la mayor
perfección; “ humildad perfectísim a55, cima de la ascética igna­
ciana y de la cristiana perfección, que siendo igual alabanza y
gloria de la divina M ajestad por imitar y parecer más actual­
mente a Cristo nuestro Señor, quiere y elige más pobreza con
Cristo pobre, que riqueza; oprobios con Cristo lleno de ellos,
que honores, y desea más ser estimado por vano y loco por
Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni pru­
dente en este mundo. T a l es el espíritu de San Ignacio, cuando

(1) B e D o s B a n d e ra s, punto tercero , coloquio.


(2) T r e s B in a rlo s , te r c e r coloquio.
(3) T ít u lo de los e je rcicio s.
(4) C a n t., 2, 8.
GRADOS DE HUMILDAD 3 55

en la nota tercera del día duodécimo nos encarece que “ apro­


vecha mucho advertir y considerar en las tres maneras de humil­
d ad ” , y cuando en la regla once del sumario de las constitucio­
nes, que no es otra cosa, que la pública y solemne protestación
de este ejercicio, con mayor énfasis y encarecimiento todavía,
como fundador y primer general de la Compañía de Jesús, orde­
na y encomienda a todos sus h ijos;
«Que es m ucha de advertir, encareciendo y ponderándolo de­
lan te de nuestro Criador y Señor, en cuánto grado ayuda y apro­
vech a a la vida espiritual, aborrecer en todo y no en parte cuanto
el m undo am a y abraza, y adm itir y desear con todas las fuerzas
posibles cuan to Cristo nuestro Señor h a am ado y abrazado. Como
los m undanos que siguen al mundo am an y buscan eon tan ta
diligencia honores, fam a y estim ación de m ucho nom bre en la
tierra como el m undo les enseña, así los que van en espíritu y
siguen de veras a Cristo nuestro Señor, am an y desean inten sa­
m ente todo lo contrario; es a saber, vestirse de la m ism a vestidura
y librea de su Señor, por su debido am or y reverencia, tanto que
de donde a la su divina M ajestad no la fuese ofensa alguna, n i
al prójim o im putado a pecado, deseen pasar injurias, falsos testi­
monios, a fre n ta s y ser tenidos y estim ados por locos, no dando
ellos ocasión algu na de ello, por desear parecer e im itar en alguna,
m anera a nuestro Criador y Señor Jesucristo, vistiéndose de su
vestidura y librea, pues la vistió él por nuestro m ayor provecho
espiritual, dándonos ejem plo que en todas cosas a nosotros posi­
bles, m ediante su divina gracia, le queramos im itar y seguir como
sea la vía que lleva a los hombres a la vida ” (1).

“ Aprovecha mucho considerar y advertir” . San Ignacio pro­


pone este ejercicio, lo mismo que el principio y fundamento de
que es la última consecuencia, en form a de consideración, “ y
en ellas considerando a ratos durante el día” (2), y esto es muy
conveniente para que con este cordial y continuo refrigerio se
reanime el alma durante la crisis peligrosa de la elección (3),
pero más comúnmente suele proponerse este ejercicio en form a
de meditación, conform e a la misma mente de San Ignacio, que
repite dos veces en las anotaciones: “ Asim ism o haciendo los
coloquios según adelante se dirá” (4). “ M ucho aprovecha hacer.,
los tres coloquios de los binarios ya dichos” (5).

(1) E x ., c, 4, n. .44.
{2) Nota tercera del día 12.
(3) Direct, X X IX , 8.
(4) N ota tercera del día 12.
(5) T res maneras de humildad. Nota.
.*? 1
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

“ Aprovecha mucho considerar 3- advertir en las siguientes


tres maneras de humildad” .

f) '‘ Estas tres maneras son juntamente tres grados de


hum ildad7’ . Son tres maneras, es decir, tres especies de un géne-
so supremo de humildad. L a primera manera de humildad, asi
se humilla y se baja, que no es en deliberar de cometer un peca­
do mortal. L a segunda manera de humildad, así se humilla y se
baja, que no es en deliberar de cometer un pecado venial, ni se
afecta en igual gloria del Señor, por criatura alguna. L a ter­
cera manera de humildad, así se humilla y se baja, que inclu­
yendo la primera y la segunda, siendo igual gloria de Dios, elige
más pobreza que riqueza, oprobios que honores, ser estimado
por vano y loco más que por sabio ni prudente en este mundo,
por parecer e imitar a Cristo nuestro Señor.
“ S on estas tres maneras, juntamente, tres grados de humil­
dad subordinados entre sí en relación de positivo, comparativo
y s u p e r l a t i v o Y así dice San Ignacio: “ L a primera manera
de humildad es necesaria para la salud eterna, L a segunda es
más perfecta que la primera. La tercera- es humildad perfec-
fisima ” .
L a prim era es humildad de los incipientes, la segunda de los
proficientes, la tercera de los perfectos.
L a prim era humildad evita el pecado mortal, la segunda
■evita el pecado venial, la tercera abraza toda perfección.
L a primera humildad cierra el infierno; la segunda, fran ­
quea el cíe lo ; la tercera, ni teme el infierno, ni reclama el cielo,
sino que lucha sin exigir salario y vence sin reclamar galardón.
L a primera humildad es obediencia; la segunda, indiferen­
cia ; la tercera, ni es obediencia, porque no hay precepto, ni
indiferencia, porque se precipita con vehemente inclinación, sino
que es caridad y amor y fuego abrasador.
L a prim era humildad es prudencia; la segunda, sabiduría;
la tercera, ni prudencia ni terrena sabiduría, sino que es a los
judíos escándalo, a los griegos estulticia, a los llamados de Dios,
griegos y judíos, Christum Dei virtutem et D ei sapientiam (t).
L a primera hum ildad' sufre la humillación con pesadumbre;
la segunda, la tolera con igu ald ad ; la tercera, no ya sólo la tole-

(1) 1 Cor., 1, 24,


GFADOS DE HUMILDAD 357

ra y sufre, sino que se alegra, y la humillación es su gloria


y su cielo la Cruz del Redentor.
La primera humildad es más to sca ; la segunda, más per­
fecta; pero ambas son de una misma cantera derivadas y con
semejante artificio fabricadas. L a cantera común de que se
derivan, es el principio y fundamento, sillar sólido e inconcuso,
pero a donde puede llegar la humana sensatez. El artificio se­
mejante con que se deriva, es el artificio del humano razona­
miento, que, supuesto el primer eslabón del principio y funda­
mento, de premisa en premisa y consecuencia en consecuencia,
con lógica incontrastable, nos conduce desde el primero has­
ta el segundo grado de humildad, consecuencia práctica y
extrema del principio y fundamento que los antiguos filósofos,
si no la cumplieron, al menos en alguna manera, la simularon
cumplir, límite y frontera del buen sentido y humana pruden­
cia, que no es dado al hombre por solas sus fuerzas franquear.
“ L a lógica empuja hasta la segunda manera de humildad, pero
no más lejos. L o demás está fuera del alcance del principio y
por tanto la consecuencia no se extiende a ello. L a razón no
pasa de la segunda manera de humildad” (i).
g) L a tercera manera de humildad no es cíe la misma es­
pecie, sino diversa, y constituye por sí sola un género supremo
de hum ildad ; porque no es tan sólo negativa, como las dos pri­
meras, que se limitan a no pecar, sino que es eminentemente
positiva y aspira a toda p erfecció n ; no es tan sólo de resis­
tencia, como las dos primeras, que se contentan con la indife­
rencia de la voluntad, sino que acomete las acciones más arduas
y emprende las empresas más heroicas; no procede del mismo
principio ni se deriva con el mismo m étodo: porque el principio
de que procede, no es “ el fin del hom bre” , fundamento de la
primera semana, principio sólido y consistente, pero donde no
se habla todavía de Jesucristo, y a donde puede llegar la lumbre
de la razón; sino el reino de Cristo, dogma exclusivamente
divino y sobrenatural fundamento de la segunda semana y de
toda la cristiana revelación (2). Y esta es doctrina del Padre
Roothaan (3).
( í ) P o n le v o y , p. 223.
(2) F un d am en tu m enim aliud nem o potest ponere praeter icl quod
positum est, quod est C h ristu s Jesús. 1 C o r., 3, 11.
(3) N ú m e ro 174, nota q u in ta: “ E x dictis patet quantum íiaec contení-
35S EJERCICIOS DE SAN IGNACIO. — DÍA SEXTO

Y si es otro el principio de que la tercera manera de humil­


dad dimana, es también diverso el artificio y lógica con que se
d e r iv a ; lógica del amor divino que “ hace ligero todo lo pesado” ,
y lleva con igualdad tocio lo desigual; que lleva la carga sin
carga, y hace dulce y sabroso todo lo a m argo; que lo da todo
por tocio, y todo lo tiene en to d o ; que no guarda modo, mas
se enardece sobre todo m o d o; que desea más de lo que puede,
que cree que todo lo puede, y ejecuta muchas cosas en las cua­
les el que no ama, desfallece y cae (i).
Lógica ardiente de la caridad abrasada, que no se atiene a
las normas aristotélicas ni a los preceptos silogísticos; que no
se sujeta a las reglas de la dialéctica ni a los dictámenes de la
prudencia; que no reconoce más cánones ni más leyes que “ la
interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe
e imprime en los corazones” (2).
Y hechas estas consideraciones de conjunto, a que nos da
margen la nota preliminar del Santo Padre, vamos a proceder
al ejercicio de las tres maneras de humildad, en form a de me­
ditación, conform e a la manera más frecuentemente acostum­
brada de los comentadores. Y puesto que este ejercicio, lo mis­
mo que el de los binarios, es continuación y complemento del
ejercicio de las dos banderas, y que San Ignacio nos repite que
han de ser los mismos coloquios (3), nos parece más conform e
a la mente ignaciana que sean también los mismos los preludios.
A s í que en vez de fo rjar nuevos preludios, como lo hacen no
pocos expositores (4), creemos preferible con D iertins (5), ate-
p la íio de regn o C h ris ti, quae velutí alteru m ets E x e r c ítío r u m sp irítualiu m
fu n d a m en ta ra , quantum , inquam , hses superaddat ad ea, quae e x prim o
e t u n ive rsa l! fu n d am en to consequuntur. Ibí enim term m u s, in quo sistitu r,
e st in d iffe re n tia ad q u aevis, sive g r a ta n aturae sive in gra ta. H ic autem
e st m a jo r in clin a d o ad om nia quae naturae C ontraria s in t ” . “ T e r tiu s h íc
tnodus h u m iiitatís ñeque in d iffe re n tia ñeque im p ugn ation e rebellion ís con -
ten tu s est, sed om n íno in óm nibus a g ere co n tra n atu rae in clin atio n em
do cet idque puré o b ra a jo rem C h ris ti im ítation em ac sim ílitudinem . Ita q u e
castissim u m co n tin et am orem C h ris ti re g is et in h oc am o re totu s fu n d atu r,
a c m ir ific e cohseret cum e x e rc itío de regn o C h ris ti, quod e st v e lu ti fu n ­
d am en tan ! e x e rcitio ru m post prim am h ebd o m ad am ” , 226, n. 77.
(1 ) Im ita ció n de C ris to , lib ro I I I , cap. V .
(2) P r o e m .,, C o n s., n. 1.
(3) T e r c e r a n ota del d ía 12. N o ta de tres m an eras de hum ildad.
(4) L o n g a y e , D u ra n d , M a n resa , P e tid ie r, etc.
(5) P r á c tic a de lo s e je rcicio s, segun da sem ana, L X X V I I y M e sc h ­
le r , p ág . 397.
TEES MANERAS DE HUMILDAD
359
nernos a los preámbulos de las dos banderas, sin retocar de
nuestra pobre mano el cuadro de la consideración ignaciana.
Antes de entrar en la exposición, aduciremos previamente,
según acostumbramos, el texto autógrafo de San Ignacio (6).
“ Primera humildad. La primera manera de humildad es ne-
eessaria para la salud eterna, es a saber, que así mé baxe y así
sne humille, quanto en m y sea posible, para que en todo obedesca
a la ley de Dios nuestro Señor, de tal suerte, que aunque me hizie-
sen señor de todas las cosas criadas en este mundo, ny por la pro­
pia vida temporal, no sea en deliberar de quebrantar vn m an­
damiento quier diurno, quier humano, que me obligue a peccado
mortal.
Segunda humildad. L a segunda es más perfecta humildad que
la primera, es a saber, si yo me hallo en tal puncto que no quiero
ny me afecto más a tener rriqueza que pobreza, a querer honor
que deshonor, a desear vida larga que corta, siendo ygual seruicio
de Dios nuestro Señor, y salud de my ánima: y con esta, que por
todo lo criado, ny porque 1a vida m e quitasen, no sea en deliberar
de hazer un pecado venial.
Tercera humildad. La tercera es humildad perfectíssíma, es a
saber, quando incluyendo la primera y segunda, siendo ygual ala­
banza y gloria de la diuina Maiestad, por ymitar y parescer más
actualmente a Xpo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza
con Xpo pobre, que rriqueza; opprobrios con Xpo lleno dellos
que honores; y desear más de ser estimado por vano y loco por
Xpo, que primero fué tenido por tal, que por sabio ny prudente
de este mundo.
Nota. Assí para quien desea alcanzar esta tercera humildad
mucho aprouecha hazer los tres colloquios de los binarios ya
dichos, pidiendo que el Señor muestro le quiera elegir en esta
tercera mayor y mejor humildad, para más le ymitar y seruir si
ygual o mayor seruicio y alabanza fuere a la su diuina Maiestad” .

ü eiiteeira de t e s maneras i® humildad


“ La sólita oración preparatoria” ,
“ El primer preámbulo será aquí cómo Xpo llama y quiere
a todos debas© de su bandera” .
“ El segundo, composición, viendo el lugar: será aquí ver vn
gran campo de toda aquella región de Hierusalén, a donde el Sumo
Capitán general de Sos buenos es Xpo nuestro Señor” .
“ El tercero, demandar lo que quiero: y será aquí pedir conos»
cimiento de la vida verdadera, que muestra el summo y verda­
dero Capitán y gratia para le im itar” .

(ó) A u tó g ra fo , p. 3Ó8,
3óo EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA SEXTO-

P U N T O P R IM E R O
I® gsfiwB®rs.-iM«ist©r«i.íSe , la y s ó l i t o !

“ L a prim era m anera de hum ildad es necessaria p ara la salud:


eterna, es a saber, que así m e baxe y así me hum ille, quanto e »
m y sea posible, p a ra que en 4odo obedesca a la ley de D ios nuestro'
Señor, y de ta l suerte, que aunque m e hiziesen señor de todas
las cosas criadas en este mundo, ny por la propia vida temporal^
no sea en deliberar de quebrantar vn m andam iento, quier diurno,,
quier hum ano, que m e obligue a peccado m ortal” .

a) L a primera manera de humildad. Santo Tom ás distingue,


siguiendo a San Benito, doce grados de humildad (i). San A n ­
selmo y San Bernardo, siete (2). San Ignacio, tres, y esto; dice
el P . Suárez, muy hábilmente al fin de la elección, que depende
en gran manera, de que nuestro afecto esté más o menos rendido
a Dios y abstraído de las criaturas (3),
Antes de especificar estos tres grados, vamos a declarar- bre-
vísimamente el concepto general de- humildad, que es común a.
todos ellos.
“ L a humildad, dice San Bernardo, es la virtud por la que-
consiguientemente a su verísim o conocimiento, se rebaja eí hom­
bre a sus propios ojos. D e aquí se deduce que el conocimiento1
propio es el fundamento de ía humildad. Este conocimiento se-
adquiere al reconocer el hombre, en la presencia de D ios y de
los ángeles, su pequenez de cuerpo y alma, su ignorancia y mala
inclinación, su pereza para el bien, y apegamiento a lo caduco;
cuán, liviano e inconstante, cuán lábil al pecado y rodeado d e

(1) 2«*-2.ae quaest, 161, a. 6.


(2) S a n A n selm ., XJb. de Sim ü itu dim bus. S . B e r. Sten ten tiae, ad'
finem.
(3) R e cte potuít d istin g u ere sanctus Ig n a tiu s tres grad u s h u m ilita tis e x ­
trib u s m odís contem nendi seipsum et suam vo lu n ta te m et tem p o ra lia ro m -
m oda, s ciü ce t v e l quantum n ecesse est ad servan d a rig o ro s a p ra ece p ta veí'
vita n d as ’ ven iales culp as, v e l quantum c o n fe r t ad m a jo re m D e i im ita-
tion em . D is t in x it san ctus Ig n a tiu s grad u s h u m ilitatis quoad in terio ren !
a ffe c tu m , p ro u t p o test esse m a g is v e l m ínus p e r f e c t a s ; quia eatn d istin -
ctio n e m sdíutn p raem ittebat a d electíonem facíen d am , quae m á x im e pendet
a b a ff e c t u m agis v e l m inus su b jecto D e o et ab stracto a rebus tém p o ra -
libus. S u a r e z de re lig . S . J . L ib r o 9, c-5, 24-25. C f . D íe rtin s, to m o i A
p . 163-169.
TEES MANERAS DE HUMILDAD

miserias, cuán ingrato con Dios, como quien de sí nada es, nada
tiene, nada puede, sino que todo y siempre depende de Dios, cual
la imagen del objeto, el peso de la mano» la lumbre del sol, la-
sombra del cuerpo, y que sin el asiduo concurso del Señor, vol­
veríamos de muevo a nuestra nada.
Y este conocimiento tiene que procurarse en el acatamiento
del Señor, porque a los resplandores de aquella lumbre verací­
sima, al decir de San Bernardo, se conoce el hombre con clari­
dad, y se discierne sin engaño, como si alguien se expusiera a.
la claridad solar, reconociera clarísimamente todas las lacras de-
su cuerpo (x).
Sí la humildad supone el conocimiento propio, y el conoci­
miento propio presupone el conocimiento de Dios, y si al conoci­
miento propio sigue la humildad, y al conocimiento de D ios la
caridad, dedúcese de aquí que la humildad y la caridad son vir­
tudes conjuntísimas, y con cuánta razón exclama el doctor de
la gracia, San A g u s tín ; Conózcate a ti, y conózcame a mí, p a r a .
que te ame a ti y me desprecie a mí (2), y con cuánta eficacia-,
y suavidad San Ignacio, por la triple y mística escalá de las tres
maneras de humildad, se eleva del conocimiento práctico' de
nuestra nada al fastigio y extrem a cumbre de la más sublime y '
abrasada caridad.

(1) D . B ern ard u s (D e g ra d ib u s hu m ilitatis, in principio). “ H um ilitas-.


est v irtu s qua quis ve rissim a sui co gn itio n e sibi ipsi v ile s c it ” . E x quibus
patet bu m ilitatem supponere co gn itio n em suam, id est suae im p erfectío n ís,
suiq ue d efectu s. H a e c sui co gn itio co m p aratu r, dum quis se co ram D e o et-
a n g elis constituens con síderat q u alis sit tum anim o, tum co rp o re : Q uam -
ign o ran s, quam ad m alum pronus, ad bonum lentus et infirm us, quam
rebu s in íim ís addictus, quam íev is et in sta b ilis: Q uan tis peccatis obnoxíus,
q uan tis m iseríis su b jectu s, quam in D e u m in g ra tu s ; p ra eterea e x se n ihíl
boni habere, nihil posse, n ihíl e s s e ; sua om nia assidue a d iv in a bonitate-
p en d ere; sicut im a g o in sp eculo pendet ab o b jecto , sicut pondus suspen-
sum in a ere pendet a m anu íe n e n t is ; sicut lum en a solé et sicu t tim bra
a c o rp o re : D en iqu e sine assidu o D e i in flu x u se in nihilum ruere. D Í x i ‘
co ra m D e o hanc con síderationem fa c ie n d a m ; “ quia ad illu m lum en v e ri-
la tís contitutus hom o seipsum et síne d issim ulation e in sp ícit e t sine p al--
p atione d íju d ica t ut inquit D . B e rn a rd u s serm . 42, in C an tíc., n. 6. S icu t
ut quis naevos om nes sui co rp o rís p ersp ectos habeat seipsum solí exponifcr
u t in eju s lum ine om nia detegan tu r. W irceb u rg e n se s, 8-179.
i'?'' N overim te et noverim me, u t amem te et contemnam me. C f..
W irce b u rg e n se s, 8-181.
3 Ó2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

b) L a primera manera de humildad, dice, es necesaria para


la salud eterna.— Esta doctrina es conforme a la E scritura: Sin
la fe es imposible agradar a Dios (i), dice San P a b lo ; ahora
bien, la fe, según el mismo apóstol, presupone nuestro humilde
rendimiento (2); por consiguiente, la humildad es necesaria
para la salud eterna.
Sin la obediencia de los mandamientos, es imposible sal­
varse (3); ahora bien, la obediencia presupone, al decir de Santo
lo m a s (4), la demisión del ánimo, en que consiste esencial­
mente la humildad; por consiguiente, la humildad es necesaria
para la salud eterna.
Sin la penitencia, es imposible salvarse (5); ahora bien, la
penitencia consiste en el humilde dolor y detestación del peca­
d o ; por consiguiente, la humildad es necesaria para la salud
eterna. .
Y a todos sin limitación nos impuso el Salvador el precepto
de la humildad, de una -manera bien gráfica y expresiva. D is­
putaban ios apóstoles sus primacías y preeminencias en el Reino
de los cielos. Y el Señor toma un niño, lo pone en medio de ellos
y les dice: Si no os convirtiereis y os hicieres como niños, no
entraréis en el Reino de los cielos (ó). Plástica confirm ación de
aquella humilde protesta que poco antes habían escuchado de sus
divinales labios: “ Confiésate, oh Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque escondiste estas cosas a los prudentes y a los sa­
bios y las revolaste a los párvulos” (7).
L a primera manera de humildad es necesaria para la salud
eterna; es a saber, que así me baje y así me humille cuanto en
mí sea posible para que en todo obedezca a la ley de D ios nues­
tro Señor.
Se trata solamente de la humildad necesaria para salvarse;
nada de oprobios, injurias, obras de supererogación, práctica de

(1) Sine fide autem impossibite est placeré D eo. H aeb., 11, 6.
h) In captivitatem redigentes omnem intellectum in obsequium Chris-
ti. I I , C or.. X . 5.
(3) Si autem vis ad vitam ingredí, serva m andata. M a t., 19, 17.
(4) S. T h om ., 2.a~2.ae q. 161, a. 1, ad. 5.
(5) N isi paenitentiam habueritis omnes sim iíiter períbitis. Luc,, 13, 3.
(6) N is i co n ve rsi fu e ritis et e ffic ia m im sícut p arvu lí, non en trabitis
in regnum coelorum . M at., 18, 3.
(7) M a t,, 1 1 , 26.
TRES MANERAS DE HUMILDAD

los consejos evangélicos, nada de esto; esta manera de humildad


es compatible con las riquezas, con lo s honores, el fausto y la
ostentación; pero no obstante ser tan tosca e im perfecta humil­
dad, incluye en sí, como más adelante veremos, muy grande per­
fección (i).
Se trata solamente de una consecuencia obvia y práctica de
la primera parte del principio y fundam ento; que así me abaje
y humille, que alabe y haga reverencia y sirva a Dios, nuestro
Señor; que así me abaje y humille, que use de las criaturas en
cuanto me conduzcan al fin, y me abstenga de ellas en cuanto
me aparten de é l ; que así me abaje y humille, que rinda mi en­
tendimiento a la divina revelación; que así me abaje y humille,
que obedezcan mis obras a los mandamientos del S eñ or; que así
me abaje y humille, que me duela y arrepienta de mis pecados;
que así me abaje y humille, en una palabra, cuanto sea necesa­
rio, para cumplir el fin para que fuí criado: UY mediante esto,
salvar mi ánima” .

c) Que así me baxe y así me humille, cuanto en mí sea


possible.
Este inciso “ cuanto en mí sea posible” , dice ponlevoy (2),
puede tener dos sentid os: uno absoluto, que me humille “ todo
cuanto más pueda sin temor de pecar por exceso, antes por de­
fecto” ; otro relativo, que así comúnmente lo interpretan los co­
mentaristas (3), es a saber,“ que me humille cuanto pueda, cuan­
to alcancen mis fuerzas” .
Si se tratara de evitar el pecado actual, dice el Padre Root-
haan (4), este inciso redundaría. Ninguno está necesitado a pe­
car, “ fiel es Dios que no consiente que seamos tentados sobre
nuestras fu erzas” (5); pero no se trata de esto, sino de una dis­
posición habitual, de un propósito firm e, ferviente: “ para que
en todo obedezca a la ley de Dios, de tal suerte que no sea en
deliberar, de quebrantar un mandamiento que me obligue a pe­
cado m ortal” . Y si el propósito sacramental no exige la certi­
dumbre de la perseverancia; si su firm eza no excluye la previ­

(1) E u ccero n i, p, 346.


(2) P., 228.
(3) R o o th ., n. 7 5 ; M ercier, 2 7 4 ; Denis, 3-120; D u ran t, 360, etc.
(4) N. 7 5 -
(5) I, C o r., 10, 13.
3^4 EJERCICIOS DE. SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO-.

sión de la recaída; si es imprudente enumerar al penitente pro­


lijam ente todas sus d ificu lta d e s .(i); sí tenemos conocimiento de
la humana inconstancia, y experiencia de nuestra propia labili­
dad, ¿no sería linaje de jactancia protestar por mí y ante mi,
hado de mis propias fuerzas, para la vida to d a -y la misma,
muerte, protestar, digo, solemnemente en la presencia del Señor
y de sus ángeles, de no ser "en deliberar de quebrantar-un man­
damiento, quier divino, quier humano, que me obligue a pecado-
m ortal” , ni en la vida ni en la muerte, ni en los halagos más-
embriagadores de la seducción, ni en los sufrimientos más exp­
irem os del m artirio? H e aquí por qué San Ignacio, ai tratar
del primer grado de humildad, procede humildemente: “ cuanta
en mí sea posible” , y con temerosa caución nos remite del co­
nocimiento de nuestra debilidad a la confianza en la misericor­
dia del. Señor..
Este propósito es firm e “ aunque me hiciesen señor de todas■
las cosas criadas, ni por la propia vida” . E s eficaz, que “ no sea
en deliberar de quebrantar un mandamiento” . E s universal,,
“ para que en todo obedezca a la ley de Dios N uestro Señor.” ..
Y para comprender en breves términos la gama toda de las-, más*
contrarias dificultades, San Ignacio propone al ejercitante lo s;
dos más opuestos y dificultosos extrem os: el señorío del mun­
do y la pérdida de la vida tem poral; y el ejercitante, sin incli­
nar a la diestra ni a la siniestra, sin amar los honores ni tem er’
la muerte, persevera firme y constante en su generoso propósito;,
sin que “ sea en deliberar de quebrantar un mandamiento, quier
divino, quier humano, que le obligue a pecado mortal” .
Decíamos que este primer grado de humildad, con ser et
menos perfecto, incluye en sí gran perfección. ¿N o incluye en*
sí grande perfección resistir los halagos de la sensualidad, re­
nunciar el señorío de la tierra, derram ar la sangre por Jesucris­
to? Pues toda esta perfección incluye el primer grado de hu*~
unidad.

d) Cierto que va mucho del dicho al h ech o; que cuando sej


viene a las inmediatas, abruman las d ificu ltad es; que la firm eza
del propósito no excluye la inconstancia de nuestra naturaleza;*
todo esto es cie rto ; pero también es cierto que los que se hacetB

(i) Lehm kuhl, 11-5 ; Genicot, II -2 8 1 ; A rre g u i, 582.


TR ES MANERAS DE HUMILDAD 3Ó5

•violencia, arrebatan el reino de los cielos (1 ); que los que oran


y velan, no incurren en la tentación (2); que los que hacen vida
-de confesores, son los más seguros candidatos de la corona de
los mártires (3). ¿ N o nos confirm a esta misma doctrina la his­
toria de los Santos? ¿N o se prepararon para el martirio? ¿ N o
lo grabaron en su corazón? ¿N o fué su idea fija, su ilusión do­
rada, su asidua oración? Fiados de su propósito y de su Dios,
.¿no buscaron la muerte? ¿N o desafiaron las hogueras? ¿N o
-despreciaron los tiranos? ¿N o se arrullaron a los mugidos de
dos leopardos, ebrios de su propia sangre, gozosos en el desga­
rramiento de sus visceras y el quebrantamiento de sus huesos?
D íganlo las Ineses, las Eulalias, los Ciprianos de Cartago ,e Ig ­
nacios de .Antioquía.
N uestro.m ism o Salvador, Jesucristo, profesó en cierto modo,
-de una manera eminente, este primer grado de humildad, no ya
;por el propio dolor de las propias culpas, que ni pecó m pudo
pecar (4), .sino por el propósito de expiar las ajenas culpas, y
■de satisfacer por nuestros pecados.
L a idea de la pasión grabó en su pensam iento; la idea de
la pasión acarició, como hacecillo de mirra, en su pecho; la idea
'-de la pasión constituyó el tema favorito de sus conversaciones;
y la pasión disponía, y la pasión meditaba, y la pasión anhelaba
en asiduas y encendidas aspiraciones, y sus divinales labios re­
petían : “ M i alimento es hacer la- voluntad del que me envió” (5).
' “ ¿ N o he de beber él calis q%ie me dió mi P a d re?” (6)* “ Con bau­
tism o he de ser bautizado y cómo me congojo hasta consumar­
l o ” (y), “ Con deseo, deseo comer esta pascua con vosotros” (8).
“ Padre, Padre, todas las cosas te son posibles; pase de mí este
■cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (9).
(1) V io le n ti rap íun t ilíud. M a t., n , 12.
(2) V ig ila t e , et o ra te u t non ín tretis in ten tatíonem . M aro., 14, 38.
(3) L o n g a je , -p. 378,
(4) T en tatu m . autem p er om nia p ro sim ilitu dine, afosque peccato.
<(Haebr,, 4, 15),
($) M e u s cíbu s e st u t ta cia m vo íu n tatem e ju s qui m isit me. Joan,
■Ai 3 4 - ^
(Ó) Caficem quem dedit mihi pater, non foibam illum; Joan, 18, ti .
(7) B a p tism o autem habeo b a p tíz a r i: et quom odo c o a rc to r usque dum
p e r fic ia tu r . L u c ., 12, 50.
(8) D e s id e rio desi'deravi h o c pascba m an d u care vo b is cum , L u c ., 22, 15.
(9) A b b a P a te r , om n ia tibí p o ssib iíia su n t: t r a n s fe r ca íícem hu nc a
rme, sed non quo'd ego vo ío , sed quod tu. M a rc ., 14, 36.
366 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.-— -DÍA SEXTO

N o me exigirá el Señor la cruz de su pasión, no me exigirá


el Señor el sufrim iento del martirio, el sacrificio de mi vida,
la renuncia del señorío universal de la tierra; nada de esto me
exigirá, aunque a todo he de estar dispuesto “ cuanto en mí sea
posible” -; cosas más pequeñas me ha. exigido que 110 he practi­
cado; cosas más pequeñas me reclama que quiero a toda costá
practicar. L a fuga de las ocasiones peligrosas, el desprecio de los
humanos respetos, el vencimiento de mi pasión dominante, la
m ortificación de mi sensualidad, la frecuencia de los santos sa­
cramentos, la asiduidad de la oración, el recurso y devoción
filial de la Santísima V irg e n ; y si el Señor me exigiera, cosas
m ayores: Quid adhuc mihí deestf (i). Y o quiero salvar mi alma.
Y aunque me hiciesen señor de todas las cosas criadas, ni por
la propia vida, no he de ser en deliberar de quebrantar un man­
damiento qüe me obligue a pecado mortal. A ntes morir que pe­
car. Cuanto en mí sea posible, oh Señor, yo quiero hacerlo todo,
sufrirlo todo, sacrificarlo todo, antes que perder tu gracia. D o ­
mine, tu omnia n o sti(2). Señor, tú conoces la sinceridad de mis
propósitos. Conserva eternamente este afecto (3).

PU N TO SEGU N DO

" L a segunda es m ás perfecta hum ildad que la prim era; es a


saber, si yo m e hallo en ta l puncto que no quiero n y me afecto
m ás a tener r riqueza que pobreza; a querer honor que deshonor;
a desear "vida larga que corta, siendo yguai seruicio de D ios nues­
tro Señor y salud de m y ánim a: y con esto, que por todo lo
criado, n y porque la vida me quitasen, no sea en deliberar de
hazer un peccado ve n ia l” .

a) “ L a segunda es más perfecta humildad que la primera” -


E s el segundo tramo de la escala espiritual, es el reducto inter­
medio de la ignaciana fortaleza, en cuyo tercero y último ba­
luarte ondea al viento la bandera soberana de la m ayor gloria
de Dios,

(1) M a t., 19, 20.


(2) Joan., 2 1, 17.
(3) C u sto d í in seternum h an c voíu ntatem . P a ra lip ., 29, 18.
TRES MANERAS DE HUMILDAD

“ Es a saber, si yo me hallo en tal puncto, que no quiero ny


me afecto más a tener rriquezas que pobrera; a querer honor que
deshonor; a desear vida larga que corta, siendo ygual seruicio
de Dios nuestro Señor” .

A sí como dijim os'que la primera manera de humildad, era


la aplicación práctica de la primera parte del “ principio' y fu n ­
damento” , así la segunda manera de humildad es la aplicación
práctica de la segunda; para convencerse de ello, basta confron­
tar ambos textos, que casi literalmente se corresponden. L a di­
ferencia consiste, en que lo que allí era consecuencia, aquí es
principio; lo que allí era la meta, aquí es la partida; lo que
allí era el temido baluarte, que había a toda costa que ren­
dir, aquí es la conquistada fortaleza, centro de nuevas y más
gloriosas conquistas (i).
Este grado de humildad lo integran dos elem entos: la indi­
ferencia de las criaturas y la exclusión del pecado venial; pero
esta duplicidad es más bien aparente que real, porque el primer
elemento es la razón del segundo; el segundo, a su vez, conse­
cuencia del primero, y ambos se basan en el mismo fundamen­
to común de la humildad; como si dijera: Si sois verdadera­
mente humildes, es decir, nada en el acatamiento del Señor,
tendréis en nada vuestra afición desordenada, os guiaréis en
todo por la divina voluntad, y por consiguiente, en igual ser­
vicio del Señor, faltos del impulso de vuestras operaciones, per­
maneceréis indiferentes; ahora bien, sí permanecéis indiferen­
tes, no seréis en deliberar de cometer un pecado venial. Esta
últim a consecuencia es clara: L a raíz del pecado venial es la
añción desordenada; la indiferencia desarraiga esta raíz, por
consiguiente, dispositivamente nos constituye en cierto linaje
de impecabilidad (2).

b) E sta indiferencia tiene que ser ‘universal: “ Q ue no quie­


ro, ni me afecto más a tener riqueza que pobreza; a querer
honor que deshonor; a desear vida larga que corta, siendo igual
servicio de Dios nuestro Señ or” . San Ignacio, lo mismo que
hizo en la primera manera de humildad, para .-.comprender en

(1) C ñ P o n le v o y , p. 229; F e rru so ía , p. 3 70 ; L eg a u d ie r, I Í I - 6 ; T r in -


k e l, I I ; D ie s tr e c e ; n. 9 9 ; D en is, I I I , p, ó ; M e.rd er, pT 273.
(2) B u ccero n i, 349; D en is, I I I - 1 5 ; M e rc ie r, 2 7 5 ; D u ra n t, 362; L o n -
g a y e , 379.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

breve toda la universalidad de la indiferencia, exige ios extre­


maos más dificultosos: L a pobreza, el deshonor, la m uerte; y
para declarar la amplitud ilimitada de nuestros generosos p ro­
pósitos, nos remite a la medida sin medida de la vomntad divi­
na, al piélago insondable de la gloria del Señor, por manera
que en la alternativa de menor gloria de Dios, he de abstenerme
de la cria tu ra ; en el caso de mayor gloria de Dios, he de abra­
zarla a la criatura, y en igual servicio de su divina M ajestad,
sin abstenerme ni abrazarme a la criatura, falto del impulso
universal de mis operaciones, he de suspender toda inclinación
■de mi voluntad.
E sta indiferencia tiene que ser firme: “ Y con esto, que por
todo lo criado, ni porque la vida me quitasen no sea en delibe~
.rar de hacer un pecado venial” . A quí conviene distinguir, como
lo hicimos en la primera manera de humildad, entre el acto y
.la disposición. E l acto es siempre libre, nunca estamos1 necesi­
tados a pecar venialmente, en ningún acto particular; pero sin
_un privilegio extraordinario, cual le fué concedido a la Santí­
s im a V irgen, no podemos evitar todos los pecados veniales (*)•
E sta imposibilidad moral no excluye la disposición generosa de
■que “ por todo lo criado ni porque la vida me quitasen no sea
en deliberar de hacer un pecado venial''’ ; no corresponderán
.siempre las obras a mis deseos, desmentirá algunas veces la prác­
tica a la teoría, pero estas caídas accidentadas no menoscabarán
da firm eza del propósito, porque, la excepción confirm a la regla,
alguno que otro tropiezo, entorpece tan sólo la marcha sin des­
viarnos de nuestro camino (2).
c) E ste segundo grado, más todavía que el primero, presu­
p o n e aquella humilde salvedad “ cuanto en mí sea possíble” , que
San Ignacio omite, porque, como dice a otro propósito, “ supo­
ne que tenemos entendimiento” (3). “ L a humildad es la base, la
diumildad la caución, la humildad el coronamiento de este se­
c u n d o grado de perfección.
D e lo dicho se deduce la grandísima perfección de esta se­
c u n d a manera de humildad, extrem a consecuencia del principio
;y fundamento, que 110 reconoce en las criaturas más razón que

(1) C f . B e r a z a .^ D e g r a d a , p. 257.
(2) C f . M e rc ie r, 2 7 1 ; P o n le v o y , 231.
‘ {3) M isterio s, p rim e ra . a parició n .
:TRJ5S MANERAS DE HUMILDAD

.la razón de medio, ni más norma de nuestras acciones que la


.divina voluntad, en las culpas mortales como en las veniales,
en lo grande como en lo pequeño, “ por todo lo criado ni porque
l a vida me quitasen” , dispuesto el ánimo a afrontar de buen
.grado los mayores sacrificios por las faltas más livianas, y los
más acerbos sufrimientos por las más pequeñas culpas. Hum ü-
,dad perfectísim a, que en igual servicio de Dios, tolera la injus­
ticia, enmudece al calumniador, sobrelleva sin remedios exqui­
sitos la enfermedad, en nada se guía por el gusto y su capri­
c h o , sino que pide y desea que se cumpla siempre y en todo la
■divina voluntad (i). Hum ildad perfectísim a que constituye al
..hombre en cierta especie de visión anticipada, en cierto linaje de
.bienaventuranza, la bienaventuranza deí sermón del monte (2),
la visión divina, que prometió el Señor a los limpios de corazón,
cuanto es dada per speculum et in senigmate (3), a los míseros
m ortales, que. caminan en este mundo “ en medio de las tinieblas
y las sombras de la m uerte” (4). Humildad perfectísim a, que
"“ usando de las criaturas, cuanto le ayudan para su fin y qui­
tándose de ellas cuanto para ello le impiden” , no solamente abo­
mina las culpas mortales, sino que con delicada conciencia y co­
razón inocente, evita las mínimas culpas “ emulando la puridad
angélica con la limpieza de cuerpo y mente” (5). Humildad
vperfectísima, que parece rayar en los límites extremos de la
humana perfectibilidad, pero la fe divina nos descubre todavía
"más lejanos horizontes, la intuición mística de San Ignacio nos
Invita a subir más alto, a remontarnos más arriba, en el M onte
Santo de la perfección: más alto camino os muestro, nos dice
co n el Apóstol (6 ), y con el Salmista (7 ): dichoso el hombre
:a-quien auxilia el Señor, que dispuso elevaciones en su corazón.
.A esta carrera gigantesca, a este camino sobreexcelente, a esta
■sobreelevación del corazón, que salva los montes y gana los
■collados y franquea todas las barreras y encumbra al hombre

(1) C f . Meschler. Med., p. 399.


(2) M a t, 5, 8.
(3) I Cor., .13, 12.
. (4) Luc., 1, 79.
(5) Summ., 28,
(6) Á dhuc excellentíorem viam vobis demonstro. I Cor., 12, 31.
(7) Beatus vir, cujus est auxiüum abs te : ascensiones in corde suo
’-disposuit. Ps,, 83, 6,

>3.7° EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

de virtud en virtud, hasta sublimarlo en. la cumbre suma de la


virtud, en la cúspide extrem a de la más elevada perfección, le
llama San Ignacio tercera manera de humildad, tercero y últi­
mo tramo de la tríplice escala de la perfección cristiana.

PUNTO TERCERO
¥@r«©ra iüüróleteá

44La tercera es humildad perfectíssíma, es a saber, quándo'


. incluyendo la primera y segunda, siendo ygual alabanza y gloria
de la diuina Majestad, por ymitar y parescer más actualmente a,
Xpo nuestro Señor, quiero y eligo más pobreza con Xpo pobre,
que rriqueza; opprobrios, con Xpo lleno dellos, que honores; y
desear más ser estimado por vano y loco por Xpo, que primer©
fué tenido por (tal, que por sabio ny prudente enceste mundo” .

a) “ L a tercera es humildad perfectíssím a” : E s la cumbre


de la humildad. “ Cuando incluyendo la primera y la segunda” ,
el tercer tramo supone los dos anteriores, como el tercer piso,
los dos primeros ( i), y de vía ordinaria el que aspírase a la
tercera manera ¿R humildad, sin presuponer las dos primeras,
se asem ejaría al necio arquitecto que intentase comenzar la casa
por el tejado. L a gracia se acomoda a la naturaleza. Y así como
ninguno nace adulto, sino que es m enester' tiempo y ejercicio
para alcanzar la plenitud de la naturaleza, así de ordinario no
se improvisa la santidad, sino que es necesario tiempo y ejer­
cicio para alcanzar la cumbre de la perfección.
“ Siendo igual alabanza y gloria de la divina Maíestad” . Y
es de advertir que esta matemática igualdad es difícil de apre­
ciar en los problemas morales, donde el egoísmo y la pasión
turban el equilibrio e inclinan la balanza del lado de la sensua­
lidad; y por esto es norma de prudencia, para que venga la
elección al justo medio, inclinarse a priorí del lado de la hum il­
dad. Tanto más, cuanto que nos enseña San Ignacio que menor

(i) Eos porro qui ad hanc praeclaram humilítátem perduci vere


desíderant, memmisse necease est tertíum hunc modum supponere pri-
mum et secundum ut S. P. N. clare enuntíat; ne quis absque. serio studío
assecuendi et inviolabiíiter servandi primum et secundum ad tertíum
adspiret,' vel potius adspirare sibi vídéatur, vane sibí bíandíatur seque
ipse illudat. Root., 78,
TRES MANERAS DE HUMILDAD z n

copia ele razones es menester para abrazar el estado más per­


fecto, porque a éste nos invita francamente Jesucristo, mien­
tras que nos previene en el estado seglar muchos peligros (i).
Y supuesta la igual gloria del Señor, ¿qué criterio nos induce
a elegir lo que es contrario a la naturaleza “ por parescer mas
a Cristo nuestro S eñ o r?” L a soberbia satánica, al decir de San
A gustín (2), induce al amor propio hasta el desprecio de D ios;
la perfecta hutnildad, por el contrario, induce al amor de Dios
hasta el desprecio propio. Y esta humildad, inform ada por la
caridad, o lo que es lo mismo, esta caridad acrisolada en la
humildad es el.criterio eminente que nos impele a elegir lo más
arduo y contrario a la naturaleza. E l verdadero humilde (3) se
avergüenza de ser mejor tratado que su Señor. N o está bien
que el discípulo sea aventajado al M aestro, y que el siervo
sea preferido a su Señor (4); no está bien que la cabeza sea
espinada y los miembros regalados (5); 110 está bien que el amor
esté crucificado (6) y que el amado no se crucifique con su
amor (7).

b) E s doctrina de San Ignacio que el amor ha de ponerse


más en las obras que en las palabras, y la humildad amante
no se contenta con las palabras, sino que quiere humillarse con
las obras, por su am or; es'doctrina de San Ignacio (8) que el
amor consiste en la mutua comunicación del amante y del ama­
do, y si el amante divino dió la sangre, la honra y la vida por su
amado, justo es que el amado humilde corresponda con la san­
gre, con la honra y con la vida por su amor. E s doctrina, no y a
de San Ignacio, sino de psicología universal, que el amor o su­
pone la semejanza o impone la semejanza. Y si el Criador se

(1) Maiora utique signa requiri ad statuendum quod ea sit D ei


voluntas ut quis in eo statu maneat, ín quo satis sit servare praeceptá,
quam ut viam consiHorem ingrediatur; quia Dominus aperte ad consília
exortatus est; at vero in illo statu magna ostendit esse pericula. Directa
X X III, 4.
(2) De civ. Dei, 14, c. 1.
(3) Meschler,. 166.
(4) Mat., ro, 25,
(5) San Bernardo.
(6) San Ignacio, ad Romanos
(7) Contemplación para alcanzar amor.
(8) íbid.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA SEXTO

hizo semejante a la criatura por la humildad (i), por la humil­


dad se ha de hacer la criatura semejante al C riador; esta sed
de humillaciones, esta hambre de sufrimientos, esta ansia de ase­
m ejarse más y más a Cristo nuestro Señor, que es en los labios
de Javier, el ¡m ás, Señor, m ás! el amplius Domine am plius; en
expresión del serafín del Carmelo, el ¡ padecer y ser desprecia­
do!, el patí et contemni pro te; en los arrebatos místicos de
Teresa, el ¡padecer o m orir!, pati aut morí, y el ¡no morir,
sino padecer!, non mori sed pati, en los amorosos deliquios
de M agdalena de P a z is ; esta ansia de humillaciones y su fri­
mientos, locura de la cruz, idea y autosugestión divina de los
santos que abrasó a su corazón en el fuego del amor divino
y rebosó de sus labios abrasados en cálidos monosílabos, como
la ardiente lava de un volcán; esta lección suprema de toda san­
tidad, San Ignacio la sometió a reglas, la sistematizó en el libro
de los ejercicios, hasta conducir por sus pasos contados al ejer­
citante, de tramo en tramo y de semana en semana, como insen­
siblemente y sin percatarse de ello, del primero al segundo, y
del segundo al tercer grado de humildad, extrem a cumbre de
la perfección cristiana, y allí en la cumbre extrema del calva­
rio, al píe de la cruz del Salvador, le dice así al corazón: (‘ ea,
no temas, no seas Inconsecuente, no malogres en un momento
el esfuerzo de dos semanas de ejercicios; acuérdate de los fe r­
vorosos propósitos del^rey tem poral” , de “ las dos banderas'
y de los “ tres b i n a r i o s y el ejercitante, si no es ruin y apo­
cado como el adolescente del Evangelio, sino noble y generoso
como lo desea San Ignacio en sus candidatos, unos sin lucha ni
contradicción, empujados por el aura suave del celestial con­
suelo; otros, con agonías y congojas de muerte, probados en el
crisol de la tribulación; con mayor consolación o más grande
merecimiento, unos y otros ofrecen sus personas al trabajo,
abrazan la cruz del Redentor y

“ por im itar y parescer m ás actualm ente a Cristo nuestro Señor,


eligen m ás pobreza con C risto pobre que riqueza; opprobrios cosa
Cristo Heno deHos, que honores, y desean m ás ser estim ados pos-
vanos y locos por Cristo, que prim ero fué tenido por tai, que
por sabios n i prudentes en este m un do” .

(i) Tentatum autem per omnia pro. similitud me, absque peccato.
H aebr., 4, 15.
tres m aneras de h u m il d a d
373

San Ignacio, como hizo en los otros dos grados de humil­


dad para acabar en breve, elige entre las humillaciones los ex­
tremos más costosos a la naturaleza: la pobreza, el oprobio, la
irrisión. E s de notar que insiste más en el ejercicio de la humi­
llación que en el sufrimiento del dolor, que también incluye en
la tercera manera de humildad (i). Y esta singular insistencia
se explica por tres razones: L a primera, porque el sufrimiento
es necesaria secuela de la pobreza y hum ildad; la segunda, por­
que el fin de los ejercicios 110 es preparar el ánima para el su­
frim iento forzoso de la enfermedad, sino disponer al ejercitante
para la libre elección de estado; la tercera, porque a un ánimo-
noble y generoso, cual lo reclama San Ignacio en el ejercitante,
más le duele la humillación que los dolores, y esto lo experi­
mentó el Santo en sí mismo, tanto que por lucir, como dice
Rivadeneira, una bota bien polida, ordenó que le aserrasen un
hueso disform e a sangre fría (2).

c) L a ascética del tercer grado de humildad es saludable


porque enseña la “ vera doctrina de Jesucristo” , el aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón (3); es segura, por­
que profesa la continua mortificación sin liga alguna de egoís­
mo ni peligro de ilusión; es práctica, porque toda es acción y
propio vencimiento, y aunque a muchos les espante su misma
perfección; pero a todos interesa saber el término de la carre­
ra, y lo mucho que les resta que caminar y orientarse en la vida
del espíritu, y conocer el rumbo más suave y directo para el
cíelo.
Si la ascética del tercer grado de humildad es segura y prác-
tica y saludable, en la Compañía es no sólo su título y divisa,
sino su quinta esencia y su espíritu y su vida. Suplicó San Ig ­
nacio a' Sus primeros compañeros que le dejasen a él solo poner
el nombre de su Instituto, y como accedieron gustosos “ d ijo
que había de llamarse la Compañía de Jesús” . Y lo que hizo,
teniéndolo todos por bien, lo hiciera aunque fuera contra el pa­
recer de todos, como él dijo, por la claridad grande con que su
ánima aprendía ser ésta la voluntad de Dios (4). D e donde se

(1) Ferrusola, Sect, V I, c, II, p. 371.


(2) R iv a d e n eira . V id a de San Ign acio , ca p ítu lo prim ero.
(3) Mat,, 11, 29.
(4) R iv a d e n eira . V id a de San Ign acio , lib ro I I , cap. 1.1.
37 4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

deduce que este título de Compañía de jesús, en el aprecio de


su fundador, no fué una mera denominación extrínseca, sino la
divisa militar de una bandera. E l hijo de la Compañía, no se
dice ignaciano, sino jesuíta; su Instituto, no se dice de San Ig ­
nacio, sino la Compañía de Jesús. Y si todo cristiano, como tal,
está obligado a imitar a Jesucristo, el jesuíta, el compañero de
Jesús, de una manera especial, está obligado “ a imitar, y pare­
cer más adipalmente a Cristo nuestro S eñor” , si quiere respon­
der al nombre de su Instituto y militar con gloria en la guardia
noble de Jesucristo, en su ínclita Compañía.
Y no es ésto sólo. Si el anagrama de Jesús es la divisa de
lá Compañía, la perfección de la obediencia es su virtud carac­
terística. A sí lo proclamó San Ignacio en la áurea carta de la
obediencia, cuando, d ijo :
En otras religiones podemos sufrir que nos hagan ventaja en
ayunos y vigilias y otras asperezas que, según su instituto, cada
una santamente observa; pero en 3a puridad y perfección de la
obediencia, con la resignación de nuestros juicios, mucho deseo,
hermanos carísimos, que se señalen los que en esta Compañía
sirven a Bios nuestro Señor, y que en esto se conozcan los verda­
deros hijos de ella” (1);

ahora bien, una obediencia perfecta, no sólo de ejecución que


obedece a lo que el superior manda y de la voluntad que quiere
lo que el superior quiere, sino de entendimiento que prefiere
lo que el superior p refiere; y no porque el superior sea muy cali-
prudente ni porque sea muy bueno ni porque sea muy cali­
ficado en cualesquiera otros dones de Dios nuestro Señor,
sino porque tiene sus veces y autoridad” ; y esto en lo grande
y en lo pequeño, en lo fácil y en lo difícil, en la vida y en la
muerte, y siempre y constantemente, ¿qué otra cosa es que la
práctica fidelísim a de la tercera manera de humildad, “ la más
actual humildad de Cristo nuestro S eñoru, que se humilló pri­
mero por nosotros, hecho obediente hasta la muerte y muerte
de cruz ?
D e aquí que San Ignacio intimara a todos sus hijos sin e x ­
cepción la práctica ineludible de la regla once del sumario, has­
ta constituir en ella el ingreso y el.progreso y la perfección de
su Instituto. En el umbral del noviciado, propone la Compañía

( i) M onum . Ig n . E p ist. et Ins., 4, 669,


TKES MANERAS DE HUMILDAD ^

al postulante la práctica del tercer grado de humildad; no que


exija su cumplimiento, que esto fuera imposible, sino tan sólo
el deseo, conform e a aquello del salmista,' deseo mi alma desear
tu santificación ( i ) ; sin esto, el candidato sería inadmisible, por
repugnar manifiestamente con el espíritu mismo de la Com­
pañía.
La Compañía ecluca a sus candidatos en el ejercicio del ter­
cer grado de humildad. Y los dos años de noviciado, y el últi­
mo de tercera probación, y la práctica de la mendicidad, y el
servicio de los hospitales, y el desempeño de los oficios humil­
des, y los dos meses de ejercicios, y tantos ensayos y exámenes
y pruebas y experimentos, ¿qué otra cosa son, sino la práctica
gradual y progresiva de la tercera manera de humildad hasta
imprimir a Cristo en el alma? (2).

d) E l tercer grado de humildad es la meta de la santidad


de la Compañía. A sí lo aseveran comúnmente los comentaris­
tas: Denis afirm a “ que la vida y la esencia de la Compañía de
Jesús consiste en el tercer grado de humildad” (3). Meschler
protesta que ei tercer giado de humildad “ es la médula del
espíritu de la Compañía de Jesús” (4). M ercier enseña “ que
el tercer grado de humildad, síntesis de todos los ejerci­
cios, encierra el espíritu esencial de la Com pañía” (5). Y para
evitar prolijidad, terminaremos con el testimonio de Ponlevoy,
que dice a sí: “ El que alcanza el tercer grado de humildad es
jesuíta p e rfe cto , el que tiábaja por alcanzaría, es buen jesuíta;
el que renuncia a ella, no es jesuíta de derecho y pronto no lo
será de hecho (ó). Por el contrario, añadiremos de nuestra
p a rte ; el que alcanza de hecho el tercer grado de humildad, aun­
que no vista la sotana de la Compañía, .es de derecho jesuíta,
porque tiene _el espíritu de la Compañía. E l tercer grado de
hum ildad ciñó de virginales lirios las castas .sienes de los K ost-
kas y los G onzagas; el tercer grado de humildad aportó a los
mares de la China y los arrecifes de los caribes, pléyades de

(1) Concupivit anima mea desíderare justifieationes tuas. P s. 118 20


(2) D oñee fo rm e n tu r C h ristu s in vo b is. G ala t. 4 ro ’
(3) Denis, III, pág. 37.
(4) M esch ler, E jercicio, p. 167.
(5) M ercier, p. 280.
(6) P o n h v o y , p. 219.
3?ó EJERCICIOS-DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO"'

mártires, orgullo de la iglesia y primicias de la Com pañía; el


tercer grado de humildad sacudió de los hombros de B o rja la.
púrpura cardenalicia y de su frente augusta la ducal corona;,
el tercer grado de humildad abrasó al negro bozal en los brazos,
de C laver; el tercer grado de humildad atizó en el pecho de
Javier el volcán abrasador de sus heroicas empresas; el tercer;
grado de humildad modeló la compage de las Constituciones
ignacianas, cuya prim era ley y encabezamiento es “ la interior-
regla de la caridad y am or” (i), y forjó a fuego la máquina,
de los ejercicios espirituales, cuyo último ejercicio y corona­
miento, la contemplación para alcanzar amor, proclama por úni­
ca norma y síntesis soberana de todos los ejercicios, “ la inte­
rior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e.
imprime en nuestros corazones” (2).

e) E l tercer grado de humildad, al decir de los comentar-


ristas, constituye la plenitud de la perfección cristiana; así dice-
D enis: “ E n este tercer grado de humildad consiste la cum bre
de los ejercicios y la cumbre de la misma santidad” (3). M er-
cíer, exclam a: “ N ada más elevado, nada más perfecto que el
tercer grado de humildad, que consiste en una disposición ge­
nerosa de buscar y abrazar todo lo que hay de más grande y de­
más sublime en la p erfección” . Ponlevoy añade: “ L a tercera*
es humildad per feotísima. N o sólo es más perfecta que la pri­
mera y segunda, sino la más. perfecta en absoluto. E lla es la-
cumbre más alta de la montaña santa; no es posible imaginar-
mayor perfección, porque encierra la plenitud de la humildad'
y de la caridad” (4). Roothaan llama al tercer grado de humil­
dad “ dádiva singular y excelente, don perfecto y celestial que
ha de alcanzarse con mucha y humilde oración” (5). “ Llegados:
aquí, termina Meschler, tocamos el punto culminante de los e je r­
cicios. T odo lo que resta se encamina únicamente a afianzarnos-
en esta disposición perfecta de nuestra voluntad. N o van más

(1) P ro em io , C o n s t, n. 1.
(2) Ibid .
(3) In b o c ig ítu r tertio hu m ilitatis m odo culm en est exercitiorum.-'
et culm en etiam ípsius san ctitatis. D en is, I I I , 29.
(4) P o n le v o y , p. 232-233.
(5) D o n u m ením est stn gulare datum vere optimuiri, dónum p er fe —
ctum quod de sursu m est, nec nísi m ulta et hu m ílí p rece obtmendnm,.
P o o t., n. 78.
TRES MANERAS DE HUMILDAD 3777

allá los ejercicios, puesto que el tercer grado de humildad es-


lo más subido de la santidad, la locura divina del cristianismo,
que caracteriza a los más grandes santos, la verdadera y más-
perfecta imitación de Jesucristo” ( i ) ; pero aunque se llame al
tercer grado de humildad “ preciosa m argarita” , aunque se le
compare al “ dracm a” del Evangelio, aunque se le diga cifra
de perfección, cumbre de santidad, abreviado paraíso, cíelo de.
la tierra, y todo ello sea poco para encarecer su hermosura, con­
viene notar, para que nadie se llame a engaño, que en cuatro'
días ni en cuatro semanas de ejercicios, de vía ordinaria, no
logra tamaña perfección; se conseguirá quizá, y no será poco,.,
humilde deseo de alcan zarla; pero la plenitud de la perfección*,
ía consumación de la santidad no se improvisa en breve plazo,.,
ni se propuso semejante empresa San Ignacio en los ejercicios,,
sino “ vencerse a sí mismo, ordenar su vida” (2). L os ejercicios,,
sí es dado decir así, son la miniatura, microcosmos de nuestra,
futura santidad; la semillita celestial del árbol de la perfección,„
para cuyo completo desarrollo no bastan cuatro días, ni cuatro
semanas, ni todo eí decurso y prolijidad de la formación de la.
Compañía, sino que es necesario la vida toda; “ H asta que
arribemos todos a la unidad de una misma fe y de un mismo-
conocimiento del H ijo de Dios, al estado de un varón perfecto,
a la medida de la edad perfecta, según Cristo (3).
f) E n este camino de la santidad nunca ocurre decir bas­
ta; cuanto más arriba se sube, hay que subir más arriba, y cuan­
to más alto se eleva, se descubren más dilatados horizontes. L a
“ estrella difiere de la estrella en claridad” (4). Y el que es justo,
que se justifique más, y el que es santo, que se santifique
más (5). Y ía santidad de los santos no reconoce más límites-
que la medida sin medida de le divina santidad, según nos pre­
dicó el Salvador, al decirnos: Sed perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto (ó).
(1) M e sch ler, p. ió 6.
2) T ítu lo de los e je rc icio s.
(3 ) D o ñ ee o ccu rra m u s om nes in un itatem fidei et agn itio n ís íílii D e l
m viru m p erfe ctu m , ín m en suram a etatís plenitudinis ChristÜ. E p hes., 4, r3..
<4) I C o r., 15, 41.
' (5) Q u i ju stu s est, ju s tífic e tu r a d h u c : et sanctus, s a n ctificetu r adhuc..
A p o c., 22, 11.
(ó ) E stote perfecta, sicut et P a te r v e s te r coelestís p erfe ctu s est,.
M a t., 5, 48.
3 73 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

Y de esta misma manera han de entenderse los comenta­


ristas, cuando dicen: “ que hemos llegado a la cumbre de los
ejercicios, que todos los anteriores ejercicios no son sino la pre­
paración de este ejercicio, y los restantes su perfección y coro­
namiento” (i). Cierto que con el tercer grado de humildad se
enciende en el alma la llamita de la santidad, se siembra la se-
millita de la perfección, y esto es mucho; pero dejando aparte
nuestros múltiples engaños e ilusiones que nos hacen creer que
hemos alcanzado el tercer grado de humildad, cuando estamos
lejos de alcanzarlo, como nos lo enseña nuestra luctuosa expe­
riencia, esta llamita recién prendida la apaga cualquier viento,
esta semillita tierna la agosta cualquiera sequía, y son menes­
ter todas las meditaciones de la pasión de Jesucristo y todos
los ejercicios de su resurrección gloriosa, para que esta semillita
prénda, y esta semillita se inflame, y en esto consiste la traba­
zón de los ejercicios y de esta suerte los comentaristas han de
interpretarse.
Y porque es suma la importancia de este ejercicio, como
hemos visto, porque de é1 depende el acierto de la elección y el
fruto todo de los ejerció' js, después de haber expuesto la esen­
cia del tercer grado de humildad, vamos a añadir brevísimamen-
te con Durant (2), sus motivos y medios para alcanzarlo.

del te rce r d e foomáldeasl

Los motivos para promover en nosotros y en los demás


la práctica del tercer grado de humildad, son muy poderosos,
ya los consideremos de parte de Dios, de parte nuestra, de par­
te de los prójimos.
De parte de D ios, el tercer grado de humildad es el cumpli­
miento de su beneplácito, el ejercicio de su mayor gloria, la
más perfecta imitación divina que en la tierra puede haberse,
porque en el cielo nos asemejaremos a Dios, porque le veremos
tal como e s : glorioso, impasible, bienaventurado (3); en la tierra
nos asemejaremos a Dios, porque le imitamos tal como f u é :
humilde, pobre, perseguido, crucificado.

(1) C f. M eschler, ibidem,


(2) Les trois degrés d’hum illité, p. 369.
(3) Sím iles ei erímus, quoniam videbimus eura sicuti est. 1 Joan., 3, 2.
TRES MANERAS DE HUMILDAD 379
D e parte nuestra, el tercer grado de humildad es la m ejor
satisfacción de los pecados y el mejor prevenimiento para no
cometerlos; la impetración más eficaz de bienes temporales y
el más cumplido merecimiento de gloria sempiterna. Su prác­
tica, libre de engaños e ilusiones, facilita el ejercicio de las de­
más virtudes, torna el ánima invencible a todos los enemigos y
la colma de interior paz y espiritual alegría. Esto sin contar los
singulares privilegios prometidos por Jesucristo a los que pa­
decen por su am or; y si especialmente los mártires truecan la
vida temporal por la bienaventurada, al punto de que “ hace in ju ­
ria al mártir el que ora por el m ártir” , también participan de
estas prerrogativas cuantos padecen por Jesucristo; y no hay
más cierta señal de predestinación, al decir de los santos, que
padecer mucho por su amor, aunque no se busquen los padeci­
mientos, sino tan sólo se acepten de buen grado: “ Por más pa­
rescer e imitar actualmente a Cristo Nuestro S eñ or” .
D e parte de los prójimos no hay nada que así edifique y
atraiga las almas para Jesucristo como el ejercicio del tercer
grado de humildad. L os apóstoles, los confesores, los mártires,
con el ejemplo de su heroica humildad, defendieron el E vange­
lio y ganaron las almas, San Pedro murió en la cruz, San Pablo
se ofreció en anatema, San Esteban oró por los perseguidores,
San Raimundo se vendió por esclavo, San Vicente se prendió
por ga1eote, Javier sorbió la podre de los cancerosos, Gonzaga
cargó a cuestas a los apestados, y así todos los santos, errantes
en los bosques, ocultos en las cuevas, proscritos en las cárceles,
confundidos con los leprosos, desnudos, hambrientos, persegui­
dos, vilipendiados, en el ejercicio heroico del tercer grado de
humildad atrajeron los impíos, redujeron los herejes, convirtie­
ron los paganos y extendieron por toda la tierra la m ayor gloria
de Dios.
No es necesario decir más de los motivos del tercer grado
de humildad, que nos son perfectamente conocidos, sino que es
menester insistir en los medios de alcanzarlo, que constituirá
1.a última parte de este ejercicio.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA S E X T O

INl@ái©& p a r a « a te m g w ©I t® m m g m i® ú® ta a n iy im l

L os medios se reducen a tres: querer, pedir, obrar.


Hay 'que querer. L a cruz del Redentor, a los judíos escán­
dalo, a los romanos estulticia (i), fué para los mismos apóstoles
“ palabra escondida” (2): no que no la entendiesen en abstracto,
puesto que “ se entristecían vehementemente” (3), sino que no-
querían en la práctica entender. T al es la doctrina del tercer
grado de humildad, fácil de entender, difícil de querer, y de
aquí proviene para muchos su oscuridad. E s uno de los fr e ­
cuentes casos en que tiene aplicación aquello que enseña S an
Ignacio en su carta de la obediencia (4): “ que la devota volun­
tad puede inclinar al entendimiento” , porque aunque el enten­
dimiento sea potencia necesaria y precedente a la libre deter­
minación del albedrío, en las cosas contrarias a la naturaleza,.,
cuando la voluntad resiste y el apetito repugna, la lumbre inte-,
lectual se eclipsa y oscurece; y al contrario, cuando la voluntad
sojuzga al apetito y se resuelve con determinación soberana,
como que el entendimiento se dilata y franquea su mirada a la.
luz de ía verdad, y lo que antes parecía oscuro y negro, brilla,
y resplandece con claridad meridiana. Y esta determinación so­
berana reclama San Ignacio del ejercitante, y por eso repite
tantas veces “ que yo quiero y elijo ” , “ que yo quiero y deseo
y es mi determinación deliberada” (5), y sin esta determinación'
esta doctrina de la humildad es arcana y escondida, según dice1
el E vangelio: et erat verbum istud absconditum ab eis.
H ay que pedir. “ D ios da querer y obrar” (ó). E ste querer'
sincero, enérgico, constante, hemos de alcanzarlo del Señor. S i
todo don bueno y toda dádiva perfecta viene del cielo, descien­
de del Padre de ía lumbre (7), cuánto más el don más bueno,.
la dádiva más excelente, la perfecta imitación de Jesucristo;
por esto si tenemos que arrancarnos de las criaturas, como se

(1) I Cor., 1, 23.


( 2)Et erat vurbum ístud absconditum ab eis. Luc,, 18, 34.
(4) Monumenta ignatiana, Epist, et Instr, Tomo 4.0, p. 669 y sig.
(3) Mat., 17, 22.
(5) Reino de Cristo, tercer punto.
(6) Philip., 2, 13.
(7) Omne datum optímum et omne donum perfectum desursum est,,
■descendeos a Patre luminum. Jac., 1, 17.
TRES MANERAS DE HUMILDAD

¡arrancó (i) el Señor de los apóstoles en el huerto de Getsemaní,


más que en la energía de nuestra voluntad y en la generosidad
■de nuestros propósitos, hemos de confiar en el recurso de la
-oración. E n ocasión semejante repitió el Señor a sus discípulos:
.Velad y orad sin desfallecer (2).
Hay que. obrar, E s menester vencernos, violentarnos, humi­
llarnos a toda costa, y esto no sólo una vez, en un arrebato
rpasajero de fervor, sino siempre y en todas las cosas. Y esto
■es lo único que podemos poner de nuestra parte para alcanzar
tan grande perfección. A sí lo enseña San Ignacio, que después
de haber expuesto en la regla once del sumario (3) la doctrina
de la tercera manera de humildad, en la regla doce prosigue de
■■esta manera:

“ Para mejor venir a este tai grado de perfección, tan pre­


cioso en la vida espiritual, su mayor y más intenso oficio debe ser
buscar en el Señor muestro su mayor abnegación y continua mor­
tificación en todas las cosas posibles” . (4).

Por manera que, según el santo, no hay m ejor prevenimiento


‘para alcanzar la más heroica humildad que la m ayor y continua
■mortificación en todas las cosas posibles (5); y para cancretar
más este ejercicio y hacer más práctica esta meditación, ¿cuáles
■son “ todas las cosas posibles” que, al decir del santo, hemos de
-modificar? N o se nos exige la muerte, el martirio, la persecución,
aunque también para ello debemos estar preparados, sino que nos
reclama el Señor cosas mucho más fáciles y comunes: L a elec­
c ió n de nuestro estado, el cumplimiento de nuestras obligaciones,
el desempeño de nuestro oficio, la obediencia a nuestros superio­
res, la solicitud con nuestros súbditos, l a ecuanimidad con nues­
tro s compañeros, la constancia en el trabajo, el sufrim iento de
■nuestros defectos, la conformidad en nuestra posición ; nuestras
c r isis morales, depresiones internas, fantasías, tentaciones, penas,
■desamparos, este conjunto de sufrimientos ocultos, esa muche­
dum bre de amarguras íntimas que exprimen ía hiel de nuestro

(1) Luc., 22, 41.


(2) V ig ila te et orate. M arc., 14, 38. O portet semper orare et non
d eficere. Luc., 18, 1.
(3) E x ., c. 4, n. 44.
(4) E x ., c. 4, n. 46.
>.(5). C f- Ferrusola, p. 375; Longaye, p. 394; M eschler. p. 400.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

cáliz y constituyen nuestra cruz. T al es-el ejercicio de nuestro


tercer grado de humildad que si lo sufrim os primero con repug­
nancia, más tarde lo toleramos con resignación; y a fuerza de
querer y de pedir y de obrar los mismos actos, poco a poco,
como sin percatarnos de ello, surgen los hábitos, se arraigan las
virtudes, y lo que parecía antes insufrible, después se hace lle­
vadero, y lo que se hace después llevadero, se torna más tarde
dulce y agradable, y el trabajo nos atrae y el sufrimiento nos
contenta y la humillación nos fascina, y lo amargo se vuelve
dulce, y lo dulce se torna amargo, y “ vive en nosotros Cris­
to ” (i), y “ nos urge la caridad divina” (2), y ya no tenemos
que exclam ar con el profeta: ¿Q uién me dará alas para vo­
lar ? (3), porque nos cernemos al cielo en alas de la hum ildad; ya
no tenemos que suspirar con el salm ista: ¿ Quién subirá al monte
de Señor? (4), porque nos remontamos a la cumbre de la ca­
ridad, a aquella cumbre bienhadada,, cuyo sol nunca se oscurece
y cuyo cielo jam ás se empaña, que no bate el huracán ni turba
la tormenta, porque “ ni hay nubes ni vientos ni lluvias que allá
lleguen, ni aves de rapiña que salten ni roben la paz y alegría
del corazón” (5).
“ Nota, Assi, para quiera desea alcanzar esta tercera humil*
dad, mucho aprouecha hazer los tres colloquios de los binarios
ya dichos, pidiendo que el Señor nuestro le quiera elegir en esta
tercera, mayor y mejor humildad, para que le ymitar y seruir si
ygual o mayor seruicio y alabanza fuere a la su diurna Maiestad” .
u A ssi para quien desea alcanzar esta tercera humildad, mu­
cho aprovecha hacer los tres colloquios de los binarios ya dichos” *
Supuesto nuestro buen deseo, al decir de San Ignacio, “ mucho
aprovecha” hacer este coloquio, y por consiguiente, .hemos de
hacerlo con singular devoción. E l santo nos remite, no al colo­
quio de las dos banderas, sino a “ los tres coloquios de los bina­
rios ya dichos” por la adjunta nota, que en este lugar como en
ninguna otra parte ha de ser necesaria, porque la carne y la
sensualidad han de recalcitrar contra nuestros generosos propó­
sitos de la elección de estado o reform a de la vida.

(1) Galat, 2, 20.


(3) 2 Cor., 5, 14.
(3) Q uis dabit mihi pennas sicut columbae, et volabo, Ps., 54, 7.
(4) Q uis ascendet in montem Dom ini ? P s., 23, 3.
(5) R odríguez. T ratad o V I I I , cap. 4.
EL LLAMAMIENTO DE LOS APÓSTOLES 383

“ Pidiendo que el Señor nuestro le quiera elegir en esta tercera


m ayor y m ejor hum ildad p ara m ás le ym itar y seruir si ygiaa! ©
m ayor seruicio y alaban za fuere a la su diuina M aiestad” . El
colloquio se hace propiam ente hablando,, así como u n am igo habla
a otro, o un sieruo a su señor, quándo pidiendo alguna g ra cia ” , etc,

Y ¿qué pide aquí el ejercitante? N o protesta con generosa


valentía como en el ejercicio'debreino de Cristo, “ que yo quiero
y deseo y es mi determinación deliberada” ,, sino que, postrado
de hinojos a las maternales plantas de la^Virgen Santísima, co*
mienza su coloquio ‘ ‘ pidiendo que el Señor nuestro le quiera
eligir en esta tercera mayor y mejor hum ildad” ; no que el santo
no presuponga nuestro esfuerzo y generosidad, que- lo ha preve­
nido y procurado en tantos ejercicios y meditaciones, sino que
en este solemne y crítico momento, que precede inmeditamente
a la elección y reform a de la vida, clave de todos los ejercicios,
más que a la energía de nuestra voluntad y a la generosidad de
nuestros propósitos, se remite el santo al auxilio de la grad a y
misericordia del Señor, conform e a aquella máxima tan ignacía-
na: “ E n las cosas del servicio de nuestro Señor que emprendía,
usaba de todos los medios humanos para salir con ellas, con tanto
cuidado y eficacia, como si de ellos dependiera el buen suceso;
y de tal manera confiaba en Dios y estaba pendiente de su divina
providencia, como si todos ios otros medios humanos que tomaba
no fuesen de algún efecto” (1).

H e d l t e e l é e i ¥¡9@ s¡igi@ & ijnrto

EL LLAMAME UTO K LOS APOSTOLES


I,° Tres vezes parece que son llam ados San Pedro y Sané
A ndrés; Prim ero, a cierta n oticia; est® consta por Sant Johan
en el prim ero capítulo (2); secundariam ente a seguir en alguna
m anera a X po, con propósito de torn ar a posseer lo que habían
dexado, como tíize S an Lucas en el capítulo V ( 3), terciam ente
p ara seguir p ara siem pre a X po nuestro Señor. San M atheo en
el cu arto capítulo (4) y San M arco en el prim ero (5).

(1) Rivadeheíra, Vida de San Ignacio, Libro V, cap. ó, n. 14.


(2) Joan., 1, 35-42.
(3) Luc., 5
, 3 - in
(4) M at., 4, 18-20.
(5) M arc., 1, xó-18.
.3 3 4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

2,° Llamó a Pfailipo, como está en el primer capitulo de San


Johan (1), y a Matheo como el mismo Matheo dize en el nono ca­
pitulo (2).
8.® L lam é a los ©tros apóstoles, de cuya especial vocación no
haze m ención el Euangelio.
Y tam bién tres otras cosas se an de considerar: L a prim era,
eómo los apóstoles eran de ruda y b axa condición; la segunda,
la dignidad a la qual fueron ta n suauem ente llam ados; la tercera,
los dones y gracias por las cuales fueron eleuados sobre todos los
Padres á é i Huevo y ViejJ© T estam ento” (3).

Haremos de la meditación ignaciana tres puntos:

..Primero:' A quiénes llamó el Señor.


.Segundo: A qué les llamó el Señor.
Tercero: Cómo los llamó el Señor.

P U N T O P R IM E R O
A quiénes H um é e l Señor

E l Señor llamó al apostolado a “ hombres de ruda y baja


..•condición*', en su mayor parte pescadores, sin riquezas, sin
^cultura, sin ilustración.
Y esto lo quiso el Señor para enseñarnos que el fundamento
de toda la cristiana grandeza consiste en la humildad.
; Porque esto es propio de D io s : crear de la nada. Y como
-de la nada creó el Señor el mundo de lo natural, así de la nada
creó el mundo de lo sobrenatural. Y así aquellos doce apóstoles
-que habían de ser los sillares y fundamento de la Iglesia, los
suscitó Jesucristo de la nada.' Y en esto no hubo excepción,
•porque si bien es verdad que San Mateo y San Pablo fueron
cultos e ilustrados, pero los vació el Señor en la común turquesa
■de su nada, que San M ateo la reconoció al llamarse M ateo y
publicano, y San Pablo la confesó al decirse “ como abortivo y
.el último de los apóstolesY
D e aquí se deduce que el reconocimiento más íntimo de nues­
t r a nada, la humildad más profunda, el tercer grado de humildad

(1) Jo., i; 43-46.


(2) M at., 9, 9.
(3) Monumenta ignatiana, p. 465-466.
.'EL LLAMAMIENTO DE LOS -APÓSTOLES

ignaciana, es el único título que podemos alegar de nuestra parte


.para el apostolado.
Los débiles del mundo los suscitó el Señor para vencer a los
fuertes, los ignorantes para confundir a los sabios, los innobles
y despreciables para destruir a los grandes y poderosos, a fin de
■que .ningún .mortal se engría en la presencia del Señor (i).
Lo segundo. E l Señor eligió a sus apóstoles pobres, la mayor
parte de ellos pescadores, que tenían que sustentarse con su tra­
bajo, y un trabajo rudo y peligroso. Y esta pobreza es también
•condición previa y necesaria a cuantos suscita el Señor para el
apostolado. lfE l S eñ o r suscita de la tierra al desvalido y levanta
■de la miseria al pobre., para sentarlo con los príncipes, con los
príncipes de su p u eb lo” (2).
'“ S i quieres ser perfecto, dice a sus discípulos, ve y vende
amanto tienes y dalo a los pobres y ven y sígueme” (3). Y así
al llamamiento del Señor los hijos del Zebedeo dejan sus redes,
,San M ateo abandona su telonio, San Pablo, con ser persona
principal y ciudadano de Rom a, trabaja con sus manos para pro­
curarse el sustento. Y al contrario, el adolescente del Evangelio
se extravió por codicioso, y Judas se perdió por la avaricia. P or
m anera que la pobreza espiritual, y mejor todavía la pobreza
¡actual, es otro de los títulos que podemos aducir para que el
Señor nos elija para el apostolado.
O tro título común de todos los elegidos para el apostolado
fu é la cristiana generosidad. N o se cuenta de ninguno de los
¡apóstoles que reparase o resistiese o dilatase el llamamiento del
Señor. Llam a el Señor a San Felipe, y le sigue; invita a San
P ed ro y a San Andrés, y le obedecen, San Mateo y Santiago
dejan sin demora su padre y su b a rca ; San M ateo abandona de
súbito él telonio y Saulo, de perseguidor, se convierte en dis­
cípulo de Cristo. Emulemos el ejem plo de los apóstoles, nuestros
padres en el Evangelio del Señor, y puesto que veneramos el
-éxito de su apostolado, imitemos la generosidad de su corazón.
M uchos son los llamados. Todos somos invitados de alguna m a­
nera ál seguimiento del Señor.
’uE l que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi dis~

'(1) I Cor., r, 27.


(2) Ps., 112, 7-8.
{3) M t, 19, 21.
25
386 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA SEXTO

cípitlo” (i), dice el Señor. Si no queremos ensordecer al divino


llamamiento, arraiguemos en nuestra alma las virtudes funda­
mentales de todo apostolado: la pobreza, la humildad, la gene­
rosidad de corazón.

PU N TO SEGU N D O
A qué los (Ustisé

L os llamó a su íntima amistad. Los hizo no ya sus siervos,


sino amigos íntimos a quienes franqueó sus secretos (2), amigos
fieles a quienes defendió de sus enemigos (3), amigos insepara­
bles de quienes no se supo nunca apartar (4). Y no sólo amigos,
sino hijos, filioli (5), hijos predilectos, hijos de su amor, que
los sentó a su mesa y brindó su cáliz y franqueó las delicias de
su corazón.
E l Señor los llamó a su misma empresa, de “ la gloria de
D ios y la salvación de las almas” . V osotros sois la luz del mun­
do, les dijo, vosotros sois la sal' de la tierra (ó). Como me envió
mi Padre, así os envío; id y predicad mi Evangelio a todas las
gentes. Todo lo que atareis en la tierra, quedará atado en el
cielo; todo lo que desatareis en la tierra, quedará desatado en
el cielo.
Los llamó a la más excelsa jerarquía de “ ministros de D ios,
dispensadores de sus m inisterios” (7). “ Embajadores del S e­
ñor” (8); “ Sacerdotes del A ltísim o” (9),
L os llamó a la más encumbrada potestad de hacer milagros,
de predecir lo futuro, de hablar lenguas, de conjurar los espíritus,
ele-perdonar los pecados, de consagrar su. cuerpo y sangre sacra­
tísim a (10),

(1) L u c., 14, 27.


(2) Joan., 15, 15.
(3) Joan., 18, 8.
(4) M a t , 28, 20,
(5) Joan., 13, 33.
(ó) M t , s, 13.
(7) I C o r., 4 1.
(8) 2 C o r., S, 20.
(9) Apoc., i, 6.
(10) M a rc ,, 16, 17 -2 0 ; M í., 16, 1 9 ; L u c , 22, 19.
EL LLAMAMIENTO DE LOS APOSTOLES 387
L os llamó a la más alta recompensa; A gozar en su compa­
ñía de la gloria (1), a resplandecer como estrellas por perpetuas
eternidades (2), a ju zgar sobre doce tronos a las doce tribus de
Israel (3).
“ Con exceso han sido honrados tus amigos, ¡oh S eñ or!; con
exceso ha sido fortalecido su principado” (4), exclam a el sal»
mista. D e los apóstoles se dijo singularmente en la E scritura:
“ Vosotros sois el linaje elegido, la prosapia sacerdotal, la tribu
santa, el pueblo de adquisición” (5). ¡ Oh agradable y alegre ser­
vidumbre de Dios, con la cual se hace el hombre verdaderamente
libre y sa n to ! ¡ Oh sagrado estado de la profesión religiosa que
hace al hombre igual a los ángeles, apacible a Dios, terrible a'
los demonios y recomendable a todos los fieles! ¡ O h esclavitud
digna de ser abrazada y siempre deseada, por la cual se merece
el sumo bien y se adquiere el gozo que durará sin f i n ! (6) B en­
dito seáis, ¡oh Señor!, Dios del cielo y de la tierra, porque es­
condisteis estas cosas a los sabios y a los prudentes y las descu­
bristeis a los pequeñuelos, así, oh Padre, porque así fué agra­
dable delante de T i (7).

PU NTO TERCERO
C ém © los Ustm®

Cristo llamó a los apóstoles con el imperio libérrimo de su


soberana voluntad. E l Señor fué quien eligió a los apóstoles y
no los apóstoles los que eligieron al Señor, A sí lo asevera el
Señor terminantemente, cuando dice: No me elegisteis vosotros
a M í, sino que yo os elegí a vosotros (8). L a gracia del aposto­
lado, la más excelsa de las gracias, es del todo gratuita, a ella
singularmente conviene aquel dictado del Señor: E l espíritu en
donde quiere expira (9); a ella también, puede aplicarse aquella

(1) M t., 19, 20.


(2) S . D an ., X2, 3,
(3) L u c., 22, 30.
(4) P s,, 138, 17.
(5) I P e t, 2, 9.
(6) K e m p is. Im ita ció n de C r is to . L ib r o tercero , c.- 10.
(7) L u c., 10, 2 1.
(8) N o n vo s m e e le g istis sed eg o e le g í vo s. Joan., 15, i ó .
(9) Joan., 3, 8.
383 EJERCICIOS DE SAIÍ IG N A C IO ,— DÍA SEXTO

protesta del padre de fam ilia: ¿A caso yo no puedo hacer de lo


mío lo que quiero? ( i) U i se arrogue nadie tanto honor, sino el
que es llamado por Dios, como A arón (2). P ero la gracia se
acomoda a la naturaleza, y de m ultiform e manera llama Dios
a sus escogidos. A unos, como a San Pedro y Andrés, los llamó
poco a poco; primero a su noticia, después a algún linaje de se­
guimiento, finalmente al apostolado terminante e irrevocable;
por el contrario, a San Felipe le'llam ó sin prevenimiento, al p ri­
mer imperio de su voluntad. A San Juan y Santiago les llamó
de la virtud a mayor virtud, y de la santidad a más alta santidad;
por el contrario, a M ateo, del telonio lo llamó a la pobreza, y a
Saulo, del carro del perseguidor lo sublimó a la cumbre del
apostolado,
Justos o pecadores, inocentes o culpables, amigos o enemi­
gos, seguidores o perseguidores, vinculados a un estado o inmu­
nes de todo vínculo, en cualquiera profesión de la vida, en cual­
quiera crisis del alma, en cualquiera perplejidad del corazón,
el momento es crítico, no solamente en el curso de los ejercicios,
sino en los fastos todos de nuestra historia. H a sonado en el
reloj de los eternos destinos la hora de la elección o la reforma.
E l Señor te llama, escucha sus órdenes, no resistas al llamamien­
to del Señor. “ H odie si vocem Domini audieritis nolite obdu-
rare corda vestraA Invoca a los santos de tu devoción, al ángel
de tu guarda, al glorioso Patriarca San José, y recurre sobre
todo a las plantas de la Santísim a V irgen M aría y pídele que
te alcance de su Santísimo H ijo la gracia de escuchar su llama­
miento y de cumplir fielmente su santísima voluntad.

1nstrUCCÍ6n

DE I A E 1 1 CCIOM

S i todo el libro de los ejercicios es precioso y original, sin­


gularmente lo es el tratado de la elección; no sabemos que nin­
gún otro autor antes del Santo hubiese tratado esta materia, y
cuantos la han tratado posteriormente han hecho otra cosa más
que copiarlo o comentarlo,

(1) M t , 20, 15,


(2) H a eb r,, 5, 4, . ,
INSTRUCCIÓN SEXTA.— DE LA ELECCIÓN

E l ejercicio de la elección es el momento culminante y la


crisis y frutó principal de los ejercicios.
E l ejercicio de la elección es el momento culminante; todos
los ejercicios precedentes van ordenados al ejercicio de la elec­
ción. Y a en el mismo título, en la primera anotación lo hace
notar San Ignacio.
Exercicios espirituales p a ra vencer a sí m ism o y ordenar su
t vida sin determ inarse por affección alguna, que desordenada sea ” ,,
> “ Todo modo de preparar y disponer el ánim a, p ara quitar de
sí todas las affection es desordenadas y, después de quitadas, para
buscar y b a ila r la voluntad diuina, en la disposición de su vida
p ara la salud del ánim a, se llam an exercicios espirituales” .

E l principio y fundamento es el sillar primero de la elección:


“ solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para
el fin que somos criados” - Las meditaciones siguientes van en­
derezadas al mismo fin, y los más principales y geniales ejerci­
cios “ el rey temporal, las banderas, los binarios, los grados de
hum ildad", en su orden y conexión, constituyen, si me es dado
decir, las fo rjas múltiples y graduales de la elección ignaciana.
L a tercera semana es la confirmación de la elección; la cuarta
semana, su perfeccionamiento y complemento.
E n el momento de la elección suscitó el Señor en la mente
de San Ignacio el plan de la Compañía. Y así, el momento de
la elección es el momento culminante, y la obra de la elección,
es la obra principal de los ejercicios.
L a elección es la crisis de los ejercicios. L a elección es un
momento del cual depende la eternidad, porque su acierto es de
gran importancia para la vida eterna. E sta verdad ignorada en
la práctica de los espíritus superficiales, es perfectam ente cono­
cida del espíritu de las tinieblas, que carga en el momento de
la elección toda la batería de sus máquinas infernales. Tem ores,
incertidumbres, desalientos, tentaciones, desamparos del corazón
y agonías de muerte, suelen ser el cortejo y la comparsa acos­
tumbrada de la ignaciana elección. D e ella puede decirse aquello
del eclesiástico: te acercaste a elegir, prepara tu alma para la
tentación.
R á fa ga s intempestivas de la futura elección turban no pocas
veces prematuramente al ejercitante, en el mismo dintel de los
ejercicios, y otras veces, después de verificada la elección, sus
tem ores y perplejidades turban la paz del ejercitante. Es me­
3 90 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

nester armarse en esta crisis xo n una doble a rm a : l'a instante


oración y la práctica prudente de las reglas de discreción.
L a elección es el fruto principal de los ejercicios. A sí como
la raíz y el tallo y la copa y toda la eflorescencia y el ramaje se
enderezan a la producción del fruto, que es su coronamiento y
perfección, así todo el organismo de los ejercicios, desde el prin­
cipio y fundamento, que es su raíz, hasta la contemplación para
alcanzar amor, que es su coronamiento, va enderezado a ía elec­
ción, que es el fruto, a cuya producción conspiran todos los
ejercicios. L os ejercicios que no proponen la' elección, no son
ejercidos de San Ignacio; los ejercicios en que fracasa la elec­
ción, son ejercicios fracasados; los ejercicios en que se propone
y elabora v madura ía elección, son los ejercicios eficaces de
San Ignacio. E n M anresa eligió San Ignacio la mayor gloria de
D io s; en Montm artre, eligieron sus compañeros la bandera de
la Compañía. Los ejercicios sin elección, o son infracto sos o no
son ignacianos. Si tanta es la importancia de la elección, proce­
damos a su práctica según las normas de los ejercicios. San Ig ­
nacio nos ofrece un tratado completo, que consta de un preám­
bulo, tres tiempos, dos modos y el epílogo.

Preástu^sal® paira ©leecsára


“ P rim er puncto En toda buena elección, en quanto es de nues­
tra parte, el ojo de nuestra, intención, deue ser simple, solam ente
m irando p ara lo que soy criado; es a saber, para alabanza de
D ios nuestro Señor y saluación de m y ánim a. X así quaíquier cosa
que yo eligiere, deue ser a que me ayude para el fín p ara que
soy criado” .

E l preámbulo para hacer elección no es otra cosa que la


aplicación del principio y fundamento. E l principio y funda­
mento es la hipótesis, el preámbulo para hacer elección es la
práctica; el principio y fundamento es el juicio, el preámbulo
para hacer elección es su ejecución.
“ E n toda buena elección, en cuanto está de nuestra parte, el
ojo de nuestra intención debe ser sim ple” , es decir, recto en
orden al fin. L a mira y el norte único de la intención ha de ser
el fin, y solamente el fin ; y por consiguiente, solamente hay un
móvil, que es la aliciencia del fin; “ solamente mirando para lo
que soy criado” . Y así “ cualquiera cosa que yo eligiere, debe
ser a que me ayude para el fin para que soy criado” ; nada hay
IN STRUCCIÓ N SEXTA.— DE LA ELECCIÓN 391

más lógico ni más práctico que esta consecuencia, y al contrario,


nada más inconsecuente ni más: violento que forzar la natura­
leza de las cosas

“ no ordenando ny trayendo al fin el medio, m ás el medio al fin:


así como acaece que m uchos eligen prim ero casarse, lo qual es m e­
dio, y secundario seruir a Dios nuestro Señor en el casam iento,
el qual seruir a ©ios es el fin ” .

Com o el arquero flecha el arco en dirección al blanco, y en


el blanco tiene puesta su mirada, así el ánima, en el momento
de la elección ha de flechar su intención con dirección al fin,
y en el fin ha de tener fija su mirada.
Si es tanta la importancia, y juntamente la dificultad de la
elección, su ejercicio 110 ha de proponerse a todos (1), sino que
es necesario sujeto capaz, y no basta capacidad, sino que es me­
nester deseo de elegir y no cualquier deseo, sino eficaz, que e x ­
cluya todo afecto desordenado. Y la exclusión más radical de
todo desorden, consiste en la aspiración a lo más perfecto, que
es de disposición m ejor para la elección. Porque si el Señor 110
nos llamase a la perfección, nada perderíamos con nuestra ge»
nerosidad; y por el contrario, el apego a lo menos perfecto,
pone en peligro la indiferencia requerida en el momento de la
elección.
De la importancia y dificultad de ía elección, también se
deduce que en el momento de la elección hemos de instar en
la oración y purificar nuestra intención, por manera que todas
nuestras razones sean del cielo, o por lo menos vayan refe­
ridas a Dios. Y con este fervor y diligencia no nos faltará el
Señor, que sale al encuentro aun a los que no le buscan.
A continuación del preámbulo propone San Ignacio el pro­
blema de la elección, que tiene tres p artes:

Primera: Su planteamiento.
Segunda: L a discusión.
Tercera: L a solución.

PBEM EBA P A K T E . E L P LA N T E A M IE N T O

Introducción “ p ara tom ar noticia de qué cosas se deue hazer


electión y contiene en sí cuatro punctos y un a nota.

(1) Const, V I, 4-F,


392 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO';

Primer puamto, E l primer puncíu: Es ¡necesario-' que- todas-;


cosas de las quales queremos hazer electión, sean indiferentes ís
buenas en sí, y que militen dentro de la Sancta Madre Iglesia hie-
rárchica, y no malas, ny repugnantes a ella.
Segundo puncto. Segundo: A y vnas cosas que caen debaxo
de electión inmutable, así como son sacerdocio,, matrimonio, etcé­
tera; ay otras que caen debaxo de electión mutable, assí como-
son tomar beneficios o dexarlos, tomar bienes temporales o lan­
zados.
Tercer puncto. Tercero: En la electión ínmutabel, que ya vna
vea se ha hecho electión, no hay mas que eligir,, porque no se:
puede desatar, así como es matrimonio, sacerdocio, etc. Sólo es de
mirar, que si no ha hecho electión deuida y ordenadamente sin
afectiones desordenadas, arepentiéndose, procure hazer huena vida
en su electión, la qual electión no parece que: sea vocación: diuina^.
por ser electión desordenada y oblica: como, muchos en esto hierran i
haziendo de oblica, o de mala electión, vocación diuina, porque
toda vocación diurna es siempre pura y limpia, sin mixtión de-
carne ny de otra affectión alguna dessordenada.
Quarto puncto. Quarto: Si alguno a hecho electión deuida
y ordenadamente de cosas que están debajo de electión mutable
y no llegando a carne ny a mundo;,, no; a y r para: qué de nueue*
aga electión, mas en aquélla perficionarse quanto, pudiere.
Nota. Es de aduertir, que si la tal electión mutable no se ha-
hecho sincera y bien ordenada, entonces aprouecha hazer la elec­
tión deuidamenie, quien tufeiere deseo que dál salgan, fructos no­
tables y muy apacibles a Dios nuestro Señor.” .,

“ Prim e® , p u n to . E s necesario que todas, cosas de las cua­


l e s queremos hacer elección, sean indiferentes■ ■o Hienas en sí,...
y que militen dentro de la Santa Madre Iglesia, hierárquica, y-
no malas ni repugnantes a ella” .
■ E l planteamiento de la elección es m últiple,, según la s-cir­
cunstancias del sujeto. San Ignacio no excluye ningún, extremo-;
de la elección con tal que “ sea en sí bueno e indiferente” . L o s :;
diferentes oftcios y profesiones, el comercio,' lá: industria,-. las-
armas, las leyes, la enseñanza, son extremos en - sí' indiferentes,-,,
cuyas personales ventajas o inconvenientes habrá que discutir'
en el problema de la elección.
E l sacerdocio, eí claustro, el matrimonio, son' extremos err sf
buenos. San Ignacio solamente excluye dé lá elección las cosas-
que sean malas o repugnantes a la Santa Iglesia.

“ S egundo Hay unas cosas que caen deb'axo'dé lá 1


punto.

elección inmutable, asi como son sacerdocio, m atrimonió;.etcé—


3NSTR.UCCIÓN SEXTA.— DE LA ELECCIÓN 393'

tera; hay otras que caen debas o de elección mutable, assi como-
son tomar beneficios o dexarlos, tomar bienes temporales o lan- ■
zallas' \
San Ignacio reduce la elección a dos extremos. Elección.,
mutable o elección inmutable E n este último extremo, el cui­
dado y diligencia de la elección tiene que ser mayor, porque si.
se hace mal la elección, queda inmutablemente mal hecha, y toda,
la máquina y trabazón de los ejercicios va enderezada a evitar'
al ejercitante este yerro, tan transcendental e importante para,
la vida eterna.
“T ercer punto. E n la elección inmutable, si ya una vez-
se ha hecho elección, no hay más que eleg irp o rq u e np se puede-
desatar, así como es matrimonio, sacerdocio, etc. Sólo es de mi­
rar, que si no ha hecho elección debida y ordenadamente sin
affecciones desordenadas, arrepintiéndose procure hacer buena
vida en su elección, la cual elección no parece que sea vocación:
divina, por ser elección desordenada y oblica. Como muchos en:
esto yerran, haciendo de oblica o de mala elección, vocación di--
vina: porque toda vocación divina es siempre pura y limpia,,
sin -mixtión de carne ni de otra affección alguna desordenadaA
E l ejercitante que verificó la elección inmutable con desorden,,
no tiene que desesperar, dice San Ignacio, sino arrepentirse y'
hacer buena vida en la elección. A la vez que el santo anima
al ejercitante, le amonesta para que sea cauto, ya que ha errado*
en caso de tanta importancia.
Distingue San Ignacio en este tercer punto la vocación de
la elección. L a vocación es de Dios, la elección de la criatura.
L a elección es el fruto de la vocación y no la vocación el fru to -
de la elección.
“ La vocación divina es pitra y limpia” ; la vocación humana,,
como enseña la experiencia, se mezcla no pocas veces con la
carne y sangre hasta tener por vocación divina Ió que sólo es
elección humana.
“ C u a r t o p u n t o .: S i alguno ha hecho elección debida y orde­
nadamente de cosas que están debajo de elección mutable y no-
llegando a carne ni a mundo, no hay para qué de nuevo haga
elección, mas en aquélla perficionarse cuanto pudiereA
L a elección mutable ordenada, dice San Ignacio, no hay
por qué repetirla, pero si se mezcla desorden en la elección^
394 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEXTO

aprovecha mucho repetirla; dice que aprovecha, no que o b lig a ;


que es de-consejo, no de mandato.
“ Quien tuviere deseo” , “ quien se quisiera afectar y señalar
en todo servicio de su Rey eterno y Señor universal” , que elija*
Sin este deseo y generosa aspiración, es preferible que perma­
nezca invariable en su elección primera.
Tales son los puntos generales con que nos previene San Ig ­
nacio en la elección. E l Directorio (i) concreta más la cuestión
y plantea el problema de esta manera. L a elección de estado
comprende dos extremos, los preceptos y los consejos.
Elegidos los preceptos, resta que discutir el estado de vida
secular que se ha de elegir. Elegidos los consejos, queda que dis­
cutir la Congregación u Orden religiosa que se ha de abrazar.
Planteada la elección de esta manera y eliminados de sus
términos todo egoísmo y desordenada afección, procede San
Ignacio a su discusión.

SEGU N DA PA&TE. LA DISCUSION DEL PROBLEM A

“ Tres tiempos para hacer sana y buena elección en cada


itno dellos.

Primer tiempo. El primer tiempo es quando ©ios nuestro


Señor así mueve y atrahe 5a voluntad que, sin dubitar, ny poder
ítubitar, la tal ánima deuota sigue a lo que es mostrado, assi como
San Pablo y San Matheo lo hizieron en seguir a Xpo nuestro
Se&or.
Segundo tiempo. El segundo, quando se toma hasaz claridad
y cognoscimlento por experiencia de consolationes y dessolaciones
y por experientia de discretión de varios espíritus.
Tercer tiempo. El tercero tiempo es tranquillo, considerando,
primero, para qué es naseido el hombre; es a saber, para alabar
a Dios nuestro Señor y saluar su ánima, y esto deseando, elige
por medio vna vida o estado dentro de los límites de la Iglesia,
para que sea ayudado en seruicio de su Señor y saluación de su
t o ima.
Dixe tiempo tranquillo, quando el ánima no es agitada de
varios spíritus y vsa de sus potencias naturales, libera y tra n -
güilamente,
Si en el primero o segundo tiempo no se haze electión, síguense
cerca este tercero tiempo dos modos para hazerla” .

(i) Dir., X X V .
INSTRUCCIÓN SEXTA.— DE LA ELECCIÓN 395

“ Prim er tiempo. E l primer tiempo es, cuando D ios núes tro


Señor así mueve y atrae la voluntad que sin dmbitar, ni poder
dubiíar, la tal ánima devota sigue a lo que es mostrado: assi
como San Pablo y San Matheo lo hicieron en seguir a Cristo
nuestro S eñ o r” .
Del primer tiempo no hay nada que decir, porque excede
la humana prudencia; es una revelación extraordinaria, que se­
ría presunción pedirla y peligroso persuadírsela.
L a intuición deí entendimiento en este primer tiempo es tan
meridiana, que ni duda ni puede dudar; “ el impulso de la vo­
luntad tan vehem ente” que se mueve con todas sus fuerzas al
atractivo de la divina ordenación. Con esta elección eligió San
Estanislao. Con esta elección llamó a San Luis Gonzaga la V ir­
gen del Buen Consejo.
“ Segundo tiempo. E l segundo, cuando se toma asas: clari­
dad y cognoscimiento por experiencia de consolaciones y desso-
¿aciones y por experiencia de discreción de varios espíritus” .
San Ignacio, que, según hemos repetido, evitaba los superla­
tivos y encarecimientos, exige en este segundo tiempo de elec­
ción “ asaz claridad y conocim iento” . Y este sobreabundante co­
nocimiento y claridad, ha de ser no por experimento de pasa­
jera impresión, sino por experiencia, la cual incluye muche--
dumbre de experimentos. Y esta experiencia no ha de ser
cualquiera, sino probada y aquilatada por las reglas de la dis­
creción.
Con ser tan probada la elección ignaciana del segundo tiem ­
po, puede reducirse a ella la elección de no pocos jóvenes ino­
centes, que aventajados en dones de naturaleza, y educados en
los colegios religiosos, o en el seno de familias cristianas, les
previno el Señor con una inclinación constante a la perfección,
y en este perseverante impulso solamente encontraron consola­
ción y aprovechamiento. E n medio de su juvenil inconsciencia,
apenas si aducirán más razón en su elección, y esto parecerá
bastante al más riguroso director.
“ Tender tiempo. E l tercero tiempo es tranquilo, conside­
rando, primero, para qué es ñas cid o el hombre; es a saber, para
alabar a D ios nuestro Señor y salvar su ánima, y esto deseando,
elige por medio una vida o estado dentro de los límites de la
Iglesia, para que sea ayudado en servicio de su Señor y sal-
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA S E X T O

v g c íó ude su ánima. Di.ve tiempo tranquillo, cuando el ánima


■no es agitada de varios spíritus 3' usa de sus potencias naturales,,
libera y tranquilamente” .
Dos son los momentos de este tercer tiempo. E l primer mo­
mento es la intuición del fin; el segundo, el ejercicio de las po­
tencias que' eligen en orden al fin.
Comparado este tercer punto con los dos primeros, en los.
dos primeros precede la acción de la voluntad y a su impulso*
sigue la acción del entendimiento. En el tercer tiempo, al con­
trario, precede en el ejercicio la acción del entendimiento y al
peso de su razonamiento sigue la moción de la voluntad (1). La.
primera elección es más noble y más divina, la segunda más,
segura y más hum ana; por esto es prudente garantir la elección-
del segundo tiempo con el experimento del tercer tiempo de
elección. Y digo que es prudente, porque si fuera indubitable;
el divino llamamiento, holgaría la caución del humano experi­
mento ; pero como éste no es muchas veces manifiesto, sino que
se trasfigura no pocas veces el enemigo con la apariencia de
ángel de luz, de ahí que sea peligroso regirse por el impulso-
de la voluntad sin el examen y la caución del entendimiento. La.
fe no repugna a la razón, la verdad no disuena con la verdad;,
por esto es propio del espíritu de las tinieblas rehuir la lumbre;
del humano experimento, no sea que se manifiesten sus desig­
nios. Con estos precedentes procedamos a discutir la elección,.,
según el tercer tiempo.
“ S í en el primero o segundo tiempo no se hace elección
siguen cerca este tercero tiempo dos modos para hacerla.

A) E l primer modo para hacer sana y buena elección, con­


tiene en sí seis pune tos.
Primer puncto. £13 primer puncto es proponer delante la cosa-
sobre que quiero hazer electión, asi como vn officío o fceneñcios,
para tomar 0 dexar, o de otra qualquiér cosa que cae en electión'
mutable.
Segundo, puncto. Segundo: Es menester tener por obiecto el'
fin para que soy criado, que es para alabar a Bies nuestro Señor
y sainar mi ánima, y con esto hallarme indiferente, sin affectióm
algima desordenada, de manera que no esté más inclinado ny a ffe c -
tado a tomar la cosa propuesta, que a dexarla, ny más a dexarla*
que a tomarla} mas que me halle, como en medio de un peso^

(1) Directorio, cp. 27.


¿INSTRUCCIÓN SEXTA.— DE LA ELECCIÓN 397

para seguir aquello que sintiere ser más en gloria y alabanza de


Dios nuestro Señor y saluación fie mi ánima.
Tercer puncto. Tercero: Pedir a Bios nuestro Señor quiera
mover my voluntad y poner en my ánima lo que yo fieuo hazer
acerca fie la cosa proposita, que más su alabanza y gloria sea,
discurriendo bien y fielmente con my entendimiento y eligiendo
conforme su sanetíssima y beneplácita voluntad.
Quarto puncto. Quarto: Considerar raciocinando quántos eóm-
modos o proueclios se me siguen con el tener el officio o bene­
ficio propuesta, para la sola la alabanza fie Bios nuestro Señor
y salud fie my ánima; y por el contrarío, considerar assimism©
los incómodos y peligros que ay en el tener. Otro tanto haziendo
en la segunda parte: es a saber, mirar los cómodos y prouechos
ten el no tenei, y asimismo, por el contrario, los incómodos y
peligros en eJs mssra© no tener.
Quinto puncto. Quinto: Después que así he discurrido y ra­
ciocinado á Sodas partes sobre la cosa proposita, mirar dónde más
la razón se inclina, y así según la mayor moción racional y no
moción alguna sensual, se deue hazer deliberación sobre la cosa
proposita.
Sexto puncto. Sexto: Hecha la tal electión o deliberación,
deue yr la persona que tal a hecho con mucha diligencia a la
oración delante de Dios nuestro Señor y offrescerle la tal electión,
para que su diurna Majestad la quiera rescibir y confirmar, siendo
.su mayor seruicio y alabanza” .

'“ E l primer modo para hacer sana y buena elección, contiene


m i sí seis■pune tos” .
S e trata de una elección sana, es decir, inmune de nuestras
mórbidas aficiones, y buena, es decir, ordenada al cumplimiento
¡de la divina voluntad.

“ Prim er puncto. E l primer puncto es proponer delante la


cosa que quiero hacer elección, así como un o f f icio o beneficio,
■fiara tomar o desear o de otra cualquier cosa que cae en elección
■.mutable” .
,E 1 primer punto es la proposición explícita de los términos
íde la elección.

“ Segundo puncto. Segundo: E s menester tener por obieto


fél fin para qué soy criado, que es para alabar a D ios nuestro
Señor y salvar mi ánima, y con esto hallarme indiferente, sin
affección alguna dessor denada, de manera que no esté más incli­
nado ni affectado a tomar la cosa propuesta que a desearla, ni
más a dexarla que a tomarla; mas que me halle como en medio
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA SEXTO

.1de un peso, para seguir aquello que sintiere ser más en gloria
y alabanza de D ios nuestro Señor y salvación de mi ánima” .
E l segundo punto verifica en los términos que se discuten
una doble operación. Primeramente elimina de ellos toda afición
desordenada, y hecho esto, los reduce a la denominación única y
común del ordenamiento de la divina voluntad.
A sí preparada la elección, resta para proceder a su discusión
implorar la luz del cielo que ilumine nuestro entendimiento;
impetrar el auxilio de la gracia, que mueva e incline la voluntad.
Y a esto nos invita San Ignacio en el tercer punto de la elección.
“ Tercer puncto. Tercero: Ped ir a D ios nuestro Señor quie­
ra mover mi voluntad y poner en mi ánima lo que yo debo hacer
acerca de la cosa proposita, que más su alabanza y gloria sea,
discurriendo bien y fielm ente con mi entendimiento y eligiendo
conforme su sanctíssima y beneplácito voluntad
En este momento de la elección, el más importante quizá
de nuestra vida, nos encarece San Ignacio la práctica que nos
previno en la anotación décimosexta.
“ Cuarto puncto. Cuarto; Considerar raciocinando cuántos
cómmodos o provechos se me siguen con el tener el officio o
beneficio propuesto, para sola la alabanza de D ios nuestro Señor
y salud de mi ánima; y por el contrario, considerar assimismo
los incómodos y peligros que hay en el tener. Otro tanto ha­
ciendo en la segunda parte: es a saber, mirar los cómodos y
provechos en el no tener, y asimismo, por el contraído, los incó­
modos y peligros en el mismo no tener” .
L os tres puntos precedentes, son los prolegóm enos; el cuarto
punto discute ía elección.
E l ejercitante escribe las ventajas y los inconvenientes que
se le ofrecen en orden a la salvación eterna y la gloria del Señor.
E stas razones han de ser espirituales; las razones temporales
espiritualizadas pueden servir para confirmarle en su elección.
L A SO LU C IÓ N

“ Quinto puncto. Q uinto: Después que así he discurrido y


raciocinado a todas partes, sobre la cosa proposita, mirar dónde
más la razón se inclina, y así, según la mayor moción racional y
no moción alguna sensual, se debe hacer deliberación sobre la
cosa proposita” .
INSTRUCCIÓN SEXTA.— DE LA ELECCIÓN
399

E l quinto punto es la solución del problema. E l entendimien­


to suma y pondera las razones, y la voluntad libre y prudente­
mente se inclina al mayor número y ponderación.
“ S exto puncto, S exto; H echa la tal elección o delibera­
ción, debe ir la persona que tal ha hecho con macha diligencia
a la oración delante de D ios miestro Señor y ofrescerle la tal
oración, para que. su divina Matestad la quiera rescibir y con­
firmar, siendo su mayor servicio y alabanza” .
E l sexto punto es el epílogo espiritual de la elección. E l ejer­
citante la ofrece al Señor para que su divina M ajestad la quiera
recibir y confirmar, y con esta humilde súplica y ofrecimiento
quede terminada la elección.
E l Directorio recomienda que se confiera la elección con el
Director (i).

B) ((Segundo modo, E l segundo modo para hacer sana y


buena elección, contiene en sí cuatro reglas y notas” .

San Ignacio añade al primero otro modo que, más bien que
distinto procedimiento de elegir, contienen en sí las reglas pru­
dentes con que se ha de proceder en el tercer tiempo de elección.
wPrimara regla. La primera es que aquel amor p e i e mueve
y me haze eligir la tal cosa, descienda de arriba del amor de
Dios, éb forma que el que elige sienta primero en sí, que aquel
amor más © menos que tiene a la cosa que elige, es sólo por su
Criador y Señor.
Segunda regla. La segunda, mirar a vn hombre que nunca
he visto ny eonóscido, y desseando yo toda su perfectión, consi­
derar lo que yo le diría que hiziese y eligiese para mayor gloria
de Dios nuestro Señor, y mayor perfeetión de su ánima, y hazien-
do yo asimismo guardar la regla que para el otro pongo.
Tercera regla. La tercera, ponsiderar como si estuuiese en el
artículo de la muerte, la forma y medida que entonces querría
haber tenido en el modo de la presente elección, y reglándome por
aquélla, haga en todo la my determinación.
Cuarta regla. La cuarta, mirando y considerando cómo me
hallaré el día del juizio, pensar cómo entonces querría aber deli­
berado acerca la cosa presente, y la regla que entonces querría
auer tenido, tomarla agora, porque entonces me halle con entero
plazer y gozo.

(i) Directorio, X X I, 3.
-'400 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA SEXTO

Nota. Tomadas las reglas sobredichas para my salud y quietud


eterna, haré mly electión y oblación a Dios nuestro Señor, conforme
ai sexto puncto del primer modo de hazer eiecfcióu” .

“ Primera regla. La primera es que aquel amor que me


)mueve y me hace elegir la tal cosa, descienda de arriba del amor
-de D ios, de form a que el que elige sienta primero en sí, que
aquel amor más o menos que tiene a la cosa que elige, es sólo
por su Criador y Señor A

L a primera regla es la regla de la caridad y amor.


A unque no es la voluntad la facultad que elige, porque es
potencia ciega, sino el entendimiento, que es la antorcha que
le alum bra; pero el entendimiento no se mueve a elegir sino
por alguna ventaja del objeto elegido que le atrae con su amor.
Y así dice con razón San A gu stín : A m or meus pondus m eum ,'
Y este amor que promueve la elección, tiene que “ descender
*de arriba” y no de ninguna terrena afición; tiene que ser amor
■pronto, porque la caridad no conoce dilación (nescit longo. mo~
limina .Spiritus Sane ti grafía); tiene que ser amor firme, porque
el amor es más fuerte que la muerte (r). Tiene que ser constan­
te, que ni la vida ni la muerte, ni la altitud ni la profundidad,
ni el cielo ni la tierra, ni criatura alguna la pueda apartar de
su propósito; tiene que ser amor de caridad: “ De arriba” , como
.afirm a San Ignacio.

“ Segunda regla. L a segunda, mirar a un hombre que nun~


>ca he visto ni conoscido, y desseando yo toda su perfección,
<considerar lo que yo le diría que hiciese y eligiese para mayor
gloria de D ios nuestro Señor, y mayor perfección de su ánima,
■y haciendo yo asimismo guardar la regla que para el otro
pongoA

L a segunda regla es la regla de la humana sensatez. Sabido .


■es que ninguno es buen juez en causa propia. P ara obviar esta
'dificultad, San Ignacio quiere que fallemos nuestra elección en
-cabeza ajena: “ m irar a un hombre que nunca he visto ni conocí-
-do” , porque con los amigos y allegados hay el mismo peligro de
errar en nuestro ju icio : amicus meus aíter eg o ; es mi allegado,
.•es mi carne, es mi sangre, juzgo en alguna manera en causa mía.

:( i) F ortis est ut mors düectío. C a n t, 8, ó.


'.INSTRUCCIÓN SEXTA.— DE 3LA «LECCIÓN

“ Mirar a un hombre que m m ca he visto n i conocido, y desean­


do yo toda su perfección, considerar lo que yo le diría que hi­
rviese y eligiese” , de form a fu e -el que elige, sienta en sí que
aquel amor más o menos que tiene a la cosa que elige, es sólo
■por su Criador y S eñ or; y dice San Ignacio: “ Aquel amor más
ó m enos” , menos quizás en la repugnancia de la sensualidad,
m ayor por el contrario en la eficacia y en la estimación del en­
cendim iento; porque una elección que se impone y predomina
-contra toda la repugnancia de la sensibilidad, da gallarda mués-
“tra de su eficacia y '“ de que aquel amor que me mueve y me-
hace elegir, desciende de arriba, y de aquel amor más o menos
-que se tiene a la cosa elegida, es sólo por su Criador y S eñ or” .
“ L a segunda, mirar a un hombre que nunca he visto ni co­
nocido, y deseando yo toda su perfección, considerar lo que yo le
diría que hiciese y eligiese para mayor gloria de D io s” . T u es
Ule vir. L o que aconsejarías a tu prójim o aplícatelo a ti. N o
has de amar aí prójim o más que a ti. L a caridad bien ordenada
-empieza por ti mismo.

“ Tercera regla. L a tercera, considerar como si estuviese en


•el artículo de la muerte, la form a y medida que entonces que­
rría haber tenido en el modo de la presente elección, y reglán-
A om e por aquélla, haga en 'todo la mi determinación” .
L a tercera regla es la regla de la muerte. Suele decirse que
l a hora de la muerte es la 'hora de las verdades, que al resplan­
dor de la agonía se ven las cosas como son; San Ignacio nos
in vita a adelantar aquella hora, a alumbrar nuestra elección con
-.aquella lumbre. Y no le vaya a ocurrir a nadie que a aquella
hora todos querrán elegir la vida religiosa. A aquella hora todos
querrán elegir lo que Dios quiere que elijan. Todos querrán
ser santos, todos querrán 'haber cumplido la divina voluntad.
“ Cuarta regla L a cuarta, mirando y considerando cómo me
¿hallaré el día del juicio, pensar cómo entonces querría haber
t;deliberado acerca de la cósa presente, y la regla que entonces
•querría haber tenido, tomarla agora, porque entonces me hallé
<con entero placer y gozo” .
L a cuarta y última regía es la regla eterna del juicio del
'Señor. E í tribunal divino ha de ju zgar tu elección: juzga tú la
^elección delante del tribunal del Señor. A tiempo estás, no sea
26
402 EJERCICIOS DE, SAN IGNACIO.— DIA SEXTO

que llores entonces con lágrimas estériles y te arrepientas con


tardío arrepentimiento, D ile al Señor de lo íntimo de tu cora­
zón, como el A p óstol: “ ¿Q u é queréis que haga?” “ Hablad, S e ­
ñor > que vuestro siervo escuchaA
"Entra en ia elección con grande ánimo y liberalidad con sis
Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para q«e
su diuina Maiestad, asi de su persona como de todo lo que tienes
se sirua conforme a su sanctíssima voluntad” (1).

C) A ñade San Ignacio a los modos de elección un apén­


dice, o como dice el texto latino:

"E s de aduertir, que acerca de los que están constituidos en


prelatura ® m matrimonios quier abunden mucho de los bienes
temporales» qutier sao, m& tienen lugar o muy prometa vo-
Imitad para hazer electión de las cosas que caen debaxo de elec­
trón mutable, aprouecha mucho, en lugar de haaer electión, dar
forma y modo de enmendar y reformar lá propia vida y estad®
de cada rao dellos; es a saber, poniendo su creatión, vida y estado
para gloria y alabanza Se Dios nuestro Señor y saluación de su
propia ánima.
Para venir y llegar a este Sn, debe mucho considerar y ruminar
por los exercicios y modos de eligir,, según que está declarado»
quánta casa y familia deue tener, cómo la debe regir y gobernar»
cómo la debe enseñar con palabra y con exemplo; asimisraé de
sus facultades, quánta debe tomar para su familia y casa y quánta
para dispensar en pobres y en otras cosas pías, no queriendo ny
buscando otra cosa alguna, sino en todo y por todo, mayor ala­
banza y gloria de Dios nuestro Señor.
Porque piense cada vno que tanto se aprouechará en todas
cosas spmtuales» quanto saliere de su propio amor, querer y
Intere3seM0

L a elección en sentido estricto se refiére a la elección de


estado y a ella se enderezan de una manera principal los ejer­
cicios de San Ig n a cio ; pero muchos han hecho ya la elección ,
de estado, otros no “ sienten voluntad pronta para hacerla” ; a
los tales “ aprovecha mucho en lugar de hacer elección, dar fo r­
ma y modo de enmendar y reform ar la propia vid a ” . Dice £l
santo “ que aprovecha mucho” porque la reform a es la elección
de los tales ejercitantes, Y la reform a es el momento culminan­
te y la crisis y el fruto principal de sus ejercicios, Y porque la
reform a no es otra cosa que una especie de elección, se rige por

(i) Atm., 5.
INSTRUCCIÓN SEXTA.— DE LA ELECCIÓN 4Q 3

sus mismas reglas, es a sa b e r: la intención del fin, la exposición


y ejercicio de las reglas de la elección y la discusión y elección
de la reform a en orden al fin.
San Ignacio refiere la reform a al estado de un padre de
familia, pero cada cual tiene que aplicar la reform a a su propia
vida y estado, y es piadoso escribirla y conferirla y ofrecerla al
Señor del mismo modo que la elección de estado.
Term ina San Ignacio la práctica de la elección con una sen­
tencia, repetida muchas veces de diferentes formas en el decur­
so de los ejercicios. E s el “ tanto cuanto, el vince te ipsum, el
oppositum per diam etrunT, la glosa ignaciana de aquella m áxi­
ma de Jesucristo: u Niégate a ti mismo” , que la repite una vez
más en estos térm in os: “ Piense cada uno que tanto se aprove­
chará en todas cosas esp iritu a lescu a n to saliere de su propio
amor, querer e intereseT
E s cosa que la. sabemos y no la pensam os; es cosa que la
pensamos y no la practicamos, y es menester saberla y pensar­
la y practicarla a toda costa, porque en su práctica Consiste el
secreto y la clave de la .reforma, de la elección y de toda -san­
tidad.
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Din séptimo

TERCERA SEMANA

M®üteeiég§ w§ies¡m@^iggiBto

omcmm oel h u erto

E l fin de la tercera semana es confirmar lo conform ado:


Conformata confirmare.
L a conform ación con Cristo en la práctica dei tercer grado
de humildad constituye el fin y el coronamiento de la segunda
semana, y este fin y coronamiento solamente se alcanza al pie
de la cruz, en la meditación devota de la pasión y muerte del
Señor,
P o r esto filé práctica común de todos los santos la continua
meditación de la pasión y muerte del Señor, A este objeto, al
principio de la tercera semana, nos prescribe San Ignacio pre­
ciosas reglas de aprovechamiento espiritual. Adem ás de los acos­
tumbrados puntos de la segunda semana: “ Ver las personas, oír
las palabras, considerar las acciones” , añade tres puntos especia­
les. “ E l cuarto, dice, considerar lo que Cristo nuestro Señor pa~
desee en la humanidad o quiere padescer” , San Ignacio quiere
que el ejercitante considere vivamente el número y la acerbidad
de los sufrim ientos del Señor, que suba a la cumbre del Gol go­
ta, que presencie a sus ojos el drama de la pasión, que recorra
una por una todas las estaciones del Calvario, desde la oración
del huerto hasta la herida de la lanza; que después de meditar
al detalle, la vuelva a meditar de conjunto toda la pasión, hasta
4 oó EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.-HDÍA SÉPTIMO

embriagarse en el mar de su am argura: F ac me plagis vulneran,


fac m e cruce inebrian et cruore filii, Considerar lo que Cristo
nuestro Señor padece en la hum anidad; pero no se contenta San
Ignacio con esta viva consideración de lo que Cristo nuestro S e­
ñor padece, sino que pretende más todavía; quiere que el e je r­
citante sienta internamente la manera como el Redentor padece,
es a saber, con completa libertad en el mayor desamparo, y todo
ello por mí.
Padece con completa libertad. Nosotros sufrimos la muerte
forzados por la condición de nuestra naturaleza; Cristo padeció
sin ninguna fuerza, Ubérrimamente, porque quiso (i). Y consi­
derar lo que Cristo nuestro Señor quiere padecer. Y esta ultro-
neidad y soberana generosidad acrecienta, juntamente con el
merecimiento del Redentor, la gratitud de los redimidos.
Padece en el mayor desamparo. (ÍE1 quinto, dice San Igna­
cio, considerar cómo la divinidad se esconde, es a saber, cómo
podría destruir a sus. enemigos y no lo hace, y cómo deja pa-
descer la sacratíssima humanidad tan crudelíssímamente” , L a
divinidad no inmunifica a la humanidad, sino que la sostiene
para que su fra y la abandona para que sufra sin consuelo. Y
de este divino y desconsolador desamparo se queja amorosamen­
te el Redentor moribundo en la tercera y la más triste de sus
postreras palabras: Padre mío, Padre mío, ¡por qué me has
desam parado!
Padece todo ello por mí. (tE l sexto, considerar cómo todo
esto padesce por mis p e c a d o s De mí cuida, en mí piensa, a
m í me ama, por mí muere: Q ui dilexit me et tradidit semetip-
sum pro me. N o fuera mayor su redención si pot mí solo m u­
riese, ni lo fué menor porque haya muerto por todos, porque
su redención es infinita y no es asignable aumento ni disminu­
ción ni finitud en lo infinito.
De estas normas generales deduce San Ignacio dos conse­
cuencias, también generales:
“ C om entar, dice, con m ucha fuerza y esforzarm e a doler, tris­
car y llo ra r ” . “ Considerar, añade, cómo iodo esto padesce por
m is peccados y qué deuo hazer y padescer por E l ” ,

De la pasión del Señor deduce el Santo la compasión mía, y,


<de su ofrecimiento por mí deduce mi oblación por Dios. Este

(x) Oblatus est quia ipse vqluit. Is., 53, 7.


pñ LA ORACIÓN DEL HUERTO 40?

dolor actuoso y eficaz ha de ser la petición común de los ejer­


cicios :
"© olor co n X p o doloroso, quebranto con X p o quebrantado»
lágrim as, pena interna de tan ta pena que X po passó por m í” ..
E ste dolor actuoso y eficaz ha de ser la aspiración ^continua
del ejercitante.
“ Luego, en despertándome... esforzándom e m ientras me leuant©
y m e visto, en entristecerm e y dolerme de tanto dolor' y de tanto
padescer de X po nuestro S eñ or” ,
Y a este dolor actuoso y eficaz, han de conspirar todos mis
esfuerzos,
“ no procurando de traer pensam ientos alegres, aunque buenos
y sá n e lo s” ( 1). “ Priuándom e de toda c la rid a d ” ( 3), “ Haziendo
penitencia “ si desea haber interna contrición de sus pecados ©
llo ra r m ucho sobre ellos o sobre las penas y dolores que X po nues­
tro Señor passaua en su passión” (3),
Este dolor actuoso y eficaz, al decir del Directorio, no exclu­
ye, antes en sí entraña otros afectos saludables de arrepenti­
miento de las culpas, gratitud, esperanza, celo, amor, imitación,
frecuentes aspiraciones y abrasadas jaculatorias (4).
San Ignacio dedica a la pasión del Señor una semana y ca­
torce meditaciones, y lia quien más se quiera alargar” , le reco­
mienda que después de meditarla al detalle, la vuelva a meditar
en conjunto, un día entero la mitad de toda la pasión, y el se­
gundo día la otra mitad, y el tercer día, toda la pasión. A nos­
otros sólo nos es dado exponer cuatro m editaciones.; Comenza­
remos por la oración del huerto, preludio y síntesis dolorosa de
toda la pasión.

m tk Q um m m d e l h u e rto .

L a sólita oración preparatoria.


“ Prim er preámbulo. Eí prim er preám bulo es la historia (5)»
y será aquí cómo X po nuestro Señor descendió con sus orne
discípulos desde el Monte &íón, donde hizo la cena, para el valle

(x) T e r c e r a nota,
(2) A d ic ió n segunda.
(3) A d icio n e s, nota prim era.
(4) D ire c to rio , X X X V .
(5) M a t., 26, 30-56; M r., 14, 2 6-52; L u c., 22, 3 9-54; Joan., 18, 1-13 .
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO''

iosap h ar, desando los ocho en vn a parte del valle y los otros tres
en vn a parte dél huerto, y poniéndose en oración, suda sudor-
com o gotas de sangre, y después que tres veres hizo oraeión al
Pad re y desperté a sus tres discípulos, y después que a su voz.-
cayeron los enemigos, y Judas, dándole la paz, y San Pedro derro­
cando la ©reja a M alcho, y X po poniéndosela en su lu gar; seyen-
do preso com o m alhechor, le llefean el valle abajo y después la
cuesta arriba, p ara la casa de Anás.
Segundo preám bulo. E l segundo es ver e l lugar; Será, aquí con­
siderar el cam ino desde M onte Sión a l valle de Josaphar, y ansi-
m ism o el huerto, si ancho, si largo, si de vn a m anera, si de;
ete»*\

“ E l Señor cruzó el barrio de O fel, bajó la colina del templo;,


traspuso el valle de Josaphat, angosto en aquella parte, por uno:
de sus puentes y llegó al huerto de las olivas, a las faldas d el
Olívete, del otro lado del Cedrón, frente a' la esplanada deli
templo de jerusalén. E s aquel barranco sombrío y triste, y lar
mortecina claridad del plenilunio acrecentaba con sus cinéreos*
tintes la tristeza y aridez del paisaje; pero más triste y som­
brío que el valle era el huerto. Form a el huerto de Getsemam
un cuadrilátero de unos cuarenta metros de lado guarnecido-
de m urallas; ocho olivos multiseculares parecen llorar todavía,
con sus doblados ramos la agonía de su D io s; a poca distancia-
hay una cueva: es el lugar donde el Señor oraba” , Ibat secun~
dmn consnetudinem in montem olivarmn (i).

T ercer preám bulo. ES tercero -es dem andar lo que quiero, lo>-
qual es propio ’de dem andar en la passión, dolor con X p o dolo­
roso, quebranto con X p o quebrantado,, lágrim as pena interna;
de ta n ta pena que Cristo passó por m y ’\

E l dolor y quebranto ignacianos, no son vocablos sinónimos,


sino contrapuestos (2). El dolor significa la molestia física, el
quebranto, la depresión m o ral; el dolor, el sufrimiento, el que­
branto, la humillación; y esta humillación consiguiente en Cristo
al abandono de los hombres y de Dios, la pondera singularmen­
te San Ignacio; y esta compenetración de afectos en el momen­
to de ía contradicción, es propia de los que se aman de verdad
y este dolor y quebranto quiere San Ignaqo que se entrañen en
nuestro interior, hondamente: “ demandar” : dice, pena int'er-

(1) L u c ., 22-39; C f . V ila r iñ o , V id a de Jesu cristo , 2 6 1; F illió n , id!,. 4-41


(2) D en is I I I 2.0 dies.
DE LA ORACIÓN DEL HUERTO

na” ; y este dolor y quebranto quiere que rebose sensiblemente a


lo exterior: “ demandar, añade, l á g r i m a s y este dolor y que­
branto tiene su razón: “ P or tanta -pena que Cristo passó por
f')}
7m .
L os puntos de la oración, conform e el texto ignaciano, serán.;
tre s:

Primero: Precedentes de la oración.


Segundo: L a oración.
Tercero: Consiguientes de la oración.

P U N T O P R IM E R O
é® In ©rggelép

“ Prim ero; E l Señor acab ad a la cena y cantando el hym no, se


íu é a l m onte O libetl con sus discípulos, llenos de miedo; y desando
los ocho/en G ethesm aní diziendo: “ Sentaos aquí, hasta que vaya ,
a llí a o r a r ” *

Acabó el Señor la cena, recitó el himno y marchó al monte -


O lívete; conocía el traidor aquel lugar, porque concurría allí
frecuentemente Jesús con sus discípulos. D ejó el Señor en la ■
puerta a sus discípulos, y les d ijo : “ Quedad aquí, mientras me
interno en el huerto y oro” ( i ) ; y tomando consigo a Simón y~
a los dos hijos de Zebedeo, “ coepit pavero et taedere et moestus
esse” , comenzó a sentir pavor, tedio y tristeza. E s el pavor el
espanto de un mal inminente, y así dijo el salmista: “ M e inva­
dió el temor, me cercó el miedo, me rodearon las tinieblas” (2).
E s el tedio la desgana de todo, hasta de la misma vida, y así
dijo el santo Job (3): “ S e hastía mi alma de la misma vida” . L a-
tristeza es el pesar del mal presente, y como la acerbidad de su
pasión le era presentísima, la tristeza del Señor fué tan extrema
cual no la pudo sentir jamás mortal alguno; y así lo manifestó
el Señor a los apóstoles, con aquellas palabras (4): “ Triste está-
mi alma hasta la muerte; velad y orad para que no entréis en la

(1) M a t., 26, 36.


(2) P s., 54, 6.
(3) T ae d e t anim am m eam v ita e m eae. Job., 10-1.
(4) T r is tis est anim a m ea usque ad m o rtem ... vig ilare et -o ra te ut\
non in tretis in tentatíonem . M t , 26, 38 y 41,
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA SÉPTIMO

tentación” . E l rostró de Jesús estaba pálido, la voz quebrada,


los ojos llorosos, y esto no obstante, con soberano desasimiento,
“ se arrancó de sus discípulos cuanto dista un tiro de piedra, se
postró de hinojos y comenzó a orar” (i).
Antes de meditar la oración del Salvador, vamos a conside­
rar las circunstancias que le previnieron para nuestro común
ejemplo y aprovechamiento. L o primero, la oración de Cristo
no fué de consuelo, sino dé desconsuelo; por eso dice el E van ­
gelio que “ se arrancó de sus discípulos ", “ que se "puso en ago­
nía". L o segundo, la oración de Cristo no fué pública, sino
oculta. L a noche era oscura, el lugar apartado, la soledad espan­
tosa, el abandono sumo. L o tercero, la oración de Cristo no fué
presuntuosa, sino humilde, con humildad exterior; la faz en la
tierra, de hinojos en e! suelo; con humildad interior de sumi­
sión; obediencia a su Padre celestial. L o cuarto, la oración de
Cristo fué confiada, no vacilante, y así protesta de sus labios:
“ Padre, si quieres, pase este cáliz (2); todas' las cosas te son
posibles" (3), L o quinto, la oración de Cristo fué ferviente, no
tibia, y así exclam a una y dos veces, cosa nunca repetida en el
E vangelio: “ A b ba, P aterl, j Padre, P adre! (4) con abrasado
amor de su corazón. L o sexto, la oración de Cristo fué resig­
nada, no imperiosa, y así repite muchas veces: “ no se haga mi
voluntad sino la vuestra” (5). Lo séptimo, la oración de Cristo
fué perseverante, no subitánea, y así les dijo a los apóstoles:
“ ¿no pudisteis una hora vigilar conmigo? ” (ó). Estas tris­
tes palabras no tanto fueron dichas para los aposto’es, cuan­
to para nosotros; velemos con Cristo en su agonía. Como
esclavitos indignos, postrémonos de rodillas en el huerto de
Getsemaní y orem os,■ agonicemos, llenos de temor y reverencia;
juntemos el dolor del Señor con nuestro dolor, su quebranto
con nuestro quebranto, su oración y nuestra oración. A sí sea.

(1) L u c., 22, 41.


(2) L u c., 22, 42.
( 3) M t., 19, 26.
(4) M arc 14, 36.
( 5) L u c., 22, 42.
(6) M t., 20, 40.
BE LA ORACIÓN DEL HUERTO

PU N TO SEGUNDO

Segundo. Acom pañado de S an t Pedro, S an t T iago y SanS


Joan, oró tres vez es el Señor diziendo: “ Padre, si se puede h a zer
pase de m y este cáliz; con todo, no se haga m y voluntad sino la
tu y a ” , “ y estando en agonía, orava m ás prolixam ente

D ijo el Señor a sus discípulos: Q u e d a o s aquí mientras me


interno en el huerto y oro” ( i ) ; “ y se arrancó de ellos como a
distancia de un tiro de piedra” (2); “ y cayó de hinojos sobre el
polvo y comenzó a orar diciendo: Padre mío, si es posible, pase
de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (3).
Apliquem os a la meditación los criterios ignacianos: “ ver
las personas, oír las palabras, considerar las acciones” , singular­
mente en la tercera semana, la agonía, el desamparo; la oblación
del Señor por mí.

a) “ V er las p e r s o n a s Veamos, a Cristo tendido sobre su


faz, trémulo, pálido, agonizante en el polvo. Veam os a los após­
toles perezosos, negligentes, adormidos torpemente en la ladera.
Veam os a lo s, enemigos, el fulgor de las lámparas, el flamear de
las teas, el fulgurar de las espadas, el tropel de la soldadesca,
los sanedritas, los criados, el traidor.
“ O ír las p a l a b r a s L os'discípu los callan abrumados por el
sueño; los enemigos enmudecen temerosos de la presa. Y entre
el fu ro r 7de los unos y el marasmo de los otros, el Señor vela
en agonía, y levanta al cielo el clamor de su plegaria: “ Padre,
todas las cosas te son posibles; si quieres, pase de m í este cáliz,
perú no se haga m i voluntad, sino la tuyaY ¿Q u é congoja tan
dolorosa, qué agonía tan amarga así apenaba al corazón divino,
hasta demandar de su Padre que, si posible fuera, pasase de sí
la amargura de su cáliz? L a clarividencia del dolor, la intuición
de la pasión y de la muerte, anegaban en tan mortal agonía aí
corazón divino.
Si aquí, el día de V iernes Santo, al presenciar los pasos de

(1) M t., 2Ó, 36.


(2) L u c., 22-41.
(3) M t., 2ó,- 39-
412 EJERCICIOS DE SAN IGN ACIO — DÍA SÉPTIM O

la pasión, en la madera o en el mármol de mano maestra fabri­


cados, ía piedad cristiana se conmueve, y al verle a 'Cristo en el
huerto'agonizante, al verle de espinas coronado, al verle en la.
columna flagelado, al verle sobre todo moribundo, desgarrado,,
suspendido en la cruz entré dos ladrones, la muchedumbre cons­
ternada se postra en la tierra de rodillas, y se enternece y llora,,
eso que aquello no es más que una imagen, un trasunto pálido y
. frío del drama deicida y a hace dos mil años consumado, ¿ q u é
espanto, qué agonía no causaría en eí corazón divino la intui­
ción vivísim a y clarividente de la pasión y muerte crudelísima,
no distante, sino inmediata, no ya en el mármol o en el bronce,.,
sino en su cuerpo y en sus carnes escu'pida? A llí sintió el.
Señor el beso del traidor, los nudos de las prisiones, el bofetón-
del criado, el restallar de los azotes, la hediondez de las salivas,,
la pesadumbre del madero ; allí le punzaron las espinas, le hora­
daron los clavos, le descoyuntaron los músculos, le desangraron-:
las venas ; allí le condenó Pilatos, le despreció Herodes, le pos­
tergó Barrabás, le maldijeron los discípulos, le abandonaron los-
apóstoles, le desamparó el mismo D ios; y aquella muchedumbre-
de martirios, aquel tropel de ignominias que al decir del profeta.,
le cercaron como manada innúmera de furiosas bestias (i), puso-
desmayo en eí corazón divino (2), y arrancó de los labios del
mansísimo cordero aquella amorosa querella, cifra y compendio
de su interior agonía: “ Padre, Padre, si es posible, pase de mv
este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” .
Y porque Cristo era hombre y amaba a los hombres y consi­
deraba humano consolar a los afligidos y consolarse juntamen­
te en ía aflicción, se irguió del polvo en que yacía y se enca­
minó a conversar con los que amaba. ¡Q u é amor tan humano, y
qué celo tan divino, y qué decepción' tan am arga! (3) “ M iré en
mi derredor, dijo eí profeta, y no hubo quien me auxiliara; re­
querí, y no hallé quien me consolara” : “ y se llegó el Señor a
sus discípulos y los encontró dormidos en el suelo” (4). Y que
blandura, eme benignidad: ni una frase dura, ni una palabra
aceda: “ ¿Cóm o, les dijo, no pudisteis velar una hora conmigo?'

(1) T a u r i pingues obsederunt me. P s., 21, 13.


(2) Q uoniam circu m d ed eru n t me m ala, quorum non est num erus et::
c o r m eunt d ereliq u it m e. P s., 39, 13.
O C irc u m sp e x í et non erat a u x ílía to r. Is,, 63, 5.
(4) M t., 26, 40.
;í>£ LA ORACIÓN DEL HUERTO 4 13

V ela d y orad para que no entréis en la tentación’ (1 ); y d,e


xiüevo se arrancó de ellos y traspuso la espesura y se postró de
¿hinojos, en la tierra.
“ Padre, todas las cosas te son posibles; si quieres, pase de
m í este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” . Se­
cu n d a vez se tornó a orar, y humilló su frente y reiteró a su
Padre la misma súplica (2); ¿qué dolor tan acerbo, qué agonía
dan mortal así apenaba al corazón divino, hasta demandar de
.su Padre que pasase de sí, si posible fuera, la am argura de su
-cáliz ? Los pecados de los hombres apenaron al R ed en tor; con
dan acerbo dolor le sumieron en tan mortal agonía (3).

b) Si aquí un reo de muerte al subir las gradas del cadalso,


.ante el temor de una muerte y la expiación de un delito, así
■tiembla y desfallece que tiene que ser conducido no pocas veces
■en ajenas manos, ¿qué dolor, qué agonía no sentiría el corazón
'de Cristo, al subir al cadalso de la cruz, no ya a expiar un
solo delito, sino todos los d elitos; a sufrir no ya una muerte,
.sino todas las muertes? Todas las torpezas y fornicaciones,
todos los juram entos y blasfemias, todos los asesinatos y los ,
■parricidios, todas las injusticias y las opresiones, todos los
ihurtos y las rapiñas, toda la sangre derramada, todas las lá­
grim as vertidas, todas las inocencias violadas, todos los pecados
consumados, los vio allí el Señor con presentísima clarividencia,
y los presenció con inmediata intuición. A llí vio el Señor la
lig ereza de E va, la impiedad de Caín, la vendición de José, el
¡sacri1egio de Antíoco, la apostasía de Juliano, la crueldad de
'N erón, la maldad de A rrío, la doblez de Pelagio, la rebelión
-de Lutero, el refinamiento, de Jansenio, las rapiñas de dos bár~
'baros, las torpezas de ios moros, las perfidias de los judíos, las
'mentiras de los herejes, las rebeldías de los cismáticos, y no
■solo los crímenes públicos y sociales, sino los pecados ocultos
y escondidos consumados en la inaccesible soledad, perpetrados
■en las tinieblas de la noche (4); allí los vio todos ellos con pre-
"sentísxmá intuición y clarividencia; allí vio también tus pecados,

(x) M t , 26, 40-41.


(2) E t iterm n abiens o ra vit, eumdem serm onem d ic e n s : M a rc., 14, 39
(3) O m n es nos quasi oves e r r a v ím u s ; unusquisque in . via m suam
d ie c lin a v it: et posuít D o m in u s in eo iniquitatem om nium nostrum , Is., 53, 6.
(4) S ícu t tenebrae eju s tta et lum en ejus. P s., 138, 12.
414 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEPTIMO

allí te vió a ti, su amigo, su privado, su predilecto, la ovejita


dé su seno, el hijo amado -de su corazón; allí te vió, ¿quién lo
creyera?, ingrato, pródigo, envilecido; allí vió y lloró tus pe­
cados, y los pecados de todos los hombres, desde el pecado pri­
mero del paraíso, hasta el postrer pecado de los días del A n ti­
cristo. A llí vió con presentísima intuición y clarividencia, al
ofrecerse víctima de nuestra expiación, tres circunstancias que
acrecieron al extrem o su agonía: el numero, la malicia, el daño
irreparable del pecado.

E l número de los pecados es tan innumerable, que si los


pecados del pecador, al decir "del salmista, se aumentan sobre
los cabellos de la cabeza, el recuento de todos los pecados de
la tierra se acreció en tanta muchedumbre que sólo Dios pudo
contarlos, y sólo Dios los contó para pagarlos.
La malicia de los pecados es tan refinada, que la acrecen
todas las circunstancias que acrecientan la maldad: L a noctur­
nidad, la premeditación, la alevosía, el ensañamiento, la ingra­
titud, la perfidia, el dolo, la seducción, el escándalo, la desleal­
tad, el abuso de la autoridad, la imposición de la fuerza, todas
las circunstancias agravantes y malignantes y diversificantes,
que Cristo las lloró, justipreció y satisfizo.

E l daño de los pecados es tan irreparable, que sólo la jus­


ticia de Dios podrá repararlo, daño del cuerpo y daño del alma,
daño temporal y daño eterno. A llí se desarrolló delante de los
ojos moribundos del Señor, como en sangrienta cinta proyec-r
tado, todo el daño temporal de los pecados, las lágrimas, los
sollozos, las guerras, las opresiones, las pestes, las viudeces,
las orfandades, las injusticias; allí hirieron singularmente las
niñas de sus ojos las tribulaciones de los justos, las persecucio­
nes de los santos, los tormentos de los mártires, las tentaciones
de los confesores, los sufrimientos de las vírgenes. A llí el Señor
fué apedreado con San Esteban, aspeado con San Andrés, de­
gollado con San Pablo, abrasado con San Lorenzo, dilacerado
con San Ignacio (i). A llí apuró el Señor el cáliz de todos los
sufrimientos, y endulzó con sus labios su am argura; allí justi-

( i ) C í . L a P a lm a , L a P a sió n , ca p ítu lo 8 ; S a n L o re n z o Jus, D e triu n -


fa le C h ris ti agon e, c. 19, n. 4 0 ; L ap u en te, M ed itacio n es, I V , M e d ita ció n
20, punto 3®
DE LA ORACIÓN DEL .HUERTO 41$

preció y satisfizo sobre todo el Redentor, no sólo el daño .tem­


poral de los pecados, sino su daño y castigo sempiterno,
Y tantos crímenes y tanta malicia y tantp daño, lejos de
indignarle, como en otro tiempo le indignaron a Jehová, que
sumió a todos los mortales en las aguas vengadoras del diluvio,;
acreció la compasión del Redentor, que, sumido en mortal ago­
nía, oraba a su Padre con mayor encarecimiento: “ Padre, P a ­
dre, todas las cosas te son posibles; si quieres, pase de mí este
cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” .
Y porque Cristo era hombre y amaba a los hombres, y
estimaba humano consolar a los afligidos y consolar junta­
mente su aflicción, .se irguió segunda vez del polvo en que
yacía, traspuso la cenicienta espesura de los olivos y se enca­
minó a conversar con los que amaba (i). Y en el extrem o pa­
roxism o de su dolor, nada les d ijo ; E t reUctis iüis. iterunv abiit,
et oravit tertio eumdenv sermonem dicens (2).
c) T ercera vez retornó el Señor a orar, y abatió su frente
en el polvo y reiteró de nuevo a su Padre la misma, súplica:
“ Padre, todas las cosas te son posibles; si quieres, pase de nú
este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (3). ¿Q u é
desconsuelo tan sin consuelo, qué tan mortal agonía así abru-
mkba el corazón de Cristo, basta demandar de su Padre que, s!
posible fuera, pasase de sí el cáliz de su dolor? L a perdición
de las almas, la ineficacia para muchos de la redención por
culpa de e llo s: esto abrumaba el corazón de Cristo y le sumía
en la más mortal agonía.
A llí se cuenta en la vida del Beato Baldinucci, que predicaba
este apostólicó misionero en Nápoles a una inmensa mucher
dumbre, y arrebatado de espíritu profético, en un arranque de.
apocalíptica elocuencia, les dijo así a sus oyentes: “ V ed , ved
cómo caen innúmeras las almas a los abismos infernales, como
caen las hojas del árbol al soplo del viento” ; y, temeroso su­
ceso, el olmo a cuya sombra el misionero predicaba, languide­
ció repentinamente y sacudió el follaje de sus hojas, que cayeron
marchitas por el suelo. Este temeroso suceso 110 es sino úna

(1) E t v e n it íteru m et ín venit eos dorm í en t e s : eran t enim ocuíi


eoru m g r a v a d . M t., 26, 43.
(2) M t., 26, 44.
(4) Luc., 22, 42.
-4*6 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO

im ag en pálida de la espantosa realidad. “ Ancha es la vía que


..conduce a la perdición, dice el Señor, y muchos corren por
ella” . Tendam os una mirada rápida al mundo de los que viven.
X a humanidad presente se compone de dos mil millones de
habitantes. De esta muchedumbre de habitantes, las dos terce­
ras partes son anticristianas, la tercera parte cristiana; de esta
-tercera parte cristiana, la mitad escasa es la católica, cuatrocien­
t o s cinco millones, y de esta mitad católica, la porción elegida de
los verdaderos adoradores del Señor, habría todavía que restar
..la muchedumbre lamentable de los indiferentes, de los escan­
dalosos, de los que no practican (i). ¿ lío es verdad que resulta
pavorosa la silueta moral del presente siglo? Y , sin embargo,
-ésta no constituye sino una mínima sección de las innúmeras
■apostasías que se han sucedido en el decurso de la historia.
Cristo, agonizante en el huerto de Getsemaní, repasaba con
m oribundos ojos el gráfico total de todas las apostasías y todas
das defecciones, presentes, pasadas y venideras, desde el pecado
d e A d án y el fratricidio de Caín, y ia confusión de Babel, y las
torpezas de la Pentápolis, hasta las postreras defecciones y
■universal apostasía que ha de sucederse en la terminación de
"los siglos. Y Cristo pedía por todos, y lloraba por todos, y
-agonizaba por todos, y ofrecía a todos los medios de la salva­
ción , y prodigaba a todos la sobreabundancia de su rescate ; y
..al ver que muchos no se habían de aprovechar de los tesoros
d e su redención, al ver que muchos habían de pisotear los rau­
d a les de su sangre, al ver que tantas lágrim as y tantos dolores
y tanta agonía y tanta caridad y tanto amor habían de ser para
m uchos ineficaces y baldíos, por la frialdad de los unos y la in­
diferencia de los otros y la libérrima obstinación y la maldad
d e todos los condenados ; Cristo, que buscaba las' almas y amaba
rlas almas y redimía las almas y m oría por las almas, sintió
presa su corazón de extrem a agonía y mortal congoja, y sus
la b io s moribundos balbucieron por postrera vez la misma pie-
igaria, cifra y compendio de su interior sufrim iento: “ Padre,
todas las cos&s te son posibles; si quieres, pase de mí este cáliz,
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” .
■“ Veam os las personas, oigamos las palabras, consideremos

(i) C f, D e ste llo s de la m isión cató lica. El S ig lo de las m isiones.


ÍBilbao.
íü E LA ORACIÓN DEL HUERTO 417

das acciones*. Y “ doloridos con Cristo doloroso, quebrantado¿


,con Cristo quebrantado” , como esclavifcos indignos, postrémo­
nos de hinojos en el dintel del huerto de los olivos, juntemos
.■su oración con nuestra oración, su agonía con nuestra agonía,
y repitamos con lágrim as y pena interna la plegaria: Padre,
•que pase de mí este c á liz ; Padre, yo quiero salvar mi a lm a ; Pa-
>dre, que pase de mí tu c á liz ; Padre, yo quiero salvar las al­
emas. A sí sea.

PUNTO TERCERO
C w s lg u á e s a f e s d a la ©rcselésa

“ Tercero. Vino en tanto temor que dezía, “ triste está m y á n i­


m a hasta la m u erte” , y “ sudó sangre ta n copiosa que dize San
L acas: “ Su sudor era como gotas de sangre que corrían en tierra ” ,
lo qual ya supone las vestiduras estar llenas de sa n g re” .

a) Dice así el E vangelio: “ Ye apareció un ángel del cielo


?que lo confortó. Y puesto en agonía oraba con mayor prolijidad.
Y se hiso su sudor como de gotas de sangre que corrían por la
.tierra” (1).
Aquella lucha sostenida de todos los enemigos, aquella ca­
brera previa de todos los sufrimientos, aquel sorbo anticipado
•de todas las amarguras, alteró con tal violencia el corazón de
Cristo, que trasvasadas las arterias y las venas, rebosó en todo
:su cuerpo sudor sangriento, que corrió hilo a hilo por sus sie­
nes y sus mejillas, y enrojeció sus vestiduras y humedeció la
tierra.
“ jP o r qué está enrojecida tu vestidura y fu ropa bermeja
.como los vendimiadores que pisan el lagar t ” Á esta pregunta
profética de Isaías responde así con lastimero acento el Salva-
'dor: “ Y o solo pisé el lagar, y no hubo nadie de entre los mor-
.tales que me acompañase” (2). Veam os al Señor pálido, trém u­
lo, moribundo, los ojos tristes, la faz ensangrentada, tendido
en tierra, sumido en agonía.
Oigamos los sollozos entrecortados de sus divinos labios/
Considerem os sobre todo la oración ferviente de su desam-

(1) Luc., 22, 43-44-


1(2) Isaías, 63, 3.
27
4i8 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO

parado corazón. E l Eterno Padre, que envió un ángel a Isaac


para que no muriese, envió otro ángel, el Arcángel San Gabriel,
a su U nigénito, no para que no .muriese, sino para que muriese
en una cruz.
Veam os al ángel que se arrodilla delante de Jesucristo, y
le enjuga el sudor y le conforta en la agonía. ¿Cóm o le conso­
laría? ¿Q u é palabras le diría? ¿Q u é razones le daría? T res
razones principales, al decir de los doctores (i),

b) L a primera razón fué que la pasión duraría un día, y


la resurrección no tendría término. L a brevedad es una razón
de consuelo en ios dolores, “ y no son condignos los trabajos de
la vida en comparación de la gloria que nos ha sido revelada” (2).
L a segunda razón fué más poderosa: Que su sangre era el
precio sobreabundante del humano rescate, y que siri su res­
cate el humano linaje se perdería. Y el Señor, que buscaba las
almas, que amaba las almas y moría por las almas, al oír esta
razón del ángel se confortó.
L a postrera y potísima razón fué la voluntad terminante
de su P ad re: “ A s í amó D ios al mundo, le diría el ángel al S e­
ñor, que le dió a su H ijo U nigénito” (3). UA su propio H ijo
no le perdonó, sino que lo entregó por los hombres” (4).'
Y el Señor, cuyo alimento era la voluntad de su Padre, su
misión la obediencia, su oración el divino beneplácito, al oír
esta postrera razón se confortó, eirguiéndose del polvo enque
yacía, se dirigió a sus discípulos, y con ademán sereno y sobe­
rano les d ijo : u Ea, dormid y descansad” ; ¿no véis allí entre
la espesura el resplandor de las linternas, el llamear de las teas,
el fulgurar de las arm as?; “ allí viene el traidor” , y “ para que
conozca el mundo que amo a mi Padre, y como me dió un man­
damiento, así lo cumplo, ea, levantad y vamos” . Y el Señor
esperó a los enemigos, y recibió al traidor, y afrontó a los sol­
dados, y los enemigos temieron, y el traidor tembló, y los sol­
dados cayeron espantados. Sólo elque tenía que temer no te­
mía, y el que tenía que retroceder adelantaba, y después de

(1) C f . L ap u en te, M ed ita cio n es, hoc loco.


(2) Rom., 8, 18.
(3) Joan., 3, 16.
(4) Rom., 8, 32.
El. PROCESO DEL SEÑOR 4IQ

curar la herida del criado e imponer la libertad de sus após­


toles, con gesto de augusta realeza, "porque quiso” , o por me­
jor decir, “ porque amó” , generosamente alargó sus manos a
los cordeles y su cuello a las prisiones. Y “ los discípulos iodos,
con plena fuga, le abandonaron” .
N o abandonemos nosotros al Señor en su pasión. Sigám osle
en los tribunales, sigámosle en la calle de la amargura, sigá­
mosle sobre todo con la V irgen dolorosa al pie de la Cruz.
“ Sancta M ater, istud agas, C rucifixi fige plagas cor di meo va­
lide. Justa cntcem te cum stare et me Ubi sociare in planciu de­
si der o. A m én ,”

M e d ite e ié g a

EL P R O C E S O DEL S E Ñ O R

E l proceso del Señor fué tan parcial, tan precipitado, tan


injusto, que causa horror sólo el pensarlo; con razón protesta
el Salmista indignado: “ ¿P or qué se embravecieron las gentes
y se enloquecieron las nacionesf S e coligaron los reyes de la
tierra y se confederaron los príncipes contra el Señor y contra
su Cristo Jesús” (1).
T res distintos tribunales juzgaron la causa del Señor:

E l sanedrín judío.
E l pretor romano,
E l tetrarca Herodes.
E l sanedrín lo condenó por Dios, el pretor por Rey, el te­
trarca por loco. V am os a recorrer este triple tribunal en los tres
puntos de esta meditación.
L a oración preparatoria, la acostumbrada.
E l primer preámbulo es la historia. Cómo el Señor fué con­
ducido ál sanedrín, y del sanedrín al pretorio, y del pretorio
al tetrarca, y del tetrarca otra vez al pretor, quien por miedo'
de los judíos lo condenó a la muerte.

(1) Quare fremuerunfc gentes et populi meditad sunt inania? As-


titerunt reges terrae et principes convenerunt in unum adversus Dominvtm
et adversus Chrístum ejus. Ps., 2, 1.
420 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIM O

E l segundo preámbulo o composición de lugar: V e r la lonja


del pretorio que se levanta sobre la plaza, y en la lonja a Pilatos.
que se adelanta a la muchedumbre y les dice: V ed aquí que os
traigo fuera este hombre para que sepáis que tío encuentro en
él causa alguna; y presenta a Jesús pálido, lloroso, humillado,
la frente espinada, el rostro escupido* a las espaldas un andrajo
y una caña entre las manos. O íd las palabras del presidente:
E cce homo: he aquí el hom bre; escuchad el murmullo de la
muchedumbre: Toüe, iolle: quita, quita, crucifícale.
E l tercer preámbulo, demandar lo que quiero, será aquí dolor
con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágri­
mas, pena interna, de tanta pena que Cristo pasó por mí.

I
& pr®«@$© «Sai

_,E1 escuadrón dé soldados condujo al Señor al palacio del


sumo sacerdote. Caminaba Jesús las manos atadas a la espalda,
una soga al cuello y circundado de guardias que hacían gran
estruendo y griterío para anunciar ía presa y alumbraban la faz
del Señor con sus teas y linternas para que le reconociese la
muchedumbre en medio de la oscuridad.
E l palacio del sumo sacerdote estaba situado cerca del ce­
náculo, en un barrio entonces el más rico y espléndido de la
ciudad, hoy ruinoso y yerm o; así que el Señor traspuso otra
vez el torrente Cedrón, ganó la vertiente oriental de la ciudad y
recorrió en sentido inverso el mismo camino que había seguido
para ir a Getsemaní (i).

a) D ice el Evangelista San Juan que llevaron los soldados a


C risto a casa de Anás, suegro del sumo sacerdote Caifás, E ra
A n ás cabeza de una fam ilia pontifical, que con su astucia y do­
blez había logrado vincular el sumo sacerdocio en cinco de sus
hijos, y novísimamente en su yerno. Como cabeza de toda aque­
lla fam ilia, no es extraño que fuese también cabecilla de toda
aquella conspiración que se había urdido contra Cristo. Q u izá
se revolvía inquieto entre las celosías de su palacio, temeroso
del éxito de la empresa, cuando los ministros de la sinagoga

(i) C f. Ffflión, IV , 4-11.


EL PROCESO DEL SEÑOR 42-1

se adelantaron a su casa con el Señor, para aquietarlo; quizá


vivía en la misma casa de su yerno, y se adelantó personalmente
para felicitar a los ministros y saborearse en el triunfo. Anás-
remitió a Jesucristo al tribunal de su yerno, el sumo sacerdote
Caifas. E l sumo sacerdote procedió a un inform e previo y pri­
vado, mientras concurría el pleno del sanedrín, que no se había
reunido todavía. Caifás preguntó al Señor acerca ■ de su doc­
trina y de sus discípulos (i). E l Señor no contestó acerca de
sus discípulos, porque uno le había vendido y otro le había ne­
gado y los otros le habían abandonado, y, redujo la respuesta a
defender su doctrina. “ Yo, le dijo al pontífice, siempre he en­
señado en público, en el templo y en la sinagoga, en las laderas
de los montes y en las orillas de los mares; nunca enseñé en
privado cosa alguna; pregúntaselo a las muchedumbres que me .
escucharon; ellas te darán testimonio de mi d o c t r i n a A esta
respuesta, caso frecuente en tentativas semejantes, el pontífice
quedó corrido, sin saber qué responder. Percatóse de ello uno
de los criados y, a falta de razones, en ademán violento replicó
al S eñ or: “ Cómo, ¿así respondes al p o n tíficet” (2), y levan­
tando la mano, descargó en su faz augusta una terrible bofetada.
Esta fué la primera injuria que Cristo nuestro Señor reci­
bió en la casa del pontífice. Bofetada cruel, dada por mano vio­
lenta, guarnecida con guantelete de m alla; bofetada indigna,
dada por un siervo bajo y soez en presencia de mucha g e n te ;
bofetada injusta, dada con pretexto de calumnia, sin prueba
alguna de d e lito ; bofetada humillante y afrentosa, aplaudida
por la pública asamblea de los rabinos y sacerdotes. El rostro
del Salvador quedó acardenalado con el g o lp e ; mereciera aque­
lla mano secarse, tragárselo la tierra aquel sacrilego; pero lejos
de ello, el Señor llevó la afrenta con paciencia. Y para corregir
al culpable y declararle la verdad, le dijo así: “ Si hablé mal,
da testimonio de ello, y si bien, ¿por qué me hieres?” (3). Pero
nadie paró mientes en la réplica, sino que dando el castigo por
bien merecido y con la aprobación unánime de los sanedrítas,

(1) P o n t ife x e rg o in te rro g a v it Jesutn de díscip u lis suís et de doc­


trin a e ju s. Joan., 18, 19.
(2) S ic respon des p o n tificí? Joan., 18, 22.
(3) S i m ale locutus sum testim onium perhíbe de m alo, si autem
bene, quid m e ca e d ís? Joan., 18, 23.
422 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO

que ya se habían reunido, se resolvió proceder a la pública dis­


cusión de la causa.
Penetremos en la sala de la audiencia. E l sanedrín forma
en hemiciclo. A los extremos se colocan los sanedritas; después
los. jueces .que descansan en sendos almohadones; a continua­
ción los altos consejeros, que rodean al presidente, y finalmente,
en el centro, sobre más elevado estrado, se sienta el sumo sacer­
dote C aifas.
E ra C aifás digno yerno de su suegro Anás. L e nombró
sumo sacerdote el cónsul V alerio Graco. Y su astucia y flexi­
bilidad le mantuvieron dieciocho años en la posesión del pon­
tificado.
L a causa del Señor estaba dictada antes de la formación
del proceso. A la resurrección de L ázaro , los sanedritas, reuní-'
dos en concilio, m urm uraban: “ ¿Q u é hacem os?; que este hom­
bre hace muchos m ilagros; si le dejamos impune, todos creerán
en él y nos destruirán los rom anos” . Y uno de ellos, por nom ­
bre C aifás, que era pontífice en aquel año, se levantó y les d ijo :
“ Vosotros no entendéis en esta causa. ” V os nescitis qitidquam’ ' .
E s necesario que un hombre, muera por el pueblo, para que no
perezca tocia la muchedumbre” . Desde aquel cha, los sanedritas
resolvieron matar"e (i). Su sentencia, por tanto, estaba dada;
pero la hipocresía farisaica trataba de cohonestar el crimen con
apariencia de legalidad.

b) Y , so color de justicia, se procedió a la discusión del


proceso. Concurrieron al tribunal multitud de testigos falsos,
corrompidos por el oro farisaico, pero a pesar del perjurio y la
doblez, incurrían en contradicción.
Novísimamente comparecieron dos testigos que afirm aron:
“ E ste hombre ha dicho: destruiré el templo y en tres días lo
reedificaré” (2). E l testimonio era fa lso ; el Señor, tres años
antes, no había dicho “ yo destruiré el templo” , sino “ en el caso
de que vosotros lo destruyereis, yo lo reedificaré” ; lo cual es
cosa muy distinta, y además aludía al templo vivo de su resu-
rección; pero de todos modos la calumnia era odiosa por ser
los judíos muy celosos de su tem plo; a pesar de toda esta trama

(1) San Juan, ix, 46-53-


(2) E g o d isso lvam fcemplum hoe m anu factu m , et p er trid u u m a líu d
n on m anu fa c tu m aed ifícab o. M a rc ., 14, 58.
EL PROCESO DEL SEÑOR 42 3

criminal, los testigos otra vez incurrían en contradicción. D is­


puso el Señor providencialmente que el proceso del Salvador
no presentara ni sombra de apariencias de culpabilidad. A sí lo
hubo de comprender el sumo sacerdote, que mohíno y descom­
puesto se levantó del tribunal, se adelantó a la mitad de la sala
y le requirió así aí Señor (1 ): “ ¿Cóm o no respondes nada a
tus acusadores?” E l Señor nada respondió (2). L a causa estaba
terminada. Faltaban pruebas. Entonces el sumo sacerdote, con­
vertido de presidente en fiscal y acusador, con voz truculenta,
conminó al Señor y le d ijo : “ Te conjuro en nombre de D ios
vivo que nos digas si eres Cristo el H ijo de D io s” (3). E l pre­
sidente recababa con juramento del Señor una respuesta afir­
mativa de su divinidad para condenarlo por blasfemo, y no le
salieron baldíos sus esfuerzos. Jesucristo, al verse interpelado
en nombre de Dios por el sumo sacerdote ante el tribunal más
alto de los judíos, aunque conocía toda la doblez de la pre­
gunta y los males que iban a seguirle, sin vacilar un momento
y con ademán sereno, respondió: “ A s í es, yo lo soy; y de ver­
dad os digo que veréis venir al H ijo del hombre a la diestra
de Dios sentado sobre las nubes del cieloA N o es ya el B au­
tista quien reconoce al cordero de Dios, ni es Pedro quien con­
fiesa su divinidad, ni las muchedumbres que aclaman al H ijo
de David, sino el mismo V erbo de Dios que da testimonio de
sí mismo. En la tierra ocultó el Señor su divina naturaleza
para enseñar la humildad y prevenir el odio de sus enemigos;
pero ahora que llegó la hora de volver a su Padre, protesta
llanamente su divina prosapia y futura glorificación.
A l oír esta solemne confesión, el pontífice rasgó violenta­
mente sus vestiduras, y vuelto a los sanedritas, con ademán de
indignación, íes dijo: “ H a blasfemado; ¿a qué requerir testi­
gos f ; habéis oído la blasfemia. ¿Q u é os parece? ” Y los sane­
dritas, unánimemente respondieron: E s reo de muerte (4), y

(x) E xu rgen s sumus sacerdos in médium, interrogavit Jesum dicenst


N on respondes quidquam ad ea quae tibí objíciuntur ab his?. M arc., 14, 6o»
(2) lile autem tacebat et níhií respondit M arc., 14, 61.
(3) A d ju ro te per Deum vívum ut dicas nobis si tu es Christus
, filius D ei. M t., 26, 63.
(4) T un e princeps sacerdotum scidit vestimenta sua dicens: B ía sfe -
snavít: Quid adhuc egemus testibus? E cce nunc audistis blasfemiam . Q uid
vobis vídeur? A t ilH respondentes díxerurit: Reus est m ortis. M t. 26, 65-66.
EJERCICIOS DE SAN IGN ACIO — DÍA SÉPTIMOS*

con gesto autoritativo suspendieron la sesión hasta la siguiente,


mañana.
. c) A la suspensión del juicio siguió la escena horrible de.
bacanal que detallan los evangelios. En todos los pueblos cultos,,
el reo de muerte se respeta como depósito sagrado, hasta ejecu­
tarse 3 a sentencia. El pueblo teocrático por excelencia, el tribu­
nal eclesiástico de los judíos, atropellando los fueros de la píe--
dad, inhumanamente entregó a Jesucristo a la ira y furor d é ­
la soldadesca. H e aquí cómo refieren este cuadro de horror'
los evangelios sinópticos: “ L os guardas que cuidaban la prisión:
se burlaron del Señor, escupieron sit rostro, le mesaron la barba,,
le vendaron los ojos, y entre blasfemias y maldiciones le re­
querían: Adivina de quién son los golpes y las bofetadas” (i).-
Y a Isaías había predicho esta escena de dolor, cuando puso en
boca de Jesús aquellas palabras: “ O frecí mí cuerpo a los que-
le hirieron y mis mejillas a los que las mesaron; no aparté mi'-
fa z de los que me golpearon y escupieron” . T al fué la noche-
postrera que moró el Señor sobre la tierra, noche más triste-
y lastimosa que la noche primera en que vió la luz en el portal
de Belén, donde desamparado y desconocido de los hombres-
no le faltó al menos el abrigo de un establo ni el aliento de unos,
pobres animales.

U t factus est dies (2). Apenas amaneció el día, dice San-;


Lucas, reanudaron los sanedritas el consejo; querían cohonestar
la nota de nocturna precipitación y juntamente concretar la acu­
sación que habían de urgir en el pretorio ante el tribunal de
Pilatos. Y así, sin más preámbulos ni circunlocuciones, le re­
quirieron al Señor: “ S i tú eres el Cristo* dínoslo” (3). E l S e­
ñor, a pesar de alcanzar toda la malicia de la pregunta, les con­
testó: “ S i lo afirmare no me creeréis, si os hiciere alguna pre~-
gunía no me contestaréis ni perdonaréis; mas en breve, añadió,,
se sentará el H ijo del hombre a la diestra de la virtud de Dios».
Entonces todos le replicaron: ¿L ueg o, tú eres el H ijo de D ios?'’
A s í es verdad, les contestó el S eñor. Y o lo soy. E llos protestaron:

(1) T u n e e xp u e ru n t in fa cíe m eju s, et colap his eum ceciderun t, a lii


autem palm as in fa cie m e ju s ded eran t d ice n te s: p ro p h e tiza n obls, C h riste^
quis e st qui te p ercu ssit. M t 26, 67-68.
(2) L u c ., 22, 66.
(3) S i tu es C h rístu s, d ic nobis. L u c ., 22, 66.
EL PROCESO DEL SEÑOR

N o necesitamos de testigos, él mismo ha confesado su delito. Y '


levantando el tribunal lo condujeron al pretorio de Pilatos” (i)..

d) Poco nos dice la Sagrada Escritura acerca del pretorio.


Solamente nos refiere que le alumbraba un patio y le circun­
daba una plaza. N ada añade acerca del lugar ni de su emplaza­
miento. E s probable que estuviera situado al nordeste de Jeru­
salén, en la fortaleza Antonia, cuartel de la legión romana y
magnífico alojamiento que el pretor solía habitar en las fiestas,
solemnes de los judíos. Conform e a esta tradición se veneran
en este lugar los misterios de E cce H om o, los azotes y la coro­
nación del Señor (2).
Del pretor dice la Escritura que reconoció la inocencia del'
Señor, que protestó de su inculpabilidad, que lo entregó a la muer­
te por temor de los judíos. L a historia nos enseña que fué Pilatos.
el quinto pretor romano que gobernó la Judea, que administró'
el cargo del año 12 al 36, de T ib erio; que su venalidad, vicios,
y arrogancia le merecieron la desgracia del César, la muerte y
deposición. Tales eran el pretor y el pretorio a que fué condu­
cido Cristo por los judíos.
L a hora sería como las seis de la m añana; los romanos te­
nían por práctica abrir los tribunales apenas alboreaba. Los-
sanedritas avisaron a Pilatos de su presencia en el pretorio,
pero ellos no traspusieron sus umbrales “ para no contaminar—
s e ” (3).
E l pretor, conteihporizando con las prácticas judaicas, salió
al exterior de la lonja o escalinata que circundaba su palacio...
L os sanedritas se imaginaban que ante la plenitud del sanedrín’
y la actitud amenazadora del pueblo, intimado el pretor, les en­
tregaría sin más proceso al acusado; pero se engañaron. N o fué
así. N o se contentó Pilatos con im poner-la sentencia sin arbi­
trar el delito. Y así, con ademán autoritario, Ies preguntó a los.

(1) E t ait l i l i s : S i vobis d ix e ro , non credetis m ih i: S i autem et-


in te rro g a v e ro , no respon debitis m ihí ñeque dim ittetís. E x h oc autem erit:
ñ liu s hom inis sedens a d e x tris v irtu tis D ei. D íx e ru n t autem o m n e s ;
T u e rg o es filiu s D e i? Q u i a it: V o s d icitis, quia ego sum. A t illi d íx e ru n t:-
Q u i adhuc desid eram us testim o n iu m ?, ipsi enim audivim us de o re ejus»..
L u c ., 22, 67-71.
(2) C f . FilH ón, I V .
(3) E t ipsí non in tro ieru n t in p ra eto riu m ut non con tam in aren ítm .
J oan , 18, 28.
426 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA SÉPTIMO

sanedritas: N os veda la ley a los romanos dictar sentencia sin


conocer la causa; decidme, por consiguiente, “ ¿qué acusación
presentáis contra este hombre? ” (i). L a pregunta llana y pru­
dente del gobernador desconcertó a los judíos, -que le replicaron
con desabrimiento: “ S i no fuese malhechor no te lo entregaría-
m os” (2). Como quien dice, eso es dudar de nuestra probidad;
si no fuera este hombre un malhechor no lo traeríamos a ju i­
cio. Id, les respondió el pretor con ironía; juzgadle según vues­
tro derecho (3). Los judíos no podían ejecutar la pena de muer­
te; el imperio se había reservado en su conquista el jus gladib
A s í que no les quedaba a los judíos otro recurso que someterse
a la voluntad del pretor. Los judíos habían condenado al Señor
porque se hacía D io s ; pero esta acusación les pareció inconsis­
tente ante el tribunal de un gentil, que admitía innúmeras divi­
nidades. Y así, de súbito trocaron el proceso, y le acusaron al
Señor porque se hacía rey (4). L a acusación era terminante.
E l presidente introdujo el reo a su tribunal. Compareció el
Señor en el pretorio vestido pobremente, dem udado' el color,
atadas las manos a la espalda; su aspecto no era de cesarismo
ni realeza, sino de pobreza y de dolor; esto no obstante, era tal
ía serenidad de su semblante, la penetración de su mirada, la
santidad que rebosaba en toda su persona, que el presidente
hondamente emocionado no pudo menos de preguntarle: “ ¿ E s
verdad que eres el Rey de los judíos? Cristo le respondió: / M e
preguntas de tu propia parte u oíros te lo han sugerido?— ¿S oy
acaso ju d ío f, le replicó el presidente; tus paisanos y pontí­
fices te han puesto en mis manos; ¿qué has hecho? — M i reino
no es de este mundo, le contestó el Señor; si fuera mi reino
de este mundo, mis vasallos pelearían en mi favor; pero mi
reino no es de este mundo. — Luego ¿eres rey?, insistió el pre­
sidente. — A s í es verdad, afirmó el Señor: Yo soy R ey, para
esto nací, y a esto vine al mundo, para dar testimonio de la

(1) Q u a m acussation em a ff e r t is ad versu s hom inem h u n c? S . Joan,


i 8j 29.
(2) S i non esset híc m a le fa c to r non tib í tradidissem us cum . S . Joan.
18, 30.
(3) A c c ip ite eum vo s, ét secundum legem ve stra m ju d ica te eum .
Joan, 18, 31.
(4) H u n c invem m us subverten tem gen tem n ostram , et prohibentem
trib u ta d a ré C a esa rí, et dicentem se C h ristu m regem esse. L u c ., 23, 2.
EL PROCESO DEL SEÑOR 427

verdadj y todos los que la siguen escuchan mi p a l a b r a Con


la misma entereza con que proclamó el Señor su divinidad de­
lante de los judíos, afirma su realeza delante de Pilatos. "Q u id
est v en ta sf ¿Q u é es la verdad?, le requirió P ila tos'’ (1). Pero
el vocerío de la muchedumbre se aumentaba, y temeroso el pre­
sidente de que estallase algún tumulto, se asomó otra vez al
balcón del pretorio. Su dictamen era absoluto, categórico. M u ­
chos revoltosos y alborotadores habían comparecido en su pre­
sencia, pero aquel augusto procesado era distinto de todos ello s;
su nativa dignidad, la dulcedumbre de su mirada, la modestia
de su semblante, la prudencia de sus palabras, todo conspiraba
en su favor. Y así, vuelto el presidente a los sanedritas, les
dijo con llaneza (2); “ N o encuentro en este hombre acusación
alguna” , que equivalía al non liquet de la absolución romana.
L a rabia de los judíos subió de punto. “ Alborota la gente
— gritaban— , conmueve el pueblo, siembra doctrinas subversi­
vas, desde Galilea hasta Jerusalén” (3).
Pilatos, que se percató de que Jesús era galileo, creyó o fre ­
cérsele una gallarda oportunidad de sobreseerse de su jurisdic­
ción tan enojosa causa; y así, aprovechando la estancia del te-
trarca en Jerusalén, remitió a Jesucristo al Tribunal de Herodes.

II

Üi preces© di® H eredes

E l tetrarca H erodes ocupaba el palacio de los príncipes


asmoneos, situado en la plaza X ystros al sudoeste de la ciudad.
E l rey H erodes se alegró mucho de la noticia. Placía tiempo

(1) T u es r e x J u d a eo ru m ? R espo n dít J esú s: A tem etipso hoc dícís,


an alü d ix eru n t tibí de m e? R esp o n d í! P íla tu s : N um qu id ego judaeus sum ?
G en s tua et P o n tífices trad d íd eru n t te mihi*: Q uid fe c ís ti? R esp o n d í! J e ­
sús : regn u m m eum non est de hoc m undo. SÍ e x h oc m undo esset regn um
meum, m in ístrí m ei utique d ecertaren t u t non tra d e re r ju d a e ís ; nunc
autem regn u m m eum non e st hínc. D ix it ítaque ei P íla t u s : e rg o r e x es
tu ? R e sp o n d ít J e s ú s : T u d ícís quia r e x sum. E g o in hoc natus sum et
ad hoc ven i in m undum ut testim onium perhiheam ' v e ríta ti. O m nís qui est
e x .v e n ía te au d it vo cem m eam . T ic it ei P íla tu s : Q uid est v e ríta s ? Joan.,
35- 38.
(2) N ih íl in ven io causae ín hoc hom ine. L u c., 23, 4,
(3) A t í 11i ín valesceban t, d ic e n te s : C o n m o vet popuíum docens per
u n íve rsa m Judeam , íncípiens a G a lile a usque huc, L u c., 23, 5,
428 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO,— DÍA SÉPTIMO'»

que deseaba ver a Jesucristo, y aspiraba que había de hacer*


algún milagro en su presencia.
Iría delante el pelotón de soldados y el tribuno, para pre­
sentar al tetrarca el atento recado del presidente; seguirían en.
pos los sanedritas para prevenir a Herodes en su fa v o r; cam i­
naría finalmente el Salvador entre soldados, atadas las manos,.,
circundado de la muchedumbre que en gran número se agol­
paba para ver pasar a un reo tan insigne.
Herodes convocó a los grandes de la corte y los generales-
de su ejército a una sesión ele magia o prodigio de prestidigi-
tación. H abía oído hablar mucho de Jesucristo y esperaba gozar*
del espectáculo de sus milagros.
Recibió H erodes al Señor con la mayor benevolencia y le
dirigió innúmeras preguntas (i). Qué preguntas fueron éstas
no nos dice el Evangelio. L e preguntaría quizá si e r a . E lias o -
Jeremías, como decían las gentes, o más bien el Bautista que
había resucitado; si era verdad que en la niñez había burlado
la persecución de su padre con prodigiosa fu g a ; si era cierto-
que en su presentación al templo le había aclamado el anciano-1
Simeón con proféticas predicciones; qué talismán empleaba p ara.
conjurar los demonios; qué secreta magia empleaba para resu­
citar a los m uertos; que ya sabía que aquellos días había resu­
citado a L á z a r o ; que no le privase del gusto de admirar la m agia:.
de sus m ilagros; que él en cambio le prometía la libertad.
Contrastaba con la atención y deferencia del tetrarca la
rabia y el furor de los judíos. Estaban, dice e l Evangelio, “ cons--
tanter accusantes euni” , Q u é delitos le acusaban, tampoco nos-
dice el Evangelio. Le dirían quizá a H erodes que Jesús era
primo del B autista; que habían convenido ambos para d ifa­
marle ; que le había apodado con el mote de raposa delante de
la m uchedum bre; que su padre había procurado exterminarle*
en su nacimiento, y que a fuer de buen hijo estaba obligado a:
seguir las tradiciones de su padre. Estas y otras cosas seme­
jantes le acusarían los sanedritas; pero el Señor ni se tu rb ó ’
por las calumnias de los judíos, ni se envaneció por la benevo­
lencia del tetrarca. E l verdadero esposo de los cantares, que*
se apacienta entre lirios, no se avino a servir de juglar' de)'
adúltero yugulador del. Bautista. N o le hacía falta al Señor re~-

(x) In terro g a b a t autem cum m ultís serm onibus, L u c ., 23, g.


-EL PROCESO DEL SEÑOR 42 9

¿batir a los falsarios, ni adular a los grandes para procurar su


libertad. ¿Q u é?, ¿no podía rogar a su Padre y le enviaría más
'■■que doce legiones de ángeles, que lucharían en su fa v o r? ; ¿pero
-cómo se cumplirían las Escrituras, que prevenían este manda-
;miento? (1).
Se ofreció porque quiso y no abrió su boca; como la oveja
-que se conduce al matadero o el cordero delante del que le
trasquila, así enmudeció (2).
É l silencio del Señor, que puso vehemente admiración al
-pretor romano, puso rabia y fu ror en el corazón de Herodes,
^quien al verse humillado no encontró otro recurso para evadir
.■su bochorno que tratar al Señor de necio y de mentecato, y
vestirle de blanco y devolverle en traje de loco al pretorio ro-
unano (3).

III

El á© Plintos

a) Hemos visto a los sanedritas reclamar en tumulto la


crucifixión del Señor delante del tribunal de Pilatos, y al pre­
sidente, vacilante entre el temor y la justicia, evadir al fin la
■■causa con un recurso tan baldío cuanto cobarde. O tra vez el
murmullo de la muchedumbre y el clamoreo del amotinado po­
pulacho le reveló a Pilatos la devolución del procesado y la
ineficacia de sus esfuerzos; pero 110 desistió todavía el gober­
n ad o r., de sus intentos. E ra práctica, de los judíos amnistiar
;algún procesado a petición del pueblo en la solemnidad de la
Pascua. Aprovechóse el presidente de esta oportunidad; tenía
en las prisiones un malhechor insigne, por nombre Barrabás,
condenado a muerte por homicidio y sedición. Presentóle al pue-
'bío en comparación con Jesús, y les d ijo; “ A quién queréis que
.conceda libertad: a Barrabás o a Jesús que se llama C risto” .

(1) A n putas quia non pos su m ro g a re p atrem m eum , et exh ib ebit


;m ihi m odo plus quam duodecím legiones a n g elo ru m ? Q uom odo e rgo im-,
■plebuntur scríp tu ra e , quía síc oportet fie rí? M t., 26, 52-54. ' '
(2) O b la ta s est quia ipse v o lu it et non ap eru it os s u u m : S ic u t o vis
a d o ccisionem d ucetur, et quasí agnus co ram tondente se obm utescet.
■Is.j 53 >7 *
(3) S p r e v ít autem illu m H e ro d e s cum e x e r d t u suo, et illu sít índu-
ítum ve ste alba, et re m isit ad P íla tu m . L u c., 23, n .
430 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉRTÍMO

Contemplemos las personas como nos recomienda San Ig ­


nacio ( i). D e un lado, la sombría silueta de Barrabás: la mirada,
torva, el ceño fruncido, la expresión siniestra, la personificación
misma del crimen y del asesinato. D e otra parte, la augusta
persona del Salvador: la frente serena, la mirada dulce, la e x ­
presión divina, la pureza, la inocencia, el mismo Dios. Pilatos
para esperar la resolución del pueblo se sentó pro tribunali, en
la silla curul en el lugar llamado litóstratos, vulgarmente g á -
bata. E l pretor esperaba que el pueblo se sosegaría, se rectifi­
caría, elegiría por aclamación la libertad del Salvador.
E n esto, cruzó la lonja del pretorio una esclavita, y se llegó
con sorpresa de la muchedumbre hasta el mismo tribunal del
p retor; era portadoi'a de un recado urgente de Claudia Procla,
ía esposa del pretor, que le decía: “ N o te mezcles en la causa
de ese Justo, porque son muchas las congojas que hoy he pa­
decido en sueños por su causa” (2). Singular valentía de esta
m u jer: cuando el pretor teme, no surge una voz amiga, los
apóstoles huyen, el pueblo clamorea, Claudia Procla, una mu­
jercilla tan sólo, levanta la voz por Jesucristo.
E n tanto, los sanedritas trabajan 1 a liberación de Barrabás,
excitan al tum u’to, corre abundante el oro farisaico. El pretor,
más temeroso con el mensaje recibido, pregunta segunda vez
a la m uchedum bre: “ A qtdén elegís, a Barrabás o a Jesús que
se dice C risto?” Pilatos esperaba que el pueblo había de elegir
al Salvador, pero se engañó. L a plebe, furiosa y corrompida,
con rabiosa unanimidad, p rotesta: ¡ A Cristo n o ! ¡ Suéltale a
B a rra b á s!.¡Q uerem os a Barrabás! Y ¿qué he de hacer de Jesús
que se dice Cristo?, replica contrariado el presidente. C ru cifí­
cale, le responde todo el pueblo. ¿Q u é mal ha hecho?, repone
el presidente. ¡ C ru cifíca le !, clamorea la muchedumbre (3).
b) Viendo Pilatos que nada adelantaba, sino que crecía el tu­
multo, dió libertad a Barrabás y entregó el Señor a los hctores
para que le azotasen.
(1) Quí adaequastis me? Is., 46, 5.
(2) N ihil tibí et justo illi: multa enim passa sum hodíe per vísum
propter eum. M t., 27, 19,
(3) Respondeos autem praeses ait í l ü s : Quem vultis vobis de duobus
dim ití? A t illi d ixeru n t: Barabbam , D icit illis P íla tu s: quid ígítu r
faciam de Jesu qui dicítur Christus? D icunt om nes: crucifigatur. A lt illis
praeses: Quid enim m aíi f e c ít ? A t illi m agis clam abant dícentes: C ru ­
c ifig a tu r. M t,, 27., 21-23.
EL PROCESO DEL SEÑOR 431

E ra la flagelación tormento servil e .inhumano. Desnudaban


al delincuente la mitad superior de su cuerpo, le ataban las ma­
nos a una columna, sus espaldas se encorvaban inmobles para
la comodidad de los Actores. Estos eran cuatro o seis que se
remudaban en su ejercicio; los azotes eran cuerdas o correas
terminadas en ásperos hacecillos o estrellitas de hierro. A los
pocos golpes hendían la. piel, rompían las venas, la sangre a
borbotones corría por el suelo. L os restallantes látigos excedían
las espaldas, cruzaban el pecho y vientre, abrían las arterias,
descubrían las entrañ as; el mismo rostro del reo quedaba des­
figurado ; algunos morían en el acto mismo del suplicio, mu­
chos de resultas de la flagelación. L a ley porcia y sempronia
vedaba semejante tormento a los rom anos; ía ley judía mode­
raba el número de azotes, que no podían pasar de cuarenta
menos uno, para los judíos. T al fué el tormento a que sin
piedad alguna, ni atenuación, fué sometido el Salvador.
Desnudaron sacrilegamente sus carnes; sujetaron sus manos
a una colum na; seis Actores diestros en el látigo descargaron'
golpes sobre sus espaldas; el número de los azotes de solo
Dios es conocido; algunos dicen que fueron cinco m il; Isaías
protesta que desde la punta del pie hasta la coronilla de la
'cabeza no quedó de E l parte sana. U rgía el p re to r. que con
aquel tormento quería salvarle la vid a; conspiraban los judíos
que con aquel suplicio querían asegurarle la m uerte; descar­
gaba sobre aquella inocente víctim a ía justicia del Todopode­
roso, que toma en su Unigénito venganza de nuestros pecados.
E n las revelaciones de Santa B rígida se cuenta que fué tanta
la carnicería que uno de los circunstantes, movido a compasión,
se llegó a los Actores, y les d ijo: ¿C óm o?, ¿vais a matar a este
hombre sin ser sentenciado a muerte?, y adelantándose, cortó
de un lado las ataduras que sujetaban al Señor. Cayó el Señor
de la fortaleza, desvanecido por la debilidad, y el Dios de la
pureza, desnudo delante de la muchedumbre, se arrastró por el
suelo a vestirse sus vestiduras que allí cerca yacían enrojecidas
con su sangre.
E l orador romano M arco Tulio, en un arranque de inimi­
table elocuencia, nos refiere la inicua flagelación de un ciuda­
dano romano en el foro público de Mesina (1). L e desnudan

(1) In Yerres, 5, 54-


432 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO

! ias vestiduras, le atan a la cplumna, descargan sobre su espalda


■el sibilante látigo. Los delincuentes, en el paroxismo de su dolor,
^gritaban, aullaban, blasfem aban; eí infeliz flagelado repetía un
.solo g rito : “ Soy un ciudadano r o m a n o C i v i s romanas sum.
E n el pretorio de Pilatos, no se oye un grito, no se escucha un
■suspiro del Señor, cual si sus carnes fueran de diamante; pero
•entre el restallar de los azotes y los aullidos de los lictores, a
mí me parece oír el llanto de las almas buenas, a mí me parece
escuchar el llanto de los ángeles que repiten con espanto: Do~
minus est! Domimis est! E s el Señor, que todo esto lo padece
por ti. Om nes nos quasi oves err animas, anusquisque in iraní
-suam declinavit; et posuit Dominus Ín eo iniquitatem omnumi
nostrmn (i).
c) Parece que 110 podía llegar a mayor extremo el escarnio
mi eí dolor, y sin embargo, lejos de poner lástima en el corazón
'de los judíos, persiguieron nuevamente al perseguido y reno­
varon las cicatrices de sus llagas (2).
Tom an los soldados al Señor, le coronan sus sienes de espi­
nas, le visten por púrpura un andrajo, una caña por cetro y
por estrado un banquillo. Convocan a toda la corte (3).
Y comienza un sainete de burlas, una parodia, horrible ele
•sangriento besamanos.
Hosanna al H ijo de David, claman los judíos, y le escar­
necen. Salve, R e y de los judíos, dicen los gentiles, y le escupen.
'U n o s se acercan a su estrado y le abofetean; otros, más inhu­
manos todavía, le arrancan ía caña de sus manos y le golpean
'la cabeza; las espinas rompen las sienes, rasgan los párpados,
•enrojece la sangre sus mejillas y corre a raudales por el suelo.
E l Señor quedó llagado como un leproso, como hombre he­
rido de la mano de Dios y humillado. Gusano y no hombre, des­
echo de los hombres y abyección de la plebe. Su aspecto era
‘tan triste y lastimero que bastaba a poner compasión no ya a
dos hombres sino a las mismas fieras.
E l pretor creyó que se aquietaría el furor de los judíos con

(1) Is., 53» 6.


(2) Quem tu percussistí persecuti sunt: et super doiorem vulnerum
meorum addíderunt. Ps., 68, 27.
(3) Egredimini et videte filiae Sion regem Salomonem in díademate,
•■qua coronavit illum mater sua in die desponsatíonís films, et in die laeti-
itiae cordis ejus. Cant, 3, 11.
LA CRUZ A CUESTAS 4-33
la terribilidad del castigo. Tom ó al Señor consigo y lo presentó
a la muchedumbre. Apareció el Salvador pálido, tembloroso,
•desangrado, hecho una lástima. ¡E cce hom o/ ¡H e aquí el hom­
bre!, exclamó Pilatos,
¡H e aquí el hombre!, menos que hombre, gusano, oprobio
- de los hombres y abyección de la plebe (i). Compadeceos de sus
sufrimientos, tened compasión de sus dolores. ;Ecce hom o! ¡H e
¡aquí el hombre! E l hombre perfecto, el hombre modelo, la
misma virtud y santidad. uAprended de El, que es manso y
humilde de corazón, y encontraréis el descanso de vuestras al­
mas (2),
¡E cce hom o! H e aquí el hombre; más que hombre, es Dios,
■ el Mesías prometido, la vida eterna, el Salvador; aunque tiene
"la caña por cetro y un andrajo por purpura y las espinas por co­
rona, su modestia, su paciencia, su mansedumbre le acreditan
R ey de los hombres y de los ángeles, y le hacen acreedor a toda
M abanza y gratitud en los cielos y en la tierra,
“ Acabar con un colloquio a- Cristo nuestro Señor, y al fin
•con un Pater noster

'tfed itq cld n vifleglm oséptlm a

m c r u z A CUESTAS
“ De los m isterios hechos desde ía casa de F iíato hasta la
Cruz inclusíue (3).
Prim ero: F ilato sentado como juez, les cometió a Jesús para
que le crucificasen, después que los iudíos lo auían negado por
rey diziendo: “ No tenem os rey, sino a C ésa r **.
Segundo: d e v a n a la cruz a cuestas, y no podiéndola llevar,
fué constreñido Sim ón Cirenense p ara que le leuase detrás de Jesús
Tercero: 13o crucificaron en m edio de dos ladrones, poniendo
este títu lo: “ Jesús Nagareno, Rey de los Judíos” .
L a oración preparatoria, la acostumbrada.

(1) E go autem sum verm is, et non homo, opprobrium hominutn et


-.abiectio plebís. Ps., 21, 7.
(2) D iscite a me quía mítís sum. et humiíis corde: eí invenietis
requíem animabus vestris. Mt., 11, 29.
(3) Jo., 19, L I T T , D. Joan,, 19, 13-22; M a t, 27, 26-38; M ar,, 15,
: 20-28; Luc., 23, 24-38.
28
434 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO

E l prim er preámbulo es la historia, y será aquí cómo el


Señor fué condenado a muerte, y* cargó la cruz, y cayó tres
veces, y encontró a su M adre, y recibió a la Verónica, y habló
a las hijas de Jerusalén, y fué crucificado entre dos ladrones.
E l segundo es ver el lugar. Será aquí considerar el camino
desde el pretorio hasta el Calvario, y asimismo el Calvario, si
ancho si largo, sí de una manera si de otra.
L a vía dolorosa es corta, de 668 metros de lon gitud; sigue
un curso ondulante; baja ele la- fortaleza Antonia para subir
a la muralla, y vuelve a descender de la muralla para subir al
Calvario. E l Calvario más bien que un monte es tan sólo una
prominencia rocosa de cinco o seis metros de altura y tan pe­
queña extensión que se diría hecha para servir de peana de la
C ruz del Salvador (i).
E l tercero es demandar lo que quiero, lo cual es propio de
demandar en la pasión, dolor con Cristo doloroso, quebranto
con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena
que Cristo pasó por mí.

Lía sentencia de msaerte

“ Pilatos, sentado como juez, les cometió a Jesús para que


lo crucificasen después que los indios le habían negado por rey
diciendo: N o tenemos rey, sino a César \
IE cce hom o! H e aquí el hombre!
A l escuchar estas palabras los judíos le interrumpen, y la
muchedumbre del pueblo, que no le deja proseguir, prorrum ­
pió con infernal clam oreo; Tolle, tolle, crucifige eum. Quítale,
quítale, crucifícale. AI oír esta respuesta, el presidente, despe­
chado, sostiene un breve y animado diálogo con los judíos.
“ Tomadle, les dijo, vosotros, y crucificadle, porque yo no en­
cuentro en él causa alguna“ (2); Los judíos le replicaron; “ N os­
otros tenemos una ley, y conforme a nuestra ley debe morir,

(1) C f. FÜlión, V ñ ariñ o, hoc loco.


(2) A ccipite eum vos, et crucífigite. Ego' enim 11011 invento in eo
causam, Joan, 19, 6.
LA CRUZ A CUESTAS 435

pofque se hizo H ijo de D io s” (i). L a pasión les hace elocuen­


tes: primero le acusan de que se hacía rey; ahora se excusan
delante del presidente, protestando que se decía Dios. A l oírlo
Pilatos se intimidó más todavía (2)/ L a augusta compostura
del Señor, su serenidad imperturbable, su ecuánime magnani­
midad demostraban la soberanía de su origen y la realeza de
su divinidad. Perplejo y temeroso el presidente, introdujo de
nuevo al Señor en el pretorio, y le interrogó otra vez (3): “ ¿D e
dónde eres?” Bien sabía eí presidente que Jesús era galileo,
de la jurisdicción de Herodes, N o le pregunta por el solar de
los mayores, sino por el linaje de su divinidad. Jesús conoció
la turbación de Herodes, pudo aprovechar su aturdimiento y
obtener la lib ertad ; pero todo al contrario, enmudeció y no
respondió una palabra, Ipse vero nthil r espóndil. “ ¿ A mí no
m e respondes?, insiste el presidente; ¿no sabes que tengo en
mis manos tu muerte o tu libertad? E l Señor, con noble ma­
jestad, le replica: N o tendrías sobre mí potestad alguna si no
fe hubiere sido otorgada por D ios” (4). Se truecan los términos,
el juez se convierte en acusado, el absolutismo confiesa su in­
ferioridad. L a confusión de Pilatos se aumenta. Cavila, pacta,
parlamenta, hace extrem os para librar al Salvador; “ exinde
qucerebat Pilatus dimitiere eum ” . E ra tarde; el pueblo le había
dominado, el tumulto le había intim idado; la muchedumbre lo
advierte, se envalentona, clama con mayor violencia: Quítale,
crucifícale, todo rey intruso es enemigo del César; si le perdo­
nas, eres enemigo del C é s a r ; no queremos otro rey más que
el César. E l presidente, vencido, se declara públicamente aco­
bardado, se sienta pro tribunal! en el litostrotos, y por última
protesta de su abulia y debilidad, testimonio elocuente de la
injusticia de la' sentencia, se lava las manos delante de la mu-

(1) Nos íegem habemus, et secundum legem debet morí, quia filium
Dei se fecít. Joan,, 19, 7.
(2) C u m e rg o 1 audisset P ila tu s hune serm onem , m agis tim uit. Joan,.
19, 8,
(3) U n d e es tu ? Joan., 19, 9.
(4) M ih i non lo cu e ris? , n e s c is 'q u ia potestatem babeo c r u c ifig e re te
et potestatem habeo d im itiere, te ? P e sp o n d it J e s ú s : N o n haberes p ote­
statem adverstím m e u llam nísi tibí datum esset >desuper. Joan,, 19, l O - m
43.6 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEPTIitO

chedumbre, y les dice: “ Soy inocente de la sangre de este


ju sto ; allá vosotros” (i).
E ra uso de los judíos, a la imposición de la pena capital
declinar su responsabilidad con esta fórm ula que repetida p r o - .
nunciaban sobre el reo: “ tu sangre recaiga sobre t i \ E n este
juicio se altera la fórmula. L a muchedumbre, ebria de furor,
clama delante del pretorio: “ Su sangre caiga sobre nosotros y
sobre nuestros h ijo sí>; y la sangre inocente de Jesucristo cayó
sobre jerusalén para su dispersión y asolamiento, y su sangre
redentora cayó sobre los judíos y los gentiles para su rescate
y eterna salvación. Q ue su sangre caiga sobre nosotros y sobre
nuestros hijos. A estas palabras, el presidente dictó la senten­
cia y entregó al Señor a los judíos para que lo crucificasen (2).

II

€1 « sittin Q d e Isa C raix

“ Llevava la cruz a cuestas, y tu» podiéntlola llevar, fué cons­


treñido Simón Cirenense «ara que ía levase detrás de Jesú s".

a) Los romanos tenían por práctica apresurar la ejecu­


ción, una vez dictada la sentencia. A la fórm ula “ Ibis ad cru~
ceni'y seguía el mandamiento: “ Vade, Víctor, expedí criicem
Nada dice la Escritura de la form a, tamaño, peso, materia
de. la cruz, ni del lugar y la devoción con que el Señor la abrazó.
Su forma, según la tradición, fué la cruz latina, es decir, no
de un solo brazo, ni de dos brazos aspados y sin remate, sino
de dos brazos transversales con un pequeño remate superior.
Su tamaño, de cosa de tres metros, y su peso, de cosa de cin­
cuenta libras, es decir, el necesario para sostener a un hombre
de más que mediana estatura. L a materia de que fué construida
parece que fué de madera de pino. E l lugar en que el Señor
cargó la cruz dista, según la tradición, veintiocho pasos del pre­
torio. E l Señor abrazó la cruz con singular a fe c to ; había sido
el tenía favorito de sus coloquios, el objeto predilecto de su
oración, el deseo ardiente de su ánima, la idea fija de su mente,

(1) Innocens ego sum a sanguine justi hujus, vos videritis. M at.,
27, 24.
(2) Tune erg o tradidit eís illum ut c r u c if ígeretur. Joan, 19, 16.
I.-A CRUZ A CUESTAS
437

i O h C r u z !, le diría al apresurarse a entveeharla entre sus bra­


zos. Oh C ruz, por tanto tiempo deseada, con tanta diligencia
requerida, con amor tan ardiente amada y finalmente contra mi
dorazón estrechada; oh Cruz, recíbeme entre tus brazos. Entre
tus brazos quiero vivir, entre tus brazos quiero morir, entre
tus brazos quiero reinar eternamente. Con estos o parecidos
afectos cargó el Señor la Cruz sobre sus hombros, y la triste
comitiva partió para eí Calvario. Precedería el centurión y una
patrulla de caballos. Seguiría el heraldo que levantaría clavado
sobre una pica el tríplice Inri de la sentencia del Señor. Segui­
ría después el- Señor, una soga al cuello, la corona en 3a cabeza,
la Cruz a los hombros, como Isaac el haz del sacrificio; le acom­
pañarían a uno y otro lado los ladrones, entre multitud de al­
guaciles y esbirros y corchetes, con martillos y clavos y estacas
y cuerdas, y finalmente, cerraría la comitiva un piquete de
guardia pretoriana. Este doloroso cortejo se estrechaba en las
tortuosas calles de Jerusalén, entre la turba de curiosos y sane-
dritas y advenedizos que merodeaban con ocasión de la Pascua
en las calles de la ciudad y se precipitaban a gozar del espec­
táculo. Y sobre las siniestras lanzas y fulgurantes cascos y
vistosos plum ajes y abigarradas vestiduras, se levantaban a los
ojos de la muchedumbre las trémulas aspas de la Cruz del Sal­
vador, que subían y bajaban y vacilaban en los brazos del Señor.

b) Poco trecho habían caminado, cuando de súbito se es­


cuchó el fragor de la cruz, el chocar de las lanzas, el griterío
de los soldados. L a muchedumbre se arremolinó en torno del
Divino Cruciario. E l Señor, rendido de fatiga, había caído bajo
el peso de la C r u z ; su faz estaba pálida, sus ojos apagados, su
pecho jadeante; parecía m uerto; había derramado sudor de
sangre en su a g o n ía ; habían desangrado sus arterias los a zotes;;
habían rasgado sus sienes las espinas ; transverberado la ingra­
titud su corazón. Y el D ios de la fortaleza desfallecía, eí Señor
de la vída agonizaba. L a divinidad como que se escondía, y de­
jaba la humanidad desamparada. Y el Señor hubiera muerto
de fatiga, si no le sostuviese su voluntad libérrima y soberana
para apurar el cáliz del sufrimiento y consumar el sacrificio de
la Cruz. Y todos estos dolores y agonías y sufrimientos “ los
padeció el Señor por m í” . En sus caídas pensaba en mis caídas;
en sus dolores pensaba en mi dolor; en .su agonía pensaba en
433 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEPTIMO

mi agonía; ¿qué más pudo hacer por mí que 110 lo hiciera?


¿cuánto le costé al Señor! ¡qué eficaz fué mi redención! ¿quién
no confiará salvarse?
A los golpes de las lanzas y los gritos de los soldados, con
gran fatiga se incorporó el Señor, pero apenas podía soste­
nerse; sus pasos vacilaban, sus fuerzas desfallecían, su corazón
desmayaba. Y .h e aquí que al caminar con tanta angustia camino
del Calvario, en el cruce de una de las calles, se encontró el
H ijo dolorido a su M adre dolorosa. Hada se hablaron, sus
labios enmudecieron, sus ojos se miraron, sus almas se enten­
dieron. E l Señor reconoció en su M adre la resignación, eí amor,
la gratitud, el océano insondable de su desamparo y soledad.
L a M adre reconoció en su H ijo el esfuerzo, la generosidad,
los tesoros inexhaustos de su gracia y redención. E l H ijo en
aquellos dolores y sufrimientos redimía a la M adre con reden­
ción preventiva y aventajada. L a M adre, con aquel desamparo
y soledad, nos corredimió en su H ijo a los mortales, non re­
dención acerba y dolorosa.
U n momento duró aquel silencio y suspensión; los golpes
de los verdugos urgieron el camino, y el Divino Cruciario es­
trechó la Cruz entre sus brazos y prosiguió el camino.

c) M as, ¡a v !, que sus pasos vacilaban, sus fuerzas des­


fallecían, y presa su corazón de mortal agonía, cayó segunda vez
con la Cruz en tierra. Está solo, todos le han abandonado; sus
amigos más íntimos huyeron como las ovejas cuando hieren al
pastor. N o queremos llevar la Cruz, nos da temor, nos inspira
miedo. Y por eso cae el Señor segunda vez, porque le dejamos
solo con la carga. Escucha a tu Señor, que te dice: “ Niégate
a ti mismo, toma tu crus y síguemeA T om a la cruz de tu pro­
fesión, la cruz de tu carácter, la cruz de tu salud, la cruz de tu
fortuna, la cruz de tus superiores, la cruz de tus súbditos',
la cruz de tus estudios, la cruz de tus negocios, !a cruz de tu fa ­
milia, la cruz de tu vocación. N o le dejes solo a tu Dios, dos
veces caído en tierra.
Segunda vez d griterío y los golpes de los soldados car­
garon sobre el Señor, y segunda vez eí imperio de su voluntad
soberana le esforzó para continuar la carrera, consumar su
libérrimo sacrificio. Estrechó el Señor segunda vez la Cruz
entre sus brazos y prosiguió el camino. M as el peso,de la Cruz
LA CRUZ A CUESTAS
430

era ingente, su carga abrumadora: sólo los hombros divinos


pudieron soportarla. Todos los sacrilegios y las injusticias, los
hurtos y las rapiñas, los homicidios y las sensualidades, los crí­
menes y las abominaciones; todos los pecados de todos los hom­
bres, desde el pecado de A dán en el Paraíso hasta el último
pecado que se cometerá en la consumación de los tiempos, todas
las culpas de los mortales cargaba el Señor sobre sus hombros:
de todos ellos era fiador, por todos salió responsable. Y aquella
mole enorme, le rendía. Tus caídas y recaídas, inconstancias y
reincidencias, tibiezas e ingratitudes, con su número y peso y
malicia y gravedad, singularmente aumentaban la carga del
Señor.
M ira al Salvador jadeante, moribundo, desangrado por tus
culpas; mira la malicia, la muchedumbre, la gravedad de tus
pecados, E l Señor, que sostiene con dos dedos la redondez de
la tierra, tiembla y desfallece al peso de tus iniquidades.
T al caminaba el Señor impelido, hostigado, medio arras­
trado por sus enemigos. A l verle la muchedumbre caminar con
tan triste aspecto, unos sentían repulsión, otros lástima, éstos
espanto, aquéllos rabia; pero no faltó en medio de tanta tribu­
lación quien mostró su gratitud y reconocimiento.

d) Apenas había traspuesto el Salvador los muros de Je­


rusalén, cuando he aquí que una m ujer valiente se adelantó a
la muchedumbre, desplegó el lienzo que entre sus manos tenía,
se acercó al Señor, restañó su faz, enjugó su frente, y traspa­
sado de dolor su corazón, se alejó de la triste comitiva entre
sollozos entrecortados y lágrimas ardientes. N o quedó sin re­
compensa su heroísmo. Aquella mujer llevó impresa en su su­
dario la imagen del Señor.
Ni fueron tan sólo las lágrimas de la V erónica las que llo­
raron la pasión del Redentor. M ás allá de la puerta judiciaria,
un tropel de m ujeres compasivas rompieron a la presencia del
Señor en tales lamentos y tan estrepitoso llanto, que el Sal­
vador se volvió a ellas, y olvidado de su propio dolor, las con­
soló en su pena y desconsuelo.
Y a había el Señor recorrido la ciudad, ganado el muro,
traspuesto la puerta judiciaria, avistado la cumbre del Calvario,
cuando he aquí que rendido de fatiga cayó por tercera vez con
la Cruz en tierra. Los golpes eran impotentes, los esfuerzos
44o EJERCICIOS- DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO'-

inútiles, el Divino Cruciario agonizaba rendido con la carga.


E ra necesario aliviarle para que no se muriese en el camino..
A sí j o comprendieron los soldados. Pero, ¿quién cargaría con.
la C ru z? Los gentiles la tenían por estulticia, los judíos por
escándalo. “ M iré en mi derredor, dice el Profeta, 3? no hubo■
quien me auxiliase; requerí, y no hubo quien me ayudara” (1).
“ Esperé quien se condoliese, dice el Salvador, y no lo hallé;,
quien ipe consolase, y no lo hubo” (2). En tan extrem a per­
plejidad, he aquí que casualmente se acercó a la comitiva un
cirineo, por nombre Simón, que venía de trabajar de su granja.
Aprovecharon la ocasión los soldados, le echaron las manos y
le obligarpn a la fuerza a que llevase la Cruz en pos del Sal­
vador. Y aliviado el Señor del peso de la Cruz, traspuso eb
último repecho del camino y ganó la cima del Calvario.

II I

i® srtaeifixióii
“ Lo crucificaron en Medio de dos ladrones, poniendo este títur--
le : “ Jesús N azareno Rey de los judíos'*.

Y llegaron a la altura que se dice Gólgota, que es la cumbre


del Calvario. Y unas m ujeres compasivas, según era práctica
de los judíos, ofrecieron aí Señor vino mezclado con m irra (3)1.
E ra una mezcla de mirra, incienso, áloe y otras sustancias so­
poríferas para procurar algún alivio al crucificado, en medio
de la acerbidad de sus dolores. E l Señor probó la poción pero
no la bebió, “ et cum gustasset noluit bibere” , es decir, que gustó >
su amargura, sin admitir alivio a su dolor. Y le desnudaron al
Señor sus vestiduras, y le dejaron solamente un lienzo con que
cubrir su desnudez, y se escuchó en el silencio temeroso de los
circunstantes el rechinar de los clavos 3^ el cru jir de los-
huesos y el golpear de ios martillos, y le crucificaron al
Señor, y juntamente con el Señor, a dos ladrones, el uno a la

(1) Circumspexi et non erat auxiiiátor: qnaesivi et non fuit qui:


adjuvaret. Is., 63, 5.
(2) E t sustinuí quí simul contrista retur et non fuit: et qui consola-
retur et non inveni, Ps., 68, 21.
(3) Et venerunt in locurn, qui dicitur Golgotha, quod est Calvariae-
íocus. Et dededunt ei vínum bibere cum felle mistum. M t, 27, 33-34.
TOS MISTERIOS HECHOS EN LA CRUZ 441

derecha y el otro a la izquierda (i), y en la mitad Jesús. Y sus­


pendieron sobre la Cruz un letrero que decía: Jesús Nazareno,
R ey de los judíos, y lo leyeron muchas gentes, porque el C al­
vario estaba vecino a la ciudad, y los judíos protestaron del
título, y el presidente lo ratificó expresamente, y reinó desde
la Cruz jesú s y quedóse manifiesto a la fa z .d e la tierra, en
tríplice lengua, en latín, en griego, en hebreo, que Cristo es
R ey de los judíos y de los gentiles, de los vivos y de los m u ertos,.
de los hombres y de los ángeles. Y R ey humano, elegido de
mano ele Dios nuestro Señor, y R ey divino, ungido con el óleo
de la divinidad, y R ey universal, que a todos (<quiere y nos ■
llama bajo su bandera” , y R ey conquistador cuya (<voluntad es
de conquistar todo el mundo y todos los enemigos” , y R ey
eterno, *"et regni ejus non erit fin ís” , y R ey guerrero y con­
quistador cuya empresa es conquistar toda la tierra de infieles;,
sus armas, la' pobreza; su lema, la humildad; su bandera, la
gloria del Señor ; su premio, el premio sempiterno. “ Ecce resv
vester, volumus huuc reguare super nos” . H e aquí nuestro R e y ,.
queremos que Cristo reine sobre nosotros.
Postrémonos de-rodillas al pie de la Cruz, y hechos fuentes
de lágrimas los ojos, ofrezcam os a nuestro Sumo R ey y Capí-
tán, Cristo Jesús, por mediación de la V irgen Dolorosa, nuestra
ferviente oblación: Oue yo quiero y deseo y es mi determina--
ción deliberada, sólo que sea su mayor servicio y alabanza, de
imitarle en pasar todas injurias y todo vituperio y toda po­
breza, así actual como espiritual, queriéndome su M ajestad'
elegir y recibir en tal vida y estado.

NedStqcién

I O S H fST E U fO B HECH OS III LA € Ü » Z

“ Prim ero: Habló siete palabras en la C ruz; rogó por los que
le erucificauan; perdonó al ladrón; encomendó a San Joan, a- su
Madre y a la M adre a San Joan; dixo con alta voz: “ Sitio; y
díéronie hiel y vinagre: dixo que hera desam parado; dixo: Acabado
es; dixo: Padre, en tus m anos encomiendo mi espíritu.

(i) Médium autem Jesum. Joan., 19, 18.


44a EJERCICIOS DE SAN' IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO

Segundo. E l sol íu é escureseido, las piedras quebradas, las


sepulturas abiertas, el velo del templo partido en dos partes, de
arriba abaso.
Tercero. Blasphém anle diziendo: 11T ú eres el que destruyes
el tem plo de D ios; b asa de la c ru z” ; fueron diuididas sus vesti­
duras, herido con la lan za su costado, m anó agu a y sa n g re” ,

San Ignacio dedica una semana entera y trece meditaciones


a la Pasión del Salvador; nosotros un día y cuatro meditacio­
nes. P ara suplir esta deficiencia procederemos en este ejercicio
sintéticamente, según la práctica de San Ignacio, que reco­
mienda repetir en un día o en un ejercicio todo el decurso de
la Pasión, conform e al método que nos propone San Ignacio
en el prim er ejercicio.
L a sólita oración preparatoria.
E l primer preámbulo será la historia. Cómo le crucificaron
al Señor entre dos ladrones. Y le asistieron al píe de la Cruz
su M adre y las santas mujeres. Y la tierra tembló. Y el sol se
oscureció. Y lo s monumentos se abrieron. Y clamando el Señor,
con una grande voz entregó su espíritu.
E l segundo preámbulo será la composición del lugar. Ver,
a la mortecina lumbre del. eclipsado sol, a Cristo moribundo en
la C r u z : Sú frente augusta espinada, sus manos benditas cla­
vadas, sus labios divinos aheleados, sus carnes purísimas ras­
gadas, su pecho jadeante, sus ojos llorosos.
E l tercer preámbulo será demandar lo que quiero; Dolor
con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágri­
mas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí.

P U N T O P R IM E R O

fo sa m ild m ii d e C r i s t o esa í«t C r ía s

Veam os las personas: A Cristo y a sus perseguidores.

a) Veam os en primer lugar la persona divina del Salva­


d or: Cine sus sienes corona de burla, manchan su rostro in­
fames salivas, surcan sus carnes serviles azotes, su séquito es
de dos ladrones, el solio la Cruz, su lema el Inri de su con­
denación.
Y está desnudo a la vista de ía ciudad, en la cumbre del
í,OS MISTERIOS HECHOS EN LA CRUZ 443

Gólgota, a la mitad del día, en la solemnidad de la Pascua,


entre dos ladrones.
Y era el P rofeta, el Maestro, el taumaturgo, el bendecido
y aclamado por la muchedumbre,
Y fué proscrito por la tríplice autoridad de Jerusalén: .El
Tetrarca, el Pretor, el Sanedrín.
N o cabe humillación mayor sobre la tierra. Con razón ex­
clama en espíritu el P ro feta:

“ Le vimos y no tenía aspecto, 3? le echamos de m enos: des­


preciado y último de los hombres, varón de dolores y sabedor
de enfermedades, su fas; como escondida y afrentada, que ni
siquiera la reparamos. Verdaderamente que tomó nuestras en­
fermedades 31 cargó nuestros dolores, 31 nosotros le reputamos
como leproso y herido de D ios y humillado; mas él fu é heri­
do por nuestros pecados, y llagado por nuestras iniquidades;
nuestro castigo descargó sobre sus hombros, y con su sufri­
miento fuim os sanados” (1).

b) Veam os en segundo lugar las personas de los persegui­


dores : Hacen visajes, mueven sus cabezas, esgrimen las armas,
le ofrecen al Señor vinagre, le afrentan y le desprecian..
Oigam os las palabras de Cristo y de sus perseguidores:
C risto perdona a sus enemigos, encomienda a su Madre, des­
cubre su sed, lamenta su desamparo, consuma su sacrificio, en­
trega su espíritu en manos del Señor: palabras todas de blan­
dura, de mansedumbre, de humildad, Sus enemigos, por el con­
trario, le afrentan y le desprecian. “ Bah, tú que destruyes el
templo y le reedificas en tres días, sálvate a ti mismo. Veamos
si viene Elias a salvarle. S i eres Elijo de D ios baja de la Cruz
y te creeremos” : palabras de odio, de furor, de despecho, de
satánica soberbia.

(1) Vidimus eum et non erat aspectus, et desideravímus eum: des-


pectum, et novíssimum virorum, virum doíorum, et scientem infirmíta-
tem : et quasi absconditus vultus ejus et despectus, unde nec reputavi-
mus eum. Vere languores nostros ípse tulít et dolores nostros ipse'porta-
vit: et nos putavimus eum quasi leprosum, et percussum a Deo et humb
liatum. Ipse autem vulnéralas est propter íniquitates nostras, atritus est
propter sceíera nostra: disciplina pacis nos trae super eum, et livore ejus
sanati sumus, Is., 53, 2-5,
444 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO.

d) " E l tercero mirar lo que hacen y sacar algún provechoA


Primeramente lo que hace el Señor, que es redimir nuestra
soberbia con su abyección, sanar con su humildad nuestra so­
berbia. E l hombre, con su orgullo, se equipara con Dios, eritis:
sicut Dei. Dios, con su humildad, se pospone al hombre, vermís
et non homo, opprobrium hominimi et abjectio plebis. Adán,.,
con su rebeldía, nos enseña la soberbia. Cristo, con su obe­
diencia, nos predica la humildad. Inspice et fac seeundum e je m ­
plar (i). "M ira lo que hace el Señor, y saca algún provecho” ...
N o ha de se r,e l discípulo sobre el maestro, ni el siervo sobre
el señor (2); si el Señor se sometió, también tu tienes que some­
terte; si el Señor se humilló, también tú tienes que humillarte..
Y ¿cuál ha de ser el ejercicio de tu humildad? L a obedien­
cia a los superiores, el sufrim iento de los iguales, la palabrilla
aceda, la represión quizás merecida, el olvido acaso involuntario,,
y ante estas pequeñas contradicciones tan frecuentes en la vida,,
se revuelve el polvo de tu nada, como se revuelve la polvareda,
al soplo del huracán, y no consientes otra réplica ni admites,
más discusión que la venganza. No te replicaré, 110 te argüiré
con razGnes. Vam os al pie de la Cruz. Subamos a la cumbre
del Calvario, inspice et fa c seeundum exemplar. "M ira lo qu e■
hace el Señor y saca algún p r o v e c h o M ira a tu Dios apenado,
escupido, desnudo, afrentado, crucificado. Y dime, ¿cuándo- te
han apenado?, ¿cuánto te han escupido?, ¿cuánto te han desnu­
dado, afrentado, crucificado? Y aun cuando te hubiesen ape­
nado, escupido, desnudado, afrentado, crucificado, sea enhora­
buena; te pareciste, a tu maestro, te asemejaste a tu Señor. B ás­
tele al discípulo que sea como su maestro, y al siervo que sea.
como su Señor. ¿ N o es verdad que esta lección no tiene res­
puesta, que esta dialéctica divina 110 admite réplica? Vosotros
me decís M aestro y Señor, y decís verdad, porque yo lo s o y ;
y si yo siendo vuestro M aestro y vuestro Señor fui tan humi­
llado, justo es que tú, ruin criaturilla, ésclavito indigno, pa­
dezcas alguna humillación pequeña por mi amor (3).
¿Quién al ver escupido a su Señor, al menos en teoría, no

(1) Exod., 25, 40.


(2) Non est discipulus super magistrum, nec servus super dominum'
suum. Mat., 10, 24..
(3) Exemplum enini dedi vobis, ut etuemadmodum ego feci vobis ita.
et vos facíatfs. Joan., 13, 15.
.IO S MISTERIOS HECHOS EN LA CRUZ 445

¡■deseará ser hum illado? ¿Q uién al ver a su Señor apenado, al


menos en abstracto, no deseará ser despreciado ? ¿ Ouién podra
.ser tan soberbio y altanero, sí le resta un destello de fe, que al
ver a su Dios y Señor, gusano y 110 hombre, oprobio de los
-hombres y abyección de ía plebe, no sienta, al menos en el calor
-de la oración, deseos vehementes de ser despreciado y humillado,
.para asemejarse a su Dios y Señor?

e) Y esto no obstante, mira lo que hacen los hombres en


•derredor de la Cruz. E l sol se oscurece, la tierra se conmueve,
-el velo se rasga, las tumbas se abren, la creación entera se viste
-de luto; solamente el hombre en medio del luto universal de
toda la creación hace visajes, agita su cabeza, ofrece vinagre,
hiere con su lanza el corazón divino del Señor. M ira lo que
debes hacer tú, esclavito indigno, a la vista del Señor m ori­
bundo por tu amor. Obras son amores, amor con amor se paga.
"“ E l primer puncto, dice San Ignacio, es ver las personas, y re~
f lie fien do en sí misino, procurar de sacar algún provechov\ El
-abatimiento se paga con el abatimiento, la humillación con la
humillación, la muerte con la muerte. Postrado de rodillas a
los pies del Salvador en unión con la V irgen doiorosa, y afee-
.tándome mucho, he de repetir una vez más la fervorosa oblación:
“ Eterno Señor de todas las cosas, yo hago m y oblación con
vuestro íau or y ayuda, delante vuestra in fin ita bondad, y delante
vuestra M adre gloriosa y de todos los sanctos y samctas de la corte
celestial: que yo quiero y deseo y es m y determ inación deliberada,
sólo que sea vuestro m ayor seruicio y alabanza, de ym itaros en
pasar todas las iniurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual
com o espiritual, queriéndome vuestra santísim a voluntad elegir y
rescibir en ta l vid a y estado” .

PU N TO SEGU N DO

Sufrim ientos d© C r is ti en In

L a segunda lección que nos enseña el Señor en la Cruz' es


-el sufrimiento. “ Desde la punta del pie hasta la coronilla- de la
-cabeza no hay en él parte sana” (1). Su frente está rasgada,
■.sus mejillas acardenaladas, su cuello llagado, sus manos y pies

(1) A planta, pedis usque ad verticem non est in eo sanitas. Is., 1, ó.


EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO

clavados; sus músculos descoyuntados, las venas desangradas,


los labios aheleados, el pecho jadeante.
Contempla este retablo vivo de todos los dolores. “ Considera
lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad o quiere
padecer” , porque Cristo padeció de grado: y a la consideración,
de este sufrim iento libérrimo y crudelísimo, “ has de comenzar
aquí con mucha fuerza y esforzarte a doler, tristar y llorar” (i)*
N o está bien que la cabeza esté llagada y los miembros re­
galados ; no está bien que el R ey esté espinado y sus vasallos
entre rosas. “ E ja mater, fon s amoris, me sentiré vim doloris
-fac ut tecum lu g e a n i', P ero no te contentes con un devoto y
estéril llanto. Acepta la cruz, abraza la cruz, ama la cruz. M ira
que la cruz es el secreto de la dicha, la clave de la santidad, el
descanso del trabajo, la ganancia en la persecución, el tesoro
■en la pobreza., el placer en el dolor, y en los potros y hogueras
encendidas, tálamo de flores y termas regaladas. Sin la Cruz
no se puede vivir: de grado o por fuerza, sin merecimiento o
con ganancia, solo o en compañía de Jesucristo, tienes que llevar
la cruz. N o has comenzado el camino del cielo si no tomas la
cruz, no has adelantado en la vida de la virtud si no abrazas
la cruz, no has aprovechado en la escala de la perfección si no
amas la cruz. Acepta la cruz, abraza la cruz, ama la c r u z ; pero
la cruz de tu estado, la cruz de tu enfermedad, la cruz de tu
carácter, la cruz de tu profesión, la cruz propia, la cruz real,
ía cruz de Jesucristo. ¿E stás triste?, consuélate con la cru z;
¿ estás alegre 2, alégrate con la c r u z ; ¿ estás consolado ?, prepá­
rate para la c r u z ; ¿ estás atribulado ?, abrázate con la c r u z ; no
hay bálsamo ni anestesia que así amortigüe los dolores como la
cruz-. Cristo la endulzó con su contacto y apuró las hieles de
su amargura. L a cruz es la herencia del cristiano, el signo de
la victoria, la llave del cielo, la prenda de salvación, el tálamo
del esposo, el secreto de la bienaventuranza, el trono de la
divinidad.
O h, V irgen dolorosa, no me niegues esta gracia: entra­
ñadme en el corazón ía Cruz deí Redentor, heridme con sus
heridas, clavadme con sus clavos, llagadme con su lanza, cru­
cificadme con su Cruz. Juntad mis dolores con sus dolores,
mi agonía con la suya, mí muerte con su muerte. En la Cruz

(i) Primera contemplación. Tercera semana. Quinto punto.


LOS MISTERIOS HECHOS EN LA CRUZ 447

quiero vivir, en la Cruz quiero morir, en la Cruz quiero per­


severar eternamente. Sancta Mater, istud hagas, cruciñxi fige
plagas cordi meo valide.

PUNTO TERCERO
El sfesi£smp®r@ d e l 5© sw ets Ice C r e s

A l descubrirnos San Ignacio los criterios o fuentes de me­


ditación de la tercera semana, dice así en el quinto punto del
prim er ejercicio:
E l quinto puncto, considerar cómo la Biuinifiad se esconde, es
a saber, cómo podría destruyr a sus enemigos y no lo baste; y cómo
dexa padescer la saeraiíssim a hum anidad tan crudelíssim am ente ” »

H ay en el hombre, además de las humillaciones y los dolo­


res, otros sufrimientos más hondos e intensos que se conocen
con el nombre genérico de penas interiores: amarguras, triste­
zas, tedios, temores, desdenes, ingratitudes, crisis, remordi­
mientos, soledades, lutos, añoranzas, penas ocultas muchas
veces a los ojos de los mortales, penas tanto más dolorosas
que las penas físicas cuanto excede el alma al cuerpo, el co­
razón a los sentidos, y que en los mismos dolores y sufrim ien­
tos corporales, constituyen su mayor dolor y sufrimiento. Cristo
en -la Cruz apuró hasta las. heces el cáliz de su amargura.
Basta recorrer brevemente sus postreras palabras para con­
vencerse de esta verdad.
E l Señor perdona a los perseguidores, suyos y de sus
fieles, y no solamente á los que pecaron en crucificarle, sino a
los que con sus pecados causaron su crucifixión ; por manera
que 110 solamente otorgó el perdón a los que le condenaron,
azotaron, hirieron, escupieron, 'clavaron, crucificaron; sino a
los que aspearon, quemaron, mutilaron, apedrearon, degollaron
a los mártires, vírgenes, confesores; por manera que al otorgar
aquel perdón plenísimo y universal, el Redentor moribundo
tendió sus divinales ojos por todos los espacios y cárceles y
calabozos, y anfiteatros y coliseos, y opresiones y tiranías, y
destierros y proscripciones, y lloró con todos los que lloran,
y padeció con todos los que padecen, y a todos los tiranos y
verdugos y opresores los excusó delante de su Padre, con la
448 EJERCICIOS DE SAN ICXACIO.— DÍA SÉPTIMO

única excusa, que podía presentarse delante del acatamiento


■ del S eñ or: "Padre, perdónalos, que no saben lo que se h a c e n ';
porque no solamente los atormentadores de la cabeza, sino ios
atormentadores de los miembros, y no sólo los que le crucifi­
caron a Cristo con sus manos, sino que le crucificaron
con sus obras, aunque pecaron con ignorancia culpable y
. afectada.; pero todos tienen alguna excusación, porque no co­
nocieron cuán grande era el ofendido, y cuán ruin el ofensor,
y cuán grave la ofensa, y los bienes que les arrebata, y los
males que les acarrea; y en este sentido les alcanza a todos
.aquello que dice el apóstol de los atormentadores del Señor:
HQue si hubiesen conocido al Señor de la gloria nunca lo hu­
biesen crucificado” (x). Y aquel perdón plenísimo, aquella am­
nistía universal, ineficaz para muchos por causa de ellos, excitó
en el corazón de Cristo la fiebre devoradora, la sed de almas,
•que no contentándose con ofrecer a ios mortales su sangre por
nuestro sustento y su carne por alimento y su cielo por heredad,
sin reservarse nada sobre la tierra, ni la prenda más amada de
su alma, nos prodigó a su misma M adre por nuestra Madre.
Y consumando sobreabundantemente su obra salvadora, sin
■ que faltase una tilde que no la cumpliese con espíritu de amor
y de obediencia,, resignó su ánima apenada en manos del Señor.
San Ignacio, gran conocedor del Corazón de Cristo, nos
propone en la primera meditación de la Pasión un criterio, por
Mecirlo así, para discernir á t alguna manera el mar insokláble,
'■el océano del desamparo del divino Corazón.

“ Considera, dice, cómo la Diufnidad se esconde, es a saber,


cómo podría destruyr a sus enemigos, y no lo haze, y cómo dexa
pades.ee? la sa-jratíssíma humanidad, tan crudelíssiraam ente” .

La divinidad se esconde al exterior en la prepotencia de


sus enemigos, ía divinidad se esconde en lo interior con la
■acerbidad de su dolor. L a divinidad no destruye a sus enemi­
gos, sino que los su fre ; no inmunifica a la humanidad, sino
'que la confirma para que su fra sin consuelo. E l desamparo
exterior de Jesucristo se refleja en los dicterios de süs perse­
g u id o res: “ Y? eres H ijo de Dios, baja de la C ru z” . “ Peamos
*

(i) Si enitn cognovissent, nunquam Dominnm gíoriae erucifixissent.


u Cor., 2, 8.
. LOS MISTERIOS HECHOS EN EA CRUZ 449

.si viene Elias para s a l v a r t e “ A otros salvaste, sálvate a ti


;mismo y te creeremos” , S u desamparo interior lo revelan las
palabras mismas del Señor, que no huyó cuando le prendieron,
110 protestó cuando le espinaron, no resistió cuando le clavaron;
pero en cambio la soledad le afligió, avulsus est ab eis; la tris­
te za le abrumó, tristis est anima mea usque ad mortem; el des­
am paro le .consumió hasta prorrum pir su corazón afligido en
-aquella amorosa querella:. CíPadre mío, Padre mío, ¿por qué
m e has desamparado?” , lamentación amorosa y dolorida, que
es en los labios del Señor como una ola avanzada y rebosante
•de la pleamar infinita de su dolor, “ Considerar cómo la divi-
mídad se esconde, dejando padecer la humanidad tan crudelí-
.simamente” .
E n las penas,, en las amarguras, en las tentaciones, acércate
■ a la Cruz del Redentor moribundo, dolorido, desamparado, y
lleno de confianza el corazón, invoca asi una y muchas veces al
Corazón divino del Señ or: Corazón de Jesús, saturado de.opro-
’bios, tened piedad de nosotros. Corazón de Jesús, dolorido por
nuestras culpas, tened compasión de nosotros. Corazón de Je-
;.sús, víctima de nuestros pecados, tened misericordia de nos­
o tro s (1),
Colloquio.— Las humillaciones, los dolores, Ips desamparos,
fueron los tres clavos que clavaron al Señor en la Cruz, y esta
triple y crudelísima transfixión la sufrió el Señor por nuestros
pecados. E l sexto punto
“ considerar, dice San Ignacio, cómo todo esto padesce por mis
peceados, etc. Y <pié deuo yo hazer y padescer por El” .

P or mis pecados se humilló Jesucristo, “ hecho obediente


ihasta la muerte y muerte de Cruz” . P or mis pecados se desan­
g r ó su cuerpo inocentísixnmo “ sin que de la punta, del pie hasta
ila coronilla de la cabeza quedase en él parte sana” . P o r mis
pecados se sumió su Corazón divino en el más extraño de los
'desamparos, el desamparo de su Padre, “ que no perdonó a su
propio H ijo , sino que lo entregó por nosotros a la muerte
P o r mis pecados se sacrificó el Señor, no por fuerza pLnecesi-
•dad, sino de grado y Ubérrimamente, quía ipse voluit. P or mis

(1) Cor Jesti saturatum opprobriis, miserere nobís. Cor Jesu contrí-
tum propter scelera nostra, miserere nobis. Cor Jesu víctima peccatorum,
;miserere nobis. Litanise. S. Cordis Jesu.
29
452 EJERCIO tOS DE KAN IGNACIO.— DIA SÉPTIMO

con su m adre; y aunque San Ignacio 110 lo diga expresamente,


porque no trata expresamente de este coloquio, lo incluye im­
plícitamente, porque como lo afirma en otro pasaje análoga­
mente mar iano, hay que suponer con la Escritura, que tenemos
al meditar entendimiento (1). Insistamos brevemente en este tí­
tulo dulcísimo, para nuestro aprovechamiento. M aría nos dió
a Cristo, nuestra v id a ; por consiguiente, M aría es nuestra M a­
dre. M aría es la M adre de la cabeza; por tanto, es la M adre
de los miembros. M aría es la M adre del hermano m ayor; por
consiguiente, es la M adre de los hermanos menores. M aría es
la segunda 'Madre de la E scritura; no ha de ser menos madre
para la vida, que la prim era madre lo fué para la muerte.
“ La Madre de D ios es mi M adre” , repetía con lágrimas
dulcísimas San Estanislao de K o stk a ; frecuentemos también
nosotros esta máxima. L a M adre de D ios es mi M adre, no de
Ía muerte sino de la vida, no de la culpa sino de la gracia, no
simbólica sino real, no nominal sino verdadera, con títulos legí­
timos y verísimos y divinos de madre, y digo divinos y no rec­
tifico, porque la razón de su maternidad humana se funda en
su divina maternidad. Ahondemos más adentro en estos títulos
dulcísimos de su humana maternidad: L a M adre de Dios es
mi M adre, porque lo quiso, porque lo mereció, porque me en­
gendró, porque me corredimió.
L a M adre de Dios es mi M adre, porque lo quiso. E l ángel
no forzó a M aría. M aría replicó, deliberó, consintió; engendró
a Cristo y nos engendró en Cristo, porque quiso.
L a M adre de Dios es mi M adre, porque lo mereció. “ M e-
ruisti portare” “ dignum filii fui habitaculum pr&parasti” , re­
petimos en la Liturgia. N o que la criatura mereciese de con­
digno la generación del Salvad or; ni siquiera la primera gracia
del S e ñ o r; sino que supuesto el decreto de la Encarnación y
concebida M aría en gracia original, de tal manera cooperó y
correspondió al llamamiento del Señor, que mereció alcanzar
con el auxilio de la gracia aquel grado preeminente de santidad
que conviene al decoro de ía Madre y a ta dignidad del H ijo .
Y en este sentido la M adre de Dios es mi Madre, porque lo
mereció.
L a M adre de Dios es mi M adre, porque rae engendró. No

(1) Los misterios. La resurrección.


DE I-A DEVOCIÓN A DA SANTÍSIMA VIRGEN 453

en la dulcedumbre de Belén, que fué el principio, sino en la


acerbidad de la cruz, que fué la consumación; así lo promulgó
el Señor solemnemente al decirle de sus moribundos lab io s:
M ulier, ecce film s tirns. M ujer, he ahí a tu hijo (i).
L a M adre de Dios es mi Madre, porque me corredimió.
L a obra de la redención es la antítesis de la obra de la preva­
ricación ; el drama del Calvario es el antidrama del Paraíso.
En el Paraíso nos perdió Adán, en el Calvario nos redimió
Jesucristo; pero decimos de la obra de la prevaricación, y con
razón, que E va nos perdió, que E va nos contaminó, porque le
tentó a Adán, porque le indujo al pecado; por consiguiente,
con más razón podemos decir de la obra de la redención que.
M aría nos corredimió, porque le a sistió 'a Cristo, le acompañó
en la agonía, le ofreció a su Padre, gustó su cáliz7 sufrió su
cruz y murió su m u erte; no iba a ser más E va para la muerte
que M aría para la vida, no iba a ser más E va para el pecado
que M aría para la gracia. Donde abundó el pecado, sobreabundó
la gracia. Si E va nos perdió, M aría nos sa lv ó ; sí E va nos con­
taminó, M aría nos corredimió.
Por consiguiente, la M adre de Dios es mi Madre, con tí­
tulos legítimos de M adre. No seas huérfano del alma. En el
calor de la oración, en la intimidad de los coloquios, recurre
a M aría, invoca a M aría, espera en M aría, como el amigo habla
a su amigo, como el siervo recurre a su señor, como el h ijo
conversa con su madre.

2) E l Libro de los Ejercicios nos enseña a invocar a M a­


ría constantemente. San Ignacio termina habitualmente sus me­
ditaciones Con un prim er'coloquio a Nuestra Señora (2). Y ¿por
qué, esta singular continuidad? E s que San Ignacio, con supe­
rior intuición, practica en los ejercicios la piadosa doctrina de
la mediación universal: Cristo es la fuente, M aría la canal;
Cristo es la cabeza, M aría es el cu ello ; Cristo es el Padre, M a­
ría la M a d re ; Cristo es el mediador- de justicia (3), M aría es

(1) Joan., 19, 26..


(2) Cf. Tercer ejercicio. Coloquio segundo. Banderas, Coloquio ter­
cero. Tres binarios. Tres maneras de humildad. Id. tercera semana.
Primera contemplación. Nota.
(3) 1 Tim., 2, 5.
454 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SÉPTIMO

la mediatriz de m isericordia; Cristo e s .la omnipotencia por na­


turaleza (i), M aría la omnipotencia en la suplicación.
San Ignacio nos invita a recurrir a los Santos en algunas
más principales meditaciones (2), porque los Santos son nues­
tros intercesores para con D ios; a la V irgen nos invita a recu­
rrir en todos los ejercicios, porque la V irgen es la reina de los
patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires,
de los confesores, de las vírgenes, de los santos to d o s; su poder
es más eñcaz, su súplica más poderosa, su intercesión omní­
moda y universal.,
San Ignacio nos induce a recurrir a los ángeles en el de­
curso y.oportunidad de los ejercicios (3), porque son nuestros
medianeros con D ios; pero nos induce a recurrir a la V irgen
siempre, porque la V irgen es la Reina de los serafines y ios
querubes, de los principados y las potestades, y de los ángeles
.todos; su protección es más inmediata, su poder más eficaz,
su mediación omnímoda y universal.
P or esto San Ignacio nos enseña a recurrir a M aría sin
interm isión: P or M aría nos vino el sol, por M aría nos vendrán
los ra y o s ; por M aría nos vino la fuente, por M aría nos vendrán
las ondas; por M aría nos vino la gracia, por M aría nos vendrá
la gloria; por M aría nos vino jesú s, por M aría nos vendrá la
.salvación.
Todos los bienes nos vienen por M aría, todas las gracias
nos vienen por M aría; por M aría se convirtió la gentilidad, por
M aría se extirparon las h erejías; si hay alguna esperanza,
algún consuelo, alguna salvación, todo ello nos viene por María.
P o r eso San Ignacio nos invita a recurrir siempre a M a r ía ; por
eso San Ignacio termina todos sus ejercicios con la invocación
a M aría.

b) E l Libro de los Ejercicios nos enseña a imitar a María.


Y esto, no tan sólo Incidentalmente, en el decurso de las medi­
taciones ; sino explícitamente, con un nuevo linaje de oración,
singularmente encaminado a la imitación directa de nuestra Se-

0 ) Philip., 2, 6.
(2) Cf. Reino, de Cristo. Dos Banderas. Contemplación para at-
. canzar amor.
(3) Cf. segunda semana. Primera contemplación. Contemplación
para alcanzar amor.
D.E LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN '455

ñora (i). San. Ignacio, que hizo los ejercicios .antes de escribir­
los, practicó, a no dudarlo, esta oración antes de .enseñarla, y
quizás fueron fruto de su ejercicio aquellas reglas admirables
de la modestia, que le costaron, at decir de sus biógrafos, tanta
oración y tantas lágrimas. E l Santo quiere que “ imitemos en
el uso de nuestros sentidos a N uestra Señ ora” , que oigamos
como N uestra Señora, que miremos como Nuestra Señora,- que
sintamos y gustemos y conversemos como N uestra Señora.
Somos los hijos de M aría, nos engendró en- la Cruz con sus
dolores: la generación incluye semejanza. L a madre se honra
de que el hijo se le asemeje, y el hijo se gloría de asemejarse
a su madre. El Santo, con su acostumbrada sobriedad, 110 dice
en qué se ha de reponer esta espiritual sim ilitud; pero hay dos
rasgos imprescindibles en que, según el espíritu de los ejerci­
cios, nos tenemos todos que señalar: el primero es especifica­
tivo de M aría, y el segundo característico de cada ejercitante.
M aría es la V irgen, la Purísim a, la Inmaculada. Y esta
inocencia y entereza virginal constituye su carácter y fisonomía.
P ura es su frente, puros sus ojos, puros sus labios, puro su co­
razón, pura su alma, pura str-vida, pura su muerte, pura su
maternidad, puro su nacimiento, su concepción pura y sin man­
cha. Y de esta pureza inmaculada fué devotísimo San Ignacio,
y la defendió en Trento, y la impuso en sus escuelas, y la pre­
dicó en las congregaciones, y la legó a sus hijos como herencia
sagrada de familia y ornamento preclaro de su Compañía. •
Y esta nota especificativa ele M aría, singularmente 'amada
de San Ignacio, según el espíritu de los ejercicios, la tenemos
todos C[ue im itar: “ Procurando imitar la puridad angélica con
la limpieza del cuerpo y mente” (2).
Tenem os que imitar a la V irgen en su pureza, que es como
el rasgo característico de su excelsa santidad; pero juntamente
tenemos que imitar cada uno a la V irgen en el propio venci­
miento, que es la divisa de los ejercicios y el rasgo caracterís­
tico de nuestra propia santificación.
M aría vestida de azul, coronada de estrellas, circundada de
querubes, quebrantó con sus plantas triunfadoras al dragón in­
fern al; nosotros también vestidos de pureza, emuladores de los

(1) Cf. Tercer modo de orar. Nota.


(2) Regla 28 del sumario. ’1
4$6 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEPTIM O

ángeles, resguardados bajo los pliegues salvadores del virgíneo*,


manto de M aría, tenemos que aplastar a su imitación la cabeza
del "dragón.; Y el dragón que tenemos que aplastar es el vicio-
de origen, la pasión dominante, el enemigo irreconciliable, que.
es necesario vencer y dominar. “ Usa examinar cada día tu con­
ciencia” ; “ Véncete a ti mismo” ; “ Procede dimnetralmente
“ Despójate de tu propio amor, querer e interés y triunfarás de
la pasión dominante y, a ejemplo de María, conculcarás al'
demonio bajo tus pies” : T al es el segundo rasgo en que, según*
el espíritu de los ejercicios, tienes que señalarte en la imitación
de M aría.

c) E l Libro de los E jercicios nos enseña a amar a María,.


L a invocación asidua, la imitación ferviente de M aría, es inci­
tamiento ,y juntam ente consecuencia del amor de M aría. Bastará,
para comprobarlo una breve enumeración de ilustres hijos de
la Com pañía formados en el espíritu de los ejercicios, amadores
enamorados de M aría. San Ignacio consagró el primer templo
de su Orden a la V irg en M aría. San Francisco Javier predicó
entre numerosos milagros el Rosario y la devoción de M aría.
San L uis G onzaga escuchó su llamamiento de los labios virgi­
nales de M aría. San Estanislao de K o stk a murió entre los dul­
císimos abrazos de M aría. San Juan Berchmans firmó con su.
sangre defender la pureza de M aría. San A lfo n so R o d rígu ez-
enjugó su frente sudorosa en manos de M aría. E l mártir Ig ­
nacio de Acevedo, al frente de sus treinta y nueve compañeros,,
opuso al furor de los piratas la imagen dulcísima de M aría.
E l P adre M artín Gutiérrez vió en espíritu a todos los h ijos de
San Ignacio cobijados bajo el materno manto de M aría. B asta
esta exposición para confirmar nuestro aserto. A sí enseñan los
ejercicios a amar a la V irgen M aría. Y no puede ser de otra
manera. Decíamos al comienzo de los ejercicios: “ E l hombre
es criado para alabar, hacer reverencia y servir a D ios nuestro'
Señor, y mediante esto salvar su alma” ; es decir, que el prin­
cipio .primero y el fin último de los ejercicios lo constituye la.
salvación del alma. Y este primer principio y este fin último se-
cifran en M a ría ; porque M aría es la prenda más ciertísima.
de eterna salvación.
L a Iglesia llama a M aría “ puerta del cielo” ; porque as£
D E LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN

como no se entra en la casa sino por la puerta, así no. se entra,


en eí cielo sino por M aría; pero hay diferencia, porque la puer­
ta es inmoble y fría, y no nos impele n i empuja a que entremos
en la casa:; mientras que M aría es puerta amorosa y viva, que-
nos empuja e impele a.-entrar en el cielo.
L a Iglesia llama a M aría “ estrella de la m a ñ a n a porque
así como cuando alborea la estrella amanece el día, así cuando
amanece en el alma la devoción de M aría, alborea la salvación;;
pero hay diferencia, porque cuando el sol resplandece se borran:
las -estrellas,, mientras que M aría luce eternamente con Cristo-
en el cielo.
L a Iglesia llama a M aría “ estrella del mar” ; porque así
así como cuando brilla la estrella del norte el navegante se
orienta al puerto, así cuando fulgura en el alma la devoción de
M aría el cristiano se endereza al cielo; pero hay diferencia,,
porque si la navecilla se encalla y pierde, el lucero permanece
inmoble en el cielo; mientras que M aría baja a la nave, empuña
el timón y nos endereza al puerto.
L a Iglesia llama a M aría “ arca de salvaeión” ; porque así
como en las aguas del diluvio se salvaron las almas por el arca,,
así en el diluvio de la culpa se salvan las almas por M a r ía ; pero-
hay también diferencia, porque en el arca entró el lobo y quedó’
lobo, entró el halcón y siguió halcón, entró la'Serpiente y .p e r ­
maneció serpiente; mientras que en “ el arca de la nueva alian­
z a ” , que es M aría, entra el lobo y se vuelve cordero, entra eí
halcón y se torna paloma, entra el pecador y se convierte en-
santo,' porque los pliegues del manto dulcísimo de M aría todo-
lo purifican y lo convierten y do salvan.
E s tradición piadosa de los hijos de San Ignacio que todos-,
los que .mueren en ía Compañía se salvan. San Francisco de-
B o rja, San A lfonso Rodríguez, Santa T eresa de Jesús, m ár­
tires insignes, apóstoles esclarecidos, eslabonan la áurea cadena
de esta piadosa tradición ( i ) ; pero e í primero y principal es­
labón de esta cadena lo constituye la tierna y universal devoción-
de la Compañía de Jesús a la Santísima V irgen, devoción 'que
acrisolada en ía práctica ferviente de los ejercicios ignacianos,
constituye su prenda más cierta de eterna salvación.
A la terminación de los ejercicios se prescriben normas;

(i) Cf, Terrien. La muerte en ía Compañía,


458 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA SEPTIMO

provechosas de espiritual perseverancia. L a norma ignaciana


de salvación es ía devoción de M aría. A sí lo entendió San Juan
Berchmans, .que repetía constantemente entre devotas' lágrim as
aquella favorita m áxim a: “ N o sosegaré, no descansaré., no me
consideraré seguro, hasta entrañar en íni corazón una devoción
ferviente a la Santísima V irgen” ,
Las leyes de navegación prescriben a los navegantes la. cau­
ción del salvavidas para prevenir el naufragio; en la navega­
ción azarosa de la vida eterna, el escapulario,, el rosario,d a.d e­
voción de M aría, son el salvavidas de la vida eterna. Invoca a
M aría, imita a M aría, ama a M aría, y tendrás una prenda cier-
tísima de eterna, salvación, por los siglos de los siglos. Am én.
Día octavo

CUARTA SEMANA

Meditación vigeslmonovenq

I k R E SU R R E CC IO N

E l fin de la cuarta semana es, conf innata transformare,


alentar al ejercitante en sus propósitos, alegrarle en su elección,
consolarle en el camino emprendido del divino servicio. P or
esto San Ignacio, que en la primera y tercera semana prescribe
la" oscuridad, la penitencia, y en la segunda las modera, con­
forme al provecho del ejercitante, en la cuarta semana ordena

“ vsar de claridad o de temporales cómmodos, asi. como en el be-


rano de frescura y en el hibierno de sol o calor, en quanto el
ánima piensa o coniecta que la puede ayudar para se gozar en
su criador y redemptor” (1).

Porque Jesucristo, que lo es todo en el sistema de los ejer­


cicios ignacianos, en la primera semana es Juez, en la segunda
Maestro, en la .tercera Redentor, en la cuarta, Consolador, con
su gloría propia que nos consuela, con la gloria esperada que
nos alienta, con la gloria poseída que nos santifica (2).
Y su gozo y su consuelo no los podrá arrancar nada de

nosotros: ni el cansancio físico, ni la aridez moral, ni la en­
vidia satánica, porque nuestro consuelo y nuestro gozo se con­
suela y se goza en el Señor. E l tercer preámbulo, dice San
Ignacio,

(1) Cuarta semana, séptima adición.


(2) Cf. Roothaan. '
46o EJERCICIOS DE SAN IGNACIO-— DÍA OCTAVO'»

“ demandar lo que quiero, y será aquí pedir gracia para m e alegrar


y gozar intensam ente de ta n ta gloria y gozo de Xpo nuestro-
S eñ or” .
Y este gozo y alegría es independiente de las vicisitudes,
terrenales y las inconstancias de nuestra naturaleza y los com­
bates de nuestfos enemigos, et gaudium vestrum nemo tollefc a
vobis (i). Y este gozo y alegría nos induce a amar la Cruz del
Redentor, que la exaltó a tan grande gloria, Y este gozo y ale­
gría nos impulsa a trabajar y padecer oprobios y humillaciones*
“ por desear parecer e imitar en alguna manera a nuestro Cria­
dor y S eñ o r" (2).
Y este gozo y alegría nos transform a en Jesucristo, porque'
abstrae de “ nuestro propio amor, querer e interese” (3), y nues­
tro amor es el amor de Cristo, nuestro querer la divina volun­
tad, nuestros intereses la mayor gloria de Dios. Y este gozo y
alegría consumía el corazón de San Ignacio, hasta desear ser
desatado de los vínculos de nuestra mortalidad “ no solamente-
por alcanzar para sí el sumo bien y descanso” , sino mucho más.
por desear ver la gloria felicísim a de la sacratísima humanidad
de Jesucristo, a quien tanto amaba, así como suele un amigo*
gozarse de ver en gloría y honra al que amó de corazón (4).
E ste gozo y alegría predicaron los ángeles en el nacimiento del
Señor, cuando d ije ro n : G loria a Dios en las alturas. Este g o z o
y alegría rebosan los bienaventurados en el cielo, cuando pre­
gonan sin ce sa r: “ A l que está sentado en el trono y al Cordero,,
bendición y honor y gloria y potestad por los siglos de los si--
g lo s” (5). E ste gozo y alegría, que constituye el deleite más*
ansiado de los santos y juntamente su más eficaz oración, se­
gún aquello del salm ista: “ Cifra tus delicias en el Señor y te
dará cuanto desea tu corazón” (6)» constituye el fin de la cuarta
semana, término y remate de todos los ejercicios:
” el tercer preámbulo será demandar lo -que" quiero, y será aquí
pedir g ra cia p ara me alegrar y gozar intensamente de ta n ta gloría-
y gozo de Cristo nuestro S eñ or” .

(1) Joan., ió, 22.


(2) Regla II del sumario.
(3) Segunda semana, Reforma.
(4) Rivadeneira, Vida de San Ignacio, Libro V, cap. I.
(5) Sedenti in throno etagno benedictio et honor et.gloria et po—
testas in saecula saeculorum. Apoc., 3, 13.
(6) Delectare in.Domino et dabit tibí petitiones cordis tui. Ps., 36, 4..
.XA RESURRECCIÓN

San Ignacio en la cuarta semana nos propone los mismos


ju n to s de meditación que en la tercera, sólo que en vez de con­
sid erar cómo la divinidad se esconde en Jesucristo, nos invita
a considerar cómo se manifiesta, y en vez de meditar la Pasión
*4 el Redentor, nos invita a participar la gloria de] Consolador.

“ El prim ero y segundo y tercero puncto sean los mism os. El


quarto, considerar cómo la diuinidad que páresela esconderse en
la Passión, paresce y se m uestra agora tam m iraculosam ente en la
sanctíssim a Kesurrectión, por los verdaderos y sanctíssim os effectos
della. É l quinto, m irar el oíficio de consolar que X p o nuestro
Señor trae, y com parando cómo vnos am igos suelen consolar a
otros",
San Ignacio nos propone en los misterios de la V id a de
Jesucristo catorce meditaciones de la Resurrección del Señor;
•nosotros reduciremos la cuarta semana a un solo día y cuatro
-.meditaciones.

m m ü E s m m i e e i M b e cm sm

“ B e la resurrectión de Xpo nuestro Señor; de la prim era


aparición suya.

Prim ero, apareció a la Virgen M aría, la qual, aunque no se


diga en la E seriptura, se tiene por dicho en dezir que apáreselo
a tantos otros; porque la Escriptura supone que tenemos entendi­
m iento, como está éscripto: ¿Tam bién vosotros estáys sin enten­
dim iento? ”

'Haremos de la meditación de San Ignacio tres p u n tos:

Prim ero: precedentes de la resurrección.


Segun do: la resurrección.
'Tercero: subsiguientes de la resurrección,

“ L a sólita oración preparatoria.


Prim ero preám bulo. E í prim er preám bulo es la historia, qu®
es aquí cómo, después que X po espiró en la Cruz, y el cuerpo
quedó separado del ánim a y con éi siem pre vnida la diuinidad,
l a án im a beata descendió a l infierno, asim ism o vnida con la diui-
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA OCTAVÓ

sudad; de donde sacando a las ánim as instas (1) y viniendo al


sepulchro y resuscitado aparesció a su bendita M adre, en cuerpo
y en ánim a.
Segundo preám bulo. E l segundo, composición viendo el lugar,
que será aquí ver la disposición del sancto sepulchro, y el lugar
o casa de N uestra Señora, m irando las partes della, en particular,
asim ism o la cám ara, oratorio, e tc.”

■El santo sepulcro lo formaba una.cripta d e -cosa.de dos me­


tros'cuadrados, e x ca v a d a ' horizontalmente en la ro c a : lo tenía
preparado para su propio enterramiento .José de A rim atea; lo
circundaba un jard ín ; su distancia del Calvario no excedía de
treinta y nueve metros, por manera que parecía haber .sido cons­
truida para el enterramiento de Jesús. U n José había cuidado
de la juventud del Salvador; otro José, justo también, le estaba,
reservado para cuidar de su sepultura. :
José de Arim atea, varón rico, noble, discípulo oculto del
Señor, depuesto todo temor, redam ó audazmente el cuerpo
del Señor. T a l permiso solía concederse raras veces, y a peso de
o r o ; pero esta vez Pilatos hizo excepción y donó gratuitamente
el cuerpo del Señor. Arim atea compró un gran lienzo y Nico-
demus mercó con regia magnificencia una rica m ixtura de mirra
y áloe, de peso de cien libras. Y ambos se llegaron al Calvario,
arrimaron las escalas a la Cruz, desclavaron los pies y las ma­
nos af Señor, y con grande consuelo y devoción, ayudados dei
apóstol San Juan y acompañados de las Santas M ujeres, depu­
sieron los divinos despojos en las manos benditas de la Santísi­
ma V irgen. Después, como era práctica de los judíos, vendaron
el cadáver, lo embalsamaron con aromas y, tendido en el monu­
mento, empujaron la enorme piedra que cerró la sepultura.
San Ignacio nos traslada espiritualmente del sepulcro del
Señor a la morada de N uestra Señora. L a V irgen Santísima,,
según refiere piadosa tradición, vivía en el monte Síón, en una
casa contigua al cenáculo, en cuyo emplazamiento existe un
hermoso templo actualmente (2), Q uiere San Ignacio que “ mi­
remos las partes de la casita en particular, asimismo la cámara,

(1) Ps., 15, 10; Zach., 9, 11; M t, 12, 40; A ct, 2, 31; 13, 35; Eph.,
4, 8-9; 1 Petr., 3, 18-19. Cf. Sanctí Thomae Summam, III. L, art. 2
et 3. LII, art, 3, 4, 5; et Suárez, De Mysteriis vitae Christi. Disp., 43.
Sect, 3, a 3*
(2) Cf. Ogara, Vida de la Santísima Virgen.
LA RESURRECCIÓN 403

oratorio” . Podemos suponer que la morada era humilde, ,1.a cá­


mara pobre, y junto a la cámara, enriquecido con las más-.pre­
ciadas reliquias del S eñ o r,.la Corona, los Clavos, el Sudario,,
las Ligaduras, el oratorio, o sea el aposento en que la V irgen
oraba. En acjueLdevoto. recinto, la V irgen reunió a los apóstoles,
dispersos y esperó resignada la resurrección del Señor. - -

“ Tercero preámbulo. El tercero, demandar lo que quiero, y será


aquí pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta
gloria y gozo de Xpo nuestro Señor ” ,

H e de alegrarme y gozarme intensamente; porque si en la


segunda semana, enamorado de la hermosura de Jesucristo,
ju ré seguirle hasta la m u erte; si en la tercera semana, dolorido,
de las penas y sufrimientos del Señor, demandé lágrimas, petha
interna de tanta pena que Cristo pasó por mí, en la cuarta se­
mana, al ver al Señor glorioso y resucitado, no he de poder
menos que gozarm e y alegrarme intensamente de tanta gloria .y
gozo del Señor.
San Ignacio, en el decurso de los ejercicios, no hace más que
mostrarnos los criterios de la contem plación; en los misterios de
la vida de Jesucristo, propone la meditación de ésta manera: .

P U N T O P R IM E R O
«i© tu ü e s s s r r e e e l r á

Dice San Ignacio (1) “ cómo después que Cristo expiró en


la Cruz, la ánima devota descendió al in fierno” . Y acían en aquel
lugar las almas de los justos: Adán, E va, Noé, Abrahám , Isaac,
Jacob, M oisés, David, Santa A n a, San Joaquín, San Juan Bau-
ta, San José, los mártires, los patriarcas, los profetas, las pri-.
micias todas de la humanidad.
S u continua ocupación consistía en suspirar por el adveni­
miento del S e ñ o r : “ Destilad, oh cielos; lloved, oh nubes;
oh tierra, abre tus entrañas y germina al Salvador” (2),
clam aría allí sin cesar el P ro feta Isaías. Y el rey David arran­
caría de su mesiánica cítara los más inspirados acentos: “ M ués—

(1) P r im e r preám bulo.


(2) P o r a te coeli desuper et nubes p luan t ju s tu m : a p e ria tu r térra et
g e rm in e t S a iv a to re m . Is., 45, 8, .
464 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

Jranos, Señor, tu fa s, y danos tu salud” ; “ despliega tu diestra


y ven para salvarnos” ; “ así como desea el ciervo a la fuente de
■ las aguas, asi te desea mi ahna a T i, D ios m ío" (i). Y el B au­
tista, aureolado con la doble diadema de la virginidad y el mar­
tirio, con más cálida elocuencia que ep otro tiempo a orillas del
Jordán, repetiría su terminante p rofecía: uSoy la voz que clama
-en el desierto: preparad los caminos del Señor; todo valle se
llena, y todo monte se allana, y las sendas trotuosas se rectifica¡p,
y ¿as escabrosas se enderezan, y verá toda carne la. salud del
■S eñ o r" (2). Y a estos acentos toda aquella muchedumbre se
•consolaba con la próxim a esperanza del advenimiento del Señor.
Y esta esperanza se acrecía con el decurso de los sig lo s: Joaquín
y A n a anunciaron el nacimiento de la Virgen; los inocentes pre­
gonaron el advenimiento del Señor; San José colmó el número
de los patriarcas; el precursor cerró la serie de los profetas, y
por todas partes se escuchaba el cántico de la esperanza: “ H e
aquí que ya llega el Señor que esperáis, el ángel del testamento
■ que deseáis" (3 ).
En medio de tanta expectación he aquí que se abrió de súbi­
to la puerta infranqueable del abismo, y entre nubes de resplan­
d o r y coros de querubes compareció delante de la muchedumbre
atónita de los justos el ánima gloriosa del Señor ; y la esperanza
:se tornó en posesión, el infierno cielo, el destierro bienaventu­
ranza. ¿Q u é alegría sentirían los santos a la vista beatífica de
Jesucristo? ¿Q u é alabanzas le dirían? ¿Q u é gracias le darían?
¿Q u é cánticos le cantarían? “ Digno es el Cordero que ha sido
. sacrificado, de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría,
y la fortaleza, y el honor, y la gloria, y la bendición” (4).

(1) O sten de nobis, D om ine, m íserico rdiam t u a m : et salu tare' tuum


da nobis. P s ., 84, 8. E x c it a potentíam tuam , et vem , u t salv o s fa c ía s nos.
E s., 79, 3, Q uem ad m o d u m d esid erat ce rv u s ad fo n te s a q u a r u m : ita desí-
-derat anim a m ea ad te, D eus, P s., 41, 2. ■
(2) V o x clam an tis in . d e s e r to : P a r a le via m D o m in i: rectas fa c ite
sem itas e ju s : om nis v a llis im plebítur, et om nís m ons et co llis hu m tlia-
bitur, et erun t p ra v a in d irecta et asp era in vía s p la n a s : e t vid eb it om nis
-c a ro salu ta re D e i. L u c ., 3, 4-6.
(3). S ta tim ve n iet ad tem p lum suum D o m in ato r, quem vo s quaeritis,
■ét á n gelu s testam en ti, quem, v o s v u l t ís : E c c e ve n it, d ícít D om tn us e x e r -
cituum . M a la e ., 3, 1.
(4) D tg n u s est a gn u s qui occísus est a ccip e re vírtu te m et dívin itatem
■>et sapíentiam et fó rtitu d in em et honorem et g to ria m et benediction em ,
A poc.. 5, 13, " 1' ■
.CA RESURRECCIÓN 46$

¡ Y el Señor cómo se gozaría al rescatar de la cárcel del


infierno a aquellas ánimas benditas, despojos de su victoria, pri­
m icias de su redención! ¡ Cóm o daría por bien empleado el tra~
-bajo del rescate y la ignominia de la muerte, para merecerles
a aquellas ánimas el gozo y la bienaventuranza! Nonne hsec
'Gportuit pati Christum et ita intrare in gloriam suam? (i). Allí,
permaneció el ánima del Señor tres días, llenando a las ánimas
d e consuelo, porque Cristo es consolador, y el único consolador
y el eterno consolador (2). Y últimamente, ponderaré la rabia
y el furor del demonio, al verse vencido y franqueadas las in­
franqueables puertas del infierno, y libertadas las ánimas de los
ju sto s aherrojadas por más de cinco mil años en sus abismos.
Y al admirar tan grande triun fo y victoria en tierra y en el
cielo y en los abismos, “ me he de alegrar y gozar intensamente
<de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señ or” .

P U N T O SEGU N DO

Dice San Ignacio (3) : “ Sacando a las ánimas justas y vi-


mi en do al sepulcro y resucitando” .
*-* Considerarem os:
a) La verdad de la Resurrección.
h) La naturaleza de la Resurrección.
c) Las circunstancias de la Resurrección,
a) La verdad de la - Resurrección. SurrexU Dominus vere.
C risto verdaderamente resucitó, es un dogma palmario de nues­
tr a fé. A sí lo demuestra el testimonio de los ángeles, que dije-
fo n : Resucitó, no está aquí (4). A sí lo demuestra el testimonio
d e las santas mujeres, que lo anunciaron a los Apóstoles en
Jerusalén (5). A sí lo demuestra el testim onio de jo s discípulos
d e Emaús, que lo contaron en el Cenáculo (ó). A sí lo demues-

f(i) L u c., 24, 26, 4 1


'(2) Sem p er viven s ad iuterp eíland u m pro nobis. H a eb r., 7, 25.
■'(3) P r im e r preám bulo.
(4) S u r re x it, non est hic. M t., 28, ó. v
f. - (5) . E t re g ressa e a m onum ento nun tiaveru nt haec om nia illis unde-
<cím et caeteris óm nibus. L u c ., 24, 9.
(6) E t ípsi n arraban t quae • g e sta eran t in vía, et qnom odo co g n o -
■verunt eum in fra ctio n e pañ is. L u c., 24, 35.

39
466 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

irán innúmeras apariciones; “ se apareció a Cejas, dice el A p ós-


toe; después de esto se apareció a los once; después se apareció
a más de quinientos hermanos reunidos, de los cuales viven mu­
chos todavía; después se apareció a Santiago; después se apa-,
recio a todos los Apóstoles; novísimamente, como abortivo, se
apareció a mí, que soy el último de los apóstoles, que no merez­
co llamarme con este nombre, porque perseguí la Iglesia del
S eñ o r” (i). A sí lo demuestran todos los apóstoles, que tras ae
tenaz incredulidad, no solamente confesaron el dogma de ía R e­
surrección, sino que lo sellaron con su sangre (2). A sí lo de-,
muestra la cristiandad entera, que protesta unánimemente y re­
conoce por fundamento inconcuso de la fe el dogma de la R esu­
rrección (3).
Cristo tenía que resucitar; A s í estaba anunciado por los P ro ­
fetas (4). A sí estaba prefigurado por las Escrituras (5). A sí es­
taba aseverado por el mismo Salvador (6), que no se contentó
tan sólo con predecir repetidas veces este suceso, sino que consti­
tuyó en su resurrección el signo más grande de su divinidad,
porque todos los milagros, sin su resurrección, serían insuficien­
tes, y la resurrección bastaría por sí sola para probar su divi­
nidad. “ La generación mala y adúltera reclama un milagro, dice
el Señor, y no se le dará otra señal sino la señal del profeta
lonas. Como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días-
y tres noches, así estará el H ijo del hombre tres días y tres
noches en las entrañas de la tierra” (7)*

(1) V ís tis est C ep h ae et post hoc u n d ecim : deinde visu s est plus a u a m
^íJÍngentis fra trib u s sim ul, e x quibus m uítí m anent usque adhuc, qa..-
d a ^ autem d o rm ieru n t; deinde vísu s est Jacobo, deinde a o o s to lk ó m n ib u s:
novissim e autem om nm m , tanquam a b o rtivo , vísu s est m ihi. E g o enim
sum minsmus apo sto íoru m quí non sum d ign us v o ca rí a p o sto lu s quia p er-
secutus sum E c c le sía m D e í. 1 C o r., 15, 3-9.
(2) E t v i rtu te m a gn a reddebant apostoli testim oníu m re su r rectíonis.
A c t’ 4’ 3.3*
(3 S í autem C h ristu s non re s u r re x it, inanis est e rg o p raed icatio
n ostra, inanis est et fídes ve stra . 1 C o r., 15, 14.
(4) P s., 15, 10 ; A c t , 2, 31.
(5) H e b r., 11, 1 9 ; Jon ás, 2.
(ó) M t., 17, 2 2 ; 20, 19.
óÓ G en eratío m ala et a d u ltera sjgn um q u a e r ít : E t sign um no$
ctabitur eí nisí sign um Jon ae prophefae. S ic u t enim fu it Joñ as Ín ven tre
cetí trib u s díebus et trib u s noctíbus sic e rit ífiius hom inis ín cord e te r ra e
trib u s díebus et trib u s n octíbu s. M t , 12, 39-40.
3LA RESURRECCIÓN 46?

Cristo convenía que resucitara: Convenía, como dice la E s­


critura, que el Santo del Señor no sufriese corrupción (x). Con­
venía, como protesta el apóstol, .que el primogénito del Padre
fuera el primogénito de los muertos (2). Convenía que la resu­
rrección de Cristo, como afirma también San Pablo, fuera el
modelo- de nuestra resurrección (3).

b) La naturaleza de la Resurrección. L a resurrección con­


siste en la reunión del alma y del cuerpo. En la resurrección
gloriosa el ánima gloriosa vivifica otra vez el cuerpo, no con
una vida terrena y corruptible, sino sobrenatural y bienaventu­
rada, N o tendrá que decir con el sabio: “ E l cuerpo que se co­
rrompe, agrava al ánima” (4), sino que el cuerpo glorioso e
inmortal, lejos de atraer al alma gravamen y pesadumbre, le aña­
dirá nuevos títulos de gozo y bienaventuranza. “ S e siembra en
la -corrupción, dice el A póstol, se resucita en la incorrupción;
se siembra en la ignobilidad, se resucita en la gloria; se siembra
en el dolor, se resucita en la fortaleza; se siembra el cuerpo
animal, resucita el cuerpo espiritual” (5), porque sin dejar de
ser cuerpo y materia, asumirá en la resurrección propiedades
simílimas del espíritu: impasibilidad, inmortalidad, claridad, agi­
lidad, sutilidad, que harán del cuerpo animal cuerpo espiritual,
dócil instrumento del ánima y dulcísima e inseparable compañía.

c) T al es la naturaleza de la resurrección gloriosa; veamos


ahora la manera como Cristo resucitó.
Apenas alboreó la mañana del domingo, el ánima gloriosa del
Señor, al frente de una pléyade brillante de santos y de ángeles,
como triunfadora d e la muerte y del demonio, traspuso los um­
brales antes infranqueables del infierno, y se encaminó ál se­
pulcro,

(1) N e c dabis sánctum tuum víd ere corruption em . P s ., 15, 10.


(2) E t ipse est ca p u l co rp o ris E eclesiae, qui est p rín cipiu m , p rim o -
gen itu s e x m o r t u is : U t sit in óm nibus ipse prim atum tenens. C o l., 1, 18.
(3) QuonÜam quidem p er hom inem m ors et p er hom inem re su rre -
ctio m o rtu o r u m ; et sicu t in A d a m om nes m o riu n tu r ita et in C h rís to
omnes v iv iík a b u n tu r. 1 C o r., 15, 22.
(4) C o rp u s ením quod co rru m p itu r a g g r a v a t anim am . Sap., 9, 15,
(5) Sem in a tu r in co rru p tio n e : su rget in in corru ption e. Sem in a tu r in
ig n o b ilita te : s u rg e t in g lo r ía . S em in atu r ín in firm itate: s u rg e t in v írtu te ,
S em in atu r corpus a n ím a le : su rget corpus sp irituale. 1 C o r., 15, 42-44.
468 E JE R C IC IO S . d e SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

Y a cía en aquel lugar el cuerpo santo del Señor, frío, inmoble,


acardenalado, revestido de vendas y embalsamado de perfumes.
Paróse un momento el ánima del Señor a contemplar aquel
retablo de todos los dolores, y mostró a sus atónitos acompa­
ñantes los pies, las manos, el costado, el precio sobreabundante
de su rescate. '

■“ E ra ya más de la medianoche, dice F ray L uis de Granada


( i ) , ' y quiso el sol de justicia anticiparse al de la mañana, y
tomarle en este camino la delantera. En esta tan dichosa hora
entró aquella gloriosa ánima en aquel cuerpo santísimo; ¿ y qué
tal si piensas, le volvió? N o puede esto explicarse; mas algo se
puede entender por un ejemplo. Acontece estar una nube oscura,
en la parte del poniente, al tiempo que el sol se va a poner; el
cual, tomándola delante e hiriéndola con sus rayos, la pone tan
dórada que compite con él en hermosura. Pues así, después que
aquella ánima gloriosa se envistió en aquel santo cuerpo, todas
sus tinieblas convirtió en luz y toda su fealdad en hermosura” .
X así como acontece que una nube lóbrega y oscura, al ser
iluminada por el sol de la mañana, se irisa y se arrebola v her­
mosea hasta competir en claridad con el mismo sol, así el cuerpo
del Señor, al tornar a unirse con su ánima gloriosa, se iluminó
y hermoseó con las dotes de la glo ria; su faz resplandeció como
el sol, su veste se tornó más blanca que la nieve, la corona de
espinas se convirtió nimbo de luz, las llagas de los clavos se
tornaron estrellas refulgentes, y no hay astro ni luminares
en el cielo que puedan .com pararse con el resplandor y fúlgida
claridad de su lacerado y divinísimo corazón. ¡ Oh qué alegría
recibiría el ánima del Señor al unirse con su cuerpo resucitado!
¡O h qué contento recibiría su cuerpo resucitado al juntarse con
el ánima del Señor gloriosa! ¡Q u é alabanzas le cantarían los
san tos! ¡ Q ué adoraciones le rendirían los ángeles del c ie lo !
¡O u é día tan fausto de espiritual regocijo! (2). En medio de
tanto júbilo y regocijo de lós santos y de los ángeles y del cuer­
po y del ánima gloriosa del Señor, “ he de demandar humilde­
mente lo que quiero, y será aquí pedir gracia para me alegrar y
gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro

Ci) S erm ó n de la re su rrecció n , II.


(2) H a e c dies quatn , fe c it D o m in u s exu ltem u s et laetem u r irr .e a ,
P s ., 117, 24.
JLA RESURRECCIÓN .469

S eñ or” , pero no he de contentarme tan sólo con un estéril gozo*


sino que ha de ser actuoso y eficaz.
Cristo resucitó clarísimo, impasible, inmortal, ligerísimo, su­
tilísimo ; yo he de emular las dotes de su bienaventuranza: la
claridad en la participación de su gloria, la inmortalidad en la
firmeza de mis propósitos, la impasibilidad en la indiferencia
de mi voluntad, la ligereza en la prontitud de la oración, la suti­
lidad en la pureza de mi alm a; de esta suerte cumpliré en raí
aquel dictado del apóstol: “ Como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria de su Padre, así nosotros resucitemos por la nove­
dad de nuestra vida” (1).

PU NTO TERCERO
L© ®psr¡€i@ei es les- SMíSsim® Virgen

Dice así San. Ignacio (2):


“ Prim ero: Apareció a la Virgen M aría, lo qual aunque no
se diga en la Escriptura se tiene por dicho en dezir que aparesció
a tantos otros, porque la Escriptura supone que tenemos entendi­
miento como está eserípto: ¿Tam bién vosotros estáis sin entendi­
m ien to?” (3),

“ Veam os las personas; oigamos, las palabras, consideremos


las acciones, admiremos cómo la divinidad se manifiesta, cuán,
dulcemente desempeña su oficio de consolador” .

a) Veam os las personas,


“ Prim ero, el lugar o casa de N uestra Señora, m irando las
partes d ella en particular; asimismo la cám ara, oratorio, e tc.’' (4).

Representémonos una pobre casita vecina al Cenáculo, en la


casita un aposento, y en el aposento una mesa o reclinatorio,
en que ora arrodillada la V irgen, A ún no ha alboreado la maña­
na, y al trémulo resplandor de una lámpara, contemplamos a
N uestra Señora, la faz pálida, fijos los ojos en el sudario, los

(1) Q uom odo C h rístu s s u rre x it a Vmortui per g ío ria m P a tris , Vita et
n os in n o v itate v ita e am bulem us. R om ., 6, 4.
. (2) M iste rio s de la vid a de C risto nuestro S e ñ o r. . . . ',
(3) M a t., 15, 16.
(4) S e g u n d o preám bulo.
470 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

clavos, la corona que estrecha entre sus manos y riega con su


llanto. “ O h qué triste y afligida está aquella bendecida Madre
del U nigénito” (i). Pero “ qué, dirá alguno con San Bernardo,
¿no sabía la Virgen que su H ijo tenía que morir? Ciertamente.
¿ N o sabía que tenía que resucitar t Sin dtidarlo. ¿ Y a pesar de
esto llora su muerte? Y sin consuelo” (2). “ Y ¿por que te admi­
ras, hermano, más que de la pasión del H ijo de la compasión
de la M adre? ¿P udo el H ijo morir en la carne, y no podrá la
M adre m orir en el corazón ? Este doble milagro hizo el amor.
L a pasión del Señor, el amor del H ijo , que no puede con otro
am or alguno igualarse; la compasión de M aría, el amor de la
M adre, que fuera del amor divino, con ningún otro puede com­
pararse” (3). Simílimos el dolor del H ijo y de la M adre: Como
la divina intuición no inmunizó al H ijo del dolor de la pasión,
así la fe ardiente no exim ió a la M adre de su dolorosa com­
pasión.
■Se alegraban los justos, se alegraban los ángeles, se alegra­
ban el cuerpo y el ánima del Señor, y en medio de tanta y tan
grande alegría tan sólo la V irgen lloraba; pero la sostenía la fe,
esperaba la resurrección, y su esperanza y su fe no le enga­
ñaron (4).
N o lo cuenta el Evangelio, pero lo acredita la tradición (5);
no lo refiere la Escritura, pero lo reclama la sensatez (ó).

(1) O quam tristis et a fflicta fu it illa benedicta m ater unigeniti. Se-


quentia D o lo ru m . f .
(2) S e d fo r te quis d ic a t: N um qu id non eum p ra esciera t m o rítu ru m ?
E t in dubitan ter. N u m q u id non sp erabat con tin uo resu rrectu ru m ? E t fi-
d eü ter. S u p e r h a ec d o lu it c ru cifix u m ? E t vehem enter.
(3) A lio q u in quisnam -tu fr a te r a u t u n d e 'tib i haec sap ientía ut m ire-
r is p lu s M a r ia m com patientem quam M a ria e filium p atien tem ? l i l e
etia m m o rí co rp o re p o tu ít; ista com m orí cord e non p o tu ít? F e c it illu d
c a rita s q u a m a jo rem nem o h a b u it: fe cit et hoc ca rita s quae post illam
sim ilis a lte ra non fu it. S a n B ern ard o . S u m m a de duodecim stellís.'
(4) B e a ta quae cred id ístí quon iam p erficien tu r ea quae d icta sunt
tib í a D o m in o . L u c ., 1, 45.
(5) B e n e d icto X I V , M ald o n ad o , S u á re z , T o le d o , S a n B u e n a v en tu ra
y o tro s. M e se h le r h o c loco.
(6) A b s q u e u lla dubitatione credendum est C h ristu m p o st resu rre-
ctioiiem suam prim um om m um m a tri suae 'apparuisse. Q u ae sen ten tía e x
ip sis term in is adeo est p er se cred ib íh s ut fe r e síne co n tro v e rsia om nium
fideliu m et doctorum anim is insederit atque ita docent om nes scríp to res
ca th o lici quí hanc quaestionem a ttin geru n t, S u á re z , D e m y sterü s v ita é
C h ris ti dísp. X L X , sec. 1, n. 2. P u lch e rrim e rem e xp o n ít, A lfo n s u s
XiA RESURRECCIÓN

Estaba la V irgen en su oratorio sumida en llanto, abrasada


en deseos de la resurrección del Señor, cuando de súbito se
alumbró el .aposento con lumbre de' cielo, se escuchó en derre­
d or el aletear de los ángeles, y entre nubes de luz y cantos de
alegría, acompañado de millares de ángeles y espíritus bien­
aventurados, compareció delante de los ojos atónitos de la San­
tísim a V irgen el triunfador de la muerte y del infierno, el P ri­
mogénito de la gloria, su H ijo y su Señor.
Veam os las personas. Veam os a la V irgen en actitud humil­
de, como en otro tiempo se mostró delante del arcángel San
Gabriel, postrada de rodillas, como se postró en otro tiempo
en el portal de Belén, Veam os a Cristo en pie, glorioso, resplan­
deciente, en toda la manifestación de su gloria, en todo el es­
plendor de su divinidad.
L a V irgen a su vista se reanima, se transfigura, se precipita
alborozada a los pies del Salvador; el Salvador no la detiene,
no la aparta de sí como a la M agdalen a; todo al contrario: es su
Señora, es su M adre; se arroja a su cuello, la estrecha entre sus
brazos y la abraza contra su corazón, y entre ósculos dulcísimos
se funden en un abrazo íntinio y duradero Jesús y M aría, el
H ijo y la Madre, la Reina de la virginidad y el A u tor de la
pureza. L argo tiempo permanecieron abrazados entre ósculos
dulcísim os la Madre dolorosa y el H ijo resucitado. Los ángeles
y los santos se decían: E cce quomodo amabat eam. M irad como
la amaba. Y después el Señor se sentó a la diestra, la Virgen a
la izquierda, del lado del corazón, y entablaron el H ijo y la
M adre un coloquio dulcísimo de amor,

b) Oigamos las palabras. ¿S e querella por ventura la V ir­


gen de aquella larga ausencia de tres días como en otro tiempo
en Jerusalén? ¿S e lamenta acaso de la viudez, la orfandad, el
desamparo? Todo al contrario. Cristo es quien se adelanta, si
vale la frase, quien se excusa: M adre mía, le dice el Señor,

C a b re ra , O . P ., in serm one de re su rrectio n e D o m in i. N u ev. B ib í. de


a u to re s españoles, t, .3, M a d rid . B a y lly -B a ílíie r e e H ijo s , 1906, p ág .
450-451. Q uod si M a rc. 16, 7 d ícit C h ristu m resu scitatu m aparu isse primo\
M a ria e M a gd a len ae id ut a it S u á re z loe. c i t , n. 3 : “ In telligen dum e s t'
v e l ín ter eos, qui fu tu rí erant, testes resu rrectío n ís de quibus evan g elístae
scríb eb an t v e l inter eos quibus C h ristu s ap p a ru ít ad eorum fidem co n fir-
m andam . Q u o circa in hoc n um ero beata V ir g o non co m p reh en d itu r’V '
(M o n u m en to ign atían a hoc loco).
472 EJERCICIOS DE SAN IG N ACIO — DÍA OCTAVÓ5

grande es vuestra aflicción, honda la herida de vuestro dolor.


Q ué caro pagaste el oficio de corredentora, qué muerte moriste
al pie de la C ru z; pero convenía que el H ijo y la M adre gusta­
sen el mismo cáliz, muriesen la misma muerte, sufriesen la 'mis­
ma cruz (i). A estas palabras del H ijo, la M adre le diría: JSlo
me consoléis, no necesito de. consuelo. “ Sobreabundo de gozó eré-
toda tribulacióny\ SÍ es lícito gloriarme me glorío en la cruz del'
Redentor: llágame con tus llagas, clávame con tus clavos, cru­
cifícam e con tu cruz y, después de morir con tu misma muerte,,
recíbeme eternamente en tu gloria (2). A estas palabras de su
M adre, el Señor le replicaría que 110 era tiempo todavía. Que
el Señor le reservaba para reunir a los discípulos dispersos, jpara;
proteger el fruto de su pasión. Y a estas palabras-, la V irg e n
respondería: Ecce ancilla Domini. Y el Señor, al despedirse, le
daría a adorar las llagas de sus manos y de sus pies, y le entra­
ñaría en la llaga divina de su costado, y el coloquio se d iferiría
largo tiempo, y los santos y los ángeles se gozarían en aquella-
divina visitación más que se gozaron los apóstoles en la cum bre
del Tabor, f cantarían en primicias a su Reina y su Señora el
■cántico de la gloria: Regina cceli lita r e , alleluia; quia que-m
■me'tuisti portare, alleluia; resurrexit sicut dixit, alleluia; gande
et leetare Virgo María, alleluia,
Y al final de aquel dulcísimo diálogo, invitaría el Señor a
los Santos y a los Angeles a adorar a su Reina y su Señora..
Y o veo los primeros p ad res a los pies de M aría, como dice San
Bernardo: Curre Eva ad Mariam curre mater ad filiam. Y o veo;
a Débora, Judit, E ster, correr gozosas a su arquetipo y modelo»
v irg in a l; yo veo a los Padres y a los P rofetas postrarse alboro­
zados ante su presagio y esperanza; yo veo a Joaquín y A n a
abrazar a su H ija y su Señora; yo veo sobre todo a San José,,
en virginal coloquio con su Purísim a y amadísima Esposa.
Y en los ángeles y en los santos, en los patriarcas y en los

(1) N e scie b a tis quia in d is , quae P a trís mei $unt, o p ortet m e e s s e ?


L u c., 2, 49. N orm e haec o p ortu it C h rístu m p ati et itia in tra re in g lo r ia m
P a tria ? L u c., 24, 26. :
(2) C r u c ífix i fige p lag as co rd i meo v a lid e ... F a c m e tecum pie flere,
cru c ifix o co n d o leré doñee eg o v ix e ro . J u x ta cru cem tecu m stare et m e
tíbi so ciare in p lan ctis d e sid ero ... F a c m e p lag is v u ln e ra n , fa c m e c r u c e
in e b r ia n et cru o re filii... Q u an d o co rp u s m o ríetu r, fa c ut aním ae d'onetur'
p arad isi g lo r ía . S eq u en tía D o lo ru m .
IO S DISCÍPULOS DE EMAÚS 473;

profetas, en los cielos y en la tierra, y en todo' aquel unánime


júbilo y regocijo universal, yo aspiro una sola aspiración, yo.
ansio un solo afecto, que he de demandar del Señor, uy será,
aquí pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta
gloria y gozo de Cristo nuestro S eñor” .
“ Acabar con un coloquio o coloquios, según subyecta mate- ■
ria y un- Pater N oster” .
Podemos hacer un coloquio a ía Santísima V irgen, y repetir
eí Regina cosli; otro coloquio a Cristo nuestro Señor, y recitar
el Anim a C h risti; otro coloquio finalmente al Padre eterno, y
acabar con un Pater Noster,

M editación trigésim o

LO S D IS C IP U L O S DE iI I M I S

“ D p la quinta aparición est el vitim o capítulo de S an Lucas ( 1)


Prim ero. Se aparesce a los discípulos que yban en Emaús
| hablando de Xpo,
Segundo. Los reprehende, m ostrando por las E scrituras que
X po hau ia d e m orir y resuscitar: “ Oh líeselos y tardos de cora­
zón p ara creer todo lo que h a n hablado los propheías, ¿No era.
necesario que X po padesciese y así éntrase en su gloria? ” :
Tercero. Por ruego dellos se detiene allí, y estuuo con ellos,
hasta que, en comulgándolos, desaparesció; y ellos tornando, ditce- -
ron a los discípulos cómo lo auian coaoscido en la comunión” . (2)

Vam os a parafrasear el evangelio conform.e a las normas,


ignacianas de ver las personas, oír las palabras, ponderar las
oraciones, admirar la gloria, implorar la munificencia eterna
del humano consolador.
L a oración preparatoria será la acostumbrada.
El primer preámbulo es la historia evangélica.
Eí segundo preámbulo es la composición del lugar. E l po­
blado- de Emaús dista sesenta estadios al nordeste de Jerusalén,,
es decir cosa de doce kilómetros, y está asentado en la , ladera

(1) L u c,, 24, 13 -3 3 ; Joan., 20, 1 - 1 0 ; i C o r., 15 ,-5 -8 .


(2) S a n ctu s Ig n a tiu s cum hanc fra ctío n e m pañis sacram e u caristiam -
fu isse decit in A u t ° secu tu s est m ultoru m o p in io n em , quam, ten u ít etiam
sanctus A u g u stin u s. D e consensu e vá n g elístaru m I I I , C 25, n. . 72 (Mig~v
ne P . L ., 34-1.206).
474 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA OCTAVO

de una montaña. E n tiempo de Jesucristo tenía mayor impor­


tancia, y estaba circundado de m urallas; actualmente la alde-
huela de Kubeibeh consta de unos pocos aduares y una capilla
y monasterio franciscano edificado en el lugar asignado de la
aparición. Restauremos en espíritu la granja de Emaús, con sus
torres y sus tapias y sus almenas. Y veamos a su entrada el
peregrino de Em aús, que finge seguir el camino, y a sus discí­
pulos, extasiados, que le fuerzan a quedarse en su compañía.
Iluminan el cuadro los melancólicos rayos del crepúsculo.
L a petición que brota espontáneamente de nuestros labios ha
de ser la misma que brotó espontáneamente de los discípulos de
E m aú s: “ Señor, permanece con nosotros, porque anochece y
declina el día” . Podemos dividir la meditación en tres p u n tos:

E l camino.
E l término.
L a manifestación. '-

P U N T O P R IM E R O
El @gag&iga®

E ra una mañana del mes de Nisán, la hora como las diez,


el domingo de la Pascua.
Los prados florecían, las mieses ondulaban, las vides reto­
ñaban, y en las quebradas de los prados y la espesura de las
mieses y el ramaje de las vides, los jilgueros y las tórtolas y
los ruiseñores ensayaban sus cantos, preludiaban sus arrullos,
escondían sus nidos. L a naturaleza toda se engabanaba al soplo
juvenil de la primavera, y en medio de tanta juventud y loza­
nía, dos viajeros, tristes y taciturnos, trasponían los muros de
Jerusalén y se encaminaban a Em aús.

a) Veam os las personas. U no de los discípulos se llama


Cleofás, dueño de la gran ja hospitalaria, en cuyo recinto g lo ­
riosamente murió mártir de Cristo (x). El otro algunos dicen
que fué el mismo evangelista San Lucas (2), pero de esto nada
cierto puede afirmarse. Hermanos en la sangre, concordes en la

(r) M a rtiro lo g io rom an o, 25 <3e setiem bre.


(2) C f . L o n g a y e , h o c loco.
LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS 47S

fe, discípulos de Jesucristo, avanzan en la más íntima amistad,


ondulan sus luengas túnicas al impulso del camino, y sacude
sus turbantes blanquecinos la brisa mañanera.
¿ Y qué causa motiva su jornada? ¿ P o r qué dejan ía ciudad
en la fiesta de la Pascua? ¿Cóm o abandonan a los discípulos
en los momentos de la prueba? ¿ E s quizá por asuntos fam ilia­
res? ¿A caso por urgencia de su hacienda? N ada de esto; es un
viaje de solaz, lo que hoy diríamos una jira de deporte y diver­
timiento. A sí se desprende de su conversación.
Oigam os las palabras. Y hablaban entre sí de las cosas que
habían sucedido (i). D e la abundancia del corazón habla la
boca. Hablan de lo que aman, de lo que temen, de lo que
esperan. Y aman con frialdad, temen con pesimismo, esperan
con incredulidad. Y la frialdad y la incredulidad y el pesi­
mismo les abruma eí corazón; por eso dejan la ciudad y aban­
donan a sus hermanos, para distraerse y divertirse y solazarse.
Y sucedió que mientras así hablaban, Jesús mismo se acercó
a ellos (2). Hablaban de Jesús, y Dios está con los que hablan
del S e ñ o r; hablaban en caridad, y Dios está con •los que con­
versan en caridad; hablaban en la tribYación, y Dios está cerca
de los que sufren la tribulación.
Mas sus ojos estaban obnubilados para conocerle (3). A lum ­
bra nuestros ojos ía lumbre de la fe, y la fe de los discípulos
vacilaba, su vista estaba oscurecida, oculi eorum tenébantur.
P or eso no le conocían al Señor.

b) Plasta ahora solamente hemos visto las personas de los


discípulos. Veam os ahora la persona del Señor. V iste e n ‘hábito
de caminante, en la diestra el báculo, a la espalda el recado del
cam ino; lleva los pies desnudos, y su luenga cabellera hume-,
decida por el relente de la noche (4).
Y el S eñ o r acelera el paso, y gana la distancia, y se llega a
sus discípulos y les d ijo ... ¿ Y qué les dijo?

(1) E t ipsi loqueban tur ad invicem de iis óm nibus quae accíderan t.


L u c., 24, 14.
(2) E t fa c tu m est dum fa b u íaren tu r et secum q u a ereren t et ipse
Jesú s app rop in qu an s ibat cum filis. L u c., 24, 15.
(3) O c u lí autem íllo ru m ten ebran tur ne eum a gn oscen ren t. L u c., 24, 16.
(4) C a p u t m eum plenum est ro re et cincinni mei g u ttis noctium .
.C a n t, '5, 2.
47¿ EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO-'

Oigam os las palabras, que 'son de vida eterna: “ ¿Q u é con­


versación es esa que caminando lleváis entre los dos, y por qué
estáis tristes? ” ( i)
Com o si dijera (2): M e ha parecido sorprender en vuestra,
conversación acentos de luto y de dolor; ¿tenéis alguna nove­
dad en vuestra casa? ¿ P o r qué os entristecéis? ¿ P o r qué se
dem udó'vuestro rostro por ía tristeza? ¿N o sabéis que si obráis,
bien recibiréis vuestro merecido ? ¿ N o esperáis fundadamente
vuestra eterna salvación? ¿P ues por qué se demuda vuestro
rostro? (3) Sacudid de vosotros la tristeza, carcoma de la vir­
tud, letargo del corazón, muerte del ánima (4). Gozaos más bien,
en el Señor, iterum dico gaudete. “ Demandad singularmente
lá gracia de alegraros y gozaros intensamente de tanta gloria-
y gozó de Cristo nuestro S e ñ o r Estas o parecidas pa'abrás,
les diría el divino caminante, “.el D ios mismo de todo nuestra~
consuelo, que nos conforta en toda tribulación” (5),
A estas palabras del Señor, uno dé los discípulos, cuyo
nombre era Cleofás, le respondió: “ ¿Tan peregrino sois en
Jerusalén que no sabéis lo que ha ocurrido estos dias en la-
ciudad? ¿Q u é?, replicó el caminante. La crucifixión de Jesu­
cristo, contestó Cleofás; la muerte del profeta de Ti azaret, po­
deroso en las palabras y en las obras, delante de D ios y de los
hombres, victima de los sacerdotes y de los doctores” (Ó). P re­
ciosa confesión de la divinidad de Jesús, que acredita que la.
fe de los discípulos no estaba muerta, pero su esperanza vaci­
laba, y así añadía a continuación: “ N osotros esperábamos que
había de redimir a Israel^. “ Esperabais, arguye San Agustín,,
luego no esperáis; Cristo vive, vuestra esperanza es la que ha

(1) E t ait ad i l l o s : Q ui sunt ii serm ones quos c o n fe ttis ad invicem.1


am bulantes et estis tris te s ? L u c., 24, 17,
(2) C f . a L a p id e h d t loco.
(3) C u r co n cid it facie s tua. G en., 4, 6.
(4) M u í tos o ccid it tristitiá . E cclí., 30, 25.
(5) D e u s to tíu s con solation ís quí co n so latu r nos in om nl tribulatione-.
riostra. 2 C o r ,,; 1, 3-4.
(6) T u solus p ereg rin as es in J eru saíem , et non co n gn ovistí quae
fa c ta sunt ih illa b is diebus? Q u ib ü s ille d ix ít : Q u a e ? E t d íx e r u n t: De
Jesu N a za re n o q ui fu it v ir p ro p h e ta , potens in opere et serm one coram-
D e o et om ní populo'. E t qúom odo eum trad íd eru n t sum m í sacerd otes e t
prin cipes n ostri ih dam iiationem m ortís, et cru cifix e ru n t eum . Luc.,.
24, 18-20. ' .
:x o s DISCÍPULOS DE EMAUS 477

.ím ierto” (i). 44Y he aquí, añade, que han pasado tres días de
.su m uerte" (2); cierto que unas mujeres fueron al sepulcro;,
' nos sobresaltaron con la noticia de la ausencia, de que el cuerpo.
.del Señor no estaba en el sepulcro, y que los ángeles les anun­
ciaban la-resurrección, y alguno de los nuestros lo ha com­
probado.
Todas ías palabras de los discípulos rebosan la duda y el
/pesimismo. Les preocupa el plazo del tercer día, les inquieta
el anuncio de las m u jeres; dicen que no esperan, y los hechos
acreditan que esperan. E ra necesario despertar a los discípulos
de aquel letargo peligroso, de aquella crisis de escepticismo y
desesperación. Y así el Señor íes reprende claramente su incre­
dulidad. u O h necios y tardos de corazón, les dice, para creer
■Cuanto han escrito los Profetas, ¿por ventura no convenía que
Cristo padeciese, para que así entrase en la gloria?" Convenía
=que Cristo padeciese, porque así lo anunciaba la Escritura, lo
■exigía nuestro rescate, lo necesitaba nuestro ejemplo, lo recla­
m a b a la gloria de Dios, Esta lección divina, no tan sólo se re—
rfíere a los peregrinos de Emaús, sino a todos los mortales que
peregrinamos en la tie r r a ; huimos de la Cruz, tememos la hu­
millación, repugnamos el trabajo, y 110 hay más camino de la
‘gloria .que la C ruz, la humillación y^ el trabajo.
<CY empezando por M oisés y los profetas les interpretaba
<cuanto de sí mismo estaba escrito" (3). Aquella interpretación,
auténtica y divina, que maravilló antes en el templo a los doc­
tores, suspendió-el án im a'd e los discípulos con celestial dul­
cedum bre. L a larga jornada se hizo un soplo: así estaban sus­
pendidos de sus labios.

PU N TO SEGU N D O
£1 4 érraiB®:-y'v’

E t appropinquaverunt castello quo ibant. Y se destacó a


-sus ojos el castillo de Emaús con sus tapias y sus sembrados
y sus torres, y allá en el extremo de la llanura el disco del sol,-

(1) S a n A g u s tín , Serm . 140. D e tem p ere.


(2) E t nunc süper haec omnia, te r tia dies est. L u c., .24, 21.
(3). . E t incípiens a M o y s e et óm nibus P r o p h e tis ,.'interpretaba-tur..illis
:.ín óm nibus scrip tu ris, quae de ipso erant. L u c., 24, 27.
478 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO*— DÍA OCTAVO

que declinaba ya en el ocaso. Veam os en aquel fondo luminoso


de crepuscular melancolía a las personas. Prim ero a Cristo*
hermoso sobre los hijos de los hombres* con la cabellera de
N azareno que flota a sus espaldas, sus ojos de cielo que ena­
moran a los ángeles, su sonrisa consoladora que ahuyenta el
desconsuelo. E stá en pie en medio de los discípulos, adueñado
de sus corazones, que los sugestiona con el hechizo irresistible
de sus palabras y la magia divina de su amor, “ Oh, bienavem,
turada hora, dice Tom ás de Kem pís, cuando el Señor llama
de las lágrim as al gozo del espíritu” . Cuando Jesús está pre­
sente, todo es bueno; si Jesús habla una sola palabra, gran
consolación se siente. E l que halla a Jesús halla un buen tesoro
y de verdad bueno sobre tpdo bien. Y el que pierde a Jesús pier­
de muy mucho y más que todo el mundo. Y los discípulos iban
a perder este tesoro; “ Jesús finge abandonarles para proseguir
su camino” (i). Finge, dice San A gustín (2), pero no miente.
Finge, porque piensa quedarse, porque quiere quedarse, porque
ha de quedarse. No miente, porque no se quedara sin invitarle,
no se rindiera sin forzarle, no se m anifestara sin hospedarle.
E t ipse fin x it se longius iré. Veam os las personas. E n segundo
lugar, a los discípulos, entristecidos, llorosos, que se arrojan
al cuello de su M aestro, que le circundan con sus brazos, que
la fuerzan a quedarse en su compañía: E t coegerunt illuni.
¿ Y qué le dijeron? Oigam os las palabras. Como Jacob decía
al Señor en otro tiempo: “ no te dejaré si no me bendices” (3),
y luchó y preva1eció del Señor, así los discípulos le repetían
tristes, tem erosos: “ Quédate con nosotros, porque anochece y
declina el día” (4). Oh qué dulce, qué devota jaculatoria, digna
de repetirla de todo corazón, en el ocaso y en, la aurora, en la
vida y en la muerte, en la lumbre de la visitación y en las tinie­
blas del desconsuelo. Mane nobiscum, Domine. Permanece, Se­
ñor, con nosotros, no una aurora, no una mañana, no un d ía ;
mane nobiscum in aeternum, permanece con nosotros para siem­
pre. Quonian advesperascit, porque anochece. Sin Jesús no hay
luz, no hay día, no hay consolación, sino noche y oscuridad y

(1) E t ip se fin x it se lo n g iu s iré. L u c., 24, 28.


(2) C f . A . L ap id e, hoc loco.
(3) N o n dim itían ! te nlsí b en ed íxeris m ihi. G en ., 32, 26.
(4) M a n e nobiscum quon iam ad vesp era scit, et in clin a ta est ja m dies.
L u c., 24, 29.
LOS DISCÍPULOS ■
DE EMAÚS 479

desorden sempiterno. Mane nobiscum, Dominef quoniam ad-


vesperascit.
E t coegerunt illum. Y le forzaron.
O h qué dulce fuerza rendir al Señor, qué divina violencia
forzar a Jesucristo. Fuerza al Señor la humildad, le violenta
a Dios la oración, le rinde a D ios sobre todo el amor. “ Recibe
al huésped, dice San Agustín, si quieres hospedar al Salvador;
lo que quitó la infidelidad restituyó la hospitalidad” (i).

PU NTO TERCERO

Lea ¡ n s n i f e s i a e i o n

E t intravit cum Ulis. Entró el Señor en el castillo, aceptó


el banquete, se sentó a la mesa, trascurrió la cena en célicos
coloquios en la más dulce intimidad. Y se llegaron los postres ;’
“ y, el Señor tomó el pan y lo bendijo, y lo ofreció a sus discí­
pulos” (2). ¿Q u é pan es éste, ofrecido, bendecido, regalado por
el Señor? Este pan, al decir de los Santos Padres, es el pan
eucarístico; así lo demuestra la fraseología evangélica: Accepit
pqnem, benedixit ac freg it, et dedit discipulis suis;. así lo acre­
dita el tiempo de su oblación, que no fué al comienzo sino al
término, postquam caenatum est, es decir, que se trata de una
bendición especial eucarística, simílima del todo a la- bendición
evangélica de la cena p ascual; así lo confirman sus efectos.
E t aperii sunt- o culi eorum et cognoverunt eum. “ Y se
abrieron sus o jo s” . E s la Eucaristía el sacramento de la fe,
misterium fid ei; el memorial de la pasión, memoria passionis
eju s; el viático de la vida eterna; por eso se abren los ojos de
los discípulos y le conocen al Señor en la fracción del pan,
et cognoverunt eum in fractione pañis.
P asaje del Evangelio singularmente eucarístico, que nos
enseña con el ejem plo de los discípulos la práctica devota de
la sagrada comunión. E l deseo de recibirle en nuestra casa, la

(1) T e ñ e hospltetn, d ice S a n A g u s tín , si vis a g n o sce re s a lv a to re m ;


quod tu lera t in fidelitas red d id it h o sp italitas. S a n A u g u s t. serm . 140 de
tem pore.
(2) E t fa ctu m est dum recu m b eret cum eis, accepit panem , et bene­
d ix it, ac fr e g it et p o rrig e b a t lilis. L u c., 24, 30.
-'48o EJERCICIOS DE SAN* IGNACIO.— DÍA OCTAVO

humüde sumisión a su voluntad* la solícita diligencia en pre­


parar el hospedaje, los dulces coloquios, el ardiente amor, “ la
alegría y el gozo -intenso de tanta gloria y gozo de Cristo mies-
Jro S eñ or” .
“ Y el Señor se desvaneció de sus o jo s” , y corrieron los dis­
cípulos a, Jerusalén, y le anunciaron en el Cenáculo, y se pos­
traron a las plantas de la V irgen, que, según podemos piadosa­
mente suponer, presidía a la asamblea. Y nosotros también,
■como esclavitos indignos, nos postraremos con los discípulos
-a sus virginales plantas, y henchidos de júbilo y alegría, le re­
petiremos una vez más el himno glorioso de la Resurrección:
Regina cosli, leetare, alleluia, quia quem meruisti portare, alie-
■k m , resurrexit sicut dixit, alleluia.

H fldH aciéa trigesim oprim erq

m l a A scm sm m be c h i s t o
N U E STR O SE Ñ O R

“ Prim ero. Después que por espacio de cuarenta días apares-


ció a los apóstoles, haziendo m uchos argum entos y señales, y
hablando del reyno de Dios, mandóles que en H ierusalém espe­
rasen el Spíritu S án ete prometido.
Segundo. Sacólos a l m onte 0!iveti,¡ “ y en presencia dellos
fu é eleuado, y vn a nuve le hizo desaparecer dellos ojos d ellos” .
Tercero. M irando ellos a l cielo, les dizen los ángeles: “ V aro­
nes galileos, ¿qué estáys m irando a l cielo? Este- Jesús, el qual es
licuado d e vuestro ojos al cielo, así vendrá como le visteys yr en
el cielo” ( 3).
L a oración preparatoria la acostuníbrada.
E l primer preludio la historia evangélica. E l Señor sacó a
los discípulos en dirección a Bethania, al monte O lívete, y les
hizo sus últimas amonestaciones. Los discípulos le pregunta­
ron: Señor, ¿ha llegado la hora de restituir ei reino de Israel?
E l Señor les contestó que no les era dado conocer las cosas
-que el Padre tenía reservadas, que recibirían al E spíritu Santo

(1) A c t., i , g; M a r., ió ; 19 ; L u c ., 24, 50-51.


(2) M on um en ta ígn atian a. E x e r tit ia p. 508.
IDE LA ASCENSIÓN DE CRISTO NUESTRO SEÑOR 4Sl

y que les serían sus testigos hasta los últimos confines de la


tierra, y les bendijo y comenzó a elevarse, hasta que una nube
del cielo le encubrió. Y perseveraban ellos atónitos contem­
plando al cielo, y he aquí que unos ángeles vestidos con blancas
vestiduras les dijeron: Varones galileos, ¿qué hacéis de este
modo contemplando el cielo? Ese Jesús que ha- sido asumido al
•cielo, así volverá como le visteis subir al cielo.
Preludio segundo o composición de lu gar: V er el camino
de Jerusalén, el monte Olívete. “ Levantóse Jesús y salió con­
duciendo a todos al campo. Bajando el Cedrón pasaría junto
a Getsemaní, subiría pdr el sitio donde lloró frente al templo
de Jerusalén; tomó el camino de Betania, y llegó al monte O lí­
vete que allá conduce, por aquel sendero tantas veces en vida
recorrido al ir de Jerusalén a Betania y de Betania a Jeru­
salén ” (i).
Los puntos, conform e al texto ignaciano,. serán tres:

Primero: precedentes de la Ascensión.


Segundo: la Ascensión.
Tercero: consiguientes de la Ascensión.

P U N T O P R IM E R O
Pre«si®6i1e$ de Iss

“ Veam os las personas, oigamos las palabras , considerem os


la s acciones Y
E l Señor, dice el Evangelio, “ los sacó en dirección a Beta-
ida, al lugar que les había prevenido” (2). Este lugar lo ocupa
actualmente la aldehuela mora de El T ur, situada en el monte
•Olívete, como a un cuarto de legua al noroeste de Betania (3).
E l .Evangelio d ice : E du xit eos, los sa có ; no dice expresa­
mente que les precediera, pero lo podemos suponer piadosa­
mente. L a decimocuarta y postrera y más solemne aparición,

(1) V ila r iñ o ., V id a de J esu cristo , p. 320.


(2) E d u x it au tem eos fo ra s in B eth an íam . L u c., 24, 30. In m ontem
u b i co n stitu erat filis Jesús. M a t., 28, 16.
(3) C f . F ilH ón, hoc loco;
31
4 &2 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

a diferencia de las demás apariciones, no se verificó a orillas


de los mares, en el escondrijo del cenáculo, o en las soledades
del sepulcro, sino a la luz publica, a plazo fijo, en la cumbre
mismo de O lívete; ni se manifestó tan sólo a uno u otro dis­
cípulo, a esta o aquella piadosa m ujer, sino que fué manifes­
tado a todos los discípulos, a la comunidad entera- de la naciente
Iglesia del Señor.

a) Veam os a las personas. Primeramente, la persona divina


del Salvador, que precedía a toda aquella muchedumbre, por las
calles y las plazas de Jefusalén. ¿Q u é diría Pilatos al verle?
¿Q u é pensaría H erodes al oírle? ¿O u é maquinarían los sane­
dritas en presencia de aquella manifestación singular y única
en el decurso de los siglos, capitaneada por el primogénito de
los muertos, favorecida con la contemplación de la gloria, di­
suelta por el mandamiento de los ángeles?
Oh, aquel día no le seguían al Maestro sus discípulos “ de
le jo s” por temor de los judíos, sino que se disputaban con fer­
viente emulación su compañía. Y San Pedro exigía su derecha,
por razón de primacía, y San Juan reclamaba su izquierda, por
título de amor. Tom ás no se obstinaba en la incredulidad, ni
los discípulos de Em aús desertaban a la granja, sino que após­
toles y discípulos y santas mujeres, y la más santa de los santos,
la Santísima V irgen, atraídos todos de la hermosura del Señor,
suspensos de sus labios, enamorados de los encantos de su co­
razón, se arracimaban en torno del M aestro, como los polluelos
debajo de las alas de su madre, como las ovejuelas en torno
de su pastor.
De esta suerte partieron del Cenáculo, ganaron el Cedrón,
traspusieron Getsemam e hicieron alto en la cumbre del Olívete.
L a persona divina del Salvador que derrama consuelos, pro­
diga sonrisas, irradia resplandores de gloria y bienaventuranza;
la persona de la V irgen Santísima y los discípulos suspensos,
llorosos, temerosos de la próxim a orfandad y desamparo.

b) Oigamos las palabras. Primeramente las palabras del


Señor. “ N o os dejaré huérfanos, les dice; vendré a vos­
otros” (i). “ Os conviene que me vaya, porque si no me fuere,

( i) N o n relinqu am vo s o rp h a n o s: ven iam ad vos. Joan., 14, 18,


BE LA ASCENSIÓN DE CRISTO NUESTRO SEÑOR 483

no vendrá el Espíritu a vosotros” (1); “ descansad en la ciudad,


hasta que os revistáis de la virtud de lo altó” (2) “ M e ha sido
dado todo peder en el cielo y en la tierra; id y enseñad- a todas
las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del H ijo y
del Espíritu Santo; y he aquí que estoy con vosotros todos los
días, hasta la consumación de los siglos” (3).
Estas palabras las dijo el Señor a todos los discípulos, se­
gún nos refiere la E scritura; pero otras palabras más íntimas
les habló el divino consolador a cada uno de ellos, que les lle­
naron de gozo y de consuelo (4). Y estas palabras no las dice
el Evangelio, ni las sabe expresar la pluma. Esta habla secreta
del Señor, hemos de escuchar también en nuestro corazón (5).'
“ Hablad, Señor, que vuestro siervo escucha” (6). “ N o me hable
M oisés ni alguno de los profetas, habladme V os, inspirador y
akí.mbrador de todos los profetas” (7 ); “ suene tu voz en mis
oídos, porque tu acento es dulce, y hermosa tu presencia” (8).
“ Decid tan sólo una palabra” (9) y será salva mi ánima.
Tales fueron las palabras del Señor; oigamos ahora las
palabras de íqs discípulos. Los discípulos, im perfectos en la
fe, propugnadores de un reino mesiánico finito y temporal, pre­
sintiendo en el gesto de augusta soberanía y divina realeza del
Señor algo grande y desusado, con tosca simplicidad, le pre­
guntaron: “ Señor, jlleg ó la hora por ventura de restaurar el
remo de Israel?” (10) Estas palabras quizás fueron dichas al
encaminarse de Jerusalén al Olívete. Y al obtener los discípulos
la respuesta del Señor, al convencerse de que 110 era llegada

(1) E x p e d ít vo b ís ut ego vadam . S í enim non abiero, P a rá c lito s


non ve n iet ad v o s : si autem abiero, m ittam eum ad vo s. Joan., 16, 7.
(2) Sed ete in civ ita te, quoadusque induam iní v irtu te e x alto. L u c., 24,49.
(3) D a ta est m ih i om nis potestas in co elo e t in térra , E u n tes e rg o
docete om nes gen tes, baptizan tes eos in nom ine P a trís , et F ilii, et Spñitus-
S a n c ti... et ecce e g o vobiscu m sum óm nibus díebus usque ad consum a-
tíonem saeculi, M t., 28, 18-20.
(4) E t ipsi adorantes re gressí sunt cum g a u d io m agno. L u c., 24, 52.
(5) H o d ie sí vocem eju s audierítis, n olite o b d u rare co rd a vestra.
P s ., 94, 8.
(6) L o q y e re , D o m in e, quia audit servu s tuus. 1 R e g ., 3, 9.
(7) K é in p is, 7-2.
(8) S o n et v o x tua in auribus m e is ; v o x enim tu a dulcís, et facíes
tu a d eco ra. C a n t , 2, 14,
(9) T a n tu m dic verbo . M t., 8, 8.
(10) D o m in e, si in tem pore hoc restitu es regn u m Is r a e l? A c t., 1, 6.
484 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.™“DÍA OCTAVO

la h o r a d e l p r e m io ,.s in o d e l t r a b a jo , al p e r s u a d ir s e d e la r e a lid a d
d e la a s c e n s ió n y d e l a le ja m ie n t o y la o r f a n d a d d e l S e ñ o r s o b r e
l a t i e r r a ; o tr a s p a la b r a s b r o t a r ía n d e su s la b io s m á s ín tim a s y
d e s in te r e s a d a s . La V ir g e n S a n tís im a , in fla m a d a de a m o r, ar­
d ie n d o e n d e s e o s v e h e m e n te s d e ju n t a r s e c o n su a m a d o , le r e ­
p e t ir ía r e s ig n a d a su p r e f e r i d a a s p ir a c ió n : “ fíat mihi secunclum
verburn tuum” ( i ) . S a n P e d r o , h e c h o s fu e n te s d e lá g r im a s s u s
o jo s , e x c la m a r ía : “ ¿A quién iremos? Tienes palabras de vida-
eterna” (2 ). “ Tú eres Cristo el hijo de Dios” (3 ). S a n J u a n ,
c o m o ta n t a s v e c e s en el E v a n g e lio , r e c la m a r ía el a b r ig o d e su
c o r a z ó n , la p r e f e r e n c i a de su a m o r (4 ). S a n to Tom ás cu ra d o
d e in c r e d u lid a d , p r o t e s t a r ía e m b r ia g a d o d e d u lc e d u m b r e , u n a y
m uchas veces: “ Dominus meus et Deus )neus, Señor mío y '
Dios mío” ( 5 ) . L o s d is c íp u lo s d e E m a ú s a r d ie n d o d e a m o r ,
m á s q u e h a b ía n a r d id o e n el c a m in o , m u r m u r a r ía n e n lo in t e ­
r io r d e s u c o r a z ó n ( ó ) : “ Quédate, Señor, con nosotros, que
anochece” ; y la M a g d a le n a , p u r i f i c a d a .d e s u s c u lp a s , “ quia di~
texií mulíum” ( 7 ) , se e n g o lf a r ía en la s d e lic ia s d e la c o n t e m ­
p la c ió n , y M a r t a , s o líc ita y d ilig e n te (8 ), se o f r e c e r í a a l s e r v i ­
c i o d e S e ñ o r h a s t a la m u e r te . C o n e s te c é lic o c o n c ie r to d e s u s ­
p i r o s y a n h e lo s y v o to s y lá g r im a s y d e s p e d id a s , h e d e j u n t a r
m is s u s p ir o s , m is a n h e lo s y m is lá g r im a s , y d e m a n d a r d e l S e ñ o r
lo q u e q u ie r o y d e s e o , “ y será aquí pedir gracia■
r e s u c it a d o '
para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de
Cristo nuestro Señor” ,

c) C o n s id e r e m o s la s a c c io n e s , d e C r i s t o y d e lo s a p ó s to le s .
C r is t o n o e n c u b r e s u g lo r ía , a n te s al c o n t r a r io , el g e s to , la
m ir a d a , la a c t it u d , r e v e la n el r e s p la n d o r d e la d iv in id a d . C r is t o ,
c o n s u m a d a la m is ió n te m p o r a l d e la r e d e n c ió n , c o m ie n z a su e t e r ­
na f u n c ió n d e c o n s o la d o r . L e s m u e s t r a a lo s d is c íp u lo s , e n tr e

(1) Luc., i, 38,


(2) A d quem ibimus? V erb a vitae aeternae habes.Joan,, ó, 69.
(3) T u es Christus filius D el viví. Mt., 16, 16.
(4) Discipulus quem diligebat Jesús qui et recubuit incoena super
pectus ejus. Joan., 21, 20.
(5) Joan., 20-28, . .
(6) M ane nobiscum quoniam adves.perascit Luc., 24, 29.
(7) Luc., 7, 47.
(8) Inte., io, 41.
DE LA ASCENSIÓN DE CRISTO NUESTRO SEÑOR 485

resplandores de luz, las llagas de los pies y de las.m anos y del


costado, y les invita benignamente a que las adoren.
Y después, levantadas al cielo sus benditas manos y sus ojos
virginales, les bendijo. “ N o temáis, pequeña grey, les diría al
bendecirlos, porque plugo a vuestro Padre concederos a vosotros
su reinado” (1). M i Padre mismo os ama, porque vosotros me
amasteis” ( 2 ) . “ Padre santo, guarda en tu nombre a estos que
me diste, y no solamente a éstos sino a cuantos han de creer en
mí por su palabra, para que como soy yo, Padre, en Ti, y T ú eres
en M í, así sean ellos una cosa en nosotros” (3). Y porque la ben­
dición del Señor no sólo es afectiva, sino eficaz, colmaría el
corazón de los discípulos de célicos consuelos.
Tales .fueron las acciones del S e ñ o r; consideremos ahora lo
que hicieron los discípulos. “ Ellos le adoraron y volvieron a
Jerusalén con grande gozo” (4). Esto es todo lo que dice el
E vangelio; pero ¿quién podrá expresar bastantemente cuánto
fuere aquel gozo y aquel consuelo?
Si el santo autor de los Ejercicios, San Ignacio, ansioso de
venerar segunda vez las huellas divinales del Señor, se hurtó se­
cretamente de los otros peregrinos, y con riesgo de su vida, a
solas, sin cautela, se llegó al Olívete, y no sabía de aquella ben­
dita cima separarse, y segunda y tercera vez subió a la cumbre,

“ para m ás atentam ente m irar a cuál parte caía la señal del pie
derecli,® y a cuál l& de5 izquierdo que en la piedra quedaron señ a­
ladas

¿qué dulcedumbre y devoción no sentirán los discípulos al vene­


rar no ya las huellas seculares, sino las llagas divinales del Se­
ñor? Y si Isaac; Jacob, José, los Patriarcas, recababan con lágri­
mas y recibían postrados de rodillas la paterna- bendición, pren­
da de dicha y bienaventuranza, ¿qué afectos y qué lágrimas de
consuelo no derramarían ■ los apóstoles al recibir de manos del

(1) N o íite tim ere, p usillus g r e x , quia com plaéuit P a tr i vestro daré
vo b is regn um . L u c., 12, 32.
(2) Ipse enim P a te r ama.t v o s : qui a vo s m e am astis. Joan., 16, 27.
(3 P a te r sánete, in nom ine tuo, serva eos quos dedisti m ihi. Joan*
17, i r . N on pro eís autem ro g o tan tum , sed et pro eis qui chred itu ri sunt
p er verbu m eorum in m e : ut om nes unum sint, sicut tu, P a te r, in me,
et ego in te, ut et ipsí in nobis unum sint. Joan., 17, 20-21.
(4) E t-ip s i adoran tes re g re ssi sunt ín Jerusalem eum gaudio m agno,
L u c., 24, 52,
4S6 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

Salvador la bendición divina, prenda de toda salud y bienaven­


turanza ?
Nosotros como esclavitos indignos hemos de entreverarnos
entre aquella pléyade afortunada de los discípulos del Señor,
y besar en espíritu sus huellas divinales, y postrados humilde­
mente de rodillas, hechos fuentes de lágrimas los ojos, hemos
de suplicarle al Señor que no nos niegue su paternal bendición ( i),
y para alcanzarla del Señor, imploraremos llenos de confianza
el favor de nuestra Señora (2). Amén.

P U N T O SEGU N D O
isa Ascensión

“ Segundo, Sacólos a l m onte O libeti y en presencia «hilos fu é


eleuado y vn a mive le hizo desaparescer dellos ojos d ellos” .

Dice el Evangelio que el Señor “ fué asumido” (3), es decir,


se levantó a los cielos, no arrebatado en carro de fuego, como
E lias (4), sino a impulso de su divinidad, a la que corresponde
levantarse a lo alto sobre todas las criaturas. Y aquí sí que se
verificó aquello que dice San Ignacio (5).
“ que la D iuinidad que parescía esconderse en la passión paresce y
se m uestra agora tam m iraculosam ente” .

“ Resplandeció su rostro como el sol, se tornó su veste blanca


como la nieve” (ó).
E n vez de Moisés y Elias, como célicos despojos, le rodea­
ron los cautivos de su v ic to ria ; “ aseendens Christus in altum
captivam duxit capiivííatetn> (7 ); la cautividad de las ánimas
redimidas de su cautiverio y la cautividad de los fieles cautiva­
dos de su amor. Y entre la alegría de los unos y el llanto de los

(1) N o n dim íttam te, nisí b en ed ixerís m ihi. G en., 32, 26. N u m qu id
non re s e rv a s tí et m íh i benediction em ? G en., 27, 36.
(2) Jub e dom ne benedicere. P e r V irg in e m M a tre m con cedat vobis
D o m ín u s salu tem et pacem . O fficm m B . M , V .
(3) Mr*, 16, 19.
(4) 4 Peg., 2, 11. _
(5) M e d ita ció n p rim era, p. 4.
(6) E t resplan duít fa c ie s eju s sícut s o l; vestim en ta autem eju s fa c ta
sunt alba sícut nix. M at., 17, 2.
(7) O ff ic iu m A scen sio n is.
OE LA ASCENSIÓN DE CRISTO NUESTRO SEÑOR 487

otros y la aclamación unánime de todos, circundado de arrebo­


les de luz, escoltado de ángeles de gloria, “ elevaius est, se elevé :,
a los cielos y una nube le arrebató de la mirada” (1). Esto ven
los ojos y alcanzan los sentidos; pero lo que excede todo enca­
recimiento y ponderación es la fiesta que comienza más allá
de las nubes el día de la alegría, las bodas del Cordero, su coro­
nación y encumbramiento a la diestra de su Padre, ((in die de-
sponsationis Ulitis et in die IcetitUz coráis eju s” (2).
Aquella pléyade gloriosa capitaneada por -el sumo y verda­
dero capitán Jesucristo, traspuso los confines de la tierra y se
acercó a los umbrales del cíelo. Aparecieron a sus ojos las puer­
tas del Empíreo, cerradas a los mortales por el primer pecado.
Entonces aquella muchedumbre alborozada, exclamaría, al decir
de los Padres, con aquella exclamación del salmista (3): “ Abrid,
oh principes, los cielos, franquead las puertas ciérnales y entrará
el R ey de la gloriaA “ ¿Q uién es este Rey de la gloria?” , Quis
est iste rex glories?, preguntarían atónitos los ángeles del cielo.
E l Señor fuerte y poderoso, les responderían; el Señor pode­
roso en las batallas. Abrid, príncipes, los cielo s; franquead las
puertas eternales y entrará el Señor de la gloria. ¿ Quién es este
Señor de la gloria?, replicarían por última respuesta. Este es el
R ey de la gloria. Y a estas palabras, se abrieron de par en par,
para nunca jam ás clausurarse a los mortales, las puertas del cielo
y puso su bendita planta en sus umbrales el R ey de la gloria.
O h, qué júbilo, qué alborozo, qué cánticos de regocijo se escu­
charon resonar en aquel día en la Jerusalén de la gloría. “ Santo,
Santo, Santo, Señor D ios de los ejércitos” , cantarían los ánge­
les del cielo (4). “ Gloria al Padre, gloria al H ijo , gloria al Espi-
ritu Santo” , repetirán los arcángeles; los veinticuatro ancianos
repetirían: “ Digno es el Cordero que se ha sacrificado de recibir
honor y honra y gloria y bendición, por los siglos de los siglos”
(5). Y los querubines encogerían sus alas, y los serafines incli­
narían sus sienes, y los tronos y las potestades y las domina­

(1) E t nubes suscepit eum ab ocu lis eorum . A c t., 1, 9,


(2) C an t., 3, 11 .
(3) C f . B e íla rm in o , m P s . 23. Sup lem en to A . L ap id e. A tto llite p o r­
tas, principes, v e stra s, et eíeva m in i portae aeternales, et in tro íb it r e x
g lo ría e . P s ., 23, 7.
(4) Is., 6, 3.
( 5) A p o c., 4, 11.
488 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO'.

ciones arrojarían sus cetros y sus coronas a las divínales plantas


del Señor. Y entre vítores y aclamaciones e himnos y cánticos,
penetró el Señor en el aula de la gloria, enganalada a su. ve­
nida como se engalana la esposa en el día de las bodas” (i),,
y traspuso en su carrera la amplitud de los cielos (2), y com­
pareció delante del trono del mismo Señor. Entonces levantaría
sus benditos ojos y sus manos y le diría otra vez a su Eterno
P adre aquello mismo que le había dicho poco antes en la tie­
rra : “ Padre, yo te glorifiqué en el mundo, y consumé, la obra,
gue me encomendaste; ahora glorifícame tú delante de tus ojos,,
con la claridad que tuve antes que el mundo fuese en tu pre­
sencia’ ’ (3).
Y al decir estas palabras, “ dijo el Señor a mi Señor: S ién ­
tate a mi diestra” (4); el Señor encumbró a su H ijo sobre los-
ángeles y los arcángeles y las virtudes y los potestades; por la:
Cruz le dio el trono, por las espinas la diadema, por la com­
pañía de los ladrones la servidumbre de los ángeles, por las
blasfem ias de los judíos las alabanzas de los justos, porque se
humilló más que todas las criaturas le ensalzó sobre todas ellas,,
y le asentó a la diestra misma de su majestad “ con igual gloria
que el Padre en cuanto D ios y mayor que otro -ninguno en-
cuanto hombre” ,
Y dispensador sumo de todas las gracias, distribuyó entre
los justos las sillas, vacías de los cielos, y a unos los sentó con
los ángeles,’ a otros con los arcángeles, según su virtud y mere­
cimiento, y a San José, su Padre nutricio de 1 a tierra, le sentd
cabe sí, en un trono altísimo del cíelo.
Y mediador divino de todas las misericordias, comenzó a,
interpelar con su Padre en nuestro favor, y le mostró las lla­
gas que recibió por redimirnos, “ semper vivus ad ínter pellan-
dum pro no bis” .
Y consolador eterno de todos los desconsuelos, prevfno a
los apóstoles que se retirasen al Cenáculo y les envió desde el
cielo al Espíritu Santo.

(1) S icu t sponsam o rn atam v iro suo. A p o c., 21, 2.


(2) E t occursus eju s usque ad sum m um eju s. P s., 18, 7.
(3) E g o te c la r ific a v i sup er te r r a m : opus consum m avi quod dedistr
m ihi ut f a c ia m : et nunc c la rific a m e tu P a te r apud tem etipsum , claritate.,
quam habui p riu s quam tm m dus esset apu d te. Joan., 17, 4,.
(4) D ix it D om in us dom ino m e o : sede a d e xtris m eis. P s ., 109, 1.
DE LA ASCENSIÓN DE CRISTO NUESTRO SEÑOR 4§Q'

PU NTO TERCERO
Cssstisigafl I e r a í e s d e Ira Ascensión

“ M irando elios al cielo, les dizen los ándeles: “ Varones galileos,


¿qué estáys1 m irando al cielo? Este Jesús, el qual es llenado de
vuestros ojos al cielo, así vendrá cpmo le visteys y r en .el cielo

E l Señor, al decir de San Ignacio, no ocultaba la divinidad


en &u vida gloriosa sobre la tierra, sino que la manifestó por
maravillosa manera a los discípulos. Y esta patente ostentación
de la divinidad, ese contacto íntimo de los discípulos con su Dios,
perfeccionó en sus corazones las virtudes teologales, que se
ejercitan en el trato con Dios y que tienen por término y por
principio el mismo Dios.
Los discípulos no dudaban ya de la resurrección, sino que
tenían sus ojos puestos en el cielo. “ Aspicientes in coslumY
Su fe era tan viva, que rayaba en la intuición. Postrados en
tierra, olvidados de sí, la fe les tenía extasiados en su Dios.
Nuestra conversación está en los cielos” , podían decir con el
Apóstol. “ Resucitadnos con Crista y buscamos las cosas de
D io s;■gustamos las cosas del cielo” . M irífico efecto de la as­
censión de Cristo. Los arreboles de una aurora eterna alborea­
ban ante sus ojos, y los reflejos de la lumbre inextinguible
iluminaban sus corazones, y sus ojos quedaron fijos en su Dios,,
oculi mei semper ad cíominum, y sus corazones puestos en el
cielo. Non habemus hic manentem civitatem. En adelante, su
vida estará escondida con Cristo en Dios. V ivirán vida del
cielo. Justus ex fide v iv it ; 110 será su fe estéril y baldía, sino
actuosa de buenas obras.
L a Ascensión deí Señor perfeccionó su esperanza. N o dicen,
ya los discípulos “ nosotros esperábamos que nos redimiera” (1),
sino que esperan la eficacia de su redención (2), esperan la
venida del Espíritu Santo (3), esperan la asistencia del Se­
ñor (4), esperan la gloria del cielo y juzgar sobre doce tronos

(1) N os autem sperabam us quia ipse esset redem pturus Isra e l. L iíc.„
24, 21.
(2) In quo habem us redem ptíonem . E p hes., 1, 7.
(3) M itta m eum ad vos, Joan., id , 7.
(4)’ E c c e eg o vobiscu m sum. M t , 28, 20.
490 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

las doce tribus de Israel. Y porque esperan se llenan de inmor­


talidad, y porque esperan truecan la fortaleza, y porque esperan
baten sus alas como las águilas, para no desfallecer.
L a Ascensión del Señor inflamó sobre todo su caridad. Con
mayor ternura que en el Tabor, decían los discípulos en sus
corazones: “ ¡C uán bien estamos a qu í!” ( i ) ; hagamos aquí
nuestros tabernáculos, habitemos en este lugar eternamente.
Con m ayor devoción que las muchedumbres de Israel, extáticos,
suspensos, olvidados de su regalo y alimento, seguían al Señor,
con el deseo, no sólo por tres días, sino por todos los días de
su vida.
Y el Señor tuvo compasión de aquella muchedumbre, mise-
reor super turbam. Y cuando perseveraban los discípulos de
rodillas, absortos en la contemplación del cielo, “ he aquí que
les aparecieron dos ángeles vestidos de hermosura, que les di­
jeron: Varones galileos, ¿qué hacéis contemplando al cielo?
Ese Señor que ha subido al cielo bajará otra ves con semejante
majestad para juzgar al mundoY Con este rasgo temeroso, pone
término San Ignacio a todos los regalos y dulcedumbres de los
ejercicios de la cuarta semana. Y es que en el plan ignaciano,
el consuelo no es por el consuelo, ni la contemplación por la
contemplación, sino que el consuelo y la contemplación son
medios para el fin, que no es otro que el vencimiento propio.
P or eso el amor perfecto ha de ser temeroso, y el afecto espiri­
tual desinteresado; porque a la consolación ha de seguir la
desolación, y a la visitación la prueba. Y si del amor del Señor
eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor, me ha
de retener para no caer en pecado. P or esto en toda la cuarta
semanáj y singularmente en este último ejercicio y coloquio, he
de pedir fervientemente por intercesión de la Santísima Virgen
la gracia de gozarme y alegrarme, no ya de mi propio gozo y
consolación, sino “ de la gloria y gozo de Cristo nuestro S eñ orY
A sí sea.

( i) Bonum est nos hic esse, M at., 17, 4.


MedKaelé» trigesim osegunda

CONTEMPLACION PARA ALCANZAR AM OR

fííiii© d e lea ©©^tempteei®^

“ Contemplación para alcanzar amor” . San Ignacio llama


meditación a la consideración de una verdad abstracta, mientras
que reserva el nombre de contemplación a la consideración de
asuntos perceptibles por los sentidos (i). Y aunque nada apa­
rezca más abstraído de los sentidos que el ejercicio del divino
a m o r; pero San Ignacio lo trata por modo tan sensible, que con
razón encabeza este ejercicio con el título de Contemplación.
Basta recorrer brevemente el texto para convencernos de
ello. E l procedimiento es el mismo que en las contemplaciones
de la segunda semana: “ Ver, mirar, recordar, reflectir” ; la m a­
teria, séme ja n te : los beneficios del Criador, su presencia en las
criaturas, su actuación constante y causalidad universal en toda
la creación, cosas del todo perceptibles y al alcánce de nuestros
sentidos.
“ Contemplación para alcanzar anior” . Y qué, ¿después de
tantas meditaciones y de cuatro semanas consecutivas de ejer­
cicios, no hemos alcanzado el am or?.S í, el am or'lo hemos alcan­
zado, pero el amor inicial, débil, imperfecto, abrasado. Y el
amor se aprende conversando, se obtiene pidiendo, se alcanza
amando. T al es el objeto de este ejercicio: aprender, pedir,
practicar el amor (2).
“ Contemplación para alcanzar amor” . A m or perfectísimo,
purísimo, espiritual; único verdadero amor, que merece sola­
mente el nombre de antonomástico de caridad, es decir, amor di­
vino por excelencia. Y con razón, porque el origen de ía caridad

(1) M e sch ler. M odos de o rar. N o ta p rim era.


(2) C i Ponlevoy, p, 291,
es Dios, el motivo Dios, el sujeto también Dios, participado en.
el alma, que ama a Dios por el mismo Dios.

P r e li s í B iM r e s d® lu s o sitien» piase i r á

L a contemplación para alcanzar amor no form a parte ele la.


cuarta semana de ejercicios (r): así lo advierte expresam ente
el erudito- anotador del autógrafo ignacíano "atiende animo
hanc contemplationem et ea q-uce seqmmtur non ge-rere in A u t...
idlius hebdomadis tittUum” (2). Y no solamente carece de toda,
numeración este ejercicio, sino que al enumerar las reglas ge­
nérales para la cuarta semana (3) se omite expresamente este
ejercicio. Y en la anotación cuarta — índice compendioso de ias.-
cuatro semanas— (4) no se hace de este ejercicio mención al­
guna. ¿ Y cuál es el motivo de esta disgregación ? T res ejerci-
d o s desconecta San Ignacio de la ordenada serie de las cuatro-
semanas: el principio y fundamento, el ejercicio deí rey tem­
poral y la contemplación para alcanzar amor. El principio y
fundamento se desgrana de la cadena de los ejercicios, porque
es un primer eslabón independiente del cual dependen todos-
ellos; no es ya un ejercicio privativo de alguna semana, sino*
el fundamento y la síntesis ele todas e lla s ; es, si me es dado-
decir, la fro so fía fundamental ele la ascética ignaciana.
E l ejercicio del rey temporal es otro nuevo principio y fun­
damento, es otro primer eslabón de una nueva serie de verdades,
la ley del amor, proclamada en los ejercicios con la parábola,
del rey temporal.
L a contemplación para alcanzar amor ño es principio, sino-
qué es térm in o; no es fundamento, sino que es rem ate; no es
el postrer sillar de las última semana, sino la torre de oro, la

(1) R o o t , 3 17 -1.
(2) C o n tem p lació n núm . 1, p. 426.
(3) N o ta p rim era. E11 ias contem placiones siguien tes, se p roceda p o r
todos los m isterio s de la R e su rrecció n , de la m an era que a b a jo se sigue-
b asta la A sc e n s ió n in clusive.
(4) D a d o que para los e je rcicio s siguientes se tom an cuatro sem anas,,
p o r co rresp o n d er a cuatro p artes en que se dividen los e je rcicio s, es a.
s a b e r: la p rim era, que es la con sideración y co n tem p lació n de los p eca ­
d o s ; la segun da, es la vid a de C ris to nuestro S e ñ o r, h asta el do m in go d e
R e su rre cc ió n in c lu s iv e ; la tercera, k pasión de .C risto n uestro S e ñ o r ;
la cu a rta , la R e s u rre cció n y A scen sió n , poniendo tre s modos,' de o ra r.
■CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR 493

cúpula diamantina que alumbra y hermosea con torrentes de


claridad divina la fábrica toda de los ejercicios ígnacianos. San
^Francisco Javier llamó al instituto de la Compañía, Compañía
■de A m or, y los ejercicios espirituales, que son el arma del ins­
tituto de la Compañía, tienen también que llamarse ejercicios
d e am or; en todos ellos, acá y allá, con férvidos afectos y cá­
lidos coloquios, se levanta en el alma ardiente la llama abrasa­
d o ra del divino am or; pero en ei último de los ejercicios, la
contem plación para alcanzar amor, estas llamas ardientes se
juntan y se funden y se enlazan en irresistible incendio que
invade y consume y corona el templo todo de los ejercicios
•espirituales. No de otro modo al inaugurar el templo del Señor,
:tras de trabajos incesantes e inauditas expensas, colmó toda su
fábrica la gloria del Señor.
L a caridad de Dios es el último término del raciocinio igna-
ciano, “ la conclusión eterna del silogismo divino” (Ponlevoy),
■el remate y fin de todos los ejercicios; porque el fin, que es lo
primero en la intención, es lo último en la ejecución. Por eso
■este ejercicio tenía que ocupar el último lugar (x).
E n este ejercicio, como en el principio y fundamento, 110 se
'.hace mención expresa de Jesucristo, aunque en ambos ejercicios
se sienta palpitar el amor de su corazón, y es la razón de esta
doble omisión: que en el principio y fundamento trata San Ig ­
nacio de despertar la caridad de Dios por medio de las criatu-
:ras, y en la contemplación para alcanzar amor trata de consumar
la caridad de las criaturas en el seno del mismo Dios (y por
aquí se verá de esta manera cómo los extremos de los ejerci­
cios se asemejan con homogénea correspondencia). En ambos
ejercicios se habla de Dios, de las criaturas; pero en el prin­
cip io y fundamento, Dios es C ria d o r; en ía contemplación para
alcanzar a m o r,. Dios es consum ador; en el principio y funda­
mento, las criaturas son medio para obedecer; en la contem­
plación para alcanzar amor, incentivos para amar.
Y como a Dios, no se va sino por Jesucristo, “ Ego sum
ostium, nenio venit ad Patrem nisi per m e” , y a Jesucristo no
-se va sino por la detestación de los pecados, a la contemplación
-para alcanzar amor tenían que preceder las meditaciones de la
■vida y pasión de Jesucristo, y a las meditaciones de la vida

(1) C f. Directorio, 36-2.


4Q4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO1

y pasión ele Jesucristo, los ejercicios de la primera semana. V


por aquí se verá cómo los extremos de los ejercicios se corres­
ponden con rara homogeneidad, y cómo en el decurso de las
semanas ignacianas el amor se inicia con el conocimiento de las
criaturas, se perfecciona con los ejemplos divinos del Salvador,
se consuma por Jesucristo en el seno mismo de la divinidad ( i) .
N OTA. Primero conuiene adúertir en dos cosas.
La primera es que el amor se deue poner más en las obras
que en las palabras.
La segunda, el amor consiste en comunicación de las dos par­
tes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que
tiene, o de lo que tiene o puede, y así por el contrario el amado
al amante; de manera que si el vno tiene sciencia, dar al que no
la tiene, si honores, si rriquezas, y así el otro al otro” .
“ La primera es que el amor se debe poner más en las obras
que en las p a l a b r a s N o que no sean buenas las palabras bue­
nas y devotas, sino que donde las desdicen las obras se condenan
por lo mismo de fingidas y de cumplimiento. “ N o todo el que
dice Señor, Señor, sino el que hace la voluntad de M i Padre
entrará en el reino de los c i e l o s Este principio se funda en
el sentir popular que dice: “ obras son amores” , y se confirma
con la Sagrada E scritu ra ,.que enseña: “ no améis con la pala­
bra y con la lengua, sino con las obras y la verdad” (i). ¿Q uién
ama a D ios ? pregunta el catecism o; y contesta: E l que guarda
sus santos mandamientos; e insiste: ¿Q ue cosa es amar a Dios
sobre todas las cosas ?, y responde: Q uerer antes perderlas todas
que ofenderle. Q ue es. lo mismo que dijo el Señor a los após­
toles: Qui habet mandata mea et servat ea ille est qui diligit
me (2). P or esto, con razón concluye el D irectorio: “ N o debe
contentarse el alma tan sólo con cierta ternura de afecto
“ no basta la consolación sensible ni debe contentarse el alma
con cierta ternura de devoción, porque cierto es lo que dice San
G reg o rio : L as pruebas del amor, son las o b ra s; donde hay
amor, se traduce en grandes empresas; amor sin obras, mues­
tras da de no haber am or” (3).

(1) C f. P o n levo y, págs. 283-88. R o o t , 3 17-1.


(2) F ílio li, non d ílíga m u s verb o ñeque lin g u a sed o p ere et v e n ía t e .
Joan., 1, 3-18. N o n oranis qui d icit m ihi dom ine, dom ine in trab it in regn u m
c o e ío r u m : sed quí fa c ít vo lu n tatem p a tris m eí qui in co elis est ip se
in trab it in regn um coelorum . M t 7, 21.
(3) Joan., 14-21.
(4) P e r hoc in te llig e re debet non s u ffice re sibí ten erio rem quem dam
CONTEMPLACIÓN PAPA ALCANZAR AMOR 495

“ Xa segunda, el amor consiste en comunicación de las dos


partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo
que tiene o de lo que tiene o puede, y así por el contrario, el
amado al amante; die manera que si el vno tiene seiencia, dar al
que no la tiene, si honores, si rriquezas, y así el otro al otro” .

E l amor de mutua comunicación. se practica muy bien entre


los hombres, pero parece impracticable con Dios. L os amigos
de la tierra mutuamente se obsequian, regalan, enriquecen, hasta
dimidiarse sus corazones y refundirse sus almas en una sola
ánima, según aquello que dice la E scritu ra : Anim a donatas con-
glutinata est animes David ( i ) ; pero los amigos de Dios 110
tienen nada que comunicar a D io s : porque Dios lo tiene todo.
Si dio Dios al hombre todo lo que tiene (2), ¿qué tiene el
hombre que comunicar a D ios? Esta dificultad aparente, no lo
es en realidad, para quien sabe de achaques de amor. Porque
la comunicación más amada de los amigos es eí mutuo amor, y
amor con amor se paga.' M ás aún, en la tierra, como dice la
Imitación de Cristo (3), “ no vive ninguno en amor sin dolor” :
por lo cual, quien trata de ejercitarse en el amor, ha deper­
suadirse que 110 ha de salir de balde, sino a costa demuchos su­
frimientos con que corresponder a los beneficios del Señor.
Adem ás, si bien es verdad que en sí mismo a Dios nada le
falta; pero le faltan muchas cosas en el respeto que le deben las
criaturas. L e falta la honra en el idólatra, la obediencia en el
soberbio, la gratitud en el ingrato, el amor en el desamorado,
y estas menguas del amado en las criaturas, el amante en mutua
correspondencia las puede resarcir a costa de sus honras, inte­
reses y regalos y su amor (4).
Y no sólo esto, sino que después que el V erbo se hizo hom­
bre y cabeza de los hombres, hizo suyas también las miserias
de los hom bres; y así le falta a Dios el vestido en el desnudo,
el pan en el hambriento, el consuelo en el triste, la posada en
el peregrino. Y al vestir al desnudo, se viste a Dios, y al ali-

a ffe c tu m quem in se s m d a t, ñeque eo contentum esse debere. V e r u m est


enim quod a it S . G r e g o r iu s : P r o b a d o am oris e x h ib id o est o p e r is ; et am or,
ubi est, m a gn a o p eratu r, et ubi o p erari ren uit, am o r non est. D ire cto rio ,
X X X V I , 3.
(r ) I R e g ., 18, 1.
(2) Q u id autem habes quod non a ccep isti?. 1. C o r., 4, 7.
(3) L ib r o tercero , cap. V - 7 .
(4) C f . L a P a lm a , C am in o esp iritual, I I I , 13.
49 6 EJERCICIOS D£ SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

m entar al hambriento, se alimenta a Dios, y al aposentar al pe­


regrino se aposenta a Dios, y al consolar al triste, se consuela
.a Dios, y cuanto hago a uno de estos pequeñuelos, lo hago al
mismo Dios (i).
M ás aún, como dice el apóstol (2): A la pasión de Cristo le
falta algo que podemos suplir nosotros con nuestros su fri­
m ientos, 110 que la pasión de Cristo no sea en si misma sufi-
<cientísima y sobreabundante, sino que, como dice Santo T o m á s:
Cristo y la Iglesia constituyen un solo cuerpo, Cristo es la ca­
beza, sus fieles los miembros. Y lo que faita a la Pasión de
■Cristo no es el sufrim iento de la cabeza, sino el sufrimiento
■de los m iem bros; y así por nuestro sufrimiento damos a Cristo,
■que es la cabeza, lo que le falta en nosotros, que somos sus
miembros; y así los miembros se corresponden a la cabeza; y
no sólo la cabeza, sino también su cuerpo, que es la Iglesia,
queda toda hermoseada “ no teniendo mácula ni arruga ni cosa
semejante, sino que sea santa e inmaculada" (3).
D e aquí se ve que, conform e a la doble nota de San Ignacio,
el amor de verdadera caridad, no sólo es de palabras, sino de
-obras, y no solamente de obras, sino de mutua comunicación.
“ P or manera que así como Dios ha hecho grandes obras en
beneficio del hombre, y todas nacidas de su amor, así el hombre
se esfuerce a hacer grandes obras en servicio de Dios, 110 por
■otro respeto 111 motivo, sino por el del am or" (4).
“ Oración. Oración sólita.
Primer preámbulo. Primer preámbulo es composición, que es
aquí ver cómo estoy delante de ©ios nuestro Señor, de los ángeles,
de los sanctos, interpellantes por m í” .
E s la tercera y postrera vez que recurre San Ignacio a esta
composición de lugar (5). San Ignacio estila a apelar a este re­
cu rso en los momentos más críticos de los ejercicios, y éste es
el más extremo y más culminante de todos.

(1) A m e n dico vobis quam diu fe c is tí uní e x fra trib u s m inim is,
m íhi fecístís. M t , 25, 40.
(2) Q ui nunc gau d eo ín passionibus pro vobis et adím pleo ea quae
desunt passionum C h rís ti in carn e m ea p ro co rp o re eju s quod est eccle-
sía. C o r. i, 24.
(3) U t exh ib eret ípse sibí eccíesiam g lo rio sa m non habentem m acu-
"lam aut ru ga m aut ííiqutd hu ju sm od i sed u t sít san cta et im m aculata.
'.Eph., 5, 27.
(4) L a P alm a, ib.
(5) R ein o de C risto . T e r c e r 1-punto. T r e s binarios. Segu n d o preám bulo.
CONTEMPLACIÓN'-PARA ALCANZAR AMOR 491

“ Segundo preámbulo. El segundo, pedir lo que quiero: será


aquí pedir cognoseimiento interno de tanto bien recibido, para que
yo enteramente reconosciendo, pueda en todo amar y seruir a su
diurna Maiestad” .

“ P ed ir c o g n o s e im i e n t o A l conocimiento sigue el recono­


cimiento, como al desconocimiento sigue el desamor. A s í lo con-
ürm a la Escritura. Dice el apóstol San Juan: Qui non diligit
non novit Deum, quoniam Deus caritas est ( i) “ E l que no
<sma no conoce a D ios, porque Dios es amor” , y más adelante:
“ Am em os nosotros a D ios, porque él primero nos amó ” . Y a
D ios no le conocemos en la tierra, en sí mismo, sino en sus be­
neficios, que nos conducen al conocimiento de nuestro bien­
hechor. P or eso hemos de pedir: Conocimiento de tanto bien
recibido “ para conocer por los beneficios a nuestro bienhechor” .
U t cognoscant te solum verum Deum (2).
“ Pedir conocimiento interno” . N o histórico y expeculativo,
■que se desvanece en la abstracción, sirio práctico y actuoso, que
se revela en el reconocimiento.
“ Para que yo enteramente reconociendo” . M i reconocimiento
ha de ser entero, es decir, que corresponda a amor con amor, a
beneficios con beneficios, si posible fuere, ad cequalitatem.
“ Para que pueda en todo amar y seruir a su divina Ma.ies-
tad” . “ P u ed a ” ; y puede el que a m a ; caritas omnia sufert,
om nia credit, omnia sperat, omnia sustinet (3). “ E n todo” ;
«en todo es Dios mi bienhechor; por tanto, en todo le he de ser
y o reconocido. De otra manera, mi reconocimiento sería dimi-
<liado, no ya entero; si posible fuere, ad sequalitatem.
“ Am ar y servir a su divina M aiestad” ; es decir, que mi
-amor, conform e a las dos precedentes notas, ha de ser no sólo
h e palabra, sino de obra, y no sólo de obra, sino de mutua
■comunicación.
D e todo lo cual se deduce que en esta postrera contempla­
ción hemos de ejercitar el entendimiento y la voluntad; el en­
tendimiento, conociendo y reconociendo; la voluntad, amando
y redamando. Y en esta mutua competencia y correspondencia
«de amor, distingue San Ignacio cuatro grados de perfección,
que dec’aran los cuatro puntos de la contemplación. E l primer

(1) S a n Juan, 4, 8,
(2) Joan., 17, 3-
(3) 1 Cor., 13, 7.
32
4 q8 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

punto, expone los beneficios divinos en general; los tres si­


guientes, respectivamente, la actuación particular de Dios en
sus beneficios, por su divina presencia, potencia y esencia.

P R IM E R F U R T O

Primer puncto. El primer puncto es traer a la memoria los


beneficios rescibídos de creatióu, redemptión, y dones particulares,
ponderando con mucho afecto quánto ha hecho Dios nuestro Señor
por my, y quánto me ha dado de lo que (tiene, y consequenter el
mismo Señor desea dárseme en quánto puede según su ordenación
diuina. Y con esto reflectir en mí mismo considerando con mucha
razón y iusticia lo que yo debo de my parte offrescer y dar a la
su diuina Maiestad, es a saber, todas mis cosas y a my mismo con
ellas, así como quien offresce, afectándose mucho: Tomad, Señor#
y recibir toda m i libertad, my memoria, my entendimiento y toda
my voluntad, todo mi auer y my poseer; Vos me lo distes, a
Vos, Señor# lo torno; todo es vuestro; disponed a toda vuestra
voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta” .

E l primer punto es traer a ia memoria los beneficios reci­


bidos, que es motivo muy apretado para encender nuestro a m o r;
porque, como se dice, “ dádivas quebrantan peñas” y “ el que
reparte dones, roba el alma del que tos recibe” (x). P or eso en
la tierra los que se aman, se cambian mutuos presentes para
obligarse a su amor. L a memoria de los beneficios de Dios son
la cadena de oro con que nos fuerza a su amor.

a) L os beneficios rescibidos de creación. “ P o r la grandeza


y hermosura de las criaturas podemos conocer la grandeza, y
hermosura del Criador ’ (2); y por el número y grandeza de
sus beneficios la munificencia infinita de su amor.
“ En el principio, crió D ios el cielo y la tierra, dice el primer
«.capítulo del génesis> y las tinieblas estaban sobre la has del
abismo, y el espíritu de Dios era llevado sobre las aguas. Y
dijo Dios: hágase la luz, y la luz fu é hecha. Y dijo Dios:
hágase el firmamento en medio de las aguas, y el firma­
mento fu é hecho. Y dijo Dios: produzca la tierra la hier­

(1) V ic to ría m et honorem acq u iret qui dat m u ñ e ra ; anim am autem


a u fe r t accipíen tium . P r o v ., 22, 9. C f . L a P a lm a , P r á c tic a , C o n tem p lació n
d el am o r de D ios.
(2) A m agn itu dine specíeí et crea tu ra e, co g n o scib iííte r p o terit C r e a to r
h o ru m víd eri. Sap., 12, 5.
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR 499

ba vírente y el árbol fructífero. Y fu é hecho así. Y dijo


D io s: háganse los luminares del cielo y separen el día y la
noche, el luminar mayor para que presidiese el día, y el lumi­
nar menor para que presidiese la noche; y las estrellas. Y dijo
Dios: produzcan las aguas el reptil viviente y el ave voladora.
Y crió D ios los grandes peces, y toda ave voladora (según su
especie). Y dijo Dios: produzca. la tierra el ánima viviente
{según su género), bestias y reptiles y animales de la tierra
{según su especie). E hizo Dios los animales de la tierra {según
su especie).

Y dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza,


y presida a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a la$
bestias del campo, y a todo reptil que se mueve sobre la tie­
rra” (i).

P or manera que cuando el Señor estrellaba el azul del


cielo, artesonaba la bóveda de mi palacio; cuando iluminaba
los luminares del día, suspendía la lámpara- de mi m otada;,
cuando salpicaba de flores la campiña, tejía ía alfom bra de
mí habitación; en los animales me preparaba el sustento, en las
aves me procuraba el regalo, en las fuentes refrescaba mis fau ­
ces, en las brisas acariciaba mis sienes, en las rosas deleitaba
mis sentidos, en los ingentes tesoros enterrados en las entrañas
de la tierra proveía a mi riqueza y abundancia (2). Que es lo
mismo que dice San Ign acio: “ L as otras cosas sobre la haz de
la fierra son criadas para el hombre y para que le ayuden en
la prosecución del fin para que es criado” , Q ue no es otro que
el cumplimiento del primero y el último de los divinos manda­
m ien tos: “ Am arás al Señor tu D ios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con todas tus fuerzas” (3).

(x) E t c re a v it D eu s hom inem ad im agin em et sim ilitudinem suam*


G en., 1, 1-27.
(2) O m n ia subj ecisti sub pedibus o ves et boves u n iversas, ín su per
et p écora cam pí, v o lu cre s co eli 'et pisces m aris qui peram bulan t sem itas
m aris. D om in e, dom inus n oster quam a d m irab ile est nom en tuum in u n i­
v e rs a té rra . P s ., 8, 7,
(3) D ílig e s D om in um D e u m tu u m e x to to corde tuo, et in tota an im a
tu a et in to ta m ente t u a ; hoc est m áxim u m et prim um m andatum .
M t , 22, 37.
500 EJERCICIOS DE SAN I-GUACIO.— DÍA OCTAVO

“ Y dijo el Señor: hagamos el ho tnbre a mt esir a image n y


sem ejanza” . Y el Señor me dió el ser con preferencia a infi
nitos seres relegados a la esfera de los posibles, y no sólo me
dió el ser, sino el ser humano, con exclusión de innúmeras
criaturas privadas de la lumbre de la inteligencia. Manus tuce
fecerunt 'me et plasmaverunt me totum in circmtn (i). T odo lo
que soy lo soy de D ios; pero como canta la Iglesia: nihil mihi
nasei profuii nisi redimí profuisset (O fficiu m sabati sanctí),
el cielo y la tierra, el hombre y Dios, la creación y la redención.
P or eso San Ignacio añade:

b) “ Traer a la memoria los beneficios de redención” .


Grande es el beneficio de la creación, pero mucho mayor el
beneficio de la redención: Cuanto clista lo finito y lo infinito,
el cielo y la tierra, el hombre y Dios, la creación y la redención.
P o r la .redención se nos da no ya la vida inmortal, no ya ía
realeza, sino la gracia y participación de Dios, de la divina
naturaleza, ut per haec efficiam ini divinas consortes naturas (2).
P or la redención del V erbo de Dios se di ó todo al hombre:
su vida por ejemplo, su sangre por rescate, sus sacramentos
por mantenimiento, su corazón por refugio, su cielo por morada,
su madre por nuestra madre. Y si la caridad consiste en las
obras, ¿ qué obra mayor de caridad que dar la vida por sus
am igos? (3). Y si la caridad consiste en la comunicación de
las dos partes, es a saber, en dar el amante al amado lo que
tiene, ¿qué mayor,comunicación puede haber que darse el Verbo
divino por la redención? (4).

c) “ Traer a la memoria los beneficios rescibidos de crea­


ción, redención y dones particularesY Aunque los beneficios
de creación y redención, con ser beneficios generales, ‘univer­
sales, son también beneficios míos y no me alumbra menos el
sol porque alumbre a muchos, ni me rescata menos la sangre

t i ) Job, 1, 8.
(2) 2 P et., 1, 4.
(3) M a jo re m hac diíectionem nomo habet ut anim an suam ponat
qúis pro am icís suis. Joan., 15, 13.
(4) Q u id est quod debui u ltra la c e re vin eae m eae et non fe ci e í?
Isa ías, 5-4. Q u í etíam prop río filio suo non pepercit sed pro nobis ó m n i­
bus trad id it iílu m : Q uom odo non etiam cum ilio orania nobis d o n av it?
P o m ., 8, 32.
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR

áe Cristo porque rescate todo el linaje humano; pero porque


el hombre es inclinado al egoísmo, y aprecia de un modo singu­
lar los beneficios exclusivos y particulares, a continuación de
los beneficios universales de creación y redención, añade San
Ignacio la memoria de los beneficios particulares.
Traigam os a la memoria los beneficios particulares, dones
innúmeros, naturales y sobrenaturales, en el orden de la natu­
raleza y en el orden de la gracia.

1) E n los bienes naturales exteriores, Dios me ha dado el


sustento abundante, el vestido abrigado, la casa regalada, la
libertad omnímoda, padres, maestros, educadores; con exclu­
sión de tantos que mendigan el sustento, y, desnudos sus miem­
bros, viven en las selvas, arrastran cautividad, huérfanos, men­
digos, analfabetos. Quizás el Señor me ha concedido poseer,
quizás me ha prodigado riquezas, y en vez de agradecerle lo
que es suyo, abuso de mi poder y me engrío con mis riquezas*

2)1 E n los bienes naturales interiores, Dios me ha guar­


dado la vista de mis ojos, la expedición de mis sentidos, la
incolumidad de mis miembros, el vigor de mis fuerzas, !a sen­
satez de mi ra z ó n ; con exclusión de tantos que ciegan, entor­
pecen, enferman, desvarían, pierden el vigor de sus facultades,
la lumbre de su razón. Q uizás el Señor me ha prodigado el
talento, la hermosura, y en vez de devolverle al Señor lo que
quiere y desea, y lo que es suyo, quizás me glorío de mi ta­
lento y abuso de mi hermosura.

3) En los bienes sobrenaturales, la deuda se acrece. Pon­


gámonos la mano en el pecho, y repasemos en nuestro corazón
las gracias innúmeras que constituyen como la trama entera
de mi vid a: Gracia del bautismo que me engendró para el cielo,
gracia de la educación que me inició en el bien, gracia de la
penitencia que me perdonó mis pecados, gracia de la comunión
que alimentó mi piedad; “ gracias innumerables” íntimas, tan
sólo de Dios y el alma conocidas: tristezas, remordimientos,
temores, alegrías, humillaciones, propósitos, consuelos, contra­
riedades, acontecimientos, ejem plos; acaso el sacerdocio, .quizá
la religión, la gracia magna de los ejercicios, muchas veces
repetidos; una trama no interrumpida de gracias, una red apre-
502 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— -DIA OCTAVO

tada de divinas misericordias, que me constriñe entre sus amo­


rosos lazos y me fuerza dulcemente a rendirme a su amor (x).

d) San Ignacio, constante hasta eí fin en su método de la


oración por las tres potencias, después de recordar con la me­
moria la serie de los divinos beneficios, pondera con el enten­
dimiento el número y magnitud. “ Ponderando con mucho afecto
cuánto ha hecho D ios nuestro Señor por m í” . L o mismo en
los dones exteriores que en los interiores, en el orden de la
naturaleza que en el orden de la gracia: Quid est quod debui
ultra facere vineae rneae et non fe ci ei? (2).
“ ¿ Y cuánto me ha dado de lo que tiene?” Si el amor se
debe poner más en las obras que en las palabras, ¿qué obra
de amor puede darse más grande que ofrecer la vida por sus
am igos?
“ Y cansequenter, el mismo Señor desea dárseme‘ en cuanto
puede según su ordenación divina
L a consecuencia de tantos beneficios no es otra sino la con­
secución del ú'tim o fin, la salvación de mi alm a; como si dijera
el Señor: Y o te crié, Y o te redimí, Y o te colmé de nuevos y
santos dones particulares de ti y de mí tan sólo conocidos.
Sine pcénitentia sunt dona et vocaiio D e i (3), et si parva sunt
istg adjiciam tibí multo majora (4). N o me arrepiento de mis
beneficios, y si te parecieran éstos pequeños, dispuesto estoy a
hacerte mucho mayores, a alumbrarte con la lumbre de la gloria,
a anegarte en el piélago de mis deleites, a asociarte a mi misma
vida bienaventurada.
E l deseo del Señor de “ dárseme en cuanto puede” es ma­
nifiesto en innumerables gracias, todas las cuales van ordenadas
a la gracia m áxim a de la eterna salvación; pero “ según su
ordenación divina” el amor tiene que ser mutuo, la criatura
tiene que corresponder a la gracia preveniente del Criador, y
la libre .cooperación es necesaria para “ dárseme el Señor en
cuanto puede” (5).

(x) C f . Durand,- hoc loco.


, (2) Is., 5, 4*
(3) R om ., n , 29.
(4) 2 R e g ., 12, 8.
(5) Q u am líb erae crea tu ra e coop erationem req u irít D eus ut illi seíp-
su m quantum p o test com m unícet. R o o t , 324, n. 5. .
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR 503

Si todo cuanto soy y tengo es de D ios; si la munificencia


divina no se agota, antes se acrecienta con la muchedumbre
misma de sus m isericordias; si el número sin número de sus
gracias lo ordena a la gracia m áxim a y suprema de su divina
y beatífica comunicación; con esto reflectir en mí mismo, con­
siderando con mucha razón y justicia lo que yo debo de mi
parte ofrecer y dar a la su divina Maiestad (1).

e) ¿ M e postraré a los pies de mi Señor, le rogaré humil­


demente que se sirva recibir la mitad de los bienes que me ha
comunicado? S i fo r te dignabitur medieiatem de ómnibus quce
dilata sunt, sibi assum eref N o ; esto sería muy poco; esto sería
indigna ruindad; “ lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a
la su divina, Maiestad es a saber: todas mis cosas y a mí mismo
con ellas ” (2).
“ A n si como quien ofresce afectándose m ucho” . San Ignacio,
que se limita habitualmente en los coloquios a abrirnos las ve­
nas de la devoción, y singularmente gusta que broten de la
abundancia del corazón, o por mejor decir, de la inspiración
del Espíritu Santo, aquí, como en el. ejercicio del rey temporal,
por segunda y última vez se postra de rodillas delante de nos­
otros, encendido el rostro, arrasados los ojos en lágrim as, y
afectándose mucho, nos dicta de sus benditos labios un colo­
quio, o por m ejor decir, un holocausto abrasado de amor, aso­
ciado a la liturgia eclesiástica, enriquecido con innúmeras in­
dulgencias por los Papas (3).
“ Tomad, S eñ o r” ; 110 tengo nada en justicia que ofreceros,
porque cuanto tengo, nada es m ío ; tomad, Señor, de una vez
lo que es v u estro ; 110 sea que, como otras veces, con su ruindad
se resista mi albedrío.
“ Y recibid” , porque aunque todo es vuestro, nada es propio
m ío; vuestra benignidad me ha dado mi albedrío para devol­
veros libremente lo que es vuestro.

(1) Q u id iíli h a ec poterim us dign um daré. T o b ía s , 12, 7. Q u id re tri-


buam dom ino pro óm nibus quae re trib u ít m ih i? Ps., 115, 12.
(2) O dom ine, quia ego servu s tuus. (P s., 115, ró) T u u s sum ego.
(P s., 118, 94).
(3) B re v ia ríu m P t: P a p ae X , gra tia ru m actio post m issam . In d u lg en -
tiae 300 dierum sem ei in die. L e o X I I I . 26 M a ii, 1883.
SC4 EJERCICIOS DÉ SAN IGNACIO .— DÍA OCTAVO

“ M i libertad” , lo que el hombre ama más sobre la tie rra l


el señorío, el dominio, la independencia.
“ M i memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad” , Mi.
memoria, la abruma el recuerdo de vuestros beneficios; mi en­
tendimiento, lo cautiva el obsequio de vuestro amor (i). M i
voluntad os rinde su querer, su albedrío, su realeza.
11Todo mi haber y mi poseer” , Unas pobres redes son mi.
tesoro; pero, oh Señor, mi voluntad es absoluta: todos los dia­
mantes del mundo ios dejara, miríadas de mundos los o fre ­
ciera.
' ‘ V os me lo disteis, a vos, Señor, lo torno” . L a caridad ha
de ser mutua, y la correspondencia m utua: A m or con amor se
paga, obras con obras, sacrificios con sacrificios, a ser posible,,
ad sequalitatem.
“ Todo es vuestro” , Y o no soy propio, sino ajen o; no soy
mío, sino del S eñ or: Tuus .sum ego (2). T u yo soy Señor, por
título absoluto de creación; tuyo por título justísimo de re­
dención; tuyo también por título libérrimo de generosa entrega
y donación.
“ Disponed a toda vuestra voluntad” , Ecce ego (3). Q u id
me vis facere? (4). Sicut oculí ancillse in manibus dominse suse,,
ita oculi nostri ad Dominum (5).
“ Dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta” . U n a
sola cosa quiero, que el alma no puede menos de querer; a una
sola cosa aspiro, a que el corazón no puede menos de a sp ira r;
esta única aspiración, este deseo, es la aspiración y deseo de
vuestro amor. Dadme vuestro amor y gracia. Memoria, enten­
dimiento, voluntad, haber, poseer, albedrío, todo lo renuncio»
M i memoria son vuestros beneficios, mi entendimiento vuestra
gloria, mi voluntad vuestra voluntad, mi herencia vuestra he­
rencia, mi albedrío vuestra servidumbre, mi único tesoro vues­
tro amor.
E ste generoso holocausto ofrece el alma a su Señor. “ Dadme
vuestro amor y gracia, que esto me basta” . Pero el Señor

(1) Omne iníellectum in servitutem re di gen tes in obsequium C hristL


2 C o r., X , 50.
(2) Ps., 118, 94.
(3) Isaías, 6, 8.
(4) A c t., 9, 6.
(5) P s ., 122, 2.
CONTEMPLACIÓN PAPA ALCANZAR AMOR 5 °5

añade: Si con esto tú tienes bastante, Y o me doy por satisfecho.


Durante la vida te bastará mi amor y mi gracia, pero para la
eternidad te daré mi amor y gloria, gratiam et gloriam dabit
Dóminus ( i).

PU N TO SEGU N DO

Punto segundo. “ El segundo mirar cómo Dios habita en las


criaturas, en los enementos dando ser, en las plantas vejetando,
en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así
en my dándome ser, animando, sensando, y haziéndome entender;
asimismo, haziendo templo de my, seyendo criado a Ja similitud
y ymagen de su diuina Maiestad; otro tanto refiltiendo en my mis­
mo, por el modo que está dicho en el primer puncto, o por otro
que sintiere mejor. Be la misma manera se hará sobre cada puncto
que es sigue” .

Si la- memoria de los divinos beneficios despierta nuestro


agradecimiento, el modo amoroso con que el Señor nos dispensa
sus beneficios, acrecienta y sube de punto nuestro a m o r; el Se­
ñor dispensa estos mismos beneficios:

1) De su propia mano,
2) Con su inmediata y mediata operación.
3) Por su infinita bondad.

Que equivale, en el modo de hablar de los teólogos, a la


triple manera como el Señor se hace presente a las criaturas,
o lo que es lo m ism o: P er praesentiam, potenüam, et esseniiam.

a) “ Alguien se dice estar por presencia en todas aquellas


cosas que están ante sus ojos, como todas las cosas que hay
en una casa se dicen estar presentes al que la habita” (2), que
esta es la frase que emplea San Ig n a cio : “ mirar cómo D ios
hülñta en las criaturas” .
; N o se puede decir del Señor “ que se espacia por los cielos,
rué se esconde entre las nubes, sin cuidar los hechos de los
mortales” (3). Todo al contrario, protesta el salmista: “ ¿ A

(1) P s.r 83" 12. P on levoy, p. 30Ó.


(2) D . T h om ., I, 8-3 3. P e r praesentiam d icitu r a liq u is-esse in óm ni­
bus quae in p rospectu eju s sunt, sicut om n ia quae sunt in aliqu a dom o
dicun tur esse p raesen tia alicui e xisten ti in dom o..
(3) N ubes latibulum ejus, circa cardin es co eli peram bu lat nec n ostra,
. considerat. Jo, 22, 14.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO-— DÍA OCTAVO

dónde iré lejos de tu espíritu■ y a dónde huiré de tu presencia?


S i subo al cielo íe hallo; si desciendo al infierno te encuentro;
si agito las alas de mañana y me remonto a los confines de los
mares, allí me alcanzará tu mano y me abrazará tu diestra” (i).
“ M ás alto que los cielos, más profundo que el infierno, más
ancho que la tierra, más dilatado que los mares ” ( 2 ) . “ Todas
las cosas son claras y manifiestas a sus o jo s” (3).
Y no solamente presencia Dios las criaturas, sino que las
'penetra más adentro que el mar penetra los poros de la esponja,
más adentro que el sol filtra el follaje de la selva.; “ hasta la di­
visión del alma y del cuerpo, la compage de las méduas y los
huesos (4), lo más oculto y escondido de la esencia, la célula
nativa de 1a vida y radicación del mismo ser. “ Y como no hay
nada más íntimo y profundo que el ser, nada hay ‘m ás profundo
y más íntimo que Dios, principio y causa de todo ser, que está
más dentro de las criaturas, que están ellas dentro de sí mis­
m as” (5). A sí lo enseñó solemnemente San Pablo en medio
del Areópago de A tenas: “ Varones atenienses: el Señor que
crió el mundo y cuanto en el niundo existe, que es el Señor del
cielo y de la tierra, no se encierra en la manufactura de los
templos, ni en el artificio de las artes, cuando él mismo da
la vida y el espíritu y todas las cosas; él es el que ha hecho
que de uno solo naciese el linaje humano por toda la tierra y
fijado el orden de los tiempos, y lo s■límites de los pueblos,
queriendo con esto que buscasen a su Dios, como quiera. que
no está lejos de cada uno de nosotros. Porque dentro de él
vivimos, nos movemos y som os” (6). Y esto es lo que enseña
San Ignacio.

(1) Q u o ibo a sp iritu tuo? et quo a fa cie tu a fu g ía m ? S i ascen d ero


in coelum tu iílic es, sí descendero in in fern u m a d e s: S i sum psero petinas
m eas dü ícu lo et h a b ita v ero in ex tre m is m a r is : etením illu c m aiius tu a de-
ducet me et ten ebit me d e x te ra tua. P s., 138, 7 -1 1 ,
(2) E x c e ls io r co elo est p ro fu n d io r in fe rn o , lo n g io r té r ra m ensura e ju s
et la tío r m a r i. Job, 11, 89-90.
(3) O m n ia cla ra et aperta sunt ocu lis eju s. H e b r., 4, 13.
(4) H e b r., 4, 12.
(5) L a P a lm a . C am in o espiritual, 2, p. 84.
(6) S ta n s autem P a u lu s in m edio A re o p a g i a i t : V ir i A th e n ie n s e s ...,
D eu s qui fe c it m undum et om nío quae ín eó sunt, hic cóefi et te rra e cu m
sit dom inus non in m an u factis tem píis habitat nec m anibus hum anis co li-
tu r in dígens alíquo, cum ipse det óm nibus vitam et in sp irationem et ora-
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR 507

b) “ Mirar cómo D ios habita en las *criaturas” . ¿D e que


manera? Dando. L a razón de ser es la razón de dar (1).
“ E n io s elementos, dando ser” . Dando montes y valles a
la tierra, lumbre y claridad a los soles, orden y armonía y con­
cordia a toda la generación.
“ E n las plantas, vegetando” . Dando matices y perfum es a
las flores, dulcedumbre y fecundidad a los frutos, ramaje y
sombra exuberante a los bosques y selvas seculares.
“ E n los animales, sensando” . Dando escamas a los peces,
plumas a las aves, lana al corderito, seda al gusanillo, vida y
movimiento y sensibilidad a todos los animales.
“ E n los hombres, dando entenderU Las criaturas irracio­
nales representan “ per modum vestigii” la eficiencia y ejem-
plaridad y finalidad del C ria d o r; pero el hombre no ya revela
inconscientemente la huella d e .su H acedor, sino que lo reco­
noce por modo de objeto inteligible (2), de tal manera que “ se
hace inexcusable, porque conociendo a Dios, no le- reconoció
como a su D io s” (3).
“ Y así en mí dándome ser, animando, sensando y dándome
e n t e n d e r E l hombre es cifra y compendio de toda la creación,
que comunica con los elementos el ser, con los vegetales la vida,
con los animales la sensibilidad, con los ángeles la inteligencia,
lumbre soberana que le encumbra sobre todas las criaturas, y
le constituye dueño y señor universal de toda la creación (4).
“ Asim ism o haciendo templo de mí, seyendo criado a la
similitud e imagen de su divina M atestad” . Unas criaturas se
asemejan a Dios en el ser, otras en el vivir, otras en el sentir,
otras, finalmente, en el entender. Las criaturas intelectuales se

n ia ,fe c it que e x uno om ne gen u s hom inum in habitare super u n iversam


fa cie m térra;, definíens statu ta tém pora, et térm in os habitationis eorum
q u aerere D eu m si fo rte a ttrecten t cum aut in veniant quam vis non lo n g e'
sít ab -unoquoque nostrum . In ipso enim vivim u s, et m ovem ur et sum us.
'A c t., 17, 22-29.
(1) D a n te te illis, c o llig e rit; aperiente te m anum tuam , om nia im ple-
buntur bonitate. A v e rte n te autem te facie m tu rb a b ü n tu r: a u fe re s sp iri-
tu m eorum el deiicien t et in pulveru m sum reverten tu r. P s., 103, 28-29.
(2) C f . S a n B u en aven tu ra, O p era om nia, I, 73.
(3) A d e o ut sint in excu sab ñ es quia. cum co gn o víssen t D eum non
s ic u t D eu m g lo r ific a v e r u n t R o m ., 1, 20-21.
(4) E t praesit piscibus m aris et vo latib u s coefi, et u n iversis h abitan -
tibus quse m o ven tu r super terram . G en., 1, 26.
5 °S EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

asemejan a Dios no solamente en el ser y la vida y la sensibi­


lidad, sino también en la inteligencia, que es como el últim o
grado del ser que concebimos en Dios. Y esta semejanza es
bastante, ya que no cabe mayor en la criatura, para imprimir
en el hombre la imagen del Criador (x).

c) Y no ya imprimió el Señor en el hombre una imagen


suya, borrosa y tosca, sino que le crió a su imagen y semejanza,
es decir, según la interpretación de los Padres, que no sólo le.
dio al hombre la imagen, que es la naturaleza, sino le sobre­
añadió la semejanza, que es la gracia (2). Y no sólo le sobre­
añadió la gracia, que es la semejanza, sino que le prodigó en
Cristo la misma divinidad; y no sólo de un modo transeúnte
en su vida, sino de un modo permanente en el altar. "V e d , e x ­
clama el apóstol San Juan, qué grande amor nos tuvo el Señor.,
y aún no apareció lo que serem os; sabemos que citando apa­
reciese seremos semejantes a Et, porque le veremos tal cual
e s” (3). “ Vem os ahora por "espejo y en enigma, entonces le
veremos cara a cara” . Entonces a la imagen de la creación
y de la regeneración se añadirá la imagen de la consumación;,
a la imagen de la naturaleza y de la gracia, se añadirá la imagen
simílima de la gloria (4).
O tro tanto reflictiendo en mí mismo, por el modo que está
dicho en el. primer punto o por otro que sintiere mejor.
“ S i D ios habita en los elementos dando ser” , y así exclam a
el salmista: “ L o s cielos cantan la gloria de D ios y el firm a­
mento pregona ser obra de sus manos” (5); si Dios habita en

(1) A íiq u a a ssim ila n tu r Deo- in q uantum su n t; a lia etiam in qu an ­


tum viv u n t, a lia etiam in quantum ín te llíg u n t: Creaturse ig itu r in te lle ctu a -
les assim ilan tu r D e o in quantum sunt et in qantum v iv u n t et in quantum
sapiunt, et in quantum ín te llígu n t. E t secundum hoc u ltim u m sunt sím iles
D e o non solum in h o c quod est et v iv ít , sed etiam in hoc quod ín te llíg ít ;
in eo n ím irum quod e st v e lu ti u ltim u m grad u m entis quod in te ílíg it, ita
ut hu ju sm od i sim ilitu do, quae m a jo r in craeturis dar! non potest, ra tio n e m
im a gin is a ttín ge re d icatu r, S . T h o m . I, 9, 93, 1 2 y 6.
(2) C f . B e ra za , D e D e o creante, n. 283.
(3) V id e te qualem ca rítate m dedit nobis P a te r, et nondum a p p a ru it
quid erim us. Scim u s quoniam cum app aruerit sím iles ei erim us quon iam
víd ebim us eum sicuti est. I Joan., 3, 1.
(4) C f . B e ra za , loco citato.
(5) C o e lf en arran t g lo ria m D e i, et opera m anuum eju s an n u n ciat
firm am entum . P s., 18, 2.
■CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR 500

los vegetales vegetando, y así a las florecidas del campo les


■decía San Ignacio enternecido: Callad, callad, ya os entiendo
■que me habláis de D io s; si Dios habita en los animales sen­
tando, y así el S erafín de A sís, entre venas de dulces lá g rim as,'
les decía; hermana alondra, hermano corderillo, hermano lobo,
■enamorado de la presencia de su ainado; si Dios habita en el
hombre dando entender, y así es imagen de Dios, intérprete
d e las criaturas, sacerdote sumo de la creación (1 ); si Dios
habita en el justo dando la gracia de Dios, cielo de la tierra,
herencia de la bienaventuranza (2); si Dios habita en Cristo'
dándonos a su propio H ijo, esplendor de la gloria, figura de
su sustancia (3); si Dios habita en el sacramento del altar dán­
donos su propia carne para nuestro alimento, y su sangre para
nuestra bebida (4); si Dios habita en el templo de !a gloria,
■esperanza del justo y eterna bienaventuranza (5); si Dios todo
lo presencia, lo provee, lo prodiga, ¿cómo no corresponder a
su providencia con mi sumisión, a su prodigalidad con mi gra­
titud? ¿Cóm o 110 verle en todas las cosas, conocerle en los
seres insconscientes, reconocerle en las criaturas intelectivas,
glorificarle en ei cuerpo, entronizarle en el alma, venerarle en
la humanidad santísima de Jesucristo, adorarle en el augusto
.sacramento del altar? Cuanto cabe en u el espejo y el enigma”
d e la mortalidad, ¿cómo no vivir y morir y perseverar eterna­
mente embebecido en el ósculo suavísimo de la divina presen­
cia, visión anticipada de la celestial bienaventuranza? (6).

PU NTO TERCERO

Punto tercero, “ El tercero, considerar cómo Dios trabaja y


labora por my esi ¡todas cosas criadas sobre la haz de la tierra,
id est, habet se ad modum laborantis, así como en los cielos,
elementos, plantas, fructos, ganados, etc., dando ser, conseruando,
vejetando y sensando, etc. Después reflectir en my mismo” .

(1) C f . B e ra za , Ibid,, n. 284.


(2) P e r quem m a xim a et p retiosa, nobis p ro m issa don avit, ut per
lia e c e ffic ia m in i d ivín a e con sortes naturae, 2 P e tr., 1, 4.
(3) S p len d o r g lo r ía e et figu ra sustan tiae ejus. H eb r., 1, 3.
(4) C a ro m ea v e re est cibus et sanguis m eus vere est potus. Joan,, ó, 56.
(5) Ñ eq ue oculus vid.it, nec auris audivit nec ín co r hom ínis ascendit,
q u a e p ra ep a ra vit D eu s Üs qui d iligu n t illum . 1 C o r,, 2, 9.
(ó) C f . R o o t., 323, n. 11.
510 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

“ Considerar cómo Dios trabaja y labora por m í” no sólo


en la creación, producción de las criaturas, sino en la conser­
vación, continuación de la creación; y no sólo en la providencia*
ordenación de las criaturas, sino en la gobernación, ejecución
de la providencia; y no sólo en ía creación y conservación y
providencia y gobernación, sino en su concurso universal a
todas y cada una de las acciones de las criaturas; concurso
más íntimo, inmediato, permanente y principal, que el concurso
mismo de la criatura, que conspira, junto con Dios, en la uni­
dad de principio a la totalidad del efecto (i).

a) Y este concurso, esta labor divina, se extiende a todas


y cada una de las acciones de las criaturas, aun las más leves
y a d iá fo ra s; por manera que no sólo sostiene el' Señor de tres
dedos toda la redondez de la tierra (2), y llama las estrellas por
su nombre (3), y plasma el estío (4), y fabrica el sol (5), y
arrebola la aurora y suscita el aguacero (ó), sino que viste las
fiorecillas del campo (7), y alimenta los pajarillos del cielo (8),
y no se arrastra la hoja del árbol sin su cooperación, ni se cae
el cabello de la cabeza sin su concurso (9 ); por manera que
¿ni articular un dedo, ni doblar una mano, ni descansar el
cuerpo, ni estar, ni discurrir, ni las cosas más pequeñas e in­
significantes, nada podemos hacer sin el concurso divino? Liada,
responde San Jerónimo contra Pelagio ; oye al apóstol que te
predica: “ Y a comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquiera otra cosa,
hacedlo todo a gloria del S eñor” (10), es decir, devolvedle al

(1) C f. B eraza, de Deo creante, p. 733, a. 2,


(2) Qui appendit tribus dígitís molem terrae. Is., 40, 12.
(3) Qui numerat multitudinem stellarum, et ómnibus eis nomina
vocat. Ps., 14Ó, 4.
(4) Aestatem et ver tu plasmasti ea. Ps., 73, 17.
(5) T u fabricastí zuroram et solem. P s., 73, 6,
(ó) Q ui solem suum oriri fa cít super bonos et malos et pluít super
justos et injustos. Mt., 5, 45,
(7) SÍ autem foenum agri sic Deus vestit. M t., 6, 30.
(8) Respicite'-volátil ta coeli. P ater vester coeíestís pascít illa. Mt., 6, 26.
(9) Capillus de capí te vestro non peribit, Luc., 21, 18.
(10) Si voluero curvare digitum, movere manum, sedere, stare, ambtt-
lare, discurrere, semper mihi auxílíum D ei necessarium erit? A u d it
ingrate ímmo Apostolum praedicantem : S ive manducatis, sive bibitis,
sive airad quid agitis, omnia Ín nomine D om ini agite. Epist. 13-3. P . L*
22, 1. 155.
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR

Señor el honor que esencialmente le es debido. Y como el Señor


crió todas las criaturas para el hombre, así concurre a la acción
de todas las criaturas por amor del hombre. D e manera que
por amor del hombre empuja el Señor los astros, enciende los
soles, agita los mares, tapiza los montes, viste las aves, ali­
menta los peces, apacienta los rebaños, imprime en toda la
fábrica del universo el movimiento, la vida, la actividad. ¿ Quién
podrá ponderar el trabajo ingente del Señor en su universal
concurso, a las acciones de todas y cada una de sus criaturas?
¿O uién podrá encarecer bastante la labor divina que se incluye
en el más pequeño de sus beneficios? Pongamos ejemplo en el
beneficio deí pan nuestro cotidiano, que pedimos en la ora­
ción (i). E í Señor crea el trigo, fertiliza el campo, empuja' la
yunta, crispa el arado, derrama la lluvia, germina el grano, fe ­
cunda la flor, corona la espiga, caldea el estío, reseca la mies,
colma las trojes, despeña eí torrente, voltea la tolva, desmenuza
la harina, ferm enta la masa, enciende el horno, tuesta la hú­
meda hogaza, y nos prodiga de su mano el blanco pan que nos
sustenta. Y este mismo raciocinio podrá repetirse de cualquier
otro alimento que nos sostiene, de la bebida que nos conforta,
de la casa que nos cobija, del vestido que nos viste, del maestro
que nos enseña, del padre que nos educa, y de todos los demás
divinos beneficios que se juntan en una red múltiple y bien­
hechora que el mismo Dios entreteje con sus manos, para de­
mostrarnos la muchedumbre de su amor.
Y si de la obra de la redención pasamos a la obra de la san­
tificación, qué trabajos tan incesantes, qué actividad tan divina.
E l Señor ilumina el entendimiento, mueve la voluntad, inspira
los buenos deseos, fomenta el santo propósito, remuerde las
conciencias, quebranta el corazón, bendice aí predicador, sus-

b) Y si de la obra del concurso físico pasamos a la obra


de la redención humana, en ésta no se ha el Señor ad modum
laborantis, sino que carga nuestras enfermedades, soporta nues­
tros dolores (2), nace pobre, vive humillado, predica perseguido,
entristece y agoniza y muere, y sus trabajos nos salvan y su
muerte nos vivifica.

(r) M eschler, M e d ia ció n , p. 552.


(2) V e re languores nostros ipse tulit et dolores nostros ipse portavit.
Is., 53, 4.
512 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

■cita el misionero, evoca el apóstol, bautiza, confirma, absuelve,


unge, consagra. ¡ Y qué labor tan ingente no desarrolla en ía
Santísima E u caristía ! ¡ Cómo se humilla, sacrifica, intercede,
alumbra, alimenta, visita, gobierna, salva al mundo todo desde
el trono silencioso del sagrario, la inmovilidad aparente del a lta r!

c) Y si del destierro pasamos a la patria, y del tiempo a


la eternidad, qué lumbre tan clara, qué deleites tan embriaga­
dores, qué vida tan celestial, qué adopción tan gloriosa, qué
trabajo tan incesante, qué actividad tan divina. Y si así Dios
labora por mi amor (id est, habet se ad modura laborantis) en
la creación y en la conservación, en la providencia y el con­
curso, en la redención y la santificación, en la naturaleza y en
la gracia, en el tiempo y en la eternidad, y en todas las cosas,
cualquiera cosa que me suceda, próspera o adversa, agradable
o ingrata, he de recibirla con igualdad de ánimo, de ia mano dei
Señor ( i ) ; pero no he de contentarme tan sólo con esta resig­
nación pasiva en la voluntad del Señor, sino que en justa co­
rrespondencia he de emular con las obras la actividad de su
am or; no está bien que Dios labore y el hombre emperece,
que el Criador trabaje y la tierra descanse. Si Dios labora in­
cesantemente en todas las criaturas por la salvación de las
almas, el hombre tiene que colaborar sin descanso en la obra
de Dios por la salvación de los prójimos. E l amor de Dios y
el amor del prójim o constituyen un solo a m o r; la salvación
propia y ía salvación de los prójimos se refunde en un solo f in ;
“ el fin de esta Com pañía, dice San Ignacio, es no solam ente
atender a la salvación y perfección de las alm as propias con 5a
gracia divina, m as con la m ism a intensam ente procurar de a yu ­
dar a la salvación y perfección de los prójim osw (2).
y este fin peculiar de la Compañía, que es Compañía de amor,
■es el fin universal de todas las almas enamoradas del Señor (3).
P ero este amor encendido de las almas, ha de imitar a su
manera la actividad de Dios, que de tal manera trabaja que no,
se cansa, y ele tal manera concurre a la operación, que nada
pierde de su reposo, y bienaventuranza; así el verdadero amante
del Señor, de tal manera se afana en exteriorizar que 110 pierde

(1) R o o t, 326-12.
(2) E x ., c. 1, n. 2.
(3) Root. ib.— Durand, p. 578.
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR 5 13

su paz interior, y de tal modo se ha de aplicar a la salvación


d e los prójimos, que no-descuida su propia salvación

“ siempre pretendiendo en todas las cosas ju ntam en te servir y


com placer a la D ivin a Bondad, apartando cuanto es posible de
sí el am or d e todas las criaturas, para ponerlo en el Criador de
ellas, a E l en todas am ando y a todas en El, conform e a su sa n ­
tísim a voluntad" (1).

PU N TO CU ARTO

Punto quarto. “ El quarto: M irar cómo todos los bienes y dones


descienden de arriba, así como la m y m edida potencia de la su m ías
y in fin ita de arriba; y así ju sticia, bondad, piedad, m isericordia,
etcétera, así como del sol descienden los rayos, de la fuente las
aguas, etc. Después acabar refliotiendo en m y mismo, según está
dicho. A cabar con vn colloquio y vn Pater Noster” .

a) Dios no sólo habita en las criaturas por presencia y por


potencia, sino también por esencia.
Dios es el mismo Ser esencial. Todo ser se deriva del Ser
p or esencia. Y esta derivación no se limita tan sólo a la pro­
ducción primera, sino a la permanencia en el ser mismo, como-
el sol no tal sólo irradia sus rayos a la mañana en la alborada,
sino mientras perdura el día, y pues nada hay más íntimo y
■esencial a las criaturas que que su mismo ser, se deduce que
D ios habita en las criaturas íntimamente y por esencia (2).
D ios es la primera causa eficiente, conservadora, activa,
■ejemplar, final de todo ser, y por consiguiente más esencial
á la criatura que el ser mismo de su esencia, no porque sea
accidente de su sustancia, ni constitutivo de su naturaleza, sino
porque es la causa primera que la produce, sostiene y la mueve
y conserva.

b) Las cria tu ra s' no son más que una sombra, vestigio,


'huella, rayo, derivación, imagen pálida de la divina herm osura;
Dios es la luz, la criatura el rayo ; Dios es la fuente, la cria­
tu ra el arroyo; D ios es el ejem plar, la criatura la imagen. Y
•como todos y cada uno de los colores se derivan de la blanca

(1) Const. S. J., P . 3, c. 1, n. 26. P. L a Palm a, Cam ino espiritual,


:.3, P- 91.
(2) M ercier, p. 417. Lapuente, M editación, V I , 14,.. 2. S t. Thom ., 1,
«q. 8, art. 1 et 3.
5i 4 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DIA OCTAVO

luz solar, y todos ellos juntos reconstituyen un rayito de su


blanca lumbre, así las criaturas se derivan de la divina lumbre,
y todas y cada una de ellas constituyen un rayito derivado de
su amor.
Recorre la muchedumbre de las criaturas, reúne en una toda
su perfección, excluye -todo defecto y finitud, multiplica hasta
el infinito su grandeza y perfección y form arás una idea ver­
dadera, aunque tosca e incompleta, de la divinidad.
¿ T e gusta el bosque sombrío, la cumbre solitaria, la fuente
juguetona, la sima misteriosa, la gruta, el glaciar, la catarata?
Ipse fecit nos. D ios es su causa, ejemplar eminente, perfec­
tísima.
¿ T e encanta la noche tranquila y sosegada al pálido fulgor
de los luceros, el vivido titilar de los soles, el orden de las cons­
telaciones, las pléyades refulgentes, la nebulosa, el fulgor de la
naciente luna, el cárdeno zig~zag de la errante estrella? Ipse
fecit nos. D ios es su causa eficiente, activa, ejemplar, sin lím i­
te, sin defecto, sin imperfección,
¿ T e atrae el perfum e y belleza de las flores, el gorjeo y
herm osura de las aves, los matices y alegría de los valles, las
ondulantes mieses, las verdinegras vides, la caza, el soto, la
m ajada? Ipse fecit nos, Om nia subjecisti sub pedibus ejus, oves
et boves universas insuper et pécora campi, volucres coeli et
pisces maris (i).

c) P ero la belleza humana excede a toda otra inferior


hermosura. ¿ T e agrada la gracia, la gentileza, la mirada atra­
yente, la sonrisa seductora, la conversación culta, el trato ex­
quisito, el mundo, la corte, la sociedad? Ipse fecit nos. E l Señor
es su causa primera, sin defecto, sin límite ni imperfección.
¿ T e arrebata el arte, la inspiración, la música suave, el
pincel primoroso, el mármol vivo, el castillo encantado, la gó­
tica catedral? Ipse fecit nos; Dios, el ideal de la b e lle za /é l
prototipo de la hermosura, sin medida, ni límite, ni im perfec­
ción.

d) Dem os un paso m á s; la hermosura de la gracia excede


con mucho a la hermosura de la naturaleza. ¿ T e enamora el

(i) Ps., 8, 7.
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR 5*5
heroísmo de los evangélicos consejos, la pobreza, la castidad,
la obediencia, la abnegación de los confesores, el candor de las
vírgenes, la constancia de los m ártires? Nada hay más grande
ni perfecto sobre la tierra, pero toda su grandeza y perfección
no es más que un pálido destello de la perfección divina, Ipse
fecit nos.

e) Subamos más arriba, a la misma cumbre, al límite e x ­


tremo de toda creada perfección. ¿ T e extasía el contemplar
entre arreboles de esperanza la incomparable hermosura de la
celestial Jerusalén, ios confesores vestidos de nieve, los m ár­
tires revestidos de grana, las vírgenes coronadas de azucenas^
los ángeles de alas nacaradas, los querubes de fuego abrasador,
los innúmeros órdenes de espíritus bienaventurados, todos dis­
tintos, todos bienaventurados, todos rodeados de luz, todos co­
ronados de gloria? i Q ué naturalezas tan perfectas, qué enten­
dimientos tan claros, qué pureza tan inefable, qué caridad tan
abrasada! Y sobre todos los santos y los confesores y las vír­
genes, y sobre todas las potestades y querubines y serafines, y
sobre toda la perfección de la más perfecta criatura, y sobre
todo lo que no sea la misma augusta M ajestad, ¿te arrebata el
alma y extasía M aría, la más hermosa de todas las criaturas,
vestida de sol, coronada de estrellas, erguida sobre la naciente
luna, encumbrada sobre todos los coros de los ángeles?; todo
ello es obra de la diestra del Señor. Ipse fecit fios. Y cielos y
tierra, y mártires y santos, y ángeles y querubes, y la R eina
misma y Señora de todas las criaturas, en comparación del
Criador, no son más que una imagen borrosa, un destellito pá­
lido, uno gotita del insondable piélago y océano infinito de la
divina perfección.
Y si repasas en tu imaginación todas las criaturas y refun­
des en una perfección realísima sus perfecciones y excluyes
de esta perfección todo defecto, y multiplicas hasta el infinito
su grandeza, habías form ado tan sólo una idea tosca e imper­
fecta, aunque verdadera, de la perfección divina,
¡ Oh hermosura inefable, oh claridad inextiguible, oh lumbre
beatísima! M is ojos ciegan a la vista de tu luz, mi entendi­
miento se ofusca al resplandor de tu infinita claridad. N i el
ojo vió, ni el oído oyó, ni el corazón alcanzó los arcanos se­
cretos de tu hermosura. E l ojo percibe los colores, y tu claridad
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO-— DÍA OCTAVO

divina ilumina con una lumbre simplicísima que desconoce los


colores; el oído escucha los.sonidos, y tu voz dulcísima resuena
en ei interior, con un acento que 110 conoce ios sonidos; el co­
razón estrecha entre los brazos, y el ósculo de tus labios trans­
ciende los sentidos y abrasa el alma en dulcísimos amores. Yo
no quiero el vestigio, sino la fa z ; no quiero eí arroyo, sino la
fuente; no quiero el rayo, sino la lu z; no quiero la imagen,
sino el ejem plar; no quiero la hermosura de la criatura, sino
la increada hermosura del Creador. T arde te amé, hermosura
.siempre antigua y siempre nueva, tarde te am é; yo perseguía
los deleites, y sólo son las m igajas de vuestra m esa; yo apetecí
los festines, y sólo son las heces de vuestra copa; yo busqué
.la hermosura, y sólo es la sombra de vuestra hermosura,, y ías
.riquezas son eí escabel de vuestros pies, y los honores la pol­
vareda de vuestro carro, y nuestra ciencia, ignorancia, compa­
rada con vuestra cien cia; y el poder, debilidad, comparado con
vuestro poder; y la salud, enfermedad y la vida muerte y el
amor, hielo comparado con el incendio de vuestro amor. Y
amor, y vida, y salud, y ciencia, y honor, y deleites, y hermo-
.sura, no son más que un vestigio, huella, sombra, figura, ima-
vuestra perfección y pálido destello de vuestro amor. Busquen
otros la hermosura que .se afea, el aroma que se disipa, la lum­
bre que se oscurece, dulcedumbre que empalaga, armonía que
. disuene, amistad que mude, salud que mengüe, vida que muera.
-Oh vída sin muerte, hermosura sin' mácula, poder sin medida,
bondad inmensa, amor infinito, acto purísimo, ser esencial. Y o
os amo por s e r-V o s quien sois, por vuestra bondad inmensa,
por vuestro amor infinito, con todo mi corazón y con toda mi
alm a y con todas mis fuerzas. Im agen de vuestra hermosura,
y o quiero refundirm e en vuestra herm osura; destellito de vues­
tra lumbre, yo quiero abrasarme en vuestra lu m bre; gotlllft
tenue del océano de vuestro amor, yo quiero anegarme en el
piélago infinito de vuestro amor. Y o no aspiro a la vida, ni
temo a ía m uerte; yo-no persigo las riquezas, ni rehuyo ía po­
breza; yo no reclamo la libertad, ni rechazo la servidumbre-;
una cosa sólo quiero, que el alma nó puede menos de querer;.'
una sola cosa ansio, que mi corazón no puede menos de as­
p irar: dadme, Señor, vuestro am or y gracia, que esto me basta,
ni quiero otra cosa alguna. Am én. ■ ; ■
DE LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS 517

Instrucción octava

DE LA DEVOCION A l S A t U A l i S m O
corazón be JE sys

Hemos seguido hasta ahora literalmente el texto de los


santos ejercicios. Esta ha sido nuestra divisa y nuestra gloria.
Nuestras meditaciones han sido la exposición de sus medita­
ciones; nuestras instrucciones, la aplicación de sus instruccio­
nes. -Y he aquí que en esta postrera instrucción vamos a re­
basar los baluartes ignácianos y a exponer una devoción que,
distante cerca de dos siglos del penitente de M anresa, no puede
form ar parte de sus ejercicios espirituales, y esto no obstante,
aunque no vamos a exponer una instrucción de la perseveran­
cia, tópico de .los expositores en esta final exhortación, ni a
explicar alguna regla ni anotación ignaciana, nuestra instruc­
ción será la más eficaz instrucción de perseverancia, y nuestra
exhortación la exhortación más genuinamente ign aciana; porque
nada más saludable y más ignaciano y juntamente más opor­
tuno en esta postrera instrucción, que la práctica de la devoción
del Sacratísimo Corazón de Jesús, con que vamos a poner re­
mate al curso de los ejercicios.
Expondrem os brevem ente:
I) Su historia.
II) Su naturaleza,
III) Su culto.
IV ) Su práctica.

1 ,

Su fcBSí&rm.

1) La historia de la devoción del Corazón divino es tan


antigua como la misma Iglesia. E n el primer templo, en la
primera comunión, en ¡a primera misa, en la institución pri­
mera del Sacramento del Altar, hubo ya un apóstol tan ena-
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

morado de esta divina devoción, que reclinó su frente sobre el


pecho del Señor, y bebió en su costado los raudales de su amor,
y que en adelante no acertó a llamarse sino el discípulo amado,
el apóstol favorecido, el predilecto de su Corazón. Discipulus
Ule quem diligebat Jesus qui et recubuit in ccena super pectus
eju s (i). T a l fué el primer eslabón apostólico de esta cadena
de amor, no interrumpida en el decurso de los siglos. Y a en
el siglo tercero de la Iglesia, San A gustín, el doctor del amor
y de la gracia, sin encontrar sosiego ni en las ciencias, ni en los
deleites, ni en las riquezas, ni en los honores, acertó a descansar
en el Corazón divino, in foraminibus petrce in caverna mace-
ri(s (2), y embriagado de dulcedumbre prorrumpió de esta ma­
nera: “ V enid todos los que amáis el paraíso, el lugar del des­
canso, el asilo de seguridad, a donde no llega el invasor, ni
alcanza el enemigo. V enid todos, entrad todos; franca está la
abertura del costado (3).

2) ■E n los siglos medios, en la edad clásica de los cruzados


y los escolásticos y las catedrales góticas y las epopeyas me­
dievales, el endiosado abad de Claraval, en su tratado de la
pasión nos reveló su amor del Corazón divino en estos térm inos:
“ Porque hemos venido al Corazón divino y es bueno que este­
mos aquí, no consintamos fácilmente que nadie nos arranque dé
su lado. O h qué dulce, qué suave habitar en este Corazón; rico
tesoro, preciosa margarita, tu Corazón, oh buen Jesús. ¿Cóm o
desechar tan preciosa m argarita? T odo lo daré, mis pensa­
mientos, mis afectos, todo lo renunciaré para alcanzarla; arro­
jaré en el corazón de mi Señor todos mis cuidados, y cierta­
mente que E l me sustentará. E ste ejemplo, este Sancta San-
ctorum, esta arca del testamento tengo que adorar. O h Jesús
mío, hermosísimo sobre toda hermosura, lávame de mis pecados,
limpiaros de mis iniquidades, para que purificado por T i de
m is culpas, me llegue purísimo a T i, y merezca morar en tu
horazón, por todos los días de mi vida. P ara (esto se rasgó tu
pecho, para abrirme la entrada; para esto se perforó tu cos­
tado, para que libres por T i de las perturbaciones exteriores,

(1) Joan., 21, 20.


(2) C a n t, 2, 14.
(3) D e Tem pore barbárico. N . I X .
PE LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚ S $19

pudiéramos habitar en tu corazón; para que la herida visible


de tu cuerpo me revelara la herida invisible de tu amor. Dice
así el Esposo: Vulneraste mi corazón {i ) ; como si d ijera: T e
amé con amor sumo de esposo, con amor casto de hermano;
por esto mi corazón está vulnerado de tu amor. ¿ Y quién 110
querrá a Corazón tan vulnerado? ¿Q uién no le amará tan
amante? ¿Q uién no le abrazará tan puro? Q uiere al vulnerado
el alma que suspira: “ Estoy llagado de amor” . A m a al amante
el alma que exclam a: “ Desfallezco de amor” (2), y le abraza
al amado con abrazo de amor entre sus brazos, el alma que re­
pite: “ Quién me diera, hermano mío, criado al pecho de mi
misma madre, encontrarte en las afueras y besarte y abrazarte
y que ya nadie me desprecie” (3). ¿ Y qué significa encontrarle
en las afueras? Según estimo, allende de nuestra mortalidad;
porque mientras moramos en la tierra, peregrinamos del Señor.
¿ Y cómo soportar en paciencia esta peregrinación, llena de
dolores del pasado, de fatigas del presente, de temores del
porvenir; esta peregrinación en que el Señor nos visita rara
vez y desde lejos, como a través del muro de nuestro cuer­
po, interpuesto entre el ánima y su D io s ; esta peregrina­
ción en que el esposo no se deja fácilmente besar ni abrazar
sino de aquellas almas que se han elevado a tanta altura de
merecimiento? Pero tanta alteza es d ifícil alcanzar; por esto
nosotros, mientras peregrinamos en la tierra, amemos, red am e-'
mos, abracemos con todas nuestras fuerzas a nuestro amor he­
rido, a quien impíos labriegos rasgaron las manos, los pies, el
costado y el corazón; permanezcamos ñjos a su lado para que
nuestro corazón duro e impenitente se adhiera con el vínculo
de su amistad, y se llague con el dardo de su am or".
Perdónenos eí lector la prolijidad de la versión. Porque
¿no es por ventura el precedente fragmento una plática com­
pendiosa del divino Corazón? ¿Q u é más hubieran dicho sus mo­
dernos adoradores, Santa M argarita, el Beato L a .Colombiere,
los Padres Hoyos, Loyola, C ardaveraz? Con anticipada intui­
ción expresa el vidente de Clqraval la misma doctrina, el mis­
mo ascetismo, hasta la misma form a y fraseología.

(1) C a n t, 4, 9.
(2) Cant., s, 8.
(3) C an t., 8, 1.
520 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

N i menos regalada plática nos prodiga en el mismo tiempo


el doctor San Buenaventura, quizá dictada de los labios dé!
llagado S erafín de A sís. “ N'o quiero apartarme ' más de la
Cruz del S a lv a d o r; bueno e s . que estemos a q u í; hagamos tres
tabernáculos, uno en las manos, otro en 'lo s pies, otro perpetua
en el costado; aquí quiero descansar, dormir, velar, comer,,
beber, estudiar, negociar, hablar a su corazón, alcanzar de él'
todas las cosas; abierta está la apoteca de todos los perfum es,
abierta p'or la lanza la entrada en el p araíso; abierto el árbol
de la vida no sólo en las ramas, sino en el tronco. A bierta el
arca de la divina sabiduría, de la eterna caridad. E ntra por la.
abertura de las llagas. Dichosa lanza, clavos dichosos, que ras­
garon las llagas del Señor. Si yo fuera el hierro de la lanza
no saldría del costado del Señor, sino que diría: este es mi-
descanso por los siglos de los siglos. A q uí he de habitar porque
lo he elegido. O h alma del Señor, ¿cómo te contienes por más
tiempo? ¿cómo no te apresuras? Ele aquí que tu esposo du'ci-
simo te tiende sus brazos para abrazarte, he aquí que su am or
excesivo te abre el costado para franquearte su corazón” .

3) E n el siglo x v i, edad de oro de letras y Ciencias, de


las armas y de las conquistas españolas, surgió en nuestra pa­
tria una pléyade ilustre de santos precursores de esta divina
devoción, y eí primero de ellos fué, a no dudarlo, el penitente
de Manresa, el autor de los ejercicios, el Patriarca San Igna­
cio. Aquel amor tan abrasado de Jesucristo, .hasta arriesgar la
propia salvación, si posible fuera, por servirle, y poner su cielo
más en la gloria de Cristo que en su gloria; aquella resigna­
ción omnímoda de todas las cosas a cambio de su am or; aquel
embriagarse en la sangre de Cristo y esconderse entre sus lla­
gas, y regalarse en los raudales de su costado divinal, ¿qué
otra cosa es sino una aurora anticipada, un alborear precoz de
aquella devoción divina, que en los venideros tiempos había de-
difundir sus rayos por toda la redondez de la tierra?
.¿Y qué extraño que Javier, el apóstol de Oriente, desnuda,
la cabeza, descalzos los pies, abierto el pecho, rebosante de-
llamas abrasadas, por entre los acantilados de la costa y Ios-
arrecifes de los mares, al compás de las olas “mugidoras y los
huracanes embravecidos, murmurase entre lágrim as ardientes
aquella aspiración favorita de su generoso corazón:
DE ,LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZON DE JESÚS 52i:

“Aunque no hubiera cíelo yo te amara,


y aunque no hubiera infierno, te temiera;
no me tienes que dar porque te quiera,
porque si cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera” .

¿Q u é mucho que el Duque de Gandía se regalase todos. los.:


días, una por .una, en las llagas del Señor, y que al llegar a la
llaga del costado se escondiese para siempre en su divino C ora­
zón l ¿ Qué m aravilla que Canisio, el apóstol de Alem ania, se­
gún lo refiere en sus confesiones, visitado de visión del cielo,
descansase en el costado y gustase con sus labios los purísim os,
raudales del divino Corazón? ¿ Y que Luis Gonzaga, m ártir1
de caridad, lanzase dardos de amor al Corazón divino, y que
A lvarez de P az y Francisco Suárez y A lfon so Salmerón y
L uis de la Puente y Eusebio Nieremberg y otros ilustres hijos
de San Ignacio pregustasen por anticipado las delicias de esta
devoción, si al decir de la vidente de Parai-le-monial, princi­
palmente por medio de la Compañía de Jesús esta devoción
se había de difundir por toda la tierra? Pero se acercaba y a
el mediodía de las divinas misericordias. E ra el 16 de junio
de 1675, octava de la fiesta del Corpus Christi. 'Una m onjita
humilde de la Visitación, Santa M argarita M aría de Alacoque,.
oraba de rodillas al pie del altar, cuando he aquí que de súbito^
se le .apareció el Divino Salvador y le descubrió su Corazón y.
le encomendó que le promoviese una fiesta en el viernes si­
guiente a la octava del Corpus Christi. T al fué la depositaría
de esta divina devoción: el Padre L a Colombiere fué su pri­
mer apóstol en F ran cia; el Padre H oyos, en España, y a h
Compañía, de Jesús principalmente le encomendó el Corazón
divino la. gloriosa empresa de difundir su culto por toda la
tierra. H oy puede decirse: In omnem terram exivit sonus eorum.
E sta es 1 a historia sucinta cíe esta divina devoción; expon­
gamos ahora brevemente su naturaleza.


Meetzamhez® de éste dero&Iéss

N o puede negarse alguna relación física entre el corazón y


los afectos. A sí como experimentamos con el trabajo intelectual
cansancio del cerebro, de donde deducimos alguna relación físi-
¿22 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO*— DIA OCTAVO

ca entre el cerebro y el entendimiento,así a impulso de los afee- v


tos experimentamos cansancio y fatiga del corazón, dedonde (
podemos deducir semejantemente alguna relación física entre
los afectos y el corazón. A l menos es indudable que el corazón
es-la expresión viva del amor. A sí decimos de nuestro hermano (
que tiene un corazón bueno, compasivo, magnánimo, generoso,
un corazón de oro, que tiene mucho corazón, que es todo cora­
zón. O por el contrario, decimos que tiene un corazón peque­
ño, ruin, vengativo, envidioso, que tiene mal corazón, que no (
tiene corazón. Y esta acepción universal en el lenguaje de los f
hombres, la adoptó también la Escritura, que es el lenguaje de ^
Dios. Y así el salmista, pide un corazón “ contrito y humillado” S
(x ); a D avid le atribuye la Escritura un corazón “ conform e al (
corazón de D io s” (2), y de Salomón afirma que tiene un corazón ^
tan grande como los arenales del mar (3). E l mismo Salvador,
de sus benditos labios protesta: “ Bienaventurados los limpios de ^
corazón” , y más aún nos dice: “ Aprended de mí, que soy manso (
y humilde de corazón” (4). ^
Es decir, que en el lenguaje común de los ho mbres y del
mismo Dios, el corazón es la expresión viva y entrañable de los C
afectos. Aplicando este breve razonamiento al Corazón de Cris- (
to, el Corazón de Cristo es la expresión viva y palpitante de su l-
amor. v

á) E s Jesús amable. f.
b) Jesús amante. . i
c) Jesús amado. {
d) Jesús amor. j--

a) E l Corazón de Cristo esJesús amable. Expongam os lo (


que es el Corazón de Cristo. ^

1) E n el cuerpo. ' (
2) En el alma.
3) E n la divinidad de Cristo. ■

C
(1) Ps., 50, 19, ,
(2) 1 R eg., 13, 14.
(3) Heg., I I I, 4, 29. (
(4) M t , i r , 29.
c
DE LA DEVOCIÓN A L SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS 523

1) L o que es el Corazón de Cristo en el cuerpo de Cristo.

E l corazón de Cristo es Cristo amable en su cuerpo, A sí lo


declara en muchos lugares la E scritu ra : es amable su frente que
ciñe realeza (Apoc. 6. 15 ); son amables sus ojos que desean ver
los ángeles (I, P etr. I 12 ); son amables sus labios que brotan
palabras de vida eterna (Joan. 6, 69); son amables sus manos
¡que prodigan beneficios (A ct. 10. 38); son amables sus pies, que
evangelizan la paz (Rom. 10. 15); es amable su cruz que nos
redim e; es amab'.e su sangre que nos rescata; hasta las huellas
de sus plantas y las pajitas de su pesebre son amables, porque
están impregnadas del perfum e de su divinidad; pero más ama­
ble, y singularmente amable, es su Corazón, que es en su sacra­
tísima humanidad la cifra, y el compendio, y la expresión viva
y palpitante de su amor,
Y esto no es simbolismo y alegoría, sino llaneza y humana
realidad. ¿Q u é es el corazón humano en el cuerpo humano, y
por tanto en el cuerpo de Cristo, su sacratísimo Corazón?— E l
centro de su vida, el motor de su actividad, el venero de su san­
gre, su viscera más vital y más entrañable. Y esto lo acredita
no ya sólo la razón humana, sino el instinto mismo de la huma­
nidad. Instintivamente el amigo estrecha al amigo contra su co­
razón; instintivamente el parvulito prefiere para su descanso el
-regazo del materno corazón; instintivamente el enemigo, apunta,
hiere, dispara contra el corazón enemigo.
Y esto lo entiende el hombre, y lo gusta, y lo alcanza. Y así
como la divinidad invisible e inmortal de Cristo la sentimos y
la palpamos entre los mortales pliegues de su asumida humani­
dad, así la misma asumida humanidad de Cristo la cifram os sin­
gularmente y la reconocemos en los latidos de su abrasado Co­
razón.
Con razón descansó su siervo el evangelista sobre su divino
Corazón; con razón el mismo Cristo, a Tom ás y a todos sus
discípulos, les ofreció a besar sus pies y sus manos y su divino
C orazón; y San Ignacio tuvo por práctica eucarística adorar sus
llagas y gustar la sangre y eí agua de su divino, C o ra zó n ; y el
Santo Duque de Gandía a su imitación se entrañaba en la llaga
irrestañabíe del divino Corazón. N o hay devoción más humana,
más divina, ni más latréutica que la devoción del divino Corazón.
$24 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

2) L o que es el Corazón de Cristo en el alma de Cristo.

E l Corazón de Cristo es Cristo amable en su alma: Ciencia


amplísima natural y sobrenatural; soberanía absoluta de los-
cuerpos y de las a lm a s; sugestión irresistible para adueñarse de
los corazones; conocimiento clarísimo de lo futuro; intuición,
beatífica de la divinidad; poder omnímodo de hacer m ilagros;
santidad suma, gracia plenísima, prudencia superior, fortaleza
inquebrantable, caridad abrasada, largueza, benignidad, justicia,,
rectitud, todas las perfecciones y espirituales prerrogativas, que
se hacen amar entre los hombres, concurren y se aventajan p o r
modo preeminente en el alma benditísima del Señor-. Claro está,
que el alma de Cristo, no solo animó "al Corazón de Cristo,
sino a toda su sacratísima hum anidad; pero a cada uno de sus
miembros los animó, según su naturaleza; y así con los pies-
anda, con las manos palpa, con los oídos oye, con los ojos m ira;
y con el Corazón' padece, sufre, y quiere, y ama. D e este sencilla
razonamiento obviamente se deduce que, para conocer la volun­
tad humana de Cristo, para sentir internamente el espíritu de
Cristo, para profundizar los abismos insondables de la reden­
ción de Cristo, 110 hay recurso más humano ni más eficaz que la
devoción del Corazón- de Cristo, horno ardiente de su hum ana
voluntad, viscera entrañable de su espíritu, expresión viva y
palpitante de su amor.

3) L o que es el Corazón de Cristo en ¡a Divinidad de Cristo*.

a) Cristo es amable en el cuerpo y amable en el alma;


amable en su humanidad y singularmente e infinitamente mna~
ble en su divinidad.

Claro está que el verbo de Dios no sólo asumió el humano


corazón sino toda su sacratísima humanidad, pero haciendo un
razonamiento semejante al anterior, el verbo de D ios asumió-
cada una de las partes de la humanidad conform e a su propia,
naturaleza: los pies para andar, las manos para palpar, los ojos
para ver, los oídos para oír, la memoria para recordar, la razón
para discernir y el corazón para compadecer, y para consolar,
y para querer, y para a m a r; por manera que todo lo que en e l
.Verbo de D ios es belleza, y hermosura, y compasión, y mi ser D
IDE LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESUS $2$

■cordia, y bondad, y benignidad, y caridad, y amor, se imprime, y


.-se refleja, y se resume, y se entraña en su Sacratísim o Corazón
viscera de la misericordia de nuestro D io s” , “ hoguera abrasada
de caridad” , “ templo santo del S eñ or” , “ tabernáculo del A ltí­
sim o” . (Letanías del Sagrado Corazón); “ santuario de la nueva
-alianza, arca sagrada no de la servidumbre antigua, sino de la­
bra d a , del perdón, y de la-misericordia (H im no: “ Cor A r c a ” ),
■cifra y compendio y expresión entrañable y palpitante de sil
am or, ■■
E l término y consecuencia final de este triple razonamiento
■es manifiesto: si no hay medio más humano y más sensible para
conocer la divinidad de Cristo que su sacratísima humanidad;
,-en su misma sacratísima- humanidad el Corazón de Cristo es el
■ostensorio más humano y más .sensible de su divino amor.
Y si el Corazón de Cristo es Cristo amable en el cuerpo y
-en el alma, en la humanidad y en la divinidad; si el Corazón de
C risto es Cristo amable, Cristo infinitamente amable, ¿cóm o no
am arle con todo nuestro corazón? “ Pasm aos"¡oh cielos!, ¡espan­
taos, puertas del Em píreo!, exclama el Señor por el profeta
“ D os males cometió mi pueblo: mé abandonaron a M í, fu en ­
te de aguas vivas, y soterraron cisternas disipadas, que no pue­
d e n contener el agua” (Jer. II. 13). .
“ Si alguno tiene sed, protesta el Señor, venga a M í y beba”
(1). ¿ Y quién no tiene sed? “ Todos los sedientos, venid a las
■aguas” (2). ¿Tenéis sed de belleza y herm osura? Venid al Cora­
zón de Cristo, “ que es hermoso sobre los hijos de los hombres”
■(3). ¿Tenéis sed de poder y dignidad? V enid al Corazón de Jesús,
■que tiene todo poder en el cielo y en la-fierra (4). ¿Tenéis sed
de ciencia y sabiduría? V enid al Corazón de Jesús que contiene
todos 1os secretos de ía ciencia y la sabiduría del Padre (5).
¿Q ueréis humildad?, es hum ilde; ¿amáis la castidad?, es casto;
¿deseáis el amor?, es .fuego; ¿ansiáis la paz y el descanso?, ve~
•iiid a mí todos, nos dice, y encontraréis ía paz y el descanso dé
vuestras almas (ó). Todas las perfecciones de las criaturas se

(1) Joan., 7, 37.


(2) -I s ., 55, 1,
(3) P s., 44, 3.
(4) M t., 28, 18.
(5) C o ío s., 2, 3, . ■
(ó) M t,, 11, 28. ■, '
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

hallan aventajadas y sin imperfección en el Corazón de Cristo*


porque en el Corazón de Cristo habita la Divinidad, no genéri­
camente por esencia, presencia y potencia, cómo en las otras
criaturas, ni sólo accidentalmente, como habita en el alma del
ju sto por la gracia, sino intrínseca y sustancialmente, con más
íntima unión que se estrecha el alma con el cuerpo, porque el
Corazón de Cristo subsiste en la Persona divina del V erbo de
D io s ; de tal manera que en Cristo, el Corazón de Dios es el
corazón del hombre, y el corazón del hombre es el Corazón de
Dios.

b) Pero el Corazón de Cristo no sólo es Jesús amable, sino


que es Jesús amante. N o es infrecuente en la tierra que criatu­
ras muy amables, prendadas de su misma hermosura, se tornen
esquivas y desdeñosas. E l Corazón de Jesús no sólo es infinita­
mente amable, sino infinitamente amante. ¿Cóm o expresar la
longitud, la anchura, la profundidad, la supereminente' caridad
del Corazón de Cristo? San Gregorio Niseno, al com entar,aque­
llas palabras de los Cantares: H e aquí que viene el Esposo sal­
tando los montes, trasponiendo collados (i), exclam a: “ ¿Q ueréis
medir los latidos, los saltos del am or? Del cielo bajó al pesebre,
del pesebre subió a la cruz, de la cruz descendió al sepulcro, del
sepulcro ascendió a los cielos” ; y estos saltos de gigante, estos
latidos del divino amor, la desnudez de Belén, la oscuridad de
N azaret, el destierro de Egipto, la penitencia del desierto, la
predicación evangélica, la cena, eí huerto, el pretorio, la cruz,
el desamparo, todas las exquisiteces y delicadezas divinas y hu­
manas, temporales y eternas, del amor de Cristo, se forjaron y
fraguaron en el volcán ardiente de su Divino Corazón.

c) E l Corazón de Jesús es Jesús amado.

Siempre hubo en la Iglesia enamorados amadores de Jesu­


cristo, que lo dieron todo, y la misma vida, a cambio de su a m o r;
testigos, dos mil años de H istoria; pero no es la intimidad 4
individualidad la nota distintiva del culto del divino Corazón,
sino que es el amor público, universal, rebosante, avasallador.
E l Corazón de Cristo es Cristo amado por el cristiano ferviente
que ostenta al pecho el rojo escapulario; el Corazón de Jesús es

(1) C ant, 2, 8.
DE LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS 527

Cristo amado por la fam ilia que se consagra totalmente a la


gloria de su divino Corazón; el Corazón de Jesús es Cristo ama­
do por la muchedumbre que le aclama por las calles y por las
plazas en solemne procesión; el Corazón de Jesús es Cristo
amado en el municipio que esculpe en la fachada la imagen del
divino Corazón; el Corazón de Jesús es Cristo amado por la
provincia que entroniza el Corazón de Cristo en la sala principal
de la Diputación; el Corazón de Jesús es Cristo amado por la
nación que le erige un trono en el centro geográfico de sus do­
minios; el Corazón de Jesús es Cristo amado por los Estados
que le levantan monumentos en las fronterizas cumbres, en los
lindes divisorios de las naciones; el Corazón de Jesús es Cristo
amado por el mundo todo, que por el oráculo infalible de los
Pontífices se consagra a .la gloria y amor de su divino C orazón;
el Corazón de Jesús es Cristo amado por los fieles y las fam i­
lias, las muchedumbres y las provincias, los Estados y las nacio­
nes, y las criaturas todas del cielo y de la tierra, con amor públi­
co, universal, rebosante, arrollador.

d) E l Corazón de Jesús es Cristo amor, tan abrasado, que


a sus amadores "les prodiga la gracia, les promete la paz, les
asiste a su muerte; les promueve sus empresas, les perdona las
culpas, les enciende su tibieza, les abrasa sus fervores, les am­
para su casa, les bendice el apostolado, les escribe en su Corazón,
y a cambio de la fácil práctica de los nueve viernes, les concede
la esperanza cierta de la eterna salvación” .
E l Corazón de Jesús es Cristo amor en todos sus matices y
m anifestaciones: en la tierra y en el cielo, en la vida y en la
muerte, en la Cruz y en el a lta r ; Cristo amor, divino y humano,
infinito y entrañable, sensible y espiritual; Cristo amor, no abs­
tracto e impalpable, sino que se palpa y se estrecha, y que quema
y que abrasa.
E l Corazón de Jesús es Cristo amable, Cristo amante, Cristo
amado, Cristo amor, de donde se deduce que su culto ha de ser
necesariamente de consagración, de reparación, de comunión, de
propagación, de impetración, de inhabitación y de santificación.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

I1I

SU

E l culto del Corazón divino ha de ser de consagración, es de­


cir, de dedicación, de oblación, de entrega omnímoda, absoluta,
universal, incondicional

a) M archa Saulo en su carroza u expirando muertes y ame-


.nasas" ( i) , y lie aquí que le hiere el rayo d e l divino amor, que
ie rinde en tierra ,convulso, espantado. ¿Q u é responde el perse­
guidor? U n acto de consagración; trémulo, y espantado, respon­
d e: Señor, ¿qué queréis que haga? (2) H uye Tom ás ele la socie­
dad de su 'M a estro , incrédulo, pertinaz, y he aquí,que le sale
al encuentro el Salvador y le muestra sus llagas y le franquea
:su costado, y le dice; E ntra tus dedos en mis Hagas, mete tus
manos en mi costado. Y el infiel discípulo, ¿qué responde? Un
.acto de consagración: “ ¡S eñ or mío y D ios m ío !" Reconoce el
■ejercitante al cabo de tantos ejercicios la bondad y la caridad de
D ios, (<los beneficios recibidos de creación, redención y dones
particulares, cuánto ha hecho Dios por mí y cuánto me ha dado
.de lo que tiene, y el mismo Señor desea d á r s e m e ¿ Y qué res-,
ponde a tanto amor ?• Postrado de rodillas, hechos fuentes de lá ­
grim as sus ojos, “ así como quien ofrece afectándose m ucho” ,
.responde un acto de incondicional consagración: Tomad Señor,
..etcétera. ■ ■ '■" •' ■ '' ■ ■'

b) E l culto del Corazón divino es culto de consagración;


consagración personal, familiar, colectiva, nacional,. .m undial;
consagración diaria, mensual, anual, perpetua; consagración de
los cargos, de los oficios, de los gobiernos; consagración, de los
bienes, de la salud, de la vida, de la muerte, de todas nuestras
cosas, y consagración omnímoda, absoluta, incondicional, irre­
vocable. T al es la naturaleza d e l culto del Corazón divino; de
esta manera lo reveló a Santa M argarita; de esta manera lo
practica la Iglesia. A sí como aí contacto del fuego el hierro más

(1) A c t , 9, 1.
(2) Tremens ac stupens dixit: Quid me vis facere? Act., 9, ó.
D E L A DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESUS 529

duro se dobla, se ablanda, así el corazón humano se rinde y se


doblega al fuego del divino amor.
Pero es de notar, que los amadores del Corazón divino, San­
t a M argarita, el Beato Colombiere¿ el Padre H oyos, ofrecen
.siempre su consagración por manos" de M aría.
Y es que la devoción del Corazón divino es eminentemente
m ariana; el prim er devoto del divino Corazón, San Juan E van­
gelista, fué el prim er hijo de M aría, y desdé entonces todos, los
am adores del Corazón divino fueron enamorados hijos de M a­
r ía ; la piedad del H ijo y de la M adre se desarrolla armónica-
mente, como los miembros afines del mismo cuerpo. E s imposi­
ble llegarse al Corazón de Cristo, que es la raíz, la vid divina
d e toda caridad, sin cobijarse juntamente a la sombra de M aría,
■que es la primera y más bendita de sus ramas. Y al contrario,
■es imposible cobijarse a la sombra de M aría, la primera y más
bendita de sus ramas, sin gustar la dulcedumbre soberana del
■divino amor, conform e a aquello de los cantares: M e asenté a
la sombra y su fruto fué dulce a mi paladar (1). P o r esto, sí
.alguno creyere que estos dos amores se contraponen, que lo que
se va por un caño ha de faltar por otro, se engaña; eso será en
los amores terrenos, menguados y exclusivistas, pero no en los
am ores del cielo, que 110 se contraponen, sino se ju ntan ; no se
■excluyen, sino se su m an ; porque todos se derivan del amor de
Dios, y van a parar al mismo Dios. P or eso los devotos del C o­
razón divino ofrecen siempre su consagración por manos de
M aría.

c) E l culto del divino Corazón ha de ser de reparación, es


decir, de resarcimiento, de desagravio.
Tenem os que pagar al divino Corazón una doble deuda, deu­
d a de su amor, deuda de nuestra ingratitud. E l amor pagamos
con nuestro amor, la ingratitud satisfacemos con nuestros des­
agravios. A un aquí en la tierra, eí amor vehemente no se
limita a amar, sino que tiende a satisfacer. M ás siente el esposo
la ofensa de la esposa que su propia ofensa; más lamenta eí hijo
la injuria de su padre que su propia injuria; aun el hermanito
cuando ve a su hermanito ofendido se enardece y reclama ven­

id) Sub umbra ¡tllius qíiam desíderaveram sedi, et fructus ejus dulcís
gutturí meo. Cant., 2, 3.
530 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

ganza y satisfacción. Pues si el amor de la tierra, con ser tan


menguado, es compensador y reparativo, cuánto más el amor
del cielo, puro y desinteresado, ha de ser reparador y satisfac­
torio.
" N o está bien que la cabeza esté espinada y los demás miem­
bros regalados” ; 110 está bien que el Corazón de Dios esté abier­
to para satisfacer a nuestras culpas, y que el corazón de la cria­
tura esté cerrado para-reparar a sus ofensas. T anto más, cuanto
que hemos de completar en nosotros "lo que falta a la Pasión
de C risto” , 110 en la sobreabundancia, sino en la aplicación (1).
Y de esta suerte "todo el cuerpo unido y encajado, en toda su
compage y trabazón, según la medida de cada uno de sus miem­
bros, crece para edificación en la caridad” (2). Y si en todos los
tiempos ha sido necesario este espíritu de reparación, én estos
aciagos tiempos, en qué "abundó la iniquidad, y se resfrio la
caridad” (3), lo es más necesario, para que "donde abundó el
defito, sobreabunde la gracia” (4), y esta sobreabundante gra­
cia, "esta segunda redención” , nos prodigó el Señor en el- culto
deífico de su sacratísimo Corazón.
Toda ía vida y la muerte, todos los deseos y los afectos del
divino Corazón, rebosan satisfacción y los tibios le desamparan
( 5 ) , . pero. I q s enamorados amadores de su Corazón, los que más
se quieren señalar en todo servicio de su Rey- eterno y íóeñor
universal, lejos de abandonar al Señor en su do'orosa repara­
ción, como los tibios.; lejos de contristarle con su deserción y
desamparo, le consuelan y le acompañan, y con sus ayunos y
con sus lágrimas y austeridades, participan de ía satisfacción de
Jesucristo y juntan sus trabajos con los trabajos del Corazón
divino, su vida con su vida, su muerte con su muerte, sus. mere­
cimientos con los suyos, y los trabajos y los sufrimientos, y la
vida y la muerte, y todos sus méritos, juntamente con los méri­
tos ele Jesucristo, los ofrecen en reparación de las ofensas come--
tidas contra su divino Corazón. T a l es eí culto del divina Cora­
zón : no sólo de consagración, sino de reparación; no sólo de

(1) Confer Encíclica Pü X I , Míserentíssimus Redemptor.


(2) Ej>h., 4, id.
(3) M t., 24, 12.
(4) Rom., 5, 20.
(5) Circumspext et non erat auxiliator, quaesivi et non fuit qui ad-
juvaret ís., 63, 5.
Di. LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS

caridad, sino de justicia; así lo mostró el Señor a Santa M arga­


rita en su reve-acíón ( i ) ; así lo acredita la practica de la Iglesia
en su liturgia: Ut illi devotum pietatis nostce prestantes obse-
quium digne qnoque satisfactionis exhibeamus officium .

d) E l culto del divino Corazón, es culto de comunión. E l


Corazón de je sú s es el amor de jesú s, y la Eucaristía es el
Sacramento del amor, y el'am o r de jesú s late y palpita enel
Santísimo Sacramento del A ltar. E l Corazón de Jesús es la
fuente abierta de que brotó la Eucaristía. “ Un soldado, dice el
Evangelio, con la lanza abrió su costado, y al instante salió
sangre y agua" (2). El agua, al decir de los Padres, significa el
bautismo, ía sangre la comunión.
L a devoción del Corazón de Jesús comenzó con la institu­
ción de la Eucaristía; la manifestación de su culto se reveló de­
lante del a lta r ; la fiesta se asignó en el viernes siguiente de la
octava del Corpus ; su culto se enderezó a expiar los desprecios
e injurias cometidos en el Sacramento del A lta r; sus prácticas
principales, comunión reparadora, triduos de desagravios, nueve
primeros viernes, son prácticas devociones eucarísticas; sus más
enamorados amadores, San Juan, Santa M argarita, el Beato
Claudio de la Co’ omfiiere, el Padre H oyos, fueron devotísimos
del Sacramento deí Altar. L a devoción del Corazón divino y de
la santísima Eucaristía se funden y se completan en el mismo
amor del Corazón divino y eucarístico del Señor.

e) De la razón eucarística del culto del divino Corazón se


deduce su naturaleza latréutica y adoratoria.
Cristo es todo adorable: Son adorables sus manos, son ado­
rables sus pies, son adorables- sus clavos, son adorables sus lla­
gas, es adorab’ e su c r u z ; pero singularmente y preeminentemente
es adorable su sacratísimo Corazón, porque en el cuerpo de Jesu­
cristo es su Corazón la expresión de su amor, y en la divinidad
de Jesucristo, es su Corazón el santuario, el templo, el taber­
náculo, el trono de su divinidad. N o adoramos en el Corazón de
Cristo al D io s inerte de las gentes, ni al Dios ignoto de los grie­
gos, ni al Dios impróvido de los romanos, sino al Dios vivo, al
Dios humanado, al Dios palpitante en las entrañas del divino

(1) A u to b io g r a fía , V I I .
(2) Joan,, 19, 34.
532 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

Corazón. Este divino Corazón adoró el apóstol San Juan, recli­


nado en su costado; este divino Corazón adoró el apóstol Santo
Tom ás, arrepentido de su incredulidad; este divino Corazón
adoraron los discípulos en el monte Olívete. Y este Corazón he­
mos de adorar en el Sagrario, y singularmente en nuestro pro­
pio pecho después de la sagrada comunión. T al es la devoción
del divino Corazón, singularmente latréutica y adoratória.

f) E l culto del Corazón de Jesús, es culto de propagación.


N o es la caridad el egoísmo de uno, ni el exclusivism o de dos,
ni la molécula cerrada del nepotismo y la privanza, sino el amor
universal que todo lo comprende, lo arrolla y lo conquista.. N o
hay nada que así abrase como el fuego, y la caridad es fuego
abrasador que nunca se extingue, y el incendio en que se pren­
den estas llamas es el horno del divino Corazón. E l Señor, que
hizo a los ángeles ‘ [ministros de las almas” (i) uy a sus minis­
tros fuego abrasador” (2), a los devotos de su Corazón divino
los asemejó a los ángeles en el fuego de caridad que los abrasa
y en el apostolado ardiente de su amor.
E l culto del Corazón divino es esencialmente apostólico.
“ Cuídate de M í y Y o te cuidaré” , dijo el Corazón divino al P a ­
dre H oyos, y esta es la divisa de todos sus devotos: todos tienen
que ser apóstoles, con la oración, con la penitencia, con la pluma,
con la limosna, con eí ejemplo, con la palabra, con el sacrificio,
con la predicación, y todos tienen que ser ministros del Señor
y todos tienen que abrasar las almas en el fuego del divino amor.

g) E l culto del Corazón de Jesús es culto de inhabitación.


Ei culto del Corazón divino no es de un día, de un novena­
rio, de un mes, sino de toda la vida, de perpetuidad, de inhabi­
tación. “ P ara eso se rasgó su costado, dice el A bad de C lara val,
para que hagamos morada en su corazón” ; y San Buenaventura
re p ite : “ en el costado quiero descansar, dormir, velar, estudiar,
negociar, orar, meditar, alcanzarlo todo” ; el Padre H oyos refie­
re al Corazón divino aquel pasaje de los cantares: “ Levanta,
amiga mía, paloma mía, hermosa mía, que anidas en las conca­
vidades de la piedra, en la hendidura de la cerca” (3). “ Las

(1) Hefcr., i, 14.


(2) P s ., 103, 4.
(3) C a n t., 2, 14. i
DE LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS 533

almas buenas son las palomitas del cantar; unas revolotean en


torno del Señor, otras descansan en su pecho; una gran muche­
dumbre anida en sii divino Corazón, in foraminibus petrse, in.
caverna mácense” (i). E l Corazón de jesú s es, al decir de sus de­
votos, la hendidura, el nido, el asilo, el descanso, el templo, el
arca, el tabernáculo, el sancta sanctorum, la hoguera, el horno
de eterno amor en que he de vivir y morir y morar y descansar
por los siglos de los siglos. M e ha de amargar el alimento que
no lo sazone el licor del costado; me ha de empalagar la bebida
que no le endulce su dulcedumbre divinal; me ha de hastiar la
lectura que no mente el divino am or; me ha de disgustar la
amistad donde no palpite el divino corazón; si velo, ha de ser
en compañía de mi Am ado, y si descanso, en el regazo del Se­
ñor; y ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados,
ni lo presente ni lo futuro, ni lo alto ni lo profundo, ni criatura
alguna podrá apartarme de la caridad de Dios, qüe rebosa en su
divino Corazón. Este ha de ser mi único deseo, mi idea hja, mi
cotidiana oración: A m ar al Señor sobre todas las cosas y per­
manecer siempre unido con su Sagrado Corazón. Ut te Ín ómni­
bus et super omnia diligentes, jugem in eodem Cor de Uto man-
s'wnen habere m-ereamar (2).
h) E l cuho del divino Corazón es culto de impetración.
“ Pídeme por eí Corazón de mi amantísimo H ijo Jesús; por este
Corazón te oiré y alcanzarás cuanto me pidas” , así lo dijo el
Eterno Padre a una alma enamorada de su divino Corazón (3).
E sta promesa es glosa fiel ele aquellas palabras d el, S a lv a d o r:
“ cualquiera cosa que pidiereis a M i Padre en mi nombre os .será
concedida” (4). ¿ Y qué es el nombre de Jesús sino la virtud, la
misericordia, el amor de Jesús? Y la virtud y la m isericor­
dia y el amor de Jesús ¿dónde vive y mora y -palpita, sino
en las entrañas de su sacratísimo Corazón? A un aquí en la
tierra, el mendigo implora una limosna por amor de Dios, y no
encuentra más piadoso título para excitar la compasión de los
hombres. ¡ Cuánto más en eí cielo, el amor de Dios, la caridad
de Dios, el Corazón de Dios, excitará la misericordia de D ios

(1) U ñ a r te , P a d r e H o y o s , p. 3, c. 4, pág, 267, edición segunda.


(2) O f f ic . S a n cta e M a r g a r íta e M a ria e.
{3) C í . P a d re L o y o la . N o ve n a, día séptimo,
(4) Joan., 14, 13,
534 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

para escuchar nuestra p legaria! Bien que imploremos a los san­


tos, que invoquemos a los ángeles, que recurramos sobre tocio a
la Reina de los ángeles y ele los santos; pero los santos, los
ángeles, la Santísima V irgen son mediadores delante del Señor,
por gracia, por participación; Cristo es mediador por justicia,
por naturaleza, por divinidad (i).
Cristo es la vid, los santos los sarm ientos; no nos contente­
mos tan sólo con cobijarnos a la sombra de las ramas; vayamos
a la vid, recurramos al Corazón mismo de nuestro divino Sal­
vador, usque modo non petistis qnidquam in nomine meo? (2):
¿ P or ventura no habéis' pedido cosa alguna en mi nombre ?
Pedid y recibiréis, “ vivo está siempre el Corazón divino para
inierpeiar por nosotros” , abierto perpetuamente su costado para
recibir nuestras súplicas. Recurre al Corazón de Cristo, llama a
la herida de su costado abierto, y experimentarás por ti mismo
la verdad de aquella hermosa promesa. “ Pídem e por el Corazón
de mi amaniísimo H ijo Jesús; por este Corazón fe oiré y alcan­
zarás cnanto me pidas” .

1) E l culto del Corazón de je sú s es culto de santificación.


A sí lo encarece muchas veces Santa M argarita en sus cartas.
L a devoción del Corazón de Jesús, escribe, “ produce una grande
mudanza y fruto, en cuantos se consagran a ella con fe rv o r”
(3); “ no hay camino más breve para llegar a la perfección, dice
en otra parte, que consagrarse enteramente a este divino C ora­
zó n ” (4), y-añade: “ jamás se ha visto tan grande fervor como
el que esta devoción enciende en los-corazones” (5).
N o solamente tiene virtud este culto.para santificar los indi­
viduos, sino singularmente para santificar las congregaciones y
restablecer la. observancia y fom entar la caridad y promover el
fin de su instituto.
Y esta virtud santifteadora de. los individuos y las congre­
gaciones se extiende a las muchedumbres y a las sociedades. Y
es de advertir que la devoción del Corazón divino, como muestra

(1) T ira ., 2, 5.
(2) Joan., 16, 24.
(3) C a rta 51, p.-324.
(4) C a rta 59, .p.344.
(5) V id a y o b ras, id., 3, to aio I I , p arte p rim era, ca rta 132.
DE LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS 535

la experiencia, más que en las aldeas rústicas florece y campea


en Jas grandes urbes y populosas metrópolis. Tanto que es ne­
cesario confesar que la devoción del Corazón divino es la-devo­
ción por excelencia de los- modernos tiempos, y su virtud santi­
ficadora se funda en su misma naturaleza.
L a devoción del -Corazón divino es la devoción del amor, y
no hay nada tan -santificador como el am or; aunque hable las
lenguas de los hombres y de los ángeles, aunque conozca todas
las ciencias y todos los misterios, aunque traslade los montes y
prodigué las limosnas y me precipite a ias hogueras hasta consu­
mirme, si no tuviese caridad nada me aprovecha (x ); ai contra­
rio, del amor toman su eficacia santificadora la limosna y la peni­
tencia y el martirio. Y la devoción del Corazón divino es la
escuela del amor y la devoción por excelencia;del am or; y .p o r­
que es la devoción del amor, es eminentemente santificadora; y
porque es la devoción del amor, es a la vez dulcemente conso­
ladora; porque en la tierra, el amor no puede estar sin dolor;
pero el que am a g o no sufre o ama el sufrim iento y el dolor
amado es dulcísimo dolor. Tal es la devoción del Corazón divi­
no, suma de todas las devociones, cifra de toda santidad, dulcí­
simo y abreviado cumplimiento del precepto del amor, primero
y m áxim o mandamiento de la ley cristiana.
Hemos expuesto la historia, la naturaleza y el culto de la
devoción del Corazón d ivin o; resta exponer brevemente la
práctica de esta devoción.

IV
d® «siea dew@<si®ss

Et Corazón divino se manifestó a Santa M argarita circun­


dado de una triple insignia de su pasión:

La corona.
La cruz.
La herida de la lanza,

Y en esta tríp'e insignia nos reveló la práctica dé su devoción.

(i) i Cor., 13, 3.


536 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

a) E l Corazón de Jesús se manifestó a Santa M argarita


ceñido de la corona. Y la corona del Señor no es de honra, sino
de humillación. H e aquí la 'p rim e ra lección que enseña a sus
devotos el divino C orazón: Discite a me quia mitis sum et hu-
milis cor de. Aprended de mí, no a exponer las ciencias ni a fa ­
bricar los soles ni a resucitar los muertos, sino a ser mansos y
humildes de corazón. Delante del trono del R ey divino no hay
grandes que se cubran su cabeza, ni reyes que se coronen su
diadem a; aun los príncipes mismos de la gloria deponen sus
diademas a sus pies, y humillados exclaman en su presencia:
“ Digno es el Cordero que ha sido sacrificado de recibir honor y
gloria y bendición” (i). u Gloria al Padre, gloria al H ijo , gloria
al Espíritu Santo” , gloria eterna y omnímoda y universal; “ glo­
ria a D ios en el cielo” (2). A l hombre le basta la paz del alma.,
la alegría del corazón, si se quiere, el emolumento y honesta
recom pensa; pero a principalidad, la supremacía, el incienso, la
adoración, “ la honra, la gloria, al R ey de los siglos, inmortal e
invisible, a solo Dios por los siglos de los siglos3> (3).
P ero esta doctrina tan fácil de entender, es difícil de practi­
car ; los hombres se desviven por la gloria, se consumen por la
vanidad; aun San Dositeo, eí humilde eremita, en .el cuidado de
los enfermos, en la limpieza de sus lechos, en el orden de sus
aposentos, sentía, al decir del Padre Rodríguez, eí estímulo de
la complacencia, el aguijón de la vanagloria. San Bernardo, en
la práctica de la predicación, parecía escuchar el número de sus
períodos y la cadencia de sus cláusulas; el hombre caído es
inclinado naturalmente a la van idad; por eso el divino Corazón
nos enseña a sus devotos la oscuridad, el apartamiento, huir
de ía alabanza, no curar nada de la gloría.
P ero esto es la parte negativa de la hum ildad; el Señor no
se limitó a la vida oscura de N azaret, sino que abrazó la muerte
ignominiosa del Calvario. Y a esta humillación invita el Corazón
divino a sus devotos: no solamente a sacudir las flores de las
alabanzas, sino a coronarse con las espinas de su corona. Eos
devotos del Corazón divino visten la librea de su Señor, que es
la púrpura de la ignom inia; estrechan el cetro de su realeza,,

(1) A p o s,, 4, n .
(2) L u c ., 2, 14.
(3) 1 T im ., i , 17. ; .
DE LA DEVOCIÓN AL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS 53?

que es la caña vacía, y coronan la corona de espinas, emblema


del desprecio y de la abyección.

“ siendo ygisal alabanza y gloria de ia diurna m aiestad, por y a n ­


ta r y páreseer m ás actualm ente a Xpo. nuestro Señor, quiero y
elijo m ás pobreza con X po. pobre que rriqueza, approbios con
X po. lleno dellos que honores, y desear m ás deser estim ado por
vano y loco por X po. que prim ero fu é tenido por tal, que por
sabio ny prudente en este m undo.”

E n una palabra, que los verdaderos discípulos del Corazón


divino, profesan la práctica del tercer grado de humildad, que
es a saber,

b) L a segunda insignia con que quiere el Corazón divino


ser venerado, es la cruz, emblema d e l, sufrimiento. “ S i alguno
quiere venir en pos de M í, dice el Señor, niegúese a sí mismot
tome su cruz y sígame” (i). Si quieres ser discípulo del divina
Corazón, gusta el cáliz del Señor, síguele en Getsemaní, acom-
páñale^en el Calvario. N o creas haber comenzado a ser discí­
pulo del divino Corazón si no amas un poco la cruz. E l Corazóñ
de Jesús está crucificado, y los devotos del divino Corazón tie­
nen que estar crucificados por su amor. A m aba al Corazón divi­
no el apóstol que decía: “ Estoy crucificado con Cristo en la
cru z” (2). H e aquí el secreto del divino am or: el amor divino
de la cru z; eí amor de 3a cruz propia, porque es inalienable; el
amor de la cruz íntegra, porque es insustituible; el amor de la*
cruz resignada, en aras del divino amor.
En una palabra, que los devotos del divino Corazón son los
amadores de la cruz, que siendo igual alabanza y gloria de su
divina M ajestad, eligen más el trabajo que el descanso, más el
dolor que el placer, más el sufrim iento que eí regalo, por imi­
tar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, encla­
vado en u n a . cruz por nuestro amor.

o) L a tercera y principa1 insignia del corazón divino es la


herida de la lanza, herida 110 .extrínseca y simbólica, sino íntima
y especificativa. Vinieron- los Soldados y quebraron las piernas

(1) M t, i6, 24.


(2) G al., 2, 19.
EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

de los ladrones que fueron crucificados con Jesús, mas al llegar


a Jesús, como lo vieron muerto, no le cruriquebraron, sino que
uno de los soldados con una lanza abrió su 'costado, y salió ai
punto sangre y agua (i), E l soldado que le alanceó se llamaba
Longinos, la herida, de la lanza fué no leve y superficial, sino
honda y m ortífera, lo que diríamos el golpe de gracia. E l solda­
do quizá, montado a caballo, le hirió en la parte derecha; el
hierro atravesó todo el pecho hasta abrir el corazón; aquel hu­
mor linfático que brotó la herida significa, al decir de los mé­
dicos, que la lanza rasgó el pericardio y penetró en el corazón;
herida postrera del Corazón divino, herida especificativa dei
culto de su a m o r; porque el corazón expresa el amor, la ‘herida
del corazón es la herida de su amor.
L a ley vieja la'escribió el Señor en el Sínaí, la ley nueva en
el C alvario; la -ley .vieja la dictó a sólo los judíos, la ley nueva
a todos los m ortales; la ley vieja prescribió muchos preceptos,
y la ley nueva uno solo, que los comprende a todos; el precepto
del amor único y universal que lo promulgó en la tierra el Señor,
no en láminas de mármol ni de bronces esculpido, sino impreso
en las fibras mismas de su divino Corazón.

d) T al es la devoción clel Corazón divino: último esfuerzo


del divino amor” (2), que a los hombres estragados por las cul­
pas les brinda no ya el agua hecha vino de las bodas, sino el
agua y sangre: de su divino Corazón, -
T al es la devoción del Corazón divino; “ segunda redención
amorosa” (3), que la única y primera la aplica y la renueva
místicamente en el culto de su divino Corazón!
T al es la devoción del Corazón divino: “ novísima señal de
la victoria” (4), no menos drice y salvadora que la insignia
dulcísima de la C ru z; porque la Cruz, aunque dignísima de toda
latría y adoración, enrojecida con la sangre del cordero, divi­
nizada con el contacto del Señor; pero es un trofeo sin calor
ni vida, a1go extrínseco a la humanidad del Redentor, mientras

(1) Joan., 19, 32-34.


(2) S a n ta M a rg a r ita . V id a y obras. E d ició n tercera, p arte segun d a,
c a rta 102, p ág . 433, id. ,
(3) Id., p ág. 566.
(4) E n c íc lic a M iseren tissim u s R edem ptor. A c ta A-post., Sed. X X ,
p. 166.
DE LA DEVOCIÓN AL ^SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS 539

que el Corazón divino es lo más íntimo y entrañable, lo más


vivido y abrasado de la humanidad sacratísima de Jesucristo,
la expresión misma entrañable de su amor.
T al es la devoción, del Corazón divino: “ Devoción del amor,
culto del amor; amor sufrido, amor humilde, amor apostólico,
amor reparador, amor eucarístico, amor humano, amor divino,
amor eterno, todo amor, sólo amor, cumbre y perfección y ple­
nitud y apoteosis del amor” ; porque “ la plenitud de la ley es
el amor” (i), y la plenitud del. amor fluye y rebosa en la fuente
del divino Corazón.
L a cumbre de los ejercicios es la contemplación para alcan­
zar amor, y la devoción del Corazón divino es la práctica más
perfecta del. amor, revelada por Dios, bendecida por la Iglesia,
vulgarizada por la Compañía. L os cuatro puntos de la contem­
plación ignaciana concurren y se aventajan en el culto del divino
C o ra zó n : L a munificencia divina, al Corazón de Dios se refiere :
<(por quien son todas las cosas” (2), “ de cuya plenitud todos
recibirnos” (3). L a inhabitación divina, al Corazón de Cristo se
refiere: u que no subsiste lejos de nosotros” (4) “ y iodo lo sus­
tenta con la virtud de su poder” (5)- L a actividad divina, al C o­
razón de Cristo se refiere, que no sólo se hubo con nosotros " a
modo de laborante” , sino que trabajó y sufrió y murió encla­
vado en una cruz por nuestro amor. L a preeminencia y causa­
lidad divina, al Corazón de Cristo se refiere, que por subsistir en
la persona del V erbo es la primera causa eficiente, ejemplar,
final, per feotísima, -preveniente y universal de todas las cria­
turas.
De lo dicho se deduce que ninguna otra práctica más ignacia­
na que el culto del divino C o razó n ; que la contemplación para
alcanzar amor es una invitación ferviente al culto del divino Co­
razón; que el culto del Corazón divino es el blanco de la ascéti­
ca ignaciana, la más segura garantía de. su perseverancia, el
más excelente fruto de los ejercicios espirituales. íl'P o r eso,
mientras peregrinamos en la tierra, amemos, redamemos, abra-

(1) R o m ., 13, 10.


(2) Joan., r, 3.
(3) Joan., 1, ió .
(4) A c t., 17, 27.
(5) H e b r., 1, 3.
540 EJERCICIOS DE SAN IGNACIO.— DÍA OCTAVO

■cemos con todas nuestras fuerzas a nuestro amor herido, a quien


rasgaron impíos labriegos las m anos,. los pies, el costado y el
corazón; permanezcamos fijos a su lado, para que nuestro cora­
zón duro e impenitente se adhiera con el vínculo de su amistad
y se vulnere con el dardo de su am or” (5). A s í sea.

(5) San B e rn ard o , loco citato.


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A. P E .N D I C E PRIMERO

LECTURAS

L E C T U R A S DÉ' É JE R Q C & O S

En ios E je r c ic io s se suelen p ra ctica r o rd in ariam en te dos gén eros


de le c tu ra s : ía lectu ra del com edor y la lectu ra p articu lar, p ública o
p riv a d a . P a r a ía lectu ra del com edor, no pocos p refieren las vid as de
los S a n to s, por su sin g u la r interés y fa cilid a d . Si algun o p refiriese
le c tu ra clá sic a y especialm ente acom odada al curso de las m editaciones,
le o fre c e m o s a continuación el cu ad ro de le c tu ra para el com edor que
n os h a p ro cu rad o el em inente y piadoso p u blicista P. A n to n io P é re z
G o ye n a , S . J.

1
L e c t u r a d e r e f e c t o r i o (P , G ra n a d a )

P r im e r día: ‘'‘ G u ía de p eca d o re s” , ca p ítu lo s I I y I I I - i.°

Segando día: “ M em o ria l de la V id a c r is tia n a ” , T ra ta d o 2.0, ca p í­


tu lo s II y III h asta el p á r ra fo ó.° e x c lu siv e , de donde se pasa al
ca p ítu lo IV y V,

T e r c e r d ía : “ M e m o ria l” , T ra ta d o i.°, cap ítu lo I, con todos los p á ­


r r a fo s . “ 'Guía de p e ca d o re s ” , segun d a p arte, del lib ro I, cap ítu lo X X I I I ,

Cu arto día: “ A d icio n e s al M e m o ria l de la V id a cristian a.— M e d ita ­


ciones m u y d e v o ta s ” , capítu lo s I, I I , I I I , I V , . & .— In titú len se las m e­
d ita c io n e s: “ S o b re algun os pasos y m isterios p rin cip ales de la V id a de
N u e s tro S eñ o r” .

Q u in to día: “ A d ic io n e s ” .— “ M e d ita c io n e s ” , capítulo V: “ D e l n aci­


m iento g lo r io s o de n uéstro S a lv a d o r ” .-
— 544 —

S e x to día: “ A d ic io n e s ” .— “ M e d ita c io n e s ” , capítulo X I: “ De cóm o


s e perdió el N iñ o J esú s de edad de doce a ñ o s ” .
Séptimo día: “ A d ic io n e s ” .'— “ M e d ita c io n e s ” , cap ítu lo X X I V ; o s e a :
“ S íg u e se la H is to r ia de la Sagrad a pasión ” , sacad a de ún serm ó n
d e vo tísim o de S a n B e rn a rd o .
Octavo día: “ A d ic io n e s ” .— “ M e d ita cio n e s ” , ca p ítu lo X X X I X : “ M e­
d ita c ió n p rim era de ía triu n fa n te R e s u rr e c c ió n ” .

N oche: “ M e m o ria l de la V id a c r is tia n a ” , T ra ta d o 7.0 ; “ D e l am o r


de D io s ” .

C om o es práctica de m uchas Com unidades com enzar la lectura del com e­


d o r con un capítulo acom odado de la Escritura, ofrecem os a continuación
e l breve cuadro de la lectura de la Escritura,:

p ía 'i.° .................. Génesis, I, 1-31.


Génesis, I I , 1-25.
D ía 2.0 ................ ........ Génesis, III, 1-24.
San Lúeas, X V I , 19-31.
D ía 3.0 ......................... San Lucas, X I I I , 6-30.
San Lucas, X V , 11-32.
D ía 4 * ...................... San Lucas, I, 26-38.
San Lucas, II, 1-35.
D ía 5.0 ......................... San Lucas. II, 40-52.
San Lucas, IV , 1-30.
D ía 6.° ......................... San Lucas, V I, 17- 49-
San Lucas, X V I I I , 1 -4 3 .
D ía 7.0 ......................... San Juan, X V , 1-27.
San Juan, X J X , 25-42.
D ía 8.* ......................... San Juan; X X , 1-31.
San Juan, X X I , 1-25.
(C on f. “ A gu stí” , “ L ecturas")
II

Lectura particular

E n los E je r c ic io s se suele fre c u e n ta r la lectu ra p articu lar, p rivad a


o .pública,. H a n e scrito obras exp re sam e n te acom odadas para í'a lectu ra
de E je rc ic io s , los sigu ien tes, en tre o tro s que sep am o s:

El P. L u is de la P a lm a : “ C am in o e s p iritu a l” .
El P . C . R o s ig n o ü : “ V e r d a d e s E te r n a s ” .
El P . R . V ila r if io : “ C am in o s de V id a ”,
El P , L . V e le c io : “ E je r c ic io s e sp iritu a le s” .
El P . N . B u c c e r o n i: “ E je r c i c i o s ” (señala lecturas).

A estos au to res rem itim os al lecto r, y a los ascetas españoles tan


acom odados p ara E je r c ic io s .
Y porque es p ra ctica de m uchos com enzar la lectu ra de E je r c ic io s
con un cap ítu lo del lib ro “ D e la Im ita ció n de C r is to " , de que fu é d e v o ­
tísim o San Ig n a cio , o fre ce m o s a con tin uación un cuadro de dichos c a ­
pítulos, acom odado al cu rso de las m editaciones ( C f, A g u s tí, E j e r c ic io s ) :

D ía i.° ............. L ib r o 3.0 C ap ítu lo I X ,


” 3® ” X V I.
D ía 2.0 ..................... ” 3® ” X IV .
w I .° í? X X I.
D ía 3.0 ..................... " i-° ” X X III.
” I .° ” X X IV ,
D ía 4.0 ..................... ” 2.0 ” I.
” 2.0 ” V II y V III.
D ía 5.0 ..................... ” Vo ” X II.
” 3-° ” X III.
D ía 6.° ...........'.... ” 3.0 ” L V IL
” 3-° ” XXV.
D ía 7.0 2.0 ” X II.
D ía 8.° ..................... ” 3*0 ” X L V IIX y X L IX .

35
- 546

APENDICE SEGUNDO

HORARIOS

■ H o ra rio d® l a C a s a d e l o s P P , d e t e r c e r a p r o b a c i ó n d e M a n r e s a

M añana T arde

5 L ev a n ta rse . O fre cim ie n to . ,1,3o D escan so.


5.30 M ed itació n . 2,15 V is ita . V ísp . y C om pl.
6.30 M isa , desayun o, e x a m en de 2.45 Pu ntos.
la m editación, horas'. 3 M ed itació n ,
9 P u ntos. 4 E xam en.
9,15 M ed ita ció n . 4 ,3 0 M a itin es et L au d es.
10,15 E x am en . 5 P a seo en silencio. V is ita de
10,30 T iem p o libre. altares.
11 P lá tica . 5,30 Puntos.
í'1,30 E x a m e n de con cien cia. 5.45 M editación .
11,45 L etan ía s. 0,45 E x am e n .
12 C om ida. 7 T iem p o libre.
7.45 P u ntos.
8 Cena.
9 E x am e n . V is ita . A c o sta rs e .

H o r a r io d e l N o v ic ia d o d e L o yo la

M añana ’ T arde

6 L ev an tarse . 1.15 S iesta .


6.30 M ed ita ció n . 2.15 V is ita de altares. V ís p e ra s .
7.30 E x am e n . M a itin e s .-
7,45 M isa. 3.15 P u n tos. ■
8.30 D esayu n o , . 3,30 M editación .
54? —

M añana T arde

9 P u n to s. 4.30 E xam en.


9,15 M ed itació n . 4.45 M erienda.
10, r s E xam en. 5 P a seo en silencio,
10.30 T iem p o libre. 5.45 T iem p o libre.
j1 P lá tic a . 6.15 Pu ntos.
11.30 E xam en. 6.30 M ed itació n .
ii ,4S L etan ía s. 7.30 E x am en .
12 C o m ida. 7.45 T iem p o libre.
7,55 Cena.
9 .. T iem p o libre.
9.15 P u n to s, exam en .

Horario de los C asas de Ejercicios de Pamplona y lú d ela


de Cristo"Rey:

M añana T arde

5,45 L ev a n ta rse . 2,45 V ía -C r u c is . E xam en p rá c ­

6,15 M e d ita ció n , tico .

7 S a n ta M isa . 3, i 5 T iem p o libre.

8tiS D esayu n o . 4,30 T iem p o líbre.

9- L e c tu r a . ■5 M erien d a. P a se o en silencio.
9>30 T ie m p o libre. ó M ed ita ció n .
10 M ed ita ció n . 7,45 R o sa rio .
11 T iem p o libre. 8 C ena. V is ita .
12 C o m id a. V is ita , D escan so.
I N D I C E

Páginas

P rólogo ........................................................................................................................ 5

P R IM E R A S E M A N A

primer®
M editación 1®— Principio y fundam ento .................................. 8
Id. 2 — Fi n de las criaturas ........................... 17
Id. 3.a— Indiferencia .........................................................................................27
Id . 3.“— Del pecado ....... 36
Instrucción i.,a— Anotaciones .......................... v .................... 52

©fea s o m e t e
M editación 5.“— L os pecados propios ............................................................ 65
Id. 6.a— Vileza del pecador ................................................................ 75
Id, 7.a— D el infierno ......................................................................... 83
Id . 8.a-— D el infierno ........................................................................... ■ PS
Instrucción 2.a— Del examen particular y general de conciencia ......... io 4

,¡Mea fereer©
M editación p,®— De ¡a eternidad ................... 119
Id. xo.a— M editación de la muerte .............................. 127
Id . 11.a— D el juicio universal ................................ 137
Id . i2 .B— Parábola del hijo pródigo ......................................................... 151
Instrucción 3.a— Confesión general con la com unión ............................... 164

SEG U N D A SEM A N A

Dfa «ararte
M editación 13®— D el R eino de Cristo .................................................. 173
Id. 14 a— D e la Encarnación .............................................................. *97
Id , 15.®— D el N acim iento ...................................................................... 206
Id . i ó,®— D e la A doración de los M ago s .............. 218
Instrucción 4®-— D e la penitencia .................................................................... 227
— 550 —

Dfa quinto Páginas

Meditación 17 *— De la Purificación ........................................................ 237


Id. i8.:a— De la vida oculta'dei Señor ................................................. 247
Id. ig.a— De la venida de Jesús al templo cuando era de doce
años ....................... ■
............................... 256
Id. 20.a— De dos banderas ...................... ....... 266
¡strucción 5.a— De la oración .................................................................. 287

Dfa
íeditación 21.a— Segunda bandera .................................... 3^9
Id. -22.a— De binarios ................................................ 33°
Id. 23.a— Grados de humildad ........ 349
Id. 24.'*— 'Del llamamiento de los Apóstoles ............................... 383
istrucción 6.a— De la elección .......... 388

TER CERA-SEM AN A. . ..................

Dio ©épfliífis©
íeditación 25.a— Oración del huerto ...................... 405
Id. 2ó;a— El proceso del Señor ................................................. 419
Id. 27.“— La Cruz a cuestas................ 433
Id. 20?— L os misterios hechos en la Cruz ................................. 441
nstrucción 7.a— De la devoción a ia Santísima Virgen ..................... 45* .

CUARTA SEM ANA

©Isa octavo
Meditación 29.a— La Resurrección ............................. 459
.Id. 30.a— Los discípulos de Emaús ................ 473
Id. 31.a— De la Ascensión de Cristo Nuestro Señor ............... 480
Id. ■ 32.a— Contemplación para alcanzar amor ........................... 49*
instrucción 8.a— De la devoción alsacratísimo Corazón de Jesús ... 517

Apéndices.— Lecturas. Horarios ....................................... 54*

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