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EL RETORNO DE LA
PATRIA FINANCIERA
DOSSIER TEMÁTICO
ANTICIPO DEL ATLAS DE ARGENTINA, LA DEMOCRACIA INCONCLUSA
La fiebre de la deuda
Por Pablo Stancanelli
En unas semanas sale el nuevo Atlas de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
dedicado a analizar los fracasos, logros y desafíos de Argentina desde el retorno de la
democracia en los ámbitos político, económico, internacional, social y cultural.
i hay un dispositivo que condicionó la autonomía y el desarrollo de la joven
democracia argentina, éste ha sido por lejos el de la deuda externa. Piedra
angular del neoliberalismo a ultranza impuesto por la dictadura cívico-militar
a partir del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, fundó un ciclo vicioso de
empobrecimiento, saqueo y destrucción del aparato productivo del país, que
culminó en diciembre de 2001 en una de las mayores crisis económicas y
sociales de la historia nacional.
Desde la posguerra, la deuda externa constituyó una palanca de presión de los organismos
financieros internacionales –principales prestamistas hasta los años 70– para influir en las
decisiones domésticas de las economías en desarrollo. Este mecanismo se exacerbó tras el
abandono del patrón oro por parte de Estados Unidos (1971) y la crisis petrolera mundial
(1973), cuando una lluvia de dólares inundó los mercados periféricos ajustando los
engranajes de una nueva economía transnacional basada en la valorización financiera.
Argentina, como el resto de América Latina, se sumó a ese festival de liquidez que derivó en
repetidas crisis de la deuda en la región y el resto del mundo.
Sin embargo, como explica Mario Rapoport en Las políticas económicas de la Argentina.
Una breve historia (Booket, 2010), su caso fue en cierto modo único. Si hasta ese momento,
el endeudamiento externo local se vinculaba con las necesidades de la economía real y la
consolidación del segundo proceso de sustitución de importaciones, a partir de 1976 la deuda
externa sufrió mutaciones radicales, cuantitativas y cualitativas, al servicio de la imposición
de un modelo económico de disciplinamiento social basado en la acumulación y la
especulación rentístico-financiera, que constituyó una “política económica deliberadamente
destructiva” de la producción nacional. Desde la asunción de José Alfredo Martínez de Hoz
como ministro de Economía de la dictadura, contrariamente a otros países como Brasil que
se endeudaron para completar su proceso de industrialización, el Estado argentino lo hizo
para “solventar la especulación, la fuga de capitales, la compra de armamento y la demanda
de consumo” importado, favoreciendo a las élites agrarias y los grandes grupos económicos
y financieros. La dictadura constituyó así una suerte de proteccionismo invertido, en
desmedro de la industria local y el movimiento obrero, que inauguró una larga era de
“movilidad social descendente”, raíz de un núcleo estructural de pobreza difícil de erradicar.
Se trató de un punto de inflexión en las políticas económicas argentinas que, según el
documento “Deuda externa, fuga de capitales y restricción externa. Desde la última dictadura
militar hasta la actualidad” del Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la
Argentina (CEFID-AR) –un centro de investigación económica heterodoxo dependiente de
tres bancos públicos cerrado por el gobierno de Mauricio Macri en enero de 2016–, implicó
un viraje drástico del endeudamiento externo tanto en lo que respecta a las características de
los deudores y los acreedores externos, como a la dimensión y el rol de la deuda en la
economía.
Por una parte, las grandes empresas privadas oligopólicas se endeudaron de forma
“inusitada”. No para financiar inversión o capital de trabajo, sino para realizar colocaciones
en el mercado financiero local, aprovechando el diferencial entre las muy bajas tasas de
interés internacionales y las altas tasas locales, para fugar las ganancias obtenidas. Lo
perverso fue que el Estado argentino impulsó este proceso desregulando por completo las
tasas de interés y los movimientos de capitales, y luego se sometió al mismo, endeudándose
y obligando a las empresas estatales a hacer lo mismo para proveer las divisas que saldrían
del país; estatizando la deuda privada en sucesivas etapas a través de seguros de cambio, lo
que permitía reanudar el ciclo sin que estalle y, sobre todo, potenciar el negociado, ya que las
necesidades crecientes de endeudamiento para cubrir los intereses y los vencimientos en una
economía en contracción y con altos niveles de inflación generaban una rentabilidad cada vez
mayor debido al constante incremento de las tasas locales. A modo de ejemplo, destaca
Rapoport que en el período 1980-1982 se fugaron del país entre 16.000 y 22.000 millones de
dólares, una cifra equivalente o superior al incremento de stock de deuda externa en ese
trienio (16.481 millones de dólares) y al de la deuda privada (14.836 millones de dólares).
Por otra parte, los organismos financieros internacionales fueron dejando su lugar de
acreedores mayoritarios a los grandes bancos transnacionales para convertirse en lobbistas
de las finanzas y presionar, ya con mayor peso, a los sucesivos gobiernos democráticos para
que implementaran políticas de ajuste y liberalización que permitieran sostener la capacidad
de pago y la salida de divisas. Fue el caso de los Planes Baker (1985) y Brady (1989); este
último vino a legitimar y atomizar una deuda criminal, al convertir las acreencias de los
grandes bancos en bonos negociables en los mercados financieros.
Un desenlace traumático
La democracia argentina, que enfrentaba en su retorno obstáculos gigantescos en todos los
ámbitos, ingresó entonces en un sendero económico estrecho, en el que las posibilidades de
desarrollo social e industrial se encontraban severamente restringidas por los vencimientos
de los intereses de la deuda y la creciente fuga de capitales, reflejo de la escasa predisposición
a colaborar de los organismos financieros y los grupos económicos beneficiados por la
dictadura. Las pujas sobre el tipo de cambio y las tasas de interés y la escasez estructural de
divisas generaron presiones inflacionarias y ajustes permanentes que sólo lograban
retroalimentar la espiral. El régimen de Convertibilidad implementado en 1991 por Domingo
Cavallo, artífice de la estatización de la deuda privada en 1982, devolvió cierta estabilidad a
la economía. Pero en un nuevo marco de liberalización de la economía y los movimientos de
capitales, de privatización corrupta de las empresas públicas –otra forma de generar divisas
listas para ser fugadas–, el alto valor ficticio de la moneda local, atada al dólar, redundó en
una nueva fase de desindustrialización, especulación y desempleo, cuyos déficits económicos
sólo podían ser superados por la vía de mayor endeudamiento y precarización de la
población.
El desenlace no podía ser más que traumático. Obsesionado por mantener a toda costa la
paridad con el dólar, el funesto gobierno de Fernando de la Rúa profundizó el recorte social
y el endeudamiento externo, en medio de fuertes presiones devaluadoras y dolarizadoras que
reflejaban las disputas de intereses en la cúpula económica. Ante la inminencia del colapso,
recurrió nuevamente a los organismos financieros internacionales y a Cavallo. Los primeros
ofrecieron un costoso blindaje financiero y un fraudulento megacanje que pusieron
nuevamente a disposición las divisas para que los grandes grupos concentrados fugaran del
país alrededor de 30.000 millones de dólares en 2001, hasta que el segundo, presa de la
desesperación, acorraló las cuentas bancarias de los pequeños ahorristas, profundizando la
depresión económica y desatando la revuelta social que llevó a la caída del gobierno y, el 24
de diciembre de ese año, a una aclamada declaración de cesación de pagos.
Desendeudamiento y después...
La crisis provocada por el estallido de la convertibilidad, y la consecuente devaluación del
peso, implicó un nuevo incremento de la deuda externa, debido al reordenamiento del
sistema financiero. Pero a partir de 2003, con la llegada al poder del kirchnerismo, Argentina,
convertida en un paria de los mercados financieros internacionales, emprendió una política
forzosa de desendeudamiento externo que, sumada a la capacidad de producción ociosa, los
salarios reducidos y el incremento de las cotizaciones de los commodities, le permitió
retomar la senda del crecimiento y la reindustrialización.
En base al ahorro interno –lo que Aldo Ferrer denominaba “vivir con lo nuestro”– y a un
equilibrio fiscal paradójicamente alcanzado con medidas heterodoxas, el país pudo
prescindir de los “mercados” y los organismos internacionales. En ese proceso, Argentina
llevó a cabo dos canjes (2005 y 2010) de la deuda pública en default (81.800 millones de
dólares) que implicaron una de las mayores reestructuraciones de la historia, con una
aceptación del 92,2% y una quita nominal superior al 40% (la quita real fue menor). A su vez,
canceló con reservas (2005) la deuda con el Fondo Monetario Internacional (9.800 millones
de dólares), desligándose de sus condicionamientos. Pero no sólo se redujo el peso de la
deuda en relación al Producto Interno Bruto (146% en 2002, 41% en 2013), también se
modificó sustancialmente el perfil de la misma. Por un lado, la nueva deuda fue mayormente
intra-sector público (la estatización de las AFJP en 2008 profundizó ese proceso). Por otro,
su denominación en divisas se redujo sustancialmente en favor de una mayor deuda en pesos.
Esto no impidió que prosiguiera una importante fuga de capitales, ya no ligada al
endeudamiento sino a la concentración y extranjerización de la economía, lo que sumado a
las presiones inflacionarias y las necesidades de divisas provocadas por la industrialización y
el déficit energético llevó a que el país buscara normalizar su relación con los mercados y
estableciera restricciones que generaron todo tipo de maniobras especulativas. Se alcanzó un
acuerdo con el Club de París (2014), pero la cesión de soberanía implícita en los contratos de
la deuda permitió que un reducido grupo de holdouts (quienes rechazaron el canje),
conocidos como fondos buitre pues se trata de fondos especulativos de capital de riesgo
dedicados a comprar deuda de Estados en crisis o default a muy bajo precio para luego litigar
por su valor nominal, jaquearan al Estado argentino ante la justicia estadounidense. El
gobierno se negó a cumplir la sentencia e impulsó con éxito en Naciones Unidas una
resolución de principios para la renegociación de deudas públicas.
La victoria de Cambiemos en las elecciones presidenciales de 2015 implicó un preocupante
retroceso en este sentido. El gobierno de Mauricio Macri, partidario del regreso a los
mercados para aprovechar las relativas bajas tasas internacionales (contrariamente a las
locales), volvió a optar por el financiamiento externo para pagarles a los fondos buitre y
cubrir el creciente défícit público, endeudándose en casi 50.000 millones de dólares en un
año de gestión. La relación entre deuda y PIB, que ya venía creciendo en los últimos dos años
del kirchnerismo, sube peligrosamente, y las nuevas acrencias son contraídas mayormente
con privados externos y en moneda extranjera. Mientras tanto, se han liberalizado por
completo los movimientos de capitales y la fuga de divisas se incrementó un 118% en 2016.
Una historia conocida...
Fuentes: Eduardo Basualdo (coord.), ”Deuda externa, fuga de capitales y restricción externa.
Desde la última dictadura hasta la actualidad”, CEFID-AR, abril de 2015; Mario Rapoport,
Las políticas económicas de la Argentina. Una breve historia, Booket, 2010.
UNA RADIOGRAFÍA DEL MODELO ECONÓMICO