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LE MONDE DIPLOMATIQUE N°215 – MAYO 2017

EL RETORNO DE LA
PATRIA FINANCIERA
DOSSIER TEMÁTICO
ANTICIPO DEL ATLAS DE ARGENTINA, LA DEMOCRACIA INCONCLUSA

La fiebre de la deuda
Por Pablo Stancanelli

En unas semanas sale el nuevo Atlas de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
dedicado a analizar los fracasos, logros y desafíos de Argentina desde el retorno de la
democracia en los ámbitos político, económico, internacional, social y cultural.
i hay un dispositivo que condicionó la autonomía y el desarrollo de la joven
democracia argentina, éste ha sido por lejos el de la deuda externa. Piedra
angular del neoliberalismo a ultranza impuesto por la dictadura cívico-militar
a partir del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, fundó un ciclo vicioso de
empobrecimiento, saqueo y destrucción del aparato productivo del país, que
culminó en diciembre de 2001 en una de las mayores crisis económicas y
sociales de la historia nacional.
Desde la posguerra, la deuda externa constituyó una palanca de presión de los organismos
financieros internacionales –principales prestamistas hasta los años 70– para influir en las
decisiones domésticas de las economías en desarrollo. Este mecanismo se exacerbó tras el
abandono del patrón oro por parte de Estados Unidos (1971) y la crisis petrolera mundial
(1973), cuando una lluvia de dólares inundó los mercados periféricos ajustando los
engranajes de una nueva economía transnacional basada en la valorización financiera.
Argentina, como el resto de América Latina, se sumó a ese festival de liquidez que derivó en
repetidas crisis de la deuda en la región y el resto del mundo.
Sin embargo, como explica Mario Rapoport en Las políticas económicas de la Argentina.
Una breve historia (Booket, 2010), su caso fue en cierto modo único. Si hasta ese momento,
el endeudamiento externo local se vinculaba con las necesidades de la economía real y la
consolidación del segundo proceso de sustitución de importaciones, a partir de 1976 la deuda
externa sufrió mutaciones radicales, cuantitativas y cualitativas, al servicio de la imposición
de un modelo económico de disciplinamiento social basado en la acumulación y la
especulación rentístico-financiera, que constituyó una “política económica deliberadamente
destructiva” de la producción nacional. Desde la asunción de José Alfredo Martínez de Hoz
como ministro de Economía de la dictadura, contrariamente a otros países como Brasil que
se endeudaron para completar su proceso de industrialización, el Estado argentino lo hizo
para “solventar la especulación, la fuga de capitales, la compra de armamento y la demanda
de consumo” importado, favoreciendo a las élites agrarias y los grandes grupos económicos
y financieros. La dictadura constituyó así una suerte de proteccionismo invertido, en
desmedro de la industria local y el movimiento obrero, que inauguró una larga era de
“movilidad social descendente”, raíz de un núcleo estructural de pobreza difícil de erradicar.
Se trató de un punto de inflexión en las políticas económicas argentinas que, según el
documento “Deuda externa, fuga de capitales y restricción externa. Desde la última dictadura
militar hasta la actualidad” del Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la
Argentina (CEFID-AR) –un centro de investigación económica heterodoxo dependiente de
tres bancos públicos cerrado por el gobierno de Mauricio Macri en enero de 2016–, implicó
un viraje drástico del endeudamiento externo tanto en lo que respecta a las características de
los deudores y los acreedores externos, como a la dimensión y el rol de la deuda en la
economía.
Por una parte, las grandes empresas privadas oligopólicas se endeudaron de forma
“inusitada”. No para financiar inversión o capital de trabajo, sino para realizar colocaciones
en el mercado financiero local, aprovechando el diferencial entre las muy bajas tasas de
interés internacionales y las altas tasas locales, para fugar las ganancias obtenidas. Lo
perverso fue que el Estado argentino impulsó este proceso desregulando por completo las
tasas de interés y los movimientos de capitales, y luego se sometió al mismo, endeudándose
y obligando a las empresas estatales a hacer lo mismo para proveer las divisas que saldrían
del país; estatizando la deuda privada en sucesivas etapas a través de seguros de cambio, lo
que permitía reanudar el ciclo sin que estalle y, sobre todo, potenciar el negociado, ya que las
necesidades crecientes de endeudamiento para cubrir los intereses y los vencimientos en una
economía en contracción y con altos niveles de inflación generaban una rentabilidad cada vez
mayor debido al constante incremento de las tasas locales. A modo de ejemplo, destaca
Rapoport que en el período 1980-1982 se fugaron del país entre 16.000 y 22.000 millones de
dólares, una cifra equivalente o superior al incremento de stock de deuda externa en ese
trienio (16.481 millones de dólares) y al de la deuda privada (14.836 millones de dólares).
Por otra parte, los organismos financieros internacionales fueron dejando su lugar de
acreedores mayoritarios a los grandes bancos transnacionales para convertirse en lobbistas
de las finanzas y presionar, ya con mayor peso, a los sucesivos gobiernos democráticos para
que implementaran políticas de ajuste y liberalización que permitieran sostener la capacidad
de pago y la salida de divisas. Fue el caso de los Planes Baker (1985) y Brady (1989); este
último vino a legitimar y atomizar una deuda criminal, al convertir las acreencias de los
grandes bancos en bonos negociables en los mercados financieros.
Un desenlace traumático
La democracia argentina, que enfrentaba en su retorno obstáculos gigantescos en todos los
ámbitos, ingresó entonces en un sendero económico estrecho, en el que las posibilidades de
desarrollo social e industrial se encontraban severamente restringidas por los vencimientos
de los intereses de la deuda y la creciente fuga de capitales, reflejo de la escasa predisposición
a colaborar de los organismos financieros y los grupos económicos beneficiados por la
dictadura. Las pujas sobre el tipo de cambio y las tasas de interés y la escasez estructural de
divisas generaron presiones inflacionarias y ajustes permanentes que sólo lograban
retroalimentar la espiral. El régimen de Convertibilidad implementado en 1991 por Domingo
Cavallo, artífice de la estatización de la deuda privada en 1982, devolvió cierta estabilidad a
la economía. Pero en un nuevo marco de liberalización de la economía y los movimientos de
capitales, de privatización corrupta de las empresas públicas –otra forma de generar divisas
listas para ser fugadas–, el alto valor ficticio de la moneda local, atada al dólar, redundó en
una nueva fase de desindustrialización, especulación y desempleo, cuyos déficits económicos
sólo podían ser superados por la vía de mayor endeudamiento y precarización de la
población.
El desenlace no podía ser más que traumático. Obsesionado por mantener a toda costa la
paridad con el dólar, el funesto gobierno de Fernando de la Rúa profundizó el recorte social
y el endeudamiento externo, en medio de fuertes presiones devaluadoras y dolarizadoras que
reflejaban las disputas de intereses en la cúpula económica. Ante la inminencia del colapso,
recurrió nuevamente a los organismos financieros internacionales y a Cavallo. Los primeros
ofrecieron un costoso blindaje financiero y un fraudulento megacanje que pusieron
nuevamente a disposición las divisas para que los grandes grupos concentrados fugaran del
país alrededor de 30.000 millones de dólares en 2001, hasta que el segundo, presa de la
desesperación, acorraló las cuentas bancarias de los pequeños ahorristas, profundizando la
depresión económica y desatando la revuelta social que llevó a la caída del gobierno y, el 24
de diciembre de ese año, a una aclamada declaración de cesación de pagos.
Desendeudamiento y después...
La crisis provocada por el estallido de la convertibilidad, y la consecuente devaluación del
peso, implicó un nuevo incremento de la deuda externa, debido al reordenamiento del
sistema financiero. Pero a partir de 2003, con la llegada al poder del kirchnerismo, Argentina,
convertida en un paria de los mercados financieros internacionales, emprendió una política
forzosa de desendeudamiento externo que, sumada a la capacidad de producción ociosa, los
salarios reducidos y el incremento de las cotizaciones de los commodities, le permitió
retomar la senda del crecimiento y la reindustrialización.
En base al ahorro interno –lo que Aldo Ferrer denominaba “vivir con lo nuestro”– y a un
equilibrio fiscal paradójicamente alcanzado con medidas heterodoxas, el país pudo
prescindir de los “mercados” y los organismos internacionales. En ese proceso, Argentina
llevó a cabo dos canjes (2005 y 2010) de la deuda pública en default (81.800 millones de
dólares) que implicaron una de las mayores reestructuraciones de la historia, con una
aceptación del 92,2% y una quita nominal superior al 40% (la quita real fue menor). A su vez,
canceló con reservas (2005) la deuda con el Fondo Monetario Internacional (9.800 millones
de dólares), desligándose de sus condicionamientos. Pero no sólo se redujo el peso de la
deuda en relación al Producto Interno Bruto (146% en 2002, 41% en 2013), también se
modificó sustancialmente el perfil de la misma. Por un lado, la nueva deuda fue mayormente
intra-sector público (la estatización de las AFJP en 2008 profundizó ese proceso). Por otro,
su denominación en divisas se redujo sustancialmente en favor de una mayor deuda en pesos.
Esto no impidió que prosiguiera una importante fuga de capitales, ya no ligada al
endeudamiento sino a la concentración y extranjerización de la economía, lo que sumado a
las presiones inflacionarias y las necesidades de divisas provocadas por la industrialización y
el déficit energético llevó a que el país buscara normalizar su relación con los mercados y
estableciera restricciones que generaron todo tipo de maniobras especulativas. Se alcanzó un
acuerdo con el Club de París (2014), pero la cesión de soberanía implícita en los contratos de
la deuda permitió que un reducido grupo de holdouts (quienes rechazaron el canje),
conocidos como fondos buitre pues se trata de fondos especulativos de capital de riesgo
dedicados a comprar deuda de Estados en crisis o default a muy bajo precio para luego litigar
por su valor nominal, jaquearan al Estado argentino ante la justicia estadounidense. El
gobierno se negó a cumplir la sentencia e impulsó con éxito en Naciones Unidas una
resolución de principios para la renegociación de deudas públicas.
La victoria de Cambiemos en las elecciones presidenciales de 2015 implicó un preocupante
retroceso en este sentido. El gobierno de Mauricio Macri, partidario del regreso a los
mercados para aprovechar las relativas bajas tasas internacionales (contrariamente a las
locales), volvió a optar por el financiamiento externo para pagarles a los fondos buitre y
cubrir el creciente défícit público, endeudándose en casi 50.000 millones de dólares en un
año de gestión. La relación entre deuda y PIB, que ya venía creciendo en los últimos dos años
del kirchnerismo, sube peligrosamente, y las nuevas acrencias son contraídas mayormente
con privados externos y en moneda extranjera. Mientras tanto, se han liberalizado por
completo los movimientos de capitales y la fuga de divisas se incrementó un 118% en 2016.
Una historia conocida...
Fuentes: Eduardo Basualdo (coord.), ”Deuda externa, fuga de capitales y restricción externa.
Desde la última dictadura hasta la actualidad”, CEFID-AR, abril de 2015; Mario Rapoport,
Las políticas económicas de la Argentina. Una breve historia, Booket, 2010.
UNA RADIOGRAFÍA DEL MODELO ECONÓMICO

Rumbo claro, límites crecientes


Por Francisco J. Cantamutto y Martín Schorr*

El análisis frío de los datos confirma que el programa económico de apertura y


desregulación beneficia a sectores como el agro, la minería y las finanzas, que generan
pocos empleos y escaso derrame. Las crecientes movilizaciones sociales, que desaceleran
este proceso, no consiguen sin embargo un cambio de rumbo.
l gobierno de Cambiemos cumplió la tercera parte de su mandato
constitucional. ¿Cuál es su modelo económico? Los datos oficiales permiten
identificar un rumbo claro aunque no exento de contradicciones. No deben
confundirse los titubeos y los pedidos de disculpas con una falta de
orientación; ocurre que el rumbo elegido encuentra trabas sociales que,
aunque le hacen modificar el ritmo, no consiguen cambiar la dirección. Tal
como revelan las palabras del ministro Esteban Bullrich en la Academia
Nacional de Educación, la estrategia del gobierno consiste en poner múltiples
políticas en marcha para que las organizaciones sociales no puedan contestar a todas a la vez.
De este modo, aun si una iniciativa específica encuentra escollos, el conjunto del programa
avanza.
Los ejes centrales de este rumbo son la apertura y la desregulación de la economía, que
producen un severo ajuste social. No se trata del abandono del rol regulatorio del Estado,
sino de su orientación en un sentido específico a favor de intereses sectoriales bien concretos.
Los últimos datos disponibles indican que en 2016 se produjo una recesión del 2% respecto
del año anterior.
Pero no todos los sectores sufren igual. Por un lado, se destacan un puñado de rubros que
resultan ampliamente favorecidos por la orientación de la política económica desplegada
desde el inicio del nuevo gobierno: el sector agropecuario, la intermediación financiera, la
explotación de minas y canteras y la prestación de servicios públicos (electricidad, gas, agua
y transporte). La consolidación estructural de estas actividades contrasta con el retroceso
experimentado por la construcción y la industria manufacturera (ver Cuadro 1). Se trata
justamente de las actividades que más empleo generan (o, como sucede ahora, que más
empleo destruyen). La desocupación informada (próxima al 8%) combina una importante
destrucción de empleo privado con cierto “efecto desaliento” entre quienes buscan trabajo y
ya no lo hacen, junto a la creación de puestos en el Estado, que evitó un deterioro aun mayor
del índice.
Con la ventaja del tiempo transcurrido se puede inferir lo que significaba la “reinserción de
Argentina en el mundo” que predicaba en campaña el actual gobierno. Se trata de un enfoque
que resalta las ventajas comparativas estáticas, sesgando la producción hacia sectores con
mayor productividad relativa a partir de la abundancia de recursos naturales, junto a ciertas
actividades protegidas en el sector servicios. Este es el cuadro sectorial de ganadores y
perdedores.
Apertura
La apertura de la economía ha reforzado una primarización de la canasta exportadora, que
se visualiza, por ejemplo, en el hecho de que en 2016 la gran mayoría de las ventas externas
disminuyeron, salvo unos pocos rubros primarios, como cereales, pescado, biodiesel, maní,
cobre, tabaco, lanas, cueros y pieles.
Como muestra el Cuadro 2, el saldo global del comercio en los primeros 15 meses del gobierno
arroja un déficit de 1.441 millones de dólares, empujado por el cuantioso desbalance en el
intercambio de servicios (-11.484 millones). En cambio, el comercio de bienes mejoró por la
caída de las importaciones. Ahora bien, en un contexto de retracción de las ventas y recesión,
incluso el menor valor de las compras externas significó una auténtica oleada importadora
destinada específicamente para el consumo, es decir, desvinculada de la creación de nueva
capacidad productiva. Los datos son elocuentes: los únicos renglones que experimentaron un
crecimiento de las importaciones fueron los bienes de consumo y los vehículos automotores
(en muchos casos con un desplazamiento ostensible de producción nacional).
Este ingreso masivo de bienes del exterior no es novedoso. El empresariado que opera en el
país conoce esta dinámica, característica de fases de apertura y apreciación cambiaria, y con
relativa rapidez reemplaza la producción interna por la compra en el exterior para
comercializar. El paso de producir a importar es parte de la dinámica habitual de este tipo de
ciclos. Esto está ocurriendo con importantes segmentos de la industria, pero también con
ciertas producciones primarias no extensivas: manzanas, peras o limones son apenas algunos
ejemplos de estos cambios. Las llamadas “economías regionales” también se ven afectadas
por la falta de reactivación, la apertura y el dólar barato.
Se produce así un fenómeno de reconversión productiva novedoso, que da nuevos sentidos a
las tendencias de concentración y reprimarización. Sólo las actividades con mayores ventajas,
incluso dentro del tradicional agro argentino, se perfilan como sobrevivientes, aunque
incapaces de traccionar al conjunto de la economía o de generar empleo suficiente.
La falacia exportadora
¿Pueden las exportaciones, incluso primarizadas, sostener el modelo? Por la concurrencia de
la crisis internacional, el deterioro en los términos de intercambio y cierta revitalización del
proteccionismo, las transacciones comerciales con el mundo resultan insuficientes. De allí
que el gobierno haya impulsado una acelerada carrera por captar fondos en el exterior, para
lo cual los funcionarios se han esforzado por promover a Argentina en diversas rondas de
negocios en foros multilaterales: dos visitas a Davos, una a Pekín y el reciente foro de Buenos
Aires conocido como “mini Davos”, donde se dio un primer paso para un acuerdo de libre
comercio entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico. También se realizará a fin de año la
reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio en Buenos Aires, donde se
espera negociar nuevas estructuras de gobernanza global a la luz del empantanamiento de
los mega acuerdos regionales (TTP, TTIP, TISA).
Mientras tanto, el gobierno apura reformas que apuntan a modificar la legislación en sintonía
con estos nuevos estándares normativos: la ley de iniciativa público-privada, la reforma de
las ART o la (re)creación de espacios de acumulación privilegiados para sectores altamente
concentrados son buenos indicadores de lo que se viene.
Sin embargo, la exposición de Argentina en la vidriera internacional aún no ha tentado a los
inversores externos, que en lo que lleva de transcurrido el gobierno de Cambiemos ingresaron
un neto de apenas 2.925 millones de dólares en concepto de inversiones, al tiempo que
remitieron al exterior 3.345 millones por utilidades y dividendos. Es decir que, más allá de
los mensajes de apoyo, retiraron más dinero del que ingresaron.
No alcanza con la empatía empresarial: el gobierno necesita mostrar señales de
gobernabilidad que garanticen la famosa previsibilidad demandada por los inversores. Las
marchas y contramarchas no parecen ayudar, como tampoco la inflación persistente, la
recesión, la falta de perspectivas claras de mayores ganancias (salvo en ámbitos puntuales) y
la creciente impugnación social al rumbo económico escogido.
Desde el estallido de la crisis mundial en 2008, la inversión directa se ha concentrado en los
países desarrollados, orientada por un proceso intenso de fusiones y adquisiciones. Esto
significa que no se está creando nueva capacidad productiva, lo que es lógico frente a la
raquítica demanda global de los últimos años, sino que se concentra la propiedad de lo
existente. También a escala planetaria la tendencia de la inversión ha sido dirigirse hacia
servicios y bienes industriales, destinos que relegan relativamente a los países con recursos
naturales como Argentina, castigados por los bajos precios internacionales. Apostar a la
inversión extranjera en este contexto parece un timo o un caso flagrante de desinteligencia.
Bicicleta
Sin éxito en las inversiones productivas y el comercio, el gobierno apuesta al endeudamiento.
Para esto ha realizado cuantiosas colocaciones de títulos y tomas de créditos con acreedores
privados, alcanzando niveles récord en el mundo y pagando elevadas tasas de interés. Se trata
de la única forma de balancear las cuentas externas y las fiscales, una necesidad del modelo
que es facilitada por la presencia de funcionarios ligados a la banca en el gabinete.
En este punto la perdurabilidad del modelo en el largo plazo genera dudas. Como se observa
en el Cuadro 2, durante el gobierno de Macri ingresaron al país 2.183 millones de dólares por
inversiones de portafolio y 35.580 millones por préstamos financieros, al tiempo que los
créditos suministrados por organismos multilaterales disminuyeron 1.977 millones. La
mayor parte de la toma de deuda corresponde al sector público, que desplazó el uso de
programas de crédito blando de unos pocos e identificables acreedores por deuda más cara
con múltiples y desconocidos acreedores privados. La contraparte de este proceso ha sido
que Argentina remitió al exterior un saldo neto de 13.608 millones de dólares en concepto de
intereses.
Las dificultades para sostener este programa son evidentes. No hay grandes éxitos en la
reducción de las tasas de interés abonadas ni mejoras en los plazos de maduración: a
principios de este año se autorizó la emisión de más del 40% del total presupuestado para el
año, colocando una parte de esos bonos a pocos meses. Las altas tasas de interés propician la
aplicación financiera de los recursos, constriñendo la inversión productiva, fenómeno que la
inversión en obra pública no ha podido contrarrestar. La afluencia de fondos para aprovechar
esta auténtica timba financiera, junto al blanqueo, estimulada por criterios regulatorios
nuevos y mucho más laxos, ha provocado una apreciación del tipo de cambio, que hace más
difícil la supervivencia de las actividades económicas expuestas a la competencia, al tiempo
que impulsa, entre otras cosas, la fuga de capitales, los viajes al exterior y la oleada
importadora.
El problema es que la salida de divisas puede ser tanto o más precipitada que su ingreso, lo
que ante la inexistencia de controles podría provocar una corrida cambiaria. Recordemos que
en estos meses el gobierno ha hecho que el país financie la fuga de más de 17.000 millones
de dólares. Sólo hace falta que no exista una corriente compensatoria de ingresos para que
esta persistente salida de recursos provoque un verdadero cimbronazo, sin mencionar la
insolvencia intertemporal que de por sí acarrea el aceleradísimo endeudamiento externo que
se ha concretado.
Ganadores
Hasta el momento sólo algunos sectores medios han podido participar de los beneficios del
modelo, mediante la importación de bienes de consumo, la posibilidad de realizar viajes al
exterior y dolarizar sus ahorros. La estrategia del gobierno de cara a las elecciones ha sido
hablarle centralmente a este segmento social, una minoría con la que busca una
identificación intensa. La contracara fueron las masivas movilizaciones de los últimos
tiempos: de los docentes, a pesar de amenazas de descuentos y represión, del sindicalismo,
del movimiento de mujeres y de los trabajadores de la economía popular. En suma, diversas
expresiones de descontento popular con las políticas actuales y un conjunto de herencias
estructurales nunca resueltas, que no alcanzan representación partidaria pero que por
momentos logran desacelerar el programa en curso y generan la necesidad de cierta
redefinición táctica en aras de preservar los objetivos estratégicos (lo cual ha provocado
críticas por parte de distintos segmentos del poder económico). En las últimas semanas la
respuesta ante estas movilizaciones ha oscilado entre la estigmatización y la represión
directa.
¿Cuán neoliberal es el gobierno de Cambiemos? A juzgar por las regresivas transferencias del
ingreso que ha viabilizado la política económica y la restructuración productiva encaminada,
el “ADN neoliberal” es evidente. Pero ello no debería oscurecer que, a diferencia de
experiencias del pasado, en los 70 y los 90, los sectores dominantes locales no disponen (al
menos en lo inmediato) de un mecanismo de disciplinamiento social eficaz como fueron, en
su momento, la represión feroz sobre el campo popular o la existencia de una crisis socio-
económica profunda. Esto, más la creciente impugnación social que se ha venido registrando,
marca los límites del planteo desplegado desde la asunción de Macri: aunque el rumbo
económico es claro, su viabilidad a futuro resulta incierta.
Cuadro 1. Participación de las distintas actividades económicas en el valor agregado bruto
a precios corrientes, 2015-2016 (en porcentajes)

Fuente: Elaboración propia en base a información del INDEC.


Cuadro 2. Principales renglones del balance cambiario, 2015-2016 y primeros 15 meses del
gobierno de Cambiemos (en millones de dólares)
Fuente: Elaboración propia en base a información del BCRA.
* Investigadores IDAES/CONICET y miembros de la Sociedad de Economía Crítica.
EL SESGO FINANCIERO DEL GOBIERNO MACRISTA

Plata dulce, tercera parte


Por Noemí Brenta*

La política de altas tasas de interés, endeudamiento acelerado y desregulación del mercado


de capitales define un programa que apuesta a las finanzas antes que a la producción y el
consumo. Los fracasos de los ciclos anteriores de financiarización generan muchas dudas
sobre la sostenibilidad del modelo.
l rumbo económico de Cambiemos ya tiene identidad. Del lado productivo,
busca un perfil basado en los agronegocios, los servicios, el shale y las energías
renovables; el resto deberá adaptarse, dice, y eso lleva tiempo. Pero el modelo
tiene otra pata más veloz y discreta: la financiarización, en pleno despliegue.
Esta reedición del dominio financiero impulsada desde el Estado forma parte
del proceso de restauración del neoliberalismo en América Latina. Uno de sus
rasgos más alarmantes, además de hipotecar el futuro, es el involucramiento
de las instituciones top de las finanzas mundiales oficiales y privadas, entre las que se
destacan el Tesoro de Estados Unidos, cuyo titular visitó oficialmente el país en septiembre
de 2016; el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), poderosa asociación de financistas
con sede en Washington, que celebró su cumbre regional en Buenos Aires en abril de este año
sin mucha cobertura mediática, y el FMI, que no se cansa de elogiar el giro hacia políticas pro
mercado, aunque por las dudas sus proyecciones no derrochan optimismo, y que envió dos
altos funcionarios a la reunión del IIF. Estos datos sugieren que el programa en curso no
surge de una estudiantina trasnochada sino de compromisos en el corazón del poder global
estratégico y corporativo.
La evidencia más notoria del sesgo financiero del modelo económico es la combinación de
deuda creciente, dólar quieto, tasas de interés altas y desregulación de los capitales, que
abren oportunidades de ganancias desde el carry-trade o bicicleta, hasta las ingenierías más
sofisticadas en el arte de hacer dinero con dinero sin arriesgar en el ámbito mercantil. De eso
justamente se trata la financiarización.
Metas de inflación
Establecer la prioridad del objetivo antiinflacionario por encima del crecimiento y del empleo
constituye la base de la política de financiarización, sobre todo si se adopta el régimen de
metas de inflación, como en Argentina, asumiendo por lo tanto que la causa principal de los
aumentos de precios es monetaria. Por ejemplo, el Banco Central (BCRA) calculó que en 2017
la inflación debe rondar el 12%-17%. Si fuera mayor, como viene ocurriendo, aumenta la tasa
de interés y retira pesos del mercado.
El razonamiento de las autoridades monetarias es el siguiente. Hoy la tasa de interés de
referencia del BCRA es la de los préstamos a muy corto plazo que toma de los bancos o que
concede a los bancos (pases pasivos o activos, respectivamente). Se supone que si el rinde es
atractivo, el público prefiere poner sus pesos excedentes a interés en lugar de gastarlos, por
lo que aumentar la tasa reduciría la cantidad de dinero para transacciones y esto, a su vez,
desinflaría los precios. La realidad, sin embargo, es bastante más compleja.
Con el mismo propósito, el BCRA emite distintos tipos de deuda, como títulos, letras y notas,
el principal de los cuales son las célebres Lebacs. Para bajar la liquidez coloca deuda y retira
pesos, que cuando están en manos del BCRA dejan de circular en el sistema. A medida que la
deuda vence, el BCRA la paga, pero estos pagos ponen de nuevo dinero en circulación, que
vuelve a retirarse con más deuda, en un espiral sin fin.
Estas operaciones, realizadas semana tras semana, involucran montos enormes, que escapan
al circuito productivo y van a la especulación remunerada por el Estado a tasas de interés
cada vez mayores a las de los plazos fijos, que si estuvieran en los bancos se podrían prestar.
Para dimensionar el problema, en marzo de 2017 esta deuda del BCRA equivalía a 10 puntos
porcentuales del PIB; entre diciembre de 2015 y marzo de este año su monto creció 160 por
ciento, y ya supera la base monetaria y las reservas internacionales.
Esta obsesión de secar el mercado con Lebacs es una fuente de aumento del déficit público,
en este caso cuasifiscal (así se llama el rojo del Banco Central), de deterioro patrimonial de
la entidad y de preocupación sobre qué pasaría si el público avistara una devaluación y
decidiera no renovarlas. En ese caso el modelo pasaría a otra etapa, que por ahora es una
incógnita. El BCRA puede argumentar que esto no le preocupa porque sus reservas
internacionales son altas y tiene poder de fuego para enfrentar una salida súbita de capitales.
Pero las reservas pueden bajar muy rápidamente por una amenaza de devaluación o de
inestabilidad del sistema. Así ocurrió en los gobiernos de Arturo Frondizi, Juan Carlos
Onganía, en la última dictadura y en el tramo final de la gestión de Fernando de la Rúa. Tras
alcanzar picos de acumulación de reservas en 1960, 1968, 1979 y 1999, por ingresos de
capitales para una mezcla de inversión, especulación y deuda, diferente en cada gobierno, las
dudas sobre la capacidad de seguir manteniendo el dólar estático las minaron en poco
tiempo.
La bomba de la deuda
El aumento inédito de la deuda argentina en los mercados internacionales es otro signo de
financiarización. Entre diciembre de 2015 y marzo de 2017 la deuda externa casi se duplicó,
y los servicios de la deuda pública a pagar este año (incluyendo los de la deuda en pesos)
superan el 10% del gasto según la Ley de Presupuesto, que asigna 247.000 millones de pesos
a este rubro. El endeudamiento se complementa con el régimen de metas de inflación
analizado más arriba. Por un lado, atrae divisas que planchan el tipo de cambio y actúa como
ancla antiinflacionaria, salvaguarda del valor de los capitales ingresados y opera como base
de la bicicleta.
No se trata sólo del Estado Nacional. La ola de endeudamiento es generalizada. Según el
Observatorio de Políticas Públicas de la UNdAv (Universidad Nacional de Avellaneda), las
provincias aumentaron su deuda en pesos y dólares un 123% entre 2016 y el primer trimestre
de 2017, y la deuda de las empresas privadas creció más del 160% entre 2015 y 2016, mientras
que sus colocaciones en dólares pasaron del 8% del total en 2015 al 75% en 2016 como
consecuencia del levantamiento de las restricciones para que las empresas puedan lanzarse
a los mercados en pesos y moneda extranjera
El problema es que este endeudamiento del sector público y de las empresas no mejoró la
capacidad productiva ni las ventas ni las exportaciones, es decir que no generó recursos para
su repago. Por el contrario, el producto bruto se contrajo un 2,3% en 2016 y este año apenas
se recuperará un 2,2% según el FMI, en tanto la formación de capital cayó 5,5%. ¿A dónde
fue a parar el dinero del endeudamiento? Los fondos ingresados se destinaron mayormente
a pagar deudas, financiar la fuga de capitales, a la inversión especulativa y a cubrir gasto
corriente. Por ejemplo, la salida (fuga legal) de capitales, de acuerdo al balance cambiario,
representa alrededor del 15% de la deuda emitida en 2016, y el 60% de los pagos de deuda
pública en 2017 corresponde a deudas tomadas por el gobierno actual. El gobierno se
endeuda para pagar la deuda que él mismo contrajo.
Además de para el pago de intereses, el endeudamiento se destina también a un conjunto de
intermediarios que el gobierno seleccionó en las primeras filas de las finanzas mundiales y
locales: los colocadores, que cobran comisiones usualmente de 0,12% sobre los montos
colocados; diversos agentes (de pago, de listado, de proceso, fiduciarios), y las calificadoras
de riesgo; todos ellos reciben honorarios y dinero para gastos e integran el puñado selecto de
beneficiarios de la financiarización. Asimismo, desde el pago a los buitres, el gobierno incluyó
la cláusula de prórroga de jurisdicción a favor de tribunales extranjeros y la renuncia a la
inmunidad soberana en las emisiones internacionales, excepto la inmunidad de rigor, es
decir que los reclamos relacionados con la deuda externa no se dirimirán en Argentina. Esto
disocia la resolución de las deudas de los intereses nacionales y termina de ubicar al país en
el tren de las finanzas mundiales.
Pagar el mínimo
La caída del salario real y el aumento de las deudas de los hogares, que luchan por llegar a fin
de mes con la tarjeta y comprimiendo el consumo, es otra cara de la financiarización. El
salario real perdió entre 8 y 10 puntos porcentuales en 2016 y continúa declinando, porque
las paritarias cierran por debajo de la inflación en la mayoría de los gremios.
Esto aumenta la deuda de las familias, a tasas de interés altas y ahora desreguladas, como las
de las tarjetas de crédito y los préstamos personales, que oscilaron en 42-45% nominal anual
en 2016 y bajaron este año apenas uno o dos puntos. De hecho, en 2016 la cartera de consumo
aumentó 2,2 puntos porcentuales de participación en el sistema financiero (de 40,5 a 42,7
entre diciembre de 2015 y 2016), al tiempo que aumentaban las dificultades para pagar estas
deudas: la cartera irregular pasó de 2,30 a 2,66% en igual lapso.
El gobierno pondera el aumento de la deuda privada como indicador de profundidad
financiera y confianza, y se propone expandir el crédito al nivel de Chile. Pero hay que tomar
este objetivo con precaución. Cuando el aumento de las deudas compensa la caída de los
ingresos, como pasa en los países avanzados, la acumulación de intereses y atrasos se
convierte en agobio y quiebra para las personas, y negocios para los asesores financieros y
buitres minoristas: el lado oscuro de la financiarización.
El mismo criterio cauteloso aplica para los créditos hipotecarios indexados por inflación. El
atractivo de su largo plazo (hasta 30 años) y la posibilidad de extenderlo si la inflación sube
demasiado la cuota empalidecen en este escenario de compresión salarial y tipo de cambio
contenido, que puede saltar de a poco o no, acelerando la inflación y recortando aun más el
salario, mientras que las tarifas del gas, la electricidad y otros servicios continuarán
aumentando. La idea de desarrollar un mercado de hipotecas securitizadas cuando el crédito
hipotecario alcance cierto desarrollo rememora los mecanismos que llevaron a la crisis de
las subprime en Estados Unidos y países avanzados.
Por cierto, Argentina necesita encontrar soluciones a la falta de viviendas, el déficit es muy
grande, pero estas condiciones son demasiado riesgosas para los compradores de ingresos
medios a los que están destinados los préstamos ajustados por UVA. El proyecto parece una
faceta más de la financiarización que una medida orientada a mejorar el bienestar de la
población. Entre fines de 2015 y 2016 el monto de los préstamos hipotecarios del sistema
financiero aumentó solo 12%, es decir que cayó en términos reales, acorde a la caída de la
construcción residencial.
La financiarización se afianzó en 2017. En los primeros días de enero, el ministro de
Hacienda, Nicolás Dujovne, anunció la eliminación total de las restricciones a la entrada y
salida de capitales, sin límite de magnitud ni plazos. Un día después, JP Morgan declaró que
incluiría bonos argentinos en su serie de índices GBI-EM (Government Bond Index-
Emerging Markets), compuestos por bonos de deuda soberana en moneda local de países
emergentes. Estos índices son modelos de portafolios de inversión que incluyen papeles
riesgosos y ganancia jugosa, y que algunos inversores internacionales usan como guía para
armar sus carteras. Así que desde el 1 de marzo Argentina ya está, junto con Brasil, México,
Turquía e Indonesia, entre otros, en la vidriera (o en la mira) de los grandes jugadores de la
timba global.
Lo que sigue
La pregunta sobre la sustentabilidad del programa económico es inevitable, y la inquietud va
en aumento incluso en ámbitos que comparten la ideología y las políticas oficiales. Ocurre
que la financiarización es intrínsecamente inestable. Las autoridades anunciaron que
continuarán endeudándose en lo que resta del año en letras del Tesoro, que postergarán las
alzas de tarifas públicas hasta después de las elecciones legislativas de octubre. Para esa
época se espera un deslizamiento cambiario ya que de hecho el presupuesto nacional asume
un dólar a 17,92 pesos promedio anual y hoy está en 15. Aunque se ha acelerado el
presupuesto de obra pública y se anunciaron transferencias a los sectores de la economía
popular, la pregunta del millón es qué vendrá después de octubre.
Es difícil imaginar que las mejores cabezas económicas oficiales, con tantas reuniones y
cumbres internacionales, no tengan planes ambiciosos para el futuro. Y también es de
esperar que no se limiten a repetir lo conocido sino que aparezcan algunas innovaciones. Así
ocurrió en los dos ciclos anteriores de financiarización: la dictadura, que sustituyó el
desarrollo basado en la industria y el mercado interno por un modelo rentístico-financiero
que produjo una fenomenal concentración de la riqueza, y la convertibilidad, que lanzó al
país a la globalización sin anestesia y agudizó la exclusión social. Argentina fue cobayo del
poder hegemónico en la transición del paradigma keynesiano al neoclásico en los años 70 y
el mejor alumno de las reformas estructurales en los 90.
Sin embargo, a diferencia de los ciclos anteriores, hoy una parte de la sociedad mira con
preocupación el proceso actual de endeudamiento y especulación financiera porque conoce
cuáles son sus costos y sobre qué sectores recaen, y teme a la violencia económica de la vida
reducida a la supervivencia. Ojalá esta vez sea distinto.
* Investigadora y docente de la UBA y UTN.

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