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Entre las varias injusticias infringidas a este género poético por parte de una
tradición crítica tan unánimemente adversa, cabe apuntar en primer lugar la escasísima
frecuencia con la que se ha acudido directamente a los textos, lo cual ha dado lugar a
juicios críticos apresurados, del todo uniformados al patrón crítico vigente y, por ello
mismo, abundantes en clichés repetidos. Pero quizás el daño principal ha sido el de
silenciar el papel que esta lírica ha jugado en la historia de la literatura, al olvidar que es
precursora de muchos de los temas preferidos por la poesía posterior como también de
modos, ritmos y léxico que después caracterizarán una escuela; además, en el caso
específico de Portugal, esta lírica recupera y lleva a su madurez una lengua poética que
queda ya preparada para el inminente y definitivo despegue renacentista.
La primera generación es la de los poetas antiquiores, activos hacia finales del siglo
XIV. Su número es más bien exiguo: no pasan de 10 sobre los más de 50 poetas citados
en el cancionero. Pero su producción, máxime en un caso, abarca la mayor parte de la
colección. Estos poetas escriben todavía en gallego, si bien ya contaminado de
elementos castellanos, y por lo general componen textos líricos de tema amoroso en los
que el amor vuelve a ser cantado a la manera del viejo estilo provenzal.
Queda patente, pues, que lo que interesa aquí es la primera generación poética a la
que nos hemos referido antes.
Sobre el periodo inmediatamente anterior a esta generación se sabe muy poco. Pero
las varias referencias dispersas, máxime las del Prohemio de Santillana, parecen dar
cuenta de una tradición lírica que ha sobrevivido al ciclo de la poesía gallego-
portuguesa. Se sabe de la existencia de un tal Fernam Casquício, de un cierto Vasco
Pires de Camões, de un João Lourenço da Cunha y de «juglares» peor conocidos. Todo
parece indicar que hacia la segunda mitad del siglo XIV la tradición poética ha sufrido
un cambio de ruta no sin que antes algunos poetas (que después serán recogidos por el
Cancionero de Baena) recurrieran una vez más a la lengua que durante años había sido
la propia de la poesía lírica en toda España, convirtiéndose de este modo, y también por
la selección temática y formal, en los epígonos de la escuela poética gallego-portuguesa.
Entre ellos merece la pena recordar, junto a los más famosos Macías y Villasandino,
a Pero González de Mendoza, Garcí Fernández de Gerena y al Arcediano de Toro.
Macías es un trovador del siglo XIV y se le puede situar entre los más antiguos del
códice. De origen gallego, aunque quizás viviese en Castilla (a juzgar por la fama que
llegó a tener en este reino), murió, según cuenta la leyenda, en Arjonilla, cerca de Jaén
y, según el estudioso Rennert, en torno a 1384. Es autor de un breve cancionero en el
que no faltan las novedades estructurales y las voces inusitadas; su fama, sin embargo,
no se debe tanto al valor poético de sus canciones como a la trágica leyenda de que dan
cuenta al menos dos tradiciones: la primera atribuye su muerte a la lanza de un marido
celoso ante la insistencia del trovador en seguir componiendo versos para su amada; la
segunda le ve morir al no haberse querido separar del suelo pisado por la mujer amada.
Macías pasa a la historia con el sobrenombre de Macías el Enamorado (y o Namorado
en Portugal) y se convierte rápidamente no sólo en símbolo del amor a los ojos de
enteras generaciones poéticas, sino también en personaje obligatorio en todos los
Infiernos de Amor cuatrocentistas, extendiéndose por otro lado su popularidad hasta el
Siglo de Oro y más allá.
Recuperado por estos poetas, el gallego, que da nueva vida a palabras como senhor,
folia, sandeu, por en, soidade, coyta mortal, etc., se mezcla en un primer momento con
el castellano, para ser suplantado después por esta última lengua. Incluso modernamente
ha habido quien (Lang en 1902), llevado del fervor positivista, y convencido de que los
«hispanismos» se debían a los copistas, ha intentado una afanosa, por lo estéril,
reconstrucción de una redacción originaria de los textos de estos epígonos,
reestableciendo a toda costa en gallego rimas pensadas en cambio en castellano, y no
teniendo en cuenta que esta «lengua poética híbrida» es en realidad ya de autor, en la
medida en que es el reflejo de un periodo de efectiva transición lingüística que es
impensable «restaurar».
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En todas las áreas de habla castellana cada época y cada corte tiene su grupo de
poetas y su compilador que se encarga de recoger la producción que le es conocida: así
es como nacen los cancioneros de la corte de Alfonso V de Aragón en Nápoles, de la
corte de Navarra y de la de Castilla. La introducción de la imprenta, por su parte,
agudiza esta tendencia a reunir textos ajenos: el primer cancionero colectivo impreso, el
editado por Hernando del Castillo en 1511 (el Cancionero General), es un libro
voluminoso que incluye absolutamente todas las poesías que el compilador ha
conseguido afanosamente reunir. De este modo la antología cede su lugar a la manía de
coleccionismo, a un criterio cuantitativo a toda costa, el de la inclusión sistemática, a
despecho en algunos casos de la calidad.
En Portugal, durante el siglo XV, no hay nada parecido a este gran pulular de
cancioneros líricos castellanos. Y sin embargo en las cortes portuguesas de D. Afonso V
(1438-1481), D. João II (1481-1495) y D. Manuel I (1495-1521) la poesía que se
produce es mucha. Consciente de la necesidad de salvaguardar este patrimonio
colectivo, como también deseoso de seguir la última moda castellana y ciertamente
inspirado más en particular en la colección de Castillo, Garcia de Resende, en 1516,
rompe de golpe el siglo y medio de silencio de la poesía portuguesa al publicar él
también una voluminosa obra colectiva, el Cancioneiro Geral, fruto de largos años de
acopio de manuscritos, folios volantes y apuntes autógrafos de todo tipo que él había
ido recogiendo o recibiendo directamente de los autores. El resultado es un considerable
volumen in-folio con 227 hojas que contienen 880 poesías de 286 autores en su mayoría
portugueses, algunos de los cuales, unos cuarenta, también escriben en castellano más
de un centenar de textos6.
Si bien menos numerosas, mucho más incisivas y destinadas a una fortuna más
duradera son las sátiras que trascienden lo personal para condenar los vicios sociales
más difundidos en la época. En este sentido es célebre la poesía de Álvaro de Brito
Pestana sobre los Ares maus que se respiran en Lisboa, en la que una epidemia que
efectivamente tuvo lugar en 1496 se transforma en pestilencia moral y en símbolo de la
degradación que asola la ciudad. Dignas de mención son también las composiciones de
Duarte da Gama (sobre los desórdenes de la vida portuguesa), de Garcia de Resende,
Luis da Silveira (sobre los tiempos que cambian), y de Nuno Pereira (sobre alabanza de
aldea y menosprecio de corte). Pero los textos satíricos más famosos, incluso ya para el
público de la época, son ciertamente los de tono y forma popular: metros fáciles y
pegadizos (serie de versos pareados) sirven de vehículo a largas y caóticas letanías que a
veces son anónimas, como los Porquês hallados en el Palacio de Setúbal, que hacen
preguntas indiscretas a quienquiera, y otras veces en cambio son de autor, como es el
caso de los Arrenegos con los que Gregório Afonso reniega del mundo entero, o del
Nunca vi o, más aún, de las Palavras morais con las que Dom João Manuel enseña el
arte del bien vivir («Ouve, vê & calla / e viverás vida folgada», «Oye, ve y calla / y
vivirás vida feliz», especie de regla para vivir en paz que se haría proverbial y tendría
amplia resonancia en el siglo XVI portugués).
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