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Deseaba más que nada en el mundo hablar con ella. Decirle que, si nos
conocemos, nuestro amor serı́a una función infinitamente creciente; que pro-
bara por L´Hôpital que el tiempo que quiero pasar con ella es divergente;
que si nos uniéramos en una matriz nuestro rango serı́a 1; y sobre todo que,
si me conoce, esperaba de todo corazón que la aplicación de nuestro amor
fuera biyectiva.
Es verdad, para un tipo como yo, amante de las matemáticas y muy nor-
malito, Sofı́a parecı́a inalcanzable, como la meta en la Paradoja de Zenón. . .
aunque por suerte, soy admirador de la obra de Cantor.
¿Pero cómo podı́a hacerlo? ¿Cómo decirle que por ella me aprenderı́a
todos los decimales de pi? ¿Cómo decirle que serı́a capaz de ponerme un
sombrero bobo con tal de ver su sonrisa?
Me daba igual saber que tenı́a probabilidad 0 de enamorarla, porque por
lo menos siendo 0 no era imposible. Ası́ que lo iba a intentar. ¡Estaba decidido!
Mi plan era hablar con ella y hacerle una proposición para salir a cenar, pero
aunque al final iba a decirle “C.Q.D.”, me daba miedo que no se fiara de mi
demostración.
Me acerqué a ella y me miró sonriente. Me derretı́, porque a un épsilon
de distancia era todavı́a más bella, y con todo el miedo del mundo le hablé:
-Hola, perdona mi indiscreción, ¿te gustan las matemáticas?
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formado parte de mi vida. Seguramente porque en muchas ocasiones yo he
sido más irracional que él.
Tras aquel momento se puede decir que comenzamos nuestra relación. Sin
duda una relación binaria en la que cada uno éramos un conjunto y nuestros
pares ordenados estaban formados por “Te quieros”.
Eso sı́, solo me pusiste una norma, y no era la vectorial precisamente: “No
me pueden volver a hacer daño en el amor”. Al menos creo que cumplı́ ese
axioma.
Al principio tenı́a miedo de hacer las cosas mal, y eso hizo que todo se
volviera un poco complejo, pero Moivre y yo siempre nos llevamos bien, y
rápidamente aprendı́ a conseguir que tu sonrisa fuera tan eterna como un
teorema.
Fueron, con probabilidad 1, los mejores meses de nuestras vidas.
Disfrutaba cada instante contigo. Por ejemplo me encantaba la carita de
felicidad que ponı́as cuando resolvı́as antes que yo un acertijo de Martin
Gardner. O también adoraba cuando tu curiosidad te hacı́a preguntarme
dudas cuando leı́as a Ian Stewart o Adrián Paenza.
En cambio yo era muy torpe para entenderte cuando hablabas sobre esas
células y esos microorganismos que disfrutabas tanto estudiando.
Ojalá pudieras volver Sofı́a.
Pondrı́a todos los granos de trigo que hicieran falta sobre un tablero de
ajedrez si con ello volvieras a mi lado. Serı́a capaz de saltar n dimensiones
si ası́ pudiera oler de nuevo tu perfume sobre ti. Cruzarı́a los Puentes de
Königsberg de una vez si con ello consiguiera volver a hablar contigo.
Pero nada sirve. No volverás al igual que nunca volverá una función que
tiende al infinito porque hoy hace ya 3 meses que te marchaste en aquel
terrible accidente.
Sabes, querida Sofı́a, que nunca he sido un hombre de fe pero sı́ de ciencia,
y es esa misma ciencia, la que tanto amábamos, la que nunca permitirá que
te olvide.
“Solo existen dos cosas eternas: las matemáticas y el amor”. Lo primero es
trivial, pero lo segundo lo demostraré durante toda mi vida. No te preocupes,
mis corolarios seguirán siendo tuyos.
C.Q.D.
Corolario: Yo te susurré una pequeña definición, pero tú me demostraste
un gran teorema.