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Según la DSI por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene
la dignidad de persona. La semejanza con Dios revela que la esencia y la
existencia del hombre están relacionadas con Él de modo más profundo. El
hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor. Cada uno es
un ser singular, único e irrepetible. Podemos definir persona como un sujeto de
naturaleza racional. Persona denota una naturaleza dotada de inteligencia y de
libre albedrío. La libertad proporciona dominio sobre los propios actos, de aquí
que la voluntad humana sea una voluntad libre. En virtud de su libertad, el
hombre y la mujer se auto determinan a actuar y tienen capacidad para dirigirse
al bien por sí mismos. La razón y la libertad denotan la existencia de un principio
que tradicionalmente se llama alma (espíritu). En el libro del Génesis en el
Capitulo 9, Vesículo5, Dios le dice a Noé que “a todos y cada uno reclamaré el
alma”. Desde esta perspectiva la vida del hombre es sagrada e inviolable. De ahí
el 5º mandamiento “No matarás”, y el precepto “de amar al prójimo como uno
mismo” podemos concluir que quien hiere al hombre hiere a Dios. “Todo
hombre-sean cual sean sus convicciones personales-lleva dentro de sí la imagen
de Dios y, por tanto, merece respeto” (CA 22)
Por otra parte, cada persona está dotada de unas capacidades innatas que
se van desarrollando con el paso de los años que le permite crecer y desarrollarse
como ser humano y aflorar aptitudes y cualidades. Por eso “la persona humana
tiende por naturaleza a su propio desarrollo” (CV 67), un desarrollo humano
integral y que ha de procurarse para todas las personas. La DSI enseña que la
igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más
humana y más justa, y que se superen las excesivas desigualdades económicas y
sociales entre los miembros y los pueblos de la única familia humana (GS 29).
Hablamos aquí de discriminaciones injustas: esclavitud, servilismo, racismo,
xenofobia, etc.…
3.2.2 La naturaleza social de la Iglesia.
Por otra parte, según la DSI, Dios ha hecho al hombre y a la mujer libres,
ha querido dejarles en mayor de sus propias decisiones; el hombre y la mujer
aprecian esta libertad y la buscan con pasión (CDSI 135). Según la DSI, la libertad
exige que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, sin ningún tipo
de presiones ni coacciones. Esta libertad de la persona es muy amplia pero no es
limitada pues ha de reconocer el orden puesto por Dios ¿Cómo reconocer este
orden? El juicio de la razón impone a la persona la realización de determinados
actos acordes con determinadas realidades que llamamos verdades objetivas.
Al ejercer la libertad de acuerdo con la verdad, el hombre hace actos moralmente
buenos y construye su propio desarrollo y el de la sociedad. EL ejercicio de la
libertad implica la referencia a una ley moral natural, de carácter universal que
precede y aúna todos los derechos y deberes. EL hombre y la mujer deben aceptar
esa ley natural que Dios les da y deben reconocer que el poder de determinar el
bien y el mal no pertenece a ellos, sino sólo a Dios. Esta ley natural no es otra cosa
que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias ella
conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. En sus preceptos
principales, está expuesta en el DECÁLOGO (10 Mandamientos) e indica las
normas primeras y esenciales que regula la vida moral. La ley natural expresa la
dignidad de la persona y pone la base de sus derechos y de sus deberes
fundamentales.
3.3 LOS DERECHOS HUMANOS
Los derechos humanos se desarrollaron en Occidente en la Edad Moderna
y Contemporánea como defensa ante el absolutismo monárquico. Como
ejemplos tenemos la Petitiou of Right 1628 y Bill of Rights 1689. Las ideas de
estos documentos se reflejaron luego en la Revolución Norteamericana y en la
Revolución Francesa del siglo XVIII. Esta última los universalizó y entraron a
formar parte de la conciencia europea como muy relevante este movimiento
histórico de identificación y proclamación de los derechos del hombre en la
mayoría de los Estados. El Magisterio de la Iglesia ha evaluado muy
positivamente la Declaración Universal de los Derechos del Hombre proclamada
por las Naciones Unidas el 10/12/1948. Juan Pablo II la definió como “una piedra
miliar en el camino del progreso moral de la humanidad” Esta declaración tiene
valor de Derecho Internacional Consuetudinario, pero no de tratado
internacional (no es vinculante). Por eso fueron necesarios los PACTOS
INTERNACIONALES DE DERECHOS HUMANOS Y SUS PROTOCOLOS
que entraron en vigor en 1976. Todos estos documentos forman la Carta
Internacional de Derechos Humanos de la ONU. Pese a su formulación reciente,
el concepto de derechos humanos está implícito en la tradición cristiana.
Existe desgraciadamente una gran distancia entre “la letra” y “el espíritu”
de los derechos del hombre a los que se ha tributado frecuentemente un respeto
puramente formal. La DSI, considerando el trato que el Evangelio da a los pobres,
afirma que “Los más desfavorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos
para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás” (OA 23)