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3. Las debilidades del proyecto de la nueva historia son evidentes en sus tres
postulados centrales. La primera de dichas proposiciones puede ser expresada como
“la reivindicación de la intencionalidad manifiesta”. Esto deriva de una intuición básica
de la teoría del acto del habla: en la medida en que como agentes ambos dicen y
hacen algo a través de sus afirmaciones performativas (y las objetivizan en, digamos,
la forma de un tratado político), el entendimiento del historiador de dichas expresiones
necesita captar su fuerza ilocutoria (Austin). Tal fuerza corresponde a la forma en la
que los agentes se vieron a sí mismos mientras realizaban esas afirmaciones
performativas. La proclamación de la muerte del autor 3 se declara como
absolutamente prematura. Contra la idea del autor-sujeto como una construcción
ideológica y de los textos como autónomos, objetos “sin mundos” cuyo significado es
producido a través de la interacción de sus estructuras internas y sus temas
cambiantes, Skinner invoca una promisoria regla hermenéutica: la interpretación
histórica es equivalente a la explicación de lo que los autores intentaban
conscientemente hacer en el acto creativo de escribir (2:63-4; 3:74, 76, 78; 5:102) 4.
Según la nueva historia, no son los textos quienes hablan sino los autores. Esto
significa que los escritores no son meros prisioneros del discurso dentro de cuyos
límites toman el lápiz en la mano. Tampoco son egos trascendentales. Los autores
siempre ejercen una cierta (y desarrollada) conciencia práctica de las condiciones y
posibilidades en el campo de acción dentro del cual escriben.
6
Hirsch, Eric D. (Jr), Validity in Interpretation, New Haven and London, Yale University Press, 1967, pp.
51-7; Giddens, Anthony, Central Problems in Social Theory, London, Polity Press, 1979, pp. 56-9.
7
Freud, Siegmund, The Interpretation of Dreams, New York, 1965.
8
Ricoeur, Paul Interpretation Theory: Discourse and the Surplus of Meaning, Fort Worth, Texas Christian
University Press, 1976, cap. 3. Este punto es admitido en la revisión reciente de Pocock de los logros de
la nueva historia: “El método del Skinner... nos ha impulsado hacia la recuperación de la lengua de un
autor no menos que a sus [sic] intenciones, al considerarlo como habitante de un universo de langues que
da el sentido a las paroles que él produce en ellos”. Virtue, Commerce and History, p. 5.
9
Skinner, Q., Cf. “Conventions and the understanding of speech-acts”, Philosophical Quarterly, 20 (1970),
pp. 118-38; “Hermeneutics and the role of history”, New Literary History 7 (1975-6), pp. 221, 227-8.
las intenciones que guían las expresiones de los autores es anticipar una explicación
de su sentido. Según esta visión la interpretación histórica consiste en la recuperación
de las intenciones de los agentes, según como las expresan en relación a un conjunto
de convenciones extratextuales de la argumentación política, de las cuales, y
necesariamente, dichos agentes ya forman parte. Los actos de habla de los autores
consisten en significar algo diciendo o haciendo algo con relación a otros. Los actos
del habla no son simples “precipitados” de su contexto como Skinner señala
convincentemente contra el tratamiento reduccionista del lenguaje en las “Keywords…”
de Raymond Williams (6:130-2). Sin embargo los actos de habla siempre son
“situados” o convencionales, en el sentido de que intentan comunicar argumentos a
otros y por lo tanto deben ser reconocibles como intenciones. En la medida en que son
dirigidas a audiencias estrictamente limitadas e identificables con precisión, todas las
obras del repertorio político están atadas –aunque nunca de forma absoluta– al
universo establecido de comunicación permitida.
10
Parekh, B. y Berki, R. N., “The history of political ideas: a critique of Q. Skinner’s methodology” en
Journal of the History of Ideas, 34. 1973, pp. 167 y sigs.
11
Plamenatz, John, Man and Society, 2 vols, London, Longmans, 1964, vol. I, p. 10.
12
Skinner, Q. Cf. “Conquest and consent: Thomas Hobbes and the engagement controversy”, en The
Interregnum: The Quest for Settlement, ed. G. E. Aylmer. London, Macmillan. 1972, pp. 79-98; y en
“History and ideology in the English Revolution”, Historical Journal, 8 (1965), pp. 151-78.
6. Las dos afirmaciones interrelacionadas de la nueva historia –que la
apropiación hermenéutica de los textos debe reconocer su estatus como objetos
codificados producidos intencionalmente dentro de un horizonte de convenciones
extra-textuales– presupone una tercera afirmación: el objeto de la historia de las
ideologías políticas es la recuperación comprensiva o la redescripción de la mentalité
de fases pasadas de la vida política. Skinner propone que los honestos historiadores
del pensamiento político deben fijarse ellos mismos el modesto objetivo de reproducir
la “historia real” a través de un “acercamiento estrictamente histórico” que provea
“imágenes realistas” de cómo los actos de habla políticos “concretos” se desarrollaron
en el pasado (5:99).13 Los intérpretes deben asignarse a sí mismos el rol de
observadores benévolos e imparciales dedicados (como lo recalcan los escritos
metodológicos más recientes de Skinner) a establecer las conexiones complejas entre
la historia de la ideología política entendida en el sentido positivista de una
Weltanschauung orientada a la acción, y su implicación dentro de las situaciones
convencionales de la acción política. La nueva historia está interesada en identificar la
lógica de los procesos de la formación ideológica y la transformación a través de
descripciones cuidadosas, pacientes y exactas del pasado. La injusta imposición de
“perspectivas distorsionadas” sobre este pasado debe ser evitada. “El trabajo del
historiador... es ciertamente servir como ángel que registra, no como juez implacable
(y) recobrar el pasado y ubicarlo con anterioridad al presente, sin intentar emplear los
estándares propios e inaplicables del presente como formas de celebrar o culpar al
pasado”.14 Las mediaciones convencionales de las intenciones de los autores deben
ser tenidas en cuenta.
II
13
Skinner, Q., The Foundations of Modern Political Thought, 2 vols. Cambridge, Cambridge University
Press, vol. I, p. 11.
14
Skinner, Q., Machiavelli Oxford, Oxford University Press, 1981, p. 88.
15
Collingwood, R. G., The Idea of History, Oxford, Clarendon Press, 1956, pp. 282-302.
16
Cf. la discusión comprensiva de Skinner de ciertas tendencias antipositivistas en la investigación
histórica en un temprano ensayo, “The limits of historical explanations”, Philosophy, 41 (1966), pp. 199-
215.
8. Contra este modelo de historia empática de mirada ingenua pueden
presentarse por lo menos dos argumentos interrelacionados. Ambos argumentos
arrojan serias dudas sobre la viabilidad de la nueva historia. En primer lugar hay que
reafirmar un tema común a la hermenéutica desde Heidegger: no solo quienes hicieron
aquellas afirmaciones deben ser interpretados, sino que los mismos intérpretes están
siempre situados dentro de un campo de convenciones históricamente limitadas y de
prácticas mediadas por el lenguaje corriente. Sorprende que este punto se haya
perdido en la explicación de Skinner, especialmente vistas sus referencias a Gadamer,
Ricœur y Habermas, las ocasionales (y todavía no desarrolladas) alusiones a que la
“experiencia y sensibilidad” del intérprete son necesaria precondición de la
interpretación,17 y, finalmente, la afirmación un tanto diferente (dirigida contra
Butterfield)18 que es posible la “descripción realista” de las ideas políticas del pasado
solo en tanto que como intérpretes estructuren su interpretación por medio de
opciones previas acerca de “lo que merece ser estudiado” y “lo que es mejor ignorar”
(5:100).19 El punto vital, que simplemente es aludido aquí, es que los intérpretes están
siempre implicados en, y siempre han utilizado, un universo de actividades
estructuradas lingüísticamente en el que han formado su propia subjetividad. Esto es
verdad incluso en el más elemental sentido en que viven, socializan y trabajan los
historiadores sumergidos en el marco del lenguaje corriente, el cual a su vez configura
sus juicios estéticos acerca de qué estructuras narrativas o explicativas adoptar para
que la infinita cantidad de materia prima histórica sea inteligible para sus colegas
historiadores. Ciertamente, este marco y sus convenciones tácitas sirven como un
punto de partida hermenéutico, como condición de posibilidad en principio para
generar interpretaciones históricas. Los intérpretes están siempre ya situados en un
campo de convenciones y precomprensiones intersubjetivamente compartidas, con el
necesario “sesgo” desde el cual abordan al pasado. No pueden saltar libremente el
cerco de este campo y caminar alegremente por la terra firma del pasado. Allí no
puede haber una comprensión “contemplativa” o “libre de presupuestos” de las
acciones o palabras de otros, pasadas o presentes.
20
Ricœur, Interpretation Theory, pp. 43-4, 89-95; Hans-Georg Gadamer, Truth and Method ed. G.
Barden (New York, Seabury Press, 1975), pp. 273 y sigs., 337 y sigs., 358; cf. las recientes críticas de
Manfred Frank al abordaje hermenéutico en Was ist Neostrukturalismus? (Frankfurt am Main, 1984) y
Die Unhintergehbarkeit von Individualität: Reflexionen über Subjekt, Person und Individuum aus Anlass
ihrer postmodernen Toterklärung (Frankfurt am Main, 1986).
consecuencias indeseadas son un rasgo de todo acto de habla, del pasado y del
presente. Contra el precepto intelectualista de la nueva historia de que los agentes
siempre actúan de manera “racional” (3:76), debe enfatizarse que el sentido de tales
afirmaciones siempre va más allá de las intenciones de sus autores, en el modo
específico que el sentido de estas intenciones, para repetir la tesis anterior, debe ser
co-determinado por el intérprete. El significado de la acción de un autor del pasado
nunca está completo, por lo que la restitución de sus sentidos es posible solo en la
medida que pueda reconstruirse y expresarse “en otras palabras”, y por medio de los
juicios de sus intérpretes. Por consiguiente, no puede haber conocimiento absoluto de
un texto. Es parte del destino de cualquier texto que su sentido dependa de un número
indefinido de lectores, y por lo tanto de múltiples interpretaciones. Cada época debe
por lo tanto comprender y trasmitir un texto a su manera. La Historia, como observara
Burckhardt, es siempre el registro de lo que una época encuentra valioso hacer notar
de otra. A pesar de sus mejores intenciones, los autores del presente tienen una
mirada parroquial hacia lo que, en un futuro indeterminado, intérpretes desconocidos
verán en sus trabajos. Por el contrario, como lo señalara Habermas, los historiadores
actuales están siempre atrapados momentáneamente en el rol de ser los últimos.21
A los teóricos políticos complacientes se les facilitan las cosas: primero, los
textos deben ser exactamente comprendidos y solamente luego, si es del caso,
juzgados (de acuerdo con los caprichos de los lectores). Parece claro que el efecto (no
intencional) de esta regla es celebrar el poder del pasado sobre el presente. La nueva
historia sufre definitivamente de falta de imaginación crítica, como lo han sugerido
muchos críticos de su polvoriento anticuarianismo. 22 Busca maximizar la cantidad de
“reproducciones” del pensamiento político del pasado atesoradas para los habitantes
del presente. De esta manera olvida en ciertos casos la necesidad de desprenderse de
las herencias, las cargas y las distorsiones del pasado. En otras palabras, devalúa la
capacidad del historiador para interrogar críticamente y para debilitar el atractivo de las
“interpretaciones realistas” del pasado sobre el presente. Inhibe la autoconciencia para
apropiarse de la tradición, preservarla o romper con ella, y de esta manera estimular la
(potencial) subjetividad de los que viven en el presente. (La falsa sobriedad de la
nueva historia puede ser contrastada con el enérgico y crítico poder evidenciado en
algunas obras contemporáneas de la teoría política feminista, como Fortune is a
Woman de Hanna Pitkin, o The Problem of Political Obligation de Carole Pateman, o
con obras estimulantes e iconoclastas de la interpretación histórica como El queso y
los gusanos de Carlo Ginzburg o la Histoire de la folie de Michel Foucault. Ninguna de
estas obras pretende ser una sobria reproducción de nuestro pasado histórico, y cada
una de ellas contribuye a modificaciones fundamentales en nuestro sentido compartido
del pasado, del presente y del futuro).
21
Habermas, J., Zur Logik der Sozialwissenschaften, Frankfurt am Main, 1973, pp. 273.
22
Tarlton, C. D., “Historicity, meaning and revisionism in the study of political thought”, History and Theory,
12. 1973, pp. 307-28; Leslie, M., “In defense of anachronism”, Political Studies, 18, 1970, pp. 433-47.
El pseudo distanciamiento “contemplativo” de la nueva historia es por lo menos
consonante con las posiciones ideológicas del conservadurismo como del liberalismo
(como lo observara Mannheim en otro contexto)23 y está reforzado por la presunción
(discutida arriba con referencia a la proclamada intencionalidad) que los agentes
siempre tienen acceso privilegiado al sentido de sus afirmaciones. La ceguera de la
nueva historia para no reconocer que el poder se encuentra en todas partes, que (por
lo menos en las sociedades existentes) las relaciones de autoridad y obediencia están
rutinizadas o “sedimentadas” en formas de vida institucionalizadas en las que se han
forman los sujetos actuantes y hablantes. Imagina que el argumento político juega un
papel absolutamente transparente de su intencionalidad autoconsciente. Supone que
se encuentra liberado por “invisibles” relaciones de poder, interés o autoengaño
ideológico. Como consecuencia, la nueva historia no puede superar la posibilidad de
que algunos autores particulares puedan de forma inconsciente o semi-consciente
“racionalizar” las estructuras concretas de poder de su sociedad para presentarlas
como universales. (Por ejemplo, en la defensa que hacen varios autores del “pueblo”
frente al frente al absolutismo, la palabra está tomada por su valor nominal; de allí
resulta la falsa impresión de que estos autores incluyen a las mujeres, los
desposeídos, los indigentes, los colonizados y otros en la categoría universal de
ciudadanía). Por el contrario, falla al analizar el conjunto habitual de asuntos relativos
a la relación entre afirmaciones dadas de autores y su aclaración y explicación a
través de probables antecedentes causales.24 En verdad, Skinner reconoce la
necesidad de un relato explicativo de las auto-declaradas intenciones de los actores
del pasado. Pero aún esa forma de explicación que considera es débil y acrítica, y
complaciente con la proximidad de esas intenciones. Para Skinner, explicar las
intenciones del autor consiste en redescribir las intenciones que lo guían (3:76; 5:107 y
sigs., esp. 112-113). Sin embargo aludiendo a la significación explicativa del juicio la
racionalidad de las afirmaciones y los motivos de los agentes (4:90-4) él mantiene,
engañosamente, que conocer las intenciones de los autores equivale a conocer cómo
deben ser interpretadas estas afirmaciones, y más aún, por qué llevaban a cabo sus
específicos actos de habla. De esta manera se ha perdido la idea post-iluminista de
que no es tan simple juzgar una época y sus elementos constitutivos sobre la base de
su propia autocomprensión.
III
11. Puede objetarse que los argumentos presentados aquí contra las tres
premisas de la nueva historia son contradictorios, en cuanto secretamente reclaman
una “verdadera” metodología histórica, lo que está completamente en desacuerdo con
su rechazo explícito del intento de generar un conocimiento indiscutible del pasado.
Esta sospecha sería injustificada, desde que no se ha propuesto o pretendido ninguna
norma interpretativa fundamental. Las propuestas metodológicas de la nueva historia
pueden ser interpretadas de una variedad de formas –como lo confirma un repaso del
volumen de sus contribuciones. La interpretación particular sostenida aquí no pretende
ser exhaustiva o totalizadora. No se ha preocupado ni por resumir exhaustivamente a
la nueva historia en sus propios términos, ni tampoco por extraer de ella
generalizaciones sistemáticas e irrefutables. Por el contrario, ha perseguido un
modesto tipo de abordaje hermenéutico, en el cual ha intentado reconstruir e
interpretar los argumentos deliberadamente organizados de la nueva historia, de forma
23
Mannheim, Karl, Ideology and Utopia: An Introduction to the Sociology of Knowledge, New York,
Harcourt, Brace and World, 1946, pp. 180-2, 206-15, y “Conservative thought”, en Essays in Sociology
and Social Psychology, ed. Paul Kecskemeti, New York, 1953, pp. 74-164.
24
Por ejemplo, ver Wright, H. von, Explanation and Understanding, London, Routledge and Kegan Paul.
1971, y Taylor, Charles, “Explaining action”, Inquiry, 13, 1973, pp. 54-89.
de indicar la vía por la que vagan, y a veces contradicen, los argumentos presentados
por este autor.25 Al poner en primer plano estas “aventuras” de los argumentos de la
nueva historia, vemos que este particular abordaje no ha pasado por alto la naturaleza
heteromorfa y completamente convencional –y por lo tanto, irreductiblemente plural–
de los juegos de lenguaje interpretativos. Por el contrario, se cubre a sí mismo de
quedar atrapado en una contradicción performativa de este tipo, confiando en una
lógica de ocasión como la que se encuentra, digamos, en los escritos de los sofistas
griegos. El rasgo único de esta lógica argumental es su rechazo de las pretensiones a
una verdad universal, indicando las formas por las que tanto ellos como sus
afirmaciones son sólo manifestaciones de la lógica particular, del caso especial, de la
ocasión única.
26
Cerca de esta conclusión parece estar Hayden White en su profunda discusión sobre la historiografía
contemporánea Tropics of Discourse: Essays in Cultural Criticism (Baltimore and London, Johns Hopkins
University Press, 1978), esp. caps. 1-4. Argumentando detalladamente que toda historiografía implica la
narración de muchos y a menudo diferentes tipos de historias, White retrocede ante las implicaciones
pluralistas de su tesis. Argumenta tentativamente que los diferentes tipos de narración, explicación y
compromiso normativo en las diferentes “escuelas” historiográficas consisten en la proyección de un
número limitado de tropos identificables –metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía– que prefiguran los
campos de percepción de los acontecimientos históricos por el historiador. Estimulado por A Grammar of
Motives de Kenneth Burke (Berkeley and Los Angeles, University of California Press, 1969), White
intenta concretar y explicar los diferentes modos de interpretación en una teoría tropológica del lenguaje
poético, que conduce directamente a preguntas del tipo tu quoque –que quedan sin respuesta– sobre la
exhaustividad y la validez mismas de esta teoría general.
27
La idea de que la democracia requiere una pluralidad de memorias puede inferirse desde dos
situaciones posibles aunque muy diferentes. En un extremo, es posible imaginar una sociedad anterior –
como los palestinos– a cuyos miembros se les ha interrumpido el sentido histórico, se les ha desarraigado
violentamente contra su voluntad y dispersado a los cuatro vientos. Faltos de una memoria común, los
ciudadanos de esta antigua sociedad sin historia se encuentran a si mismos impotentes en un mundo que
les parece efímero, vacío y amenazante. Una posibilidad muy diferente e igualmente extrema es la de un
orden político –tal como Checoslovaquia contemporánea– que permite solamente una visión de la historia
entre sus sujetos. Esto hace surgir un extraño sentimiento de a-historicidad entre los integrantes de este
orden político. El tiempo parece detenido. Incluso aunque los individuos continúen naciendo, creciendo,
enamorándose, teniendo niños y muriendo, todo a su alrededor se vuelve inmóvil, petrificado y reiterativo.
Bajo estas circunstancias cualquier tentativa, aunque sea limitada, para conservar memorias pasadas
representa un acto de autodefensa de los ciudadanos, una resistencia contra el olvido del no-tiempo,
mientras que la lucha de la memoria contra el olvido impuesto oficialmente, como dice Kundera, es
también una lucha contra el poder autoritario.
28
Benjamin, Walter, “Theses on the philosophy of history”, en Illuminations, ed. Hannah Arendt, London,
New Left Books, 1973, pp. 257-8.
29
Nietzsche, Friedrich, “The use and abuse of history”, en The Complete Works of Friedrich Nietzsche,
ed. O. Levy, London. 1921, vol. 5, pp. 1-100.
historia reposan, por ejemplo, en la suposición mítica (recogida del materialismo
histórico y del romanticismo de obras de B. G. Niebuhr, Michelet y Carlyle) de que las
voces muertas de generaciones perdidas pueden resucitar y que el punto de vista de
las clases oprimidas puede ser recuperado completamente por sus aliados políticos
que viven en el presente. Las propuestas de Benjamin para rescatar y redimir
críticamente el pasado perdido reposan en muchas otras premisas poco convincentes:
una teoría del lenguaje entendido como nominalismo representacional –como la idea
de una edad de oro en la que no era necesario luchar con las dimensiones discursivas
del lenguaje–, y la creencia (derivada de Goethe) de que la interpretación histórica es
capaz de recuperar los orígenes auténticos de aquellos elementos que aparecen
discordantes de la vida presente.
Por contraste con esta tarea de definir memorias orientadas al futuro que
peinan la historia “a contrapelo”, la búsqueda equivocada de la nueva historia para
comprender descriptivamente lo que los autores del pasado “podrían haber tenido la
verdadera intención de comunicar” es implícitamente conformista. Su objetivo de
producir una “historia verdadera” de las ideologías políticas se parece más a una
historia oficial que defienda inconscientemente la alucinatoria captura el presente por
las ideologías del pasado. A pesar de sus intenciones modestas y distintas, la nueva
historia se adhiere a una vieja y sospechosa divisa: Tout comprendre, c’est tout
pardonner.
30
Este tipo de memoria orientada al futuro ha dirigido mis esfuerzos recientes para desarrollar una teoría
política de sociedad civil. Ver Democracy and Civil Society (London and New York, 1988) y John Keane
(ed.), Civil Society and the State. New European Perspectives (London and New York, 1988). Por sus
comentarios de un borrador inicial de este ensayo, agradezco a Peter Uwe Hohendahl, Quentin Skinner y
Patrick Wright
Apéndice: « Part II Quentin Skinner on Interpretation »