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San Paciano (¿-c.

390), obispo de Barcelona


Homilía sobre el bautismo; PL 13,1092

«El Esposo está con ellos»

El pecado de Adán se comunicó a todo el género humano, a todos


sus hijos... Es, pues, necesario que también la justicia de Cristo se
comunique a todo el género humano; de la misma manera que Adán,
por el pecado, hizo perder la vida a su descendencia, así Cristo, por
su justicia, dará la vida a sus hijos (cf Rm 5,19s)...

En la plenitud de los tiempos, Cristo recibió de María un alma y


nuestra carne. Esta carne, él vino a salvarla, y no la abandonó en la
región de los muertos (Sl 15,10), la unió a su espíritu y la hizo suya.
Estas son las bodas del Señor, su unión a una sola carne, a fin de
que, según «este gran misterio» sean «dos en una sola carne: Cristo
y la Iglesia» (Ef 5,31). De estas nupcias nació el pueblo cristiano, y
sobre ellas descendió el Espíritu del Señor. Esta siembra venida del
cielo se expandieron rápidamente en la substancia de nuestras almas
y se mezclaron con ella. No desarrollamos en las entrañas de nuestra
Madre y, creciendo en su seno, recibimos la vida en Cristo. Eso es lo
que hizo decir al apóstol Pablo: «El primer hombre, Adán, se convirtió
en ser vivo; el último Adán, en espíritu que da vida» (1C 15,45).

Es así como Cristo, por sus presbíteros, engendró a hijos en la


Iglesia, tal como lo dice el mismo apóstol: «Soy yo quien os ha
engendrado para Cristo Jesús» (1C 4,15). Y es así como por el
Espíritu de Dios, Cristo, por las manos de su presbítero, y con la fe
por testigo, hace nacer al hombre nuevo formado en el seno de su
Madre y dado a luz en la fuente bautismal... Es, pues, necesario creer
que podemos nacer... y que es Cristo quien nos da la vida. El apóstol
Juan lo dice: «A cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de
Dios» (Jn 1,12).

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