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EL MISTERIO DE LA MUERTE

8 octubre 2013 por idafe

Por: Oscar M. García Rodríguez

“¿Por qué no supimos de esto mientras vivimos en la tierra?”

Charles Drayton Thomas, “A Real World” (Un Mundo Real).

“Por favor, ayuden a comunicar a todos que existe

una vida después de la muerte”.

Transcomunicación recibida en 1988 por el ingeniero alemán Hans Otto König.

“MUERTE”, UNA PALABRA MALDITA

Si una palabra hay en nuestro diccionario que pueda llamarse maldita, ésta es, sin ningún género de
dudas, muerte. Esta aserción puede comprobarse fácilmente si pronunciamos dicho término entre los
asistentes a cualquier reunión social. Las reacciones que se producirían podrían ser de este estilo: en un
primer momento, sólo con escucharla, una buena parte de los presentes no podrá evitar sentir como
automáticamente se les eriza el vello de la piel; a otros traerá a la memoria reminiscencias dolorosas,
cercanas o lejanas, referidas a la pérdida de seres queridos; habrá también quien sienta un
involuntario estremecimiento al evocar cierta película vista últimamente, en la cual se mostraban algunas
supuestas escenas con las inquietantes situaciones que, se especula, puede ocultar esa temida frontera; y
hasta es posible, incluso, que alguien de los presentes considere que el sólo hecho de evocar un tema tan
“desagradable”, es un signo de muy mal gusto.

Pero como sucede con toda palabra maldita, también ésta tiene su contraparte morbosa, de tal manera
que es bastante probable que entre ese mismo colectivo surja la voz de quien diga que puesto que ha
surgido un tema tan interesante, es una buena oportunidad para comenzar a contar historias de miedo,
de fantasmas y aparecidos, sobre todo si la reunión social ha llegado ya, como suele ser habitual, a altas
horas de la madrugada. Finalmente, podría suceder – ¿por qué no? – que alguna voz se alzase
representando una postura más constructiva, racional o lógica – y por eso mismo, más rara –
manifestando que éste es un tema cuyo debate, estudio e investigación merecen las mayores atenciones y
que, por tanto, se debería enfrentar como cualquier otro aspecto de la realidad todavía indescifrado por
el género humano; es decir, tendría que ser abordado sin preconceptos, con rigor, libertad y honestidad.

Resulta sorprendente y contradictorio a un tiempo que en una sociedad como la nuestra, supuestamente
orientada y educada mayoritariamente bajo presupuestos espirituales religiosos – en los que aparece
formando parte de sus contenidos esenciales, la idea de una realidad espiritual trascendente en el ser
humano -, el tema de la muerte se haya convertido en un auténtico tabú.

Hay muchas culturas y pueblos del mundo en los que el asunto es observado desde un punto de vista
diametralmente opuesto al occidental. Entre los integrantes de esas culturas se da una convivencia
permanente con la muerte desde la más temprana edad, acontecimiento al que no se orla con tintes
dramáticos, espeluznantes u ominosos, sino que se le considera como una parte más del juego de la
Naturaleza, un aspecto de la existencia encajado sin contradicciones en una cosmovisión holística, en la
que la muerte representa sólo la contraparte necesaria de la Vida.

El culto a los antepasados, arraigado entre los hombres desde las comunidades humanas más primitivas –
se han encontrado evidencias de estas prácticas ya entre los neandertales -, la relación mágica con el
mundo de los muertos mediante la función intermediaria de figuras especiales como los chamanes y, a
veces, el acceso individual o comunitario a las experiencias trascendentes mediante la realización de
determinadas prácticas y ritos guiados, parte de los cuales incluyen habitualmente la ingestión de plantas
alucinógenas con un sentido sagrado, preparan a los seres que forman parte de dichas comunidades para
mirar a la muerte cara a cara.

Desde un punto de vista filosófico y hasta biológico, es posible aportar numerosas evidencias que apoyan
la idea de que la muerte está al servicio de la Vida. Y esto es así porque la muerte permite la renovación
de las formas, da oportunidad a que el “fenómeno Vida” se exprese evolutivamente, propiciando la
desaparición de las estructuras gastadas, al tiempo que abre espacio para que las mutaciones íntimas se
vayan exteriorizando en formas renovadas o más evolucionadas; es decir, mejor adaptadas para
manifestar externamente los progresos alcanzados interiormente.

Por todo lo que iremos a ver a continuación, parece ser que una previa y adecuada mentalización tiene
una importancia capital a la hora de afrontar de manera consciente y positiva el misterio de la muerte.
Muchos son los testimonios que vienen en apoyo de esta aseveración. Los hechos indican que hay una
gran diferencia entre acercarse a la muerte de forma consciente, a que ésta se presente por sorpresa a
quien no sólo no se ha preocupado jamás de estas cuestiones sino que ha centrado sus intereses y
objetivos vitales exclusivamente en lo inmediato tangible. Y, ¿en qué términos se traduce esta diferencia?
Pues en situaciones sufrientes o ausencia de sufrimiento o, si queremos decirlo de otra manera, en
oscuridad o luz.

EL MISTERIO DE LA MUERTE Y EL DESPERTAR DE LA HUMANIDAD

Estoy plenamente convencido – convicción compartida por infinidad de personas en todo el mundo – que
vivimos un tiempo crucial, un tiempo que plantea a cada ser humano de la presente generación una
elección consciente de lo que quiere que sea su vida en adelante. Por eso ésta es una época difícil, a la par
que increíblemente interesante; no en vano en ella se decide, en gran medida, el futuro de la humanidad.

Pero para poder elegir con conocimiento de causa, es decir, conscientemente, ¿qué se precisa? Es
necesario que todas las opciones sean puestas, por decirlo así, sobre la mesa, al alcance de todos, para
que cada cual pueda sopesar por su cuenta y riesgo, con verdadera libertad, las diferentes alternativas
que tiene ante sí.

Esta es una época donde la Verdad aparece con el disfraz de la mentira y la mentira se confunde con la
Verdad, donde todo es y debe ser necesariamente cuestionado. Y de la crisis y el derrumbe del sistema de
referencias hasta ahora vigente, surge esa incontenible marea humana que vemos en nuestros días a la
búsqueda de alternativas válidas. Mientras un viejo paradigma muere, un nuevo paradigma parece querer
brotar de entre sus escombros.

Nuestra época se asemeja a un gran mercado bullicioso, en el que confluyen las tres grandes calles de la
historia: el pasado, el presente y el futuro. Al ser humano de hoy no sólo se le pide que alcance un
determinado grado, se le exige que demuestre la lucidez y capacidad necesarias para reconocer la Verdad
allí donde ésta se encuentre, para descubrir y cultivar las semillas del Nuevo Renacimiento en medio de un
gran carnaval… Nuestra época es un reto, un desafío, sí, pero también y sobre todo, una gran esperanza.

El descubrimiento de lo que oculta el misterio de la muerte y lo que hay más allá, representa uno de los
factores definitorios de lo que podríamos llamar la Nueva Conciencia. Llegar a conocer de verdad lo que
entraña este enigma supone para el ser humano liberarse de la tutela interesada de las organizaciones
religiosas tradicionales, conformadas durante siglos más como estructuras de poder, sustentadoras de un
determinado orden socioeconómico, que como movimientos auténticamente emancipadores de las
conciencias.

Al adquirir ese conocimiento se diluyen los “terrores” asociados a la muerte y lo que hay tras ella,
alentados desde siempre por quienes, hasta hace bien poco, venían considerando ese territorio de su
exclusiva potestad, sector representado por esos personajes tradicionales imbuidos de una aparente
autoridad superior, autoproclamados intermediadores “necesarios” entre el ser humano común y la
divinidad.

Supone también, en definitiva, contribuir a la asunción de la responsabilidad individual en el camino del


autoperfeccionamiento y, por extensión, como ser social, del papel que le corresponde a cada cual en la
mejora de la vida de la Gran Comunidad Humana de la que forma parte.

Por todo ello, desde nuestro punto de vista, el desentrañamiento del misterio de la muerte y todo lo que
le rodea, se presenta como una de las fuerzas directrices que están contribuyendo y contribuirán aún más
en el futuro, al despertar de la humanidad.

No es nuestra intención presentar en las páginas que siguen, un exhaustivo e interminable recuento de
evidencias y pruebas a favor de la realidad de la esencia espiritual humana y su sobrevivencia a la muerte,
no; hay muy buenos estudios en el mercado editorial, al alcance de todos los interesados, capaces de
cumplir mucho mejor esa función. Con las presentes y siguientes consideraciones queremos dirigirnos
preferentemente a quienes ya tienen asumidas ideas análogas o, al menos, no las niegan
apriorísticamente. No obstante, en ciertos momentos, a lo largo del desarrollo de los temas que
abordaremos de aquí en adelante, será inevitable que aludamos a algunos de esos hechos y fenómenos,
dada su relación directa con lo que estaremos explicando.

¿QUÉ SABEMOS SOBRE LA MUERTE?

Antes de responder a esta pregunta, parece pertinente hacernos previamente otra: ¿Qué sabemos sobre
la Vida? Dar adecuada repuesta a esta segunda cuestión implicará encontrar la solución de la primera,
pues ambas representan las dos caras de una misma moneda.

¿Dónde estará la frontera entre “materia muerta” y “materia viva”?. ¿Las moléculas orgánicas gigantes
como el ADN son ya vida? Y los coacervados, ¿son seres vivos? Y, ¿qué decir de los virus, son ellos los
primeros seres vivos? La frontera entre “materia viva” y “materia muerta” en las etapas primigenias, no
parece ser una línea clara sino una zona difusa.
Sin lugar a dudas puede decirse que la existencia de un ser humano es, desde que nace, un camino hacia
la muerte. Pero, ¿cómo definir con nitidez esa frontera que separa la vida de la muerte? Históricamente
ha habido un debate entre “vitalistas” y “materialistas”. Para los primeros, la muerte de una persona se
produciría cuando el alma abandona el cuerpo; para los segundos, la muerte sería sólo una fase más del
ciclo de la materia.

A lo largo del tiempo, la determinación de la muerte de un individuo venía haciéndose mediante la


observación de una serie de signos físicos tales como la palidez, el “rigor mortis” y el aparente cese de
determinadas actividades o funciones de los órganos vitales: La respiración, el latir del corazón, el pulso y,
más modernamente, el paro de la actividad eléctrica del cerebro evidenciado por el encefalógrafo. La
fijación del momento de la muerte en los seres humanos ha sido siempre una cuestión de gran
importancia, no sólo en su dimensión estrictamente orgánica, sino también por sus implicaciones
metafísicas y jurídicas.

El avance en las técnicas de reanimación ha traído como resultado que numerosos individuos, aún
manifestando en un primer momento gran parte de los antedichos síntomas, hayan podido mantener sus
funciones vitales con ayuda de aparatos externos y que en un significativo número de casos, saliesen de
esa zona fronteriza con la muerte. De ahí que se hayan multiplicado las llamadas “experiencias cercanas a
la muerte”, que tan de actualidad han estado en los últimos años, aportando gran cúmulo de indicios que
sugieren que la vida no termina con el cese de las funciones orgánicas y que la conciencia individual
permanece íntegra más allá de dicho “límite”.

El Peso del Alma

Pero antes de todo eso, desde hacía ya mucho tiempo, se venían realizando investigaciones y acumulando
hechos que inducían a pensar que la muerte no consistía sólo en la cesación de un conjunto de actividades
biológicas, sino que en ese instante había “algo” que abandonaba el cuerpo. ¿Sería ese “algo” el alma a la
que aludían los espiritualistas de todas las épocas, a la que consideraban la realidad íntima y última del ser
humano?

Para intentar comprobar esa idea se llevaron a cabo investigaciones en hospitales con numerosos
enfermos terminales, en las que con el uso de balanzas muy sensibles se pudo constatar que en el
momento de la muerte el cuerpo del moribundo registraba súbitamente cierta pérdida de peso.
Recordemos, por ejemplo, las experiencias llevadas a cabo por el Dr. Duncan McDougall, de Haverhill,
Massachusetts (USA). Este investigador colocó a varios pacientes agonizantes – incluida la cama – sobre
unas balanzas de alta sensibilidad; verificó entonces que en el instante de la muerte la balanza mostraba
una súbita pérdida de peso, disminución que en los seis casos observados oscilaba entre los 56,7 y los 70,9
gramos. Curiosamente estos datos eran bastante coincidentes con los obtenidos por los físicos holandeses
Dr. J.L.W. P. Matla y Dr. G.J. Zaalberg Van Zelst, quienes años atrás habían construido un aparato para
intentar la comunicación con el mundo espiritual siguiendo las indicaciones de diversos espíritus guías, al
que llamaron Dinamistógrafo. La media entre los resultados obtenidos por los físicos holandeses y los del
Dr. MacDougall, daba la cifra de 61,7 gramos.

Todo esto hizo pensar a un buen número de investigadores, que aquellos resultados podían ser un buen
indicativo del “peso del alma”, la cual se desprendía del organismo físico en el instante de la muerte.

Sin embargo, surgieron explicaciones alternativas. Se afirmó que la pérdida de peso venía producida, en
realidad, por la última expulsión de aire de los pulmones en el momento de la expiración. Esta objeción,
no obstante, queda absolutamente desmentida por la Física y las Matemáticas; veamos: si la capacidad
media de los pulmones está entre los 5 y 6 litros de aire (en cada espiración se expelen 1,5 litros de aire,
aproximadamente), aplicando el principio de Gay-Lusach, que dice que el coeficiente de dilatación de los
gases es de 1/273 del volumen inicial, por grado, y considerando una diferencia de 10 grados entre la
temperatura de la persona y la del medio ambiente, resulta que matemáticamente hablando dicha
pérdida de peso vendría a ser de sólo 0,018 gramos. (1) Luego, ésta no puede ser, en ningún caso, la
explicación. Debe haber algo más.

Cuando la Muerte se acerca

Tras entrevistar a numerosos moribundos, la investigadora suiza Dra. Elizabeth Kübler-Ross, se dio cuenta
que al margen de las situaciones socioculturales de que aquellos procediesen, de las razas a que
pertenecieran o de las religiones que profesasen, en todos los casos investigados había grandes
semejanzas entre el tipo de estados internos que se generaban ante la muerte. Pudo así establecer un
esquema de las etapas psicológicas que mantenían los enfermos en los últimos meses de sus vidas, en el
que se contemplan las siguientes fases: el choque, la negativa, la ira, la depresión, el regateo, la
aceptación y, finalmente, la decatexis (última etapa de la agonía). En la realidad, dichas etapas no estaban
siempre perfectamente delimitadas, sino que a veces se mezclaban unas con las otras. (2)

¿CÓMO SE OPERA LA SEPARACIÓN DEL ESPÍRITU Y EL CUERPO DURANTE LA LLAMADA MUERTE?

El Relato de Andrew Jackson Davis

Uno de los más notables médiums que hayan recogido los anales de la historia, fue el norteamericano
Andrew Jackson Davis (1826-1910), conocido en su época con el sobrenombre de “el vidente de
Poughkeepsie”. Mediante sus capacidades de clarividencia Davis hizo algunas notables predicciones, entre
las que están las de la aparición de los automóviles y las invenciones de la máquina de escribir y los
aeroplanos. Fue el autor de la llamada “Filosofía Armónica”, obra en la que recoge gran parte de las
enseñanzas que recibiera de comunicantes espirituales y obtuviera mediante sus visiones directas del
mundo invisible.

En el primer volumen de la obra citada, su autor nos ofrece la descripción del proceso desencarnatorio de
una moribunda a la que el médium tuvo ocasión de velar. Uno de los aspectos más destacados del relato
de Davis, es su constatación de que el paso al “otro lado” de la vida era, citando sus mismas
palabras, “interesante y agradable”, muy alejado de las descripciones oscuras y llenas de terror con que
los relatos tradicionales han rodeado este hecho. Otra de las circunstancias que explica en sus
anotaciones el vidente norteamericano, es que la mayor parte de esos síntomas que en el moribundo
parecen ser señales de dolor, corresponden realmente a reacciones reflejas e inconscientes del
organismo.

En el caso del que Davis fue testigo, el proceso último de la muerte se inició en la mujer con una
extraordinaria concentración en la región cerebral, zona que se hizo cada vez más luminosa al tiempo que,
por el contrario, las extremidades se obscurecían. Entonces comenzó a separarse el nuevo cuerpo,
liberándose sobre todo la cabeza. Poco después quedó completamente libre, formando ángulo recto con
el cuerpo físico, con sus pies cerca de la cabeza y con cierto hilo luminoso vital uniendo todavía ambos
cuerpos. Cuando ese hilo se rompió, una pequeña parte de él volvió al cadáver para preservarlo de una
putrefacción inmediata. El cuerpo etéreo recién liberado tardó un tiempo en adaptarse al nuevo medio,
hasta que al fin pasó a través de la puerta abierta. A partir de aquí A. J. Davis dice:

“La vi pasar a través de la habitación contigua, salir por la puerta y subir por el aire… En cuanto salió de la
casa, se le unieron dos espíritus amigos venidos de la región espiritual y, después de reconocerse y entrar
los tres en comunicación de la más graciosa manera, comenzaron a subir oblicuamente a través de la
envoltura etérea de nuestro globo. Andaban juntos tan natural y paternalmente, que difícilmente podía
convencerme de que pisaban el aire, parecía que andaban sobre la falda de una gloriosa montaña que les
fuera familiar. Continué mirándoles hasta que la distancia les alejó de mi vista”. (3)

La Muerte descrita desde el Más Allá

A continuación vamos a seguir aportando descripciones y testimonios del modo como se opera la llamada
muerte o desencarnación, según la nomenclatura espiritista. Los casos que presentaremos seguidamente
son relatos del proceso desencarnatorio vistos desde el otro lado del plano físico, es decir, desde el Más
Allá, comunicados a través de diferentes vías mediúmnicas.

1º Caso

El primero que vamos a estudiar procede de una obra de origen mediúmnico titulada “Los mensajeros
espirituales”, cuyo autor extrafísico es André Luiz, espíritu muy conocido en el movimiento espiritista
brasileño y sudamericano, que fuera un célebre médico en su última vida (4). El médium que canalizó
estas y otras muchas obras del mismo ser y de otros muchos espíritus, es Francisco Cándido Xavier (Chico
Xavier), muerto (30-6-2002) a los 92 años de edad, que tiene en su haber más de 400 obras
psicografiadas, emanadas de diversas fuentes espirituales.

La descripción de estos hechos aparece en los capítulos XLIX y L, titulados, respectivamente, Máquina
Divina y La Desencarnación de Fernando. Vamos a resumir sus puntos esenciales, destacando los datos
que más nos interesan.

Repetimos, sitúese correctamente, el lector: los hechos están descritos no desde el plano físico, sino
desde esa otra dimensión más sutil, ordinariamente imperceptible por nuestros sentidos, a la que se le ha
venido dando diferentes nombres: Mundo Espiritual, Mundo Astral, Más Allá…
André Luiz, la entidad que informa de estos y de otros muchos pormenores de la vida en el mundo
invisible, está acompañando a otro espíritu que responde al nombre de Aniceto, el cual en aquellos
momentos actúa como su instructor en una serie de campos y tareas encaminadas a su preparación como
futuro servidor. En la ocasión que nos ocupa, atendiendo a la llamada de un doctor espiritual, ambos se
encuentran junto a un moribundo, Fernando, de unos sesenta años, que permanece postrado en su lecho
en estado de coma desde hace varios días, a consecuencia del avanzado estado de la leucemia que
padece.

Ni en el plano físico ni en el invisible, la estancia estaba vacía. En el plano de los encarnados varios
familiares cercanos hacían guardia junto al enfermo llenos de aflicción. En el plano invisible dos entidades,
la madre del moribundo y otra pariente próxima, se hallaban allí intentando también ayudar a aquel ser
presto a dejar el mundo de la carne.

En un determinado momento el instructor insta a André a que realice una auscultación profunda del
organismo del moribundo, para que tome plena consciencia de los procesos generales y particulares que
acompañan y determinan la separación del espíritu del cuerpo. André obedece la indicación y he aquí la
narración de una parte de su observación:

“Noté que su alma se retiraba lentamente a través de puntos orgánicos aislados. Asombrado verifiqué que,
bien al centro del cráneo, había un foco de luz mortecina, que variaba ligeramente de forma, como la
llama de un candelabro encendido ante las ondulaciones leves del viento. Llenaba toda la región encefálica
causándome profunda admiración”.

Advirtiendo su asombro, Aniceto le ofrece información aclaratoria:

“La luz que usted observa es la mente, para cuya definición esencial no tenemos, por ahora, concepción
humana alguna”.

Detenido en un examen minucioso del estado orgánico del moribundo, ayudado en este propósito por la
acción magnética de su instructor, André Luiz sigue dando cuenta de sus impresiones:
“El cuerpo me parecía ahora una maravillosa usina mostrando los más mínimos detalles… Identificaba, en
grandes proporciones, los nueve sistemas de órganos de la maquinaria humana: el esqueleto óseo, la
musculatura, la circulación sanguínea, el aparato de purificación de la sangre, consustanciado con
pulmones y riñones, el sistema linfático, la maquinaria digestiva, el sistema nervioso, las glándulas
hormonales y los órganos de los sentidos”.

Reparando en el profundo estado de deterioro orgánico ya alcanzado en el cuerpo que observa, el


comunicante espiritual nos describe así la situación:

“Millones de organismos microscópicos iban y venían en la corriente empobrecida de glóbulos rojos.


Presenciaba el pasaje de formas raras, a la manera de minúsculas embarcaciones cargadas de bacterias
mortíferas… Invadían todos los núcleos organizados. Órganos como los pulmones, el hígado y los riñones,
estaban siendo asaltados irremediablemente, por incalculable cantidad de saboteadores infinitesimales…”.

Es entonces cuando nota algo notable, algo en lo que no había fijado su atención hasta aquel momento:

“A medida que se consolidaban los microbios invasores en determinadas regiones celulares, algo se
destacaba, lentamente, de la zona atacada, como si un molde siempre nuevo fuese expulsado de la forma
gastada y envejecida, reconociendo yo, de ese modo, que la desencarnación se operaba a través de
proceso parcial…”.

El irreversible estado del caos orgánico del moribundo, se torna evidente para el estudiante del mundo
invisible, que anota:

“Observé que el moribundo intentaba readquirir la dirección de los fenómenos orgánicos, pero en vano…”.

Aniceto, el instructor, explica a su alumno la trascendente importancia que tiene el organismo físico desde
el punto de vista evolutivo, formado por el molde espiritual preexistente, ya que éste representa, según
sus palabras, “una conquista laboriosa de la humanidad terrestre”. En su explicación el guía alude a la
semejanza del cuerpo orgánico de los humanos con una máquina moderna:

“Ambos – señala – son impulsados por la carga de combustible, con la diferencia que en el hombre, la
combustión química obedece al sentido espiritual que dirige la vida organizada”.

Siguiendo con su lección, Aniceto hace hincapié en la función gobernadora y organizadora de todo el
complejo orgánico que le corresponde a la mente humana:

“Ahí – explica – no poseemos tan sólo el carácter, la razón, la memoria, la dirección, el equilibrio, el
entendimiento; sino también el control de todos los fenómenos de la expresión corpórea”.

Más adelante, reflexionando sobre el mismo asunto, añade:

“La mente humana, aunque indefinible por la concepción científica limitada en la Tierra, es el centro de
toda manifestación vital en el planeta… Cada célula es un minúsculo motor trabajando bajo el impulso
mental”.

El instructor espiritual realiza esta otra interesante observación referida al moribundo, que nos ayuda a
comprender mejor como las circunstancias individuales condicionan de manera fundamental el desarrollo
del proceso desencarnatorio:

“Estamos viendo aquí a un hermano en el momento de la retirada… El agonizante se retira poco a poco y
aún no abandonó totalmente la carne por falta de educación mental. Se ve, por el exceso de intemperanza
de las células, sobre las cuales no ejerce ya ni un control parcial, que este hombre vivió muy lejos de la
disciplina de sí mismo… A decir verdad este amigo nuestro no está desencarnando, está siendo expulsado
de la máquina divina…”.

En esto, los espíritus familiares del moribundo allí presentes, solicitan al instructor su ayuda y
colaboración para acelerar el proceso de la desencarnación. Otra de las entidades, precisamente la que
había solicitado la asistencia del instructor Aniceto en aquel caso, confirma a éste la justicia de la ayuda
que se pide, al tiempo que le informa del operativo organizado para atender las necesidades del
desencarnante tras el definitivo desligue, necesidades relacionadas con su peculiar estado espiritual.

Mas, antes del desenlace definitivo, las entidades ayudantes en el proceso desencarnatorio perciben el
envío continuado de energías magnéticas que los familiares encarnados situados en la sala, en su aflicción,
emiten en dirección al moribundo. André Luiz nos describe este fenómeno:

“De hecho, una red de hilos cenicientos y débilmente iluminados parecía ligar a los parientes con el
enfermo ya casi muerto”.

Ante esta circunstancia, la cual podía perturbar el trabajo que se estaba llevando a cabo, Aniceto declara
sentenciosamente:

“Tales socorros son ahora inútiles para devolver el equilibrio orgánico al paciente. Necesitamos neutralizar
esas fuerzas emitidas por la inquietud, proporcionando, ante todo, la posible serenidad a la familia”.

Recurriendo a la acción de los pases magnéticos, el mentor espiritual proporciona al organismo del
agonizante unas momentáneas reservas de vitalidad, lo que de inmediato se tradujo en una aparente
mejora del estado clínico del paciente, con acentuación y regularización de sus constantes vitales. Tal
mejora es advertida por el facultativo terrestre que lo atendía, quien da cuenta a los parientes. Estos,
regocijados ante las buenas noticias, recobran su alegría y alejan de si las preocupaciones que hasta
entonces venían llenando sus mentes; deciden, pues, dejar solo al paciente para que descansase
tranquilo. Con esto el propósito del instructor espiritual se había logrado: anular las emisiones magnéticas
desestabilizadoras de los parientes. Entonces es cuando comienza la última fase del desligue definitivo del
espíritu:

“Aniceto aprovechó la serenidad del ambiente y comenzó a retirar el cuerpo espiritual de Fernando,
desligándolo de los despojos; reparando yo que había iniciado la operación por los calcañales y
terminando en la cabeza, a la cual, por fin, parecía estar prendido el moribundo por extenso cordón, tal
como sucede con los recién nacidos terrenales. Aniceto lo cortó con esfuerzo. El cuerpo de Fernando se
estremeció, con lo que el médico humano fue llamado al nuevo cuadro. La operación no había sido corta ni
fácil. Se había demorado largos minutos, durante los cuales vi a nuestro instructor emplear todo el caudal
de su atención y tal vez de sus energías magnéticas”.

En el plano invisible, entre tanto, donde el trabajo no había terminado, se presenta la siguiente escena:

“La madre del desencarnado, auxiliada por Aniceto y por el facultativo espiritual que nos había conducido
hasta allí, prestó al hijo los socorros necesarios. A los pocos instantes, mientras la familia terrenal se
echaba sobre el cadáver, en llanto, la pequeña expedición constituida por tres entidades, las dos señoras y
el clínico, salía conduciendo al desencarnado hacia el instituto de asistencia, observando yo que no salían
utilizando el vuelo, sino caminando como simples mortales”.

Los cuatro casos que seguidamente vamos a analizar, están sacados de una interesante obra
titulada “Obreros de la Vida Eterna” (5), recibida también por el médium Francisco Cándido Xavier y
dictada, como la anterior, por el espíritu André Luiz, que es quien hace la mayor parte de las
observaciones y narra los acontecimientos. Son cuatro casos en los que otros tantos seres humanos se
enfrentan a su próxima muerte, a la que cada uno llega envuelto en sus particulares circunstancias y
condiciones, tanto orgánicas como mentales y espirituales.

En todos estos ejemplos, al igual que en el anterior, André Luiz acompaña en calidad de estudiante a un
equipo de entidades especializadas en atender a los moribundos, quienes propician con sus
conocimientos y técnicas la desconexión entre la parte espiritual y el organismo físico, en los seres
humanos que se enfrentan a su inmediata salida de este plano o, como se dice habitualmente, a la
muerte.

Caso 2º

De esta breve selección, el primer caso que presentamos es el de Dimas, un ser humano cuya
característica más destacada era que había dispuesto durante aquella existencia a punto de concluir, de
facultades mediúmnicas desenvueltas.

Auxiliado por la presencia del espíritu de un familiar muy cercano, bajo cuya influencia – aunque sin ser
realmente consciente de ella – el moribundo sentíase reconfortado, una de las entidades espirituales
ayudantes en los servicios de desencarnación, comenzó a ejercer influencia magnética, mediante pases
dirigidos, sobre el cuerpo del agonizante:

“En primer lugar – refiere André Luiz – insensibilizó enteramente el vago, para facilitar el desligue en las
vísceras. Seguidamente, utilizando pases longitudinales, aisló todo el sistema nervioso simpático,
neutralizando, más tarde, las fibras inhibidoras del cerebro.

(…) Cómo yo indagase, tímido – comenta André –, por donde iríamos a comenzar, me explicó el
orientador:

– Como usted sabe, hay tres regiones orgánicas fundamentales que demandan extremo cuidado en los
servicios de liberación del alma: el centro vegetativo, ligado al vientre, como sede de las manifestaciones
fisiológicas; el centro emocional, zona de los sentimientos y deseos, ubicado en el tórax, y el centro mental,
más importante por excelencia, situado en el cerebro”.

Más adelante, tras algunas consideraciones al margen de lo que sucedía en aquellos instantes, el relato
continúa en la parte que más nos interesa:
“Aconsejándome cautela en la administración de las energías magnéticas a la mente del moribundo,
comenzó a operar sobre el plexo solar, desatando los lazos en los que se localizaban las fuerzas físicas. Con
asombro, noté que cierta porción de substancia lechosa se rebosaba del ombligo, flotando cerca. Se le
estiraron los miembros inferiores, con síntomas de enfriamiento.”

En estos momentos, el moribundo comenzó a emitir algunos gemidos, circunstancia que puso en alerta a
los parientes encarnados que estaban a su cuidado – por completo ajenos, evidentemente, al trabajo
invisible que allí se estaba realizando – quienes acudieron presurosos, prestos a ejercer la ayuda que
estimaban oportuna, según su entender, en ese momento. Sin embargo:

“Antes de que los familiares entrasen en escena, Jerónimo – el orientador –, con pases concentrados sobre
el tórax, relajó los hilos que mantenían la cohesión celular en el centro emotivo, operando sobre
determinado punto del corazón, que pasó a funcionar como bomba mecánica, sin regulación. Una nueva
porción de substancia se desprendía del cuerpo, del epigastrio a la garganta; pero reparé en que todos los
músculos trabajaban fuertemente contra la partida del alma, oponiéndose a la liberación de las fuerzas
motrices, en un esfuerzo desesperado, ocasionándole angustias y aflicción al paciente. El campo físico nos
ofrecía resistencia, insistiendo en la retención del ser espiritual”.

No obstante, los objetivos previstos por los mentores espirituales se cumplieron. Por eso André Luiz
concluye:

“Alcanzáramos el coma en buenas condiciones”.

Después de un breve tiempo de descanso, el Asistente espiritual, dando paso a la última etapa del
proceso, reanuda su intervención, dirigiendo su hacer esta vez sobre el cerebro:

“Concentrando todo su potencial de energía en la fosa romboidal, Jerónimo quebró alguna cosa que no
pude percibir con sus detalles– explica André Luiz –, y una brillante llama violeta-dorada se desligó de la
región craneana, absorbiendo instantáneamente la vasta porción de substancia lechosa ya exteriorizada.
Quise mirar la brillante luz, pero confieso que era difícil fijarla…. Pero, en breves instantes noté que las
fuerzas que examinábamos eran dotadas de movimiento plastificante. La llama mencionada se transformó
en una maravillosa cabeza, idéntica en todo a la de nuestro amigo en desencarnación, constituyéndose,
después de ella, todo el cuerpo periespiritual de Dimas, miembro a miembro, trazo a trazo. Y a medida que
el nuevo organismo resurgía ante nuestra mirada, la luz violeta-dorada, fulgurante en el cerebro, palidecía
gradualmente, hasta desaparecer del todo, como si representase el conjunto de los principios superiores
de la personalidad, momentáneamente recogidos en un único punto, esparciéndose enseguida a través de
todos los escondrijos del organismo periespiritual, asegurando de ese modo la cohesión de los diferentes
átomos, de las nuevas dimensiones vibrantes.
Dimas desencarnado, se elevó algunos palmos por encima de Dimas cadáver, apenas ligado al cuerpo a
través de un leve cordón plateado, semejante a un sutil elástico entre el cerebro de materia densa
abandonado y el cerebro de materia sutil del organismo liberado”.

A continuación el recién desencarnado es recibido por el espíritu familiar presente en la estancia, que lo
acoge y protege como si fuese alguien que viniendo del exterior, aterido y debilitado tras una larga
caminata en un día de temporal frío y ventoso, llegase a un refugio acogedor, confortable y cálido.

Pasemos ahora a transcribir la última parte de este interesante relato:

“Para nuestros amigos encarnados, Dimas muriera enteramente. Para nosotros, sin embargo, la operación
era aún incompleta. El Asistente deliberó que el cordón fluídico debería permanecer hasta el día siguiente,
considerando las necesidades del ‘muerto’, aún sin la preparación debida para el desenlace más rápido”.

Dejando a Dimas- espíritu en un estado parecido al sueño, al cuidado de la entidad familiar, el Asistente
ofrece finalmente las siguientes explicaciones complementarias a su alumno espiritual:

“Mañana cortaremos el último hilo que lo liga a los despojos, antes de conducirlo al abrigo conveniente.
Mientras tanto, reposará él en la contemplación del pasado, que se le muestra en una visión panorámica
en el campo interior. Más allá de eso, acusa debilidad extrema después del laborioso esfuerzo del
momento. Por esa razón, solamente podrá partir en nuestra compañía terminado el enterramiento de los
envoltorios pesados, a los cuales se une por los últimos residuos”.

Efectivamente, al día siguiente Jerónimo penetró en el recinto familiar donde se velaba el inerte cuerpo
de Dimas y tras auscultar al desencarnado que todavía permanecía allí dormido, invisible para los
encarnados, al amparo de su familiar, procedió a cortar aquel leve hilo fluídico que hasta entonces unía
los despojos materiales y el cuerpo periespiritual.

No está de más que dejemos anotadas aquí algunas informaciones con enseñanzas interesantes sobre
este cordón sutil, su naturaleza y sus funciones, según las observaciones que André Luiz realiza durante
esta última operación ejecutada por el orientador Jerónimo:

“Tuve la nítida impresión – informa André – de que a través del cordón fluídico, del cerebro muerto al
cerebro vivo, el desencarnado absorbía los principios vitales restantes del campo fisiológico… Noté que si el
organismo periespiritual recibía las últimas fuerzas del cuerpo inanimado, éste, a su vez, absorbía también
algo de energía del otro, que lo mantenía sin notables alteraciones.

El apéndice plateado era una verdadera arteria fluídica, sustentando el flujo y reflujo de los principios
vitales en readaptación. Retirada la última vía de intercambio – tras el “corte” del cordón – el cadáver
mostró señales, casi de inmediato, de avanzada descomposición”.
Caso 3º

Pasemos ahora a describir el caso de F…, que como particularidad presenta la circunstancia de haber sido
un ser orientado durante su existencia física, ahora en declive, hacia los intereses espirituales, habiendo
sido consciente de la realidad de la vida más allá de la muerte. En sus rasgos generales es bastante
parecido al anterior, aunque presenta algunas singularidades o diferencias como verá el lector. Sigamos,
pues, la relación de hechos que nos ofrece el comunicante espiritual a partir del momento en que va a
comenzar a ejecutarse el trabajo de ayuda a la desencarnación:

“A solas con el enfermo y la esposa, que intentaba conciliar el sueño, iniciamos el servicio de liberación.

(…) En seguida el Asistente se detuvo en una complicada operación magnética sobre los órganos vitales de
la respiración y observé la ruptura de un importante vaso…”.

Esta acción del operador espiritual desencadena en el organismo del enfermo una abundante hemorragia.
La esposa, que permanece en la habitación al cuidado de su marido, llama asustada al médico, quien
acude con prontitud y aplica al agonizante las medidas que el conocimiento de su ciencia le indicaba.

Mientras tanto, en el mundo invisible, proseguían los trabajos de ayuda a la desencarnación, de cuyas
fases nos da cuenta André Luiz:

“Reparé en que Jerónimo repetía el proceso de liberación practicado con Dimas, pero con asombrosa
facilidad. Después de la acción desenvuelta sobre el plexo solar, el corazón y el cerebro, desatado el nudo
vital, F… fue completamente apartado del cuerpo físico. Por fin brillaba el cordón fluídico-plateado, con
hermosa luz… El recién liberado descansaba somnoliento, sin conciencia exacta de la situación.

Supuse – anota el narrador – que el caso de Dimas se repetiría allí, detalle a detalle; sin embargo, una hora
después de la desencarnación, Jerónimo cortó el apéndice luminoso.

– Está completamente libre -declaró mi orientador, satisfecho”.

Caso 4º

El ejemplo del que vamos a ocuparnos ahora se caracteriza por el denodado esfuerzo que Cavalcante, el
moribundo, ser de arraigadas convicciones religiosas tradicionales, realiza para oponerse a su
desencarnación, a pesar de que su cuerpo presenta un acusado cuadro de desorganización.

Principia el autor espiritual haciendo una extensa y minuciosa observación de los distintos sistemas
orgánicos del moribundo, dando cuenta en detalle del elevado deterioro que constata, tras lo cual realiza
este importante comentario:

“Reconocía, entretanto, allí, en aquel agonizante que insistía en vivir de cualquier modo en el cuerpo físico,
el gigantesco poder de la mente que, en admirable decreto de voluntad, establecía todo el dominio posible
en los órganos y centros vitales en franca decadencia”.

La situación del moribundo se prolonga durante varios días, hasta que considerando que había llegado el
momento oportuno, los técnicos espirituales deciden dar comienzo a los trabajos para la definitiva
separación:

“El Asistente, poniendo en práctica recursos magnéticos, intentó propiciarle un sueño suave (para así)
sustraerle los temores en auxilio directo, fuera del cuerpo físico. Sin embargo, el moribundo luchó por
mantenerse en vigilia. Temía dormir y no despertar, pensaba ansioso”.
La mente de Cavalcante permanecía saturada de preocupaciones, derivadas de algunos hechos de su vida
en que estimaba no se había comportado adecuadamente con la que había sido su compañera; al mismo
tiempo, los temores y las dudas llenaban su imaginación de imágenes torturantes, alimentadas en buena
parte por sus creencias religiosas:

“En balde – observa André Luiz –, se procuró prodigar al enfermo la tregua del sueño preparatorio y
reconfortalecedor. Cavalcante reaccionaba insistente”.

Ante esta situación, el Asistente espiritual ofrece a su alumno esta clarificadora explicación:

“Nuestro amigo no puede soportar por más tiempo la existencia del cuerpo carnal. La máquina se rindió.
Dentro de algunas horas, la necrosis ganará terreno y necesitamos liberarlo. Insiste en agarrarse a la carne
putrefacta y pide, conmovedoramente, la presencia de la esposa. Ya intentamos auxiliarlo a desprenderse,
aflojando los lazos de la encarnación en el plexo solar, pero él reacciona con asombroso poder. Resolví, en
vista de eso, abrir pequeños vasos del intestino para que la hemorragia se haga ininterrumpida, hasta la
noche, cuando efectuaremos la liberación”.

A la llegada la noche, nuevamente los asistentes espirituales se encuentran al lado del enfermo, cuyo
estado orgánico se aproximaba al coma:

“El agonizante – comenta André Luiz – inspiraba pena. Se le abrieron los centros psíquicos, en el avanzado
abatimiento del cuerpo, y el infeliz pasó a divisar los desencarnados que se encontraban allí, no lejos de él,
en la misma esfera evolutiva. No nos identificaba aún la presencia, como sería de desear, pero observaba
atemorizado el paisaje interior. Otros enfermos – los cuales ocupaban otras camas dentro de la misma sala
del centro sanitario en que Cavalcante se encontraba – lo encaraban ahora amedrentados. Para todos
ellos, el colega deliraba de sufrimiento, inconsciente”.

Teniendo en cuenta el desesperado deseo y el continuado llamado mental que el moribundo hacía a su
esposa para que estuviera presente, a la que había abandonado y con la que se sentía en dolorosa deuda
moral, puesto que se culpaba de errores cometidos durante su convivencia con ella, los mentores
espirituales deciden contribuir a realizar dicho deseo con el propósito de conseguir apaciguar de alguna
manera su pronunciado desasosiego interior.

La esposa, que había muerto hacía poco más de un año – hecho que desconocía el moribundo – y que se
mantenía, por cierto, en deplorables condiciones espirituales, es traída a aquel lugar por unos instantes.
La presencia del espíritu de la compañera fallecida, percibida por el moribundo debido a la agudización de
sus sentidos psíquicos en esos instantes como consecuencia de su debilitamiento orgánico – presencia
que él cree, no obstante, una visita física – le reconforta brevemente, descargándose con ella de aquellas
antiguas situaciones vividas de las que él se sentía culpable.
Entretanto, el médico que le atiende observa sus reacciones, ajeno a las presencias invisibles, e
interpretando que el enfermo está delirando en situación preagónica, toma la resolución de aliviarlo
mediante la administración de una “inyección compasiva”. La ejecución de esta medida es observada por
las entidades espirituales asistentes con franca desaprobación, mas no pueden intervenir. Los resultados
de esta acción, en lo visible y en lo invisible, no tardan en presentarse:

“En pocos instantes, el moribundo se calló. Se le enfriaron los miembros lentamente. Se le inmovilizó la
máscara facial. Se le pusieron vidriosos los ojos inmóviles.

Cavalcante, para el espectador común, estaba muerto. Entretanto no para nosotros, la personalidad
desencarnante estaba presa al cuerpo inerte, en plena inconsciencia e incapaz de cualquier reacción”.

El orientador explica a André Luiz las nefastas consecuencias de aquella improcedente decisión médica
desde el punto de vista espiritual:

“La carga fulminante de la medicación de descanso, por actuar directamente en todo el sistema nervioso,
interesa los centros del organismo periespiritual. Cavalcante permanece ahora pegado a trillones de
células neutralizadas, durmientes, invadido él mismo de un extraño sopor que lo imposibilita para dar
cualquier respuesta a nuestro esfuerzo. Probablemente sólo podremos liberarlo después de transcurridas
más de doce horas”.

Efectivamente, no solamente sucedió todo tal y como anunció el orientador, sino que la situación se
prolongó aún por más tiempo del que se había previsto en principio, como poco después se relata:

“Solamente nos fue posible la liberación del recién desencarnado cuando ya habían transcurrido veinte
horas, después de servicio muy laborioso para nosotros. Aún así, Cavalcante no se retiró en condiciones
favorables y animadoras. Apático, somnoliento, desmemoriado, fue conducido por nosotros…
demostrando necesitar mayores cuidados”.

Caso 5º

A partir de estos momentos vamos a diseccionar un ejemplo que presenta importantes diferencias con los
descritos hasta ahora. Estas diferencias vienen determinadas por el grado de evolución espiritual del ser
en proceso desencarnatorio, que en el caso que entraremos a analizar es notoriamente más alto que los
anteriores.

A…, señora de edad avanzada, con importantes achaques propios del desgaste orgánico consecuente a
una vida larga, se aproxima a efectuar el paso de la vida orgánica a la espiritual. Las condiciones internas
con las que llega a esta fase son las de un ser sublimado en el esfuerzo continuo de ayuda a los más
desamparados, al frente de una institución de beneficencia de la que ha sido alma, corazón y manos
durante muchos años, habiéndose entregado con abnegación admirable al amparo de los que menos
tienen en la vida. Esta labor le había deparado la sincera admiración de numerosos compañeras y
compañeros, que compartían con ella tareas de servicio fraterno en la misma institución.
En los días previos al desenlace final, el espíritu de A… está con gran frecuencia desdoblado a
consecuencia del debilitamiento orgánico. En el plano espiritual se encuentra con otras entidades amigas
– guías, instructores y antiguos compañeros – que la van preparando para efectuar una desencarnación
serena cuando llegara el momento preciso. Es de destacar las recomendaciones que le hacen en orden a
superar los lazos afectivos que le unen a la institución que preside y la obra asistencial que realiza así
como a sus compañeros, para que ello no constituya un obstáculo a su próximo desprendimiento.

Es muy importante recalcar esto último: todo tipo de querencias, hasta las más puras, siempre que se
refieran a aspectos relacionados con la vida en el plano material, atan al espíritu con invisibles lazos. Por
eso es necesario a los desencarnantes una suerte de “desapego sentimental”, de forma que el ser pueda
substraerse a esa imantación psíquica.

De la misma manera, los sentimientos de los allegados al desencarnante, incapaces de aceptar la


separación de aquellos a los que aman, generando pensamientos en íntima rebeldía, representan un
conjunto de fuerzas atractivas que perturban al espíritu del moribundo y, en cierta forma, le atraen y
anclan al plano físico.

Otra importante diferencia del presente caso con relación a los anteriores y por la misma razón apuntada
– más alto grado evolutivo del espíritu -, es que A…, tras su desencarnación, no pasaría, salvo por breves
horas, a ese plano relativamente cercano al físico, por cierto, desde el cual los asistentes espirituales que
ayudan en la desencarnación acuden para la recuperación y adaptación al nuevo estado del espíritu recién
liberado, pues dada su categoría evolutiva, ella se ubicaría rápidamente en un escalón espiritual más
elevado. Prosigamos.

Una vez llegó el momento designado para la separación espiritual, A… solicitó al equipo de entidades
especializadas en ayudar a los desencarnantes, realizar las primeras fases del proceso por sí misma, sola.
La sugerencia es aceptada.

“Manteniéndonos en vigilancia en cámara próxima – cuenta André Luiz –, la dejamos entregada a sí


misma durante las largas horas en el trabajo complejo y persistente”.

André, no obstante, se extraña de aquella posibilidad que desconocía y, atendiendo solícito a su


perplejidad, el Asistente espiritual le informa oportunamente:

“La cooperación de nuestro plano es indispensable en el acto conclusivo de la liberación; mas, el servicio
preliminar de desenlace, en el plexo solar e incluso en el corazón, puede en varios casos ser llevado a
efecto por el propio interesado, cuando éste haya adquirido, durante la experiencia terrestre, el preciso
ejercitamiento con relación a la vida espiritual más elevada. No hay, por tanto, motivo para la sorpresa.
Todo depende de la preparación adecuada en el campo de realización”.
Así lo hizo A… y sólo en el último momento intervino Jerónimo, el Asistente espiritual, para desatar o
cortar el “cordón plateado”.

El paso de A… al plano espiritual fue completamente consciente y alegre, sin las limitaciones, miedos,
inadaptaciones, perturbaciones y dudas que en los primeros momentos asaltaban la mente de los seres
menos avanzados, protagonistas de los ejemplos que anteriormente desglosamos.

CONSCIENCIA DE LA PROPIA MUERTE

El Caso de Tulio Emilio

Veamos ahora a referirnos a una experiencia excepcional, relacionada con todo lo anterior, que
conocimos de primera mano en el Grupo Espírita de La Palma, institución a la que tengo el honor de
pertenecer como miembro activo desde hace muchos años, a través de un excelente amigo venezolano,
veterano estudioso del Espiritismo, llamado Juan Vicente Mendoza, quien allá por el año 1979 nos visitara
en nuestra sede en la Isla de La Palma. En aquella oportunidad, primera aunque no la última en que
tuvimos el placer de ser sus anfitriones, el ilustre colega venezolano nos deleitó con una magnífica
conferencia donde relató una serie de experiencias personales vividas, poco tiempo antes, en Brasil,
relacionadas con las materializaciones o ectoplasmias y las curaciones espirituales.

Juan Vicente Mendoza tenía un sobrino llamado Tulio Emilio, al que le había sido diagnosticado un cáncer
en estado avanzado, estando ya desahuciado por la ciencia médica oficial. Al igual que su tío, Tulio Emilio
era partícipe de los ideales de la doctrina espiritista y ambos conocían las espectaculares curaciones que
se venían produciendo en diferentes partes del mundo con la intermediación de algunos excelentes
médiums, a través de los cuales actuaban médicos espirituales, especialmente en Brasil, donde el
Espiritismo está ampliamente desarrollado. Decidieron entonces acudir a aquel país con el objeto de
intentar alcanzar una posible curación por una vía que se les presentaba como la “última oportunidad”.
Tras visitar diferentes centros espíritas y espiritualistas donde se realizaban curaciones espirituales, en los
que fueron testigos de excepción de extraordinarias intervenciones de espíritus médicos, recalaron
finalmente en el Centro Espírita Regeneración, en Río de Janeiro, uno de los escasos lugares donde
entonces las curaciones eran efectuadas por entidades espirituales completamente materializadas o,
expresándolo con mayor propiedad, corporificadas. Previa consulta a los guías espirituales de la
institución y después de someterse durante varios días a ciertas normas de carácter higiénico, tanto
corporal como mental, que les fueron indicadas por las personas que regentaban el Centro, medidas que
tenían por objeto provocar una limpieza energética de sus cuerpos sutiles o periespíritus, según la
nomenclatura espiritista, fueron admitidos a participar en las sesiones de ectoplasmias que
periódicamente allí se desarrollaban.

El médium actuante en aquella ocasión era Fabio Machado, con seguridad uno de los mejores médiums
de ectoplasmias que se haya conocido a lo largo del siglo XX, al que algunos miembros del Grupo Espírita
de La Palma llegaron a conocer personalmente. Juan Vicente Mendoza y su sobrino Tulio Emilio, así como
varias personas más procedentes de otros países que asistían a la sesión en calidad de invitados, pudieron
presenciar aquella noche numerosas materializaciones de diferentes entidades, espectaculares
fenómenos de aportes y diversas operaciones quirúrgicas realizadas por médicos espirituales
corporificados, además de otras importantes manifestaciones que no relatamos aquí por escapar al tema
central que nos viene ocupando en este capítulo.

Después de que varios pacientes hubieran sido tratados por las entidades espirituales, llegó el turno a
nuestros amigos venezolanos. El médico espiritual materializado explicó entonces que la enfermedad que
padecía Tulio Emilio tenía su origen en causas provenientes de vidas anteriores, que aquella enfermedad
había sido elegida por él, antes de nacer, como experiencia para aprender una lección provechosa en su
evolución espiritual y que, por tanto, no estaba en sus manos curarle. Sin embargo, señaló que lo que sí
entraba en sus posibilidades era aminorar los sufrimientos del enfermo. Con ese objetivo, aquel médico
venido del mundo espiritual preparó una especie de medicamento que formó al introducir en varias
vasijas previamente llenadas con agua normal, determinadas substancias y esencias etéreas extraídas de
la naturaleza, según explicó oportunamente.

De regreso a Venezuela, Tulio Emilio llegó a un acuerdo con sus familiares y amigos para que cuando
llegase el día en que él sintiera próxima su muerte, les describiese con detalle todo lo que iba sintiendo a
fin de recogerlo en un relato que sirviese como testimonio y para investigación. Cuando ese día llegó,
Tulio Emilio, rodeado de sus familiares y amigos, comenzó a referir, paso a paso, todas sus impresiones y
sensaciones según avanzaba el proceso de la separación espiritual. De esta forma contó como iba
perdiendo la sensibilidad orgánica, proceso que empezó por los pies; luego siguió describiendo como
dicha insensibilización iba subiendo por su cuerpo progresivamente. Finalmente, cuando ésta alcanzó su
garganta, el moribundo ya no pudo seguir narrando el proceso. El testimonio, no obstante, fue
completado posteriormente por vía mediúmnica y en su conjunto es notablemente coincidente con los
ejemplos descritos anteriormente.

La propia Muerte contada desde el Más Allá

En el relato de la experiencia anterior anotamos que Tulio Emilio había completado la descripción del
proceso de su desligue espiritual una vez desencarnado, mediante comunicación mediúmnica. Veamos
ahora precisamente un ejemplo de este tipo, aunque con la salvedad de que las referencias sobre la
propia muerte se obtuvieron en su totalidad por vía mediúmnica. Este caso esta extraído de otra obra del
médium Chico Xavier, titulada “Volví” (6). En ella el espíritu de Jacob, quien muriese a edad avanzada,
habiendo sido en vida un estudioso miembro de una escuela espiritista, donde experimentó con asiduidad
el fenómeno de la comunicación con los desencarnados, relata su separación del cuerpo físico y su
encuentro con la realidad del mundo espiritual.

He aquí el resumen de lo que Jacob observó, percibió y vivió durante las últimas fases del proceso de su
propia muerte:

“Recluido, en la imposibilidad de recibir a los amigos para sostener con ellos largas conversaciones y
entendimientos, me vi en varias ocasiones fuera del cuerpo exhausto, tratando de aproximarme a ellos.

En las últimas treinta horas, me reconocí en una posición más extraña. Tuve la idea de que dos corazones
latían en mi pecho. Uno de ellos, el de carne, en ritmo descompasado, casi a punto de paralizarse, como un
reloj en indefinible perturbación; y el otro funcionando más equilibrado, más profundo…

Mi vista común se alteraba. En determinados instantes la luz me invadía con claridades súbitas; pero
durante minutos de prolongada duración, me envolvía una densa neblina.

El confortamiento de la cámara de oxígeno no lograba sustraerme a las sensaciones de extrañeza.

Observé que un frío intenso me hería las extremidades…”.

Sometido a un permanente debate íntimo sobre lo que le pasaba, el moribundo apela interiormente a sus
convicciones espirituales, con las que procura calmarse. Seguidamente comenta:

“Comencé a divisar a la izquierda la formación de un depósito de substancia plateada semejante a una


gasa sutilísima.

No podía asegurar si era de día o de noche en torno mío, dada la neblina en que me sentía sumergido,
cuando noté dos manos cariñosas que me sometían a pases de fuerte corriente. A medida que se
practicaban de arriba hacia abajo, deteniéndose particularmente en el tórax, disminuían mis sensaciones
de angustia.”

El agonizante trae entonces a la memoria el recuerdo de una entidad amiga de sus trabajos espirituales y
brota en su interior un deseo ardiente de que le asista en esos instantes. Percibe con sus sentidos
psíquicos que alguien le pide silencio y tranquilidad, palabras con las que se siente ligeramente
tranquilizado. A partir de este momento sigamos con el relato:

“No se extendió el alivio por mucho tiempo. Comencé a sentir sensaciones de opresión en el pecho.
Las manos espirituales que me daban los pases, se concentraban ahora en el cerebro. Demoraron su
acción por casi dos horas en torno a la cabeza. Me volvió a dominar una nueva sensación de bienestar, y
de pronto sentí una conmoción indescriptible en la parte posterior del cráneo. No se trataba,
indudablemente, de un golpe. Se asemejaba a un choque eléctrico, de vastas proporciones, en lo íntimo de
la substancia cerebral. Aquellas amorosas manos, ciertamente, habían roto algún lazo fuerte que me
retenía unido al cuerpo material…

En el mismo instante me sentí subyugado por energías devastadoras.

¿A qué podría comparar el fenómeno?

La imagen más aproximada que se me ocurre, es la de una represa cuyas compuertas fuesen arrancadas
repentinamente.

Me vi de repente ante todo lo que yo había soñado, estructurado y realizado durante toda mi vida. Tanto
las insignificantes ideas que había emitido, como cuantos actos había realizado, por mínimos que fueran,
desfilaban, absolutamente precisos, ante mis ojos afligidos, como si me fuesen revelados de golpe por un
extraño poder, mediante una cámara ultrarrápida instalada dentro de mi mismo. Se me transformaba el
pensamiento en un film cinematográfico, en forma misteriosa e inopinadamente desarrollado,
desdoblándose, con espantosa elasticidad, para su creador, que era yo mismo”.

Evidentemente, no recogemos en este esquemático resumen el conjunto de reflexiones íntimas,


sentimientos encontrados, recordaciones y deseos que en esos instantes embargaban al moribundo, cuyo
mundo interior, como se comprenderá, estaba activísimo, sino que procuramos extractar la parte más
general del fenómeno y, por lo mismo, de validez más universal. Reanudando, pues, el hilo de la historia,
Jacob dice:

“Fuerzas de auxilio de nuestros protectores espirituales, hermanadas a mi confianza, me sostenían en


aquellas perturbaciones. Brazos poderosos, aunque invisibles para mi, parecían reajustarme en el lecho.
No obstante, una aflicción asfixiante me oprimía íntimamente. Sentía ansias de libertarme. Lloraba
conturbado, atado al cuerpo que sentía desfallecer, cuando una tenue luz se hizo perceptible a mi vista. En
medio de un sudor copioso distinguí el espíritu de mi hija Marta extendiéndome los brazos”.

La percepción de la presencia espiritual de su hija proporciona a Jacob fuerzas y confianza. Quiere


expresar su júbilo, pero ni sus miembros ni su voz obedecen ya a su voluntad; entonces oye como Marta
se dirige a él pidiéndole su colaboración a fin de que permanezca en estado de sosiego interior.

“No me era posible, en aquellos momentos – señala –, coordinar mis pensamientos y mucho menos
pronunciar frase alguna. Mi respiración era opresora, como en los últimos días de la lucha en el cuerpo
físico”.

Entonces, repentinamente, el moribundo siente dolores en la región torácica:

“Vine a saber más tarde – anota –, que aquellos sufrimientos provenían de la extracción de residuos
fluídicos que aún enlazaban la zona del corazón”.

Con la ayuda de amada hija, nota enseguida que los dolores disminuyen rápidamente. A continuación
nuestro protagonista explica:

“Llegó un momento durante el cual la respiración se hizo más normal, y verifiqué que el corazón latía
uniforme y regular… La respiración se normalizaba. Había desaparecido la carencia de aire. Mis pulmones
se robustecían como por encanto, y tan grande era el bienestar que me proporcionaban las prolongadas
inhalaciones de oxígeno, que tuve la sensación de inhalar alimento invisible, del aire ligero y puro.
A medida que se restablecía la fuerza orgánica, se fortificaba mi potencia visual.

La claridad color anaranjado que me envolvía, se iba mezclando con la luz común.

Con todo, la mejoría experimentada no llegaba al extremo de restaurarme la facultad de hablar. Mi


abatimiento era aún insuperable.

Con gran asombro me vi por duplicado.”

La observación de su cuerpo inerme postrado en el lecho, a pesar de su preparación espiritual, produce en


el espíritu en proceso de liberación, impresiones desagradables y torturantes. En ese preciso instante
descubre algo que le llama la atención:

“Aguzando mi vista, verifiqué la existencia de un hilo plateado, que unía mi nuevo organismo a la cabeza
material inmovilizada”.

El desencarnante percibe en aquellos momentos la presencia de dos entidades espirituales amigas, por las
que sentía mucho aprecio, lo cual le llena de regocijo. Una de ellas le explica que su proceso de liberación
se efectúa normalmente y que la separación del cuerpo espiritual no se podía realizar con mayor rapidez,
porque “el ambiente doméstico estaba impregnado de cierta substancia que calificó de ‘fluidos
gravitantes'”, que le dificultaban la liberación.

“Más tarde – precisa Jacob – pude saber que los objetos de nuestro uso personal emiten radiaciones que
se ligan a nuestras ondas magnéticas, creando elementos de unión entre ellos y nosotros, reclamando
mucho abandono de nuestra parte, con el fin de que no nos retengan o perturben”.

El espíritu en liberación es substraído de aquel ambiente y llevado a otro más natural, por ser más
beneficioso para él en aquellos momentos. Siente irresistible deseo de dormir y aconsejado por sus
amigos, se sumerge en un sueño reparador del que sale al cabo de algunas horas:

“Me sentía otro hombre. Moví los brazos y me levanté sin dificultad. Intente hablar, y ¡qué alegría
experimenté! Conversé con la hija querida a voluntad…

Tenía la sensación de haber rejuvenecido. Palpé de nuevo mi cuerpo. Era yo mismo de la cabeza a los pies.
El corazón y los pulmones funcionaban con regularidad. Lo que más me fascinaba con todo era el nuevo
aspecto del paisaje. Las casas, la vegetación y el mismo océano, parecían coronadas de sustancia
coloreada…”.

Su hija le informa de que no todos los desencarnados percibían el nuevo aspecto de lo que les rodeaba
inmediatamente después de su separación, porque “muchos conservan tan fuerte afinidad con los
intereses terrenales, que la vista no se les modifica de pronto, y prosiguen viendo la Tierra con las mismas
expresiones con que la dejaron”.
Pasan algunas horas, durante las cuales el desencarnante recibe diversas aclaraciones de los amigos
espirituales. En una de ellas, a modo de síntesis, le explican lo siguiente:

“Muchas personas se despiden del mundo carnal sin obstáculos y sin desagradables incidentes.
Innumerables almas duermen larguísimos sueños, y otras nada perciben en la inconsciencia infantil en que
yacían sus impresiones”.

El instante de la separación definitiva se acercaba. Esos momentos nos los refiere de este modo el
protagonista de esta historia:

“Pasaron algunos instantes difíciles, cuando una inopinada conmoción estremeció todo mi ser. Me pareció
que había sido proyectado a enorme distancia…. Confieso que aquel choque me afectó con tan grande
violencia, que creí llegado el momento de ‘otra muerte’.

Al poco tiempo, no obstante, el corazón se rehizo, se equilibró la respiración…”.

El desprendimiento acababa de finalizar con el corte del cordón plateado. Poco después recibe esta otra
importante enseñanza de su amigo espiritual:

“En la mayoría de los casos no es posible liberar a los que desencarnan con tanta prontitud. La rápida
solución del problema liberatorio – le indicaron – dependía, en gran parte, de la vida mental y de los
ideales a que se une el hombre durante la vida terrestre”.

Y DESPUÉS, ¿QUÉ?

La Vida más allá de la Muerte

Emmanuel Swedenborg (1668-1772), el gran sabio sueco de enciclopédica cultura y uno de los psíquicos
de más amplias facultades que se haya conocido, autor de una obra de amplia difusión hasta el día de hoy
en algunos países, en la que describe cómo es la Vida en los planos invisibles a los que va el ser humano
tras la muerte, dice en su libro “Cielo e Infierno” (7) lo siguiente:

“El mundo natural se corresponde con el mundo espiritual no sólo en sus líneas generales, sino también en
cada una de las cosas que lo componen. Todas las cosas que existen en el mundo natural se derivan del
mundo espiritual y están en correspondencia. Es preciso saber que el mundo natural existe y subsiste
gracias al mundo espiritual, así como el efecto se deriva de la causa…”.

He aquí expresado un hecho que a muchas personas seguramente costará aceptar, debido a la falsa
imagen creada al cobijo de una educación espiritual deformada, que induce a imaginarse una vida “post
mortem” absolutamente etérea, insubstancial, sin consistencia, en la que los espíritus estarían algo así
como flotando en el espacio, entre nubecitas… Sin embargo, numerosas y distintas son las vías que
confirman que los desencarnados se encuentran en un mundo tremendamente semejante, en su
estructura general, al que han dejado.

¿Qué quiere decir esto? Pues que allí existe una naturaleza con el mismo tipo de expresiones que aquí:
montañas, plantas, selvas, bosques, ríos, paisajes, animales… Los maestros invisibles también dejaron bien
claro esta cuestión a Kardec cuando le dijeron que los espíritus ocupaban un mundo “cuyo reflejo
oscurecido” era el nuestro. Sé que a quien no esté familiarizado con este asunto, esta cuestión le parecerá
imposible, pero innumerables indicios, informaciones y experiencias apuntan a que es justamente así y
una confirmación más a venido a sumarse con fuerza a las anteriores por una vía imprevista del todo hace
pocos años, de la que hablaremos con cierta profundidad más adelante: la Transcomunicación
Instrumental.
Pero, además de todo lo dicho, allí, al igual que aquí, los seres se atraen y reúnen por afinidades e
intereses, tienen numerosas ocupaciones, realizan infinidad de trabajos, estudian e investigan, cultivan las
artes, viven en hogares, crean instituciones para la realización de distintas funciones, se relacionan de
diversas maneras, se solazan, mantienen afectos, realizan innumerables servicios de ayuda… Todo ello,
evidentemente, en los planos que podríamos llamar de regeneración y medianamente superiores.

Otra cosa son los planos inferiores. Allí los seres también se organizan en la medida que les permite su
escasa disciplina, realizan tareas y mantienen alianzas según afinidades e intereses pero, claro está, bajo
principios y objetivos del todo opuestos a los anteriores. En esos planos sólo se busca el fin egoísta, la
supremacía y la dominación sobre los demás, el poder por el poder… Imaginad una zona ocupada,
dominada y organizada por delincuentes de la peor calaña, depravados, crueles, viciosos, ociosos,
vanidosos, egoístas… ¿Qué resultará de todo ello? Una especie de sociedad mafiosa, donde cada ser
estará enfocado primordialmente a la búsqueda de su propio interés, donde el que prevalece lo hace por
medio del miedo y la crueldad refinada, quienes mantienen subyugados a los menos voluntariosos y
débiles, donde cada cual estará siempre dispuesto a traicionar al de al lado si cree que eso le conviene y
donde otros vagan alucinados presos de sus propios desvaríos o enfermizos apegos y dependencias. En los
últimos años han aparecido determinadas películas, alguna de las cuales me viene a la memoria en estos
momentos, que plantean situaciones de las que se puede sacar una imagen para ilustrar cómo sería este
tipo de estado; sólo que allí la maldad – entendida, en el fondo, como una forma de ignorancia – se
expresa en unas condiciones y con una intensidad difícilmente imaginables.

André Luiz, esa entidad inspiradora de una serie de valiosos libros que nos ilustran sobre numerosos
aspectos de la realidad espiritual, declara que a este plano inferior lo denominan en el Más Allá El Umbral.
Dice, además, que existe un subnivel aún más terrible, donde moran aquellos que fundamentaron toda su
existencia exclusivamente en sí mismos, al que conocen como Las Cavernas. Y todas las fuentes coinciden
en una cosa: lo que lleva a los seres a estos planos inferiores es, sobre todo, el apego a las cosas del
mundo, los sentimientos crueles y destructivos y el egoísmo exacerbado.

Por otra parte, en los planos espirituales muy evolucionados las condiciones, situaciones y actividades de
sus moradores, aún siendo en parte análogas a las que conocemos, son de una naturaleza, profundidad y
amplitud tales, que nuestro lenguaje no tiene palabras apropiadas para expresarlas. Parece ser que una de
sus ocupaciones fundamentales consiste en ayudar a los seres que se encuentran en etapas inferiores en
la escala de la evolución.

Otra circunstancia mayoritariamente aceptada y reafirmada por fuentes del más dispar origen, es que por
traspasar la frontera de la muerte nadie se vuelve omnisciente. Cada cual lleva consigo su propio sello; es
decir, aquello que es íntimamente: sus conocimientos y su ignorancia, sus tendencias y sus instintos; en
suma, su grado de conciencia. Tras desencarnar nadie se vuelve mejor o peor de lo que fue en la vida
física, con el importante factor a tener en cuenta que en dichos planos no podemos ocultar lo que somos,
no valen las apariencias, ahí cada cual revela de diversos modos lo que lleva en su interior y
verdaderamente es.

Al morir no cambia nuestra apariencia externa, mantenemos esencialmente la forma y aspecto que
teníamos en la última vida física – incluyendo la diferenciación sexual con que nos manifestamos en la
última vida – y, en principio, el de la edad, aunque con algunas salvedades y diferencias de detalles, como
veremos.

En los seres más evolucionados, después de un tiempo de reposo y adaptación – en estos casos
normalmente breve- se van manifestando en la forma externa las cualidades morales adquiridas: en la
expresión, en la mirada, en cierta suavización de los rasgos, y sobre todo, en la luminosidad y color de su
cuerpo espiritual. Además ocurre un proceso curioso, si desencarnó a una edad avanzada rejuvenece
paulatinamente en su aspecto exterior, adquiriendo la apariencia de la edad con la que interiormente
cada ser se siente más identificado psicológicamente. Otra llamativa circunstancia, sorprendente para
quien no haya tenido hasta ahora noticia de ello, es que los seres que desencarnan siendo niños, si no
reeencarnan pronto continúan su desarrollo normal en el Más Allá hasta alcanzar la etapa de su plenitud
física y psicológica. Sobre estas cuestiones nos dice lo siguiente una interesante autora mexicana:

“En el Mundo Espiritual el cuerpo etérico de los niños y de las personas jóvenes sigue desarrollándose
hasta llegar a representar la edad que en la tierra sería la flor de la edad; diremos, más o menos 30 o 35
años; mientras que el de las personas de mayor edad poco a poco va perdiendo tal apariencia, hasta llegar
a representar la mejor época de su vida… (si bien) puede presentarse (bajo) la apariencia de cualquier
edad que desee, para así hacerse reconocer por sus familiares…”. (8)

En apoyo de esto mismo podemos referirnos a la sorpresa que según cuenta Silver Birch – un guía
espiritual que se manifiesta como indio piel roja, autor de una importante serie de libros recibidas en
Inglaterra en la primera mitad del siglo XX, los cuales contienen magníficas enseñanzas sobre la vida
espiritual -en una de sus obras – “Información espiritual de Silver Birch”, Ediciones Voz Informativa ,
México, 1961 – recibió una señora recién desencarnada al encontrar en el mundo espiritual a algunos de
sus hijos muertos antes que ella a edad temprana: “No esperaba encontrarlos crecidos y adultos”,
declaraba contenta.

Otro hecho no menos importante a considerar, es que al pasar al Más Allá las condiciones mentales y
morales de orden inferior que podemos llevar con nosotros en forma de acumulaciones de energías de
bajas vibraciones, se traducen en estados alterados de diverso orden, manifestándose en enfermedades
del cuerpo espiritual, y también mentales. Hay seres que permanecen durante algún tiempo – corto o
largo – en diversos estados de alienación mental, alucinatorios, etc. Estos seres son cuidados y tratados en
algo parecido a sanatorios u hospitales astrales especializados.

UNA VÍA DE COMPROBACIÓN INUSITADA: LA TRANSCOMUNICACIÓN INSTRUMENTAL (TCI)

Síntesis Histórica de la TCI

Es probable que muchos de los que lean estas líneas sepan, y en algún caso conozcan con cierta
profundidad, lo que es e implica la llamada Transcomunicación Instrumental (TCI). Consiste ésta en la
captación de señales, sonidos, voces e imágenes por medio de instrumentación electrónica,
supuestamente enviados por entidades que habitan otros planos de existencia más allá de nuestro mundo
tridimensional. Quienes disponen de esta información sabrán también entonces, lo que en esencia
afirman esos comunicantes “ultraterrenos”: dicen habitar lo que nosotros llamamos “el reino de los
muertos”.
Ya desde fines del siglo XIX hubo algunos intentos experimentales que buscaban establecer comunicación
con el Más Allá mediante sistemas artificiales concebidos y desarrollados ex profeso por el hombre. Entre
aquellos pioneros figuran en primer lugar Edison y Marconi y, poco después, los doctores holandeses
Matla y Zaalberg Van Zelst -de los que ya hablamos con anterioridad-, el ingeniero norteamericano de la
RCA (1941) Julius Weinberger y los brasileños Cornelio Pires y Próspero Lapagesse, entre otros.

Sin embargo, la inauguración de era moderna de la Transcomunicación Instrumental se atribuye al


cineasta sueco de origen estonio, Friedrich Jürgenson (1903-1987), quien en 1959 captó por primera vez
unas extrañas voces políglotas en un grabador normal, cuando intentaba registrar, en un bosque cercano
a su casa, los gorjeos de los pájaros para la banda sonora de un documental. Después de la inicial y lógica
sorpresa, Jürgenson repitió incansablemente sus experiencias y tras cuatro años de profunda y silenciosa
investigación, en la que hubo de descartar la mayoría de las hipótesis que se esgrimen habitualmente para
explicar “racionalmente” este fenómeno, habiendo adquirido la certeza del origen paranormal de las
voces, dio a conocer su trabajo en un comunicado que ofreció a la Sociedad Sueca de Parapsicología y a
los medios informativos. En 1967, el relato pormenorizado y las conclusiones de sus investigaciones
fueron publicados en un libro titulado “Comunicación Radiofónica con los Muertos”.

Pero tal como indicamos, antes que Jürgenson ya otros investigadores habían obtenido grabaciones de
“voces electrónicas”, que es como se denomina en inglés este fenómeno. Hemos de destacar el caso,
nueve años antes, del norteamericano Atila von Szalay, quien desde 1936 venía intentando conseguir este
tipo de evidencias. No obstante, puede decirse que el año 1956 fue la fecha que marca definitivamente el
inicio de una investigación bien fundamentada de la EVP (siglas de la expresión inglesa “Electronic Voice
Phenomenon”), cuando von Szalay se asocia al escritor y parapsicólogo Raymond Bayless. Ambos
investigadores escribieron en 1958 un artículo en el que daban cuenta de sus experimentos con
resultados positivos, que fue publicado en el “Journal of the American Society for Psychical Research”,
concretamente en las páginas del número correspondiente al invierno de 1959. Sin embargo, justo es
reconocerlo, dicho artículo no tuvo prácticamente repercusión.

Las investigaciones iniciadas por Jürgenson impactaron de tal modo al filósofo y escritor letón Konstantin
Raudive (1909-1974), que éste resolvió replicar por sí mismo aquellas extrañas experiencias. Y desde
luego así lo hizo, obteniendo unos resultados fantásticos. Como fruto de su enorme trabajo y dedicación,
en 1968 publicó el relato de sus investigaciones en un libro en idioma alemán, que tituló “Unhörbares wird
hörbar” (Lo Inaudible se torna Audible), al que venía adjuntado un disco fonográfico con más de setenta
mil de sus grabaciones psicofónicas. Después de su muerte, acontecida en 1974, Raudive-espíritu ha
pasado a tener un papel protagonista en el desarrollo y evolución de la Transcomunicación Instrumental
en el mundo.

Y aquí se me ocurre una sugerencia que debieran tener en cuenta los investigadores españoles. La
experiencia viene demostrando que la cercanía sentimental y la afinidad espiritual de algunas entidades
del Más Allá con determinados lugares, culturas o ambientes terrestres, es un factor muy importante de
cara al establecimiento de puentes de comunicación entre nuestro plano tridimensional y ese otro nivel
más sutil mediante técnicas de Transcomunicación Instrumental.

Konstantín Raudive salió de su Letonia natal en 1931, cuando contaba 22 años, para estudiar filosofía e
historia de la literatura en París y Salamanca. Y tanto se impregnó, tanto sintonizó con la cultura e
idiosincrasia española, que desde entonces Raudive consideró a España como su patria adoptiva. A su
regreso a Letonia, en 1936, ganó una bolsa de estudios para traducir al idioma letón “El Quijote” y otras
grandes obras de la literatura española. Por todo ello, por intentar construir un puente cultural entre
España y Letonia, fue nominado en su país “Embajador del Espíritu Español”.

Visto, pues, el papel predominante de Raudive-espíritu en el desenvolvimiento de la TCI, los


investigadores de nuestro país tendrían que aprovechar esa gran afinidad del fallecido escritor con
España, solicitando su asistencia y ayuda espiritual en las experiencias de contacto que aquí se
emprendan. Estimo que con la debida preparación, actitud, seriedad, continuidad y paciencia podrían
darse resultados sorprendentes.

Otros investigadores que han sido también importantes adelantados de la TCI, a los que debemos por
justicia recordar, fueron la alemana Hanna Buschbeck, el ingeniero austriaco Franz Seidl, el religioso suizo
Leo Schmid, el italiano Marcelo Bacci y, por citar a españoles, no podemos olvidar a Germán de Argumosa
y a Sinesio Darnell, que continúan activos.

El Spiricom

El siguiente gran paso dado a la Transcomunicación Instrumental se debe principalmente al empeño


personal del investigador norteamericano George W. Meek, ya fallecido, fundador de la “Metascience
Foundation”, quien con sus compañeros, ingenieros y técnicos, desarrolló en 1973 el primer SPIRICOM,
palabra surgida de la contracción de los términos ingleses “spirit communication”.

El Spiricom era un sistema electrónico concebido para obtener comunicaciones verbales con el mundo de
los espíritus. Los resultados logrados con el primer modelo, denominado MARK-I, fueron mínimos. En
1975 George W. Meek se asoció con el técnico electrónico John O’Neil, quien además de su preparación
técnica, poseía facultades de clarividencia y clariaudiencia bien desarrolladas. Esta colaboración sería
fundamental para el desarrollo del experimento.

La cooperación espontánea del espíritu de un médico que en vida física había sido radioaficionado,
permitió obtener, el 17 de diciembre de 1977, la primera comunicación con el modelo MARK-III,
proveniente de ese mismo espíritu, que fue grabada en un cassette. A diferencia de las psicofonías clásicas
y a pesar de la mala calidad del sonido, este primer contacto permitió la comunicación verbal ¡en los dos
sentidos!

Una posterior mejora del Spiricom dio como resultado el modelo MARK-IV. Las instrucciones para
modificar y perfeccionar el aparato fueron dadas por el espíritu del fallecido físico de la Cornell University,
Dr. George Jeffries Mueller. El MARK-IV utilizaba una señal de radiofrecuencia con una mezcla de 13
auditonos. Con este aparato consiguieron grabar hasta 20 horas de conversación en los dos sentidos.

Con un sistema equivalente al Spiricom, el ingeniero alemán Hans Otto König, de Mönchengladbach,
obtuvo, a partir de 1982, extraordinarios resultados de comunicación con el mundo espiritual, incluyendo
diálogos y conversaciones en ambos sentidos. Usando su sistema electrónico, realizó algunas
demostraciones públicas que tuvieron alta repercusión internacional. Este fue el caso de sus
intervenciones en el programa de la Radio Televisión de Luxemburgo “Unglaubliche Geschichten”
(Historias Increíbles), dirigido y presentado por el periodista Rainer Holbe.

El Vidicom

Como ocurre con cualquier descubrimiento, los primeros pasos dentro de un nuevo territorio científico
suelen ser dados por varios investigadores a un mismo tiempo. Desde hacia algunos años se intuía la
posibilidad de recibir imágenes procedentes del plano espiritual, pues diversos investigadores venían
señalando la aparición espontánea en pantallas de televisión de imágenes extrañas, entre ellas la de caras
de personas fallecidas.

Este significativo avance en la evolución de la Transcomunicación Electrónica, se concretó definitivamente


con el denominado Vidicom. En 1985 el alemán Klaus Schreiber y su colaborador, el ingeniero Martin
Wenzel, comenzaron a obtener imágenes de personas desencarnadas en las pantallas de un televisor.
Después, diversos grupos experimentales de todo el mundo, principalmente de Europa, han obtenido
también estas psicoimágenes o transfotos, términos con el que suelen ser designadas.

Otros Logros

Entre 1980 y 1981, Manfred Boden, en Alemania, constató que de forma totalmente espontánea
aparecían en su computadora mensajes de espíritus desencarnados. Una característica singular de estas
comunicaciones consistía en que las letras de los textos aparecían todas unidas, sin separaciones de
palabras, párrafos o signos ortográficos; es más, los contenidos eran encontrados muchas veces grabados
en la memoria del ordenador, sin que éste hubiera sido conectado.

En 1984, en Inglaterra, el profesor de economía Kenneth Webster, comenzó a recibir, vía computadora,
numerosas comunicaciones -hasta un total de 250- de un espíritu que decía llamarse Thomas Harden,
personaje que habría vivido en la Inglaterra del siglo XVI y que se expresaba con el estilo y la grafía propios
del inglés de esa época.
La Transcomunicación Instrumental vía radio, ya se venía practicando desde hacía tiempo, precisamente
siguiendo las indicaciones de los comunicantes invisibles en este sentido, recogidas de captaciones
psicofónicas. Algunos investigadores, como es el caso del matrimonio luxemburgués formado por Jules y
Maggy Harsch Fischbach, comenzaron sus trabajos por medio de los grabadores clásicos; informaciones
recibidas con este método, les indicaron la posibilidad de construir un sistema que facilitase la
comunicación. El primero de estos sistemas recibió el nombre de “Puente Euroseñal”, aunque más tarde
sería rebautizado como “Puente Burton”, a raíz de la asesoría que estaban obteniendo de un científico
inglés fallecido del mismo nombre. Posteriormente este sistema fue simplificado y las comunicaciones se
obtenían fundamentalmente vía radio.

Los Sres. Harsch-Fischbach, fundadores del “Cercle d’Etudes Sur la Transcommunication” (CETL) de la
ciudad de Hesperange, en Luxemburgo, son los investigadores que han obtenido hasta la fecha los más
abundantes y mejores resultados dentro de la experimentación con la TCI.

Actualmente, entre los diversos grupos que funcionan por todo el orbe planetario, las
transcomunicaciones instrumentales se obtienen a través de todos los medios de comunicación conocidos
por el hombre (incluidos el teléfono y los contestadores automáticos). La nitidez de las transmisiones ha
mejorado notablemente con el tiempo. En el caso del Vidicom, si en un primer momento las imágenes
obtenidas eran estáticas, posteriormente se ha logrado recibir imágenes en movimiento, y lo que es más
importante: Se han obtenido comunicaciones en que imágenes, a color y con movimiento, y sonido
aparecen simultáneamente.

Importancia de la TCI

Uno de los aspectos más interesantes de la Transcomunicación Instrumental es que ha venido siendo
desarrollada por personas independientes, preparadas técnicamente, mayoritariamente en el mundo
occidental, considerado el imperio de la razón y la ciencia positiva, al margen de movimientos y filosofías
particulares. Pero curiosa y significativamente, los resultados obtenidos confirman la idea de un mundo
invisible análogo al mundo físico. Así se lo describe en las comunicaciones y se lo ve en las imágenes
transmitidas, donde aparecen bosques, montañas, playas, ríos, personas en diversas actitudes, casas,
animales, laboratorios, etc. Lo que dicen estos comunicantes confirma la esencia de lo que en el pasado
Emmanuel Swedenborg y Andrew Jackson Davis, entre otros, contaron y lo que en este siglo las obras
obtenidas a través de la mediumnidad de Francisco Cándido Xavier, con una cantidad de detalles
inigualada hasta el presente, vienen ratificando.
Según las entidades comunicantes que se presentan y parecen dirigir las transmisiones vía TCI para la
Tierra, estamos entrando en una tercera fase en el camino y evolución de la Transcomunicación
Instrumental, cuyos resultados positivos dependerán de la unión espiritual y colaboración entre todos los
grupos y personas del mundo interesados en el asunto.

Los comunicantes del Más Allá dicen que la primera fase se había caracterizado por la creación de un
“campo de contacto” en el que intervenía la psique de las personas que integraban los grupos
participantes en el experimento.

Posteriormente, en una segunda etapa, el trabajo sirvió para demostrar que la TCI continuaría su
desenvolvimiento, al margen del número de personas que por entonces creyesen en ella.

La tercera fase, cuyos primeros ya se están llevando a cabo estos últimos años, dará sus frutos -repiten
con insistencia los guías del “otro lado”- con una condición: la unión de los experimentadores en el
mundo. Cuando esta unión se alcance, las comunicaciones ya no dependerán más – dicen – de la
colaboración, directa o indirecta, de la mediumnidad humana. Sobre este asunto veamos las palabras del
Técnico -entidad que se comunica en el Grupo de Luxemburgo y que, al parecer, coordina y supervisa no
sólo las experiencias de contacto con este colectivo de investigadores, sino que es el responsable para
todo el planeta Tierra- obtenidas durante una comunicación en audio-vídeo que se produjo el 26 de
agosto de 1988:

“La tercera fase dependerá principalmente de la condición de que entre los experimentadores e
investigadores de las diversas organizaciones esparcidas por el mundo entero, pueda ser alcanzada la
unión espiritual. Solamente con tal unión será posible formar un sistema de aparatos que posibilite el
establecimiento de contactos con nuestras esferas, sin el recurso de canales humanos…”.

En cuanto a la trascendencia para el ser humano de la TCI, sírvanos como referencia la contestación que el
Técnico dio a una pregunta que el investigador alemán Ralf Determeyer le dirigió durante un contacto
desarrollado en Luxemburgo, el 13 de febrero de 1987:

“Sr. D.: ¿Puede la TC influenciar la garantía de la paz en el mundo?

T.: La TC es el instrumento más importante para que la consciencia humana salga de su estado de
somnolencia. Para esto precisamos de puentes y de constructores entre su mundo y el mundo del espíritu.
¡Usted es un constructor!”.

Profundizando más en esta cuestión, la misma entidad vaticinó en otro contacto:

“Un día – tal vez no demore mucho – surgirá una gran sociedad madre para tratar de la
transcomunicación. El nombre de esa sociedad poco importa. Será comparable, por ejemplo, a la ONU, y
reunirá a numerosos países”.

CONCLUSIONES

Una vez visto todo lo expuesto, estamos en disposición de establecer una serie de conclusiones que nos
permitirán hacernos una idea muy aproximada del tema que venimos tratando. Estas son:

– La llamada muerte en el ser humano, caracterizada en lo visible por el cese de las funciones orgánicas y
la posterior desintegración de la forma carnal, implica en lo invisible la separación del organismo físico de
un principio, llamado generalmente espíritu, que contiene la memoria, la mente y la conciencia, es decir,
todos los atributos que conforman la individualidad del ser.
– Este principio espiritual va acompañado de un cuerpo sutil, compuesto de una materia desconocida
todavía para la ciencia materialista, que conserva la estructura interna -en muchos comunicados
mediúmnicos se habla de las “células y órganos periespirituales”- y la apariencia externa de la forma
humana, y que refleja en su luminosidad, coloración y demás características, las emociones, los
sentimientos, los pensamientos y el carácter de cada cual; es decir, el estado interior o grado evolutivo de
los seres.

– La separación definitiva entre el espíritu y la forma carnal -la “muerte”- se opera cuando se rompe el
último lazo que une este cuerpo sutil con el organismo físico, consistente en un tenue hilo, de apariencia
etérea o energética, llamado en ciertas tradiciones espiritualistas “cordón plateado”, que une a ambos
cuerpos a través del cerebro, el cual tiene su último anclaje físico posiblemente en la glándula Epífisis
(Pineal). Esta separación recibe, en la mayor parte de las ocasiones, la ayuda y asistencia de entidades
invisibles, expertas en dichas tareas.

Resulta curioso que la mitología griega recoja la existencia de unas entidades relacionadas precisamente
con éstas y otras tareas espirituales. Son la “Moiras”, Diosas del Destino, que según Hesíodo eran hijas de
Zeus y Temis, y eran tres: Cloto (la hilandera), hilaba el “hilo de la vida”; Láquesis (la equidad), daba a cada
uno lo que la suerte le deparaba, y Átropo (la inmutable), la más anciana y poderosa, cortaba inflexible el
“hilo de la vida”.Esto parece una clara referencia a ese “cordón plateado”, cuya rotura determina el cese
definitivo de la vida física. También es una evidencia de la existencia de antiquísimas enseñanzas
espirituales transmitidas de forma simbólica.

– Los familiares y seres cercanos al moribundo, influyen grandemente con su actitud en el


desprendimiento del espíritu del desencarnante. Las muestras de tristeza exageradas, los lloros
incontrolados, la rebeldía interior de los allegados ante el inevitable hecho que se niegan a aceptar, las
recordaciones intempestivas, las maledicencias, etc., contribuyen a imantarlo al plano físico, alargando su
agonía innecesariamente y dificultando su separación. Por el contrario, la aceptación del hecho como una
cosa natural -aunque produzca, comprensiblemente, tristeza-, los buenos pensamientos y sentimientos
para con el moribundo, el perdón de los errores que haya podido cometer, los pensamientos dirigidos
hacia lo superior pidiendo que el ser encuentre su camino y sea orientado por sus guías, favorecen la
separación sin traumas del ser espiritual y su ingreso en los planos sutiles.

– Después de la muerte, el ser es recibido por diversas entidades espirituales, familiares, amigos, o
también guías especializados en atender a los recién desencarnados. En ocasiones la apariencia que estas
entidades toman inicialmente, viene motivada por su deseo de provocar tranquilidad en el desencarnado
si, por ejemplo, éste está muy condicionado por determinadas creencias religiosas.

– El recién desencarnado suele entrar en una especie de sopor o sueño espiritual, de distinta duración
para cada espíritu, el cual tiene finalidad reparadora. En casos menos propicios, la desencarnación se
efectúa en un estado de inconsciencia e incluso en medio de un franco proceso alucinatorio provocado
por desórdenes internos que el ser trae.

– Tras un tiempo variable, la entidad desencarnada se ve impelida a ingresar en un plano concordante con
su situación espiritual, que equivale a un particular estado de conciencia. El cuerpo espiritual de cada ser
tiene, por decirlo así, una determinada “densidad” o “vibración”, lo cual hace que por “gravitación” recale
ineludiblemente en el plano que se corresponde con su estado evolutivo.

– Los seres depravados, crueles, llenos de pensamientos negativos, egoístas, que odian, apegados
enfermizamente a las cosas y bienes materiales, tienen un cuerpo sutil muy denso y oscuro, por lo que se
sitúan en un plano inferior, donde se encuentran con sus iguales y en el que se dan las más aberrantes
situaciones que podamos imaginarnos. Estos seres, como todos los demás, están sujetos a la evolución,
pues nadie es “condenado”, y el tiempo de permanencia en esos lugares está determinado por la
permeabilidad de cada cual a las ideas superiores y a los deseos de regeneración o, por el contrario, por su
empecinamiento en el error. Ciertos autores denominan a este plano el “Umbral“, siendo su estadio más
bajo conocido como las “Cavernas“. En las proximidades de las zonas umbralinas, se sitúan instituciones
espirituales habitadas por equipos de espíritus especializados en la ayuda a los seres que, proviniendo de
esas zonas inferiores, están en condiciones de ser rescatados y ayudados, por encontrarse propicios ya a
mejorar su situación espiritual.

– Cuando el ser desencarnado ha mantenido en su vida una mentalidad positiva, animado por deseos de
progreso espiritual, habiendo procurado guiar su existencia por principios éticos superiores e intentado
llevar una vida digna y una actitud solidaria, aún con errores y equivocaciones, pero predominando en él
las buenas cualidades, ingresa en un estado espiritual intermedio, muy parecido al terrestre, donde se
encuentra a seres de tendencias similares. Allí se agrupan en colonias o ciudades, donde realizan todo tipo
de actividades, estudios, servicios de ayuda, investigaciones, etc., según las inclinaciones individuales,
preferencias y necesidades evolutivas. Todo ello está bajo la supervisión y orientación de instructores
capacitados, que a su vez dependen de maestros mayores y estos de seres más evolucionados aún,
situados en planos muy elevados. Esta situación intermedia presenta varios subniveles, cada uno de los
cuales es tanto más superior cuanto más se aleja de las zonas umbralinas.

– Por encima de esta zona intermedia se sitúan los planos espirituales superiores, en los cuales las
condiciones de vida son tales que, para su sola descripción, nuestro lenguaje carece de términos
apropiados. Sólo podemos decir que allí la inteligencia, el amor, la belleza y la sabiduría, han alcanzado un
desarrollo inimaginable para nosotros y que, en consonancia, las tareas de sus habitantes son de una
profundidad y amplitud correspondientes.

– La actitud, el estado de conciencia con el que lleguemos a la muerte, son determinantes para pasar,
mejor o peor, esa frontera. La mayor parte de los sufrimientos que pueden y suelen darse en los
moribundos obedecen a las tergiversadas ideas y miedos provocados por una falsa educación espiritual y
no al proceso desencarnatorio en sí mismo. Las entidades espirituales nos dicen que es mucho más duro y
problemático para ellas el nacimiento que la muerte. La Dr. E. Kübler-Ross lo resume así: “La muerte
puede ser dolorosa; morir, propiamente, no lo es”. (9)

La toma de conciencia por un número creciente de personas sobre lo que es y entraña en verdad el
proceso llamado muerte, sobre la realidad del plano espiritual y las diferentes situaciones que en él se dan
en función de lo que somos y hacemos con nuestras vidas, es una de las claves que están favoreciendo
el despertar de la Humanidad y que vienen conformando el nuevo paradigma que nos conducirá hacia el
Ser Humano del Tercer Milenio.

NOTAS:

1) Dato extraído de “Aportaciones Científicas al Conocimiento del Más Allá”, de Sinesio Darnell, trabajo
inserto en el dossier “Más Allá de la Muerte”, publicado por la Revista Karma-7, Barcelona, 1978.

2) Del libro “Más allá de la muerte”, de Alain Sotto y Varinia Oberto, cap. II: De la Agonía a la
Supervivencia. Testimonios de Supervivientes. Edaf (Madrid), 1984.

3) Extraído de “Historia del Espiritismo”, de Arthur Conan Doyle. Editorial Eyras (Madrid), 1983.

4) El seudónimo “André Luiz” oculta la verdadera identidad de una de las personalidades científicas más
importantes de Brasil, el célebre médico e investigador brasileño Carlos Ribeiro Justiniano das Chagas
(1878-1934), descubridor la tripanosomiasis americana – terrible enfermedad conocida después es su
honor como “dolencia de Chagas” -, causada por un protozoo, el tripanosoma cruzi, que transmite un
insecto llamado popularmente en Brasil “barbeiro”.

5) Edición en español del Instituto de Difusao Espírita, Sao Paulo (Brasil), 1985.

6) Editorial Kier. Buenos Aires (Argentina), 1988.

7) Editorial Grupo Libro 88. Madrid, 1991. Colección: Los Paraísos Perdidos; pág. 31.

8) De “Cumbres y Abismos”, por Elodia Cástol de Benavides, página 577. (Ver bibliografía final).

9) Del libro “Muerte, Renacimiento y Evolución”, de H. Guimaraes Andrade, cap. VII: La Muerte y el
Morir.

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