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El Litoral | Educación

Sábado 06.08.2016 | Última actualización | 11:15

Una mirada crítica de las neurociencias en la enseñanza

Kaplan: "La desigualdad social y


educativa no se aloja en el cerebro"
La reconocida pedagoga sostiene que es “peligroso”
hablar de capacidades mentales, en lugar de pensar
en “sujetos” que aprenden. Meritocracia, calidad y
otros temas de debate educativo.

En épocas del desembarco de las neurociencias a distintos ámbitos -entre ellos,


la educación-, la pedagoga Carina Kaplan, discute con ciertos discursos que
tiñen de biologicismo a la pedagogía y sus prácticas. “Como pedagogos tenemos
que pensar por qué estas perspectivas y enfoques ingresan a las escuelas tan
acríticamente. Es decir, por qué en lugar de pensar en sujetos que aprenden,
empezamos a hablar de cerebros más pobres, más ricos o de las capacidades
mentales”, planteó.

Kaplan es doctora en Educación por la UBA, investigadora del Conicet y


magíster en Ciencias Sociales y de la Educación por Flacso, y sostuvo que el
cerebro no es la causa de las diferencias en las trayectorias educativas. “Hace 20
años que hago investigación y estos discursos son viejos, sólo que en momentos
de mayor exclusión y selectividad social vuelven a escena”, dijo, sin medias
tintas, la autora de una vasta producción de libros educativos.

- ¿Qué opinión le merece el desembarco de las neurociencias en


educación y la aparición de figuras como el neurocientifíco Facundo
Manes en el gobierno de Buenos Aires, con su propuesta de
“cambiar el esquema mental de los pobres”?

- Más que discutir con figuras que son de las neurociencias, me parece que
como pedagogos, tenemos que pensar por qué estas perspectivas, enfoques,
ingresan a las escuelas tan acríticamente. Es decir, por qué en lugar de pensar
en sujetos que aprenden, empezamos a hablar de cerebros más pobres, más
ricos o de las capacidades mentales. Esta es una mirada antigua y conservadora
de la pedagogía, porque lo que nosotros sostenemos es que no hay diferencias
cerebrales entre los ricos y los pobres. Lo que hay, en todo caso, son condiciones
y oportunidades distintas para aprender, que son básicamente sociales. No hay
nada de naturaleza en la desigualdad. Es decir, la desigualdad social y educativa
no se aloja en el cerebro. Sin embargo, si a estas perspectivas uno no las mira
críticamente y no las analiza, se puede caer en la idea de que los cerebros son los
que definen el fracaso o el éxito de la gente, en la sociedad o en la escuela.

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- ¿Por qué le parece que hay un regreso de estas “viejas
perspectivas”, como usted las llama?

- En realidad siempre existieron, pero me parece que en los últimos años hubo
una pedagogía más crítica, más ligada a las condiciones sociales del aprender y
a buscar mayores niveles de justicia social en lugar de localizar en los cerebros
el problema de la educación. Ahora se están abandonando esas perspectivas que
tenían por misión criticar y denunciar los males de la justicia social. Y se está
volviendo de alguna manera a aceptar el orden social, a decir que si hay
diferencias de aprendizajes en la escuela, se deben a cuestiones innatas que el
individuo ya trae, sea desde su composición neurológica cerebral o bien desde
su casa. Como si fuera un veredicto condenatorio decir que tal niño viene de tal
hogar, cuando en realidad lo que tenemos que ver es que si viene de tal hogar y
tiene desventaja, lo primero que hay que hacer es trabajar sobre esas
desventajas, y habría más niños meritorios. De hecho, la meritocracia es una
idea bastante similar a atribuir a los cerebros la desigualdad.

- La meritocracia es otro de los grandes conceptos que están bajo la


lupa ¿El chico que se esfuerza es aquel que va a triunfar en la escuela
o hay que evaluar también otras variables, como las oportunidades
sociales que ha tenido?

- Basar toda la educación en el esfuerzo individual me parece muy lastimoso


porque hay muchos niños de sectores populares que se esfuerzan y, sin
embargo, no tienen éxito en la sociedad. Pueden tener un 10 en la escuela pero
luego terminan ocupando la escala más baja en el mercado laboral. Quiere decir
que la meritocracia y el esfuerzo no son suficientes en una sociedad que
distribuye los bienes educativos y laborales en forma desigual. Insisto, el
problema está en igualar las oportunidades sociales y de trayectoria de los niños
y no en culparlos o premiarlos por el esfuerzo que hacen. Por supuesto que toda
educación requiere de un esfuerzo y una disciplina, eso no está en cuestión. El
tema es colocar ese rendimiento sólo en el esfuerzo individual, por fuera de las
posibilidades reales materiales o simbólicas que tienen los niños.

Sentido común

- Un neurólogo local decía en una entrevista reciente que la


neurociencia no está reñida ni con la pedagogía ni con la psicología,
sino que se podían complementar, sobre todo, a la hora de
implementar herramientas en el aula. Hablaba, por ejemplo, de
cómo despertar el interés en el niño o recurrir a las emociones, que
son cuestiones donde la neurociencia puede colaborar con la
pedagogía.

- A mí me parece que la pedagogía siempre fue tributaria de todo lo que tiene


que ver con la emocionalidad, la afectividad. No se puede trabajar en pedagogía

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sin amar a los niños en el sentido de tener un afecto, un lazo con los otros, una
cierta empatía con el sufrimiento social. Quiere decir que las emociones están
vinculadas a cualquier lazo humano, no se puede educar -casi por principio- sin
tener en cuenta que el otro puede tener sus propias características, que puede
estar sufriendo o costarle algunas cuestiones de aprendizaje; y para eso estamos
los adultos. Insisto, no es ninguna novedad.

La neurociencia, o por lo menos lo que yo estoy leyendo últimamente, habla de


distinguir el aprendizaje de los pobres respecto del aprendizaje de los ricos. Y es
muy peligroso decirle a un maestro que los niños que están ahí sentados en su
aula, se diferencian entre sí no por las condiciones en las que viven -en casas
precarias o en viviendas mejores, o si tienen computadoras o no es sus hogares,
o si tienen padres lectores o analfabetos-, sino decirles que las diferencias están
alojadas en la inteligencia, en el cerebro. Ésa es una contribución que me parece
complicada. De hecho, he leído algunos conceptos de las neurociencias
aplicadas a educación, y yo diría que son de sentido común.

Masividad vs calidad:
“una arritmia ficticia”

- Otro tema del que se habla últimamente es la pérdida de calidad de


la escuela: que el 50 % de los alumnos de secundaria no egresa en
tiempo y forma o que los resultados de las pruebas Pisa son pésimos.
¿Es tan mala la situación de la educación argentina?

- Por supuesto que las estadísticas son necesarias e imprescindibles pero luego
hay que hacer hablar a esos números. La escuela secundaria en nuestro país se
ha hecho obligatoria recién en 2006, es decir que es una escuela joven desde el
punto de vista de la obligatoriedad escolar. Quiere decir que el Estado ha
decidido que el mejor lugar donde pueden estar los adolescentes y jóvenes es en
la escuela. La Argentina es uno de los pocos países de América Latina que
decidió como sociedad que esto tenía que ser así, y lo primero que había que
hacer es lograr que esos niños y jóvenes que ni siquiera soñaban con ir a la
secundaria, empezaran a hacerlo.
Ese fue el primer paso: la democratización cuantitativa, la masividad. Y, en
general, en todos los países que conozco hay una especie de arritmia ficticia,
entre la masificación y la baja de la calidad. Esto no es real. Siempre digo que si
trabajás con los más inteligentes o seleccionados, vas a tener menos problemas
porque son quienes vienen ya dotados de una serie de elementos sociales,
culturales, y están en ventaja. El tema es cuando vos introducís a los que tienen
desventajas en un sistema educativo que estaba preparado para pocos. Ése fue
el desafío de los primeros años de la obligatoriedad de la escuela secundaria, y
ahora se viene otro: ver qué se aprende, cómo se aprende y para qué sociedad,
porque no me interesa que los jóvenes aprendan a salir a un mercado laboral
precarizado, sino a uno que le abra mayores oportunidades.
(Entrevista colaborativa con Alan Valsangiácomo, radio Eme)

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