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LA "RANCHERa'ZV1EN MÉXICO

SOCIEDADES EN M O V I M I E N T O ,
A N Ó N I M A S Y DE CAPITAL VARIABLE

Esteban B arragán López


EL C O L E G IO DE M IC H O A C Á N
a primera impresión que puede dar el título de este
artículo es, sin duda, la de razón social de una em­
presa mercantil y más precisamente la de su anun­
cio comercial. Sin embargo, aunque de hecho remi­
te a toda una empresa, no se trata de ninguna razón
social en términos jurídicos. En cambio, sí se pretende con él dar
razón sintética de un tipo de poblamiento y de socialización2 pecu­
liar que se dio en zonas de frontera a lo largo del proceso -aún in­
acabado- de conquista, poblamiento e integración de los territorios
nacionales de América desde su descubrimiento. Las sociedades
rancheras de México, como sus similares de los países americanos,
se formaron y se han venido expandiendo y transformando a partir
de sus pioneros.
La noción de pionero nos remite a la tabla de ajedrez en la que
el “pión” es una pieza modesta, de débil valor, que avanza lenta­
mente, pero en el primer rango, es decir, al frente, abriendo la vía a
las piezas más nobles.3 Los pioneros a los que nos referiremos, los
rancheros - y más precisamente las sociedades que éstos forman-
vistos en su devenir histórico, han tenido el mismo estatus ambiguo
del “pión” del ajedrez en la construcción del México moderno:4 se

1Palabra que usan los mismos rancheros (oriundos de ranchos) para designar a
personas que por su apariencia y conducta les muestran que también proceden de
ranchos; es decir, de minúsculos núcleos de población dispersos en el campo, gene­
ralmente en las serranías. Expresiones como “así se usa entre ‘la rancherada’”, “ha­
bía pura rancherada”, “acá entre la ‘rancherada’” ejemplifican sus usos más co­
munes.
2 Proceso sociocultural mediante el cual la sociedad hace interiorizar, es decir,
asimilar y admitir por los individuos las normas, los sentimientos, las creencias, los
valores, las actitudes, los estereotipos, las conductas, el lenguaje, que son los suyos.
En otras palabras, el concepto de socialización remite a “un conjunto durable y
transponible de esquemas comunes de pensamientos, de percepción, de aprecia­
ción y de acción” (Cot y Mounier citados por Moulin e inspirados en el concepto
de habitus utilizado por Bourdieu). Para esta referencia Cfr. Chávez, 1996: 88 (tra­
ducción suya).
3 Cfr. Brunet, Roger, et al., 1993: 385.
4 Se refiere al México posterior a la conquista. El papel de las sociedades ran­
cheras en dicho proceso es ampliamente abordado en un estudio del que deriva
les ve tanto en la vanguardia como al lado de los ejércitos de con­
quista y colonización, pero siempre en los rangos inferiores. Consti­
tuyen la punta de lanza que es dirigida y empujada por los men­
tores del proceso5 sobre los espacios periféricos en ese momento, y
sobre sus ocupantes cuando los hay.
Su papel es fundamental en tanto que abren las rutas -y/o garan­
tizan que no se vuelvan a cerrar- al hacer una ocupación perma­
nente y efectiva de los territorios conquistados. Tienen algo de peo­
nes, puesto que, a pesar de que son movidos por el resorte de llegar
a ser propietarios de una explotación agrícola aunque modesta, in­
dependiente (objetivo que muchos lograron desde el inicio gracias
al otorgamiento de peonías y caballerías de tierra), están o estuvie­
ron de hecho al servicio de los grandes propietarios de la tierra. Ubi­
cados en una posición “bisagra”, tienden los puentes entre las socie­
dades a las que ellos pertenecen y de las que frecuentemente van
huyendo, con las nativas -o asentadas- en las que se van injertando.
En muchos casos fueron las sociedades rancheras las que abrie­
ron algunas vías de progreso. No obstante muchos de sus miembros
viven todavía hoy en el peor de los rezagos y, pese a su difusión fol­
clórica, siguen siendo las sociedades más anónimas en los ámbitos
institucionales, académicos y gubernamentales. La ambigüedad
llega a la paradoja: las referencias a “lo ranchero”, a lo que emana de
esas sociedades, son fuertemente reconocidas y difundidas como si­
nónimos de barbarie, incultura, ridiculez y por ende indignidad que
hay que esconder o al menos disfrazar. Al mismo tiempo lo ranchero
ha sido abusivamente exaltado como símbolo de identidad y de or­
gullo nacionales.
El patrimonio cultural de estas sociedades, frecuentemente más
notorio que el material, está constituido por una gran capacidad de
adaptación desarrollada a lo largo de los siglos en que han andado
de trotamundos. La voluntad y la ambición, el gusto por la indepen­

este artículo, mismo que está en prensa y que aparece en la bibliografía como: Ba­
rragán, 1996.
5 Militares, encomenderos, funcionarios virreinales, órdenes religiosas, comer­
ciantes y flamantes mineros españoles, criollos, mestizos, y caciques indios.
dencia y el compromiso de solidaridad familiar han sido el capital
variable que les ha permitido, dentro de la marginalidad, la incer-
tidumbre, la austeridad y la provisionalidad, constituir sociedades
duraderas. Sus fuertes lazos de identidad surgen y se desarrollan,
paradójicamente, en la dispersión poblacional, en su posición social
marginal y en sus posesiones territoriales periféricas.
Genéricamente, los espacios donde se asentaron los rancheros y
donde pudieron desarrollar sus sociedades fueron regiones margina­
les, pero no allende los centros de importancia política, económica
y poblacional de cada momento. En otras palabras, se trata de regio­
nes y de sociedades de frontera caracterizadas desde la academia
por un ambiente de violencia, por la inestabilidad, la exaltación de
la masculinidad, una débil acumulación y la tendencia al dinero fá­
cil6 en su etapa inicial. Estas características son compartidas en vas­
tas regiones de México y del continente americano.

E sbozo d e u n a m a t r iz c o m ú n d e las s o c ie d a d e s

ANÓNIMAS DE AMÉRICA

Bajo este ambicioso subtítulo que evidentemente le queda grande


a su contenido, pretendo sólo llamar la atención y asentar mi pro­
puesta sobre el origen remoto y en cierta medida común que consi­
dero tuvo el tipo de sociedades de frontera surgidas -o continuadas-
en el continente americano posterior a su descubrimiento. De ma­
nera genérica y constante, con diversos nombres y variantes tem ­
porales y regionales, se encuentran en toda América referencias
de sociedades que podemos considerar homologas a las rancheras de
México. La premisa es que en sus orígenes dichas sociedades

[...] se compusieron de todos los individuos escurridizos que rechazaban y


huían de la nueva y violenta sociedad que se estaba perpetrando en las In­
dias. Africanos que no querían ser esclavos; indios, mestizos y mulatos ju­
rídicamente libres, que no aceptaban la cultura occidental; blancos, criollos
o recién llegados del viejo continente, refractarios a la moral que estaban

6 Cfr. Brunet, Roger, et al., 1993: 385.


perpetrando gente de su misma etnia, se refugiaron en distintos santua­
rios, en lugares más o menos recónditos donde escapar de la represión.7

En todos los casos se trata de los precursores de vigorosas y ori­


ginales sociedades cuyos miembros han recibido denominaciones
tales como, Orejanos, Cimarrones, Arrochelados.8 La equivalencia más
cercana en México corresponde a los rancheros.
“Según los lingüistas -apunta Luis González- la palabra ranchero
equivale a los términos ‘gaucho’ usado en Argentina, ‘llanero’, pro­
pio de Venezuela, ‘cowboy’ del oeste norteamericano, ‘huaso’ de
Chile, ‘sabanero’ de las Antillas y otras que aluden a realidades em­
parentadas con la que designa dicha voz, ‘ranchero’”.9 Se trata del
hombre de a caballo y del estilo de vida que lo caracteriza, y por arri­
ba de eso, de las relaciones que entablan internamente sus diversos
y estratificados componentes y las que en conjunto mantiene con la
sociedad mayor, o sociedades nacionales de cada país.
También se han citado como ejemplos de equivalencia ranchera
de México, referidos igualmente como casos excepcionales dentro
del marco de la economía agropecuaria de tal o cual país, poblacio­
nes mestizas asentadas en el “nuevo mundo” en medios ecológicos
inicialmente poco atractivos. Ahí se fueron repartiendo pequeñas y
medianas propiedades en las que se combinaron producciones para
autoconsumo y para el mercado. Dichas unidades (ranchos) conviven,
casi siempre en disputa más o menos intensa, con algunas grandes
explotaciones y con comunidades nativas. A lo largo de su historia,
los rancheros se han caracterizado por “no poner todos los huevos en
la misma canasta”: han operado en torno a una actividad rectora - y
cam biante- a la que suman una abundante gama de actividades me­
nores que le sirven de soporte. Gracias a un patrimonio derivado de
la austeridad y del ahorro de muchos de sus antepasados o de sus

7 Izard, 1988: 27.


8 Este es el título de un libro del historiador español Miquel Izard sobre los
llaneros de Venezuela. Parece que en parte se inspira en Angel Quintero, quien
previamente -com o lo cita Izard- había denominado cimarronas a este tipo de so­
ciedades.
9 González, 1991: 3.
miembros migrantes, y en menos casos a apoyos externos como pue­
den ser los del Estado, algunas de estas sociedades han evolucionado
hacia especializaciones diversas (en ganado -lechero o de carne-, en
café, en frutales, en hortalizas, en pequeñas y medianas industrias y
manufacturas, en la migración internacional, etc.), con sorprendente
multiplicidad en los rumbos geográficos y en los giros económicos
tomados.
Hasta donde sabemos, no se han buscado explícita y cabalmente
en América estas sociedades equivalentes a las rancheras de Méxi­
co, sin embargo, ya existen abundantes alusiones al respecto. Ade­
más de las antes referidas (por Izard y González), Claude Bataillon10
nos ofrece otros cuatro casos en los que globalmente se destacan los
rasgos fundamentales atribuibles a estas sociedades. El primero
trata de la población mestiza que se instaló no muy temprano en la
zona andina venezolana, en un ambiente ecológico relativamente
difícil por tratarse de una sierra con alturas muy diversificadas. Se
difunde en el siglo XVIII para consolidarse en el transcurso del XIX.
Se fueron organizando comunidades de tipo campesino, agricultores
que se posesionaron de la tierra bajo el régimen de mediana y pe­
queña propiedad. Operaron bajo una lógica y un cierto grado de
autosubsistencia (ganado, trigo, café) pero también bajo una apertu­
ra hacia mercados externos tempranos. Con esos orígenes, se en­
cuentra que en los últimos decenios esta agricultura se especializó
en la producción de café y luego de hortalizas. Era fomentada por
los petrodólares que permitieron que el sector público financiara los
costosos sistemas de riego. Así prosperó sobre los vestigios de un
campesinado bastante tradicional y de medio autoconsumo.
El segundo caso es el de los pequeños y medianos agricultores
independientes de las haciendas y grandes fincas cafetaleras que se
desarrollaron a partir de la región de Antioquía, Colombia. Fueron
ocupando zonas en donde había que desmontar el bosque para cul­
tivar café, en principio de autoconsumo. Este cultivo se transformó
decenio tras decenio en una actividad de gran importancia, al grado
de que buena parte de la producción del famoso café colombiano

10 Bataillon, 1994: 101 a 105.


proviene de esa mediana agricultura que llegó a ser una de las bases
nacionales de la economía colombiana.
Otro caso también cafetalero es el de Costa Rica. Ahí se trata de
un núcleo de población relativamente tardío en América Central,
que hacia el siglo xvil se instala en la parte central de Costa Rica.
Entonces, esta era una zona sin grandes recursos. En ambientes
marginales desde el punto de vista de falta de mano de obra, y eco­
lógicamente de mediano o poco interés, el desarrollo del cultivo del
café a partir de mediados del siglo xix tuvo una proporción alta de
medianos y pequeños agricultores, sin que faltaran tampoco los
grandes cafeticultores.

En este caso el fenóm eno es importante porque, lo mismo que en el Oc­


cidente mexicano, lo ranchero tiene un papel de identificación nacional
m uy fuerte. Incluso en las monedas nacionales costarricenses de hace po­
cos años se veía el típico paisaje ranchero: la carreta y sus bueyes, la habi­
tación campesina tipo rancho. Precisamente entonces esa identidad co­
rrespondía a la ideología nacional perfecta."

El último ejemplo es el de los productores independientes total­


mente ligados al mercado desde el inicio. Se les encuentra en el sur
de Brasil y en ciertas partes de la Pampa Argentina. En el primer
caso se trata de zonas que se colonizaron trayendo gente de Alema­
nia e Italia -entre otros lugares- para poblar el sur de Brasil. Se en­
tregó a cada familia su trozo de tierra para que cultivara autónoma­
mente y para el mercado. La doble actividad de la soya y el trigo ha
permitido lograr una agricultura bastante próspera, considerando la
actividad a ese nivel de agricultores autónomos, el productor y su
familia, con muy poca mano de obra fuera del núcleo familiar. En el
segundo caso, ciertas zonas trigueras del sur de la Pampa argentina
inician con una agricultura mediana, en la que cada productor poseía
su tierra y sin embargo tenía un grado de autonomía bastante limi­
tado por el mercado internacional del trigo del que dependía. Pos­
teriormente esos productores han llegado a un momento de autono­
mía mayor, al desarrollar la producción de leche para un mercado

11 Ibtd : 104.
local y regional. Ahora ya no dependen del doble sistema de la carne
y del trigo de exportación que no controlan de ninguna manera;
diversificar su mercado les permite flexibilizar su capacidad eco­
nómica.
La semejanza en el papel desempeñado por estos grupos huma­
nos, en las situaciones y medios donde emergen y se desenvuelven,
en sus dinámicas socioespaciales y en sus tendencias generales ob­
servadas en el largo plazo, dan a entender que, pese a la distancia
espacio-temporal que los separa, se encuentran más emparentados
entre sí que con las otras conformaciones socioculturales de su mis­
mo país.

O r í g e n e s d e la s d i v e r s a s s o c i e d a d e s

RANCHERAS EN MÉXICO

El análisis de los vocablos de referencia (rancho, ranchero) es in­


mensamente revelador del proceso en el que se van formando y
transformando estas sociedades de frontera. La evolución del voca­
blo rancho y sus derivaciones se va dando en la historia de México
más por acumulación de sentidos múltiples y a menudo contradic­
torios que por transformaciones lineales y deslizamientos semánti­
cos y homogéneos:12 a la noción de simple alojamiento provisional,
se le van acumulando con el tiempo los significados de rústica vi­
vienda rural, apropiación de un pedazo de tierra de labranza, de
agostadero (o modesta explotación independiente), de viviendas
anexas a las fincas de la hacienda, fracción de tierra por agregación
o desagregación de un latifundio. Posteriormente entra en el catálo­
go de las categorías censales para denominar a las localidades más
pequeñas en la escala poblacional del país.
Mas allá de las ambigüedades ligadas a la existencia simultánea
de acepciones diferentes, ¿por qué no retener la noción de rancho
para designar simultáneamente un tipo particular de residencia y de
vivienda y una forma de aprovechamiento y apropiación del espa­

12 El análisis más pertinente que cono/co sobre el vocablo rancho y sus derivados
nos lo ofrece Herón Pérez, 1994: 33-54.
ció? En esta perspectiva, la importancia del término reside más en
las funciones que desempeña que en las definiciones que se le en­
cuentren. Desde el siglo xvi, “el vocablo sirve a los conquistadores
para ir tomando posesión, así sea provisionalmente, del suelo ame­
ricano”; en el “siglo XVII y siguientes sirve a los colonizadores para
otros tipos más estables de apropiación de la tierra”.13No es raro que
todavía desempeñe una función similar cuando se ubica en los lími­
tes de tierras comunales, ejidales, federales y hasta privadas. La
condición es que el reclamo de estas tierras sea débil o susceptible
de ser acallado mediante la fuerza bruta, la argucia legal o la sutileza
del. soborno y la negociación ventajosa.
Los orígenes y funciones posteriores del vocablo nos llevan rápi­
damente al papel desempeñado por aquellos que lo acuñaron y le
dieron continuidad y vigencia en la práctica: los rancheros, justa­
m ente los oriundos de los ranchos. En paralelo a la evolución acu­
mulativa de significados de estos últimos se viene dando también la
de los primeros. De la simple noción de toda clase de gente nóma­
da o viajera que se acomodaba con carácter provisional en un lugar
apartado, se pasó a la de “hombres de mediano pasar y pobres” que
en tierras cortas, propias o rentadas, “siembran al tamaño de las po­
sibilidades de cada uno y crían a sus animales domésticos, compues­
tos según sus fuerzas alcanzan”.14 Al paso del tiempo estas acep­
ciones se complejizan a tal punto que ahora cualquier definición de
ranchero corre un alto riesgo de quedar corta frente a la diversidad
de situaciones existentes. ¿Cómo encontrar el sentido único y legí­
timo que cubra realidades presentes o pasadas tan diversas? De aquí
la propuesta de abordarlos menos como individuos aislados o estra­
tos económicos qu€ como miembros de sociedades específicas
-desde luego estratificadas- que emergieron en torno a los ranchos.
Vistas en retrospectiva, estas sociedades rancheras tuvieron como
precursores a los individuos, familias y grupos que, enfrentados a
alojarse fuera de los poblados, se instalaron provisionalmente en un
lugar -franja pionera en el m om ento- donde tuvieron que “arreglár­

11 ¡b id : 43.
MCfr. Noticias varias: 195 y 198 en De Leonardo, 1978: 51.
selas” para vivir. Así fueron tomando posesión con miras a conseguir
la propiedad de la tierra ocupada o continuar sus mudanzas hacia
rumbos más prometedores.
Por encima de las particularidades regionales -d e América, y en
especial de México- en cuanto al proceso de conquista y ocupación
colonial y a sus desfases temporales, así como a las organizaciones y
dinámicas productivas también cambiantes, encontramos en los es­
tudios sobre rancheros y regiones rancheras -o sus equivalentes de
otros países- numerosas evidencias que dan a entender que ha exis­
tido un tronco común, si no único cuando menos muy similar, en la
formación de estas sociedades. Dicho tronco se definió en las rela­
ciones mantenidas por los rancheros con los otros componentes de
la sociedad nacional y con el espacio geográfico al que, en dicha
relación, fueron accediendo.
Desde la plataforma bibliográfica (etnohistórica y geográficaso-
cial) en que se asientan los anteriores planteamientos, vemos surgir
a los rancheros como grupo social específico desde el siglo xvi. Re­
fuerzan y extienden su empresa paralelamente al proceso de con­
quista y de integración territorial del espacio nacional, antes de de­
saparecer -e n algunos casos- absorbidos por la expansión de una
sociedad nacional a cuya construcción ellos contribuyeron. Los
rancheros constituyen así la precaria vanguardia de un movimiento
de colonización espontáneo, y pueden ser caracterizados por su po­
sición periférica respecto a los grandes movimientos registrados en
la historia de México: a la cola o en los flancos de los grandes ejérci­
tos, al lado de los misioneros, en olas tardías de migración europea.
Posteriormente, por expansiones sucesivas internas, los rancheros se
establecieron a los márgenes de las minas, de los monasterios, de las
comunidades indígenas y de las haciendas primero; de las planta­
ciones, de los ejidos y de las zonas de riego más recientemente. A
partir de su establecimiento en minúsculos y equidistantes ranchos,
muchos de sus habitantes se han venido concentrando en pueblos y
ciudades. Simultáneamente, un contingente tal vez mayor que el
establecido se mantiene en constante movimiento en múltiples y
cruzadas direcciones y actividades, pero casi siempre en estrecha
interconexión familiar.
Este proceso ha llegado a marcar un perfil duradero de las socie­
dades rancheras: relegación a las tierras flacas de lóbregos rincones
geográficos y más favorables para la ganadería que para la labranza;
provisionalidad y dispersión de sus asentamientos, organización
para la producción basada en el arrendamiento y, sobre todo, en el
trabajo “a partido” (principio de la aparcería o mediería establecida
con los “avecindados” en sus terrenos); economía básicamente ga­
nadera pero capaz de múltiples adecuaciones y combinaciones con
otras actividades; rusticidad o alta adaptabilidad a diversos medios
culturales y entornos naturales con recursos escasos y difusos. Este
perfil es completado por su condición movediza y expansiva, la pa­
rentela como referente y soporte social, mentalidad independen-
tista y de autosuficiencia, humildad únicamente ante personas y
acciones de la Iglesia católica, desconfianza a “todos”, particular­
mente a los catrines citadinos y a las instituciones gubernamentales,
y menosprecio a “los otros” componentes también rústicos de la po­
blación mexicana.
Los grandes rasgos de ese supuesto tronco común, presentes to­
tal o parcialmente en los grupos sociales que hoy pueden recono­
cerse como rancheros, permiten evidenciar la formación, fun­
cionamiento, reproducción y mudanzas de las sociedades rancheras.
De esta manera, las recomposiciones que actualmente presentan es­
tas sociedades pueden interpretarse como continuidades de un mis­
mo proceso tanto en la evolución espontánea de las estructuras eco­
nómicas y sociales rancheras, como en sus hibridaciones e injertos
ocurridos en la apertura incesante de nuevos frentes pioneros en di­
rección, esta vez, a los Estados Unidos, a las regiones de agricultura
intensiva y a las ciudades mexicanas.
En síntesis, consideramos que estas bases sobre las que se han
formado y reproducido las sociedades rancheras, tienen profundas
raíces en el papel y posición “bisagra” que han desempeñado a lo
largo del proceso histórico respecto a las instituciones y demás com­
ponentes de la sociedad nacional. Son huellas que desde la con­
quista empezaron a imprimirse en la sociedad y en el territorio na­
cionales. De alguna manera siguen presentes en las representacio­
nes socioculturales de muchos mexicanos.
P roceso, p r e c u r s o r e s y e sc e n a r io s d e la

FORMACIÓN SOCIAL RANCHERA

En la mayoría de referencias a la conquista y colonización de Méxi­


co la atención se ha centrado, con mucha razón, en las desenfrena­
das arremetidas sobre las tierras indígenas, vacantes o no, por parte
de los militares, encomenderos, funcionarios virreinales, órdenes re­
ligiosas, comerciantes y flamantes mineros españoles, criollos, mes­
tizos y caciques indios. Sin embargo, al mismo tiempo es de consi­
derarse que los procesos de conquista y poblamiento fueron mucho
más complicados. La conquista no se limitó al control de los grandes
centros de poder económico y político. La colonización no sólo se
asentó en el dominio de las vías de comunicación y de las tierras más
planas y fértiles.
En realidad la conquista -tanto la militar como la espiritual- no
constituye un simple acontecimiento del siglo xvi como oficial­
mente se presenta, sino más bien un proceso largo, aún en parte no
terminado que sustenta un movimiento lento de integración territo­
rial y de construcción de una identidad nacional que todavía dista
mucho de entenderse del todo. La conquista fue también sigilosa,
lenta y anónima cuando se trató de integrar al territorio sus rincones
más apartados, sus regiones más distantes y sus tierras más flacas. El
poblamiento no fue menos radical cuando logró anexar y ocupar en
forma definitiva extensas áreas que por su aislamiento o sus carac­
terísticas no podían integrarse en las grandes dinámicas económicas
del momento.15 Requirió de “avanzadas” que frecuentemente fueron
alcanzadas - e n parte absorbidas, en parte relanzadas- por el em pu­
je de los mentores del proceso, internándose en las más abruptas
serranías y en el olvido nacional.
En la ocupación del occidente de la Nueva España y en su ex­
pansión al norte encontramos ejemplos muy pertinentes para mostrar
cómo se fueron constituyendo las bases de las que posteriormente
serían las sociedades rancheras. En este caso, como presumible­

15 Este proceso de conquista ordinaria es tratado con mayor detalle y ejemplos


en otro artículo: Barragán, E. Y Thierry Linck, 1994: 11-27.
mente en muchos otros en América (y antes en la reconquista de
España) la expansión de este tipo de sociedad siguió a la del gana­
do. “La ganadería acarreada por los españoles a partir de 1545, inva­
dió los llanos del norte, las llanuras costeras y los lomeríos de tierras
occidentales.” 1(1 Se ha reconocido que “gracias a la ganadería vacu­
na, extensiva, ambulatoria y a veces montaraz, hombres a caballo se
metieron en los más ocultos paisajes del Occidente”17 y penetraron
en tierras sólo recorridas por los nómadas en el Norte.18
A diferencia de ‘los señores de ganado’, y en general de los men­
tores del proceso de conquista y poblamiento, esos primeros perso­
najes escurridizos vivieron y murieron en el anonimato de las estan­
cias; muy similar a como todavía hoy viven y mueren en el de los
remotos ranchos desvalagados en las serranías del país.
Contrario a la falta de nombres, números, registros completos y
confiables, sí se cuenta con la referencia cualitativa de estos prime­
ros rancheros o de algunos de sus ancestros, entre ellos los estancie­
ros. El estanciero -nos precisa Chevalier- era el hombre que vivía
en la estancia" Esta es una palabra americana que desde mediados
del siglo XVI se encuentra en la Nueva España;

[...] suele tomar un matiz peyorativo, pues evoca por lo común lo más bajo
de la escala social entre los blancos, cuando no designa a un mestizo, a un
negro o a un mulato [...] Los mestizos sobre todo, desdeñados entonces lo
mismo por los españoles que por los indios, encontraban su lugar en la
vida solitaria de las estancias, al margen de las dos “repúblicas”... los m es­
tizos eran “hombres a caballo”, tal como los españoles. Unas veces presta­
ban sus servicios por salario fijo, otras por una parte de los frutos (a par­
tido), otras recibían la mitad del producto (medieros) de los animales ven­
didos. Los mestizos, hombres libres, eran por regla general muy inestables,
pues, después de seguir a los rebaños en sus migraciones seguían cam­
biando con tanta frecuencia de cielo com o de amo.20

16 González, 1968:27
17 González, 1982:20.
,s Florescano (1969), 1973:57
A pesar de lo obvio que resulta esa frase, nos parece notable, debido a que
engloba a todos los que allí vivían y no sólo a los dueños de tierra, según se tiende
a reducir todavía a los rancheros.
20 Chevalier (1956), 1985: 148.
Es notable que todos estos hombres, blancos, mestizos, negros,
mulatos e indios - y todas sus demás mezclas raciales-, individuos
seminómadas o más estables, estancieros, vaqueros y amos, tenían
en común esa pasión por el caballo y los toros, las armas y la propie­
dad privada de la tierra. En esta estampa pastoril de la estancia y
más precisamente de la labor,21 ubicamos uno de los más remotos
orígenes del mundo ranchero. Dicha estampa debía dejar una hue­
lla duradera, esbozando, en primer lugar, la distribución del suelo en
vastas porciones, pero también creando en todo el México rural,
fuera de las zonas puramente indígenas, un ambiente muy particu­
lar: el del hombre a caballo.22
Por lo que toca al norte,23 los primeros contingentes de conquis­
tadores se componían de “aventureros y buscadores de plata empe­
dernidos, de oscuros soldados que apenas pacificaban un lugar re­
tomaban las alforjas para ir en pos de nuevos descubrimientos [...]
Siguiendo la ruta abierta por las minas hicieron su entrada los capi­
tanes-administradores, los misioneros y agricultores”; enseguida van
apareciendo de nuevo los grupos de labradores españoles a lo largo
de los caminos.24
A las dificultades que les presentaban los chichimecas para la
conducción de plata, el tráfico por el camino y la sobrevivencia de
los mineros, se responde con la política de fundar presidios y pue­
blos (concentraciones de población española) con vecindario arma­
do a lo largo del camino. Se constituyeron así núcleos de población
de campesinos-soldados en la frontera del territorio chichimeca,
para proteger la ruta y evitar que los indios nómadas se apoderaran
del metal extraído. El poblamiento de tales guarniciones estuvo
acompañado del reparto simultáneo de tierras cortas y derechos de
estancia para esa población española.25

21 Palabra sustituida por la de rancho en el siglo xvm. Brading, 1988: 126.


22 Ibtd, p. 150.
15 Esta conquista inicia hacia 1546, año en el que se descubren las minas de Zaca­
tecas, “puerta” hacia el norte y hacia el descubrimiento de otras ricas minas más allá.
24 Florescano, 1973: 48. Chevalier (1956), 1985: 83.
25 Como era usual, a los soldados de a pie -en los combates- se les concedieron
“peonías” y a los de a caballo “caballerías”. Estas fueron las más numerosas, in-
Al establecer el sistema de presidios, los soldados que compo­
nían la guarnición tuvieron que dedicarse a la agricultura - o enseñar
a los indígenas de las cercanías los rudimentos de ella- para poder
subsistir en lugares tan remotos y continuamente hostilizados. Esta
capacidad para permutar actividades con rapidez y habilidad fue
una de las características de los hombres de frontera. Gracias a ello,
los presidios promovieron en varios casos la ocupación del suelo,
introdujeron semillas y técnicas agrícolas y bajo su protección se de­
sarrollaron centros agrícolas y ganaderos de importancia.26
En torno a ellos rondaban los vaqueros, aventureros, los hombres
“sueltos”, los que todavía andaban en busca de la apropiación de un
pedazo de tierra que les permitiera un asentamiento menos fugaz.
Cuando los grandes propietarios no lograban arraigar en sus hacien­
das a esa población inestable, repartían tierras y otorgaban mercedes
con gran benevolencia, amparados en sus títulos de capitanes y
gobernadores.27
Muchos de los conquistadores, soldados y aventureros que pe­
netraron en el norte terminaron sus días arando la tierra. Jerez de la
Frontera, Saltillo o cualquier otro pueblo de frontera tipifica ese
proceso de transformación. En esos pueblos situados en las cerca­
nías de las minas o en tierras parcialmente pacificadas, van apare­
ciendo posteriormente muchos conquistadores vencidos por la edad,
y buen número de mineros y aventureros fracasados, para quienes
el cultivo de la tierra, la cría de animales o el ejercicio del comercio
ofrecían más perspectivas que los azarosos descubrimientos.
Por otra parte, deseos de frailes, encomenderos y oficiales reales
de congregar a los indios dispersos, en pueblos de traza europea
cerca de los monasterios, se convirtieron en imposición legal ampa­
rada en órdenes reales de 1551, 1558 hasta 1605. Las consecuencias

cluían tierras de labor para la siembra de trigo (10 fanegas), para la de maíz (10 fane­
gas), las destinadas para el cultivo de hortalizas y las de agostadero para mantener
20 vacas, cien borregos, veinte cabras y diez chivos. Cfr. Gallart, 1991: 27
2" Florescano (1969), 1973: 59.
27 llñd, p. 63.
de esas disposiciones fueron la desaparición de millares de asenta­
mientos indígenas, la demolición de sus capillas y la quema de sus
casas, a fin de que no regresaran de los 30 distritos de congregación
en los que tuvieron que construir sus propios pueblos.28 “Los espa­
ñoles adquirieron los abandonados emplazamientos de los pueblos
con sus campos, bosques y aguas, y los convirtieron en haciendas.”29
Por no poder ser explotadas directamente por los nuevos pro­
pietarios, muchas de esas superficies o al menos sus orillas eran de­
jadas en manos de administradores, arrendatarios, medieros, vaque­
ros y simples arrimados: todos miembros de las nacientes sociedades
rancheras. De esta manera, éstos llegaban vinculados a los terrate­
nientes españoles por una parte, y por la otra quedaban en contacto
permanente con las poblaciones indígenas vecinas. Aprovechando
el poder del gran propietario, allí iban abriendo un campo que en el
futuro podía ser, o arrebatado por el latifundista o bien apropiado
por el ranchero.
Para el siglo XVIII los rancheros son más y están en todos los
frentes de conquista y colonización, su papel es prácticamente el
mismo e igualmente poco advertido. La organización del territorio y
la localización de las actividades económicas parten del núcleo -físi­
camente irregular- formado por las minas y las ciudades-mercado.
Estas se encuentran rodeadas por las gruesas estancias de ganados,
buenas unidades y labores, todas de riego muy aventajado que lle­
van a vender a la ciudad... En sus cercanías y a lo largo de los cami­
nos de interconexión, hay un tercer anillo -aún más irregular- for­
mado por las haciendas modestas que se confunden con ranchos
grandes. Sin embargo éste empieza a quedar desdibujado entre las
orillas planas donde se instalan sus fincas -casco- y los pie de mon­
tes o los terrenos áridos. Ahí se localizan las áreas rancheras: en las
partes más aisladas y quebradas de dichas haciendas, en los lóbregos
huecos que iban quedando entre éstas y los territorios indios, en las
cercanías o a lo largo del camino de tierra adentro, se encuentra el

* Cfr Gerhard, 1986: 27-28.


29 Chevalier, citado por Gerhard, 1986; 28.
desparramo -totalm ente irregular- de un gran número de pequeños
ranchos.30
La fundación de pueblos y colonias, identificados en sus oríge­
nes como nuevos puestos avanzados de las sociedades rancheras,
siguió sobre todo hacia el norte y el sureste debido a la continua po­
lítica de poblar y colonizar las zonas periféricas de la Nueva España.
En el norte -igual que un poco más al sur, un siglo antes- surgen
colonias de rancheros como retenes o muros de contención contra
las tribus nómadas de la Gran Chichimeca y como defensa contra las
frecuentes incursiones de los indios bárbaros -apaches y coman-
ches- que asolaban la región.31
Por otra parte, en la zona de Arizpe (Sonora), parte de Nuevo
México, Las Californias y el Sotavento (localizado en el sur del hoy
en día estado de Veracruz, norte de Tabasco y parte de la zona del
Istmo) “[...] estas comunidades debieron fungir como núcleos de
población permanente en zonas cercanas a asentamientos indígenas
autóctonos del área. Estas colonias tenían el doble propósito de
servir de modelos de civilización a los indios y, a su vez, asegurar la
colonización mestiza y española del área” .32 En ambos casos y siem­
pre igual, estos pioneros tuvieron que velar por su propia reproduc­
ción material y por el control físico de sus territorios fronterizos.
Tanto en la Nueva España como durante el primer siglo del Mé­
xico independiente, el Estado -pese a sus frecuentes declaraciones
expiatorias- fomentó y protegió la constitución de latifundios. Sus
proyectos de impulsar la pequeña propiedad tuvieron poco o ningún

30 Desde fines del siglo XVIII, el término rancho abarcaba dos clases diferentes
de empresa. Un ranchero podía ser o bien un próspero agricultor comercial, ayuda­
do por varios peones, o un pequeño propietario quien con uno o dos acres de tier­
ra a duras penas ganaba su sustento. Brading, 1988: 126 y 260. Todavía hoy se reg­
istran en el país más de cien mil localidades con menos de cien habitantes cada una
(INEGI, 1990). En su mayoría corresponden a ese tipo original de ranchos, disemi­
nados principalmente en las sierras de ocupación mestiza.
31 Lloyd, 1988: 63. Algunas fundaciones de pueblos, en el noroeste de Chihua­
hua tales como Namiquipa, Las Cruces, Galeana y Casas Grandes obedecieron a
estas necesidades.
32 Ibid.
éxito. Las extensiones territoriales que la ley española consideraba
“bienes de la Corona” y la ley mexicana “bienes de la nación” fue­
ron a parar una y otra vez a manos de los latifundistas.33 Los ranche­
ros, sin embargo, siempre le disputaron al latifundio, con cierto
éxito y por cuenta propia, sus orillas, desde donde llegaron a multi­
plicarse y a prosperar. Los ubicados en campos mejores sufrieron la
expansión de la hacienda que vino a empobrecerlos y a empujarlos
a la periferia. Desde luego, en ambos casos la disputa iba a alcanzar
y a usurpar territorios indígenas.
En su largo e inacabado proceso de expansión y consolidación,
las sociedades rancheras echan mano de las mismas bases en las cua­
les apoyaron su formación: en alianza con los mentores del proceso
de colonización del territorio nacional o bien movido en forma es­
pontánea por el interés propio, el ranchero fue teniendo que integrar
por cuenta propia su situación de marginalidad y su aislamiento.
En su doble confrontación por un lado con los grandes terrate­
nientes, y por el otro con las sociedades indígenas, el ranchero no
puede contar con el apoyo infalible de las grandes instituciones que
componen a la sociedad global. Su tenacidad, su flexibilidad y su
capacidad de adaptación (que según la ocasión puede manifestarse
como indiferencia, alianza, resistencia, acomodo) son las principales
fuerzas que puede movilizar.
La lucha solitaria por propia cuenta y riesgo es antigua y los
acompaña hasta el presente. La mayoría de rancheros quedó fuera
tanto de las dotaciones de tierras oficiales efectuadas en la Colonia
y en el siglo XIX, como de las dotaciones oficiales de tierra posterio­
res a la Revolución. En el primer caso, dichas dotaciones territoria­
les vinieron más a conformar la gran propiedad que a reconocerle a
sus “dueños naturales” (indios) u ocupantes permanentes (ranche­
ros) sus derechos. Los latifundistas recibieron del poder público
buena parte de sus tierras como gracioso donativo o mediante pagos
casi simbólicos: pudieron adquirir a precios muy baratos las tierras
de las comunidades y las de la Iglesia y redimir sus cuantiosas deu­

33 Cfr. Semo, 1988: 101-104.


das con ésta en condiciones favorables.34 Una nueva capa de terrate­
nientes surgió entonces de las filas de los generales liberales, fun­
cionarios y clase media de las ciudades. En el segundo caso, las
dotaciones se ofrecieron bajo una lógica y para un “campesinado”
ajeno al universo ranchero, incluso muy a contracorriente de éste.
Con todo, es de notar que las sociedades rancheras se expandieron,
que han encontrado siempre los mecanismos para acceder a la tierra
-a la marginada en su momento-, y de imprimir en sus dominios
territoriales una marca profunda de sus reglas de sociabilidad.
En el siglo xix y aun en el xx se redobló la búsqueda de terrenos
disponibles, baldíos, en renta o en compra-venta. Algunos los en­
contraron en los mismos lugares que venían arrendando, o cerca de
éstos, gracias a la agonía del cuerpo latifundista que buscaba reme­
diar su situación vendiendo sus extremidades. Algunos más fueron
hacia zonas de débil reclamo para ensancharse a costa del estre­
chamiento del territorio de los indígenas.
Tal vez de mayor cantidad y significación es el contingente for­
mado por “rancheros sin rancho” . Son aquellos que sin esperanza de
trascender su condición y bajo las presiones de la hacienda y de la
misma sociedad en su lugar de origen, encontraron una ventana cul­
tural abierta hacia la emigración con apoyo en densas redes fami­
liares difusoras de oportunidades. Se van escurriendo lentamente,
con escalas geográficas y generacionales desde las zonas planas o va­
lles (centros), hacia lugares más escarpados, insalubres y vacíos (pe­
riferia). Estos son entonces nuevos frentes de colonización e inclu­
so de conquistas tardías puesto que dichos territorios no eran siem­
pre del todo “vírgenes”.35

34 Ibid, p. 105.
35 Cfr. Cochet, 1991. El autor analiza las olas de “gente de razón” que, proce­
dentes de los bordes, al sureste del altiplano, desde el siglo XIX fueron llegando y
colonizando la sierra de Coalcomán, Mich. (la sierra madre del sur). Desaparecieron
las comunidades indígenas del lado norte de la sierra y se replegaron hacia la costa
las de la vertiente dèi pacífico todavía en los días que corren. Otro trabajo (Barragán
1996a) ubica al norte -sierra de Jalisco y Michoacán- y más atrás en el tiempo
(desde principios del siglo XVII hasta principios del siglo XIX) a los ancestros de
estos rancheros en el mismo proceso de colonización. Ambas son etapas del mismo
Al paso del tiempo los rancheros van imponiendo sobre esos
espacios plegados sus sistemas agrarios originales. Están basados en
la propiedad privada de la tierra y en los binomios ganadería exten-
siva-cultivo itinerante de maíz. Se asocian siempre con una amplia
y cambiante gama de actividades, de producciones animales y vege­
tales menores. La relación orgánica es la del patrón-aparcero. Los
ajustes e incluso transformaciones que dictan tanto las condiciones
naturales, sociales y culturales ahí encontradas, como las oportuni­
dades y presiones económicas o políticas externas, irán efectuándo­
se de acuerdo a como se presenten dichos factores. Estas son las
variables, pero la flexibilidad o capacidad de adaptación es la cons­
tante en esta forma de socialización.
La Revolución sacó oficialmente de la jugada a las haciendas.
Tras una larga y penosa reforma agraria puso en su lugar a los ejidos
sin, por otra parte, alterar más -e n teoría- la ya muy acosada propie­
dad comunal. En dicho proceso se reafirman la pequeña propiedad
privada, la evolución de los ranchos y de las sociedades allá for­
madas. Estas no se vieron inducidas a reorientaciones mayores por
dichos acontecimientos. Incluso podría afirmarse que la Revolución
benefició a los rancheros al sustituirle a los poderosos hacendados
por unos ejidatarios pobres y desorganizados y dejarle igual de inde­
fenso al indio en la nueva estructura agraria. La política agraria se
dirigió entonces con mucho ahínco y buena dosis de miopía hacia
ambos desvalidos. Así llegó a ignorar e incluso a agredir a las socie­
dades rancheras del país donde muchos de sus miembros estaban
igual o un tanto más desvalidos que los protegidos del Estado. En
adelante, la atención a los rancheros sólo se fijó en las pantallas de
las salas de cine.
No por falta de atención, puesto que nunca estuvieron acostum­
brados a ésta, los rancheros desistieron de sus prácticas originales:
los ubicados -m ás los que se desplazaron para ubicarse- en las fron­
teras de las comunidades agrarias indígenas y ejidales, siguieron con
su acostumbrado y secular proceso expansivo.

proceso cuyas primeras noticias documenta, entre otros Becerra, (1994) justamente
en uno de sus puntos de partida, Jalostotitlán en los altos del estado de Jalisco.
Desde hace varios decenios ha tomado en muchos casos un rum­
bo -opuesto: hacia los centros económicos más dinámicos tanto
agrícolas como urbanos del país. Por lo demás se ha intensificado el
viejo rumbo que desde fines del siglo pasado tomaron gruesos con­
tingentes rancheros hacia los Estados Unidos de Norteamérica.

R e p r e s e n t a c io n e s y pr e se n c ia

DEL RANCHERO EN MÉXICO

Los rancheros se deslizan durante la(s) conquista(s) hacia los 4 ex­


tremos de un territorio nacional en formación. Durante la época
colonial siguen en el anonimato debido a su posición social marginal
y a su ubicación territorial periférica, que explican el desparramo y
aislamiento en que vivían. Pese a estas condiciones son repenti­
namente elevados a símbolos de mexicanidad al consumarse la in­
dependencia: la “gente culta” de entonces encuentra en los ranche­
ros el más “auténtico tipo mexicano”. Junto a la “china poblana”,
son plasmados -e n las litografías-36como los genotipos de la nacien­
te sociedad mexicana.
Su presencia por todo el país y su importancia en la sociedad y
cultura mexicanas aumentaron en el transcurso del siglo XIX. “En la
época de las fincas enormes, cuando los hacendados llevaban la
batuta en el mundo rural, la mayoría de los rancheros poseían ran­
chos que formaban parte de las haciendas”.37 Mediante la puesta en
venta de tierras en algunas de las haciendas entonces moribundas,
así como de las corporaciones civiles y religiosas atacadas por las po­
líticas liberales desde mediados de ese siglo, muchos de estos hom­
bres de a caballo lograron adquirir terrenos o ampliar los que tenían,
Así ocurrió tanto en los lugares donde hasta entonces habían sido
arrendatarios y pequeños propietarios, como en los nuevos frentes
de colonización que abrieron. “Desde el turbulento siglo xix casi
toda la familia ranchera se hizo propietaria de terrenos montañosos,

36 Cfr. Victoria, 1989: 144.


J7 González, 1991: 5.
donde abundan pastos, arbustos y árboles, de pequeñas propiedades
que miden de once a mil hectáreas”.38
A pesar de las “falacias” y de las controversias que generan las
cuantificaciones relativas a los ranchos, debido a la ambigüedad en
sus definiciones, las estadísticas muestran el proporcionalmente rá­
pido aumento del número de éstos frente a las haciendas durante el
siglo xix. Los aproximadamente 6 mil ranchos que en 1810 se regis­
traban en el país aumentaron a un poco más de 15 mil hacia 1854.
De éstos se pasa a unos 33 mil en 1900 y a alrededor de 50 mil en
1910. De ahí bajan a 35 mil para 1921.39
Paralelamente al aumento y expansión de los ranchos, la socie­
dad ranchera (que siempre ha sido -por mucho- más que el número
de pequeños y medianos propietarios al que frecuentemente los re­
ducen algunos académicos y las estadísticas) crece y se expande por
todo el país imprimiendo su huella. Lo hace sobre todo -pero no
exclusivamente- en los paisajes serranos y ondulados, también se
marca en la estructura y representaciones de la sociedad mexicana
en su conjunto. A pesar del desparramo geográfico en que se forma
y acostumbra vivir todavía ahora la rancherada, su tendencia a reu­
nirse en pueblos o cuando menos a vivir en ellos la mayor parte del
año se acentuó desde el llamado “siglo de las luchas” (1810-1940).
Durante ese período “ [...] mucha gente buscó abrigo en pueblos ya
existentes, pero mucha más, a iniciativa de curas, prefirió erigir sus
propios pueblos”.
A partir de entonces, la sociedad ranchera pudo influir más o por
lo menos fue mejor vista en la esfera de las fuerzas políticas nacio­
nales. Los liberales a mediados del siglo XIX y los ideólogos de la
Revolución Mexicana 50 años después (Andrés Molina Enríquez en
particular), coinciden al ver en los rancheros -los pequeños produc­
tores independientes- “el elemento más dinámico de la sociedad”.41

58Und
J9 Cfr. Meyer, 1986:482; Lloyd, 1988: 62 y 75; Brading, 1988: 257; Semo:1988:
129. El análisis de este crecimiento es abordado en Barragán, 1996, Cap. III.
40 González, 1991: 5.
41 Skerrit, 1989: 69.
H a c ie n d a s y R a n c h o s 1 810-1921

Año Haciendas Ranchos Total

1810 3 749* 4 751** 6 684* 5 682** 10 433


1854 6 092 8 343 15 085 12 834 21 177
1876 5 700 7 770 13 800 11 730 19 500
1878 5 689 7 894 14 700 12 689 20 574
1893 8 972 12 963 26 607 22 516 35 479
1900 5 932 10 767 32 557 27 772 38 489
1910 8 431 15 726 48 635 41 340 57 066
1921 6 898 12 401 36 693 34 190 46 591

* Tabla elaborada por Nickel


** Modificación por la observación de González Roa.
En Semo, 1988: 12.

Con su idioma castellano, con sus prácticas religiosas católicas


relativamente ortodoxas, con su afinidad con lo español, y con su
identidad con la propiedad privada de la tierra y el espíritu mercan­
til, los rancheros mexicanos, idealizados y romantizados, fueron vis­
tos como la esperanza para lograr ese anhelado paisaje rural próspero
y democrático basado en la propiedad de tamaño mediano. Para
algunos pensadores liberales, pues, los rancheros ofrecían una alter­
nativa social atractiva para combatir los vicios imputados a los ha­
cendados por un lado y a las comunidades indígenas por el otro”.42
La presencia ranchera en el país se manifiesta también en los
movimientos armados que lo han sacudido a lo largo de su historia,

42 Shadow, 1994: 153-154. Según viajeros, novelistas e historiadores, durante


tres siglos (1635-1935) la sociedad agraria de lo que hoy es México se manifiesta
bajo tres formas diferentes: la comunidad campesina, la hacienda y el rancho
(Semo, 1988: 68). Es hasta el período presidencial de Lázaro Cárdenas (1934-1940)
cuando entra de lleno en la escena agraria la otra figura jurídica: el ejido, al que los
neoliberales salinistas le dieron en 1993 -con un “reformado” artículo 27 constitu­
cional- el tiro de gracia.
“La gente de a caballo, valerosa y dueña de instrumentos mortífe­
ros, anduvo metida en todas las revolufías, en los mandos medios de
las tropas en armas. Muchos de los cabecillas y jefes secundones
de las guerras de Hidalgo, Morelos, Iturbide, Santa Anna, Juárez,
Madero, Obregón y otros Caudillos eran hombres de rancho”.43
Varios trabajos recientes han evidenciado la participación desta­
cada de los rancheros en la Revolución Mexicana44 (1910-1921). Las
historias “matrias” han venido a confirmar que muchos de los gru­
pos y jefes rebeldes pertenecían a esta sociedad y la historia patria
cuenta entre sus más recordados héroes revolucionarios al inmortal
Emiliano Zapata y al legendario Pancho Villa, ambos de extracción
ranchera.45 Asimismo es notable la gran influencia que tuvieron
-oponiéndose muchos, aliándose menos- en las reformas agrarias
posrevolucionarias.
Más específicamente ranchera fue “la cristiada” a la que muchos
rancheros se entregaron en cuerpo y alma. Esta guerra civil que
abrasó a toda la región occidental de México durante tres años
(1926-1929) y que causó más de cien mil m uertes/’ tuvo como prin­
cipales escenarios los lugares donde este tipo de socialización era
dominante y fue obra de rancheros en su parte más ruda. Tanto los
motivos de la rebelión como la manera en que se desenvolvió,
muestran la presencia y la fuerza que habían alcanzado los ran­
cheros, la homogeneidad de sus representaciones, de sus conviccio­
nes... Aspectos que dan fe de la existencia de esa sociedad y de los
principales elementos que la cohesionan. “En sus propios términos,
la cristiada fue conceptualizada como una verdadera cruzada en la

41 González, 1991: 6.
44 Uno de los trabajos más destacados y específicos es sin duda el de Schryer, 1986.
45 “Zapata era aparcero, hijo de ranchero” (Meyer 1986: 502 ) y “Pancho Villa”,
cuyo verdadero nombre era Doroteo Arango, “nació de una familia de granjeros...
fue vaquero, luego se convirtió en minero. Con el fin de escapar de la autoridad
que lo perseguía por homicidio y encontrar empleo, se cambió de nombre [...] se
convirtió en un “bandido” perseguido por las autoridades, y años más tarde en un
guerrillero y jefe popular” (Plana, 1993: 37).
*' Cfr Cochet, 1991: 138. Y, desde luego la obra en tres tomos de Meyer, 1973:
t-lll.
que buscaban la afirmación de un orden social que no estaban dis­
puestos a cambiar aunque sí a someter a ciertos ajustes”. En su re­
belión, “los resortes básicos fueron la religiosidad herida, el senti­
miento de humillación, el deseo de reparar las injusticias perpe­
tradas en personas indefensas (jerarquía eclesiástica) por los fun­
cionarios del callismo y, en suma, el odio al gobierno”.48
Lo que aquí queremos señalar es que para entonces la presencia
de los rancheros era tal que llegaron a responder a las contradiccio­
nes de la Revolución y, sobre todo, a las de una reforma agraria que
se presumía muy a contracorriente de su mundo. De cualquier ma­
nera, la reforma agraria dejó a salvo el rancho, y la pequeña propie­
dad ganadera a la que incluso vino a reforzar.
Pasado el gran percance y sus largas y penosas secuelas, los ran­
cheros continuaron en sus acostumbrados mundos igual de activos
en sus continuos reacomodos. Sin embargo, con excepción de su
maquillada exhibición en las pantallas del cine, pasaron mucho más
inadvertidos que antes para las grandes instituciones del país. A la
cabeza de éstas, la universidad consagra la representación oficial de
un mundo rural mexicano estructurado alrededor de 3 polos y en el
cual los rancheros no encuentran su lugar: el hacendado, gran pro­
pietario o ganadero, la masa de los peones explotados por los prime­
ros y luego convertidos en ejidatarios beneficiarios de la Reforma
Agraria y finalmente, las comunidades indígenas.49
Justamente entonces, cuando inicia esa etapa de disimulos recí­
procos con el Estado, los rancheros, sin darse cuenta, son colocados
como “jefes del folclor nacional”: las películas de tema ranchero,
que también marcaron la mejor época -llamada de oro- del cine me­
xicano, vienen a exaltar el modo de vida ranchero y a despertar an­
tiguas nostalgias.50Todavía más que estas películas, la vigencia de la

47 Fábregas, 1986: 203.


4HGonzález, 1968: 203.
4<' Cfr. Shadow, 1990: 6.
50 “Allá en el Rancho Grande fue el inicio de una larguísima serie de películas si­
milares que en rigor eran una crítica al agrarismo del general Lázaro Cárdenas”
(González, 1994: 26). Tal vez esos “rancheros de pantalla” no minaron dichas po-
música ranchera -d e mariachis y de conjuntos norteños- las cha­
rreadas, las carreras de caballos, los palenques y fiestas del común,
evidencian la continuidad de la cultura ranchera en la sociedad me­
xicana. Más profundamente fue captada esta cultura en novelas
mexicanas, entre las que destacan: Astucia, de Luis G. Inclán; La
parcela, de José López Portillo y Rojas; Las tierras flacas y Alfilo del
agua, de Agustín Yáñez, y Pedro Páramo y Llano en llamas, de Juan
Rulfo.51 Asimismo, muchos comportamientos sociales y políticos a
nivel aún más allá de la escala local atestiguan dicha continuidad.
Cada vez se está comprobando más que la actuación política y la
conformación del poder local y regional siguen siendo diseñadas por
los “notables” o líderes de extracción ranchera. Ello hasta en socie­
dades que no podrían considerarse “típicamente rancheras” pero al­
canzadas por éstas. Recientemente se les encuentra ubicados, como
antaño, en una posición “bisagra” entre la sociedad local que repre­
sentan (ranchera o comunidades indígenas y ejidos en los que se
han injertado) y la sociedad mayor con sus grandes instituciones,
comprendiendo en ellas también al Estado. Acomodados poco a
poco en dicha posición van logrando reproducir una sociedad, si ya
no “típicamente ranchera” como la de donde proceden, sí mucho
más parecida a aquélla que a la comunidad agraria, indígena o ejidal,
que modifican.52
Aunque evidentemente la presencia del elemento ranchero en
la sociedad y en el territorio mexicano es aún muy significativa, no
es medible. Incluso calcular con cierta precisión el número de ran­
chos y de rancheros a nivel nacional resultaría una tarea poco menos
que imposible para el primer caso y sumamente arriesgada para el
segundo.
Con la respectiva reserva que sugieren estas mínimas adverten­
cias y considerando el valor indicativo de las aproximaciones con

líricas, en cambio sí les acentuó a los rancheros de carne y hueso el calificativo de


reaccionarios.
51 Cfr. González, 1991: 3.
52 Los trabajos más valiosos que conocemos al respecto son los de Hoffmann y
Skerrit, 1991, Skerrit, 1989; García, 1994, y sobre todo el de Hoffmann, 1994.
que contamos, es tentador presentar los cálculos disponibles al res­
pecto: “los rancheros desparramados en casi todas las doscientas re­
giones de la república, suman la quinta parte de la población mexi­
cana.”53 Es decir, unos 18 de los aproximadamente 90 millones de
mexicanos estimados en 1990. Si bien, por una parte puede obser­
varse que la rancherada tiende ya a andar sobre ruedas y con el ran­
cho sólo en la cabeza, por la otra, todavía hay un gran contingente
que representa fielmente al legendario “hombre a caballo” adver­
tido por Chevalier54hace 40 años: Se trata de los rancheros que “aún
se movilizan a pie o a patas, sin manera de usar el transporte de rue­
das, porque se han quedado al margen de los rápidos caminos de
fierro y de asfalto”.55 Seguramente son los pobladores de la gran
mayoría de las cerca de 110 mil localidades de menos de 100 habi­
tantes que, según el censo de 1990, existen en el país. Son los ocu­
pantes de esos rugosos y vastos espacios donde se conjuga una alta
densidad de localidades con una baja densidad de población, pre­
dominantemente mestiza.
En resumidas cuentas, la dificultad de cálculos más precisos y
confiables sobre la rancherada en México estriba en su ambigüedad
y en su desparramo. Actualmente las sociedades rancheras tienen
miembros tanto en el inframundo de las viejas franjas y de los nue­
vos frentes pioneros del medio rural profundo, como en los frentes
de la modernidad productiva, industrial y comercial con sede en las
urbes. Se pasa, desde luego, por una compleja e indefinible gama
de situaciones intermedias. Sin embargo, los sistemas de valores y
de representaciones echan raíces en procesos y órdenes sociales co­
munes o al menos similares entre sí. Son distintos de otros órdenes
sociales, como evidentemente lo son el de los citadinos de alcurnia
y el de las comunidades agrarias, indígenas y ejidales, e incluso el
de los grandes empresarios agrícolas. Semejanzas de origen y distin-
tividad frente a un “los otros” común, están a la base de la propuesta
de la formación y continuidades -con diferente grado o fase de evo­

53 González, 1990: 15.


54 Cfr. Chevalier, 1956.
55 González, 1990: 15.
lución e hibridación- de las sociedades rancheras y de su acción
fronteriza.
Por último, insistimos en que desde nuestra perspectiva impor­
tan menos -sin menospreciar- los aspectos medibles u objetivables,
que la comprensión de los lazos sociales y del papel que ha desem­
peñado la rancherada en la construcción de México. Se trata de as­
pectos que han logrado establecer y mantener continuidades en
evolución, por encima de las distancias temporales y espaciales que
los separan, de la estratificación interna que los caracteriza y de la
acentuada diversificación de actividades, cada vez más especializa­
das, que los ligan y funden en distinto grado a la sociedad nacional.

H uellas y e s c e n a r io s d e so c ia l iz a c ió n

RANCHERA EN MÉXICO

A pesar de los múltiples rumbos que han tomado los rancheros, en­
contramos que mantienen su propia línea de continuidad respecto a
sus orígenes y al proceso que los ha marcado. De manera esquemáti­
ca y sintetizando al máximo, propongo algunos de los posibles esce­
narios que pueden asociarse con mayor claridad a las diferentes
-aunque estrechamente relacionadas y secuenciadas- etapas del lar­
go proceso de integración socioespacial en el que se explica el sur­
gimiento, la permanencia y las transformaciones de las sociedades
rancheras de México.
Estos escenarios corresponden a diferentes etapas del desliza­
miento de los rancheros, primero hacia espacios menos disputados
por las haciendas, y después hacia lugares y negocios más promete -
dores que los dejados. Esta dinámica ya ha sido observada en dife­
rentes regiones del país: en las sierras y llanuras de Sonora,156 en el
Golfo, donde desde el siglo xvn “[...] las haciendas del Totonacapan
[vasta región que va desde la sierra norte de Puebla hasta la costa
veracruzana] se establecieron en el área de Xalapa-Misantla, Cem-
poala y hacia el norte hasta la llanura costera. La sierra y algunas

56 C am o u , 1988.
E sce n a rio s d e so c ia l iz a c ió n r a n c h e r a

Proceso expansivo en la historia y en el territorio mexicano

partes de las zonas de transición no resultaron atractivas para la crea­


ción de haciendas, por lo que ahí se desarrolló la pequeña propiedad
privada.”57 El proceso es especialmente relevante y mejor docu­
mentado en el occidente de México.
Los deslizamientos rancheros que parten del centro-occidente
hacia el suroeste del país han sido analizados principalmente por
Rouse (1988), Cochet (1991) y Leonard (1995). Los tres autores dan
cuenta de una progresión lenta y difusa que, desde fines del siglo
xvi 11, sobre todo en el XIX y primera mitad del XX -sin desistir en su
empeño hasta nuestros días-, se realiza a través de generaciones.
Esta se da a través de la ampliación y apropiación progresiva del
espacio por parte de la familia mestiza y, posteriormente, por las
migraciones sucesivas de sus hijos y nietos.58Olas humanas se levan­
tan del centro-occidente del país hacia el Pacífico; empiezan en el
pie del altiplano, desde San Luis Potosí y los altos de Jalisco, bor­
dean el bajío, ocupan los valles estrechos, las mesetas y serranías de

57 Velázquez, 1992: 41.


58 ¿7/: Cochet, 1991: 114.
las vertientes del eje neovolcánico para continuar franqueando las
tierras calientes, trepar a la Sierra Madre del Sur y desvanecerse
hacia la costa del Pacífico.
Este deslizamiento corresponde a la población de rancheros que,
según supuso Chevalier, “se expande principalmente desde los
Altos de Jalisco, [y] Cotija, hacia las tierras pobres, vacías, mal defi­
nidas y menos pobladas del sur, del oeste y, quizá, también del norte
y noroeste”.59 En este caso, el flujo humano se dirigió hacia el sur.
Sin embargo, en cada uno de los parajes (escenarios) que van ocu­
pando, sistemáticamente se reorientan sus avanzadas en múltiples
direcciones. Destacan las avanzadas hacia el medio urbano, hacia los
Estados Unidos de Norteamérica y en menor proporción hacia nue­
vos frentes pioneros del medio rural.
El origen de cada desplazamiento parece ser siempre el mismo:
la esperanza de superar los problemas que localmente crea la pre­
sión sobre la tierra o las pocas perspectivas que ofrece el lugar de
origen o de anclaje. De ahí la disposición de escalar montañas para
subir en la escala social cuando eso se presume inalcanzable en el
lugar de residencia. Lo que en sus orígenes fue un movimiento ha­
cia la periferia en busca de una forma de vida tradicional que el cam­
bio iba arruinando en el centro,60 en los últimos decenios la movi­
lización se dirige hacia los centros, en persecusión de las promesas
de la modernidad.
Los casos anteriores permiten abstraer el proceso mediante el
cual se van expandiendo los rancheros: puestos en la frontera, los re­
toños rancheros intentarán conseguir o ampliar -si es que sus padres
no lo lograron suficientemente-, a toda costa y por todos los medios,
la propiedad de un pedazo de tierra, y tratarán de colocarse al frente
del sistema social que a ellos o a sus ancestros los expulsó un día de
su querencia. Desde esta posición y gracias a los que van llegando
después, continúa una etapa más de reproducción y de transforma­
ción en dicho sistema social ranchero. La caracterización de cada uno
de los escenarios propuestos permite comprender mejor este proceso.

Chevalier, 1982: 5.
" Cfr. Rouse, 1988: 242.
D e sl iz a m ie n t o s r a n c h e r o s e n el o c c id e n t e d e M é x ic o
a) Cunas de socialización ranchera. Se trata de regiones en las
que se asentó y predominó o impuso desde el inicio de la conquista
el sistema de ranchos. Es ahí donde la población indígena era esca­
sa, menos organizada -nóm ada- o menos protegida. Fueron puntos
periféricos y marginales respecto de los primeros centros de impor­
tancia política y económica novohispana. A partir de ellos comenza­
ron a expandirse estas sociedades mediante las avanzadas de sus
miembros más ambiciosos y de sus estratos menos acomodados
hacia las regiones más apartadas del centro del país y de sus primi­
tivos y principales circuitos de comunicación.
La consolidación de sus pueblos (ahora muchos de ellos conver­
tidos ya en ciudades) y su ubicación geográfica,61 favorecieron su in­
corporación a la vida y economía nacionales debido a su temprana
integración a la red de caminos para automotores. Lógicamente pre­
sentan en la actualidad gran alteración o hibridación en los sistemas
sociales y económicos cuya distintividad es la diversificación y espe-
cialización de actividades.62 Sin embargo, sus pautas culturales man­
tienen mucha vigencia: movilidad, sentido de la propiedad privada,
espíritu empresarial, negocios independientes de talla familiar, rus­
ticidad o capacidad de adaptación, catolicismo, “pureza de sangre”,
endogamia, masculinidad, etc. El ejemplo por excelencia pero no
único es la región de Los Altos de Jalisco.63Actualmente esta región

61 En “la periferia del centro” y no en “la periferia de la periferia” que es hacia


donde se dirigían sus nuevas avanzadas.
62 A este respecto pueden consultarse los trabajos de Patricia Arias (1993) y de
Gabriel Orozco (1993) que referimos en la bibliografía. Los primeros se refieren a
los 100 años precedentes de la porcicultura y de la avicultura en el bajío y en los
altos de Jalisco. El segundo trata el asunto de las maquiladoras en esta última
región.
f’2 A este respecto pueden consultarse los trabajos de Patricia Arias (1993) y de
Gabriel Orozco (1993) que referimos en la bibliografía. Los primeros se refieren a
los 100 años precedentes de la porcicultura y de la avicultura en el bajío y en los
altos de Jalisco. El segundo trata el asunto de las maquiladoras en esta última
región.
“ Y en buena medida gran parte del bajío por imbricación debido no sólo a su
proximidad sino a que el bajío no es homogéneo. La representación de él como “un
(cuna ranchera) se caracteriza por la combinación de una relativa­
mente alta densidad de habitantes y de localidades, lo que indica un
patrón de distribución poblacional regular; al menos más regular en
esta región que en otras zonas del país/’4
b) Los santuarios rancheros. Se trata de las sierras de temprana y
completa ocupación mestiza, uno de los primeros rumbos que toma­
ron las avanzadas de rancheros. Se caracterizan por la dispersión, ais­
lamiento y baja densidad de su población. Debido a lo escaso y difu­
so de los recursos naturales con que cuentan frente a las altas tasas
de crecimiento de sus habitantes, su capacidad para retener pobla­
ción es muy limitada. De ahí que son las zonas más expulsoras de su
población. La elección oficial de desarrollo nacional (urbanización,
industrialización, liberalismo económico...) las manda a la guerra sin
fusil: exige una constante e interminable reestructuración producti­
va, en la que cada región debe encontrar su lugar en la división in­
terregional e internacional del trabajo, sin reparar en el notable re­
zago tecnológico, de servicios, de infraestructura y en general, en la
exclusión socioeconómica de la población dispersa.05
En tales condiciones, las sociedades de estos santuarios serranos
se siguen debatiendo entre pagar el costo de integrarse o de vivir en
el inframundo. En su lucha se ha acentuado cada día más su ances­
tral tendencia a la “ilegalidad” y, bajo ese pretexto, crece la mar-
ginación de los que se resisten a dejar los ranchos.66 Es principal­
mente de estos lugares de donde salen fuertes flujos migratorios
rumbo a los otros dos escenarios que se describen a continuación.

empaque de huevos”(hecha por Luis González, 1980) evidencia la gran cantidad


de espacio serrano que se eleva entre sus valles. Este espacio, al igual que el de los
altos de Jalisco y demás sierras, lomeríos y mesetas onduladas de diversas regiones
del país, ha sido baluarte de las sociedades rancheras.
64 Cfr. Linck, 1994.
Cfr. Barragán, 1990.
w>Los santuarios rancheros que se encuentran en las vertientes del eje volcáni­
co transversal, o en cualquiera de las vertientes de las tres sierras madres y otras de
menos renombre del país, ilustran este escenario. En particular y con mayor pro­
fundidad, he estudiado la región que se ubica en los confines serranos de los es­
tados de Jalisco y Michoacán, en el occidente de México (Barragán, 1990 y 1996).
c) Las franjas pioneras. Se trata de áreas en las que está activo el
proceso de conquista, ocupación y colonización, según se dio antes
en los santuarios actuales y aún antes en lo que hoy pueden consi­
derarse cunas de esta socialización. Estas áreas siguen atrayendo po­
blación ranchera. Igual que en tiempos pasados, los excedentes
humanos de estas sociedades intentan abrirse campo en áreas “li­
bres” debido al empujón que en sus lugares de origen han estado
sufriendo. Persiguen un ideal y unas condiciones de vida o ascenso
social que les son negados en las regiones de procedencia. Son típi­
cas franjas pioneras, espacios en los que van asentando progresiva­
mente la organización, las técnicas y los valores importados por los
inmigrantes. En torno y frecuentemente incrustado ya en las comu­
nidades indígenas que sobreviven en el país, un cerco móvil de ran­
chos constituye el frente pionero a partir del cual se está redefinien-
do constantemente, sin mayores retrocesos, la frontera territorial,
agrícola y cultural.67
d) Injertos rancheros en sociedades diversas. En realidad se trata
de varios escenarios que presentan tantos matices como diferentes
son las sociedades en las que se injertan los rancheros. Sin embargo
mantienen en común el proceso, al menos hasta una determinada
etapa: los pioneros o avanzadas de la sociedad ranchera que logran
acomodarse al nuevo medio, las olas de sus coterráneos que les
siguen y se les van sumando y acomodando, el dominio progresivo
de los grupos locales, su papel de intermediarios (bisagras) entre
éstos y los otros grupos incluyendo a las instituciones del Estado y
eclesiásticas, la toma del poder político.68 Esquemáticamente distin­
guimos tres troncos a los que los rancheros se encuentran injertados:

67 Se redefine en general, como en el pasado, en detrimento del mundo indí­


gena. Como ejemplos podemos citar el caso de la costa michoacana estudiado por
Cochet (1991) y una investigación en curso sobre los Huicholes a cargo de Jesús
Torres en el contexto de la maestría, en el Centro de Estudios Rurales de El Cole­
gio de Michoacán. De manera genérica se encuentra ese proceso activo alrededor
de las comunidades indígenas que sobreviven en el país y presumiblemente en
toda Latinoamérica.
w Un trabajo preciso y muy bien logrado sobre este aspecto es el de Hoffmann,
1994.
las comunidades indígenas y las ejidales, el difuso medio urbano
nacional y el país vecino del norte.
Este último y significativo tronco de injerto resulta nebuloso. A
título de referencia haré mención de algunos casos ilustrativos de
recomposición de estas sociedades rancheras que llegan al anoni­
mato al fusionarse hasta lo irreconocible con la “sociedad nacional”,
pero que guardan cierta continuidad en los procedimientos inculca­
dos en el proceso de socialización ranchera. En lo que se refiere a
injertos en el medio urbano, el caso de las paleterías y neverías, es
sumamente revelador. Sus dos principales exponentes son los hela­
dos “Regia” difundidos por los oriundos de Mexticacán, Jalisco, y
las paleterías “La Flor de Michoacán” o “La Michoacana” de los de
Tocumbo.69 Con apoyo en las reglas aprendidas en la sociabilidad
del rancho puestas en práctica conforme la de las ciudades, la
expansión se ha dado por cuenta y riesgo de cada paletero. Es decir,
sin ninguna organización gremial formal ni dependencia comercial
entre ellos. Así ha alcanzado e incluso rebasado a todas las ciudades
y los pueblos del país en menos de 50 años.
Sin proponérselo, y a pesar de las disputas que enfrentan cara a
cara y que regulan tal como lo aprendieron en el rancho, se han sub-
dividido imaginariamente el territorio urbano del país: plazas, jar­
dines, centrales de autobuses, centros comerciales, hospitales... Di­
fícilmente estos espacios y cualquier otro lugar de concurrencia o
simple pasaje de peatones, esquinas de pueblos y de ciudades mexi­
canas, han podido escapar a estos paleteros. Desde este baluarte,
han abierto el abanico de posibilidades con negocios especializados

69 Significativamente, ambos municipios están todavía hoy caracterizados por


su gran presencia de ranchos, por su actividad agropecuaria y por la baja densidad
de población, toda mestiza. Los habitantes de aquel rumbo de Tocumbo (extremo
occidental de Michoacán) son descendientes de los pobladores de los altos de
Jalisco (donde está Mexticacán) que en olas migratorias -referidas en el trabajo- se
fueron expandiendo del centro hacia la costa del Pacífico, quedando repartidos en
los más recónditos lugares de esas sierras (Cfr. Cochet, 1991). Todo el ejemplo de
la industria del helado está basado en el estudio de González de la Vara, M., 1993.
Este trabajo destaca con mucha claridad la manera de integración de los rancheros
a la vida económica de las grandes urbes.
ligados a la industria del helado: el financiamiento, la ventas de
materias primas, la venta de equipo y muebles de paleterías, así
como otros negocios de productos alimenticios. A pesar del distan-
ciamiento físico que esta actividad impone, han mantenido los vín­
culos con sus lugares de procedencia en los cuales se dan cita para
las ferias anuales y fiestas familiares que organizan, dinamizando así
la vida local, retroalimentando su cultura, creando expectativas y
abriendo oportunidades para los miembros más apegados a los an­
tiguos valores de su sociedad.
Gracias a la sensibilidad comercial adquirida en la rama alimen­
ticia, han hecho cambios de actividad exitosos, como es la insta­
lación de pequeños restaurantes con venta de pollos asados, o “Los
pioneros. Taquerías” que van apareciendo como antes aparecieron
las paleterías. No es raro encontrarse hoy, tanto en México como en
los Estados Unidos, con importantes cadenas comerciales y de ser­
vicios (tiendas y restaurantes) que ayer eran sólo pequeños comer­
cios impulsados por una familia prófuga del rancho.

P r in c ip a l e s r e g io n e s d e M é x ic o , 1990
En otros contextos, pero bajo la misma lógica expansiva, ubi­
camos a los huerteros de frutas y dueños de empacadoras. Por ejem­
plo, los de limón en la tierra caliente o los “aguacateros” del borde
de la tierra fría en Michoacán. Metidos en tierras ejidales los prime­
ros y en territorio indígena los segundos, empezaron a combinar la
cría de ganado con la plantación de frutales, y muchos de ellos han
pasado de rancheros a empresarios agrícolas.
A la expansión del área plantada de frutales siguió la instalación
de empacadoras de fruta. A éstas las agroindustrias que además del
producto principal (limón, aguacate, melón...) empezaron a recibir
otras frutas de la región y de sus vecinas para enviarlas frescas, semi-
procesadas y procesadas a distintas latitudes del país y del mundo,
principalmente a los Estados Unidos.
Hay además rancheros cultivadores de productos agrícolas para
la exportación en los valles irrigados.70 También abundan los pro­
ductores, comerciantes y fabricantes de productos lácteos y embuti­
dos -carnes frías-, los criadores de becerros, los braceros y pequeños
empresarios en Estados Unidos; los vendedores de espacio urbano
o “engordadores de las tierras flacas”71 en los altos de Jalisco, maqui-
ladores y granjeros (avicultores y porcicultores).
Estos son tan sólo algunos de los botones de muestra que eviden­
cian, en este escenario -el de punta-, cómo las sociedades ranche­
ras mantienen sus características y el vigor de sus seculares orígenes,
es decir, el de las sociedades de frontera aquí caracterizadas.

70 Por ejemplo: Autlán en Jalisco, el valle de Apatzingán y el de Zamora en Mi­


choacán. Así también Pabellón en Aguascalientes. Significativamente este fue el
primer distrito de riego del país y sus propietarios iniciales fueron rancheros que
bajaron de los altos de Jalisco atraídos por el programa gubernamental de Calles
para el desarrollo agrícola. Setenta años después sus descendientes están expor­
tando su producción agrícola hasta Australia (Hurtado, 1994).
71 Caso estudiado por Cabrales, 1994.
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