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Textos acerca del lenguaje

1) Evolución del lenguaje , por Karol Wojtila (SS. Juan Pablo II)

No conozco las palabras más antiguas. Si me remonto


a las inscripciones,
estoy lejos todavía de las palabras vivas,
llenas del aliento y del acento del hombre histórico.
La muerte ha alejado esta voz a milenarias distancias.
Queda la inscripción, único rastro
para el ferviente heredero –y aquí el sendero
se interrumpe–
aunque se sepa que conduce más allá...
...aunque se sepa que debe conducir
hasta las primeras inspiraciones del lenguaje,
hasta los primeros descubrimientos, los que hace
el hombre, para nombrar los objetos.
Unión de inspiraciones y de significados.

¿Cuándo tuvo su inicio el torrente de sonidos


que hasta hoy fluye en nosotros?
¿Cómo excavaron el álveo para que pudiesen fluir
las formas más simples
en las que el espíritu se encarna?
¿Cómo se hicieron distintos las estirpes, las tribus,
los pueblos?
Cuán largamente ha durado la ola de nacimientos
concentrada en el seno de las madres, en la identidad
de los vocablos,
que se transmitían al par de la vida.

¿Cómo sonó por primera vez en aquella ola la palabra


“Dios”,
cómo adquirió un significado antes de asumir el de
Verbo entero?
Tal vez el hombre los uniese
sin ni siquiera comprender que los unía
–¿es la mente la que asigna el significado?
¿no lo hace también el corazón?
(cuando llego a este punto, soy ya “yo”, no “él”
–el significado de las palabras ha madurado;
pero, ¿qué dice el corazón?).

Tú, el único, Tú que tienes por guía el corazón


y proteges las raíces de nuestro crecimiento,
Tú has dado unidad a la multitud de las palabras.

2) Libro del Génesis, 2, 18-24

“Y se dijo Yahvé Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda proporcionada a él’.
Y Yahvé Dios trajo ante el hombre todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la
tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera.
Y dio el hombre nombre a todos los ganados, y a todas las aves del cielo, y a todas las bestias del campo,
pero entre todos ellos no había para el hombre ayuda semejante a él.
Hizo, pues, Yahvé Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y dormido, tomó una de sus costillas,
cerrando en su lugar con carne,
Y de la costilla que del hombre tomara, formó Yahvé Dios a la mujer, y se la presentó al hombre.
El hombre exclamó:
‘Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne’.
Esta se llamara varona, porque del varón ha sido tomada.
Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre;
Y se adherirá a su mujer.
Y vendrán a ser los dos una sola carne.”

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3) Tres sonetos de Francisco Luis Bernárdez (Argentino, 1900-1970)

Las cosas

El mundo nos despierta y al oído


nos confiesa el afán de cada cosa
por empujar la puerta misteriosa
y escapar de la muerte y del olvido.

Nos dice que la piedra y que la rosa


buscan la voz del hombre dolorido:
la piedra inerte para ser sonido,
y palabra la rosa misteriosa.

Y nos dice también que, sólo cuando


las cosas hallan lo que van buscando,
alcanzan toda su naturaleza.

Porque, sólo en la voz que las asume,


tiene la piedra toda su firmeza,
tiene la rosa todo su perfume.

De “El Ruiseñor”

Alguien

Alguien que está escondido en la espesura


De la noche desierta y silenciosa
Canta con una voz de una hermosura
Que revela su ser a cada cosa.

Al escuchar la voz maravillosa


El mármol siente que su entraña es dura,
La rosa empieza a conocer que es rosa
Y la noche recuerda que es oscura.

Es como si del fondo de su llanto


El universo con amor oyera,
Despierto al fin por el inmenso canto;

Se conmoviera con la voz, abriera


Los pobres ojos que lloraron tanto
Y por primera vez se comprendiera.

La Palabra

En cada ser, en cada cosa, en cada


Palpitación, en cada voz que siento
Espero que me sea revelada
Esa palabra de que estoy sediento.

Aguardo a que la diga el firmamento,


Pero su boca inmensa está callada;
La busco por el mar y por el viento,
Pero el viento y el mar no dicen nada.

Hasta los picos de los ruiseñores


Y las puertas cerradas de las flores
Me niegan lo que quiero conocer.

Sólo en mi corazón oigo un sonido


Que acaso tenga un vago parecido
Con lo que esa palabra puede ser.

De “Poemas de Carne y Hueso”

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4) El hombre frívolo , por Gilbert Keith Chesterton (fragmento)

“La persona frívola es aquella incapaz de apreciar en su totalidad el peso y el valor de la nada”
(...) Muchísima gente tiene la idea fija de que la irreverencia, por ejemplo, consiste principalmente en hacer
bromas. Pero es muy posible ser irreverente con una dicción carente del más leve indecoro y con el alma impoluta
del más mínimo asomo de humor. La definición espléndida e inmortal de la verdadera irreverencia la encontramos
en aquel mandamiento mal comprendido y desatendido que declara que el Señor no considerará libre de culpa a
quien toma Su nombre en vano. Se supone vagamente que esto tiene algo que ver con las bufonadas y la
jocosidad y los juegos de palabras. Decir algo con un toque de sátira o de crítica individual no es decirlo en vano.
Decir algo fantasiosamente como si fuera algún fragmento de las escrituras del País de las Hadas no es decirlo en
vano. Pero decir algo con una gravedad pomposa y sin sentido; decir algo de modo que sea al mismo tiempo
vago y fanático; decir algo de modo que sea confuso al mismo tiempo que es literal; decir algo de modo que al
final el oyente más decoroso no sabrá por qué diablos lo han dicho o por qué él lo ha escuchado; esto es
verdaderamente y en el sentido serio de aquellas antiguas palabras mosaicas, tomarlo en vano. Los predicadores
toman el Nombre en vano muchas más veces que los seglares. El blasfemo es, en verdad, fundamentalmente
natural y prosaico, pues habla de un modo trivial de cosas que cree son triviales. Pero el predicador común y el
orador religioso hablan de modo trivial de cosas que ellos creen que son divinas.
Esta es la violación de uno de los Mandamientos; es el pecado contra el Nombre. Si queréis, tomad el Nombre
desatinadamente, tomadlo en broma, tomadlo brutalmente o con enojo, tomadlo puerilmente, tomadlo
erróneamente; pero no lo toméis en vano. Usad una santidad para un propósito extraño y justificad ese uso; usad
una santidad para algún propósito dudoso o experimental y jugaos por vuestro éxito; usad una santidad para
algún propósito bajo y odioso y sufrid las consecuencias. Pero no uséis una santidad sin popósito alguno; no
habléis de Cristo cuando lo mismo podríais hablar del señor Perks; no uséis el patriotismo y el honor y la
Comunión de los Santos como relleno de un discurso vacilante. Este es el pecado de frivolidad, y es lo que
caracteriza principalmente a la mayoría de la clase religiosa convencional.
Así volvemos a la conclusión de que la verdadera seriedad es mal acogida lo mismo entre los religiosos que entre
los no religiosos, lo mismo en el mundo carnal que en el espiritual”.

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