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REVISTA

CUATRIMESTRAL
I selecciones efe
f FRANCISCANISIMO
Vol. XXXIV M AYO - AGOSTO 2005 N.° 101

Publica:
Provincia Franciscana de Valencia, Aragón y Baleares
GREGORIO P. DE GUEREÑU, OFM

EL BEATO JUAN DUNS ESCOTO


Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Fraternidad provincial. Provincia Misionera de San Francisco Solano del Perú, n.


263 (8 de octubre de 2004) 84-97.

Hace ciento cincuenta años, el papa Pío IX proclamó el dogma de la


Inmaculada Concepción de la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra,
con la bula Ineffabilis Deus (08-12-1854), cuyas palabras iniciales son: «Dios
inefable, (...) habiendo determinado, en el misterio escondido desde todos los
siglos, culminar la primera obra de su bondad por medio de la encarnación del
Verbo (...), eligió y preparó para su Hijo Unigénito desde el principio y antes
de todos los siglos una madre, de la cual habría de nacer, hecho carne, en la
feliz plenitud de los tiempos, amándola sobre todas las criaturas, hasta tal
punto, que únicamente en ella puso sus mayores complacencias (...).»‘ La
inmaculada concepción de María es, pues, fruto del inmenso amor y de la
particular benevolencia de Dios para con María y en ella para con nosotros.
Dios inefable, según la misma bula, desde la eternidad, antes del tiempo,
decide realizar la primera y gran obra fruto de su amor y de su bondad: la
encarnación del Verbo, el Hijo Unigénito del Padre. Al mismo tiempo, en el1

1 H. D enzinger-P. H ünermann, El magisterio de la Iglesia. Enchiridion symbolorum,


definitionum et declarationum de rebus fidei et morum (= DH). Versión castellana de la 38.a
edición alemana (Barcelona 2000) 2800. Para preparar una definición de la Concepción
Inmaculada de María, Pío IX instituyó el 1 de junio de 1848 una comisión de teólogos.
El 2 de febrero de 1849 envió la encíclica Ubi primum al episcopado católico para
preguntar cuál era su opinión acerca de la definibilidad. Tal consulta la hizo el papa
Pío IX siguiendo el consejo de A. Rosmini. De los 603 obispos consultados, 546 se
declararon favorables a la definición. Después de la publicación de sus votos, Pío IX
hizo que se prepararan diversos esquemas. El Papa intervino decisivamente en la
redacción final de la bula; cf. DH, introducción a la bula Ineffabilis Deus, p. 732. Vale la
pena señalar que el Breve del papa Alejandro VII, Sollicitudo omnium ecclesiarum (-8-12-
1661), significó un paso previo muy importante antes de la bula Ineffabilis Deus. A
partir de aquí, y sobre todo en España, se multiplicaron tanto el culto como las
celebraciones en honor de la Inmaculada.
EL BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 293

mismo decreto, Dios elige y prepara para su Hijo una madre de la cual nacería
en la feliz plenitud de los tiempos. A ella, junto con el fruto de sus entrañas,
Dios la ama sobre todas las criaturas, poniendo en ella todas sus compla­
cencias.

El Verbo hecho carne o, dicho de otra manera, el Verbo encarnado, es el


summum opus Dei, la obra más perfecta de Dios ad extra, la obra maestra de la
creación. María está unida por voluntad de Dios al Verbo encarnado. De esta
manera, la bula Ineffabilis Deus es de corte estrictamente cristológico. Y María
aparece como totalmente relacionada a Él tiene todo su sentido en Él.
La celebración de estas efemérides es significativa para todos los miem­
bros de la Iglesia católica, pues atañe a todos y a cada uno en su vida personal
y comunitaria. Y dentro de la misma Iglesia afecta de modo más fuerte y
comprometedor a la Orden Franciscana que la ha venerado siempre como a su
Patrona, le ha tributado, a lo largo de los siglos, el honor que María se merece
como Madre de Dios y Madre Inmaculada y ha colaborado eficazmente a que
el pueblo cristiano le tenga esa misma estima y veneración hasta lograr el
reconocimiento del misterio de la Inmaculada Concepción por parte de la
Iglesia en la forma más oficial y autorizada, es decir, mediante la proclamación
del dogma. Así, después de poner de relieve la excelencia de María y de
presentar el sentido de la evolución del dogma, dice el papa Pío IX en la
mencionada bula: «Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que
sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda man­
cha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo
Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto
firme y constantemente creída por todos los fieles.»2
El título de este trabajo menciona expresamente al beato Juan Duns Escoto,
ofm, porque él figura en la historia como el Doctor y promotor eminente y
decisivo en la definitiva declaración de la doctrina referente a la Inmaculada
Concepción de María. Pero tal doctrina es como el fruto maduro de toda una
experiencia de vida de la persona de Duns Escoto y de la historia que lo
precede y lo sigue. A su vez, la experiencia de vida de los cristianos respecto
del tema es fuente de nuevos trabajos y de estudios que esclarecen el ser y el
significado de María en relación con Cristo y con la historia de la salvación. Por
esta razón trataremos de poner de relieve la figura de Duns Escoto en la
historia de la Iglesia y de la teología, así como en la devoción y culto del pueblo
cristiano a María como Madre Inmaculada.

2 DH 2803.
294 GREGORIO P. DE GUEREÑ'U, OEM

Y para presentar una visión panorámica y con un matiz propiamente


franciscano, veremos muy brevemente los siguientes puntos: el sentir de la fe
del pueblo de Dios (sensusfidelium) en la tradición referente a María Inmaculada;
la especial relación de san Francisco de Asís con María que marcó, de manera
indeleble, a toda la tradición franciscana; el significado del beato Juan Duns
Escoto como Doctor de la Inmaculada Concepción; y la tenacidad de los
franciscanos en el seguimiento del camino por él iniciado; finalmente, algunos
elementos que pueden formar parte del talante cristiano y franciscano acerca
de María en la actualidad.

E l sentir del P ueblo de D ios : E l influjo prioritario de la fe popular


en la I nmaculada C oncepción

Es este un aspecto al que no siempre se presta la atención que merece, y es


la razón por la que tanto el significado de la inmaculada concepción de María,
como el de otras verdades procedentes de la Escritura, no se integran suficien­
temente en la existencia cotidiana y real de los cristianos; de aquí que, de
hecho, poco o nada dicen a la persona concreta; de aquí también que la misma
vida cristiana no cambiaría en nada si tales verdades no existieran o no se
conocieran. Tales verdades son consideradas como algo ajeno al conjunto de la
vida; la relación entre la persona y tales verdades (de la inmaculada concep­
ción de María y otras) es sólo pasajera, un poco como caída del cielo y
mantenida en el terreno abstracto, de tal manera que no compromete a la
persona ni a la comunidad cristiana.
Pues bien, la verdad sobre María —concebida «sin pecado original», la
Inmaculada Concepción— tiene su base, por supuesto, en la Escritura; pero ha
sido luego el pueblo de Dios, el pueblo cristiano, el pueblo creyente el que ha
tenido la intuición, la capacidad y el coraje para, adelantándose a toda re­
flexión teológica, sintonizar con la verdad y con el hecho de la inmaculada
concepción de María. Dice un conocido mariólogo: «Un hecho claro se deduce de
la historia del dogma de la inmaculada concepción: la precedencia del sentir cristiano
popular, intuitivamente a favor del privilegio mariano, sobre la teología, durante
mucho tiempo titubeante a favor o en contra del mismo, y sobre el m agisterio que se
pronuncia en form a definitiva sólo en el año 1854V
En realidad, en el caso del culto a María Inmaculada, la lex orandi ha
precedido a la lex credendi. La Iglesia, en primer lugar, ha favorecido el culto;3

3 S. D E F iores, «Immacolata», en S. de F iores-S. M eo (a cura di), Nuovo Dizionario di


Mariologia (Torino 1986) 681-682.
EL BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 295

después ha aclarado la doctrina; y finalmente ha declarado el dogma. La


misma bula Ineffabilis Deus subraya estos pasos.4 De hecho, en Occidente, fue la
introducción de la fiesta de la Inmaculada en la iglesia de Lyon la que dio
origen a la reflexión teológica sobre la misma, especialmente por obra de san
Bernardo quien se opuso radicalmente a dicha celebración; lo que formó toda
una corriente. La corriente contraria sería liderada por el beato Juan Duns
Escoto.

No en vano el concilio Vaticano II ha insistido, confirmando la gran


tradición cristiana, en el valor insustituible del Pueblo de Dios en toda acción y
doctrina de la Iglesia al señalar que «la universalidad de los fieles, que tiene la
unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede fallar en sus creencias y manifiesta esta
propiedad peculiar suya mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el
pueblo» (LG 12a). Es, pues, el Pueblo de Dios, quien, bajo la inspiración y guía
del Espíritu Santo, ha ido aceptando paulatina y certeramente el valor y la
significación de María en la historia. Y en el campo de la inmaculada concep­
ción los testimonios, siempre sobre la base de la Escritura, se van presentando
desde los libros apócrifos del siglo ii, especialmente el Proevangelio de Santiago,
hasta bien entrada la Edad Media, pasando por autores, grandes personalida­
des y por concilios que han mantenido una sabia y elocuente reserva al hablar
del pecado original cuando se trata de María.
Llena de gracia, Madre de Dios, Madre nuestra, Madre Virgen, causa de
nuestra salvación, abogada nuestra, y otras tantas, fueron expresiones cuyo
contenido y riqueza trataron de desentrañar, primero, Padres de la Iglesia tales
como Epifanio, Efrén, Sofronio, Germán de Constantinopla, Andrés de Creta,
Juan Damasceno y, más tarde, teólogos medievales como Eadmero y Guillermo
de Ware antes de Duns Escoto. Y entre los papas más distinguidos en este
sentido podemos nombrar a Sixto IV, Pío V, Clemente VII, Gregorio XV,
Alejandro VII y Clemente XI.5 Todos ellos fueron comprendiendo que la

4 Cf. R. R osini, «II culto dellTmmacolata nel pensiero di Giovanni Duns Scoto», en
la obra en colaboración De culta mañano saeculis xu-xv. Acta Congressus Mariologici-
mariani internationalis, Romae atino 1975 celebrat. Vol. V (Roma 1981) 1-29.
, 4 Sin temor a equivocarnos podemos señalar a la Venerable M. María de Jesús de
Agreda (1602-1665), monja concepcionista, como la mujer verdaderamente adalid de la
causa inmaculista especialmente mediante su magna obra Mística Ciudad de Dios. Madre
Agreda no sólo fue decidida defensora del privilegio concedido por Dios a María, sino
que además propagó la doctrina de la Inmaculada con la obra citada: unió argumentos
provenientes de la revelación bíblica, místicamente asimiladas, con una visión netamente
sapiencial e intuitiva del tema. Se comprende así cómo celebrarían la fiesta de la
Inmaculada en Agreda y demás monasterios de concepcionistas después de la bula
Ineffabilis Deus.
296 GREGORIO P. DE GUEREÑU, OFM

dignidad de Madre de Dios no podía estar vinculada a pecado alguno; que el


hecho de ser corredentora exige la inmunidad de la mancha original, a fin de
poder merecer, con su Hijo, liberarnos de la culpa.
María es exaltada por la tradición cristiana como la «toda santa», la mujer
que, cuando se habla del pecado original, debe ser excluida del ámbito del
mismo; María ocupa otro lugar, un lugar privilegiado, por la fuerza del amor
de Dios que la ha predestinado para ser la Madre de su Hijo, Jesucristo. La
primordial relación de María con Cristo es un hecho aceptado por el mismo
Pueblo de Dios; hecho que será puesto de relieve poco a poco; pues, a medida
que madura la intuición, madura también la reflexión teológica. Es absoluta­
mente imposible pretender hacer aquí una síntesis, así sea mínima, de los
pasos que se fueron dando a lo largo de la historia. Pero sí es preciso resaltar
que la intuición del Pueblo de Dios, una vez más, bajo la guía del Espíritu
Santo hace madurar también su comportamiento en relación con María hasta
llegar a expresarse de manera clara y concreta en la celebración de la fiesta de
la Inmaculada Concepción.
La fuerza incontenible de este sensus fidelium o «sentir de los fieles», que
paulatinamente se hace consensus, o «conciencia común», chocó, no obstante,
con la incomprensión y el rechazo por parte de mentes ciertamente privilegia­
das y habituadas a la más profunda reflexión teológica y cuyo papel o rol en la
Iglesia fue decisivo. Pero por fortuna, en este campo, fue decisivo sólo por un
tiempo: la verdad (presente en el sensus fidelium) se abría paso poco a poco con
el transcurso de las generaciones.
Aquí pueden aplicarse las palabras del beato papa Juan XXIII a todo el
Pueblo de Dios sobre el culto a la Virgen, en el sínodo romano del año 1960:
«Deseamos invitaros a que os mantengáis en lo que hay de más simple y de
más antiguo en la práctica de la Iglesia.» La doctrina de la Inmaculada Concep­
ción, como también la de la Asunción de María, son casos típicos que muestran
la necesidad que tiene la teología, si quiere ser verdaderamente eclesial, del
pan de la experiencia religiosa de la gente sencilla. Parte de esa experiencia
religiosa constituida por la celebración litúrgica, en la que María ha tenido
siempre un lugar propio, ha contribuido a clarifica el significado de María en
la Iglesia.

Ciertamente, en la Iglesia, este sensus fidelium ha caminado siempre de la


mano con la reflexión teológica sobre Cristo: cuestiones trinitarias y cristológicas;
sobre la gracia y el pecado original: cuestiones antropológicas; y, en general,
sobre el desarrollo de la vida cristiana hasta el fin de la misma: cuestión
escatológica. Toda esta problemática no ha sido ajena a los Padres de la Iglesia,
particularmente a partir del siglo iv, por ejemplo Epifanio y Agustín.
EL BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 297

El padre Carlos Balic, ofm, gran estudioso de la doctrina de Duns Escoto y


divulgador de la misma, especialmente en lo que se refiere a Cristo y a María,
insinúa que, para el Doctor de la Inmaculada, el sensus fidelium fue el punto de
partida para su doctrina acerca de María Inmaculada; y lo dice con estas
palabras: «La verdad de la inmaculada concepción ya estaba en el interior
mismo del alma cristiana antes de Escoto. El pueblo cristiano intuía que la
Madre del Señor debía tener por gracia lo que el Hijo tenía por naturaleza; por
consiguiente, no podía sentir, creer o pensar que la Madre de Dios hubiera
estado sujeta al pecado original. Por el contrario, otra era la actitud de los
maestros medievales, quienes estaban menos dispuestos a aceptar esta ver­
dad. Basándose en principios teológicos: universalidad del pecado y de la reden­
ción, y filosóf icos: la Virgen no podía ser santificada en el primer instante de su
concepción, se veían inducidos a concluir que María no habría sido concebida
sin pecado.V
En general es posible afirmar que los factores principales que influyeron
(en Occidente) en la definición del dogma mariano de la Inmaculada Concep­
ción (y también de la Asunción), a semejanza de la problemática teológica
arriba señalada, fueron los siguientes: a) la necesidad de profesar la verdad de
la fe para gloria de Dios y por la salvación de los hombres; b) la necesidad de
poner en claro la verdadera concepción o sentido del hombre y de su reden­
ción; c) la referencia a María como ejemplo espiritual-humano-moral para toda
la humanidad, y d) las consecuencias provenientes de la experiencia del culto
dado a la Madre de Dios.7

S an F rancisco de A sís : el « caballero» y paladín de M aría

San F^mcisco forma parte — ¡qué duda cabe!— de esa gran muchedumbre
de fieles que goza de aquella guía del Espíritu Santo en el Pueblo de Dios y es
de los que captan con la más fina intuición la dirección a seguir.
La devoción de Francisco a María es sólida, bien fundamentada y bien
centrada en la Trinidad y en Cristo jesús. Sólo desde esta perspectiva es capaz
de atribuir a María las más grandes prerrogativas, al exclamar: «¡Salve, Señora,
santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen convertida en templo, y elegida por el
santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu

h R. Z avai.i.oni, Giovanni Duns Scoto, maestro di vita e di pensíero (Bologna 1992) 104,
n. 13.
' Cf. B. F orte, María, la don na icona del Misterio. Saggio di mariologia simbolico-
narratwa (Torino 1989) 128.
298 GREGORIO P. DE GUEREÑU, OFM

Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien! ¡Salve,
palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios! ¡Salve, vestidura de
Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios!»8
En la introducción al Saludo a la Bienaventurada Virgen María, dice S. López:
«Todos estos nombres, nada abstractos, que en su inacabable admiración da
Francisco a la Virgen, ofrecen su entera riqueza si son contemplados desde los
dos últimos títulos citados: los de sierva (esclava) y madre. Al decir sierva,
Francisco decía acogida, espacio vacío, pobreza al fin... Y al decir madre,
Francisco proclamaba toda su grandeza y gracia, señalando además su lugar y
la necesidad de ella en la historia de la salvación: le ha dado al Hijo de Dios la
carne de nuestra humanidad y fragilidad.»9 Con razón Celano afirma que
Francisco «profesaba amor increíble a la Madre de Jesús... Le dedicaba espe­
ciales alabanzas, le dirigía plegarias, le ofrecía sus afectos, tantos y tales, que la
lengua humana no puede expresar».10

Bastaría examinar, una por una, las prerrogativas que contiene esa oración,
para darse cuenta de que Francisco sabe ir a la fuente de donde proviene todo
bien para María.11 Baste señalar que la tradición franciscana ha resumido lo
más excelente referido a María en las expresiones que repetimos en la llamada
«corona seráfica». María, hija de Dios Padre; María, Madre de Dios Hijo;
María, esposa de Dios Espíritu Santo; María, templo y sagrario de la Santísima
Trinidad.

María, hija y sierva del eterno Padre: relación filial de María con Dios Padre;
relación confiada y amorosa, tan fuerte como para encender en María la fuerza
d el fiat que la mantendrá fiel y firme a lo largo de toda su vida. María, Madre de

8 S an F rancisco de A sís, «Saludo a la Bienaventurada Virgen María», en J.A.


G uerra (ed.), San Francisco de Asís. Escritos: Biografías. Documentos de la época (Madrid
1978) 46. Y en la antífona primera del Oficio de la Pasión dice: «Santa María Virgen, no
ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del
altísimo Rey sumo y Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo
esposa del Espíritu Santo», p. 32.
S. L ópez, «Saludo a la Bienaventurada Virgen María», en J.A. G uerra (ed ) San
Francisco de Asís. Escritos, 45.
10 2 Cel 198.
El P. C. K oser, en su conocido libro El pensamiento franciscano (Madrid 1972) 59-
70, expone ampliamente este espíritu caballeresco de Francisco hacia María. Valga la
pena anotar estas palabras que Koser aplica a Francisco: «No (es) por espíritu de
aventura, m por amor a la singularidad y a la extravagancia, ni siquiera por un falto
amor propio y por vanidad, y si por amor profundo y caballeresco a Dios Uno y Trino
y a esa mera criatura que el poder divino aproximó más a su misterio», p. 63.
FL BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 299

Dios Hijo; Madre del Verbo eterno; Madre entrañable en el sentido más fuerte
de la palabra, pues Dios mismo hizo que las purísimas entrañas de María
concibiesen a Cristo, en quien se halla unida sustancialmente la humanidad
con la divinidad, con el Verbo de Dios desde el primer instante de su concep­
ción. Y por ello mismo es nuestra madre y nosotros sus hijos. María, Esposa de
Dios Espíritu Santo. Si decimos que toda alma cristiana es esposa del Espíritu
Santo, con mucha mayor fuerza cabe afirmar esto de María; pues ella concibió
por obra del Espíritu Santo. El fia t de María la convirtió en esposa del Espíritu
Santo. Así María es templo y sagrario de la Santísima Trinidad.
Templo y sagrario de la Santísima Trinidad, porque «en el misterio de la
anunciación se realizan dos misiones: la del Espíritu que bajó sobre María y la
del Verbo que, con el consentimiento de María, empezó a formarse hombre en
su seno. En todo esto se establecen unas relaciones que afectan a la Santísima
Trinidad: no queda excluido el Padre, ya que Él es quien envía al Hijo y al
Espíritu Santo y mantiene en ellos su presencia misteriosa».12
La misma bula Ineffabilis Deus, inmediatamente antes de la declaración y
definición del dogma, asegura que tal definición se lleva a cabo «para honor de
la Santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de
Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristia­
na».13
Por todo lo cual María tiene también una relación estrecha con toda la
humanidad, con la humanidad nueva. Ni María ni Jesús pueden ser compren­
didos a título o de forma meramente individual. Por el hecho de que María
engendró al Salvador del mundo, ella misma se ha convertido en Madre del
que salvará al mundo del pecado (Le 1,31; Mt 1,21). De esta manera está
estrechamente vinculada con nuestra historia de dolor y de gozo, de sufri­
miento y penas, de esperanza y de fe. En el fíat de María estamos implicados
todos. Como afirma Boff: «Todos estamos incluidos y somos co-engendrados
en el mismo movimiento que inició el fíat.»’4 Sentirnos miembros activos
dentro de ese movimiento es aceptar la maternidad espiritual de María respec­
to de nosotros, maternidad real y generadora de vida.
Y si existe una relación especial de María con la humanidad entera, huma­
nidad nueva, no es menos estrecha la relación de María con la Iglesia. «Virgen
hecha Iglesia», la proclama Francisco. La Iglesia es la comunidad de los fieles

12 L. Boff, El rostro materno de Dios (Madrid 1979) 191.


13 DH 2803.
14
L. B off, El rostro materno de Dios, 194.
300 GREGORIO P. DE GUERF.ÑU, OEM

que acoge el don de la salvación que le es dado en Jesucristo mismo. María no


puede considerarse ajena a esta comunidad. Al contrario, así como María
engendró corporal e integralmente a Cristo, así ahora engendra real y espiri­
tualmente a los cristianos, y lo hace, también, por la fuerza del Espíritu Santo.
Por eso María es proclamada Madre de la Iglesia. Si María sigue hoy repitien­
do el fíat, dice también siempre de forma nueva. «Hagan lo que Él les diga» (Jn
2,5). También ella está con nosotros hasta el fin del mundo.
La vida concreta de Francisco de Asís nos muestra cómo su devoción a
María no consistía en una mera buena intención, ni se basaba en unas cuantas
palabras más o menos románticas o poéticas. Él experimentó que la verdadera
devoción implica una entrega generosa a la causa de María; es decir, a la causa
de Jesús. Esa entrega es la fuente de toda una serie de virtudes cristianas al
estilo de María. Francisco no elaboró ninguna teología explícita de todo cuanto
habló acerca de María. Pero su intuición más profunda no podía ser otra que la
del sensus fidelium de la tradición precedente; esto significa que, de alguna
manera, san Francisco podía entrever el contenido de aquella intuición, conte­
nido que se plasmaría más tarde en fórmulas teológicas explícitas y precisa­
mente gracias a sus más insignes seguidores. De esta manera, Francisco prove­
yó a los suyos del material más rico para la búsqueda y el conocimiento de la
verdad referente a María.

D uns E scoto: el teólogo de la I nmaculada C oncepción

El gran franciscanista, A. Gemelli, en su gran obra tan conocida por los


franciscanos, dice: «San Francisco es el caballero de la Virgen, san Buenaventu­
ra, su poeta, y Duns Escoto, su teólogo... Pero es un teólogo que construye
porque ama, y ama con un amor franciscanamente concreto, que es praxis.»15
Por ello, Duns Escoto puede ser considerado, y con razón, el Doctor de la
Inmaculada Concepción. Pero ciertamente no sería doctor si antes y simultá­
neamente no hubiera sido discípulo. Así, Escoto fue discípulo, ante todo, de la
palabra de Dios, y después fue discípulo, insigne discípulo, de la tradición que
lo precedió, de aquel sensus fidelium.
En y desde el seno mismo del Pueblo de Dios, el corazón y la mente de
Escoto vibraron con aquella intuición formidable que provenía, desde siglos
atrás, de las comunidades cristianas; intuición que poco a poco lo hará afirmar y
sostener con la más pura y profunda reflexión teológica lo que sin conocimiento
claro, pero certeramente, se venía viviendo, afirmando y celebrando. En otras

15
A. G e m e l l i, El franciscanísmo (Barcelona 1940) 60.
EL BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 301

palabras: Escoto hace suya la opinión de la tradición favorable a la inmaculada


concepción de María que se iba perfilando doctrinalmente en medio de grandes
dificultades. Como buen hijo, supo unir esta tradición con la intuición peculiar
del Seráfico Padre san Francisco. Y logró que esas fuentes —Escritura, tradición
a través del sensus fidelium y Francisco— brotara la expresión más exacta de la
verdad sobre María como Madre Inmaculada.
Para llegar a tal verdad tuvo que superar obstáculos específicos, presenta­
dos por conocidos doctores de la Iglesia, predecesores y contemporáneos
suyos, tales como san Anselmo, san Bernardo, san Alberto Magno, santo
Tomás de Aquino y prácticamente todos los escolásticos del siglo xm, que
sostenían y alimentaban la común opinión contraria a la inmaculada concep­
ción. También encontró adversarios entre sus mismos hermanos, los hijos de
san Francisco; pues, por ejemplo, Alejandro de Hales, san Buenaventura,
Mateo de Aquasparta y, más tarde Ubertino de Casale y Pedro Juan Olivi, se
mostraron contrarios a la prerrogativa mariana de ser inmaculada.16
Todos estos grandes autores y teólogos, por otra parte amantes y cantores
de las glorias de María, la llaman «llena de gracia», superior a los ángeles, etc.,
pero consideran que María fue santificada por la gracia de Dios en el seno de
su madre y no pueden aceptar que no haya sido redimida por Cristo, pues
pensaban que era absolutamente necesario el sostener, con san Pablo (Rom 2,
23; 5, 12), corroborado luego por san Agustín, que en Adán hemos pecado
todos y todos estamos necesitados de la gracia de Dios, o sea de la redención.
Nadie puede ser excepción, tampoco María. De aquí la imposibilidad total de
pensar y sostener que, además de Cristo, alguna criatura humana hubiera
podido ser concebida sin pecado original.
Antes de entrar en el argumento de fondo señalemos que Duns Escoto fue
capaz de oponerse a la gran corriente medieval que sostenía que la mujer
cumplía un papel meramente pasivo o receptivo en la generación. El rol activo
era atribuido en exclusividad al varón. Decía Escoto, siguiendo la opinión del
médico Galeno, que en esa materia es preferible seguir antes a los expertos que
a los filósofos.17 Esto no es decir poco si se quería valorar a María como sujeto
verdaderamente activo en la generación de su Hijo; lo que, a su vez, incide, sin
más, en la valoración de la mujer.

16 Cf. A. P ompei, «Mariología», en L.A. M erino-F.M. F resneda (coord.), Manual de


teología franciscana (Madrid 2003) 296-298.
17 Cf. J. P ijoan, ofm, Juan Duns Escoto, Maestro del Amor y Doctor de María (Barcelo­
na 1993) 52. Cf. el mismo trabajo del autor con alguna pequeña variante, con el título
«Juan Duns Escoto», en Verdad y Vida 238 (septiembre-diciembre 2003) 655.
302 GREGORIO P. DE GUEREÑU, OEM

Duns Escoto, aparte de sostener con firmeza que el pecado original no se


transmite por la generación natural (teoría «física» de la transmisión del pecado
original), como se venía sosteniendo, en general por todos desde san Agustín,
tuvo que superar la que ha dado en llamarse la «teoría ontológica» que va contra la
Inmaculada Concepción de María, expresada claramente por san Buenaventura
con palabras parecidas a estas: «María, en cuanto hija de Adán, tenía que existir,
en primer lugar, y después recibir la gracia.»18 Es decir, primero es la vida y
luego viene la posibilidad de la redención. Lo que quiere decir que, al menos por
un instante, María ha sido presa del pecado original antes de ser redimida por
Cristo. Es claro que Escoto no puede negar que primero se da la existencia y
luego viene la gracia. Pero con su fino ingenio llega a voltear, por así decir, el
argumento que se proponía como general e insuperable.
Y es aquí donde Escoto expone su magistral argumento llamado argumen­
to del «perfectísimo mediador» y redentor. Es indiscutible y cosa admitida por
todos en teología que Cristo es mediador y redentor perfectísimo, precisamen­
te por ser Hijo de Dios. Ahora bien, sostiene Escoto que «un Redentor perfectísimo
lo es porque posee y ejerce el grado más perfecto de redención posible, que consiste no
sólo en liberar a una persona del mal ya contraído (redención liberadora), sino en
impedir que contraiga dicho mal (redención presentadora). Impedir o prevenir de
contraer el pecado original es ciertamente un grado más perfecto de mediación respecto
de la persona de la que es mediador. Cristo, pues, no tuvo por ninguna otra persona un
grado de mediación más excelente que el que ejerció por María. Por eso la preservó de
contraer el pecado original».19 Esto se entiende muy bien cuando se recurre a la

18 A. P ompei, «Mariología», 303.


w A. P ompei, «Mariología», 304. Cf. el texto de D. Escoto en E. M arianj, Scritti
mariologici di G. Duns Scoto, en R. Z avalloni y E. M ariani (a cura di), en La dottrina
mariologica de G. Duns Scoto (Roma 1987) 181ss. La selección de textos latinos que
presenta E. Mariani, con la traducción italiana, fue sugerida por el mismo P.C. Balic,
especialmente benemérito respecto del tema, pues había publicado en latín, el año 1933,
textos hasta entonces inéditos de Escoto referentes a María. El mismo C. Balic, el año 1954
publicó un fascículo en el cual se contiene la edición crítica de todos los textos del beato
Juan Duns Escoto referentes a la Inmaculada; cf. loannes Duns Scotus Doctor Inmaculatae
Conceptionis. 1. Textus auctoris (Romae 1954) 108 páginas. Cf. también del mismo C. Balic
el extenso trabajo «De significatione interventus loannis Duns Scoti in historia dogmatis
Jmmaculatae Conceptionis», en Virgo Immaculata. Acta Congressus mariologici-mariani
Romae anno MCMLIV celebrati (Romae 1957) 121 páginas. En dicho trabajo presenta
Balic la sentencia común de los doctores en la época de oro de la escolástica, la doctrina
de Escoto en confrontación con los mismos, así como la de los autores inmediatamente
posteriores a Escoto, tanto de los que negaban la inmaculada concepción como la de los
que estaban a favor de ella. El teólogo B. F orte afirma que Escoto tuvo una «intuición
genial» al introducir en la teología mariana el término preservar y aplicarlo al argumento
del «perfectísimo mediador»; María, la donna icono del mistero, 132.
EL BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 303

clásica comparación con la persona y la enfermedad. La persona puede ser


liberada de la enfermedad de dos maneras: evitando que se enferme y sanán­
dola de la enfermedad; es decir, puede ser liberada previniendo la enfermedad
o curando la enfermedad contraída. Evidentemente siempre es mejor prevenir
que curar. Pues esto es lo que ha hecho Dios a través de Cristo con María. Ha
preferido prevenirla del pecado antes que redimirla después de haberlo con­
traído. Adviértase que el término «preservar» o «prevenir» fue el término em­
pleado por el papa Pío IX en la declaración del dogma mariano.
Ahora bien, Duns Escoto enseñó tal doctrina no sólo en forma privada sino
también públicamente y no como algo meramente posible sino como un hecho
real, por lo que tuvo que enfrentarse con la corriente común y tradicional que
negaba lo que él defendía. De aquí la famosa disputa sostenida en París en la
Universidad de la Sorbona sobre el tema de la Inmaculada Concepción de
María. Si tal hecho no está estrictamente registrado, es sin embargo el sentir de
muchos autores al menos desde el siglo xv.2UA partir de la enseñanza de Escoto
sobre la Inmaculada la llamada «opinión piadosa» se convirtió en la «opinión
escotista».

Frente a la enseñanza de Escoto —afirma un autor— «la reacción de la


universidad fue inmediata y violenta. De acuerdo con el estilo de aquel tiempo
y ante la novedad de la doctrina de Escoto, hubo una disputa pública, como
consta históricamente en los escritores a partir del siglo xv y en los manuscritos
139, de la catedral de Valencia, y 53, del archivo de la Corona de Aragón de
Barcelona, que han conservado huellas evidentes de la misma. Los biógrafos
de Juan Duns Escoto han revestido la controversia de circunstancias llenas de
fantasía, pero el hecho no hace más que confirmar hoy su autenticidad. Una
vez más, la leyenda poética es fruto de una verdad histórica».*21

Para un juicio acerca de la historicidad de la célebre disputa parisina sobre la


Inmaculada Concepción, cf. A . P ompei, «Giovanni Dins Scoto e l'Immacolata
Concezione», en R. Z avalloni-E. M ariani, La dottrina mariologica di Giovanni Duns Scoto,
39ss. Si no se encuentran testimonios históricos precisos sobre la tal disputa, una cosa
sin embargo queda clara y es que los teólogos de París fueron cambiando de opinión
paulatinamente; es decir, a favor de la posición inmaculista.
21 J. P ijoan, /. Duns Escoto, Maestro del Amor y Doctor de María, 36. Este autor, a los
títulos dados a Escoto, tales como «Doctor Sutil» y «Doctor Mariano», añade el de
«Mártir de la Inmaculada» porque tuvo que huir de la universidad de la Soborna
siendo amenazado de muerte por sus adversarios; p. 40. Estos, los adversarios, al no
poder hacer frente a la opinión de Escoto con verdaderos razonamientos, le amenaza­
ron con que procederían con «otros argumentos». Así se expresaba un maestro de la
universidad, mientras que otro completó la idea con las palabras: «hasta el fuego».
304 GREGORIO P. DE GUKREÑU, OFM

Más todavía; «El Doctor Sutil salió tan airoso de la disputa, que desde
entonces en la universidad se abrió una corriente favorable a la llamada poste­
riormente "opinión escotista".»22*A partir de entonces se multiplicaron las discu­
siones públicas sobre esa sentencia escotista, lo que significaba dar lugar, sin
temor, a la pluralidad de opiniones. La autoridad de la Iglesia —papas y
concilios— irá tratando de moderar las tensiones y de regular el lenguaje hasta
llegar a la definición dogmática en el año 1854.
El Doctor mariano asegura que convenía a la Madre de Cristo el ser preserva­
da del pecado original, precisamente por ser la Madre del Señor. Dios, por tanto,
hizo lo que era más conveniente. De aquí el axioma escotista potuit, decuit ergo
fecit (pudo, era conveniente, luego lo hizo). Axioma que, si bien puede tener sus
inicios antes de Escoto en forma un tanto difusa, pues antes de Escoto se hablaba
y se discutía de la conveniencia o no de tal privilegio para María, sin embargo,
después de él y debido a él, se hizo popular. Escoto había dicho: «Hoc (la
preservación de la culpa original) praecise decuit matrem Christi (convenía preci­
samente a la Madre de Cristo).» Siglos después, el papa Pío XII, con ocasión de la
iniciación del año mariano al cumplirse el primer siglo de la definición del
dogma de la Inmaculada Concepción, en la encíclica Fulgens corona (08-09-1953)
argumenta: «Sin duda Dios, "en previsión de los méritos del Redentor podía
adornar a María del singularísimo privilegio", y puesto que "convenía que la
Madre del Redentor fuese adornada con tal privilegio para ser lo más digna
posible", "por ello no es posible pensar que Dios no lo haya hecho".»22
Esa era la autoridad —la autoridad de la Iglesia— a la que apelaba Duns
Escoto al defender su argumento a favor de la Inmaculada Concepción con las
memorables palabras: «Si esto no se opone a la autoridad de la Iglesia o a la
autoridad de la Escritura, parece probable que esto que ese más excelente debe
ser atribuido a María.»24 Pasarán ciertamente varios siglos hasta la definición

22 I. P ijoan, Juan Duns Escoto, Maestro del Amor y Doctor de María, 36-37.
2> R. R osini, «II culto dell'Immacolata nel pensiero di Giovanni Duns Scoto», 99ss.
Vale la pena señalar la crítica que R. Rosini dirige a R. Laurentin respecto del modo
como este autor comenta el axioma «potuit, decuit, ergo fec it», como si se tratara de algo
abstracto y no concretizado en María y sólo, en María. Ver R. L aurentin, La cuestión
mariana (Madrid 1964) 138-139. Cf. Pío XII, «Fulgens corona», en DH 3908.
-J Después de examinar los diferentes argumentos a favor y en contra de la
Inmaculada Concepción, Escoto, con el mayor respeto hacia los "defensores de los
mismos, presenta así la cuestión: «Acerca de la cuestión puedo afirmar que Dios pudo
hacer que ella (María) nunca hubiera estado en pecado original, pudo también hacer
que hubiese estado en pecado por un instante, y pudo hacer que hubiera estado en
pecado por algún tiempo y en el último instante la hubiera purificado del mismo.»
Pero con el mismo respeto, claridad y firmeza asevera: «Quod autem horum trium quae
EL BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 305

del dogma (1854), pero el camino, aun en medio de peripecias y controversias


de escuelas y autores, estaba abierto y se recorrería paulatinamente. Y ahora
no sólo con el sensus fidelium, que cada vez se hace más consensus, y el aporte
decidido de Escoto y seguidores, sino además, también, con el apoyo de la
autoridad de la Iglesia.
Por eso cabe sostener que Escoto habría suscrito y celebrado con el mayor
gusto las palabras del concilio Vaticano II: «Redimida de un modo más exce­
lente en atención a los méritos futuros de su Hijo y unida a Él con un vínculo
estrecho e indisoluble (María) está enriquecida con la prerrogativa y dignidad
suprema de ser la Madre de Dios y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el
Sagrario del Espíritu Santo; por este don eximio de gracia excede con mucho a
todas las demás criaturas celestiales y terrestres. Pero al mismo tiempo se
encuentra íntimamente unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que
han de ser salvados; más aún, en verdad es madre de los miembros (de Cristo),
porque cooperó con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son
miembros de aquella cabeza» (LG 53).

L a I nmaculada C oncepción y la vida cotidiana de los cristianos

Si queremos ahora sacar algunas conclusiones del significado de la


Inmaculada Concepción de María para nosotros, para nuestra existencia dia­
ria, ante todo hemos de decir que ella se nos presenta como el ejemplo más
grande y más claro de santidad a la que la Iglesia entera está llamada.
San Francisco decía que María es la «Virgen hecha Iglesia» o la «Virgen
convertida en templo»;21 es decir, «lugar» de convocatoria y de acogida para

ostensa slint possibilia esse, factura sit, Deus novit» (sólo Dios sabe cuál de estas tres
posibilidades haya sido realizada), pero sostengo que «Si auctoritari Ecclesiae vel auctoritari
Scripture non repugnet, videtur probabile quod excellentius est attribuere Mariae»; es decir,
apoyado por la autoridad de la Iglesia y de la Escritura, sostengo como lo más probable
que María ha sido concebida sin estar sometida ni por un instante al dominio del
pecado, ni original ni actual; pues eso es lo más excelente para ella; C. Balic, Ioannes
Duns Scotus Doctor ¡mmaculatae Conceptionis, 11, 13.
La expresión Virgo Ecclesia facta (Virgen hecha Iglesia) llama la atención en
Francisco y tiene su novedad, aunque ya era expresión conocida por la tradición
cristiana, concretamente a partir de san Ambrosio (cc. 339-397) que llamaba a María
«Deipara Ecclesiae typus» (Madre de Dios, modelo de la Iglesia). Cf. S. A mbrosio, Expos.
In Le 2,7; PL 15, 1555. Cf. C oncilio V aticano II, Lumen gentium, 63. Hay que recordar
que el Saludo que Francisco dirige a la Virgen María es una hermosa plegaria que
constituye un tejido compuesto básicamente de invocaciones tomadas en parte de la
Escritura y en parte de los Padres de la Iglesia, como san Germán, obispo de
Constantinopla, y más tarde de san Pedro Damián.
306 GREGORIO T. DE GUEREÑU, OEM

todos los creyentes; «lugar» de celebración de la fe; punto de partida y centro


de confianza y de esperanza para llevar a cabo una existencia que en verdad
responda a la llamada del Señor. Como María, así la Iglesia y cada uno de los
cristianos, estamos llamados a vivir nuestra vida totalmente orientada hacia
nuestro futuro último que es el mismo Dios. En un mundo tan marcado por el
pecado el hombre se halla desorientado y muchas veces sin rumbo fijo y firme
en el camino de la vida. Necesita de la compañía ejemplar, estimulante y
segura de María; necesita de esa cercanía que le infunda confianza y seguridad
para dirigirse hacia la meta a la que el Señor lo llama desde toda la eternidad.
Por otro lado, queda suficientemente claro que el dogma de la inmaculada
concepción de María pone de relieve la primacía de la gracia de Dios para
todos y en todos los ámbitos de la existencia. Primacía sin condiciones y sin
límites expresamente afirmada e ilustrada en María. El hecho de que María
haya sido envuelta por ese amor de Dios hasta hacer de ella la Madre del
Salvador, Inmaculada, no significa que esté distante de nosotros y de nuestros
avatares diarios; ella no es indiferente a nuestra vida; ella, por el hecho de ser
inmaculada, no es un ser inalcanzable y ajeno a nuestros gozos y esperanzas;
pues en todo caso también ella forma parte de la existencia humana y como tal
es salvada y redimida, si bien de un modo más excelente (sublimiori modo
redempta, LG 53). La confesión de fe en María como Madre Inmaculada permite
que nosotros nos empeñemos aún más profunda y generosamente en alcanzar
el designio que Dios tiene sobre nosotros también desde toda la eternidad.
El hecho de que María haya sido redimida de modo más excelente («reden­
ción preservadora») que el del común de los mortales, no impide que tenga­
mos el mismo fin y destino: la definitiva y plena comunión con Dios. Es por
ello por lo que debemos estar agradecidos a Dios y sentirnos estimulados por
María que nos ha precedido en ese destino y, con su ejemplo de disponibilidad
perfecta a la palabra de Dios, nos infunde fuerza y valor para recorrer el
camino de nuestra vida.
Para todos vale, una vez más, el estar atentos a la palabra de Dios y a la
verdad de la Inmaculada Concepción de María dentro de la situación actual de
nuestro mundo y dentro de un contexto poco favorable a la consideración y
exaltación de esta verdad mariana, que, sin embargo, es ejemplo luminoso
para todo cristiano y para el ser humano, sin más.
Dice bellamente L. Boff: «Finalmente apareció en la creación un ser que es
sólo bondad; el desierto ya se ha hecho fértil; el árbol de la vida no produce
sólo flores primaverales; hay una que se ha abierto y que ha concebido una
Vida todavía más excelente, Jesucristo; ya es posible por primera vez arrancar
de la creación herida una mirada que no pierde la inocencia de su brillo, un
gesto que no encierra ambigüedad alguna, una suavidad, una belleza y una
HL. BEATO JUAN DUNS ESCOTO Y LA INMACULADA CONCEPCIÓN 307

clemencia jamás amenazada. Es posible un nuevo comienzo para una humani­


dad nueva; el paraíso no se ha perdido totalmente en el pasado y el reino no
está interminablemente asentado en el futuro; hay un presente que realiza los
sueños más ancestrales, la tierra ha celebrado sus esponsales con el cielo, la
carne se ha reconciliado con el espíritu y el hombre salta de gozo delante del
gran Dios.»26
Al lado del verdadero varón Adán, Cristo, fue creada la verdadera Eva,
María, concebida inmaculada. María vivió en un mundo de pecado, estuvo
afectada por el dolor del mundo, pero no por la maldad del mundo. «Es
hermana nuestra en el dolor, pero no en la culpa. Ella venció enteramente al
mal por el bien; victoria que debe naturalmente a la redención de Cristo.»27
La conclusión más clara y que ha de llevar a dar los mejores frutos es la de
considerar a María, Madre inmaculada, como compañera inseparable de nues­
tro itinerario cristiano, pues María siempre ha de ser referida a Cristo. Esa
compañía queda asegurada siempre que tengamos en cuenta que «la verdade­
ra devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana creduli­
dad, sino que brota de la verdadera fe por la que somos conducidos a recono­
cer la excelencia de la Madre de Dios y movidos por un amor filial hacia
nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes» (LG 67).

* L. Bofe, El rostro materno de Dios, 158-159.


2' Nuevo Catecismo para adultos. Versión íntegra del catecismo holandés (Barcelona
1969) 258.

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