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Ensayo:

“Si lees, se nota”.


La Lectura en la era digital

MATERIA: Literatura
ALUMNO: Aarón Rodríguez Christiansen

Año 2016

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Introducción

En nuestra época pasan cosas muy contradictorias: nunca fue tan importante saber

leer, ni tan barato, y sin embargo las personas leemos cada vez menos. Los dispositivos

electrónicos y tecnológicos son cada vez más intuitivos, y permiten que los jóvenes

aprendamos muy rápidamente a usar los aparatos sin necesidad de “perder tiempo” leyendo

el manual de instrucciones. Existen también audiolibros, y muchas veces, cuando tenemos

que investigar sobre un tema, preferimos mirar un video antes que buscar información en

los libros. Las bibliotecas, en general, están casi vacías de gente, y quien asiste a ellas es

catalogado de “nerd” (estereotipo para hablar de “el matadito”). Como si fuera poco, los

libros son excesivamente caros, las fotocopias nos dañan la vista y son ilegales, y encima

de todo el papel envejece (se mancha, se arruga, se pone amarillo, se quiebra). A pesar de

toda esta mala reputación de la lectura, aún tiene sentido preguntarnos: “¿Es importante

leer?”

La lectura a lo largo de la historia

No todas las sociedades tuvieron escritura. En las culturas “ágrafas” el conocimiento se

transmitía de forma oral, lo cual debe haber sido interesante porque la gente tenía que

reunirse para escuchar al “sabio”. Aprender suponía relacionarse cara a cara con otras

personas, era una actividad “social”. La aparición de la escritura transformó el modo de

adquirir conocimiento, porque, una vez escritas, las ideas “viajan”, se independizan de su

autor. La escritura hace posible conocer el pensamiento de otra persona sin tenerla en

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frente. Por lo tanto, se rompe ese vínculo personal y directo entre el que habla y el que

escucha (que, de ahí en adelante, será un vínculo entre el que escribe y el que lee). La

escritura dejó afuera del conocimiento a toda persona que no supiera leer (incluso las que

sabían leer no siempre podían acceder a los escritos, resguardados como tesoros). Las dejó

afuera porque esas personas sabían hablar y podían comunicarse y aprender de los demás,

pero la escritura fue aventajando a las tradiciones orales hasta su desaparición. Cuando

apareció la imprenta, el conocimiento comenzó a reproducirse a una velocidad nunca antes

vista, ya que permitió que, de un mismo libro, se hicieran numerosísimas copias

disponibles para muchísimos lectores. Esto tuvo consecuencias deseables e indeseables.

Deseables porque la posibilidad de leer dejó de estar limitada a unos pocos privilegiados.

Indeseable porque los libros se fueron convirtiendo en una poderosa industria con muchos

intereses económicos. Recientemente, con la revolución digital que tiene lugar en nuestra

época, la experiencia de la lectura vuelve a plantear problemas muy interesantes. A

continuación, me ocuparé de hablar de algunos de ellos.

La lectura en la era digital

Como ya se dijo anteriormente, el no saber leer nos sitúa en una posición de inferioridad

con respecto a los alfabetizados. Por empezar, la persona analfabeta tiene que soportar la

vergüenza de admitir que no comprende información que es muy valiosa para

desempeñarse por sí sola. El sociólogo británico Irving Goffman (1963) dice que estas

personas cargan con un “estigma” y muy frecuentemente deben recurrir a ingeniosas

mentiras para disimular este problema. En realidad, lo que las hace diferentes es el hecho

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de vivir en una cultura tan alfabetizada como la nuestra (ya que, si hubieran vivido en una

cultura ágrafa, no se sentirían anormales). Ahora, dejando de lado el costo social que tiene

el analfabetismo, hay que considerar también las muchas posibilidades de las que se priva

una persona que no ha desarrollado la capacidad para la lectoescritura. Cuando leemos,

accedemos a un mundo desconocido, exploramos un lugar nuevo, entablamos una

conversación imaginaria con el autor. La lectura nos alimenta el desarrollo de la

imaginación, ya que nos obliga a recrear en imágenes mentales lo que el libro expresa en

palabras. En ese sentido, la experiencia de leer es muy diferente de la experiencia de ver un

video o una película. En estos últimos, los personajes, los paisajes y las situaciones son

observables a través de la pantalla: somos más pasivos, la información nos llega, no la

buscamos. Pero en el libro eso no sucede. El autor ofrece una variedad de detalles que nos

invitan a recrear imaginariamente todo aquello a lo cual se refiere, y nos hacemos

participantes activos de la historia.

No obstante, es cada vez más difícil promover en nosotros, los adolescentes, el hábito de la

lectura. Esa situación tiene múltiples causas, y algunas de ellas han sido desencadenadas

por el auge de la digitalización. Nuestro estilo de vida nos empuja a preferir lo rápido en

vez de lo pausado, buscamos distractores permanentemente y tendemos a elegir películas,

música o videoclips con alto nivel de ruido y de imagen (ya que observar una sola imagen

durante largo tiempo nos aburre). Como dice el filósofo francés, Gilles Lipovetzsky (2005),

vivimos en la experiencia de lo “efímero”, buscamos el goce en lo breve y superficial. En

consecuencia, los momentos de reflexión y pausa que requeriríamos para la lectura

profunda y concentrada, no los tenemos porque preferimos ocupar ese tiempo en consumir

un producto “ya elaborado”. Esto no significa que no leamos mucho (lo hacemos, por

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ejemplo, cuando leemos el subtitulado de las películas, o cuando leemos las publicaciones

en las redes sociales, o cuando chateamos). Pero esa lectura es casual, informal, superficial,

no invita a la interpretación creadora (muchas veces respondemos de una forma irreflexiva,

sin pensarlo demasiado). Lo curioso es que leer es mucho más fácil que antes, y sin

embargo la lectura no sólo ha cambiado en cantidad sino también en calidad (se lee menos

y se lee peor, con prisa y sin esfuerzo comprensivo). Esto es grave, porque la lectura,

además de ser una riqueza en sí misma, es también un “aprender a aprender”. Es decir, el

hecho de saber leer es una herramienta, una habilidad que resulta útil para aprender sobre

temas que nada tienen que ver con la literatura y la gramática.

Creo que la contribución más importante que la lectura nos puede hacer es enseñarnos a

pensar por nosotros mismos y ser más críticos. Dado que la lectura promueve la

imaginación (porque podemos interpretar y recrear mundos posibles), fortalecemos la

capacidad de no conformarnos con cómo son las cosas. Para lograrlo, necesitamos tener la

habilidad de comparar lo real actual con lo posible y diferente. Sin ésa capacidad,

aceptaríamos resignadamente lo que nos toca vivir (como los animales). Por eso, la persona

que lee, aumenta sus probabilidades de tener un pensamiento más independiente y puede,

por lo tanto, sentirse más libre.

Conclusión

En este breve ensayo propuse una reflexión sobre la lectura y los cambios que ha ido

sufriendo con las transformaciones en los estilos de vida y con el desarrollo tecnológico.

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Como puede verse, esos cambios han traído ventajas y desventajas, pérdidas y ganancias

(por ejemplo, la escritura ha favorecido cierto individualismo (ya que la lectura se hace en

soledad); eso cuenta como desventaja desde el punto de vista de la socialización; pero, a

cambio, la digitalización hace que las posibilidades de leer sean más equitativas al abaratar

el acceso a los libros y ponerlos al alcance de quienes viven en lugares marginados o

alejados).

Puedo concluir que, leer mucho no nos hace mejores personas (ha habido, en la historia,

personas muy leídas pero muy malvadas). Sin embargo, la lectura nos ayuda a desarrollar

habilidades para tener una visión menos sumisa y menos precipitada sobre los problemas, y

a dar opiniones mejor expresadas y más inspiradoras. Como dice un eslogan ya

popularizado: “Si lees, se nota”, y no se nota en lo que dices, sino en lo que haces.

Referencias bibliográficas

Goffman, Irving (1963/ 2003). Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires:


Amorrortu.

Lipovetzsky, Gilles (2005). La era del vacío. Reflexiones sobre el individualismo


contemporáneo. Madrid: Editorial Anagrama.

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