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La función de la metáfora en perspectiva comparada

Las obras de Aristóteles y Lakoff y Johnson1

Por Gisele Bilañski2

Este trabajo se propone hacer una comparación teórica del modo en que conciben la
función de la metáfora dos autores (o grupos de autores) pertenecientes a
perspectivas diferentes. Por un lado, un autor clásico dentro de la perspectiva retórica:
Aristóteles; por el otro, la obra de dos autores modernos, dentro de la perspectiva
cognitivista, más precisamente representantes de lo que, al interior de la misma, se
conoce como perspectiva experiencialista: Lakoff y Johnson.

Aristóteles trabaja sobre el tema de la metáfora fundamentalmente en dos de sus


obras: El arte poética y Retórica. En cada uno de estos textos, sin embargo, enfoca la
atención en aspectos diferentes de la metáfora, en relación al propósito específico de
cada obra, esto es, en función del diferente enunciatario que se plantean. La retórica
está destinada a un potencial orador, esto es, se plantea como manual de oratoria. La
poética, en cambio, –y como su nombre bien indica– está destinada a un poeta, en
tanto trata de consideraciones estéticas, consignadas a las artes. A ambos
enunciatarios, la obra de Aristóteles sugiere el uso de la metáfora, aunque esta tendrá
funciones diferentes para cada caso.

Para este autor, la retórica no se restringe a una disciplina sino que atraviesa a todas,
y consiste en “la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para
convencer” (Aristóteles, 1990: 173). Es evidente que la metáfora, entendida como una
entre diversas estrategias de la retórica, tendrá aquí una clara función persuasiva. En
la poética, en cambio, Aristóteles concede a la metáfora la función de embellecimiento
del texto, es decir, de volver al texto más elevado y menos vulgar, pero sin que este
pierda claridad. En líneas generales, la metáfora es una de las mayores fuentes de
“claridad, placer y extrañamiento”, sintetiza Aristóteles (1990: 490), para quien, sin
embargo, esta tiene funciones diversas según el caso particular.

1
Trabajo final para la materia Medios Masivos, Géneros y Discursos (Cátedra: Steimberg y Soto) de la
Maestría en Sociología de la Cultura y el Análisis Cultural del Instituto de Altos Estudios Sociales
(IDAES/UNSAM). Diciembre de 2013. Nota final: 10 (diez).
2
Licenciada en Ciencia Política (UNLaM), cursando la Maestría en Sociología de la Cultura y el Análisis
Cultural en IDAES/UNSAM, Investigadora en UNSAM y docente en UNLaM.

1
La metáfora, entonces, no posee una única y definida función, sino que tiene o
adquiere diversas según su uso, que depende, a su vez, del contexto en que opera. Es
decir, si la función de la retórica es convencer, la función de la metáfora como
elemento de la retórica será persuasiva, en tanto está subordinada al objetivo más
amplio, que es el convencimiento del público. La poética, en cambio, busca producir
placer, gusto o admiración mediante la imitación de lo real, podríamos decir entonces
que desempeña una función estética, mediante la poiesis por mimesis. En este caso,
la metáfora cumple una función más cercana a lo ornamental, porque se subordina al
objetivo general de la poética que es gustar al público, ofrecerle belleza mediante este
arte o técnica. El elemento de poiesis tiene que ver con la imposibilidad de que la
metáfora nos sea provista por otro, esto es, se vinculan con el genio personal,
admitiendo entonces un claro aspecto creativo (Aristóteles, 1990: np. 41, libro III).

En síntesis, para Aristóteles la metáfora puede desempeñar distintas funciones que,


creemos, se relacionan con el objetivo general de la facultad o técnica que recurre a
ella. Se explica entonces que cumpla una función persuasiva cuando es utilizada como
elemento de la retórica (que busca convencer) y una función más ornamental cuando
forma parte de la poética (creadora de belleza). El autor considera que la metáfora es
más importante para la retórica que para la poética, porque esta última cuenta con
mayores recursos que aquella para alcanzar sus fines (Aristóteles, 1990: 490), como la
prolongación, el dialecto, entre otros:

“La perfección del estilo es que sea claro y no bajo. El que se compone de
palabras comunes es sin duda clarísimo, pero bajo. (…) Será noble y
superior al vulgar el que usa de palabras extrañas. Por extrañas entiendo
el dialecto, la metáfora, la prolongación y cualquiera que no sea ordinaria.
Pero si uno pone juntas todas estas cosas, saldrá un enigma o un
barbarismo. (…) Por lo cual se han de usar con discreción en el discurso”
(Aristóteles, 1964: 67).

Cabe aclarar que al hablar de “dos funciones” de la metáfora estamos siendo algo
simplistas –o reduccionistas, si se quiere– en tanto estas no están clara y
definitivamente diferenciadas sino que se sirven mucho una la otra, esto es, en buena
medida la metáfora puede ser persuasiva por ser bella –su belleza enaltece al
lenguaje–, y podríamos pensar que es bella porque nos convence que lo es, organiza
los recursos de que dispone de manera correcta. Sus funciones pueden superponerse
en los diversos casos y descansar una en la otra.

2
Ahora bien, para retomar la comparación propuesta por este trabajo, nos parece
pertinente explicitar, aunque pueda resultar una obviedad, que a partir de Aristóteles la
metáfora en particular y la retórica en general han sido ampliamente investigadas y
desarrolladas. En todo ese proceso de marchas y contramarchas a lo largo del tiempo,
la retórica parece haber ido ampliando su campo de aplicación: Si con Aristóteles se
limitaba al discurso persuasivo, con Jakobson y el Grupo μ pasa a ocuparse del
lenguaje en general y no solo de su aspecto argumentativo y, finalmente, con Lakoff y
Johnson la metáfora (en tanto elemento de la retórica) no se limita a ser una operación
sobre el lenguaje sino que pasa a definir modos de cognición y acción (Soto, 2004: 2).

La propuesta de Lakoff y Johnson es una crítica al modo de concebir la metáfora por


parte de la retórica clásica cuyo principal referente es Aristóteles. Para él, “metáfora es
traslación de nombre ajeno, ya del género a la especie, ya de la especie al género, o
de una a otra especie, o bien por analogía” (Aristóteles, 1964: 65), en otras palabras,
una metáfora implica la sustitución de una palabra de uso cotidiano por otra, con la
que tiene alguna semejanza. Por esta razón es que este modo de concebir la metáfora
es denominado también como sustitutivo. Una última particularidad a destacar es que
estas concepciones entienden que las palabras pueden tener dos significados, uno
literal y otro figurado, motivo que habilitaría la sustitución de uno por otro (Di Stefano,
2006: 11). Lakoff y Johnson contraponen una perspectiva cognitivista de la metáfora a
esta concepción sustitutiva de la misma que afirma la perspectiva retórica, al menos
en su etapa clásica.

Como ya anticipamos, estos dos autores entienden a la metáfora como algo que
excede los límites del lenguaje o, dicho de otro modo, incorporan al estudio lingüístico
de la metáfora herramientas de otras disciplinas, principalmente la psicología. La
propuesta es que la metáfora no sólo cumple una función persuasiva –mediante
operaciones que aporten tanto a la apariencia de naturalidad y verosimilitud como al
asombro– u ornamental –vía enaltecimiento del discurso– sino que va mucho más allá,
forman parte del modo en que conocemos, comprendemos y conceptualizamos el
mundo y, en consecuencia, actuamos en él. En sus palabras, “el sistema conceptual
humano está estructurado y se define de una manera metafórica” (Lakoff y Johnson,
1986: 42). Reformulando la definición Aristotélica, para estos autores, “la esencia de la
metáfora es entender y experimentar un tipo de cosa en términos de otras3” (Ibíd.:
41) y no sólo decir una cosa en lugar de otra.

3
Negritas nuestras, en itálica en el original.

3
Lo que se modifica no es una palabra por otra, o uno de los significados de una
palabra por otro (bajo el presupuesto de que existen significados literales y figurativos),
sino toda una cosmovisión, porque la discursividad modela la acción, es decir, afecta
todo nuestro modo de ver y actuar en el mundo. Esta idea, nos parece, puede
entenderse mejor mediante el concepto de marco, que Lakoff introduce en un texto
más reciente, en que los define así:

“Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver
el mundo. Como consecuencia de ello, conforman las metas que nos
proponemos, los planes que hacemos, nuestra manera de actuar y aquello
que cuenta como el resultado bueno o malo de nuestras acciones. En
política nuestros marcos conforman nuestras políticas sociales y las
instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar
nuestros marcos es cambiar todo esto. El cambio de marco es cambio
social4” (2007: 4)

Estos marcos que estructuran nuestras mentes los conocemos mediante el lenguaje y,
a la vez, todas las palabras se definen en relación con esos marcos y nos remiten a
ellos (íd.). Muchas cosas las entendemos metafóricamente, esto es, comprendemos lo
más abstracto por analogía con lo más concreto y ordenamos nuestro conocimiento
experiencial a partir de esas categorías construidas por la metáfora como elemento
estructurante. Dado que no todas las experiencias resultan tan familiares como otras,
la metáfora, al favorecer la comprensión de lo abstracto a partir de lo concreto, permite
transmitir el conocimiento de un área que nos es familiar a otras que no lo son tanto.

Esto se vuelve más claro con la metáfora que citan, a modo de ejemplo, los autores:
“la discusión es una guerra”. En este caso, siguiendo la lógica de Lakoff y Johnson, no
es suficiente sostener que guerra está reemplazando a otra palabra, como pudiera ser
enfrentamiento, o que esta sustitución persuadiría a un destinatario de evitar entrar en
una discusión o, a la inversa, de llevarla hasta las últimas consecuencias, meramente
por una estrategia retórica del discurso. Para los autores concepto –o marco–,
lenguaje y acción se estructuran metafóricamente, son momentos indisociables, que
se relacionan y determinan uno al otro de forma casi imperceptible. “Cambiar de marco
es cambiar el modo que tiene la gente de ver el mundo. (…) Puesto que el lenguaje
activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. Pensar de modo

4
Itálicas nuestras

4
diferente requiere hablar de modo diferente” (Lakoff, 2007: 4). En este caso, el
concepto de discusión se organiza metafóricamente y, por tanto, las actividades –esto
es, para el caso, las discusiones– lo harán del mismo modo: Si la discusión es
entendida en términos de guerra, las discusiones serán pensadas, entendidas y
protagonizadas como una guerra. Es así como el lenguaje se organiza
metafóricamente estructurando las acciones humanas de la misma manera. Es por
esto que de una metáfora que podría considerarse central o base, como puede ser la
citada recientemente, surgen muchas más que parecen ordenarse en torno a ella, que
siguen la lógica que aquella propone. Los autores citan varias posibilidades:

“Tus afirmaciones son indefendibles


Atacó todos los puntos débiles de mi argumento
Sus críticas dieron justo en el blanco
Destruí su argumento
Nunca le he vencido en una discusión
¿No estás de acuerdo? Vale, ¡dispara!
Si usas esa estrategia, te aniquilará” (Lakoff y Johnson, 1986: 40)

En relación con esto, hay otro aspecto en que ambas propuestas teóricas se
relacionan –sea por semejanza o por diferencia– y que podríamos definir como límites
de la metáfora. Si para Aristóteles la metáfora es, como decíamos al comienzo de este
trabajo, producto del genio individual y no una habilidad que puede adquirirse o
aprenderse, entonces, para ella no habrá leyes ni límites claros a la hora de la
formulación, con la excepción de ciertas restricciones que obedezcan al estilo del
discurso. El hombre creador de metáforas actúa individual y libremente. En Lakoff y
Johnson, creemos advertir la presencia de límites colectivos o sociales implícitos. Esto
es, las opciones que un sujeto puede sopesar a la hora de elaborar una metáfora
estarían, si entendimos bien la propuesta de estos autores, estructurados socialmente.
Por ejemplo, retomando la metáfora del ejemplo “la discusión es una guerra”, es difícil
pensar que un sujeto formule una metáfora que no utilice términos de enfrentamiento,
dado que socialmente pensamos de ese modo porque pensamos con el lenguaje de
que disponemos y, por lo tanto, concebimos las discusiones en los términos en que
nuestro lenguaje lo hace. El lenguaje actúa como estructura estructurante de nuestro
modo de pensar y actuar, nuestro modo de conocer está lingüísticamente mediado y
esta mediación se organiza metafóricamente. Las opciones que concebimos al pensar
ya están mediadas y limitadas socialmente.

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Cada uno de estos enfoques tiene, también, un criterio selectivo diferente al respecto
de qué metáforas “vale la pena” estudiar, tomar como objeto de estudio. Si para los
cognitivistas Lakoff y Johnson las metáforas estructuran continuamente nuestra
cosmovisión, toda metáfora, por más ordinario que sea su uso y su formulación,
merece ser estudiada, porque es una puerta de acceso al modo en que los hombres
conocemos y comprendemos nuestro mundo. Para la retórica aristotélica, en cambio,
las metáforas son importantes en la medida en que contribuyen a su finalidad, esta es,
enaltecer el texto –hacerlo elevado y claro– o aportar a su construcción volviéndola lo
más persuasiva posible. En este sentido, no todas las metáforas importan, porque se
trata de que el discurso que utilice la metáfora se distancie de lo ordinario y cotidiano
para “elevarse”. Por esta razón, la retórica aristotélica centrará su atención en el
análisis de aquellas metáforas que sean, por alguna razón, únicas u originales.

Es posible pensar que esta distinción se justifique por una extensión del habla
metafórica en las sociedades modernas, dónde se utilizan cotidiana y casi
inconscientemente, a diferencia de la antigüedad, donde parecen haber sido poco
frecuentes y, por lo mismo, inusuales y llamativas. De allí una posible hipótesis al
respecto de la aplicación selectiva y por momentos casi ornamental de la retórica
antigua frente a la aplicación extendida y cotidiana de la perspectiva cognitivista de
Lakoff y Johnson. Para estos últimos, la función principal de la metáfora también se
vincula con el esclarecimiento pero no con el “enaltecimiento”, es decir, esta debe
tender a facilitar la comprensión de aquello sobre lo que versa pero no tiene necesidad
de “elevarse” por sobre el lenguaje de uso ordinario.

Para finalizar, nos interesa llamar la atención sobre una última pero muy importante
particularidad que ambos enfoques teóricos parecieran tener en común. En el último
texto de Lakoff (2007) el autor, con un claro y explícito interés por defender al partido
demócrata estadounidense, desarrolla el caso de algunas metáforas que parecieran
demostrar que el mundo de la política estadounidense no solo se divide en dos en
relación con los partidos (republicanos y demócratas) sino que también, y aquí reside
la novedad, cada uno de estos partidos posee un marco que responde a una metáfora
diferente. Esas metáforascomo “la nación es una persona”, entre otras, han pasado a
ser los marcos de los estadounidenses, que tienden a pensar el mundo en esos
términos, a desprender –a la manera del ejemplo citado más arriba– todo un subgrupo
de metáforas de aquella central, a partir del cual son concebidas, mayormente, las
relaciones internacionales, pero también las locales. Las metáforas que el partido
republicano ha logrado imponer, asegura Lakoff, explican la fuerte aceptación de este

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partido en la opinión pública y en el voto norteamericano, que piensa rigiéndose por el
marco de valores inculcado por el marco metafórico republicano. Lo que queremos
decir con todo esto es que, para Lakoff, claramente las metáforas pueden –o son–
tomadas como verdades que, de ese modo, comienzan a funcionar como ideologías,
esto es, son persuasivas, orientan la acción de los sujetos partiendo del modo como
conocen y estructuran el mundo, metafóricamente.

Para Aristóteles, la metáfora añade algo más, un plus, a lo que se dice literalmente, es
decir, supone algo nuevo y diferente de lo que las palabras por sí mismas significan.
Esto nuevo y diferente es una construcción de verdad dentro del campo semántico,
que por ser metafórica no pierde validez. Entonces, para Aristóteles, no se trata de
figuras meramente poéticas u ornamentales sino, y aquí hay una semejanza entre
nuestros autores, de una producción de algo nuevo plausible de funcionar para los
actores sociales como una verdad.

Bibliografía

Aristóteles: El arte poética. Ed. Espasa-Calpe: Madrid, 1964.


Aristóteles: Retórica. Ed. Gredos: Madrid, 1990.
Di Stefano, Mariana (coord.): Metáforas en uso. Biblos: Buenos Aires, 2006.
Lakoff, George: No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político. Ed.
Complutense: Madrid, 2007.
Lakoff, George y Johnson, Mark: Metáforas de la vida cotidiana. Cátedra: Madrid,
1986.
Soto, Marita: Operaciones retóricas. UBA: Buenos Aires, 2004. Trabajo de circulación
interna para la cátedra “Semiótica de los Géneros Contemporáneos”.

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