Professional Documents
Culture Documents
Registro: 03-2018-0313128480000-01
PLACERES
AUTOR
Cuando un hombre odia tantas cosas, el odio alcanza un nivel distinto. Los hombres que odian poco,
si pueden hablar de lo que más odian o de lo que odian mucho. Los que odiamos casi todo, tenemos
una clasificación distinta. No a partir de la barata polarización del “odio-amo”. Es más bien, una serie
de categorías de superlativos y algunos dobles negativos, entre los que se encuentran el “no podría
no odiar más”, odiar hasta el hartazgo”, o incluso, ante el cansancio de odiar algo, simplemente
aniquilarlo, matarlo, desvanecerlo, hacerlo desaparecer a partir de un desprecio descomunal. Yo
soy uno de esos hombres. Yo odio, y a veces, odio más.
Odio a la inmensa mayoría de los seres humanos. Hay sin embargo una pequeña parte de esos seres
que me producen asco y el resto de ellos solo me significan poco menos que ausencia o desecho.
No me gustaría que se confundiera lo que digo. Hablo, sí de seres humanos, pero sobre todo de la
humanidad, hablo de odiar lo que la gente hace y construye mientras intentan dar a sus mundos
algo de significado. Las maneras, los usos y costumbres, sus frases prediseñadas tan huecas como
endebles. La hipocresía tan en boga de ser positivo y humanamente condecorable. Odio y asco, en
proporciones imprecisas. Odio a la gente que se las da de feliz, mayor estupidez no concibo. Esos
que a fuerza de maquillaje se dan el lujo de querer preñar de felicidad todo cuanto se topan,
alevosamente, invasivamente.
Solamente conocí una persona verdaderamente feliz en este mundo. Feliz hasta en sus dolores, su
belleza era tal que no podía sino resultar ofensiva para el resto del mundo. Cualquier cantidad de
dulzura se desprendía de su andar, hablar, sonreír. Reía poco en realidad pero cuando lo hacía, los
pájaros se callaban. Me casé con ella. Mi psicoanalista dijo alguna vez que era el paso lógico
siguiente. ¿Lógico? Él, explicaba que siendo yo un sujeto de características tales, tenía que haberme
casado con ella en búsqueda de destruir aquello que se presentaba como antítesis de mi
generalizado odio para con la humanidad, es decir, destruirle a ella. No puedo ser lo suficientemente
enfático en la cantidad de asco que me produce la humanidad entera. Luego de casarme con ella,
A eso de las 8:42 de la mañana, justo después de haber concluido mi primer catedra en aquella
universidad cuyo nombre se economizaba en tres letras, recibí su llamada. Nada tendría que ver
con mi cumpleaños que, dicho sea de paso, siempre oculto. Mitad por terror al envejecimiento,
mitad por asco a los abrazos y felicitaciones de aquellos que, no se enteran sino por rumor, para así
desplegar sus felicitaciones y bromas y chistes y baba y sonrisas y más baba. Pese al dique de esa
llamada, una semana después (mi cumpleaños), ella pudo escribirme. No sé si como regalo o como
analgésico.
-Velo el inicio del día que te celebra. Alargo los brazos y busco los tuyos en medio de
un cielo muy oscurecido. Rezo por que pueda encontrarlos. Si tengo suerte y te dejas
encontrar para recibirme este abrazo, sin soltarte le diré a tu oído en voz muy suave
y sin algarabía "feliz cumpleaños amor que amo, feliz cumpleaños jaguar que
cortejo, feliz cumpleaños mi vida. Te he traído algunos obsequios: escalé la noche y
le robé el conejo a la Luna, hurté los vientos más poderosos de la tierra para que de
un soplido apagues las estrellas del universo cuando tú lo desees; labré un jarrito de
cobre martillado para que bebas los brebajes consuetudinarios y los de ocasiones
especiales que el ansia te exija; descubrí mis pechos para regalarte una imagen que
no sé si aún quieras pero yo te la doy; te inclino mi cabeza para mostrarle mi cuello
a tus colmillos; exorcizo la cobardía artificial que siendo mía te llego a parecer tuya,
te develo pues el valor que mi susto te ocultó; te doy mis ansias que te buscan, te
entrego mi infatigable calor que surge en donde tú estás; te expando estas piernas
para que te guardes en ellas y te ofrendo esta piel para que afiles en ellas tus garras;
te entrego el llanto rocoso que me nace de tu ausencia; fundo todo el cobre del
mundo y te armo con el tridente más poderoso de todos los mares, de todos los
universos".
Bello niño Lacaniano, es tu voz una combinación de danza y sonidos celestes cuando
Repito, una semana antes a las 8:42 la llamada fue la sentencia del cordero. Su voz estaba llena de
mortaja y con la hoz que divide la vida de la muerte. Su llamada anunciaba la muerte. Nada con mi
cumpleaños, el último que cumplí.
Amé y amo a Julia. Le amo como los barcos aman sus banderas, como se aman las cosas que dividen
la historia, ineludiblemente en un antes y cualquier después de ellas. Le amo como un loco, como
un verdadero loco que soy, pero además le amo y le amé enloquecidamente.
Recibí la llamada en un teléfono barato, uno de esos que compras en cualquier tienda de amarillo y
rojo de las que pululan cada tres puertas en cada calle de México. Lo había comprado solo para
activar uno de esos programas en puedes hablar tanto como quieras, siempre y cuando tus llamadas
no excedan los 5 minutos.
Recibí la noticia, recibí la muerte, como un titán, pero como un titán de cascaron de huevo. Era una
de esas noticias con cara de confirmación, nada nuevo. Una noticia de esas ya sabidas y anunciadas,
muy cantadas pues. Del tipo de noticias de las cuales, pese a la espera y el presagio, uno cree poder
librarse. De esas que aun recibidas, algo muy “humano” nos empuja a pensar que, aún después de
escucharlas, uno puede librarse de ellas y sus efectos. Los decires de amor y de muerte son como la
tinta que cae en el agua, nada ha de solucionarse, nada puede retractarse. Creo que la psicología
mundana le dice negación. Yo le llamo estupidez. Esta infantil ilusión de librarse, es un duende que
se agazapa detrás de los oídos diciendo que nada es cierto. Imaginé, como niño, que cerrando los
ojos fuertemente y deseándolo aún más fuerte que nada estuviera ocurriendo, al abrir mis cuencas
de nuevo, nada de eso estaría pasando. Tras unos 84 parpadeos por minuto, durante cinco minutos,
nada había cambiado. Estaba ahí parado, plantado sobre mi sombra, con la frente llorando del calor
de Mérida. La universidad entera moviéndose a mí alrededor. Como si todos ellos supieran que mi
cuerpo ya se pudría. Se paseaban como carroñeros pacientes y circundantes, me rodeaban como si
fuera una rotonda, me evitaban como que se aleja la hediondez. Juraría que puse mi mejor postura
y cara. Hasta sonreía a esos buitres e hienas que pasaban a mis costados. Pero ya saben que las
A 2382 kilómetros de ella, a unos 451 del mar caribe, yo, medio borrado y ya con la muerte
omnipresente, alcancé a decir:
-No pondré un pie sobre ese avión a menos que lo haga como un hombre libre.
Había amado hasta límites cuestionables por cualquier hombre y mujer. Hasta el clero hubiera
cuestionado todo lo que soporte en el nombre del amor. Soporté la humillación y la penitencia. Me
declare casi culpable, “no inocente”, de cada uno de los cargos que se me imputaron. Mi esposa
había despotricado tanto como pudo y un poco más. Yo, Pedí perdón por los pecados no cometidos,
por los inminentes, por los probables y por si acaso, por los que aún no había cometido y pudieran
venir. Y sí, me cansé.
Rakel era la personificación de la dulzura, o al menos lo fue por unos 53 meses. Bellísimos meses.
La más amable. Todos la amaban, hasta los que la odiaban terminaban amándole. El viento la
adoraba, los animales, las plantas, los insectos se llegaron a posar en sus hermosos y largos cabellos
en más de una ocasión. Los perros y los gatos huraños no dejaban pasar oportunidad para expresarle
una especie de pleitesía cándida y amorosa. Los días soleados le iban bien a su piel color avena,
hasta el terrible invierno con su implacable frío, le maquillaba los pómulos y resaltaba sus
lubricadisimos ojos. Todo cuanto lograba percibirle, le amaba irremediablemente. Y yo, bueno… le
amé tanto como para recategorizar mi odio y dejar a la humanidad en el plano de lo que
simplemente no me importaba.
Luego de separarnos, llamadas, reclamos, sueños rotos, endosos, condenas, vituperios e intentos
de mejorar que terminaban en desencuentros, el momento había llegado. Ese 28 de mayo debía
escribirle y con ello liberarle, liberarnos. Terminar con todo aquello y ponerle punto final al exceso
de puntos suspensivos. Tenía que hacerlo antes de volar a Santiago. El propósito de mi última carta
para ella, era simple. Decirle que aun post-penitencia, siendo solo este hombre, no podía retenerle
más. Pensé que no sería suficiente solo con permitir su partida, sino que propiciarle, sería lo
adecuado. Para ello tuve que, como parte de mi “flagelación purificadora”, aceptar que no había
podido darle todo lo que ella merecía, es decir, todo. Debía puntualizarle que entendía que ella
debía seguir un camino, a saber, uno distinto del mío.
Escribí por horas, me despedí de mi esposa con el amor de padre que le profesaba. Monte ese avión
con la bravía y dignidad inquebrantable del guerrero que no cierra los ojos ante el hacha de su
verdugo.
La mayoría de los lectores de Lacan; mantenemos la consigna de encontrar en cada re-lectura algo
completamente nuevo en sus textos; quizás así sea. Pero cuando se trata de exponerlo o
compartirlo, pareciera que el asunto se vuelve una cosa “ecolálica”. Todos dicen lo mismo pero
peor. Es como si se tragaran los textos para regurgitarlo, pero todos parecen estar muy contentos
compartiendo la papilla y un lugar en común.
Saliendo de una “fructífera” ponencia en la Universidad Autónoma, mis pasos tomaron la dirección
contraria del hostal en previamente me había registrado y en el que pernoctaría sólo esa noche
para asistir, a la mañana del sábado, a la siguiente sesión de iluminación teórica, mas papilla. Salí
buscando llegar al hostal pero caminé en dirección contraria, yo siempre tan congruente. Caminé
por las calles menos turísticas de la ciudad de Santiago de Querétaro, que otrora fue mi residencia.
Viví ahí con el único propósito de cursar la maestría que, al menos por ese fin de semana de mayo,
me mantendría aun matriculado. Me pasee por los recuerdos, por las esquinas, incluyendo la
cabañita alojada en el garaje de una casa de clase media que renté por dos años y que me hizo las
veces de vivienda. Ese día me baje del avión, y me sentía más ligero que nunca. Y como no iba a ser
así, si me monté en él, más libre que las aves. Liberé a Rakel, y me liberé yo.
Iba pisando cráneos porosos, corroídos y débiles de mi pasado en esa ciudad. Con la nostalgia de
quien pisa un campo de batalla años después de firmada la paz. Con una sonrisa a medio parir,
como quien voltea a ver un capítulo muy obscuro y se dice a sí mismo lo que los abuelos nos dicen,
“eventualmente todo pasa, o termina”. Nada malo podía tomarme por asalto, ninguna saeta, ningún
espectro permanecía erguido frente a mí. Estaba enfundado en una armadura reluciente de plata y
ónix. Ningún espanto me causaban las sombras de los árboles de esa capital Queretana. Sabiendo
que, al final, La Nada se lo lleva todo, que nada queda en pie del mundo en la post-guerra, nada
quedará del artificio de la humanidad para este hombre nuevo, libre, que digo libre, liberado y de
mis características. Nada de finales felices, solo placer, simple y mundanal placer. Una “nada- no-
trágica”, me gustaba llamarle así. Un saber que a falta de un Dios contenedor, de una creencia
Después de caminar unas dos horas y media, humillando demonios y recogiendo los orines que
había dejado en algunas de esas esquinas que, antes, había marcado como territorio, retome la Av.
Hidalgo con una ruta en línea recta hacia el Centro Histórico. Al cruce de una calle empedrada,
falsamente vetusta, la avenida Hidalgo pierde su nombre y se re-bautiza con otro menos histórico y
rimbombante. Al cabo de tres cuadras más, vuelve a cambiar de nombre.
A esas alturas la avenida deviene en calle y ahora se llama Calle Placeres. Perpendicularmente,
donde Placeres hace esquina cruza la Calle Constitución. AhÍ se encuentra el Hostal San Gallito. Mi
morada por esa noche.
La noche estructura la temporalidad, hace cortes, pausas, ponen puntos finales, fecha. La noche es
a las historias de cada hombre y mujer, lo que el cristo es a los calendarios. Los llantos amargos
acaban sobre almohadas que, a la mañana siguiente, guardan escasas memorias de lo acaecido un
día anterior. De la noche a la mañana, las heridas dejan de sangrar aunque permanezcan abiertas.
Las noches que te cierran los ojos, garantizan la cronodosificación del pensamiento y facilitan la
historización. Un buen sueño ayuda a la digestión de casi cualquier evento, es casi un ejercicio de
síntesis y reseteo.
Esa noche de mayo permanecí completamente despierto. Por la mañana Bebí café. Santiago
humeaba a las siete de la mañana, el clima era frío sin ser grosero. Nunca me ha gustado el café
hirviendo, pero sostenía el vaso de unicel, intentando que su calor se trasladara a mi cuerpo. Añadí
a mi desayuno la conferencia de ese sábado 30 de mayo. Hablaron de Los Cuatro Discurso de Lacan.
A media mañana y con ya más de 24 horas sin dormir, sentía toda la arena del caribe en mis ojos
resecos, rojos, desvelados pero soberbios.
Ella, una gitanita de piel cobriza, no acudió a esa conferencia. ¿Mencioné que a ella le gustaba llegar
tarde a la clase? Sostenía frecuentemente un termo con café, parecía más un accesorio de su
sofisticada, aunque sutil, vestimenta. Con frecuencia daba la apariencia de ir desenfadada por la
vida. El dinero y la opulencia huelen, ¿no es cierto? Sus pasos ficcionaban algo parecido a la ligereza
de las plumillas. Como si nada le preocupara. En efecto “La Nada” le preocupaba. Platicamos toda
la noche anterior, supuse que optó por el dormir y prefirió evitar la papilla regurgitada de esa clase
de seguidores del psicoanálisis.
Salí de la universidad a eso de las 13:00 horas, me pareció verle a unos 15 metros de distancia, con
todo su metro cuarenta y cinco de estatura, montado en sus 10 centímetros de tacones y
complejos. No recuerdo haberme despedido de ella. Si recuerdo que el sol galaneaba sobre la aridez
del piso rojo de Querétaro. Tome un autobús, que al cabo de unas tres horas me habría de dejar en
el aeropuerto del D.F.
De manera casi azarosa, en la fila contigua de asientos del camión, se encontraba la ponente de la
conferencia de ese día, habremos intercambiado un par de palabras y nuestros correos. Además de
informarnos sobre nuestros destinos. Yo, a mi Mérida. Ella se dirigía a su casa en alguna colonia
acomodada del Distrito Federal.
Esas palabras, esa carta, esa voz; parecían haber salido de todas las poetas del mundo; bañadas de
un erotismo interlineado casi jeroglífico. Exquisito, jugos se escurrían de cada letra.
Había pasado ya una semana desde que falleció mayo. Recibí desde Morelia y de madrugada un
correo que precipitó mi pensamiento. Invadió absolutamente todas las articulaciones de mi voz. A
esos días, yo daba clase en un instituto religioso para chicas. Fue tanta la invasión de sus letras que,
a la menor provocación les leí a las alumnas la correspondencia que de Ella había recibido.
Las líneas seducían a las alumnas que escuchaban más palabras de las que podían entender. Yo
estaba tomado por sus palabras, sitiado cual aldea de cafetaleros, indefensa, indefendible. Ella,
desde su Morelia, se mordía todos los labios de su diminuto pero descomunalmente carnal cuerpo,
mientras imaginaba y prometía encontrarse con los labios míos y deseando que mi boca platicara
con cada uno de sus rincones y comisuras.
A mí el olvido y el amor, la fiebre y la lágrima, se me servían en el mismo plato. Rakel había escrito
algo después de mi correo de “Liberación”, había reculado. Se desdijo de las ofensas y de las
acusaciones, se pronunció como amante y esposa. Lo hizo también por correo. En la misma bandeja
de entrada, correos de Rakel y de la Gitana. El estratega de mí, veía destrozados a mis peones, torres
y caballos con apenas unas líneas crípticas de esta India tarasca de piel cobriza, cuya estatura no
superaba el metro y medio.
Rakel y Ella en la misma mesa. La ceguera de perder a una y la vorágine analgésica de sumergirme
entero entre las piernas de la “desconocida gitana” de aquella noche de viernes en Placeres.
Esto contesté a su pronto correo de ese mismo sábado, mientras esperaba el avión de regreso a
casa. Ella habría de escribir más el siguiente el lunes inmediato, un correo que casi me pasa
desapercibido. En medio de mis clases y en silencio, en el Colegio de la orden de Santa Teresa de
Jesús, leí en silencio y para mí, un par de líneas, que casi me parecen insignificantes. Error. Grave
error.
To: …@hotmail.com
From Ella…@hotmail.com
Subject: Jaque sin mate
Date: Wed, 8 Jun 2010 23:55:47 -0500
- ¿Cómo puedo vivir en el mismo mundo en el que existe gente con esa cantidad de talento?
Sufro un poco cuando gozo de esa forma. La misma sensación tengo, de vez en cuando, frente a
algunas elucidaciones y pensamientos fantásticas de gente común. Otras de sus frases y oraciones
me parecen de una claridad maravillosa, de una luminosidad agobiante, no pueden menos que
causar mi admiración. Pero como eficiente “odiante”, inmediatamente la transformo en una especie
de envidia maquillándole para que sea más digerible socialmente. Es cansado para un hombre con
tan poca certidumbre, vivir en un mundo con gente que parece tan lúcida. Así que muchas veces,
ante su claridad, solo pretendo que sí sé de lo que estaban hablando.
Durante las horas siguientes de leer su correucho, se me activó el mecanismo de degradación ante
esas líneas que me resultaron incognoscibles. Pienso.
No me quedaba más que aceptar mi perplejidad y preguntar. Después de todo, había pasado una
noche entera desvelándome con ella allá en Placeres y sin poder acercarme para arrebatarle un
beso. Aunque hubo beso, fue ella quien lo ha iniciado, yo carecí de valor. Ante esa cobardía nocturna
de viernes y después de compartir cursos de maestría por dos años, jamás pude identificar algo
diferente a una incomodidad que me provocaba, un poco mayor que el resto de los humanitos que
ahí llegaban. Así que nada perdía aceptando mi perplejidad, ¿Cuán sagaz podría ella creer que yo
era? Algunas mujeres creen que los hombres saben algo, ilusas. Peor, algunos hombres llegan a
creer, que si lo saben. Idiotas. No hay relación sexual, más aun no hay puente posible entre hombre
y mujer, no en saber, quizás en placer. No me quedaba más que preguntar.
Pregunté, como un hombre que les pregunta a los dioses por sus designios, como si hubiera estado
preparado para entender las respuestas en una lengua cuyas palabras son impronunciables por la
anatomía humana. Y justo así me fue contestado, incognoscible. Ella Escribe.
To: …@hotmail.com
Ella.
-¡A no, bueno! Claro, ahora no solo soy un presunto idiota y preguntón, sino estúpido confirmado.
Libre, como quien se ha librado de una condena que no sabía cómo pagar. Creí haber ido a Santiago
de Querétaro solo a cumplir con los créditos para concluir la maestría. En cambio me había
encontrado con un hombre libre que subió a un avión. Recorrí la ciudad y mis viejos dominios.
Regresé al hostal. No habría sido necesario sacar las llaves de la puerta principal que se cerraba a
las 11:30. Pero el llavero era sostenido por un pequeño pollo de plástico amarillo y cresta roja,
pintoresco, una burla al glamour. Yo, que para esos momentos me burlaba del dolor, requería un
pequeño acento ácido en mi re-estrenada libertad. El hostal era una casona vieja, con un gran patio
central. Estaba lleno de personajes del tipo de los que no buscan nada, pero no dejan de viajar
buscando. Hippies, músicos, médicos sin fronteras, estudiantes de psicología. La decoración
fluctuaba desde lo indígena y rural del patio, hasta lo minimalista de la sala de televisión, en donde
había un par de computadoras con acceso a la red. Era uno de los pocos lugares que me hacía sentir
que no estaba fuera de sitio. Quizás porque todo ahí parecía fuera de lugar, de paso y donde todo
puede pasar. Aunque de ser honesto, la mayoría de los ahí presentes podría haber pensado lo
contrario, algo de mí locura siempre parece bien disfrazada de sobriedad y etiqueta. Aparentaba ser
el más normal de los huéspedes. Pausa. En todos los años que llevo de vida, todos los libros leídos,
los seminarios atendidos, lo que creo saber se reduce a dos simples cosas, y cosas muy simples en
verdad. Número uno, todos habremos de morir. Número dos, nada es lo que parece. Estoy un poco
más seguro de la segunda que de la primera. Yo aparento bastante bien.
En la sala del hostal había una pareja viendo una película, pronto se fueron. Yo permanecí borrando
algunos correos de mi cuenta de Hotmail. El hostal comenzó a silenciarse. Más porque la gente salía
a beberse las tristezas de la soledad en un viernes como cualquier otro, que por que ya descansaran.
Algunos pasos aproximándose por el pasillo. El tempo entre un paso y el otro, indicaba que era una
mujer. Ella. Ingresó a la sala.
A esta mujer yo la había visto durante dos años de maestría. De hecho la vi desde el primer día del
curso propedéutico y de selección de aspirantes. Pocas veces intercambiamos palabras. Su
presencia me resultó incomoda en varias ocasiones; pero, también la de casi todos los demás me
molestaba, así que nada especial vi en eso.
-Claro, pensé, era lo menos que se espera que un hombre “tan libre” provoque. Deseo.
Nada más pasó y lo registré como una de esas travesuras infantiles e intrascendentes que uno
atesora con cierto orgullo y candidez. Varios días después ella escribió al respecto.
From: Ella…@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: Retorno
Date: Mon, 6 Jun 2011 14:14:06 -0500
Querido voyeur,
Recuerdo la noche calma y tu risa desbordada, con todo y estafa publicitaria.
Recuerdo un mínimo de piel en las yemas de los dedos, temerosas de acceder
a la seda pura. Retorno al instante de los pies al calor de tu espalda. Como
quiera, el retorno es el destino, así que no me resisto. Retorno y pienso "linda
noche". Yo agradezco las horas que estuviste, aún en la ausencia de un buen
Esas cosas pasan. A veces no pasa nada. Hace un tiempo platicaba en algún chatroom con alguna
vieja conocida. Cuando le conocí, yo rondaba los 25, ella un poco menos. Casi 15 años después, en
ese chatroom, me confesaba que estuvo muy enamorada de mí, o de lo que ella cree que yo era.
Pude haber muerto y jamás haberme enterado. También están esas otras pequeñas cosas que, si
percibes pero, que insistes en pensar que son del orden de lo insignificante o lo intrascendente.
Como una travesura que parece inofensiva y cuyas consecuencia cambian la historia completa.
Yo reía con el recuerdo de esa noche de viernes en el San Gallito, como uno de esos eventos de los
cuales uno solo puede medio acariciarse la cabeza, como lo hacen los adultos con los niños. Ya saben
lo que dicen de la curiosidad y el gato. Mi madre decía que yo no era feo. Decía también que a veces
hasta parecía inteligente. Pronto me di cuenta que lo decía cada vez que yo permanecía callado.
Todo esto a la par, siempre, de decirme que tenía la lengua muy suelta. Entre lo gato y lengua suelta,
insistí y le pregunté de nuevo sobre sus crípticos correos. Error. Grave error.
De esas cosas que uno cree insignificantes y sin consecuencias. No podía mi limitada psique dejar
de pensar en su “herética forma de decir algo”. Algo, podría haber sido… sólo algo. Error. Grave
error.
From: Ella…@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: Queriendo olvidar oí.
Date: Fri, 10 Jun 2010 00:54:12 -0500
A decir verdad, fue seguramente algo más que un saludo. Intento por decir
un "algo" que no me atrevería a expresar con mayor nitidez (¿o con menor
confusión?) y que por ello me he propuesto adjudicárselo todito a la
"Maldita Pulsión" para salir relativamente bien librada. Mas ya lo ves, la
verdad es totalmente incapaz de habitar el silencio. Fue un "algo" dirigido
en calidad de exigencia de irse a descansar en su origen. Como un fruto que
sin cálculo ha madurado en siete breves días. Un cuerpo desafiante que no
da tregua, al que no le importa que los Dioses estén para siempre
extraviados y que decide, contra todo fracaso acumulado, hacer de su rito
Toda esa mañana, entre monjas y adolescentes, no deje de revisar el correo que esa madrugada
había recibido. Caía. En vertical y libre. Con la sensación de que los pies habían ya soltado el suelo.
Mis dedos no podían más que soltar los puños, calcificados, endurecidos y tomar la letra. Debía
escribirle. Inscritos ya estábamos. Mis empolvadas manos y silvestre lírica alcanzo para escribirle
esto:
From: ….@hotmail.com
To: Ella…@hotmail.com
Subject: ... y nombrarle
Usted sabe algo que yo ignoro. Algo que se ha vertido, desde esa boca suya,
boca de Pandora, directo sobre el plato que como, la almohada en la que
desvanezco y el sueño del que, desgraciada y diariamente, despierto. Usted
sabe algo, que yo ignoro pero pretendo. A veces creo que solo pretendo
ignorar.
Yo espero de ti, de esto, tal vez más de lo que digo. Tal vez quiero esperar
menos, por salud o por cobardía. Porque las coordenadas de este universo
mío, se cruzó de pronto con el paralelo tuyo que desconocía y que hoy
mataría por conocer a profundidad, incluyendo la carnal, sobre todo
carnalmente.
Yo decido, pero espero. Espero que las deidades te empujen por mis lares o
lo hagan conmigo por los adoquines de tu Morelia. O que cuando menos tus
letras no se acaben y este "algo" siga siendo algo, o devenga en más, o en
nada, o en todo, o al menos que todo este algo me ofrezca un nombre para
usted y así poder nombrarle.
No han sido para mí siete días de tormento, por el contrario, espero cada
noche una entrega de letras tuyas, un augurio, mientras este “algo” me
inserta una sonrisa no advertida. No digo más, por prudencia y porque
usted sabe algo que yo ignoro y sería entonces un estéril monólogo.
P.D. No sé si los dioses se han extraviado o por primera vez saben lo que han
dispuesto.
-Así es que para ver a este hombre, ella puede viajar un par de miles de kilómetros.
Había un tono de victoria en cada uno de mis pasos para esos días. Caminaba como si a cada paso
se me fueran rindiendo los años de pena y castigo. Los dolores estaban tan adormecidos que,
parecía que la perra vida me hubiese desincrustado de sus dientes y mis heridas se curarán
ipsofactum. Más aún. Caminaba como un ensalzado coronel. Como un gallito que se pasea por el
gallinero como si no fuera una celda pre-morte. Cada uno de mis 182 centímetros, se andaban por
ahí. Se plantaban. Se erigían.
From: …@hotmail.com
To: Ella…@hotmail.com
Subject: menudo salto al vacío...
Date: Wed, 6 Jul 2010 12:02:35 -0500
Lo más sencillo, para mí, son los fines de semana, pero entre semana
tampoco es impedimento. Una de las cosas que no sabes, una de tantas, es
que los últimos meses han sido los más álgidos económicamente y he tenido
que tomar más trabajos de los que, 24 horas, humanamente permiten. Pero
tal ocasión como tu visita, es más que motivo para solicitar cualquier
permiso, permiso a la vida incluso pa´vivirla, en caso de que fuera necesario.
Tus palabras, siempre nuevas cada vez, las leí dos veces y leí tres cosas,
diferentes cada ocasión.
From: Ella_@hotmail.com
Date: Sat, Jun 2010 04:44:58
To: …@hotmail.com
Subject: Insurrección
El cuerpo que atormenta, que pulsa y late, que exige y se inconforma, que
desespera y busca, no encuentra y se dispone a cada rato para hacer su
insurrección.
Clandestino noctámbulo...
Ella.
Respondo.
From: …@hotmail.com
To: Ella_@hotmail.com
Date: Sat, Jun 2010 05:11:43 +0000
Subject: Ayer sigue siendo hoy. Y usted sigue siendo tú.
Son los besos de pasada la media noche los que se cuelan por las rendijas de
mi ventana y me transforman en un algo poco más que deseante. Ahora
puedo seguir con el intento de consuelo entre manos. Creer que no te
encontraré en Morfeo. Que pasará esta noche, una más, como si nada
From: …@hotmail.com
To: Ella_@hotmail.com
Subject: te voy caminando
Date: Sat, Jun 2010 14:26:17 -0500
A dieta, pero embutido de ganas y letras. Como quien muestra los trozos de carne a las bestias
enjauladas y salivantes.
Además, la vida se le hace poco reto a un hombre que se acaba de re-encontrar con la vida misma.
Ligero, había cargado durante ya 30 años una vida muy pesada, ahora que no tenía esa carga, la
energía me sobraba. Iniciando mis días a las 7 de la mañana, a eso de las 10:30 -11 de la noche,
regresaba a casa. Ni auto, ni moto. Quién los requería. Las clases, el gimnasio, los nuevos conocidos.
Una bailarina que ahí entrenaba y se me paseaba de vez en cuando por la pupila. Un par de
encuentros carnales y ocasionales con alguna chica de complexión delgada y baja estatura. Esta vez
sí, sin consecuencias. Nuestros encuentros era un desenfado para ambos.
La vida parecía regalarme un par de cosas que me había negado cuando más joven. Trabajaba y
estaba colocado en una posición de esas en las que pareces ser querido por más gente de los que
tú puedes contar en tu lista de los que amas y (re)quieres. Aun hoy, no sabría decir si eso es, una
bendición, condena o cachetada “karmática”.
Salí un par de veces con algunos panas del gimnasio. El güero y el Will. Acá en México, se da mucho
adelantarle ese artículo a los nombres, el. Supongo que indica algo entre la convivencia, la cercanía
y el etiquetado.
Cada día, Escribía, escuchaba algo de música al llegar a casa. Me entretenía y hasta habré acudido
alguna vez a la playa que me quedaba a no más de media hora. Atípico en mí. Irreconocible.
Siempre he disfrutado más de los encierros que de los espacios abierto. Mejor dicho siempre he
disfrutado de los espacios que limiten la presencia humana. Ya soportar la mía es suficiente. Y
soportar es casi lo mismo que tolerar. Pese a que, “El valor de la Tolerancia” sea enlistado en una
de esas cosas que nos da por presumir cuando queremos, por no decir nos urgimos en, resaltar y
dignificar nuestra condición humana. ¡El gran valor de la tolerancia! Al respecto debo decir un par
de cosas. Número uno, tolerar es la cara lavada de la putrefacta condición cuasi-natural de odiar al
semejante y a uno mismo. Y dos. Si una condición, la humana por ejemplo, tiene que ser dignificada,
supongo que hay algo que no está del todo bien. Es más sintético-plástico que orgánico-real.
Luego un abrazo, con la fuerza de la tempestad, directamente proporcional a la espera y al asco que
siento por la humanidad. Un beso, otro abrazo largo, como si de verdad le hubiera extrañado por
decenas de lustros. Que digo, lustros, como si le hubiera esperado siglos. Antes de ir por ella
pensaba, en un encuentro travieso, juvenil. Imaginando un “alguien viene a verte, se acostarán, se
divertirán. Se ira”. Pero, fue como si mis falanges y antebrazos quisieran amalgamarle a mí, o
amalgamarme en ella, El abrazo dijo algo en calidad de Significante que, -lo sabrán los psicoanalistas-
, no escuche sino como palabra simple. Un estrecharse con ganas de reventarse juntos. Un beso
presumido al mundo. Como de un hombre y una mujer, libres… error. Grave error.
La estación, el calor, la espera, el viaje, Placeres, los años, Ella, la libertad, el rencuentro. Mi Mérida,
su temor por la caducidad de un deseo que se presentó como insoslayable. El poema 12 de Girondo.
Era junio.
Entre sus piernas, su cavidad era justa. Si, lo sé, los hombres decimos eso a menudo. Y lo decimos
por varios motivos. Algo de ego por supuesto nos hace creer que les halagamos al decirlo, cuando
en realidad queremos hacer alusión a nuestro “tamaño y dote”, que bien que siempre nos ha
importado. También de alguna manera, más galante, creemos que eso les y nos indica que están y
Le deje en el centro de mi Mérida, fui a trabajar al gimnasio. La tarde cedió de a poco y pronto no
hubo más que las 9:30 de la noche. Regrese a buscarle.
Yo pase los siguientes días, saboreándome las muelas, bruxando, rechinándome los dientes. Como
cuando el platillo deja su sabor entre tus dientes, como el vino que, espeso, se resiste a la disolución
de tus papilas. Los días siguientes recordaba, mitad a ella, mitad a mí.
Ya casi terminaba Junio. Mi padre falleció un mes así pero del 2006, casi lustro atrás, el muy
desgraciado se murió en una fecha llena de clichés, ¿mencioné que los aborrezco? Pues se murió el
6 de Junio del 2006, ¡me lleva el diablo!
Mi relación no fue la más cercana con él. Me debía 17 mil pesos mexicanos desde un año antes de
su muerte, supongo que al final se condonó tal deuda y yo hice como que no nos debíamos nada.
Junio es un mes de temperatura insoportable, cabe señalar que en mi Mérida solo puede tener ese
clima y uno peor, muy caliente. Yo me paseaba como renovado. Mi psicoanalista decía que cuando
me llegaba la hora de “la verdad”, yo, me echaba para atrás. Es cierto, lo he hecho siempre. Cuando
he estado a punto de vérmelas con eso que los analistas llaman deseo, algún artilugio, alguna
argucia me lograba inventar y, si, me echaba para atrás. La dulcísima Rakel, me puso contra la pared
en varias ocasiones con respecto de la paternidad. Yo pretextaba con magistralidad, la conclusión
de mis estudios, la estadía en alguna tierra lejana con miras a quedarme, podría nombrar cada uno
de los truquitos, con las más pusilánimes y patéticas respuestas, pero, odio los clichés. Queda claro,
simple y llanamente, Yo, solo me echaba para atrás. Yo, reculo. Léase con las pausas y tono que
quieran.
Cuando el junio avanzaba, para morirse, ella dejo ver que nos veríamos de nuevo. No quise entender
muy bien. Supongo que por primera vez le jugué una treta al tan familiar mecanismo de echarse
para atrás. Y entonces lo contrario de recular es “A las balas, el pecho y al toro por los cachos”. Ella
regresaría, pero no a un hotel, ni por fin de semana. Algo dijo de volver y quemar las naves.
Al teléfono, ella convulsionaba todo, a la distancia, como la luna con el mar, como el sol al agua.
-Te espero, desde antes que lo digas, espero tu regreso, espero. No he dejado de esperar.
Karina dice:
-¿Amor?
Yo:
-AMOR
MIO
Karina dice:
-Tuyo
¡Amor! ¡Qué duro!
Yo:
-¿DURO? NO MUJER CREEME QUE LO DURO LO SIENTO YO
Karina dice:
-Me arde todo,
me quema, me exige me reclama
Yo:
- TE NECESITO YA
NECESITO TUS VOCES, TUS OJOS ABIERTOS Y TU PIERNAS TAMBIEN
TU CADERA EN MIS MANOS, TU LENGUA EN MI CUERPO
MI TODO EN TU ADENTRO
ESTOY MAL, Y ESTO SE PONE PEOR
¿QUÉ ME DISTE, MUJER?
Karina dice:
-¿Qué hago con esta lengua, con este cuerpo mientras puedo tener el tuyo
¿qué hago?!! Sufro!! Por Dios me duele el cuerpo, me duele de ganas
Me duele de tu ausencia,
Yo:
-Tan soñada como el resto de ti, tanto tiempo buscada, dibujada, inventada,
tu cuerpo me vino a mostrar el color que tiene la grieta de mi alma, te
necesito ahora aquí en mí y
Karina dice:
Yo:
-¡que carajos paso que no te vi cuando te vi!, hasta que en penumbras te
mostraste ante mí. Y el pendejo de mi salió de San Gallito diciéndose "nada,
nada, no pasó nada! Y ¡madres! TODO, TODO. A veces siento, como aquello
que dijiste " O sea que yo soy el último en enterarse"
Yo:
-Recuerdo el tamaño exacto de tus caderas, solo tengo que poner mis
palmas con las líneas hacia a abajo y al frente de mi centro, tu imagen se
aparece intacta y luego se me aparece con una recisión abrumadora, la
temperatura de tus adentros, de todos ellos, anteriores, posteriores y
superiores me muero por sentirme adentro nuevamente y quisiera que fuera
en todos ellos al mismo tiempo. Este rígido recipiente de perlas pulsa,
emerge con la potestad de reyes, se abre paso hacia la superficie,
desgarrando cualquier vestido que le cubra, no hay manta que le sosiegue,
que disimule las ganas, de verdad que ganas de cogerte.
Karina dice:
-Estos adentros hacen contracciones raras, como tratando de extraerte de
donde sea que estés. Les digo que nada de eso les es permitido pero, estos
espasmos no reconocen ninguna voluntad. Yo estoy quieta, pero en mis
entrañas se juega la existencia de este universo que se expande y se contrae.
Que ganas de darte lo que me pidas y de ser cogida por ese eminente
Yo:
-Bendita, mi puta bendita, mujer exacta, precisa en el tiempo, justa en el
momento, mamita, que forma de narrarnos, de confesarte, Me muero, me
muero me muero me muero, me muero, me muero, me muero. India.
Pandora de mis deseos, caracolas y perlas. Purépecha, carne Michoaca por
la que salivan mis fauces. Gitana de mi suerte, arcano extraviado.
Karina dice:
Maya. Mi maya.
From: …@hotmail.com
To: Ella_mb81@hotmail.com
Subject: el centro del mar
Date: Sat, 18 Jun 2010 18:29:02 -0500
¿Es todo esto más sencillo que un respiro, más autónomo, más in-propio,
más nuestro, se puede menos, se puede esperar más, es posible ambos? Mi
mar y tu centro ¿están más cerca con el tiempo? ¿Se puede juntar tu tierra
de centro y mi costa de mar?
Que dónde estoy, últimamente contigo, solo contigo, ¿no te parece algo
funesto? ¿Crees que mi estar sin ti se parezca a tu vívida agonía de a ratos
allá, en tu Morelia, sin mí? Yo, Leyendo y re-leyendo mientras imagino tus
pies enfundándose en zapatos rojos o sabanas que, puedo jurar, no son más
tibias que la mías. Y muero de celos.
¿Para dónde? ¿Qué sigue? Esperaba que te negaras, para así cortar el flujo
de este impropio pensamiento, incrustado, punzante…bello entre lo Bello,
esperaba que no contestaras y ahogarme en el silencio, esperaba de noche
Creo que he visto un mañana sin mí, ¿puedes creer que ese sábado del Gran
Hotel haya optado por irme por la matina en vez de velar tu cabeza sobre
la promiscua almohada? ¿Puedes creer que no me haya percatado de lo
embriagado que me tenía tu piel café, morena, canela, más profunda que la
oscura cocina y más radiante que esas, por mi despreciadas, estrellas?
Hoy después de minutos de mis últimas líneas, quiero jugar al profeta que
no se equivoca.
Dicen que mi tierra esta tan lejos que, el aire da vuelta por acá, súbete en el
viento y cuando pases por aquí veras un poema que crece hacia adentro y
hacia abajo, unos árboles que se someten al sol, únicamente por la promesa
de hacerle el amor a la luna con la cobija de la brisa fresca. Veras también
un mar discreto que sabe de ti y que me ha contado varios secretos. Súbete
al viento o ven y súbete a mí. Cuando vengas aquí a vivir, vas a sentir como
el viento se fortalece en el calor de más de 40, parece procede del infierno.
Ante eso parece que todo se detiene, en efecto todo se aletarga, pero solo
para renacer a las 7 con 3 de la tarde. Quiero invitarte una cerveza antes
que anochezca, un cigarro solo para que lo sostengas y darte mi cuerpo
antes de que envejezca.
He visto un mañana sin mí, sin café humeante y sin cortinillas desafiantes en
un hotel. No estoy en esa mañana contigo... otra vez. No estás conmigo...
otra vez, me consuelo en la fantasía del hubiera, del que pasaría, del iluso
deseo tuyo y mío, ¿no es un adorable tormento? He visto el mar llorando
hacia arriba y al aire hacerse agua, te he visto conmigo y a mi sentado
mientras dices que cocinas cuando en realidad maquinas la forma de
detener el aire entre nuestros cuerpos, te he visto entrando y saliendo de
una oficina, de un auto y de tus vestidos. Ritualizando una rutina en mi vida.
Pero como no soy doctor, ni poeta aunque loco, ni amo ni despojo, ni profeta
ni todo poderoso, solo sueño e imagino, deseo y sueño que en alguna
extraña y retorcida versión de este universo, hay un tu que no se concibe sin
yo, una ecuación que da sentido a las cosas en cuya base esta un nosotros.
No te burles Gitana solo es la confesión de un sueño culposo, de una bandita
contra las bromas del destino, un ungüento para los ojos cansados de no ver,
de un jarabito pa´l corazón ansioso.
P.D. Leonard Cohen is right, I´d Like to travel with her and just because I´m
already traveling blind and trustful.
Amor, de unos días para acá resulta que todos los días son "este día ha sido
el peor". Y pues que este no es la excepción. Llego a casa extenuada,
exangüe, como si los vampiros me hubieran chupado la sangre. Hoy también
pienso que este ha sido el peor día, tal como lo pensé ayer, y el jueves pasado
o el viernes. Hay una diferencia. Este día me he volcado en llanto al menos
unas tres veces. He llorado un llanto amargo, de esos llantos sin rostro, sin
odio y sin amor, un llanto de desolación, un abismo, un abismarse, un
sucumbir y desplomarse. Una vez más, como lo he hecho a lo largo de mi
vida, Yo, sin bandera, he procedido por la vía de la radicalidad. De pronto los
fines desaparecen de mi vista y queda aislada la estrategia ahora convertida
en objetivo, ya sin meta. Los medios como fines. Y no tiene nada que ver con
"hic et nunc", o aquélla idea que refleja Ítaca, un poema de Kavafis que me
encanta. No, no es eso. Se trata del absurdo, insistencia mortuoria, la
pregunta: ¿de qué más me deshago, qué más me estorba? Ya sin para qué,
esto comienza a oler a muerto y aparentemente no soy yo. Ahí la jugarreta.
No siento que muero, siento que asesino. Debo hacer una pausa, no para
cambiar de rumbo, el rumbo es el mismo.
Me hubiese encantado interrumpirle preguntándoles cómo se endeuda alguien así, pero no tenía ni
la habilidad ni la gracia de los gitanos. Su escrito continúa.
P.D. En tren de vapor, yo también te he dado una vida por acá. Ni creas que
no eres ya un Jaguar muy Colonial.
-Tengo que empezar este correo con alusiones al tuyo que me llego a media
noche. Me dio, eso, que me dan tus letras. Me entrego a detalle solo bocetos
de tus secretos, diagnósticos herrados y errantes de tus silencios, te dibujo
cuando los miras a ellos, te miro mientras evades ese presente, invadida y
absorta, lejos de ahí, de pronto vuelves ahí y solo atinas a decir “nada, estoy
bien”, leo trazos de lo que te deshace y hace.
¿Te esperaré? Es cierto, algo del orden de la espera me fatiga, ¿tú haces
menos? ¿Te consuela que al cabo de unas horas ya sea un día menos para
vernos? ¿Te sabría igual un día menos espera que 365 y 6 horas más? ¿No
es acaso que cualquier espera es la misma e insoportable mientras dura la
ausencia? No te reclamo, no te juzgo pero me urjo de ti. ¿Será que te reclamo
algo así como mis 32 años, o serán solo unos 17 desde que empecé a
inventarte? Hace tiempo dije que moriría por vos, empero, no morir por el
amor de vos. Qué maravilla se posa sobre esta vida mía, huérfana de
Yo aquí me paro con la tónica de este correo, pero solo hasta que nos
podamos llenar de respuestas juntos. Y vaciar de todo lo demás.
Amor que te espero, Amor que me amas, Amor que me entregas, Amor que
te tengo, Amor que no detengo, Amor que me desbordo, Amor que
desespero.
Conocí a Fauré, un día de noviembre. Dos años antes lo hice con Ravel. Al primero lo escuche tras
bambalinas en un teatro de pésima sonoridad. La acústica era a duras penas mejor que estar al aire
libre. A ese tal Ravel, lo viví desde el tercer piso de un vetusto teatro en mi Mérida. Las cosas ya no
volvieron a ser lo mismo después de escuchar a ese cuarteto, esos titanes disfrazados de cuerdas
en la. Mis oídos, mis silvestres oídos, nada tuvieron que ver con el encuentro. Era mi cuerpo entero
lo que reaccionó. Los poros, los bellos se levantaban como girasoles que saludan al sol, como
batallones completos en pase de lista al unísono de un saludo castrense. Ravel me estaba haciendo
pedazos antes de si quiera poder detenerlo o pensarlo. La psique se había desplegado en un
impresionismo digno de los años 50. Lejos, ya de mí, mi mente se había ido a una carretera del
Mediterráneo, coqueteando entre montañas y mares con los riscos insoslayables, infranqueables.
En las imágenes que ese cuarteto evocó, había estolas abandonando el cuello de la amante,
mascadas entregadas a contraviento. Maurice Ravel. Mis ojos, húmedos, produciendo mares de los
que no se beben ni si desbordan. Las pupilas se me volvían universos engreídos y en expansión. Cada
nota, denotaba, la pequeñez en la que me había convertido. Era poco menos que un animal frente
a un espectáculo divino, aterrado, conmovido. Nada de lo que mis oídos recibían estaba diseñado
para ellos. El resto de mi cuerpo entro al quite. La piel, estaba llena de receptáculos, las cuencas de
los ojos me apretaban, la psique se había ido de mí a un lugar al que jamás había estado, las estolas
y mascadas, los riscos y las imágenes grises. Era un roedor que observaba el universo sin comprender
lo que ahí sucede y sin embargo nada de eso pasa sin efectos. Algo de un lenguaje que no
comprendía, se había erigido, en calidad de tótem, frente a un diminuto mamífero primitivo, que
solo atinó a permanecer entre lo inmóvil e lo absorto. Así conocí a Ravel.
Hay cosas que llegan a la vida de los hombres así. De la nada, de lo inesperado, tocan y trastocan,
y nada más permanece igual. Algunas veces aparecen como inadvertidas, otras más, casi siempre,
el que no estaba advertido es uno, el animal. Llegan de la nada y retumba el suelo como las patas
de mil elefantes que pisan la tierra por debajo de la tierra misma. Producen un sonido como los
cuernos que tocan los ángeles de los siete sellos de las Revelaciones de Juan. Es un sonido sin fuente
que se aviste, que no inunda pero que envuelve, que no convoca sino que sitia. Así ese Ravel, así fue
esa mujer, Así esa noche del Gran Hotel.
Yo era un niño jugando en el lodo, luego sin saber, era un torpe cuadrúpedo atrapado en el fango,
Yo solo jugaba a los amantes y terminé amando. Y todo transcurría así, sin vaticinio. Un día le soñé
Yo no necesitaba más, tenía el lodo en el cuello y el fango cubría, ya, mis cuatro piernas, después de
sus líneas, sus correos, y nuestro Gran Hotel, no necesitaba más. A ella le tomo unas semanas
después del Hostal, para irme a ver, dos semanas más para regresar y poco más de un mes para irse
y para siempre. A mí me tomo unos cuantos desvelos, un poco de tinta y todo su cuerpo para
perderme, para irme y venirme, dentro de cada uno de sus 148 centímetros de piel. Le escribo:
From: Ella…@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject:
Date: Sun, 17 Jul 2010 04:50:40 -0500
Te cuento algo súper sustoso que acabo de recordar ¡nunca fui a la farmacia!
¡Lo olvidé!
Reímos. Ella llegó un viernes a mi Mérida. Cogimos, lo hicimos como quien no puede hacer más.
Estuve en sus adentros como un mandato, impedido de cualquier otra cosa. En algún momento de
ese fin de semana de 2010, salimos, como Sabines dijo, “hambrientos”. En la calle que enmarcaba
ese balcón, había un anciano sentado en una endeble y plegable silla de metal. Tenía un arco de
violín que paseaba sobre la espalda de un
serrucho. Un par de serruchos más en el suelo.
Sus serruchos cantaban en francés, “la vie en
rose de Piaf”, las calles eran todas bohemias, la
gente caminaba como si se hubiesen refugiado
por décadas de un calor que ahora, con la
húmeda noche, cedía. Ella y yo caminábamos
por ahí como si nos hubiéramos tenido siempre
y esas calles nos hubieran estado esperándonos
la vida entera. Compramos vino en algún
restaurant que presumía sus bongos y su salsa,
la llevamos de vuelta al 202. Nos refugiábamos
de todo, de su Morelia, de los ojos yucatecos, de
mi historia, de su arquitecto, de mis dolores y
despedidas, de su libertad procrastinada, de mi
pobreza y mis sudores, de sus fantasmas. Nos refugiábamos de nosotros mismos, nos volcábamos
en nosotros, para luego refugiarnos otra vez en jadeos y espasmos carnales. Fuimos dos
desterrados, dos proscritos, condenados, prófugos de historias que nunca se disuelven, pero
jugábamos a que éramos posibles. Reíamos, ella me profesaba una admiración psíquica, mitad al
intelecto, mitad a mi locura. Ella me miraba retorcerme frente de ella, en un verso, en un
comentario, me desplegaba frente a ella con majestuosidad teatral, para recibir el aplauso de sus
Los psicoanalistas son una de esas especies raras. Son tan subversivos, ególatras, histéricos, algunos
revolucionarios, contestatarios, abogados del diablo, incomodos, y están tan cerca del terror de la
verdad que, casi siempre, terminan esquivándole con alguna frase que tambalea los cimientos y las
buenas formas de los que escuchan. Están muy cerca de convertirse en una plaga. Algunos de sus
decires psicoanalíticos, son peores que las cucarachas. Sobrevivirían un Hiroshima y habitarían
campantes Chernóbil. Pero más aún, hay una subespecie que se ha dado el mote de Lacanianos,
esos no son iguales, son peores. Estos últimos han decidido especializarse en las palabras, en los
decires, propios y ajenos. Hacen trenzas con las palabras, filigranas con los dichos, cada palabra que
les llega, es un arma letal en sus manos, o en sus oídos.
Son unos seres hechos de huecos dotados de una fuerza centrífuga increíbles. Lo que les entra por
un oído, lo expulsan con una fuerza capital por la boca. La más de las veces, atinan, cimbran pilares
y luego callan cual esfinges. Se les ocurrió decir que los actos fallidos, son actos logrados. Que
cuando uno cambia el nombre de alguien por error, acierta al decir el nombre que quería decir.
Dicen también que los olvidos, obedecen a una línea que por real y rechazada, se hace oír de otra
manera. Es decir que los actos fallan, para un propósito consciente, pero aciertan o se logran para
menesteres inconscientes. Como que lo que se calla en la palabra, aparece en el acto.
Insoslayablemente. Bueno, así de incomodos son.
Ese fin de semana, Karina y yo, bebimos, comimos, nos refugiamos, uno en el otro, en un paréntesis
parecido al que los aeropuertos me evocan.
Antes de partir habrá mencionado algo sobre comprar una de esas pastillitas de las que ahora se
toman “del día siguiente” para la falta de prudencia.
No hay que ser matemático. Tres días a razón de 24 horas por día. Cuando llegó a su Morelia, el
lunes, no había tomado aún dicha pastilla. Entre risas nerviosas, confesó el olvido. ¿Algún
psicoanalista incomodo puede aventarse el chistesito?
Me pidió hacerlas cuentas por ella, mitad presunción, mitad error. Total acierto. De los dos. Por
suerte, más no por falta de ganas –muy probablemente de los dos-, no se embarazó.
Tres semanas después de ese Gran Hotel. Le recibía en el 281 de la calle 15 entre 6 y 8. Y que conste
que yo ya no necesitaba más. Durante esas semanas de espera, me carcomía la entraña, me mordía
las uñas y los dientes, me desvelaba esperando por sus letras, por sus llamadas. Me la imaginaba,
me la recordaba, entre la mano y mis piernas la rememoraba. Me moría de celos de saberla en
Morelia, enfundándose en otras sabanas. Me moría de angustia cada vez que esperaba. Un día más,
y luego otro más. La caducidad de las pulsiones, la casa en que dormía, el arquitecto, nuestro
encuentro, mis tempranas confesiones de un te amo, su misterio, sus imprecisiones, hacían un
potaje de deseos carnales y posesiones malsanas, de locuras potencializadas, de desenlaces ideales.
Ella llegaría nuevamente, a verme, a vernos, a hacer de la casa de San Carlos, una orgía de letras,
miradas, de retos y de carne. Ya le esperaba, pero nunca vi venir lo que se venía. La cosa ya no sería
la misma después de ese segundo antes, después del primer después. Regresaría a verme, a
probarnos, a ponernos a prueba. En algún punto entre esa noche de mi precipitada confesión de
amor y la bocanada de letras en ausencia, de dedos impacientes y desvelos intermitentes, ella,
desde lejos, me amó. Lo dijo así:
-Amor, luego mi silencio no se calla. Tengo un silencio inoportuno. Perdón si silencié algo para lo cual
tenía una respuesta, creo que me quedé en plena contemplación de la perla que rodó desde tu
carnosa y sensual boca.
Yo también quiero volver a ti, a tu cercanía, a tu piel de ángel inocente, pero despiadado con este
cuerpo que te pide y que te acepta como tú lo digas "¿Así?" Sí, así.
Guapo, mi hombre latino y literato, musical y caliente, de bailes selectos, si te tuviera aquí a un lado,
ya estaría arriba de ti, dejándote unos besos de piel y unos abrazos de saliva. Con estas ganas de
caerme en ti que me cargo, que no haría si estuvieras aquí.
Sobre los cielos. Mira, yo no sé, pero el cielo que vi contigo, o mejor dicho, los diferentes cielos con
los que me topé estando a tu lado, son como para no dejar de voltear la mirada hacia arriba.
Alguna vez una psicoterapeuta de nombre Emma, me dijo, para poder irse es necesario llegar
primero. De pronto me habrá parecido una de esas frasecitas que venden bien. Ya sabes, de las que
abundan en internet. Un par de retruécanos, alguna ironía que parezca contradictoria y ¡pumm!
127 likes. Vivimos cerca de un mes y medio juntos. Nuestra convivencia parecía más un coloquio de
múltiples intereses. A veces eran pláticas de una profundidad nietzcheana, sobre la muerte y la
intrascendencia. Sobre los falsos ídolos y la deficiencia humana para tolerarse en falta, luego
terminábamos en la cama. Otras eran en torno a los sabores que ella lograba ponerle a los platillos
que preparaban, los choques entre sabores y olores de yerbas que jamás habían tocado mi paladar
con antelación. Ella odiaba todo aquello que implicara el tan popular conteo de calorías y no se
ahorraba nada en lograr los sabores más intrincados en los platillos más sencillos. Luego
terminábamos en la cama. Muy frecuentes eran los dimes y diretes que hacíamos de la poesía de
un Girondo, Neruda, Michaux y por su puesto de un Huidobro y su imponente Altazor. Ella me
doblego frente a Altazor. Alagábamos mutuamente nuestro manejo de la letra, ella mucho mejor
que yo, aunque nunca se tomará el crédito. Luego terminábamos en la cama.
Cuando se trataba de burlarse de la vida, lo mejor era iniciar por los psicoanalistas. Por nosotros
mismos previo de haber transitado por todos los que conocíamos. Los estudiantes y sus rebuscadas
participaciones, usando las palabras en la lengua original de Freud o del tal Lacan. Los docentes y
su escaso compromiso con
las discusiones de clase que
para ellos no representaba
mucho, mientras que los ahí
presentes creíamos haber
encontrado el hilo negro. La
perorata que cada uno de ellos se gastaba haciendo alabanza, oración y religión de los escritos de
Lacan, adornando con cantico de un Robert Dofour que se había colado desde la filosofía hasta un
campo que le era ajeno. De hipócrita humildad con respecto del saber que la mayoría de ellos
presumía. Luego terminábamos en la cama.
Amontonábamos envases de birras, en cada tarde noche que nos embaucábamos en orgías de
palabras y letras. Luego de horas de tarde que se hacían madrugadas, terminábamos en la cama. En
un colchón de tamaño King size, sin base. Día tras día, durante cada día e nuestra mes de vida juntos.
Recuerdo haber platicado con una colega docente en algún descanso entre clases. Ella se llamaba
Tere. Era guapa, sí. Y su plática no era una disertación filosófica, pero tampoco pueril. En esa ocasión
le explicaba que, yo mismo, dedicaba una gran cantidad de energía intentando guardar las formas
sociales que me eran exigidas. Que me esforzaba mucho por parecer normal, políticamente correcto
pues. Mis atuendos, mi falsa caballerosidad, mis buenas tardes y hasta la modulación de mi acento
natal y natural. Tere se habrá sonreído y dijo:
-te comprendo, yo utilizo una cantidad de energía similar y dejar de ser simple y normal.
Ya lo he dicho antes, me desquicia pensar que vivo en un mundo en el que la inmensa mayoría de
la gente tiene más claridad que yo. Al final ni Tere dejaba de ser normal y por mucho que yo lo
maquillará nunca había dejado de ser un loco. Por años pensé que estaba mal y que mi naturaleza
era algo que debía mantener en lo oculto.
Mientras Karina estuvo ahí, mi locura encontró una chispa. Ella no solo no desdeñaba mi locura, la
potencializaba, la halagaba. Cada vez que me veía a la orilla del precipicio con miedo a soltar la
normalidad, pasaba como quien se tropieza y me daba un empujón. Yo siempre fui un loco y a ella
le encantaba. Ya entrados en ese devenir, yo desplegaba cada ápice que me hubiese guardado. Era
un loco confeso y fuera del closet. Karina no estaba más cuerda que yo. Aunque parecía
atormentada por ello. Sus recuerdos le llenaba de carnosidad la mirada, a momento parecía que
hubiese nacido ciega y que mantenía una membrana grisácea sobre su mirar. Esto no me tocaba, no
me transgredía, no me amenazaba. Yo mismo me daba a la tarea de convocar a sus oscuridades a
fin de divertirnos un rato. Después de todo qué podía pasar si ella llegó, esa segunda Vez a Mérida,
a quemar sus naves. Luego de bailar con ella y para ella, de embriagarnos en palabras cada vez,
terminábamos en la cama. En la cocina, en el baño o en el último escalón. Fue en ese escalón donde
ella me pidió que no terminara dentro de ella, mientras no soltaba mis caderas. Yo le decía que no
iba a venirme en ella. Ninguno de los dos tenía intenciones de lo contrario. Ni yo de acabar afuera,
ni ella de que me quitara.
Yo, libre. Ella sin naves. Las letras atravesándonos. Los cuerpos siempre sedientos. La vida era lo de
menos. Nada nunca fue mejor. Nada. Error. Grave error.
2 horas, quizás. 3 cuando más cansado me encontraba. Durante cerca de un mes que ella llevaba
conmigo en el 281, no dormía más. Quien necesitaba o podría descansar con todo lo que ahí pasaba.
La muerte de Rakel, mi libertad, mi reconquista del mundo, todo en el mismo año. Ella viviendo ahí
conmigo, sin arquitectos, ni sabanas morelenses.
En las mañanas le abandonaba para ir a mi trabajo de la universidad. En las tardes le visitaba previo
a mi trabajo en el lado contrario de la ciudad. Esperaba la noche, la tarde para llegar. Le habré
encontrado un par de veces con un libro en la mano, cerrado, como aprisionando las líneas en el
pensamiento. La casa en silencio, pero el melón de las paredes parecía más vivo que nunca. Me
sorprendía con alguna canción que yo desconocía. Sus ojos decían siempre lo mismo. Siempre.
Cuantos infiernos sofocados podrían contenerse en esos ojos. Mil agujeros negros estallaban y
devoraban al menos el 70 % de su brillo, el restante, brillaba como la resina le brilla a los árboles.
Cocinaba, hacía de cualquier platillo, una combinación indescifrable de ingredientes, un festín al
paladar, habría comido piedras y no lo notaría, después de todo estaba, dopado, loco, extasiado.
Bebíamos, casi todos los días, yo para acompañarla, ella por sus razones. Reíamos, nos lamiamos las
heridas.
Las botellas de cerveza se acumulaban y sus demonios se afilaban las uñas con cada envase vacío.
Algunas versiones de su padre y ella. De su infancia y los poemas de un Neruda, de inconfesables
cercanías, le acontecían frente a mis ojos. Su padre era el mismo de todas las histéricas. Un grotesco
dios actuando frente a una audiencia muy aterrada para reír. Ella preparaba algo.
Un día tomo una cámara y empezó a retratar el 281 de la calle quince. Sacó de las cortinas onduladas
formas de caracolas, en tonos sepia hizo de la vieja ventana de la cocina, la proa de un barco, pero
la foto que mejor le quedó, fue la de las escaleras. Hizo de ellas la imagen de una montaña rocosa,
una especie de desfiladero que desembocaba en un el mar. Esta señora hizo de un departamento
una poesía gráfica. Hizo de un medio muerto un hombre que no necesitaba más del dormir. Hizo de
un esclavo un príncipe Maya. No dejábamos de beber, de cogernos, de imaginarnos y proponernos
el hacernos de todo, todo lo bueno y de lo malo lo peor. Nos regodeábamos de nuestros cuerpos,
nos penetramos, ambos. Sin latex, sin recelo. Justo donde las escaleras marcaban el segundo piso,
su rostro frente al mío me pedía no venirme dentro, pero sujetaba mis caderas deteniéndome
dentro de ella.
La hora de la verdad y los chistecitos Lacanianos. Estuve ahí y con todas las ganas y la certeza de
hacerlo, me desplome dentro de ella, para dejarle dentro lo que ya no cabía afuera. Ella me pidió
que no lo hiciera, yo no escuche. Una pastilla más, de esas del día y la culpa después, dentro de las
72 horas siguientes y todo habría acabado. La hora de la verdad, yo echándome pa´lante, y el deseo
sucumbiendo ante el medicamento. Habrase visto menuda pendejada.
Al menos una semana después, me anunció su partida, de la nada, de su nada. Yo endiablado le sitio
a palabras, le reclamo en poesía, le actúo.
-¿te iras?
Ella, en silencio.
Yo, endiablado.
-¿Qué estamos haciendo? Y qué hay con el quemar las naves. ¿Con qué naves has de regresar si
dijiste haberlas quemado al llegar aquí? ¿Por qué marcharte después de tenernos así? Tú puedes
quedarte aquí, no preciso que seas feliz, no precisas de ser feliz, ¿quién demonios quiere ser feliz?
Ninguna de tus sombras puede espantarme, quédate, ¡quédate aquí! ¿Qué haremos? ¿Cómo se
cuenta un “y luego” después de este después? ¿Qué soy yo? ¿Quién seré si no soy yo en ti? No me
espantan tus grises, quédate y déjame a tus demonios, yo te los pongo a bailar.
Luego todo grito, lagrima y preguntas estrelladas en silencio, todo en un vertiginoso medio segundo.
La escalera, el segundo piso, el despojo, los días, los desvelos, la imagen en el espejo, el llanto
enfurecido, al animal desbordado, las garras, los enigmas, el puño en el espejo, borbotones rojo,
olor a hierro en la playera blanca, jotas en las manos. Cristales en los nudillos.
-¿tu?, actuando.
Ya con la playera amordazando el puño derecho, el rojo no dejaba de esparcirse. El silencio se había
apoderado de nosotros. El desencuentro de lo encontrado, su mirada miraba mi sangre, mi mirada
se había perdido. Ella pidió curarme, la sangre seguía su camino, mis ojos sollozaban. Sus antebrazos
eran pequeños sus manos no eran incongruentes con ellos. Entre sus manos desdoblaba la playera
-¿Por qué estamos haciendo esto? Nos perdemos ahora cuando nos hemos encontrado, ahora que
nos tenemos, ¿Por qué hacernos esto? ¿Quién soy para ti? ¿Qué soy para ti?
- No puedo dar cuenta de mí, y ¿me pides que lo haga por ti?
Ciénegas y coágulos
Hay pocos olores que me disgusten. Ni siquiera aquellos que la mayoría puede considerar
insoportables, a lo mucho puedo percibirlos como no muy agradables. De vez en cuando hasta
puedo decir que me molestan solo por una cuestión empática, imaginaria dirían los psicoanalistas,
para socializar pues. Sin embargo hay algunas combinaciones de olores que me provocan el asco,
muy sencillos, por separado, comunes. No es lo grotesco de la combinación, es la vulgaridad que me
representan. El maquillaje, el ron, un indeleble lápiz labial, y una fragancia dulce, pueden hacerme
vomitar. Fui invitado a una fiesta, con intenciones precisas. Creo que se llamaba Verónica. Una
maestra con la coincidía en algunas clases. Me habrá invitado en más de una ocasión a tomar algo,
en los primeros días de ese octubre, meses después de la partida de ella y de los primeros coágulos
de muerte, accedí. Con el falso propósito de la tertulia con esa maestra, tan falso que resultaría más
atractivo una maldición, que la invitación. Es decir, que diablos habría yo de compartir con alguien
cuyo objetivo primordial era el de ocultar bajo el sobrecargado maquillaje, el desfase de tallas de
sus vestidos, lo empalagoso de su perfume y su pseudo juvenil entonación de voz, la resequedad
de su vida.
Un par de intentos y se conectó la llamada. Ella estaba de viaje, había acudido a la cd. De México
con un grupo de estudiosos a no sé qué diablos. Yo al teléfono, y aun después de lo ocurrido, le
No conozco peor sentimiento que la conmiseración, la lastima. Eso sentí y a eso de las 3:14 de la
mañana tome a pie la carretera obscura bordeada de Ciénega. Eran 25 kilómetros hasta el poblado
en el que podría encontrar un transporte y así recorrer el total de 60 que me separaban de mi lecho
en la calle 15 de San Carlos. Caben, mientras caminas, un sin número de llamadas, pero solo si del
otro lado de la línea nadie contesta. Para el final de esa noche, de esa madrugada habrían pasado
al menos cuatro eventos. Su cuerpo cobrizo entregándose en la cama de un Fernando que, después
no sería cualquier Fernando. Un hombre ahogado en la Ciénega de la carretera Puerto Progreso-
Chelem. Mis jeans obscuros y botas enlodadas. Y el segundo desencuentro, su desencanto, que
lograron mis 43 estériles insistencias en el teléfono.
Mientras viví en Querétaro, viajaba entre un pueblo y la sede de mi nueva morada. Una cabañita
incrustada en el garaje de una casa. Mis retornos los lunes de madrugada, luego de visitar el pueblo
pasaban casi siempre así. Generalmente llegaba a eso de las 5:10, mas menos, de la mañana de los
lunes. Y ya olía a eso. Tomaba un taxi con boleto comprado al interior de la estación. Algunas veces,
dejaba que algunos otros viajantes tomaran los taxis antes que yo. Le llenaba un poco a los
pulmones de nicotina, un café que hervía, un índice y un cordial que sujetaban el olor a ceniza como
si no lo pudieran dejar ir. El frio logra un efecto extraño sobre mi piel. La reseca pero además la llena
de olores. Después de medio fumar, medio despertar, medio dormir en los estrechos asientos de
la buseta de paso, me tendía hacia la puerta del primer taxi disponible. Las grietas de las manos, las
muchas cicatrices, mi maleta de tres días, mi mal dormir y mi refugio del ayer en el hoy de esa ciudad
en la que era poco menos que un desconocido. Esa ciudad me era, en tantas acepciones como
pueda pensar un sueño. Me fue el sueño de salir de un Zacatecas pueblo y asfixiantemente estático.
Cuando decidí mudarme, los más me advertían de la locura que parecía dejar lo que ya tenía en ese
pueblito de cantera rosa. En efecto tenía varias cosas en "Zairo”, obtuve nombre, algo de fama, más
mala que buena. Dudo que haya fama de la buena. Me conseguí una Rakel, con más o menos la
misma fama. ¿Mencioné que no había mujer más amada y amable que ella? ¿Mencioné que hasta
los que le odiaban la amaban? Freud, dijo que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.
Pues bien nadie podía ser indiferente a esa Rakel. Cuando abandoné ese pueblo con dirección a
Querétaro, lo hice como un preso cuya condena parecía eterna e insorteable. Monté mis cosas en
un auto blanco, a medio camino lloré inconsolablemente. Entre la mujer que dejaba ahí
esperándome y todo el odio por esa ciudad, fue como un pordiosero que se desprendía de sus
hediondos harapos. Los mismos que le apestaban, que le pesaban pero que le habían acompañado
muy a su pesar. En el quitarse la ropa endurecida, enmohecida, negra de cochambre, incrustada y
pegada a su propia carne, pedazos de carne se pierden en el mismo desprendimiento. Lloré porque,
y no lo dije antes, me serví de ese pueblo al que profesaba un profundo desprecio. Me llenaba la
boca de peste para ese pueblo mal llamado capital del estado con el mismo nombre. Y sin embargo,
en algún sollozo de la pusilánime humanidad que aún me habita, le agradecía los harapos, el
cochambre, la prisión y los años que ahí me queje de todo, Le agradecí a Zacatecas, mitad culpa,
mitad verdad. No hay que ir mucho más al fondo para pensar que en un lugar en el que hay tanto
para quejarse, un alma como yo, gozaba hasta el hartazgo y más con tanta tela que había ahí por
cortar. Además mientras más se queja uno de los afueras, menos se escuchan los gritos de los
En esas tienditas de cada esquina, no de las de antaño, las que se han franquiciado, hacían en sus
propios, modernos, compactos, cromados, y automáticos hornos, panecillos a eso de las 6 de la
tarde. Un olor a mantequilla, harina, huevo, a panadería. Pero además ese olorcito.
En las calles de una ciudad como esa, pululan los ambientes medio hípsters, medio alternativos.
Entre bohemias y gafas de pasta negra, las cervezas de los bares que se exceden hasta las coloniales
banquetas, de esos que se acomodan en una casa muy vieja para hacerla habitación pero muy
céntrica para desaprovechar la posibilidad de negocio. Huele a tabaco y cervezas, a ron bajo climas
que coquetean con el frio de cualquier invierno cada vez que pasa la media noche. Y ese olorcito se
combina con los anteriores.
Hay muchas plazuelas en Querétaro, cada dos cuadras, una cuadra presume sus explanadas y bancas
y arcos. Saltimbanquis, falsos disfraces de la época del virreinato, RRPP´s de algún bar o restaurant
que se ha alojado en algún recinto, otrora hogar de algún español venido a menos. Mestizos e
indígenas, enfundados en mantas presumidas como artesanales, vendiendo pulseras de los más
pseudoautóctonos y hipsterianos diseños, todo muy “orgánico” el asuntico, en medio de los arboles
podados en antinaturales formas que despiden aun las humedades nocturnas de las plantas de un
valle que se escapa al semi desierto. Y ese olorcito.
Las paredes empostilladas, capas y capas de pintura sobre pintura, en colores tierra, marrones, palos
de rosa, ocultando y no, lo vetusto de sus orígenes, guardan el olor a frío de la noche, de la humedad
que entre las capas del corazón de esa ciudad. Son más pintura y humedad que paredes. Son más
escenografía que edificios, son más actores que personas. Muchos de los oriundos juegan el juego
del turista en su propio pueblo. Muchos de los turistas juegan el juego del Canaan de los israelitas
en ese microbabilónico Santiago de Querétaro. Los tonos de voz de los capitalinos expulsados de la
capital del país a no más de 160 millas de ahí, los toluqueños, los de Tlaxclalá, los de Hidalgo, los de
Aceite, viscoso, requemado, entre mantequilla y frio con aceite. A grasa de sartén frio, a aceite
gratinando el aire, a tonos imprecisos y turistas sudando aceite. Recalentado, a frio con aceite frio,
a aceite del que se queda en el fondeo de las ollas, del que se pega en el plástico, del que se forma
en las natas de los caldos al viento. Aceite encostrado en las rendijas de las puertas de madera seca,
aceite anegado en las hendiduras de las juntas de una pieza de adoquín y la otra. Aceite como de
mueble de casa de abuelo, de brillante rockola de casa abandonada y en agonía. Aceite y grasa como
de harapo de pordiosero. Como de cuerpo embalsamado, encerado, muerto y conservado.
Durante dos años, me pasee por la ciudad que me representaba un mal pactada liberación. Más
bien un mal arreglo para evitarme un buen pleito. Mientras me dolía de lo que había dejado. Iluso,
esperaba dejar de ser el yo que había sido, al cambiar de geografía. Durante esos dos años, me
desvivía entre el trabajo, las lecturas y los, cerca de, 4 litros de café diarios. Los jueves por la tarde
me arrojaban al postgrado de la universidad. Yo digo que Karina era como el cáncer. Durante esos
dos años, una presencia silenciosa. La gitana que, durante ese tiempo, aún no era gitana, la Karina
mía que, aun, no lo era estuvo ahí todo ese tiempo. En ese salón, en ese postgrado, en esas calles.
Nunca me hizo pregunta en dos años. Su presencia jamás me significó nada, no me cuestionó, no
me incomodó más que cualquiera, nunca durante esos años me hizo… mmm, síntoma pues. Quizás
algún día nos habremos dirigido la palabra, sin consecuencia, sin pensamiento, al menos mío. Nunca
me provocó nada que alguien más no hiciera. Ahí en Santiago y su aceitito.
Ella no olía a aceite. Así los años del 2007, hasta el principio del 2010.
El agosto de ese 2010 había transcurrido entre el adiós de un viernes por la noche y los barcos
incendiados que Karina me dejo en el 281 de San Carlos. Entre las naves que se quemaron en la
Mérida de Julio y su pronta partida en la primera semana del octavo mes. Ella no precisó de naves
para regresar a su Morelia. Todo ese año había sido, para mí, tanto en tan pocos meses. Apenas
llevaba 8 meses de ese año pero, unos meses con muchas horas. Nada de “para siempre”, lo nuestro
había surgido de entre las tardías noches de mayo en la calle Placeres, con replicas en el gran Hotel
de una Mérida que se derretía en sus 43 grados a la sombra de ese 2010 y de un austera casa que
las hacía de morada, color melón, de la calle 15. Cuando ella se fue casi nada había pasado. Nada
de lo que después habría de pasar. Ese viernes se habrá ido a eso de las 9 de la noche. Yo trabajé
casi todo ese día. Los viernes de antes y los viernes de después. Viernes cuando irrumpió en el lobby
de San gallito. Viernes cuando el gran Hotel, viernes cuando se marchó.
From: …@hotmail.com
To: Ella_@hotmail.com
Subject: “Delusional”
Date: Sat, Jun 2010 14:26:17 -0500
Hoy que regrese, nada de este sucederá. Hoy no estarás aquí. Hoy yo no sé
dónde estoy, me hacen falta más que las recetas de tu cocina, me hace falta
el ejecutor, quien las cocinaba. Me hace falta cada hueco que traías, me
hace falta tu presencia, me hago falta yo, nos hace falta tú y yo.
Dicen los clichés que nunca está más oscuro que cuando ha de amanecer. Falso de toda falsedad.
Patrañas baratas de filosofadas y psicologetías de plástico y anaquel. La Gran mayoría de los
hombres juramos que la desgracia presente es la peor, no solo de nuestra vida, sino del universo
entero.
Yo caminé las siguientes dos semanas, sin saber de ella y ella sin saber de mí. Acudía a la
universidad, mis cátedras, los horarios enajenantes de entre las 6 am y las 10:50 de la noche, mi
vaivén de solecito de carne, entre el norte de la ciudad y el abandonado sur de la misma. Entre lo
absorto y la mirada que se me ocultaba entre la gente. Era, nuevamente el yo que casi siempre fui.
Una especie de ente que rehúye de la mirada de los demás, las gorras ceñidas por debajo de las
cejas. La mirada en el piso, los oídos cerrados, los ojos en las ventanas de la buseta, o girando al lado
contrario de cada humano con quien me topase. Mis pantalones caqui, mis zapatos flexi, mi caja de
tabaco. Mi silencio, mi pobreza. Debía para ese entonces cerca de medio millón de pesos. Karina un
día mientras aún estaba en la Blanca Mérida preguntó con una franqueza divina, casi infantil pero
escarnecedora:
Llevaba cerca de 3 años sosteniendo una serie de cosas que nada baratas habrían de ser. Dicen que
el psicoanálisis es una clínica del deseo. Los de a pie podemos pensar mil cosas a este respecto. Por
un lado es fácil creer que cada analizante ha de cruzar por un sinuoso camino al final del cual solo
Después de ese ese último viernes, después de que Karina se fue. Me escribió:
From: Ella_@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: VOZ-Y-FERANTES
Date: Jun 2010 23:26:17 -0500
Luego de los sedantes, el punzante dolor de los que se desprende, del desgarre de la piel en tirones
imprecisos, luego de los sedantes de sus escritos y los míos en la distancia, la infección del adiós y
la insorteable distancia se llenó de silencio. Las bandejas de entrada en los correos, sola, seca.
Nuestros nombres se pronunciaban solo en la remembranza. Yo tan gris como siempre, tan ausente
de un año que no había sido sino una tragicomedia. El azar había unido lo que, los espejos rotos y
las naves quemadas, habrían de separar. Ella inevitablemente gitana, yo infranqueablemente
deseante.
Luego de dos semanas, nos hablamos.
Nos rompimos como presas, como se rompen los diques. Se nos desbordó la lengua como mares
que devoran la tierra. Como los cerros que devienen laúd. Como gritos librándose de cuellos de
aorta y yugulares a punto de reventarse. Nos hablamos después de no hablarnos, después de
-¿amor?
-¡amor!
-amor, amor
-amor
-amor, amor
-amor…amor
-AMOR
-¡AMOR!
-…amor…
-amor…
- ¡¿amor?! …amor
-amor…
-… amor.
Pienso, incesablemente. Pienso, obsesivamente. Mi mente germina una y otra vez. Una pregunta se
alberga conquista los segundos de mis días. No dejo de pensarlo. No puedo evitarlo.
-Si soy el padre de una hija muerta, lo más justo me parecería, que ella fuera la hija de un padre
muerto. No sería este el acto de amor más grande que mis manos obrarían.
Ella profesaba para su padre un amor que circulaba entre el asco, el odio, desprecio y la idolatría.
Entre sus memorias había imágenes difusas, claroscuros de un padre que habría excedido los cariños
desabrochando corpiños y listones de pelo. Grandes eran los esfuerzos de la segunda esposa de él,
las hijas, las nuevas y las primeras, la exesposa y la familia por sacarle de los embrollos en los que
este diosesito de pene corto se había liado en más de una ocasión. De pene corto pero todos girando
en torno a él, en algún momento yo también. De la ocasión que yo supe, era una de pagar una suma
exorbitante al crimen organizado a fin de saldar alguna deuda, o algún chantaje, que para el caso es
lo mismo. La familia entera se movilizaba en torno a la desgracia del padre, como una horda de
feligreses que se inventaban evangelios para mantener vivo a su dios muerto. Como artificio que
arde nutriéndose de mentiras cada vez más elaboradas, cada vez menos sostenibles, toda la familia
salvándole. ¡Que no se entere dios que ha muerto, ni nuestro padre sepa que conocemos su
desnudez, no sea que aquel no nos permita mantenerle vivo y este mismo dios se dé cuenta, a través
de nuestros ojos, de la piltrafa de su flacidez!
Las cosas que los creyentes hacen por creer, lo que uno hace por salvar lo insalvable, solo para
salvarse de un mundo sin Dios, de una vida sin el padre. Pienso, repetida, obstinada y
obsesivamente.
-¿Habría cosa más justa que deshacer la vida de su padre entre los dedos de mis rotas manos, todo
mientras al teléfono le digo “ha empezado”? Procuraré tener un teléfono a la mano. He de matar a
su padre.
Supongo que la línea entre una cosa y la otra debe ser apenas perceptible para quien se ahoga en
versos, besos, pasiones. Cuando los analistas hablan del suicidio, lo describen teóricamente como
El pasaje al acto. Ese momento en el que un sujeto se abandona, cae, como un objeto de desecho,
no se puede ser sujeto y objeto. Es el momento en el que los bordes de un sujeto se desdibujan. En
el que uno solo es lo que otro quiere, lo que sea, al costo que sea, en pro de ocupar un lugar en el
otro. Un día yo solo fui un sillón. Enamorado, sitiado por sus líneas, conquistado, desde la iglesia
hasta el zócalo, tomado desde la periferia y hasta el centro, le escribo:
From: …@hotmail.com
To: Ella_@hotmail.com
Subject: te voy caminando
Date: Sat, sept 2010 09:26:113 -0530
-Amor:
Quise regalarte mis ojos, para vieras las historias que frente a ellos, y sobre
ellos me inventaba, quise que sus palabras te convocaran y te arrojaran a
mis brazos.
Eras todos y no fuiste yo. Fuiste la burgués chica del corto vestido azul,
enamorada del el viajero trovador que, a ojos jade y piel marrón, le cantaba
a ella para poder lucirse con resto del salón.
Estabas por todos lados. Eras los anfitriones que no sabían quién era yo, la
mujer de negro que se preocupaba un poco más por su casa y el orden que
por la velada misma y el hombre sin cabellos que se preocupaba un poco
más por ella que por nada más, eras su mirada encontrándose en
complicidad casi ilegal frente a todos los que nada podían decir sino envidiar
lo que entre ellos se gestaba a cada suspiro sofocado, a cada gesto.
Eras el par de solteras que buscaban amar como si no quedara un día más.
Eras la que juraba irse a Puebla en poco tiempo y deseaba no poder irse
nunca más. Fuiste quien le pretendía desde hacía meses, el Don Juan del
grupo que con todo e historial, no había cesado de insistir. Fuiste ella quien
después de tantos ruegos, fuese ahora quien le pidiera a ese que fuera el
ancla y así sostenerse por las fuerzas un corazón que ella misma no podía
comprar.
Fuiste las historias que desde el rincón escribía de ellos, esperando que
fueran ciertas, confirmadas a la voz de los que ahí se despedían un poquitico
de la vida, hundidos en la noche que era toda mía. Fuiste la letra nueva de
las canciones viejas, los tonos que para mi voz, ya para ese entonces añeja,
no podía alcanzar. Fuiste la canción recién descubierta y de la que me
apropiaba en medio del reconocimiento mío como completa y
categóricamente tuyo, de la imagen mía vista en mis ojos de ti.
Fuiste todas las lágrimas que no pude llorar. No estuve, eso es cierto.
Levantaba la mano de vez en cuando, asentía con la cabeza, versé un sí o un
no, a veces un quizá para no entrar en discusión. Fuiste el reloj que se
suspendió en medio de gente que no sabe ver el tiempo pasar.
El daño ya estaba hecho. Ya no era más un sujeto, un humano. Estaba convertido en un objeto. Algo
de uso, y lo que se usa se puede desechar.
From: Ella@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: Frío
Date: Sat, 27 Aug 2010 00:43:09 -0500
Veamos. Ayer, fui al trabajo vespertino, solo un par de personas notaron mi ausencia. Yo respondí
que era cansancio, ellos asumieron que era físico, yo, no podría precisarlo. Regreso e intento
aprovecharme del cuerpo y de su falta de descanso, me acuesto, acomodo mi cabeza sobre la
almohada, y es debajo de ella que se encuentra la otra punta del hilo de plata que sostiene tu dedo.
Ya había dado vueltas por la casa buscándole, después de nada y de encontrar unas tijeras con forma
de llaves en llavero, me había molestado un poco y hasta había dicho que era finalmente solo un
pedazo de trapo innecesario. Cene pasta, una delicia solo cercana a la de tus formas y de las formas
que yo hice de ellas. Pasa la mañana y transcurro en la edificación y reconstrucción de una red que
había hace un tiempo deshecho, subo algunas fotos de tu vista y me detengo para mostrar en las
que tú apareces, me pregunto si puedo. Nada hice. Lavo, tiendo y el cielo me amenaza de nuevo.
Bebo un par de cervezas y luego duermo. Leo, leo y vuelvo a leer, pregunto y contestas, te clamo y
no te presentas. Ahí ando, en silencio, activo pero pausado, como en un tono de no pasa nada, pero
de uno mediocre como si el dolor se hubiese ido. Sigo haciendo y hasta planeo lo laboral atrasado
para esta misma tarde, a las 3 con 2 minutos aun no puedo. Me veo al espejo un par de veces y en
Escucho un par de canciones, me recuesto en intento dormir. La noticia de tu llegada aparece pues,
yo te leo. Me levanto entonces y vuelvo al patio de donde arranco un par de verdes insolentes y
precoces. Regreso, me siento frente a la mesa como si quisiera darle la espada a toda la casa, a toda
la vida y a toda la muerte. Así, justo así me encuentro, sin vida, sin muerte, ¿Cómo se llama esto?
Luego de las grietas que nunca he podido resanar se me desprende un súbito e incontenible
lamento, una flema que, mientras sujeto con mis manos la cabeza que se me ha ya desplomado,
me saca 16 lágrimas y cuatro suspiros sin palabra. Me levanto y regreso a ese punto en que ni nada
hay. Te mando un mensaje, pregunto sobre tu estado, dices “bien”.
Ahora contesto. Supongo que lo amarillo y lo rojo me dicen más que el palíndromo, tal vez se
remonten a algún mítico momento en el que yo en desconocimiento del nombre así le habría dicho,
jamás lo sabré de cierto. ¿Del alejamiento? Aún no puedo, no quiero. Me quiero agarrar de algo, lo
busco, lo busco, lo busco, lo busco, lo busco. Supongo que lo que me desesperaba es que te
estuvieras yendo, supongo que la expectativa me tiraba viento con fuego en los ojos que sin
parpados no podrían defenderse. Jamás lo sabré de cierto. Supongo que también quería que te
fueras para que fueras lo que eres, lo que quiero, Gitana. Para no atar las alas que cortar no puedo,
aunque a veces quiero, total te volverán a crecer y a mí las mías que, hasta ahora lo han hecho.
Ya te había dicho que un avión pasa sobre mi cabeza justo a las 4 cuando al gimnasio llego, siempre
me fijaba en el cielo mientras te esperaba. Ayer me sucedió lo contrario, justo a las 9:08 que de mi
trabajo salía un pájaro de acero me gritó desde el cielo, bramaba si es que tal cosas es posible,
juraría que en su vientre estabas. Si yo fuera cielo o relámpago o Dios del fuego, lo hubiese
derribado con el tronar de mis dedos.
Ahora mismo llueve, ligeramente buena la lluvia, aunque un tanto insípida y tardía, no sé por qué
llegaste mojada. Mis heridas se han infectado, pero aun así no siento nada. Entre más tiempo
queden abiertas mejor para el cuerpo que tendrá un autónomo deber del que yo solo puedo ser
testigo.
Quiero. Quiero oírte, quiero verte, quiero jalar el hilo de plata con 300 bueyes, quiero que regreses,
quiero que vengas una vez y después cuando las alas hayan crecido pedirte que te alejes. Quiero tu
Ya habiendo tocado su Morelia, escribe el relato de una partida que yo mismo no presencie.
Contesto.
Ese día llegue a casa y las luces de abajo y de arriba estaban apagadas, la
hemodinámia hecha un torbellino desproporcionado, como para arrasar con
el universo entero. Supuse (quise) que no te habrías ido, que por alguna
Busco mis llaves, las he dejado en el auto. Regreso y de nuevo, ya sin mucho
ánimo pero con la esperanza que últimamente se me convierte en destino.
Abro, entro, subo, bajo, hurgo, closets, baño, patio. Pienso: “¿me querrá dar
un susto o una sorpresa?”
La piel que sigue abierta es la de la mano. Luego del espejo que no logro
contener ni mi angustia por tu partida, ni el puño. Le he quitado las
vendoletas, no quiero que cierre. Busco maneras de así conservarlo. El
margen ardoroso, como si nada hubiese pasado, sin molestia, sin ardor, solo
margen. ¿Qué te ha dicho el médico, ya te encuentras mejor?
No sabía del beso en la plata sobre las llaves, ahora mismo beso lo que tu
boca besó. Yo me traigo lo azul tocándole, oliéndole, sintiéndolo,
recordándome de ti a costa de él. Me traigo un cuerpo que anda
funcionando homeostáticamente, duerme, come, bebe, “nada le duele”.
Unos ojos descansados y unos labios bien hidratados, la barba roja rasurada
y el cabello recién trasquilado. Los cascarones deben ser así, cóncavos, lisos
perfectos, sin grietas, redondeados, no muy brillosos más bien en blanco
mate, al menos si uno no quiere levantar sospechas. Aunque no dejo de
mostrar el derrumbe que traigo por dentro con tan buena forma.
¿Qué tipo de miedo hace allá? ¿Es los mismos y aterradores ya conocidos, o
es acaso uno nuevo? Aquí hay algo, nuevo ciertamente, un sonido detrás de
las paredes que se oyen pariendo una grieta nueva. Como un taladro tenue
que de súbito se oye entre los muros y anuncia el desquebrajamiento de
algún dique que ya se encuentra débil, mis fantasmas y yo hemos hecho ya
algunas apuestas sentados frente a las paredes. Aventurándonos a decir
donde surgirá la resquebrajadura.
Y si, ya sabíamos.
Al margen y después de él, con la sensación de haber barrido las huellas de mis pasos a cada paso
que voy dando y dejando en el camino pisadas nuevas que son del mismo pie derecho que anda
medio chueco y rengo. Repetido, repitiente, repentino, surgido de entre los versos de la tinta tuya
y mía. Dejado, abandonado a este amor, dejándome llevar a donde carajos me lleve y me vuelva a
traer cuando de regreso me pueda volver.
Pensando y repensando en las palabras de vos y en las desfogadas y fugitivas mías, anárquicas, sin
freno, sin medida, sin sentido. Con el único objetivo de hacer que la vida, la tuya en la mía y por
supuesto viceversa, tenga su sentido, construido, faltante, falto de infinito, finito pero vivido cierto,
inmenso y como eterno, aunque nada de lo que el cuerpo y nuestras atormentadas almas nos deje
sea perene de cierto. ¿Digo lo mismo? Tal vez es solo que ya lo dije, o que sigo en lo dicho.
Tengo días soñando con la muerte mía, despierto incrédulo del aire que respiro, me supongo y
supongo que aún sigo dormido. Pasan unos segundo antes de que lamente el despertar, solo, más
solo por y en la ausencia de ti y del carnal, imaginario, furioso, real, desvelado, desgarrado, cogido,
esperado, venido, bebido, “tertuliado”, escrito, temido y amado, Nosotros.
Ahí me voy como a eso de la no sé qué hora de la mañana, algunas son soleadas y hasta aborrecibles
por sus calores. Otras matinas permanecen nubladas, -hoy un alumno me dijo desde su boca “no
quiere amanecer, No quiere”-. Nada más cierto para el día de hoy en que el sueño de mi muerte se
manifestó en un par de ocasiones, fácticamente. Primero con un súbito sobresalto en el que el
corazón parecía haberse olvidado de la segunda más importante de sus acciones. Luego en la vista
sobre el espejo que me mostró más viejo que de costumbre y con un gris esparcido por la piel, que
no tardó en hacerse público a través de las bocas de quienes cruzaron hoy por mi camino. Entonces
pensé, “y si nada de mañana, y si nada de ella, y si nada nunca más de nosotros, y si no hay Julia, y
hoy muriera, y si no logro hacerle saber cuánto la amo”, y no me refiero a decírtelo, sino a que lo
sepas, aun en conocimiento de la imposibilidad del entendimiento, de que lo supieras con la certeza
que yo lo sé. Que lo supieras de verdad.
Un día de estos llegará la muerte incomoda, como siempre que uno, aunque la ande buscando, no
la espera así de pronto. Un día de estos o de aquellos tal vez sea hoy por la madrugada o mañana
por la noche, o una insípida mañana, o una terrible y nada trágica tarde con una lluvia mediocre y
pusilánime. Quien sabe, pero algún día, alguien que no soy yo, podrá decirlo y saberlo. Aunque ese
Voy a morir, porque ya estoy muriendo. Aunque sé que estoy muy viejo para seguir muriendo, no
puedo de otra forma llamar a la terrible condición en la que me encuentro, después de encontrarte
y que me hayas encontrado. Muriendo porque no nos hemos muerto, porque no parece que
podamos matarnos con tiempo y aburrimiento, porque nuestro marcos son definidos, sobre horas,
días y fechas precisas, marcos precisos aunque no podamos hacerles claros, muero porque voy a
morir, muero porque ya no vivo sabiendo que nada de lo que en este mundo hay, se asemeja o
puede hacerlo a este amor, porque no hay cuerpo que pueda ser tu cuerpo y mi cuerpo solo sabe
de vos. Muero porque ya estoy herido entre hojas de chaya y tamarindo, porque agonizo rugiendo
hacia el cielo en busca de mi hembra para que se muera conmigo. Muero.
Morir en presente en es el peor de los castigos, más que el perderte o nunca haberte tenido, morir
es el más lacerante látigo que ha existido, morir en el exilio, en la distancia. Morir amando, morir
sabiéndote mía y que yo muera tuyo en el secreto de tenernos. Morir teniendo todas las razones
para seguir viviendo y solo una locura para querer hacerlo. Concebir y parir un gigante para después
encajarlo con las dagas del principio de realidad. Voy a morir es cierto, lo sé, moriré y le recibiré con
gusto cuando llegue el momento. Lo verdaderamente insoportable es que muero.
Me pregunto por qué te pregunto tanto, tal vez un día de estos empiece a no escribirte y
cuestionarte y comience entonces por irme a una tierra que no sea la mía, una que sea la tuya o que
este cerca, que cometa una locura y que me plante allí en un Santiago o en un Jurica solo para que
Amor que me amas, Amor Mío, Amor nuestro de bronce y sal, de helechos y mar, de centros y
tropical, de magma y tempestad.
Cuando ella me llamó para avisarme que había iniciado el proceso de aborto, yo decidí estar con
ella. Decidí, contra mi voluntad. Yo siempre tan congruente. No estaba de acuerdo, quería ver a mi
hija. Pero amaba demasiado a Karina como para contradecirla y con ello perderla. Ya la había
perdido y nada podía hacer yo frente a su cuerpo. El mismo cuerpo que tome una y otra vez, el
mismo que ella declaró mío, se declaraba autónomo y yo sin capital para detener semejante
rebelión.
Cuando me llamó a las 8:42 de esa mañana, ya estaba en la clandestina clínica y había comenzado
el proceso. Unas horas duro consciente y me narraba lo que sentía. Gráficamente me describía los
coágulos y el sangrado. Los dolores de su vientre y su agotamiento. Pronto su cuerpo cedió ante los
sedantes y no supe de ella sino hasta el atardecer de ese día. Le enviaron a casa por la tarde. Me
escribió diciendo que se recostaría. Un cocktail de pastillas para provocar la expulsión de mi Julia en
su vientre. Contracciones y un dolor por mi incomprensible, tenían su cuerpo análogo a su alma.
Desgarrada, rota, dañada. Así la conocí. Así la amé.
Ese medio día, justo después de su silencio, Salí de clase sin rumbo. En silencio, el más profundo de
los silencios. Después de caminar cerca de dos kilómetros bajo el nada condescendiente sol de
Yucatán. Entre en un local hediondo. Un abundante cuerpo de 120-130 kilos de peso enfundado en
una ceñida playera de tirantes, me preguntó:
Al cabo de tres horas y media de calor, agujas y sangre. Sobre mi torso se dibujaba con tinta
indeleble desgarre que mostraba las entrañas y una costilla rota. El mismo cerdo habrá dicho:
Julia, llevaba tres días ahí aferrada, el daño estaba hecho pero aun sujeta. Dañada ella y dañada mi
amada. Karina se tornó más gris. En el vientre llevaba el pecado y la penitencia. Era una asesina
fallida condenada con la ironía de cargarla. Seis meses después con muchas menos palabras entre
nosotros, La Julia Mía, Lloraba. Fue un llanto cansado, de pocos segundos. Seguido de espasmo
involuntarios. No alcanzo ese día a conocer los brazos de su madre. En cambio conoció el entubado,
las agujas en sus brazos le abrazaban con el cariño que le faltaba. El diagnóstico era claro. Un corazón
débil de características hereditarias.
Mi padre falleció a la edad de 44 años, su padre y hermanos con apenas un par de años de diferencia.
Todos ellos de infarto agudo al miocardio. 50 segundos del dolor más insoportable que un cuerpo
puede experimentar, todas las válvulas colapsando al mismo tiempo sin más alivio que la muerte.
Nada hay que hacer. Lo que se hereda no se hurta, Desee entonces que Julia Muriera, tan pronto
como fuera posible. Karina dejo de estar, apenas si producía palabra para mí y de mirarnos ni hablar.
Yo ya solo quería ver a mi hija morir. Así comenzaron 28 semanas, no de lucha, sino de una muerte
a cuentagotas.
A Julia la maté yo. La chingada herencia. Quise pensar que el aborto fallido fue la causa de su
debilidad. Dicen los psicoanalistas que lo que una generación calla, la siguiente lo grita. Karina y yo
nos callamos su muerte. Julia solo se murió.
Para esas alturas yo amaba. Amaba a la Julia Mía y a la Gitana. En medio de su silencios, de los gris
que se tornó, el amor que me había invadido, no me daba sino para pensar como lo hacen los
enamorados. De qué manera podía decirle a Karina que, el amor que yo le profesaba era de
-No hay acto de amor más grande que sostener al ser amado en su último aliento. Yo soy un padre
sin hija, soy lo que queda de lo que quedaba. Después de la Julia Mía. La gitana mía sabrá que su ser
más querido muere. Con los privilegios que la hija mía no tuvo. Morirá en mis brazos, de mis manos.
No por herencia y mucho menos por cobardía. Morirá por Amor, por el amor de la gitana y de la Julia
mía.
Hice un ritual de la muerte, porque con los muertos solo se puede mantenerlos vivos. Me abandone
al recuerdo de su manos frágiles, al sonido de su respirar extenuado. Me desviví en silencios
prolongadísimos frente a mi hija de aparador en el hospital más sombrío que he podido pisar. De mi
gitana, nada supe durante ese tiempo. Ella habría de transitar por los senderos de esa muerte de
manera distinta. Yo no deje de justificarle. Cargo en su vientre a mi hija muerta durante meses. Se
le iba descomponiendo a cada semana. Era justo que yo cargase con el resto. El resto del mundo me
creyó desaparecido. Abandone Mérida durante todo ese tiempo, así, sin aviso. Sin testigos. Nada
más cercano a la realidad. Muerto no estaba, estaba desapareciendo.
Yo esperaba día a día que mi Julia dejará de morir y se muriera de una vez. Si hubiese tenido más de
15 minutos por ella, yo mismo hubiera acabado con el cuentagotas. Ella no vivió 28 semanas, moría
cada segundo de ellas. Error, Snoopy. Grave error. ¿Les mencione que después de todos mis años
de vida solo estaban seguro de saber dos cosas? La primera, todos hemos de morir. La segunda,
nada es lo que parece. La segunda me es más firme que la primera. He aquí la razón. Día tras día,
ella no terminaba por morir. Yo había comenzado en aquella llamada y no dejaba de hacerlo. Más
de una ocasión, recluido en el Hotel Zamora, el vino tinto, el propofol y el clonazepam en exceso no
lograban el objetivo que les pretendía. Cada vez que después de los intentos, despertaba, pensaba
para mí:
Un día, por fin sucedió. Su corazón se detuvo. Ella murió un martes 13, yo también.
Estando en Morelia. Me di a la tarea de localizar al padre de Karina. Como le amé a la India Mía.
Nada me había pasado igual. Nunca más fui el mismo después de aquella calle Placeres. Poco
quedaba del Gallito, de los poderosos 182 centímetros, nada de la armadura de plata y ónix. Nada
del príncipe maya, del transgresor de distancias. Yo era poco menos que 67 kilos y la ropa detonaba
más la muerte en vida que la vestimenta sucia que era. La amé y debía inscribirle un último acto de
amor y de venganza. Uno que fuera capaz de mostrarle que como yo, nadie más le amaba. Era un
altar caminante, una ofrenda a la muerte de mis amores, el ejecutor de la profecía de una gitana.
Localice a su padre con el sigilo que mis harapos me permitían. Más de una ocasión habré dormido
en la calle solo para verle caminar por la mañana mientras iba por su periódico. Jamás cruce mirada.
Luego de tres semanas, en el mismo cuarto del Hotel Zamora, convulsione. Amanecí bañando en
vómito y con un sabor a bilis en la boca. No pronuncie palabra. La señal estaba dada. No me quedaba
mucho tiempo más para pronunciarle, a Karina, en un solo acto, el amor que no cesaba.
Me afeite después de semanas, cambie mis vestidos por los menos sucios que tuviera. Me enfunde
en mis botas color café, las agujetas bien apretadas. Cruce el lobby del hotel y justo como las últimas
semanas, nadie me observaba. Camine hacia la 18 de Marzo. La ofrenda, el acto y la muerte ya
estaban pactadas.
Pienso.
La gente grita a mí alrededor, no se escuchan en mis oídos. Todo acontece muy rápido. No sé qué
hago aquí. La daga ha aparecido a unos 70 metros de donde estamos él y yo. Supuse que gorgojeo
de su tibia y espesa sangre en mis dedos pondría fin a ese dolor. Supuse que la justicia en el golpe
final del mazo del juez, nos regalaría a todos una especie de inmediata tranquilidad. A todos. De
alguna retorcida forma pensé que incluso a ella. No hubo teléfono a la mano para anunciarle lo que
estaba por comenzar. Dios actúa en formas misteriosas. El talión.
Karina y yo siempre nos jugamos el dedo en la boca, siempre nos vimos las caras, a veces como
quien se ve la cara a un espejo por semejanza, a veces como quien se ve en el espejo para jugar a
engañarse. Después de que Karina se hubiera marchado de mi Mérida, se seguíamos haciendo. Nos
tendimos la treta de que entre nosotros nada pasaba. Que nos habríamos besado en un hostal de
la calle placeres, como si eso hubiera sido un solo beso inocente, sin consecuencias. Luego nos
inventamos un jueguito en el que ella visitaría mi carne, y yo le recibiría cual don juan a una más.
Más tarde nos vendimos la idea de que ella podría quedarse a mi lado, y yo de que la soportaría
para siempre. También nos habíamos ya fabricado una despedida de viernes, igual de ficticia. Luego
de su partida, seguíamos hablando. Que digo hablando, nos cogíamos con palabras, nos amábamos
con la fuerza de lo indestructible, con lo operístico de Fauré. El truco más grande fue creernos. Nos
dijimos tantas veces que nos amábamos, que termino siendo cierto. Debo reclamar para mí, los
mayores esfuerzos de este hermoso engaño. El karma habría de cobrarme, con una hija. A ella con
un padre.
-estoy embarazada.
Luego enmudeció. Al otro lado del teléfono yo con ella. Al mismo hombre que se había negado a
tener hijos en un matrimonio estable. El mismo hombre que había renegado por años la idea,
esquivado, sería más atinado. Yo. Con una supernova, estallándome en silencio. Implotando para
no irrumpir su honesto silencio. Estaba hecho un mar de alegría, pero callado, incólume para
permanecer al ritmo que su angustia dictara.
-No voy a tenerlo. No voy a ser madre.
Ya lo era.
-está decidido, no la voy a tener. Voy a abortar. Y lo voy a hacer contigo o sin ti.
Algo en mi murió como las cosas que no tienen nombre. De una vez y para siempre. ¿Cómo se
nombra a un padre sin hija?
Qué más justo entonces que ella fuera una hija sin padre.
Le seguí durante un par de calles. Sus pasos eran cortos y los míos muy largos. Espere el momento
de verle a la cara y pronunciarle de frente, justo antes de arrancarle la vida, ojo por ojo y diente por
diente. Lo planee, lo esperé, la vida misma me puso ahí. Lo seguí, lo esperé. Caminé detrás de él
como un cobarde agazapado antes de cometer su crimen. Como un predador debilitado que solo
tendrá una oportunidad antes de morir de inanición, de dolor y de muerte acumulada en mi caso.
Luego de unos cincuenta metros su estela percibió mi metro ochenta. Se detuvo un poco mientras
calculaba el tiempo exacto para girar y verme como si su estatura superara la mía. Cuando solo uno
centímetros me separaban de él, se giró y sin mayor palabra su rostro encaró el mío. Era justo como
No habrán sido más quince segundos entre su estampa y mi sombra. Mientras, yo, estaba cautivo
en su mirada, por detrás de su espalda, surgió una daga que surco como ecuador su garganta. Un
asesino más diestro y decidido que yo. Con motivos menos amorosos o existenciales y más
concretos termino con su vida. Ese cobarde terminó también con mi venganza y con el sórdido
enamoramiento de mis ojos en sus divinos ojos. Antes que su mirada se esfumará, su sangre ya
salpicaba mi abrigo gris Oxford, el mismo gris que me habitaba.
Cuando el cristo en la cruz pronuncio el clamor de sentirse abandonado, los cristianos lo explican
cómo el momento en el que Dios padre le abandona para que solo muera el hijo de la misteriosa
tripartita divinidad. El padre no puede morir, es menester que solo Dios hijo sea el que muera.
Siempre pensé que era una pendejada pero lo comprendí en el momento que su mirada abandonó
sus ojos, antes de morir, su divina mirada, se había salvado marchándose a otra parte. No vi quien
le pasó por el cuello la daga. Mis ojos estaban anonadados del brillo olímpico de sus ojos, solo atine
a abrazarle antes de caernos juntos al adoquín vetusto de aquella Morelia. Fui una Santa María con
un cristo recién bajado, fui un enamorado con la mortaja en mi regazo. Él debía muchas cuentas, a
mí no me debía nada.
Luego de un intento fallido de aborto, nacer luego de 6 horas de labor. 7 meses y medio más de
entradas y salidas en un hospital. La pequeña Julia entro al quirófano un Martes 13 para no salir
más. Mi Julia se murió sin ver a su madre. El padre de Karina murió conmigo en la mirada.
Ahogándose en su propia sangre con mis ineficaces dedos intentando contener la aorta en su
garganta.
¿Cómo sale un hombre de la muerte? Karina mencionó los coágulos de sangre mientras le
acompañaba al teléfono en el intento de aborto. Yo me aferré a Julia más de lo que me aferré a la
vida por los siguientes meses. Perdí trabajos, peso, plata. Cada perdida significó menos que nada.
Cada día era menos que el anterior. Como se nombra lo innombrable, como se nombran a los padres
sin hijos. Mis pasos se volvieron más lentos cada vez. Alguna vez soñé y soñó ella también, con la
hija de su vientre y de mi carne. Ella la parió, pero yo le hice nacer, luego yo la maté. Poco antes de
la muerte de su padre, tan solo unos meses después de la muerte de mi hija. Tres años y meses
después de aquella calle quince del 281.
La Julia Mía ya nada tenía que hacer aquí, nuestro idilio solo fue el ficticio de lo que pudo ser. Su
carne y mi carne se desgarraban en cada encuentro, mis demonios y los suyos siempre estuvieron
sueltos. Nada quedaba de mí, nada más que coágulos. Los de mi hija, los de su padre, los de mis
nudillos cortados. Los de un amor mal oxigenado. Los de un dolor sobrealimentado.
Luego del amor que le tuve, que nos tuvimos. Luego del intento fallido de aborto, luego de nueve
agonizantes meses, parimos a una hija destinada a morir. Lo supe al momento en que su llanto
simulo más gemido que vida. Julia había nacido de mí, de ella, solo para anunciarnos su muerte.
Pocas imágenes quedan en mi mente de la Julia mía. Las que más, incluyen tubos, hospitales y olores
a cloro y a inútil asepsia. Ninguna de las intervenciones quirúrgicas, presagiaba un triunfo sobre la
muerte. En cada caso, eran siempre, la postergación de lo inevitable. Fueron cerca de 3 meses de
una derrota a cuenta gotas, de agujas y hospitales, de coágulos en el aire que respiraba. Cada vez
fui sabiendo menos de mí. Cada vez menos podía saber de la Gitana otrora mía. Aún tenía un último
te amo que ofrecerle. Uno que dejara en su alma la huella imborrable de nuestra Julia, De nuestro
centro y mar, de nuestro San Gallito y Placeres. Tanto como el amor que le profesé a Julia, le había
profesado a ella. Julia se había llevado mi aliento, mi vida. Un martes 13. Ya no podía darle un te
amo lo suficiente mente fuerte como para grabarme en su mente. Si Julia se había llevado mi vida,
en la fuerza de la muerte de su padre, en la venganza amorosa, ella me encontraría indeleble. Lo
que nos debiéramos en vida, nos lo pagamos con muerte.
De Karina poco supe después. De mi menos. Ella habrá intentado dejar de ser gitana y establecerse
con algún hombre de esos muchos que podrían amarla. Yo camine durante mucho tiempo entre los
leprosos intentando contagiarme de ellos, entre los baratísimos vinos tintos españoles y las
A la Orilla de un puente osado metido en el mar de Puerto Progreso. Alcanzo a pronunciar Aquí yace
un soldado en tiempos de paz, un padre sin Julia, un muerto que no deja de respirar, una herida que
no sabe sanar.
Julia Mía.
Pies de Caracola.
Ya los aldeanos se han marchado
Ya me han gritado cuanto en sus bocas puede caber.
Desde una roca, lisa como el más fino cristal,
Mis pies sostienen este cuerpo que clama tu nombre frente al tifón
Tu nombre que grito y bendigo frente a la vertiginosa tormenta, sois ella,
Las nubes se han amoratado al alcance de mi vista,
El feroz viento que de ti se desprende se ensaña en mi cuerpo,
Resbalan pies y esto no ha empezado aun,
Mis diagonales piernas se aferran al aún más osado torso,
El mar se me alebresta, miedo… he sentido miedo.
La misma diosa que despliega la manga es aquella a quien mi voz eleva su plegaria,
No hay cadenas que sujeten a este sujeto a la superficie de este tramo,
Los dioses ya se han refugiado desde hace tiempo,
El ingrato cielo solo desprende maldiciones de circulares destellos,
Aquí estoy… aquí te espero…
Hará falta que tomes la vida de éste tu más humilde y débil ciervo,
Hará falta que me inmortalice un trueno o que me parta en siete un beso.
Si con un dedo toco uno solo de tus intersticios,
Si con un solo pedazo de un pedazo del ojo mío logro verte verme,
Si con una arruga de mi frente logro virar hacia mi tu rostro,
Entonces nuestros hijos sabrán que su padre es el tiempo,
Y tú… la prisionera del viento…
… Soy una ola que se ahogó en un cumulo de sal, soy un pedazo de coral despedazado.
Soy una gota de rocío que agoniza bajo el sol de las 9:33 de la mañana.
Soy un idiota que se puso a pensar, un impaciente que le dio por esperar.
Unos oídos que solo saben escuchar, una boca que no sabe confesar.
Un amante de ti, con llaveritos de plata e hilos de argento azul, sin ti.