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PLACERES

AUTOR

BALAM HERNÁNDEZ y VARELA

MÉXICO MARZO DE 2018

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Dedicada a: Sirius, Southrising Sun.

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Capítulo I

Extraviados los dioses.

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Bitácora 0, o la estupidez de parpadear.

Morí un 13 de septiembre. Ella murió también.

Cuando un hombre odia tantas cosas, el odio alcanza un nivel distinto. Los hombres que odian poco,
si pueden hablar de lo que más odian o de lo que odian mucho. Los que odiamos casi todo, tenemos
una clasificación distinta. No a partir de la barata polarización del “odio-amo”. Es más bien, una serie
de categorías de superlativos y algunos dobles negativos, entre los que se encuentran el “no podría
no odiar más”, odiar hasta el hartazgo”, o incluso, ante el cansancio de odiar algo, simplemente
aniquilarlo, matarlo, desvanecerlo, hacerlo desaparecer a partir de un desprecio descomunal. Yo
soy uno de esos hombres. Yo odio, y a veces, odio más.

Odio la humanidad, es fácil hacerlo y debo empezar por ahí.

Odio a la inmensa mayoría de los seres humanos. Hay sin embargo una pequeña parte de esos seres
que me producen asco y el resto de ellos solo me significan poco menos que ausencia o desecho.
No me gustaría que se confundiera lo que digo. Hablo, sí de seres humanos, pero sobre todo de la
humanidad, hablo de odiar lo que la gente hace y construye mientras intentan dar a sus mundos
algo de significado. Las maneras, los usos y costumbres, sus frases prediseñadas tan huecas como
endebles. La hipocresía tan en boga de ser positivo y humanamente condecorable. Odio y asco, en
proporciones imprecisas. Odio a la gente que se las da de feliz, mayor estupidez no concibo. Esos
que a fuerza de maquillaje se dan el lujo de querer preñar de felicidad todo cuanto se topan,
alevosamente, invasivamente.

Solamente conocí una persona verdaderamente feliz en este mundo. Feliz hasta en sus dolores, su
belleza era tal que no podía sino resultar ofensiva para el resto del mundo. Cualquier cantidad de
dulzura se desprendía de su andar, hablar, sonreír. Reía poco en realidad pero cuando lo hacía, los
pájaros se callaban. Me casé con ella. Mi psicoanalista dijo alguna vez que era el paso lógico
siguiente. ¿Lógico? Él, explicaba que siendo yo un sujeto de características tales, tenía que haberme
casado con ella en búsqueda de destruir aquello que se presentaba como antítesis de mi
generalizado odio para con la humanidad, es decir, destruirle a ella. No puedo ser lo suficientemente
enfático en la cantidad de asco que me produce la humanidad entera. Luego de casarme con ella,

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le perdí a principios de este año en que escribo. Supongo que separarme de ella, luego de
prometerle luna y estrellas, era otra forma de destruirle. Aunque, lo “lógico” para seguir
destruyéndole hubiese sido seguir casado con ella. Pero el daño ya estaba hecho, no se requería
más. Aclarado este odio, puedo decir que, entre otras cosas, los clichés me resultan poco menos
que insoportables. Ya, antes odiaba mucho de lo que ahora, de todo lo que sigo odiando. Un poco
más después de ese martes. Entonces, un martes y 13. Ni te cases, ni te embarques.

A eso de las 8:42 de la mañana, justo después de haber concluido mi primer catedra en aquella
universidad cuyo nombre se economizaba en tres letras, recibí su llamada. Nada tendría que ver
con mi cumpleaños que, dicho sea de paso, siempre oculto. Mitad por terror al envejecimiento,
mitad por asco a los abrazos y felicitaciones de aquellos que, no se enteran sino por rumor, para así
desplegar sus felicitaciones y bromas y chistes y baba y sonrisas y más baba. Pese al dique de esa
llamada, una semana después (mi cumpleaños), ella pudo escribirme. No sé si como regalo o como
analgésico.

-Velo el inicio del día que te celebra. Alargo los brazos y busco los tuyos en medio de
un cielo muy oscurecido. Rezo por que pueda encontrarlos. Si tengo suerte y te dejas
encontrar para recibirme este abrazo, sin soltarte le diré a tu oído en voz muy suave
y sin algarabía "feliz cumpleaños amor que amo, feliz cumpleaños jaguar que
cortejo, feliz cumpleaños mi vida. Te he traído algunos obsequios: escalé la noche y
le robé el conejo a la Luna, hurté los vientos más poderosos de la tierra para que de
un soplido apagues las estrellas del universo cuando tú lo desees; labré un jarrito de
cobre martillado para que bebas los brebajes consuetudinarios y los de ocasiones
especiales que el ansia te exija; descubrí mis pechos para regalarte una imagen que
no sé si aún quieras pero yo te la doy; te inclino mi cabeza para mostrarle mi cuello
a tus colmillos; exorcizo la cobardía artificial que siendo mía te llego a parecer tuya,
te develo pues el valor que mi susto te ocultó; te doy mis ansias que te buscan, te
entrego mi infatigable calor que surge en donde tú estás; te expando estas piernas
para que te guardes en ellas y te ofrendo esta piel para que afiles en ellas tus garras;
te entrego el llanto rocoso que me nace de tu ausencia; fundo todo el cobre del
mundo y te armo con el tridente más poderoso de todos los mares, de todos los
universos".
Bello niño Lacaniano, es tu voz una combinación de danza y sonidos celestes cuando

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entre las otras voces sólo tus labios se destacan.
Te doy por último mis besos y un rotundo te amo.

Repito, una semana antes a las 8:42 la llamada fue la sentencia del cordero. Su voz estaba llena de
mortaja y con la hoz que divide la vida de la muerte. Su llamada anunciaba la muerte. Nada con mi
cumpleaños, el último que cumplí.

-Julia, la Julia mía, Julia siempre mía. Nunca más Julia.

Amé y amo a Julia. Le amo como los barcos aman sus banderas, como se aman las cosas que dividen
la historia, ineludiblemente en un antes y cualquier después de ellas. Le amo como un loco, como
un verdadero loco que soy, pero además le amo y le amé enloquecidamente.

Recibí la llamada en un teléfono barato, uno de esos que compras en cualquier tienda de amarillo y
rojo de las que pululan cada tres puertas en cada calle de México. Lo había comprado solo para
activar uno de esos programas en puedes hablar tanto como quieras, siempre y cuando tus llamadas
no excedan los 5 minutos.

- Ha empezado. Dijo ella.

Recibí la noticia, recibí la muerte, como un titán, pero como un titán de cascaron de huevo. Era una
de esas noticias con cara de confirmación, nada nuevo. Una noticia de esas ya sabidas y anunciadas,
muy cantadas pues. Del tipo de noticias de las cuales, pese a la espera y el presagio, uno cree poder
librarse. De esas que aun recibidas, algo muy “humano” nos empuja a pensar que, aún después de
escucharlas, uno puede librarse de ellas y sus efectos. Los decires de amor y de muerte son como la
tinta que cae en el agua, nada ha de solucionarse, nada puede retractarse. Creo que la psicología
mundana le dice negación. Yo le llamo estupidez. Esta infantil ilusión de librarse, es un duende que
se agazapa detrás de los oídos diciendo que nada es cierto. Imaginé, como niño, que cerrando los
ojos fuertemente y deseándolo aún más fuerte que nada estuviera ocurriendo, al abrir mis cuencas
de nuevo, nada de eso estaría pasando. Tras unos 84 parpadeos por minuto, durante cinco minutos,
nada había cambiado. Estaba ahí parado, plantado sobre mi sombra, con la frente llorando del calor
de Mérida. La universidad entera moviéndose a mí alrededor. Como si todos ellos supieran que mi
cuerpo ya se pudría. Se paseaban como carroñeros pacientes y circundantes, me rodeaban como si
fuera una rotonda, me evitaban como que se aleja la hediondez. Juraría que puse mi mejor postura
y cara. Hasta sonreía a esos buitres e hienas que pasaban a mis costados. Pero ya saben que las

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bestias huelen la muerte que se gesta por debajo de la piel. El amor, la muerte y el dinero son cosas
que se notan.

A 2382 kilómetros de ella, a unos 451 del mar caribe, yo, medio borrado y ya con la muerte
omnipresente, alcancé a decir:

- Ok, aquí estaré, mantenme al tanto hasta donde sea posible.

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Bitácora 1 o Donde se bifurcan los senderos.

-No pondré un pie sobre ese avión a menos que lo haga como un hombre libre.

Había amado hasta límites cuestionables por cualquier hombre y mujer. Hasta el clero hubiera
cuestionado todo lo que soporte en el nombre del amor. Soporté la humillación y la penitencia. Me
declare casi culpable, “no inocente”, de cada uno de los cargos que se me imputaron. Mi esposa
había despotricado tanto como pudo y un poco más. Yo, Pedí perdón por los pecados no cometidos,
por los inminentes, por los probables y por si acaso, por los que aún no había cometido y pudieran
venir. Y sí, me cansé.

Rakel era la personificación de la dulzura, o al menos lo fue por unos 53 meses. Bellísimos meses.
La más amable. Todos la amaban, hasta los que la odiaban terminaban amándole. El viento la
adoraba, los animales, las plantas, los insectos se llegaron a posar en sus hermosos y largos cabellos
en más de una ocasión. Los perros y los gatos huraños no dejaban pasar oportunidad para expresarle
una especie de pleitesía cándida y amorosa. Los días soleados le iban bien a su piel color avena,
hasta el terrible invierno con su implacable frío, le maquillaba los pómulos y resaltaba sus
lubricadisimos ojos. Todo cuanto lograba percibirle, le amaba irremediablemente. Y yo, bueno… le
amé tanto como para recategorizar mi odio y dejar a la humanidad en el plano de lo que
simplemente no me importaba.
Luego de separarnos, llamadas, reclamos, sueños rotos, endosos, condenas, vituperios e intentos
de mejorar que terminaban en desencuentros, el momento había llegado. Ese 28 de mayo debía
escribirle y con ello liberarle, liberarnos. Terminar con todo aquello y ponerle punto final al exceso
de puntos suspensivos. Tenía que hacerlo antes de volar a Santiago. El propósito de mi última carta
para ella, era simple. Decirle que aun post-penitencia, siendo solo este hombre, no podía retenerle
más. Pensé que no sería suficiente solo con permitir su partida, sino que propiciarle, sería lo
adecuado. Para ello tuve que, como parte de mi “flagelación purificadora”, aceptar que no había
podido darle todo lo que ella merecía, es decir, todo. Debía puntualizarle que entendía que ella
debía seguir un camino, a saber, uno distinto del mío.
Escribí por horas, me despedí de mi esposa con el amor de padre que le profesaba. Monte ese avión
con la bravía y dignidad inquebrantable del guerrero que no cierra los ojos ante el hacha de su
verdugo.

Monté ese avión.

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Bitácora 2 o El Pisacraneos

Los psicoanalistas de Santiago de Querétaro tienen, entre otras “cualidades”, la cuasi-mágica


capacidad de comunicarse telepáticamente y compartir de manera fiel los contenidos de sus
elucubraciones y pensamientos. Tal es, que al escuchar a dos o más de ellos en alguna ponencia,
uno termina dándose cuenta que ellos… ¿cómo decirlo?, pues va, dicen todos lo mismo.

La mayoría de los lectores de Lacan; mantenemos la consigna de encontrar en cada re-lectura algo
completamente nuevo en sus textos; quizás así sea. Pero cuando se trata de exponerlo o
compartirlo, pareciera que el asunto se vuelve una cosa “ecolálica”. Todos dicen lo mismo pero
peor. Es como si se tragaran los textos para regurgitarlo, pero todos parecen estar muy contentos
compartiendo la papilla y un lugar en común.

Saliendo de una “fructífera” ponencia en la Universidad Autónoma, mis pasos tomaron la dirección
contraria del hostal en previamente me había registrado y en el que pernoctaría sólo esa noche
para asistir, a la mañana del sábado, a la siguiente sesión de iluminación teórica, mas papilla. Salí
buscando llegar al hostal pero caminé en dirección contraria, yo siempre tan congruente. Caminé
por las calles menos turísticas de la ciudad de Santiago de Querétaro, que otrora fue mi residencia.
Viví ahí con el único propósito de cursar la maestría que, al menos por ese fin de semana de mayo,
me mantendría aun matriculado. Me pasee por los recuerdos, por las esquinas, incluyendo la
cabañita alojada en el garaje de una casa de clase media que renté por dos años y que me hizo las
veces de vivienda. Ese día me baje del avión, y me sentía más ligero que nunca. Y como no iba a ser
así, si me monté en él, más libre que las aves. Liberé a Rakel, y me liberé yo.

Iba pisando cráneos porosos, corroídos y débiles de mi pasado en esa ciudad. Con la nostalgia de
quien pisa un campo de batalla años después de firmada la paz. Con una sonrisa a medio parir,
como quien voltea a ver un capítulo muy obscuro y se dice a sí mismo lo que los abuelos nos dicen,
“eventualmente todo pasa, o termina”. Nada malo podía tomarme por asalto, ninguna saeta, ningún
espectro permanecía erguido frente a mí. Estaba enfundado en una armadura reluciente de plata y
ónix. Ningún espanto me causaban las sombras de los árboles de esa capital Queretana. Sabiendo
que, al final, La Nada se lo lleva todo, que nada queda en pie del mundo en la post-guerra, nada
quedará del artificio de la humanidad para este hombre nuevo, libre, que digo libre, liberado y de
mis características. Nada de finales felices, solo placer, simple y mundanal placer. Una “nada- no-
trágica”, me gustaba llamarle así. Un saber que a falta de un Dios contenedor, de una creencia

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cosmogónica, de un “Más Allá”, y que después de esto, todo será arrasado por La Nada, por los
“dioses y sus deseos contingentes”, por el silencio del desconocimiento total, y que a cada cual le
llega su nada de cualquier forma. Pero… nada, nada trágico en ello. Como un Schopenhauer
industrializado

Después de caminar unas dos horas y media, humillando demonios y recogiendo los orines que
había dejado en algunas de esas esquinas que, antes, había marcado como territorio, retome la Av.
Hidalgo con una ruta en línea recta hacia el Centro Histórico. Al cruce de una calle empedrada,
falsamente vetusta, la avenida Hidalgo pierde su nombre y se re-bautiza con otro menos histórico y
rimbombante. Al cabo de tres cuadras más, vuelve a cambiar de nombre.

A esas alturas la avenida deviene en calle y ahora se llama Calle Placeres. Perpendicularmente,
donde Placeres hace esquina cruza la Calle Constitución. AhÍ se encuentra el Hostal San Gallito. Mi
morada por esa noche.

Placeres y Constitución, habrase visto semejante burla freudiana.

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Bitácora 4 o Mid 6178

La noche estructura la temporalidad, hace cortes, pausas, ponen puntos finales, fecha. La noche es
a las historias de cada hombre y mujer, lo que el cristo es a los calendarios. Los llantos amargos
acaban sobre almohadas que, a la mañana siguiente, guardan escasas memorias de lo acaecido un
día anterior. De la noche a la mañana, las heridas dejan de sangrar aunque permanezcan abiertas.
Las noches que te cierran los ojos, garantizan la cronodosificación del pensamiento y facilitan la
historización. Un buen sueño ayuda a la digestión de casi cualquier evento, es casi un ejercicio de
síntesis y reseteo.

Esa noche de mayo permanecí completamente despierto. Por la mañana Bebí café. Santiago
humeaba a las siete de la mañana, el clima era frío sin ser grosero. Nunca me ha gustado el café
hirviendo, pero sostenía el vaso de unicel, intentando que su calor se trasladara a mi cuerpo. Añadí
a mi desayuno la conferencia de ese sábado 30 de mayo. Hablaron de Los Cuatro Discurso de Lacan.
A media mañana y con ya más de 24 horas sin dormir, sentía toda la arena del caribe en mis ojos
resecos, rojos, desvelados pero soberbios.

Ella, una gitanita de piel cobriza, no acudió a esa conferencia. ¿Mencioné que a ella le gustaba llegar
tarde a la clase? Sostenía frecuentemente un termo con café, parecía más un accesorio de su
sofisticada, aunque sutil, vestimenta. Con frecuencia daba la apariencia de ir desenfadada por la
vida. El dinero y la opulencia huelen, ¿no es cierto? Sus pasos ficcionaban algo parecido a la ligereza
de las plumillas. Como si nada le preocupara. En efecto “La Nada” le preocupaba. Platicamos toda
la noche anterior, supuse que optó por el dormir y prefirió evitar la papilla regurgitada de esa clase
de seguidores del psicoanálisis.

Salí de la universidad a eso de las 13:00 horas, me pareció verle a unos 15 metros de distancia, con
todo su metro cuarenta y cinco de estatura, montado en sus 10 centímetros de tacones y
complejos. No recuerdo haberme despedido de ella. Si recuerdo que el sol galaneaba sobre la aridez
del piso rojo de Querétaro. Tome un autobús, que al cabo de unas tres horas me habría de dejar en
el aeropuerto del D.F.

De manera casi azarosa, en la fila contigua de asientos del camión, se encontraba la ponente de la
conferencia de ese día, habremos intercambiado un par de palabras y nuestros correos. Además de
informarnos sobre nuestros destinos. Yo, a mi Mérida. Ella se dirigía a su casa en alguna colonia
acomodada del Distrito Federal.

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Ya en el aeropuerto, a la espera del vuelo Mid 6178, recibo una notificación de correo electrónico
en el móvil, era de ella, de la gitanita. Sus letras parecían casuales, casual y casi inocentes, como lo
que la noche anterior había pasado entre nosotros. La misma noche que no se dejó ser noche de
sueño para convertirse en algo parecido al vértigo de la psique y la carne. Le habré contestado con
alguna palabrería, entre lo sencillo y lo no tanto, desplegando alguna palabreja rebuscada de vez en
vez. Una narración no muy extensa y si digerible que versaba sobre lo que me provocaban los
aeropuertos. Unas horas de vuelo más tarde me desplomaba, como un bisonte moribundo, como
quien vivió mucho en poco tiempo, sobre mi colchón King-Size sin base, en el 281 de la calle 15 del
Fraccionamiento San Carlos, en mí Mérida.

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Bitacora 6 o #281

La noche del sábado invadió el domingo y se prolongó poco más de


medio día siguiente en la vigilia. Me movía entre el letargo y el
sabor a sueño en la boca. Habré dejado mi casa de rejas blancas y
fachada melón, desgastada a fuerza de sol yucateco, a eso de las 7
de la tarde. El gigante cactus de la vecina estaba, ya, pariendo sus
enormes flores blancas. Lo hacía varias veces a la semana para
después escupirlas y dejarles morir. Algún quinteto de gatos, de las
casi dos docenas que la vecina alimentaba, se paseaban
fisgoneando por esa calle 15. Y así fue que la tarde de ese domingo
que no tuvo más de 8 horas del agonizante mayo.

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Bitácora 8 o Analgésicos a la carta.

Esas palabras, esa carta, esa voz; parecían haber salido de todas las poetas del mundo; bañadas de
un erotismo interlineado casi jeroglífico. Exquisito, jugos se escurrían de cada letra.

Había pasado ya una semana desde que falleció mayo. Recibí desde Morelia y de madrugada un
correo que precipitó mi pensamiento. Invadió absolutamente todas las articulaciones de mi voz. A
esos días, yo daba clase en un instituto religioso para chicas. Fue tanta la invasión de sus letras que,
a la menor provocación les leí a las alumnas la correspondencia que de Ella había recibido.

Las líneas seducían a las alumnas que escuchaban más palabras de las que podían entender. Yo
estaba tomado por sus palabras, sitiado cual aldea de cafetaleros, indefensa, indefendible. Ella,
desde su Morelia, se mordía todos los labios de su diminuto pero descomunalmente carnal cuerpo,
mientras imaginaba y prometía encontrarse con los labios míos y deseando que mi boca platicara
con cada uno de sus rincones y comisuras.

A mí el olvido y el amor, la fiebre y la lágrima, se me servían en el mismo plato. Rakel había escrito
algo después de mi correo de “Liberación”, había reculado. Se desdijo de las ofensas y de las
acusaciones, se pronunció como amante y esposa. Lo hizo también por correo. En la misma bandeja
de entrada, correos de Rakel y de la Gitana. El estratega de mí, veía destrozados a mis peones, torres
y caballos con apenas unas líneas crípticas de esta India tarasca de piel cobriza, cuya estatura no
superaba el metro y medio.

Rakel y Ella en la misma mesa. La ceguera de perder a una y la vorágine analgésica de sumergirme
entero entre las piernas de la “desconocida gitana” de aquella noche de viernes en Placeres.

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Bitácora 5 o Querido Vouyer.

Le escribo desde el aeropuerto ese último sábado de mi curso de maestría.

-Todo el mundo está de paso, todos arrojados al viento, todos sin un


ancla. Bohemios, viajeros, popstars, rockstars, modelos de pasarelas
y de andén. Fachosos, hippies, gente con vida y sin ella, gente que
corre, que llega, y nunca terminan por llegar o por irse. Es como un
espacio en el universo en el que cualquiera puede ser cualquier cosa
menos la que es. El olor a plástico es casi generalizado, la comida
huele a plástico, bien condimentado, los pisos bien pulidos, las
maletas que bailan por todos lados, los pasados parecen quedarse
en el avión que uno acaba de dejar, o en el taxi que lo ha llevado
hasta ahí. Hay algo en los aeropuertos que dispara mi imaginación.
Quizás sea más cercano decir que es una especie de fascinación
amalgamada en morbo y algo más. Este lugar me parece un
privilegiado punto en el universo en el que tanta gente, de tantos
lares y de tantos colores, convergen. Como babilonias encarnadas
en cuerpos sin voz. Como uno de esos puntos que yacen al margen
de las historias de los que por ahí caminan, como notas suspendidas
en el pecho de las bocas que no liberan el canto que contienen. Nada
pasa en los aeropuertos y todos han solo de pasar. Los cuerpos
caminan como carnes de matadero, suspendidas de sus previos y
sus posteriores encuentros y desencuentros. Además huelen bien.
Los viajantes, las paredes, los pulidos pisos. Ahí se me dispara el
vouyerismo. Me repliego en alguna banca en la que observo a los
que pasan frente de mí. Imagino sus historias. Las escribo en mi
mente. Veo a la mujer que viaja con una maleta sencilla y pienso que
va de regreso a casa, donde seguramente le esperara alguna familia
numerosa con una cena cálida. Veo al joven de camisa almidonada
y piel tersa e imagino que va de negocios haciendo sus pininos
capitalistas. La sobrecargo que no puede ocultar tras de la etiqueta

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y los excesos de maquillaje el desvelo y preocupación por los excesos
de la noche anterior.

Como el tras cortina del escenario, Tras bambalinas, eso me parece.


Como si todos fueran actores antes de entrar en el escenario y
adoptar plenamente su papel. Quizás con el mismo nerviosismo que
algunos artistas muestran antes de entrar a escena. Les invento
historias mientras los veo cruzarse. Todas estas pieles ajenas entre
sí. Todas me representan un manjar a esta cabeza mía, que siempre
ha gustado de inventar historias para otros, a fin de no vivir las
propias. Debo añadir que siempre he sido una especie de gitano
contemporáneo, una suerte de exiliado bohemio en una relación
neurótica con la estabilidad. De manera que las estaciones, los
trenes y los aeropuertos siempre me recuerdan lo mucho que
Sabines y sus “amorosos” me dibujan. Por cierto, lo anterior no está
sujeto a interpretaciones psicoanalíticas, recuerda, entre gitanos no
nos leemos la mano.

Esto contesté a su pronto correo de ese mismo sábado, mientras esperaba el avión de regreso a
casa. Ella habría de escribir más el siguiente el lunes inmediato, un correo que casi me pasa
desapercibido. En medio de mis clases y en silencio, en el Colegio de la orden de Santa Teresa de
Jesús, leí en silencio y para mí, un par de líneas, que casi me parecen insignificantes. Error. Grave
error.

To: …@hotmail.com
From Ella…@hotmail.com
Subject: Jaque sin mate
Date: Wed, 8 Jun 2010 23:55:47 -0500

Maldita pulsión me trae en jaque.


Besos
Ella.

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Soy un hombre de muy escasos talentos, decir escasos es, todo un halago y autoconmiseración.
Cada vez que escucho alguna pieza de música que me toma por asalto, una pintura, un poema cuyas
líneas se incrustan de manera inmediata en la piel, poros y oídos, inmediata y permanente, justo
después de regodearme de placer me pregunto:

- ¿Cómo puedo vivir en el mismo mundo en el que existe gente con esa cantidad de talento?

Sufro un poco cuando gozo de esa forma. La misma sensación tengo, de vez en cuando, frente a
algunas elucidaciones y pensamientos fantásticas de gente común. Otras de sus frases y oraciones
me parecen de una claridad maravillosa, de una luminosidad agobiante, no pueden menos que
causar mi admiración. Pero como eficiente “odiante”, inmediatamente la transformo en una especie
de envidia maquillándole para que sea más digerible socialmente. Es cansado para un hombre con
tan poca certidumbre, vivir en un mundo con gente que parece tan lúcida. Así que muchas veces,
ante su claridad, solo pretendo que sí sé de lo que estaban hablando.

Durante las horas siguientes de leer su correucho, se me activó el mecanismo de degradación ante
esas líneas que me resultaron incognoscibles. Pienso.

-¡Pero qué se ha creído esta india michoaca!, hablándome en términos psicoanalíticos.

No me quedaba más que aceptar mi perplejidad y preguntar. Después de todo, había pasado una
noche entera desvelándome con ella allá en Placeres y sin poder acercarme para arrebatarle un
beso. Aunque hubo beso, fue ella quien lo ha iniciado, yo carecí de valor. Ante esa cobardía nocturna
de viernes y después de compartir cursos de maestría por dos años, jamás pude identificar algo
diferente a una incomodidad que me provocaba, un poco mayor que el resto de los humanitos que
ahí llegaban. Así que nada perdía aceptando mi perplejidad, ¿Cuán sagaz podría ella creer que yo
era? Algunas mujeres creen que los hombres saben algo, ilusas. Peor, algunos hombres llegan a
creer, que si lo saben. Idiotas. No hay relación sexual, más aun no hay puente posible entre hombre
y mujer, no en saber, quizás en placer. No me quedaba más que preguntar.

Pregunté, como un hombre que les pregunta a los dioses por sus designios, como si hubiera estado
preparado para entender las respuestas en una lengua cuyas palabras son impronunciables por la
anatomía humana. Y justo así me fue contestado, incognoscible. Ella Escribe.

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From: Ella…@hotmail.com

To: …@hotmail.com

Subject: FW: Jaque sin mate

Date: Thu, 9 Jun 2010 09:51:10 -0500

Fue sólo una forma herética de decir "algo".

Espero que estés bien.

Ella.

Yo leo, cierro el correo, entonces solo atino en una especie de alarido,

-¡A no, bueno! Claro, ahora no solo soy un presunto idiota y preguntón, sino estúpido confirmado.

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Bitácora 3 o Hostal San Gallito.

Libre, como quien se ha librado de una condena que no sabía cómo pagar. Creí haber ido a Santiago
de Querétaro solo a cumplir con los créditos para concluir la maestría. En cambio me había
encontrado con un hombre libre que subió a un avión. Recorrí la ciudad y mis viejos dominios.
Regresé al hostal. No habría sido necesario sacar las llaves de la puerta principal que se cerraba a
las 11:30. Pero el llavero era sostenido por un pequeño pollo de plástico amarillo y cresta roja,
pintoresco, una burla al glamour. Yo, que para esos momentos me burlaba del dolor, requería un
pequeño acento ácido en mi re-estrenada libertad. El hostal era una casona vieja, con un gran patio
central. Estaba lleno de personajes del tipo de los que no buscan nada, pero no dejan de viajar
buscando. Hippies, músicos, médicos sin fronteras, estudiantes de psicología. La decoración
fluctuaba desde lo indígena y rural del patio, hasta lo minimalista de la sala de televisión, en donde
había un par de computadoras con acceso a la red. Era uno de los pocos lugares que me hacía sentir
que no estaba fuera de sitio. Quizás porque todo ahí parecía fuera de lugar, de paso y donde todo
puede pasar. Aunque de ser honesto, la mayoría de los ahí presentes podría haber pensado lo
contrario, algo de mí locura siempre parece bien disfrazada de sobriedad y etiqueta. Aparentaba ser
el más normal de los huéspedes. Pausa. En todos los años que llevo de vida, todos los libros leídos,
los seminarios atendidos, lo que creo saber se reduce a dos simples cosas, y cosas muy simples en
verdad. Número uno, todos habremos de morir. Número dos, nada es lo que parece. Estoy un poco
más seguro de la segunda que de la primera. Yo aparento bastante bien.

En la sala del hostal había una pareja viendo una película, pronto se fueron. Yo permanecí borrando
algunos correos de mi cuenta de Hotmail. El hostal comenzó a silenciarse. Más porque la gente salía
a beberse las tristezas de la soledad en un viernes como cualquier otro, que por que ya descansaran.
Algunos pasos aproximándose por el pasillo. El tempo entre un paso y el otro, indicaba que era una
mujer. Ella. Ingresó a la sala.

-qué onda, ya no te vi, ni siquiera te despediste.

A esta mujer yo la había visto durante dos años de maestría. De hecho la vi desde el primer día del
curso propedéutico y de selección de aspirantes. Pocas veces intercambiamos palabras. Su
presencia me resultó incomoda en varias ocasiones; pero, también la de casi todos los demás me
molestaba, así que nada especial vi en eso.

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Al entrar a la sala del hostal pronto tomó un taburete y se sentó para continuar hablando. Yo, entre
la incomodidad de su humana presencia y la recién estrenada liberación. Al cabo de unos minutos y
después de un intercambio renegado sobre la ponencia de ese día, dije algo que detonó su risa. Su
risa detonó mi palabrería. Continuamos hablando toda la noche, de Lacan, de Querétaro, de su
pareja, de mi “exmujer”. Luego de una hora, nos fuimos a la cocina donde a obscuras, solo con la
entrometida y tenue luz de un zaguán, el silencioso y el frío, modulábamos el volumen de nuestras
risas, como si durmieran niños en la sala contigua. En varios momentos me sentí en una escena muy
erótica, aunque nada de lo que yo decía lo era. Además, no habría tenido el valor de confesarle ni
una sola cosa de connotación sexual. Ella era poco menos que una extraña. Es decir, la vi durante
dos años y jamás cruzamos más de dos líneas consecutivas. Llevábamos horas hablando. A eso de
las 5 a.m. que rasguñan las seis de la mañana, nos aconsejamos irnos a descansar un poco previo a
la ponencia de ese, ya, sábado. El hostal dividía sus habitaciones en cúmulos de 8 literas por pieza,
dos cuartos abajo, tres cuartos arriba. Su galerón de literas estaba en el segundo piso, el mío en el
de abajo. En el punto medio, nos despedimos, con un abrazo que salió de la nada. Como un lapsus,
como el respiro de un resucitado. En ese abrazo, mi cuerpo entero le dijo lo que mi neurosis no
habría podido confesar en ninguno de los 1234 segundos eróticos de mí pensar nocturno. Ella me
beso.

-Claro, pensé, era lo menos que se espera que un hombre “tan libre” provoque. Deseo.

Nada más pasó y lo registré como una de esas travesuras infantiles e intrascendentes que uno
atesora con cierto orgullo y candidez. Varios días después ella escribió al respecto.

From: Ella…@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: Retorno
Date: Mon, 6 Jun 2011 14:14:06 -0500

Querido voyeur,
Recuerdo la noche calma y tu risa desbordada, con todo y estafa publicitaria.
Recuerdo un mínimo de piel en las yemas de los dedos, temerosas de acceder
a la seda pura. Retorno al instante de los pies al calor de tu espalda. Como
quiera, el retorno es el destino, así que no me resisto. Retorno y pienso "linda
noche". Yo agradezco las horas que estuviste, aún en la ausencia de un buen

No. Registro: 03-2018-0313128480000-01


tarro de cerveza. Me sumergí en tu relato oceánico, nado al infinito, más allá
del oleaje, último lecho para dormir y soñar un último sueño. Aún falta para
ello, mientras tanto te envío la leve brisa húmeda de una marina, tal vez
retratada en acuarela por un pintor, un tal Barthleboot. ¿Para qué? sólo
para vivir, o para no morir.
Recibo el abrazo y envío saludos.
P.d. Nada de análisis. Quédate tranquilo, entre gitanos...

No. Registro: 03-2018-0313128480000-01


Bitácora 7 o Lo que es totalmente incapaz de habitar el silencio.

Esas cosas pasan. A veces no pasa nada. Hace un tiempo platicaba en algún chatroom con alguna
vieja conocida. Cuando le conocí, yo rondaba los 25, ella un poco menos. Casi 15 años después, en
ese chatroom, me confesaba que estuvo muy enamorada de mí, o de lo que ella cree que yo era.
Pude haber muerto y jamás haberme enterado. También están esas otras pequeñas cosas que, si
percibes pero, que insistes en pensar que son del orden de lo insignificante o lo intrascendente.
Como una travesura que parece inofensiva y cuyas consecuencia cambian la historia completa.

Yo reía con el recuerdo de esa noche de viernes en el San Gallito, como uno de esos eventos de los
cuales uno solo puede medio acariciarse la cabeza, como lo hacen los adultos con los niños. Ya saben
lo que dicen de la curiosidad y el gato. Mi madre decía que yo no era feo. Decía también que a veces
hasta parecía inteligente. Pronto me di cuenta que lo decía cada vez que yo permanecía callado.
Todo esto a la par, siempre, de decirme que tenía la lengua muy suelta. Entre lo gato y lengua suelta,
insistí y le pregunté de nuevo sobre sus crípticos correos. Error. Grave error.

De esas cosas que uno cree insignificantes y sin consecuencias. No podía mi limitada psique dejar
de pensar en su “herética forma de decir algo”. Algo, podría haber sido… sólo algo. Error. Grave
error.

From: Ella…@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: Queriendo olvidar oí.
Date: Fri, 10 Jun 2010 00:54:12 -0500

A decir verdad, fue seguramente algo más que un saludo. Intento por decir
un "algo" que no me atrevería a expresar con mayor nitidez (¿o con menor
confusión?) y que por ello me he propuesto adjudicárselo todito a la
"Maldita Pulsión" para salir relativamente bien librada. Mas ya lo ves, la
verdad es totalmente incapaz de habitar el silencio. Fue un "algo" dirigido
en calidad de exigencia de irse a descansar en su origen. Como un fruto que
sin cálculo ha madurado en siete breves días. Un cuerpo desafiante que no
da tregua, al que no le importa que los Dioses estén para siempre
extraviados y que decide, contra todo fracaso acumulado, hacer de su rito

No. Registro: 03-2018-0313128480000-01


una danza que atraque en quién sabe qué orilla. Siete días y la misma terca
espera atada al tobillo. Reciclando recuerdos de una memoria que noche a
noche se ha mostrado implacable, atormentada por salvar todo gesto, toda
palabra y toda risa que salpicara el cielo de mil estrellas.
Es cierto, a veces quisiera esperar menos, pero me doy cuenta de que espero
en la medida exacta en que la vida ha latido más allá de toda precaución, de
todo pacto. Vencida de antemano, sí, pero iluminada.
Más besos.
Ella.

Condenamos, prometimos, amenazamos, bendijimos, hechizamos, conjuramos, todo en la misma


línea, al fijar una fecha para encontrarnos en mi Mérida. Ella me ha preguntado en que momento
sería el mejor para encontrarme en mi ciudad Blanca. Un simple beso, insignificante de la calle
Placeres. Pudo haber sido solo eso. Error. Delicioso y Grave error.

No. Registro: 03-2018-0313128480000-01


Bitácora 9 o La incipiente fiebre.

Toda esa mañana, entre monjas y adolescentes, no deje de revisar el correo que esa madrugada
había recibido. Caía. En vertical y libre. Con la sensación de que los pies habían ya soltado el suelo.
Mis dedos no podían más que soltar los puños, calcificados, endurecidos y tomar la letra. Debía
escribirle. Inscritos ya estábamos. Mis empolvadas manos y silvestre lírica alcanzo para escribirle
esto:

From: ….@hotmail.com
To: Ella…@hotmail.com
Subject: ... y nombrarle

Date: Fri, 10 Jun 2010 14:55:35 -0500

A veces la singularidad, me estorba. Intentaré, fallidamente, contestar y


decir “algo”.

Usted sabe algo que yo ignoro. Algo que se ha vertido, desde esa boca suya,
boca de Pandora, directo sobre el plato que como, la almohada en la que
desvanezco y el sueño del que, desgraciada y diariamente, despierto. Usted
sabe algo, que yo ignoro pero pretendo. A veces creo que solo pretendo
ignorar.

¿Críptico? No lo sé. Tú sí, lo sabes y además me resultas así, enigma,


críptica. He buscado motes para ti. Pronunciarlos y que así se sosiegue el
ansia de mí. Todos los nombres te van y cada uno se me viene en vuelta
diurna y desvelada, pero onírica. Todos los apodos te caben pero no, algo se
escapa de ti en cada uno de ellos. Desde gitana hasta escritora, desde
desvelo hasta la incierta. Tienes un olor a vestigio y promesa, Mapa de
Odiseo y aliento de naufragio. Y sí, pero no, todos y no. Yo no hablo de ti,
pues poco puedo, y no digo más. Empero, no es falta de claridad, sino mejor
dicho de una vieja afrenta que tengo con el arrojo y un amorío enfermizo
con la cobardía. Contengo y me ato para no decir más de lo que ya digo.
Para no confesar lo que ya se dice entre líneas.

No. Registro: 03-2018-0313128480000-01


Que bien que esa “pulsión” tuya, te libre de responder. Que mejor que solo
sea un inútil consuelo. Yo he cambiado mis madrugadas y el descanso por
leer tus letras, el dormir por la espera de tus líneas. Cambié los lamentos,
previos a ti, por campanas al viento, por encontrarme en la ironía divina de
los encuentros-desencuentros, por una sombra que me cubre al medio día
de su insoportable temperatura meridiana, una razón sin razón para la
vigilia, permanezco despierto en tus letras que no terminan.

Yo espero de ti, de esto, tal vez más de lo que digo. Tal vez quiero esperar
menos, por salud o por cobardía. Porque las coordenadas de este universo
mío, se cruzó de pronto con el paralelo tuyo que desconocía y que hoy
mataría por conocer a profundidad, incluyendo la carnal, sobre todo
carnalmente.

Yo decido, pero espero. Espero que las deidades te empujen por mis lares o
lo hagan conmigo por los adoquines de tu Morelia. O que cuando menos tus
letras no se acaben y este "algo" siga siendo algo, o devenga en más, o en
nada, o en todo, o al menos que todo este algo me ofrezca un nombre para
usted y así poder nombrarle.

No han sido para mí siete días de tormento, por el contrario, espero cada
noche una entrega de letras tuyas, un augurio, mientras este “algo” me
inserta una sonrisa no advertida. No digo más, por prudencia y porque
usted sabe algo que yo ignoro y sería entonces un estéril monólogo.

Te deseo unas buenas pesadillas durante los próximos siete días.

P.D. No sé si los dioses se han extraviado o por primera vez saben lo que han
dispuesto.

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Bitácora 7 bis o El gallito le dice al gavilán.

-Así es que para ver a este hombre, ella puede viajar un par de miles de kilómetros.

Había un tono de victoria en cada uno de mis pasos para esos días. Caminaba como si a cada paso
se me fueran rindiendo los años de pena y castigo. Los dolores estaban tan adormecidos que,
parecía que la perra vida me hubiese desincrustado de sus dientes y mis heridas se curarán
ipsofactum. Más aún. Caminaba como un ensalzado coronel. Como un gallito que se pasea por el
gallinero como si no fuera una celda pre-morte. Cada uno de mis 182 centímetros, se andaban por
ahí. Se plantaban. Se erigían.

From: …@hotmail.com
To: Ella…@hotmail.com
Subject: menudo salto al vacío...
Date: Wed, 6 Jul 2010 12:02:35 -0500

Bueno pues. Primero lo sencillo, lo simple, las agendas.

Lo más sencillo, para mí, son los fines de semana, pero entre semana
tampoco es impedimento. Una de las cosas que no sabes, una de tantas, es
que los últimos meses han sido los más álgidos económicamente y he tenido
que tomar más trabajos de los que, 24 horas, humanamente permiten. Pero
tal ocasión como tu visita, es más que motivo para solicitar cualquier
permiso, permiso a la vida incluso pa´vivirla, en caso de que fuera necesario.

Tus palabras, siempre nuevas cada vez, las leí dos veces y leí tres cosas,
diferentes cada ocasión.

La primera, amiga de la prudencia y la estabilidad, prima de la cordura,


hermana de razón, enemiga de la verdad. Me encontré con las preguntas
más sencillas, las que cualquiera pudiera contestar, las que el vulgo sabe
aconsejar. En efecto dejémoslo así, en una promesa siempre prometida,
postergada. O bien, encontremos nuestras miradas en una falsa casualidad
y después de los intercambios de licor y palabras que pretendan ser a-
históricas entre vos y yo, después de sentir mis dedos en tu espalda, tus

No. Registro: 03-2018-0313128480000-01


manos en mi cuello, tus besos en mi cuerpo y la tiza de mis labios sobre tu
espalda, después solo jugaremos a que ya es una promesa consumada, y
que unos besos dados, nos regalaron un recuerdo que permita soportar lo
que ya hemos soportado, vidas a-musicales pero “tranquilas”, conscientes-
razonables-maduras-políticamente correctas.

Podemos hacer la primera, la más light y tranquila. Aunque de las dos yo


prefiero la segunda. Hay un riesgo en esta última elección. Debes saberlo y
responder por ello. El riesgo es que nuestro encuentro derrumbe las cadenas
que hemos construido entre los cometas del cielo y el pecho nuestro. Que se
fundan las alas de cera frente al sol de más de 40, frente a las cosas que no
nos hemos dicho. A Icaro le pasó. O peor, que frente los infiernos que nos
desconocemos, no haya purga suficiente. Y entonces nada se pierde, nada
perdemos, ganaremos un recuerdo, incandescente recuerdo que
probablemente perdure más allá de Placeres y más acá de la muerte, para
mí un fuego me será suficiente y que siga ardiendo debajo del agua.

Por otro lado, un riesgo mayúsculo en un “casual encuentro”. Que ya no se


conforme tu aliento y el mío, que se encarne una membrana gris sobre la
mirada de cada uno, que los ojos se vuelvan solo musculo y la boca solo un
hueco, sin placer mayor que el de decir a otros oídos lo que es para otro
cuerpo. Que el plomo no se apoderara de los pies mientras y que ninguno
pero ambos lo aceptáramos, que rehusáramos a abandonar lo que habita
el pecho o cremarle en una hoguera digna de la peor de las
hechiceras. Entonces nada evitaría que lo que se perdiera, fuera, lo que no
teníamos, no habría distancia entre los centros y los océanos, me
convertiría en el más bravo y verraco de los mares, inundaría las tierras para
que mi sal alcanzara tus lares, desataríamos el caos entre la agonía causada
por lo que encontramos y nos condena a no aceptar menos. El riesgo
mayúsculo es que nos encontráramos. Que las palabras se materialicen
en dos “locos sin Dios y sin diablo”. Que nuestros cuerpos se confiesen, se
abran de capa, se desnuden y se muestren las vísceras.

No. Registro: 03-2018-0313128480000-01


Luego imposibilitados de algo, de alguien más, tendríamos que inventarnos
unas mentiras para disfrutarnos las verdades, leerlos la mano y gozarnos.

Vaya encomienda. ¿y que si nos contestamos?¿ y que si de frente nos


hablamos y dejamos que el silencio se nos cuele entre la piel y el vértigo? Lo
primero, es sencillo. Lo tercero no llega sin el segundo. Entre lo segundo y lo
tercero, las posibilidades, las respuestas y las preguntas se le escapan a esta
lengua. Ahí, justito ahí, nos contestamos. De lo contrario solo nos quedarían
unos versos sofocados, un amigos-conocidos encontrados, burlados por el
tiempo y el espacio.

La segunda definitivamente, ¿vértigo? Un poco, o mejor dicho, bastante, lo


pondré en términos Reales, no puedo decir eso que se mueve ante la
promesa de tu vida cerca de este desvivido latir mío.

¿Retrasar tu llegada? ¿Lo necesitas? Porque yo necesito lo contrario,


requiero, sueño, preciso, deseo, urgencia mía de la voz de frente de ti. Sin
embargo si tus tiempos te lo impiden lo entiendo.

¿Todavía? ¿Lo preguntas? No recibiré un beso tuyo, si es que este no llega a


mí con el endoso de aquellas palabras osadas a las que hoy pareces evadir
con magistral esquivo.

Gitana, estás haciendo un huracán de mis aguas y una tormenta de mis


nubes. ¿Qué más te digo? ¿Qué más me dices?

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Bitácora 10 o Insurrección.

From: Ella_@hotmail.com
Date: Sat, Jun 2010 04:44:58
To: …@hotmail.com
Subject: Insurrección

En el acto mismo en que te busco, te pierdo y te repito recreando una mirada,


una voz, imagino que hablándome de Usted transgredes con tu mano. Me
cuento otra vez la historia de mi memoria, como si no la conociera. Y no lo
pensarías, pero mi incredulidad reacciona ante aquella desvelada del San
Gallito.

Mis paredes, que, ya saben tu nombre. Un torrente nada precavido


exigiendo un tacto que imagino y desconozco, "y que mataría por conocer".

El cuerpo que atormenta, que pulsa y late, que exige y se inconforma, que
desespera y busca, no encuentra y se dispone a cada rato para hacer su
insurrección.

Clandestino noctámbulo...

Besos de casi media noche.

Ella.

Respondo.
From: …@hotmail.com
To: Ella_@hotmail.com
Date: Sat, Jun 2010 05:11:43 +0000
Subject: Ayer sigue siendo hoy. Y usted sigue siendo tú.

Son los besos de pasada la media noche los que se cuelan por las rendijas de
mi ventana y me transforman en un algo poco más que deseante. Ahora
puedo seguir con el intento de consuelo entre manos. Creer que no te
encontraré en Morfeo. Que pasará esta noche, una más, como si nada

No. Registro: 03-2018-0313128480000-01


pasara, como si nada hubiera pasado. Hay, también por acá, algo que se
mueve a otro nivel, del cuerpo y no, de un más allá pero no menos real.
Sorprendido yo, de que la semana se haya tornado tan exagerada en su piel,
pulsión y carne. Tan lejana y tan presente. Ahora, cada vez que pronuncio
pronombres, no hay un solo "Usted" que no me remita a ti. No pronuncio un
usted sin pensar en transgredirle. Duerme hoy, como si no pasará nada, que
el cuerpo te cobre con espasmos y retortijones, las cuentas que yo le pago al
tiempo para quedar a mano con la mano. Y que sea por fin lo que cualquier
dios quiera. Que tu noche sea tuya y la mía, también tuya.
Mañana que tu recuerdo aparezca, lo acallaré diciendo tu nombre, te
invocaré en vano, pero lo haré. Pronunciaré tus letras en un conjuro, en un
anhelo y sabré que aunque aquí no pasé nada, "algo" pasó, Por primera vez
en Placeres y no deja de pasar. De insistir.

P.D. Clandestina mofa del destino.


Vuelvo a escribir.

From: …@hotmail.com
To: Ella_@hotmail.com
Subject: te voy caminando
Date: Sat, Jun 2010 14:26:17 -0500

Me pregunto y me preguntan muchas cosas. Muchas de las preguntas que


desde otros vienen a mí, son sobre ti. Ellos mismos ignoran tú existir, solo
suponen que existe alguien por ahí que le puso un acento distinto a mi
hablar, caminar y sonreír desde hace algunos días, la apariencia mentirosa,
solo sabe disfrazarse de verdad. Y es que a veces te voy caminando por la
av. Montejo, otras más por San carlos. Oculta, sí pero yo mostrando,
dejando ver en el peso de mis pies que algo sucedió, algo que me (des) planta
de manera distinta.
A veces te hablo cuando digo un inusual buenos días y mis estándares
sociales son otros, definitivamente otros. De pronto me detiene la moral
añeja y el patético discurso de la madurez, me preguntan entonces si es que

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no exagero mis pasos o si es que no he puesto en lengua ajena mis saludos.
No contesto.
Yo no hago, ni pretendo, ni controlo, ni fomento, solo surge y solo brota, solo
viene y me despoja me des-planta. Me de(s)vela. Se lleva de paseo mis viejos
vestidos y solo me deja túnicas de fiesta y brío.
Me queda claro que no estas, que quizás, ese “algo” entre nosotros, nunca
sucederá. Está Claro, si, que los cuerpos que danzan en la noche a un compás
abrupto y desencajado, sin música y sin plan, sin cerveza y sin diván, y que
me han sido insuficientes para volar, pero totales para poder soñar.
Tal vez un día pudiera regalarte un cuerno de nardal, un cumulo de sal, y un
carnaval.
Prestarte un cuerpo. Mi cuerpo que aprendió a flotar y unas verdades que,
hoy, no puedes develar. Pero como no me gustan las aves en jaulas o las
palabras empujadas, continúo intoxicándome con el fluir de tus dedos y las
palabras de ellos, sin pretender que digas o contestes. Pero si esperando,
esperando que tu letra no cese.

A dieta, pero embutido de ganas y letras. Como quien muestra los trozos de carne a las bestias
enjauladas y salivantes.

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Bitácora 11 o El Segundo antes y El Primer después.
Pienso.
-Debo trabajar. Este hombre nuevo y libre tiene viejas deudas. Esta todo más que planeado, entre el
Teresiano, las clases de inglés de medio día y el recién adquirido trabajo en el gimnasio, estaré
saliendo de apuros muy pronto.

Además, la vida se le hace poco reto a un hombre que se acaba de re-encontrar con la vida misma.
Ligero, había cargado durante ya 30 años una vida muy pesada, ahora que no tenía esa carga, la
energía me sobraba. Iniciando mis días a las 7 de la mañana, a eso de las 10:30 -11 de la noche,
regresaba a casa. Ni auto, ni moto. Quién los requería. Las clases, el gimnasio, los nuevos conocidos.
Una bailarina que ahí entrenaba y se me paseaba de vez en cuando por la pupila. Un par de
encuentros carnales y ocasionales con alguna chica de complexión delgada y baja estatura. Esta vez
sí, sin consecuencias. Nuestros encuentros era un desenfado para ambos.
La vida parecía regalarme un par de cosas que me había negado cuando más joven. Trabajaba y
estaba colocado en una posición de esas en las que pareces ser querido por más gente de los que
tú puedes contar en tu lista de los que amas y (re)quieres. Aun hoy, no sabría decir si eso es, una
bendición, condena o cachetada “karmática”.
Salí un par de veces con algunos panas del gimnasio. El güero y el Will. Acá en México, se da mucho
adelantarle ese artículo a los nombres, el. Supongo que indica algo entre la convivencia, la cercanía
y el etiquetado.
Cada día, Escribía, escuchaba algo de música al llegar a casa. Me entretenía y hasta habré acudido
alguna vez a la playa que me quedaba a no más de media hora. Atípico en mí. Irreconocible.
Siempre he disfrutado más de los encierros que de los espacios abierto. Mejor dicho siempre he
disfrutado de los espacios que limiten la presencia humana. Ya soportar la mía es suficiente. Y
soportar es casi lo mismo que tolerar. Pese a que, “El valor de la Tolerancia” sea enlistado en una
de esas cosas que nos da por presumir cuando queremos, por no decir nos urgimos en, resaltar y
dignificar nuestra condición humana. ¡El gran valor de la tolerancia! Al respecto debo decir un par
de cosas. Número uno, tolerar es la cara lavada de la putrefacta condición cuasi-natural de odiar al
semejante y a uno mismo. Y dos. Si una condición, la humana por ejemplo, tiene que ser dignificada,
supongo que hay algo que no está del todo bien. Es más sintético-plástico que orgánico-real.

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Recibo un mensaje de Ella. Karina iría a verme. Se hospedaría en el Gran hotel. Centro histórico.
Plazuela del Músico, justo al lado del extinto cine Fantasio. Esto no lo sabría sino hasta el momento
posterior a que Ella llegara al aeropuerto.
Espero el día. Yo nuevo, renovado. Libre y medio libertino sin culpa. Cerveza, exteriores, sexo
ocasional y sin consecuencias. Una bailarina, una amiga con derechos, tres trabajos. Playa, gimnasio,
dos amigos. Sonrisa matutina, estaba irreconocible e imparable, la vida era tan ligera. La nada puede
ser tan irrelevantemente no-trágica.
La espera cesó. Viernes.
Ahí al final del pasillo nos encontrábamos alrededor de 20 personas, algo desesperadas por el
retraso de 18 minutos del vuelo que escupiría a los tripulantes que venía de la ciudad de México.
Ella desde Morelia. Así como ya había dicho, en las terminales no sucede nada. Solo espera, solo
nada, solo pausa como la que precede a la tempestad. Me recluí lo más lejos de los “esperantes”.
Yo, ya desesperaba, la humanidad tiende a ser contagiosa, muy contagiosa y yo en este menester
prefiero la asepsia. Ella venía platicando con alguien un hombre que le miraba sin mayor problema
en demostrar su atracción por ella. Cuando se despedían, ella busco entre la gente y yo me deje
encontrar. Pausa. Una pausa prolongada en un abrazo devorador. Lento. Bruto. Sexual.

Luego un abrazo, con la fuerza de la tempestad, directamente proporcional a la espera y al asco que
siento por la humanidad. Un beso, otro abrazo largo, como si de verdad le hubiera extrañado por
decenas de lustros. Que digo, lustros, como si le hubiera esperado siglos. Antes de ir por ella
pensaba, en un encuentro travieso, juvenil. Imaginando un “alguien viene a verte, se acostarán, se
divertirán. Se ira”. Pero, fue como si mis falanges y antebrazos quisieran amalgamarle a mí, o
amalgamarme en ella, El abrazo dijo algo en calidad de Significante que, -lo sabrán los psicoanalistas-
, no escuche sino como palabra simple. Un estrecharse con ganas de reventarse juntos. Un beso
presumido al mundo. Como de un hombre y una mujer, libres… error. Grave error.
La estación, el calor, la espera, el viaje, Placeres, los años, Ella, la libertad, el rencuentro. Mi Mérida,
su temor por la caducidad de un deseo que se presentó como insoslayable. El poema 12 de Girondo.
Era junio.
Entre sus piernas, su cavidad era justa. Si, lo sé, los hombres decimos eso a menudo. Y lo decimos
por varios motivos. Algo de ego por supuesto nos hace creer que les halagamos al decirlo, cuando
en realidad queremos hacer alusión a nuestro “tamaño y dote”, que bien que siempre nos ha
importado. También de alguna manera, más galante, creemos que eso les y nos indica que están y

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estamos, que ambos estamos en el lugar adecuado. Que somos la medida justa uno de la otra y la
una del otro.
Pero aquí, lo digo con otras voces. Entre sus piernas, su cavidad era un manjar, y su oquedad era
aún más. Su falta, su vacío. Su locura. Pero entre sus piernas, ¡Bendito díos!, era un lujo.

Ella, no alcanzaba el metro y medio de altura, a menudo


gustaba de andar en las puntas de sus pies. Sus piernas
eran cortas y parecían haber sido forjadas en un horno,
color tabique con formas de exuberantes letras
cursivas. El color de su piel era del tono de la tierra
fértil, con destellos cobrizos. Su rostro albergaba
algunas pecas dibujando un pequeño y tenue horizonte
a media nariz y desapareciendo conforme se acercaban
a sus pómulos. Sus mandíbulas eran una línea
ligeramente pronunciada, afelinada. Enmarcaban su
rostro.

Pero su cavidad, su cavidad era exacta.

Sus piernas estaban acentuadas por unas curvas al


frente y unos diseños caprichosos en el femoral. Sus nalgas eran de la tersura del cobre y muy
cercanas también a ese color. Su espalda dibujaba líneas como las de los valles, fractales, con
diminutas veredas que como si pudieran albergar algunos riachuelos. Fuertemente acentuada,
desde el cuello hasta su cadera, la huella de una columna ausente, como una cordillera apenas
señalada por un exquisito valle.

Pero su cavidad, la cavidad entre sus piernas era una delicia.

Le deje en el centro de mi Mérida, fui a trabajar al gimnasio. La tarde cedió de a poco y pronto no
hubo más que las 9:30 de la noche. Regrese a buscarle.

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En la habitación 202, poco fue el tiempo que nos tomamos para hablarnos, empezamos por
reconocernos. En lo inmediato, en la fiebre. No pudimos desaprovechar un solo minuto para
sujetarnos y deshacernos en besos y caricias que iban de tosco a lo desesperado. Su espalda se me
mostraba como presagio de su partida. Entraba en ella una y otra vez sin que nada más importara.
Ya no éramos unos desconocidos que se habían besado tímida y tardíamente en Placeres. La luz de
la calle se metía entre los velos y nos dejaba ver lo que de nuestros cuerpos hacíamos. A la orilla de
una de las dos camas de la habitación me desprendí del latex que nos separaba, como se rasgan las
vestiduras los judíos. Estaba yo, estaba ella, volcados en el otro, ninguno de los dos estaba en sí. A
esas alturas mi cuerpo era una brasa y su cuerpo se me deshacía en aire. Yo sudaba a cada momento,
el aire era insuficiente. Terminábamos, nos silenciábamos, solo para volver a tomarnos, hablarnos
mientras nos cogíamos, mientras nos reconocíamos. Mi rigidez encontraba la forma exacta de
acomodarse en su cavidad y pronto estábamos de nuevo, hablándonos y cogiéndonos y
devorándonos. Mi cuerpo había ya perdido la noción del tiempo y del descanso, solo quería estar
nuevamente penetrándole mientras ella me miraba como quien mira a un niño que descubre algo
maravilloso pero que ignora su peligro. Con cierta conmiseración. Mientras más cogíamos, sus
silencios posteriores al acto, se volvían más profundos. Yo estaba desbocado, era todo el asunto un
vértigo teatral, poético, carnal, visceral, musical, de medias luces, pornográfico, animal y erótico.
Seguía metiéndome en ella, desvaneciéndome cada vez, desdibujándome. Afuera, Mérida cantaba,
bailaba un poco en las calles que se cierran al tráfico durante el fin de semana. Habremos salido
como animales hambrientos. Bebimos algo a las afueras del Peón Contreras. A nuestras espaldas el
teatro del siglo XIX, a nuestro frente, una fuente con bancas que le circundaban como indios a su
tótem. Era notorio lo que pasaba, exudábamos carne, se nos filtraba en las miradas el deseo de
regresar al 202 y hacer lo impropio. Así fue. Las posiciones de su cuerpo, girante. De espaldas e
hincada, sus caderas se crecían y me recibían como si me hubieran esperado siempre. De frente sus
mandíbulas se tensaban y sus manos me apretaban exigiéndome que le destrozara. En algún
momento cuando el viernes ya se había hecho madrugada de sábado, La Ciudad de la Furia, de
Cerati, se me escapaba entre labios y antes de que mi terrible voz la soltara por completo, ella me
la pidió. Afuera los techos vetustos y enmohecidos del edificio de enfrente nos reclamaba en silencio
el ajetreo de la noche. La luz violeta y azul de una matina de sábado empezaba a imponerse, yo solo
quería seguir dentro de ella. Mi extensión se rigidizaba tan solo con el pensarlo y así sucedía, mis
dedos encontraban espacios para indagar. Me metía en ella, me venía en ella, me desvivía en ella.
Estaba ebrio y no había bebido nada, me había bebido sus muslos, su espalda, su vientre, su cavidad.

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Sus labios, todos, habían sido a mis labios lo que las terneras son a las fauces de las jaurias. Estaba
desvanecido y quería más. A media noche le dije un te amo. Si más advertencia. Sin más filtros. Ella
se incomodó. Deje que el asunto se desdibujará entre nuestra carne y nuestra saliva.

Ella se fue el domingo, de regreso a su Morelia, a su centro, a 2382 kilómetros de mi Mérida.

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Capitulo II

De quemar las naves y espejos rotos.

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Bitácora 12 o Los puntos sobre las íes.
Cuando la conocí en Placeres, ella estaba con alguien. El, un arquitecto, dedicado a las impresiones
y la publicidad. Más grande en edad que ella, le ofrecía cierta estabilidad económica y mucha
libertad. De esa libertad que precisa de un lugar al cual regresar cuando la falta de cadenas se hace
como el deseo de Midas.
Él, un hombre maduro de poco pelo, con un par de hijas de su primer matrimonio y un amor
inquebrantable hacia ella, le aguantaba prácticamente todo. Sus viajes, su bohemia. El, de sus
dolores poco entendía, sus obscuridades le habrán parecido más tristeza que oquedad e
infranqueable obscuridad. Eso me parece normal. No debe ser sencillo para los peces identificar el
aire. Las vainas complicadas se simplifican en conceptos asequibles para quien observar más no
puede. A ella le iba bien con las escasas preguntas de él y con el desvanecer de las mismas con el
mínimo esfuerzo de contestarles. El arquitecto, era uno de esos seres humanos con poca, pero muy
poca oscuridad. Más que ser un caballero de reluciente armadura, era uno de esos seres humanos
cuyos picos eran muy bajos y sus valles muy altos, flato pues. Es decir, más bien alguien plano que
sirve de ancla en el piso para alguien como ella que nunca supo a ciencia cierta, como no ser lo que
era y solo, por lapsos, pretender ser algo distinto, como los insectos que juegan a ser hojas. Algo
menos, algo más. A estas alturas da igual.
Yo ya lo sabía cuándo Placeres, y también lo sabía cuándo el Gran Hotel.
Después del primer encuentro con su carne, a su retorno a Morelia. Me retorcía con el único tipo
de celos que existen, los peores. Esos que son una constancia de todo lo que no se deja tener y de
alguien, no termina por tomar. No son otra cosa. Esos malditos garfios que te estremecen los oídos,
las entrañas y te rascan por detrás de los ojos. Son un recordatorio de que pese lo que pese, pase lo
que pase, esa persona no es tuya, empero tú no puedes, ni quieres ser de nadie más.
Ella regresó a su Morelia y a la casa del arquitecto. Ella intentaba posicionarme, tranquilizarme.
Aminorar mis celotípicos delirios.
-No existen los balcones si hasta sus alturas no llega el lamento de los serruchos, no hay más terrazas
en el mundo que las que me permitan sostenerme de su negra herrería mientras tu cuerpo me abarca
con un atardecer marítimo de azoteas envejecidas por una humedad que nunca superaría la nuestra.
En Morelia ya no existen los balcones, se han vuelto colgajos de cemento.

Yo pase los siguientes días, saboreándome las muelas, bruxando, rechinándome los dientes. Como
cuando el platillo deja su sabor entre tus dientes, como el vino que, espeso, se resiste a la disolución
de tus papilas. Los días siguientes recordaba, mitad a ella, mitad a mí.

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Recordaba sus formas, su dibujadisimo cuerpo, recordaba que durante esa noche yo mismo me
resulte un extraño. Un hombre que no dejaba de coger, tomar y penetrar a una mujer que parecía
estar más que acostumbrada a tratar con bestias, ¡eso era! Un sediento animal que no dejaba de
copular como si un código insorteable estuviera actuando imperativa y categóricamente sobre si.
Nada importó, el latex fue lo primero que se olvidó. La cordura no entro en ese Gran Hotel, ese
viernes y el sábado de después. Una píldora del día siguiente, fue la penitencia por tanta carne, ella
tomo la primera dosis que solo recordó mucho después de las 72 horas indicadas. Y con eso creímos
haber pagado y no deber más.
Después de semejante carnaval, me caminaba por encima del mundo, nadie era más grande que yo,
apostaba a que nadie había cogido tanto como yo, con tanto ímpetu, con tanto deseo. Me acordaba
de sus formas de su cuerpo cubierto solo en el pecho. Ella ocultaba su pecho como quien oculta la
cicatriz de suceso doloroso, lo ocultaba a toda costa. Las líneas de su abdomen le dibujan un par de
surcos que apuntaban hacia el centro, cavidad y lujo de su cuerpo. No hubo, entonces, una sola
mujer, un solo recuerdo que pudiera permanecer de pie, después de la descomunal carnalidad en
la que con ella me sumergí. Pero, se jodió la cosa, esa vainita estaba destinada a contaminarse de
corazón, a joderse con tintes de amor. Ella que había sido mía, no era más mía que el sabor que,
entre muelas, se me había quedado.
Escribo.
From: …@hotmail.com
To: Ella_mb81@hotmail.com
Subject: léase con ironía y risas falsificadas...
Date: Wed, 22 Jun 2010 23:40:03 -0500

Se jodió la cosa, gitana amiga mía, se jodió la cosa.

La velocidad del pensamiento en contubernio con la fantasía, me lleva y me


trae de un ayer lejano y hasta un mañana inalcanzable. El iluso de mí, te
sueña entre sus dedos, me apodero de tu lengua y sus productos, de vientre,
caderas, sexo y vida, mañanas y noches, sombras y rutinas, me apodero de
ti como lo haría con mercurio entre las líneas de la mano mía que besas.

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Clandestino yo, pero clandestina tú. Requiero un as bajo manga que no
tengo. Ni manga, ni as, ni juego. Yo solo respondo a las entregas de ti,
entregas de intercambio, micro-entregas que subsanan la entrega que
parece eternamente postergada. Yo no hago poesía pero podría escribirla
con las líneas de tu espalda que fue lo último que vi. Las líneas que no viste,
pero que luego das, después de haber incrustado un secreto con tus manos
alrededor del cuello.

Se jodió la cosa, porque un día llegaste, para no poder llegar, regresar un


domingo. Sé Jodió, Porque hay una nueva definición en la platónica lista que
incluye una mujer que tenga algo de ti. Porque hay cuerpos que se ofertan
de noche, etílicos y simplemente ya no puedo recibir menos.
Los cuerpos que vienen con sedientas intensiones, no son canelas, no son
gitanos, nada oculto yace en las escasas marcas de sus húmedos y huecos
alientos. Se jodió la cosa porque no puedo meterte en un listado único y final,
como última noche, pero quiero.

No hable usted de lo que le provocan mis dedos, hablemos de lo que me


produjo su desvelo. Tendría que ser usted quien abriera lo que, a momentos,
parce ya abierto, y otras tantas sellado con su itinerancia y azar mostrado-
desvanecido, llevado y traído, verbos entregados pero retenidos. Se jodió la
cosa, gitana amiga mía, y me jodió el destino, repetidamente, como a barcos
de paja que una vez hundidos, se lanzaron a flote como si se pudiera desafiar
al tiempo, la distancia y al olvido.

Se me está usted metiendo, en un lugar prohibido, entre la niebla y el rocío,


entre el cuerpo y su lacaniano registro, entre lo sublime y el silencio, entre
deseo y lo que re-quiero, se me está usted metiendo, si es que no se ha ya
metido.

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Bitácora 15 o Meterle el pecho.

Ya casi terminaba Junio. Mi padre falleció un mes así pero del 2006, casi lustro atrás, el muy
desgraciado se murió en una fecha llena de clichés, ¿mencioné que los aborrezco? Pues se murió el
6 de Junio del 2006, ¡me lleva el diablo!

Mi relación no fue la más cercana con él. Me debía 17 mil pesos mexicanos desde un año antes de
su muerte, supongo que al final se condonó tal deuda y yo hice como que no nos debíamos nada.
Junio es un mes de temperatura insoportable, cabe señalar que en mi Mérida solo puede tener ese
clima y uno peor, muy caliente. Yo me paseaba como renovado. Mi psicoanalista decía que cuando
me llegaba la hora de “la verdad”, yo, me echaba para atrás. Es cierto, lo he hecho siempre. Cuando
he estado a punto de vérmelas con eso que los analistas llaman deseo, algún artilugio, alguna
argucia me lograba inventar y, si, me echaba para atrás. La dulcísima Rakel, me puso contra la pared
en varias ocasiones con respecto de la paternidad. Yo pretextaba con magistralidad, la conclusión
de mis estudios, la estadía en alguna tierra lejana con miras a quedarme, podría nombrar cada uno
de los truquitos, con las más pusilánimes y patéticas respuestas, pero, odio los clichés. Queda claro,
simple y llanamente, Yo, solo me echaba para atrás. Yo, reculo. Léase con las pausas y tono que
quieran.

Cuando el junio avanzaba, para morirse, ella dejo ver que nos veríamos de nuevo. No quise entender
muy bien. Supongo que por primera vez le jugué una treta al tan familiar mecanismo de echarse
para atrás. Y entonces lo contrario de recular es “A las balas, el pecho y al toro por los cachos”. Ella
regresaría, pero no a un hotel, ni por fin de semana. Algo dijo de volver y quemar las naves.

Al teléfono, ella convulsionaba todo, a la distancia, como la luna con el mar, como el sol al agua.

-Quiero verte de nuevo amor… ¿puedo?

-Te espero, desde antes que lo digas, espero tu regreso, espero. No he dejado de esperar.

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Bitácora 23 o como las brasas.

En un chat y ya a la espera del retorno.

Karina dice:
-¿Amor?
Yo:
-AMOR
MIO
Karina dice:
-Tuyo
¡Amor! ¡Qué duro!
Yo:
-¿DURO? NO MUJER CREEME QUE LO DURO LO SIENTO YO
Karina dice:
-Me arde todo,
me quema, me exige me reclama
Yo:
- TE NECESITO YA
NECESITO TUS VOCES, TUS OJOS ABIERTOS Y TU PIERNAS TAMBIEN
TU CADERA EN MIS MANOS, TU LENGUA EN MI CUERPO
MI TODO EN TU ADENTRO
ESTOY MAL, Y ESTO SE PONE PEOR
¿QUÉ ME DISTE, MUJER?
Karina dice:
-¿Qué hago con esta lengua, con este cuerpo mientras puedo tener el tuyo
¿qué hago?!! Sufro!! Por Dios me duele el cuerpo, me duele de ganas
Me duele de tu ausencia,
Yo:
-Tan soñada como el resto de ti, tanto tiempo buscada, dibujada, inventada,
tu cuerpo me vino a mostrar el color que tiene la grieta de mi alma, te
necesito ahora aquí en mí y
Karina dice:

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-Promete que al verme me desharás, que me diseccionarás que me
arrebatarás todo lo propio.
Yo:
-Prometo deshacerme en cada intento, no podría no hacerlo, es mi muerte
la que está en juego, es mi todo con lo que te penetro, te penetran mis ojos
por encima de la falda, te penetran mis oídos desde las palabras, te penetran
mis dedos desde las madrugadas, te penetra mi boca con sus corales
afilados, lo único que no te penetra es mi lengua esa solo te acaricia, esa se
pasea por entre los ríos de tu profundidad, se pasea aunque no la quieras
dejar, te arrebata y no te pidió permiso para estar en ese aliento que te
arrebato. Ahora tú promete algo. Que dejaras a tu cuerpo caer en el abismo
de mis manos, que no cerraras para mi nada sin importar el horario, que no
descansaras hasta haberte caído por completo y luego regresaras para
volverte a caer conmigo.
Karina dice:
-Me colgare de ti, sangraré de ti, lloraré de ti, me soltaré en el abismo de ti...
perdón estoy estática no sé qué hacer conmigo sin ti, no sé hacer de mí
nada... no me sé dejar caer si no estás, ni intentarlo y siento que me muero.
Que todo me punza.
Yo:
-Ven y entonces cada poro de tu cuerpo conocerá y reconocerá nuestro
sonido, no habrá espacio que para ambos quede sin develar.
Yo:
-ya no quepo en mí, me hace falta el espacio de ti, la cavidad de ti.
Karina dice:
-Aquí llora de tu ausencia.
Yo:
-Karina. Ya no puedo no tenerte, ya no puedo con estas ganas de caerme, de
domarte y redimirte, de gozarte y que todo lo demás nos quede claro, de
bordarnos con los dientes un monumento.
Karina dice:

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-Sométeme cielo, aprésame en tu pecho, dame de beber de tu saliva, y
aliméntame de tu carne, toma mis cabellos y enrédalos en tus dedos y jala
de ellos y no dejes que me vaya hasta que me dejes dentro todas las conchas
y caracoles marinos.
Yo:
-Mi carne es tuya, mi saliva se advierte en tu cercanía, mi pecho se alborota
en tu llegadas y se hincha en tus venidas, ¡¡ay cabrona!!, me estás dando
donde más se siente. Mamita, voy a quedarme ahí adentro, incrustado para
siempre. Mami me tienes justo donde te quiero. Mami.
Karina dice:
-no me dejes voltear hacia atrás y tapa mi boca con tu mano y no me dejes
emitir una sola queja termina por romperme la vida. Tapa mi boca y bésame
los ojos, y las mejillas y los pechos, el vientre y las ingles. Yo quiero pasearme
los labios por toda tu extensión por tus partes alargadas y redondeadas y
por tus pezones que divierten mi lengua y juegan entre los labios y los
dientes. Yo bailaré desnuda mientras me conquistas violentamente
invasivamente, despiadadamente.
Yo:
-De tu silencio me encargo yo de romperte la vida nos encargaremos los dos,
de partirte en dos mis brazo y mi centro, de clavarme en ti todos mis
esfuerzos, todo yo, yo todo no reviento ahora mismo solo para reventarte
después, para olvidarme de tus permisos y erigirme como él y lo que soy,
para poner una marca en cada centímetro y retar y vencer y morir cada
hueco de ti. Para mojar y empapar cada ojo de agua y llenarla de mis
conchas hasta convertirle en mar. No te voy a comer, te voy a tragar a
devorar a destrozar a... desgarrar. Sin permisos ni concesiones, por la fuerza
y la brutalidad de las tormentas
Karina dice:
-Hazlo amor .Yo mientras tanto te hago mi danza ritual, de ofrenda de
sangre mía, de piel, de pedazos de aberturas. Te bailo desnuda y te muestro
lo que me pidas que quieras ver
Yo:

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- quiero esa sangre en mí, la quiero toda, me convertiré en la punta de lanza,
me meteré en donde no se puede uno meter, voy a abrir tu piel en mil lugares
distintos voy a dejar que cicatrice cada herida y luego la volveré a cortar
para beberme nuevamente toda tu muerte.
Karina dice:
-Sólo mantenme el aliento que me permita seguir muriéndome en ti para
que esta agonía nos dure, hasta que tú te agotes y yo me muera.
Yo:
-Despertaras cuando mie cuerpo ya se sirva de ti, voy a hacer que dejes de
respirar si no es de mi océano voy a arrojarte lejos y luego veré cuando
tiempo tardas en venirte de nuevo, voy a hacer que ruegues porque entre y
luego por que pare.
Karina dice:
-quiero despertar cuando tus garras de jaguar clavadas en la piel de hembra
me sujeten para que llegues hasta mi fondo de un solo movimiento cruel
Justo ahora, no puedo no puedo más.
Yo:
-Mi pecho siente frío y se eriza en este momento pero el resto del cuerpo
está prendido en fuego Amor, mi piel está sudando, mi abdomen se contrae,
mis piernas se estiran, mis dedos se entumen, mi centro apunta hacia el
centro. Me lleva el carajo. Me urjo de ti.
Karina dice
-Amor, este cuerpo hace rato que se balancea sobre sus ansias y busca de ti,
y se trata de engañar de cualquier roce. Estoy a punto de arrancarme un
pedazo de estos labios que te han besado. Me paso una mano por el cuello
y hasta el pecho y no quiero recorrer nada más porque no se dejará engañar
tú no estás aquí y mi piel rechaza mi apócrifo tacto y vuelve a preguntar por
el del 202 y la calle placeres.
Yo:
-dile a tus manos que no se atrevan a tocar un solo punto, diles lo que
parecen ignorar que tu cuerpo ingles son de mis piernas, que tu cuello es de
mi aliento, que tu lengua es de mi lengua, que tus piernas son de boca, que

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tus adentros son de mi afuera y que el punto de tu vértigo es del movimiento
de mi lengua y del tacto múltiple de mis manos, que tus caderas se ensartan
en mí y que tu humedad es de mis palabras, dile a esas manos que no
insistan, que no les presto ni un segundo lo que me pertenece, dile a tus
pechos que no hay más luces rojas, que los voy a acabar a besos y caricias,
dile a la sangre tuya de la promesa que aquí le espero, que cada ciclo lunar
no me impedirá romperte en gritos, dile a tu boca que hable mientras pueda,
porque tengo un silencio para ella.
Karina dice:
-Te ruego, te imploro que silencies el último rastro de pudor o moral que
quiera salir por mi boca metiendo en ella tu carne caliente y tersa. Cállame
el lamento cogiéndote a mis labios, a mi lengua a esta boca para que sepa
cuál es su deber en tu cama, para que aprenda a servir a un jaguar. Mis
manos están sentenciadas tendrás que compensarlas, te piden a cambio tu
espalda, tus piernas, te piden a cambio de contenerse hoy poder tocarte de
cima a sima. De Cima a Sima. No será gratuita esta proscripción que les has
impuesto, tendrás que pagar con tu carne y con toda tu superficie
Yo:
-cada cavidad tuya, mía, nuestra, es una posibilidad... y no pretendo dejar
posibilidades
Karina:
-Aparece. Cabrón, entrégame esa carne, ese cuerpo, dámelo para cansar al
mío en él,
Yo:
-aquí, todo está firme, rígido como el acero, aquí está rasgando las paredes
Karina dice:
-¡Mil veces maldito, del diablo, del demonio! ¡Eres la tentación y el pecado!
Me encantas, yo me condeno en esa carne, por ser mujer escarlata hecha en
ti, tu Magdalena lapidada sin arrepentimiento.
Yo:
-Vente a probar los infiernos y a despertar con sabor a cielo. A cogernos
como demonios y a emputecernos.

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Karina dice:
-Tu Geisha, la carne por la que pagarás con la tuya, tu compra pagada con
lágrimas, tu privado financiado por el dolor. Tu puta que te cobrará con las
más refinadas palabras, pero sobre todo con las más burdas y vulgares que
te guardas.
Yo:
-¿dónde estabas Amor Mío?
Karina dice:
-caminando a tus espaldas.

Yo:
-¡que carajos paso que no te vi cuando te vi!, hasta que en penumbras te
mostraste ante mí. Y el pendejo de mi salió de San Gallito diciéndose "nada,
nada, no pasó nada! Y ¡madres! TODO, TODO. A veces siento, como aquello
que dijiste " O sea que yo soy el último en enterarse"

Yo:
-Recuerdo el tamaño exacto de tus caderas, solo tengo que poner mis
palmas con las líneas hacia a abajo y al frente de mi centro, tu imagen se
aparece intacta y luego se me aparece con una recisión abrumadora, la
temperatura de tus adentros, de todos ellos, anteriores, posteriores y
superiores me muero por sentirme adentro nuevamente y quisiera que fuera
en todos ellos al mismo tiempo. Este rígido recipiente de perlas pulsa,
emerge con la potestad de reyes, se abre paso hacia la superficie,
desgarrando cualquier vestido que le cubra, no hay manta que le sosiegue,
que disimule las ganas, de verdad que ganas de cogerte.
Karina dice:
-Estos adentros hacen contracciones raras, como tratando de extraerte de
donde sea que estés. Les digo que nada de eso les es permitido pero, estos
espasmos no reconocen ninguna voluntad. Yo estoy quieta, pero en mis
entrañas se juega la existencia de este universo que se expande y se contrae.
Que ganas de darte lo que me pidas y de ser cogida por ese eminente

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contenedor prominente, lo sentí en la calle Placeres, apenas unos roces
pero...imposible olvidarlo, imposible no preguntarse imposible no
imaginarlo, imposible no querer conocerlo. En esa calle Placeres (decías
¿cuál placer?), inventé todas las formas contigo usé cada espacio para
dárteme. Nos escondí de los demás en todos los recovecos. Me vi contra la
pared, abierta de piernas en ese único abrazo que sí fue. Te vi con el pantalón
desabrochado y justo abajo, en donde comienzan los muslos, te vi
comprimirme entre la pared y tú, después de hacer a un lado lo que te
estorbara de mi ropa te sentí sin conocer la prominencia que apenas se me
había sugerido en dimensiones generosas .Ahí nos hice nuestros Y también
en una banca del vestidor, y en el sillón de la tv, y en la silla del comedor, y
en el piso de la cocina, y en uno de los vestidores, y tú sujetándote de los
barrotes de la litera mientras de espaldas me la metías. En la cama en la que
dormí, tú afuera de pie y yo adentro a gatas. Nos vi desafiando al más básico
código de civilidad y convivencia social te vi, sobre todo...en ese abrazo,
haciendo una mínima cosa, un simple movimiento: así como me tenías yo
sujeta en tu cadera, pasabas tu mano derecha por mi espalda y la bajabas
lento hasta el final de la espalda que ahora es tuya y con todo el pudor de
abrazarnos por primera vez me tocabas por detrás, éstas que tengo aquí tan
tuyas, una caricia suave pero de lujuria, sólo una

Yo:
-Bendita, mi puta bendita, mujer exacta, precisa en el tiempo, justa en el
momento, mamita, que forma de narrarnos, de confesarte, Me muero, me
muero me muero me muero, me muero, me muero, me muero. India.
Pandora de mis deseos, caracolas y perlas. Purépecha, carne Michoaca por
la que salivan mis fauces. Gitana de mi suerte, arcano extraviado.

Karina dice:

Maya. Mi maya.

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Bitácora 13 o Leornard is right.

Ella Vendrá, de nuevo. Sin más.

From: …@hotmail.com
To: Ella_mb81@hotmail.com
Subject: el centro del mar
Date: Sat, 18 Jun 2010 18:29:02 -0500

¿Es todo esto más sencillo que un respiro, más autónomo, más in-propio,
más nuestro, se puede menos, se puede esperar más, es posible ambos? Mi
mar y tu centro ¿están más cerca con el tiempo? ¿Se puede juntar tu tierra
de centro y mi costa de mar?

Yo no supuse un encuentro contigo. No supongo tu cuerpo junto al mío,


supongo más que eso. Supongo que solo espero de ti lo que me ha mostrado
la realidad, lo inesperado. Ven a quemar tus naves en mi costa, o jálame
directo a tu pecho, te regalaría un par de versos y lágrimas de mi ojo
izquierdo. Date a mí en este lecho, de encontrar tu centro yo me encargo.

Que dónde estoy, últimamente contigo, solo contigo, ¿no te parece algo
funesto? ¿Crees que mi estar sin ti se parezca a tu vívida agonía de a ratos
allá, en tu Morelia, sin mí? Yo, Leyendo y re-leyendo mientras imagino tus
pies enfundándose en zapatos rojos o sabanas que, puedo jurar, no son más
tibias que la mías. Y muero de celos.

Quiero arrancar un par de cosas del tintero, quiero gastarme la tinta en un


papiro y las pinturas en un solo lienzo, en el tuyo, quiero pasteles y tizas, los
quiero todos, los quiero en una, en una sola. Hacer de este deseo la roca de
Sísifo. Quiero… deseo… sueño, y luego despierto, aunque tras menuda
conciencia y largos diálogos de a uno, de este, de mi, otra vez quiero.

¿Para dónde? ¿Qué sigue? Esperaba que te negaras, para así cortar el flujo
de este impropio pensamiento, incrustado, punzante…bello entre lo Bello,
esperaba que no contestaras y ahogarme en el silencio, esperaba de noche

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seudo-despierto, somnoliento pero vivo, hasta nuestro electrónico
encuentro. ¿Para dónde queda tu centro y hasta donde llega mi mar? La
respuesta a esa es sencilla, hasta donde tu tierra puede contener mis aguas,
con naves y sin ellas.

Creo que he visto un mañana sin mí, ¿puedes creer que ese sábado del Gran
Hotel haya optado por irme por la matina en vez de velar tu cabeza sobre
la promiscua almohada? ¿Puedes creer que no me haya percatado de lo
embriagado que me tenía tu piel café, morena, canela, más profunda que la
oscura cocina y más radiante que esas, por mi despreciadas, estrellas?

Hoy después de minutos de mis últimas líneas, quiero jugar al profeta que
no se equivoca.

Dicen que mi tierra esta tan lejos que, el aire da vuelta por acá, súbete en el
viento y cuando pases por aquí veras un poema que crece hacia adentro y
hacia abajo, unos árboles que se someten al sol, únicamente por la promesa
de hacerle el amor a la luna con la cobija de la brisa fresca. Veras también
un mar discreto que sabe de ti y que me ha contado varios secretos. Súbete
al viento o ven y súbete a mí. Cuando vengas aquí a vivir, vas a sentir como
el viento se fortalece en el calor de más de 40, parece procede del infierno.
Ante eso parece que todo se detiene, en efecto todo se aletarga, pero solo
para renacer a las 7 con 3 de la tarde. Quiero invitarte una cerveza antes
que anochezca, un cigarro solo para que lo sostengas y darte mi cuerpo
antes de que envejezca.

He visto un mañana sin mí, sin café humeante y sin cortinillas desafiantes en
un hotel. No estoy en esa mañana contigo... otra vez. No estás conmigo...
otra vez, me consuelo en la fantasía del hubiera, del que pasaría, del iluso
deseo tuyo y mío, ¿no es un adorable tormento? He visto el mar llorando
hacia arriba y al aire hacerse agua, te he visto conmigo y a mi sentado
mientras dices que cocinas cuando en realidad maquinas la forma de
detener el aire entre nuestros cuerpos, te he visto entrando y saliendo de
una oficina, de un auto y de tus vestidos. Ritualizando una rutina en mi vida.

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Te he visto sobre las bancas de Paseo Montejo leyendo, desafiando a la
noche y al que sea que por tu camino cruce, desafiando sus ojos y su
pensamiento. He tocado con mis ásperas manos cada centímetro de tus
piernas, los he dibujado, los he besado de arriba hacia abajo, de lado a lado,
de afuera y hasta tus adentros. Nos he visto gitana, en el hubiera, en el
quisiera, en el pudiera, en el si tu quisieras.

Gitana, Gitana mía. Y le nombro y le escribo así, queriéndolo, deseándola


mía. Mi semana ha transcurrido entre relojes insaciables y exigencias de
todo tipo. No había escrito, respirado, dormido. Le he leído una, dos y
algunas veces más al día. Digerido tus líneas, tus entre líneas, tus directas e
indirectas. Me apropio de lo que no puedo apropiarme, de ti. De tu espalda
que construyo de fragmentos de vívido, de tu espalda segmentada,
dibujada, deseada. Mi cabeza viene tocando una canción en las teclas
negras del piano, como si eso me pudiera brindar algún punto medio y
prudente, una canción escrita con tizas y pasteles sobre tu altamente
deseada espalda, he querido que las caracolas del mar la canten con notas
de agua salada y de lluvia del centro.

Siempre desdeñe la sobrevaloración de la cordura, la razón y la verdad.


¿Cómo te digo esto? ¿Cómo (lo)-(te)-(nos) nombro? Es extraño que recuerde
tanto tu espalda escapando precozmente de aquel salón queretano en el que
se pretendía saber.

Te traigo estancada en una pregunta que no me atrevo a formular. Es un


secreto de esos que le cuento al mar. Te traigo ausente en cada mañana
que me sorprende nuevamente pensando en ti. ¿Te extraño? De ser así ¿Por
qué? ¿Puedo? ¿Cuánto tiempo duran las noches de un viernes en la calle
Placeres? Juraría que los tatuajes a tribales que sobre y entre mi piel se
duermen, se movieron de sitio y dibujan algo que no se puede decir. Podría
suponer que al azar es incompatible con la promesa de desayunos
compartidos, pero ¿puedo yo decir algo sobre el errático plan de cualquier
divinidad? ¿Qué sos? ¿Cómo es que te enfundas en calidad de propietaria de
este pensar? Si el azar no fue, entonces, ¿Qué es?

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Quisiera volverme un loco y poder decir lo que me plazca, pero solo soy este
patético loco que calla pero pregunta para que tu boca bañe de gloria, para
que tu nombre –Karina-, tu mote –Gitana mía, tu condición –lejana-, tu
locura –sabida-, tus letras –ensalzadas-, tu recuerdo –creciente-, tus
respuestas –ambivalentes- y mis labios secos encuentren todas las noches
que quepan en todos los viernes, dentro y fuera de placeres, centro y mar,
no clandestino, itinerante pero perene, ficticio y cierto. En un corte
significante de lo fortuito significado.

Pero como no soy doctor, ni poeta aunque loco, ni amo ni despojo, ni profeta
ni todo poderoso, solo sueño e imagino, deseo y sueño que en alguna
extraña y retorcida versión de este universo, hay un tu que no se concibe sin
yo, una ecuación que da sentido a las cosas en cuya base esta un nosotros.
No te burles Gitana solo es la confesión de un sueño culposo, de una bandita
contra las bromas del destino, un ungüento para los ojos cansados de no ver,
de un jarabito pa´l corazón ansioso.

P.D. Leonard Cohen is right, I´d Like to travel with her and just because I´m
already traveling blind and trustful.

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Bitácora 15 o “el tiempo de la cerezas”

Ella, Karina, escribe.

Amor, de unos días para acá resulta que todos los días son "este día ha sido
el peor". Y pues que este no es la excepción. Llego a casa extenuada,
exangüe, como si los vampiros me hubieran chupado la sangre. Hoy también
pienso que este ha sido el peor día, tal como lo pensé ayer, y el jueves pasado
o el viernes. Hay una diferencia. Este día me he volcado en llanto al menos
unas tres veces. He llorado un llanto amargo, de esos llantos sin rostro, sin
odio y sin amor, un llanto de desolación, un abismo, un abismarse, un
sucumbir y desplomarse. Una vez más, como lo he hecho a lo largo de mi
vida, Yo, sin bandera, he procedido por la vía de la radicalidad. De pronto los
fines desaparecen de mi vista y queda aislada la estrategia ahora convertida
en objetivo, ya sin meta. Los medios como fines. Y no tiene nada que ver con
"hic et nunc", o aquélla idea que refleja Ítaca, un poema de Kavafis que me
encanta. No, no es eso. Se trata del absurdo, insistencia mortuoria, la
pregunta: ¿de qué más me deshago, qué más me estorba? Ya sin para qué,
esto comienza a oler a muerto y aparentemente no soy yo. Ahí la jugarreta.
No siento que muero, siento que asesino. Debo hacer una pausa, no para
cambiar de rumbo, el rumbo es el mismo.

Entre mis malestares dos han sido insistentes. Al primero lo reconozco


bastante bien. Son los efectos de una sobredosis: Familia en demasía. Mi
familia es para mí como el sol: demasiado lejos me da frío, y demasiado
cerca me quema y hasta me puede calcinar completita. Veamos, en la
versión de los demás, mi "demasiado cerca" siempre es lejanía, aislamiento
y hasta egoísmo. Más no puedo. Recuerdos, nostalgias, culpas, reproches,
todo comienza a jugárseme en contra. Nadie lo sabe, sólo yo y mi alma. Me
acontece durante el medio día o durante la noche. Cuando alguien aquí
recuerda algo del pasado, o me lo recuerdan sin ellos recordarlo, yo me
quedo estupefacta, con un agujero en el estómago, la garganta inmóvil y los
ojos petrificados. Son sólo unos instantes. Nadie lo nota, yo me lo desayuno,
me lo como o me lo ceno según la hora del día. Cualquier cosa, las arrugas

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de mi madre, saberla dormida, querer abrazarla o acercarme y no
atreverme, aunque siempre me acerque y sí la abrace. Pero no siempre, no
vaya a ser que me tire una mordida, no ella, sino la otra, la que me vive. Mi
padre tan amado, tan admirado, tan vituperado, tan jodido... Al tanto de
esta casa, de sus hijas y la madre de sus hijas. Dejo de reconocer quiénes
son. Ya no sé qué son. Se me llenan hasta las fibras de los cabellos de sus
presencias, siempre por mí buscadas, anheladas, despreciadas, odiadas y
rechazadas. Punzadas insoportables. Unos al tanto de otros, unos
ignorándose a otros. Nada soporto, todo es el extremo insoportable y no
soporto no soportarlo. Deudas tan añejas que me cargo, lo que hice, lo que
no hice, lo que debí decir o callar, o dar o quitar o pedir o salvar o entregar
o esconder o enseñar, no romper, destruir, encabronar, consolar, cuidar,
perder, ganar, extraviar, delatar, perdonar, no olvidar y solapar y más y
mucho más más y más... Deudas y más deudas con todos y cada uno de ellos,
pero sobre todo con su desconocimiento…

Me hubiese encantado interrumpirle preguntándoles cómo se endeuda alguien así, pero no tenía ni
la habilidad ni la gracia de los gitanos. Su escrito continúa.

…No sé si sepan que les debo. Si les preguntara lo negarían y sólo


confirmarán que soy un tanto extraña. Te diré qué me pasa ahora que sé
que me voy: siento que al irme morirán. Quiero cuidarlos, mas no puedo y
debo mejor abandonarlos. Me pongo a salvo y me hago abandonar por
ellos. Mi amor, Morelia huele a Muerte, ronda por aquí.

El segundo malestar es uno de reciente adquisición, a penas desempacadito,


es del día: Después de leerte en varios momentos y en nuestros dos medios
de intercambio y entregas de amor y de aliento, tengo un saborcito extraño,
desconocido hasta ahora en nuestro Nosotros. Una espinita de duda, de esas
dudas que, al parecer, nadie puede responder. Y más que duda lo que se me
ha clavado es una posibilidad. La posibilidad de que te canses de esta espera,
que no por ser finita, deja de estar siendo eterna. Y si de pronto dejaras de
esperarme y no me entero, y si te tomara por sorpresa un novedoso estado
des-esperante, y si salirme de tu cabeza dejara de ser un engaño y se

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convirtiera en des-engaño, y si el collar de tanto estirarlo se revienta. Hoy
me parece que en aras de claridad y de un intento mío de informar lo mínimo
indispensable, tratando de sólo bocetar un panorama de lo que por acá
acontece, podría no obstante estarme excediendo en información. Porque
por otra parte quiero mantenerte completamente al margen de estos
vaivenes. Me pregunto qué requieres: silencio, grandes rasgos, nada... Lo
que no me gustaría es que te desgastaran, que te cansaran estos
aconteceres míos. Quiero abstenerte de ellos, pero eso sería tanto como
abstenerte de mí, sin embargo podría marcar una veda o un coto de caza.

Tengo desde hace rato al cansancio haciéndome de él su madriguera.

Mejor me voy a dormir y me echo encima el chal de tu amor.

P.D. En tren de vapor, yo también te he dado una vida por acá. Ni creas que
no eres ya un Jaguar muy Colonial.

Ya está por llegar, atino a contestar.

-Tengo que empezar este correo con alusiones al tuyo que me llego a media
noche. Me dio, eso, que me dan tus letras. Me entrego a detalle solo bocetos
de tus secretos, diagnósticos herrados y errantes de tus silencios, te dibujo
cuando los miras a ellos, te miro mientras evades ese presente, invadida y
absorta, lejos de ahí, de pronto vuelves ahí y solo atinas a decir “nada, estoy
bien”, leo trazos de lo que te deshace y hace.

¿Qué requiero? Valla arrisco de pregunta. Riesgosa la respuesta, pero


peligrosa, en todo caso, para ti, no para mí. Veras, yo ya, estoy como el
pueblo dice “hasta las manitas”. Así que ya no puedo no jugarme, no
apostarme en un monto descomunal. Apostarme a ti y a nosotros. Vamos,
apuesto a este amorcito aún más de lo que tengo. Regreso a la pregunta,
eso es justamente lo que requiero, saber. Dejarme llevar por tus relatos con
sabor. Con imágenes de gestos tuyos entre cada descripción. Te veo ahí,
puedo jurar que conozco los matices que por tu rostro se pintan en cada una

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de las configuraciones que en tus relatos me entregas. Veo tus ojos afilarse,
perderse de pronto, como si al lado opuesto de las caras de tu gente,
pudieses encontrar un vaho, un escape de tu incomprensible alifafe. Te veo
rotar el cuello sin prestar mucho oído, veo tus oídos colapsar en inútil intento
de cerrarse, es tarde pues los Ciclopes y Lestrigones han entrado ya. Se han
apoderado del afuera, del adentro. Casi te veo reírte con ellos mientras los
yunques se cuartean por dentro, como adobes que caen secos e indefensos,
mostrando la deshidratada entraña de tierra, sal, piedritas y ramas que les
hace. Te veo gitana, en la deuda de ser, tu, quien y lo que les proteja, el
bálsamo opiáceo que les deje tranquilidad. Te veo desdoblada, buscando
excusas para tu partida, desdoblada y partida. Te veo comiendo con ellos,
abordando lo trivial y lo más lejano posible tema que te toma, que te empuja
que te arrastra. Te veo, Pandora-Amada-Mia, Ocultando tus rarezas de sus
normales ojos, mientras tus remembranzas nadan ahí justico en donde te
comienzan las pestañas. Aquí tengo Confesión, sin pecado pero culposa. Me
deleita, me sitia un placer inconmensurable al oír tus flaquezas, tus
encarnadas sombras, tus negadas lágrimas, tus más parricidas bajezas, por
perverso que parezca, Me deleita. Y he aquí mi despreocupada culpa. No
me asusta, no me abruma, no me harta, no me tumba, no me rompe, no me
cimbra, no me empuja, no me aleja, no me surca tu arrojo y apuesta a esta
vida de ti conmigo. Empero eso tuyo, me engancha, me acerca, me excita,
me lleva de rumba, me evangeliza, me consagra, me entroniza, me mete,
me inunda, me llueve, me lleva, me trae, me deja, me enamora, te confirma.
Te espero.

¿Te esperaré? Es cierto, algo del orden de la espera me fatiga, ¿tú haces
menos? ¿Te consuela que al cabo de unas horas ya sea un día menos para
vernos? ¿Te sabría igual un día menos espera que 365 y 6 horas más? ¿No
es acaso que cualquier espera es la misma e insoportable mientras dura la
ausencia? No te reclamo, no te juzgo pero me urjo de ti. ¿Será que te reclamo
algo así como mis 32 años, o serán solo unos 17 desde que empecé a
inventarte? Hace tiempo dije que moriría por vos, empero, no morir por el
amor de vos. Qué maravilla se posa sobre esta vida mía, huérfana de

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creencias, de lutos en los rituales y de padres muertos que se han olvidado
con el paso del tiempo y tu nombre que me la ha adoptado. Toparme con tu
presencia, con tu existencia, saberte débil y verraca. Venir a toparme con
una de ese tamaño. Toparme con un amor nuestro, surgido del ad-verso,
zurcido, cicatrizado, herido y abierto, real, loco, poeta y enraizado.
Qué maravilla me vengo encontrar, me amas. Qué maravilla que te
entregues a mí en pedazos, en trozos y yo sin ganas de remendarte, ni
curarte, ni corregirte. Por el contrario ganas de amar más mientras ya estoy
amándote. Qué maravilla encontrarte y que me hayas encontrado de la
ceniza que juraba sin vida. Subrayo. Sin sorpresa, pero debes entender que
los ataques repentinos de desesperanza los tendré siempre que estés a más
de dos segundos de mis labios, eso de una vez te lo digo, te lo advierto. Yo
no puedo menos que amarte con todo el polvo que me hace y arena del
universo, no puedo menos. Pero de ahí a que por esos ataques me abandone
a la concepción, resignación y a la gestión de una vida sin tu presencia hay
un abismo, más largo y más ancho y más profundo que el lenguaje.
Ahora yo me pregunto ¿Qué requieres? ¿Será suficiente este amor que te
cultivo? ¿Será demasiado? ¿Será un peso, será un alivio? ¿Es lo de esos
extremos o será algo más bien como de en medio?

Yo aquí me paro con la tónica de este correo, pero solo hasta que nos
podamos llenar de respuestas juntos. Y vaciar de todo lo demás.

Amor que te espero, Amor que me amas, Amor que me entregas, Amor que
te tengo, Amor que no detengo, Amor que me desbordo, Amor que
desespero.

Mujer de magma, centro de mis locuras, destino de mis lluvias, semilla de mi


inmortalidad. Trono de mis Letras, dueñas de mis puntos suspensivos,
Pandora de mis esperanzas, Némesis de mi dormir, palabras que se llegan
en leds rojos. India Mía, Purépecha de mis canciones, Tren de tu presencia,
Taras de bronce. Amor que Te amo.

De ese tamaño, y no menos.

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Bitácora 16 o Los elefantes de Ravel.

Conocí a Fauré, un día de noviembre. Dos años antes lo hice con Ravel. Al primero lo escuche tras
bambalinas en un teatro de pésima sonoridad. La acústica era a duras penas mejor que estar al aire
libre. A ese tal Ravel, lo viví desde el tercer piso de un vetusto teatro en mi Mérida. Las cosas ya no
volvieron a ser lo mismo después de escuchar a ese cuarteto, esos titanes disfrazados de cuerdas
en la. Mis oídos, mis silvestres oídos, nada tuvieron que ver con el encuentro. Era mi cuerpo entero
lo que reaccionó. Los poros, los bellos se levantaban como girasoles que saludan al sol, como
batallones completos en pase de lista al unísono de un saludo castrense. Ravel me estaba haciendo
pedazos antes de si quiera poder detenerlo o pensarlo. La psique se había desplegado en un
impresionismo digno de los años 50. Lejos, ya de mí, mi mente se había ido a una carretera del
Mediterráneo, coqueteando entre montañas y mares con los riscos insoslayables, infranqueables.
En las imágenes que ese cuarteto evocó, había estolas abandonando el cuello de la amante,
mascadas entregadas a contraviento. Maurice Ravel. Mis ojos, húmedos, produciendo mares de los
que no se beben ni si desbordan. Las pupilas se me volvían universos engreídos y en expansión. Cada
nota, denotaba, la pequeñez en la que me había convertido. Era poco menos que un animal frente
a un espectáculo divino, aterrado, conmovido. Nada de lo que mis oídos recibían estaba diseñado
para ellos. El resto de mi cuerpo entro al quite. La piel, estaba llena de receptáculos, las cuencas de
los ojos me apretaban, la psique se había ido de mí a un lugar al que jamás había estado, las estolas
y mascadas, los riscos y las imágenes grises. Era un roedor que observaba el universo sin comprender
lo que ahí sucede y sin embargo nada de eso pasa sin efectos. Algo de un lenguaje que no
comprendía, se había erigido, en calidad de tótem, frente a un diminuto mamífero primitivo, que
solo atinó a permanecer entre lo inmóvil e lo absorto. Así conocí a Ravel.

Hay cosas que llegan a la vida de los hombres así. De la nada, de lo inesperado, tocan y trastocan,
y nada más permanece igual. Algunas veces aparecen como inadvertidas, otras más, casi siempre,
el que no estaba advertido es uno, el animal. Llegan de la nada y retumba el suelo como las patas
de mil elefantes que pisan la tierra por debajo de la tierra misma. Producen un sonido como los
cuernos que tocan los ángeles de los siete sellos de las Revelaciones de Juan. Es un sonido sin fuente
que se aviste, que no inunda pero que envuelve, que no convoca sino que sitia. Así ese Ravel, así fue
esa mujer, Así esa noche del Gran Hotel.

Yo era un niño jugando en el lodo, luego sin saber, era un torpe cuadrúpedo atrapado en el fango,
Yo solo jugaba a los amantes y terminé amando. Y todo transcurría así, sin vaticinio. Un día le soñé

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y me desperté suyo. Suyo como la sal de los mares es. Como las mascadas al viento de Ravel, como
la humedad a los techos verdosos de mi Mérida o de cualquier lugar donde la humedad del ambiente
logre que se respire el agua y se beba el viento.

Yo no necesitaba más, tenía el lodo en el cuello y el fango cubría, ya, mis cuatro piernas, después de
sus líneas, sus correos, y nuestro Gran Hotel, no necesitaba más. A ella le tomo unas semanas
después del Hostal, para irme a ver, dos semanas más para regresar y poco más de un mes para irse
y para siempre. A mí me tomo unos cuantos desvelos, un poco de tinta y todo su cuerpo para
perderme, para irme y venirme, dentro de cada uno de sus 148 centímetros de piel. Le escribo:

Regreso a lo que me ha dado por llamar casa. A un silencio a momentos


delicioso y a ratos fantasmal. Busco tus notas, tus prometidos besos…nada.
Recorro todas las bancas de Paseo Montejo, una a una con los ojos, una a
una con anhelo. Nada de alabastro, nada de lecturas, nada de ti. Busco en
los buzones, levanto un par de cosas del suelo y debajo de este caos, nada
aun, nada de ti. Mi oído se extiende hacia una ayer-allá desde un aquí-yo,
desde un “deseo-de-ti”, esta oreja extraña un sonido, el de tus manos
reptando mi cuello. De una vez que, sorprendido por tu azar, este hombre
que, en Placeres, no supo actuar como tal, de una vez que son muchas, de
entregas que mantienen el ojo a la espera, de una vez por todas. Las orejas
se me prolongan, los ojos se me hacen grandes y pálidos, blancos, la
continuidad de los planes y de tus entregas, se dislocan.

Gitana, Pandora de agua y caracolas, espalda de líneas, amante nunca


menos amada, entrega postergada, te veo cuando cierro los ojos al viento,
te escribo cuando simplemente ya no me contengo.

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Bitácora 17 o Chistesitos Lacanianos.

From: Ella…@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject:
Date: Sun, 17 Jul 2010 04:50:40 -0500

Te cuento algo súper sustoso que acabo de recordar ¡nunca fui a la farmacia!
¡Lo olvidé!
Reímos. Ella llegó un viernes a mi Mérida. Cogimos, lo hicimos como quien no puede hacer más.
Estuve en sus adentros como un mandato, impedido de cualquier otra cosa. En algún momento de
ese fin de semana de 2010, salimos, como Sabines dijo, “hambrientos”. En la calle que enmarcaba
ese balcón, había un anciano sentado en una endeble y plegable silla de metal. Tenía un arco de
violín que paseaba sobre la espalda de un
serrucho. Un par de serruchos más en el suelo.
Sus serruchos cantaban en francés, “la vie en
rose de Piaf”, las calles eran todas bohemias, la
gente caminaba como si se hubiesen refugiado
por décadas de un calor que ahora, con la
húmeda noche, cedía. Ella y yo caminábamos
por ahí como si nos hubiéramos tenido siempre
y esas calles nos hubieran estado esperándonos
la vida entera. Compramos vino en algún
restaurant que presumía sus bongos y su salsa,
la llevamos de vuelta al 202. Nos refugiábamos
de todo, de su Morelia, de los ojos yucatecos, de
mi historia, de su arquitecto, de mis dolores y
despedidas, de su libertad procrastinada, de mi
pobreza y mis sudores, de sus fantasmas. Nos refugiábamos de nosotros mismos, nos volcábamos
en nosotros, para luego refugiarnos otra vez en jadeos y espasmos carnales. Fuimos dos
desterrados, dos proscritos, condenados, prófugos de historias que nunca se disuelven, pero
jugábamos a que éramos posibles. Reíamos, ella me profesaba una admiración psíquica, mitad al
intelecto, mitad a mi locura. Ella me miraba retorcerme frente de ella, en un verso, en un
comentario, me desplegaba frente a ella con majestuosidad teatral, para recibir el aplauso de sus

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piernas. El sábado, medio despiertos, medio muertos, completamente cogidos, nos marchamos al
“San Benito”. Este santito es un mercado de los más antiguos y concurridos, el calor, la fruta, la
humanidad, todos los olores mezclándose, la comida más opulentamente regional. Ella no se
paseaba por esas calles y mercados, los devoraba. No veía a la gente sino que les degustaba. Su
mirada siempre dijo más que sus palabras. Tenía una sonrisa discreta que usaba como saludo, una
sonrisa carente de pretensiones simpáticas. Sus mandíbulas eran felinas, cuando menos detenía su
sonrisa, dejaba entrever los dientes y sus mejillas hacían todo un encuentro entre los ángulos de su
rostro y las curvas de sus mandíbulas.

Los psicoanalistas son una de esas especies raras. Son tan subversivos, ególatras, histéricos, algunos
revolucionarios, contestatarios, abogados del diablo, incomodos, y están tan cerca del terror de la
verdad que, casi siempre, terminan esquivándole con alguna frase que tambalea los cimientos y las
buenas formas de los que escuchan. Están muy cerca de convertirse en una plaga. Algunos de sus
decires psicoanalíticos, son peores que las cucarachas. Sobrevivirían un Hiroshima y habitarían
campantes Chernóbil. Pero más aún, hay una subespecie que se ha dado el mote de Lacanianos,
esos no son iguales, son peores. Estos últimos han decidido especializarse en las palabras, en los
decires, propios y ajenos. Hacen trenzas con las palabras, filigranas con los dichos, cada palabra que
les llega, es un arma letal en sus manos, o en sus oídos.

Son unos seres hechos de huecos dotados de una fuerza centrífuga increíbles. Lo que les entra por
un oído, lo expulsan con una fuerza capital por la boca. La más de las veces, atinan, cimbran pilares
y luego callan cual esfinges. Se les ocurrió decir que los actos fallidos, son actos logrados. Que
cuando uno cambia el nombre de alguien por error, acierta al decir el nombre que quería decir.
Dicen también que los olvidos, obedecen a una línea que por real y rechazada, se hace oír de otra
manera. Es decir que los actos fallan, para un propósito consciente, pero aciertan o se logran para
menesteres inconscientes. Como que lo que se calla en la palabra, aparece en el acto.
Insoslayablemente. Bueno, así de incomodos son.

Ese fin de semana, Karina y yo, bebimos, comimos, nos refugiamos, uno en el otro, en un paréntesis
parecido al que los aeropuertos me evocan.

Antes de partir habrá mencionado algo sobre comprar una de esas pastillitas de las que ahora se
toman “del día siguiente” para la falta de prudencia.

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From: Ella…@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: 72 hrs
Date: Sun, 17 Jul 2010 04:53:36 -0500

¿A qué hora habrían sido 72 horas?

No hay que ser matemático. Tres días a razón de 24 horas por día. Cuando llegó a su Morelia, el
lunes, no había tomado aún dicha pastilla. Entre risas nerviosas, confesó el olvido. ¿Algún
psicoanalista incomodo puede aventarse el chistesito?

Me pidió hacerlas cuentas por ella, mitad presunción, mitad error. Total acierto. De los dos. Por
suerte, más no por falta de ganas –muy probablemente de los dos-, no se embarazó.

Tres semanas después de ese Gran Hotel. Le recibía en el 281 de la calle 15 entre 6 y 8. Y que conste
que yo ya no necesitaba más. Durante esas semanas de espera, me carcomía la entraña, me mordía
las uñas y los dientes, me desvelaba esperando por sus letras, por sus llamadas. Me la imaginaba,
me la recordaba, entre la mano y mis piernas la rememoraba. Me moría de celos de saberla en
Morelia, enfundándose en otras sabanas. Me moría de angustia cada vez que esperaba. Un día más,
y luego otro más. La caducidad de las pulsiones, la casa en que dormía, el arquitecto, nuestro
encuentro, mis tempranas confesiones de un te amo, su misterio, sus imprecisiones, hacían un
potaje de deseos carnales y posesiones malsanas, de locuras potencializadas, de desenlaces ideales.
Ella llegaría nuevamente, a verme, a vernos, a hacer de la casa de San Carlos, una orgía de letras,
miradas, de retos y de carne. Ya le esperaba, pero nunca vi venir lo que se venía. La cosa ya no sería
la misma después de ese segundo antes, después del primer después. Regresaría a verme, a
probarnos, a ponernos a prueba. En algún punto entre esa noche de mi precipitada confesión de
amor y la bocanada de letras en ausencia, de dedos impacientes y desvelos intermitentes, ella,
desde lejos, me amó. Lo dijo así:

-Amor, luego mi silencio no se calla. Tengo un silencio inoportuno. Perdón si silencié algo para lo cual
tenía una respuesta, creo que me quedé en plena contemplación de la perla que rodó desde tu
carnosa y sensual boca.

Yo también quiero volver a ti, a tu cercanía, a tu piel de ángel inocente, pero despiadado con este
cuerpo que te pide y que te acepta como tú lo digas "¿Así?" Sí, así.

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Me encantaría volver a ti y a tu Mérida, caminar bajo su cielo, escucharte en plena explicación
botánica, gastronómica o de la historia de ti, esa tan bella, por ardua y ruda de a veces. Quisiera que
el canto que haces al compás de vaivenes ascendentes, de tus inclementes inmersiones, me volviera
a tocar las fibras del alma, aunque desde entonces no han dejado de vibrar. Pero tócalas una y mil
veces más, cuanto y como quieras, que tuya estoy.

Guapo, mi hombre latino y literato, musical y caliente, de bailes selectos, si te tuviera aquí a un lado,
ya estaría arriba de ti, dejándote unos besos de piel y unos abrazos de saliva. Con estas ganas de
caerme en ti que me cargo, que no haría si estuvieras aquí.

Sobre los cielos. Mira, yo no sé, pero el cielo que vi contigo, o mejor dicho, los diferentes cielos con
los que me topé estando a tu lado, son como para no dejar de voltear la mirada hacia arriba.

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Bitácora 25 o Donde terminan las cosas.

Alguna vez una psicoterapeuta de nombre Emma, me dijo, para poder irse es necesario llegar
primero. De pronto me habrá parecido una de esas frasecitas que venden bien. Ya sabes, de las que
abundan en internet. Un par de retruécanos, alguna ironía que parezca contradictoria y ¡pumm!
127 likes. Vivimos cerca de un mes y medio juntos. Nuestra convivencia parecía más un coloquio de
múltiples intereses. A veces eran pláticas de una profundidad nietzcheana, sobre la muerte y la
intrascendencia. Sobre los falsos ídolos y la deficiencia humana para tolerarse en falta, luego
terminábamos en la cama. Otras eran en torno a los sabores que ella lograba ponerle a los platillos
que preparaban, los choques entre sabores y olores de yerbas que jamás habían tocado mi paladar
con antelación. Ella odiaba todo aquello que implicara el tan popular conteo de calorías y no se
ahorraba nada en lograr los sabores más intrincados en los platillos más sencillos. Luego
terminábamos en la cama. Muy frecuentes eran los dimes y diretes que hacíamos de la poesía de
un Girondo, Neruda, Michaux y por su puesto de un Huidobro y su imponente Altazor. Ella me
doblego frente a Altazor. Alagábamos mutuamente nuestro manejo de la letra, ella mucho mejor
que yo, aunque nunca se tomará el crédito. Luego terminábamos en la cama.

Cuando se trataba de burlarse de la vida, lo mejor era iniciar por los psicoanalistas. Por nosotros
mismos previo de haber transitado por todos los que conocíamos. Los estudiantes y sus rebuscadas
participaciones, usando las palabras en la lengua original de Freud o del tal Lacan. Los docentes y
su escaso compromiso con
las discusiones de clase que
para ellos no representaba
mucho, mientras que los ahí
presentes creíamos haber
encontrado el hilo negro. La
perorata que cada uno de ellos se gastaba haciendo alabanza, oración y religión de los escritos de
Lacan, adornando con cantico de un Robert Dofour que se había colado desde la filosofía hasta un
campo que le era ajeno. De hipócrita humildad con respecto del saber que la mayoría de ellos
presumía. Luego terminábamos en la cama.

Amontonábamos envases de birras, en cada tarde noche que nos embaucábamos en orgías de
palabras y letras. Luego de horas de tarde que se hacían madrugadas, terminábamos en la cama. En
un colchón de tamaño King size, sin base. Día tras día, durante cada día e nuestra mes de vida juntos.

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Nunca estuvimos solos, sus fantasmas y mis demonios andaban cerca todo el tiempo. A veces los
invocábamos mientras Nina Simone nos decía lo tristemente bien que se sentía. Mientras Keith
Jarret pujaba desde su Köln Concert. A veces nos acompañaba Porter y su maravilloso atuendo.
Pero invariablemente terminaba yo dentro de ella. Y ella recibiéndome. Ella siempre lloró por
dentro, jamás dejaba ver más de media sonrisa. Pero siempre estuvo atenta.

Recuerdo haber platicado con una colega docente en algún descanso entre clases. Ella se llamaba
Tere. Era guapa, sí. Y su plática no era una disertación filosófica, pero tampoco pueril. En esa ocasión
le explicaba que, yo mismo, dedicaba una gran cantidad de energía intentando guardar las formas
sociales que me eran exigidas. Que me esforzaba mucho por parecer normal, políticamente correcto
pues. Mis atuendos, mi falsa caballerosidad, mis buenas tardes y hasta la modulación de mi acento
natal y natural. Tere se habrá sonreído y dijo:

-te comprendo, yo utilizo una cantidad de energía similar y dejar de ser simple y normal.

Ya lo he dicho antes, me desquicia pensar que vivo en un mundo en el que la inmensa mayoría de
la gente tiene más claridad que yo. Al final ni Tere dejaba de ser normal y por mucho que yo lo
maquillará nunca había dejado de ser un loco. Por años pensé que estaba mal y que mi naturaleza
era algo que debía mantener en lo oculto.

Mientras Karina estuvo ahí, mi locura encontró una chispa. Ella no solo no desdeñaba mi locura, la
potencializaba, la halagaba. Cada vez que me veía a la orilla del precipicio con miedo a soltar la
normalidad, pasaba como quien se tropieza y me daba un empujón. Yo siempre fui un loco y a ella
le encantaba. Ya entrados en ese devenir, yo desplegaba cada ápice que me hubiese guardado. Era
un loco confeso y fuera del closet. Karina no estaba más cuerda que yo. Aunque parecía
atormentada por ello. Sus recuerdos le llenaba de carnosidad la mirada, a momento parecía que
hubiese nacido ciega y que mantenía una membrana grisácea sobre su mirar. Esto no me tocaba, no
me transgredía, no me amenazaba. Yo mismo me daba a la tarea de convocar a sus oscuridades a
fin de divertirnos un rato. Después de todo qué podía pasar si ella llegó, esa segunda Vez a Mérida,
a quemar sus naves. Luego de bailar con ella y para ella, de embriagarnos en palabras cada vez,
terminábamos en la cama. En la cocina, en el baño o en el último escalón. Fue en ese escalón donde
ella me pidió que no terminara dentro de ella, mientras no soltaba mis caderas. Yo le decía que no
iba a venirme en ella. Ninguno de los dos tenía intenciones de lo contrario. Ni yo de acabar afuera,
ni ella de que me quitara.

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Los días transcurrían uno más intenso que el anterior. En el cielo mismo, las moiras, los olímpicos,
los jesuses, lo alas, todos reían mientras sabían que algo no estaba bien. Ella y yo, terminábamos
en la cama.

Yo, libre. Ella sin naves. Las letras atravesándonos. Los cuerpos siempre sedientos. La vida era lo de
menos. Nada nunca fue mejor. Nada. Error. Grave error.

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Bitacora 20 ó “Jotas en las manos”

2 horas, quizás. 3 cuando más cansado me encontraba. Durante cerca de un mes que ella llevaba
conmigo en el 281, no dormía más. Quien necesitaba o podría descansar con todo lo que ahí pasaba.
La muerte de Rakel, mi libertad, mi reconquista del mundo, todo en el mismo año. Ella viviendo ahí
conmigo, sin arquitectos, ni sabanas morelenses.

En las mañanas le abandonaba para ir a mi trabajo de la universidad. En las tardes le visitaba previo
a mi trabajo en el lado contrario de la ciudad. Esperaba la noche, la tarde para llegar. Le habré
encontrado un par de veces con un libro en la mano, cerrado, como aprisionando las líneas en el
pensamiento. La casa en silencio, pero el melón de las paredes parecía más vivo que nunca. Me
sorprendía con alguna canción que yo desconocía. Sus ojos decían siempre lo mismo. Siempre.
Cuantos infiernos sofocados podrían contenerse en esos ojos. Mil agujeros negros estallaban y
devoraban al menos el 70 % de su brillo, el restante, brillaba como la resina le brilla a los árboles.
Cocinaba, hacía de cualquier platillo, una combinación indescifrable de ingredientes, un festín al
paladar, habría comido piedras y no lo notaría, después de todo estaba, dopado, loco, extasiado.
Bebíamos, casi todos los días, yo para acompañarla, ella por sus razones. Reíamos, nos lamiamos las
heridas.

Las botellas de cerveza se acumulaban y sus demonios se afilaban las uñas con cada envase vacío.
Algunas versiones de su padre y ella. De su infancia y los poemas de un Neruda, de inconfesables
cercanías, le acontecían frente a mis ojos. Su padre era el mismo de todas las histéricas. Un grotesco
dios actuando frente a una audiencia muy aterrada para reír. Ella preparaba algo.

Un día tomo una cámara y empezó a retratar el 281 de la calle quince. Sacó de las cortinas onduladas
formas de caracolas, en tonos sepia hizo de la vieja ventana de la cocina, la proa de un barco, pero
la foto que mejor le quedó, fue la de las escaleras. Hizo de ellas la imagen de una montaña rocosa,
una especie de desfiladero que desembocaba en un el mar. Esta señora hizo de un departamento
una poesía gráfica. Hizo de un medio muerto un hombre que no necesitaba más del dormir. Hizo de
un esclavo un príncipe Maya. No dejábamos de beber, de cogernos, de imaginarnos y proponernos
el hacernos de todo, todo lo bueno y de lo malo lo peor. Nos regodeábamos de nuestros cuerpos,
nos penetramos, ambos. Sin latex, sin recelo. Justo donde las escaleras marcaban el segundo piso,
su rostro frente al mío me pedía no venirme dentro, pero sujetaba mis caderas deteniéndome
dentro de ella.

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Tráguese eso, analista mío.

La hora de la verdad y los chistecitos Lacanianos. Estuve ahí y con todas las ganas y la certeza de
hacerlo, me desplome dentro de ella, para dejarle dentro lo que ya no cabía afuera. Ella me pidió
que no lo hiciera, yo no escuche. Una pastilla más, de esas del día y la culpa después, dentro de las
72 horas siguientes y todo habría acabado. La hora de la verdad, yo echándome pa´lante, y el deseo
sucumbiendo ante el medicamento. Habrase visto menuda pendejada.

Al menos una semana después, me anunció su partida, de la nada, de su nada. Yo endiablado le sitio
a palabras, le reclamo en poesía, le actúo.

-¿te iras?

Ella, en silencio.

Yo, endiablado.

-¿Qué estamos haciendo? Y qué hay con el quemar las naves. ¿Con qué naves has de regresar si
dijiste haberlas quemado al llegar aquí? ¿Por qué marcharte después de tenernos así? Tú puedes
quedarte aquí, no preciso que seas feliz, no precisas de ser feliz, ¿quién demonios quiere ser feliz?
Ninguna de tus sombras puede espantarme, quédate, ¡quédate aquí! ¿Qué haremos? ¿Cómo se
cuenta un “y luego” después de este después? ¿Qué soy yo? ¿Quién seré si no soy yo en ti? No me
espantan tus grises, quédate y déjame a tus demonios, yo te los pongo a bailar.

Luego todo grito, lagrima y preguntas estrelladas en silencio, todo en un vertiginoso medio segundo.
La escalera, el segundo piso, el despojo, los días, los desvelos, la imagen en el espejo, el llanto
enfurecido, al animal desbordado, las garras, los enigmas, el puño en el espejo, borbotones rojo,
olor a hierro en la playera blanca, jotas en las manos. Cristales en los nudillos.

Yo, -Nos perdemos amor, nos rehusamos, ¿Qué estamos haciendo?

-¿tu?, actuando.

Ya con la playera amordazando el puño derecho, el rojo no dejaba de esparcirse. El silencio se había
apoderado de nosotros. El desencuentro de lo encontrado, su mirada miraba mi sangre, mi mirada
se había perdido. Ella pidió curarme, la sangre seguía su camino, mis ojos sollozaban. Sus antebrazos
eran pequeños sus manos no eran incongruentes con ellos. Entre sus manos desdoblaba la playera

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que plasmaba el rojo y purpura de la sangre mía. Sus manos encontraban las mías. Nuestras miradas
nunca más lo harían. Con la voz de los toros tras la faena, con la voz de las ballenas que van a morir,
con el eco de los cuerpos que caen en los riscos. Pregunté:

-¿Por qué estamos haciendo esto? Nos perdemos ahora cuando nos hemos encontrado, ahora que
nos tenemos, ¿Por qué hacernos esto? ¿Quién soy para ti? ¿Qué soy para ti?

- No puedo dar cuenta de mí, y ¿me pides que lo haga por ti?

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Capitulo III

Ciénegas y coágulos

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Bitácora 23 ó las 43 llamadas.

Hay pocos olores que me disgusten. Ni siquiera aquellos que la mayoría puede considerar
insoportables, a lo mucho puedo percibirlos como no muy agradables. De vez en cuando hasta
puedo decir que me molestan solo por una cuestión empática, imaginaria dirían los psicoanalistas,
para socializar pues. Sin embargo hay algunas combinaciones de olores que me provocan el asco,
muy sencillos, por separado, comunes. No es lo grotesco de la combinación, es la vulgaridad que me
representan. El maquillaje, el ron, un indeleble lápiz labial, y una fragancia dulce, pueden hacerme
vomitar. Fui invitado a una fiesta, con intenciones precisas. Creo que se llamaba Verónica. Una
maestra con la coincidía en algunas clases. Me habrá invitado en más de una ocasión a tomar algo,
en los primeros días de ese octubre, meses después de la partida de ella y de los primeros coágulos
de muerte, accedí. Con el falso propósito de la tertulia con esa maestra, tan falso que resultaría más
atractivo una maldición, que la invitación. Es decir, que diablos habría yo de compartir con alguien
cuyo objetivo primordial era el de ocultar bajo el sobrecargado maquillaje, el desfase de tallas de
sus vestidos, lo empalagoso de su perfume y su pseudo juvenil entonación de voz, la resequedad
de su vida.

En fin, solo por no quedarme en casa. Le acompañé


a unos 60 kilómetros de la ciudad, había una fiesta
de cumpleaños de alguien a quien ella conocía. La
mayoría de los presentes rondaba los 40 años, todos
pretensiosos, todos pueriles. Sus tonos, sus ropas,
sus decires, como si todos hubieran tenido 20 años
todo el tiempo. La casa estaba a la orilla de una
marina, alguno de ellos habrá sido el dueño de tan
opulento recinto, seguro que no lo identifique en
medio de tanta parafernalia. La maestrita se
aproximaba a momentos, entre más alcohol más
honesta se volvía y más asco me daba todo ese
asunto de la empatía. Me encamine por fuera de la
casa encontrando pretexto para llamarle a Karina.

Un par de intentos y se conectó la llamada. Ella estaba de viaje, había acudido a la cd. De México
con un grupo de estudiosos a no sé qué diablos. Yo al teléfono, y aun después de lo ocurrido, le

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decía cuanto la amaba, cuanto le pensaba y lo solo que me sentía en medio de tanta gente. Aún des
pues de ese descomunal “ha comenzado” no dejaba de estar con ella. Ella de todas maneras estaba,
conmigo y sin mí. Yo le recargue un conmigo más a fuerzas de circunstancias y culpa, que del ya
agonizante amor de meses anteriores. Patético. Ella me decía lo mismo y se libraba de eso de
manera diferente. Alguien escuchaba mi conversación. Al regresar a la casa, Verónica –creo que así
se llamaba la maestra- , me habrá hecho alguna par de reclamos, sutiles, pero reclamos. Quien había
escuchado mi llamada, le habrá recordado –porque ella lo sabía- mi poco interés en su
maquilladísima y desentallada persona. Al interior de alguna de las múltiples recamaras, Verónica,
intentaba hacerle al fénix. Reposicionarse como una mujer capaz de ser deseada, atractiva, joven,
viva. Grave error, intento hacerlo conmigo.

No conozco peor sentimiento que la conmiseración, la lastima. Eso sentí y a eso de las 3:14 de la
mañana tome a pie la carretera obscura bordeada de Ciénega. Eran 25 kilómetros hasta el poblado
en el que podría encontrar un transporte y así recorrer el total de 60 que me separaban de mi lecho
en la calle 15 de San Carlos. Caben, mientras caminas, un sin número de llamadas, pero solo si del
otro lado de la línea nadie contesta. Para el final de esa noche, de esa madrugada habrían pasado
al menos cuatro eventos. Su cuerpo cobrizo entregándose en la cama de un Fernando que, después
no sería cualquier Fernando. Un hombre ahogado en la Ciénega de la carretera Puerto Progreso-
Chelem. Mis jeans obscuros y botas enlodadas. Y el segundo desencuentro, su desencanto, que
lograron mis 43 estériles insistencias en el teléfono.

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Bitácora 29 ó el aceitito de Santiago.

Mientras viví en Querétaro, viajaba entre un pueblo y la sede de mi nueva morada. Una cabañita
incrustada en el garaje de una casa. Mis retornos los lunes de madrugada, luego de visitar el pueblo
pasaban casi siempre así. Generalmente llegaba a eso de las 5:10, mas menos, de la mañana de los
lunes. Y ya olía a eso. Tomaba un taxi con boleto comprado al interior de la estación. Algunas veces,
dejaba que algunos otros viajantes tomaran los taxis antes que yo. Le llenaba un poco a los
pulmones de nicotina, un café que hervía, un índice y un cordial que sujetaban el olor a ceniza como
si no lo pudieran dejar ir. El frio logra un efecto extraño sobre mi piel. La reseca pero además la llena
de olores. Después de medio fumar, medio despertar, medio dormir en los estrechos asientos de
la buseta de paso, me tendía hacia la puerta del primer taxi disponible. Las grietas de las manos, las
muchas cicatrices, mi maleta de tres días, mi mal dormir y mi refugio del ayer en el hoy de esa ciudad
en la que era poco menos que un desconocido. Esa ciudad me era, en tantas acepciones como
pueda pensar un sueño. Me fue el sueño de salir de un Zacatecas pueblo y asfixiantemente estático.
Cuando decidí mudarme, los más me advertían de la locura que parecía dejar lo que ya tenía en ese
pueblito de cantera rosa. En efecto tenía varias cosas en "Zairo”, obtuve nombre, algo de fama, más
mala que buena. Dudo que haya fama de la buena. Me conseguí una Rakel, con más o menos la
misma fama. ¿Mencioné que no había mujer más amada y amable que ella? ¿Mencioné que hasta
los que le odiaban la amaban? Freud, dijo que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.
Pues bien nadie podía ser indiferente a esa Rakel. Cuando abandoné ese pueblo con dirección a
Querétaro, lo hice como un preso cuya condena parecía eterna e insorteable. Monté mis cosas en
un auto blanco, a medio camino lloré inconsolablemente. Entre la mujer que dejaba ahí
esperándome y todo el odio por esa ciudad, fue como un pordiosero que se desprendía de sus
hediondos harapos. Los mismos que le apestaban, que le pesaban pero que le habían acompañado
muy a su pesar. En el quitarse la ropa endurecida, enmohecida, negra de cochambre, incrustada y
pegada a su propia carne, pedazos de carne se pierden en el mismo desprendimiento. Lloré porque,
y no lo dije antes, me serví de ese pueblo al que profesaba un profundo desprecio. Me llenaba la
boca de peste para ese pueblo mal llamado capital del estado con el mismo nombre. Y sin embargo,
en algún sollozo de la pusilánime humanidad que aún me habita, le agradecía los harapos, el
cochambre, la prisión y los años que ahí me queje de todo, Le agradecí a Zacatecas, mitad culpa,
mitad verdad. No hay que ir mucho más al fondo para pensar que en un lugar en el que hay tanto
para quejarse, un alma como yo, gozaba hasta el hartazgo y más con tanta tela que había ahí por
cortar. Además mientras más se queja uno de los afueras, menos se escuchan los gritos de los

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adentros. Ese septiembre de 2008 dejé Zacatecas para siempre. Aunque volvía cada quince días para
ver a la entonces, mía, Rakel. Y le dejé para siempre pues ya nunca pude volver siendo el mismo,
así, como me había ido. Llegaba pues a ver a mi Rakel, para despedirme de ella en esa central de
pueblo, cada domingo a eso de la media noche. Cada domingo, se me desprendían los ojos en llanto
al dejarle ahí, tan amada ella, como endeble yo. Y seis horas después, otra vez veía las 5:10, mas
menos, de los lunes de Querétaro. Cuando llegaba ahí, ya olía a eso.

En esas tienditas de cada esquina, no de las de antaño, las que se han franquiciado, hacían en sus
propios, modernos, compactos, cromados, y automáticos hornos, panecillos a eso de las 6 de la
tarde. Un olor a mantequilla, harina, huevo, a panadería. Pero además ese olorcito.

En las calles de una ciudad como esa, pululan los ambientes medio hípsters, medio alternativos.
Entre bohemias y gafas de pasta negra, las cervezas de los bares que se exceden hasta las coloniales
banquetas, de esos que se acomodan en una casa muy vieja para hacerla habitación pero muy
céntrica para desaprovechar la posibilidad de negocio. Huele a tabaco y cervezas, a ron bajo climas
que coquetean con el frio de cualquier invierno cada vez que pasa la media noche. Y ese olorcito se
combina con los anteriores.

Hay muchas plazuelas en Querétaro, cada dos cuadras, una cuadra presume sus explanadas y bancas
y arcos. Saltimbanquis, falsos disfraces de la época del virreinato, RRPP´s de algún bar o restaurant
que se ha alojado en algún recinto, otrora hogar de algún español venido a menos. Mestizos e
indígenas, enfundados en mantas presumidas como artesanales, vendiendo pulseras de los más
pseudoautóctonos y hipsterianos diseños, todo muy “orgánico” el asuntico, en medio de los arboles
podados en antinaturales formas que despiden aun las humedades nocturnas de las plantas de un
valle que se escapa al semi desierto. Y ese olorcito.

Las paredes empostilladas, capas y capas de pintura sobre pintura, en colores tierra, marrones, palos
de rosa, ocultando y no, lo vetusto de sus orígenes, guardan el olor a frío de la noche, de la humedad
que entre las capas del corazón de esa ciudad. Son más pintura y humedad que paredes. Son más
escenografía que edificios, son más actores que personas. Muchos de los oriundos juegan el juego
del turista en su propio pueblo. Muchos de los turistas juegan el juego del Canaan de los israelitas
en ese microbabilónico Santiago de Querétaro. Los tonos de voz de los capitalinos expulsados de la
capital del país a no más de 160 millas de ahí, los toluqueños, los de Tlaxclalá, los de Hidalgo, los de

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San Luís, los extranjeros de la industria, los médicos sin fronteras, los Michoacanos, un colombiano.
Es un potaje de todo, un plato de nada, un recalentao. Y a eso huele.

Aceite, viscoso, requemado, entre mantequilla y frio con aceite. A grasa de sartén frio, a aceite
gratinando el aire, a tonos imprecisos y turistas sudando aceite. Recalentado, a frio con aceite frio,
a aceite del que se queda en el fondeo de las ollas, del que se pega en el plástico, del que se forma
en las natas de los caldos al viento. Aceite encostrado en las rendijas de las puertas de madera seca,
aceite anegado en las hendiduras de las juntas de una pieza de adoquín y la otra. Aceite como de
mueble de casa de abuelo, de brillante rockola de casa abandonada y en agonía. Aceite y grasa como
de harapo de pordiosero. Como de cuerpo embalsamado, encerado, muerto y conservado.

Durante dos años, me pasee por la ciudad que me representaba un mal pactada liberación. Más
bien un mal arreglo para evitarme un buen pleito. Mientras me dolía de lo que había dejado. Iluso,
esperaba dejar de ser el yo que había sido, al cambiar de geografía. Durante esos dos años, me
desvivía entre el trabajo, las lecturas y los, cerca de, 4 litros de café diarios. Los jueves por la tarde
me arrojaban al postgrado de la universidad. Yo digo que Karina era como el cáncer. Durante esos
dos años, una presencia silenciosa. La gitana que, durante ese tiempo, aún no era gitana, la Karina
mía que, aun, no lo era estuvo ahí todo ese tiempo. En ese salón, en ese postgrado, en esas calles.
Nunca me hizo pregunta en dos años. Su presencia jamás me significó nada, no me cuestionó, no
me incomodó más que cualquiera, nunca durante esos años me hizo… mmm, síntoma pues. Quizás
algún día nos habremos dirigido la palabra, sin consecuencia, sin pensamiento, al menos mío. Nunca
me provocó nada que alguien más no hiciera. Ahí en Santiago y su aceitito.

Ella no olía a aceite. Así los años del 2007, hasta el principio del 2010.

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Bitácora 31 ó lenguaje unario.

El agosto de ese 2010 había transcurrido entre el adiós de un viernes por la noche y los barcos
incendiados que Karina me dejo en el 281 de San Carlos. Entre las naves que se quemaron en la
Mérida de Julio y su pronta partida en la primera semana del octavo mes. Ella no precisó de naves
para regresar a su Morelia. Todo ese año había sido, para mí, tanto en tan pocos meses. Apenas
llevaba 8 meses de ese año pero, unos meses con muchas horas. Nada de “para siempre”, lo nuestro
había surgido de entre las tardías noches de mayo en la calle Placeres, con replicas en el gran Hotel
de una Mérida que se derretía en sus 43 grados a la sombra de ese 2010 y de un austera casa que
las hacía de morada, color melón, de la calle 15. Cuando ella se fue casi nada había pasado. Nada
de lo que después habría de pasar. Ese viernes se habrá ido a eso de las 9 de la noche. Yo trabajé
casi todo ese día. Los viernes de antes y los viernes de después. Viernes cuando irrumpió en el lobby
de San gallito. Viernes cuando el gran Hotel, viernes cuando se marchó.

From: …@hotmail.com
To: Ella_@hotmail.com
Subject: “Delusional”
Date: Sat, Jun 2010 14:26:17 -0500

A esta hora, yo platico con vos. Te cuento lo que mi mañana ha sido y de lo


que tu recuerdo provocó. Un recuerdo. Te encuentro arreglada y casi
siempre en la cocina, o cuando menos el olor delata que ahí has estado por
algunos minutos. Mis ojos buscan tus cuencas, las verifican sin decirlo, me
pregunto si es que hoy amaneciste gris, si tus demonios andan sueltos. No
lo digo, solo indago y callo. Pronto me abrazas y yo me abrazo contigo. Las
venas de mis ojos se han llenado de cansancio, me regocijo pues todo es
como siempre he querido. Pronto el calor hace lo propio y nos ofrecemos
algo de beber, tu querrás agua de limón yo solo pido que tibia no este. Te
hablo de mí y de mí y nuevamente de mí. Soy un bastardo egoísta que solo
piensa en sí, y de qué más puedo pensar si tu estas aquí. De lo que haces de
mí, de lo que mueves en mí, de qué quieres en mí, de cómo quieres en mí, de
cómo quererte a ti. Yo ando de un humor ligeramente tranquilo, como que
no quiere la cosa te saco un te amo y te suelto uno mío, sin desborde por

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fuera, mesurado, dueño de la situación, pero endiablado por dentro,
enloquecido de amor, me derrito. Comemos y yo como de ti. Nos besamos,
casi es hora de que me vaya, casi es día de tu partir. Yo no sé qué hago
yéndome y tú no sabes cómo quedarte aquí. Quieres que me vaya para
algún espacio tuyo rescatar, hablar con los que quieres y hablar sin titubear,
contestarles a quienes lo que en mi presencia no has podido contestar. Yo
me voy cantándote, como peregrino que gusta de andar errante, sabiendo
que dando vueltas en círculos por la noche he de regresar. Me voy.

Hoy que regrese, nada de este sucederá. Hoy no estarás aquí. Hoy yo no sé
dónde estoy, me hacen falta más que las recetas de tu cocina, me hace falta
el ejecutor, quien las cocinaba. Me hace falta cada hueco que traías, me
hace falta tu presencia, me hago falta yo, nos hace falta tú y yo.

Dicen los clichés que nunca está más oscuro que cuando ha de amanecer. Falso de toda falsedad.
Patrañas baratas de filosofadas y psicologetías de plástico y anaquel. La Gran mayoría de los
hombres juramos que la desgracia presente es la peor, no solo de nuestra vida, sino del universo
entero.

Yo caminé las siguientes dos semanas, sin saber de ella y ella sin saber de mí. Acudía a la
universidad, mis cátedras, los horarios enajenantes de entre las 6 am y las 10:50 de la noche, mi
vaivén de solecito de carne, entre el norte de la ciudad y el abandonado sur de la misma. Entre lo
absorto y la mirada que se me ocultaba entre la gente. Era, nuevamente el yo que casi siempre fui.
Una especie de ente que rehúye de la mirada de los demás, las gorras ceñidas por debajo de las
cejas. La mirada en el piso, los oídos cerrados, los ojos en las ventanas de la buseta, o girando al lado
contrario de cada humano con quien me topase. Mis pantalones caqui, mis zapatos flexi, mi caja de
tabaco. Mi silencio, mi pobreza. Debía para ese entonces cerca de medio millón de pesos. Karina un
día mientras aún estaba en la Blanca Mérida preguntó con una franqueza divina, casi infantil pero
escarnecedora:

- ¿Cómo logra alguien endeudarse de esa forma?

Llevaba cerca de 3 años sosteniendo una serie de cosas que nada baratas habrían de ser. Dicen que
el psicoanálisis es una clínica del deseo. Los de a pie podemos pensar mil cosas a este respecto. Por
un lado es fácil creer que cada analizante ha de cruzar por un sinuoso camino al final del cual solo

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le quedará acceder, sin filtro, sin culpa, a aquello que desea. Y entonces la felicidad y tranquilidad
se volverá su bandera y empresa. Falso de toda falsedad. El psicoanálisis, es en ese y un par de
sentidos más, un timo. Nada más alejado de la realidad que el acceso a la felicidad sin filtro, sin
culpa. Nada más falso que el asunto del psicoanalista sea el de empujar al paciente hacia la
consecución de su deseo. En cualquier caso se trata de vérselas con eso. Quizás uno identifica
algunas coordenadas de dicho deseo, pero de la consecución ni hablemos. Esos últimos años me
había endeudado de deseo. Del deseo de estudiar un postgrado en Santiago, de no soltar el pueblo
de Zacatecas, de ir y venir, de la casa de Rakel, más la cabaña queretana, de los boletos de camión
de cada quince días, de casarme, de mudarnos, de empezar de nuevo, de ver sonreír a Rakel, para
luego verle apagarse y finalmente de verle morir. Así es como uno se endeuda, de deseo, propios,
heredados y ajenos. Recuerdo que mi madre siempre quiso tener una familia que se sentará a una
mesa en una cena, que una reunión nos enmarcara en calidad de postal. Me habré casado con algo
de eso en mente. De ese tamaño era mi deuda, pero igual era mi voluntad de pago y por lo tanto
mis horas laborales. De 6 a 10, más menos cuatro horas más de las que trabajaba el sol.

Después de ese ese último viernes, después de que Karina se fue. Me escribió:

From: Ella_@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: VOZ-Y-FERANTES
Date: Jun 2010 23:26:17 -0500

¿Un miedo nuevo? Más bien el más ancestral. Entre el


desmembramiento y la desaparición. Tuve una muy, muy mala
noche. Noche de angustia, insoportabilidad en la
alcoba. Me mediqué al fin.

Aún anestesiada traté de leer y ver vozyferantes. Imposible. Seguí


dormida hasta casi las dos. Parece que nuevamente la dosis me falló
de benzodiazepinas (o la acerté).

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Un gusano, gusanos, millones, los he soñado, sentido, temido,
vivido. Mimesis de la imagen. Ayer andaban por ahí.
Es finalmente cierto que la urgencia por partir de tu lado se
engendró en otro lado, en uno purulento.

Me estaba descomponiendo Amor.

El tiempo de partir había llegado y la bebida de cebada logró aturdir,


el departáis marcaba la inminencia para marcharse. Le engañó, le
desorientó con su ambrosía. Pero la mañana fue cruel verdugo, juez
implacable gritando la sentencia de muerte en caso de permanecer
fuera del tiempo, en caso de empeñarme en desafiar al giro
centrífugo en el que los líquidos se cargan siempre hacia el mismo
costado.
¿Y qué es eso que tanto has leído Amor, y que tanto se retuerce tu
herida infectada, y dime, sentiste el beso que te aguardaba en la
plata? ¡Y que recabron gusto el mío por vozyferantes!. La corteza me
cruje, las uñas me crecen, mi martillo y tímpano hacen fiesta, los
ojos se me desorbitan, mis dioses bajan a leerte, mirarte y charlarte.
Voy a vozyferantes nuevamente.
Aquí estoy, amor, bien rellenas las venas de cafeína.

Luego de los sedantes, el punzante dolor de los que se desprende, del desgarre de la piel en tirones
imprecisos, luego de los sedantes de sus escritos y los míos en la distancia, la infección del adiós y
la insorteable distancia se llenó de silencio. Las bandejas de entrada en los correos, sola, seca.
Nuestros nombres se pronunciaban solo en la remembranza. Yo tan gris como siempre, tan ausente
de un año que no había sido sino una tragicomedia. El azar había unido lo que, los espejos rotos y
las naves quemadas, habrían de separar. Ella inevitablemente gitana, yo infranqueablemente
deseante.
Luego de dos semanas, nos hablamos.
Nos rompimos como presas, como se rompen los diques. Se nos desbordó la lengua como mares
que devoran la tierra. Como los cerros que devienen laúd. Como gritos librándose de cuellos de
aorta y yugulares a punto de reventarse. Nos hablamos después de no hablarnos, después de

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perdernos, de los espejos rotos y los viernes por la noche, después de dos semanas no decirnos
cuanto nos extrañamos. Nos dijimos aquello que se nos coaguló en el pecho. Que nos deseábamos,
que nos amábamos, que la vida dolía y el aire cortaba, que mi Mérida y su Morelia estaban
insorteable mente lejos. Nos dijimos que el amor asusta y que las anclas entre nosotros no eran
posibles, pero que no dejábamos de amarnos. Nos dijimos todo esto en tres llamadas consecutivas,
de 7-8 minutos cada una. Pero lo hicimos tan carentes de palabras, tan rebosantes. Lo dijimos todo
en la misma palabra pero pronunciada en tonos distintos, en un intercambio parejo, ella hablaba
luego yo, luego ella, luego yo, siempre una sola palabra por vez. De pronto la interrumpía y ella a mí
con el mismo argumento. Nuestras primeras tres llamadas fueron así, en un lenguaje de una sola
palabra durante todos esos minutos, en todas las combinaciones. Una especie de repetición
esquizofrenés, una vertiginosa y psicótica conversación llena de preguntas, abrupto reclamos y
alivios, confesiones catárticas y perdones tan tardíos como infructuosos. Un solo significante
evocándose así mismo. Así durante minutos. Lenguaje unario

-¿amor?

-¡amor!

-amor, amor

-amor

-amor, amor

-amor…amor

-AMOR

-¡AMOR!

-…amor…

-amor…

- ¡¿amor?! …amor

-amor…

-… amor.

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Bitácora sin número ni fecha o “diosecitos de pene corto”

Pienso, incesablemente. Pienso, obsesivamente. Mi mente germina una y otra vez. Una pregunta se
alberga conquista los segundos de mis días. No dejo de pensarlo. No puedo evitarlo.

-Si soy el padre de una hija muerta, lo más justo me parecería, que ella fuera la hija de un padre
muerto. No sería este el acto de amor más grande que mis manos obrarían.

Ella profesaba para su padre un amor que circulaba entre el asco, el odio, desprecio y la idolatría.
Entre sus memorias había imágenes difusas, claroscuros de un padre que habría excedido los cariños
desabrochando corpiños y listones de pelo. Grandes eran los esfuerzos de la segunda esposa de él,
las hijas, las nuevas y las primeras, la exesposa y la familia por sacarle de los embrollos en los que
este diosesito de pene corto se había liado en más de una ocasión. De pene corto pero todos girando
en torno a él, en algún momento yo también. De la ocasión que yo supe, era una de pagar una suma
exorbitante al crimen organizado a fin de saldar alguna deuda, o algún chantaje, que para el caso es
lo mismo. La familia entera se movilizaba en torno a la desgracia del padre, como una horda de
feligreses que se inventaban evangelios para mantener vivo a su dios muerto. Como artificio que
arde nutriéndose de mentiras cada vez más elaboradas, cada vez menos sostenibles, toda la familia
salvándole. ¡Que no se entere dios que ha muerto, ni nuestro padre sepa que conocemos su
desnudez, no sea que aquel no nos permita mantenerle vivo y este mismo dios se dé cuenta, a través
de nuestros ojos, de la piltrafa de su flacidez!

¡Ay si mi Lacan viviera! ¡Si Don Freud lo leyera!

Las cosas que los creyentes hacen por creer, lo que uno hace por salvar lo insalvable, solo para
salvarse de un mundo sin Dios, de una vida sin el padre. Pienso, repetida, obstinada y
obsesivamente.

-¿Habría cosa más justa que deshacer la vida de su padre entre los dedos de mis rotas manos, todo
mientras al teléfono le digo “ha empezado”? Procuraré tener un teléfono a la mano. He de matar a
su padre.

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Bitácora 32 ó un sillón

Una psicoanalista, otrora amiga mía, me dijo:

-Querido, no es lo mismo estar loco de amor, que enloquecer por amor.

Supongo que la línea entre una cosa y la otra debe ser apenas perceptible para quien se ahoga en
versos, besos, pasiones. Cuando los analistas hablan del suicidio, lo describen teóricamente como
El pasaje al acto. Ese momento en el que un sujeto se abandona, cae, como un objeto de desecho,
no se puede ser sujeto y objeto. Es el momento en el que los bordes de un sujeto se desdibujan. En
el que uno solo es lo que otro quiere, lo que sea, al costo que sea, en pro de ocupar un lugar en el
otro. Un día yo solo fui un sillón. Enamorado, sitiado por sus líneas, conquistado, desde la iglesia
hasta el zócalo, tomado desde la periferia y hasta el centro, le escribo:

From: …@hotmail.com
To: Ella_@hotmail.com
Subject: te voy caminando
Date: Sat, sept 2010 09:26:113 -0530

-Amor:

Ayer jugué a que socializaba.

Quise regalarte mis ojos, para vieras las historias que frente a ellos, y sobre
ellos me inventaba, quise que sus palabras te convocaran y te arrojaran a
mis brazos.

Mi garganta se mostraba, mientras el mentón apuntaba hacia Orión, te


busque detrás de las nubes que algo tramaban, algo escondía, supuse que
tu rostro desmaquillado desde ahí me observaba.

Eras todos y no fuiste yo. Fuiste la burgués chica del corto vestido azul,
enamorada del el viajero trovador que, a ojos jade y piel marrón, le cantaba
a ella para poder lucirse con resto del salón.

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Sus ojos, porque solo tenían un par de pares, los dos parecían uno, ellos se
encontraban en el silencio al que parecía estorbarle el barullo de lo demás,
eras ella que se quedó en una estación mientras él se despedía y fuiste él
que no se pudo ir. Fuiste la escena completa de él bajando abruptamente de
un vagón para no irse.

Estabas por todos lados. Eras los anfitriones que no sabían quién era yo, la
mujer de negro que se preocupaba un poco más por su casa y el orden que
por la velada misma y el hombre sin cabellos que se preocupaba un poco
más por ella que por nada más, eras su mirada encontrándose en
complicidad casi ilegal frente a todos los que nada podían decir sino envidiar
lo que entre ellos se gestaba a cada suspiro sofocado, a cada gesto.

Eras el par de solteras que buscaban amar como si no quedara un día más.
Eras la que juraba irse a Puebla en poco tiempo y deseaba no poder irse
nunca más. Fuiste quien le pretendía desde hacía meses, el Don Juan del
grupo que con todo e historial, no había cesado de insistir. Fuiste ella quien
después de tantos ruegos, fuese ahora quien le pidiera a ese que fuera el
ancla y así sostenerse por las fuerzas un corazón que ella misma no podía
comprar.

Fuiste las historias que desde el rincón escribía de ellos, esperando que
fueran ciertas, confirmadas a la voz de los que ahí se despedían un poquitico
de la vida, hundidos en la noche que era toda mía. Fuiste la letra nueva de
las canciones viejas, los tonos que para mi voz, ya para ese entonces añeja,
no podía alcanzar. Fuiste la canción recién descubierta y de la que me
apropiaba en medio del reconocimiento mío como completa y
categóricamente tuyo, de la imagen mía vista en mis ojos de ti.

Fuiste todas las lágrimas que no pude llorar. No estuve, eso es cierto.
Levantaba la mano de vez en cuando, asentía con la cabeza, versé un sí o un
no, a veces un quizá para no entrar en discusión. Fuiste el reloj que se
suspendió en medio de gente que no sabe ver el tiempo pasar.

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Y ahí en un rincón obscuro de la habitación, como palco privilegiado y sin
más amigo que el humo de la boca mía y el cabernet que se sentía merlot,
yo fui de ti, me percate de ser sin mi… yo fui algo así como un sillón.

El daño ya estaba hecho. Ya no era más un sujeto, un humano. Estaba convertido en un objeto. Algo
de uso, y lo que se usa se puede desechar.

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Bitácora 30 o Quiero que vuelvas.

From: Ella@hotmail.com
To: …@hotmail.com
Subject: Frío
Date: Sat, 27 Aug 2010 00:43:09 -0500

Muerta de frío, empapada de pies a cabeza, cansada, errante, fugitiva,


enmascarada.
¿Qué harás a esta hora? ¿Cenaste pasta? ¿Te habrá gustado? ¿Qué es lo que
ayer de mí te desesperaba tanto y que te hacía querer decirme que ya me
fuera? Aun me apena haber hablado tanto. ¿Cómo estás? Limpie tu sangre
remojándola en lágrimas. Hace frío. Estoy mojada por la lluvia. ¿Duermes?
¡Tengo tanta hambre! Dime, ¿te gustó la pasta? Yo la probé y pensé que era
mejor que la anterior. Mañana es sábado. ¿En qué piensas? ¿Por qué
nombras así, "tiendas de rojo con amarillo (o algo así)" a los oxxos?
Te quiero Amor.
Buenas noches.

Veamos. Ayer, fui al trabajo vespertino, solo un par de personas notaron mi ausencia. Yo respondí
que era cansancio, ellos asumieron que era físico, yo, no podría precisarlo. Regreso e intento
aprovecharme del cuerpo y de su falta de descanso, me acuesto, acomodo mi cabeza sobre la
almohada, y es debajo de ella que se encuentra la otra punta del hilo de plata que sostiene tu dedo.
Ya había dado vueltas por la casa buscándole, después de nada y de encontrar unas tijeras con forma
de llaves en llavero, me había molestado un poco y hasta había dicho que era finalmente solo un
pedazo de trapo innecesario. Cene pasta, una delicia solo cercana a la de tus formas y de las formas
que yo hice de ellas. Pasa la mañana y transcurro en la edificación y reconstrucción de una red que
había hace un tiempo deshecho, subo algunas fotos de tu vista y me detengo para mostrar en las
que tú apareces, me pregunto si puedo. Nada hice. Lavo, tiendo y el cielo me amenaza de nuevo.
Bebo un par de cervezas y luego duermo. Leo, leo y vuelvo a leer, pregunto y contestas, te clamo y
no te presentas. Ahí ando, en silencio, activo pero pausado, como en un tono de no pasa nada, pero
de uno mediocre como si el dolor se hubiese ido. Sigo haciendo y hasta planeo lo laboral atrasado
para esta misma tarde, a las 3 con 2 minutos aun no puedo. Me veo al espejo un par de veces y en

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efecto no pasa nada, ni dolor aparente, ni sonrisa latente, ni tristeza, ni alegría, ni ganas, ni desgano,
ni todo, ni nada.

Escucho un par de canciones, me recuesto en intento dormir. La noticia de tu llegada aparece pues,
yo te leo. Me levanto entonces y vuelvo al patio de donde arranco un par de verdes insolentes y
precoces. Regreso, me siento frente a la mesa como si quisiera darle la espada a toda la casa, a toda
la vida y a toda la muerte. Así, justo así me encuentro, sin vida, sin muerte, ¿Cómo se llama esto?

Luego de las grietas que nunca he podido resanar se me desprende un súbito e incontenible
lamento, una flema que, mientras sujeto con mis manos la cabeza que se me ha ya desplomado,
me saca 16 lágrimas y cuatro suspiros sin palabra. Me levanto y regreso a ese punto en que ni nada
hay. Te mando un mensaje, pregunto sobre tu estado, dices “bien”.

Ahora contesto. Supongo que lo amarillo y lo rojo me dicen más que el palíndromo, tal vez se
remonten a algún mítico momento en el que yo en desconocimiento del nombre así le habría dicho,
jamás lo sabré de cierto. ¿Del alejamiento? Aún no puedo, no quiero. Me quiero agarrar de algo, lo
busco, lo busco, lo busco, lo busco, lo busco. Supongo que lo que me desesperaba es que te
estuvieras yendo, supongo que la expectativa me tiraba viento con fuego en los ojos que sin
parpados no podrían defenderse. Jamás lo sabré de cierto. Supongo que también quería que te
fueras para que fueras lo que eres, lo que quiero, Gitana. Para no atar las alas que cortar no puedo,
aunque a veces quiero, total te volverán a crecer y a mí las mías que, hasta ahora lo han hecho.

Ya te había dicho que un avión pasa sobre mi cabeza justo a las 4 cuando al gimnasio llego, siempre
me fijaba en el cielo mientras te esperaba. Ayer me sucedió lo contrario, justo a las 9:08 que de mi
trabajo salía un pájaro de acero me gritó desde el cielo, bramaba si es que tal cosas es posible,
juraría que en su vientre estabas. Si yo fuera cielo o relámpago o Dios del fuego, lo hubiese
derribado con el tronar de mis dedos.

Ahora mismo llueve, ligeramente buena la lluvia, aunque un tanto insípida y tardía, no sé por qué
llegaste mojada. Mis heridas se han infectado, pero aun así no siento nada. Entre más tiempo
queden abiertas mejor para el cuerpo que tendrá un autónomo deber del que yo solo puedo ser
testigo.

Quiero. Quiero oírte, quiero verte, quiero jalar el hilo de plata con 300 bueyes, quiero que regreses,
quiero que vengas una vez y después cuando las alas hayan crecido pedirte que te alejes. Quiero tu

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cuerpo, que me quedó a deber fluidos, que se me venga encima y que su fuerza y la mía re-
conceptualicen el choque de trenes. Quiero tu presencia para que nos hartemos, para que te hartes
si no te has hartado, para que me harte de tu presencia misma, para hincharte los labios en una
frecuencia de 8 horas durante 7 días de cada semana. Quiero verte, tenerte y que creas que me
tienes. Quiero que se lo lleve el carajo a todo lo que tenemos pero que se lo lleve mientras lo
contemplamos juntos, quiero que se te quite la chingada maña poder dejarme, mas solo aun que
cuando no existía Placeres. Quiero que tomes a tus 400 hombres y los pongas a todos en un la línea
horizontal y a mí me pongas en el trono de bronce. Quiero que hables más para mis oídos insaciables
y quiero callar el doble del largo de papaíto, quiero que nos cojamos a la gramática, juntos y que
destrocemos en tertulias nocturnas a todos los clichés del mundo, que nos burlemos del destino y
de los creyentes. Escúchalo, escúchalo, escúchalo, Quiero que vuelvas.

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Interludio o “él ya sabía”

Ya habiendo tocado su Morelia, escribe el relato de una partida que yo mismo no presencie.

-La melodía se detuvo, se contuvo. Una pausa, un silencio, una mirada


estática, la misma que lancé a tu hogar antes de subir al taxi que me
esperaba en la puerta con una larga charla por esparcirme en los oídos.
Tomé las llaves y su llavero de plata y les monté un beso en el metal argento
que acompañara durante las mañanas y tardes en que yo salía sin ti, sin ti,
sin ti... Para qué unas llaves de la 281 calle 15 sin ti, sin mí allá. Sentí un
rasguño al soltarlas, pero el equipaje con el que regresaba era ya
demasiado, de una densidad diamantina. No pude. Un objeto pesado y
punzocortante en las manos de ésta que salió arrastrando los pies e
inevitablemente desvencijada. Del encuentro con el océano y el jaguar,
camino desde entonces así, partida por el centro. Un silencio me cayó
encima, como dinamita estallando sin sonido, una luz incandescente que no
me hace cerrar los ojos, un amargo sabor sin mueca, una lanza
atravesándome el cuello sin desarticularlo, una muerte que no se llora, una
estridencia sin parpadeo. Cuando me preguntaste, He dicho "bien". No hay
respuesta más hueca, un cascaron para este centro partido por el medio.
¿Dónde ahora el centro? No hay, no había.
No hurtaría mis bragas azules que conservas. No son más mías. Le dejé
reposando en tu lecho, le dejé para que te sirvas de él si así lo quieres, o
también para que te deshicieras tú de él si no fuera más un objeto-trapo-
azul. Ya no es mío, no podría ni volver a usarlo ni deshacerme yo de él.
Me pregunto por tu salud, por esa piel que en sintonía con la mía se puso a
arder un infiernito. Yo he tenido que ir al médico. Un par de molestias
insistieron. ¿Qué hay de ti, del margen ardoroso? ¿Cesó?
No tengo computadora. Te escribo desde el i-touch y además de lo lento, no
puedo releer lo que te voy escribiendo, así que como van esparciéndose estas
manchitas, así te llegaran. Espero indulgencia para con mis faltas y
circularidades.
Al bajar del taxi en la central, ya en el D.F., una tormenta me cobijó las ropas,

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el equipaje y alcanzó toda mi piel.
Quise arrancarme los ojos y dejarlos sobre la repisa para que diariamente
recibieran de ti tu imagen y la devoraran por pupila, cornea, Iris, nervio
óptico... Como quiera, perdí ahí a tu lado un órgano.
Acá descanso, allá deambulo rodeando tu colchón y haciéndole un marco a
tu silueta enloquecedora, allá camino tu calle, allá es donde Honorato
acurrucado de arranca un gajo de ternura, allá me acuno en tus labios, allá
tu amor violento me corroe la piel, allá, allá, allá.

Insomnio. Vocecitas, vidrios, líquidos invisibles me supuran desde tu piel


abierta. Me confundo en ti, me borro, y cuando has sangrado, a mí el líquido
Bermejo me ha goteado desde el vientre. Tus lágrimas me surcan el frente y
los costados, tu ansia me enmudece. Lloro con los ojos mudos. A esta hora
la muerte se me muestra. De las rodillas hasta el tobillo y también los pies.
Me concederé un cuarto de tableta. Hace mucho miedo por aquí.

Besos insomnes e imprudentes.

Contesto.

-A mí la noche me sorprendió temprano, me fui a la cama semi-alcoholizado,


con varias cervezas, (todas la que quedaron más otras cuatro). No tenía ni
las más mínimas intenciones de estar conmigo, ni en sueños y ya me había
cansado de la nada conteniéndolo todo durante la vigilia.

Tu correo me llego como en antaño, lo he leído igual un par de veces antes


de contestarlo. Yo sujeto la punta del hilo que me pertenece, aún después
de haber pretendido desdeñarle en la creencia de que estaba ausente.
Supongo que por esos instantes pretendía defenderme.

Ese día llegue a casa y las luces de abajo y de arriba estaban apagadas, la
hemodinámia hecha un torbellino desproporcionado, como para arrasar con
el universo entero. Supuse (quise) que no te habrías ido, que por alguna

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razón habrías decidido postergar la tan prometida partida. Brinco la reja y
doy algo así como un zarpazo a la puerta, sigo imaginando que estas aquí
adentro a pesar de la falta de respuesta. Dos, tres más, desenfundo tu
nombre y le utilizo, nada. ¿Karina?

Busco mis llaves, las he dejado en el auto. Regreso y de nuevo, ya sin mucho
ánimo pero con la esperanza que últimamente se me convierte en destino.
Abro, entro, subo, bajo, hurgo, closets, baño, patio. Pienso: “¿me querrá dar
un susto o una sorpresa?”

La piel que sigue abierta es la de la mano. Luego del espejo que no logro
contener ni mi angustia por tu partida, ni el puño. Le he quitado las
vendoletas, no quiero que cierre. Busco maneras de así conservarlo. El
margen ardoroso, como si nada hubiese pasado, sin molestia, sin ardor, solo
margen. ¿Qué te ha dicho el médico, ya te encuentras mejor?

No sabía del beso en la plata sobre las llaves, ahora mismo beso lo que tu
boca besó. Yo me traigo lo azul tocándole, oliéndole, sintiéndolo,
recordándome de ti a costa de él. Me traigo un cuerpo que anda
funcionando homeostáticamente, duerme, come, bebe, “nada le duele”.
Unos ojos descansados y unos labios bien hidratados, la barba roja rasurada
y el cabello recién trasquilado. Los cascarones deben ser así, cóncavos, lisos
perfectos, sin grietas, redondeados, no muy brillosos más bien en blanco
mate, al menos si uno no quiere levantar sospechas. Aunque no dejo de
mostrar el derrumbe que traigo por dentro con tan buena forma.

Me pregunte en varias ocasiones, por que redefinir tu partida, re-


calendarizarla, re-adelantarla, re-mostrarla, re- vivirla, repetirla. Pensaba
en los argumentos por ti dados, me siguen pareciendo poco convincentes si
a la luz de ellos mismos pretendo leerles, un día más, un día menos, en
cuestión de dinero, unas cuantas horas de ganancia real. Supongo que
siempre algo queda sin ser dicho, supongo que no lo sabré de cierto.
Supongo que algo se te presentó y nada pudiste hacer sino irte.

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Hoy me levanto con los mismos pendientes de ayer no más, no menos. Pero
escribo. Esta semana compraré un teléfono te haré llegar el número y
esperaré por una primera llamada tuya, después de eso sabré que no tienes
inconveniente en que te llamé y entonces yo también podré hacerlo.

¿Qué tipo de miedo hace allá? ¿Es los mismos y aterradores ya conocidos, o
es acaso uno nuevo? Aquí hay algo, nuevo ciertamente, un sonido detrás de
las paredes que se oyen pariendo una grieta nueva. Como un taladro tenue
que de súbito se oye entre los muros y anuncia el desquebrajamiento de
algún dique que ya se encuentra débil, mis fantasmas y yo hemos hecho ya
algunas apuestas sentados frente a las paredes. Aventurándonos a decir
donde surgirá la resquebrajadura.

Yo acá me encuentro en silencio, con mucha cordialidad con quién conmigo


se topa, bien bañado y perfumado la casa limpia como la dejaste y yo
empeñado en conservar el orden. Alguna gente sospecha de mi mentirosa
amabilidad, ¡si no son pendejos!, yo con una sonrisa largamente ensayada
y perfeccionada les miento cada que preguntan diciendo “no, para nada,
muy bien de hecho…” Pero la verdad del alma se me impone frente a tu
nombre, se me para de frente y golpe el viento huérfano de aire, el agua
seca de limón, la cerveza de borracho sin borracha, este loco sin loca, este
jaguar sin hembra, este literato sin India, esta caja en la que me convierto
sin Pandora, este gitano sin Gitana. ¿Te extraño? Sí ¿Te amo? Enormidades
¿Te quiero? Más que a la lluvia de mi alma ¿Te reconozco? Justo como uno
reconoce a los mares por su bravía e irrefrenable condición ¿Me alejo? No,
no, no, no, no, no. Nos alejaremos luego después de unos cuantos cientos de
mañanas, miles o los que sea que nos aguantemos. Nos iremos a los
opuestos del mapa, con las cabezas fijas en nuestros opuestos horizontes.
Con unos amargos tragos de “ya sabía”, con un Te amo por adiós, pero sin
culpa alguna porque “entre gitanos no nos leemos la mano…”

Y si, ya sabíamos.

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Bitácora 29 o El retorno de donde no se vuelve.

Al margen y después de él, con la sensación de haber barrido las huellas de mis pasos a cada paso
que voy dando y dejando en el camino pisadas nuevas que son del mismo pie derecho que anda
medio chueco y rengo. Repetido, repitiente, repentino, surgido de entre los versos de la tinta tuya
y mía. Dejado, abandonado a este amor, dejándome llevar a donde carajos me lleve y me vuelva a
traer cuando de regreso me pueda volver.

Pensando y repensando en las palabras de vos y en las desfogadas y fugitivas mías, anárquicas, sin
freno, sin medida, sin sentido. Con el único objetivo de hacer que la vida, la tuya en la mía y por
supuesto viceversa, tenga su sentido, construido, faltante, falto de infinito, finito pero vivido cierto,
inmenso y como eterno, aunque nada de lo que el cuerpo y nuestras atormentadas almas nos deje
sea perene de cierto. ¿Digo lo mismo? Tal vez es solo que ya lo dije, o que sigo en lo dicho.

Tengo días soñando con la muerte mía, despierto incrédulo del aire que respiro, me supongo y
supongo que aún sigo dormido. Pasan unos segundo antes de que lamente el despertar, solo, más
solo por y en la ausencia de ti y del carnal, imaginario, furioso, real, desvelado, desgarrado, cogido,
esperado, venido, bebido, “tertuliado”, escrito, temido y amado, Nosotros.

Ahí me voy como a eso de la no sé qué hora de la mañana, algunas son soleadas y hasta aborrecibles
por sus calores. Otras matinas permanecen nubladas, -hoy un alumno me dijo desde su boca “no
quiere amanecer, No quiere”-. Nada más cierto para el día de hoy en que el sueño de mi muerte se
manifestó en un par de ocasiones, fácticamente. Primero con un súbito sobresalto en el que el
corazón parecía haberse olvidado de la segunda más importante de sus acciones. Luego en la vista
sobre el espejo que me mostró más viejo que de costumbre y con un gris esparcido por la piel, que
no tardó en hacerse público a través de las bocas de quienes cruzaron hoy por mi camino. Entonces
pensé, “y si nada de mañana, y si nada de ella, y si nada nunca más de nosotros, y si no hay Julia, y
hoy muriera, y si no logro hacerle saber cuánto la amo”, y no me refiero a decírtelo, sino a que lo
sepas, aun en conocimiento de la imposibilidad del entendimiento, de que lo supieras con la certeza
que yo lo sé. Que lo supieras de verdad.

Un día de estos llegará la muerte incomoda, como siempre que uno, aunque la ande buscando, no
la espera así de pronto. Un día de estos o de aquellos tal vez sea hoy por la madrugada o mañana
por la noche, o una insípida mañana, o una terrible y nada trágica tarde con una lluvia mediocre y
pusilánime. Quien sabe, pero algún día, alguien que no soy yo, podrá decirlo y saberlo. Aunque ese

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de mi nada se sepa. Aquí, en donde muero sin ti, allá, en donde me amas sin mí. Aquí en donde mi
nombre invoca las raíces del Mayab, o allá donde mi nombre no es pronunciable. Así, ahí y entonces.
En el mismo lugar desconocido en el que nuestras promesas nunca dichas permanecen entre velos
y enigmas y diciéndose una a la otra. De esa forma en la que no podemos decirnos que nos
queremos y nada puede nuestro amor hacer en contra y/o a favor nuestro. Ahí y así, donde la carne
se nos hace de humo y el humo no deja cenizas, humo que no se escapa porque se respira, cervezas
que nos muestran lo que somos y deseamos ser, previo a la conciencia fantasmal y demoniaca de la
vigilia. Y Entonces, en ese tiempo de la espera que rehúsa la certeza, por ser certeza, y la combate
con certezas ancladas en historias que no pertenecen a nuestro tiempo y que sin embargo
permanecen entre nosotros. Cuentas que alguien no pago y que termina pagando el amor nuestro
entre berrinche y descontento. Desolación que clama por eutanasia de nuestras manos y manos
que se extiende buscándose como las olas se extienden buscando los pies mojados.

Voy a morir, porque ya estoy muriendo. Aunque sé que estoy muy viejo para seguir muriendo, no
puedo de otra forma llamar a la terrible condición en la que me encuentro, después de encontrarte
y que me hayas encontrado. Muriendo porque no nos hemos muerto, porque no parece que
podamos matarnos con tiempo y aburrimiento, porque nuestro marcos son definidos, sobre horas,
días y fechas precisas, marcos precisos aunque no podamos hacerles claros, muero porque voy a
morir, muero porque ya no vivo sabiendo que nada de lo que en este mundo hay, se asemeja o
puede hacerlo a este amor, porque no hay cuerpo que pueda ser tu cuerpo y mi cuerpo solo sabe
de vos. Muero porque ya estoy herido entre hojas de chaya y tamarindo, porque agonizo rugiendo
hacia el cielo en busca de mi hembra para que se muera conmigo. Muero.

Morir en presente en es el peor de los castigos, más que el perderte o nunca haberte tenido, morir
es el más lacerante látigo que ha existido, morir en el exilio, en la distancia. Morir amando, morir
sabiéndote mía y que yo muera tuyo en el secreto de tenernos. Morir teniendo todas las razones
para seguir viviendo y solo una locura para querer hacerlo. Concebir y parir un gigante para después
encajarlo con las dagas del principio de realidad. Voy a morir es cierto, lo sé, moriré y le recibiré con
gusto cuando llegue el momento. Lo verdaderamente insoportable es que muero.

Me pregunto por qué te pregunto tanto, tal vez un día de estos empiece a no escribirte y
cuestionarte y comience entonces por irme a una tierra que no sea la mía, una que sea la tuya o que
este cerca, que cometa una locura y que me plante allí en un Santiago o en un Jurica solo para que

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me tengas cerca y para que de cerca se nos muera este “algo” sea lo que sea. Que me quede lo que
me quede de una vida que no trasciende, en algo trascendental.

Amor que me amas, Amor Mío, Amor nuestro de bronce y sal, de helechos y mar, de centros y
tropical, de magma y tempestad.

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Bitácora 32 bis o Un retorcido gesto de amor.

Yo maté a Julia. Y he de matar al padre de Karina. Lo primero es la puta herencia, lo segundo un


gesto de amor.

Cuando ella me llamó para avisarme que había iniciado el proceso de aborto, yo decidí estar con
ella. Decidí, contra mi voluntad. Yo siempre tan congruente. No estaba de acuerdo, quería ver a mi
hija. Pero amaba demasiado a Karina como para contradecirla y con ello perderla. Ya la había
perdido y nada podía hacer yo frente a su cuerpo. El mismo cuerpo que tome una y otra vez, el
mismo que ella declaró mío, se declaraba autónomo y yo sin capital para detener semejante
rebelión.

-Ha empezado. Dijo.

Cuando me llamó a las 8:42 de esa mañana, ya estaba en la clandestina clínica y había comenzado
el proceso. Unas horas duro consciente y me narraba lo que sentía. Gráficamente me describía los
coágulos y el sangrado. Los dolores de su vientre y su agotamiento. Pronto su cuerpo cedió ante los
sedantes y no supe de ella sino hasta el atardecer de ese día. Le enviaron a casa por la tarde. Me
escribió diciendo que se recostaría. Un cocktail de pastillas para provocar la expulsión de mi Julia en
su vientre. Contracciones y un dolor por mi incomprensible, tenían su cuerpo análogo a su alma.
Desgarrada, rota, dañada. Así la conocí. Así la amé.

Ese medio día, justo después de su silencio, Salí de clase sin rumbo. En silencio, el más profundo de
los silencios. Después de caminar cerca de dos kilómetros bajo el nada condescendiente sol de
Yucatán. Entre en un local hediondo. Un abundante cuerpo de 120-130 kilos de peso enfundado en
una ceñida playera de tirantes, me preguntó:

-¿Qué te quieres hacer?

-No sé, estoy roto.

Al cabo de tres horas y media de calor, agujas y sangre. Sobre mi torso se dibujaba con tinta
indeleble desgarre que mostraba las entrañas y una costilla rota. El mismo cerdo habrá dicho:

-nunca había hecho un tattoo así.

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Me dirigí a casa, igual caminando, sudando y supurando de medio torso. La noche se llegó. Dormí,
solo para no despertar siendo el mismo. Por la mañana no acudí a laborar. Me paraba frente a los
espejos sin poder decir, llorar, sentir. Nada. No había dolor en mi carne pigmentada. No había más
pensamiento que el de mi hija muerta, pero el dolor no llegaba. Hurgue con mis dedos la llaga de
tinta, pedazos de carne con coágulos se desprendían. Del dolor nada. Mire sus últimos correos y
revise las últimas horas de sus llamadas, las botellas vacías seguían en la casa, afuera los gatos no
maullaban. El viento detenido, el calor insoportable. Pero del dolor nada. Ponerle palabras a ese día
era como zurcir el viento con agujas de plata. Del dolor nada. Nada. Tres días después, en una
revisión, el doctor le habrá dicho:

-sigues embarazada, intentar de nuevo un aborto es un riesgo que no sirve de nada.

Julia, llevaba tres días ahí aferrada, el daño estaba hecho pero aun sujeta. Dañada ella y dañada mi
amada. Karina se tornó más gris. En el vientre llevaba el pecado y la penitencia. Era una asesina
fallida condenada con la ironía de cargarla. Seis meses después con muchas menos palabras entre
nosotros, La Julia Mía, Lloraba. Fue un llanto cansado, de pocos segundos. Seguido de espasmo
involuntarios. No alcanzo ese día a conocer los brazos de su madre. En cambio conoció el entubado,
las agujas en sus brazos le abrazaban con el cariño que le faltaba. El diagnóstico era claro. Un corazón
débil de características hereditarias.

Mi padre falleció a la edad de 44 años, su padre y hermanos con apenas un par de años de diferencia.
Todos ellos de infarto agudo al miocardio. 50 segundos del dolor más insoportable que un cuerpo
puede experimentar, todas las válvulas colapsando al mismo tiempo sin más alivio que la muerte.
Nada hay que hacer. Lo que se hereda no se hurta, Desee entonces que Julia Muriera, tan pronto
como fuera posible. Karina dejo de estar, apenas si producía palabra para mí y de mirarnos ni hablar.
Yo ya solo quería ver a mi hija morir. Así comenzaron 28 semanas, no de lucha, sino de una muerte
a cuentagotas.

A Julia la maté yo. La chingada herencia. Quise pensar que el aborto fallido fue la causa de su
debilidad. Dicen los psicoanalistas que lo que una generación calla, la siguiente lo grita. Karina y yo
nos callamos su muerte. Julia solo se murió.

Para esas alturas yo amaba. Amaba a la Julia Mía y a la Gitana. En medio de su silencios, de los gris
que se tornó, el amor que me había invadido, no me daba sino para pensar como lo hacen los
enamorados. De qué manera podía decirle a Karina que, el amor que yo le profesaba era de

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magnitudes inconcebibles. Cómo haría para inmortalizar el nombre de mi hija. La que no fue
abrazada, la que solo lloró un vez para callarse. Odie a la par del amor que profesaba. Era una
especie de hereje que oraba religiosamente. Un muerto que andaba, un padre sin hija. Un amante
sin gitana. De la única parte intacta que quedaba de mí. Pensé.

-No hay acto de amor más grande que sostener al ser amado en su último aliento. Yo soy un padre
sin hija, soy lo que queda de lo que quedaba. Después de la Julia Mía. La gitana mía sabrá que su ser
más querido muere. Con los privilegios que la hija mía no tuvo. Morirá en mis brazos, de mis manos.
No por herencia y mucho menos por cobardía. Morirá por Amor, por el amor de la gitana y de la Julia
mía.

Hice un ritual de la muerte, porque con los muertos solo se puede mantenerlos vivos. Me abandone
al recuerdo de su manos frágiles, al sonido de su respirar extenuado. Me desviví en silencios
prolongadísimos frente a mi hija de aparador en el hospital más sombrío que he podido pisar. De mi
gitana, nada supe durante ese tiempo. Ella habría de transitar por los senderos de esa muerte de
manera distinta. Yo no deje de justificarle. Cargo en su vientre a mi hija muerta durante meses. Se
le iba descomponiendo a cada semana. Era justo que yo cargase con el resto. El resto del mundo me
creyó desaparecido. Abandone Mérida durante todo ese tiempo, así, sin aviso. Sin testigos. Nada
más cercano a la realidad. Muerto no estaba, estaba desapareciendo.

Charlie Brown le dice a Snoopy:

-Un día de estos habremos de morir.

-Pero todos los demás no. Snoopy Sonrie.

Yo esperaba día a día que mi Julia dejará de morir y se muriera de una vez. Si hubiese tenido más de
15 minutos por ella, yo mismo hubiera acabado con el cuentagotas. Ella no vivió 28 semanas, moría
cada segundo de ellas. Error, Snoopy. Grave error. ¿Les mencione que después de todos mis años
de vida solo estaban seguro de saber dos cosas? La primera, todos hemos de morir. La segunda,
nada es lo que parece. La segunda me es más firme que la primera. He aquí la razón. Día tras día,
ella no terminaba por morir. Yo había comenzado en aquella llamada y no dejaba de hacerlo. Más
de una ocasión, recluido en el Hotel Zamora, el vino tinto, el propofol y el clonazepam en exceso no
lograban el objetivo que les pretendía. Cada vez que después de los intentos, despertaba, pensaba
para mí:

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-No es menester que mi hija cargue con mi muerte. Soy yo el que debe verla partir.

Un día, por fin sucedió. Su corazón se detuvo. Ella murió un martes 13, yo también.

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Bitácora 36 o Lo que quedaba de lo que quedó.

Estando en Morelia. Me di a la tarea de localizar al padre de Karina. Como le amé a la India Mía.
Nada me había pasado igual. Nunca más fui el mismo después de aquella calle Placeres. Poco
quedaba del Gallito, de los poderosos 182 centímetros, nada de la armadura de plata y ónix. Nada
del príncipe maya, del transgresor de distancias. Yo era poco menos que 67 kilos y la ropa detonaba
más la muerte en vida que la vestimenta sucia que era. La amé y debía inscribirle un último acto de
amor y de venganza. Uno que fuera capaz de mostrarle que como yo, nadie más le amaba. Era un
altar caminante, una ofrenda a la muerte de mis amores, el ejecutor de la profecía de una gitana.

Localice a su padre con el sigilo que mis harapos me permitían. Más de una ocasión habré dormido
en la calle solo para verle caminar por la mañana mientras iba por su periódico. Jamás cruce mirada.
Luego de tres semanas, en el mismo cuarto del Hotel Zamora, convulsione. Amanecí bañando en
vómito y con un sabor a bilis en la boca. No pronuncie palabra. La señal estaba dada. No me quedaba
mucho tiempo más para pronunciarle, a Karina, en un solo acto, el amor que no cesaba.

Me afeite después de semanas, cambie mis vestidos por los menos sucios que tuviera. Me enfunde
en mis botas color café, las agujetas bien apretadas. Cruce el lobby del hotel y justo como las últimas
semanas, nadie me observaba. Camine hacia la 18 de Marzo. La ofrenda, el acto y la muerte ya
estaban pactadas.

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Bitácora 33 ó No hay plazo que no se cumpla.

Pienso.

-Casi estamos a mano.

La gente grita a mí alrededor, no se escuchan en mis oídos. Todo acontece muy rápido. No sé qué
hago aquí. La daga ha aparecido a unos 70 metros de donde estamos él y yo. Supuse que gorgojeo
de su tibia y espesa sangre en mis dedos pondría fin a ese dolor. Supuse que la justicia en el golpe
final del mazo del juez, nos regalaría a todos una especie de inmediata tranquilidad. A todos. De
alguna retorcida forma pensé que incluso a ella. No hubo teléfono a la mano para anunciarle lo que
estaba por comenzar. Dios actúa en formas misteriosas. El talión.
Karina y yo siempre nos jugamos el dedo en la boca, siempre nos vimos las caras, a veces como
quien se ve la cara a un espejo por semejanza, a veces como quien se ve en el espejo para jugar a
engañarse. Después de que Karina se hubiera marchado de mi Mérida, se seguíamos haciendo. Nos
tendimos la treta de que entre nosotros nada pasaba. Que nos habríamos besado en un hostal de
la calle placeres, como si eso hubiera sido un solo beso inocente, sin consecuencias. Luego nos
inventamos un jueguito en el que ella visitaría mi carne, y yo le recibiría cual don juan a una más.
Más tarde nos vendimos la idea de que ella podría quedarse a mi lado, y yo de que la soportaría
para siempre. También nos habíamos ya fabricado una despedida de viernes, igual de ficticia. Luego
de su partida, seguíamos hablando. Que digo hablando, nos cogíamos con palabras, nos amábamos
con la fuerza de lo indestructible, con lo operístico de Fauré. El truco más grande fue creernos. Nos
dijimos tantas veces que nos amábamos, que termino siendo cierto. Debo reclamar para mí, los
mayores esfuerzos de este hermoso engaño. El karma habría de cobrarme, con una hija. A ella con
un padre.
-estoy embarazada.
Luego enmudeció. Al otro lado del teléfono yo con ella. Al mismo hombre que se había negado a
tener hijos en un matrimonio estable. El mismo hombre que había renegado por años la idea,
esquivado, sería más atinado. Yo. Con una supernova, estallándome en silencio. Implotando para
no irrumpir su honesto silencio. Estaba hecho un mar de alegría, pero callado, incólume para
permanecer al ritmo que su angustia dictara.
-No voy a tenerlo. No voy a ser madre.
Ya lo era.

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Adivinarán como pasamos las siguientes dos semanas, luego de los dos meses y medio de haber
partido. Engañándonos. Durante dos semanas jugamos a que le ganábamos al diablo. Le dimos
rostro a nuestra hija. Tejimos una serie de imágenes. Desplegamos una mitología alrededor de ella.
Pudimos parar, pero cruzar el Rubicon, avanzar por el camino peligroso, por el sendero de Camila.
Por el único camino que no tiene vuelta. El deseo es una piedra cayendo atraída por la inevitable
gravedad, una vez cayendo, nada puede detener el impacto. Hemos hecho que solo los humanos
saber hacer, desear. Lo hicimos, sí, pero con pretensiones de deidades y gitanas místicas, de
príncipes mayas y jaguares nósticos. Dimos a nuestra hija un lugar en un universo más real que la
realidad, el de la palabra. Un día jugando a ser dioses, le nombramos. Julia.

-está decidido, no la voy a tener. Voy a abortar. Y lo voy a hacer contigo o sin ti.

Algo en mi murió como las cosas que no tienen nombre. De una vez y para siempre. ¿Cómo se
nombra a un padre sin hija?

Qué más justo entonces que ella fuera una hija sin padre.

El agonizaba en mis manos en medio de la calle 18 de marzo de Morelia. Luego de un ajuste de


cuentas. Yo caminaba como caminan los que han perdido el sueño. Sin sur, sin Sirius, sin polaris. Yo
conocía la cara de ese hombre, había planeado matarle solo para decirle a ella cuanto amaba a la
hija nuestra. Cuán grande había sido para mí que de su vientre, de nuestra carne hubiese nacido la
hija de dos titanes. Era un acto de amor, matar a su padre era más bello que haberle matado a ella,
era un te amo invertido en un espejo deformado. La sangre de su sangre, se vertía en el piso
adoquinado mientras mis brazos abrazaban el aun tibio cuerpo de ese microdios venido a carne. Mi
cuerpo más animal que humano, intentaba detener el flujo de su cuello degollado. Mi mente más
humana que animal deseaba haberlo matado. Deseaba haberlo hecho.

Le seguí durante un par de calles. Sus pasos eran cortos y los míos muy largos. Espere el momento
de verle a la cara y pronunciarle de frente, justo antes de arrancarle la vida, ojo por ojo y diente por
diente. Lo planee, lo esperé, la vida misma me puso ahí. Lo seguí, lo esperé. Caminé detrás de él
como un cobarde agazapado antes de cometer su crimen. Como un predador debilitado que solo
tendrá una oportunidad antes de morir de inanición, de dolor y de muerte acumulada en mi caso.
Luego de unos cincuenta metros su estela percibió mi metro ochenta. Se detuvo un poco mientras
calculaba el tiempo exacto para girar y verme como si su estatura superara la mía. Cuando solo uno
centímetros me separaban de él, se giró y sin mayor palabra su rostro encaró el mío. Era justo como

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ella lo había descrito. Un diosecito que venido a mortal conservaba la nota divina. Los ojos de él
eran una réplica de los ojos de Karina. Su estatura simulaba las formas de la gitana otrora mía.
Comprendí de tajo porque ella lo amaba. Peor aún, comprendí porque ella le perdonaba. Por un
momento yo mismo le amé.

No habrán sido más quince segundos entre su estampa y mi sombra. Mientras, yo, estaba cautivo
en su mirada, por detrás de su espalda, surgió una daga que surco como ecuador su garganta. Un
asesino más diestro y decidido que yo. Con motivos menos amorosos o existenciales y más
concretos termino con su vida. Ese cobarde terminó también con mi venganza y con el sórdido
enamoramiento de mis ojos en sus divinos ojos. Antes que su mirada se esfumará, su sangre ya
salpicaba mi abrigo gris Oxford, el mismo gris que me habitaba.

Cuando el cristo en la cruz pronuncio el clamor de sentirse abandonado, los cristianos lo explican
cómo el momento en el que Dios padre le abandona para que solo muera el hijo de la misteriosa
tripartita divinidad. El padre no puede morir, es menester que solo Dios hijo sea el que muera.
Siempre pensé que era una pendejada pero lo comprendí en el momento que su mirada abandonó
sus ojos, antes de morir, su divina mirada, se había salvado marchándose a otra parte. No vi quien
le pasó por el cuello la daga. Mis ojos estaban anonadados del brillo olímpico de sus ojos, solo atine
a abrazarle antes de caernos juntos al adoquín vetusto de aquella Morelia. Fui una Santa María con
un cristo recién bajado, fui un enamorado con la mortaja en mi regazo. Él debía muchas cuentas, a
mí no me debía nada.

Luego de un intento fallido de aborto, nacer luego de 6 horas de labor. 7 meses y medio más de
entradas y salidas en un hospital. La pequeña Julia entro al quirófano un Martes 13 para no salir
más. Mi Julia se murió sin ver a su madre. El padre de Karina murió conmigo en la mirada.
Ahogándose en su propia sangre con mis ineficaces dedos intentando contener la aorta en su
garganta.

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Post Mortem

¿Cómo sale un hombre de la muerte? Karina mencionó los coágulos de sangre mientras le
acompañaba al teléfono en el intento de aborto. Yo me aferré a Julia más de lo que me aferré a la
vida por los siguientes meses. Perdí trabajos, peso, plata. Cada perdida significó menos que nada.
Cada día era menos que el anterior. Como se nombra lo innombrable, como se nombran a los padres
sin hijos. Mis pasos se volvieron más lentos cada vez. Alguna vez soñé y soñó ella también, con la
hija de su vientre y de mi carne. Ella la parió, pero yo le hice nacer, luego yo la maté. Poco antes de
la muerte de su padre, tan solo unos meses después de la muerte de mi hija. Tres años y meses
después de aquella calle quince del 281.

La Julia Mía ya nada tenía que hacer aquí, nuestro idilio solo fue el ficticio de lo que pudo ser. Su
carne y mi carne se desgarraban en cada encuentro, mis demonios y los suyos siempre estuvieron
sueltos. Nada quedaba de mí, nada más que coágulos. Los de mi hija, los de su padre, los de mis
nudillos cortados. Los de un amor mal oxigenado. Los de un dolor sobrealimentado.

Luego del amor que le tuve, que nos tuvimos. Luego del intento fallido de aborto, luego de nueve
agonizantes meses, parimos a una hija destinada a morir. Lo supe al momento en que su llanto
simulo más gemido que vida. Julia había nacido de mí, de ella, solo para anunciarnos su muerte.
Pocas imágenes quedan en mi mente de la Julia mía. Las que más, incluyen tubos, hospitales y olores
a cloro y a inútil asepsia. Ninguna de las intervenciones quirúrgicas, presagiaba un triunfo sobre la
muerte. En cada caso, eran siempre, la postergación de lo inevitable. Fueron cerca de 3 meses de
una derrota a cuenta gotas, de agujas y hospitales, de coágulos en el aire que respiraba. Cada vez
fui sabiendo menos de mí. Cada vez menos podía saber de la Gitana otrora mía. Aún tenía un último
te amo que ofrecerle. Uno que dejara en su alma la huella imborrable de nuestra Julia, De nuestro
centro y mar, de nuestro San Gallito y Placeres. Tanto como el amor que le profesé a Julia, le había
profesado a ella. Julia se había llevado mi aliento, mi vida. Un martes 13. Ya no podía darle un te
amo lo suficiente mente fuerte como para grabarme en su mente. Si Julia se había llevado mi vida,
en la fuerza de la muerte de su padre, en la venganza amorosa, ella me encontraría indeleble. Lo
que nos debiéramos en vida, nos lo pagamos con muerte.

De Karina poco supe después. De mi menos. Ella habrá intentado dejar de ser gitana y establecerse
con algún hombre de esos muchos que podrían amarla. Yo camine durante mucho tiempo entre los
leprosos intentando contagiarme de ellos, entre los baratísimos vinos tintos españoles y las

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sobredosis de clonazepam y tramadol, jugando con la histérica muerte, pretendiendo la podía
enamorar. Solo era lo que quedaba de lo que quedó.

A la Orilla de un puente osado metido en el mar de Puerto Progreso. Alcanzo a pronunciar Aquí yace
un soldado en tiempos de paz, un padre sin Julia, un muerto que no deja de respirar, una herida que
no sabe sanar.

Aquí yace Ignacio Ruvalcaba Sandoval…

…Fin, ese fin.

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In Memorian.

Julia Mía.

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NOTAS ROTAS Y PERDIDAS DEL CAPITAN. (Datos sin lógica temporal, fragmentos sin incrustar.)

Pies de Caracola.
Ya los aldeanos se han marchado
Ya me han gritado cuanto en sus bocas puede caber.
Desde una roca, lisa como el más fino cristal,
Mis pies sostienen este cuerpo que clama tu nombre frente al tifón
Tu nombre que grito y bendigo frente a la vertiginosa tormenta, sois ella,
Las nubes se han amoratado al alcance de mi vista,
El feroz viento que de ti se desprende se ensaña en mi cuerpo,
Resbalan pies y esto no ha empezado aun,
Mis diagonales piernas se aferran al aún más osado torso,
El mar se me alebresta, miedo… he sentido miedo.
La misma diosa que despliega la manga es aquella a quien mi voz eleva su plegaria,
No hay cadenas que sujeten a este sujeto a la superficie de este tramo,
Los dioses ya se han refugiado desde hace tiempo,
El ingrato cielo solo desprende maldiciones de circulares destellos,
Aquí estoy… aquí te espero…
Hará falta que tomes la vida de éste tu más humilde y débil ciervo,
Hará falta que me inmortalice un trueno o que me parta en siete un beso.
Si con un dedo toco uno solo de tus intersticios,
Si con un solo pedazo de un pedazo del ojo mío logro verte verme,
Si con una arruga de mi frente logro virar hacia mi tu rostro,
Entonces nuestros hijos sabrán que su padre es el tiempo,
Y tú… la prisionera del viento…

…Sí acaso el mar me vomitase,


Sí me tratase por ajeno,
Entonces estaré de regreso,
Con otro nombre, con otro cuerpo.
De una u otra forma, nada de esto seguirá siendo,
Nada de esto, nada de aquello,
Sí en el camino, Julia, te encuentro,
Del tiempo será el mérito.
Una vez rompí un “hasta nunca” endeble,
Hasta siempre entonces…

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…Se me antoja que le ganemos a la vida, amor.
Porque la vida ya nos había ganado varias veces.
Hoy que parece ganarnos, ganarte, ganarme.
Solo busco la forma de asestarle un buen estacazo.
Me siento con ella, a ofrecernos un pacto con lo acedo,
Con lo serio, con lo ominoso,
No le exijo la pronta retirada a dicha hueste,
De que yo claudique ni hablaremos,
Le ofrezco espacios precisos,
La posibilidad de transgredirles,
Siempre y cuando no se ensañe en el intento.
Momentos de profunda incertidumbre,
A cambio de verle las garritas al hijo del jaguar,
Al hijo de la India.
Me ofrezco la posibilidad de trascendencia,
En lo que por ende no es sino humanidad,
Tormentos rayos y centellas,
A cambio del desvelo de contemplar
El surgir de sus manchas y su evolucionar.
Ser lo que no he sido, pero que hoy soy,
Que seas lo que eres, sin dejar de serlo
Siendo algo más y no solamente la versión que gozas de ti.
No preciso que firme contrato alguno,
Las clausulas me viene sobrando.
Me levanto de la mesa y se lo digo,
Que sus victorias sobre nosotros verán pronto una defensa,
Le advierto con decencia, que hoy por fin caminamos por donde mismo,
Y que esto no le sepa a tregua,
A batalla aunque no a guerra…

…Un día tus manos se alejaron,


Acostándose en el horizonte.
Un día los trenes se extendieron,
Hasta que mis ojos develaron su flaqueza.
El mentón se me atoro en la palma de esta mano
Que no supo decirte adiós.
Un día te soñé mía… y me desperté tuyo,
Como tuyo es el secreto de tu nombre.
Tuyo como el silencio de mi espera fantasmagórica sobre los rieles de acero y nieve.

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Tuyo como lo son tus miedos y el pensamiento que era mío,
Como las pecas de tus mejillas.
Así como al césped pertenece el sueño del rocío, así te pertenece el sueño de este niño.
Así un día te soñé y ese día me desperté tuyo.

… Soy una ola que se ahogó en un cumulo de sal, soy un pedazo de coral despedazado.
Soy una gota de rocío que agoniza bajo el sol de las 9:33 de la mañana.
Soy un idiota que se puso a pensar, un impaciente que le dio por esperar.
Unos oídos que solo saben escuchar, una boca que no sabe confesar.
Un amante de ti, con llaveritos de plata e hilos de argento azul, sin ti.

…He buscado toparme contigo a la vuelta de cada esquina.


Abrir tu caja y descubrir la metáfora de ti,
He tatuado las noches con tus letras,
Mientras camino entre rayos y centellas,
He invocado tu nombre cuatrocientas veces,
Pero la palabra substituye la presencia.

La primera vez que te hice el amor


No estaba entre tus piernas.
Mis cartas siempre llevan tu nombre en el destinatario,
Las puntas de tu lanza develaron el talón de Aquiles del camino que había imaginado.

Ojala pudiera sembrar mis ojos en tu boca,


Y que un árbol germinara desde tus oídos.
Quiero sentarme en la canción que tú cantas,
Mientras bebo el enigma de tu llegada, voy a escribir tu nombre sobre el sol
Con un millón de litros de tinta, y te hare un vestido con mis venas.
Quiero buscarte en la escalinata que será la de siempre,
Quiero hablarle de ti a cada grano de arena y a cada gota del mar.
Quiero contarte un secreto que ya sabes y destruirle los vestidos a la verdad.

…Pretendo que estas por aquí,


Volteando la cara que ya no pude sostener,
Pretendo que hoy tampoco moriré.
Ando, voy y vengo, pero no logro regresar.
Me presento, levanto la mano y hablo de vez en vez,

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Lo que digo se oye pero no se escucha,
Te pienso y nos doy una oportunidad que no pareciera real.

Sueño con vos, abro los ojos y no logro despertar,


El café es más un pretexto que un beber.
Las canciones más un silencio que un danzar.

Ando, voy y vengo pero no logro despertar.


Por la noche cuando todo es más evidente,
Oigo, veo y digo pero ya no sé qué decir.
No hay recuerdo que baste para la ausencia de ti.
No hay tiempo que llene el silencio de mí.

Este es un día que amanece gris,


El sol se ensaña como a las dos,
Por la tarde te escucho y luego no.

Ando, voy y vengo pero no logro llegar.

…Tengo un barco sin sirena, divagando en alta mar,


Un asta sin bandera, sin regañado en el carajo,
De morir se trata esto,
De hundirse en el océano,
De tener una isla desierta,
De volver a naufragar.

¿Cuántas son las mentiras?


Las palabras de mentira y de verdad,
¿No son siempre las mismas?
Ambas se desvanecen, se de- construyen,
A veces se dejan ver, hablar, otras pocas escuchar.

El amor y Dios no son la misma cosa,


No hay tercer día, no conoce de cuaresma, pascuas o vigilias.
Es tan fuerte como para vivir por siempre,
Y tan débil como para poderse marchar.
¿Cuál es cuál?

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Unos días bastaron para bajar el busto del pedestal.
Leguas, voces extrañas, conjuros profanos.
Aguijones de hielo, dragones de antaño.
Sin lanza y sin escudo, bendiciones en botellas de sal.

Quise tantas veces encontrar tus oídos, pero tú no dejabas callar.


Quise gritarte que te quedaras, pero ya no te podías quedar.
Quise morir cuando te fuiste, porque aún quedaba tanto que matar.

…A este olvido le sobra la memoria,


Le estorba la inquietud y no sabe de suspiros.

Una piedra en la cintura del reloj de arena,


Un ojo que contempla un punto en el que hay nada.

¿De qué se hacen el adiós y las despedidas?


¿Por qué la garganta regurgita el aire y la saliva?

Da igual que te quedes o te vayas,


Yo también me he ido un millar de veces,
Y aun así, he quedado como dunas que sueñan con agua.

Julia, amada mía, nunca vio la luz de este día,


Ni su noche, ni su luna, ni el canto de la brisa,

Os Amo, como os ame antes de mi primer agonía,


Con la razón incierta de tu mirada tardía,

Fueron tus ojos eternos los que ahuyentaron al eterno,


Era tu nombre séptimo el que debió persistir,
No el mío, ni el de ella, solo el tuyo
Julia, del deseo mío, solo mío.

Mía te reclamo, el tiempo me lo ha concedido,


Sucede la noche a la noche anterior,
Tus pies desnudos caminan por mis ojos
La arena no escribió tu nombre, lo hizo ella.

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No lo hizo, ella, lo hicieron los días.

Ella os ha borrado, el recuerdo mío te sigue alimentando,


Mía, toda mía, hija de enanos, gigante de entre los amados

Julio de la Julia mía...

Tu nombre persiste a la nada, seguirá después del tiempo,


El mar os hubiera amado, el sol se habría puesto negro.

Este esperma cuarteado, secado en el llanto de un recuerdo inexacto,


Os quiero, es cierto, pero más aún, solo cronos sabe Os Amo...

¿Nos hemos visto ya en sueños? ¿Lo sabes? ¿Puedes decirlo?


Daría la sangre al vinagre por mil años,
Si tan solo pudiese tener la imagen de tu mirada clavada en la boca mía

Julia, que te cantan las notas más sordas del piano,


Julia, que te llora este hombre desalmado,
Julia, que te grito al océano,
Julia, despojo hecho nada,
Julia, Mía, solo Mía…
El amor es… una gitana que se aparece por la calle placeres, se ofrece, se arroja al abismo sujeta de una cuerda.
Se miente, se aleja, se queda, se va, pero vuelve como roca que vuelve a la tierra. Precipitada, abrupta e incontrolable
Es una pandora que empeño la esperanza, nada queda en su caja, nada, solo en ella cabe todo. Solo en ella quepo todo.
Es una pandora echa de caracolas y conchas y arenas y viento y agua y centro y magma y tierra, y esta forrada de cobre.
Tiene mil bocas, con doce mil voces, todas multicolores, habla diez lenguas, todas al mismo tiempo, todas atravesadas y
penetradas con el mismo verso.
Cuando si cuerpo gime, se desbordan todos los besos, cuando sus puertas se abren, se fugan todos los pecados del
infierno. Cuando su lienzo muestra, todo soy hacia adentro. Cuando vocifera lo hace con fuego, cuando desea, me crezco
y crece el deseo.
El amor es una India que heredó los pecados del padre, va dejando un halo de amor y reclamos, es de nadie, pero mía
es, de nadie es. Tiene las Pléyades en el centro del rostro y líneas en el mapa de su cuerpo.
Encuentra humedades en los techos, y lanzas en los soles que se avivan de noche.
Cuenta sus pasos hacia el segundo piso y hacia abajo son todos el mismo peldaño.
Cuando su nombre cae en la noche triste, el cuerpo busca la vida en la vida de otros vivientes, asesina a la orilla de la qué
sabe que sendero, sepulta en la Ciénega.
Sin su voz se secan los oídos, sin sus ojos se pierde lo ya perdido, sin su cuerpo ningún cuerpo más puede serlo, solo
carne, solo huesos.

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Julio de la Julia mía, Madre de la primera semilla, pariste un amor que nos quedó gigante.
El amor es una hembra, una apuesta perdida, una respuesta previa a la pregunta no hecha, no es un ángel, ni un
demonio ni una erinia… es el núcleo de esta locura Mía.

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