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SAMBURSKY)
Hoy nos basta mirar a nuestro alrededor para ver que el rápido avance de las ciencias
naturales en los últimos siglos sólo comenzó cuando los científicos cesaron de buscar
las «causas verdaderas» y limitaron su curiosidad a las «condiciones necesarias» de
dichas causas. El paisaje del cosmos moderno se abrió ante nosotros el día en que los
científicos del siglo XVII desecharon preguntar «Por qué» o «Con qué propósito» y se
limitaron a la pregunta «Cómo», a la investigación de las «causas auxiliares» o causas
secundarias.
Continuando con la teoría teleológica, se compara ese método de la naturaleza con el
del artista, y es que el verdadero arte es imitación de la naturaleza. De acuerdo con ello,
el científico ha de abordar su problema como lo hace el estudioso de la creación
artística, el cual aprende, a partir de los detalles de la casa, las funciones asignadas a las
distintas partes por el constructor, o que, a partir de la forma de una estatua, entiende lo
que el artista desea expresar con ésta. Esta concepción de los fenómenos naturales como
tendentes a un fin, puede ser fructífera y de gran valor como principio guía en aquellos
sectores de la biología en que el objeto de investigación es el rol funcional de formas y
procesos orgánicos, de ahí el gran éxito aristotélico en zoología y el valor perdurable de
una gran parte de sus obras biológicas. Sus tratados sobre la morfología de los seres
vivos pueden leerse como si hubieran sido escritos por uno de nuestros contemporáneos,
mientras que el conjunto de su Física está impregnado por el espíritu de un mundo que
nos es completamente ajeno y que comenzó a pasar, de moda desde el momento en que
la ciencia física abandonó el enfoque teleológico y reemplazó el «¿Con qué propósito?»,
por el «¿Cómo?».
Un rasgo muy distintivo también de todo lo que empaña las características filosóficas
de Aristóteles es la teoría de los cuatro elementos; las divisiones eran las siguientes: los
pesados son tierra y agua, y los ligeros el aire y el fuego. Su base para lo anterior fue,
sin duda, las observaciones físicas de los presocráticos.
También actualmente en la Física se aplica de esa manera y fue de hecho que tuvo su
paso a la mecánica relativista que revolucionó hacia una visión distinta para no
interpretar (por decirlo de alguna manera) dogmáticamente las formulas físicas
newtonianas. Pero hay una diferencia esencial entre Newton y Aristóteles. Los
experimentos desempeñan un papel mucho mayor en la física moderna, tanto como para
ser desde entonces el árbitro y juez último de toda teoría. Así, la ciencia de nuestro
tiempo ha asumido un carácter bastante más flexible y la constante reevaluación de sus
fundamentos ha hecho posible un progreso continuado. Con Aristóteles no se mantenía
estable la concepción de inducción y, por otra parte, la de deducción. Y claro, se
inclinaba más a la deducción. Su dogmatismo y la tendencia a clasificar todo a cualquier
precio, petrificaron la ciencia privándole de flexibilidad y así, en ausencia del correctivo
de las contrastaciones experimentales, bloqueó la vía para cualquier desarrollo ulterior.
Epistemológicamente hablando resultó conflictivo el asunto, ya que entre experimento y
teoría había gran demarcación. O comenzó a surgir esa demarcación.
Hay una marcada interpretación de la física de Newton y la de Aristóteles, por
ejemplo con Newton, mucho tiempo después, en el área de la física se formó el hábito
de considerar el espacio como una estructura geométrica en el vacío, en el cual los
puntos geométricos se van uniendo. Y con Aristóteles se rechaza la descripción
geométrica abstracta que pudiera extenderse más allá de los límites de la materia. En su
lugar identificó el espacio con el volumen ocupado por la materia, una identificación
que requería la continuidad de aquélla. Es característica de esta concepción el que
Aristóteles no hiciera uso de la palabra «espacio», sino de la palabra «lugar», para
expresar la localización de un cuerpo dado. «Lugar» es un término mucho más concreto
que «espacio», proporciona una definición geométrica de un cuerpo concreto en
términos de los límites entre éste y su entorno material, es decir, entre éste y el cuerpo o
cuerpos que están en contacto directo con toda su periferia.
La combinación aristotélica de geometría y materia para formar su concepto de lugar
no es disimilar a la concepción del espacio en la Teoría General de la Relatividad.
También ésta rechaza el retrato newtoniano del espacio como una especie de «caja»
infinita en que se mueven los cuerpos físicos. En lugar de ello representa el espacio
como un tipo de comunión del cuerpo y sus contornos: es el cuerpo el que determina la
geometría de su entorno y ésta no puede ser artificialmente separada del cuerpo mismo.
De ahí que un punto físico sea simplemente una singularidad en el «campo métrico»
que le rodea y, de nuevo, este campo no es en modo alguno un espacio vacío, sino una
especie de emanación de la materia que está en él, ni más ni menos que la materia es
una cierta «materialización» del campo. El cosmos, tal y corno lo concebimos hoy, es
muy diferente de la «caja vacía» de Newton o de los atomistas griegos. El espacio
interestelar está lleno de radiación electromagnética de todo tipo de longitud de onda,
sus extensiones contienen campos gravitacionales y son atravesadas por ondas
gravitatorias. Asimismo, hay campos de fuerza alrededor de los átomos de que están
compuestos los cuerpos físicos y en los espacios intraatómicos o intranucleares hay,
igualmente, una interacción de fuerzas que actúan entre las partículas elementales.