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intelectos supremos de todos los tiempos, pero como ser humano no era
admirable. Ciertamente, poseía todas las virtudes que uno desearía se
emplearan en las cartas de recomendación a un patrón en perspectiva: era
industrioso, frugal, abstemio y financieramente honesto. Pero en cambio, no
poseía absolutamente ninguna de las virtudes filosóficas más elevadas, que
son tan aparentes en Spinoza. Su mejor pensamiento no fue del tipo de los
que hubieran ganado popularidad, por lo que dejó sus escritos inéditos al
respecto, sobre su escritorio. Lo que sí publicó fue diseñado para alcanzar la
aprobación de príncipes y princesas. La consecuencia es que existen dos
sistemas filosóficos que pueden considerarse como representando a Leibniz:
uno, que él proclamó, es optimista, ortodoxo, fantástico y superficial; el otro,
que ha sido desenterrado lentamente de sus manuscritos por editores
recientes, es profundo, coherente, muy influido por Spinoza, y
asombrosamente lógico. Fue el Leibniz popular quien inventó la doctrina de
que éste es el mejor de todos los mundos posibles (a lo que F. H. Bradley
agregó el sarcástico comentario "y todo en él es un mal necesario") y el
Leibniz que Voltaire caricaturizó como el doctor Pangloss. Sería ahistórico
ignorar a este Leibniz, pero el otro es de mucha mayor importancia filosófica.
Aunque sólo sea de pasada, es importante señalar que Leibniz manejó estos
dos principios para demostrar la existencia de Dios y explicar la naturaleza del
universo. De acuerdo con Leibniz, no existen razones intrínsecas suficientes
para explicar la existencia de los cuerpos materiales, por lo que tales razones
deben existir en alguna entidad no material, que es Dios. El monoteísmo es
consecuencia obligada del principio de la razón suficiente, en vista de que,
dados sus atributos, sólo se necesita un Dios. Por el mismo motivo, todo lo
que ese Dios hace es lo más perfecto posible, aunque no todo lo que hace es
absolutamente perfecto. Porque siendo Dios perfecto, la existencia sería
absoluta, sin vacíos o espacios libres, lo que (según Leibniz) la haría menos
que perfecta. Aquí cabe agregar otro principio importante para Leibniz, el de la
"identidad de los indiscernibles", que se deriva del principio de la razón
suficiente y que niega que puedan existir dos cosas diferentes que sean
idénticas entre sí, porque entonces sería imposible señalar que son diferentes.
Con esto vamos a terminar nuestra revisión de las ideas de algunos hombres
de ciencia prominentes del siglo XVII sobre el método científico. En el
siguiente capítulo examinaremos el pensamiento sobre el mismo tema de un
grupo de filósofos de la misma época.