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LOS APÓCRIFOS DEL NUEVO TESTAMENTO (del griego apokryphos, 'oculto'), así son
llamados más de cien libros escritos por autores cristianos entre los siglos II y IV. Estos libros
poseen dos características en común:
1. En general su estilo se asemeja al de las escrituras del Nuevo Testamento, pudiendo
clasificarse muchos de ellos dentro de las categorías literarias de evangelios,
hechos, epístolas y apocalipsis.
2. No pertenecen al canon del Nuevo Testamento ni a los escritos de los Padres de la
Iglesia reconocidos.
Algunos de estos documentos fueron escritos para destinarlos a los “iniciados” de los
grupos gnósticos, que sostenían que la sabiduría tenía su origen en una tradición secreta; estos
libros eran auténticamente apócrifos, es decir, "libros mantenidos ocultos", sólo para uso de
los miembros de la secta. Otros fueron compuestos para su uso abierto y generalizado en las
Iglesias en las que sus autores se integraban; pero no llegaron a ser aceptados como parte del
canon ortodoxo de la Biblia, sino que fueron considerados como lecturas piadosas y populares.
Algunos de estos textos, como el Evangelio según los Hebreos, deben haber tenido un
rango de importancia en la vida cotidiana de los cristianos de origen judío. Otros eran leídos
en círculos gnósticos, como la Epístola de Eugnostos hallada en los textos de Nag-Hammadi,
una colección de tratados gnósticos descubiertos entre 1945 y 1946. También hay otros, como
la Historia de la Infancia de Tomás y los Hechos de Pilatos, elaborados para satisfacer la
curiosidad de la gente común de la Iglesia al rellenar "vacíos" de los escritos bíblicos con
fantásticos detalles acerca de los aspectos supuestamente desconocidos de la vida de Jesús.
Veamos con más detención los datos que sabemos acerca de los evangelios apócrifos.
Entre los cuatro evangelios canónicos y los llamados Apócrifos hay algunas diferencias
notables: la antigüedad y el contenido. Veámoslas brevemente.
Sabemos que “apócrifo” significa “oculto”; a estos evangelios se les llamó así porque
aparecieron bastante más tarde que los evangelios canónicos, que son todos del siglo primero,
y había por tanto que justificar el hecho de que los apócrifos hubieran aparecido más tarde.
Para esto se adujo que habían estado “escondidos” un tiempo.
Según los especialistas, la mayoría de los apócrifos encontrados hasta ahora
aparecieron en su lengua original, el griego, a finales del siglo II y sobretodo en el siglo III,
incluso varios de ellos aparecieron en el siglo IV o más tarde. Por ejemplo, el famoso
Evangelio de Judas debió ser escrito hacia el año 180. Para explicar esta aparición tardía se
recurrió a la ficción de que durante un tiempo estuvo “oculto”, y que por esto se habría
conocido más tarde.
Otra característica de los apócrifos es que no trasmiten la enseñanza pública de Jesús,
como lo hacen los evangelios canónicos, sino otra enseñanza privada, esotérica, elitista, que
Jesús habría comunicado a algunos personajes privilegiados, a quienes quería más que a los
demás (en esto imitan a Juan). Ésta sería otra razón más para explicar por qué se habían dado a
conocer tan tardíamente.
Los apócrifos utilizan el recurso llamado pseudonimia, es decir, atribuyen su autoría a
algún personaje famoso (un apóstol, por ejemplo); este era un recurso muy usado en la
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literatura bíblica y en la literatura judía entre los siglos III a.C. y I d.C. Por ejemplo, utilizó
este procedimiento el libro de Daniel del AT y entre los apócrifos judíos, el Primer Libro de
Henoc, el Segundo Libro de Baruc, o el Cuarto Libro de Esdras. Estos dos últimos son del
género literario apocalíptico judío, escritos en la misma época que el Apocalipsis de Juan.
Las revelaciones de Jesús de los distintos apócrifos son muy distintas entre sí, en
especial los apócrifos gnósticos; en esto también se diferencian de los evangelios canónicos
del NT. Veremos cómo en los evangelios apócrifos gnósticos, el interés por el conocimiento
espiritual, el conocimiento auténtico de sí mismo, que Jesús ayuda a descubrir, a despertar, en
lo más profundo del ser de algunos elegidos, es lo fundamental. La salvación la da ese
conocimiento elitista y sólo para los espirituales, no la da el sacrificio de Cristo en la cruz.
Otro rasgo distintivo de los evangelios gnósticos, es su desprecio por todo el mundo material,
el cuerpo, la humanidad, la creación entera, que es concebida como radicalmente mala y obra
de Satán.
El tan publicitado Evangelio de Judas es la copia copta (siglo IV) de un original del
siglo II de un evangelio gnóstico, su contenido no es novedoso para nada.
Es decir, en la tradición religiosa de las Iglesias cristianas antiguas no sólo aparecieron
los cuatro Evangelios canónicos del NT. Aparecieron también otros “evangelios” que las
grandes iglesias no aceptaron como fieles a lo que podemos saber históricamente de Jesús de
Nazaret.
Por otro lado, el estudio histórico de los apócrifos ha sido muy valioso para descubrir
que el cristianismo desde sus orígenes fue plural y controvertido, un poco como lo que nos
toca vivir a nosotros hoy. Sabíamos de la existencia de estos otros evangelios por las críticas
que le hacen grandes escritores eclesiásticos antiguos, campeones de la ortodoxia. Pero la
mayoría de estas obras no habían sido encontradas, ni siquiera en traducciones, especialmente
los apócrifos gnósticos. Gracias a un fortuito y valioso descubrimiento relativamente reciente
ocurrido en 1945 en Egipto, concretamente en Nag Hammadi, dejó al descubierto una
biblioteca de escritos gnósticos. El evangelio de Judas, descubierto también en Egipto más
tarde, podría haber formado parte de esta biblioteca.

DOS TIPOS DE APÓCRIFOS: DE LA INFANCIA Y GNÓSTICOS


Fundamentalmente, los evangelios apócrifos encontrados a lo largo del tiempo son de
dos tipos:
 Unos más populares y menos antiguos que los del segundo grupo. Los más famosos
entre ellos son conocidos como apócrifos de la Natividad y de la infancia de Jesús.
Éstos hace ya tiempo que son conocidos y publicados. Son en general bastante
inofensivos, fueron considerados lecturas piadosas para ambientes populares;
semejantes en su contenido a los canónicos, pero de un talante fantasioso y mágico.
Algunos datos de estos evangelios de la infancia han pasado a la piedad popular: el
nombre de los Reyes magos, el nombre de los padres de la Virgen María, algunos
episodios de la vida de San José, etc.
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 El segundo grupo de apócrifos son conocidos como los evangelios gnósticos; más
elitistas, más antiguos que el grupo anterior, pero menos antiguos que los Evangelios
canónicos.
Gnósticos es un término griego que significa “conocedores”, se refiere a los miembros
de una secta esotérica que se infiltró en la Iglesia cristiana en el siglo II. Para los gnósticos, lo
que salva es poseer un conocimiento elitista, arcano, trasmitido sólo a algunos elegidos
Los evangelios gnósticos son muy diversos y divergentes entre sí; pero tienen en
común el que no cuentan la vida y palabras públicas de Jesús, que lo llevaron a la muerte en la
cruz, sino que contienen palabras secretas, desligadas de su vida, que Jesús comunicó sólo a
algunos elegidos y privilegiados. Por eso:
 No valoran el compromiso de Jesús por el Reino de Dios y su preferencia por
los pobres y marginados.
 No valoran su encarnación, que lo llevó a asumir plenamente su humanidad.
 No valoran la cruz ni la entrega de Jesús por toda la humanidad.
 No valoran el compromiso ético que implica el seguimiento de Jesucristo.
Parece ser que el griego, lengua original de los cuatro Evangelios canónicos y de todo
el Nuevo Testamento, lo fue también de los apócrifos. Sin embargo, de la mayoría de estos
evangelios apócrifos no tenemos los textos griegos originales ni copias antiguas y fidedignas,
como sí las tenemos de los evangelios canónicos. Sólo nos han llegado traducciones
posteriores, que suelen datarse entre finales del siglo III y comienzos del IV.

APÓCRIFOS DEL NACIMIENTO E INFANCIA DE JESÚS


Entre éstos habría que destacar tres, por el influjo que tuvieron en la piedad popular
antigua: el Protoevangelio de Santiago que por las referencias que encontramos en los
escritores eclesiásticos antiguos, tuvo que ser escrito probablemente en el siglo II. El
Evangelio del Pseudo Mateo, cuyo origen hay que datar probablemente a mediados del siglo
IV d.C. Y el Evangelio de la Natividad de María, que es posterior y depende de los anteriores.
Común a todos ellos es que pretenden llenar las lagunas de información sobre el nacimiento e
infancia de Jesús y María que dejan los cuatro evangelios canónicos. Éstos no dicen nada
sobre la infancia de María. Sólo Mateo y Lucas hablan del nacimiento de Jesús y son muy
sobrios en sus relatos, muy teológicos en los pocos datos que aportan.
La piedad popular quería saber más y conocer más detalles de la infancia de Jesús y de
María. De aquí el gusto de los apócrifos de la infancia por detalles en esta materia, pero de
talante ingenuo y popular, en tono de una leyenda fantástica, recalcando la actuación
maravillosa, portentosa de Dios o de Jesús incluso desde muy niño…una especie de Harry
Potter precoz.
Lo mismo respecto a la infancia de la Virgen; destacando su separación de una niñez
normal, recalcando lo portentoso, piadoso e inverosímil. Todos estos apócrifos se caracterizan
por su imaginación creadora, por una maravillosa e ingenua narración, llena de rasgos
legendarios y fantásticos, pues pretenden destacar más el poder sobrenatural de Dios y de
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Jesús por sobre la Encarnación. Fomentan una piedad popular mariana paralela a la del Nuevo
Testamento.
Las Iglesias cristianas no aceptaron estos evangelios no sólo por ser tardíos, sino
porque destacan una imagen de Jesús que acentúa lo legendario, portentoso, maravilloso; en
desmedro del misterio de la Encarnación. Sin pretenderlo tal vez, los apócrifos de la infancia
presentan una imagen poco fiable de Jesús y de María, muy alejada del estilo tan sobrio,
teológico y profundo de los evangelios canónicos.
Los apócrifos de la infancia tuvieron mucho éxito entre grupos de gentes sencillas o
grupos que tendían a negar la Encarnación, el hecho de que Jesucristo verdaderamente asumió
plenamente la condición humana. Por todo esto, no son fiables para acceder verazmente al
misterio de la vida y ministerio de Jesús de Nazaret ni a la vida y testimonio de fe de la
Santísima Virgen.
Con todo, estos evangelios fueron enormemente populares en medios campesinos,
especialmente del Egipto cristiano. Por esto, algunos datos de esta tradición apócrifa pasaron a
la piedad popular de la Iglesia; aludíamos por ejemplo a los nombres de los padre de la Virgen
María (Joaquín y Ana); el buey y la mula junto al Pesebre (del Pseudo Mateo); el nombre de
los Reyes Magos (evangelio armenio de la infancia); la fiesta de la Presentación de María en el
Templo (Protoevangelio); la leyenda según la cual José era viejo y viudo, pero al ir al Templo
con los otros varones para que Dios decidiera quién iba a ser el esposo de la Virgen María,
sólo de su vara salió una paloma que lo confirmó como designado por Dios para proteger la
virginidad de María; esto explicaría que en el Nuevo Testamento se hable de los hermanos y
hermanas de Jesús, que no serían hijos de María, sino del primer matrimonio de José
(Protoevangelio).
A continuación, pondremos unas citas que nos ayudarán a comprender por qué las
Iglesias no aceptaron estos evangelios como canónicos, pues destacan excesivamente lo
prodigioso en desmedro de la humanidad real de Jesús o de María:
“Y María era la admiración de todo el pueblo; pues teniendo sólo tres años, andaba
con un paso tan firme, hablaba con una perfección tal y se entregaba con tanto fervor a las
alabanzas divinas, que nadie la tendría por una niña, sino más bien por una persona mayor.
Era, además, tan asidua en la oración como si tuviera ya treinta años. Su faz era
resplandeciente cual la nieve, de manera que con dificultad se podía poner en ella la
mirada.
(...) Esta era la norma de vida que se había impuesto [¡a los tres años!]: desde la
madrugada hasta la hora de tercia hacía oración; desde tercia hasta nona se ocupaba en sus
labores; desde nona en adelante consumía todo el tiempo en oración hasta que se dejaba ver
el ángel del Señor, de cuyas manos recibía el alimento” (Pseudo-Mateo VI 1-2).

“José, dejando su hacha, se unió a ellos, y, una vez que se juntaron todos, tomaron
cada uno su vara y se pusieron en camino en busca del sumo sacerdote. Éste tomó todas
las varas, penetró en el templo y se puso a orar. Terminado que hubo su plegaria, tomó de
nuevo las varas, salió y se las entregó, pero no apareció señal ninguna en ellas. Mas, al
coger José la última, he aquí que salió una paloma de ella y se puso a volar sobre su cabeza.
Entonces el sacerdote le dijo: “A ti te ha cabido en suerte recibir bajo tu custodia a la
Virgen del Señor”.
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En la huida a Egipto:

“Asimismo, los leones y leopardos le adoraban e iban haciéndoles compañía en el


desierto. Adondequiera que María y José dirigieran sus pasos, ellos les precedían,
enseñándoles el camino. E inclinando sus cabezas, adoraban a Jesús” (Pseudo-Mateo XIX 1).

“Y cuando María se sentó, miró hacia la copa de la palmera y la vio llena de frutos,
y le dijo a José: “Me gustaría, si fuera posible, tomar algún fruto de esta palmera”. Más
José le respondió: “Me admira el que digas esto, viendo lo alta que está la palmera, y el que
pienses comer de sus frutos. A mí me preocupa más la escasez de agua, pues ya se acaba la
que llevábamos en los odres y no queda más para saciarnos nosotros y abrevar a los
jumentos”. Entonces el niño Jesús, que plácidamente reposaba en el regazo de su madre,
dijo a la palmera: “Agáchate, árbol, y con tus frutos da algún refrigerio a mi madre”. Y a
estas palabras inclinó la palmera su penacho hasta las plantas de María, pudiendo así
recoger todo el fruto que necesitaba para saciarse” (Pseudo-Mateo XX 1-2).

“Sucedió esto después de la vuelta de Egipto. Se encontraba Jesús en Galilea, recién


cumplidos sus tres años, y jugaba un día con otros niños junto al lecho del Jordán. Se sentó
e hizo siete balsas de barro. En ellas abrió otros tantos canales por los que con sólo su
mandato hacía discurrir el agua de la corriente y luego la dejaba salir. Más uno de aquellos
muchachos, hijo del diablo, cerró por envidia los orificios que daban entrada al agua en las
balsas y estropeó la obra de Jesús. Éste le dijo: “¡Ay de ti, hijo de la muerte, hijo de
Satanás! ¿Te atreves a deshacer lo que yo acabo de construir?” Y al momento quedó
muerto el rapaz” (Pseudo-Mateo 16,1).

LOS EVANGELIOS GNÓSTICOS DE NAG HAMMADI

El segundo grupo de escritos apócrifos, es el de los evangelios gnósticos. Estos no


son tan “inofensivos” como los de la infancia, pues presentan otro tipo de espiritualidad,
muy distinta de la de los canónicos. Su interés radica en dar a conocer a un Jesús Gnóstico;
lo cual prueba una vez más que el cristianismo primitivo fue muy plural y que junto a las
grandes iglesias surgidas de la predicación de los apóstoles o de los discípulos de los
apóstoles, existían otros grupos cristianos que proponían una fe heterodoxa; estos grupos de
cristianos disidentes de la Iglesia son los que producen este grupo de evangelios gnósticos.
Varios autores1 proponen que estos grupos surgen como una reacción contra la
jerarquización a su juicio, excesiva de la Iglesia en torno a la figura del obispo monárquico,
que ha tomado como referencia la estructura patriarcal del Imperio romano. Otras causas: la
marginación progresiva de las mujeres en roles litúrgicos en la Iglesia, que comienza a
aparecer en algún escrito tardío del Nuevo Testamento (ver 1° Timoteo 2,11-15). Los
grupos gnósticos, inspirándose tal vez en el evangelio de Juan, en el que las mujeres
desempeñan un claro papel teológico y pastoral, dan mayor protagonismo eclesial a las
mujeres.

1
Xavier Alegre, “Jesús, Judas Da Vinci, Cuadernos Cristianisme i Justicia N° 142, Barcelona, 2006.
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Lo fundamental: el gnosticismo reacciona contra una respuesta superficial al


problema del mal en el mundo. Pues este movimiento refleja (equivocadamente, por cierto)
una inquietud fundamental por ese problema.
Lamentablemente el desarrollo del dogma y de la reflexión teológica estaba en
ciernes aún; tal vez por esto ni las Iglesias apostólicas supieron descubrir a tiempo lo de
positivo que podrían tener las búsquedas e inquietudes que pretendía asumir el gnosticismo;
ni los gnósticos, por sus aspectos fuertemente herméticos y sectarios, hicieron esfuerzos
especiales por dialogar con la Iglesia. Pasada la gran crisis gnóstica del siglo II y III, será el
surgimiento de un gran movimiento espiritual dentro de la Iglesia, el que asumirá las
inquietudes místicas que alimentaban la clientela gnóstica, pero ahora será con un carisma
al servicio de la ortodoxia y en comunión con la Iglesia, nos referimos al nacimiento del
monacato cristiano, que surge a fines del siglo III en Egipto, incluso en tiempos en los que
arrecia la persecución imperial contra los cristianos. Pronto lo veremos.

RASGOS GENERALES DE LA GNOSIS

La diversa recepción del mensaje de Jesús y su transmisión a la luz de su Pascua, tal


como fueron plasmadas en los escritos del NT, evidenciaban desde el principio una variedad
en la conciencia de la fe. Mediante la acentuación de ciertos elementos de la proclamación
bíblica, afloraron conflictos junto a las respectivas tendencias religiosas o en unión con
doctrinas soteriológicas, que condujeron a la separación de grupos disidentes de la Iglesia
apostólica.
La Jerarquía de la Iglesia se sintió obligada a insistir en la doctrina verdadera que le
había sido comunicada mediante la tradición viva de las comunidades fundadas por los
apóstoles, y que quedaba asegurada así por el criterio de la apostolicidad.
La confrontación con las herejías revistió caracteres de gran virulencia. Sin embargo,
paradójicamente, la heterodoxia contribuyó esencialmente al desarrollo de la doctrina eclesial
y actuó como crisol de los verdaderos creyentes (cf. 1 Cor 11,19).
Hoy asistimos a un renovado interés por el estudio del gnosticismo debido a diversas
circunstancias propias de la post modernidad. La gnosis en sus orígenes y tal vez hoy también,
es un intento de comprender y compensar la realidad del mal en el mundo y la dureza de la
vida, es un intento de encontrar consuelo, sin que sea necesario encargarse de la
transformación de las injusticias del mundo, que generan gran parte de nuestros males.
Para otros autores, el interés por la gnosis está en su reacción contra el modo como las
grandes Iglesias asumieron la fe y organizaron a la comunidad en torno a la Jerarquía. El
gnosticismo cuestionaba la pretensión de las grandes Iglesias de que sólo Ellas gozaban de la
legítima autoridad apostólica incuestionable para interpretar y administrar la experiencia
religiosa cristiana y el legado del Señor Jesús. No es casual que la gnosis y el gnosticismo
cristiano florecieran precisamente cuando la estructuración jerárquica de las Iglesia se
consolidaba en su triple dimensión de obispos, sacerdotes y diáconos; pues para la Iglesia
católica sólo éstos, en cuanto están legitimados por la sucesión apostólica, son los garantes de
la fidelidad a la tradición original fundadora del cristianismo.
En cambio, para los cristianos gnósticos, la invención creativa personal y subjetiva era
el sello distintivo de todo aquel que se “volvía espiritualmente vivo”. A los que se limitaban a
repetir las palabras del maestro, se le consideraba inmaduros espirituales; para los gnósticos,
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ellos, los escogidos: “quienquiera que reciba el espíritu se comunica directamente con lo
divino”2.
En el fondo, lo que estaba en juego era quién interpretaba y administraba
legítimamente la revelación de Jesús de Nazaret, que nos ha llegado a través de los “testigos
oculares”, es decir, de los apóstoles. La respuesta que da a esta pregunta el gran maestro
gnóstico Valentín, que llegó a Roma el año 140, es la siguiente:
“Arguyeron que sólo la experiencia propia ofrece el criterio último de la verdad,
teniendo prioridad ante todo testimonio de segunda mano y toda tradición, ¡incluso la tradición
gnóstica! Celebraron todas las formas de invención creativa como prueba de que una persona
ha pasado a estar espiritualmente viva. Según esta teoría, la estructura de la autoridad jamás
puede quedar fijada a un marco institucional: debe seguir siendo espontánea, carismática y
abierta” (Los Evangelios Gnósticos, p.66).
Los gnósticos destacaban el valor del “conocimiento creador”, de ahí precisamente el
nombre del movimiento: gnosis. El nombre de gnósticos se debe al antiguo escritor
eclesiástico del siglo III, San Hipólito Romano3, dicho autor en su obra Refutación de todas
las Herejías, dice que un grupo de los denominados naasenos (o seguidores de la serpiente)
“se autodenominaron “gnósticos”, proclamándose los únicos poseedores del conocimiento
profundo”.
Es fundamental en la gnosis la tesis de que la salvación la consiguen sólo los
elegidos, los despiertos y vivos espiritualmente mediante la adquisición de un
conocimiento secreto, superior a los sentidos, a la razón y a la fe.
Tal conocimiento no lo poseen todos los mortales, sino sólo aquellas personas
escogidas que han sido agraciadas por una chispa de luz divina desprendida de Dios y
encerrada en la cárcel del cuerpo. Estos elegidos se denominan a sí mismos “pneumáticos”
(“espirituales”). Siendo así, la gnosis es una introspección psicológica y religiosa, con
connotaciones místicas, que pretende responder a la triple pregunta: ¿De dónde he venido,
¿dónde estoy, adónde voy?
Por esto, para el gnosticismo antiguo, la revelación es un mensaje divino capaz de
“despertar” a los seres humanos “pneumáticos”, es decir, a los gnósticos, haciéndoles caer en
la cuenta de que su espíritu es superior a la materia, que no proviene del mundo inferior de la
materia, sino del pléroma divino y que a éste debe retornar.

2
E. Pagels, Los Evangelios Gnósticos, Barcelona 1982, p. 59.
3
San Hipólito de Roma (170?-235?), el teólogo más importante del siglo III en la Iglesia occidental y primer
antipapa (217?-235?). Tuvo su primer protagonismo durante el pontificado del papa Ceferino (198-217), a
quien acusó de laxismo en el cumplimiento de la disciplina. También se opuso a Calixto, el archidiácono que
llegó a papa en el año 217, por su condescendencia a la hora de volver a dar la comunión a los culpables de
adulterio y fornicación. Hipólito entonces se instauró a sí mismo como un antipapa. En el año 235, durante la
persecución de los cristianos por el emperador Maximino, Hipólito fue deportado a las minas de Cerdeña,
donde se reconcilió con la Iglesia. La obra más importante de Hipólito es Refutación de todas las herejías,
que se sigue utilizando como fuente de información sobre este periodo y por sus valiosos datos acerca del
gnosticismo. Otras obras son Tradición apostólica, la fuente más completa que existe para una visión de la
organización de la Iglesia y el culto en los siglos II y III, y su Comentario a Daniel, el comentario bíblico
cristiano más antiguo que se conserva en su totalidad.
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La revelación gnóstica consiste en experimentar la dignidad no de la persona humana,


sino de uno de sus componentes: el “espíritu”, así como la excelsitud de su origen divino y de
su destino.
En definitiva, para los gnósticos la salvación no tiene que ver con la entrega de Cristo
por toda la humanidad, sino en el acceso de los elegidos al conocimiento (gnosis) capaz de
hacer consiente al espíritu humano de su destino trascendente, de liberarlos de su situación, así
como de colocarlos en su situación definitiva tras la muerte.
En un ambiente en que ya comienzan las persecuciones sistemáticas del Imperio a los
cristianos, los evangelios gnósticos fueron la respuesta para algunos cristianos que no veían
con buenos ojos el martirio ni el oponerse a los poderes de este mundo. Su espiritualismo y
ocultismo evitaba el que alguien los descubriera y denunciara a las autoridades imperiales
como elementos políticamente peligrosos o sospechosos de deslealtad con el Imperio.
Finalmente, una gran preocupación de los gnósticos antiguos (y actuales), es el
problema del mal. El gnosticismo pretende explicar la existencia del mal en el mundo a partir
de su visión dualista de la creación. Para ellos, el Dios supremo es trascendente, lejano
impersonal e inactivo. Recibe diversos nombres: Padre, Trascendente, Amorfo, Abismo, Pre-
Padre, etc. Por esto no interviene ni en la creación de la materia ni en la formación del mundo,
ni en su gobierno, ni en la vida de los seres humanos, ni en la historia de la humanidad. Ni
interviene ni puede intervenir, pues, si lo hiciera, se contaminaría, se volvería malo, dejaría de
ser divino; pues la materia es obra de Satán. Y, por lo tanto, no se puede culpar a Dios del mal
del mundo.
Para los gnósticos, el origen del mundo es así: Dios, el Trascendente, el totalmente
Desconocido, por una decisión absolutamente libre, decide comunicarse por gracia. A partir de
esta decisión, comienza la emisión descendente de los “eones” (periodos de tiempo,
eternidad); designación genérica de las entidades o personificaciones del ámbito superior o
pleromático que van emanando de Dios.
Cada “eón” procede de la divinidad por emanación y emparejamiento (masculino-
femenino): Dios-Gracia, Abismo-Silencio, Entendimiento-Verdad, Palabra-Vida, Hombre-
Iglesia, etc., hasta completar la “ogdóada”, los cuatro pares de eones. Esta comunicación de
Dios puede ir multiplicándose. En este supuesto, el mundo material no es obra de Dios, sino
del Demiurgo y de la Sabiduría y es, por tanto, malo.
El Demiurgo recibe nombres diferentes según las diversas escuelas gnósticas y es a
menudo identificado con el Dios malo del Antiguo Testamento, contrapuesto al Dios Bueno,
Supremo, del Nuevo Testamento.
Se comprende así, como lo hace el Evangelio de Judas, la visión negativa de todo el
mundo material: el cuerpo humano, la sexualidad, etc. Y que la salvación no se obtenga por la
entrega de Jesús en la cruz, en la que “Dios estaba reconciliando consigo al mundo” (1° Cor.
5,17-21), para que nosotros, libres de la esclavitud del pecado, podamos hacer el bien gracias
al don del Espíritu de Jesús (Rom 8). Para los gnósticos, la salvación sólo la obtiene el “que
conoce las cosas ocultas”, como Judas en el evangelio gnóstico atribuido a él. Por eso,
suponiendo que la materia es el origen del mal, Jesús le pide a Judas que le ayude a liberarse
de su cuerpo, entregándolo a sus enemigos: pues no es bueno que Jesús esté inmerso en un
cuerpo humano, material.
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El gran peligro que significaba el gnosticismo para el cristianismo, es el hecho de que


la secta negaba un misterio fundamental de la fe cristiana: la Encarnación del Hijo de Dios;
algunos gnósticos llegan a afirmar que Jesús nunca poseyó un cuerpo humano, sino que era
sólo aparentemente hombre. Otros afirmaban que, en el momento de la cruz, Cristo, oculto en
Jesús, dejó su cuerpo y se rió de los que creían que lo estaban asesinando. Veamos algunos
ejemplos sacados del Evangelio de Tomás:
“Jesús dijo: Si les dicen sus guías: Miren, el Reino está en el cielo, entonces los
pájaros del cielo les precederán. Si les dicen: está en el mar, entonces los peces les
precederán. Pero el Reino está dentro de ustedes y está fuera de ustedes. Cuando se lleguen
a conocer, entonces serán conocidos y sabrán que ustedes son los hijos del Padre Viviente.
Pero si ustedes no se conocen, entonces ustedes están en la pobreza y ustedes son la
pobreza” (Evangelio de Tomás. Palabra 3).

“Jesús vio a unos pequeños que mamaban. Dijo a sus discípulos: estos pequeños que
maman son semejantes a los que entran en el Reino. Le dijeron: entonces, ¿haciéndonos
pequeños entraremos en el Reino? Jesús les dijo: cuando hagan de los dos uno y hagan lo
de dentro como lo de fuera y lo de fuera como lo de dentro y lo de arriba como lo de debajo
de modo que hagan lo masculino y lo femenino en uno solo, a fin de que lo masculino no
sea masculino ni lo femenino sea femenino; cuando hagan ojos en lugar de un ojo y una
mano en lugar de una mano y un pie en lugar de un pie, una imagen en lugar de una
imagen, entonces entrarán [en el Reino]” (Palabra 22).

“Si les preguntan: ¿de dónde vienen?, díganles: hemos salido de la Luz, de donde la
Luz ha procedido de sí misma, se ha mantenido y se ha revelado en sus imágenes. Si les
Preguntan: ¿quiénes son?, digan: somos sus hijos y somos los elegidos del Padre Viviente.
Si les preguntan: ¿cuál es el signo de su Padre en ustedes?, díganles: es un movimiento y un
reposo” (Palabra 50).
“Jesús dijo: el Reino es semejante a un hombre pastor que tenía cien ovejas. Una de
ellas se perdió: era la mayor. Él dejó las noventa y nueve y fue en búsqueda de la una hasta
que la encontró. Habiéndose cansado dijo a la oveja: Te quiero más que a las noventa y
nueve” (Palabra 107).
“Simón Pedro les dijo: que María salga de entre nosotros porque las mujeres no son
dignas de la vida. Jesús dijo: miren, yo la impulsaré para hacerla varón, a fin de que llegue
a ser también un espíritu viviente semejante a ustedes los varones; porque cualquier mujer
que se haga varón, entrará en el Reino de los cielos” (Palabra 114).

La mayoría de las sectas gnósticas profesaban el cristianismo, pero sus creencias, como
hemos visto, eran diferentes a las de la mayoría de los cristianos de los primeros tiempos de la
Iglesia.
Los textos gnósticos no revelan nada acerca del origen de la secta ni de las vidas de sus
maestros más importantes. En consecuencia, la historia del movimiento tiene que deducirse de
las tradiciones reflejadas en los textos opuestos al gnosticismo. No se ha resuelto la cuestión
de si este movimiento se desarrolló primero como una doctrina no cristiana independiente,
pero lo cierto es que las sectas paganas gnósticas existieron.
82

La mitología gnóstica puede haber nacido de la especulación judía establecida en Siria


y Palestina a finales del siglo I, que a su vez recibió la influencia de las religiones dualistas
persas, de modo preponderante del zoroastrismo. Hacia el siglo II, los maestros gnósticos
cristianos habían sintetizado esta mitología con la especulación metafísica platónica y algunas
tradiciones cristianas heréticas. Los gnósticos cristianos más importantes fueron Valentín y su
discípulo Tolomeo, que fueron influyentes en la Iglesia de Roma durante el siglo II. Todos
ellos, a la vez que seguían formando parte de la comunidad cristiana, se reunían en pequeños
grupos para practicar sus enseñanzas y rituales secretos.
A pesar de que muchos gnósticos se consideraban a sí mismos cristianos, algunas
sectas asimilaron sólo los elementos menores del cristianismo en un conjunto de textos
gnósticos no cristianos. Los cristianos gnósticos se negaban a identificar el Dios del Nuevo
Testamento, el Padre de Cristo, con el Dios del Antiguo Testamento, y elaboraron una
interpretación no ortodoxa del ministerio de Jesús; así, escribieron evangelios apócrifos (como
los evangelios de Tomás y de María) para justificar su afirmación de que Jesús expuso a sus
discípulos la verdadera interpretación gnóstica de sus enseñanzas: Cristo, el espíritu divino,
habitó el cuerpo del hombre Jesús pero no murió en la cruz, sino que ascendió al reino divino
del cual había venido. Los gnósticos rechazaban así el sufrimiento, la muerte expiatoria de
Jesús, así como la resurrección del cuerpo terrenal. También rechazaban otras interpretaciones
literales y tradicionales del Evangelio.
Las doctrinas gnósticas sobre la redención quedaron plasmadas en una variadísima
literatura, casi siempre pseudoepigráfica4, y ejercieron una gran atracción a pesar del rasgo
fundamental de pesimismo. Frente a tales tendencias de disolución, la Iglesia se vio en la
necesidad de conservar en su totalidad la revelación bíblica, y de asegurar su carácter
histórico. Nacieron numerosos escritos en contra de las tendencias gnósticas. La mayoría de
ellos se han perdido. Sin embargo, una obra como el Tratado contra las herejías de San Ireneo
de Lyon o la de Tertuliano Contra Marción manifiestan claramente la dirección que sigue la
argumentación ortodoxa anti gnóstica.

SAN IRENEO DE LYON Y SU LUCHA CONTRA EL GNOSTICISMO


Ireneo es una de las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos. Sus noticias
biográficas nos vienen de su mismo testimonio, que ha llegado hasta nosotros gracias a
Eusebio de Cesarea5 en el quinto libro de la «Historia eclesiástica».

4
Pseudoepígrafos: escritos judíos y cristianos que aparecieron en los últimos días del Antiguo Testamento y
continuaron hasta bien entrada la era cristiana. Fueron atribuidos por sus autores a grandes figuras y autoridades
religiosas del pasado
5
Eusebio de Cesarea (260?-340?), teólogo, historiador eclesiástico y erudito cristiano. Fue perseguido durante las
persecuciones a comienzos del siglo IV, y es probable que fuera encarcelado en Egipto. Las persecuciones
cesaron después del año 310 y fue puesto en libertad.
Hacia el año 314, Eusebio se convirtió en obispo de Cesarea. En el Concilio de Nicea I (325) se convirtió en el
líder de los semiarrianos, grupo moderado contrario a la discusión de la naturaleza de la Santísima Trinidad, que
preferían el sencillo lenguaje de las Sagradas Escrituras a las sutilezas de las distinciones metafísicas. Eusebio
contó con la protección de Constantino I, emperador de Roma, y fue uno de los hombres más instruidos de su
83

Ireneo nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy en Turquía) entre los años 135 y
140, donde en su juventud fue alumno del obispo Policarpo, quien a su vez era discípulo del
apóstol Juan. No sabemos cuándo se transfirió de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debió
coincidir con los primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177,
encontramos a Ireneo en el colegio de los presbíteros.

Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de
Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a Ireneo la persecución del emperador Marco
Aurelio6, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo
de Lyon, Potino, de noventa años, fallecido a causa de los malos tratos en la cárcel. De este
modo, a su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó
totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el
martirio.
Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene la prudencia, la
riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca un doble objetivo: defender la
verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y exponer con claridad la verdad de la fe.
A estos dos objetivos responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los
cinco libros «Contra las herejías» y «La exposición de la predicación apostólica», que puede
ser considerada también como el «catecismo de la doctrina cristiana» más antiguo. En
definitiva, Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.

Como sabemos, la Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina
que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los
sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados,
los intelectuales - se llamaban «gnósticos» - podrían comprender lo que se escondía detrás de
estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite.
Obviamente este cristianismo elitista se fragmentaba cada vez más en diferentes
corrientes, con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para
muchas personas. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir,
se negaba la fe en el único Dios Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo.
Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio
negativo. Este principio negativo habría producido la materia y el mundo.

Arraigándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, Ireneo refuta el


dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con
decisión la originaria santidad de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que el espíritu.
Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía: se puede decir, de hecho, que
se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, que creó la teología sistemática; él
mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe. En el
centro de su doctrina está la cuestión de la «regla de la fe» y de su transmisión.
Para Ireneo la «regla de la fe» coincide en la práctica con el «Credo» de los apóstoles,
y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio.

tiempo. Entre sus escritos históricos destacan dos obras apologéticas, además de La Crónica (c. 303), una historia
del mundo, y, sobre todo, Historia eclesiástica (c. 324).
6
Marco Aurelio Antonino (121-180), emperador romano (161-180) y filósofo estoico.
84

El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender
lo que quiere decir, la manera en que tenemos que leer el mismo Evangelio.

De hecho, el Evangelio predicado por Ireneo es el que recibió de Policarpo, obispo de


Esmirna, y el Evangelio de Policarpo se remonta al apóstol Juan, de quien Policarpo era
discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales que
pretenden superar la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el impartido por los
obispos que lo han recibido gracias a una cadena interrumpida que procede de los apóstoles.
Éstos no han enseñado otra cosa que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad
de la revelación de Dios. De este modo, nos dice Ireneo, no hay una doctrina secreta detrás del
Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada
públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo es apostólica esta fe, procede de los
apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.

Al adherir a esta fe transmitida públicamente por los apóstoles a sus sucesores, los
cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar específicamente
la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su
antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio
apostólico, Pedro y Pablo. Con la Iglesia de Roma tienen que estar en armonía todas las
Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe
común de la Iglesia. Con estos argumentos, resumidos aquí de manera sumamente breve,
Ireneo confuta en sus fundamentos las pretensiones de estos gnósticos, de estos intelectuales:
ante todo, no poseen una verdad que superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de
origen apostólico, se lo han inventado ellos. En segundo lugar, la verdad y la salvación no son
privilegio y monopolio de pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación
de los sucesores de los apóstoles, y sobre todo del obispo de Roma.
En particular, al polemizar con el carácter «secreto» de la tradición gnóstica, y al
constatar sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, Ireneo se preocupa por ilustrar el
concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.

a) La Tradición apostólica es «pública», no privada o secreta. Para Ireneo no hay duda


alguna de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los apóstoles y
de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiere conocer la
verdadera doctrina le basta conocer:

«La Tradición que procede de los apóstoles y la fe anunciada a los hombres»:


tradición y fe que «nos han llegado a través de la sucesión de los obispos» («Contra las
herejías» 3, 3, 3-4).

De este modo, coinciden sucesión de los obispos, principio personal, Tradición


apostólica y principio doctrinal.

b) La Tradición apostólica es «única». Mientras el gnosticismo se divide en numerosas


sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos
visto, Ireneo llama «regula fidei» o «veritatis»: y dado que es única, crea unidad a través de
los pueblos, a través de las diferentes culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido
85

común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas. Hay una expresión
preciosa de san Ireneo en el libro «Contra las herejías»:

«La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe [de los apóstoles], a pesar de estar
diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única;
cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica
todo esto con una sola voz, y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si
bien las lenguas en el mundo son diversas, única y siempre la misma es la fuerza de la
tradición.
Las iglesias que están en las Germanias no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa
las iglesias de las Hibernias, ni las que existen entre los celtas, ni las de Oriente, ni las de
Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo» (1, 10, 1-2).

Ya en ese momento, nos encontramos en el año 200, se puede ver la universalidad de la


Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan
diferentes, de Alemania a España, de Italia a Egipto y Libia, en la común verdad que nos
reveló Cristo.

c) Por último, la Tradición apostólica es como él dice en griego, la lengua en la que


escribió su libro, «pneumática», es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en
griego, se dice «pneuma». No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de los
hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la
transmisión de la fe. Esta es la «vida» de la Iglesia, que la hace siempre joven, es decir,
fecunda de muchos carismas. Iglesia y Espíritu para Ireneo son inseparables: «Esta fe»,
leemos en el tercer libro de «Contra las herejías»,

«La hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos: la fe, por obra del Espíritu de Dios,
como depósito precioso custodiado en una vasija de valor rejuvenece siempre y hace
rejuvenecer también a la vasija que la contiene… Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de
Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia» (3, 24, 1).

Como se puede ver, Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición,


la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, pues esta Tradición siempre está
internamente vivificada por el Espíritu Santo, que la hace vivir de nuevo, hace que pueda ser
interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia
debe ser transmitida de manera que aparezca como tiene que ser, es decir, «pública», «única»,
«pneumática», «espiritual».
A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo
discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia. Más en general,
según la doctrina de Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente anclada
en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación de
Espíritu. Esta doctrina es como una «senda maestra» para aclarar a todas las personas de
buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para dar un empuje
siempre nuevo a la acción misionera de la Iglesia, a la fuerza de la verdad que es la fuente de
todos los auténticos valores del mundo.
86

Con la insistencia en la tradición apostólica y con la fijación del canon, la Iglesia hizo
frente a la subjetiva pretensión de la revelación de los gnósticos. Frente a una imagen de Dios
irreconciliablemente dualista, que incluía una valoración negativa del mundo material, se
subrayó la fe en el Dios uno y creador. La acentuación de la humanidad de Cristo y de su
muerte en la cruz como fundamento de la redención se inscribió en el centro de la polémica,
con la intensión de poner freno a cualquier intento de vaciar de contenido el acontecimiento
divino de salvación. Indudablemente la confrontación con el gnosticismo promovió el
desarrollo de la conciencia de la fe, y configuró con nitidez creciente los rasgos de la imagen
externa de la llamada gran Iglesia. Con la exclusión de los herejes, la ortodoxia ganó terreno, y
la Iglesia romana demostró ser un baluarte destacado de la ortodoxa fe apostólica.
La destrucción de escritos sectarios es, finalmente, la causa principal de las lagunas
que todavía existen en el conocimiento del gnosticismo.
Hacia el siglo III el gnosticismo empezó a sucumbir ante la oposición y persecución de los
cristianos ortodoxos. En parte como reacción a la herejía gnóstica, la Iglesia reforzó su
organización centralizando la autoridad en la figura del obispo, que redobló esfuerzos para
suprimir a los gnósticos organizados de una forma precaria. Además, conforme la teología y la
filosofía ortodoxas cristianas se fueron desarrollando, las primeras enseñanzas mitológicas
gnósticas empezaron a parecer raras y toscas. Tanto los teólogos cristianos como el filósofo
neoplatónico del siglo III Plotino atacaron la idea gnóstica de que el mundo material es malo
en esencia. Los cristianos defendieron su identificación del Dios del Nuevo Testamento con el
Dios del judaísmo y su creencia en que el Nuevo Testamento es el único conocimiento
revelado.
El desarrollo del misticismo cristiano y el ascetismo al surgir el monacato, saciaron la
mayoría de los impulsos que habían dado lugar al gnosticismo y muchos gnósticos se
convirtieron a las creencias ortodoxas. A finales del siglo III, el gnosticismo como
movimiento diferenciado, parecía haber desaparecido.
Así vemos que la Iglesia reaccionó con determinación ante el peligro gnóstico. Los
campeones de la fe ortodoxa fueron Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito y otros escritores
eclesiásticos que contraatacaron con argumentos fundamentados en la Tradición apostólica:
 Se formuló así más claramente el credo bautismal.
 Se estableció el canon fijo de las Escrituras.
 Se reconoció la correlación de los dos Testamentos, aceptándolos con igual veneración. Es
decir, al subjetivismo de los herejes la Iglesia enfrentó la solidez de una doctrina que se
reconocía revelada por Cristo a los apóstoles y por estos transmitida a las Iglesias.
 El núcleo de la propuesta eclesial estaba fundamentado en la tradición apostólica y en la
sucesión apostólica. Ya Ireneo de Lyon, hacia el 180, en la controversia con los gnósticos,
presentó, como argumento que demostraba la fidelidad de la Iglesia a los orígenes
evangélicos, listas de obispos de las Iglesias principales que tenían su origen en los
mismos Apóstoles y que se sucedían ininterrumpidamente.
En efecto, la Iglesia venció las herejías porque las comunidades dirigidas por sus obispos
las rechazaron con determinación y, entre estas, hay que señalar a Roma, que desde muy
temprano se convirtió en punto de referencia y de confirmación en las controversias
87

doctrinales. El mismo Ireneo atribuye a la Iglesia romana una especial preeminencia y explica
que por esto la Iglesia particular que desee conservar la tradición apostólica debe
necesariamente concordar con Ella.

DE LA CASA PRIVADA A LA BASÍLICA


Desde el principio los cristianos insistieron en la necesidad de una conversión íntegra,
completa, de los candidatos a ser miembros de la Iglesia. El sacramento del bautismo no podía
concederse a un sujeto mal dispuesto o a quien la fe no hubiera transformado en profundidad.
Para ser admitido al bautismo resultaba imprescindible cumplir tres requisitos:
1. El pesar y el arrepentimiento de los pecados, porque el bautismo es un “baño para la
remisión de los pecados”.
2. La fe en la Iglesia como maestra de verdad: todo lo que Ella enseña, todo lo que Ella dice,
debe ser aceptado como verdadero. Esta exigencia suponía evidentemente una seria
enseñanza anterior.
3. Finalmente, se exigía una vida transformada, ya que había que asegurarse de que el
candidato era capaz de vivir de acuerdo con la doctrina y modelo de vida de Jesús.
A comienzos del siglo III algunas ceremonias acompañaban el rito del bautismo: la
imposición del signo de la cruz, la renuncia al demonio, exorcismos, la promesa de fidelidad a
Cristo y la unción con el “óleo de acción de gracias”.
Conocemos bien los ritos de la Iglesia de Roma a partir del siglo III gracias a la Tradición
Apostólica de Hipólito. Por esta época, la preparación o catecumenado puede durar hasta tres
años. El candidato al bautismo tiene que ser presentado por los cristianos que se ofrecen como
garantía de la sinceridad de su actitud (padrinos y madrinas). El catecúmeno tiene que
renunciar a ciertos oficios ligados a la idolatría o a comportamientos inmorales.
La preparación al bautismo supone una enseñanza dogmática y moral que recibe el nombre
de catequesis (acción de hacer resonar) y que hace descubrir el contenido de la fe a los que
han sido “despertados” por la proclamación (kerigma) del evangelio.
Hipólito nos dice que esta catequesis es dada por un “doctor” que puede ser clérigo o
laico. Cada instrucción va seguida de una oración común acompañada de una imposición de
manos por parte del doctor. Al final del catecumenado, se examina la conducta de los
candidatos.
El viernes anterior al bautismo, los catecúmenos y parte de la comunidad practican el
ayuno. El sábado, en una última preparación, el obispo impone las manos a los candidatos,
pronunciando los exorcismos, les sopla en el rostro, les hace la señal de la cruz en la frente, los
oídos y las narices. Los catecúmenos pasan en vela toda la noche del sábado al domingo
escuchando lecturas e instrucciones.
Al final de la noche de vigilia pascual, los ritos bautismales definitivos son celebrados.
Inmediatamente después, los nuevos bautizados participan en la eucaristía, avanzando así en
su iniciación cristiana. La costumbre de llevar vestiduras blancas los días que siguen al
88

bautismo es bastante frecuente. En algunas iglesias, el bautizado lleva una corona de hojas de
árbol y toma leche y miel, ya que acaba de entrar en esa tierra prometida que es la Iglesia.
El ritual del bautismo se refiere ante todo a los adultos, pero los niños pueden ser
bautizados a cualquier edad, al mismo tiempo que sus padres o cuando sus padres ya sean
cristianos. Sin embargo, muchos se oponen al bautismo de los niños. Tertuliano, exclama: “No
nace uno cristiano, sino que se hace”.
Los cristianos celebran cada domingo la resurrección del Señor. Es el primer día de la
semana, cuando el sábado es el último. Cristo renueva la creación, obra del primer día. Pero es
también el “día octavo”, culminación del tiempo y anuncio del retorno de Cristo.
La Pascua celebra solemnemente la Resurrección del Señor. Es posible que la fiesta de
pascua no se celebrara al principio más que por los cristianos de Oriente, mientras que en
Occidente se contentaban con el domingo. En todo caso, a finales del siglo II, todos los
cristianos celebraban la pascua, aunque se dividían respecto a la fecha exacta. En algunas
provincias de Oriente, los cristianos conservaron el día de la pascua judía. En todos los demás
sitios, eligieron el domingo siguiente a la fiesta judía. Después de algunas controversias en las
que Ireneo, obispo de Lyon, intentó calmar los espíritus (hacia el año 190), prevaleció el
segundo punto de vista.
El corazón de las celebraciones es el domingo cristiano y con más solemnidad aún el día
de pascua, en el que la celebración de la última cena del Señor, a la que los cristianos dan el
nombre de eucaristía, los hace participar de la muerte y de la resurrección de Jesús. Los textos
del NT nos dan pocos datos sobre el desarrollo de esta “fracción del pan” (1 Cor 10,16 y 11).
La Didajé pide a los participantes que confiesen previamente sus pecados. A través del
texto de Justino, resulta fácil descubrir las estructuras de la celebración eucarística que sigue
siendo la nuestra, en lo fundamental:
 La homilía es una nueva forma de enseñanza que se da a los cristianos; mantiene la
catequesis inicial. La homilía establece un vínculo entre el AT y la persona de Jesús y
propone al mismo tiempo una exhortación moral.
 El comulgante recibe el pan consagrado en la palma de la mano: “A cada uno de los que
comulgan el obispo le dirá: “el pan del cielo en Cristo Jesús”. El que lo recibe
responderá: “¡Amén!”. Comulgaban antes de empezar la comida en común.
 Esta celebración se convirtió en el centro de la nueva vida religiosa. Se trataba de la
expresión sensible de la unidad de la comunidad: “Como hay un solo pan, aun siendo
muchos formamos un solo cuerpo, pues todos y cada uno participamos de ese único pan”
(1 Cor 10,17). Esta celebración venía precedida, a imitación de la sinagoga, de la lectura
de textos bíblicos y de la homilía del sacerdote. Se distribuía la comunión bajo las dos
especies, Tertuliano da a entender que era costumbre recibirla en ayunas.
La fe cristiana implicaba a todo el ser humano, tanto en sus relaciones con Dios como en
su trato con los hermanos. El apologeta Teófilo describía a los creyentes así:

“Entre ellos se halla el sabio autodominio, se ejercita la morigeración, se observa la


monogamia, se mantiene la castidad, se elimina la injusticia, se extirpa el pecado en su
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raíz, se practica la justicia, se observa la ley, se demuestra la piedad con los frutos, se
considera la verdad como la cosa suprema”.
Este comportamiento implicaba una intensa vida religiosa, pero los cristianos no tenían
templos, ni sacrificios de animales, ni siquiera un sacerdocio comparable al judío o pagano.
Por esta razón, los paganos los consideraban ateos. En realidad, la explicación la encontramos
en la conversación de Jesús con la samaritana al borde de un pozo de agua tal como la describe
San Juan: “Pero se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto
auténtico darán culto al Padre en espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que
lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran han da dar culto en espíritu y verdad” (Jn.
4,23-24).
Los cristianos sabían que, aunque no tuvieran solemnidades religiosas ni celebraciones
cultuales impresionantes, ellos eran “los auténticos adoradores” de Dios, pues toda la vida y
las humildes reuniones fraternas en las que celebraban “la cena del Señor” o el bautismo de
nuevos adeptos, constituían un culto verdadero a Dios.
La Iglesia primitiva exigía mantener la pureza bautismal de manera “sacra e
inviolable”, por lo que eran muy severos con los pecadores. No obstante, sólo algunos obispos
llevaban su rigorismo hasta el extremo de excluir definitivamente de la Iglesia a quienes
habían cometido los llamados “pecados capitales”. La penitencia eclesiástica para el cristiano
que había pecado gravemente constituía la ocasión de reintegrarse en la comunidad.
Los pecados graves (especialmente la apostasía, el asesinato y el adulterio) exigían una
confesión y una penitencia pública. La Didajé invita a los cristianos a “confesar sus pecados
antes de la plegaria y de la eucaristía”. Se trata de faltas de la vida ordinaria, tal como lo
indica ya la carta de Santiago (5,6). El bautizado no debería ya pecar gravemente. Sin
embargo, en el siglo II se admite generalmente, con alguna reticencia, que es posible la
reconciliación de los pecados graves (apostasía, asesinato, adulterio), solamente una vez en la
vida, por asimilación al bautismo que renueva la penitencia.
La persecución del emperador Decio en el año 250 engendró un conflicto a propósito
de la reconciliación de los cristianos apóstatas. Los indulgentes se oponían a los intransigentes
en Cartago y en Roma. Hubo cismas y se constituyeron comunidades disidentes. El desarrollo
concreto de la penitencia no es muy bien conocido a lo largo de los tres primeros siglos.
Con todo, sabemos que los pecadores públicos no recibían la eucaristía. La
reconciliación con la Iglesia tenía lugar el Jueves Santo, generalmente después de una larga
penitencia, que, a veces, llegaba hasta el momento de la muerte.
Los días de ayuno eran los miércoles y los viernes. Se trataba de identificarse con el
Señor que sufre. El ayuno se ha mantenido como una devoción y un instrumento de penitencia
en la comunidad cristiana de manera ininterrumpida hasta nuestros días.
Los creyentes en Jesús no disponían de locales especiales para juntarse, por lo que los
cristianos se reunían en las casas privadas; en habitaciones suficientemente amplias para
acogerlos. Desde comienzos del siglo III se empezó a constituir una propiedad eclesiástica que
englobaba los lugares de culto y los cementerios. La casa-iglesia fue el lugar más común antes
de la paz de Constantino; después fue sustituida por el edificio basilical, de plano uniforme,
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heredado de la arquitectura civil de Roma y que se convirtió en el estilo característico de la


arquitectura cristiana.
El desarrollo del arte figurativo se produjo al mismo tiempo que se construían iglesias
y se instalaban necrópolis subterráneas, de las cuales merecen destacarse por su importancia y
estado de conservación las catacumbas de Roma. La producción artística está representada por
sarcófagos esculpidos y por las pinturas de las catacumbas. Abundaban las figuras de orantes,
del Buen Pastor, de pescadores, y motivos simbólicos: la paloma, el ancla, la barca, el pez.
Encontramos también, escenas con las figuras de Jonás, Noé, Daniel y el foso de los
leones, Lázaro y otros milagros. Todas servían para ilustrar la confianza del cristiano en el
poder salvador de Cristo. La escena del bautismo de Jesús y las representaciones de la cena
simbolizan los sacramentos.
La fiesta de la Pascua sustituyó el pesah judío, recuerdo de la liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto, y mantuvo viva la memoria de la muerte y resurrección de Cristo.

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