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LOS APÓCRIFOS DEL NUEVO TESTAMENTO (del griego apokryphos, 'oculto'), así son
llamados más de cien libros escritos por autores cristianos entre los siglos II y IV. Estos libros
poseen dos características en común:
1. En general su estilo se asemeja al de las escrituras del Nuevo Testamento, pudiendo
clasificarse muchos de ellos dentro de las categorías literarias de evangelios,
hechos, epístolas y apocalipsis.
2. No pertenecen al canon del Nuevo Testamento ni a los escritos de los Padres de la
Iglesia reconocidos.
Algunos de estos documentos fueron escritos para destinarlos a los “iniciados” de los
grupos gnósticos, que sostenían que la sabiduría tenía su origen en una tradición secreta; estos
libros eran auténticamente apócrifos, es decir, "libros mantenidos ocultos", sólo para uso de
los miembros de la secta. Otros fueron compuestos para su uso abierto y generalizado en las
Iglesias en las que sus autores se integraban; pero no llegaron a ser aceptados como parte del
canon ortodoxo de la Biblia, sino que fueron considerados como lecturas piadosas y populares.
Algunos de estos textos, como el Evangelio según los Hebreos, deben haber tenido un
rango de importancia en la vida cotidiana de los cristianos de origen judío. Otros eran leídos
en círculos gnósticos, como la Epístola de Eugnostos hallada en los textos de Nag-Hammadi,
una colección de tratados gnósticos descubiertos entre 1945 y 1946. También hay otros, como
la Historia de la Infancia de Tomás y los Hechos de Pilatos, elaborados para satisfacer la
curiosidad de la gente común de la Iglesia al rellenar "vacíos" de los escritos bíblicos con
fantásticos detalles acerca de los aspectos supuestamente desconocidos de la vida de Jesús.
Veamos con más detención los datos que sabemos acerca de los evangelios apócrifos.
Entre los cuatro evangelios canónicos y los llamados Apócrifos hay algunas diferencias
notables: la antigüedad y el contenido. Veámoslas brevemente.
Sabemos que “apócrifo” significa “oculto”; a estos evangelios se les llamó así porque
aparecieron bastante más tarde que los evangelios canónicos, que son todos del siglo primero,
y había por tanto que justificar el hecho de que los apócrifos hubieran aparecido más tarde.
Para esto se adujo que habían estado “escondidos” un tiempo.
Según los especialistas, la mayoría de los apócrifos encontrados hasta ahora
aparecieron en su lengua original, el griego, a finales del siglo II y sobretodo en el siglo III,
incluso varios de ellos aparecieron en el siglo IV o más tarde. Por ejemplo, el famoso
Evangelio de Judas debió ser escrito hacia el año 180. Para explicar esta aparición tardía se
recurrió a la ficción de que durante un tiempo estuvo “oculto”, y que por esto se habría
conocido más tarde.
Otra característica de los apócrifos es que no trasmiten la enseñanza pública de Jesús,
como lo hacen los evangelios canónicos, sino otra enseñanza privada, esotérica, elitista, que
Jesús habría comunicado a algunos personajes privilegiados, a quienes quería más que a los
demás (en esto imitan a Juan). Ésta sería otra razón más para explicar por qué se habían dado a
conocer tan tardíamente.
Los apócrifos utilizan el recurso llamado pseudonimia, es decir, atribuyen su autoría a
algún personaje famoso (un apóstol, por ejemplo); este era un recurso muy usado en la
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literatura bíblica y en la literatura judía entre los siglos III a.C. y I d.C. Por ejemplo, utilizó
este procedimiento el libro de Daniel del AT y entre los apócrifos judíos, el Primer Libro de
Henoc, el Segundo Libro de Baruc, o el Cuarto Libro de Esdras. Estos dos últimos son del
género literario apocalíptico judío, escritos en la misma época que el Apocalipsis de Juan.
Las revelaciones de Jesús de los distintos apócrifos son muy distintas entre sí, en
especial los apócrifos gnósticos; en esto también se diferencian de los evangelios canónicos
del NT. Veremos cómo en los evangelios apócrifos gnósticos, el interés por el conocimiento
espiritual, el conocimiento auténtico de sí mismo, que Jesús ayuda a descubrir, a despertar, en
lo más profundo del ser de algunos elegidos, es lo fundamental. La salvación la da ese
conocimiento elitista y sólo para los espirituales, no la da el sacrificio de Cristo en la cruz.
Otro rasgo distintivo de los evangelios gnósticos, es su desprecio por todo el mundo material,
el cuerpo, la humanidad, la creación entera, que es concebida como radicalmente mala y obra
de Satán.
El tan publicitado Evangelio de Judas es la copia copta (siglo IV) de un original del
siglo II de un evangelio gnóstico, su contenido no es novedoso para nada.
Es decir, en la tradición religiosa de las Iglesias cristianas antiguas no sólo aparecieron
los cuatro Evangelios canónicos del NT. Aparecieron también otros “evangelios” que las
grandes iglesias no aceptaron como fieles a lo que podemos saber históricamente de Jesús de
Nazaret.
Por otro lado, el estudio histórico de los apócrifos ha sido muy valioso para descubrir
que el cristianismo desde sus orígenes fue plural y controvertido, un poco como lo que nos
toca vivir a nosotros hoy. Sabíamos de la existencia de estos otros evangelios por las críticas
que le hacen grandes escritores eclesiásticos antiguos, campeones de la ortodoxia. Pero la
mayoría de estas obras no habían sido encontradas, ni siquiera en traducciones, especialmente
los apócrifos gnósticos. Gracias a un fortuito y valioso descubrimiento relativamente reciente
ocurrido en 1945 en Egipto, concretamente en Nag Hammadi, dejó al descubierto una
biblioteca de escritos gnósticos. El evangelio de Judas, descubierto también en Egipto más
tarde, podría haber formado parte de esta biblioteca.
El segundo grupo de apócrifos son conocidos como los evangelios gnósticos; más
elitistas, más antiguos que el grupo anterior, pero menos antiguos que los Evangelios
canónicos.
Gnósticos es un término griego que significa “conocedores”, se refiere a los miembros
de una secta esotérica que se infiltró en la Iglesia cristiana en el siglo II. Para los gnósticos, lo
que salva es poseer un conocimiento elitista, arcano, trasmitido sólo a algunos elegidos
Los evangelios gnósticos son muy diversos y divergentes entre sí; pero tienen en
común el que no cuentan la vida y palabras públicas de Jesús, que lo llevaron a la muerte en la
cruz, sino que contienen palabras secretas, desligadas de su vida, que Jesús comunicó sólo a
algunos elegidos y privilegiados. Por eso:
No valoran el compromiso de Jesús por el Reino de Dios y su preferencia por
los pobres y marginados.
No valoran su encarnación, que lo llevó a asumir plenamente su humanidad.
No valoran la cruz ni la entrega de Jesús por toda la humanidad.
No valoran el compromiso ético que implica el seguimiento de Jesucristo.
Parece ser que el griego, lengua original de los cuatro Evangelios canónicos y de todo
el Nuevo Testamento, lo fue también de los apócrifos. Sin embargo, de la mayoría de estos
evangelios apócrifos no tenemos los textos griegos originales ni copias antiguas y fidedignas,
como sí las tenemos de los evangelios canónicos. Sólo nos han llegado traducciones
posteriores, que suelen datarse entre finales del siglo III y comienzos del IV.
Jesús por sobre la Encarnación. Fomentan una piedad popular mariana paralela a la del Nuevo
Testamento.
Las Iglesias cristianas no aceptaron estos evangelios no sólo por ser tardíos, sino
porque destacan una imagen de Jesús que acentúa lo legendario, portentoso, maravilloso; en
desmedro del misterio de la Encarnación. Sin pretenderlo tal vez, los apócrifos de la infancia
presentan una imagen poco fiable de Jesús y de María, muy alejada del estilo tan sobrio,
teológico y profundo de los evangelios canónicos.
Los apócrifos de la infancia tuvieron mucho éxito entre grupos de gentes sencillas o
grupos que tendían a negar la Encarnación, el hecho de que Jesucristo verdaderamente asumió
plenamente la condición humana. Por todo esto, no son fiables para acceder verazmente al
misterio de la vida y ministerio de Jesús de Nazaret ni a la vida y testimonio de fe de la
Santísima Virgen.
Con todo, estos evangelios fueron enormemente populares en medios campesinos,
especialmente del Egipto cristiano. Por esto, algunos datos de esta tradición apócrifa pasaron a
la piedad popular de la Iglesia; aludíamos por ejemplo a los nombres de los padre de la Virgen
María (Joaquín y Ana); el buey y la mula junto al Pesebre (del Pseudo Mateo); el nombre de
los Reyes Magos (evangelio armenio de la infancia); la fiesta de la Presentación de María en el
Templo (Protoevangelio); la leyenda según la cual José era viejo y viudo, pero al ir al Templo
con los otros varones para que Dios decidiera quién iba a ser el esposo de la Virgen María,
sólo de su vara salió una paloma que lo confirmó como designado por Dios para proteger la
virginidad de María; esto explicaría que en el Nuevo Testamento se hable de los hermanos y
hermanas de Jesús, que no serían hijos de María, sino del primer matrimonio de José
(Protoevangelio).
A continuación, pondremos unas citas que nos ayudarán a comprender por qué las
Iglesias no aceptaron estos evangelios como canónicos, pues destacan excesivamente lo
prodigioso en desmedro de la humanidad real de Jesús o de María:
“Y María era la admiración de todo el pueblo; pues teniendo sólo tres años, andaba
con un paso tan firme, hablaba con una perfección tal y se entregaba con tanto fervor a las
alabanzas divinas, que nadie la tendría por una niña, sino más bien por una persona mayor.
Era, además, tan asidua en la oración como si tuviera ya treinta años. Su faz era
resplandeciente cual la nieve, de manera que con dificultad se podía poner en ella la
mirada.
(...) Esta era la norma de vida que se había impuesto [¡a los tres años!]: desde la
madrugada hasta la hora de tercia hacía oración; desde tercia hasta nona se ocupaba en sus
labores; desde nona en adelante consumía todo el tiempo en oración hasta que se dejaba ver
el ángel del Señor, de cuyas manos recibía el alimento” (Pseudo-Mateo VI 1-2).
“José, dejando su hacha, se unió a ellos, y, una vez que se juntaron todos, tomaron
cada uno su vara y se pusieron en camino en busca del sumo sacerdote. Éste tomó todas
las varas, penetró en el templo y se puso a orar. Terminado que hubo su plegaria, tomó de
nuevo las varas, salió y se las entregó, pero no apareció señal ninguna en ellas. Mas, al
coger José la última, he aquí que salió una paloma de ella y se puso a volar sobre su cabeza.
Entonces el sacerdote le dijo: “A ti te ha cabido en suerte recibir bajo tu custodia a la
Virgen del Señor”.
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En la huida a Egipto:
“Y cuando María se sentó, miró hacia la copa de la palmera y la vio llena de frutos,
y le dijo a José: “Me gustaría, si fuera posible, tomar algún fruto de esta palmera”. Más
José le respondió: “Me admira el que digas esto, viendo lo alta que está la palmera, y el que
pienses comer de sus frutos. A mí me preocupa más la escasez de agua, pues ya se acaba la
que llevábamos en los odres y no queda más para saciarnos nosotros y abrevar a los
jumentos”. Entonces el niño Jesús, que plácidamente reposaba en el regazo de su madre,
dijo a la palmera: “Agáchate, árbol, y con tus frutos da algún refrigerio a mi madre”. Y a
estas palabras inclinó la palmera su penacho hasta las plantas de María, pudiendo así
recoger todo el fruto que necesitaba para saciarse” (Pseudo-Mateo XX 1-2).
1
Xavier Alegre, “Jesús, Judas Da Vinci, Cuadernos Cristianisme i Justicia N° 142, Barcelona, 2006.
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ellos, los escogidos: “quienquiera que reciba el espíritu se comunica directamente con lo
divino”2.
En el fondo, lo que estaba en juego era quién interpretaba y administraba
legítimamente la revelación de Jesús de Nazaret, que nos ha llegado a través de los “testigos
oculares”, es decir, de los apóstoles. La respuesta que da a esta pregunta el gran maestro
gnóstico Valentín, que llegó a Roma el año 140, es la siguiente:
“Arguyeron que sólo la experiencia propia ofrece el criterio último de la verdad,
teniendo prioridad ante todo testimonio de segunda mano y toda tradición, ¡incluso la tradición
gnóstica! Celebraron todas las formas de invención creativa como prueba de que una persona
ha pasado a estar espiritualmente viva. Según esta teoría, la estructura de la autoridad jamás
puede quedar fijada a un marco institucional: debe seguir siendo espontánea, carismática y
abierta” (Los Evangelios Gnósticos, p.66).
Los gnósticos destacaban el valor del “conocimiento creador”, de ahí precisamente el
nombre del movimiento: gnosis. El nombre de gnósticos se debe al antiguo escritor
eclesiástico del siglo III, San Hipólito Romano3, dicho autor en su obra Refutación de todas
las Herejías, dice que un grupo de los denominados naasenos (o seguidores de la serpiente)
“se autodenominaron “gnósticos”, proclamándose los únicos poseedores del conocimiento
profundo”.
Es fundamental en la gnosis la tesis de que la salvación la consiguen sólo los
elegidos, los despiertos y vivos espiritualmente mediante la adquisición de un
conocimiento secreto, superior a los sentidos, a la razón y a la fe.
Tal conocimiento no lo poseen todos los mortales, sino sólo aquellas personas
escogidas que han sido agraciadas por una chispa de luz divina desprendida de Dios y
encerrada en la cárcel del cuerpo. Estos elegidos se denominan a sí mismos “pneumáticos”
(“espirituales”). Siendo así, la gnosis es una introspección psicológica y religiosa, con
connotaciones místicas, que pretende responder a la triple pregunta: ¿De dónde he venido,
¿dónde estoy, adónde voy?
Por esto, para el gnosticismo antiguo, la revelación es un mensaje divino capaz de
“despertar” a los seres humanos “pneumáticos”, es decir, a los gnósticos, haciéndoles caer en
la cuenta de que su espíritu es superior a la materia, que no proviene del mundo inferior de la
materia, sino del pléroma divino y que a éste debe retornar.
2
E. Pagels, Los Evangelios Gnósticos, Barcelona 1982, p. 59.
3
San Hipólito de Roma (170?-235?), el teólogo más importante del siglo III en la Iglesia occidental y primer
antipapa (217?-235?). Tuvo su primer protagonismo durante el pontificado del papa Ceferino (198-217), a
quien acusó de laxismo en el cumplimiento de la disciplina. También se opuso a Calixto, el archidiácono que
llegó a papa en el año 217, por su condescendencia a la hora de volver a dar la comunión a los culpables de
adulterio y fornicación. Hipólito entonces se instauró a sí mismo como un antipapa. En el año 235, durante la
persecución de los cristianos por el emperador Maximino, Hipólito fue deportado a las minas de Cerdeña,
donde se reconcilió con la Iglesia. La obra más importante de Hipólito es Refutación de todas las herejías,
que se sigue utilizando como fuente de información sobre este periodo y por sus valiosos datos acerca del
gnosticismo. Otras obras son Tradición apostólica, la fuente más completa que existe para una visión de la
organización de la Iglesia y el culto en los siglos II y III, y su Comentario a Daniel, el comentario bíblico
cristiano más antiguo que se conserva en su totalidad.
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“Jesús vio a unos pequeños que mamaban. Dijo a sus discípulos: estos pequeños que
maman son semejantes a los que entran en el Reino. Le dijeron: entonces, ¿haciéndonos
pequeños entraremos en el Reino? Jesús les dijo: cuando hagan de los dos uno y hagan lo
de dentro como lo de fuera y lo de fuera como lo de dentro y lo de arriba como lo de debajo
de modo que hagan lo masculino y lo femenino en uno solo, a fin de que lo masculino no
sea masculino ni lo femenino sea femenino; cuando hagan ojos en lugar de un ojo y una
mano en lugar de una mano y un pie en lugar de un pie, una imagen en lugar de una
imagen, entonces entrarán [en el Reino]” (Palabra 22).
“Si les preguntan: ¿de dónde vienen?, díganles: hemos salido de la Luz, de donde la
Luz ha procedido de sí misma, se ha mantenido y se ha revelado en sus imágenes. Si les
Preguntan: ¿quiénes son?, digan: somos sus hijos y somos los elegidos del Padre Viviente.
Si les preguntan: ¿cuál es el signo de su Padre en ustedes?, díganles: es un movimiento y un
reposo” (Palabra 50).
“Jesús dijo: el Reino es semejante a un hombre pastor que tenía cien ovejas. Una de
ellas se perdió: era la mayor. Él dejó las noventa y nueve y fue en búsqueda de la una hasta
que la encontró. Habiéndose cansado dijo a la oveja: Te quiero más que a las noventa y
nueve” (Palabra 107).
“Simón Pedro les dijo: que María salga de entre nosotros porque las mujeres no son
dignas de la vida. Jesús dijo: miren, yo la impulsaré para hacerla varón, a fin de que llegue
a ser también un espíritu viviente semejante a ustedes los varones; porque cualquier mujer
que se haga varón, entrará en el Reino de los cielos” (Palabra 114).
La mayoría de las sectas gnósticas profesaban el cristianismo, pero sus creencias, como
hemos visto, eran diferentes a las de la mayoría de los cristianos de los primeros tiempos de la
Iglesia.
Los textos gnósticos no revelan nada acerca del origen de la secta ni de las vidas de sus
maestros más importantes. En consecuencia, la historia del movimiento tiene que deducirse de
las tradiciones reflejadas en los textos opuestos al gnosticismo. No se ha resuelto la cuestión
de si este movimiento se desarrolló primero como una doctrina no cristiana independiente,
pero lo cierto es que las sectas paganas gnósticas existieron.
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4
Pseudoepígrafos: escritos judíos y cristianos que aparecieron en los últimos días del Antiguo Testamento y
continuaron hasta bien entrada la era cristiana. Fueron atribuidos por sus autores a grandes figuras y autoridades
religiosas del pasado
5
Eusebio de Cesarea (260?-340?), teólogo, historiador eclesiástico y erudito cristiano. Fue perseguido durante las
persecuciones a comienzos del siglo IV, y es probable que fuera encarcelado en Egipto. Las persecuciones
cesaron después del año 310 y fue puesto en libertad.
Hacia el año 314, Eusebio se convirtió en obispo de Cesarea. En el Concilio de Nicea I (325) se convirtió en el
líder de los semiarrianos, grupo moderado contrario a la discusión de la naturaleza de la Santísima Trinidad, que
preferían el sencillo lenguaje de las Sagradas Escrituras a las sutilezas de las distinciones metafísicas. Eusebio
contó con la protección de Constantino I, emperador de Roma, y fue uno de los hombres más instruidos de su
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Ireneo nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy en Turquía) entre los años 135 y
140, donde en su juventud fue alumno del obispo Policarpo, quien a su vez era discípulo del
apóstol Juan. No sabemos cuándo se transfirió de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debió
coincidir con los primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177,
encontramos a Ireneo en el colegio de los presbíteros.
Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de
Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a Ireneo la persecución del emperador Marco
Aurelio6, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo
de Lyon, Potino, de noventa años, fallecido a causa de los malos tratos en la cárcel. De este
modo, a su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó
totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el
martirio.
Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene la prudencia, la
riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca un doble objetivo: defender la
verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y exponer con claridad la verdad de la fe.
A estos dos objetivos responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los
cinco libros «Contra las herejías» y «La exposición de la predicación apostólica», que puede
ser considerada también como el «catecismo de la doctrina cristiana» más antiguo. En
definitiva, Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.
Como sabemos, la Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina
que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los
sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados,
los intelectuales - se llamaban «gnósticos» - podrían comprender lo que se escondía detrás de
estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite.
Obviamente este cristianismo elitista se fragmentaba cada vez más en diferentes
corrientes, con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para
muchas personas. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir,
se negaba la fe en el único Dios Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo.
Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio
negativo. Este principio negativo habría producido la materia y el mundo.
tiempo. Entre sus escritos históricos destacan dos obras apologéticas, además de La Crónica (c. 303), una historia
del mundo, y, sobre todo, Historia eclesiástica (c. 324).
6
Marco Aurelio Antonino (121-180), emperador romano (161-180) y filósofo estoico.
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El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender
lo que quiere decir, la manera en que tenemos que leer el mismo Evangelio.
Al adherir a esta fe transmitida públicamente por los apóstoles a sus sucesores, los
cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar específicamente
la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su
antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio
apostólico, Pedro y Pablo. Con la Iglesia de Roma tienen que estar en armonía todas las
Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe
común de la Iglesia. Con estos argumentos, resumidos aquí de manera sumamente breve,
Ireneo confuta en sus fundamentos las pretensiones de estos gnósticos, de estos intelectuales:
ante todo, no poseen una verdad que superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de
origen apostólico, se lo han inventado ellos. En segundo lugar, la verdad y la salvación no son
privilegio y monopolio de pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación
de los sucesores de los apóstoles, y sobre todo del obispo de Roma.
En particular, al polemizar con el carácter «secreto» de la tradición gnóstica, y al
constatar sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, Ireneo se preocupa por ilustrar el
concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.
común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas. Hay una expresión
preciosa de san Ireneo en el libro «Contra las herejías»:
«La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe [de los apóstoles], a pesar de estar
diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única;
cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica
todo esto con una sola voz, y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si
bien las lenguas en el mundo son diversas, única y siempre la misma es la fuerza de la
tradición.
Las iglesias que están en las Germanias no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa
las iglesias de las Hibernias, ni las que existen entre los celtas, ni las de Oriente, ni las de
Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo» (1, 10, 1-2).
«La hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos: la fe, por obra del Espíritu de Dios,
como depósito precioso custodiado en una vasija de valor rejuvenece siempre y hace
rejuvenecer también a la vasija que la contiene… Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de
Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia» (3, 24, 1).
Con la insistencia en la tradición apostólica y con la fijación del canon, la Iglesia hizo
frente a la subjetiva pretensión de la revelación de los gnósticos. Frente a una imagen de Dios
irreconciliablemente dualista, que incluía una valoración negativa del mundo material, se
subrayó la fe en el Dios uno y creador. La acentuación de la humanidad de Cristo y de su
muerte en la cruz como fundamento de la redención se inscribió en el centro de la polémica,
con la intensión de poner freno a cualquier intento de vaciar de contenido el acontecimiento
divino de salvación. Indudablemente la confrontación con el gnosticismo promovió el
desarrollo de la conciencia de la fe, y configuró con nitidez creciente los rasgos de la imagen
externa de la llamada gran Iglesia. Con la exclusión de los herejes, la ortodoxia ganó terreno, y
la Iglesia romana demostró ser un baluarte destacado de la ortodoxa fe apostólica.
La destrucción de escritos sectarios es, finalmente, la causa principal de las lagunas
que todavía existen en el conocimiento del gnosticismo.
Hacia el siglo III el gnosticismo empezó a sucumbir ante la oposición y persecución de los
cristianos ortodoxos. En parte como reacción a la herejía gnóstica, la Iglesia reforzó su
organización centralizando la autoridad en la figura del obispo, que redobló esfuerzos para
suprimir a los gnósticos organizados de una forma precaria. Además, conforme la teología y la
filosofía ortodoxas cristianas se fueron desarrollando, las primeras enseñanzas mitológicas
gnósticas empezaron a parecer raras y toscas. Tanto los teólogos cristianos como el filósofo
neoplatónico del siglo III Plotino atacaron la idea gnóstica de que el mundo material es malo
en esencia. Los cristianos defendieron su identificación del Dios del Nuevo Testamento con el
Dios del judaísmo y su creencia en que el Nuevo Testamento es el único conocimiento
revelado.
El desarrollo del misticismo cristiano y el ascetismo al surgir el monacato, saciaron la
mayoría de los impulsos que habían dado lugar al gnosticismo y muchos gnósticos se
convirtieron a las creencias ortodoxas. A finales del siglo III, el gnosticismo como
movimiento diferenciado, parecía haber desaparecido.
Así vemos que la Iglesia reaccionó con determinación ante el peligro gnóstico. Los
campeones de la fe ortodoxa fueron Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito y otros escritores
eclesiásticos que contraatacaron con argumentos fundamentados en la Tradición apostólica:
Se formuló así más claramente el credo bautismal.
Se estableció el canon fijo de las Escrituras.
Se reconoció la correlación de los dos Testamentos, aceptándolos con igual veneración. Es
decir, al subjetivismo de los herejes la Iglesia enfrentó la solidez de una doctrina que se
reconocía revelada por Cristo a los apóstoles y por estos transmitida a las Iglesias.
El núcleo de la propuesta eclesial estaba fundamentado en la tradición apostólica y en la
sucesión apostólica. Ya Ireneo de Lyon, hacia el 180, en la controversia con los gnósticos,
presentó, como argumento que demostraba la fidelidad de la Iglesia a los orígenes
evangélicos, listas de obispos de las Iglesias principales que tenían su origen en los
mismos Apóstoles y que se sucedían ininterrumpidamente.
En efecto, la Iglesia venció las herejías porque las comunidades dirigidas por sus obispos
las rechazaron con determinación y, entre estas, hay que señalar a Roma, que desde muy
temprano se convirtió en punto de referencia y de confirmación en las controversias
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doctrinales. El mismo Ireneo atribuye a la Iglesia romana una especial preeminencia y explica
que por esto la Iglesia particular que desee conservar la tradición apostólica debe
necesariamente concordar con Ella.
bautismo es bastante frecuente. En algunas iglesias, el bautizado lleva una corona de hojas de
árbol y toma leche y miel, ya que acaba de entrar en esa tierra prometida que es la Iglesia.
El ritual del bautismo se refiere ante todo a los adultos, pero los niños pueden ser
bautizados a cualquier edad, al mismo tiempo que sus padres o cuando sus padres ya sean
cristianos. Sin embargo, muchos se oponen al bautismo de los niños. Tertuliano, exclama: “No
nace uno cristiano, sino que se hace”.
Los cristianos celebran cada domingo la resurrección del Señor. Es el primer día de la
semana, cuando el sábado es el último. Cristo renueva la creación, obra del primer día. Pero es
también el “día octavo”, culminación del tiempo y anuncio del retorno de Cristo.
La Pascua celebra solemnemente la Resurrección del Señor. Es posible que la fiesta de
pascua no se celebrara al principio más que por los cristianos de Oriente, mientras que en
Occidente se contentaban con el domingo. En todo caso, a finales del siglo II, todos los
cristianos celebraban la pascua, aunque se dividían respecto a la fecha exacta. En algunas
provincias de Oriente, los cristianos conservaron el día de la pascua judía. En todos los demás
sitios, eligieron el domingo siguiente a la fiesta judía. Después de algunas controversias en las
que Ireneo, obispo de Lyon, intentó calmar los espíritus (hacia el año 190), prevaleció el
segundo punto de vista.
El corazón de las celebraciones es el domingo cristiano y con más solemnidad aún el día
de pascua, en el que la celebración de la última cena del Señor, a la que los cristianos dan el
nombre de eucaristía, los hace participar de la muerte y de la resurrección de Jesús. Los textos
del NT nos dan pocos datos sobre el desarrollo de esta “fracción del pan” (1 Cor 10,16 y 11).
La Didajé pide a los participantes que confiesen previamente sus pecados. A través del
texto de Justino, resulta fácil descubrir las estructuras de la celebración eucarística que sigue
siendo la nuestra, en lo fundamental:
La homilía es una nueva forma de enseñanza que se da a los cristianos; mantiene la
catequesis inicial. La homilía establece un vínculo entre el AT y la persona de Jesús y
propone al mismo tiempo una exhortación moral.
El comulgante recibe el pan consagrado en la palma de la mano: “A cada uno de los que
comulgan el obispo le dirá: “el pan del cielo en Cristo Jesús”. El que lo recibe
responderá: “¡Amén!”. Comulgaban antes de empezar la comida en común.
Esta celebración se convirtió en el centro de la nueva vida religiosa. Se trataba de la
expresión sensible de la unidad de la comunidad: “Como hay un solo pan, aun siendo
muchos formamos un solo cuerpo, pues todos y cada uno participamos de ese único pan”
(1 Cor 10,17). Esta celebración venía precedida, a imitación de la sinagoga, de la lectura
de textos bíblicos y de la homilía del sacerdote. Se distribuía la comunión bajo las dos
especies, Tertuliano da a entender que era costumbre recibirla en ayunas.
La fe cristiana implicaba a todo el ser humano, tanto en sus relaciones con Dios como en
su trato con los hermanos. El apologeta Teófilo describía a los creyentes así:
raíz, se practica la justicia, se observa la ley, se demuestra la piedad con los frutos, se
considera la verdad como la cosa suprema”.
Este comportamiento implicaba una intensa vida religiosa, pero los cristianos no tenían
templos, ni sacrificios de animales, ni siquiera un sacerdocio comparable al judío o pagano.
Por esta razón, los paganos los consideraban ateos. En realidad, la explicación la encontramos
en la conversación de Jesús con la samaritana al borde de un pozo de agua tal como la describe
San Juan: “Pero se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto
auténtico darán culto al Padre en espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que
lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran han da dar culto en espíritu y verdad” (Jn.
4,23-24).
Los cristianos sabían que, aunque no tuvieran solemnidades religiosas ni celebraciones
cultuales impresionantes, ellos eran “los auténticos adoradores” de Dios, pues toda la vida y
las humildes reuniones fraternas en las que celebraban “la cena del Señor” o el bautismo de
nuevos adeptos, constituían un culto verdadero a Dios.
La Iglesia primitiva exigía mantener la pureza bautismal de manera “sacra e
inviolable”, por lo que eran muy severos con los pecadores. No obstante, sólo algunos obispos
llevaban su rigorismo hasta el extremo de excluir definitivamente de la Iglesia a quienes
habían cometido los llamados “pecados capitales”. La penitencia eclesiástica para el cristiano
que había pecado gravemente constituía la ocasión de reintegrarse en la comunidad.
Los pecados graves (especialmente la apostasía, el asesinato y el adulterio) exigían una
confesión y una penitencia pública. La Didajé invita a los cristianos a “confesar sus pecados
antes de la plegaria y de la eucaristía”. Se trata de faltas de la vida ordinaria, tal como lo
indica ya la carta de Santiago (5,6). El bautizado no debería ya pecar gravemente. Sin
embargo, en el siglo II se admite generalmente, con alguna reticencia, que es posible la
reconciliación de los pecados graves (apostasía, asesinato, adulterio), solamente una vez en la
vida, por asimilación al bautismo que renueva la penitencia.
La persecución del emperador Decio en el año 250 engendró un conflicto a propósito
de la reconciliación de los cristianos apóstatas. Los indulgentes se oponían a los intransigentes
en Cartago y en Roma. Hubo cismas y se constituyeron comunidades disidentes. El desarrollo
concreto de la penitencia no es muy bien conocido a lo largo de los tres primeros siglos.
Con todo, sabemos que los pecadores públicos no recibían la eucaristía. La
reconciliación con la Iglesia tenía lugar el Jueves Santo, generalmente después de una larga
penitencia, que, a veces, llegaba hasta el momento de la muerte.
Los días de ayuno eran los miércoles y los viernes. Se trataba de identificarse con el
Señor que sufre. El ayuno se ha mantenido como una devoción y un instrumento de penitencia
en la comunidad cristiana de manera ininterrumpida hasta nuestros días.
Los creyentes en Jesús no disponían de locales especiales para juntarse, por lo que los
cristianos se reunían en las casas privadas; en habitaciones suficientemente amplias para
acogerlos. Desde comienzos del siglo III se empezó a constituir una propiedad eclesiástica que
englobaba los lugares de culto y los cementerios. La casa-iglesia fue el lugar más común antes
de la paz de Constantino; después fue sustituida por el edificio basilical, de plano uniforme,
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