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Historia de la Arqueología en Querétaro 1

2 Héctor Martínez Ruiz


Historia de la Arqueología en Querétaro 3
4 Héctor Martínez Ruiz

Estado de Querétaro
Poder Ejecutivo
Oficialía Mayor

Lic. Francisco Garrido Patrón M. en A. Raúl Iturralde Olvera


Gobernador del Estado de Querétaro Rector

Arq. Luis Miguel Sánchez Canterbury Dr. Guillermo Cabrera López


Oficial Mayor Secretario Académico

Dra. Aurora Zamora Mendoza


Secretaria de Extensión Universitaria

DR© 2006 Gobierno del Estado de Querétaro


Oficialía Mayor
Archivo Histórico
Madero 70
C.P. 76000, Santiago de Querétaro, Qro.

DR© 2006 Universidad Autónoma de Querétaro


Centro Universitario, Cerro de las Campanas S/N
C.P. 76010, Santiago de Querétaro, Qro

Versión digital ISBN-13: 978-968-845-346-9


Primera edición, noviembre de 2007
Impreso y hecho en México
Historia de la Arqueología en Querétaro 5

A todos aquellos que han contribuido al conocimiento


de la historia antigua del Estado…

In Memoriam
Ana María Crespo
(1938-2004)
6 Héctor Martínez Ruiz
Historia de la Arqueología en Querétaro 7

ÍNDICE

Presentación 9

Introducción 17

Capítulo I. Antecedentes del trabajo


arqueológico en Querétaro (1530-1821) 23
1.1. Los primeros testimonios 23
1.2. El Siglo de las Luces 28
1.2.1. Fray Francisco Palou 30
1.2.2. Fray Francisco de Ajofrín 31
1.2.3. Fray Juan Agustín de Morfi 32

Capítulo II. La arqueología en el proyecto


de nación (1821-1876) 41
2.1. John Phillips 47
2.2. Mariano Bárcena 48
2.3. Bartolomé Ballesteros 51

Capítulo III. Positivismo y arqueología:


(1876-1910) 55
3.1. José María Reyes 62
3.2. Manuel Orozco y Berra 69
3.3. Hubert. H. Bancroft 70
3.4. Alfredo Chavero 72
3.5. Antonio García Cubas 74
3.6. Manuel Murillo 74
3.7 Ignacio Pedraza 74

Capítulo IV. El triunfo de la memoria (1910-2000) 79


4.1. El panorama arqueológico en Querétaro 88
4.2. Los años de ruptura. Encuentros y
desencuentros en la arqueología de
México (1960-2000) 98
8 Héctor Martínez Ruiz

4.3. Los últimos años, nuestros días:


La investigación arqueológica
en Querétaro (1960-2000) 108
4.3.1. La arqueología en los
Valles Queretanos 122
4.3.2. La investigación arqueológica en
el Semidesierto de Querétaro 138
4.3.3. La arqueología de la Sierra Gorda
de Querétaro 147

Índice de figuras 164

Bibliografía 193

Fuentes y publicaciones consultadas 217


Historia de la Arqueología en Querétaro 9

PRESENTACIÓN

La investigación arqueológica profesional en Querétaro es relati-


vamente joven. Data de cincuenta años a la fecha. No obstante la
existencia de importantes testimonios arqueológicos en lo que hoy
conocemos como estado de Querétaro —mismos que quedaron
registrados por cronistas, religiosos o viajeros de la talla de Fran-
cisco Javier Alegre, Juan Agustín de Morfi, Francisco de Ajofrín,
Hubert H. Bancroft o Alfredo Chavero, aclara Héctor Martínez
Ruiz en esta obra—, su estudio sistemático quedó relegado. Du-
rante la primera mitad de la centuria del XX, los estudios que al
respecto se realizaron tuvieron como objetivo central el registro y
protección del patrimonio prehispánico, no su análisis y compren-
sión.
Su carácter de frontera entre las áreas culturales de
Aridoamérica y Mesoamérica, hizo que la región fuera relegada
dentro de las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en el
país, pues se le dio prioridad al estudio de lo que conocemos como
el complejo cultural de Mesoamérica, área que concentraba evi-
dencias monumentales. El resto quedó marginado. No fue sino
hasta la década de los sesenta del siglo XX cuando investigadores
profesionales se dedicaron a estudiar de manera sistemática los
vestigios arqueológicos, dándole un impulso importante a la inves-
tigación arqueológica en Querétaro.
Este libro recupera, organiza y analiza la diversidad de esfuer-
zos personales e institucionales que a través del tiempo se han
hecho con relación a los registros y estudios arqueológicos en
Querétaro. Con esta investigación, Héctor Martínez Ruiz ha rea-
lizado una importante contribución a la historia de la arqueología
en Querétaro, pues se dedicó a la paciente labor de rastrear los
testimonios que, desde tiempos pretéritos, viajeros, cronistas y
religiosos fueron registrando de manera escrita, sobre las carac-
terísticas e importancia de los vestigios existentes en la región.
Gracias a esta meticulosa labor, los interesados en tener una vi-
sión panorámica sobre el desarrollo de la arqueología en esta re-
10 Héctor Martínez Ruiz

gión frontera, y tener una primera aproximación a su historia an-


tigua, tienen en este libro su más importante sistematización.
Con testimonios dispersos, aislados y no de fácil consulta —
pues algunos de ellos forman parte de colecciones privadas—,
Héctor Martínez Ruiz fue tejiendo y organizando la información,
ubicándola en su contexto histórico y en las particularidades que
la investigación arqueológica tenía en la época en que fueron es-
critos. En un ir y venir de lo nacional a lo regional y de ésta o lo
nacional, el autor nos presenta una visión retrospectiva de lo que
desde la época colonial han significado los materiales arqueológi-
cos en Querétaro: épocas históricas con características definidas
y su correspondiente concepto de la arqueología. Desde la simple
curiosidad por conocer a los pueblos antiguos a partir de los ves-
tigios, hasta los resultados de investigaciones científicas, donde el
objetivo ya no sólo es describir o registrar, sino clasificar, analizar
y estudiar. Gracias a tales testimonios, y a las investigaciones que
en fechas recientes se han llevado a cabo, hoy podemos conocer
de la complejidad y dinamismo que caracterizaron a los habitantes
de estas regiones.
De los primeros escritos novohispanos que hacen referencia a
los sitios arqueológicos queretanos, el autor destaca un reporte
administrativo y las crónicas religiosas del Santuario de la Virgen
de El Pueblito, aunque como el mismo autor lo aclara, en tales
testimonios no hubo siquiera una descripción, ni mucho me-
nos se indicó el estado en que se encontraba el lugar. Así, la
mención de El Cerrito es la referencia más específica en materia
de testimonios antiguos de Querétaro durante los siglos XVI y
XVII. Al respecto, Héctor Martínez señala: El grado de desinte-
rés llegó a tal extremo que uno de los cronistas de la época
relató que hasta los naturales ya no advertían la presencia
de los edificios en ruinas, y mucho menos que se interesaran
por ellas. Con el paso del tiempo, quedaron sepultadas o se
aprovecharon sus materiales para incorporarlos en la cons-
trucción de edificios coloniales
Luego, viene un largo periodo de silencios y olvido, hasta la
segunda mitad del siglo XVIII, periodo en que aparece uno de los
Historia de la Arqueología en Querétaro 11

primeros testimonios sobre un objeto arqueológico, del misionero


franciscano Francisco Palou, compañero de fray Junípero Serra,
en su Relación Histórica de la vida del venerable padre fray
Junípero Serra, y la breve mención que hace el fraile capuchino
Francisco de Ajofrín, quien en su Diario del viaje a la Nueva
España, dejó para la posteridad sus anotaciones sobre su visita al
Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito, haciendo mención de
los vestigios arqueológicos. Luego tenemos, en 1777, el testimo-
nio del fraile Juan Agustín de Morfi, quien realizó una visita de
inspección a El Cerrito y escribió sobre los objetos arqueológicos
provenientes del lugar. Para Héctor Martínez Ruiz, este testimo-
nio representa sin lugar a dudas, el suceso más importante del
interés por las antigüedades en Querétaro, pues constituye el
primer documento escrito en que se registró el interés que
despertó en un personaje del siglo XVIII la información refe-
rente a un sitio arqueológico ubicado en Querétaro.
Si bien los escasos testimonios novohispanos sobre la arqueolo-
gía queretana hacen referencia de manera casi exclusiva a El
Cerrito, para el siglo XIX este panorama se abre gracias a los
descubrimientos efectuados en la Sierra Gorda. Un primer testi-
monio al respecto —del cual el autor sólo hace mención al mismo,
pues no se recupera su contenido— es el reportaje publicado en
un periódico capitalino, El Sol, cuyo contenido despertó el interés
del historiador Carlos María de Bustamante. Luego, la breve re-
ferencia que el jesuita Francisco Javier Alegre hace en su Histo-
ria de la Compañía de Jesús, sobre El Cerrito. No será hasta
mediados de la centuria decimonónica cuando se presenta lo que
el autor considera el primer registro documental del sitio ar-
queológico de Toluquilla: la litografía publicada en el libro de
John Phillips, México Ilustrado, mismo que contiene, también,
una breve descripción del sitio prehispánico.
Las agrupaciones científicas del siglo XIX renovaron el interés
por lo antiguo, realizándose exploraciones arqueológicas que mar-
carán un nuevo rumbo a la investigación arqueológica en México.
En dicho contexto, Barlotomé Ballesteros emprendió diversos re-
corridos por los asentamientos ubicados en la Sierra Gorda. Gra-
12 Héctor Martínez Ruiz

cias a sus artículos publicados en el Boletín de la Sociedad Mexi-


cana de Geografía y Estadística, conocemos sus observacio-
nes y registros, en particular sobre las ruinas existentes en el mi-
neral de El Doctor: ciudad de Ranas y ciudad de Canoas. En
sus observaciones, anotó: Nadie absolutamente nadie se ha cui-
dado de la exploración de estos monumentos, que deben con-
tener tesoros para la ciencia y la historia. No se equivocó. Sin
embargo, tuvieron que pasar muchas décadas más para que la
ciencia y la historia se ocuparan de dichos lugares.
El estado arruinado y de abandono del lugar también fue de-
nunciado por Mariano Bárcena, quien visitó la región de El Doc-
tor en 1872. Bárcena no sólo dejó interesantes observaciones so-
bre las ruinas de Toluqilla, sino que abrió, aunque sin aportar mu-
chos elementos, su espectro de registro a San Juan del Río. La
recuperación de estos testimonios, su análisis y ubicación en el
contexto político y cultural de la época en que se producen, son
trabajadas por el autor en lo que conforma el capítulo segundo de
esta obra.
El capítulo tercero, denominado Positivismo y arqueología:
1876-1910, es para el autor de gran importancia, pues fue en
este periodo cuando surge en México el estudio científico de la
arqueología. El gobierno mexicano asumió la labor de coordinar la
investigación de los vestigios localizados en territorio nacional, a
través de diversas dependencias federales. Gracias a la
profesionalización que tales estudios tuvieron, José María Reyes
—quien recorrió en 1879 Ranas y Toluquilla—, no solo elaboró
descripciones detalladas y completas, sino que también elaboró
planos y tomó fotografías de tales lugares. Al respecto, Héctor
Martínez puntualiza: Su interpretación de Toluquilla fue la más
interesante de las que se habían hecho hasta ese momento;
no obstante, después de su visita, inesperadamente se perdió
el interés por este lugar y se suspendieron las investigacio-
nes, al parecer sólo se reanudaron hasta la tercera década
del siglo XX.
Si bien en el periodo porfirista destacan los trabajos de José
María Reyes, no fue el único. Investigaciones arqueológicas y
Historia de la Arqueología en Querétaro 13

descripciones fueron hechas por Manuel Orozco y Berra, Hubert


H. Bancroft, Alfredo Chavero, Antonio García Cubas, Manuel
Murillo e Ignacio Pedraza. Luego, vino el estallido violento de la
Revolución Mexicana de 1910 y su secuela de inestabilidad y con-
flictos. Superada la confrontación armada, el rostro de México
había cambiado. La investigación arqueológica también.
El contexto revolucionario imprimió a la época posrevolucionaria
una exaltación de los valores del indio. Al respecto, Héctor Martínez
señala que se pretendió unir el pasado con el presente a partir
de la búsqueda de nuestros orígenes, recuperar la tradición
perdida y cobrar conciencia de un destino común. Estos es-
fuerzos son analizados en lo que conforma el capítulo cuarto y
último de esta obra, con el título de El triunfo de la memoria
(1910-2000). Para el caso específico que interesa al autor, este
largo periodo lo divide en dos momentos: en el primero analiza el
panorama arqueológico en Querétaro en el lapso de 1910 a 1960;
en el segundo, el periodo comprendido entre 1960 y 2000. Éste a
su vez quedó conformado en el análisis de tres subregiones: los
valles queretanos, el semidesierto y la Sierra Gorda.
Con relación al primer periodo, Héctor Martínez destaca los
trabajos de Ignacio Marquina Barredo, considerado por el autor
uno de los más eminentes especialistas en arquitectura
prehispánica; de Emilio Cuevas y Eduardo Noguera, quienes
dejaron puntual testimonio del grado de destrucción en que se
encontraban los sitios arqueológicos de Ranas y Toluquilla; de
Joaquín Meade; del canónigo Vicente Acosta; entre otros, desta-
cando la importante labor realizada por Germán Patiño, creador
en 1936 del actual Museo Regional de Querétaro y la enorme
relevancia que para la investigación arqueológica tuvo, a nivel
nacional, la creación del Instituto Nacional de Antropología e His-
toria. En la década de los cuarenta destacan los aportes de Eduardo
Noguera y Carlos Margaín. El primero, volvió a señalar el lasti-
moso estado de ruina y abandono en que se encontraba los sitios
arqueológicos en la región.
La importancia del segundo periodo que conforma el último
capítulo, el autor la define de entrada al sostener: Durante los
14 Héctor Martínez Ruiz

últimos cuarenta años, la investigación arqueológica en


Querétaro se incrementó de manera notable. Un primer estu-
dio al respecto es el emprendido por Cynthia Irwin Williams, de la
Universidad de Harvard, quien exploró la región aledaña a
Tequisquiapan en busca de vestigios que demostraran su tempra-
na ocupación. Los hallazgos permitieron determinar que la región
había sido poblada, por menos, desde hacía siete mil años y que en
el lugar existieron sociedades agrícolas.
Nuevas aportaciones fueron realizadas por Pedro Armillas,
quien analizó la región cultural de Mesoamérica dándole una fron-
tera dinámica en el tiempo. La lista de estudiosos de la arqueolo-
gía queretana se incrementa significativamente al finalizar la dé-
cada de los sesenta y la siguiente: Manuel Septién y Septién, Bea-
triz Braniff (quien promovió los estudios de frontera en lo que la
investigadora denominó Mesoamérica marginal), Enrique Nalda,
Rosa Brambila, Margarita Velasco, José Luis Franco, Adolphus
Langenscheidt, Carlos Tang Lay, Arturo Romano, entre otros. Los
aportes realizados en esta etapa, señala Héctor Martínez Ruiz,
sentaron las bases para una nueva etapa de la arqueología en
Querétaro, pues los descubrimientos efectuados despertaron el
interés de la comunidad académica del país.
A la lista de profesionales de la arqueología en Querétaro se
sumaron más investigadores en las décadas subsecuentes, activi-
dad que se vio notablemente fortalecida con la creación del Cen-
tro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Destacan para las últimas décadas los aportes de César Armando
Quijada, Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Miguel Argüelles, Ana
María Crespo, Luz María Flores, Dominique Michelet, Alberto
Herrera, Rosa Brambila, Carlos Castañeda, Alejandro Pastrana,
Carlos Viramontes, Antonio Urdapilleta, Elizabeth Mejía, Luis
Barba y Teresa Muñoz, entre otros.
Los hombres y las mujeres que han tenido que ver con el estu-
dio de la historia antigua de lo que hoy conforma el estado de
Querétaro, sus aportes, análisis y descubrimientos, así como las
características que sus estudios tuvieron en el contexto cultural
de su época, están presentes en este libro de la autoría de Héctor
Historia de la Arqueología en Querétaro 15

Martínez Ruiz. Apretada síntesis que abarca más de dos centu-


rias, este libro reúne y congrega en sus páginas a los más impor-
tantes y destacados estudiosos de la arqueología en Querétaro.
Su autor elaboró esta investigación como proyecto para obtener
el grado de maestro en Historia. Hoy que se presenta como libro,
quienes en algún momento tuvimos la fortuna de tener como alum-
no a Héctor Martínez, nos llena de gusto y satisfacción este nue-
vo logro en su vida profesional. Es uno de nuestros egresados de
la Maestría en Historia que mayor compromiso, profesionalismo y
pasión han tenido con la investigación y difusión de la historia de
Querétaro.

Dra. Blanca Estela Gutiérrez Grageda


Facultad de Filosofía
Universidad Autónoma de Querétaro, 2006.
16 Héctor Martínez Ruiz
Historia de la Arqueología en Querétaro 17

INTRODUCCIÓN

La génesis de la arqueología 1 es incierta, históricamente


tiene diversos orígenes. Algunos autores sostienen que ocu-
rrió en Europa durante el Renacimiento. 2 Desde el siglo
XV se despertó un interés por los objetos de la Antigüedad
que se encontraban por todo el continente. Al pasar de moda
los estilos románico y gótico, que marcaban el medievo, se
comenzaron a ver las ruinas más antiguas, entre ellas las
de griegos y romanos, como modelos estéticos para seguir. 3
A partir de ese momento, fueron imitados en la arquitectu-
ra y la escultura. Este hecho no sólo implicó la recupera-
ción artística de la cultura clásica, sino que, además, reno-
vó el interés por el pasado, constituyéndose en el eje im-
pulsor del pensamiento humanista que posteriormente se-
ría característico de Occidente.
Bajo este panorama, se estableció la creencia de que la educa-
ción de un caballero de buena familia no estaba completa sin una
estancia en Italia, que lo acercara a ese pasado, tan importante
no sólo en el arte de aquel periodo, sino en las formas de conducta
personal. Con ese conocimiento de primera mano se extendió a
otras regiones la afición por lo antiguo.4

1
Entendida como la simple curiosidad por conocer, a partir de objetos, a los pueblos
antiguos. Como disciplina científica que se encarga de dar a conocer, clasificar y
estudiar los objetos fabricados por el hombre con el fin de reconstruir la forma de
vida de las civilizaciones pasadas, su origen es bastante reciente y se remonta al final
del siglo XIX y las primeras décadas del XX.
2
Para el caso de nuestro país, es conveniente recordar que las sociedades
prehispánicas también sintieron una inmensa curiosidad por el pasado. Mucho
antes del surgimiento de la arqueología como ciencia, los pueblos del México
antiguo manifestaron una gran curiosidad y una profunda veneración por los
vestigios de las civilizaciones desaparecidas; frecuentaron los centros
ceremoniales en ruinas, escarbaron en ellos, exhumaron las reliquias e imitaron
los viejos estilos. Véase Leonardo López Luján, «Historia de la arqueología
en México I»: Arqueología de la arqueología. De la época prehispánica al
siglo XVIII en Arqueología Mexicana, núm. 52, Raíces-INAH, México, 2001,
p. 20.
3
Jaime Litvak King, Todas las piedras tienen dos mil años, Trillas, México, 1986,
p. 12.
4
Ibídem, p. 13.
18 Héctor Martínez Ruiz

Resulta claro reconocer que el final de la Edad Media significó


para el Viejo Mundo la oportunidad de renovar sus vínculos cultura-
les con la Antigüedad. Sin embargo, con el descubrimiento de Amé-
rica, Europa entró en contacto con culturas muy diferentes de la
suya. Los nuevos territorios estaban poblados por hombres, que re-
sultaban extraños, pues tenían costumbres y tradiciones diferentes
de las del europeo. Como les parecieron salvajes, no sólo se conven-
cieron de que deberían ser convertidos a la verdadera fe, sino que
además era lícito esclavizar a los que se opusieran a dicho proceso.
Fue también el momento en que algunos realizaron descrip-
ciones idílicas sobre los nativos, lo que propició la formación del
mito del buen salvaje.5 Esta idea del hombre bueno y sano por
sí, en su estado real, vino aparejada con un interés en las cosas,
generalmente por las expresiones de cultura material que esa par-
te de la humanidad producía y usaba. Para ordenar y comprender
lo que se describía se utilizó como punto de comparación la propia
Europa. De tal suerte que se comenzó a nombrar y organizar el
mundo americano a partir de su experiencia.6
Este primer momento se caracterizó porque los trabajos efec-
tuados tuvieron un marcado corte humanista; fueron realizados
principalmente por misioneros y buscando describir lo que se veía
y vivía en ese momento, siempre tuvieron un fin práctico, ya que,
evidentemente expresaban los propósitos de la conquista y su jus-
tificación teológica y moral.7

5
El mito del noble o buen salvaje se inició con el informe que realizó Cristóbal Colón
de las tierras a que arribó en 1492, que no pertenecían a Catay (China), Cipango
(Japón) o la India; pero en la carta que escribió a la Corona para informar de su viaje,
trató de disimular su fracaso recurriendo a los relatos exóticos de Marco Polo y a los
modelos literarios propios de la mitología griega. La descripción idílica que hizo
Colón de la mayor parte de los grupos humanos que descubrió fue la base de este
mito. En efecto, no sólo creó la visión europea del Nuevo Mundo, sino que con ello
se reanimó el debate medieval sobre la exacta ubicación del Paraíso Terrenal e
inspiró los humanistas –como Tomás Moro–, quienes mostraron su preocupación
por los problemas de orden religioso y moral en la sociedad. Más adelante, Juan
Jacobo Rousseau retomó esta idea de la pureza original de los grupos primitivos en
su Contrato Social, escrito en 1762. Véase Emir Rodríguez Monegal, Noticias públicas
y secretas de América, Tusquets Editores, España, 1984, p. 32.
6
María Ana Portal y Xóchitl Ramírez, Pensamiento Antropológico en México; un
recorrido histórico, UAM-Iztapalapa, México, 1995, p. 13.
7
Ibídem, p. 13.
Historia de la Arqueología en Querétaro 19

El indio sin los defectos de la civilización occidental, puro, ino-


cente y natural, preconcebido en Europa por ensayistas como
Juan Jacobo Rousseau y Michel Eyquem de Montaigne, fue usa-
do para escribir la historia de América. Se empleó para idealizar a
los conquistados y poco después, también, para justificar la inde-
pendencia de las colonias americanas. Las mentes que habían
concebido la conquista como el triunfo de la justicia, la civilización
y la religión sobre la brutalidad, la barbarie y el paganismo, viraron
totalmente convirtiendo el siglo XVI en la etapa en que la injusti-
cia, la crueldad y la corrupción del mundo occidental se impusie-
ron sobre lo justo, lo dulce y lo puro del mundo primitivo que ha-
bían formado los nativos americanos. La mentalidad había cam-
biado.
Esta situación estuvo reforzada por la evidencia que aportaba
el arte de la América precolombina, que con su fuerza y magnifi-
cencia proveyó de una sólida base para sustentar la inclinación
por el estudio de la Antigüedad en las enciclopédicas mentes del
siglo XVIII y, por consecuencia, abanderar las causas
independentistas.8
No resulta extraño que para el caso de la Nueva España este
proceso ideológico comenzara a gestarse entre los intelectuales crio-
llos, que los llevó a lo largo de casi dos siglos a conformar un proyec-
to de nación independiente en el cual tomaron el pasado prehispánico
como propio y se declararon herederos de la gran civilización ameri-
cana, considerada como similar a la de Grecia o Roma. Un ejemplo
claro de este nuevo enfoque lo constituyó Carlos de Sigüenza y
Góngora,9 quien manifestó su criollismo a partir de la exaltación del
pasado indígena como paradigma de la grandiosidad humana.10 El
interés de los eruditos se enfocó sobre los sitios arqueológicos en el
siglo XVIII. Muchos de los estudiosos de la época los analizaron con
gran rigor académico. En nuestro país, Francisco Javier Clavijero se

8
Jaime Litvak; op. cit., p. 17.
9
Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700). Geógrafo, matemático, poeta indiano,
salvador de archivos, astrólogo e historiador, es uno de los eruditos novohispanos
más importantes del siglo XVII. Introdujo el método experimental en la arqueología
mesoamericanista. Ver López Luján, op. cit, 2001, p. 27.
10
Portal y Ariosa, op. cit., p. 36.
20 Héctor Martínez Ruiz

encargó de decirnos que entre las fuentes de estudio de la historia


mexicana, desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, se encontraban
los monumentos arqueológicos.11
Para el siglo XIX, el centro de interés por lo antiguo recayó en
lo exótico, era lógico que esa inquietud se extendiera a la búsque-
da de curiosidades de origen extraño. Fue la época de las gran-
des aventuras, de la exploración de regiones desconocidas, de los
aventureros extranjeros. El mito del noble salvaje obviamente
no había durado mucho. Los viajeros obtuvieron grandes ganan-
cias al escribir libros sobre sus hazañas, al tiempo que hacían pre-
sentaciones donde las narraban. Incluyendo espectaculares telo-
nes de fondo y juegos de luces, llevaron consigo objetos que fue-
ron considerados evidencias de la Antigüedad. Esas piezas fueron
incluidas en las secciones especiales de etnografía de los mu-
seos, no de arqueología, eso era para los testimonios de la cultura
grecorromana que se reconocían como el antepasado de lo euro-
peo, por eso fueron colocadas donde se pudiera mostrar su rare-
za, junto con curiosidades de la más diversa índole, como testimo-
nio de la otra humanidad.
De igual forma, en este periodo se siguió por los caminos que
ligaron la investigación arqueológica con los intereses políticos y
económicos de los países donde se practicaba. Los aventureros
que hasta ese momento habían realizado las exploraciones, al paso
de los años, se volvieron comerciantes establecidos, llevando una
vida tranquila y acomodada, al tiempo que las sociedades científi-
cas, fundadas al amparo de los gobiernos positivistas, cuando
menos en México, buscaron por todos los medios, ya fuera me-
diante excavaciones o restauraciones de edificios, motivos de
orgullo nacional.
En México, a principios del siglo XX, la historia antigua fue
materia de investigación primordial, negación de los valores his-
panos y revaloración del pasado indígena, como parte del movi-
miento nacionalista de fines del siglo XIX, fomentaron la investi-
gación arqueológica.

11
Julio César Olivé Negrete, «Etnohistoria y Arqueología», en Memoria: Congreso
Conmemorativo del Departamento de Etnohistoria, INAH, México, 1988, p. 338.
Historia de la Arqueología en Querétaro 21

Los descubrimientos efectuados dieron un mensaje de la mag-


nificencia de aquellas épocas. Leopoldo Batres trabajó en algu-
nos sitios como Teotihuacan. A esta labor también se sumaron
algunos extranjeros que llegaron a México, contribuyendo a la
fundación de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnografías
Americanas.12 Entre los alumnos que trabajaron en dicha escuela
figuró Manuel Gamio, quien propuso que la grandeza de la época
prehispánica debía recuperarse, como si se tratase de una edad
perdida. Con este personaje se inició un movimiento teórico im-
portante que durante la década de los treinta y hasta los años
sesenta se conoció como la Escuela Mexicana de Arqueolo-
gía.13 A partir de ese momento, el trabajo arqueológico en nuestro
país determinó la directriz política que la legitimó durante más de
cincuenta años, tiempo en que permaneció vigente ese movimiento.
Ya sabemos que, en esos años, la necesidad de hacer arqueolo-
gía estuvo ligada a la educación del mexicano en sus raíces nacio-
nales. Con este fin se propició el interés y la identificación del país
con su pasado, por eso, el estudio arqueológico y la difusión de los
informes de tales investigaciones se orientó a las zonas que con-
taban únicamente con evidencias monumentales, las cuales, en
su mayoría, poco a poco se habilitaron para el turismo, mientras
que los sitios que carecían de esta jerarquía quedaban relegados.
Querétaro fue una de las entidades federativas cuyos testimo-
nios arqueológicos, no obstante haber sido mencionados por cro-
nistas, religiosos y viajeros de la talla de Francisco Javier Alegre,
Juan Agustín de Morfi, Francisco de Ajofrín, Hubert H. Bancroft

12
Uno de los más importantes fue el antropólogo Franz Boas (1858-1942), precursor
del Particularismo Histórico, corriente antropológica surgida en Estados Unidos que
proponía el estudio de una sociedad como asunto único y particular, de modo que su
historia social fuera apreciable nada más desde la perspectiva de sus propios valores.
Ver Lizandra Torres y Lina Torres, Introducción a las ciencias sociales. Sociedad y
cultura contemporánea, Thomson Editores, México, 1998, p. 101.
13
Que en realidad, no hizo otra cosa más que continuar la tradición de hacer una
arqueología para fines gubernamentales. Como sabemos, en México la
institucionalización de esta disciplina, ha dependido del sostén gubernamental para
su desarrollo.
Véase Luis Vázquez León, «Historia y constitución profesional de la arqueología
mexicana (1884-1949)», en II Coloquio Pedro Bosch-Gumpera, UNAM-IIA,
México, 1993, p. 37.
22 Héctor Martínez Ruiz

y Alfredo Chavero, entre otros, no se les dio la debida importan-


cia durante los primeros cincuenta años del siglo XX; producto de
ello, sólo se realizaron esporádicos estudios que buscaron princi-
palmente su registro y protección. No fue sino hasta fines de los
años sesenta cuando se incrementaron las exploraciones descu-
briéndose un mayor número de asentamientos prehispánicos, los
cuales demostraron la importancia que tuvo en esa época el terri-
torio que hoy ocupa nuestra entidad.
A pesar de los resultados obtenidos, no se hicieron mayores
investigaciones. No fue sino hasta la segunda mitad de la década
de los setenta cuando se iniciaron los trabajos a cargo de Marga-
rita Velasco, Rosa Brambila y Enrique Nalda, y que han continua-
do hasta nuestros días gracias a una gran cantidad de especialis-
tas, entre los que han destacado Ana María Crespo, Juan Carlos
Saint-Charles, Alberto Herrera, Elizabeth Mejía, Daniel Valencia,
Carlos Viramontes, César Armando Quijada, Antonio Urdapilleta
y Miguel Argüelles. Este hecho dio un fuerte impulso al desarrollo
de la arqueología queretana incorporándola a la historia
prehispánica de la actual República Mexicana.
Historia de la Arqueología en Querétaro 23

CAPÍTULO I

ANTECEDENTES DEL TRABAJO ARQUEOLÓGICO EN


QUERÉTARO (1530-1821)

1.1. Los primeros testimonios


En los tres siglos que duró el dominio español en México se ad-
vierten, desde el punto de vista del interés por las antigüedades
indígenas, tres etapas: la primera y más larga va de la caída de
México-Tenochtitlan a 1670; la segunda fase llegó hasta 1750,
más o menos, y estuvo marcada por la notable figura de Carlos de
Sigüenza y Góngora; la tercera y última, en la que destacó Fran-
cisco Javier Clavijero, correspondió al inicio del periodo de la Ilustra-
ción y terminó con la Independencia.14
Por lo regular se ha establecido que el trabajo arqueológico en
México inició mucho después que en Europa, esto resulta claro si
reconocemos que en esos momentos, la empresa de conquista y
colonización se encontraba en su primera fase, es decir, todos los
esfuerzos se encontraban encaminados a la descripción de los
indios vivos, testigos de ese acontecimiento. Al principio no
hubo una preocupación por la historia de esos pueblos, los pensa-
dores europeos se encontraron con un mundo novedoso, que es-
tudiaron a partir de sus esquemas etnocéntricos, adecuando lo
descubierto a su conocimiento y religión.15 Más adelante, algunos
misioneros, conquistadores, funcionarios, autores indígenas y via-
jeros iniciaron los trabajos sobre el tema. Aunque fueron básica-
mente de tipo etnohistórico, etnográfico y lingüístico, algunos in-
cluyeron referencias materiales, pues en varias ocasiones hicie-
ron uso de datos arqueológicos para demostrar la veracidad de
sus afirmaciones;16 otras veces, gracias a estas fuentes, se tuvo
noticia de algunos sitios, los cuales la historia oral y las fuentes
escritas no habían citado.
14
Ignacio Bernal García y Pimentel, Historia de la Arqueología en México, Porrúa,
México, 1979, p. 19.
15
Graciela González Phillips, «Antecedentes coloniales», en la Antropología en
México, panorama histórico. Los hechos y los dichos (1521-1880), vol. 1, INAH,
México, 1987, p. 216.
16
Bernal, op. cit., p. 9.
24 Héctor Martínez Ruiz

Es necesario señalar que aunque autores como Fray


Bernardino de Sahagún describieron edificios, esculturas
u otros objetos, no lo hicieron por un interés especial en el
tema. 17 Incluso llegaron a declarar que todos los vestigios
debían destruirse 18 para acabar con las idolatrías y no dar
cabida a futuras resistencias o permanencia de la cultura
de los gentiles que, sobre, todo era perjudicial para la evan-
gelización de los nativos. 19 Para ellos, fue clara la necesi-
dad de desaparecer las huellas visibles de un pasado que
se deseaba borrar. Después de todo, ésa era la misión de
los frailes: 20
Destruid los ídolos, echadlos por tierra, quemad, confun-
did y acabad todos los lugares donde estuviesen, ani-
quilad los sitios, montes, y peñascos en que los pusie-
ron, cubrid y cerrad a piedra y lodo las cuevas donde los
ocultaron para que no se os ocurra al pensamiento su
memoria; no hagáis sacrificios al demonio, ni pidáis con-
sejos a los magos, encantadores, brujos maléficos, ni adi-
vinos, no tengáis trato ni amistad con ellos, ni los ocul-
téis, sino descubridlos y acusadlos; aunque sean vues-
tros padres, madres, hijos, hermanos, maridos o mujeres
propios; no oigáis ni creáis a los que os quieren engañar,
aunque los veáis hacer cosas que os parezcan milagros,
porque verdaderamente no lo son, sino embustes del de-
monio para apartaros de la fe. 21
Sin embargo, a pesar de este furor iconoclasta, los misioneros
mostraron interés por el estudio de estos materiales, llegando en

17
Véase Fray Bernardino de Sahagún, «Confutación» del libro primero «Que
habla del principal dios que adoraban los naturales de esta tierra que es la
Nueva España», en Historia General de las Cosas de Nueva España, Porrúa,
México, 1999, p. 64.
18
No obstante que, desde 1575, la Corona española, a través de las Leyes de
Indias, había establecido que las ruinas de los edificios prehispánicos, como los
santuarios, los adoratorios, las tumbas y los objetos que allí se encontrasen,
pertenecerían a la Real Propiedad. Véase Julio César Olivé Negrete y Augusto
Urteaga Castro-Pozo, INAH, una historia, INAH, México, 1988, p. 8.
19
González, op. cit., p. 200.
20
Véase a Bernal, op. cit., p. 38, y Castro, 1996, p. 75.
21
Fernando Benítez, Los primeros mexicanos. La vida criolla en el siglo XVI, Era,
México, 1997, p. 117.
Historia de la Arqueología en Querétaro 25

muchos casos más allá de las exigencias religiosas, pues descri-


bieron, no sin cierta curiosidad, los templos y las tumbas, los mo-
numentos del tiempo de la gentilidad.
En este contexto, se dio la primera mención de un sitio ar-
queológico en Querétaro: El Cerrito,22 que apareció registrado
en el Album de la Coronación Pontificia de Nuestra Seño-
ra del Pueblito (1946); el documento contiene información
proveniente del primer tercio del siglo XVII, donde se men-
ciona que:
Al sudoeste y a poco más de ocho kilómetros de las in-
mediaciones de la Ciudad de Querétaro, se halla un pue-
blecito de indios […] llamóse a este pueblo San Francis-
co Galileo, ignórase la fecha de fundación, [pero] conta-
ba ya un siglo la entonces villa, más los indígenas del
Pueblito y los alrededores […] aunque asistían al cate-
cismo, al santo sacrificio de la misa y a otras prácticas
cristianas, subían por la noche a la pirámide llamada Gran
Cué a adorar a sus antiguos ídolos y a entregarse a los
ritos de la gentilidad. 23
El texto no hace mayor alusión al lugar, por lo que no se
tienen muchos datos sobre alguna toponimia anterior que hi-
ciera referencia al sitio, sin embargo:
En la Relación de Querétaro,24 escrita a finales del siglo XVI
[se] menciona, entre los pueblos sujetos a Querétaro, uno
que podría asociarse a este asentamiento prehispánico: el
de San Antonio Anbanica, que quiere decir Templo Alto, en
otomí.25
22
Este asentamiento prehispánico ha recibido diversos nombres a lo largo de la
historia, durante el siglo XVIII, se le conoció con los nombres de El Pueblito,
Gran Cué, Cerro Pelón y Monte del Cascajo.
23
Álbum de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora del Pueblito, tomo 1,
Talleres Litográficos del Sagrado Corazón, México, 1948, p. 17.
24
Para David Wright, el otro nombre con que se le conocía a este
documento: Descripción de Querétaro, era erróneo, debía ser Relación
Geográfica de Querétaro, escrita en 1582 por el escribano Francisco Ramos
de Cárdenas y no por el alcalde mayor Hernando de Vargas. Ver David
Wright. Querétaro en el siglo XVI, Documentos de Querétaro, núm. 13,
Dirección de Patrimonio Cultural, Gobierno del Estado de Querétaro,
Querétaro, 1989, p. 192.
25
Daniel Valencia, «Exploraciones en El Cerrito» en Jar Ñgú, INAH, México,
1999, p. 73.
26 Héctor Martínez Ruiz

Como vemos, la mención de El Cerrito, la referencia más espe-


cífica en materia de testimonios antiguos de Querétaro durante
los siglos XVI y XVII,26 estuvo en función de un reporte adminis-
trativo y de las crónicas religiosas del Santuario de la Virgen de El
Pueblito,27 no hubo siquiera una descripción, ni mucho menos se
indicó el estado en que se encontraba el lugar. No resulta extraño
por lo tanto, que el interés por la arquitectura prehispánica de la
región central del país fuera mucho menor que por la del área
maya;28 es posible que el estado de conservación, las crónicas y
los hallazgos hayan influido en este hecho, de ahí la ausencia de
trabajos.
Por su parte, David Wright, en un análisis del Códice
Mendocino, en la foja 31 recto, al observar lo que era la provin-
cia de Jilotepec, abajo del glifo que representaba a esta comuni-
dad, se percató de que se hacía referencia a los pueblos que le
tributaban y uno de ellos resultó ser Tlachco, representado es-
quemáticamente por una cancha para el juego de pelota, asen-
tamiento que algunos historiadores habían situado en Querétaro.
Uno de los principales defensores de esta idea, Manuel Septién y
Septién (1967), sostuvo que ese pueblo de Tlachco, debió ser El
Cerrito, ya que era la zona arqueológica de mayor importancia
que existía en toda la región. Fundamentaba su propuesta en una

26
A pesar de que las mercedes reales que se dieron durante el periodo
colonial en Querétaro, son documentos que nos ofrecen información sobre
la existencia de cées, cuisillos o terremotillos (sic), como se les conocía
en esta época a los edificios antiguos, en realidad, son pocos los casos en
los que se describe su carácter arquitectónico o su estado de conservación.
Véase José Antonio Cruz Rangel, «Querétaro en los umbrales de la
conquista», en Indios y franciscanos en la construcción de Santiago de
Querétaro (siglos XVI y XVII), México, Archivo Histórico de Querétaro,
1997; y Juan Ricardo Jiménez Gómez, Mercedes reales en Querétaro. Los
orígenes de la propiedad privada 1531-1599, Universidad Autónoma de
Querétaro, Querétaro, 1996.
27
Informes de este tipo fueron hechos también durante los siglos XVIII, XIX e
incluso XX. Algunos de los más conocidos son de Hermenegildo Vilaplana (1785),
Joseph María Zelaá e Hidalgo (1803), Valentín F. Frías (1923), Vicente Acosta
(1932 y 1962), Cesáreo Munguía (1946), Jesús García Gutiérrez (1946), José Guadalupe
Ramírez Álvarez (1949), Aurora Castillo y Genoveva Orvañados (1987), además de
Ignacio Frías y Camacho (s.a.), entre otros.
28
González, op. cit., p. 222.
Historia de la Arqueología en Querétaro 27

nota que Carlos de Sigüenza y Góngora escribió en Glorias de


Querétaro (1680), donde afirmaba que esa ciudad ya existía des-
de antes de 1446, cuando el tlatoani mexica Motecuhzoma
Ilhuicamina la sometió ese año, junto con las provincias de
Xilotepec y Hueychapan. De ser cierta esta suposición, sería una
de las primeras referencias de un sitio considerado ahora arqueo-
lógico, que podría ser El Cerrito. Sin embargo, en su obra, el autor
desechó esta posibilidad pues afirmó que el citado pictograma del
juego de pelota en el Códice de Mendoza y en la Matricula de
Tributos, se refería al pueblo llamado hoy Tasquillo, en Hidalgo.29
Fuera de esta anotación, la situación no cambió y durante este
tiempo y hasta 1670, según Ignacio Bernal, en la Nueva España,
no se tenían noticias sobre estudios llevados a cabo sobre los res-
tos materiales, ni abundaron las exploraciones de los anticuarios,
como las que se hacían en Europa. El grado de desinterés llegó a
tal extremo que uno de los cronistas de la época relató que hasta
los naturales ya no advertían la presencia de los edificios en rui-
nas, y mucho menos que se interesaran por ellas.30 Con el paso
del tiempo, quedaron sepultadas o se aprovecharon sus materia-
les para incorporarlos en la construcción de edificios coloniales.31
Aunado a esta situación, el gobierno español, durante buena
parte del régimen virreinal, mantuvo una política rígida hacia la
presencia de extranjeros en sus colonias americanas. Por ello el
reducido número de viajeros, particularmente en el periodo que
nos ocupa. Algunos de los que llegaron, aunque ajenos al interés
arqueológico, hicieron breves descripciones sobre sitios y mate-
riales provenientes del área maya y del altiplano central, sin em-
bargo no aportaron datos relativos al territorio queretano. Para
1670, el mundo indígena y la conquista estaban muy atrás, el
Virreinato se encerró en sí mismo desinteresándose en general
del México antiguo.32
29
Véase David Wright, op. cit., 1989, p. 44.
30
En este sentido, es probable que esto sólo haya sido en parte, pues es un hecho que
los indígenas mantuvieron ciertos ritos del pasado y siguieron congregándose en sus
antiguos lugares de culto. De esto dieron cuenta Jerónimo de Labra, Francisco de
Ajofrín y Agustín de Morfi, para el caso de Querétaro.
31
González, op. cit., p. 238.
32
Bernal, op. cit., p. 45.
28 Héctor Martínez Ruiz

Así, el pasado indígena careció de relevancia para la sociedad


novohispana de la época, pero a finales del siglo XVII, la situación
cambió y se propuso que las antigüedades fueran consideradas
como evidencia histórica de los pueblos sometidos.33 En este pe-
riodo, se dieron cambios importantes y aparecieron los primeros
síntomas de lo que sería característico en la época siguiente. Con
las ideas de la Ilustración se retomaron los principios que habían
sido abandonados durante los primeros años de ese siglo y que
llevaron a la concepción de un nuevo tipo cultural: el criollo. Esto
promovió la necesidad de estudiar la vieja historia con un apasio-
nante deseo de conocerla.34

1.2. El Siglo de las Luces


El siglo de la Ilustración marcó el comienzo de la arqueología
en México. En 1759, al asumir el trono, Carlos III mostró inte-
rés en que se conocieran las antigüedades de las posesiones
españolas. Esto fue determinante para que en España se rea-
lizara una colección con objetos provenientes de sus colonias
americanas. Con este rey, ascendió la Ilustración al trono es-
pañol y por primera vez la Corona promovió las exploraciones
arqueológicas.35 José de Gálvez, entonces ministro del Conse-
jo de Indias, giró instrucciones a Antonio de Ulloa36 para que
iniciara la empresa, la cual en poco tiempo logró reunir varios
objetos provenientes de los sitios arqueológicos, entre los que
destacaban esculturas, armas y herramientas.37

33
Ver Joseph Joaquín Granados y Gálvez. Tardes americanas, CONDUMEX, México,
1984.
34
Bernal, op. cit., p. 46.
35
Eduardo Matos Moctezuma, «Historia de la arqueología en México II: La
Arqueología y la Ilustración (1750-1810)» en Arqueología Mexicana núm. 53,
Raíces-INAH, México, 2003, p. 25.
36
Antonio de Ulloa (1716-1795) fue un distinguido científico y marino español.
Miembro de la Royal Society de Londres y de las Academias de Ciencias de París,
Copenhague y Estocolmo, participó por encargo del ministro del Consejo de Indias
de España, José de Gálvez, en una de las más destacadas expediciones científicas que
tuvieron lugar en el siglo XVIII. Ver Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y
Geografía de México (R-Z), Porrúa, México, 1995, p. 3612.
37
González, op. cit., p. 240.
Historia de la Arqueología en Querétaro 29

Tal empresa, monumental desde su concepción, para el caso


de la Nueva España recayó en los criollos; como era de espe-
rarse, disgustados con los peninsulares que detentaban el po-
der y ante la necesidad de la defensa de lo americano, produ-
jeron varias obras de corte histórico donde enunciaron los
errores de los escritores en torno a América; no vacilaron en
realizar estudios sobre el pasado prehispánico y ser los prime-
ros en hacer exploraciones francamente arqueológicas, cuya
finalidad fue la de utilizar los vestigios como evidencia de un
pasado glorioso, prueba irrefutable de una historia a la altura
de la europea.38
La obra de Francisco Javier Clavijero39 se inscribe en este
contexto y representa la piedra angular de todo el pensamiento
criollo a través de su libro Disertaciones e Historia antigua de
México. Clavijero fue uno de los eruditos que se preocupó por
estudiar las culturas prehispánicas, en especial su arquitectura.
Para él, un edificio manifestaba el carácter y la cultura de la gen-
te. No se conformó con escribir de oídas, sino que visitó algunos
sitios. Levantando mapas y dibujos completó sus investigaciones;
dejando atrás las meras descripciones superficiales, hizo un tra-
bajo exclusivamente arqueológico.40
Con la resignificación del legado antiguo, la investigación retomó
una nueva modalidad, el trabajo se caracterizó también por el
incesante afán de coleccionar todo tipo de manuscritos que inclu-
yeran información histórica de objetos antiguos. Lógicamente, este
pensamiento fue exclusivo de un grupo de criollos, pues reflejaba
su deseo de glorificar el México Antiguo con el objetivo funda-
mental de fomentar un sentimiento de nacionalidad,41 el cual no

38
Portal y Ramírez, op. cit., p. 41.
39
Francisco Javier Clavijero (1731-1787). Ilustre erudito criollo, miembro de la
Compañía de Jesús, que se alejó de los sistemas tradicionales de enseñanza novohispana
e impulsó el nacionalismo criollo. A través de sus obras Disertaciones e Historia
antigua de México, buscó romper con las formas europeas de ver el mundo y la
historia de América. Su primer biógrafo, el padre Maneiro, lo consideraba el creador
de la Historia de México. Véase Mariano Cuevas, «Prólogo», en Francisco Javier
Clavijero, Historia antigua de México, Porrúa, México, 1991.
40
Bernal, op. cit., p. 73.
41
Ibídem, p. 50.
30 Héctor Martínez Ruiz

fue compartido por toda la sociedad novohispana, ya que el inte-


rés de este grupo vino acompañado de fines políticos, por lo que
los españoles que tenían acomodo en el orden colonial vieron con
malos ojos esta nueva modalidad.
Lo trascendente para la arqueología fue que por vez primera se
realizaron exploraciones arqueológicas y se procuró preservar los
sitios y los objetos, incluso se pensó en establecer una academia en
la Ciudad de México en 1746, cuya función sería la de investigar las
fuentes documentales y probablemente también los vestigios arqueo-
lógicos de las culturas indígenas, en términos de una búsqueda de su
significación a la luz de una historia abierta y universal.42
En esos años, en Querétaro, se inició la pacificación y reduc-
ción de los chichimecas jonaces de la Sierra Gorda (1740), y aun-
que los Labra, responsables de la campaña, rindieron un informe
de esas actividades, sólo se limitaron a decir que los indígenas
como apostatas, se mantenían en sus viciosas costumbres y ocio
de su gentílica naturaleza.43
Además, se hizo un reporte del grado de destrucción que exis-
tía en las ruinas que se localizaban cerca de Apapátaro, el cual
había sido provocado por los dueños de la hacienda de Bejil al
ordenar la extracción de piedra para hacer cercas, lo que se de-
mostraba por lo excavaciones que había en la zona.44

1.2.1. Fray Francisco Palou


Uno de los primeros testimonios sobre un objeto considerado aho-
ra como arqueológico fue el que proporcionó fray Francisco
Palou.45 En su Relación Histórica de la vida del venerable
padre fray Junípero Serra, escrita en 1787, relató que:
42
Miguel León Portilla, op. cit., p. 57.
43
Jerónimo de Labra, «Manifiesto de lo precedido en la conquista y reducción de
los indios chichimecos jonaces de la Sierra Gorda, distante de México 35 leguas»,
en Jaime Nieto, Los habitantes de la Sierra Gorda, UAQ-CEIA, Querétaro, 1984,
pp. 46-87.
44
AGN, tierras, v.2765, exp. 15, tomado de Cruz, op. cit., p. 30.
45
Francisco Palou (1722?-1789). Misionero Franciscano. Nació en Mallorca.
Compañero de fray Junípero Serra. Guardián del Colegio de San Fernando y presidente
de las misiones de California. Encabezó, junto con aquél, el grupo de franciscanos
que reemplazó a los jesuitas en Baja California (1768). Fundador de la misión de San
Francisco (1776) en la Alta California. Ver Diccionario Porrúa (L-Q) 1995, p. 2621.
Historia de la Arqueología en Querétaro 31

[En 1759, después de efectuada la conquista espiritual] y dejan-


do a los indios con la instrucción que se ha dicho, [el padre
Serra] se llevó consigo, como despojo del victorioso triunfo que
había conseguido contra el infierno, al principal ídolo que ado-
raban como Dios aquellos infelices. Éste era una cara perfecta
de mujer fabricada de tecale, que tenían en lo más alto de una
encumbrada sierra, en una casa como adoratorio o capilla, a la
que se subía por una escalera de piedra labrada, por cuyos la-
dos y en el plan de arriba, había algunos sepulcros de indios
principales de aquella nación pame que antes de morir habían
pedido los enterrasen en aquel sitio.
El nombre que daban al referido ídolo era el de Cachum, esto es,
madre del Sol, que veneraban por su Dios [y que los] mismos
indios ya convertidos, le entregaron [al padre Serra] el citado
ídolo Cachum, que llevó a nuestro Colegio de San Fernando, y
entregándolo al reverendo padre guardián, mandó éste se pu-
siera en el cajón del archivo perteneciente a los documentos y
papeles de dichas misiones, para memoria de la espiritual con-
quista.46
Como era de esperarse, la pieza fue entregada al fraile en un
acto de evangelización, los pames conversos como prueba de su
fe, le ofrecieron la escultura. Además, resulta interesante la des-
cripción del templo donde se encontraba depositada la imagen.47
Palou no refiere el lugar exacto de la Sierra Gorda donde ocurrió
el acontecimiento, en cambio, sí menciona que la pieza incautada
fue remitida a la Ciudad de México.

1.2.2. Fray Francisco de Ajofrín


En 1764, el fraile capuchino Francisco de Ajofrín,48 que venía co-
misionado por el nuncio apostólico en España, monseñor Pallavicini,

46
Fray Francisco Palou, Relación histórica de la vida del venerable padre fray
Junípero Serra, Porrúa, México, 1983, p. 24.
47
Aunque el fraile refiere que había muchísimos idolillos que se dieron al fuego, en
realidad, sólo se limitó a describir la imagen de la deidad más importante de los
indígenas. Véase Palou, op. cit., p. 23.
48
Fray Francisco de Ajofrín (1719-1789). Fraile capuchino conocido por ser un
viajero infatigable que se dedicó a indagar y escribir sobre los sitios que visitaba,
desde su historia, la traza urbana, los edificios e instituciones, hasta el clima, geografía,
las costumbres y devociones, así de como sus personalidades. «Francisco de Ajofrín»
en Diccionario Porrúa (A-C) 1995, p. 77.
32 Héctor Martínez Ruiz

para recabar limosnas,49 al efectuar un recorrido por algunas pro-


vincias del Virreinato, llegó a Querétaro, entre marzo y abril de
ese año, donde permaneció casi un mes recogiendo datos y do-
nes del ambiente conventual de la ciudad, a la que describió en su
Diario del viaje a la Nueva España. Precisamente en una de
sus anotaciones sobre su visita al Santuario de Nuestra Señora de
El Pueblito, hizo una mención de los vestigios arqueológicos que,
aunque fue breve, resulta interesante:
[Cerca del Templo de Nuestra Señora de El Pueblito, los natura-
les veneran] a un famoso ídolo en el cerrito, fabricado a mano,
que aún el día de hoy se conserva a corta distancia del Santua-
rio…50
Es indudable que el montículo citado debió llamar la atención
del fraile, a tal grado que lo incluyó en un dibujo que realizó del
lugar.51 En él se observa el Santuario de Nuestra Señora del
Pueblito, el caserío de San Francisco Galileo y El Cerrito, como
una elevación sobre la que se aprecia una escalinata y los posibles
cuerpos del basamento piramidal (Fig. 1).52

1.2.3. Fray Juan Agustín de Morfi


El siglo XVIII se inició con grandes transformaciones en Europa.
En 1713, España sufrió un cambio dinástico, los Habsburgo fue-
ron substituidos por la casa de Borbón, la cual a mediados del
siglo comenzó a implantar una serie de reformas que obedecían a
una nueva concepción de Estado. En la Nueva España, los cam-
bios se sintieron de inmediato, pero no se aplicaron formalmente,
sino hasta que Carlos III (1759-1788) ascendió al trono, cuando,
en 1765, se encargó al visitador José de Gálvez su imposición en
la Colonia; sin embargo, se consolidaron durante el reinado de
Carlos IV (1788-1808). A grandes rasgos, dichas reformas pre-
tendían imponer los principios básicos del despotismo ilustrado, es

49
Heriberto Moreno, «Introducción», en Francisco de Ajofrín, Diario del Viaje a la
Nueva España, SEP-Cultura, México, 1986, p. 11.
50
Francisco de Ajofrín, en Daniel Valencia Cruz, El Cerrito, santuario prehispánico
de Querétaro, INAH-CONECULTA-Municipio de Corregidora, México, 2001, p. 9.
51
Es muy posible que este sea el primer registro gráfico del sitio arqueológico.
52
Valencia, op. cit., p. 8.
Historia de la Arqueología en Querétaro 33

decir, los intereses del monarca y del Estado sobre los de indivi-
duos y corporaciones, el desarrollo de la industria, el comercio y la
agricultura a partir de sistemas productivos más racionales, el cre-
ciente interés por desarrollar el conocimiento científico y técnico
a través de la investigación, de publicaciones, de datos geográfi-
cos e históricos, de expediciones científicas costeadas por la Co-
rona etc., y la difusión de las artes.53
Con la aplicación de las reformas borbónicas se reafirmó el cre-
ciente deseo de estudiar las antigüedades mexicanas;54 aumentó el
interés por los vestigios arqueológicos y la vieja situación todavía
prevaleciente hasta las primeras décadas de este siglo, de considerar
que algunos sitios de los valles centrales y la zona maya eran los
únicos focos culturales se dejó a un lado, aunque la importancia de
estudiar las áreas desconocidas y considerarlas igualmente impor-
tantes, hubo de tardar mucho en reconocerse plenamente.55
Sin lugar a dudas, el suceso más importante del interés por las
antigüedades en Querétaro durante este periodo ocurrió en 1777.
El fraile Juan Agustín de Morfi56 realizó una visita de inspección a
El Cerrito y escribió sobre los objetos arqueológicos provenientes
del lugar. El franciscano acompañaba al caballero Teodoro de Croix
en su recorrido hacia las regiones internas del Virreinato.
Las causas de este viaje merecen un análisis detallado, pues
las circunstancias que lo propiciaron, se articularon a la visita
de José de Gálvez57 a la Nueva España en 1765. Su llegada
53
Portal y Ramírez, op. cit., p. 36.
54
González, op. cit., p. 246.
55
Bernal, op. cit., p. 74.
56
Juan Agustín de Morfi (1735-1783). Religioso integrante de la Orden de San
Francisco, perteneciente a la Provincia del Santo Evangelio de México y conocido
catedrático del Colegio de Santiago de Tlatelolco. Insigne orador y escritor, autor de
varias obras sobre la empresa de evangelización en el norte de la Nueva España. Ver
Ernesto de la Torre, Lecturas históricas mexicanas, tomo I, UNAM, México, 1994,
p. 674.
57
José de Gálvez (1720-1787). Marqués de la Sonora. Fue secretario del duque
Jerónimo de Grimaldi y ministro del Consejo de Indias; se le nombró visitador
general del Virreinato de Nueva España, cargo que desempeñó de 1765 a 1771, con
plenos poderes y funciones de inspección. Como resultado de su gestión, se creó la
división administrativa de intendencias, se actualizó el sistema de tributación y se
creó un ejército regular. Además, favoreció las misiones franciscanas en California y
la colonización de Sonora. A su vuelta a España, fue ministro de Indias desde 1775
hasta su muerte. «José de Gálvez», en Diccionario Porrúa (D-K) 1995, p. 1364.
34 Héctor Martínez Ruiz

tuvo intereses políticos y en realidad su finalidad fue la de


reorganizar la hacienda pública.58 Al observar que las regio-
nes norteñas de la Colonia estaban demasiado alejadas de la
capital, propuso la creación de un gobierno en aquella región,
buscando con esto hacer frente a los problemas de organiza-
ción de este vasto y rico territorio. Este proyecto fue apoyado
por el entonces virrey Carlos Francisco, marqués de Croix
desde enero de 1768, pero al ser aprobado por el rey de Espa-
ña, en 1769, se atrasó su ejecución algunos años, al parecer,
con la finalidad de buscar al hombre apropiado para confiarle
un cargo de tanta responsabilidad.
El 22 de agosto de 177659 se expidió un documento que expli-
caba los motivos para la creación de la Comandancia de las
Provincias Internas; el hombre elegido para hacerse cargo de
ese puesto resultó ser Teodoro de Croix, quien era sobrino del
virrey.60 El caballero llegó a México en diciembre de 1776, e in-
mediatamente se dedicó a la organización de cuerpos militares
para emprender el reconocimiento de los territorios que adminis-
traría.
Una vez terminados los preparativos de la marcha, el caba-
llero de Croix tuvo el acierto de solicitar por escrito en 25 de
julio de 1777 a fray Isidro Murillo, provincial de la provincia
franciscana del Santo Evangelio, que ordenara a fray Juan
Agustín de Morfi lo acompañase en su viaje en virtud de
santa obediencia para emplearlo oportunamente en servicio
de Dios y del Rey.61

58
Vito Alessio Robles, «Noticia biobibliográfica y acotaciones», en Juan Agustín de
Morfi, Viaje de indios y diario del Nuevo México, Porrúa, México, 1980, p. 21.
59
Para Vito Alessio Robles, en esa fecha se habían creado las intendencias,
lo que no pudo haber sido, ya que tan sólo la real ordenanza para su
establecimiento llegó a la capital del Virreinato el 28 de abril de 1781 y
aquellas se erigieron por ley el 4 de diciembre de 1786. Únicamente la de
Arizpe fue anterior. Véase Ricardo Rees Jones, «Introducción», en Real
Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendencias de ejército
y provincia en el reino de la Nueva España, 1786, México, UNAM, 1984:
XI; y Edmundo O’ Gorman, Historia de las divisiones territoriales de
México, Porrúa, México, 1994, p. 16.
60
O’ Gorman, ibídem, p. 16.
61
Alessio, op. cit., p. 30.
Historia de la Arqueología en Querétaro 35

[…] En la selección del fraile, quizá intervino más que nada el


conocimiento que éste poseía de la región norte del Virreinato,
así como su reconocida fama de trabajador incansable, que
todo veía y anotaba durante todos sus viajes.62
Por este motivo, el religioso se involucró en el recorrido
durante el cual registró en su Diario todos los lugares visitados.
Es conveniente mencionar que, por esta razón, el padre colector,
Francisco García Figueroa, escribió una nota aclaratoria al inicio
de la obra, donde menciona que:
Aunque en la lista y también en la Real Orden se llama a esta
obra: Viaje de Indios y Diario del Nuevo México, propiamente
es el derrotero que llevó al Señor Comandante de Croix desde
México hasta la provincia de Texas, en compañía del reverendo
padre fray Juan Agustín de Morfi, quien detalló en este escrito
todas las particularidades que se presentaron a su observación
con aquel arreglo…63
En la parte relativa a su paso por la ciudad de Querétaro, ente-
rado de que en la población de San Francisco Galileo se localiza-
ban unas ruinas, decidió visitarlas. Morfi refiere que:
Habiendo tenido noticia de las excavaciones que se estaban
haciendo [en el sitio], resolvimos ir a excavarlas el Corregidor
con su escribano, el ingeniero D. Carlos Duparguet y Yo. […]
Al sur de Querétaro y legua y media de distancia de esta ciudad
está la población llamada San Francisco Galileo. [Trasladándo-
nos a esta localidad] nos dirigimos desde luego a la casa del
señor cura [que] vive inmediato a la nueva iglesia; [nos recibió],
obsequió con sumo agrado e instruido de la causa de nuestro
viaje se dispuso a enseñarnos sus descubrimientos, insinuán-
donos el sentimiento que tenía de que no pudiésemos ver los
preciosos, por haberlos remitido ya al actual Ilmo. Sr. Arzobispo
de México por cuyo encargo aseguraba haber emprendido las
excavaciones …64
El religioso describió algunos de los objetos arqueológicos que
el cura conservaba en su parroquia:

62
Ibídem, p. 34.
63
Idem: 34.
64
Juan Agustín de Morfi, «Parte relativa a la descripción de la zona arqueológica
de El Cerrito» en Diario del viaje a la provincia de Texas. Ed. Tip. y Lib. del
Sagrado Corazón, Querétaro, 1913, p. 2.
36 Héctor Martínez Ruiz

En el patio interior de su casa estaba una cabeza taladrada ver-


ticalmente, que cuando entró al curato la encontró sirviendo de
peana a una Santa Cruz, y de donde la quitó, temeroso de alguna
superstición e idolatría de los naturales. Había allí muchas figu-
ras de una vara de alto y que según parece, sirvieron de
pedestales en algún edificio: dos de ellas eran de cuerpo entero;
de otra se conserva el cuerpo entero; de otra se conserva la
cabeza y las demás estaban hechas pedazos. Me regaló unos
pedernales para flechas y otra para lanza...65
Algunos dibujos del franciscano complementaron la descrip-
ción de la escultura encontrada en El Cerrito: un atlante con los
brazos en alto, la cabeza de un personaje y un chac mool (fig.
2).66
En una piedra como de tres cuartos en cuadro, se veían las
piernas de un hombre desde las orillas vestidas, y con los lazos
en los calzados de modo de nuestros antiguos españoles. Fuera
del cementerio estaba una estatua que representaba a un hom-
bre de tamaño natural, pero en una posición violentísima, ella
está acostada de espaldas, los codos apoyados en el suelo, las
manos tendidas sobre el estómago con las palmas al cielo, y
separadas por una patena o adorno circular que tiene en el om-
bligo; las rodillas unidas al vientre; y los talones pegados al
cuerpo, el rostro al revés de lo natural mirando al horizonte y
con la barba sobre la espalda. Esta figura o ídolo es el más
completo que se había encontrado, y por su pesadez no se en-
vío a México…67
Morfi continuó con la descripción de los objetos arqueológicos,
entre los cuales había:
Piedras de diferentes tamaños y figuras, que fueron al parecer
adornos y remates del edificio, entre ellas se singularizaban al-
gunas, que según manifestaban habían servido en las puertas o
cornisas [de los edificios] cuyas labores formaban cruces de
Caravaca muy perfectas…68

65
Idem, p. 3.
66
Sobre las ilustraciones de Morfi, véase Héctor Martínez Ruiz «Fray Juan Agustín
de Morfi y el Diario de Indios y Viaje del Nuevo México» en Los Cronistas, núms. 42
y 43, México, Cronistas municipales del estado de Querétaro, 2003.
67
Morfi, op. cit., p. 3.
68
Idem, p. 3.
Historia de la Arqueología en Querétaro 37

En el lugar que ocupa el actual Santuario de la Virgen de El


Pueblito, los vestigios que hasta hace unos años se observaban –
hiladas de piedras, elevación del terreno y tiestos– confirmaron la
información que había aportado la Relación de Querétaro, de
que ya existía un asentamiento prehispánico en el territorio donde
se fundó San Francisco Galileo.69 Esta noticia también fue con-
firmada por el cura del lugar, que había excavado en unas habita-
ciones antiguas y rescató algunas muestras de cerámica. La des-
cripción de esas ruinas también fue hecha por Morfi.
Pasamos de aquí como a doscientos pasos de la habitación,
donde vimos una pequeña ruina, y aunque el cura la tiene como
obra de la antigüedad, y asegura haber hallado en ella algunos
monumentos que lo acreditan y que remitió a México; sin em-
bargo, Yo nada encontré allí que lo comprobase, pues advertí
los miserables fragmentos de una fábrica mezquina de adobes
dividida en dos pequeñísimas piezas…70
Más adelante, cuando los viajeros terminaron de revisar los
objetos que se encontraban en el Santuario, se dirigieron a las
ruinas de El Cerrito:
Continuamos como a un cuarto de legua al mismo rumbo hasta
la lometa natural que tendría diez varas de elevación sobre el
llano. Encima de ella hacia el sur, se descubre un edificio cuadri-
longo de grande extensión, que por no ser la excavación profun-
da sólo presenta una como cornisa. Los trabajadores desemba-
razaron hasta ahora como media vara de la fábrica que ya por si
misma se hacía ver sobre el terreno. Se advierte, sin embargo, en
su centro una puerta, que, por su pequeñez y por no haberse
acabado de destruir, no se discierne si es la principal de la facha-
da, o alguna otra de las interiores.71
Ya en el sitio, el padre Morfi se detuvo a describir las estructu-
ras y sus materiales de construcción:
En la construcción de estas paredes o cornisas, no se usó de la
cal y arena; las piedras están unidas con una especie de barro o
argamaza que parece tepetate blanco y de competente solidez.

69
Francisco Ramos de Cárdenas, «Relación Geográfica de Querétaro», en Wright,
op. cit., p. 176.
70
Morfi, op. cit., p. 4.
71
Idem, p. 4.
38 Héctor Martínez Ruiz

En las proximidades de este cuadrilongo, a distancia de cin-


cuenta pasos y al parecer independientes, se hallan ruinas de
pequeños edificios, uno al oriente con divisiones y otro al po-
niente, donde sacaron los ídolos o figuras y unas piedras sóli-
das, blancas pulidas, redondas y taladradas por su centro, como
destinadas a servir de adorno. En este último se ha descubierto
el pavimento que en lugar de ladrillo está formado por la propia
argamaza que une las piedras del edificio grande. Esta loma sir-
ve de base a un cerrito que al norte de las excavaciones se
levanta sobre ella un pan de azúcar y que tendrá unas treinta
varas de elevación perpendicular. Subimos a su cima con gran
trabajo por la mucha pendiente y poca solidez del terreno […]
Examinamos con la mayor intención la estructura del cerrito, y
no nos quedó duda de ser artificial y construido por la mano de
hombres. Todo él se compone de capas alternadas de lodo y
piedra suelta, semejante a la que rueda en el llano, y todas de
esta magnitud, que sin dificultad pudieron confundirse hasta la
cumbre. Formaba ésta una pequeña mesa de doce varas de pro-
fundidad y de diámetro tres, sin sacar otro fruto de su trabajo,
que la demostración de su estructura en capas de piedra y de
lodo, como se advierte exteriormente desde la falda…72
El ingeniero Carlos Duparguet también registró el sitio arqueo-
lógico y las muestras de escultura, el chac mool, el atlante y la
cabeza de un personaje que el párroco de San Francisco Galileo
tenía en su poder (fig. 3).73
Por su parte, el franciscano dibujó el gran basamento y la plata-
forma del recinto tal y como se encontraba en 1777 (fig. 3); las
anotaciones que realizó las integró en su diario, que más tarde fue
publicado con el nombre de Viaje de indios y diario del Nuevo
México. 74
Después de la visita al santuario y de la descripción del sitio,
siguieron su camino con el caballero Teodoro de Croix rumbo al
norte; mientras tanto, el lugar fue olvidado, salvo quizá por los
lugareños y gente de la ciudad de Querétaro.
72
Idem, p. 4.
73
Acerca de estos dibujos es conveniente mencionar que más adelante fueron
reproducidos en las obras de algunos autores, como Carlos Arvizu (1984), José Félix
Zavala (1990) y Rafael Roa Torres (1994).
74
Cfr. Juan Agustín de Morfi, Viaje de indios y Diario del Nuevo México, Porrúa,
México, 1980.
Historia de la Arqueología en Querétaro 39

El diario de Morfi es el primer documento escrito en que se


registró el interés que despertó en un personaje del siglo XVIII la
información referente a un sitio arqueológico ubicado en Querétaro
y, a la vez, es un testimonio sobre los trabajos de exploración que
ya se realizaban desde tiempo atrás, ambos eran ejemplos de la
nueva postura ilustrada, en la que se hizo cada vez más evidente
que el estudio de la historia antigua de los nativos americanos era
una idea que el religioso compartía con el cura de la parroquia de
San Francisco Galileo, el arzobispo de la Ciudad de México y las
autoridades de España que ordenaron el proyecto de preparar
una historia de las Indias, con la visión científica propia del Siglo
de las Luces.
Tiempo después, el rey Carlos IV continuó con la tendencia de
su padre y ordenó que prosiguieran los recorridos por la Nueva
España a fin de descubrir ruinas y objetos antiguos.75 El virrey
Juan Vicente de Güemes, conde de Revillagigedo, dispuso que los
materiales recuperados se conservaran, en vez de ser destruidos,
como había ocurrido años atrás. Este cambio reflejaba la influen-
cia de las ideas de Carlos III –gran amante de la arqueología– y
de algunos de sus consejeros.76
En 1786, el cronista mayor de Indias, Juan Bautista Muñoz,
solicitó a José de Gálvez, recientemente nombrado marqués de
Sonora, que dispusiera de todo lo necesario para que se realizaran
una serie de indagaciones y que, en la medida de lo posible, se
estableciera una distinción entre las características arquitectóni-
cas estudiadas, que se examinara los materiales de construcción
y que se conservaran los utensilios que fuesen localizados.
Como vemos, en este momento, hubo una exaltación de los
ánimos hacia los restos materiales del pasado. Como si esto anti-
cipara un cambio de mentalidad en torno a la concepción del tes-
timonio arqueológico como documento histórico;77 y aunque las
referencias de este tipo para el caso de Querétaro fueron básica-
mente sobre El Cerrito, para el siglo XIX, con los descubrimientos
efectuados en la Sierra Gorda, aumentaron las exploraciones.
75
González, op. cit., p. 248.
76
Bernal, op cit., p. 75.
77
Ibídem, p. 61.
40 Héctor Martínez Ruiz

Por último, vale la pena destacar la investigación realizada por


Alejandro de Humboldt, viajero alemán que visitó la Nueva Espa-
ña a principios del siglo XIX. Aunque no realizó estudios arqueo-
lógicos en el territorio queretano, señaló las etapas por las que
había pasado el interés de los eruditos por la historia precolombi-
na. Afirmó que en un primer momento, después de la conquista y
hasta mediados del siglo XVII, hubo el deseo de conocer la cultu-
ra indígena pasada, por parte de misioneros y cronistas. Poste-
riormente, esta tendencia decreció por la disposición de la Corona
de no dejar entrar extranjeros a las colonias por el temor de volver
a resucitar antiguas idolatrías y para evitar ataques al dominio
español, y que no fue sino hasta fines de siglo, cuando resurgió la
investigación de la historia antigua de México.78 Además, el ilus-
tre barón dejó testimonios sobre la expectativa que causó en los
círculos académicos europeos la arqueología novohispana, aun-
que fuera en términos muy vagos.79
Quedaba, pues, el legado intelectual de los sabios novohispanos,
que con sus aportes dieron nueva presencia a los viejos monu-
mentos cubiertos por el tiempo. Francisco Javier Clavijero, José
Antonio Alzate, Antonio de León y Gama, entre otros, dejaron al
México independiente un legado en materia arqueológica que cons-
tituyó, sin duda alguna, la base de lo que sería esta actividad en la
etapa decimonónica.80

78
Alejandro de Humboldt, «Introducción», en Aportaciones a la Antropología
Mexicana, Estudio y traducción de Jaime Labastida, Katún, México, 1986, p. 3.
79
Véase Alejandro de Humboldt, «Origen de las vistas de las cordilleras y monumentos
de los pueblos indígenas de América», en op. cit., 1986.
80
Matos, op. cit., p. 25.
Historia de la Arqueología en Querétaro 41

CAPÍTULO II

LA ARQUEOLOGÍA EN EL
PROYECTO DE NACIÓN (1821-1876)

En 1821, con la consumación de la Independencia se esperaba


que nuestro país tuviera entre otras cosas un gobierno popular,
rápido crecimiento económico, igualdad social, regeneración cul-
tural y grandeza nacional; sin embargo, durante los primeros años,
fue escenario de las disputas entre los grupos liberales y conser-
vadores, quienes de acuerdo con sus principios ideológicos pre-
tendieron imponer su propio modelo de gobierno.
En este proceso, la urgente necesidad de desarrollar un pro-
yecto de nación acorde a los intereses de estos grupos fue deter-
minante para que orientaran sus esfuerzos a acciones políticas
concretas dentro del panorama social del nuevo país, el cual no
sufrió cambios, pues los conservadores mantuvieron su posición
privilegiada de clase por mucho tiempo y no fue sino hasta el
último tercio del siglo XIX, con el liberalismo triunfante y la con-
solidación de su idea de nación, cuando se quebrantó la estructura
social y económica heredada de la Colonia y comenzó la edifica-
ción de un Estado fuerte como entidad superior a todas las de-
más. 81
81
El nacionalismo mexicano tuvo sus orígenes históricos en la conciencia del ser
americano que asumieron los grupos criollos de la Nueva España, que los llevó a lo
largo de casi dos siglos a conformar un proyecto propio de nación independiente. Sus
postulados –base del indigenismo histórico y del nacionalismo histórico– fueron
retomados principalmente por fray Servando Teresa de Mier y Carlos María de
Bustamante; sin embargo, las ideas del nacionalismo mexicano fueron duramente
criticadas por liberales y conservadores. Para algunos liberales, el progreso era
sinónimo de imitación. Educados según las ideas francesas, vieron en Estados Unidos
su modelo. Con los ojos puestos en el futuro, un amplio sector de ellos despreció el
pasado mexicano, colonial o indígena. Ideólogos como Mora y Zavala, sostuvieron
que la historia de México empezaba con la Conquista. Por otro lado, Lucas Alamán
representante del grupo conservador, soslayó por completo la Antigüedad. Para él,
el único pasado aceptable era el de la Colonia. Alamán y Mora coincidieron en la
condenación de la retórica del indigenismo histórico y del nacionalismo histórico
que tanto pregonaba Bustamante. Como vemos, para esta época, el liberalismo
mexicano estaba muy lejano del patriotismo liberal. Ver Portal y Ramírez, op. cit.,
p. 31, y David Brading, Los orígenes del nacionalismo criollo, Era, México, 1991,
p. 117.
42 Héctor Martínez Ruiz

La existencia de un gobierno con mayor control sobre la vida


social y económica del país influyó notablemente en el contenido
y la aplicación del conocimiento científico a diferencia, del perio-
do anterior.
Curiosamente, a pesar del abismo ideológico, que hay entre
conservadores y liberales, en un primer momento, se observó cierto
interés por conformar una política de estudios sobre el pasado y
su rescate material: los monumentos arqueológicos.82
Resulta claro reconocer que la actividad intelectual y la inves-
tigación científica en el periodo posterior a la consumación de la
Independencia estuvo a cargo de militantes de los grupos liberales
y conservadores, aunque también participaron personas sin filia-
ción política aparente.83
Como toda empresa, el trabajo arqueológico estuvo mar-
cado por las condiciones históricas en que se desenvolvió.
Si bien mucho de la preocupación teórica expresada en la
época tuvo relación directa e indirecta con la pugna entre
estos grupos por imponer, también en el terreno de las ideas,
su interpretación sobre los problemas del país y su histo-
ria. El pensamiento que se estableció en aquel momento,
en el plano de la actividad científica, fue decisivo para que
unos años más tarde se consolidara la investigación arqueo-
lógica en México. 84
Los acontecimientos políticos y sociales ocurridos en la Nueva
España a inicios del siglo XIX, que a la postre habían desemboca-
do en su independencia, no fueron propicios para la investigación
arqueológica. Sin embargo, el interés por lo antiguo no decayó y la
búsqueda de información se orientó más a las fuentes documen-
tales coloniales y a los reportes de los viajeros que durante esta
época recorrieron el territorio nacional. Más adelante, los miem-
bros de las agrupaciones científicas, como la Sociedad Mexicana

83
Catalina Rodríguez Lazcano, «La interpretación nacional», en La antropología
en México, panorama histórico: Los hechos y los dichos (1521-1880), Vol. 1,
INAH, México, 1987, p. 264.
84
Tania Carrasco Vargas, «Hacia la formación de la antropología científica», en La
antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1521-
1880), Vol. 1, INAH, México, 1987, p. 397.
Historia de la Arqueología en Querétaro 43

de Geografía y Estadística, se ocuparon de realizar exploraciones


y aportar información sobre estos sitios. Esta situación fue ha-
ciéndose más común durante los últimos años de ese siglo.
Entre 1821 y 1876, a pesar de las circunstancias políticas y
económicas poco propicias del país, se iniciaron los trabajos des-
tinados a conocer y estudiar los diferentes testimonios. Ahora bien,
ello fue posible gracias a dos razones: por un lado, a la necesidad
de construir una conciencia nacionalista independiente, y por otro,
al desarrollo de las preocupaciones propias del pensamiento
antropológico, que se fue separando cada vez más de las explica-
ciones teológicas. La Biblia y otros textos religiosos dejaron de
ser las fuentes básicas de referencia. El empleo de códices y
crónicas coloniales ocuparon su lugar en la observación directa y,
más adelante, se inició la aplicación de teorías científicas importa-
das de Europa y Estados Unidos. En efecto, tanto las técnicas
como los temas e incluso métodos de investigación, de los cuales
se valían los estudiosos de la primera mitad del siglo XIX, fueron
una prolongación de los utilizados por los ilustrados desde media-
dos del siglo XVIII, en términos generales, el contexto de la in-
vestigación fue otro, la recién adquirida independencia política,
modificó los fines de la investigación impulsándola a la búsqueda
de elementos que contribuyeran a crear una identidad nacional.
Desde este punto de vista, la justificación de las investigacio-
nes no tuvo como fin conocer a los otros, como en el siglo XVI, ni
la construcción de una conciencia criolla novohispana, sino la bús-
queda de una raíz histórica para todos los mexicanos que facilita-
ra la integración del país. 85
Con este enfoque, las investigaciones sobre los vestigios ar-
queológicos dominaron el campo de las inquietudes
preantropológicas. Influidos por el creciente número de obras
extranjeras sobre el mismo asunto, algunos de los estudiosos mexi-
canos se dedicaron a rescatar todos aquellos testimonios que pro-
baran la grandeza de las culturas pasadas y, así, poder educar al
pueblo según esa conciencia.86

85
Rodríguez, op. cit., 1987, p. 263.
86
Ibídem, p. 287.
44 Héctor Martínez Ruiz

No obstante, la mayor parte de los escritos arqueológicos se


redujeron a los informes de hallazgos accidentales; las piezas ob-
tenidas fueron integradas a la colección del Museo Nacional de
México87 y, en algunos casos, empezaron a ser analizadas para
conocer su composición, forma, tipo y material con que fueron
elaboradas. Este trabajo poco a poco fue creciendo, hasta el gra-
do de que en la década de 1840 su número se multiplicó reflejando
mayor interés por esta actividad.
En este periodo surgieron instituciones oficiales y privadas,
como la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística88 y la
Academia de Medicina, que promovieron el trabajo científico, al
publicar los resultados de las investigaciones en gacetas y boleti-
nes. Algunas de estas revistas eran comparables en calidad con
las europeas, tal fue el caso de El Ateneo Mexicano, la Revista
Mexicana y el Boletín, de la SMGE.89
En esos años, el Estado reconoció la necesidad de llevar a cabo
investigaciones para conocer la población que iba a gobernar.
Además, admitió la idea de cimentar las raíces de la identidad
nacional en el pasado prehispánico. Se trataba de fincar una con-
ciencia sobre las bases de las antiguas culturas indígenas, y de
oscurecer la raíz hispánica para justificar el movimiento
independentista.90 En su momento, Vicente Guerrero y Guadalupe
Victoria apoyaron desde 1822 la formación del Conservatorio de
Antigüedades de la Universidad.
La justificación ideológica de esta empresa de preservación fue
la de crear un medio de educación para el pueblo, una forma de
divulgar todo lo concerniente al propio pasado: la grandeza de la raíz
americana y los logros alcanzados en arquitectura, ciencias, costum-
bres y economía. Tal fue el objetivo del Conservatorio.91
87
En 1825, se fundó dicho museo, que antecedió a lo que más tarde sería el Museo
Nacional de Antropología e Historia.
En 1864, con Maximiliano en el poder, se le dio mayor importancia convirtiéndolo
en un centro de la intelectualidad del momento. Allí se creó la Comisión Científica
de México. Véase Portal y Ramírez, op. cit., p. 59.
88
Creada en 1833, por gestiones del ministro de Relaciones Interiores y Exteriores,
Bernardo González Angulo, originalmente se denominaba Instituto Nacional de
Geografía y Estadística. Ver Catalina Rodríguez, op. cit., p. 278.
89
Ibídem, p. 276.
90
Ibídem, p. 277.
91
Ibídem, p. 282.
Historia de la Arqueología en Querétaro 45

Los trabajos arqueológicos en México, durante esta etapa,


carecían de bases científicas y académicas. No había enseñanza
en universidades y apenas se habían consolidado algunos centros
que se ocupaban de ella. Sin métodos establecidos para excavar
ni un fin más o menos claro de los conocimientos adquiridos y,
sobre todo, sin ninguna disciplina, continuaron gracias a unos cuan-
tos individuos, quienes en la mayoría de los casos especularon
sobre la información que aportaban los documentos arqueológi-
cos. Eso no importaba del todo, pues lo verdaderamente trascen-
dente en ese momento era la localización de objetos y no la solu-
ción de problemas o la contestación a preguntas con valor históri-
co. 92
Con todas estas lagunas y su atraso con relación al trabajo
realizado en Europa, la arqueología mexicana subsistió gracias al
interés tan grande que tuvieron algunos eruditos en reunir docu-
mentos y objetos que permitieran escribir la historia antigua.93 Para
el mismo fin, también se recurrió a la información obtenida por los
viajeros y se reafirmó la idea de considerar las antigüedades do-
cumentos históricos.
Por otro lado, el deseo de estudiar el pasado prehispánico y la
realidad contemporánea, desde el punto de vista científico, no fue
privativo de los eruditos mexicanos. Quizás antes que ellos, los
extranjeros empezaron a interesarse por la historia y la realidad
presente de países como el nuestro.94 Dicho interés respondió a
las propias necesidades del desarrollo de la ciencia, pero más con-
cretamente a la expansión de sus respectivos países. Por todas
partes del mundo podían verse viajeros visitando los centros de
92
Bernal, op. cit., p. 117.
93
Entre los que destacaron Carlos María de Bustamante, José Fernando Ramírez,
Francisco del Paso y Troncoso, Joaquín García Icazbalceta, Alfredo Chavero y
Manuel Orozco y Berra.
94
En este periodo, se dio una importante llegada de viajeros extranjeros: Guillaume
Dupaix, Henry George Ward, William Bullock, Charles Etienne Brasseur de Bourbourg,
Eward Kinsborough, Alexis Aubin, Petrovich Wrangel, John Llyd Stephens, Hubert
Howe Brancoft, Frederick Catherwood, John Phillips, John Herbert Caddy, Patrick
Walker, Jean Frederic de Waldeck, Desiré Charnay y Alexander von Humboldt,
entre otros. Véase José F. Alcina, «Historia de la arqueología en México III. La
etapa de los viajeros (1804-1880)», en Arqueología Mexicana, núm. 54, Raíces-
INAH, México, 2002, p. 18.
46 Héctor Martínez Ruiz

producción de riqueza, en previsión de posibles inversiones y, de


paso, realizando reconocimientos y exploraciones en ruinas ar-
queológicas.95 Por primera vez, franceses, ingleses y norteameri-
canos, ante los dibujos y objetos desconocidos, se interesaron se-
riamente en las antigüedades y empezaron a verlos en términos
de un desarrollo cultural, comparándolas así con las de Egipto e
India.96
Durante este periodo, en Querétaro, se informó sobre la
existencia de monumentos arqueológicos, principalmente los
localizados en la Sierra Gorda. Se consigna, por ejemplo, que
el historiador y político mexicano Carlos María de
Bustamante97 –que fomentó el nacionalismo mexicano a par-
tir de la recuperación del pasado prehispánico– mostró interés
en un reportaje aparecido en el diario capitalino El Sol98, que
daba a conocer la existencia de edificios en la zona; es proba-
ble que se tratara de Ranas99 y Toluquilla. El erudito escribió
una carta a este diario con el propósito de obtener mayor in-
formación sobre esos sitios para averiguar sobre el rey que
los había construido. 100

96
Bernal, op. cit., p. 93.
97
Carlos María de Bustamante (1774-1848). Hijo de un funcionario
peninsular, educado hasta los veinte años en Oaxaca, Bustamante, de ideas
conservadoras, se graduó en Derecho y fue el primer editor del Diario de
México, participó junto a Morelos en la guerra de Independencia. Fue el
principal historiador de la insurgencia; exaltó el pasado indígena, el culto
a la guadalupana y los héroes de la patria. Además, gracias a iniciativa
suya, se publicaron las obras de fray Bernardino de Sahagún, Antonio León
y Gama y de Francisco Javier Alegre, entre otras. Ver David Brading, op.
cit., p. 116.
98
Periódico fundado por la logia masónica del rito escocés que se mantuvo en
circulación de 1823 a 1832. Su contenido era muy variado: noticias de las cámaras
de diputados y senadores, del extranjero, del interior, sobre deuda pública,
observaciones atmosféricas, artículos sobre minería, etcétera. Véase Catalina
Rodríguez, op. cit., p. 275.
99
Sobre el patronímico de Ranas, es necesario mencionar que así se le denominaba a
un paraje que partía de San Joaquín y llegaba a Bucareli, por lo tanto, todos los sitios
que se encontraban dentro de este territorio, durante el siglo XIX fueron referidos
con el nombre Ranas. Por tal motivo es difícil reconocer el sitio a que hacía mención
El Sol, al igual que el de Toluquilla. Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de
2004.
100
Bernal, op. cit., p. 91.
Historia de la Arqueología en Querétaro 47

La referencia hecha en El Sol, al parecer, fue la primera y


seguramente debió causar expectación en el ambiente intelectual
de la época, al menos en los defensores del nacionalismo mexica-
no, como lo fue en el caso de este autor. Curiosamente, gracias a
él, aunque de manera indirecta, se difundió la noticia de que el
jesuita Francisco Javier Alegre,101 durante la época colonial, ha-
bía hecho mención de otro sitio ubicado en Querétaro. En efecto,
al promover la publicación en México de la Historia de la Com-
pañía de Jesús en 1841, se conoció que el religioso había realiza-
do una breve descripción de El Cerrito:
Extramuros [de Querétaro] se venera la milagrosa imagen de
Nuestra Señora que llaman del Pueblito y cerca de allí se ven
unos pequeños montecillos que se dice ser fabricados a mano
en tiempo de la gentilidad, a semejanza de otros que se ha-
llan cerca de San Juan Teotihuacan a nueve leguas de Méxi-
co, y que según las diversas interpretaciones servían de
atalaya o de adoratorios en que subían a ofrecer sus bárba-
ros sacrificios.102

2.1. John Phillips


En 1848, John Phillips103 visitó la Sierra Gorda y presentó en el
libro México Ilustrado una litografía en la que se observaban las
montañas de El Doctor104 y en la parte inferior derecha, un edifi-
cio de Toluquilla. Este dibujo es considerado el primer registro

101
Francisco Javier Alegre (1729-1788) Insigne humanista, reformador de la enseñanza
de la filosofía, traductor de los clásicos, teólogo, historiador jesuita novohispano
autor de la Historia de la Compañía de Jesús, entre otras obras. Fue expulsado junto
con sus compañeros de la Nueva España en 1767. Falleció en el destierro en Bolonia,
Italia. Véase Ernesto de la Torre, op. cit., p. 684.
102
Francisco Javier Alegre. Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de
Nueva España, Tomo I, Libro VI, publicada por Carlos María de Bustamante,
Imprenta de J.M. Lara, México, 1841, p. 164.
103
Químico inglés, secretario del consejo directivo de las minas del Real del Monte
que llegó a México en los inicios de 1840. El motivo de su visita era para realizar una
inspección de las citadas minas. No sólo se dedicó a esta actividad, ya que sus
informes contienen varias litografías que ilustran con detalle los monumentos
arquitectónicos y del paisaje, así como los aspectos costumbristas de vestimenta y
tipos étnicos característicos de la época. Ver Margarita Velasco, La Sierra Gorda.
Documentos para su historia, tomo II, INAH, México, 1997, p. 187.
104
Distrito minero localizado en el actual municipio de Cadereyta, Querétaro.
48 Héctor Martínez Ruiz

documental del sitio arqueológico (Fig. 5). El reporte del químico


inglés, también incluyó, aunque de manera breve, una descripción
de la ciudad prehispánica:
Las casas están edificadas con piedras toscas cubiertas de ve-
getación sacadas de las inmediaciones, y por cierto no demues-
tran señales de aquella civilización notada en las antigüedades
del sur de México. La estampa representa las vistas desde una
de estas ciudades destruidas.105
Phillips, empleó el método comparativo para deducir que los
monumentos de la Sierra Gorda no se asemejaban en nada a los
del sureste de México, los más conocidos en esa época.

2.2. Bartolomé Ballesteros


Después de la visita de Phillips, en 1872, Bartolomé Ballesteros106
emprendió un par de recorridos arqueológicos por la zona. Los
resultados fueron publicados en el Boletín de la Sociedad Mexi-
cana de Geografía y Estadística. Su crónica incluía datos de los
asentamientos ubicados en la Sierra Gorda y, aunque era breve,
se encargó de ampliarla en un segundo artículo.
En el titulado Ruinas de Chicomóstoc en la hacienda de La
Quemada, estado de Zacatecas, abordó la arquitectura de ese
asentamiento, a la que comparó con dos sitios del lugar:
En el Mineral de El Doctor, en la Sierra Gorda, partido de
Cadereyta, existen dos grandes ruinas que llevan los nombres
de Ciudad de Ranas y Ciudad de Canoas, tres leguas al norte
de la cabecera. He visitado estos puntos en 1852 y recuerdo que
su construcción es igual a la de Chicomóstoc: lajas superpues-
tas. […] La ciudad de Ranas está compuesta de fortines aisla-
dos, sin simetría ni orden; pero la de Canoas tiene todas las
circunstancias que indican mejor inteligencia y civilización del

105
John Phillips, «México Ilustrado», en Velasco, op. cit., 1997, p. 187.
106
El ingeniero Bartolomé Ballesteros, estudioso de la historia antigua, se interesó
por los vestigios arqueológicos de La Quemada, Zacatecas. Buscando elementos de
referencia en cuanto al sistema de construcción, los comparó con los vestigios
encontrados a inicios del siglo XIX en la Sierra Gorda de Querétaro. Al destacar
algunas similitudes entre los sitios, estableció su construcción en la misma etapa
cronológica. Por otra parte, insistió en la necesidad de estudiar y conservar este
patrimonio histórico y cultural. Ver Margarita Velasco, op. cit., 1997, p. 239.
Historia de la Arqueología en Querétaro 49

fundador. Construida sobre la planicie del cerro de su nombre,


da su frente al gran cerro de San Nicolás, hacia el sur, teniendo
de por medio una barranca profundísima, abierta por la naturale-
za sin lugar alguno de paso. Una gran muralla circunda por la
ceja del cerro a la ciudad. Esta tiene plazas, calles tiradas a cor-
del, anfiteatros con asientos, sin duda donde tenían sus juegos
y ejercicios. Nadie absolutamente nadie se ha cuidado de la
exploración de estos monumentos, que deben contener tesoros
para la ciencia y la historia107
Ballesteros reclamó a la SMGE108 que le reconociera el mérito
de dar a conocer de forma más precisa aquellos sitios.
Como suplemento, escribió Monumentos Antiguos. Ciudad
de Ranas. En éste, se ocupó más ampliamente de las construc-
ciones antiguas de esta zona y de la Ciudad de Canoas.109 En su
trabajo supuso que las edificaciones eran baluartes defensivos:
He tenido […] la oportunidad de volver a ver los monumentos
antiguos que se conocen allí con el nombre de Ciudad de Ra-
nas y Ciudad de Canoas. […] Lo que todos han llamado hasta
hoy ciudades, no son sino puntos fortificados que guardaban
la ciudad propiamente dicha, que se halla situada en medio de
los dos, y en el punto llamado Ranas, donde estaba la residen-
cia del monarca. […] Sobre todas las lomas que parten de allí, se
dejan ver vestigios de sus monumentos, particularmente lo que
llaman cuisillos, sembrados por todas partes, desde las caídas
del pueblo del Doctor, hasta los márgenes de los ríos del des-
agüe, frente a Zimapán y hasta el Extorax.110
Con esta alusión, Ballesteros nos dio una idea de la gran can-
tidad de vestigios que todavía podían observarse en el lugar en
esa época. Por otra parte, la nueva visita aclaró algunas de las
consideraciones que había hecho anteriormente sobre el sitio de
Ranas:
107
Bartolomé Ballesteros, «Ruinas de Chicomostoc en la hacienda de La Quemada,
estado de Zacatecas», en Velasco, op. cit., 1997, p. 236.
108
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
109
Antonio Santoyo Torres, «Entre la gloria pretérita y los insoslayables problemas
presentes (1867-1880)», en La antropología en México. Panorama histórico: Los
hechos y los dichos (1521-1880), vol. 2, INAH, México, 1987, p. 553.
110
Bartolomé Ballesteros, «Monumentos Antiguos. Ciudad de Ranas», en Velasco,
op. cit., 1997, p. 239.
50 Héctor Martínez Ruiz

En mi primer artículo no di a la fortificación de Ranas toda la


importancia que realmente tiene, porque cuando la visité los
bosques eran espesos y no prestaban lugar a la fácil obser-
vación; pero ahora que los naturales han rasado el bosque,
tuve la satisfacción de recorrerla toda. […] El filo de la loma
sobre la que está fundada, tiene de longitud algo más de un
cuarto de legua, y entre muralla y muralla caben sin
estorbarse tres mil hombres.
[…] El terrible hundimiento de las montañas, tajó las pie-
dras, y están perpendiculares en una elevación, por el norte,
de más de cuatrocientas varas. Sobre la ceja de las peñas,
fue construida la muralla de piedra sobrepuesta, pero de un
espesor muy respetable y terraplenada la parte inferior, don-
de se guarecían los guerreros.111
Resulta claro que en la obra de Ballesteros se puede apreciar
la concepción de las ciudades antiguas imperante en la época,
donde los basamentos piramidales y los juegos de pelota se consi-
deraban elementos arquitectónicos militares.112
En la parte más elevada de la muralla existe una especie
de torreón, cuya altura, desde el fondo de la barranca, no
bajará de seiscientas varas. […] El cerro no tiene más que
una entrada, pero a la vez tiene tres puntos avanzados
que impedían al enemigo aproximarse en número suficien-
te para dar un asalto. Por este mismo punto está el to-
rreón que tal vez fuera la residencia del jefe de la fortale-
za, cuya vista dominara los dos únicos caminos por don-
de el enemigo pudiera acercarse. […] Las dos
fortificaciones distan una de otra dos leguas, y en toda
esa extensión se ven los restos de la población, que aún
habitan los naturales. La de Canoas guarda la entrada de
Zimapán, por Santo Domingo y Maconí, y la de Ranas
guarda la de Cadereyta y Pinal de Amoles. 113
Para Ballesteros, los sitios tenían la función de defender una
ciudad situada justo en medio de las dos:

111
Ibídem, p. 243.
112
Alberto Herrera Muñoz y Jorge Quiroz Moreno, «Historiografía de la investigación
arqueológica de la Sierra Gorda de Querétaro», en Querétaro Prehispánico, INAH,
México, 1991, p. 289.
113
Ballesteros, op. cit., p. 244.
Historia de la Arqueología en Querétaro 51

Aunque de antemano me había formado el juicio de que la capi-


tal estaba situada en un punto céntrico de Ranas, era sin embar-
go muy vaga esta idea; pero ahora creo poder asegurarlo por
haber hallado un lugar circuido de pequeñas prominencias, con
todas las formas de una plaza circular, con bastantes restos de
monumentos, que hayan sido ya destruidos por la ignorancia y
la codicia…114
En el artículo, no sólo describió el estado de las edificaciones
prehispánicas, también evidenció el grado de destrucción a que
estaban siendo sometidas en esos momentos y abiertamente ma-
nifestó un profundo deseo por despertar la conciencia pública, o al
menos la del Estado y de las sociedades científicas para que se
preservaran esos sitios.
Ahora mismo y en mi presencia se destruían por un vecino los
últimos restos de un cuisillo para fundar su casa, sin que le
hicieran poner término a su obra la presencia de los cadáveres
de un hombre y una mujer, cuyos cráneos, que deseaba yo traer
fueron reducidos a polvo al simple contacto con la mano.115
Ballesteros, sostuvo que los edificios localizados en este lugar
por la presencia de materiales asociados a rituales fúnebres:
No fueron otra cosa que monumentos mortuorios erigidos so-
bre sepulcros de las personas de categoría, y según ésta, eran
más o menos grandiosos, según el poder del pueblo o de los
adeudos del individuo.116
Por último, su empresa tuvo como objetivo central difundir la
riqueza arqueológica de la Sierra Gorda para preservarla y lograr
que fuera considerada parte de los símbolos de nuestra identidad
nacional, además, su informe incluyó un mapa de Toluquilla que
realizó el ingeniero Pawel Primer.

2.2. Mariano Bárcena


Por su parte y en el mismo año que Ballesteros realizó sus estu-
dios, Mariano Bárcena (1872), al dirigir una práctica de la Escue-
la Especial de Ingenieros en la región de El Doctor, tuvo la opor-

114
Ibídem, p. 243.
115
Ibídem, p. 240.
116
Idem, p. 240.
52 Héctor Martínez Ruiz

tunidad de realizar, a la par de tal suceso, interesantes observacio-


nes sobre las ruinas de Toluquilla:
No obstante que nuestra misión se reducía al estudio y adquisi-
ción de los datos mineralógicos y geológicos, nuestras obser-
vaciones se extendieron en cuanto fue posible a otros ramos
científicos [como la] arqueología, con el fin de que nuestras
observaciones fueran de mayor provecho para el país.117
Inició su trabajo con la descripción de la zona, ubicada en el
actual municipio de Cadereyta:
En la Sierra de Canoas, a cuatro leguas N. de El Doctor, hay una
montaña elevada de difícil acceso, que se conoce con el nombre
de Cerro de la Ciudad (fig. 6). Su parte posterior está terminada
por una meseta espaciosa donde se ven las ruinas de una serie
de baluartes y fortificaciones colocados con una habilidad ad-
mirable, que revela la inteligencia guerrera de sus autores. Por el
lado NE, como a doce metros de principio de la meseta, se en-
cuentran las ruinas de la primera fortificación, que es de base
cuadrada, y está seguida de otras tres colocadas en serie y a
distancias muy cortas. A éstas se siguen otras que están en la
misma dirección y protegidas lateralmente por dos grandes for-
tines, que ocupan una gran parte del perímetro de la meseta y se
terminan en la dirección de un baluarte principal, que aunque
muy arruinado en la actualidad tiene cerca de 12 metros de altura
(fig. 7).118
Bárcena, al igual que Ballesteros, estimó que los restos arqui-
tectónicos correspondían a edificaciones de tipo militar y conside-
ró que los muros, elevaciones y terrazas debieron ser murallas,
torres y fortines:
Siguiendo la línea de la meseta hacia el SO, se presenta una
gran plataforma rectangular de 500 metros cuadrados de su-
perficie. Parece que este lugar era el que más se cuidaba de
defender, porque además de estar resguardado por dos gran-
des fortines de 3 metros de altura, se notan a sus lados las
ruinas de una serie de baluartes pequeños y muy aproxima-

117
Mariano Bárcena. Memoria presentada al Sr. D. Blas Balcarcel, director de la
Escuela Especial de Ingenieros, por Mariano Bárcena, director sustituto de la
práctica de Mineralogía y Geología en el año de 1872, Imprenta del Gobierno,
México, 1873, p. 2.
118
Ibídem, p. 16.
Historia de la Arqueología en Querétaro 53

dos. Después de la plataforma siguen diversos grupos de


fortificaciones de diferentes alturas y situadas de tal mane-
ra, que al mismo tiempo que protegen a los baluartes del
centro, se aproximan a los bordes de la meseta para defender
los puntos más accesibles. Al entrar a la explanada del cerro
donde termina una rampa, está colocado oblicuamente un
gran fortín que domina todo el camino. El número de
fortificaciones que pueden contarse asciende a cuarenta y
cinco, y algunas de ellas conservan en parte su figura. Uno
de los baluartes, situado en el extremo SO, se compone de
un zócalo de 2.50 metros cuadrados que sostiene un muro
de talud coronado por una saliente, sobre el cual se apoya
un torreón ya arruinado. Los demás baluartes, que están
menos conservados, parecían tener formas semejantes a la
del interior. Todas las fortificaciones están construidas con
lajas paralelepípedas unidas por cimientos calcáreos y arci-
llosos.119
El estado de los sitios despertó la curiosidad y el deseo de em-
prender investigaciones que se enfocaran únicamente a aspectos
arqueológicos. De hecho en su trabajo no sólo hizo alusión de
estos lugares en la Sierra Gorda, además incluyó la información
de que:
A inmediaciones de San Juan del Río, y principalmente en las
ruinas de San Sebastián, [había también] muchos coesillos se-
mejantes a los anteriores, y que contenían ídolos de esmaragdita
[sic] y otros objetos curiosos.120
Consciente de la importancia que los vestigios arqueológicos
tenían para el conocimiento de la historia de nuestros antepasa-
dos, propuso abiertamente su protección, ya fuera por el Estado o
por las sociedades científicas de la época, en especial la de Geo-
grafía, Estadística e Historia. Para él, era necesario que el Go-
bierno sancionara a los individuos que participaran en su destruc-
ción.
El trabajo arqueológico de Bartolomé Ballesteros y Mariano
Bárcena, contribuyó al conocimiento de los vestigios arqueológi-
cos del Estado en esta época. Así, las investigaciones avanzaron

119
Ibídem, p. 17.
120
Idem, p. 17.
54 Héctor Martínez Ruiz

en la medida en que se hicieron más numerosas. El conocimiento


de las sociedades prehispánicas progresó en todo el país gracias a
la ayuda de los viajeros mexicanos y extranjeros, aunque el desa-
rrollo de la arqueología, como actividad científica, se encontraba
en su momento inicial.
Historia de la Arqueología en Querétaro 55

CAPÍTULO III

POSITIVISMO Y ARQUEOLOGÍA: 1876-1910

La llegada de Porfirio Díaz al Gobierno y la dictadura que ejerció


durante más de tres décadas tuvo consecuencias muy importan-
tes para el desarrollo del país. Además de la consolidación eco-
nómica, territorial y política de la nación, fortaleció también las
actividades culturales tanto artísticas como científicas y educati-
vas. 121
Las circunstancias en que el general Díaz accedió a la presi-
dencia son ampliamente conocidas y más aún el tipo de política
que ejerció. Al subir al poder, su primera labor fue borrar la ima-
gen negativa que el país tenía, principalmente en Europa, y para
lograrlo empleó un método probado de gran eficiencia: la fuer-
za.122 Sabemos que la pacificación se llevó a cabo mediante la
violencia y la coerción en contra de los enemigos de la tranqui-
lidad; las manifestaciones de descontento fueron reprimidas, era
una manera brutal de lograr la estabilidad política necesaria para
asegurar el desarrollo económico y la consolidación de la clase en
el poder.123
Parte de estas transformaciones encontraron su justificación
en la filosofía positiva, la cual legitimó la política de opresión inter-
na necesaria para el desarrollo de la nación. Bajo la doctrina de
orden y progreso, al asegurarse la paz social, la inversión ex-
tranjera tuvo mayor presencia en el país. Con el liberalismo triun-
fante, se consolidó también el capitalismo.124
Para alcanzar el progreso, según los principios positivistas, era
necesario apoyar la creación de una elite depositaria de los cono-
cimientos científicos, en la que el resto de la población debía con-

121
Portal y Ariosa, op. cit., p. 68.
122
Héctor Álvarez de la Cadena, «Participación Extranjera: transferencia de
tecnología e inversiones», Diana, México, 1983, p. 51.
123
Santoyo, op. cit., p. 494.
124
Blanca Estela Suárez Cortés, «Las interpretaciones positivas del pasado y presente
(1880-1910)», en La antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y
los dichos (1880-1985), vol. 2, INAH, México, 1987, p. 18.
56 Héctor Martínez Ruiz

fiar de manera plena. Los grupos de poder que se vieron benefi-


ciados no tardaron en asumir esta postura y los que se identifica-
ron como científicos mexicanos se agruparon desde 1900 y hasta
1914 en la Sociedad Positivista de México y editaron a partir de
1901 la Revista Positiva, que se convirtió en un importante medio
de difusión para sus ideas.125
Tal proyecto hacia necesario elevar el nivel de instrucción de la
sociedad. El Estado impuso este modelo a través de la enseñan-
za. En el orden social y cultural, se resolvió que era indispensable
establecer un sistema educativo con estos principios. Buscó con
ello fomentar el nacionalismo en las letras y las artes. Recibida de
buena manera, no tardó mucho en triunfar la reforma educativa
liberal basada en la filosofía positivista, la cual ya fue indiscutible
desde la apertura de la Escuela Nacional Preparatoria. El artífice
de los cambios educativos y fundador de esta escuela, Gabino
Barreda126, no tuvo muchos problemas para tal empresa; apoya-
do por el Gobierno, el discípulo de Augusto Comte, aunque con
ligeras adecuaciones, vio puesto en práctica el modelo de su maes-
tro. 127
Con el proyecto positivista aplicado a la enseñanza, se impulsó
la investigación científica en nuestro país y el grupo dominante, al
reconocer su alcance, empleó los conocimientos obtenidos. La
concentración del poder político y la unificación del bloque en tor-
no de él no habían sido suficientes para consolidar de forma eco-
nómica y administrativa el Estado, por eso, se valió de las herra-
mientas que brindaba el modelo social y dispuso la realización de
estadísticas generales, provinciales y de los sectores productivos;

125
Ibídem, p. 19.
126
Gabino Barreda (1820-1881) Médico, filósofo y político mexicano. Fue alumno
de Augusto Comte entre 1847 y 1851. Introdujo el positivismo en nuestro país. Se
le considera el más grande exponente de esta corriente en México. Barreda creía que
lo que no estaba en los límites de la experiencia, debía ser considerado como inaccesible.
Redactó por encargo del Presidente Benito Juárez, la Ley de Instrucción Pública de
1867. En su Oración Cívica, distinguió en la historia de México una etapa colonial,
correspondiente al estado religioso; seguida a partir de la independencia por otra, el
estado metafísico; que preconizaba el próximo comienzo de un periodo positivo.
Ver Diccionario Porrúa (A-C), 1995, p. 380.
127
Santoyo, op. cit., p. 477.
Historia de la Arqueología en Querétaro 57

además, se puso especial atención en el registro y cuantificación


de los recursos naturales y humanos en los ámbitos local y nacio-
nal, que fueron destinados a la producción de materias primas. En
estas labores tuvieron un papel muy importante los Ministerios de
Fomento, Colonización, Industria y Comercio, Hacienda y Gober-
nación y, principalmente, la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística (SMGE).128
El número de instituciones y sociedades científicas que se fun-
daron en el país durante el régimen de Díaz, y que también parti-
ciparon en este proceso fue considerable, se crearon el Observa-
torio Metereológico (1887), la Sociedad Científica Antonio Alzate
(1884), la Sociedad Geológica de México (1886), la Academia de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la Academia Náhuatl (1888)
y la Sociedad Agrícola Mexicana.129
Su presencia dentro del progreso intelectual nacional fue muy
importante, ya que las actividades educativas, científicas y cultu-
rales fueron desarrollas en gran parte por estas instituciones. In-
dependientemente de su origen civil o gubernamental, recibieron
casi siempre apoyo económico del Estado para poder funcionar.
Entre éstas destacaron el Museo Nacional, que se había creado
en 1825 y, como siempre, la SMGE.130
La importancia del trabajo antropológico realizado por el Mu-
seo Nacional y la SMGE ilustró el pensamiento de la época, ya
que no estuvo desvinculado del clima ideológico predominante,
tampoco de los centros educativos ni de los dedicados a las tareas
científicas y artísticas. Éstas y las otras instituciones, además de
encargarse de las diversas tareas y preocupaciones políticas, pe-
riodísticas y literarias, formaron parte del ámbito cotidiano en que
se desenvolvieron los eruditos apasionados por el estudio del
hombre.
En este periodo, ocurrieron cambios fundamentales en la in-
vestigación arqueológica en México; hasta entonces, la reunión y
el estudio de las antigüedades mexicanas se había hecho de ma-
nera muy irregular y desorganizada. Fue a partir de 1880 cuando,

128
Ibídem, p. 475.
129
Suárez, op. cit., p. 19.
58 Héctor Martínez Ruiz

gracias a la estabilidad política, la sistematización de la investiga-


ción se dio mediante dos áreas de trabajo impulsadas simultánea-
mente: la arqueología de campo y la de gabinete.131 Aunque las
mayores aportaciones fueron resultado del trabajo en gabinete, al
amparo del pensamiento positivista, surgió la idea de que sólo
mediante el análisis minucioso de los materiales, era posible llegar
a conclusiones verídicas. Con esta idea se inició en México el
estudio científico de la arqueología.132
En esta labor, el Museo Nacional y el Departamento de
Inspección y Conservación de Monumentos Arqueológicos de
la República –que perteneció a la Secretaria de Instrucción
Pública y Bellas Artes– fueron las dependencias oficiales en-
cargadas de coordinar la investigación de los vestigios que se
localizaban en el país.133 Merece reconocimiento la labor de la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Tuvo un papel
fundamental en promover los estudios sobre la estadística, las
antigüedades, la población, la minería, la agricultura y el co-
mercio de la República. De acuerdo con esto, la forma en que
divulgó los resultados de sus investigaciones, fue a través del
Boletín, que estuvo dividido en diferentes secciones, las cua-
les fueron estadística, industria, minería, antigüedades, histo-
ria de México e historia general, geografía, física y meteorolo-
gía, botánica, química, geología y paleontología, variedades y
bibliografía.134
El trabajo efectuado por esta Sociedad repercutió en el ámbito
internacional. Además de ampliar sus relaciones con diversas or-
ganizaciones extranjeras, como el Instituto Smithsoniano de Was-
hington, la Academia de Historia de Francia y la Real Sociedad
Británica, entre otras, la SMGE junto con el Museo Nacional fue-
ron las únicas instituciones que participaron, en representación de

130
Santoyo, op. cit., p. 512.
131
Luisa F. Rico Mansard, «Historia de la Arqueología en México IV: Proyección de
la Arqueología Mexicana (1880-1910)», en Arqueología Mexicana, núm. 55,
México, Raíces-INAH, 2002, p. 19.
132
Bernal, op. cit., p. 135.
133
Suárez, op. cit., p. 22.
134
Santoyo, op. cit., p. 514.
Historia de la Arqueología en Querétaro 59

México, en los diversos Congresos Internacionales de


Americanistas, realizados desde 1875.135
La vida de la Sociedad no siempre fue desahogada. Entre 1874
y 1877, debido a los problemas de inestabilidad que enfrentó el
país, disminuyó su actividad y el número de sus publicaciones y
sólo en los últimos meses de 1878 recuperó cierta regularidad la
publicación de su Boletín, al recibir suficiente subvención guber-
namental, después de darle a Porfirio Díaz el nombramiento de
socio honorario. 136
Por otro lado, sabemos que el panorama antropológico de la
época, al igual que el de las ciencias sociales en general, recibió
fuerte influencia del evolucionismo unilineal. Dicho modelo, sir-
vió para explicar el desarrollo de la humanidad; también retomó la
visión científica positivista, según la cual, la idea del progreso ocu-
paba un sitio privilegiado. Como producto de ella, en la tercera
mitad del siglo XIX, se publicaron las grandes obras de esta co-
rriente. 137
La antropología, reconocida a partir de entonces como una nueva
disciplina científica, se orientó hacia la investigación social y cul-
tural, entonces su campo de interés quedó en ese momento limita-
do a las sociedades preindustriales no europeas. Al partir del su-
puesto de que la evolución era un progreso, estableció un modelo
unilineal ascendente con diversas etapas evolutivas, representa-
das fundamentalmente por la relación ellos-nosotros, en la que
ellos encarnaron las etapas atrasadas y nosotros, las más ade-
lantadas.138
La consolidación del evolucionismo se debió en gran parte a la
institucionalización de este nuevo tipo de conocimiento. En nues-
tro país, nuevamente, intervinieron las sociedades científicas. La
comunidad antropológica en particular apoyó con la clasificación

135
Ibídem, p. 516.
136
Enrique de Olavarría y Ferrari, en Santoyo, op. cit., p. 516.
137
Como las de Charles Darwin (1859), Edward Taylor (1871), J.J. Bachofen (1861)
y Lewis Morgan (1877). Ver Ángel Palerm, Historia de la Etnología: Los
evolucionistas, Alhambra, México, 1995.
138
Santoyo, op. cit., p. 508.
60 Héctor Martínez Ruiz

de las colecciones de objetos arqueológicos en la formación de


museos, así como con el desarrollo de redes de comunicación
entre los investigadores (cartas, informes, publicaciones y reunio-
nes interinstitucionales).139
Los estudiosos de la historia antigua de México, otra vez enfo-
caron su interés hacia la búsqueda del pasado. Esta corriente ubi-
có a la historia prehispánica dentro de la etapa de barbarie de la
evolución de la humanidad. Para el evolucionismo unilineal, su
religión y sus costumbres fueron propias de ese estadio y desa-
rrollo cultural.
Según estos juicios deterministas, las disciplinas
antropológicas en nuestro país se consolidaron subordina-
das a ese pasado indígena, que se convirtió en el principal
campo de estudio y acción del nacionalismo de Estado. El
pensamiento mexicano se diversificó por aquel entonces
en tres cuestiones particulares: el pasado prehispánico, y
el indio contemporáneo como problema y como curiosi-
dad. 140
En cierta forma, se recuperó el indigenismo preterista
reivindicador de las sociedades precolombinas que nació en
las postrimerías del siglo XVIII como una necesidad del sec-
tor criollo, que requería de encontrar sus raíces, un origen a la
existencia de su ser americano.141
Ya sabemos que esta recuperación de lo indígena como
elemento propio de identidad nacional siempre encontró
fuerte oposición en algunos sectores de la sociedad nacio-
nal, tanto en el ideario hispanista que impulsó Lucas Alamán
al ubicar las raíces de la nueva nación en la vertiente es-
pañola del periodo colonial, como en la postura de los libe-
rales más radicales, quienes deslumbrados por el modelo y
el progreso estadounidense, rechazaron uno y otro pasa-
do. 142

139
Ibídem, p. 507.
140
Arturo Warman, en Suárez, op. cit., p. 25.
141
Santoyo, op. cit., p. 509.
142
Ibídem, p. 510.
Historia de la Arqueología en Querétaro 61

La crítica de la revaloración del indígena como elemento de


identidad nacional, no sólo abarcó al trabajo etnológico, tam-
bién tocó planos arqueológicos. Apoyada en el positivismo, una
corriente desarrollada en Estados Unidos, la rechazó. Morgan,
en su obra The fabric of aztec romance is the most deadly
encumbrance upon American etnhology, cuestionó severa-
mente que los mexicas hubieran alcanzado altos niveles cultu-
rales. Para él, todo el desarrollo alcanzado por este pueblo fue
un invento de los españoles, puesto de moda gracias al magní-
fico estilo y la organización interna de la obra de William
Prescott, Historia de la conquista de México, aparecida en
1844. 143
Sin embargo, se continuó con la recuperación del pasado
prehispánico, que se empleó como elemento de identidad na-
cional, mientras que al indio contemporáneo se le hizo otro
tipo de análisis, se le consideró prototipo del hombre primiti-
vo y un ser inferior que carecía de sentimientos patrióticos.
Para los positivistas mexicanos, el mejor indio era el que esta-
ba cuatro metros bajo tierra. La raza maldita que diría Jus-
to Sierra O’ Reilly.144
A pesar de todo esto y en buena parte gracias a los es-
fuerzos de difusión del conocimiento de la antigüedad indí-
gena realizados por Carlos María de Bustamante durante
el primer tercio del siglo XIX, el indigenismo histórico so-
brevivió para convertirse en parte de la identidad nacional,
la cual adquirió su expresión más acabada en este periodo
con autores como Alfredo Chavero y Manuel Orozco y
Berra. Estos investigadores basaron sus estudios en códi-
ces, relatos de los conquistadores y otros documentos his-
tóricos; el pasado se explicó en función de la historia glo-
bal de la humanidad, siempre con el progreso como objeti-
vo, según la práctica de la ciencia positiva. 145

143
Bernal, op. cit., p. 132.
144
Gastón García Cantú, «El caracol y el sable», en Cuadernos Mexicanos, SEP,
México, 1982, p. 30.
145
Suárez, op. cit., p. 24
62 Héctor Martínez Ruiz

Acorde al desarrollo de las técnicas científicas, surgió una nue-


va orientación en la arqueología. Se procuró descartar las hipóte-
sis generales y superar la discusión de teorías sin ninguna base, se
investigó una gran cantidad de datos y se realizaron trabajos muy
minuciosos para llegar a conclusiones más objetivas.146
Los estudios, que se efectuaron entre 1876 y 1910, dejaron a
un lado el tema de los orígenes culturales extramericanos. Ade-
más, se demostró la importancia del material hallado in situ y la
necesidad de interpretarlo, tanto en sí, como a partir de la rela-
ción que guardaba con el contexto donde se localizaba.

3.1. José María Reyes


Sobre esta base, en 1879 José María Reyes147 recorrió Ranas y
Toluquilla. Además de describir los sitios de forma muy precisa,
complementó su informe con planos y fotografías:
A tres leguas NE de la municipalidad del mineral de El Doc-
tor, distrito de Cadereyta, jurisdicción del rancho de Canoas,
en una altura como de 300 metros verticales, escogida con
una sola entrada, se halla la fortaleza […] Es una construc-
ción que las gentes de la Sierra llaman la ciudad de Toluquilla
[fig. 8], de 700 metros longitudinales, y su mayor anchura,
donde el terreno casi cortado a pico lo permite, llega a 72
metros.148
En su reporte usó por primera vez el término Toluquilla para
referirse a este sitio, conocido también como La Ciudad o Ca-
noas. Anotó que al parecer ya se le nombraba así desde el siglo
XVIII, aunque fue a partir de su visita que se popularizó. Al con-
tinuar con la observación de la zona, anotó que:

146
Ibídem, p. 40.
147
De profesión ingeniero, corresponsal de la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística, realizó una serie de exploraciones en las zonas arqueológicas de Ranas y
Toluquilla en la Sierra Gorda de Querétaro, durante 1879. Su interés por la historia
regional lo condujo a la búsqueda de información en archivos y bibliotecas, para dar
cuenta de los principales acontecimientos y personajes que intervinieron en la
conquista y colonización de la Sierra Gorda. Véase Margarita Velasco, op. cit.; 1997,
p. 245.
148
José María Reyes, «Breve reseña histórica de la emigración de los pueblos en el
Continente Americano», en Velasco, op. cit., 1997, p. 245.
Historia de la Arqueología en Querétaro 63

La figura del cerro es un óvalo con declives que parten del


centro a los extremos: tiene un pie, puede decirse 53 edifi-
cios, y el fuerte del norte aun permanece con una altura de 8
metros, con tres cuerpos sobre talud, dominando desde el
atalaya hacia el centro de la ciudadela, protegida por cuatro
fuertes ya en deterioro, porque algunos apenas tienen tres
metros de alto, y el mismo abandono se ve en las demás
casas, algunas de ellas en cimientos. Ese fuerte del norte
tiene una plataforma mirando al NW de 1½ metros de ancho
por 2½ de altura; en el centro y desde el piso inferior arranca
una escalera que ocupa la tercera parte de 10 metros, poco
inclinada, y lo estrecho de los treinta peldaños que tiene en
todo, solo puede subir y bajarse andando de lado. Combina-
do con el paralelo cuadrilongo de 37 por 10 ½ metros, en un
principio seguramente no tuvo más entrada que la rampa del
sur; hoy tiene varias. Esta doble muralla se hace rara bus-
cándole las reglas de una defensa tal cual la haríamos hoy,
colocándonos de manera que el parapeto nos llegara al pe-
cho para manejar una arma, pues tiene el inconveniente de
que un hombre sobre la terraza inferior, con dificultad lo
alcanza con la mano; y esto sugiere la explicación de estor-
bar más y más, un ataque en terreno de ascenso tan pen-
diente, con trincheras elevadas, que en su tiempo debieron
tener escalones por dentro, y si no los tuvo, la guarnición en
un momento dado los pondría de prevista altura para sor-
prender a su enemigo.149
El ingeniero Reyes sostuvo la idea de Bárcena y Ballesteros,
pues consideró que las ciudades fueron construidas por una so-
ciedad militar, debido a la magnitud de los muros y lo alto de las
edificaciones. Esta idea, de hecho continuó vigente hasta la se-
gunda mitad del siglo XX:
Los cinco fuertes de esta ciudadela han sido terrapleneados; en
uno de los últimos hacia el oriente, tuve la ocasión de verlo hace
siete años, con una excavación en el centro sin lastimar las pare-
des; están llenos de piedra grande y tierra, no tenían otro desti-
no que una defensa dominante sobre el todo, y debieron tener
cortinas de que no quedan vestigios.150

149
Ibídem, p. 246.
150
Idem, p. 246.
64 Héctor Martínez Ruiz

El análisis arquitectónico realizado en esa ocasión tuvo ma-


yor amplitud, no sólo se describió la arquitectura y el medio
geográfico, sino que planteó una mayor complejidad urbana, el
origen de los pobladores, su filiación y ubicación cronológica,
variables que Bárcena no había considerado:
La arquitectura, en lo general, no pertenece a ningún estilo;
sola y original como lo de los pueblos antiguos, empleó el
talud que aparenta cierta elegancia, como firmeza de sus
obras cuadrangulares: empleó también como ornamentación
un delicado y aparente contrafuerte; ése es su único carác-
ter; cuantas casas quedan, en ruina por supuesto, todas
tienen un metro o menos de altura en talud y la más, por
regla fija, descansan sobre base. Las paredes, con excep-
ción de las trincheras, tienen un espesor de 18 a 20 pulga-
das, el material es de caliza compacta, laja uniforme, de 3 a 4
pulgadas de grueso, que abunda en las inmediaciones: la-
brada para darle rostro y ajuste sin ripio, presenta una vista
agradable. Sencillamente sentaron una piedra sobre arcilla
delgada e hicieron el uso más práctico de la plomada y la
escuadra [fig. 9]. En toda la ciudadela apenas se ven señales
claras de cuatro o cinco puertas, teniendo algunas aparien-
cia de ventanas. Hay huellas de haber blanqueado con cal
por fuera. Debieron ser techadas las habitaciones, pero no
hay indicio para asegurarlo.151
Interesado en las características urbanas, enseguida describió
su patrón de asentamiento:
Las calles son pasillos estrechos, apenas con 1½ metros de
capacidad, presidiendo el programa de impedir grandes grupos.
Al SE la montaña está más defendida todavía, por el vértice que
forman las dos profundas barrancas que la circuyen; y sin em-
bargo, en ese lado que creyeron accesible, escalonaron plata-
formas o baluartes avanzados. Como arte de guerra de los pri-
meros pueblos, la flecha y la lanza eran todo, la fortaleza es
inexpugnable; pero juzgando con nuestras ideas de ahora, el
lugar fue mal elegido; no era posible la resistencia de algún
tiempo, con un sitio intencional tan sólo para rendirla; tenían
agua al poniente, al pie de la montaña en el rancho del Zendo; la

151
Idem, p. 246.
Historia de la Arqueología en Querétaro 65

tenían igualmente hacia el oriente; en El Tejocote; en el abismo


que le separa del Cerro de San Nicolás, pero les faltaban los
recursos de alimentación, que como pueblo cazador no era posi-
ble que tuvieran provisiones abundantes para un ejército que
como es de creer, debiera ser numeroso, y no siendo, agriculto-
res, dependían de aquella diariamente, lo que era expuesto.152
Además, sostuvo que tales obras y otras localizadas por la re-
gión debieron formar parte del baluarte defensivo construido por
gentes provenientes del Altiplano Central, especialmente de Tula.
Mirando esta fortaleza, la de Ranas y la de los Moctezumas,
colocadas de distancia en distancia, con desfiladeros inaccesi-
bles de por medio, y en un trayecto de más de 10 leguas por el
aire, de oriente a poniente, surge la idea, como un hallazgo de
tomarlas por una inmensa línea de defensa del reino de Tula […]
Allí mismo, en las inmediaciones de Toluquilla, en el Deconí, y
desparramadas en todas las montañas, se encuentran otras
muchas, pequeñas, como viviendas ya derruidas, y en ese amon-
tonamiento que forman los escombros, a que se ha dado el nom-
bre de coesillos, en forma de conos, que parecen hechos
exprofeso en los bosques...153
Reyes compartió la idea de Ballesteros en el sentido de que
existió contacto entre las gentes que construyeron Chicomóstoc,
en el actual Zacatecas, y las que edificaron las ciudades en la
Sierra Gorda:
Bartolomé Ballesteros decía en su discurso a la Sociedad de
Geografía y Estadística, en junio de 1872, que creía a estos mo-
numentos de la misma época [que los de] Chicomóstoc, La Que-
mada, Zacatecas, por la semejanza de su construcción.154
Sin embargo, sobre la base de la cronología establecida
para estos pueblos que al parecer tuvieron más proximidad
con los grupos de la Sierra, contrapuso la prueba de las
fuentes escritas que citaban, para el caso de los aztecas y
los toltecas, una distancia considerable. Aunque su pensa-
miento se acercaba al de ese autor, no obtuvo las mismas
conclusiones que éste.

152
Idem, p. 247.
153
Ibídem, p. 253.
154
Idem: p. 253.
66 Héctor Martínez Ruiz

Te n g o l a m i s m a o p i n i ó n , d i f i r i e n d o s ó l o e n q u e
Chicomóstoc es nombre que le dieron los aztecas en los
nueve años que ahí quedaron; pero ellos no lo constru-
yeron, ya lo encontraron […] y si los aztecas no edifica-
ron a Chicomóstoc, los toltecas ni por allí pasaron; y si
aquella fortaleza y éstas son contemporáneas, su origen
se remonta a lo desconocido. 155
Su interpretación de Toluquilla fue la más interesante de
las que se habían hecho hasta ese momento; no obstante,
después de su visita, inesperadamente se perdió el interés
por este lugar y se suspendieron las investigaciones, al
parecer sólo se reanudaron hasta la tercera década del si-
glo XX.
Al continuar con su recorrido, el ingeniero Reyes se dirigió
a Ranas, su conclusión sobre la función del lugar, fue que es-
tuvo destinado a operaciones militares, principalmente a las de
tipo defensivo.
Partiendo de Toluquilla al NW por el camino del
Derramadero, hay unas dos leguas a la Congregación de
Ranas [fig. 10]; pero a media legua vuelve a verse el mismo
pensamiento de defensa, en trincheras de la misma cons-
trucción en un flanco de la cañada y en las alturas; se en-
cuentran igualmente en el cerro de San Antonio, al sur e
inmediato a Ranas; y en el centro del pueblo hay un anfitea-
tro de unos 12 metros de diámetro por 2 de alto, que hoy
utilizan para guardar pasturas. La ciudad, como también lla-
man a las ruinas de Ranas, queda a una media legua; forman
un ángulo obtuso dos eminencias estrechas y prolongadas
que corta el abismo de la barranca al norte, y en ellas aún se
cuentan treinta y seis ruinas de diversas dimensiones y poca
altura. Hacia el SE, se notan extremos atrincheramientos, tam-
bién sobre otra barranca en declives de acceso, y en todo no
tiene más de una entrada fácil. 156
En este lugar, Reyes tuvo la oportunidad de presenciar el ha-
llazgo de unas piezas, entre ellas se localizaron collares, brazale-

155
Idem: p. 253.
156
Idem, p. 256.
Historia de la Arqueología en Querétaro 67

tes y la escultura de un personaje ricamente ataviado,157 al que


describió minuciosamente:
En el cerro inmediato al NE de estas ruinas fue hallado, al hacer
un acueducto, un retrato. [...] Es un relieve de basalto [fig. 11].
La figura primitiva de toda la piedra debió ser un medio punto o
una U, para verse recostada u horizontal. Mutilada como está,
mide del medio de la rotura al ángulo de la derecha 39½, por 11
de ancho y 9 de grueso. [sic] Pesa 24½ libras. Los relieves de
los tres lados no deben haber sido hechos por pura ornamenta-
ción, pero su significado se escapa por falta de continuidad. El
rostro, con sus atavíos, es de un dios o de un rey guerrero; el
perfil sin ser una severidad perfecta, por lo apagado del ojo y lo
corto de la nariz, disimulada con el pendiente que lleva, no tiene
semejanza con el tipo griego o romano; carece de barba, y más
parece un jefe de alta distinción en la casta guerrera de la India.
[…] Lleva un blasón jerárquico de barras transversales y un
rostro apenas delineado pero perceptible, descansando sobre
una decoración que hace de visera: la cabellera simulada y con
una barba recogida del medio en compartimientos; las orejeras,
las carrileras enlazadas sirviendo de barboquejo, y la garganti-
lla, mucho dicen del saber a que en el arte del grabado y de tratar
los metales había llegado el pueblo que habitó las soledades de
la Sierra Gorda. […] Pudieran ser de conchas las carrileras y la
gargantilla, pero la simetría de los cuadros y de las esferas, nos
inclinan a creerlos de bronce.158
Al término de las investigaciones efectuadas en este lugar,
prosiguió su recorrido y visitó las zonas que se ubicaban en la
región de Jalpan y Pinal de Amoles:
El 16 de abril, estábamos en Los Moctezumas, distantes de
Cadereyta veinte leguas. La ruina es allí más completa de lo que
se ve en Toluquilla y Ranas. Difícilmente se reconocen los ci-
mientos, ocultos por los escombros y el monte. Hacia el ponien-
te, dominando la subida del rancho de Camargo, están los res-

157
En opinión de Elizabeth Mejía, el hallazgo de dichos materiales, no así la
escultura del personaje, se realizó en otro de los sitios denominado Ranas, el
cual, por la descripción que aportó Reyes y más tarde Chavero, debió ser el que
se ubicaba en los terrenos que actualmente ocupa el poblado de San Joaquín.
Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de 2004.
158
Idem, p. 256.
68 Héctor Martínez Ruiz

tos de una trinchera, cuya dimensión no puede saberse por


destruida, midiendo menos de un metro de altura en un solo
punto, pero del mismo carácter de las anteriores, aplicado el
talud. De tiempo inmemorial ha sido allí el camino para el Pinal de
Amoles, y últimamente dándole comodidad para llevarlo hasta
Xilitla, lo ensancharon por entre las mismas ruinas.159
En esa zona, también dio cuenta de la gran cantidad de elemen-
tos constructivos:
Lo poco que queda llama la atención, es una pared aparente-
mente comenzada con piedra labrada de cal común, no está sen-
tada como decimos; colocaron de canto y con inclinación, la
primera carrera, que con la de arriba en sentido contrario forma-
ría un zig-zag. Dieron betún a un piso con cal arcillosa de 2 a 3
pulgadas de espesor. La piedra que en lo general emplearon en
todas estas construcciones, no la labraron, solamente le busca-
ron el rostro. El terreno ocupado por lo que se ve de coesillos,
son unos 600 metros longitudinales de NE a SW, por 80 de
ancho, con tres alturas naturales y dominantes. Esta era una
población como las anteriores descritas, con el fin ulterior de
hacerla plaza de guerra. Situada a la mitad de la larga cuesta que
desde el rancho del Pilón conduce a la sierra del Pinal, tenía
como las otras, condiciones ventajosas para una retirada en
desbandamiento, a las quebradas de la Sierra, en todas direc-
ciones. Al sur, a una y media leguas, hay otro lugar llamado la
Plazuela, en que también abundan los coesillos, indicio de otro
pueblo auxiliar. El nombre de los Moctezumas debe su origen
seguramente a fuerzas expedicionarias que en nombre de los
emperadores recorrían todo el país en son de conquista; es po-
sible que hubiera allí algún tiempo guarniciones aztecas, y tal
suposición se presta también para fundar el mismo nombre dado
al río de Moctezuma…160
Según Reyes, los restos localizados en estas latitudes demos-
traban que la Sierra Gorda había sido un territorio de alta densidad
de población en la época prehispánica:
Siguiendo del Pinal a Escanelilla, se ven coesillos en el rancho
de los Arquitos. Un poco más allá del rancho de las tres Cruces,
en el agua del Cuervo, el camino nuevo para Jalpan pasó entre

159
Idem, p. 259.
160
Ibídem, p. 260.
Historia de la Arqueología en Querétaro 69

restos de las mismas construcciones antiguas; un cuarto de


legua más adelante, en el puerto de las Vigas, hay una ruina
cuadrada de unos doce metros, con la altura de 5, todo mutilado,
pero mirándole aún en dos cuerpos la arquitectura de Toluquilla,
de laja sin labrar buscándole el rostro para dar frente. Los es-
combros de este lugar rodean un cerro haciendo la figura de una
herradura. Cerca del Real de San Pedro, el rancho de Tonatico es
otro extenso pueblo de la antigüedad, en que se ven los case-
ríos destruidos como los anteriores. Los hay igualmente for-
mando un grupo considerable y en el mismo estado en el Rodez-
no, vertiente del río de Escanelilla y Ahuacatlán; lo mismo que
más allá de Jalpan, en la colonia, continuando, aunque en menor
escala, hasta el Pánuco.161
El informe de José María Reyes incluyó ocho fotografías to-
madas por Jacinto Moreno y las proyecciones de las zonas ar-
queológicas levantados por Pawel Primer (Fig. 12 y 13) que ya en
1872 había hecho un mapa de Toluquilla, lo que facilitó el estudio
de las estructuras arquitectónicas, aunque la interpretación que
realizó de los vestigios, estuvo condicionada por el pensamiento
de la época, ya que la terminología que empleó para su descrip-
ción, se basó en la creencia de que se trataba de fortalezas, por
ello creyó ver en los juegos de pelota, baluartes defensivos.162

3.2 Manuel Orozco y Berra


En Historia Antigua y de la conquista de México (1880), Ma-
nuel Orozco y Berra incluyó el reporte que había hecho con ante-
rioridad Mariano Bárcena y de hecho compartió su idea, al afir-
mar que esta ciudad al igual que Ranas, tal vez, habían sido remi-
niscencias de La Quemada:
La Sierra Gorda de Querétaro confiere preciosas ruinas de ciu-
dades fortificadas. Poco tiempo hace [que] fueron descubier-
tas, y las primeras noticias descriptivas las debo manuscritas al
Sr. D. Mariano Bárcena…163

161
Idem, p. 260.
162
Alberto Herrera Muñoz, «La historiografía», en Minería de cinabrio en la región
de El Doctor, Querétaro, ENAH, México, 1994, p. 103.
163
Manuel Orozco y Berra, Historia Antigua y de la Conquista de México, tomo 2,
Porrúa, México, 1960, p. 287.
70 Héctor Martínez Ruiz

3.3. Hubert H. Bancroft


Hubert H. Bancroft164, en The Native Races, escrita en 1883,
también abordó este tema en el que además de incluir los resulta-
dos de los trabajos de la época, empleó documentos históricos que
informaban de la existencia de otros sitios arqueológicos en la
región.
De igual forma, hizo una referencia de El Cerrito, lugar que fue
visitado y dado a conocer durante el último cuarto del siglo XVIII
por el franciscano Juan Agustín de Morfi, a quien le reconoció el
mérito de ser el primero en describirlo:
En El Pueblito, a una legua y media del sur de la ciudad de
Querétaro […] en 1777 se encontraron los cimientos de una
enorme construcción rectangular sobre una elevación natural.
Sus muros, construidos de piedra con mortero de lodo, que al
momento de ser visitadas no se apreciaban sobre la superficie
del terreno, sólo por medio de excavaciones fueron expuestos a
la luz de 30 a 60 metros. Al este y al oeste de la construcción
principal había dos más pequeñas, de las que se dice fueron
extraídos muchos ídolos y otras reliquias, incluyendo piedras
redondas pulimentadas perforadas por el centro. También se
menciona en conexión con estas ruinas un piso de barro. Sobre
la misma elevación se erigía un montículo artificial en forma de
piloncillo, construido de capas alternas de piedras sueltas y
barro, que tenía en su cima una meseta plana de unos diez me-
tros de diámetro. Se dice que muchos ídolos, fragmentos escul-
pidos, pedestales, decoraciones arquitectónicas y puntas de
flecha de pedernal de El Pueblito, fueron enviadas a enriquecer
colecciones de la Ciudad de México. El señor Morfi, único escri-
tor sobre el tema, intenta la descripción de la escultura, pero
como es habitual en tales relatos exentos de cortes, no proveen
idea alguna de los materiales tratados. Algunas ruinas de adobe
de antigüedad dudosa también fueron mostradas al autor men-
cionado.165

164
Hubert Howe Bancroft (1832-1918). Librero y propietario de una editorial.
Formó un enorme acervo especializado en la historia de la costa del Pacífico, desde
Alaska hasta Centroamérica, que se incrementó con la compra de bibliotecas como
la de Alfredo Chavero. Véase Margarita Velasco, op. cit., 1997, p. 269.
165
Hubert H. Bancroft, «The native races», en Velasco, op. cit.,1997, p. 269.
Historia de la Arqueología en Querétaro 71

Del mismo modo, recorrió Ranas y Toluquilla, describió su to-


pografía y el sistema de construcción de los sitios apoyándose en
los datos que Bartolomé Ballesteros había proporcionado con an-
terioridad.
En la sierra de Canoas, entre 50 y 65 kilómetros al noreste de
Querétaro, hay una cuesta empinada conocida como Cerro de la
Ciudad, cuya cumbre esta fuertemente fortificada, mostrando
una vista panorámica de la colina […] El cerro es elevado, y la
cima está cubierta con recias fortificaciones de piedra. Otra pla-
ca muestra simplemente la disposición de las piedras, que son
bloques en forma de ladrillos, cuyas dimensiones no se dan,
incrustadas en una argamasa de barro rojo y cal. Hay en el cerro
un total de cuarenta y cinco construcciones defensivas, inclu-
yendo un muro de 12 metros de altura y una plataforma rectan-
gular con un área de unos cuatrocientos sesenta metros cuadra-
dos […] es muy desafortunado que no tengamos los planos de
tales fortificaciones.166
De Ranas, el autor destacó los hallazgos y la importante pre-
sencia de restos de edificios:
A dos o tres leguas al noroeste de las ruinas recién menciona-
das está la ranchería de Ranas, situada en un vallecito encerra-
do por montes en la parte superior de los cuales todavía se
pueden ver restos de una población muy antigua. […] Una cima
en el norte tiene una pirámide de algo más de seis metros cua-
drados en la base, con cuatro escalinatas que conducen a lo
alto. Cerca de la pirámide hay un montículo de enterramiento, o
cuicillo, en el cual junto con el esqueleto, fueron hallados con-
chas marinas, cerámica y abalorios. Los cuicillos son numero-
sos en toda la región, y las conchas marinas son frecuentes en
ellos. De un montículo en las cercanías de San Juan del Río
igualmente se rescataron algunos ídolos.167
La última reseña de esta época fue, al parecer, la que realizó
José María Reyes, pues el norteamericano se limitó a decir que
aún se conservaban de acuerdo con las descripciones de estos
autores.168

166
Idem, p. 270.
167
Idem, p. 270.
168
Herrera y Muñoz, op. cit., p. 290.
72 Héctor Martínez Ruiz

3.4. Alfredo Chavero


Alfredo Chavero169, en la Historia Antigua y de la Conquista
(1884), dedicó un apartado a los vestigios localizados en la Sierra
Gorda, con la intención de mostrar la importancia que debieron
tener en la antigüedad los asentamientos:
En el cerro de Las Canoas, elevación de difícil acceso terminada
por una meseta espaciosa, se ven las ruinas de una serie de baluar-
tes colocados admirablemente, y que revelan los conocimientos
guerreros de sus autores. Por el lado nordeste del cerro las
fortificaciones van colocadas a diversas alturas, de modo que pro-
ducen el efecto de la pirámide, y terminan en la dirección del ba-
luarte principal, que todavía tiene unos doce metros de altura. Por
el lado opuesto llega a una gran plataforma rectangular de quinien-
tos metros cuadrados de superficie. Parece que se cuidaba mucho
de defenderla, porque además de estar resguardada por dos gran-
des fortines de tres metros de altura, tenía en los flancos una serie
de terraplenes paralelos. Después de la plataforma siguen diver-
sas obras a diferentes alturas, situadas a modo que lo mismo pro-
tegieran los baluartes del centro que los bordes de la meseta. Por
una rampa se llega a la explanada del cerro en el cual se levanta un
gran fortín que domina todo el camino. Se cuentan cuarenta y
cinco fortificaciones, siendo la más notable, un baluarte compues-
to de un zócalo de dos metros y medio de altura, que sostiene un
muro en talud coronado por una saliente en la cual se apoya un
torreón ya arruinado. Todas las fortificaciones son de lajas calizas
cortadas a escuadra unidas por cimientos calcáreos y arcillosos.
De igual forma, describió los vestigios que se encontraban en el
valle de Ranas:
En el valle de Ranas, que está a tres leguas, sobre una eminencia se
ven los restos de una pirámide cuadrada, cuya base mide veinte
metros por lado, y que tenía cuatro escaleras perfectamente orien-
tadas para subir a la plataforma superior. Cerca de ella existen
vestigios de un gran túmulo que encerraba un solo cadáver y
algunos objetos como cuentas de espato, conchas marinas y uten-
silios de barro.170
169
Alfredo Chavero (1841-1906). Amigo y colaborador de Benito Juárez; dirigió El
Siglo XIX, periódico de corte liberal. Su pasión consistió en estudiar la historia
indígena y las crónicas de la Conquista. Escribió el tomo I de México a través de los
siglos (1884). Véase Cuadernos mexicanos, SEP, México, 1982, p. 2B.
170
Alfredo Chavero. «Historia Antigua y de la Conquista» Tomo I, en México a
través de los Siglos, Cumbre, México, 1987, p. 267.
Historia de la Arqueología en Querétaro 73

Además de la descripción de los edificios, de su ubicación y


estado de conservación, hizo referencia a la enorme cantidad de
objetos localizados por José María Reyes, pero obtuvo conclusio-
nes diferentes de las de este autor:
[Existe] una gran cantidad de túmulos, en donde es curioso el
hallazgo frecuente de conchas marinas: llámanlos cuesillos y
ocupan una gran extensión. Bajan por el sur hasta San Juan del
Río, abundando principalmente en las ruinas de San Sebastián;
en éstos se han hallado algunos objetos curiosos, como idolillos
de esmarydita [sic]. Por el norte penetran en Guanajuato; en los
llanos del Bajío suelen encontrarse algunos, en que los esquele-
tos tienen cubierto el cráneo con un cajete de barro.
En un cerro inmediato a Ranas se encontró un yugo, que acredi-
ta que en aquel ignorado pueblo el culto había llegado hasta los
sacrificios. Esta circunstancia, la pirámide y los túmulos, bien
demuestran que por ahí pasó la civilización del sur. Si fue avan-
zada de Teotihuacán y Mamemhí o un descenso directo del
Tamoanchán no lo sabemos; pero si podemos decir, con mu-
chas probabilidades de acertar, que los habitantes de esas ciu-
dades fueron los vixtoli; y sin duda alguna, pueblos de la raza
del sur. Y viene a confirmarlo un rostro de deidad esculpido en el
yugo de que hemos hecho mención. […] La escultura pues,
indica la civilización del sur, como el yugo en que está hecha y
las ruinas en que se ha encontrado.171

3.5. Antonio García Cubas


Seis años después de la aparición de la obra de Chavero, en 1890,
se editó el Diccionario geográfico, histórico y biográfico de
los Estados Unidos Mexicanos, de Antonio García Cubas.172

171
Idem, p. 267.
172
Antonio García Cubas, reconocido geógrafo y escritor mexicano, nació en la
Ciudad de México en 1832. Fue director de la Escuela Nacional de Comercio y
catedrático en diversas instituciones educativas. Realizó estudios geográficos y
geodésicos que le dieron renombre internacional. Se le considera el fundador de la
ciencia geográfica en México. Fue autor del Atlas Geográfico, Estadístico, Histórico
y Pintoresco de la República Mexicana (1885), El libro de mis recuerdos y el
Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos,
editado en cinco volúmenes en 1890. Murió en 1912. Ver Yolanda Mercader
Martínez, «Antonio García Cubas», en La antropología en México. Panorama
histórico: Los protagonistas (Acosta-Dávila), Vol. 10, INAH, México, 1988.
74 Héctor Martínez Ruiz

Para destacar la importancia de los sitios arqueológicos de la


Sierra Gorda retomó a Bartolomé Ballesteros:
Bartolomé Ballesteros, en un informe rendido a la Sociedad de
Geografía, manifiesta que en dicha localidad existen dos gran-
des ruinas que llevan los nombres de Ciudad de Ranas y Ciudad
de Canoas. […] Su construcción es igual a la de Chicomostoc;
lajas superpuestas. Aquí como allá, las paredes han desafiado a
los siglos […] La ciudad de Ranas está compuesta de fortines
aislados, sin simetría ni orden; pero la de Canoas tiene todas las
circunstancias que indican mejor inteligencia y civilización del
fundador. […] Construida sobre la planicie del cerro de su nom-
bre, da su frente al gran cerro de San Nicolás, […] una gran
muralla circunda por la caja del cerro a la ciudad. Esta tiene
plazas, calles tiradas a cordel, anfiteatros con asientos, sin duda
donde tenían sus juegos y ejercicios.173

3.6 Manuel Murillo


Más adelante, en 1891, Manuel Murillo, en compañía del se-
ñor Carvajal, subprefecto de la municipalidad de El Doctor y
del párroco Agapito Malagón, visitó Toluquilla, donde pudo
observar la topografía del lugar y las características de los
edificios:
Hay también varios departamentos, que aunque ya sin azoteas,
destruidas por la mano del tiempo, se supone que fueron habi-
taciones, formando éstas unas callecitas de un metro cincuenta
centímetros de anchura, y que son, en su mayoría, rectas aun-
que muy poco alineadas…174

3.7 Ignacio Pedraza


En 1899, el secretario del Ayuntamiento de Jalpan, Ignacio Pedraza,
reunió información sobre los indígenas pames y el ídolo que ado-
raban a la llegada de los españoles:
Eran adoradores de un ídolo a quien designaban con el nombre
de la diosa Cachum que en castellano quiere decir madre del

173
Antonio García Cubas en Velasco, op. cit., 1997, p. 275.
174
«Manuel Murillo», en José G. Montes de Oca, Retablos Queretanos, Imagina
Diseño, México, 1994, p. 88.
Historia de la Arqueología en Querétaro 75

sol. Iban en peregrinaciones a su templo, en lo más alto del cerro


grande de Tancamá, allí los recibía un indio viejo con carácter de
sacerdote, y se encargaba de presentar las ofrendas a la diosa y
hacer las imploraciones.175
Al parecer, se trataba de la escultura que Francisco Palou refi-
rió en la biografía de Junípero Serra, sólo que la versión del se-
cretario del Ayuntamiento es diferente de la del franciscano.
Pedraza menciona que Tancamá era el sitio donde se encontra-
ban asentados los indígenas, que la imagen de la diosa incautada
fue trasladada al museo de Barcelona en España y que la conver-
sión de los nativos fue labor de fray Pedro de Amezcua, que llegó
escoltado por militares al mando de José Escandón, en 1744. Juní-
pero Serra arribó seis años después a la zona.
El M.R.P Fray Pedro de Amezqúa presidiendo a otros varios
frailes; escoltados por una regular columna de milicianos al man-
do del Señor General Coronel Don José Escandón […] formaron
una enramada en esta plaza para que les sirviera de capilla pro-
visional […] enseguida se encaminaron a Tancamá […] manda-
ron destruir el mencionado templo que consistía en una gran
galería de palos, techada de zacate, apoderándose del ídolo
Cachum que era una figura de piedra al estilo de las esculpidas
por los egipcios, con cara de mujer. Ese ídolo y otros varios que
fueron hallados en las expediciones, los remitieron a España
para el museo de Barcelona.176
Como vemos, existen discrepancias entre el relato de Palou y
el de Pedraza. Puede ser que el fraile, en su afán de exagerar la
obra de Junípero Serra, le haya atribuido acciones que no realizó;
también, es posible que los pames sólo le hayan entregado a
Amezcua una de las imágenes que tenían de su diosa y aparenta-
ran su evangelización, para que, al retirarse los misioneros, volvie-
ran a sus antiguas creencias, esto daría certeza al relato del fraile,
pues cuando Serra llegó a la zona, quizá los indígenas ya habían
reconstruido su templo y colocado otra imagen de la diosa, que
fue la que el religioso les incautó.

175
AHQ, Fondo Poder Ejecutivo, Exp. 11, sección 4, fomento, fol. 518 y 519.
176
Ibídem, f. 518.
76 Héctor Martínez Ruiz

Por otro lado, después del fructífero trabajo realizado en este


periodo, las investigaciones en el Estado se suspendieron. No
obstante, los trabajos arqueológicos continuaron a gran escala en
el resto del país. También en esos años se efectuaron varios in-
tentos de legislar sobre la exploración arqueológica y, en 1896, se
sentaron las bases para otorgar concesiones a particulares que
tuvieran interés de realizar excavaciones, aunque se estableció
que todo material encontrado en dichas exploraciones sería pro-
piedad del Gobierno mexicano.177 Este decreto reconoció el de-
recho de propiedad privada de los terrenos de particulares que
contaran con sitios arqueológicos y prohibió las investigaciones si
el propietario no daba su consentimiento. Más adelante, en mayo
de 1897, se decretó una ley más concreta, que declaraba en su
artículo primero que todos los monumentos existentes en el terri-
torio eran propiedad de la nación y nadie podría explotarlos, remo-
verlos ni restaurarlos, sin la autorización del Ejecutivo, motivo por
el cual se comenzó a levantar la Carta Arqueológica de la Re-
pública. 178
Por vez primera, se consideraron monumentos arqueológicos
las ruinas de ciudades, casas grandes, cavernas con vestigios,
palacios, templos, pirámides, rocas esculpidas o con inscripciones
y, en general, todos los edificios que, bajo cualquier aspecto fue-
ran interesantes para el estudio de la civilización o la historia de
los antiguos pobladores de México.179 Con esta medida se prote-
gió los edificios y los objetos depositados en ellos, incluso se pro-
pició que las exploraciones se hicieran integrando varias líneas de
investigación, desde el origen de la población americana hasta los
restos arqueológicos de carácter arquitectónico. Y fue a partir de
este momento cuando por resolución gubernamental, se les consi-
deró fuentes de información histórica de primera mano.180 En esta
nueva proyección, el Gobierno cooperó aportando fondos para la
excavación y reconstrucción de tales monumentos. El deseo de

177
Olivé y Urteaga; op. cit., p. 12.
178
Ibídem, p. 13.
179
Rubín de la Borbolla en Suárez, op. cit., p. 48.
180
Santoyo, op. cit., p. 509.
Historia de la Arqueología en Querétaro 77

legitimarse a partir de la consolidación de la identidad nacional le


llevó a incorporar elementos culturales prehispánicos a la orna-
mentación arquitectónica y escultórica de las construcciones de
la época, como en la estatua de Cuauhtémoc, del Paseo de la
Reforma, la de Juárez, en Oaxaca, y en el edificio realizado para
la Exposición de París en 1890.181
Más adelante, entre los años de 1904 y 1908, se discutió el plan
general para el establecimiento de la Escuela Internacional de Ar-
queología y Etnología Americanas. Las pláticas fueron entre el di-
rector de la Universidad Nacional de Columbia, Nicolás Murray Butler;
el ministro de Instrucción Pública de México, Justo Sierra; y repre-
sentantes de otras universidades extranjeras destacadas, como los
de Francia y Prusia. El licenciado José Yves Limantuor, secretario de
Hacienda, demostró su interés por el establecimiento de tal escuela
en México. En 1910, Franz Boas llegó al país como delegado a la
inauguración de la Universidad; en septiembre de 1910, la Secretaria
de Instrucción Pública celebró un contrato con el doctor Boas para
que trabajara como profesor de Antropología y Etnología de la Es-
cuela Nacional de Altos Estudios.182 En ese mismo año, Franz Boas,
Eduard Seller y el subsecretario de Instrucción Pública, se reunieron
en México. Boas participó en las sesiones inaugurales de la Escuela
de Altos Estudios y en el Congreso de la Sociedad Internacional de
Americanistas. Como ya se dijo, en ese tiempo, el Gobierno planeó la
fundación de la Escuela Internacional en México. El proyecto se
inició con la intención de que su inauguración coincidiera con el Con-
greso de Americanistas. Después de la aprobación del plan de estu-
dios, el 20 de enero de 1911, Porfirio Díaz la inauguró en presencia de
los ministros del Estado, así como de los embajadores de los países
que participaron en su establecimiento. La Universidad de México
proporcionó aulas y prometió facilitar el acceso a bibliotecas, museos
y otros institutos. El Gobierno también ayudó a la Escuela con un
subsidio anual de seis mil pesos.183

181
Suárez, op. cit., p. 46.
182
Ibídem, p. 58.
183
Véase Eduard Seller, en David Strug, «Manuel Gamio, la Escuela Internacional
y el origen de las excavaciones estratigráficas en las Américas», en Arqueología e
indigenismo, Sep-Setentas, México, 1972.
78 Héctor Martínez Ruiz

En materia arqueológica, para 1910, la mayoría de las investi-


gaciones fueron realizadas por la Inspección General de Monu-
mentos Arqueológicos. Esta dependencia estuvo a cargo de
Leopoldo Batres184 y destinó gran parte de sus esfuerzos a la
exploración metódica de Teotihuacan, con la intención de conse-
guir que su rehabilitación y apertura para el turismo coincidieran
con los festejos del primer centenario del inicio de la Independen-
cia, organizados con gran pompa por el Gobierno de la Repúbli-
ca;185 celebraciones, que por cierto, sirvieron para mostrar la gran-
deza del pasado mexicano y para redefinir la arqueología como
una actividad científica subordinada a los intereses del Estado.
Los Gobiernos posteriores continuaron con la misma línea de
impulsar el descubrimiento, la investigación y la exhibición del
pasado arqueológico, tanto en las zonas como en los museos, para
mostrar su grandeza, para fomentar un sentido de orgullo e iden-
tidad y para asumir una política cultural integradora, capaz de unir
los orígenes más remotos del país con las manifestaciones de la
cultura nacional.186

184
Leopoldo Batres (1852-1926) nació en la Ciudad de México. Después de sus
primeros estudios, completó su formación en Francia, donde cursó las materias de
Antropología y Arqueología. En 1873, a su regreso al país, ingresó a una carrera
militar, en la que llegó al grado de capitán. A partir de 1884, cuando el Gobierno de
Porfirio Díaz le nombró inspector de los monumentos arqueológicos mexicanos,
comenzó su desempeño de cargos públicos relacionados con la arqueología. Fue
conservador de los monumentos arqueológicos de la República de 1888 a 1911, y
participó en varias excavaciones (Teotihuacán, Monte Albán y Mitla, entre las
más destacadas). Se le apartó del cargo tras la renuncia de Díaz en 1911. Autor de
gran número de obras sobre la arqueología mexicana (por ejemplo, Cuadro
arqueológico y etnográfico de la República Mexicana, aparecida en 1885),
perteneció a varias sociedades científicas nacionales y extranjeras y obtuvo
distinciones en Alemania y Francia. Falleció en 1926, en la Ciudad de México. A
través de él, por primera vez, el Estado mexicano aportó fondos para la excavación
y reconstrucción de monumentos antiguos. Ver «Leopoldo Batres», en Diccionario
Porrúa (A-C), 1995: 376.
185
Anales Hispanoamericanos, Número extraordinario, dedicado a los Estados
Unidos Mexicanos con motivo del primer Centenario de su Independencia,
España, 1910, p. 8.
186
Rico, op. cit., p. 25.
Historia de la Arqueología en Querétaro 79

CAPÍTULO IV

EL TRIUNFO DE LA MEMORIA (1910-2000)

El panorama nacional de los años que van de 1910 a 1920 se


caracterizó por los movimientos armados denominados genérica-
mente Revolución Mexicana.187 Lógicamente, este suceso in-
fluyó notablemente en las actividades antropológicas del país y, de
hecho, propició que los trabajos arqueológicos fueran limitados.188
Con el transcurrir del tiempo y pasados los momentos más difí-
ciles del conflicto armado, la necesidad de emprender la recons-
trucción nacional abrió una nueva etapa en la vida del Estado
mexicano; con la caída de Porfirio Díaz y la consolidación de nue-
vos grupos de poder, se sostuvo que el proyecto de nación reque-
ría de planteamientos novedosos. Ante la situación y de frente a
un futuro incierto, se intentó reorganizar las maltrechas relaciones
sociales, reconocer las condiciones sociales que existían y replan-
tear las bases del sentido de pertenencia que definirían a los
habitantes del país.
187
La guerra civil que sacudió a nuestro país, resulta difícil de caracterizar, ya que fue
un movimiento amplio que involucró diversos intereses que hallaron puntos comunes
en torno al descontento generado durante más de treinta años de dictadura porfirista.
Sin embargo, la unidad en contra de un enemigo común fraguó un sentido de identidad
relativo, que se debilitó a medida que desaparecía el poder contra el cual se enfrentaban.
Por esta razón, resulta imposible hablar de un proyecto de Revolución Mexicana,
como algo homogéneo y lineal. Por el contrario, actualmente se reconoce que el
movimiento de 1910 fue en realidad una gran conmoción social, en que se enfrentaron
las diversas ideas que representaban las diferentes propuestas de solución de los
problemas que afectaban el país. El resultado final de la lucha armada no fue sólo la
derrota de las fuerzas conservadoras, sino de los otros proyectos que dentro del
levantamiento revolucionario se enfrentaron (la vertiente agrarista representada
por Francisco Villa y Emiliano Zapata), sobre los que triunfó militarmente el Ejército
Constitucionalista de Carranza y Obregón.
En efecto, con la promulgación de la Constitución de 1917, la historia política del
país se enfiló por la vía institucional, aunque desafortunadamente se distinguió por
la desaparición del pluralismo político resultante de la lucha armada y por la
persecución política y militar de la oposición. Ver Portal y Ramírez, op. cit., p. 69.
188
No obstante, fue la época en que la disciplina adquirió los perfiles de ciencia en
México y se hizo presente en nuevos escenarios, cada vez más variados entre sí.
Véase Miguel León-Portilla, «Historia de la Arqueología en México V: La época de
la Revolución», en Arqueología Mexicana, núm. 56, Raíces-INAH, México, 2002,
p. 10.
80 Héctor Martínez Ruiz

Tal empresa involucró a los más destacados intelectuales


de la época, quienes fueron convocados para orientar las ta-
reas de reconstrucción de la identidad a partir del análisis de
la población que se tenía que incluir en dicho proceso. Por
eso, las actividades académicas de este periodo se vieron in-
fluidas por la ideología nacionalista propugnada por el Gobier-
no. 189
Una de esas medidas fue la exaltación de los valores del
indio. Se pretendió unir el pasado con el presente a partir de la
búsqueda de nuestros orígenes, recuperar la tradición perdida
y cobrar conciencia de un destino común. No es extraño que
de varias voces a la vez surgiera el mismo mito: el de la unidad
final de razas y culturas en una sociedad nacida de la conjun-
ción y la síntesis.190
Las investigaciones arqueológicas que se realizaron, como era
de esperarse, se articularon a los acontecimientos políticos del
momento, además, su fundamentación teórica retomó el proble-
ma de la etnogénesis: el indio de ahora era descendiente del de
ayer y la grandeza del pasado prehispánico podía y debía recupe-
rarse. Con ella se diseñaron políticas de conservación patrimonial
y de relación con los indígenas.191 Asimismo, tuvo que ver con
ciertos sentimientos de hermandad latinoamericana, por lo que
sus seguidores, entre los que destacó Alfonso Caso, no vislum-
braron conflicto entre su posición política y las actividades cientí-
ficas que desarrollaban.
189
Portal y Ramírez, op. cit., p. 69.
190
Esta fue la idea central del mestizaje étnico y cultural que surgió con Andrés
Molina Enríquez (1868-1940) y que retomaron «Manuel Gamio (1883-1960) y
José Vasconcelos (1881-1959). Véase Leticia Rivermar, En el marasmo de una
rebelión cataclísmica (1911-1920)» en Historia de la antropología en México.
Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México,
1987:95.
191
A esta orientación se le dio el nombre de Escuela Mexicana de Arqueología.
Su iniciador fue Manuel Gamio y logró, entre otras, que se institucionalizara la
arqueología en el país, que se fundaran centros de investigación y enseñanza
permanentes, que los Gobiernos aceptaran que gastar dinero en excavaciones
era importante y que las zonas arqueológicas, cuando menos en cierta medida,
debían ser respetadas. Este enfoque determinó una forma de ver y sentir la
antigüedad que, transmitida por el sistema escolar desde la primaria, le dio a
México una de las bases para la recreación de su nacionalidad, a través del
pasado indígena. Ver Jaime Litvak, op. cit, p. 149.
Historia de la Arqueología en Querétaro 81

Un ejemplo claro de este pensamiento se observó en la impor-


tancia de la reconstrucción, puesto que la necesidad de hacer ar-
queología estaba ligada a la educación del mexicano en sus raíces
nacionales, los asentamientos prehispánicos fueron considerados
como salones de clases. Eran un ejemplo para los mexicanos de
lo que se podía hacer en el país y, como tales, no sólo eran una
muestra del talento de sus antiguos habitantes, sino también un
objeto didáctico para que aprendieran esta lección.192
En ese tiempo, las instituciones que desarrollaron la mayor par-
te de este trabajo fueron el Museo Nacional de Arqueología, His-
toria y Etnología, y la Escuela Internacional de Arqueología y Et-
nología Americanas. Acerca del Museo Nacional, sabemos que
funcionó entre 1911 y 1915, se dedicó principalmente a la con-
servación, difusión y docencia; para ello, contó con departamen-
tos destinados al estudio de la lingüística, la etnología, la arqueolo-
gía, la antropología física y la historia.193 En 1912, los catedráticos
del Museo acordaron clasificar la enseñanza antropológica en tres
grados y expedir para cada uno de ellos diferentes tipos de cons-
tancia, en el tercero quedó la sección de arqueología.194
La influencia del antiguo inspector y conservador de monu-
mentos Leopoldo Batres, en el trabajo del Departamento de His-
toria y Arqueología del Museo Nacional durante esta etapa fue
evidente; acorde con dos ejes centrales, se dedicó casi exclusiva-
mente a la conservación de las grandes construcciones, que hasta
entonces se encontraban en ruinas y, a hacer una arqueología
monumentalista.
Por otro lado, los trabajos más importantes en materia de in-
vestigación arqueológica fueron efectuados por los miembros de
la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas.
A diferencia de lo que ocurría en el Museo Nacional, la Escuela
tuvo el carácter de instituto orientado a la docencia y la investiga-
ción.195 Entre los estudios más importantes que desarrolló desta-

192
Ibídem, p. 147.
193
Rivermar, op. cit., p. 97.
194
Claudio Guala Mayer, en Rivermar, ibídem, p. 98.
195
Rivermar, op. cit., p. 104.
82 Héctor Martínez Ruiz

caron, sin lugar a dudas, los de arqueología, ya que desde un prin-


cipio se planteó la necesidad de organizar la búsqueda y recolec-
ción de los materiales antiguos, su estudio y el aseguramiento
para el Museo de la Nación.196
Pero la importancia de la Escuela Internacional fue más allá,
pues facilitó la introducción de una nueva técnica de exploración
arqueológica. En efecto, lo que se ha llamado revolución
estratigráfica produjo un cambio inmenso, no sólo en las técni-
cas empleadas en las exploraciones, sino también en los resulta-
dos obtenidos y fue, en cierto modo, la clave para los estudios de
la primera parte del periodo que nos ocupa, pues se convirtió en la
base necesaria para establecer fechamientos más precisos. Gra-
cias a ella se lanzaron los arqueólogos a establecer una cronolo-
gía, que si bien no era la finalidad última de la ciencia, fue un
requisito indispensable para futuras investigaciones.197
De esta manera, en los trabajos desarrollados por la Escuela
Internacional se empleó la estratigrafía, que se alejó bastante del
método llamado tradicionalista, que se orientaba exclusivamente
a la búsqueda de objetos de gran belleza o exotismo. A partir de
ese momento, se estudió con mayor cuidado todo lo que se en-
contraba en las capas sucesivas, de manera que un fragmento de
tepalcate adquirió el mismo valor que un fósil, pues cada uno de
ellos era un dato determinativo, al que se le podía atribuir, por sus
caracteres, un lugar relativo en el tiempo.198
No había lugar a dudas, en arqueología, el énfasis cambió gra-
dualmente del valor de los hallazgos realizados a la importancia
que representaba su significado y, afortunadamente, los restos de
cultura material fueron considerados auténticos documentos de
gran valor histórico.199

196
El primer director de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología
Americanas fue el doctor Eduard Seller, quién al tomar posesión del cargo para el
periodo 1910-1911, planteó que la arqueología era uno los objetos de estudio más
importantes para la Escuela, por lo que debía fomentar la búsqueda y recolección de
los restos de cultura material, así como su resguardo, pues ya era considerado
patrimonio de la nación. Véase Leticia Rivermar, íbidem, p. 104.
197
Bernal, op. cit., p. 156.
198
Jorge Engerrand, en Bernal, op. cit., p. 156.
199
Bernal, ibídem, p. 168.
Historia de la Arqueología en Querétaro 83

Al término de la gestión de Seller, Franz Boas, catedrático


de la Universidad de Columbia, se hizo cargo de la administra-
ción de la Escuela para el periodo 1911-1912. A su llegada a
México, el norteamericano presentó varios proyectos de tra-
bajo etnológico, lingüístico y de antropología física; sin em-
bargo, su interés por la arqueología hizo que su atención se
centrara fundamentalmente en ésta; siguió los mismos rumbos
de Seller, consolidó a la estratigrafía como la técnica arqueo-
lógica por excelencia y sostuvo que el trabajo de campo y los
resultados obtenidos sólo podían ser descriptivos y no
interpretativos, ya que no había llegado el momento de tratar
de explicarlos con teorías porque no se poseían todos los datos
necesarios. 200
Así, gracias a esta técnica empleada por Manuel Gamio201 en
los trabajos arqueológicos de San Miguel Amantla Azcapotzalco,
se pudo contar con los elementos necesarios para establecer la
primera secuencia cronológica sustentada en datos confiables para
la Cuenca de México. Por tal motivo, puede decirse que, a partir
de los trabajos de Gamio, la arqueología de nuestro país adquirió
el carácter de disciplina científica.202 Con este método, la manera
establecida para excavar y reconstruir grandes conjuntos obtuvo
considerable información, no sólo a base de la lectura de las ins-
cripciones, sino también de la estratigrafía de edificios y cerámi-

200
Rivermar, op. cit., p. 105.
201
Manuel Gamio (1883-1960) fue la figura más prominente del ámbito cultural
de la época. Ocupó diversos cargos directivos, entre ellos el de inspector
general de Monumentos Arqueológicos de la Secretaría de Instrucción Pública,
entre 1913 y 1916; y el de director de la Escuela Internacional, de 1916 a
1920. Asimismo, encabezó, a partir de su fundación en 1917, la Dirección de
Antropología, adscrita a la Secretaría de Agricultura y Fomento. Desde esas
dependencias, impulsó la investigación de numerosas zonas arqueológicas y
pugnó por la aplicación de un enfoque hasta entonces inédito, y de hecho
pocas veces planteado posteriormente con claridad como él lo hizo, en el que
la investigación debía ser interdisciplinaria y abordar distintos aspectos de la
cultura. Manuel Gamio fue el primer arqueólogo debidamente preparado para
ello que produjo nuestro país. Ver Ignacio Bernal, p. 159, y Enrique Vela y Ma.
del Carmen Solares, «Imágenes Históricas de la arqueología en México. Siglo
XX», en Especial Arqueología Mexicana, núm. 7, Raíces-INAH, México,
2001, p. 24.
202
Rivermar, op. cit., p. 195.
84 Héctor Martínez Ruiz

ca. Para este momento, encontramos ya una arqueología plena-


mente profesional, aunque sujeta a los lineamientos políticos de
moda, mismos que el propio Gamio se encargó de fomentar.203
Incluso, ya dentro del ámbito de los estudios de gabinete, pre-
ocupó el tema siempre presente y tan importante de la correlación
entre los documentos históricos, los códices y las secuencias cul-
turales obtenidas por los arqueólogos de campo. La necesidad de
conocer las culturas pasadas a partir de todos los medios al alcan-
ce posibilitó una vez más el encuentro entre la arqueología y la
historia. El desciframiento de las culturas indígenas en códices, en
inscripciones en piedra y el conocimiento de los calendarios que
aparecían expuestos en documentos y estelas permitieron que,
por primera vez, se iniciara la reconstrucción de la vida cotidiana
de estos pueblos.204
Más adelante, entre 1915 y 1918, las actividades educativas
y académicas del país se vieron reducidas al mínimo, no obs-
tante y a pesar de los momentos difíciles, se fundó el Departa-
mento de Arqueología y Etnología en la Secretaría de Agricul-
tura y Fomento en 1917, dependencia que en 1919 cambió su
nombre por el de Dirección de Antropología y Poblaciones
Regionales de la República, primera de su tipo establecida en
América y de la que Gamio estuvo al frente como director
entre 1917 y 1924.205
Lo que hasta ese momento se consideró la primera etapa de la
institucionalización de nuestra disciplina, estuvo representada por
la creación de la Dirección de Antropología. Su trabajo clarificó la
forma en que se concebía por entonces esta labor científica, ya
que conceptuaba su actuación en función de los estudios que apor-
taban conocimientos integrales de la población del país, la búsque-
da de los medios para superar el atraso y la formación de una
203
Véase Manuel Gamio, Forjando Patria, México, Porrúa, 1992, e Ignacio Bernal,
op. cit., p. 171.
204
Un ejemplo de este enfoque, que en la Escuela de los Anales recibió el nombre de
antropología histórica, lo representó George Valliant, que intentó relacionar los
hallazgos arqueológicos con las fuentes históricas, en otras palabras, hacer una
historia en la que se aprovechara no sólo la arqueología; como en otros lugares donde
no había fuentes escritas, proponía usar los datos que aportaran los restos de cultura
material. Ver Ignacio Bernal, op. cit., p. 178.
205
Ibídem, p. 111.
Historia de la Arqueología en Querétaro 85

verdadera nacionalidad, fundada en el acercamiento racial, la uni-


ficación lingüística y el equilibrio económico de dichos grupos, como
ya se ha descrito anteriormente.206
No cabe duda de que la antropología oficial surgió de la necesi-
dad estatal de articular la diversidad social, a partir de un marco
en el cual lo perceptible fuera la totalidad. Esta idea continuó vi-
gente durante los años veinte y principios de la siguiente década,
manifestándose de diversas formas, como en los foros, los con-
gresos internacionales de americanistas, así como también en la
publicación de revistas especializadas surgidas del quehacer
antropológico.207
Fue la época en que se promovieron los estudios integrales en
nuestro país.208 Los trabajos de investigadores nacionales y ex-
tranjeros en gran parte, se debieron, cuando menos en México, a
la cooperación promovida por la Escuela Internacional de Arqueo-
logía y Etnología Americanas, a partir de los congresos de
americanistas, como el que se efectuó en México en 1910. Gra-
cias a su labor, en la arqueología se hicieron más frecuentes los
estudios de tipo físico y de restos osteológicos. La mayoría de

206
El pensamiento de Gamio, Sáenz y Vasconcelos coincide con el deseo de acabar
con lo indígena en tanto que transformarlo en mestizo. Su pensamiento es heredero
de las tesis liberales decimonónicas sostenidas por la mayoría de los intelectuales de
la época. Por entonces, fue unánime el consenso de ver lo indígena como obstrucción
del progreso y al mestizaje como medio seguro de transformación, que en sí mismo
entrañaba la mejoría económica y cultural de la población indígena. Véase Jaime
Noyola, «La visión integral de la sociedad nacional (1920-1934)», en Historia de
la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-
1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 153.
207
Algunas de estas publicaciones fueron: Revista de Revistas, El México Antiguo,
Ethnos, la cuarta época de los Anales del Museo Nacional de México, Boletín del
Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, Revista de Historia de
América, Boletín Bibliográfico del Instituto de Investigaciones Sociales, Revista
Mexicana de Sociología y el Boletín del Archivo General de la Nación. Ver Jaime
Noyola, op. cit., p. 158.
208
Respecto de esto, no debemos olvidar la investigación que realizó Manuel Gamio
en Teotihuacan, en la que aplicó su visión de la antropología con un aporte
fundamental: estudiar integralmente una zona, desde sus raíces prehispánicas, pasando
por la etapa colonial, hasta el presente, con la participación de especialistas de
diversas ramas del conocimiento. Véase Manuel Gamio, La población del Valle de
Teotihuacan, Secretaría de Agricultura y Fomento, México, 1922 (edición facsimilar,
INI, 1979).
86 Héctor Martínez Ruiz

ellos se ocuparon parcialmente de establecer comparaciones y


ello ocasionó una revisión en las técnicas y los procedimientos
para obtener medidas significativas que se pudieran manejar
estadísticamente. A partir de ese momento, la investigación ar-
queológica fue reconocida como la disciplina que basaba sus ob-
servaciones en el estudio de los materiales del pasado y en Méxi-
co, se considera que se inició formalmente en 1915 con los traba-
jos del propio Gamio, ya que la arqueología de principios de siglo
carecía de ese parámetro y se limitaba a justificar la presencia de
numerosos vestigios del pasado, que con los años había acumula-
do el Museo Nacional, así como a realizar estudios que estaban
más cerca de la historia antigua y del desciframiento de los códi-
ces que de la arqueología. Antes de ese año, prácticamente, no
hubo proyectos institucionales de exploración arqueológica.
En ese tiempo, por iniciativa de la Dirección de Antropología,
se planteó la necesidad de evaluar el estado guardado por los
diferentes sitios arqueológicos del país y de elaborar una regla-
mentación sobre su cuidado y conservación. Dicho esfuerzo se
hizo patente con la publicación del Estado actual de los princi-
pales edificios arqueológicos del país. Con base en este reco-
nocimiento arqueológico, se inició la discusión sobre los aspectos
que debía contemplar la protección de los edificios, los cuales,
reunidos en un dictamen fueron enviados al Congreso. La formu-
lación fue aceptada y en 1934 se promulgó la Ley de Protección y
Conservación de Monumentos Arqueológicos e Históricos.209
Según este nuevo marco jurídico, se desarrollaron técnicas de re-
construcción, restauración y consolidación de edificios prehispánicos,
derivadas en gran parte de la evolución de los procedimientos de
restauración. Se observó también un cambio en la mentalidad de
estos especialistas, que se reflejó en la búsqueda de soluciones para
preservar las estructuras arquitectónicas, así como en el sentido de
autocrítica profesional que se evidenció cuando, al proponer una ac-
ción para evitar la destrucción de una estructura recién localizada,
años después, con la reglamentación y la asimilación de nuevas téc-
nicas, surgidas de su trabajo o aprendidas de sus colegas, las consi-
deraba poco recomendables. No deja de ser interesante la
209
Loyola, op. cit., p. 197.
Historia de la Arqueología en Querétaro 87

autorreflexión a la que llegaron los arqueólogos de finales de la dé-


cada de los veinte e inicios de los treinta.
Evidentemente, ya para este momento existía una crítica dirigi-
da a la reconstrucción inmoderada, aunque se argüía que el desa-
rrollo de sus técnicas no había alcanzado su madurez.210 Sin em-
bargo, en este periodo, la restauración significaba desarrollo de la
ciencia, depuración de las técnicas; era una etapa en que, al tiem-
po que se desarrollaba la ideología del nuevo Estado mexicano
surgido de la Revolución, la disciplina se consolidaba vinculada a
las tareas estatales, pero con la diferencia de que el objetivo de la
reconstrucción de los años veinte cambió en los cincuenta; en los
primeros, se desarrollaron las técnicas arqueológicas y se confi-
guró el marco conceptual de la arqueología mesoamericana, ade-
más, fue una etapa de búsqueda de patrones de reconstrucción,
consolidación de edificios y reglamentación de estas prácticas,
cuando en otros países sostenían proyectos similares; en los años
cincuenta, la restauración ya no obedeció propiamente a la inves-
tigación, se volvió una arqueología escenográfica, en donde los
parámetros dejaron de ser científicos, para convertirse en pro-
yectos con objetivos principalmente turísticos.211 Por tal motivo,
no es casual que los intereses de la arqueología, como disciplina
en sí, se confundieran con las necesidades del Gobierno, deseoso
de reforzar la ideología de la nacionalidad con la reconstrucción
del pasado, pues a pesar de conocer los límites de su objeto de
estudio, pagaba su condición de estar subsidiada por el Estado.212
210
Algunos de los arqueólogos que participaron en la reconstrucción monumental de edificios
fueron José García Payón (1896-1977), Jorge R. Acosta (1908-1975) y Alfonso Caso
(1890-1985). Véase Arturo España Caballero, «La práctica social y el populismo nacionalista
(1935-1940)», en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los
hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 269.
211
Ibídem, p. 200.
212
Esto implicaba que, normalmente, el parámetro de investigación se concentrara en
los centros ceremoniales, a expensas de otras áreas –como las habitacionales o las de
abastecimiento de los poblados– que ante la imposibilidad de protegerlos y estudiarlos
a todos, se había orientado a las zonas más espectaculares, con el beneficio de que su
reconstrucción atraería el turismo y generaría divisas para el país, aunque en detrimento
de las áreas menos «rentables,» que eran de manera casi irremisible condenadas a la
destrucción, al quedar incluso fuera de los linderos de protección legal. Véase Manuel
Gándara, «Historia de la Arqueología en México VII: La época moderna (1968-
2002) 1ª Parte», en Arqueología Mexicana, núm. 59, Raíces-INAH, México, 2002,
p. 12.
88 Héctor Martínez Ruiz

4.1 El panorama arqueológico en Querétaro (1910-1960)


En Querétaro, una vez superados los años difíciles de la guerra
civil, en 1928, Ignacio Marquina,213 coordinador de los trabajos de
registro cronológico y cultural de los monumentos prehispánicos
del país, incluyó datos de Ranas y Toluquilla en una publicación
especial realizada para el XVIII Congreso Internacional de
Americanistas. Marquina preparó un estudio acerca de los estilos
arquitectónicos prehispánicos, en donde hizo mención de la mayo-
ría de los sitios que hasta ese momento eran conocidos.
En su trabajo, consignó, al igual que Orozco y Berra, que
dichos centros fueron construidos durante el periodo arcaico,
para ser destinados como baluartes defensivos y que al paso
del tiempo se usaron como santuarios religiosos; sostuvo que
la distribución espacial de los edificios obedeció principalmen-
te a la topografía del terreno y que en muchos casos fue apro-
vechada para obtener ciertos patrones asimétricos de acuerdo
con los ejes longitudinales de los cerros. En la descripción que
realizó de estos asentamientos, incluyó por vez primera las
expresiones de juego de pelota con paramentos, basamen-
tos piramidales y edificios de planta rectangular; términos
arquitectónicos, como talud, cornisa, escaleras remetidas y
fachadas. También, reprodujo los planos de Pawel Primer que
ya se habían editado junto al trabajo de José María Reyes, en
1881 (fig. 14).214

213
Ignacio Marquina Barredo fue uno de los más eminentes especialistas en
arquitectura prehispánica. Nació en la ciudad de México en 1888; egresó de la
Academia de San Carlos en 1913. Su acercamiento a la arqueología se la debió
a Manuel Gamio, y en 1922 realizó sus primeros trabajos de este tipo. Dirigió
el Departamento de Monumentos Prehispánicos del Instituto Nacional de
Antropología e Historia. De 1947 hasta 1956, ocupó la dirección de este
instituto. Ejerció el cargo de secretario general del Instituto Panamericano de
Geografía e Historia de 1956 a 1965. Basándose en los códices precolombinos,
diseñó los planos y la maqueta del recinto del Templo Mayor de Tenochtitlán,
que guarda notable semejanza con el recinto sagrado que años después, entre
1978 y 1982, descubrieron los arqueólogos. Entre sus trabajos destacan
Arquitectura Prehispánica (1951) y El Templo Mayor de México (1960).
Murió en 1981. Véase Román Piña Chan y Alejandro Villalobos Pérez, «Ignacio
Marquina Barredo», en La antropología en México. Panorama histórico.
Los protagonistas (Acosta-Dávila), Vol. 10, INAH, México, 1988.
214
Ignacio Marquina, en Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 291.
Historia de la Arqueología en Querétaro 89

Más adelante, en 1931, el arquitecto Emilio Cuevas, comisiona-


do por la Dirección de Monumentos Prehispánicos de la Secreta-
ría de Educación Pública, realizó con Eduardo Noguera una visita
de inspección por estas zonas arqueológicas y El Cerrito. El pro-
pósito de su recorrido fue comprobar los datos que aportaban los
mapas levantados por el ingeniero Primer; no obstante, su infor-
me se orientó más a señalar grado de destrucción en que se en-
contraban los edificios. Con respecto a Ranas y Toluquilla, anotó:
El objeto que pretendía era comprobar los planos que pre-
senta Reyes en su relación, levantados por el ingeniero Pawel
Primer.215
Ya me suponía que la acción del tiempo había producido sus
efectos y que los iba a encontrar más destruidos de los que
él los vio. […] En efecto, la vegetación ha invadido las rui-
nas […] los edificios que pudieron estar techados se han
llenado de tierra y hojas y en su interior la vegetación ha
hecho presión sobre los muros desplomándolos y derrum-
bándolos.
Por otra parte la creencia vulgar de que hay tesoros escon-
didos, ha dado lugar a que los hombres, cooperando con los
elementos naturales hayan maltratado estos edificios.216
Para Toluquilla, identificó un juego de pelota a partir de la
comparación entre las estructuras allí localizadas y las que se en-
contraban en los sitios de Chichén Itzá y Xochicalco. En Ranas,
reconoció que su deterioro era muy avanzado, sobre todo porque
las poblaciones de los alrededores demolían exprofeso las estruc-
turas para aprovechar los materiales en la construcción de cercas
e incluso para sembrar entre ellas. Asimismo, complementó sus
notas con varias fotografías que mostraban el material usado en
los edificios, su estado de conservación y los estilos arquitectóni-
cos usados en los sitios. Sobre El Cerrito, afirmó que su inspec-
ción era muy fácil, ya que existían medios de transporte que llega-
ban al lugar. Además, incluyó once fotografías (figs. 15,16 y 17) y

215
Emilio Cuevas, «Informe sobre la expedición arqueológica a las ruinas de
Toluquilla, Ranas y Cerrito en el Estado de Querétaro», en Velasco, op. cit., 1997,
p. 279.
216
Ibídem, p. 280.
90 Héctor Martínez Ruiz

una acuarela de Toluquilla (fig. 18), en la que se aprecia la re-


construcción de una de las canchas del juego de pelota y el basa-
mento piramidal que hipotéticamente lo remataba.217
Eduardo Noguera también elaboró un informe de la explo-
ración de Ranas y Toluquilla que luego publicó. En él, fue más
allá que su colega al afirmar que a pesar de que los primeros
informes provenían del año de 1872, en realidad, ofrecían in-
formación poco confiable para un estudio serio de las civiliza-
ciones precortesianas. De igual forma, sus conclusiones se
alejaron de las de Emilio Cuevas, pues mientras éste se pre-
ocupó más por el estado de conservación, Noguera trató de
definir la cronología y la cultura a la que pertenecieron dichos
asentamientos a partir del análisis de la cerámica y de los ele-
mentos arquitectónicos:218
El punto más importante que se ha podido aclarar durante el
viaje […] es el referente a la clase de cultura a que estos
monumentos pertenecen. Antes de su exploración consti-
tuía un verdadero enigma su origen. No se sabía si fueran de
la civilización arcaica, es decir, la más antigua de que se
tiene noticias en México, o bien si pertenecían a la civiliza-
ción tarasca o si, por el contrario, considerando su relativa
proximidad, podría asignársele una relación con los
totonacas. Ahora, gracias a la exploración emprendida y a
los estudios que se están efectuando, junto con algunas
excavaciones practicadas en las citadas ruinas en busca de
cerámica, que es primordial factor para el reconocimiento de
las reliquias arqueológicas, puede decirse, en forma provi-
sional, que será rectificada cuando esos estudios hayan sido
terminados, que las ruinas que describimos ofrecen relación
con la cultura teotihuacana.219
Noguera distinguió la presencia de Teotihuacán y de la cultura
totonaca a partir de los materiales recolectados y de sus observa-
ciones sobre la arquitectura de la zona:

217
Ibídem, p. 277.
218
Eduardo Noguera, «Viaje de exploración a las ruinas arqueológicas de
Toluquilla y San Joaquín Ranas, estado de Querétaro», en Velasco, op. cit.,
1997, p. 289.
219
Ibídem, p. 290.
Historia de la Arqueología en Querétaro 91

Las razones en que se funda esta afirmación es principalmente


en el tipo arquitectónico. En Toluquilla aun se pueden observar
dos juegos de pelota y cinco en el caso de San Joaquín Ranas,
edificios que, como se sabe, son características de esa cultura y
existen en todo su esplendor en Chichén Itzá y otras ciudades
mayas que sufrieron influencias toltecas.
[…] Por otra parte, el mismo carácter de la construcción muestra
cierta analogía con monumentos de la costa de Veracruz, en
donde floreció la civilización totonaca, y si a esta se agrega el
descubrimiento, en las ruinas de Querétaro, de un yugo bella-
mente esculpido, que son productos natos de los totonacos,
puede establecerse una transición entre las civilizaciones de la
costa con las del centro…220
Sin embargo mantuvo la idea de que Toluquilla y Ranas debie-
ron ser baluartes defensivos:
No queda lugar a duda que las ruinas son verdaderas forta-
lezas […] en parte defendidos naturalmente por altos acanti-
lados, cuya ascensión es imposible y la parte de fácil acceso
era defendida por doble y aun triple muralla de gran espe-
sor.221
Su crónica, junto a la de Emilio Cuevas, se publicó en la revista
Anales del Museo Nacional, Historia y Etnografía en 1945,
dirigida por el propio Noguera.
Por otra parte, en 1935, durante un viaje de investigación por la
Sierra Gorda que tenía como objetivo el estudio de las pautas cul-
turales de los grupos otopames, Jacques Soustelle incluyó una nota
en la que dio fe de su visita a Ranas y Toluquilla, donde se detuvo
a examinar material arqueológico, cuyas características describió
brevemente:
Este material está constituido en particular por dos clases de
objetos: 1. Piedras esculpidas que son indudablemente frag-
mentos de yugos totonacas.222

220
Idem, p. 290.
221
Ibídem, p. 290.
222
Soustelle incluyó en su obra la imagen de uno de estos fragmentos; se trata de la
misma pieza que apareció en el informe de José María Reyes en 1880 (Fig. 10) y en
el tomo 1 de México a Través de los Siglos de Alfredo Chavero (1884). Dicha
escultura se encontraba depositaba, según el autor, en la Academia Antonio Alzate de
la Ciudad de México.
92 Héctor Martínez Ruiz

[…] Objetos de barro y en especial candeleros, pequeños va-


sos dobles, característicos de la cerámica de Teotihuacan; pies
de trípodes que son igualmente muy parecidos a los de algunos
vasos de Teotihuacan.223
Con el trabajo realizado, llegó a la conclusión de que en la zona
se había desarrollado una civilización olmeco-teotihuacana, que
probablemente se colapsó al mismo tiempo que la de Tula.224
Durante esta época, Joaquín Meade exploró la Huasteca y
dibujó mapas y fotografió los sitios y objetos localizados en la
zona, que informaban de la existencia de importantes ruinas
arqueológicas en el territorio queretano, principalmente en
Jalpan.225 Años más tarde, Meade visitó nuevamente la región
y recorrió los sitios arqueológicos de San Juan, Tancamá,
Tangojó, Neblinas, El Lobo, La Purísima y San Rafael, que se
encontraban en los municipios de Arroyo Seco, Jalpan y Lan-
da de Matamoros.226
Dentro de la Reseña Histórica de la Virgen de El Pueblito
que hizo el canónigo Vicente Acosta227, en el opúsculo Recuerdo
del Tercer Centenario del Culto de Nuestra Señora del
Pueblito: 1632-1932, incluyó una breve anotación sobre El
Cerrito:
A la parte norte y muy cerca de la Pequeña Población, se yergue
una pirámide monumental construida a mano por los idólatras
aborígenes a donde acudían a ofrecer sacrificios y a consultar
sus oráculos; este cerrillo artificial [era] llamado Cerro Pelón.228

223
Jacques Soustelle, La familia otomí-pame del México Central, Centro de Estudios
Mexicanos y Centroamericanos, FCE, México, 1993, p. 145.
224
Idem, p. 145.
225
Joaquín Meade. La Huasteca. Época antigua, Editorial Cossio, México, 1942, p.
309.
226
Herrera, op. cit., 1994, p. 111.
227
Este relato fue retomado más tarde por el mismo Vicente Acosta y otros autores
que, al hacer alusión de los antecedentes históricos del culto a la Virgen de El
Pueblito, citaban el lugar. El Álbum de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora
del Pueblito de Cesáreo Munguía (1946), La Milagrosa Imagen de Nuestra Señora
de El Pueblito, de Vicente Acosta y Cesáreo Munguía (1962), y Ecos de la Coronación
de Santa María del Pueblito, de José Guadalupe Ramírez Álvarez (1949), son
algunos ejemplos.
228
Vicente Acosta, en José G. Montes de Oca, op. cit., p. 184.
Historia de la Arqueología en Querétaro 93

En la Reseña Histórica se describieron los objetos arqueológi-


cos que, en gran cantidad, todavía se localizaban en los alrededo-
res del lugar:
[…]Los muchos fustes de columnas que hasta hace unos
pocos años se hallaban esparcidos por la falda del monteci-
llo, cariátides como de ochenta centímetros en durísima roca,
estatuitas bien acabadas adornadas de prendas simbólicas;
varios objetos de cerámica, como pipas, tecomates, ollas,
perfumeros ornamentados; todo esto encontrado en las in-
mediaciones del gran cúe, atestiguan el grado de adelanto
que en estas artes alcanzaron los moradores del Pueblito
antes de la conquista.229
Por otro lado, independientemente de los trabajos que ya se
efectuaban en la Sierra Gorda, derivado de la gestión de Germán
Patiño, en 1936 se estableció en el antiguo convento de San Fran-
cisco, el actual Museo Regional de Querétaro.230 A esta Galería
llegó una importante colección de objetos arqueológicos. Dicho
acervo se había formado con material integrado a las primeras
colecciones que se tenían desde fines del siglo XIX, como lo era
un chac mool mutilado proveniente de El Cerrito, un fragmento
de atlante y una estela de basalto, fragmentos de relieves,
columnillas, losas del revestimiento y objetos cerámicos de la mis-
ma zona; más adelante, alumnos y profesores de la secundaria de
El Pueblito donaron otros materiales del mismo tipo.231
Mientras esto ocurría en nuestra entidad, en la Ciudad de Méxi-
co, el 3 de febrero de 1939, durante el Gobierno de Lázaro Cárde-
nas, se publicó en el Diario Oficial de la Federación la ley
orgánica de una nueva institución gubernamental dependiente de
la Secretaría de Educación Pública: el Instituto Nacional de An-
tropología e Historia, cuyas funciones fueron a partir de ese mo-
mento: la exploración arqueológica, la custodia, la conservación y
la restauración del patrimonio histórico y artístico de México. Al
INAH se incorporaron las dependencias relacionadas con la pro-
tección del patrimonio cultural, entre las que destacaban el Museo
229
Idem: 184.
230
Guadalupe Zárate. Los trabajos y los días, 60 años del Museo Regional: Homenaje
a Germán Patiño, INAH-Querétaro, Querétaro, 1996, p. 13.
231
Ana María Crespo, «El recinto ceremonial de El Cerrito», en Querétaro
Prehispánico, op. cit., 1991, p. 193.
94 Héctor Martínez Ruiz

Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía y las direcciones


de Monumentos Prehispánicos y de Monumentos Coloniales de la
SEP, derivadas a su vez de la Comisión General de Monumentos,
creada en 1895. Se formó, además, un Consejo Académico y
Técnico del Instituto de carácter consultivo, del cual derivaron los
consejos de Arqueología, el de Monumentos Históricos y el Na-
cional de Paleontología.232
Es importante mencionar que antes de la creación del INAH
ya existía la necesidad de preparar especialistas para el nivel de la
educación superior en los diversos campos de la antropología.
Anteriormente, para estudiar arqueología era necesario trasladar-
se a otro país. Esta situación se resolvió a partir de 1937, cuando
en el seno de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Ins-
tituto Politécnico Nacional, se estableció un campo de estudios en
antropología, que poco después se constituiría en un organismo de
educación superior: la Escuela Nacional de Antropología e Histo-
ria (ENAH), la cual se integró al INAH en 1942.233
Al mismo tiempo, se estableció un acuerdo académico entre la
ENAH y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),
por el que la primera se ocupó a partir de ese momento de la
educación superior en el campo de las diversas especialidades de
la antropología –incluida la arqueología– mientras que la segunda
se orientó a la formación de los historiadores.
El 1939, la Dirección de Monumentos Prehispánicos, que
entonces coordinaba Ignacio Marquina, se dio a la tarea de
localizar y clasificar los sitios arqueológicos del país. Tal em-
presa no sólo implicó visitas de inspección por el territorio
nacional, sino que además recurrió a la búsqueda de archivo;
al final, el número de asentamientos registrados alcanzó el to-
tal de 2 106, los cuales fueron integrados en un informe que
incluyó una ficha con su nombre, ubicación (distrito y munici-
palidad), descripción arquitectónica, ruta de acceso y refe-

232
Joaquín García Bárcena, «Historia de la Arqueología en México VI: La etapa de
la posrevolución (1939-1968)», en Arqueología Mexicana, núm. 57, Raíces-INAH,
México, 2002, p. 9.
233
Ibidem, p. 9.
Historia de la Arqueología en Querétaro 95

rencia, que se publicó con el nombre de Atlas Arqueológico


para la República Mexicana.
El primer intento de elaborar una carta arqueológica de la Re-
pública Mexicana, se debió a Leopoldo Batres, quien había funda-
do en 1894 la Inspección de Monumentos Arqueológicos. En 1916,
la dirección de Antropología a cargo de Manuel Gamio se dedicó
a la integración de la Carta y el Catálogo Arqueológico del
país. Dicha información, se complementó con el Archivo Técnico
de la Dirección de Monumentos Prehispánicos del INAH, lo que
dio como resultado el Atlas Arqueológico de 1939; en él apare-
ció lo que reportaron los viajeros durante el siglo XIX para el
Estado de Querétaro, veintisiete sitios, de los cuales veintitrés,
estaban localizados en la Sierra Gorda, tres en los Valles y uno en
la parte sur del Estado: Puerto de las Vigas, Tonatico, Toluquilla,
Tilaco, Cerro del Sapo, El Sabino, Rodesno, Ranas, Pueblo Viejo,
El Pueblito, La Plazuela, Neblinas, La Muralla, Los Moctezumas,
El Lobo, Landa de Matamoros, La Laja, San Juan del Río, San
Juan, Ecatitlán, Deconí, Concá, La Colonia, Sierra de Canoas,
Campana, Los Arquitos y Agua del Cuervo (fig. 19).234
Más adelante, durante la década de 1940, el arqueólogo Carlos
Margaín, en su artículo Zonas Arqueológicas de Querétaro,
Guanajuato, Aguascalientes y Zacatecas (1944), llegó a la con-
clusión de que en la arquitectura y la cerámica de El Cerrito, se
apreciaban relaciones con Tula.235
Por esos años, concretamente en 1943, Paul Kirchhoff236 pro-
puso el concepto de Mesoamérica,237 apoyado en una serie de

234
«Atlas Arqueológico de la República Mexicana», en Velasco, op. cit., 1997, p.
295.
235
Carlos Margaín, en Margarita Velasco, «La arqueología en Querétaro», en La
antropología en México. Panorama histórico, vol. 13, INAH, México, 1988, p. 236.
236
Paul Kirchhoff (1900-1972). Antropólogo mexicano de origen alemán, miembro
fundador de la Sociedad Mexicana de Antropología y de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia. Ver Javier Téllez Ortega, La época de oro (1940-1964),
en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los
dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 313.
237
Este concepto, aunque clarificado después, bien pudo ser elaborado por Eduard
Seller. En efecto, fue el primero en demostrar la unidad esencial de lo que Kirchhoff
llamó Mesoamérica, razón por la cual se ocupó de esas áreas y de aspectos relativos
a ellas, tanto arqueológicos como etnográficos. Véase Ignacio Bernal, op. cit., p. 142.
96 Héctor Martínez Ruiz

datos culturales tomados de fuentes documentales del siglo XVI


acerca de la población de México en la época prehispánica, para
identificar una región cultural del territorio que había ocupado to-
tal o parcialmente los actuales Estados de Sinaloa, Durango,
Zacatecas, San Luis Potosí, Tamaulipas, Nayarit, Jalisco, Veracruz,
Guanajuato, Querétaro, Michoacán, Hidalgo, México, Guerrero,
Morelos, Puebla, Tlaxcala, Oaxaca, Tabasco, Chiapas, Campeche,
Yucatan y Quintana Roo, y que se extendía más allá de la frontera
sur en el momento de la Conquista.238
Como resultado de su trabajo, los estudios se concentraron en
las poblaciones mesoamericanas y fueron realizados de acuerdo
con los conceptos de la Escuela Mexicana de Arqueología.239 Entre
un gran número de ellos y a pesar de que la parte norte del Estado
quedó fuera de los límites señalados por Kirchhoff, destacan los
efectuados por Eduardo Noguera, que en 1945 retomó la infor-
mación que había obtenido durante su recorrido por la Sierra Gor-
da en 1931, acompañado por Emilio Cuevas, para continuar con
su trabajo que pretendía identificar el origen cultural de Ranas y
Toluquilla, fundamentado en el análisis de la arquitectura y la ce-
rámica; no obstante, en esta ocasión se detuvo a describir con
mayor amplitud la arquitectura del lugar, su estado de conserva-
ción y los objetos localizados en los sitios:
El estado que guardan los monumentos de Toluquilla y Ranas
es bastante lastimoso si se considera que allí no se han efectua-
do reparaciones de ninguna especie desde su descubrimiento.
[…] En rasgos generales, el estudio de la arquitectura de estos
monumentos, al que se anexará el de la cerámica encontrada en
esos mismos lugares, tiende a ilustrarnos acerca de la cultura
que dio origen a esos monumentos.240
En efecto, sobre la base de los materiales localizados, mantuvo
firme la idea de que la influencia cultural totonaca y teotihuacana
llegó a aquellos lejanos lugares:
238
VéasePaul Kirchhoff, «Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica
y caracteres culturales» en Suplemento de la revista Tlatoani, núm. 3, INAH,
México, 1960.
239
Joaquín García-Bárcena, op. cit., 2002, p. 14.
240
Eduardo Noguera, «Vestigios de cultura teotihuacana en Querétaro», en Velasco,
op. cit., 1997, p. 319.
Historia de la Arqueología en Querétaro 97

La importancia de estos monumentos no puede ocultarse, puesto


que señala cierta relación con los monumentos de los teotihuacanos,
por no decir que es producto de los mismos y, por otra parte, acusa
también analogía con las civilizaciones de la costa, como pode-
mos ver por medio de la arquitectura y sus artes menores.241
Sin embargo, debido a la confusión de la época, interpretó que
los estilos teotihuacanos no eran más que pautas culturales que
evidenciaban la presencia tolteca en la Sierra Gorda. Antes de
1941 se pensaba que Teotihuacan era la capital de los toltecas, la
mítica Tula de las fuentes históricas, por lo que propuso que Ra-
nas y Toluquilla debieron ser construidas por este grupo en su
trayectoria del Pánuco al centro del país y como prueba de su
paso por esta región, dejaron estructuras de juego de pelota y
objetos cerámicos que por su decoración tendrían esa misma filia-
ción. Pese a la confusión cronológica, Noguera distinguió clara-
mente las influencias culturales provenientes de la Ciudad del Al-
tiplano Central, así como de la Costa del Golfo.242
Posteriormente, en los años cincuenta, Ignacio Marquina en su
Arquitectura Prehispánica, incluyó los sitios de Ranas y Toluquilla
en el capítulo III, dedicado a la arquitectura del norte, occidente y
noroeste de México. La información que contenía en su mayor
parte era la misma que había obtenido durante su recorrido de
campo en 1928, aunque la complementó con los datos recogidos
por Eduardo Noguera y Emilio Cuevas en 1931 y los planos de
Pawel Primer:
Conocemos algo de estas ciudades arqueológicas, gracias a los
informes de Bartolomé Ballesteros, de José María Reyes [y a los
datos y fotografías] del profesor Eduardo Noguera y del arqui-
tecto Emilio Cuevas…243
El mérito de Marquina radica en el hecho de que incluyó Ranas
y Toluquilla en el esquema general de la arquitectura prehispánica,
lo que fue un importante avance para Querétaro, pues colocó es-
tos monumentos dentro del panorama arqueológico nacional,244
241
Ibídem, p. 323.
242
Velasco, 1988, op. cit., p. 237.
243
Ignacio Marquina, «El norte, el occidente y el noroeste de México», en Velasco,
op. cit., 1997, p. 334.
244
Velasco, op. cit.; 1988, p. 236.
98 Héctor Martínez Ruiz

aunque no deja de causar sorpresa que a pesar de hacer una


breve mención de El Cerrito, y de conocer la importancia del lu-
gar, lo haya omitido de su magna obra; es probable que esto diera
lugar a que este centro no fuera considerado en estudios posterio-
res sobre el centro-norte de México.245
Aún quedaba mucho por hacer en las áreas que no fueron in-
cluidas en Mesoamérica, ya se ha dicho que el norte y el occiden-
te de la República quedaron bastante descuidados, quizá debido a
la situación peculiar de la arqueología de esa región. Salvo algu-
nos centros como Ranas y Toluquilla, en Querétaro, este territo-
rio no presentaba, o al menos eso se creía, sitios concretos donde
pudieran hacerse exploraciones. Por esta razón, la atención al
ámbito no mesoamericano fue reducida y aunque Paul Kirchhoff,
en 1954, propuso las superáreas culturales de Oasisamérica y
Aridoamérica, puede decirse que las intervenciones fueron muy
limitadas.246

4.2. Los años de ruptura. Encuentros y desencuentros de la


arqueología en México: 1960-2000
Durante la década de los sesenta, ocurrieron grandes cambios en
la vida social y cultural de la nación.247 Los dramáticos sucesos
245
Crespo, op. cit.; 1991, p. 163.
246
Este hecho no fue del todo negativo para las investigaciones, pues el arqueólogo
tuvo que recurrir a la búsqueda de las huellas del pasado en otros espacios como
cuevas, montes y acantilados. Además, a pesar de ser reducidas las exploraciones, se
lograron importantes hallazgos principalmente en el norte de México, en el occidente
y en la región de la Huasteca. Ver Ignacio Bernal, op. cit., p. 177.
247
Fue una época que se caracterizó por la aplicación de una serie de medidas tendientes
a aliviar la frágil economía nacional, mismas que fueron rechazadas por los sectores
populares, lo que provocó una crisis en 1968 que fue controlada a través de dos vías:
la tendencia al endeudamiento externo para financiar el desarrollo, y su consolidación
–como productor – en el mercado petrolero, gracias a lo cual se tuvo el aval para
continuar con esta política, cuyo eje era el desarrollo industrial. Desafortunadamente,
ello no evitó la abrupta caída de la economía, pero si propició la reflexión de algunos
sectores de la población –intelectuales, estudiantes, profesionistas, etcétera. – que
adoptaron las posiciones marxistas y socialistas, y criticaron el papel del Estado como
portador del modelo cultural nacionalista y populista emanado de la Revolución
Mexicana, que, en la práctica, dejaba en manos del capital extranjero, los sectores
claves y más dinámicos de su aparato productivo. Contra este sistema político de
exclusión económica y social, se alzaron las voces de protesta, que tomaron como
bandera la democratización de la vida nacional. Véase Portal y Ramírez, op. cit., p.
138.
Historia de la Arqueología en Querétaro 99

de esos años influyeron notablemente en la arqueología y las cien-


cias sociales en general. Fue el momento en que se cuestionó el
proyecto de la antropología oficial fundada por Manuel Gamio
que había asumido el Estado mexicano desde el periodo
posrevolucionario a fin de proponer una plataforma conceptual a
su política social.248
En México, el ambiente de crítica y controversia respecto de
las instituciones oficiales y sus formas de ejercer su autoridad se
manifestó al amparo de las ideas y principios marxistas. Tal pos-
tura era comprensible, se requería de una propuesta innovadora,
tanto en el ámbito académico como en el político y el materialismo
histórico parecía capaz de explicarlo todo: la economía, la cultura,
la religión, los grupos indígenas, etcétera. Se trataba de una teoría
que explicaba lo que ocurría y que también proveía de un proyec-
to a futuro, la utopía que se requería para salir adelante.249
De manera similar, otros acontecimientos –como la emergen-
cia del pensamiento y la conciencia latinoamericanas, las voces
de lucha de los países africanos por su independencia y la guerra
de Vietman– afectaron terriblemente la imagen que se tenía de
Occidente, la cual, entre otras cosas, fue cuestionada por los inte-
lectuales de todo el mundo, quienes repudiaron la ideología bur-
guesa, considerada decadente en cuanto a su papel histórico y sus
valores.250
En nuestro país, la discusión que se desató sobre las institu-
ciones y sus formas de ejercer la autoridad se dio principal-
mente en el medio académico e intelectual. Resultado de ello
fue la activa participación de maestros y estudiantes de la
Escuela Nacional de Antropología e Historia en el movimiento
de 1968; sin embargo, fueron víctimas de represalias de las
autoridades de su propia institución. Este acto, lejos de calmar
los ánimos, acrecentó la discordia y propició que un grupo de
profesores disidentes de la ENAH publicaran la obra Eso que
llaman antropología mexicana en 1970, cuyo polémico con-
248
Guadalupe Méndez Lavielle, «La Quiebra Política (1965-1976)», en La
antropología en México, panorama histórico (1880-1986), Vol. 2, INAH, México,
1987, p. 343.
249
Portal y Ramírez, op. cit., p. 130.
250
Méndez, op. cit., p. 355.
100 Héctor Martínez Ruiz

tenido se tomó como el manifiesto de una nueva tendencia


dentro de esta disciplina en México. A partir de ese momento
y como consecuencia de tales sucesos, la discusión
antropológica se orientó al análisis de su propio devenir histó-
rico y llegó el momento de reconocer que en muchas de sus
políticas –principalmente las indigenistas–, había tenido un
carácter eminentemente colonialista.251 El siguiente paso, ade-
más de la introducción de la concepción marxista de la histo-
ria, fue la adopción del materialismo cultural252 para el trabajo
propio de la etnohistoria y la arqueología.
En 1972, en ese ambiente de renovación, Guillermo Bonfil Ba-
talla, director del INAH, propició su renovación a gran escala;
dividió a la institución en cuatro áreas: la de Monumentos Históri-
cos, la de Museos, la de Centros Regionales y la de Administra-
ción, así mismo, determinó que la Dirección de Antropología se
transformara en el Departamento de Etnología y Antropología
Social (DEAS) y que se crearan los Centros Regionales, con el
objeto de promover la investigación en todo el territorio nacional.
En mayo del mismo año, fue publicada en el Diario Oficial de
la Federación la Ley Federal sobre Monumentos, Zonas Arqueo-

251
Ibídem, p. 350.
252
Enfoque teórico de la antropología cultural desarrollado en buena medida
por el norteamericano Marvin Harris. Surgió entre los decenios de 1950 y
1970. Representa una especie de síntesis teórica del materialismo histórico
marxista, la antropología ecológica y el evolucionismo social. Para el
materialismo cultural, todas las sociedades están divididas en tres niveles
primarios de organización: infraestructura (producción de bienes y
servicios), estructura (las relaciones políticas y locales de cada sociedad) y
la superestructura (que consiste en las ideas, valores, creencias, arte y
religión de las sociedades). Además, propone que los cambios o innovaciones
que se dan en una cultura se originan en la infraestructura, luego se reflejan
en la estructura y después en la superestructura. Por eso concluye que el
estudio de la actividad económica de una sociedad es el punto medular para
explicar su comportamiento y desarrollo social. Véase Thomas Barfield,
«Materialismo Cultural», en Diccionario de Antropología, México, Siglo
XXI, 2000, p. 136.
En el campo de la arqueología, esta corriente estuvo marcada por su acercamiento a
las ciencias naturales; y con datos provenientes de dichas ciencias, intentó legitimar
su cientificidad, aunque la supuesta carencia de un marco teórico definido, la colocó
en un lugar cercano al neopositivismo y al empirismo. Ver Enrique Vela y María del
Carmen Solares, op. cit., p. 64.
Historia de la Arqueología en Querétaro 101

lógicas, Artísticos e Históricos, 253 y en septiembre, se creó el


Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (CIS-INAH).254 Su finalidad era estimu-
lar la formación de investigadores en las áreas de antropología e
historia.255
Por otro lado, el trabajo arqueológico de este periodo tam-
bién experimentó cambios importantes que ayudaron a definir
en forma más precisa su campo de estudio y sus objetivos. En
parte, tales innovaciones se originaron fuera del país; la llama-
da nueva arqueología 256 o arqueología procesual causó
revuelo en Estados Unidos e Inglaterra. A grandes rasgos,
sostenía la idea de que el trabajo exclusivamente orientado a
los grandes sitios y centros ceremoniales no era la mejor
manera de recuperar y reconstruir el pasado. Sus seguidores
afirmaban que el material arqueológico debía interpretarse de
acuerdo con los procesos que lo generaban y lo modificaban
cuando finalmente se descubría. En suma, se trataba de pasar
de la descripción histórico-cultural, de ¿qué paso? al ¿por
qué pasó?, es decir, a la explicación de los cambios en los
grupos humanos y los factores sociales y ecológicos que los
motivaban. Implicaba dejar de representar únicamente en una
tabla geográfico-cronológica las culturas, para preguntarse por
qué cambiaban, por qué algunas sociedades eran sencillas y
otras complejas, y qué las había llevado de un punto a otro.257

253
Cfr. Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas,
INAH, México, 1984.
254
Unos años más tarde, el CIS-INAH fue objeto de una renovación y cambió su
nombre por el de Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social (CIESAS).
255
Méndez, op. cit., p. 351.
256
Uno de sus postulados era que el arqueólogo debía plantearse una problemática
por resolver antes de explorar un sitio y desde ella poder diseñar la metodología
más adecuada para resolverlo. A este estudio, seguía otro en el que se buscaba
que el planteamiento previo incluyera una hipótesis de trabajo articulada, por
lo que la función del trabajo de campo no era primariamente encontrar datos,
sino verificar la validez de la hipótesis. En definitiva, lo que planteaba era la
necesidad de una explicación científica para la arqueología. Ver Jaime Litvak,
op cit., p. 152.
257
Gándara, op. cit., 2002, p. 11.
102 Héctor Martínez Ruiz

Si bien este enfoque era innovador, la nueva arqueología no


tuvo el impacto deseado en México, quizá porque, todavía a me-
diados de los sesenta, se efectuaba un trabajo arqueológico simi-
lar al que se hacía desde los años treinta. Como ya sabemos, esta
política, que estuvo orientada por el Estado, buscaba la recreación
de una historia mexicana mediante el estudio de sus vestigios
monumentales, por lo que encontraba su justificación en la idea de
mostrar al pueblo un pasado glorioso y, al mismo tiempo, promo-
ver los sitios como atractivo para el turismo extranjero.
Sin embargo, los cuestionamientos de esta corriente afectaron
directamente la labor de la Escuela Mexicana. La gran concen-
tración en los aspectos monumentales, la poca atención a los da-
tos de la vida diaria, la romantización del pasado y, desde luego, el
uso político de los resultados fueron cuestionados; algunos denun-
ciaron el poco rigor académico al que se sometían las fuentes
documentales históricas en la interpretación del dato arqueológico
y otros se opusieron al hecho de que las autoridades únicamente
financiaran las exploraciones en las grandes zonas, sin propiciar
investigaciones serias que las legitimaran.258
Esta polémica creó una ruptura entre las nuevas generaciones
y los arqueólogos más prominentes de la anterior generación,
situación que fue especialmente determinante para que se convo-
cara a una Primera Reunión Técnica Consultiva sobre Restau-
ración, en 1974. En dicho encuentro, se elaboró un reglamento de
administración para las zonas arqueológicas, se propuso la elimi-
nación de la restauración monumental y se otorgó a los arqueólogos
la posibilidad de convertirse en autoridades morales e intelectua-
les para delimitar su campo de acción y, según fuera el caso, su-
gerir políticas de investigación. Pero no obstante que se limitó la
reconstrucción, el Estado continuó con su política de favorecer
los proyectos de la arqueología de consolidación de sitios, los cua-
258
Aunque esta práctica se mantuvo vigente, dejó de impulsarse desde los años
sesenta; dos proyectos de investigación evidenciaron su crisis: los magros resultados
del Proyecto Teotihuacan y la cancelación del Proyecto Cholula. Véase Manuel
Gándara, op. cit., 2002, p. 12.
Asimismo, fue motivo de crítica la construcción del Museo Nacional de Antropología,
por considerarse que se manipuló arbitrariamente la información antropológica con
vistas a promover el turismo. Ver Guadalupe Méndez, op cit., p. 414.
Historia de la Arqueología en Querétaro 103

les en apariencia eran similares, en el método, a los de la práctica


cuestionada.259
A pesar de ello, la Escuela Mexicana poco a poco perdió rele-
vancia, sin técnicas innovadoras y sin la costumbre de un trabajo
eficiente en gran escala, no pudo ni siquiera concebir el cambio de
su función, que de escasa investigación se orientó al manteni-
miento de los sitios para fines turísticos.260
Por otra parte, la tendencia que se consolidó en el trabajo ar-
queológico de esos años, fue la de los estudios que describían los
asentamientos registrados y los materiales cerámicos localizados,
en consecuencia, se perfeccionaron las tipologías, con lo que se
posibilitó la identificación de algunos elementos culturales consti-
tutivos de las primeras sociedades mesoamericanas.261 Además,
en este momento se definieron en forma más o menos clara dos
corrientes: una académica particularista, carente de un aparato
crítico explícito y otra que si partía de un enfoque teórico propio
de la antropología, definido en gran medida por la importancia que
otorgaba al medio físico.
En México, uno de los precursores de ésta última fue José Luis
Lorenzo262, que condensó en su obra el ideal de un quehacer ar-
259
A esta «nueva» forma de hacer arqueología se la denominó extraacadémica, para
diferenciarla de la que conocemos como académica, cuyos propósitos eran
exclusivamente científicos. Ver Guadalupe Méndez, Ibídem, p. 416.
260
Litvak, op cit., p. 150.
261
Este enfoque permitió reflexionar sobre el periodo conocido como Formativo o
Preclásico. El mayor acopio de información sobre el Clásico –tal vez resultado de su
monumentalidad arquitectónica – había desplazado el estudio del Formativo, del cual
se poseían datos confusos y en general insuficientes, de ahí que el Clásico aparecía
sin el respaldo de un precedente cultural sólido. Debido a ello, se hizo necesaria la
obtención –por medio del registro arqueológico– de un antecedente cultural coherente
con una profundidad temporal que alcanzara los niveles del Pleistoceno como
plataforma de salida. Ver Guadalupe Méndez, op. cit., p. 397.
262
En este sentido, habría que reconocerle el papel central que desempeñó en el
conocimiento del paleoambiente de las sociedades más antiguas que se establecieron
en el territorio que más tarde Kirchhoff denominó Mesoamérica. Sobre este aspecto
opinaba: No es posible hacer el estudio de la sociedad humana sin el del medio
físico en el que se asentó y al que modificó, a la vez que su propia visión del
mundo era modificada por el mismo ambiente. Otras de sus aportaciones fueron:
haber organizado el departamento de Prehistoria del INAH, de proveer a la
investigación arqueológica de un equipo de especialistas, laboratorios y toda una
infraestructura, al mismo tiempo que definió una política clara para realizarla.
Véase Guadalupe Méndez, op. cit., p. 418.
104 Héctor Martínez Ruiz

queológico que brindara una evaluación más precisa y cuidadosa


de las características de las sociedades pretéritas mediante el
examen estricto y controlado de sus materiales, para que en la
medida de lo posible se incluyeran todos los datos necesarios a fin
de poder estudiarlas con relación a sus entornos naturales.263
A partir de este momento, la investigación arqueológica se cons-
tituyó en un importante campo de reflexión teórica y de aporta-
ción de datos concretos que enriquecieron el conocimiento de las
culturas prehispánicas. Por lo mismo, creció el interés en el desa-
rrollo de un marco de referencia que permitiera interpretar el
material arqueológico para recrear su forma de vida. Desafortu-
nadamente, esta nueva perspectiva enfrentó varias limitaciones
debido a que los recursos financieros se dirigieron casi en su tota-
lidad a la arqueología de salvamento,264 es decir, a los trabajos de
recuperación de material en peligro de ser destruido por la cons-
trucción de obras civiles como presas o carreteras, tarea que por
cierto fue producto de intereses ajenos al desarrollo de la discipli-
na. De esta manera, la urgencia de rescatar no permitió el estudio
de los objetos en relación con el lugar donde eran encontrados,
aunque eso no impidió su aprovechamiento en estudios posterio-
res. 265

263
Ibídem, p. 396
264
En parte, ésta fue la causa por la que el crecimiento de la disciplina se detuvo
momentáneamente. El cambio de estrategia del Instituto limitó en buena medida
la dinámica de expansión natural de la arqueología mexicana en la década de 1980.
Véase Manuel Gándara, «Historia de la arqueología en México VIII: La época
moderna (1968-2003)», en Arqueología Mexicana, núm. 59, Raíces-INAH,
México, 2003, p. 9.
265
Los estudios específicos sobre cerámica, costumbres funerarias, etcétera, fueron
la norma del trabajo arqueológico. A partir de ese momento, se incrementaron las
investigaciones que partían de un reconocimiento previo de la superficie con ayuda
de fotografía aérea, lo que permitía la delimitación de su extensión y la elaboración
de un plano, que a su vez servía como base para la detección y recolección del
material que era sistematizado a partir de cuadriculados que se elaboraban previamente.
Con ello se desarrollaba una descripción general de la zona, que consideraba en
primer lugar el plano general, montículos, caminos, orientación, distribución de los
restos; de los tipos de edificios y materiales de construcción, y por último de la
cerámica y los objetos líticos encontrados». Véase Gabriela Coronado Suzán, «El
final de una historia inconclusa (1976-1986) en Historia de la antropología en
México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH,
México, 1987, p. 485.
Historia de la Arqueología en Querétaro 105

En cuanto a las técnicas de investigación, a partir de 1970, la


arqueología mexicana aumentó notablemente su instrumental de
apoyo especializado. La llamada arqueología de superficie usó
la fotografía aérea para la delimitación de asentamientos y el re-
gistro de piezas que eran encontradas in situ; además, se retomó
el uso de la estadística. De igual forma, en los años ochenta, se
generalizaron las técnicas de prospección, que facilitaron el tra-
bajo de superficie, ya que se pudo reconocer el subsuelo sin tener
que excavarlo. Otras técnicas emplearon los fenómenos físicos
como el magnetismo o la resistencia al paso de la corriente eléc-
trica. 266
Más adelante, en las postrimerías del siglo XX, un grupo de
investigadores amplió el interés por el uso de técnicas cuantitati-
vas y cualitativas de prospección y análisis en una nueva discipli-
na llamada arqueometría y no fue raro encontrar arqueólogos
que trabajaran en estudios que involucraban las propiedades
radiactivas de los elementos; investigadores como Joaquín García-
Bárcena mostraron desde los setenta cómo éstas podían aplicar-
se a otro problema característico de la arqueología: el
fechamiento.267
En ese tiempo se usó la computadora por vez primera, gracias
en parte a Roberto García Moll y Jaime Litvak King, que la intro-
dujeron en el Museo Nacional de Antropología en la década de los
sesenta. La ENAH fue una de las primeras instituciones en em-
plear este instrumento para la museografía y en la propia forma-
ción de arqueólogos, al incluir proyectos que utilizaban ciertos pro-
gramas para enseñar metodología o bien para realizar catálogos
de museos que incluyeran imágenes digitalizadas.268
De igual forma, la arqueología mexicana creció también por el
influjo de los proyectos extranjeros que bajo la Ley Federal tuvie-
ron que cumplir una serie de requisitos para asegurar, tanto su
seriedad, como la permanencia de los materiales en el país al tér-
mino de sus investigaciones. Aunque sin duda aportaban datos de

266
Litvak; op. cit., p. 72.
267
Gándara, op. cit., 2002, p. 16.
268
Gándara, op. cit., 2003, p. 16.
106 Héctor Martínez Ruiz

gran valor, dejaban a los especialistas mexicanos las tareas me-


nos atractivas, como atender denuncias de saqueo, manejar pro-
yectos de salvamento u ocuparse de restaurar y evitar la destruc-
ción de monumentos y artefactos descubiertos por ellos. Por eso
se creó el Consejo de Arqueología, que en los años setenta intentó
poner orden en este asunto.269
Asimismo, también se desarrollaron otros tipos de trabajo
en la arqueología institucional. Se reconocieron viejos campos
de operación, como la arqueología histórica 270 y la
etnoarqueología. Se recuperó así un estilo de trabajo iniciado
años atrás por autores como Carlos Navarrete, para los que
las fronteras entre la arqueología, etnología e historia nunca
fueron de importancia.271
Por otro lado, la caída del muro de Berlín en 1989 fue para
muchos el pretexto perfecto para aceptar que hacer arqueología
social o incluso nueva arqueología resultaba muy complicado, cos-
toso y tardado, y que, además, requería de un trabajo más amplio
en comparación con las exigencias propias del enfoque tradicio-
nal. Así, en la década de los noventa, aunque con algunas modifi-
caciones hubo casos en que se regresó a las viejas prácticas.
Puede decirse que lo que ocurrió en ese momento fue una espe-
cie de síntesis de la arqueología tradicional con algunos de los
nuevos elementos revisados con anterioridad. Incluso, la recons-
trucción monumental, supuestamente derrotada dos décadas atrás,

269
Un hecho parece indicar el estado de la arqueología de la época. En general,
destacó el gran número de trabajos realizados por investigadores estadounidenses,
mientras que los elaborados por arqueólogos mexicanos se mantenían en el anonimato,
guardados en los archivos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en la
forma de informes inéditos de las investigaciones realizadas. Ver Gabriela Coronado,
op. cit., p. 491.
270
Este enfoque que tiene sus raíces en diversas tradiciones sociohistóricas que
surgieron en Inglaterra y Norteamérica durante el siglo XX, explicaba el trabajo
arqueológico como el análisis de un proceso, de una continuidad, más que como una
especialidad técnica al servicio de la historia y la conservación. Ver Gabriela Coronado,
op. cit., p. 487.
271
Otra corriente que se consolidó fue la denominada Arqueología Social
Latinoamericana, heredera de la visión impulsada por Pedro Armillas y José Luís
Lorenzo desde los años sesenta, que insistía en la importancia de la congruencia
entre el ejercicio profesional y la práctica política. Véase Manuel Gándara, op. cit.,
2003, p. 13.
Historia de la Arqueología en Querétaro 107

volvió a hacer su aparición en el contexto de los macroproyectos


especiales.272
Este aparente retroceso o mezcla ecléctica fue un claro indicio
de lo que años atrás había sucedido particularmente en Europa,
con la arqueología posprocesual, que hizo un llamado a retomar
los aspectos históricos, críticos y humanistas de la arqueología
científica, ya fuera desde la nueva arqueología o desde el mar-
xismo. Este enfoque, vinculado a la corriente posmoderna de la
época, pronto tuvo oportunidad de mostrar sus propios excesos,
con pronunciamientos tales como el que era realmente imposible
reconstruir la historia y que a lo que más se podía aspirar era a
inventar una que conviniera a ciertos intereses, sin olvidar que
ésta no sería más que una de sus múltiples versiones posibles.
Por último, pasado el momento más dogmático y radical de la
discusión, durante los últimos veinte años, se volvieron a integrar
las investigaciones académicas y el trabajo arqueológico para el
turismo. Para entonces, ya se había hecho evidente que buena
parte de esta polémica se había quedado en el plano retórico y
que en la práctica, la forma tradicional de hacer arqueología siem-
pre estuvo presente.273
Lo ocurrido en realidad no era extraño, si reconocemos que la
arqueología mexicana, desde el inicio de su vida institucional, siem-
pre mantuvo como nexo con el aparato de poder la recreación de
una identidad nacional, cuyo peso político se sustentó también en
la capacidad de generar atractivos turísticos capaces de captar
divisas y promover el desarrollo nacional. Quizá por eso, ha sido
la disciplina antropológica que más provecho ha dejado a las de-

272
Ver Joaquín García Bárcena, «Proyectos Especiales de Arqueología», en
Arqueología Mexicana, núm. 10, México, Raíces-INAH, 1994.
273
Para Carlos Viramontes, la reconstrucción que operaba en la Escuela Mexicana no
volvió, debido en parte a que existen convenios internacionales que lo prohíben;
quizá lo que regresó de manera abrumadora fue la idea de hacer arqueología al servicio
de las exigencias políticas y económicas de los grupos de poder. Sin embargo, habría
que tomar en cuenta a los arqueólogos que realizan investigaciones serias y que no se
sujetan a intereses ajenos a la disciplina. La arqueología, es ante todo, investigación
y si un especialista sólo se dedica a la restauración (con fines de promoción turística
o no), entonces, no es arqueólogo, es restaurador. (Carlos Viramontes, comunicación
personal, agosto de 2005).
108 Héctor Martínez Ruiz

pendencias de Gobierno de todos los niveles, sin importar que, en


última instancia, las entidades federativas que carecían de restos
monumentales quedaran relegadas.
No obstante, gracias a algunos especialistas como Isabel Kelly,
Charles Corradino Di Peso, Beatriz Braniff, Pedro Armillas y
Arturo Oliveros, entre otros, esta disciplina finalmente abarcó todo
el país. Se investigaron de manera sistemática áreas del territorio
normalmente soslayadas. Lo cierto es que, ante una concepción
limitada de lo que podía ofrecerle al país, en más de una ocasión
se regresó al monumentalismo, lo que retrasó el ritmo con que la
arqueología mexicana pudo dejar de centrarse únicamente en
Mesoamérica, para finalmente cumplir con su misión de ser
auténticamente nacional.274

4.3. Los últimos años, nuestros días:


La investigación arqueológica en Querétaro (1960-2000)
Durante los últimos cuarenta años, la investigación arqueológica
en Querétaro se incrementó de manera notable. El primer estudio
que se efectuó en los inicios de la década de los sesenta, y que
por cierto estuvo articulado al enfoque propuesto por José Luís
Lorenzo, fue el de Cynthia Irwin Williams, de la Universidad de
Harvard, que, con el apoyo del Departamento de Prehistoria del
INAH, exploró las cercanías de Tequisquiapan con la intención
de localizar vestigios que demostraran su ocupación desde una
época temprana.275
En esa zona, en abril de 1960, en la Cueva de San Nicolás,
ubicada en Centro de los Bolillos, valle de San Juan, las explora-
ciones dieron como resultado el hallazgo de tres entierros que
contaban con implementos líticos y restos de fauna propia de la
región. Con estos materiales se elaboró una secuencia cultural
que abarcaba desde una fase precerámica hasta etapas propias
del Formativo, el Clásico y el Posclásico, lo que demostraba que
el lugar fue utilizado en distintas etapas históricas, al menos desde
hacía siete mil años.

274
Gándara, op. cit., 2003, p. 12.
275
Velasco, op. cit., 1988, p. 237.
Historia de la Arqueología en Querétaro 109

Con este descubrimiento y otros más efectuados en esos años


en las diferentes regiones del centro-norte del país, se comprobó
que existieron sociedades agrícolas en el norte de Mesoamérica y
que, por lo mismo, su frontera septentrional tuvo fluctuaciones a
través del tiempo. En efecto, sobre la base de un criterio más
amplio, Pedro Armillas276 planteó que el confín de Mesoamérica
debió sufrir varios cambios a través del tiempo, específicamente
entre los siglos VI y XI D.C., resultado de las condiciones am-
bientales y los constantes movimientos migratorios de los pueblos
ahí asentados.277
Sostuvo que una amplia franja del territorio norte, en el que
se incluía Querétaro, fue colonizado por grupos
mesoamericanos, de esto daba testimonio el buen número de
sitios arqueológicos localizados en toda la comarca del Bajío,
en las sierras del norte de Guanajuato, Querétaro y sur de San
Luís Potosí, aunque desconocía el origen de este movimiento
y la naturaleza de los procesos culturales que lo habían gene-
rado (fig. 20).278
Para Armillas, Ranas y Toluquilla eran algunos de los sitios que
revelaban la expansión de los huastecos al oeste, como parte de
su difusión hacia nuevos territorios, misma que consolidaban me-
276
Pedro Armillas (1914-1984). Arqueólogo mexicano de origen hispano. A mediados
de los años sesenta presentó una hipótesis en la que proponía que, entre los siglos VI
y XI D.C., los límites de la frontera norte de Mesoamérica no eran los que había
propuesto Kirchhoff para el momento de la Conquista. Sostuvo que hacia finales del
Clásico (550 D.C.), y en condiciones climáticas favorables, algunos pueblos de la
cuenca de México iniciaron un proceso de expansión hacia el norte, llevando la
frontera de la cultura mesoamericana hasta lugares tan distantes como La Quemada,
en Zacatecas. Fluctuaciones climáticas posteriores habrían producido desajustes en
el movimiento migratorio; con la entrada de sequías prolongadas, algunos centros,
los más norteños, pudieron haber sido abandonados por periodos, lo cual explicaría
las interrupciones en la secuencia ocupacional mostrada en algunos sitios, y los que
sufrieron con menor intensidad las oscilaciones en el patrón e intensidad de las
lluvias, mantuvieron una ocupación continua. Alrededor del año 1050 D.C., el clima
de la región sufrió un cambio hacia condiciones mucho más secas. En respuesta al
deterioro ambiental, todos los sitios de la avanzada mesoamericana fueron
abandonados de manera definitiva. Ver Enrique Nalda, «Pedro Armillas y el norte de
México», en Arqueología Mexicana, núm. 6, Raíces-INAH, México, 1994, p. 36.
277
Pedro Armillas. «Condiciones ambientales y movimientos de los pueblos en la
frontera septentrional de Mesoamérica», en Velasco; op. cit., 1997, p. 339.
278
Armillas; 1991, p. 213.
110 Héctor Martínez Ruiz

diante la fundación de núcleos de población.279 Asimismo, sostu-


vo que el avance y retroceso de la frontera de Mesoamérica en la
zona del altiplano se podía explicar, principalmente, en función de
ciertos cambios ambientales que habían provocado su contrac-
ción, cerca de doscientos cincuenta kilómetros al sur, entre ochenta
y noventa mil kilómetros cuadrados aproximadamente.280
Por otro lado, en 1967, Manuel Septién y Septién, apoyado en
una nota de Carlos de Sigüenza y Góngora escrita en 1680, afirmó
que El Cerrito era el pueblo llamado por los aztecas Tlachco281 y
que de ninguna manera se trataba del asentamiento purhépecha
que se mencionaba en la Relación de Michoacán, como lo sos-
tenían algunos historiadores.282 Además, publicó por vez primera
los dibujos que fray Agustín de Morfi realizó sobre el basamento y
las esculturas que el párroco de San Francisco Galileo había loca-
lizado en dicho asentamiento.
De igual forma dio fe de los sitios arqueológicos que se locali-
zaban en la Sierra Gorda y de las conclusiones a que llegaron
algunos de los personajes que visitaron la Sierra Gorda durante el
siglo XIX y la primera mitad del XX, como José María Reyes,
Eduardo Noguera y Jacques Soustelle.283
Por esos años, los alumnos de la licenciatura de Arqueología de
la Escuela Nacional de Antropología e Historia, dirigidos por Jai-

279
Armillas; op. cit., 1997, p. 345.
280
Ibídem, p. 350.
281
Sobre esta discusión, recientemente, Lourdes Somohano planteó que este antiguo
asentamiento, contrario a lo que David Wright (1989) afirmaba, si se encontraba en
territorio queretano, al menos así lo demostraban algunos documentos coloniales de
la primera mitad del siglo XVI; sin embargo, no se trata de El Cerrito, pues este lugar,
según la evidencia arqueológica, decayó durante el siglo XI; mientras que Tlachco, a
decir de Somohano, se encontraba vigente a la llegada de los españoles en 1531.
Véase Lourdes Somohoano, La versión histórica de la conquista y la organización
política del pueblo de indios de Querétaro, ITESM-CQ, Querétaro, 2003, p. 40.
282
José Guadalupe Ramírez Álvarez (1981) y Gabriel Rincón Frías (1986) son algunos
de los autores que sostenían la idea de que los purhépechas eran los constructores del
gran basamento piramidal de El Cerrito. Dicha afirmación fue, sobre la base de los
datos aportados por investigaciones arqueológicas posteriores, descartada.
283
Por cierto, esta información se incluyó en una edición conmemorativa de las
Obras de Manuel Septién que publicó el Gobierno del Estado. Véase Manuel Septién
y Septién, Historia de Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, Querétaro,
1999.
Historia de la Arqueología en Querétaro 111

me Litvak King, realizaron una temporada de prácticas profesio-


nales en El Cerrito, pero dicho trabajo no tuvo mayor continui-
dad. 284
Una década después, Beatriz Braniff (1974) retomó los estu-
dios de Pedro Armillas y denominó a la zona de fluctuación
Mesoamérica Marginal285 o Periferia Norte, la cual dividió en
dos regiones, de acuerdo con sus características físicas y cultura-
les:286
Hemos propuesto el término de Mesoamérica Marginal para lla-
mar a los grupos agricultores mesoamericanos que se estable-
cieron más al norte de la frontera [antes] del siglo XVI. […]
También hemos propuesto que esa frontera cultural coincide
con una frontera climática y de vegetación. [A su vez] esta
Mesoamérica Marginal o Periferia Norteña puede dividirse en
dos regiones culturales que a su vez coinciden con los ámbitos
ecológicos:
1. La región nororiental que incluye a la Sierra de Tamaulipas
y el suroeste –Sierra Madre– de ese mismo estado; la cuenca del
río Verde, San Luis Potosí y la Sierra Gorda de Querétaro. […]
2. El Altiplano […] región arqueológica que incluye
Guanajuato, el altiplano potosino, Querétaro, Altos y norte de
Jalisco, Aguascalientes, Zacatecas y Durango.287
En la primera región incluyó el noroeste de Querétaro. Sobre la
Sierra Gorda, Braniff reconoció que las investigaciones habían
sido escasas, a pesar de que se conocía su importancia arqueoló-
gica desde el siglo XIX. Consciente de esta situación, efectuó una
descripción física de la zona y del asentamiento de Toluquilla, en
la que destacó las influencias culturales que se podían apreciar en

284
De igual forma, Román Piña Chan (1960) escribió una breve nota donde informaba
que El Cerrito y algunos asentamientos ubicados en San Juan del Río fueron
asentamientos que estuvieron vinculados a Tula. Ver Luz María Flores y Ana María
Crespo, «Elementos cerámicos de asentamientos toltecas en Guanajuato y
Querétaro», en Homenaje a Eduardo Noguera Auza, UNAM, México, 1988: 206.
285
Concepto que cambió desde hace quince años por el de Mesoamérica septentrional,
en vista de las confusiones a que se prestaba el vocablo marginal. (Carlos Viramontes,
comunicación personal, agosto de 2004).
286
Beatriz Braniff. «Arqueología del norte de México», en Velasco, op. cit., 1997, p.
359.
287
Ibídem, p. 364.
112 Héctor Martínez Ruiz

los objetos localizados y en algunas estructuras arquitectónicas


que le recordaban lugares como El Tajín y Xochicalco. Más ade-
lante, destacó la existencia de otros sitios como Ranas y
Moctezuma.288
En total, fueron ocho los emplazamientos arqueológicos del
Estado registrados en su trabajo: Moctezumas,289 Deconí, Pueblo
Viejo, Toluquilla y Ranas, San Juan del Río (La Estancia), El
Pueblito (El Cerrito), Jalpan y Concá.290
A partir de los estudios de frontera impulsados por Beatriz
Braniff,291 Enrique Nalda inició una serie de estudios en San Juan
del Río. Nalda cuestionaba la idea de que un cambio climático
hubiera sido determinante para el retroceso de la frontera. En su
opinión, tal fenómeno más bien fue producto de una amplia gama
de circunstancias que actuaron conjuntamente y con diferente

288
Ibídem, p. 373.
289
Acerca de este sitio, probablemente sea el mismo que José María Reyes ubicaba
entre el camino de la hacienda del Extorax, y Pinal de Amoles, cuyo nombre al
parecer se debió a las migraciones en masa que se daban para huir del poder de los
Moctezumas quizá el mote con que se conocía a los gobernantes mexicas o a sus
huestes. Véase José María Reyes, Relato histórico de Querétaro, Biblioteca de
Aportación Histórica, México, 1946, p. 10.
290
Beatriz Braniff, op. cit., p. 390, Cuadro I.
291
Este enfoque surgió a partir de planteamientos que intentaron ser generales,
como el propuesto por F. J. Turner denominado Escuela de la Frontera, que influyó
notablemente en la historiografía norteamericana. A grandes rasgos, sostuvo que la
frontera era una zona geográfica de migración, región de expansión de un imperio o
válvula de escape que permitía aliviar las presiones demográficas del centro, en fin,
una especie de tierra prometida creada por movimientos de población.
En cambio, la teoría de sistemas desarrollada por Bertalanffy, al imponer un paradigma
sistemático a las sociedades humanas, planteaba que un requisito previo debía ser el
conocimiento de los contornos de los sistemas estudiados, ya fuera que se considerara
a las ciudades como entes cerrados o abiertos, los límites o fronteras iban a tener
funciones diferentes, pero siempre como parte integral del todo. Véase Rosa Brambila,
«La delimitación del territorio en el México Prehispánico y el concepto de frontera»,
en Tiempo y territorio en arqueología. El centro norte de México, INAH, México,
1996, p. 15.
Por otro lado, una de las investigaciones más importantes sobre el problema de la
frontera de Querétaro, ha sido la de Rosa Brambila, quien propuso no hablar de una
línea de separación, sino de una zona de confluencia entre agricultores, cazadores y
recolectores, como sucedió en la región suroeste del Estado durante el siglo XVI,
donde confluían pames, otomíes, mexicas y purhépechas. Ver Margarita Velasco,
op. cit., 1988, p. 241.
Historia de la Arqueología en Querétaro 113

grado de intensidad, como cambios de los modos de producción,


nuevos desarrollos tecnológicos, reacomodos de la fuerza de tra-
bajo, etcétera, que influyeron para su contracción.292
Para demostrar su hipótesis, dividió la zona de San Juan en
unidades de análisis (UA),293 y sobre la base de los resultados
obtenidos en el estudio de los patrones de asentamiento de las
localidades identificadas, concluyó que en la zona se presentó un
efecto de nucleación para el momento en que supuestamente ha-
bía ocurrido la contracción de la frontera, así como el abandono
total del modelo agricultura-sedentarismo pleno y que en el mo-
mento del retroceso, las sociedades se inclinaron por los sitios
inaccesibles y por la construcción de obras de defensa. Además,
mantuvo su postura de rechazo a la tesis de Armillas de que hubo
un cambio climático alrededor del 1200 D.C., a pesar de que ya
se habían realizado estudios paleobotánicos en el área.294
El trabajo de Nalda fue muy importante porque aportó nuevos
datos sobre la fluctuación de la frontera, sin embargo, no ofreció
los elementos que permitieran hacer una comparación interna en
la unidad de análisis o fuera de ella.295
En la misma década, en el ejido de La Negreta, municipio de
Corregidora, en 1974, se descubrió de manera fortuita material
arqueológico. Rosa Brambila y Margarita Velasco fueron las res-
ponsables de acudir al sitio y rescatar dichos objetos.296 En el
292
Enrique Nalda, «La contracción de la frontera mesoamericana» en Nueva
Antropología, Boletín de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México,
S/A, p. 2.
293
Nalda sostuvo que cualquier investigación de este tipo debía realizarse sobre la base
de unidades de extensión suficientemente grandes como para dar cuenta de las
posibles relaciones que se establecían, por lo que propuso unidades de análisis de
1000 Km.² cada una, en forma relativamente regular dentro de la zona de contracción.
Véase Enrique Nalda. UA Análisis San Juan del Río, ENAH, México, 1975.
294
Los estudios paleobotánicos no fueron concluyentes y en realidad no demostraron
ni rechazaron la hipótesis. Por otro lado, las evidencias de todo el mundo indican que
el cambio climático podría ser más que una hipótesis (Carlos Viramontes,
comunicación personal, agosto de 2005).
295
Velasco, op. cit.; 1988, p. 241.
296
Rosa Brambila y Margarita Velasco, «Materiales de La Negreta y la expansión de
Teotihuacan al norte», en 1ª Reunión de las Sociedades Prehispánicas en el Centro
Occidente de México (Memoria), Centro Regional de Querétaro (Cuaderno de
Trabajo), INAH, México, 1988, p. 287.
114 Héctor Martínez Ruiz

lugar, también pudieron observar pisos de estuco y restos de anti-


guas construcciones. Por las características de los enseres, se
supuso que eran del Clásico y Epiclásico (200-900), al menos así
lo demostraban los elementos localizados –líticos, cerámicos, de
concha y hueso, provenientes de regiones tan lejanas como la
Costa del Golfo, Occidente o el Altiplano Central–, época en que
La Negreta debió ser parte de la inmensa y compleja red econó-
mica que administraba Teotihuacan.297
Los trabajos en La Negreta, desarrollados con el enfoque de
los estudios de frontera, demostraron una vez más la expansión
de Mesoamérica al norte durante el Clásico y contribuyeron en
gran medida para que se incrementara el estudio de la historia
antigua del Estado, sin embargo no fueron los únicos. En efecto,
en ese tiempo, surgió otra línea de investigación arqueológica: la
minería prehispánica. Con el descubrimiento de esta actividad en
la Sierra Gorda, se abrió un nuevo capítulo en la arqueología de
Querétaro.
Acerca del tema, sabemos que a finales de los años sesenta,
cuando se realizaban exploraciones geológicas, para extender las
áreas de explotación de mercurio, plomo y antimonio en los distri-
tos de Pinal de Amoles, Camargo y Soyatal, se detectaron varias
minas de origen prehispánico. Ante la novedad del asunto, el INAH
envió a José Luis Franco para realizar el rescate de los materiales
removidos, al tiempo que la Secretaría de Patrimonio Nacional y
el Consejo de Recursos Naturales no Renovables designaba al
ingeniero Adolphus Langenscheidt responsable de la publicación
de los resultados obtenidos.298
Las conclusiones de dicha investigación se editaron en 1970
con el título Minería Prehispánica en la Sierra de Querétaro.
En esa obra, por vez primera, se aportaron datos de gran interés
para saber cómo había operado esta actividad en la región, que
tuvo como objetivo central la extracción del sulfuro de mercurio o
cinabrio:

297
Ibídem, p. 297.
298
Langenscheidt, en Herrera y Quiroz, op. cit.; 1991, p. 293.
Historia de la Arqueología en Querétaro 115

Las explotaciones mineras prehispánicas en Sierra de Querétaro


tuvieron como objetivo fundamental la obtención de cinabrio,
que pródigamente distribuido en toda la zona era utilizado para
usos decorativos y para fines rituales.
[Además] existen indicios que hacen pensar que en la sierra
hay, otras minas prehispánicas, en las que no se explotó ci-
nabrio sino otros materiales como la calcita verde, la fluorita y
aparentemente minerales de plata y plomo.
[…] Tanto las dimensiones de estas minas como los hallazgos
que se mencionan en este volumen permiten pensar que las
minas estuvieron sujetas a una intensa y prolongada explota-
ción que, iniciada en el Horizonte Preclásico (siglo IV A.C), se
prolongó hasta principios del Horizonte Posclásico (siglo VIII
D.C.).299
Según Langenscheidt, la explotación minera en la Sierra de
Querétaro fue de grandes proporciones gracias a una estricta di-
visión del trabajo. Para él, era evidente que hubo gente especiali-
zada para cada una de las tareas de extracción del mineral, como
personal dedicado al suministro de las herramientas, de su admi-
nistración, de defensa y desde luego, comerciantes y sacerdotes.
Consideró que los restos de alimentos, los hallazgos de entierros y
otras evidencias, hacían pensar que el trabajador vivía y moría en
la mina, probablemente en un régimen de esclavitud y en preca-
rias condiciones de vida.300
José Luis Franco también rindió un informe de su trabajo. En él
describió las características geológicas de la Sierra Gorda y los
resultados de las excavaciones que realizó en varias de las minas,
además, incluyó un catálogo de los objetos recuperados que de-
mostraban el vínculo cultural de esta zona con la Costa del Golfo
y el Altiplano Central:
Para la búsqueda de restos arqueológicos y localización de otras
minas prehispánicas, se hicieron reconocimientos a pie por una
región más extensa de la sierra. […] El mapa recogido de la re-
gión, pone de manifiesto que la parte de la Sierra de Querétaro
en la que se localizan las minas prehispánicas es sumamente

299
Adolphus Langenscheidt, «Las minas y la minería prehispánica», en Velasco, op.
cit., 1997, p. 409.
300
Ibídem, p. 413.
116 Héctor Martínez Ruiz

grande, pues corresponde a un rectángulo de 50 por 60 km. con


su eje mayor en dirección noroeste. […] En forma simultánea se
procedió a la recolección superficial, tanto en el interior como en
el exterior de las minas, de fragmentos cerámicos y otros restos
y se recolectó y examinó asimismo material recogido por los
mineros que actualmente laboran en la región, quienes, como se
comprobó más tarde, han encontrado en sus trabajos de
reexplotación, sobre todo cerca de las bocaminas, una gran can-
tidad de entierros humanos.301
Franco sostuvo que la explotación minera en la Sierra Gorda
durante la época prehispánica fue promovida por pueblos de tra-
dición olmeca que se valieron de la población local, desde el siglo
X A.C., para aprovechar principalmente el azogue y que, poste-
riormente, las minas quedaron bajo la influencia teotihuacana y
luego tolteca, aunque dicha actividad vino a menos, hasta desapa-
recer en el siglo XII D.C.302
Como hemos visto, dichos autores, al dar a conocer la gran
riqueza arqueológica de la región, descubrir material y proponer
técnicas de explotación minera, facilitaron considerablemente el
conocimiento de esta actividad durante la época prehispánica.
Después de la labor realizada por Langenscheidt y Franco en
la cañada del Soyatal, en 1974, se inició el Proyecto Arqueológi-
co Minero de la Sierra Gorda, a cargo de Margarita Velasco,
que tenía como objetivo estudiar el desarrollo cultural que tuvo la
región durante la época prehispánica. Para tal fin, contó con el
apoyo del Gobierno del Estado, el Instituto de Investigaciones
Antropológicas de la UNAM y del INAH, concretamente, de la
Sección de Arqueología del Museo Nacional de Antropología.303
La investigación, en sus primeras etapas (1975 y 1976), consis-
tió en hacer un recorrido de superficie en la parte central de la
Sierra Gorda, donde además de detectarse otros sitios, fue nece-
sario un nuevo levantamiento topográfico de Ranas y Toluquilla,
que ofrecieron un patrón de asentamiento diferente del propuesto
por Pawel Primer en 1879.
301
José Luis Franco, «Trabajos y excavaciones arqueológicos y material recuperado»,
en Velasco, op. cit., 1997, p. 417.
302
Ibídem, p. 583.
303
Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 294.
Historia de la Arqueología en Querétaro 117

En tal ocasión, quedó demostrado que esos sitios carecían de


baluartes, por lo que no se podían considerar como fortalezas,
aunque eran sitios con una ubicación estratégica dentro de la zona.
Del mismo modo, la excavación de pozos de sondeo aportó datos
sobre los sistemas constructivos y, por los objetos ahí localizados,
se demostró el contacto que mantuvieron sus pobladores con otras
áreas de Mesoamérica, entre las que destacaba Río Verde, La
Huasteca y, en cierta forma, el Altiplano Central.304
Más adelante, en 1978, se llevó a cabo el simposio Problemas
del Desarrollo Histórico de Querétaro en la capital del Estado,
que reunió a varios especialistas.305 En este foro, Margarita Velasco
presentó algunas de las líneas de estudio para la Sierra Gorda, que
tenían que ver con la existencia de zonas monumentales, las labo-
res mineras y la presencia de influencias culturales del Golfo y el
Altiplano.306
Consideró que dentro del patrón de asentamiento de la región
se podían distinguir tres tipos: los de tamaño grande y medio, aso-
ciados a labores mineras, que por lo regular estaban en las eleva-
ciones que presentaban planos o mesetas y que mostraban acu-
mulación de construcciones; y los pequeños, dedicados a la pro-
ducción agrícola.307
Para Velasco, la actividad económica de los antiguos poblado-
res de Ranas y Toluquilla se basó principalmente en la agricultura,
aunque también explotaron las minas; dichos centros se dedica-
ron a la concentración y distribución comercial del cinabrio y de
algunos otros minerales abundantes en la región.308
La ponencia de Adolphus Langenscheidt y Carlos Tang Lay
hacía énfasis en la riqueza arqueológica, los materiales y las téc-
nicas de explotación minera de la zona.309 Apoyados en estos da-

304
Velasco, op. cit., 1988, p. 242.
305
Cfr. Problemas del Desarrollo Histórico de Querétaro, Gobierno del Estado de
Querétaro, Querétaro, 1981.
306
Margarita Velasco, «Algunos asentamientos prehispánicos en la Sierra Gorda»,
en ibídem, p. 48.
307
Ibídem, p. 50.
308
Ibídem, p. 51.
309
Adolphus Langenscheidt y Carlos Tang Lay, «Minería prehispánica», en op. cit.;
1981, p. 55.
118 Héctor Martínez Ruiz

tos, estimaron el origen de la actividad minera en la Sierra Gorda,


que debió surgir de igual forma en todas las zonas de explotación
que había en Mesoamérica, ocupación que según ellos fue pro-
movida inicialmente por los olmecas310 en el siglo IV a.C., luego,
por pueblos de filiación teotihuacana y de la Costa del Golfo, y al
final de esta época, por grupos huastecos y toltecas, aunque dicha
labor podría haber terminado en el siglo X D.C.311
Arturo Romano, antropólogo físico del INAH, también tuvo una
destacada participación en el congreso de Querétaro, donde ex-
puso los resultados obtenidos del estudio que efectuó a las
osamentas procedentes de la cueva de San Nicolás y de la zona
arqueológica de Ranas:
Efectivamente, lo que hoy se presenta corresponde a observa-
ciones realizadas en tres esqueletos incompletos, procedentes
de la Cueva de San Nicolás No. 8, cercana a San Juan del Río,
obtenidos en exploración que efectuara Cynthia Irwin en abril
de 1960. Se trató de 3 enterramientos: el marcado con la letra
mayúscula A, precerámico; y los otros dos –B y C– cerámicos.
No existen más datos.
El resto de los materiales –la colección más abundante que por
ahora se conoce– procede del sitio arqueológico de Ranas, ho-
rizonte Clásico en su fase tardía, excavado recientemente por
Margarita Velasco. De esta localidad sólo ha sido posible apro-
vechar 12 casos –1 infantil y 11 adultos–, de éstos 7, son mascu-
linos y 4 femeninos.312
Con los materiales óseos disponibles de la Cueva de San
Nicolás, Romano planteó que podían ser por su condición
dolicoide (cráneo alargado), descendientes de los más anti-
guos pobladores del continente americano llegados por el es-

310
Dichos autores habían estimado la antigüedad de la explotación minera a partir de
las dimensiones y profundidad de los pozos y lo rudimentario de la tecnología, que
debió requerir de mucho tiempo para realizar los trabajos. Sin embargo, en 1984,
Alberto Herrera planteó un argumento alternativo: que una mina podía ser explotada
con un número mayor de personas, con mejor organización y dentro de un mismo
nivel tecnológico, y que sería factible desarrollar obras de dimensiones similares en
un tiempo menor. Ver Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 296.
311
Langenscheidt y Tang, op. cit., 1981, p. 66.
312
Arturo Romano Pacheco, «La población prehispánica de Querétaro», en op.
cit., 1981, p. 68.
Historia de la Arqueología en Querétaro 119

trecho de Bering. En cambio, opinaba que los deformados


intencionales que exhibían los materiales óseos obtenidos en
Ranas, eran similares a los de La Huasteca y de la Costa del
Golfo, por lo que no dudaba de la influencia cultural de estas
regiones en la Sierra Gorda.313
La sesión de Arqueología terminó con la intervención de Bea-
triz Braniff, quien planteó la necesidad de reflexionar sobre la
importancia del territorio queretano en lo que había denominado
Mesoamérica Marginal. De igual forma, tomó con reserva la
propuesta de Langenscheidt y Tang Lay sobre la presencia de
intereses olmecas en la minería de la Sierra,314 y se mostró a
favor de la idea de Margarita Velasco sobre una explotación mi-
nera en la región a partir del Clásico, que se dio a la par de otras
zonas como en California y Zacatecas.315
Por otro lado, la década de los ochenta marcó el inicio de una
nueva etapa para la arqueología de Querétaro; los descubrimien-
tos realizados durante los últimos diez años habían llamado la aten-
ción y el interés de la comunidad académica del país. Por tal mo-
tivo, se crearon nuevos centros de investigación y se intensifica-
ron los proyectos de exploración.
En 1981, se reanudaron los estudios de campo en Ranas. Esta
vez, fueron trabajos de consolidación y mantenimiento que apor-
taron nuevos datos acerca de la estructura interna del sitio, de sus
componentes arquitectónicos y sistemas constructivos, que per-
mitieron definir la traza, no sólo del lugar, sino de gran parte de los
asentamientos serranos. También, en el mismo año, Alfredo Cuellar
publicó el dibujo de Morfi sobre el chac mool localizado en las
inmediaciones de El Cerrito por el cura de la parroquia de San
Francisco Galileo, en el siglo XVIII, y la fotografía de otra escul-

313
Ibídem, p. 70.
314
Es importante mencionar que el trabajo de Langenscheidt y Tang Lay se volvió
a publicar, con mínimas adiciones de sus autores, en el volumen 6 de la revista
Anthopology de la Universidad Estatal de Nueva York en 1982, en una edición
temática de la minería prehispánica que estuvo a cargo de Phill Wiegand, quien en su
introducción planteó que la Sierra Gorda era un enclave minero importante para la
etapa del Clásico mesoamericano y que su esfera de comercio estuvo ligada a
Teotihuacan. Véase Alberto Herrera y Jorge Quiroz, op. cit., 1991, p. 297.
315
Beatriz Braniff, «Comentarios a la Sesión de Arqueología», en op. cit., 1981, p.
73.
120 Héctor Martínez Ruiz

tura de este tipo, proveniente del mismo lugar, que se había depo-
sitado durante la década de 1930 en el Museo Regional.316
En 1982, Margarita Velasco propuso que la zona arqueológica
de Ranas fuera delimitada con el fin de promover la legalización
de los predios, para evitar el saqueo que hacían los lugareños, que
consideraban las ruinas banco de material de construcción.317
Además, publicó un artículo sobre la Sierra Gorda, en que reco-
nocía que no se había podido determinar con exactitud desde cuándo
la zona fue ocupada por el ser humano, aunque, para ella, debió
ser habitada por grupos de cazadores-recolectores desde hace
9000 ó 7000 años.318
A pesar de que desconocía la localización de los primeros
asentamientos habitacionales permanentes, sostuvo que estos gru-
pos de población provenían de la región del sur de Veracruz, cen-
tro de la cultura olmeca, o al menos mantuvieron una estrecha
relación con ella:
Se infiere que fueron grupos aldeanos, con una economía basa-
da en la agricultura, complementada con la caza y la recolección
[los que] produjeron objetos de cerámica con formas y motivos
decorativos semejantes a los estilos olmecas.319
Y aunque admitía que no sabía con certeza si existía una rela-
ción de este tipo entre los habitantes de la Sierra Gorda y los
grupos olmecas para el control de producción de cinabrio, era
evidente, dado el gran número de bocaminas existentes, que el
material extraído tenía como finalidad cubrir la demanda de los
centros ceremoniales de aquella época, en especial, los del área
de Veracruz.
[Por eso] al decaer la cultura olmeca y desintegrarse su red de
comercio, los grupos de la sierra, no se vieron afectados y con-
tinuaron explotando el cinabrio así como otros materiales, pero
su producción era enviada hacia otros centros que la reque-
rían.320
316
Alfredo Cuellar, Tezcatzóncatl escultórico, el dios mesoamericano del vino,
Avangráfica, México, 1981, p. 96.
317
Herrera, op. cit., 1994, 125.
318
Margarita Velasco, «La Sierra Gorda de Querétaro», en Universidad, núms. 13 y
14, UAQ, Querétaro, 1982, p. 14.
319
Ibídem, p. 16.
320
Idem, p. 16.
Historia de la Arqueología en Querétaro 121

Otro aspecto interesante de su trabajo fue la idea de que al


incrementarse notablemente la población en el área, también au-
mentó el número de asentamientos, especialmente, en el Epiclásico
y principios del Posclásico, cuando hubo un incipiente desarrollo
de la actividad minera, periodo en que surgieron algunos sitios
como Deconí y Quirambal y se inició la construcción de Toluquilla
y, tiempo después, la de Ranas.321
Posteriormente, en 1983, durante la XVIII Mesa Redonda de la
Sociedad Mexicana de Antropología, se organizó un foro sobre el
Estado de Querétaro, donde se presentaron varios trabajos, entre los
que destacaron los realizados en 1983 por Reyes-Mazzoni sobre el
área de captación de los sitios de Ranas y San Joaquín en la Sierra
Gorda; por César Armando Quijada, acerca de la localización de
sitios arqueológicos, y por Margarita Velasco, un estudio comparati-
vo del patrón de asentamiento de los sitios de Ranas y Toluquilla.322
En 1984, Juan Carlos Saint-Charles Zetina realizó trabajo ar-
queológico de rescate en la zona de las misiones fundadas en el
siglo XVIII por Junípero Serra, en la Sierra Gorda. Los materiales
localizados demostraron que hubo grupos agrícolas asentados en
esta región desde el siglo VI hasta el XI d.C., que mantuvieron
una estrecha relación con Río Verde.323
Por otra parte, en agosto de ese año, se estableció el Centro
Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia en
Querétaro con el fin de promover la investigación, el cuidado, la
restauración y la difusión del acervo histórico y cultural del Esta-
do. El gobernador Rafael Camacho Guzmán alentó su fundación
y a pesar de las dificultades iniciales que se presentaron, apoyó su
labor en el ámbito de la investigación arqueológica, la defensa y
conservación del patrimonio estatal.324
321
Idem, p. 16.
322
Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 298.
323
Juan Carlos Saint-Charles, Excavaciones en las Misiones de la Sierra Gorda de
Querétaro, informe general del trabajo de campo, Querétaro, CEIA-UAQ, 1985,
p. 3.
324
En octubre de ese año, gracias a la intervención de Rafael Camacho Guzmán,
también se logró la donación de una parte importante de la zona arqueológica de El
Cerrito, consistente al menos en ocho hectáreas, hecho que contribuyó decisivamente
a la conservación de este centro cívico ceremonial mesoamericano. Ver Diego
Prieto, «La presencia del INAH en Querétaro», en Jar Ngú Conmemorativo. 20
años de labor del INAH, INAH, México, 2000, p. 5.
122 Héctor Martínez Ruiz

Acorde con este nuevo marco institucional, los expertos del


Centro INAH elaboraron un plan de trabajo con un enfoque
interdisciplinario, que denominaron Proyecto Regiones Geográfi-
co-Culturales de Querétaro, en el que por primera vez se conside-
raron los aspectos geográficos y culturales el punto de enlace del
desarrollo social en un tiempo y espacio determinados. En dicho
proyecto, se plantearon tres regiones de estudio: la Sierra Gorda
con la subárea de la Huasteca queretana, el Semidesierto y los
Valles y la Sierra de Querétaro (Amealco-Huimilpan). A partir de
entonces, la investigación arqueológica se fue orientando a esta
distribución geográfica, enfocada a las regiones que presentaban
menor información o a la evaluación de la ya existente.325

4.3.1. Arqueología en los valles queretanos (1984-2000)


Después de su creación, una de las primeras tareas del Centro
Regional INAH fue apoyar el Proyecto Arqueológico de El
Cerrito, de Ana María Crespo, para la zona de los Valles de
Querétaro:326
Las premisas de este proyecto fueron considerar el sitio un cen-
tro de importancia regional; este reunió una población numero-
sa que se asentó en diversos puntos del valle; que el inicio de
este centro fue a principios de la era cristiana; que su época de
mayor esplendor debió presentarse después del fin de
Teotihuacan; que posteriormente, los elementos toltecas indi-
can que mantuvo un estrecho vínculo con Tula; y que después
de esta etapa, El Cerrito, lo mismo que otros poblados, quedó
abandonado.327
El trabajo fue dirigido por Crespo de 1984 a 1989. En 1985,
se llevó a cabo un reconocimiento del área por los estudiantes
de arqueología de la Universidad Veracruzana, dirigidos por

325
Velasco, op. cit., 1988, p. 243.
326
Margarita Velasco (1988) informó que la zona fue dividida en dos: los Valles y la
Sierra de Querétaro (Huimilpan-Amealco); mientras que Ana María Crespo (1991)
y Elizabeth Mejía (2002) hablaban de una: los Valles Queretanos, que a su vez
integraba la región de San Juan y la de Querétaro. Comprende los municipios de San
Juan del Río, Tequisquiapan, Amealco, Pedro Escobedo, Huimilpan, Querétaro y
Corregidora
327
Ana María Crespo, «El recinto ceremonial de El Cerrito» en op. cit., 1991, p.
165.
Historia de la Arqueología en Querétaro 123

Carlos Castañeda y como parte de su práctica de campo, con


la supervisión de Gladis Casimir, los alumnos realizaron un
estudio de las estructuras que se encontraban sepultadas; sin
embargo, la información obtenida solo sirvió para delimitar los
edificios y para confirmar los datos alcanzados en exploracio-
nes previas. En efecto, se identificaron plenamente dos eta-
pas de ocupación: la primera, caracterizada por la arquitectu-
ra monumental del sitio hacia el año 400 D.C., justo en el mo-
mento de mayor influencia teotihuacana, y la segunda, ya en
el posclásico, asociada a Tula, por el año 900 D.C.328
Entre los materiales que mostraban estilos toltecas, se en-
contraron esculturas tipo chac mool, atlantes o cariátides, es-
telas, coronamientos y frisos. Con tales evidencias y con las
resguardadas en el Museo Regional, Crespo propuso un par
de explicaciones sobre el carácter de El Cerrito en el contexto
regional:
En el primer caso hipotético, el sitio pudo ser la sede de un
santuario al que acudían diversos pueblos, los cuales apor-
taban mano de obra para su construcción y mantenimiento.
El papel de este santuario sería de equilibrio entre los pue-
blos de la región, organizados en diferentes unidades políti-
co-territoriales. A este centro acudirían los jóvenes para su
instrucción religiosa y, posiblemente, también para la legiti-
mación de los linajes gobernantes en cada lugar. En lo inter-
no, El Cerrito tendría un territorio propio para su
autoabastecimiento, controlado por una casta sacerdotal.
Su relación con Estados hegemónicos, como en el caso de
Tula, sería en el mismo sentido, se le reconocería su carácter
de santuario, independientemente de la acción política de
Tula en este territorio.
La otra posibilidad también hipotética, sería que El Cerrito
se hubiera erigido como cabecera de un centro de poder
regional que tuvo dominados a los diversos pueblos circun-
dantes, los cuales conservaron su autonomía y sólo se obli-
garon al tributo; en este caso, también podría mantener su

328
Daniel Valencia, «Exploraciones y conservaciones en El Cerrito» (1995-2000),
en op. cit., 2000, p. 73.
124 Héctor Martínez Ruiz

carácter de dominio religioso. Esta situación se observó cuan-


do estuvo sometido al control político de Tula, de cuya or-
ganización política llegó a formar parte, y manteniendo su
condición de centro ritual.329
En cuanto al registro de los asentamientos prehispánicos
de la entidad, en ese año se inició el Atlas Arqueológico
de Querétaro como parte de un proyecto nacional a cargo
de la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zo-
nas Arqueológicas del INAH. Dicho plan tenía como fina-
lidad la localización, registro, elaboración de banco de da-
tos, investigación y difusión del patrimonio arqueológico de
la entidad. 330
Un año más tarde, en 1986, en las inmediaciones del Cerro
de las Campanas, específicamente en el campus de la Univer-
sidad Autónoma de Querétaro, unos trabajadores que
excavaban en terrenos de la Facultad de Informática pusieron
al descubierto de forma accidental los restos óseos de un indi-
viduo que fue inhumado con algunos objetos a manera de ofren-
da:
[Se trataba del] entierro de un individuo adulto joven,
cuyos restos, habían sido removidos por los trabajado-
res y sólo había in situ, los huesos de los pies y de la
pelvis, por lo que se infirió que el individuo fue puesto
con las extremidades inferiores flexionadas y la ofrenda,
consistente en dos vasijas o cajetes, fue depositada a la
altura de los pies.
Acerca de los materiales cerámicos recuperados, por el esti-
lo, se pudo establecer una posición cronológica temporal
asociada con la fase Tollan, entre el 900 y el 1200 D.C., pro-
pia de la cultura tolteca. 331

329
Parte de los informes de las temporadas de campo de 1984 a 1986 fueron
publicados en 1991, en Querétaro Prehispánico; en él, además, describió las muestras
de escultura y cerámica que se habían localizado en el lugar. Ver Ana María Crespo,
op. cit., 1991, p. 218.
330
Velasco, op cit.; 1988, p. 244.
331
Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Informe del rescate de una osamenta en el
Centro Universitario de la UAQ, Querétaro. (mecanoescrito), INAH, México, 2004,
p. 1.
Historia de la Arqueología en Querétaro 125

Esa época, el Cerro de la Cruz, en San Juan del Río, fue


objeto de una investigacion por parte de Juan Carlos Saint-
Charles y Miguel Argüelles. Ambos efectuaron un recorri-
do por el asentamiento, que había sido dado a conocer por
Enrique Nalda en 1975, 332 con la finalidad de iniciar traba-
jos de consolidación de estructuras, principalmente en la
del basamento piramidal. 333
Sobre la cima del cerro encontramos un conjunto arqui-
tectónico prehispánico compuesto por un basamento
piramidal con una plaza al oeste y un montículo en la
esquina sureste de la plaza, al sur de estos tres elemen-
tos, se extiende una gran plataforma que llega hasta el
borde sur de la Barranca. […] En la primera visita al lugar,
la impresión era la de un sitio en mal estado […] su apa-
riencia era la de que había sido arrasado, inclusive el ba-
samento piramidal se nos mostraba como si se tratara del
núcleo de piedra y tierra, sin aparentes revestimientos y,
menos aún, indicios de su planta. 334
Con los resultados obtenidos durante la primera temporada de
trabajo, establecieron tres etapas de ocupación que correspon-
dían al Formativo, Clásico y Epiclásico,335 y dada la importancia
de los materiales localizados, llegaron a la conclusión de que el

332
En realidad, Enrique Nalda sólo difundió su existencia en el plano
nacional, pues los lugareños ya conocían además de este lugar, otras zonas
como La Estancia, La Magdalena y Las Peñitas. Cuauhtémoc Chávez y
Rafael Ayala ya habían dado cuenta de tales vestigios, que situaron en el
Preclásico, Clásico y Postclásico, respectivamente. Ver Cuauhtémoc Chávez
Trejo, Vestigios arqueológicos de las culturas indígenas en San Juan del
Río, Escuela Preparatoria de San Juan del Río, Querétaro, 1976, y Rafael
Ayala Echávarri, San Juan del Río. Geografía e Historia, México, Imprenta
Aldina, 1981.
333
Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. «Cerro de la Cruz, un asentamiento
prehispánico en San Juan del Río, Querétaro», en Investigación, núm. 18, UAQ,
Querétaro, 1986, p. 43.
334
Ibídem, p. 43.
335
Más adelante, cuando el valle formó parte de los linderos septentrionales
de Mesoamérica, se dio un incremento en la población. Por último, entre
el 800 y 900 D.C., integrada totalmente al ámbito mesoaméricano, esta
zona alcanzó el mayor grado de desarrollo. Ver Juan Carlos Saint-Charles y
Miguel Argüelles, «Los primeros asentamientos agrícolas en el Valle de
San Juan del Río, Qro. (500 A.C)», en Investigación, núm. 25-26,
Querétaro, UAQ, 1988: 6.
126 Héctor Martínez Ruiz

Cerro de la Cruz debió tener el carácter de centro político y


ceremonial, al menos durante las primeras etapas de su ocupa-
ción.336
Por otra parte, en 1986, se conoció un estudio de Ana María
Crespo sobre el diseño constructivo de El Cerrito y consideró que
el volumen y extensión arquitectónica de dicho asentamiento de-
mostraba que fue un centro cívico-religioso de gran importancia
durante el Clásico, Epiclásico y Posclásico:
Por los datos recabados recientemente [El Cerrito] comprendía
un área aproximada de 36 km², considerando 3 km de radio a
partir del recinto ceremonial, aunque sin duda un área mayor de
influencia era cubierta por este centro.
[Puede] considerarse este centro como síntesis de manifesta-
ciones locales, desarrolladas por la numerosa población regio-
nal y las que provienen de grupos de elite vinculados con luga-
res del Centro de México.337
Por otro lado, en 1987, apareció el primer tomo de la notable
colección La Antropología en México: Panorama histórico,
en el que se incluyó información de las investigaciones arqueoló-
gicas en Querétaro. En el primer volumen, se hizo mención de los
viajeros que recorrieron la Sierra Gorda durante el siglo XIX, mien-
tras que, al cabo de un año, en el tomo 13 de la citada colección,
Margarita Velasco escribió un artículo sobre los estudios arqueo-
lógicos que se habían desarrollado en la entidad hasta ese mo-
mento.
336
Dos años después, plantearon la necesidad de identificar los primeros asentamientos
agrícolas que se desarrollaron en el Valle de San Juan del Río. Para tal fin, sobre la
base de sus observaciones en la región estimaron que los primeros grupos sedentarios
se habían establecido desde hacía dos mil quinientos años, aproximadamente, y que
podían distinguirse tres grandes momentos de desarrollo histórico. En el primero,
debió darse la forma de vida aldeana, en la que el Cerro de la Cruz, que mantuvo una
relación muy cercana con Chupícuaro, se consolidó como centro rector.
Más adelante, cuando el valle formó parte de los linderos septentrionales de
Mesoamérica, se dio un incremento en la población. Por último, entre el 800 y 900
D.C., integrada totalmente al ámbito mesoaméricano, esta zona alcanzó el mayor
grado de desarrollo. Ver Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, «Los primeros
asentamientos agrícolas en el Valle de San Juan del Río, Qro. (500 A.C)», en
Investigación, núm. 25-26, Querétaro, UAQ, 1988: 6.
337
Ana María Crespo. «Un planteamiento sobre el Proyecto constructivo del recinto
ceremonial de El Cerrito», en El Heraldo de Navidad, Patronato de las Fiestas de
Querétaro, Querétaro, 1986, p. 34.
Historia de la Arqueología en Querétaro 127

En ese tiempo, Luz María Flores y Ana María Crespo, partici-


paron en el Homenaje a Eduardo Noguera con un trabajo sobre la
presencia tolteca en Guanajuato y Querétaro. Para el caso de
nuestra entidad, a partir del análisis comparativo de los
asentamientos y de materiales cerámicos, fue posible identificar
una vez más, en El Cerrito y La Griega, la influencia de Tula. 338
Más adelante, en 1989 339, a partir de los trabajos arqueoló-
gicos efectuados en Guanajuato, San Luis Potosí y Querétaro,
sobre la fluctuación de la frontera septentrional de
Mesoamérica, un grupo de especialistas supusieron siete fa-
ses sucesivas de poblamiento de este territorio por grupos se-
dentarios en un periodo que se iniciaba desde el 350 A.C, has-
ta 1520 D.C., con la intención de señalar las variaciones que
operaron en los límites de los asentamientos agrícolas. A gran-
des rasgos y a partir de correlaciones cerámicas, se estable-
cieron tres de poblamiento, tres más de despoblamiento y una
de repoblamiento. 340 Dicha afirmación implicaba un análisis
más profundo para conocer con amplitud el proceso de entra-
da y salida de grupos humanos de esta franja territorial, lo que
hacía inevitable definir el grado de integración político-territo-
rial de las formaciones locales y regionales, así como el nivel
de dependencia, en algunas etapas, de los centros políticos
hegemónicos, para finalmente tratar de definir las diferentes
relaciones que se fueron dando entre los grupos en
colindancia.341
En 1990, derivado del hallazgo de una gran cantidad de objetos
de barro, enseres de piedra y restos óseos durante las obras de
instalación del drenaje público, se realizaron trabajos de rescate
338
Ver Luz María Flores y Ana María Crespo; op. cit., 1988, p. 218.
339
En este año, algunos autores, como David Wright y Héctor Samperio (1989),
hicieron algunas anotaciones sobre la población prehispánica de Querétaro en sus
respectivas obras.
340
Las etapas de poblamiento corresponderían del 350 A.C. al siglo I de nuestra era,
del siglo I al 400 D.C., y del 400 al 850-900 D.C.; los periodos de despoblamiento se
dieron entre el 850 y 900-950 D.C., 950 y 1100-1150 D.C. y del 1150 a 1350 D.C;
mientras que el repoblamiento ocurrió entre 1350 y 1500 D.C. Véase a Carlos
Castañeda, et al. «Poblamiento prehispánico en el Centro-Norte de la frontera
mesoamericana» en Antropología, núm. 28, INAH, México, 1989, p. 37.
341
Ibídem, p. 43.
128 Héctor Martínez Ruiz

arqueológico en el barrio de La Cruz, San Juan del Río. Los estu-


dios, en su primera etapa, fueron efectuados por Carlos Viramontes
y más adelante los continuaron Ana María Crespo y Juan Carlos
Saint-Charles342, en colaboración con Alberto Herrera, Rosa
Brambila y Carlos Castañeda, entre otros.
Más de cien objetos se recuperaron, la mayoría eran vasijas de
barro cocido que fueron restauradas en el laboratorio del Museo
Regional. Además se localizaron tres entierros, de dos individuos
adultos sin ofrenda y otro más de un adulto que contenía tres
cráneos de infantes, 18 vasijas de barro, un despulpador de basal-
to y una punta de proyectil de obsidiana. También, asociado a este
entierro, se encontró un pectoral de piedra verde con un persona-
je en bajorrelieve de estilo zapoteca, que estaba a la altura del
pecho de dicho individuo.343
Por otro lado, en 1991 se publicó Querétaro Prehispánico,
que incluyó algunos artículos sobre la investigación arqueológica
efectuada durante esos años en la entidad. Uno de ellos, el de
Enrique Nalda, retomaba la secuencia cerámica que había pro-
puesto para el sur de Querétaro unos años atrás, con el fin de
renovarla para poder fijar una cronología que permitiera hacer un
mejor análisis espacial.344
Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, en un trabajo
sobre el cerro de La Cruz, dieron a conocer su interpretación
sobre la función que tuvo el sitio y las actividades de la sociedad
que lo habitó. De acuerdo con los datos proporcionados por estos
autores, dicho asentamiento fue uno de los primeros que hubo en
territorio queretano y, por su importancia y desarrollo urbano, se
distinguió de los demás centros de la época. En el sitio podían

342
De igual forma, Crespo y Saint-Charles, empezaron a escribir sobre las sociedades
que habitaron los valles queretanos, tema de gran interés para la arqueología por su
condición de pueblos de frontera. Véase Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-
Charles. Panorama de la población antigua en los valles Queretanos,
(mecanoescrito), Querétaro, Centro INAH Querétaro y UAQ, 1990.
343
Daniel Valencia y Juan Carlos Saint-Charles «Identificación, conservación y
protección arqueológica en el sur de Querétaro. 1990-1999» en op. cit., 2000, p.
58.
344
Enrique Nalda. «Secuencia Cerámica del Sur de Querétaro» en Crespo, op. cit.,
1991, p. 31.
Historia de la Arqueología en Querétaro 129

advertirse dos tradiciones cerámicas alfareras, una representada


por los materiales Chupícuaro, lugar con el que mantuvo una es-
trecha relación y otra propia de un desarrollo local.345
En cambio, Ana María Crespo identificó tres tipos de asenta-
miento para el sur del valle, los caracterizó a partir de su arquitec-
tura, nucleación y localización topográfica.346 Para ella, era evi-
dente que dicho patrón demostraba la estabilidad de la población
en este periodo que, al parecer, desde una época temprana habitó
este territorio y mantuvo los modelos arquitectónicos establecidos
desde entonces, salvo en el caso de las estructuras de planta cir-
cular, introducidas durante la segunda mitad del milenio. En cuan-
to a la diversidad de las formas del asentamiento, afirmó que el
territorio exigía pautas diferentes, tanto para el uso agrícola del
suelo como para la organización del grupo básico social.347
De igual forma, Rosa Brambila y Carlos Castañeda expusie-
ron los resultados de su recorrido de exploración por la zona del
río Huimilpan. En el trabajo que presentaron, informaron de la
existencia de dos asentamientos prehispánicos denominados Uni-
dad Huimilpan y Unidad Tepozán que, para su sorpresa, mostra-
ban características culturales diferentes entre sí.348 Por los testi-
monios arqueológicos de la primera unidad, se supo que el lugar
mantuvo una reducida población, además de que encontraron muy
pocos elementos reportados como característicos para los valles
queretanos. En cambio, la segunda unidad albergó el mayor gru-
po de población de la región, al menos así lo demostraban las
plataformas y terrazas de nivelación que sobre ambos márgenes

345
Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, «Cerro de la Cruz. Persistencia de un
centro ceremonial», en op. cit., 1991, p. 91.
346
Con base en estos elementos, estableció tres variantes: plataformas de más de 20
metros de longitud, construidas con núcleos de piedra y lodo, de uso habitacional,
distribuidas en la vega del río, a distancias variables de una y otra, asociadas a parcelas
agrícolas; cuartos sobre plataformas bajas construidos alrededor de patios contiguos
formando un recinto cuadrangular, con estructuras en cada una de las esquinas, construidas
en las cimas de cerros, en posición de resguardo, y pequeños centros con arquitectura
ceremonial que compartían un territorio común, alrededor de los cuales se distribuían
las habitaciones. Ver Ana María Crespo, op. cit., 1991, p. 134.
347
Idem, p. 134.
348
Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Arqueología del Río Huimilpan», en op.
cit.; 1991, p. 138.
130 Héctor Martínez Ruiz

del río y pendientes se construyeron para levantar estructuras


monumentales y casas habitación.349
Para 1992350, Ana María Crespo planteó la necesidad de
crear un concepto que fuera más allá del simple hecho de pro-
poner centros rectores de desarrollo regional dentro del pro-
yecto Historia del poblamiento indígena de Guanajuato y
Querétaro, pues aunque éste contemplaba el estudio de las
formaciones sociales particulares, no tomaba en cuenta el con-
junto de las relaciones de dominio establecidas por los pueblos
que habitaban dentro y fuera de Mesoamérica, como los pro-
cesos de integración y desintegración de las formaciones so-
ciales en un contexto histórico y regional más amplio.351 Por
ese motivo, no sólo organizó las áreas de estudio en unidades
político-territoriales (UPT), sino que además las conformó y
reordenó aplicando el enfoque arqueológico del estudio de fron-
teras. Para integrar la UPT, usó para el caso de la zona de
análisis central, a Chupícuaro, y para el caso de Querétaro, al
Cerro de La Cruz; en este lugar se identificaron elementos
culturales asociados a Chupícuaro, lo que demostraba su nivel
jerárquico más elevado que los de otros asentamientos de la
zona. No podía ser de otra forma, pues Chupícuaro, como centro
rector hegemónico, debió marcar las pautas de la planifica-
ción del espacio ceremonial de los diversos centros de regular
importancia de la región centro-norte.352
En el mismo sentido, junto a Juan Carlos Saint-Charles,
escribió un artículo sobre los centros de población en los va-
lles de Querétaro durante la época prehispánica; dado su ca-
rácter de territorio de frontera, los grupos asentados lograron
349
Ibídem, p. 139.
350
También, en ese año, apareció un folleto conmemorativo por el V centenario
del descubrimiento de América, que contenía información general sobre los
grupos humanos que habitaron el territorio actual de nuestro Estado durante la
época prehispánica. Véase Ana María Crespo et al., Arqueología e historia
antigua de Querétaro, Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, México,
INAH, 1992, p. 3.
351
A n a M a r í a C r e s p o « U n i d a d e s P o l í t i c o Ter r i t o r i a l e s » , e n O r i g e n y
desarrollo en el Occidente de México, Michoacán, El Colegio de
Michoacán, 1992, p. 157.
352
Ibídem, p. 172.
Historia de la Arqueología en Querétaro 131

desarrollar una cultura con rasgos propios, que los distinguió


de sus vecinos, aun cuando estuvieron sujetos a presiones de
diferentes tipos por estar instalados en una región de tránsito
entre el centro y norte de México.353
En 1993, Saint-Charles publicó en la revista Cuadernos
de Arquitectura Mesoamericana un trabajo sobre los si-
tios que existían en las márgenes del río San Juan: Santa
Lucía, Santa Rita, San Sebastián de las Barrancas y la
Muralla Vieja. 354 A su parecer, el tipo de asentamiento era
muy peculiar, pues aunque se ubicaban en una zona de di-
fícil acceso, esto no implicaba que necesariamente respon-
dieran a un carácter defensivo. Agregaba que el limitado
espacio no fue obstáculo para la construcción de recintos
ceremoniales y administrativos, áreas habitacionales y de
producción de alimentos. 355
Por otro lado, el autor colaboró con Ana María Crespo
en un estudio sobre las características arquitectónicas que
se desarrollaron durante el clásico y el preclásico. Basa-
ron su análisis en la idea de que la concepción del cosmos
influyó notablemente para que los primeros conjuntos ar-
quitectónicos del Bajío tuvieran una estructura
cuatripartita. 356 Según dichos autores, el Cerro de la Cruz
y El Cerrito poseían una configuración de este tipo; en
ambos casos, se trataba de asentamientos donde se cons-
truyó una plataforma que tuvo la doble función de delimi-
tar el espacio ceremonial y de nivelar el terreno, sobre la
cual se distribuyeron por cuadrantes los edificios, plazas y
patios hundidos que conformaban el recinto. 357
353
Juan Carlos Saint-Charles y Ana María Crespo, «Los antiguos centros de
población en los Valles Queretanos», en Historia y actualidad de los grupos
indígenas de Querétaro, Querétaro, INAH-Gobierno del Estado de Querétaro,
1992, p. 32.
354
Juan Carlos Saint-Charles, «Asentamientos sobre barrancas. Río San Juan», en
Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 25, UNAM, México, 1993, p.
17.
355
Ibídem, p. 21.
356
Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles, «Formas arquitectónicas
del Bajío. La división en cuadrantes del Espacio Ceremonial», en op. cit:,
1993, p. 59.
357
Ibídem, p. 62.
132 Héctor Martínez Ruiz

Al mismo tiempo, Carlos Castañeda y Rosa Brambila escribie-


ron sobre las estructuras que contaban con patios hundidos,358
elemento arquitectónico que, según ellos, diferenciaba las estruc-
turas cívicas y religiosas de las unidades habitacionales meno-
res. 359
Para Querétaro, identificaron un edificio de este tipo en Las
Almenas, Unidad Tepozán, Humilpan, el cual estaba asociado a
otros vestigios monumentales, todos con espacios interiores.360
Por su parte Ana María Crespo efectuó el análisis de las es-
tructuras de tipo circular reportadas para el Bajío y planteó seis
diferentes tipos que, de acuerdo, con un criterio formal, tenían
forma circular. Así, pudo identificar en el Cerro de la Cruz, es-
tructuras con cimientos de planta circular, y en La Joya y Tlacote,
plataformas circulares adosadas a patios cerrados rectangulares,
elementos propios de un estilo arquitectónico que fue común en-
tre los pueblos del segundo milenio, especialmente durante la épo-
ca tolteca.361
358
Un estudio sobre la presencia de este tipo arquitectónico en el Bajío fue
desarrollado de una manera más amplia por Efraín Cárdenas a fines de la década
de los noventa. Para este autor, la etapa de mayor poblamiento y de mayor
complejidad constructiva en esta zona –entre 300 y 650 D.C. – se caracterizó
por el uso del patio hundido. Para el caso de Querétaro, los asentamientos que
incorporaban este elemento constructivo se ubicaban en la porción que
pertenecía al Bajío, y correspondían a una tradición cultural propia de esa
región, aunque con elementos propios de una tradición local, con excepción de
los identificados en la Sierra Gorda, donde las evidencias arqueológicas, ofrecían
una explicación distinta.
Según Cárdenas García, la presencia de este tipo de estructuras en algunos
asentamientos indicaba su nivel jerárquico y su importancia como núcleos
administrativos. Asimismo, y como resultado de un análisis espacial sobre el
área, propuso seis regiones políticas dentro de la citada zona; las que fueron
controlados por estos centros de poder, uno de los cuales, El Tepozán, ubicado
en Querétaro, fue el que menos sitios tuvo en su área de control, pues solamente
se reconocieron 5 (Santa Bárbara, Cimantaro [sic], Jurica y El Puertecillo) a
los que se le anexarían los cuatro que ubicaba Crespo (1991) en el valle de
Querétaro y que Cárdenas no incluyó en su trabajo, por falta de mayor
información. Ver Efraín Cárdenas, El Bajío en el Clásico, Michoacán, El Colegio
de Michoacán, 1999.
359
Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Estructuras con espacios hundidos», en op.
cit., 1993, p. 73.
360
Ibídem, p. 77.
361
Ana María Crespo, «Estructuras de Planta Circular en el Bajío», en op. cit.,
1993: 79.
Historia de la Arqueología en Querétaro 133

Rosa Brambila incluyó un trabajo sobre los juegos de pelota


que se tenían registrados para esta región. En el caso del Querétaro,
informó de la presencia de dos canchas, en Los Cerritos y La
Trinidad, localizados en el municipio de Tequisquiapan, y sugirió la
existencia de otro al lado de la Plaza Sureste del Gran Basamento
de El Cerrito el cual, según Crespo, fue desmantelado cuando se
trató de construir una capilla para la Virgen de El Pueblito, poco
después de que finalizara la rebelión cristera.362
Dos años después, en 1995, el Centro INAH formuló un pro-
yecto de conservación integral del sitio arqueológico de El Cerrito.
Los trabajos se iniciaron con la posesión legal del sitio y se
reelaboró el expediente técnico que fue el sustento de su declara-
ción como zona arqueológica. En forma paralela, se realizaron
trabajos de conservación física de las estructuras del sitio y obras
de rehabilitación de la malla perimetral y la caseta de vigilancia.
Más adelante, en 1998, se iniciaron las exploraciones en las cons-
trucciones del recinto y se tomaron algunas muestras de los mate-
riales usados en el lugar. Los trabajos dieron como resultado la
liberación y consolidación de algunas estructuras y el hallazgo de
otros elementos arquitectónicos, como una banqueta.363
Asimismo, en diciembre de ese año, se efectuaron trabajos de
protección en El Rosario, San Juan del Río, debido a la exposición
de un fragmento de pintura mural policromada de estilo
teotihuacano que se encontraba al final de una excavación hecha
por saqueadores en una ladera del montículo principal del sitio.
Las actividades consistieron en asegurar la pintura en el sopor-
te del mural para protegerlo por medio de la construcción de una
estructura que permitiera consolidar el piso de estuco que se loca-
lizaba en la parte superior del mural a manera de techo; después,
se rellenó con tierra y piedra la cavidad.364
Más tarde, en 1996, se realizó un rescate arqueológico en el
fraccionamiento Valle Dorado 2000, justo en un montículo que fue
362
Rosa Brambila, et al., «Juegos de pelota en el Bajío», en op. cit., 1993, p. 91.
363
Daniel Valencia, «Exploraciones y conservaciones en El Cerrito (1995-2000)»,
en op. cit., 2000, p. 76.
364
Juan Carlos Saint-Charles y Daniel Valencia, «Identificación y Conservación
Arqueológica en el sur de Querétaro», en op. cit., 2000, p. 59.
134 Héctor Martínez Ruiz

removido con maquinaria pesada. En ese lugar, se hicieron dos


calas de inspección en las caras norte y poniente de la parte de la
plataforma que no fue arrasada. Gracias a esto, se identificaron
las características arquitectónicas de la estructura, la cual poseía
un patio hundido delimitado al sur y norte por plataformas con
muros de talud, al oriente. Los materiales y el sistema constructi-
vo eran similares a los que se habían usado en la segunda etapa
de construcción en El Cerrito, esto es, una estructura hecha por
medio de cajones de piedra laja rellenados con piedra y tierra, y
sus recubrimientos, de piedra laja, formaban taludes. Los pisos y
aplanados exteriores eran de estuco, y en el piso del patio hundido
se pudieron observar restos de pintura negra y roja.365
En aquel año, Ana María Crespo realizó el análisis de la cerá-
mica denominada blanco levantado,366 que había sido localizada
en El Cerrito, La Negreta y el Cerro de la Cruz. El estudio demos-
tró que dichos objetos podían usarse como marcadores tempora-
les del Clásico y Epiclásico en el centro norte de México. Por
último, agregaba que aunque este tipo de vasija tenía un fin prác-
tico propio de las necesidades domésticas de los grupos que la
manufacturaban, con el paso del tiempo formó parte del ajuar
destinado al culto de los antepasados en algunas poblaciones.367
También, y con la colaboración de Saint-Charles, Crespo se
ocupó del estudio de los sistemas rituales de entierro en el Cerro
de La Cruz, con la finalidad de identificar las expresiones mortuorias
propias de los grupos de elite que vivieron en el lugar, en su opi-
nión, prácticas exclusivas a las que miembros de los estratos infe-
riores de estas sociedades se les prohibía. Para ellos fue evidente
que las inhumaciones de las clases dirigentes de la Cuenca del
Río San Juan, se caracterizaron por la inclusión de objetos valio-
sos a los que sólo ellos tenían acceso, como el empleo de las
365
Ibídem, p. 60.
366
La cerámica conocida como blanco levantado presenta una técnica decorativa
peculiar que la hace distinta de otros grupos cerámicos. Las vasijas están decoradas
con una serie de líneas encontradas, horizontales, verticales y diagonales, a veces
superpuestas, que forman un enrejado y que se delinean al retirar con un instrumento
suave, semejante a un peine, una parte de la capa blanca o crema de baño previo,
para dar el aspecto de un diseño a manera de tejido de canasta. Ver Ana María Crespo,
«La tradición cerámica del blanco levantado» en op. cit., 1996, p. 77.
367
Ibídem, p. 88.
Historia de la Arqueología en Querétaro 135

vasijas tipo Xajay368 cuyo uso ritual con el paso del tiempo, se
extendió a otros centros ceremoniales del Valle de Querétaro y
de la Sierra Gorda.
Juan Carlos Saint-Charles, por cuenta propia, también abordó
el tema de la presencia, en el Bajío, de Teotihuacan. Para el caso
de los asentamientos localizados en el valle de Querétaro, propu-
so que La Negreta bien pudo ser un sitio que formó parte de una
cadena de rutas de comercio, o que simplemente fue un barrio de
El Cerrito, ocupado por gentes provenientes de esa ciudad. En
cambio, la presencia de elementos propios de la gran urbe del
Clásico para el caso de San Juan del Río, tanto en el valle, como
en el Cerro de la Cruz, se debió a la llegada de algunos grupos al
lugar. A estos dos planteamientos agregaba que existía también la
posibilidad de que se tratara de miembros de la elite que estaban
cumpliendo funciones administrativas a favor de su Estado, que
en todo caso, se desplazarían en busca de un mayor control de las
rutas comerciales o de recursos de los que carecía su ciudad.369
En 1998, Daniel Valencia denunció la destrucción de los vesti-
gios arqueológicos localizados en la meseta de Santa Bárbara,
sitio que había sido estudiado sólo de forma esporádica durante la
década de 1980.
En el año de 1987, todavía se alcanzaba a ver una plataforma
alargada de poca altura, la cual ya no existe debido a la gran
cantidad de pozos de saqueo realizados sobre ella. […] históri-
camente, las relaciones del sitio, con otros asentamientos regio-
nales son observables en El Cerrito y Tlacote, Querétaro, y San
Bartolo Aguacaliente, en Guanajuato.370

368
Es un tipo cerámico que cuenta con cajetes de paredes rectas divergentes, a veces
con una ligera curvatura, fondo plano y soportes generalmente rectangulares. Algunas
variantes exhiben soportes almenados, los hay también cilíndricos huecos y de doble
cilindro sólido. Los bordes son redondeados, algunos cuentan con engrosamiento en
la parte terminal y otros tienen corte rectangular. La pasta es de textura mediana,
con partículas blanca y café opacas. Común en estas vasijas es un baño de pintura
roja de tono oscuro, que puede ser desde una ligera capa hasta un baño grueso
pulimentado. Véase Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles, «Ritos funerarios
y ofrendas de elite». Las vasijas Xajay, en op. cit., 1996, p. 116.
369
Juan Carlos Saint-Charles, «El reflejo del poder teotihuacano en el sur de
Guanajuato y Querétaro», en op. cit., 1996, p. 156.
370
Daniel Valencia Cruz, «Meseta de Santa Barbara», en Jar Ngú, núm. 5, Boletín
mensual del Centro INAH Querétaro, Querétaro, 1998, p. 7.
136 Héctor Martínez Ruiz

En mayo de ese año, el INAH emitió un comunicado en que


anunció el Proyecto de Rescate de la Pirámide de El Cerrito.
Dicho plan abordó, entre otras cosas la necesidad de hacer traba-
jos para delimitar y cercar en forma más precisa el lugar, la libera-
ción, consolidación y mantenimiento del basamento piramidal, al-
tares, patios y plataformas, así como la señalización y difusión
turística, la creación de un museo de sitio y de un patronato que
promoviera el rescate y preservación de esta zona arqueológica.
Dentro de este evento, se presentó una exposición sobre las
labores de mantenimiento y conservación que se realizaban desde
1995, asimismo, se mostraron los trabajos de restauración de una
escalinata y de un fragmento de muro en talud.371
Como se ha visto, la investigación de esta región durante los
años noventa se caracterizó por la enorme cantidad de trabajos
de arqueología de rescate, que se efectuaron, en la mayoría de los
casos, ante avisos inesperados de quienes realizaban los hallaz-
gos. Así, al final de la década, entre 1998 y 1999 ocurrieron más
intervenciones, como la que se llevó a cabo en terrenos del par-
que industrial Bernardo Quintana Arrioja. En aquella ocasión, du-
rante la construcción de la vialidad perimetral del lote correspon-
diente a los almacenes de la Comisión Nacional de Libros de Tex-
to Gratuito (CONALITEG), se localizó una osamenta humana
junto a materiales cerámicos y líticos propios de la época
prehispánica.
Durante esta intervención, se hizo un reconocimiento de super-
ficie sobre los terrenos no construidos, además de pozos de son-
deo en dos montículos ubicados dentro del área, uno de ellos en el
perímetro del lote de la CONALITEG y el otro, a poco más de un
kilómetro al oeste. De acuerdo con la información recabada, se
estableció que en dicho lugar hubo un asentamiento semidisperso
del Epíclásico (700-900 D.C.). Acerca de sus construcciones, se
identificaron tres tipos: las de carácter ceremonial conformados
por cuatro plataformas que daban lugar a un patio central cua-
drangular cerrado, que era utilizado como lugar de enterramiento;

371
Daniel Valencia y Alicia Bocanegra, «Firma del Convenio para El Cerrito», en
op. cit., 1998, p. 4.
Historia de la Arqueología en Querétaro 137

algunas habitaciones, cuyas paredes fueron quizá de bajareque; y,


por último, edificios circulares, cuyo uso parece haber estado des-
tinado a mausoleos.372
A la par de los hallazgos materiales, se localizaron restos óseos,
en total fueron once entierros humanos y uno animal –de un pe-
rro-. La mayoría aparecieron en las estructuras circulares men-
cionadas. Todos los entierros presentaban una posición de decú-
bito dorsal flexionado. Las extremidades inferiores se encontra-
ron flexionadas, hasta el extremo de estar paralelas al eje del cuer-
po, entrecruzadas con las superiores. Los entierros 7,8,9, y 10
fueron colocados en una fosa ligeramente cóncava y de poca pro-
fundidad.373
Por otra parte, Rosa Brambila y Carlos Castañeda elaboraron
un informe detallado de los petroglifos que se encontraron en las
cercanías del río Huimilpan, al sur de Querétaro. En él, plantearon
que dichas expresiones rupestres fueron empleadas como mar-
cas por sus creadores, para otorgarles un significado simbólico al
territorio.374
En este sentido, se puede decir que los petroglifos hacen una
distinción territorial. La importancia está en la intencionalidad
puesta en la selección tanto del lugar como de los símbolos: es
una expresión [de su percepción] territorial y no
amontonamientos fortuitos, ya que introducen la noción de com-
posición e integración del espacio, lo jerarquizan. De esta mane-
ra podría parecer que son una muestra de la unidad histórica de
esta región.375
En octubre de 1999, cuando se trabajaba en la construcción
de una reja para reintegrar el atrio del templo de San Francis-
co en la ciudad de Querétaro, le fue reportado al INAH el

372
Juan Carlos Saint-Charles, «Arqueología en el Parque Industrial Bernardo
Quintana», en Gaceta Legislativa, núm. 1, LII Legislatura del Estado de Querétaro,
Querétaro, 1999, p. 23.
373
Jaime García y Daniel Valencia, «Arqueología y Antropología física en Querétaro»,
en op. cit.; 2000, p. 68.
374
Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Petroglifos de la cuenca media del Lerma»
en Expresión y memoria. Pintura rupestre y petrograbado en las sociedades del
norte de México, INAH, México, 1999, p. 109.
375
Ibídem, p. 128.
138 Héctor Martínez Ruiz

hallazgo de una pieza arqueológica,376 la cual tenía gran pare-


cido con uno de los dibujos que realizaron Morfi y Duparguet
en el siglo XVIII; se trataba de una escultura antropomorfa de
piedra, que representaba a un individuo de pie, con los brazos
en alto, las palmas de las manos hacia arriba y la mirada al
frente. La pieza formaba parte del sistema constructivo de
una plantilla de mampostería al lado norte del templo, frente a
la puerta de éste.377
Por el contexto en que se localizó, se planteó que procedería de
El Cerrito.

4.3.2. La investigación arqueológica del Semidesierto de


Querétaro (1960-2000)
La exploración arqueológica del Semidesierto de Querétaro378
es reciente; hasta hace unos años, se consideraba que efec-
tuar trabajos de investigación en regiones como ésta era poco
trascendente debido principalmente a que en el proyecto polí-
tico-cultural del Estado mexicano se había privilegiado el aná-
lisis de las sociedades agrícolas mesoamericanas asentadas
en el Altiplano Central, la Costa del Golfo, Oaxaca y la Zona

376
Durante los años noventa, el INAH realizó una labor permanente de atención a
denuncias y rescate de piezas prehispánicas, pero también efectuó estudios en sitios
coloniales, como lo fue el caso de Santa Rosa de Viterbo; el exconvento de El
Carmen; la Plaza Damián Carmona (antiguo Rastro); el estacionamiento de la plaza
Constitución (Exconvento de San Francisco); así como las obras del cableado
subterráneo, en las que se pudieron encontrar importantes vestigios de los sistemas
hidráulicos de Querétaro; y finalmente en el edificio de la Facultad de Filosofía de la
UAQ en el año 2006. Ver Prieto, 2000, p. 8, y Valencia y Saint-Charles, 1998, pp.
64-77.
377
Alberto Herrera y Daniel Valencia, «Atlante tolteca en San Francisco», en Gaceta
Legislativa, núm. 15, LII Legislatura del Estado de Querétaro, Querétaro, 1999, p.
23.
378
La región denominada semidesierto queretano comprende alrededor de 25 % de la
superficie del Estado y abarca en su totalidad los municipios de Tolimán, Colón y
Peñamiller, así como parte de los de Tequisquiapan, Ezequiel Montes, El Marqués,
Querétaro y Cadereyta. Véase Carlos Viramontes, «La pintura rupestre como
indicador territorial. Nómadas y sedentarios en la marca fronteriza del río San
Juan, Querétaro», en Expresión y memoria. Pintura rupestre en las sociedades
del norte de México, INAH, México, 1999d, p. 90.
Historia de la Arqueología en Querétaro 139

Maya. 379 Sabemos que, durante décadas, la arqueología, al


servir para justificar el ideario nacional, dejó a un lado el estu-
dio del Occidente y de las culturas nómadas del centro-norte
de México. 380
Fue así como los grupos de recolectores-cazadores se mantu-
vieron siempre relegados a un segundo plano hasta que, en la
década de los sesenta, el interés arqueológico se orientó a dichas
sociedades, consideradas culturalmente inferiores.381
En Querétaro, esta zona, todavía a fines de la década de 1980,
no había sido objeto de investigaciones sistemáticas. La única
excepción la había constituido el trabajo que Cynthia Irwin efec-
tuó en Tequisquiapan en 1960, aunque su estudio se enfocó a as-
pectos que poco o nada tenían que ver con los grupos de
recolectores-cazadores en forma específica. Además, basta re-
cordar que a pesar de los resultados obtenidos por la norteameri-
cana, no hubo más exploraciones en el área, sino hasta el año de
1985, en que se emprendió una inspección por el lugar, esta vez a
cargo de trabajadores del Departamento de Registro Público de
Monumentos y Zonas Arqueológicas del INAH, cuya finalidad
fue realizar el Atlas Arqueológico del Estado de Querétaro.
Desafortunadamente, en aquella ocasión, se favoreció el pro-
cedimiento de la arqueología de superficie por sobre la prospec-
ción intensiva y sistemática, lo que impidió ubicar los vestigios de
ocupación humana que se encontraban entre abrigos rocosos o
cavernas.
Más adelante, en 1988, Alejandro Pastrana reportó la presen-
cia de yacimientos de obsidiana en las localidades de Navajas, El
Paraíso, Fuentezuelas y Urecho.382 No obstante que dicho infor-

379
Esta situación propició que a las sociedades ajenas a este ámbito cultural se les
concediera poca importancia; un ejemplo claro de ello lo fue la propia distribución
de los arqueólogos del INAH dentro del marco geográfico del país, en la cual los
Estados del norte fueron poco favorecidos. Ver Carlos Viramontes, «La investigación
arqueológica en el Semidesierto Queretano», en op. cit., 2000f, p. 44.
380
Viramontes, op. cit., 1999d, p. 87.
381
Carlos Viramontes Anzures, op. cit., 2000f, p. 44.
382
Alejandro Pastrana, «Los yacimientos de obsidiana del Estado de Querétaro», en
La validez teórica de Mesoamérica. Memorias de la XIX Mesa Redonda de la
Sociedad Mexicana de antropología, SMA-UAQ, México, 1988, p. 222.
140 Héctor Martínez Ruiz

me fue ampliado por el mismo autor en 1991, su enfoque estuvo


dirigido principalmente al análisis de los medios de extracción uti-
lizados por los grupos sedentarios mesoamericanos.383
Como se ha visto, fue una época difícil para la investigación
arqueológica en la zona; pese a ello, para agosto de 1989384,
la situación cambió, pues se iniciaron los trabajos dedicados al
conocimiento de los grupos chichimecas.385 Para tal fin, lo pri-
mero que se propuso fue el Proyecto Arqueológico del
Semidesierto Queretano que tuvo como finalidad entender
la forma de vida de quienes habitaron esta región; por tal mo-
tivo, se centró en la reconstrucción de su vida, la explotación
del medio, su dinámica de movimiento, su organización social,
su interacción con otros grupos y su permanencia en este te-
rritorio.386
Este fue el primer estudio sistemático sobre las sociedades
nómadas y seminómadas de Querétaro. Acerca de él, sabe-
mos que originalmente fue planteado como un proyecto de
mediano plazo, que se inició con el reconocimiento de la zona,
así como con el registro de los asentamientos ubicados al aire

383
Acerca de los yacimientos de obsidiana, Pastrana planteó que presentaban
características de explotación relacionadas con el grado de desarrollo cultural de las
poblaciones. Para él, las vetas de este material en el Estado de Querétaro, eran
adecuadas para estudiar procesos de explotación y distribución local, con un alto
grado de reutilización de la obsidiana en las comunidades sedentarias y un
aprovechamiento selectivo por parte de los grupos nómadas, junto con otras materias
primas locales como calcedonia y riolita. Ver Alejandro Pastrana, «Los yacimientos
de obsidiana del oriente de Querétaro», en op. cit., 1991, p. 29.
384
Según Carlos Viramontes, en el momento que inició su trabajo arqueológico en
Querétaro (1989), sólo se tenía el registro de una pintura rupestre localizada cerca de
la población de El Durazno (San Joaquín), aunque se tenía noticia de la existencia de
otras en la amplia región semidesértica, pero no se conocían sus características,
puesto que nunca se habían realizado levantamientos completos de los motivos
pictóricos ni se conocían las particularidades de los lugares donde se encontraban;
por tal razón, hacia 1994, efectuó un primer planteamiento para la recuperación de
ese patrimonio arqueológico que, por falta de presupuesto, no prosperó. Ver Carlos
Viramontes, «La pintura rupestre en la cosmovisión de los Chichimecas, Pames
y Jonaces», en Gaceta Legislativa, núm. 5, LII Legislatura del Estado de Querétaro,
Querétaro, 1999a, p. 23.
385
Carlos Viramontes Anzures. De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-
cazadores del semidesierto de Querétaro, INAH, 2000e, p. 13.
386
Viramontes, op. cit., 1999a: 23.
Historia de la Arqueología en Querétaro 141

libre, cuevas y abrigos rocosos, yacimientos de materias pri-


mas y áreas de trabajo lítico, pero poco a poco se centró en el
análisis, por un lado, de la integración territorial a partir de la
explotación de los recursos y por el otro en la producción de
herramientas de piedra.387
En este programa de actividades, también, se contempló un
recorrido sistemático por una superficie de 25 km², que se efec-
tuó entre noviembre y diciembre de 1989 en el extremo oriental
de Cadereyta, en la confluencia de los ríos San Juan y Tula, donde
más tarde sería construida la presa hidroeléctrica de Zimapán,
trabajo que, por cierto, continuó la Dirección de Salvamento Ar-
queológico del INAH, entre 1990 y 1992.
Dentro de las actividades planteadas en dicho plan, llevadas a
cabo por la DSA y como parte del Proyecto Arqueológico Zimapán,
se efectuaron trabajos de prospección, tanto en la zona de embal-
se como en las partes donde habían realizado obras conexas –
caminos, bancos de material, reubicación de poblados, etc.–, que
dieron como resultado la localización de 119 sitios con vestigios
prehispánicos correspondientes a cuevas, abrigos rocosos, cam-
pamentos al aire libre, así como concentraciones cerámicas y ta-
lleres de producción.388
Por los materiales obtenidos, en forma preliminar se consi-
deró que los habitantes de esta zona mantuvieron relaciones
interregionales y posibles niveles de integración económica con
pueblos de vida sedentaria y nómada, al menos así lo indicaba
la presencia de elementos cerámicos de tradición Chupícuaro,
de manufactura propia de San Juan del Río, así como rudi-
mentos asociados con Ticomán, para el Formativo, y con
Teotihuacan para el Clásico; además de la presencia de obje-
tos de barro, cuyo diseño y decoración eran propios de la
zona de Río Verde, San Luís Potosí, y de la Sierra Gorda de
Querétaro. 389
387
Viramontes, en op. cit.; 2000f, p. 50.
388
Sergio A. Sánchez et al., «Investigaciones arqueológicas en los límites de Querétaro
e Hidalgo (presa hidroeléctrica de Zimapán)», en Arqueología del Occidente y
Norte de México, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1995, p. 140.
389
Ibídem, p. 142.
142 Héctor Martínez Ruiz

Gracias a este trabajo y a los anteriores, fue posible identificar


las sociedades que habitaron el semidesierto queretano, de las
cuales la más representativa, sin duda, había sido la de los
recolectores-cazadores, que ocupó la zona durante la época
prehispánica, ya fuera en situación de frontera o en convivencia
con los agricultores mesoamericanos que durante el primer milenio
de la era colonizaron gran parte del norte de México.390
En 1992, Carlos Viramontes escribió un artículo acerca del tra-
bajo arqueológico realizado hasta ese año en la zona y sobre los
datos obtenidos:
Existen evidencias de que en el semidesierto queretano pervivieron
grupos apropiadores de alimentos, probablemente con cierto ni-
vel de sedentarización en algunas regiones [aunque] los materia-
les arqueológicos encontrados en los municipios que conforman
[esta región] nos muestran una importante presencia de grupos de
recolectores-cazadores de filiación chichimeca.391
Pese a ello, las actividades de exploración fueron suspendidas
temporalmente,392 si bien se reanudaron tres años más tarde con
una nueva línea de investigación: el estudio de las manifestacio-
nes gráficas rupestres que, por falta de apoyo económico, al poco
tiempo se suspendió.393
390
Viramontes, op. cit., 2000f, p. 50.
391
Carlos Viramontes. «Los recolectores-cazadores del Semidesierto de Querétaro»
en Historia y actualidad de los grupos indígenas de Querétaro, Gobierno del Estado
de Querétaro, Centro Regional INAH, Querétaro, 1992: 17.
392
No obstante, algunos personajes queretanos difundieron información sobre la
riqueza del patrimonio arqueológico del Estado, como Guillermo Hernández que dio
a conocer un petroglifo que había sido localizado en Agua de Coyote, El Marqués;
mientras que Jesús Mendoza Muñoz escribió sobre las pinturas rupestres que se
ubicaban en los alrededores de la delegación de El Palmar, en Cadereyta. Véase
Guillermo Hernández Requenes, «El pasado prehistórico de La Cañada», en
Querétaro. Tiempo nuevo, núm. 89, 1993:15; y Jesús Mendoza Muñoz, «Pinturas
rupestres en Cadereyta» en Querétaro. Tiempo nuevo, núm. 107; 1994: 58, publicadas
por el Gobierno del Estado de Querétaro.
393
En ese mismo año, en las proximidades de la población de Vizarrón, Cadereyta, se
encontraron algunas puntas de proyectil manufacturadas de obsidiana procedente de
diversos yacimientos localizados fuera del territorio queretano. Esto podría explicar
la existencia de un asentamiento dedicado al control y distribución de este preciado
recurso. El sitio no parece haber tenido una densidad poblacional significativa, pues
es sumamente pequeño pero, en cambio, presentó ocupación permanente que iba
desde el Formativo, hasta el Posclásico temprano. Ver Carlos Viramontes Anzures,
De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-cazadores del semidesierto de
Querétaro, INAH, México, 2000e, p. 29.
Historia de la Arqueología en Querétaro 143

Tiempo después, en 1993, el destacado investigador publicó un


trabajo sobre la distribución de los nómadas y seminómadas en
este territorio. En él, consideró que su integración ocurría después
de que instalaban un campamento base, de donde iniciaban sus
recorridos de aprovisionamiento, los cuales a partir de la distan-
cia de acceso a los recursos, de su calidad y abundancia, debieron
ser de tipo local (un kilómetro a la redonda), vecinal (cinco kiló-
metros a la redonda) e incluso regional (quince kilómetros a la
redonda).394
Así, sobre la base de los resultados del trabajo de campo y del
análisis del material recolectado, se hizo evidente que la integra-
ción al espacio por parte de los habitantes del semidesierto fue
variada, de suerte que hubo unidades para la habitación y consu-
mo, unidades de industrias extractivas, de transformación y las
propias para las manifestaciones de tipo ideológico.395
Más adelante, en 1996, se presentó al Consejo de Arqueología
del INAH el programa de trabajo Los Pames en la Arqueología
del Semidesierto Queretano, cuyo planteamiento fue el estudio
de la cosmovisión de los recolectores cazadores nómadas y
seminómadas, toda vez que la base económica de la región ya
había sido objeto de investigaciones anteriores.
Al mismo tiempo, el doctor Viramontes prosiguió su estudio
sobre la conformación del límite de la frontera mesoamericana
a lo largo del río San Juan, durante el siglo XV, era claro que
esta división no fue estática sino que, por el contrario, estuvo
dotada de cierta dinámica, determinada, en gran parte, por el
tipo de relaciones que se llevaron a cabo entre las sociedades
que habitaron ese territorio, el cual fue compartido por grupos
de recolectores-cazadores de filiación pame, establecidos en
el norte, mientras que al sur del citado río vivieron grupos
otomianos del señorío de Jilopetec, con los que compartieron
ciertos rasgos culturales.396

394
Carlos Viramontes, «La integración del espacio entre grupos de recolectores-
cazadores en Querétaro», en op. cit., 1993, p. 12.
395
Ibídem, p. 15.
396
Carlos Viramontes, «La conformación de la frontera chichimeca en la marca del
río San Juan», en op. cit., 1996, p. 16.
144 Héctor Martínez Ruiz

Los grupos chichimecas de vida nómada y seminómada


[…] tienen claras afinidades con el resto de grupos
chichimecas del Centro norte de México [y] a pesar de
ello, ostentan ciertos rasgos comunes a [las sociedades
agrícolas que habitaron al sur del río San Juan] como el
uso de cerámica doméstica, enterramientos y pictografías
con elementos mesoamericanos, lo que evidencia que
existió algún tipo de contacto o interrelación entre am-
bos grupos. 397
Tiempo después, en 1998, se dieron a conocer algunos de los
avances de la investigación Los Pames en la Arqueología del
Semidesierto Queretano, que para entonces había registrado más
de setenta asentamientos arqueológicos con manifestaciones grá-
ficas rupestres (Fig. 21), en su gran mayoría de pintura y sólo
algunos de grabado en piedra.
Otro de los aportes del citado programa fue que por vez
primera se hizo un catálogo de estos sitios, el cual integró los
datos relativos a la ubicación, características particulares y
generales, además del dibujo pormenorizado de las pinturas
rupestres y petrograbados, los croquis de las cuevas o abrigos
en que se encontraron, quedando almacenados en una base de
datos. 398
En el mismo orden de ideas y dentro del citado proyecto, se
llevó a cabo un reconocimiento arqueológico en Peñamiller, que
hasta ese momento sólo tenía registrado un paraje de esta natura-
leza en la comunidad de Rancho Quemado. Durante el recorrido
se registraron ocho localidades arqueológicas con pintura rupes-
tre cerca de las poblaciones de Río Blanco y Las Adjuntas, ade-
más de estructuras arquitectónicas y minas prehispánicas.399 En
este municipio, fueron encontrados los primeros petrograbados de
sociedades nómadas y seminómadas chichimecas, de todo el

397
Ibídem, p. 26.
398
Carlos Viramontes, «Los pames en la arqueología del semidesierto», en Jar
Ngú, núm. 5, boletín mensual del Centro INAH-Querétaro, Querétaro, 1998,
p. 9.
399
Carlos Viramontes, «El arte rupestre de los antiguos habitantes de Peñamiller,
Querétaro», en Gaceta Legislativa, núm. 12, LII Legislativa del Estado de Querétaro,
México, 1999b, p. 21.
Historia de la Arqueología en Querétaro 145

semidesierto400, en los parajes denominados La Puerta, Cañón de


la Guayaba y El Chorro, ubicados entre las poblaciones de Peña
Blanca y Las Adjuntas:
Existen grandes bloques grabados que parecen integrar una
misma unidad en lo que se refiere al estilo y la técnica; el graba-
do se realizó mediante el picoteo, creando un contraste entre el
color blanco de la roca sedimentaria y el gris obscuro de la
superficie.401
Más tarde, entre 1999 y el 2000, se dio un importante avance
en el estudio de las manifestaciones gráficas rupestres de los
chichimecas del semidesierto queretano, al registrarse más de
ochenta sitios arqueológicos, los cuales, en la mayoría de los ca-
sos, quedaron ubicados en Cadereyta, Colón y Peñamiller.402
De igual forma, en esos años, también se iniciaron los trabajos
del proyecto Los paisajes rituales de los grupos recolectores y
cazadores. Un estudio de la pintura rupestre de Querétaro
Prehispánico, con el apoyo de la ENAH y del CONACYT, que
integró los datos arqueológicos generados desde 1989 sobre los
pobladores de esta zona, bajo la perspectiva de la cosmovisión
propia de los grupos chichimecas.403
Por su parte, Carlos Viramontes (1999) sostuvo una interesan-
te reflexión sobre la interpretación metodológica de las manifes-
taciones gráficas rupestres que se había hecho desde fines del
siglo XIX hasta la actualidad. Carlos Viramontes presentó un tra-
bajo sobre el análisis gráfico de las expresiones de la Cueva de la

400
Aunque para otras partes del Estado ya existían reportes de la existencia de
petrograbados en Querétaro, que se habían dado desde la década de 1980 y durante los
años noventa. Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta (1985), Guillermo Hernández
(1993), Rosa Brambila y Carlos Castañeda (1999), en su momento, informaron de
tales testimonios.
401
Carlos Viramontes, op. cit., 1999b, p. 22.
402
Carlos Viramontes, op. cit., 2000f, p. 50.
403
En este sentido, el arqueólogo opinaba que para llegar a conclusiones definitivas
acerca del significado de sus símbolos rupestres, era necesario identificar la sociedad
que los creó, ya que cada una de ellas elaboraba sus propios códigos de comunicación
y sólo podían ser reconocidos por los integrantes de la misma. Para él, la pintura
rupestre era en sí un proceso comunicativo en el que subyacía un sistema de
significación susceptible de interpretación. Ver Carlos Viramontes, «La pintura
rupestre como indicador territorial. Nómadas y sedentarios en la marca fronteriza
del río San Juan, Querétaro», en op. cit., 1999d, p. 92.
146 Héctor Martínez Ruiz

Nopalera, Cadereyta, en el que concluyó que sus autores fueron


tanto grupos agrícolas sedentarios como bandas de recolectores-
cazadores, circunstancia nada extraña si se considera que el lugar
se encontraba dentro de la franja de interacción fronteriza en la
que coexistieron ambos tipos de manifestaciones pictóricas y, por
ende, de grupos humanos.404
Finalmente, en el año 2000, Carlos Viramontes publicó De
chichimecas, pames y jonaces, donde expone el proceso de apro-
piación de la naturaleza por parte de los grupos que habitaron esta
zona, principalmente en lo relativo a aprovechamiento de la lítica,
su transformación en instrumentos y la relación espacial con las
diversas unidades de transformación y consumo.405
Esto [implicó] identificar los yacimientos o fuentes de abasteci-
miento de materias primas líticas empleadas por estos grupos;
establecer la forma en que las mismas fueron explotadas para
manufacturar determinados instrumentos; definir los diferentes
procesos del trabajo de transformación de materias primas
inferibles a partir del desecho de talla en los diversos lugares en
que se llevó a cabo dicho trabajo; finalmente, establecer la rela-
ción espacial existente entre las diversas unidades de talla, de
habitación y fuentes de abastecimiento de materias primas.406
Para ello, tomó como punto de partida el vínculo existente en-
tre los recursos líticos disponibles en el territorio y su transforma-
ción en instrumentos empleados para la subsistencia del grupo.
Sugirió que era factible reconstruir los procesos de trabajo me-
diante el análisis tecnológico de los desechos de la manufactura
de herramientas; así, al identificarlos, propuso la existencia de una
relación espacial entre las distintas unidades arqueológicas reco-

404
Ibídem, p. 102.
405
En esta obra, también incluyó un análisis de las sociedades que se establecieron en
la periferia del semidesierto; o sea, la sección central y sur de Querétaro, el oriente
de Guanajuato y el altiplano de San Luis Potosí, que, durante el primer milenio de
nuestra era, estuvo incluida dentro de lo que Beatriz Braniff había denominado
Mesoamérica Marginal. Además, dedicó un apartado al estudio de estas sociedades
desde el punto de vista etnohistórico, donde puso en claro algunos de los problemas
que conllevaba la interpretación de tales fuentes, escritas principalmente durante el
siglo XVI. Ver Carlos Viramontes, De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-
cazadores del semidesierto de Querétaro, México, INAH, 2000e. p. 20.
406
Ibídem, p. 49.
Historia de la Arqueología en Querétaro 147

nocidas –yacimientos de materias primas, lugares de habitación,


campamentos estacionales y unidades de talla lítica–, en las que
los nómadas y seminómadas contaron con los elementos básicos
para facilitar sus actividades de recolección y caza, las cuales no
fueron modificadas substancialmente en el transcurso del tiem-
po. 407
De esta manera, los grupos chichimecas, al contar con un am-
plio espectro de materias primas disponibles que les permitían cubrir
prácticamente cualquier situación de producción tecnológica, pu-
dieron disponer de recursos suficientes para satisfacer su forma
de vida, situación que los llevó a poblar todo el territorio del
semidesierto por un largo periodo, que abarcó la mayor parte de la
época prehispánica; no obstante, lo anterior no excluía que, en
ciertos momentos y en algunas zonas, hubiera existido la presen-
cia de sociedades agricultoras y mineras.408

4.3.3. La arqueología en la Sierra Gorda de Querétaro


(1960-2000)
Como se ha visto a lo largo del presente trabajo, de las regiones
propuestas para el estudio arqueológico en el Estado de Querétaro,
la Sierra Gorda409, sin duda alguna, es el área donde más investi-
gaciones se han realizado desde el siglo XIX. Esta situación no
cambió en mucho con la delimitación de regiones geográfico-cul-
turales, al contrario, incluso la favoreció en cierta medida.
En 1984, Dominique Michelet publicó un trabajo sobre la zona
de Río Verde en el que incluyó información sobre los sitios que se
localizaban en el noroeste de la Sierra Gorda. Los resultados de
su recorrido le permitieron identificar, en el patrón de asentamien-

407
Ibídem: p. 118.
408
Ibídem: p. 133.
409
Según Margarita Velasco (1988), en 1984, se delimitó esta zona,
reconociéndose como subárea cultural la Huasteca Queretana; más adelante,
Alberto Herrera (1994), propuso que dadas sus características físicas y culturales,
debía dividirse en tres: Huasteca, Río Verde y Serrana. Dicha propuesta fue
apoyada, entre otros especialistas, por Elizabeth Mejía (1995 y 2002).
Actualmente comprende los municipios de Arroyo Seco, Pinal de Amoles,
Jalpan de Serra, Landa de Matamoros, San Joaquín, y parte de Cadereyta y
Peñamiller.
148 Héctor Martínez Ruiz

to de esta zona, algunas diferencias con respecto a la arquitectura


del centro oriente, donde la preferencia por el valle hacía innece-
saria la construcción de terrazas.410
El mismo año se continuaron los trabajos de exploración en la
zona arqueológica de Ranas, mientras que Antonio Urdapilleta
realizaba recorridos de inspección en la región del Deconí y Al-
berto Herrera hacía lo mismo en la zona de El Doctor. Como
resultado del estudio efectuado en esta parte de la Sierra Gorda,
Alberto Herrera estimó que el sitio arqueológico de El Doctor –al
igual que Ranas y Toluquilla– debió ser una ciudad minera, dedi-
cada principalmente a la explotación del cinabrio.411
De igual forma, en 1985, dentro de la XIX Mesa Redonda de la
Sociedad Mexicana de Antropología, Margarita Velasco y Anto-
nio Urdapilleta presentaron un trabajo sobre petroglifos y pinturas
rupestres que habían sido localizados durante los trabajos de la
cuarta temporada de campo del Proyecto Arqueológico Minero
de la Sierra Gorda, llevada a cabo de 1984 a 1985.412 Por tratarse
de sólo dos casos, el estudio se vio limitado a la descripción del
medio donde fueron localizados, los aspectos culturales a los que
se encontraban asociados y los elementos que los conformaban.
Aseguraron que por ser un estudio inicial, era necesario localizar
otros sitios para poder obtener muestras más representativas de
tales expresiones que permitieran elaborar hipótesis mejor sus-
tentadas de la función que cumplieron en la sociedad o socieda-
des que las produjeron.413
En ese foro, Alberto Herrera participó con una ponencia sobre
la zona arqueológica de El Doctor, donde expuso los resultados de
la inspección y las muestras de materiales obtenidos en la super-
ficie y en los pozos de saqueo que tenían las estructuras del asen-

410
Cfr. Dominique Michelet, Río Verde, San Luis Potosí (Mexique), Collectión
Etudes Mesoamericaines, vol. IX, Centro d’ Études Mexicaines et Centramericaines,
México, 1984.
411
Véase Alberto Herrera Muñoz Alberto, Minería de cinabrio en la región El
Doctor, Querétaro, ENAH, México, 1994.
412
Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta, «Petroglifos y pinturas rupestres en la
Sierra Gorda de Querétaro», en op. cit., 1989, p. 231.
413
Ibídem, p. 236.
Historia de la Arqueología en Querétaro 149

tamiento.414 Es preciso hacer notar que tales datos fueron obteni-


dos durante la temporada de campo de febrero a mayo de ese
año, dentro del Proyecto Minería de Cinabrio al Norte del Río
Moctezuma, anexo al Proyecto Minero Arqueológico de la Sierra
Gorda, que coordinaba Margarita Velasco:
El sitio se encuentra en una ladera […] en donde se han acondi-
cionado cuatro grandes plataformas que albergan a 14 estructu-
ras de planta rectangular y cada una de ellas con un hoyo de
saqueo; de éstas, una se encuentra prácticamente arrasada por
la actividad de sacar materiales de construcción para casas, mien-
tras que otras tres se encuentran en el mismo proceso.
El sistema constructivo de las estructuras consiste en un nú-
cleo de piedras planas acomodadas y con muros de piedras con
un lado plano, cubriendo el núcleo y, a su vez, revestidos con
piedras cuadrangulares bien trabajadas; con caras bien delinea-
das, talladas y con cierto grado de pulimiento, que son visibles
en pequeños sectores.415
Para Herrera, la importancia de este asentamiento consistió en
que al ser el de mayores dimensiones para esta parte de la sierra,
bien pudo funcionar como un lugar de control de paso hacia
asentamientos más grandes, como el de Toluquilla, al que quizá
estuvo subordinado, o como un centro de control administrativo
dedicado a regular la extracción del sulfuro de mercurio o ci-
nabrio.416
En la misma Mesa, Cesar Quijada presentó un informe sobre el
sitio arqueológico de La Paleta, ubicado en San Joaquín:417
El asentamiento tiene de largo 250 metros aproximadamente, un
ancho máximo de 50 metros y un mínimo de 5 metros, su eje
mayor está orientado en dirección sureste noroeste y
geográficamente el sitio está dividido en dos secciones que se
denominaron A y B.

414
Alberto Herrera Moreno, «Primeros apuntes sobre el sitio El Doctor, Cadereyta,
Querétaro: en torno a su ubicación y relación con los asentamientos aledaños», en
op. cit., 1989, p. 242.
415
Idem, p. 243.
416
Ibídem, p. 246.
417
César Armando Quijada López, «El sitio arqueológico de La Paleta, municipio
de San Joaquín Querétaro», en op. cit., 1989, p. 250.
150 Héctor Martínez Ruiz

La sección A consta de una serie de terrazas artificiales y naturales


que fueron aprovechadas para la construcción de varias habita-
ciones que aún se conservan en superficie, pues existen todavía
vestigios de algunos de los muros de ellas, que van desde unos
cuantos centímetros hasta dos metros de altura aproximadamente,
cuyo sistema constructivo es a base de grandes lajas más o menos
cuadrapeadas para reforzar las esquinas de los cuartos. […]
La sección B tiene forma alargada siguiendo la topografía del
terreno y en cuya entrada tiene un ancho de apenas 5 metros y
en donde aún se ven los restos de un muro, probablemente de
un corral moderno que divide dos propiedades; más adelante
como a ocho metros se localizan los restos de una pequeña
habitación de forma rectangular, pues se aprecia en superficie la
esquina noroeste de dicho cuarto, más adelante se ven los ci-
mientos de una estructura circular de un diámetro de 4 metros,
después hacia el noroeste y en la porción más ancha existe un
montículo que aprovecha la forma del terreno par adquirir mayor
volumen…418
De forma paralela se iniciaron los trabajos por parte del Depar-
tamento de Registro de Monumentos y Zonas Arqueológicas del
INAH, para elaborar un atlas arqueológico del estado, de acuerdo
al planteamiento general que se había establecido para toda la
República con recursos aportados por el Gobierno de Querétaro.419
En 1986, el espeleólogo Carlos Lascano Sahagún realizó una
serie de exploraciones en los sótanos naturales de la Sierra Gor-
da. En su reporte, incluyó un apartado sobre los hallazgos arqueo-
lógicos que se habían efectuado en las cuevas de la zona.
Hasta la fecha, los mejores hallazgos prehispánicos efectuados en
cavidades de la Sierra Gorda, se han efectuado en las áreas de
Pinal de Amoles, en los alrededores de La Ciénega y en el área de
La Florida. […] Por su número y buen estado de conservación, los
mejores descubrimientos se han hecho en las cuevas al oeste de
La Ciénega, municipio de Pinal de Amoles, en ellas los miembros
de la AMCS, reportan varias vasijas y otros vestigios como tron-
cos muy antiguos, escaleras muy primitivas labradas en el
travertino, pedazos de carbón, y de obsidiana trabajada.

418
Ibídem, p. 257.
419
Herrera y Quiroz, op. cit., p. 298.
Historia de la Arqueología en Querétaro 151

[…] De las cavidades de La Ciénega, es de donde mejores


conclusiones se pueden obtener en cuanto al uso que se les
daba. Por la posición en que se han encontrado muchas va-
sijas y el sitio dentro de la cavidad, se infieren dos posibles
utilizaciones, una era con el fin de obtener agua, […] y la
otra, probablemente sería un uso ritual. […] En algunas ca-
vidades se excavaron escalinatas con el fin de hacer más
fácil su acceso, y en otras se utilizaron troncos para descen-
der algunas verticales.
En toda la Sierra se encuentran construcciones de pe-
queño a mediano tamaño, llamadas localmente cuicillos,
su origen es, sin lugar a dudas prehispánico, y en algu-
nas partes parecen estar relacionados con la presencia
de las cavernas, como en el caso de La Ciénega. Desta-
can los cuicillos que se encuentran en las cercanías de
San Juan Buenaventura (área de San Juan), El Durazno
(área de La Florida), en el Cerro Alto, y en muchos otros
sitios de la región. 420
También en ese año, se aprobó el Proyecto Patrón de asenta-
miento en el área de Jalpan, Querétaro, que estuvo a cargo de
Cesar Quijada. En él, colaboraron Alberto Herrera y Jorge Quiroz,
así como algunos estudiantes de arqueología de la Escuela Nacio-
nal de Antropología e Historia.421 El citado programa tuvo como
objetivo el registro de los asentamientos prehispánicos de esa área,
con el fin de ver si era posible establecer una tipología cerámica
de tradición local, que pudiera ser mejorada con nuevos estudios.422
Durante los recorridos de superficie en su primera temporada,
clasificaron un total de 42 zonas; también, detectaron
asentamientos en la parte baja de los valles y se descubrió que

420
Carlos Lazcano Sahagún, Las cavernas de la Sierra Gorda, UAQ-SEDUE-SMEB,
Querétaro, 1986, p. 40.
421
En aquella ocasión se planteó un proyecto adjunto para el análisis de la cerámica
obtenida durante la primera fase de la investigación en los 42 sitios que fueron
localizados entre los municipios de Jalpan, Landa de Matamoros, Arroyo Seco y
Pinal de Amoles. Los resultados fueron publicados por Teresa Muñoz en 1989 y
1994. Véase Ma. Teresa Muñoz Espinosa. Material cerámico del norte del estado de
Querétaro, México, ENAH, 1989, y Material cerámico de la Sierra Gorda, en
Homenaje a Lino Gómez Canedo, Querétaro, Fondo Editorial de Querétaro, 1994.
422
César Armando Quijada López «Localización de sitios arqueológicos en la región
de Jalpan» en op cit., 1991, p. 269.
152 Héctor Martínez Ruiz

poseían un patrón de construcción diferente. Del mismo modo, la


cerámica y el diseño arquitectónico demostraron de forma clara
la influencia de Río Verde y la Huasteca.
Respecto de la conservación de los sitios, Quijada López
opinaba que la mayoría habían sido saqueados
sistemáticamente, debido a la creencia popular de la existen-
cia de tesoros, o que otras veces eran destruidos por las labo-
res agrícolas, pero que en algunos de ellos todavía era posible
realizar trabajos de investigación para obtener mayor infor-
mación y poder conservarlos.423
Después, Cesar Quijada efectuó dos nuevas temporadas de
campo –entre 1988 y 1989– que le llevaron a recorrer la zona de
Pinal de Amoles, al tiempo que trabajaba también dentro del Pro-
yecto Nacional de Atlas Arqueológico de México, con el cual se
logró el inventario de 500 sitios para la Sierra Gorda; sin embargo,
dicho programa se canceló y sus resultados fueron parcialmente
publicados.424
Al margen de este suceso, durante los meses de octubre de
1987 a enero de 1988, Elizabeth Mejía y Luis Barba efectuaron
un estudio de los pisos y sedimentos de Ranas y Toluquilla por
métodos químicos, con la intención de conocer la función que
tuvieron algunas de sus estructuras:
En dichos asentamientos se realizaron tres experimentos;
uno de la parte nuclear y posiblemente ceremonial; el segun-
do, en un juego de pelota, que aun cuando fue excavado en
1972 y está muy alterado, se pretendió ver las posibilidades
de obtener información; y finalmente, en una terraza que por
su ubicación, se plantearía como habitacional o de culti-
vo. 425
Con posterioridad al análisis de los datos obtenidos en los
dos sitios, llegaron a la conclusión de que el edificio III de
Ranas fue usado como lugar de preparación y consumo de

423
Ibídem, p. 282.
424
Elizabeth Mejía Pérez-Campos, «Arqueología de la Sierra Gorda desde el Centro
Regional» INAH, en op. cit., 2000, p. 54.
425
Elizabeth Mejía Pérez-Campos y Luís Barba Pingarrón, «Estudio de áreas de
actividad por medio químicos en Ranas y Toluquilla», en op. cit., 1991, p. 227.
Historia de la Arqueología en Querétaro 153

alimentos; en cambio, la estructura 31 de Toluquilla funcionó


como adoratorio, no así el edificio 32, que pudo ser un centro
de reunión. 426
Al mismo tiempo y vinculado al Proyecto Arqueológico
Minero de la Sierra Gorda, en 1987, Margarita Velasco
presentó un informe sobre los trabajos de exploración y
rehabilitación efectuados en esos sitios. Las exploraciones
hechas en esa temporada dieron como resultado la locali-
zación de un elemento constructivo poco frecuente en la
arquitectura mesoamericana: escaleras semicirculares,
que fueron adoptadas por los pobladores de la zona por ser
algo novedoso propio de la época. Este hecho demostró
una vez más los lazos de integración cultural que la Sierra
Gorda tuvo con la Cuenca de México, el Centro de
Veracruz, la Huasteca y la zona de Río Verde, entre el 500
y 1200 D.C. 427
Posteriormente, en 1988, la misma autora publicó un ar-
tículo sobre Toluquilla, donde insistía en que al asentamiento
no se le podía considerar como una fortaleza, pues carecía
de los elementos constructivos propios de los sitios desti-
nados para ese fin. 428 De igual forma, planteó que el lugar
había sido un asentamiento más tardío que Ranas y que su
construcción pudo deberse a la saturación de ese sitio o a
las necesidades de control por parte de la sociedad serra-
na; dichas afirmaciones se alejaron bastante de lo que ha-
bía propuesto en 1982, cuando, al referirse a los dos com-
plejos, opinaba que primero se inició la construcción de
Toluquilla y luego la de Ranas. 429

426
Ibídem, p. 247.
427
Margarita Velasco, «Escaleras semicirculares en la Sierra Gorda», en op. cit.,
1991, p. 268.
428
Margarita Velasco, «Zona arqueológica de Toluquilla», en El Heraldo de Navidad,
Querétaro, Patronato de las Fistas de Querétaro, 1988, p. 25.
429
Para Elizabeth Mejía, era poco probable que Toluquilla fuera una ciudad satélite
de Ranas y que se hubiera fundado por la saturación de este sitio; más bien debió ser
una ciudad paralela a ella, que surgió por la necesidad de controlar esa región. Ver
Elizabeth Mejía-Pérez Campos, Toluquilla, una provincia minera (mecanoscrito),
INAH- Querétaro, México, 1995, p. 20.
154 Héctor Martínez Ruiz

Mientras tanto, Adolphus Langenscheidt, en su Historia mí-


nima de la minería en la Sierra Gorda (1988), hizo un recuento
cronológico de las diferentes etapas por las que pasó, según él,
esta actividad, desde el siglo X A.C., hasta la segunda mitad del
siglo XX.430
Un año después, en 1989, Cesar Quijada participó en el libro
Homenaje a Julio Cesar Olivé Negrete con un trabajo histórico
sobre Toluquilla, desde que lo recorrió Mariano Bárcena, en 1872,
hasta el año 1967, cuando lo mencionó, en su obra Historia de
Querétaro, Manuel Septién y Septién.431
En cambio, Saint-Charles y Miguel Argüelles escribieron
sobre los vestigios arqueológicos de San Joaquín en la revista
Avances, donde, además de mencionar los asentamientos pro-
pios de la cultura serrana, dieron fe de las pinturas rupestres y
los petroglifos localizados al noroeste de Ranas y norte de
Toluquilla:
Las pinturas están sobre la cadena de Agua de León en una
superficie de roca caliza. Se trata de motivos antropomorfos y
geométricos […] y no todos corresponden a la misma época.
Respecto a los petroglifos, se localizan en la ladera sur del cerro
Bordo Grande, en afloramientos rocosos, en posición horizon-
tal. Se trata principalmente de motivos geométricos […] sólo en
un caso es naturista.432
Más adelante, en 1990, se llevó a cabo el Seminario de Ar-
queología Wigberto Jiménez Moreno con el tema Mesoamérica
y el Norte de México. En dicho encuentro, Margarita Velasco
participó con una ponencia sobre el análisis de los patrones de

430
De la época que nos ocupa, retomó la idea que ya había expuesto con anterioridad,
de que en un principio la extracción de minerales fue promovida por grupos de
tradición olmeca valiéndose de la población local y que, posteriormente, las minas
quedaron bajo la influencia de Teotihuacan y de El Tajín, para recibir después una
débil influencia tolteca, con la cual, esta actividad decayó en el siglo XII D.C. Véase
Adolphus Langenscheidt, «Historia mínima de la Sierra Gorda», en op. cit., 1997,
p. 583.
431
César Quijada López, «Estudio histórico de un sitio en la Sierra Gorda de
Querétaro: Toluquilla (1872-1967)», en Homenaje a Julio Cesar Olivé Negrete,
México, UNAM, CNCA-INAH- Colegio Mexicano de Antropólogos, 1991, p. 325.
432
Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. «Vestigios arqueológicos en el
municipio de San Joaquín, Qro.», en Avances, núm. 4, Querétaro, UAQ, 1990, p. 17.
Historia de la Arqueología en Querétaro 155

asentamiento para la Sierra Gorda a partir del Modelo Diacróni-


co-sincrónico desarrollado por Juan Yadeun.433
Asimismo y sobre la base del análisis aplicado al patrón de
asentamiento serrano, llegó a la conclusión de que las particulari-
dades culturales de la Sierra no concordaban con el esquema ge-
neral propuesto por dicho modelo:
Yadeun en su modelo plantea una escala de cuatro estadios
para la evolución de la estructura urbana, que es un reflejo del
Estado. La Sierra Gorda se encuadra dentro del primer estadio al
igual que gran parte del norte de Mesoamérica, es decir: el Esta-
do Mesoamericano Antiguo (800 A.C - 100 D.C.), aunque con
una cronología desfasada, es decir que este estadio estaría vi-
gente hasta los siglos VI-XI D.C. para el caso de la Sierra Gor-
da.434
De este trabajo vale la pena mencionar que su aporte más im-
portante quizá haya sido el de problematizar el tipo de organiza-
ción política y religiosa que tuvieron los antiguos pobladores de
esta región, así como el de reconocer que la Sierra Gorda mantu-
vo una unidad cultural con el Noreste de Mesoamérica desde 300
A.C. hasta 1000 D.C.435
Avanzando en el tiempo, en 1991, Teresa Muñoz participó en
Homenaje a Lino Gómez Canedo con un artículo sobre los re-
sultados preliminares del estudio de los materiales cerámicos ob-
tenidos durante la primera temporada de campo del proyecto Pa-
trón de Asentamiento prehispánico en el área de Jalpan, Querétaro.
Uno de los principales propósitos de este trabajo de investiga-
ción fue integrar una clasificación de la cerámica de [esta zona]
que hasta ese momento no existía, y establecer una cronología
tentativa con base en la cerámica, la cual permitió la identifica-
ción de tipos por analogía y los rasgos generales de los princi-
pales periodos de ocupación, las características y su área de
extensión.436
433
Margarita Velasco, «El norte de Mesoamérica: La Sierra Gorda», en Seminario
de Arqueología Wigberto Jiménez Moreno: Mesoamérica y Norte de México,
siglos IX-XII, INAH, México, 1990, p. 459.
434
Ibídem, p. 463.
435
Ibídem, p. 464.
436
María Teresa Muñoz Espinosa, «Material cerámico de la Sierra Gorda» en
Homenaje a Lino Gómez Canedo, Querétaro, Fondo Editorial de Querétaro, 1994,
p. 14.
156 Héctor Martínez Ruiz

El material cerámico analizado, en la mayoría de los casos, pre-


sentaba uniformidad con los elementos culturales afines en la zona,
pero también y al mismo tiempo, el contacto con las áreas de Río
Verde, la Huasteca, la Costa del Golfo y el Altiplano Central.
Podemos sugerir además que la relación que estos materiales
cerámicos muestran con la planicie y costa del Golfo y el altipla-
no potosino, también existe, aunque en menor escala, cierta pre-
sencia de la cultura teotihuacana. […] lo que confirma el fuerte
contacto o intercambio que hubo entre grupos que habitaron la
región norte de Querétaro, con las altas culturas
mesoamericanas.437
En cambio, Alberto Herrera, en Minería Prehispánica en la
Sierra Gorda, relató que durante su visita a esta zona, unos años
atrás, había detectado varias minas prehispánicas, en las que se
explotó fundamentalmente cinabrio, pero también otros minerales
como óxido de hierro, calcita verde, galena, fluorita y mercurio
nativo en estado líquido.438 De igual forma, sostuvo que los grupos
que habitaron la zona en esta época presentaban rasgos similares
a los de las sociedades vecinas, por lo que propuso una división
de la Sierra Gorda, para su estudio, en tres subáreas de acuerdo
con sus características físicas y culturales.
En primer lugar se encuentra una región que denominaremos
como Sierra. Dado que en ella, se encuentran los asentamientos
más característicos de la Sierra Gorda como son Ranas,
Toluquilla, Mesa de San Juan o Quirambal, Epazotes Grandes,
Canoas, Los Moctezumas, El Doctor, El Durazno, El Rodezno,
etc. Se localiza en la porción centro-sur de la sierra queretana,
colindando por el sur y sureste con la región del semidesierto.
[…] La segunda región que denominaremos Río Verde, se ubica
al centro y noroeste del estado y corresponde a los valles y
cañones de los ríos Ayutla, Concá y Santa María Acapulco,
asimismo [...] se puede incluir al río Extoraz dentro de esta re-
gión.
Esta región cuenta con pocos estudios, pero se detectaron
asentamientos con características arquitectónicas y de distri-
bución interna de los edificios diferentes. Los sitios se confor-
437
Ibídem, p. 25
438
Alberto Herrera, «Minería prehispánica en la Sierra Gorda», en op. cit., 1994,
p. 38.
Historia de la Arqueología en Querétaro 157

man a base de estructuras piramidales y alargadas formando


plazas con accesos bien delimitados al oriente y poniente de las
mismas. Cuando presentan juegos de pelota uno de los para-
mentos es por lo menos un metro más bajo y no necesariamente
está rematado por una estructura piramidal.
Los ejemplos más importantes son Concá, Purísima, Arroyo
Seco, El Carrizal y Mesa de Agua Fría.
[…] La tercera región es la considerada como Huasteca, que
coincide en términos generales con la zona conocida como
huasteca queretana en el noroeste de la entidad. Sus
asentamientos más importantes son San Antonio Tancoyol,
Tancoyol, Reforma, Cerro del Sapo, La campana, Agua Zarca,
Neblinas, Tangojó, La Camarona, El Lobo, etc.
Los rasgos más destacados de sus asentamientos son: la pre-
sencia de grandes plataformas sobre las que descansan edifi-
cios de plantas rectangulares y circulares, así como basamentos
piramidales con varios cuerpos que llegan a tener alturas hasta
de quince metros; juegos de pelota cuya cancha se encuentra
bien delimitada por banquetas incluyendo uno de los cabezales,
éstas presentan una traza planeada para la distribución de las
edificaciones, dejando claros y zonas de circulación.439
En sus conclusiones, hizo notar que esta diversidad cultural había
propiciado el surgimiento de una amplia variedad de técnicas de
explotación minera: a cielo abierto, en rebajes y tajos abiertos, en
canteras, obras subterráneas, túneles y tiros o galerías.440
En ese mismo foro, Margarita Velasco presentó los descubri-
mientos efectuados durante los trabajos de exploración y consoli-
dación en las zonas arqueológicas de Ranas y Toluquilla. Se trata-
ba de tres estructuras arquitectónicas que no correspondían a
lineamientos constructivos hasta ese momento registrados para
estos sitios.441 Dichas estructuras presentaban un patrón seme-
jante, en el que al parecer se manejó la misma idea: dos cuerpos
rectangulares, separados por un pasillo y unidos en uno de sus
extremos por un muro vertical. En cada caso, el contexto urbano

439
Ibídem, p. 40.
440
Ibídem, p. 46.
441
Margarita Velasco Mireles, «Ranas y Toluquilla, exponentes de la cultura clásica
de la Sierra Gorda. Estructuras dobles», en op. cit., 1994, p. 47.
158 Héctor Martínez Ruiz

en que se localizaron era distinto, sin embargo, opinaba que las


tres debieron funcionar como recintos ceremoniales, especialmente
la de Toluquilla –identificada con el número 31– asociada al juego
de pelota, cuya abundancia –cuatro en total– podría significar que
la vida de la ciudad, en buena medida estuvo ligada a ese ritual.442
Dos años después, en 1993, Alberto Herrera443 y Elizabeth Mejía
iniciaron un programa permanente de mantenimiento en Toluquilla,
que duró seis años y, en 1994, al proponerse el Proyecto Toluquilla,
que se desarrolló en cuatro temporadas de investigación, de 1996
a 1999, fue declarada zona de monumentos.444
En aquel tiempo, Jorge Quiroz propuso el Proyecto Arqueológi-
co Valles de la Sierra Gorda; durante 1995 y 1996, de acuerdo con
el programa de certificación agraria de predios ejidales en esta
zona, se clasificaron sitios que nunca se habían visitado, esto trajo
como consecuencia que el inventario se elevara a 530 sitios, de
los cuales, sólo 15 estaban protegidos legalmente.445
En 1995, Elizabeth Mejía, al escribir un artículo sobre Toluquilla,
retomó la tesis de Alberto Herrera de dividir la región en tres
subáreas culturales: Río Verde, Huasteca y zona Serrana o Sie-
rra, pese a que reconoció que esta demarcación aún estaba en
estudio ya que se sabía poco de sus límites, además de que había
lugares donde aún no se efectuaban recorridos de inspección, por
lo que no se conocía el total de asentamientos prehispánicos que
existían en la región.446
A pesar de esa limitante, sostuvo que en cada una de las
subáreas operó al menos una comunidad rectora que fungió como

442
Para Dominique Michelet, la marcada importancia del Juego de Pelota en algunas
regiones como Río Verde y la Sierra Gorda –en sitios como Ranas y Toluquilla –, era
evidencia del contacto con la Costa del Golfo. Ver Dominique Michelet, «¿Gente del
Golfo tierra adentro?» en Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 8,
UNAM, México, 1986, p. 83.
443
Aunque, también y de manera previa (1992), escribió un artículo sobre los
asentamientos prehispánicos que se localizaban en la Sierra de Querétaro; trabajo
que por cierto, integró parte de la historiografía que existía para esta zona, así como
la descripción de Ranas y un apartado sobre la minería de la región. Ver Alberto
Herrera, «Los antiguos asentamientos de la Sierra Gorda», en op. cit., 1992, p. 55.
444
Elizabeth Mejía, op cit., 2000, p. 54.
445
Ibídem, p. 55.
446
Elizabeth Mejía Pérez-Campos, op. cit., 1995, p. 2.
Historia de la Arqueología en Querétaro 159

cabecera de provincia. Así, en cada jurisdicción, se mantuvo un


estricto control de los medios productivos y la red de comercio, lo
que facilitó su acercamiento con la Huasteca, Costa del Golfo y el
Altiplano Central.
Sobre la base de esta idea, estimó que Toluquilla pudo ser la
cabecera de una de tales provincias y que su crecimiento se debió
a la actividad minera, que no sólo involucraba su extracción, sino
también su control y comercio.447
Al poco tiempo, en 1996, Elizabeth Mejía dirigió una nueva fase
de investigación en Toluquilla. En esta nueva etapa se realizaron
labores de mantenimiento de los edificios, en los que colaboraron
especialistas de la Facultad de Medicina y del Instituto de Inves-
tigaciones Antropológicas de la UNAM, la Escuela Nacional de
Antropología e Historia, la Universidad de McGill de Montreal y
el INAH.
Una vertiente del proyecto fue el estudio de la arquitectura,
que entre otras cosas atendió al patrón de construcción de las
habitaciones y los templos, un análisis sobre los materiales usados
para la edificación de habitaciones, el estilo que usaron y la pre-
sencia de estilos propios de otras regiones.
Otro de los objetivos que Elizabeth Mejía se propuso como par-
te de la investigación multidisciplinaria que se estaba desarrollan-
do, fue averiguar sobre el funcionamiento de la ciudad, la localiza-
ción del sistema de drenaje y almacenamientos de agua, así como
acerca de las etapas de construcción de la ciudad y sus
remodelaciones, para ver si podía definir su patrón de asenta-
miento y, en última instancia, conocer las causas de su abandono
(fig. 22).448
Vale la pena mencionar que a este proyecto también se inte-
graron dos estudiantes de arquitectura del Instituto Tecnológico
de Querétaro, quienes consideraron que el crecimiento de la ciu-
dad se presentó, esencialmente, en un sentido norte-sur, para pro-

447
Ibídem, p. 44.
448
Elizabeth Mejía, «Toluquilla: una ciudad minera», en Gaceta Legislativa, núm.
10, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 1999, p. 23.
160 Héctor Martínez Ruiz

teger los espacios construidos del viento, y que además, el asenta-


miento tuvo un doble sistema de circulación: de tipos central y
periférico.449
Más adelante, Elizabeth Mejía presentó un resumen de las pri-
meras conclusiones a que se había llegado a partir del trabajo de
investigación efectuado desde los ochenta en esta región, donde
insistió en que la Sierra Gorda, por sus rasgos culturales, debía
dividirse en tres zonas: Serrana, Huasteca y Río Verde.450
Dos años después, en 1997, Margarita Velasco publicó La Sie-
rra Gorda: documentos para su historia, que tuvo como propósito
el integrar los documentos de historia, etnohistoria, lingüística y
arqueología que se ocupaban de aquella región. La obra se pre-
sentó en dos tomos, en el segundo volumen se reprodujeron los
informes arqueológicos hechos en el siglo XIX. También, se inclu-
yeron los trabajos de Paul Kirchhoff, Pedro Armillas y Beatriz
Braniff sobre la fluctuación de la frontera norte de Mesoamérica,
región en la cual había estado inmerso el territorio actual del Esta-
do de Querétaro, así como los reportes de las investigaciones de
la actividad minera en el área, descubrimiento que fue de gran
importancia, ya que modificó varios de los conceptos que se te-
nían sobre esta ocupación y su impacto en el desarrollo cultural de
los pueblos prehispánicos de la zona.451
Al poco tiempo, en 1999, Alberto Herrera y Elizabeth Mejía
dieron a conocer un trabajo sobre los distritos mineros de la Sierra
Gorda. Como un intento de conocer más de cerca los métodos de
extracción del sulfuro de mercurio, surgió el proyecto Minería de
Cinabrio en la Sierra Gorda, que buscaba aportar elementos para
la interpretación contextual de este material, cuyo uso estaba
ampliamente difundido en los rituales funerarios de Mesoamérica.
Dicho proyecto tuvo como finalidad ubicar los sitios de extrac-
ción del mineral. Reconocieron que desde 1995 se había realizado

449
Véase Angélica Álvarez y Enrique Toscano. Análisis del espacio urbano.
Toluquilla, Querétaro, Querétaro, Instituto Tecnológico de Querétaro, 1997.
450
Elizabeth Mejía, «La arqueología de la Sierra Gorda», en Gaceta Legislativa,
núm. 19, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000, p. 18.
451
Margarita Velasco Mireles, La Sierra Gorda: documentos para su historia, Vol.
1, INAH, México, 1997, p. 18.
Historia de la Arqueología en Querétaro 161

un estudio geológico para identificar los yacimientos, en el que se


identificaron dos zonas de trabajo, una de ellas, en la región de
tierra caliente y la otra, en plena Sierra Gorda. Más adelante,
para constatar los datos, se efectuó un recorrido de campo para
observar si los yacimientos mostraban indicios de explotación. Fi-
nalmente, se clasificó la información disponible para documentar
los sitios que hasta ese momento eran poco conocidos.452
Además, presentaron un bosquejo histórico sobre el poblamiento
de la región durante el primer milenio de nuestra era, con la inten-
ción de definir, por un lado, el contexto cultural en que se desarro-
lló esta actividad económica, y por el otro, para saber quiénes
habían explotado este recurso mineral.453 Fue así como conside-
raron que en la subregión de Río Verde, existieron dos distritos
mineros: Río Blanco-Atarjea y Peñamiller; y en la Huasteca, sólo
uno: Soyatal-Bucareli, aunque con la posibilidad de distinguir otro
para la zona de Escanela, y en la región Serrana, tres, cuyos cen-
tros administrativos debieron ser Ranas (fig. 23), Toluquilla y Mesa
de Ramírez.454
Es importante hacer notar que a partir de esta investiga-
ción se propuso que los partidos huastecos y serranos controlaron
los yacimientos más ricos, quizás por tener un origen común y una
trayectoria temporal más amplia, cosa que no ocurrió en la subárea
de Río Verde, pues sus centros, al parecer, rivalizaron en tamaño
e importancia:
Así, los patrones de colonización y/o conquista prehispánica
adquieren un sentido diferente, ya que en el caso de la Sierra
Gorda no es sólo por la exacción de tributo, sino también por el
control de los yacimientos de materiales que son los símbolos
de la vida y riqueza para el pensamiento mesoamericano. Esto

452
Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:
sus distritos mineros 1ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 6, Querétaro, Legislatura
del Estado de Querétaro, 1999, p. 21.
453
Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:
sus distritos mineros 2ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 7, Querétaro, Legislatura
del Estado de Querétaro, 1999, p. 23.
454
Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:
sus distritos mineros 3ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 8, Querétaro, Legislatura
del Estado de Querétaro, 1999, p. 22.
162 Héctor Martínez Ruiz

permitió que en un mismo marco geográfico coexistieran en apa-


rente paz las tres entidades políticas de la sierra, además de
grupos de recolectores-cazadores. La pregunta que surge es:
¿por qué no se dio el dominio total en la región por alguna de
estas entidades políticas desplazando o conquistando a las
otras? En un plano hipotético podemos sugerir que la falta de
control generalizada pudo ser el resultado de una demanda limi-
tada en este recurso y no fue tan importante para promover el
control total de un solo grupo, o quizás, se debe a que estos tres
poderes se encontraban emparentados por alianzas y no rivali-
zaron entre ellas.455
Al mismo tiempo, en la sección de Las Madrileñas, del sitio de
San Francisco Concá, se realizó el hallazgo de algunos materiales
arqueológicos, entre los que destacaba un entierro que contenía
conchas marinas, dientes humanos, minerales de color verde y los
restos de dos personajes, uno de los cuales, al parecer, era de
mayor rango; a pesar de ello y como característica en común, no
presentaban columna vertebral ni hueso iliaco.456
Un par de años después, en 1999, los arqueólogos Martz de la
Vega, Miguel Pérez Negrete, Jorge A. Quiroz y Alberto Herrera
informaron del hallazgo de una punta acanalada en el norte del
Estado:
En el mes de julio de 1999 durante las actividades realizadas al
interior del Proyecto Arqueológico Valles de la Sierra Gorda, se
nos mostró una punta de proyectil que fue encontrada en el
Municipio de Jalpan de Serra en el paraje conocido como Puer-
to de Ánimas. […] El material por sus características morfológicas
fue clasificado de manera preliminar como una punta acanalada
[…] clovis de lados cóncavos.457
Este sorpresivo descubrimiento vino a replantear lo propuesto
acerca del poblamiento de esta región durante la época
prehispánica, pues aunque sostuvo que su procedencia no era lo-

455
Ibídem, p. 23.
456
Cfr. Mónica Isabel Suárez Diez, Análisis e interpretación de materiales
arqueológicos recuperados de un entierro en la Sierra Gorda Queretana, México,
ENAH, 1999.
457
Hans Martz de la Vega, et al., «Una punta acanalada en Jalpan de Serra», en
Gaceta Legislativa, núm. 20, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000,
p.19.
Historia de la Arqueología en Querétaro 163

cal, si evidenciaba que grupos humanos se habían asentado en la


Sierra Gorda mucho tiempo atrás de lo propuesto hasta ese en-
tonces:458
Hemos de indicar que para la Sierra Gorda no se conocía una
ocupación tan temprana, estimada ahora con el hallazgo de la
clovis, en alrededor del año 7 000 A.C. Esto indica que los
cazadores recolectores estuvieron adaptados a un patrón de
reconocimiento en estas tierras.459
Aunque no existían suficientes testimonios para comprobarlo,
opinaba que la ruta de acceso para los grupos clovis que llegaron
a la región de Jalpan debió ser principalmente por el actual Estado
de Hidalgo, a través el semidesierto queretano vía Cadereyta o
desde el norte por la altiplanicie rioverdense.460
Finalmente, durante los trabajos hechos en el marco del Pro-
yecto Arqueológico Valles de la Sierra Gorda (1999-2000), se efec-
tuó la consolidación de dos estructuras arquitectónicas localiza-
das en el sitio de Tancamá, ubicado a doce kilómetros de la cabe-
cera municipal de Jalpan de Serra.
Durante las exploraciones, en la esquina noroeste de una de las
construcciones, se localizó una olla antropomorfa, que al parecer
formaba parte del ajuar funerario de un personaje sepultado en
ese lugar. El objeto mide aproximadamente unos 19 centímetros
de largo por 18,2 cm de ancho y 18 cm de altura. Representa un
rostro con los ojos cerrados y los dientes mutilados; en las orejas,
tiene dos perforaciones de diferente tamaño. En la parte superior
de la cabeza tiene un asa tipo estribo y en la parte posterior se
podía apreciar una vertedera incompleta (fig. 24).461
458
A pesar de lo dicho por estos autores, Elizabeth Mejía planteó que por ser material
arqueológico obtenido de un saqueo, no se podía considerar un referente válido para
establecer fechamientos confiables. Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio
de 2004.
459
Hans Martz de la Vega, et.al., «Una punta acanalada en Jalpan de Serra», en
Gaceta Legislativa núm. 21, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000,
p. 24.
460
El lugar donde se ubicó el proyectil no concordaba con la ruta propuesta con
anterioridad, es decir, de norte a sur, por lo que su presencia es aquél territorio,
evidenció otra posible ruta, adentrada en la Sierra Madre Oriental, en la parte
septentrional de la Sierra Gorda. Véase Hanz Marz de la Vega, et al.,ibídem, p. 23.
461
Alberto Quiroz Moreno, «Tancamá, Querétaro. Hallazgos en la Estructura 6»,
en Arqueología Mexicana, núm. 52, México, Raíces-INAH, 2001, p. 14.
164 Héctor Martínez Ruiz
Historia de la Arqueología en Querétaro 165

ÍNDICE DE FIGURAS

Figura 1. El Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito.


(Francisco de Ajofrín, 1764).

Figura 2. Dibujos realizados por Fray Juan Agustín de Morfi, que ilustran algunos
ejemplos de escultura mesoamericana procedentes de El Cerrito (1777).
166 Héctor Martínez Ruiz

Figura 3. El Cerrito y objetos arqueológicos que conservaba el cura de


San Francisco Galileo (Carlos Duparguet, 1777).

Figura 4. El sitio arqueológico de El Cerrito, Qro. (Juan Agustín de Morfi, 1777).


Historia de la Arqueología en Querétaro 167

Figura 5. Montañas de El Doctor y zona arqueológica de Toluquilla.


(John Phillips, 1848).

Figura 6. Ruinas de Canoas. Vista O. del Cerro de la Ciudad.


(Mariano Bárcena, 1872).
168 Héctor Martínez Ruiz

Figura 7. Ruinas de Canoas. Vista de una fortificación. (Mariano Bárcena 1872).

Figura 8. Ruinas de Toluquilla. (Jacinto Moreno, 1879).


Historia de la Arqueología en Querétaro 169

Fig. 9. Ruinas de Toluquilla (Jacinto Moreno, 1879).

Fig. 10. Ruinas de Ranas (Jacinto Moreno, 1879).


170 Héctor Martínez Ruiz

Figura 11. Bajorrelieve localizado en Toluquilla. (Jacinto Moreno, 1879).

Figura 12. Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Ranas, cerca del
pueblo del mismo nombre (Pawel Primer, 1879).
Historia de la Arqueología en Querétaro 171

Figura 13. Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Toluquilla, en la


Sierra Gorda a 3½ leguas al E. de la municipalidad de El Doctor, distrito
de Cadereyta, estado de Querétaro, levantado y dibujado por Pawel
Primer, ingeniero y catedrático, julio, 1879.

Figura 14. Plano de las ruinas de Ranas (en la parte alta de la lámina), y de
Toluquilla (en la parte baja), construidas en las mesetas de las
escarpadas serranías de Querétaro.
(Planos de Pawel Primer y dibujos de J. A. Gómez R.).
172 Héctor Martínez Ruiz

Figura 15. Pozo de saqueo, Toluquilla, Querétaro. (Emilio Cuevas, 1931).

Figura 16. Esquina de un edificio, Toluquilla, Qro. (Emilio Cuevas, 1931)


Historia de la Arqueología en Querétaro 173

Figura 17. Entrada a un Juego de Pelota, Toluquilla, Querétaro.


(Emilio Cuevas, 1931).

Figura 18. Reconstrucción de las ruinas de Toluquilla, Qro.


(Emilio Cuevas, 1931).
174 Héctor Martínez Ruiz

Figura 19. Mapa arqueológico de Querétaro.


(Atlas arqueológico de la República Mexicana, 1939).

Figura 20. Frontera septentrional de Mesoamérica (Pedro Armillas, 1964).


Historia de la Arqueología en Querétaro 175

Figura 21. Detalle de pintura rupestre. (Carlos Viramontes Anzures, 2000).

Figura 22. Zona arqueológica de Toluquilla (Héctor Martínez Ruiz, 2004).


176 Héctor Martínez Ruiz

Figura 23. Zona arqueológica de Ranas (Héctor Martínez Ruiz, 1994).

Fig. 24. Olla antropomorfa, Estructura 6. Tancamá, Jalpan, Querétaro.


Revista Arqueología Mexicana (Jorge Alberto Quiroz, 2000).
Historia de la Arqueología en Querétaro 177

Figura 25. Cerámica teotihuacana localizada en el Soyatal, sierra de Querétaro


(José Luis Franco,1970).

Figura 26. Yugos procedentes de Mina de Yugos, en la zona de San Joaquín,


Querétaro (José Luís Franco,1970).
178 Héctor Martínez Ruiz

Figura 27. Yugo procedente de Mina de Yugos, en la zona zona de San Joaquín,
Querétaro (José Luís Franco,1970).

Figura 28. Cerámica negra teotihuacana localizada en el Soyatal, sierra de


Querétaro (José Luis Franco,1970).
Historia de la Arqueología en Querétaro 179

Figura 29. Croquis de la zona arqueológica de El Doctor, Cadereyta


(Alberto Herrera, 1988).

Figura 30. Pintura rupestre del semidesierto queretano


(Carlos Viramontes Anzures, 2000).
180 Héctor Martínez Ruiz

Figura 31. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997).

Figura 32. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997).


Historia de la Arqueología en Querétaro 181

Figura 33. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997).

Figura 34. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997).


182 Héctor Martínez Ruiz

Figura 35. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro


(Héctor Martínez Ruiz, 1998).

Figura 36. Reconstrucción del recinto ceremonial de El Cerrito


(Centro INAH Querétaro, 1984).
Historia de la Arqueología en Querétaro 183

Figura 37. Chac mol procedente de El Cerrito, trasladado al


Museo Regional en la década de 1930.

Figura 38. Vista de un basamento en ruinas en el sitio de Ranas,


San Joaquín, Querétaro (Eduardo Noguera, 1931).
184 Héctor Martínez Ruiz

Figura 39. Vista de un edificio de Ranas, San Joaquín, Querétaro


(Eduardo Noguera, 1931).

Figura 40. Ruinas de Ranas, San Joaquín, Querétaro (Emilio Cuevas, 1931).
Historia de la Arqueología en Querétaro 185

Figura 41. Vestigios de cultura teotihuacana en Querétaro


(Eduardo Noguera, 1945).

Figura 42. Zona arqueológica de La Paleta (César Quijada López, 1988).


186 Héctor Martínez Ruiz

Figura 43. Zona arqueológica de La Paleta (César Quijada López, 1988).

Figura 44. Eduardo Noguera en Toluquilla (Emilio Cuevas, 1931).


Historia de la Arqueología en Querétaro 187

Fig. 45. Plano de Toluquilla (Pawel Primer, 1872).

Figura 46. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro


(Héctor Martínez Ruiz, 1998).
188 Héctor Martínez Ruiz

Figura 47. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro


(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Figura 48. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro


(Héctor Martínez Ruiz, 2004).
Historia de la Arqueología en Querétaro 189

Figura 49. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro


(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Figura 50. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro


(Héctor Martínez Ruiz, 2004).
190 Héctor Martínez Ruiz

Figura 51. Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro


(Acuarela de Alejandro Rodríguez).

Figura 52. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro
(Héctor Martínez Ruiz, 2004).
Historia de la Arqueología en Querétaro 191

Fig. 53. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro
(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Fig. 54. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro
(Héctor Martínez Ruiz, 2004).
192 Héctor Martínez Ruiz

Figura 55. Figurilla femenina tipo Chupícuaro localizada en


el Cerro de la Cruz en 1990.

Figura 56. Figurilla masculina tipo Chupícuaro localizada en


el Cerro de la Cruz en 1990.
Historia de la Arqueología en Querétaro 193

Fig. 57. Zona arqueológica de El Cerrito, Querétaro (1998)


Centro INAH-Querétaro.

Fig. 58. Zona arqueológica de El Cerrito, Corregidora, Querétaro


Centro INAH-Querétaro. (Héctor Martínez Ruiz, 2007).
194 Héctor Martínez Ruiz

Fig. 59. Recinto ceremonial de El Cerrito (dibujo reconstructivo, 2006)


Zona arqueológica de El Cerrito, Corregidora, Qro., INAH-Querétaro.

Fig. 60. Escultura tipo «atlante» localizada en una mampostería al lado norte
del templo de San Francisco, Querétaro. Museo Regional,
INAH-Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2007).
Historia de la Arqueología en Querétaro 195

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