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LA EXPANSIÓN DE LA IGLESIA POR EL IMPERIO ROMANO

Melitón, obispo de Sardes en el Asia Menor en el siglo II, se dirige en una carta al
Emperador Marco Aurelio1, que tiene la reputacion de filósofo, es decir, de hombre sabio y
prudente. Para defender a los cristianos perseguidos, Melitón representa su doctrina como
una sabiduría de vida, como una “filosofía”, y demuestra que se da una coincidencia
providencial entre el comienzo del Imperio y la aparición del cristianismo: “Jesús nació
bajo Augusto y predicó bajo Tiberio”. La Iglesia y el Imperio están asociados, según
Melitón, para su realización recíproca. Este tema del Imperio como marco providencial
para la predicación del evangelio se repetirá con frecuencia.

El cristianismo no es atemporal. Nació en un mundo semítico y bíblico, luego se


arraigó profundamente en el mundo grecorromano y específicamente en el Imperio
romano, que se convirtió en el marco de la evangelización de los gentiles. Muy pronto
fueron también evangelizadas Persia, tal vez India, pero la barrera política y militar que
constituía el Imperio persa puso muchos obstáculos a esta predicación. Por el contrario, en
toda la cuenca del Mediterráneo (“Mare Nostrum”), dominado por el Imperio romano, la
circulación de personas, mercancías y también de doctrinas, facilitó de hecho la expansión
del cristianismo antiguo.
Los evangelizadores utilizaron no sólo las posibilidades geográficas y materiales
que les ofrecía el Imperio, sino igualmente los medios de expresión y las formas de
pensamiento que han marcado el cristianismo hasta nuestros días.

BREVE NOTICIA SOBRE ROMA

Según la leyenda, la ciudad fue fundada por Rómulo (y su hermano Remo, según
algunas versiones) en el año 753 a.C. Aunque las pruebas arqueológicas indican que existió
vida humana en este lugar con anterioridad.
La antigua Roma era un reino basado en dos estamentos, los patricios (nobles) y los
plebeyos, que carecían de derechos civiles y políticos. El Senado, o Consejo de Ancianos,
elegía a los monarcas y limitaba su poder.

LA REPÚBLICA

Desde el siglo VII hasta el siglo VI a.C. los reyes etruscos dominaron Roma, pero
hacia el 510 a.C. se estableció la República cuando el último monarca, Tarquino el
Soberbio, fue destronado. A partir de entonces Roma empezó a absorber las regiones

1
Marco Aurelio Antonino (121-180), emperador romano (161-180) y filósofo estoico, reforzó la autoridad
imperial y reformó la legislación.
Preocupado por el bienestar público e incluso vendió sus posesiones personales para mitigar los efectos del
hambre y la peste en el Imperio, persiguió a los cristianos, creyendo que eran una amenaza para el sistema.
En política interior Marco Aurelio defendió a las clases menos pudientes, para quienes fundó escuelas,
orfanatos y hospitales, y alivió la carga de los impuestos. También intentó humanizar las leyes penales y el
trato que los amos daban a sus esclavos. Reforzó la centralización de la administración imperial y, aunque
devolvió la importancia al Senado, incrementó la autoridad imperial.
Como filósofo, es recordado por su obra Pensamientos, un compendio en doce libros de preceptos morales
escritos en griego mientras desarrollaba sus últimas campañas militares. La obra es un manifiesto importante
de la filosofía estoica; revela su creencia de que la vida moral conduce a la tranquilidad. Subraya las virtudes
del saber, la justicia, la fortaleza y la moderación.
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periféricas. Roma siguió expandiéndose durante y después de las Guerras Púnicas contra
Cartago (264-146 a.C.).
Tras los asesinatos de los hermanos Tiberio (133 a.C.) y Cayo Sempronio Graco
(121 a.C.), quienes habían intentado una reforma agraria que permitiera acceder a la
posesión de tierras a los plebeyos, la ciudad experimentó un periodo de inestabilidad que
llegó a su cenit con las guerras civiles del siglo I a.C.

El hombre clave de este período fue Cayo Julio César (100-44 a.C.), general y
político romano, que creó los cimientos del futuro sistema imperial romano al final de la
República. Nacido en Roma el 12 o 13 de julio del año 100 a.C., perteneció a la prestigiosa
familia Julia; desde su infancia conoció la polémica política. Su tío fue Cayo Mario, líder
de los populares. Este partido apoyó las reformas agrarias contra las que estaban los
reaccionarios optimates, una fracción senatorial. En su último año como cónsul, Mario
provocó muchas bajas entre los optimates, al mismo tiempo que nombraba al joven César
flamen dialis, uno de los arcaicos sacerdocios sin poder. Esto lo identificó con la política
popular de su tío.

En el año 71 a.C. Pompeyo Magno regresó a Roma, tras derrotar a Quinto Sertorio,
el general de los rebeldes populares, en Hispania. Ese mismo año, Marco Licinio Craso,
patricio acaudalado, reprimió la sublevación de esclavos dirigida por Espartaco en Italia.
Cuando César regresó a Roma en el 60 a.C., después de un año como gobernador
de Hispania, se unió a Craso y Pompeyo para formar el primer triunvirato. Con la ayuda de
esta alianza, César fue elegido cónsul2 en el 59 a.C. a pesar de la hostilidad optimate, y en
el 58 a.C. se le nombró gobernador de la Galia. Durante los siete años siguientes dirigió las
campañas conocidas como Las guerras de las Galias, al final de las cuales el poder
romano se estableció sobre el centro y norte de Europa, al oeste del río Rin.

A principios del año 49 a.C. César cruzó el Rubicón, un pequeño río que separaba
su provincia galia cisalpina de Italia, venció a su enemigo Pompeyo y tomó el poder en
Roma. Allí, César se convirtió en dictador hasta ser elegido cónsul en el 48 a.C. Cuando
César visitó Egipto, instaló a Cleopatra, hija del fallecido rey Tolomeo XII, como reina. En
el 47 a.C. sometió a Asia Menor y regresó a Roma como dictador. Aproximadamente en el
48 a.C. todas las fuerzas optimates habían sido derrotadas y el mundo mediterráneo
pacificado.

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Cónsul romano: magistrado principal de la antigua República romana. Según la tradición, el cargo fue
creado tras la expulsión de los reyes de Roma hacia el 510 a.C. y fue firmemente consolidado hacia el
300 a.C. Los cónsules siempre eran dos, y ocupaban el cargo sólo durante un año. Únicamente se
diferenciaban de los reyes en que la ocupación del cargo era limitada y en que sus conciudadanos podían
pedirles cuentas al final de sus mandatos. Negociaban los tratados de paz y las alianzas extranjeras, tenían el
dominio supremo sobre el Ejército, nombraban a los tesoreros públicos y funciones judiciales.
Durante bastante tiempo los cónsules fueron elegidos únicamente entre el populus o patricios, sin contar con
la plebe. Sin embargo, con el tiempo, dos funcionarios plebeyos llamados tribuni plebis fueron nombrados
rivales democráticos de los cónsules aristocráticos. Todo ello llevó finalmente a la apertura del consulado a
los plebeyos y en el 367 a.C. las famosas Leyes Licinias-sextinas ordenaban que uno de los cónsules debía
pertenecer a esa clase.
Durante el Imperio romano, que conservó las instituciones de la República, pero modificó sus formas,
preservó el consulado. Los cónsules eran elegidos por el Senado después del 14 d.C., y el cargo fue el más
alto al cual un ciudadano particular podía aspirar, aunque con menor autoridad y finalmente sólo nominal. El
último cónsul civil fue elegido en el 541 d.C.
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La base del poder de César era su posición de dictador ‘vitalicio’. Además, obtuvo
honores que incrementaron su prestigio. Vistió la toga, la corona y el cetro de un general
triunfante y usó el título de imperator. Es más, como sumo sacerdote de la religión
tradicional romana, fue jefe de la religión del Estado, pero sobre todo tenía el mando de
todos los ejércitos, lo cual continuó siendo la principal fuente de su poder.
César estableció un programa de reformas muy variado. En las provincias eliminó
el corrupto sistema de impuestos, patrocinó el establecimiento de colonias de veteranos del
ejército y amplió la ciudadanía romana. En la metrópoli reorganizó las asambleas e
incrementó el número de senadores. Su reforma del calendario dio a Roma un medio
racional para registrar el tiempo.
Sin embargo, varias familias senatoriales sentían que César amenazaba sus
posiciones; el honor y los poderes de César les hacían temer que éste quisiera ser rex (rey),
un título que, como republicanos, odiaban. En el año 44 a.C., un grupo de senadores, entre
ellos Cayo Casio y Marco Junio Bruto, conspiraron para llevar a cabo su asesinato. En los
idus (el 15) de marzo del 44 a.C., cuando César entró en el Senado, el grupo lo asesinó.

EL IMPERIO

Cayo Julio César Octavio Augusto (63 a.C.-14 d.C.), sucedió a César y fue el
primer Emperador de Roma (27 a.C.-14 d.C.), restauró la unidad y puso en orden el
gobierno romano tras casi un siglo de guerras civiles. Octavio recibió del Senado romano
el título de Augusto y consolidó su poder con la derrota de Antonio y Cleopatra en Accio.
Durante su reinado, instituyó reformas sociales y promovió la educación y la
literatura. Reinó durante un periodo de paz, prosperidad y desarrollo cultural conocido
como la era Augusta.

La Pax romana, periodo de orden y prosperidad que conoció el Imperio romano


bajo la dinastía de los Antoninos, (96-192, de Trajano a Marco Aurelio) y, en menor
medida, bajo la de los Severos (193-235). Marcó la edad de oro de Occidente y el despertar
de Oriente.

Las fronteras del Imperio tuvieron su máxima extensión en el siglo II. Los romanos
dominaban buena parte de la Europa actual, la totalidad de la cuenca mediterránea,
incluido todo el norte de África, Palestina y Siria, prolongando su poder al noreste por
Mesopotamia y Asiria hasta el Éufrates, Asia Menor y Armenia. En el plano institucional,
fue un periodo de equilibrio. El poder absoluto de los emperadores se ejerció con
moderación. La seguridad de las vías de comunicación favoreció el comercio. Esta
prosperidad económica se vio en las ciudades, que se embellecieron y asentaron en
detrimento del campo como centros de romanización y de cultura.
La pax romana (“paz romana”) fue en realidad una paz armada, porque los
emperadores conservaron las fronteras del Imperio gracias al ejército imperial. Las
invasiones (germanas al norte y persas al este) pusieron fin a la ‘paz romana’ en el siglo
III.
Se ha subrayado a menudo cómo Jesús nació mientras reinaba esta paz en el
mundo. Desde entonces, el mundo mediterráneo se inscribe en una sola unidad política y
administrativa. Si hoy nos dirigimos por tierra desde París a Jerusalén, tenemos que cruzar
una media docena de fronteras. En el siglo I, todo aquello formaba un mismo Estado. El
Imperio estaba dividido en Provincias, cuyos gobernadores eran designados en Roma por
el emperador o por el Senado: son los procónsules, los legados, los prefectos y los
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procuradores. En las regiones más lejanas hay algunos reyes que todavía ocupan su trono,
pero con poderes muy limitados. Pronto fueron sustituidos por un funcionario imperial,
cuando manifiestan ciertas veleidades de independencia.
De todos estos personajes se nos habla varias veces en el Nuevo Testamento: Lc
3,1-3; Hch 13,6-7; 18,12; 23,26; 24,27 etc. Las guarniciones instaladas por todas partes
mantienen el orden romano, mientras que el derecho romano contribuye a una cierta
unidad legislativa.
La sucesión imperial no se realizaba sin dificultades, ya que no había reglas fijas en
la sucesión al trono imperial.
A comienzos del periodo imperial (siglo I), Roma se había convertido en el centro
del Imperio y de ella partía el sistema viario que ponía en contacto sus diferentes regiones,
por lo que bien podía ser considerada como la capital del mundo.

LAS CIUDADES DEL IMPERIO

A pesar de formar un notable aparato militar, económico, político y cultural, el


Imperio conformaba una abigarrada multitud y multiplicidad de realidades de todo tipo en
su interior.
La unidad base de los países mediterráneos imperiales, era la ciudad. Pero no se
trataba de las polis griegas del Continente o de Asia Menor o de Sicilia. Las ciudades hacía
tiempo que habían perdido su independencia por la constitución primero del Imperio de
Alejandro y de sus sucesores, y luego por la irrupción del Imperio Romano. Aún así, las
ciudades conservaban una amplia gama de autonomía en su administración interior. La
ciudad no se limitaba al territorio urbano. Comprendía también la campiña circundante.

El cristianismo antiguo fue una religión eminentemente urbana: la Iglesia era ante
todo la comunidad local: “la Iglesia de Dios establecida en Corinto” (1 Cor 1,2). “Pablo,
Silvano y Timoteo a la Iglesia de los tesalonicenses” (1 Tes 1,1).

Las personas y las mercancías circulaban de un extremo a otro del Imperio, tanto
por tierra como por mar. Los caminos del comercio y de las personas eran también los
caminos de propagación de las religiones de misterio orientales y del evangelio.

Las rutas terrestres y marítimas fueron usadas por los evangelizadores itinerantes,
son Pablo, por ejemplo. Los capítulos 27 y 28 de los Hechos de los apóstoles son páginas
de esa epopeya viajera y apostólica. Las condiciones de viaje ocupan un amplio espacio en
las dificultades y las pruebas del ministerio de Pablo (2 Cor. 11, 25-27). Así se comprende
que el evangelio fuera anunciado primero en los puertos, a lo largo de los grandes ejes de
comunicación, de las rutas y de los valles. En la Galia, la navegación marítima concluía en
Arles, donde cedía su sitio a la navegación fluvial que subía por el Ródano y el Saona; de
allí se llegaba hasta Germania. La gente viajaba por negocios o por estudios (iban a Atenas
para estudiar filosofía, a Pérgamo para estudiar medicina, etc.).

Los legionarios y funcionarios romanos tenían que ir a sus diversos sitios de


destino. En ese mundo, también los esclavos iban conducidos lejos de su país de origen.
Los evangelizadores itinerantes podían anunciar su mensaje durante las escalas de sus
periplos apostólicos. (Hch 13,13). La precariedad de los viajes y su duración explican la
importancia de la hospitalidad que se recomienda sin cesar en los escritos del NT y del
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periodo siguiente. Todos podían encontrarse con sus compatriotas reunidos en algún barrio
de las grandes ciudades de la época, como: Alejandría, Antioquía y, sobre todo, Roma.
Sabemos que había colonias judías diseminadas por todo el Imperio y la
predicación cristiana solía comenzar en la sinagoga local. Sin embargo, uno de los escritos
cristianos más antiguos, la Didajé (Doctrina del Señor), recomienda que se desconfíe de
los aprovechadores, aún cuando apelen a la predicación del evangelio: “Que cualquier
apóstol que llegue a vosotros sea recibido como el Señor. Pero sólo se quedará un día o dos, en
caso de necesidad; si se queda tres días es un falso profeta” (11,4-5).

Como el servicio de correos estaba reservado para la administración imperial, se


confiaba las cartas a los viajeros. Una carta tardaba cincuenta días en llegar de Lyon a
Éfeso.

LA UNIDAD CULTURAL

El Imperio agrupaba a una muchedumbre de pueblos que conservaban sus


costumbres, sus lenguas, religiones y culturas. Los primeros cristianos de Palestina se
expresaban en arameo, la lengua de Jesús. Otros utilizaban lenguas semíticas similares,
como el siríaco. Había idiomas celtas en la Galia, beréberes en Africa. Sin embargo, en el
conjunto del Imperio se imponían dos lenguas:

1. El griego: que fue en su origen la lengua de algunas ciudades helenas, para pasar a ser
luego de las conquistas de Alejandro Magno (356-323 a.C.), la lengua común a todo el
Oriente. Es el llamado koiné, es decir, común. No sólo era la lengua de la cultura y de
la filosofía, sino también era lengua internacional de los comerciantes. Era muy
conocida en Roma y en las grandes ciudades de Occidente. El Lyon son numerosas las
inscripciones en griego. Era algo así como hoy lo es el inglés. También el griego fue la
primera lengua de la Iglesia. Los cristianos usaban la versión griega de la Biblia,
llamada de los Setenta (LXX). El Nuevo Testamento fue escribo en griego, así como
las obras cristianas y los textos litúrgicos, incluso en la comunidad cristiana de Roma
hasta el siglo III.

2. El latín: lengua de Roma y luego de Occidente, tuvo al principio una difusión menor
que el griego, pero fue para todo el Imperio la lengua de la administración y del
derecho. En la Iglesia fue utilizada como lengua habitual, primero en África, desde
finales del siglo II y luego en Roma y en el resto del Occidente cristiano a lo largo del
siglo III.

En la medida que los cristianos utilizaban estas lenguas, todo un modo de pensar
pasaba también a la Iglesia. La filosofía griega iba a servir para elaborar una primera
teología. Mediante el latín, el derecho romano ofrecería un marco jurídico para las
comunidades occidentales. Cuando los terrenos respectivos del latín y del griego quedaron
delimitados de una forma rígida, en el siglo IV, los dos campos culturales de la Iglesia
evolucionaron también de forma distinta hasta su separación en el cisma del año 1054.
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UNA INQUIETUD RELIGIOSA FAVORABLE A LA ACOGIDA DEL EVANGELIO

La predicación cristiana se encontró en el Imperio con sistemas religiosos sumamente


variados. Estas religiones podían oponerse al mensaje evangélico, pero podían ser también
“escalas progresivas” para la revelación cristiana.
Simplificando un poco la situación, ya hemos visto que podemos agrupar esta vida
religiosa en tres apartados: la religión tradicional romana, el culto al Emperador y las
religiones orientales de misterios. Todas estas, de algún modo, prepararon el camino a la
predicación y recepción evangélicas.

LA FILOSOFÍA

Los espíritus más filosóficos se encaminaban lentamente hacia el monoteísmo,


hacia un Dios único y trascendente, hacia una religión del deber que cumplir y de la
paciencia en la adversidad. Tal es el estoicismo que exige sumisión ante el orden del
universo.

BREVE NOTICIA SOBRE EL ESTOICISMO

El estoicismo es una escuela de filosofía occidental, fundada en la antigua Grecia,


opuesta al epicureísmo en su modo de considerar la vida y el deber. La filosofía estoica se
desarrolló a partir de la de los cínicos, cuyo fundador griego, Antístenes, fue discípulo de
Sócrates.
La escuela estoica se creó en Atenas hacia el 300 a.C. por Zenón de Citio. Entre los
años 200 a 250, el estoicismo se difundió por el mundo antiguo grecorromano. En este
período, el estoicismo tuvo su centro en Roma. Durante el período del Imperio romano, los
tres filósofos estoicos cuyos escritos se conservan son Lucio Anneo Séneca, Epicteto y el
emperador Marco Aurelio Antonino.
La filosofía estoica se desarrolló en torno al 300 a.C. durante los periodos
helenístico y romano. En Grecia los principales filósofos estoicos fueron Zenón de Citio,
Cleantes y Crisipo de Soli.
En Roma el estoicismo resultó ser la más popular de las filosofías griegas y Cicerón
fue, entre los romanos ilustres, uno de los que cayó bajo su influencia. Sus principales
representantes durante el periodo romano fueron el filósofo griego Epicteto y el emperador y
pensador romano Marco Aurelio.

Según los estoicos, la naturaleza es ordenada y racional, y sólo puede ser buena una
vida llevada en armonía con la naturaleza. Los filósofos estoicos, sin embargo, también se
mostraban de acuerdo en que como la vida está influenciada por circunstancias materiales el
individuo tendría que intentar ser todo lo independiente posible de tales condicionamientos.
La práctica de algunas virtudes cardinales, como la prudencia, el valor, la templanza y la
justicia, permite alcanzar la independencia conforme el espíritu del lema de los estoicos,
“Aguanta y renuncia”. De ahí, que la palabra estoico haya llegado a significar fortaleza
frente a la dificultad.

El estoicismo fue también la filosofía más influyente en el Imperio romano


durante el período anterior al ascenso del cristianismo. Los estoicos, ponían el énfasis en
la ética considerada como el principal ámbito de conocimiento, pero también desarrollaron
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teorías de lógica y física para respaldar sus doctrinas éticas. Sostenían que toda realidad es
material, pero que la materia misma, que es pasiva, se distingue del principio activo o
animado, logos, que concebían tanto como la razón divina y también como un tipo sutil de
entidad material, un soplo o fuego que todo lo impregna.
De acuerdo con los estoicos el alma humana es una manifestación del logos.
Mantenían que vivir de acuerdo con la naturaleza o la razón es vivir conforme al orden
divino del universo.
La base de la ética estoica es el principio de que el bien no está en los objetos
externos, sino en la condición del alma en sí misma, en la sabiduría y dominio mediante los
que una persona se libera de las pasiones y deseos que perturban la vida corriente.
Recordemos que las cuatro virtudes cardinales de la filosofía estoica son la sabiduría, el
valor, la justicia y la templanza, una clasificación derivada de las enseñanzas de Platón.
Un rasgo distintivo del estoicismo es su vocación cosmopolita. Todas las personas
son manifestaciones de un espíritu universal y deben, según los estoicos, vivir en amor
fraternal y ayudarse de buena gana unos a otros. Mantenían que diferencias externas, como
la clase y la riqueza, no tienen ninguna importancia en las relaciones sociales. Así, antes del
cristianismo, los estoicos reconocían y preconizaban la fraternidad de la humanidad y la
igualdad natural de todos los seres humanos.

ANEXO
EL ESTOICISMO

EL HOMBRE ESTÁ HECHO PARA CANTAR A DIOS:

Epicteto (50?-125? d.C.), nacido en Frigia, fue llevado como esclavo a Roma.
Liberado, abrió una escuela de filosofía estoica en Roma y luego se retiró a Grecia.
Quedó cojo como consecuencia de las torturas sufridas durante su esclavitud. Uno de
sus discípulos, Arriano, puso por escrito sus lecciones.

“Puesto que la mayoría de vosotros estáis ciegos, ¿no era preciso que hubiera
alguien para ocupar vuestro lugar y cantar hasta el fin, en nombre de todos, el himno
de alabanza a Dios? ¿Y qué otra cosa podía hacer yo, viejo lisiado, más que cantar a
Dios? Si fuera ruiseñor, realizaría el trabajo del ruiseñor; si fuera cisne, el del cisne.
Pero soy un ser dotado de razón y tengo que cantar a Dios: ésa es mi tarea. La cumplo
y no abandonaré mi puesto, mientras se me permita ocuparlo, y os exhorto a vosotros a
que cantéis el mismo canto”.
Epicteto, Conversaciones, I, 16,19-21.

EL CREDO DE UN ESTOICO

El Emperador Marco Aurelio, nació en Roma el año 121; fue Emperador desde 161 al
180. Murió de la peste en Vindobona (Viena), en la guerra contra los bárbaros. A pesar
de la elevación de su pensamiento, Marco Aurelio no siente ningún aprecio por los
cristianos. Para él, los mártires demuestran únicamente “un simple espíritu de
oposición”:
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“En todo momento, preocúpate con gravedad, como romano y como varón, de
hacer lo que llevas entre manos, con una estricta y simple dignidad, con amor,
independencia y justicia, licenciando todos los demás pensamientos.
Y lo conseguirás, si realizas cada una de esas acciones como si fueran la última
de tu vida/../.
Todas las cosas están entrelazadas entre sí; su encadenamiento es santo y casi
ninguna de ellas es ajena a las otras, porque han sido ordenadas juntas y contribuyen
todas juntas a la ordenación del mismo mundo.
En efecto, no hay más que un solo mundo que lo abarca todo, no hay más que
un solo Dios extendido por todo, no hay más que una sola sustancia una sola ley una
sola razón común a todos los seres inteligentes; y una sola es también la verdad”.

Marco Aurelio, Pensamientos para mí mismo, II, 5 y VII, 9.

IMPERIO Y EVANGELIO

Sin duda, la cultura grecorromana y el entorno imperial, fueron el ambiente en el


cual va sobrevivir y luego desarrollarse la mayoría del cristianismo antiguo. El evangelio
propone una felicidad plena, que al principio fue asumida por unos pocos creyentes. En el
resto del Imperio, los que gozaban de los bienes de este mundo eran unos pocos
privilegiados: los ricos, los aristócratas, los filósofos.
La economía imperial se basaba en la esclavitud. Se despreciaba el trabajo manual,
considerado como servil por las elites. En algunas ciudades, casi dos tercios de sus
habitantes son esclavos, que no tienen ningún derecho y son considerados “cosas”,
propiedad de sus dueños. El estoicismo invitaba a ver en el esclavo a un hombre y a obrar
en consecuencia, pero la práctica estaba lejos de la filosofía.
Los hombres libres distaban también de ser iguales entre sí. En las provincias, se
distinguían entre los que tenían ciudadanía romana y los demás. Los ciudadanos romanos,
en principio, podían apelar a la justicia del Emperador (Pablo: Hch 25,12). Los demás
tenían pocas garantías de que se les hiciera justicia.
En Roma misma, muchos ciudadanos vivían en la pobreza gozando de las
distribuciones gratuitas de grano; se les concedía asistir a los juegos del circo y del
anfiteatro: panem et circenses.
Con todo, la estructura imperial, favoreció de hecho la expansión del evangelio por
el mundo mediterráneo. Esta predicación habría sido imposible unos siglos antes. Además,
el evangelio responde a una espera profunda de los hombres de los primeros siglos de
nuestra era. Sin proponer una revolución social, la comunidad cristiana acogía a todos los
hombres y mujeres porque todos son iguales ante Dios y salvados por Cristo. En un mundo
duro para ellos, los esclavos, los pobres, las mujeres y los niños son especialmente
sensibles a la Buena Nueva de Jesucristo.

Esto no impidió que el cristianismo fuese en contra de ciertos comportamientos de


la época, por ejemplo:

 Los cristianos rechazaban una religión reservada sólo a un pequeño número de


iniciados, como en las religiones de Misterio.
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 Las exigencias morales del cristianismo se oponían al desprecio de la vida humana, al


laxismo sexual, al afán de lujo y del dinero; que a menudo marcaban a la sociedad
imperial.
 El mensaje cristiano rechazaba el relativismo religioso, no aceptaba ser uno más entre
los otros cultos y no aceptó la divinización del Estado romano. Tal vez esta es la
explicación de una lucha de varios siglos del Imperio contra los cristianos, pero
también la del atractivo cada vez mayor del evangelio para muchos habitantes del
Imperio.

Tanto dentro del Imperio romano como fuera de él, la proclamación del evangelio
llevó a la fundación de numerosas comunidades cristianas, preferentemente en ciudades.
La polis-civitas se convirtió así en el espacio vital de los creyentes locales, así como la
organización administrativa del Estado sirvió de modelo a las futuras circunscripciones
eclesiásticas.
Jerusalén y la primera comunidad tuvieron una importancia descollante hasta su
ocaso en el año 70. Sin embargo, en fechas tempranas comenzaron a tener un papel
preponderante Roma y Antioquía, a las que se sumó pronto Alejandría en el ámbito
egipcio. En la creciente implantación de la fe cristiana, la formación de comunidades
locales contribuyó en general a la estabilidad de la Iglesia.

LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO SIGLOS I - III3

No deja de sorprender la rápida expansión del cristianismo primitivo, además de la


acción de la gracia, esto se debe a varios factores, algunos de los cuales ya hemos
esbozado. Los Hechos de los Apóstoles nos indican la importancia que tuvo el judaísmo de
la diáspora como primer mediador del anuncio cristiano en el mundo de la gentilidad
helenista. Pablo y sus colegas evangelizadores, en sus viajes por el mundo Mediterráneo,
llegaban siempre en primer lugar a las sinagogas de la diáspora a anunciar el Evangelio del
Mesías Jesús. Sabemos que no encontró aceptación entre sus hermanos de fe y raza, pero sí
encontró un terreno espiritual mejor dispuesto entre los “paganos temerosos de Dios”, es
decir, en grupos de gente ligada al judaísmo, aunque no eran de origen judío.
Conocemos que otros apóstoles y evangelistas itinerantes se unieron a Pablo en su
obra misionera, lamentablemente sabemos poco de estos cristianos; pero ciertamente su
labor fue de gran importancia en la difusión del Evangelio: el hecho cierto es que ya en el
siglo II el cristianismo se difundió ampliamente en la cuenca del Mediterráneo, y que había
penetrado incluso en regiones apartadas fuera del Imperio romano. Lo cual da cuenta de la
gran obra misionera de estos evangelizadores itinerantes.

En definitiva: el evangelio ya a inicios del siglo II viajó por los seguros caminos y
vías marítimas y fluviales romanas hasta los confines del Imperio y más allá de éste.
Comerciantes cristianos, soldados evangelizados y predicadores itinerantes lo propagaron.
Las primeras comunidades cristianas surgieron en las grandes urbes de ese mundo
helenista y gracias a la pax romana, el cristianismo pudo arraigarse a fines del siglo II en
todo el “ecúmene” o “mundo civilizado”.

El principal centro de difusión del cristianismo fue la zona más rica, culta y poblada
del Imperio: el Oriente romano.

3
Franzen August, Historia de la Iglesia, Tomo I, Sal Terrae, Santander 2009, págs. 33 y siguientes.
41

En Bitinia, antiguo país en el noroeste de Asia Menor, situado en la costa sur del
Ponto Euxino (actual mar Negro) y de la Propóntide (mar de Mármara), tenemos el
testimonio del gobernador romano, Plinio el Joven.

Cayo Plinio Cecilio Segundo (62-113 d.C.); fue un escritor y político romano,
cuyas cartas proporcionan una descripción valiosa de la vida en el siglo I d.C. Plinio se
distinguió tanto por su talento literario como por su habilidad oratoria. Ocupó numerosos
cargos oficiales. En su juventud fue tribuno militar en Siria, donde frecuentó las escuelas
de los estoicos; cuestor a los veinticinco años, después pretor, y más tarde cónsul. Hacia el
111, lo nombraron legado imperial (gobernador) de la provincia de Bitinia, donde estuvo
durante dos años.
Reunió y publicó nueve libros de Epistolae (cartas), y un décimo libro, que
contiene su correspondencia oficial como gobernador de Bitinia con el Emperador Trajano,
que se publicó después de su muerte; en una de estas cartas, consulta a Trajano sobre qué
política debe seguir con los cristianos. Plinio en su Provincia de Bitinia, encontró en el año
112, un número apreciable de cristianos y esto lo lleva a preguntar a Trajano qué debía
hacer con estos ellos:

“El asunto me parece digno de tus reflexiones, por la multitud de los que han sido
acusados; porque diariamente se verán envueltas en estas acusaciones multitud de
personas de toda edad, clase y sexo. El contagio de esta superstición [el cristianismo] no
solamente ha infectado las ciudades, sino también las aldeas y los campos. Creo, sin
embargo, que se puede poner remedio y detenerlo….
…Nunca he asistido a procesos de cristianos. De ahí que ignore cual sea la
costumbre, y hasta qué grado, castigar o investigar tales casos. Ni fue tampoco mediana
mi perplejidad sobre si deba hacerse alguna diferencia de las edades, o nada tenga que
ver tratarse de muchachos de tierna edad o de gentes más robustas; si se puede perdonar
al que se arrepiente o nada le valga a quien en absoluto fue cristiano haber dejado de
serlo; si hay, en fin, que castigar el nombre mismo, aún cuando ningún hecho vergonzoso
le acompaña, o sólo los crímenes que puede ir anejos al nombre. Por de pronto, respecto a
los que eran delatados a mí como cristianos, he seguido el procedimiento siguiente;
empecé por interrogarlos a ellos mismos. Si confesaban ser cristianos, los volvía a
interrogar segunda y tercera vez con amenaza de suplicio. A los que persistían, los mandé
ejecutar, pues fuera lo que fuere lo que confesaban, lo que no ofrecía duda es que su
pertinacia y obstinación inflexible tenían que ser castigadas. A los que negaban ser o
haber sido cristianos y lo probaban, invocando con una fórmula por mí propuesta a los
dioses y ofreciendo incienso y vino a tu estatua, que para este fin mandé traer al tribunal
con las imágenes de las divinidades, y maldiciendo por último a Cristo – cosas todas que
se dice ser imposible forzar a hacer a los que son de verdad cristianos -, juzgué que
debían ser puestos en libertad”.
(Plinio, Carta 96).

Si hasta las regiones del Mar Negro estaba ya presente el cristianismo, mucho más
debía estarlo en las Provincias de Asia Menor y Siria. A fines del siglo I toda ciudad
importante contaba con una comunidad cristiana; la mayoría de estas comunidades habían
sido fundadas por los apóstoles (sobre todo Pablo).
En el siglo II había ciudades en que suponemos que la mitad de su población era
cristiana. Junto con este desarrollo del cristianismo en los medios urbanos helenistas, van
surgiendo también los grupos disidentes. En Frigia, antigua región de Asia Menor, en lo
que actualmente es Turquía, surge un movimiento heterodoxo popular conocido como
42

montanismo, movimiento herético cristiano fundado en el siglo II d.C. por el profeta


Montano. Hacia el año 156, Montano apareció en un pequeño pueblo, entró en trance, y
empezó a profetizar: lo que él decía era la voz del Espíritu Santo. Acompañado de dos
jóvenes mujeres, Priscila y Maximila, predicó su doctrina rigorista por toda Asia Menor.
El montanismo sostenía que el Espíritu Santo aparecía a través de Montano y sus
seguidores. Los montanistas enseñaron que la segunda venida de Cristo era inminente y
que un alejamiento de la gracia no podía redimirse. Los discípulos fueron instruidos para
buscar, y en ningún caso eludir, la persecución e incluso el martirio.
El montanismo encontró pronto adeptos, debido a surgir en un momento en que el
Imperio romano ejercía una dura persecución sobre la Iglesia. Los montanistas evitaban lo
secular, concentrándose, en cambio, en la preparación para la parusía de Cristo.
Asumiendo influencias de otros grupos heterodoxos (los encratitas), el montanismo
asumió un rígido ascetismo, decididamente hostil al cuerpo. El origen de esta tendencia
está en el entusiasmo espiritual del cristianismo primitivo.
Montano había sido un ex sacerdote del culto mistérico de Cibeles, y reprochaba a
la Iglesia en general que se había mundanizado en exceso y comenzó a predicar en el 157 o
172, una severa reforma moral y ascética que condenaba la huida del martirio y exigía que
el cristiano se presentara voluntariamente a la muerte martirial, y más aún, que la anhelara
y la buscara.
Montano dará nueva vida a la tensión escatológica de la Iglesia primitiva y anunció
como ya próximo, lo sabemos, el reino milenario de Cristo. Aseguraba haber recibido
revelaciones personales y se auto declaraba como profeta del Espíritu Santo y aseguraba
que la revelación divina había llegado con él, después de Cristo, a la perfección definitiva.
En Pepuza, Frigia, y con la ayuda de sus discípulas Priscila y Maximila, reunieron a
sus partidarios para esperar la venida de Cristo y el juicio universal.
Si rígida moral le procuró muchos seguidores, extendiéndose luego su doctrina por
todo el norte de África; allí alrededor del año 207, consiguieron para la secta a un hombre
culto como Tertuliano, que comenzó a combatir a la Iglesia por su presunta relajación
moral y su praxis penitencial.
Alrededor del 177, la Iglesia, temiendo los potenciales efectos disgregadores del
movimiento, excomulgó a los montanistas. Desde entonces convertida en una secta, el
montanismo logró su culminación en el siglo III en Cartago. Hacia el siglo VI, el
montanismo alcanzó la cima de su influencia, pero fue el punto en el que el movimiento se
extinguió.
Las herejías también muestran la vitalidad de la Iglesia, pues a raíz de ellas, la
Iglesia va aprendiendo y afirmándose. No podemos por esto sin más, identificar herejía con
maldad y no querer percibir que la unilateralidad de las herejías radica no pocas veces en la
ardiente voluntad de buscar la verdad salvífica correcta, aún por caminos equivocados. San
Jerónimo afirmaba: “Nadie puede construir una herejía a no ser que esté dotado de
ardiente celo y dones naturales” y San Agustín amonestaba: “No crean, hermanos, que las
herejías pueden nacer de un pequeño espíritu cualquiera. Sólo grandes espíritus han
producido herejías” (In Psalmun 124). Lo cual no aminora la nocividad de las herejías. Lo
que afirmamos es que, sin pretenderlo, las herejías han hecho progresar el desarrollo del
dogma, el conocimiento de la verdad revelada; sin negar la peligrosidad de una doctrina
que implica una amenaza para la salvación personal y para la Iglesia, a la que la herejía
trata de desviar de su fin último.

La Iglesia tuvo que defender su fe no sólo de los peligros de desviaciones


sincretistas que venían del exterior, sino también contra el rigorismo fanático, como en el
43

caso de Montano. Y lo hizo en el siglo II, acudiendo a los principios de la tradición


apostólica, fijando el cánon de la Sagrada Escritura y a través de las deliberaciones
comunes de los obispos. Un sínodo convocado contra el montanismo reunió por primera
vez a los obispos de Frigia (177). Estos sínodos locales dieron origen más tarde a
asambleas más amplias. A mediados del siglo III se convocaron sínodos provinciales en los
que se reunían los obispos de toda una provincia en torno a su metropolitano. En Cartago,
por ejemplo, los obispos de África; los de Egipto en Alejandría; los de Asia en Antioquía y
Cesarea y en Roma los de Italia.

A partir del siglo IV, concretamente después del Edicto de Milán del 313 y el
correspondiente cambio de situación de los cristianos en el Imperio bajo Constantino, los
obispos de todo el Imperio romano, de toda la “ecúmene”, se reunirán por primera vez
para debatir juntos problemas de la Iglesia universal; en este caso, para tratar la herejía de
Arrio y los cismas de Melecio (Egipto) y de Donato (norte de África). Ya lo veremos con
más detención más adelante.

Volviendo a nuestro tema del desarrollo del cristianismo antiguo. Parece ser que
incluso antes del fin de las persecuciones a fines del siglo III, había ciudades bastante
cristianizadas en la parte oriental del Imperio; prueba de esto, es que ni la terrible
persecución de Diocleciano (303) logró extirpar la fe.

Desde Asia Menor y Siria el cristianismo se propagó a Mesopotamia. La ciudad de


Edesa (norte de Mesopotamia), llegó a ser un activo centro misional y una vez que el rey
Abgaro se convirtió con toda su familia en el año 200, la cristianización del país se
desarrolló rápidamente.

No tenemos datos concretos sobre las fuentes del cristianismo en Egipto.


Posiblemente la misión cristiana penetró a través del puerto de Alejandría y de ahí se
difundió el cristianismo por el país; dicho puerto será un gran polo de vida cristiana en la
antigüedad, gracias sobre todo a su célebre escuela de teología. Sabemos que el obispo
Demetrio de Alejandría (188-231) organizó la Iglesia egipcia y pronto surgirán unas cien
sedes episcopales (pequeñas); estos datos nos permiten deducir que el país se cristianizó
rápidamente.
En Occidente, Roma era el centro eclesiástico. Hacia mediados del siglo III, el papa
Fabián4 estableció una nueva organización eclesial en base a siete distritos o diaconías
urbanas; lo cual supone una creciente población cristiana; tal es así, que el emperador
Decio (249-251) vio a la comunidad cristiana como un peligro. Cayo Mesio Quinto
Trajano Decio fue el instigador de la primera persecución general de los cristianos. En el
año 250 ordenó que todos los ciudadanos del Imperio romano fueran titulares de un
documento que acreditara su fidelidad a las divinidades romanas. Víctimas de su
persecución fueron el papa Fabián, quien fue martirizado; Cipriano, obispo de Cartago,
obligado a exiliarse; y Orígenes, uno de los padres de la Iglesia, encarcelado y torturado.
4
San Fabián (¿-250), papa (236-250) que favoreció la estructura jerárquica de la Iglesia, dividiendo Roma
en siete distritos o diaconías, administrada cada una de ellas por su propio diácono. Se le atribuye también
la ampliación de las catacumbas. Durante su pontificado la Iglesia comenzó a guardar sus archivos con
mayor cuidado y eficacia, lo que queda de manifiesto en el nombramiento de notarios por Fabián para
registrar las ejecuciones de los mártires. El propio Fabián fue martirizado, siendo una de las primeras
víctimas de la persecución de los cristianos iniciada por el emperador Decio.
44

La Iglesia cristiana estuvo dividida durante mucho tiempo sobre qué actitud tomar con los
cristianos que aceptaron públicamente las órdenes de Decio (los lapsi), y que finalmente
regresaron al seno de la Iglesia.
Las persecuciones, como veremos, no fueron constantes ni con la misma violencia
en todo el Imperio. Esto permitió a la Iglesia sobrevivir y desarrollarse. Eusebio de
Cesarea, el gran historiador del siglo IV, narra que en el año 251, se reunieron en un sínodo
celebrado en Roma alrededor de sesenta obispos italianos para condenar al antipapa
Novaciano5.

En el norte de África, en el siglo II, el cristianismo había echado raíces. Las


primeras noticias que tenemos, es el martirio de Scillium, en Numidia, en el 180. Personaje
destacado es Tertuliano (c. 160-220), primer gran escritor cristiano que escribe en latín; su
obra destaca por su vigor, suave sarcasmo, y expresión aguda y concisa, así como por su
hábil razonamiento.
Quinto Séptimo Florente Tertuliano nació en Cartago, hijo de un centurión romano.
Tras estudiar derecho, ejerció en Roma donde, entre el 190 y el 195, se convirtió al
cristianismo. Visitó Grecia y, quizá, Asia Menor. En el 197 volvió a Cartago para contraer
matrimonio y hacerse presbítero de la Iglesia. Sabemos que hacia el 207 llegó a ser el más
destacado líder del montanismo. Tertuliano escribió numerosos tratados teológicos, 31 de
los cuales se conservan en la actualidad.
En ellos defiende el cristianismo y analiza ciertos aspectos prácticos morales o de
disciplina eclesiástica. Desde sus primeras obras sus opiniones sobre ética y disciplina,
rigurosamente ascética, fueron poco a poco endureciéndose y, tras adoptar las doctrinas
montanistas, criticó con severidad a los cristianos ortodoxos. Si no hubiera abrazado la
herejía sería uno de los más importantes padres de la Iglesia, a quienes su obra influyó con
intensidad, sobre todo a san Cipriano, así como a todos los teólogos cristianos occidentales.
Tertuliano fue un profundo conocedor de la literatura griega y latina, tanto pagana
como cristiana, y fue el primer escritor en latín que formula conceptos teológicos como la
naturaleza de la Trinidad. Sin tener modelos en los que basarse, desarrolló una
terminología derivada de varias fuentes, sobre todo de las griegas y del vocabulario de los
juristas romanos. La impronta legalista de este lenguaje teológico, por primera vez acuñado
en Occidente, nunca se ha borrado.

Su obra más famosa, Apologético (c. 197), es una defensa apasionada de los
cristianos contra las acusaciones paganas de inmoralidad y subversión política. De sus
tratados doctrinales destinados a refutar la herejía, el más importante es De los derechos de
los herejes, donde argumentaba que sólo la Iglesia tiene autoridad para declarar lo que es y
lo que no es cristianismo ortodoxo. En otras obras se manifiesta en contra de las segundas
nupcias, exhorta a los cristianos a no asistir a los espectáculos públicos y aboga por la
sencillez del vestido y los ayunos estrictos. A partir de su etapa montanista, sostuvo que los
cristianos deberían aceptar la persecución sin huir de ella.

5
Novaciano (c.200-c.258), teólogo romano y segundo antipapa (desde 251). Novaciano adoptó la
doctrina del montanismo provocando el cisma novaciano. San Cornelio, que favoreció una actitud poco
severa con estos cristianos idólatras, fue elegido papa en 251 y Novaciano respondió nombrándose a sí
mismo papa. Sus partidarios cayeron en la herejía al negarse a imponer penitencia a los pecadores y en
251 fueron excomulgados por el Papa. Establecieron entonces su propia Iglesia hasta que en 325
volvieron a integrarse formalmente en la Iglesia católica en el concilio de Nicea I. Se cree que Novaciano
fue martirizado durante las persecuciones del emperador romano Valeriano.
45

De los escritos de Tertuliano (+ después del 220 en Cartago) se deduce que el


número de los cristianos presentes en el norte de África en el 212 debía ser elevado. En el
año 220, el obispo Agripino de Cartago pudo reunir un sínodo con más de setenta obispos;
veinte años más tarde eran noventa y a fines del siglo III la mayoría de las ciudades
estaban cristianizadas.
En la Galia es probable que Marsella tuviera desde el siglo I una activa comunidad
cristiana. En el siglo II, las comunidades de Lyon y Vienne, adquirieron gran importancia.
En el año 177, cuarenta y nueve cristianos fueron martirizados en Lyon. El número de
comunidades creció en el siglo III en toda la Galia.
Gran personaje es San Ireneo de Lyon (c. 140-202), obispo y padre de la Iglesia.
Nació en Asia Menor y de niño escuchó predicar a san Policarpo, obispo de Esmirna,
discípulo de san Juan Evangelista. En el 177 fue nombrado obispo de Lyon, cargo en el que
logró muchas conversiones entre los galos. Intervino ante el papado para que no separaran
de la comunión a los orientales que celebraban la Pascua el mismo día que los judíos y se
opuso con energía a la herejía del gnosticismo. Hacia el año 180 escribió contra los
gnósticos su obra Contra las herejías, que nos permite conocer mejor las bases del
gnosticismo. San Gregorio de Tours, cronista del siglo VI, fue el primero que lo menciona
como mártir, describiendo los sufrimientos que padeció bajo el emperador Lucio Septimio
Severo hacia el 202.
Según San Ireneo, ya en su tiempo existían en la Germania romana algunas
comunidades cristianas; hallazgos arqueológicos recientes han confirmado la existencia de
lugares de culto cristiano que se remontan al siglo III en Tréveris y en el sur de Alemania,
en Augsburgo; aunque dicho cristianismo arraigó en el siglo IV. Materno, obispo de
Colonia, participó probablemente en el sínodo romano del año 313 y unos años después
acudió a Arlés, donde colaboró en la redacción de las actas sinodales. También en Arlés, en
el 314, estuvieron presentes tres obispos británicos.

Fuera del Imperio romano, en el año 226 había unos 26 obispados en la región de
Tigris. La mayor parte de Armenia fue cristianizada bajo el reinado de Tirídates II, hacia el
280, y hacia fines del siglo III se podía decir que es propiamente un reino cristiano.
Es posible que el apóstol Tomás fuera el primero en predicar el evangelio en la
India. Pero parce más probable que la fe cristina fuera llevada a más tarde, desde Persia, de
tal modo que el nombre de “cristianos de Tomás” no tendría su origen en el apóstol
Tomás, sino en Mar Tomás, y por tanto se remontarían al siglo VIII.

Este avance notable del cristianismo antiguo no debe darnos una idea exagerada del
número de cristianos. No disponemos de datos estadísticos, ciertamente. Sólo tenemos
intentos aproximativos. Ludwig von Hertling realizó un cómputo tentativo para Oriente y
Occidente y obtuvo los siguientes resultados:

En Occidente existían, alrededor del año 100, sólo unos pocos miles de cristianos.
Hacia el 200 eran, suponemos, unas decenas de miles. En el siglo III ascenderían a unos
dos millones y hacia el 400 alcanzarían la cifra de entre cuatro y seis millones.

En Oriente no es posible ni siquiera formular vagas suposiciones sobre el número


de cristianos durante los tres primeros siglos. Alrededor del año 300 podría haber habido
unos cinco o seis millones; en torno al 400 eran tal vez unos diez a doce millones. Es decir,
Oriente estuvo mucho más cristianizado que Occidente. Estos datos se deben valorar sobre
el trasfondo de una población total del Imperio romano, que en el año 200 tendría unos
46

setenta millones de habitantes; y en el 300 habría descendido a unos sesenta millones. De


esto se podría deducir que los cristianos eran claramente una minoría. Especialmente las
zonas rurales seguían siendo paganas durante mucho tiempo más.

A la relativamente rápida propagación del cristianismo antiguo correspondieron


también un desarrollo interno y un crecimiento espiritual orgánico. A la época fundacional
de la Iglesia, en la “edad apostólica”, que comprendió la primera y segunda generación
cristiana, siguió la llamada “edad postapostólica”, la cual, concluido el tiempo de la
revelación, tuvo la tarea de transmitir a la tercera generación cristiana, y a las siguientes, el
testimonio de fe recibido de los apóstoles. Así, esta edad fundó, en sentido estricto, la
tradición y constituyó el puente entre los apóstoles y la Iglesia posterior y fue el primer
eslabón en la cadena de la tradición, naturalmente, esto no hizo que el desarrollo se
detuviera. El joven cristianismo tenía que conquistar todavía su lugar en el mundo, debía
afirmarse hacia adentro y hacia afuera, y defender la integridad de mensaje cristiano. Ante
estos desafíos, se hacía necesaria una elaboración teológica, una profundización de la
revelación a la luz del crecimiento espiritual y religioso de las comunidades cristianas. A
estas tareas se dedicarán los Padres Apostólicos, los primeros apologetas cristianos y los
Padres de la Iglesia.

LA VIDA COTIDIANA DE LOS CRISTIANOS DEL SIGLO II

Los creyentes, después de haberse sometido a un aprendizaje que ya comienza a


llamarse “catecumenado”, ingresan a la comunidad cristiana por medio del bautismo, la
confirmación y la participación en la comida eucarística. Las comunidades están regidas
por obispos, especialmente en los lugares donde los apóstoles han dejado sucesores
directos: Jerusalén, Antioquía, Roma, Alejandría, Corinto.
En otras comunidades sigue vigente un gobierno de tipo colegiado, el “presbiterio”,
semejante al de las comunidades judías, pero rápidamente comienza a ser sustituido por el
episcopado monárquico.

Sin abandonar sus ocupaciones habituales, los cristianos se reúnen especialmente


de noche entre el último día de la semana y el primero de la siguiente: leen libros sagrados
y se celebra la fracción del pan. El lugar: las “iglesias domésticas”, es decir, las casas de
los creyentes. Cuando llega el día del natalicio, es decir, del aniversario de la muerte de
algún confesor de la fe, la reunión puede celebrarse junto a la tumba, en el cementerio, que
normalmente es privado. En tales ocasiones se lee la “pasión” del mártir, es decir, el relato
del proceso y del martirio del confesor de la fe.

A partir de las iglesias domésticas se desarrollarán las iglesias “titulares”, de las que
quedan abundantes testimonios especialmente en Roma; en los cementerios privados y en
los alrededores de las tumbas de los mártires se desarrollaron los primeros camposantos
cristianos: unas veces al aire libre y otras bajo tierra.
En Roma, los cementerios subterráneos se llamarán luego “catacumbas”, varios
originados en cementerios privados.

Inmersos en la sociedad pagana imperial, los cristianos se empeñan en ser buenos


ciudadanos y exteriormente no se distinguen de las numerosas asociaciones privadas que
prosperan en la época de los Antoninos, con fines de mutua ayuda económica, social,
cultural, religiosa y funeraria.
47

La intensa vida espiritual de las comunidades cristianas se muestra a través del


testimonio de los mártires y las polémicas intelectuales, filosóficas y teológicas. Durante
esta época se van recogiendo también oralmente las tradiciones rabínicas en las
comunidades judías que habían escapado de la destrucción de Jerusalén: en Yamnia,
aproximadamente entre el 100 y el 130, Aquiba ben Joseph agrupa en tratados las
tradiciones jurídico morales del judaísmo y en Séforis, entre el 150 y el 200, Yehudá
Hannasí va estructurando las enseñanzas de la tradición religiosa llamada Mishná6, que
servirá de base más tarde para el Talmud7.

6
Mishná, primera parte del Talmud, una codificación de la ley oral del Antiguo Testamento y de las leyes
políticas y civiles de los judíos. Fue compilada y editada (de forma oral) en el último cuarto del siglo II
d.C. o en el primer cuarto del siglo III por el rabí Yehudá (c. 135-220). Fue patriarca de los judíos
palestinos y nieto de Gamaliel de Yavné. En su versión final, la Mishná representa varios siglos de
evolución. La Mishná está escrita en hebreo, aunque contiene gran número de palabras en arameo y en
griego. Se divide en seis órdenes, cada una de ellas subdividida en tratados y capítulos. La Mishná
presenta sólo una codificación de las leyes; va seguida de la Guemará, la segunda parte del Talmud, que
incluye un elaborado comentario de la Mishná.
7
Talmud (en hebreo pos bíblico, ‘instrucción’), cuerpo de ley civil y religiosa del judaísmo, que incluye
comentarios sobre la Torá o Pentateuco. El Talmud consta de un código de leyes, denominado Mishná, y
de un comentario sobre éste, llamado Guemará.
Existen dos compilaciones del Talmud: el Talmud palestinense (a veces llamado Talmud de Jerusalén) y
el Talmud babilónico. Ambas contienen la misma Mishná, pero cada una tiene su propia Guemará. El
contenido del Talmud palestinense fue escrito por eruditos palestinos entre el siglo III y comienzos del
siglo V d.C.; el del Talmud babilónico, por eruditos que lo escribieron entre el siglo III y comienzos del
siglo VI d.C. El Talmud babilónico se convirtió en el predominante porque las academias rabínicas de
Babilonia sobrevivieron a las de Palestina durante varios siglos.
El propio Talmud, las obras de la erudición talmúdica y los comentarios referidos a él, constituyen las
mayores aportaciones a la literatura rabínica en la historia del judaísmo.

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