Los antiguos pobladores, convirtieron estas tierras en foco civilizatorio a partir de
la domesticación del maíz, las grandes civilizaciones que se asentaron giraron en torno a esta planta, tanto a nivel material como espiritual, hasta nuestros días. El maíz tiene un papel sumamente en los mitos de creación de los pueblos mesoamericanos; en distintos libros sagrados aparece con un carácter divino. Asimismo, a través de la historia de México aparece constantemente, siendo alabado y como parte fundamental de la identidad mexicana. En el 2004, muchos grupos alzaron la voz debido a la contaminación transgénica de las milpas de Oaxaca. Se unieron para solicitar a los funcionarios de la Comisión de Cooperación Ambiental de América del Norte (CCA) y los científicos encargados del estudio sobre los impactos del maíz transgénico en México escucharan que el maíz es mucho más que un alimento, es la sangre, la raíz, el alma, el corazón mismo del pueblo mexicano. A partir del maíz, la historia, la identidad y el patrimonio son indisociables entre sí. Donde los pueblos originarios son quienes siguen cuidando y perpetuando este legado, a pesar de ser inadvertido. El maíz está enraizado en nuestra vida cotidiana, en nuestros platillos, con las gorditas, sopes, tamales, tacos, totopos, tlacoyos, garnachas, esquites, empanadas, atoles, pozoles, etc. También funge como mezcla de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. De diversos colores, hay maíz blanco, azul, rojo, morado, negro, amarillo y multicolor. El maíz ha sido representado de igual forma, en el arte, en las artesanías, aparece en la pintura, en el cine, fotografía, escultura, videos. Así como en las luchas de los campesinos, de la resistencia negra, indígena y popular. Pero, ¿cómo lograron los pueblos originarios tal diversidad de matices? Efraim Hernández Xolocotzi lo llamó la ciencia campesina o “ciencia de huarache”, donde los pueblos indígenas, a partir de prueba y error, lograron sofisticados conocimientos sobre el mejoramiento de los sistemas agrícolas tradicionales; donde siempre diversificaron sus preparaciones culinarias con maíces de distinto sabor, color y textura, así como con diferentes variedades de frijol, calabaza, chile y otros alimentos. Inventaron el complejo proceso de nixtamalización, que favorece la absorción de proteínas, vitaminas y calcio. De igual manera, incluyeron en su dieta el frijol, cuyos aminoácidos complementan los del maíz. La diversidad genética del maíz en México es enorme, alrededor de 59 razas, otras subrazas, y más de 1200 variedades locales de la especie Zea mays, así como los teocintles, parientes silvestres del maíz. Por su ubicación geográfica, México alberga al menos la décima parte de la riqueza biológica del planeta y es centro de domesticación del 15.4 % de las plantas comestibles del sistema agroalimentario mundial. El maíz es fruto de esa biodiversidad y es el alimento principal de los pueblos en México. Además el maíz es un invaluable regalo de México al mundo, es el cereal con mayor volumen de producción en el mundo, superando al arroz y al trigo. El maíz es una creación colectiva, una herencia cultural y biológica que debe ser protegida de las diversas políticas e intereses económicos. Sobre todo dada la situación de privatización masiva por medio de la introgresión de los transgenes patentados en las semillas, que son un bien común. Se ha evidenciado a través de algunos medios, la contaminación del patrimonio genético común de los mexicanos. Este problema se engloba distintas dimensiones: ambiental, social, económica, cultural, ética, y de salud humana y animal. Los movimientos en defensa del maíz han crecido a la par del riesgo de perder irremediablemente este patrimonio común (genético, biológico, ecológico, cultural, social, económico y espiritual) y nuestra capacidad de alimentarnos como nación. Se trata de una defensa integral donde todos y cada uno de nosotros puede verse reflejado e incluido.