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AL AIN BADIOU

L A V E R DA D E R A V I DA
U N M ENSA J E A LOS J ÓVEN ES

TR ADUCCIÓN DEL FR ANCÉS DE


A D RI A N A SA N TOV EÑ A

B A R C E L O N A   M É X I C O   B U E N O S A I R E S   N U E VA Y O R K

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SER JOVEN HOY EN DÍA:
SENTIDO Y SINSENTIDO

Comencemos por las realidades: tengo seten-


ta y nueve años. Entonces, ¿por qué diablos
me ocupo de escribir sobre la juventud? ¿Por
qué esta preocupación adicional de hablarle a
los propios jóvenes? ¿Acaso no les toca a ellos
hablar de su experiencia de jóvenes? ¿Acaso
vengo a ofrecer lecciones de sabiduría, como
un anciano que conoce los peligros de la vida y
le enseña a los jóvenes a desconfiar y a quedar-
se tranquilos, dejando el mundo tal como está?
Lo que busco, como espero pueda obser-
varse, es lo contrario. Me dirijo a los jóvenes a
propósito de lo que la vida puede ofrecer, de
las razones por las cuales debe necesariamen-
te cambiarse el mundo, razones que, por lo
mismo, implican tomar riesgos.
Pero voy a comenzar bastante lejos, por
un episodio muy conocido relacionado con
la filosofía: Sócrates, el padre de todos los fi-
lósofos, fue condenado a muerte bajo el car-
go de “corromper a la juventud”. La prime-
rísima recepción oficial de la filosofía tomó

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la forma de una acusación muy grave: el fi-


lósofo corrompe a la juventud. Entonces,
adoptando este punto de vista, diría sim-
plemente que mi objetivo es corromper a la
juventud.
¿Pero qué quiere decir “corromper”, y
qué quiere decir en la mente de los jueces que
condenaron a muerte a Sócrates bajo el cargo
de corromper a la juventud? No puede tratar-
se de “corromper” en un sentido ligado al di-
nero. No se trata de un “escándalo” en el sen-
tido en que hoy en día hablan los diarios: unas
personas que se enriquecen utilizando su po-
sición en tal o cual institución del Estado. Sin
lugar a dudas esto no es lo que los jueces le re-
prochan a Sócrates. Recordemos que, por el
contrario, uno de los reproches que Sócrates
hacía a sus rivales, conocidos como los sofis-
tas, era precisamente que recibían un pago.
Sócrates, si se me permite decirlo, corrompía
a la juventud de manera gratuita, con leccio-
nes revolucionarias, mientras que los sofistas
recibían una generosa retribución por las lec-
ciones que ofrecían, que además eran leccio-
nes de oportunismo. Por ende, “corromper a
la juventud”, en el sentido socrático, no es
para nada un asunto de dinero.

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Tampoco se trata de corrupción moral, y


menos aún de esas aventuras más o menos se-
xuales de las que también hablan los diarios.
Por el contrario, en Sócrates puede verse, o
en Platón cuando transmite —¿o inventa?—
el punto de vista de Sócrates, una concepción
particularmente sublime del amor, una con-
cepción que no lo separa del sexo, pero que lo
va desprendiendo poco a poco de él en favor
de una especie de ascensión subjetiva. Desde
luego, esta ascensión puede, e incluso debe,
iniciarse mediante el contacto con cuerpos
bellos. Pero este contacto no se reduce a la
excitación sexual, pues es el punto de apoyo
material de un acceso a lo que Sócrates de-
nomina la idea de lo Bello. De tal forma, el
amor es sin duda la creación de un nuevo
pensamiento que brota no solo de la sexuali-
dad, sino de lo que podría llamarse el amor
sexuado-pensado. Y este amor-pensado es
un componente de la construcción intelec-
tual y espiritual de uno mismo.
Al final, la corrupción de la juventud por
un filósofo no es cuestión ni de dinero, ni de
placer. ¿Acaso se tratará de una corrupción
por el poder? Sexo, dinero, poder… Es una es-
pecie de trilogía: la trilogía de la corrupción.

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LA VERDADERA VIDA

Decir que Sócrates corrompe a la juventud


equivaldría a decir que aprovecha la seduc-
ción de sus palabras para obtener cierto po-
der. El filósofo estaría utilizando a los jóvenes
en pos de un poder, de una autoridad. Los jó-
venes estarían sirviendo a su ambición. Des-
de esta perspectiva, habría corrupción de la
juventud en el sentido de que se estaría inte-
grando su ingenuidad en algo que podría lla-
marse, siguiendo a Nietzsche, una voluntad
de poder.
Pero yo diría, una vez más: ¡por el contra-
rio! Hay precisamente en Sócrates, visto por
Platón, una denuncia muy explícita del ca-
rácter corruptor del poder. Es el poder lo que
corrompe, y no la filosofía. Hay en Platón una
violenta crítica a la tiranía, al deseo de poder,
a la cual no hay nada que agregar, que es de
cierto modo definitiva. Contiene incluso la
convicción opuesta: lo que el filósofo puede
aportar a la política no es en absoluto la vo-
luntad de poder, sino el desinterés.
Así, llegamos a una concepción de la filo-
sofía por completo ajena a la ambición, a la
lucha por el poder.
Sobre este tema, me gustaría citar un pa-
saje de la traducción un tanto particular que

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SER JOVEN HOY EN DÍA

hice de La República de Platón. La portada


presenta la siguiente información: “Alain
Badiou” (nombre del autor) y, abajo, “La Re-
pública de Platón” (título del libro).1 De esta
forma no se sabe quién escribió el libro. ¿Pla-
tón? ¿Badiou? ¿Tal vez Sócrates, de quien se
dice nunca escribió nada? Reconozco que es
un título orgulloso. Pero el resultado es, qui-
zá, un libro con más vida, más accesible para
los jóvenes actuales que una traducción es-
tricta del texto de Platón.
Lo que voy a leerles se ubica en el momen-
to en que Platón se plantea la siguiente pre-
gunta: ¿cuál es exactamente la relación entre
poder y filosofía, entre poder político y filo-
sofía? Aquí uno puede darse cuenta de la im-
portancia que el autor le otorga al desinterés
en política.
Sócrates le habla a dos interlocutores,
dos jóvenes, precisamente, y aquí puede no-
tarse que seguimos en el mismo tema. En la

1.  Hay versión en español de este libro: Alain Badiou, La


República de Platón. Traducido por María del Carmen Rodrí-
guez (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2013). En
la portada de la traducción aparece primero el título del libro
y después el nombre del autor. (Todas las notas son de la tra-
ductora.)

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LA VERDADERA VIDA

versión original de Platón, son dos chicos,


Glaucón y Adimanto. En mi versión, eviden-
temente más moderna, hay un chico, Glau-
cón, y una chica, Amaranta. En la actualidad,
cuando se habla de los jóvenes, o a los jóve-
nes, lo menos que puede hacerse es incluir a
las chicas tanto como a los chicos. He aquí el
diálogo:

sócrates.  Si encontramos, para aquellos a los


que les ha llegado el turno de asegurar una par-
te del poder, una vida muy superior a la que les
propone ese poder, entonces tendremos la po-
sibilidad de que exista una verdadera comuni-
dad política. Porque solo llegarán al poder
aquellos para quienes la riqueza no es el dinero,
sino lo que la felicidad requiere: la verdadera
vida, plena de ricos pensamientos. Si se preci-
pita a los asuntos públicos, en cambio, gente
hambrienta de ventajas personales, gente con-
vencida de que el poder favorece siempre la
existencia y la extensión de la propiedad priva-
da, no es posible ninguna comunidad política
verdadera. Esa gente se pelea con ferocidad por
el poder, y esa guerra, en la que se mezclan pa-
siones privadas y poderío público, destruye,
junto con los pretendientes a las funciones su-
premas, al país entero.

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glaucón.  ¡Repugnante espectáculo!
Sócrates.  Pero dime, ¿conoces una vida capaz
de engendrar el desprecio al poder y al Estado?
amaranta.  ¡Desde luego! ¡La vida del verdade-
ro filósofo, la vida de Sócrates!
sócrates. (Encantado.)  No exageremos nada. De-
mos por sentado que no tienen que llegar al po-
der los que están enamorados de él. En ese caso,
tendríamos solo la guerra de los pretendientes.
He aquí por qué es necesario que se consagren a
la guardia de la comunidad política, por turno,
todos los integrantes de esa inmensa masa de
gente a los que no dudo en declarar filósofos:
gente desinteresada, instintivamente instruida
en lo que puede ser el servicio público, pero que
sabe que existen muchos otros honores que los
que se obtienen en la frecuentación de los des-
pachos del Estado, y una vida sin duda preferible
a la de los dirigentes políticos.
amaranta. (En un murmuro.)  La verdadera vida.
sócrates. La verdadera vida. Que jamás está
ausente. O jamás por completo.2

Ahí está. La filosofía, el tema de la filosofía, es


la verdadera vida. ¿Qué es una vida verdade-
ra? Esta es la única pregunta del filósofo. Y,
por ende, si es que hay corrupción de la ju-

2. Badiou, La República…, pp. 285-286.

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ventud, no es para nada en nombre del dine-


ro, de los placeres o del poder, sino para de-
mostrar a la juventud que existe algo superior
a todo eso: la verdadera vida. Algo que vale la
pena, por lo que vale la pena vivir, y que deja
muy atrás el dinero, los placeres y el poder.
La “verdadera vida”, recordémoslo, es una
expresión de Rimbaud. He aquí a un verda­
dero poeta de la juventud, Rimbaud. Alguien
que hace poesía a partir de su experiencia
total de la vida que comienza. Es él quien, en
un momento de desesperanza, escribe de ma-
nera desgarradora: “La verdadera vida está
ausente”.
Lo que la filosofía nos enseña, o en todo
caso trata de enseñarnos, es que si bien la ver-
dadera vida no siempre está presente, nunca
está completamente ausente. Que la verda-
dera vida está por lo menos un poco presente
es lo que busca demostrar la filosofía. Y esta
corrompe a la juventud en el sentido de que
intenta demostrarle que existe una falsa vida,
una vida destrozada, que es la vida pensada y
practicada como una lucha feroz por el po-
der, por el dinero. Una vida reducida, por to-
dos los medios, a la pura y simple satisfacción
de las pulsiones inmediatas.

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SER JOVEN HOY EN DÍA

En el fondo, dice Sócrates, y por el mo-


mento no hago más que seguirlo, hay que lu-
char por conquistar la verdadera vida contra
todos los prejuicios, las ideas preconcebidas,
la obediencia ciega, las costumbres injustifi-
cadas, la competencia ilimitada. Fundamen-
talmente, corromper a los jóvenes quiere decir
una sola cosa: intentar que no entren en los
caminos ya trazados, que no se consagren
simplemente a obedecer las costumbres de la
ciudad, que puedan inventar algo, proponer
otra orientación en lo que concierne a la ver-
dadera vida.
Por último, pienso que el punto de partida
es la convicción de Sócrates de que la juven-
tud tiene dos enemigos internos. Son estos
enemigos internos quienes la conminan a
alejarse de la verdadera vida, a no reconocer
en sí misma la posibilidad de la verdadera
vida.
El primer enemigo es lo que podría lla-
marse la pasión por la vida inmediata, por el
juego, por el placer, por el instante, por una
melodía, por una aventura, por una fumada
de mariguana, por un juego idiota. Todo esto
existe y Sócrates no pretende negarlo. Pero
cuando todo esto se acumula, cuando es lle-

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LA VERDADERA VIDA

vado al extremo, cuando esta pasión organi-


za la vida día a día, una vida suspendida en la
inmediatez del tiempo, una vida en que el fu-
turo es invisible o, en todo caso, totalmente
oscuro, entonces se alcanza una forma de ni-
hilismo, una forma de concebir la existencia
sin ningún sentido unificado. Una vida des-
provista de significado y, por ende, incapaz
de durar como una vida verdadera. Lo que se
denomina “vida” se convierte entonces en
un tiempo dividido en instantes más o menos
buenos, más o menos malos, de modo que, a
fin de cuentas, lo único que puede esperarse
de la vida es tener la mayor cantidad posi-
ble de instantes más o menos aceptables.
Definitivamente, esta concepción disloca
la idea de la vida misma, la dispersa, y por ello
esta visión de la vida es también una visión de
la muerte. Es una idea profunda, presentada
con mucha claridad por Platón: cuando la
vida queda sometida a la inmediatez tempo-
ral, se disloca a sí misma, se esparce, deja de
reconocerse, deja de estar ligada a un sentido
sólido. Recurriendo al lenguaje de Freud y el
psicoanálisis, en torno al cual Platón suele
adelantarse en varios puntos, podría decirse
que esta visión de la vida ocurre cuando la

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pulsión de vida está secretamente habitada


por la pulsión de muerte. De manera incons-
ciente, la muerte se apodera de la vida des-
componiéndola, arrancándola de su posible
significado. Este sería el primer enemigo ínti-
mo de la juventud, que inevitablemente atra-
viesa por esta experiencia. La juventud debe
pasar por la violenta experiencia del poder
mortal de lo inmediato. El propósito de la fi-
losofía no es negar esta experiencia viva de la
muerte interna, sino superarla.
Por otro lado, la segunda amenaza inter-
na para un joven es aparentemente lo con-
trario. A saber, la pasión por el éxito, la idea
de convertirse en alguien rico, poderoso,
con una buena posición. No ya la idea de
consumirse en la vida inmediata sino, por el
contrario, de hallar un buen lugar en el or-
den social existente. La vida se convierte
entonces en una suma de ardides para en-
contrar una buena posición, sin importar
que, con tal de lograrlo, uno deba someterse
mejor que todos al orden existente. No es
el régimen de la satisfacción inmediata del
gozo, sino el régimen del proyecto bien
construido, bien eficaz. Se comienza a estu-
diar desde el jardín de infancia y se continúa

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LA VERDADERA VIDA

en los mejores colegios, elegidos con todo


cuidado. Se asiste, en particular, a Henri IV, o
a Louis-le-Grand, donde, por lo demás, con-
cluí mis estudios. Y se prosigue, cuando se pue-
de, en este camino: las grandes universida-
des, los consejos de administración, las altas
finanzas, los poderosos medios de comunica-
ción, los ministerios, las cámaras de comercio,
empresas startup cotizadas en miles de millo-
nes en la bolsa…
En el fondo, cuando se es joven, uno está
expuesto, a menudo sin saberlo claramente,
a dos posibles orientaciones de la existen-
cia, en ocasiones mezcladas y contradicto-
rias. Estas dos tentaciones podrían resumirse
así: o bien la pasión de quemar la vida, o bien
la pasión de construirla. Quemarla equivale al
culto nihilista de lo inmediato. Esto bien po-
dría ser el culto de la revuelta pura, de la in-
surrección, de la insumisión, de la rebelión, de
nuevas formas de vida colectiva resplan-
decientes y breves, como la ocupación de
plazas públicas durante unas cuantas sema-
nas. Pero, como podrá notarse, nada de esto
tiene un efecto duradero, no hay construc-
ción, no hay un control organizado del tiem-
po. Se avanza bajo el lema no future. Y si, por

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SER JOVEN HOY EN DÍA

el contrario, la vida se orienta hacia la pleni-


tud del futuro, el éxito, el dinero, la posición
social, el oficio rentable, la familia tranquila,
las vacaciones en las islas del Sur, ello da por
resultado un culto conservador de los pode-
res existentes, pues es de acuerdo con ellos
como uno va a establecer su vida en las mejo-
res condiciones posibles.
Estas son las dos posibilidades siempre
presentes en el sencillo hecho de ser joven,
de tener que comenzar y, por ende, orientar
la existencia propia. Quemar o construir. O
ambas cosas, aunque esto no sería fácil, pues
implicaría construir el fuego, y el fuego que-
ma y relumbra, el fuego brilla, calienta e ilu-
mina momentos de la existencia. Sin embar-
go, es destructor, más que constructor.
Es porque existen estas dos pasiones que
hay juicios tan opuestos sobre la juventud, y
no solo en la actualidad, sino desde hace
mucho. Juicios muy contrapuestos que van
desde la idea de que la juventud es un mo-
mento maravilloso hasta la idea de que la ju-
ventud es un momento terrible de la exis-
tencia.
Estas dos versiones siempre han estado
presentes en la literatura. Sin duda hay algo

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que es propio de la juventud, sin importar


el momento histórico, y pienso que es jus-
tamente esta lucha entre dos pasiones fun-
damentales: el deseo de una vida que se con-
sume en su propia intensidad y el deseo de
una vida que se construye piedra a piedra
para llegar a tener una casa bien instalada en
la ciudad.
Les cito algunos de estos juicios. Tomemos
como ejemplo dos versos del famoso poema
“Booz dormido”, parte de La leyenda de los si-
glos, de Hugo:

Porque cuando el hombre es joven tiene mañanas


triunfales;
La luz sale de la noche como de una gran victo-
ria; […]3

Una juventud es un triunfo, dice Hugo, al


tiempo que evoca, con discreción y fuerza a la
vez, las mañanas del amor, de la victoria vo-
luptuosa.
Pero tomemos ahora el principio del libro
intitulado Aden Arabia, de Paul Nizan:

3.  Victor Hugo, La leyenda de los siglos. Traducido por


José Manuel Losada Goya (Madrid: Cátedra, 1994), p. 105.

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