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LEYENDO LAS EPISTOLAS

Las cartas en el mundo antiguo

Al lector moderno que por primera vez se relaciona con el NTNT Nuevo Testamento, podrá
parecerle extraño que 21 de sus 27 libros sean cartas, o algo muy similar a una carta, y que el
volumen de éstas totalice el 35% del texto. ¿Cuál es la razón para este estilo particular?
Hay al menos cuatro factores a tener en cuenta. Primero, que a menudo olvidamos cuán
acostumbrados estamos al verdadero caudal de medios de comunicación con que contamos en la
actualidad, de los cuales, prácticamente ninguno, estaba a dis posición de la iglesia del primer
siglo. La carta (como veremos) era el medio de comunicación tanto para los asuntos públicos
como privados; no había muchos más. Estaban los equivalentes a los antiguos pregoneros que
recorrían las ciudades, la reducida publicación de libros (aunque aún sin imprenta), las
representaciones teatrales, y muchos discursos, pero la mayoría de estos medios no constituían
opciones realistas frente a la clase de mensajes que los primeros líderes cristianos necesitaban
enviar.
Segundo, el rápido crecimiento de la iglesia cristiana en sus primeras décadas de vida exigía un
medio flexible, económico y a la vez rápido, de mantenerse en contacto con los creyentes
diseminados en toda la extensión del imperio. Resulta difícil imaginar una mejor alternativa
disponible en aquel tiempo.
Tercero, a medida que la iglesia cristiana crecía, se confrontaba con más dilemas que los que
pudiera fácilmente resolver. Algunos de estos surgían de su crecimiento a partir de la religión
del antiguo pacto, mientras que otros eran producto de su confrontación con el paganismo del
mundo grecorromano. Su rápido crecimiento y las grandes distancias geográficas se combinaron
así con una variedad infinita de actividades y relaciones. En la providencia de Dios estos factores
diversos se convirtieron en el medio a través del cual la primera generación de creyentes, guiada
por el Espíritu, aprendió a expresar y a defender la fe a través de expresiones de la verdad de
una riqueza extraordinaria. A menudo la mejor manera de tratar estas presiones era a través de
cartas, por lo que no es de sorprenderse que tales cartas hayan llegado a ser, bajo la dirección de
Dios, los primeros documentos normativos de la iglesia.
Por último, las cartas eran un medio establecido de sentar “presencia”. Podríamos quizá hablar
de “mantener el contacto”, de “conservar la amistad”, y, en ciertas organizaciones, de “conservar
las lí neas de autoridad”. Para el logro de estos fines en el mundo occidental moderno,
echaríamos mano del teléfono, el fax o el correo electrónico. En el Imperio Romano, los mismos
fines se alcanzaban por medio de cartas, las que sin duda adquirían un inmenso valor, debido a
los tiempos prolongados que frecuentemente separaban a una misiva de la siguiente. Hay
evidencia, por cierto, que en numero sas ocasiones los escritores del NTNT Nuevo Testamento
quisieron, por varias razones, establecer su “presencia” (p. ej.p. ej. Por ejemplo en 1 Cor. 5:3–5;
Gál. 4:19, 20; 1 Tes. 5:27), aun cuando nada podía cerrar enteramente la brecha en la
comunicación creada por la distancia (1 Tes. 2:17–3:8; 2 Juan 12).

TIPOS DE CARTAS

Unos 100 años atrás había quienes sostenían que las misivas grecorromanas podían dividirse en
dos tipos: (a) Las epístolas, es decir, las producciones li terarias que de una manera un tanto
superficial asumían la forma de cartas, pero que estaban destinadas a ser publicadas de manera
universal y leídas por todos; y (b) las cartas, que eran escritos ocasionales (como ser, cartas que
respondían a situaciones específicas) destinados a ser leídos por una persona o por un grupo
determinado. Las cartas de Pablo, sostenían, pertenecían en su totalidad a la última categoría.
Pero en la actualidad esta división simplista ha sido descartada en todo el mundo. Es por demás
simple: la clasificación de las cartas es mucho más amplia. Además, es excesivamente rígida,
porque existe amplia evidencia de que por lo menos algunas de las cartas dirigidas a situaciones
específicas, se consideraron como conteniendo también un interés normativo y una pertinencia
que iban más allá del destinatario original (p. ej.p. ej. Por ejemplo Col. 4:16). Más aun, la
diversidad misma de las cartas del NTNT Nuevo Testamento (compárense, p. ej.p. ej. Por
ejemplo Film. y 3 Jn. con Rom.) reclama categorías más adecuadas.
Un grupo de eruditos ha clasificado las cartas antiguas en diez categorías (aunque, en cierta
medida, éstas se sobreponen). Lo que sí resulta claro es que las cartas antiguas abarcaban, desde
comunicaciones privadas, personales (como una carta a la familia solicitando dinero), hasta
ensayos o tratados formales, que apuntaban a una circulación lo más am plia posible. Entre los
dos extremos, había cartas públicas más breves (algo similar a una moderna “Carta al Editor”,
¡sin haber un periódico!) Las cartas del NTNT Nuevo Testamento cubren gran parte de esta
gama, pero no toda. Por ejemplo, dentro del espectro, Rom. y Heb. están más cerca del extremo
del ensayo y, no obstante, siguen siendo cartas ocasionales (ver Rom. 15:17–22; Heb. 10:32–39;
13:22–24). Film., Tito y 3 Jn. se ubican más hacia el extremo opuesto, pero su inclusión en el
canon demuestra que fueron entendidas como conteniendo una autoridad y relevancia más
amplia que aquella que sus primeros lectores pudiesen haberle asignado.

EL CONTENIDO DE UNA CARTA

En el mundo antiguo la mayoría de las cartas comprendían tres partes, a saber: una
introducción, en la que un saludo acompaña a la mención del o los destinatarios, un cuerpo o
desarrollo, y una conclusión. Por lo general la introducción era muy breve: “De tal a tal, mi
saludo [chairein]”. En el NTNT Nuevo Testamento se conserva esta forma en una carta enviada
por el consejo apostólico (Hech. 15:23), en la carta de Claudio Lisias (Hech. 23:26) y en Stg.
(1:1). Dos cartas del NTNT Nuevo Testamento (Heb. 1 Jn.), no incluyen para nada tal
introducción, lo cual genera cuestionamientos respecto de su género (ver abajo); pero la mayoría
de ellas extiende, y a veces bastante, la introducción (p. ej.p. ej. Por ejemplo Rom. 1:1–7), y aun
cambian el tradicional cairo (“saludos”) por caris (“gracia”), sin duda, bajo la influencia de la
experiencia cristiana de la gracia de Dios en el evangelio (así la totalidad de las cartas de Pablo, 1
y 2 Ped. y 2 Jn.).
Algunas cartas antiguas incluían deseos de buena salud o alguna bendición. En esto las cartas
del NTNT Nuevo Testamento manifiestan una gran diversidad. Lo más cercano a un deseo de
buena salud es 3 Jn. 2 donde, notablemente, es la salud espiritual de Gayo lo que determina los
parámetros para su bienestar general. Los escritores del NTNT Nuevo Testamento,
generalmente comienzan con una expresión de gratitud a Dios (como en todas las cartas de
Pablo, excepto Gál., 2 Cor., 1 Tim. y Tito); algunos comienzan con un himno de alabanza (2 Cor.,
Ef. y 1 Ped.). Las cartas antiguas tendían a finalizar con diversos tipos de saludos; los es critores
del NTNT Nuevo Testamento siguen la misma práctica, agregando a menudo una doxología o
una bendición. Rom. resulta extraordinaria debido al espacio dedicado a dar un bosquejo de los
planes de viaje de Pablo (15:22–29), un pedido de oración (15:30–32) y una oración expresada a
manera de deseo (15:33), una larga lista de encargos y salutaciones (16:1–6), saludos finales de
parte de los colaboradores y la gracia y bendición final (16:20–27). Aun cuando algunos han
considerado el cap. 16 como un agregado editorial posterior, el considerable espacio que Pablo
dedica a este cierre probablemente se deba a que él no tenía relación previa con la iglesia como
un todo, y por esa razón estaba interesado en establecer la mejor de las relaciones con ellos, en
vista de su proyectada estadía allí durante su viaje a España.
En lo que se refiere a su cuerpo, el formato de las cartas en la época que estamos tratando difería
grandemente. Algunos estudiosos modernos han intentado identificar formas y secuencias
típicas, transiciones típicas entre la apertura y el cuerpo y otros detalles. Hasta el presente tales
esfuerzos no han encontrado mayor apoyo o aceptación. Pareciera que es mejor simplemente
respetar la diversidad, reconociendo que los escritores cristianos podían ser tan creativos como
los demás (las cartas de Pablo son particularmente creativas y eclécticas), y que algunas
peculiaridades de las cartas del NTNT Nuevo Testamento probablemente estén relacionadas con
la herencia de la influencia judía que caracterizó a la iglesia de los primeros tiempos.

ALGUNAS CONSIDERACIONES ESPECIALES

Cabe agregar otras cuatro consideraciones de carácter general. Primera, que las cartas del NTNT
Nuevo Testamento tienden a ser un poco más extensas que sus similares en el mundo secular.
Por lo general, se comparan las cartas de Séneca y de Cicerón con las de Pablo. La extensión de
las 124 cartas de Séneca varía entre las 149 y 4.134 palabras; las 776 de Cicerón van desde 22 a
2.530 palabras. Las cartas de Pablo pro median las 1.300 palabras de extensión, aunque Rom.
tiene 7.144 palabras.
Segunda, hay evidencia independiente que atestigua acerca de la manera en que era común que
los escritores emplearan “amanuenses”, escribas capacitados que escribían lo que se les dictaba.
Sin duda, muchos amanuenses eran esclavos, contratados para ayudar a un amo casi analfabeto
con sus asuntos de negocios y su correspondencia; otros trabajaban de manera independiente, a
cambio de una remuneración. Rom. 16:22 nos muestra que Tercio era el amanuense que
“escribió” lo que Pablo le dictó en esa carta. Era común que quienes dictaban una carta
atestiguaran la autenticidad de lo escrito agregando salutaciones finales de su puño y letra; esta
era, sin duda, la costumbre de Pablo (Gál. 6:11; 2 Tes. 3:17). Se infiere que él dictó todas sus
cartas, y que posiblemente otros escritores del NTNT Nuevo Testamento hicieron lo mismo.
Lo que resulta difícil de establecer es la medida de libertad de la que gozaba el amanuense. La
evidencia no es clara y, en consecuencia, muy discutida. Que cierta libertad existía, lo sugiere el
hecho de que Tercio se identifica. No obstante, no hay razón para pensar que fuera algo
corriente que los amanuenses tuviesen libertad para expresarse con independencia. El grado de
libertad probablemente dependiera de la relación existente entre el amanuense y el que dictaba,
la capacidad de cada uno de ellos, la naturaleza de la correspondencia y otros factores; del
mismo modo, el margen de independen cia con que cuenta una secretaria en la actualidad, está
sujeto a variables similares. No obstante, una vez que el autor leía el producto terminado y lo
firmaba, el documento pasaba a “pertenecer” al au tor, y ya no simplemente al amanuense. Aun
así, es probable que algunas diferencias de vocablos entre, digamos, las cartas pastorales y el
resto del material paulino estén sujetas a la probabilidad de que Lucas fuera el amanuense para
las primeras (ver 2 Tim. 4:11), las cuales contienen un número importante de expresiones que
resultan más características de los propios escritos de Lucas.
Tercera, a menudo se afirma que la escritura de cartas seudónimas (p. ej.p. ej. Por ejemplo
cartas supuestamente escritas por un autor reconocido, pero en realidad escritas por otra
persona) era una práctica corriente en los dos primeros siglos de nuestra era, que los escritores
del NTNT Nuevo Testamento nada malo habrían visto en ello, y que la evidencia literaria exige
arribar a la conclusión de que algunas cartas del NTNT Nuevo Testamento son seudónimas. (La
lista difiere de un erudito a otro, pero las cartas pastorales y 2 Ped. son las que más comúnmente
se consideran seudónimas, a las que les siguen Col., Ef. y 2 Tes., y menos frecuentemente va rias
otras.) Pero aun cuando esta práctica de escritura no era extraña para el mundo antiguo,
especialmente en libros apocalípticos, era poco frecuente, y hasta quizá inexistente, en el terreno
de las cartas. No existe ejemplo comprobado de que tengamos alguna carta seudónima originada
en los dos primeros siglos. Los ejemplos citados no son muy trascendentales. Por el lado de la
literatura judía, la Epístola de Jeremías es más bien una homilía antes que una carta, y la Carta
de Aristeas es una narración apologética (además, ambos ejemplos citados son un poco más
tempranos). Problemas similares son los que afectan a los ejemplos cristianos de tiempos
posteriores (p. ej.p. ej. Por ejemplo las cartas de Cristo y Abgaro, una carta de Lentulo,
supuestas cartas entre Pablo y Séneca). No existe siquiera un ejemplo convincente proveniente
del mundo gre corromano pagano. Cierto es que, tan pronto como la iglesia comenzó a evaluar
estos asuntos, toda sospecha de que un documento pudiera ser seudónimo llevaba a que no se lo
reconociera como teniendo autoridad canónica. En todo caso, mu chos estudiosos han concluido
que las razones tradicionales que clasificaban a ciertas cartas del NTNT Nuevo Testamento
como seudónimas, no resultan muy convincentes. Estos temas se consideran brevemente en las
respectivas introducciones a los libros en que correspondan.
Por último, para brindar un panorama completo, es necesario hacer mención del medio de
transporte de estas cartas. Aun cuando el gobierno imperial contaba con su propio sistema de
correos, éste no estaba a disposición del público en general. Por lo tanto, las cartas eran llevadas
en mano por amigos, conocidos, esclavos, empleados, soldados, empresarios, viajeros que
pasaban; es decir, cualquiera que fuera en la dirección adecuada y que estuviera dispuesto.

Las cartas de Pablo


Si damos por sentado que las 13 cartas canónicas que llevan el nombre de Pablo son obra de él,
debemos, no obstante, preguntarnos de qué manera llegaron a reunirse y en base a cuáles
principios se integraron al NTNT Nuevo Testamento tal como lo tenemos.

LA COLECCION DE LAS CARTAS DE PABLO

Las cartas de Pablo fueron escritas durante un período de aprox. 15 años (comenzando unos 15
años después de su propia experiencia cristiana), y envia das a iglesias y a personas muy
distantes unas de otras. ¿De qué manera, entonces, llegaron a juntarse estos 13 documentos? La
respuesta breve es que no lo sabemos; la evidencia es demasiado limitada como para ser segura.
En algunos casos, Pa blo mismo ordenó una circulación limitada (Col. 4:16). Se han presentado
sólidas argumentaciones en apoyo del punto de vista de que Ef. se escribió primeramente como
una carta circular para los cre yentes en Efeso y en las ciudades y aldeas vecinas; una carta
general, que abarcaba lo tratado en otras cartas más específicas como Col. y Film. (y quizá Fil.).
La primera lista concreta que conocemos es una compilada por Marción (líder de un
movimiento no ortodoxo, alrededor del año 140), que menciona diez cartas paulinas (excluidas
las pastorales). Algunos estudiosos sostienen que se trataba de la primera vez que se realizaba
lista alguna de este tipo. Pero esto es muy improbable. A nuestros tiempos ha llegado apenas
una pequeña parte de material escrito en la antigüedad más reciente, y la lista de Marción
resulta valiosa fundamentalmente como evi dencia de que otras listas más extensas, menos
ortodoxas, probablemente ya estuviesen circulando. Era la práctica de estos líderes
seudocristianos el adaptar la literatura cristiana a sus propios fines. Marción excluyó la totalidad
del ATAT Antiguo Testamento y la mayor parte del NTNT Nuevo Testamento; aun de los
Evangelios conservó solamente una edición mutilada de Luc.
Otros han argumentado que la primera recopilación de las cartas de Pablo se realizó poco
después del año 90 de nuestra era, 50 años antes de Marción. Algún devoto seguidor de Pablo,
estimulado por la publicación de Hech. (según este punto de vista, poco antes del 90), reunió las
cartas paulinas existentes. Pero es mucho más probable que Hech. haya sido publicada bastante
antes, alrededor del año 64, a la vez que se hace más difícil de entender por qué habría sido
necesario que la colección, de por lo menos algunas de las cartas de Pablo, tuviese que haber
esperado hasta ese acontecimiento. Existe fuerte evidencia de que los primeros Padres
apostólicos (en especial Clemente de Roma; c. 96) citan las cartas de Pablo. Lo que es más
importante, 2 Ped. 3:16 se refiere a la manera en que Pablo escribe “en todas sus epístolas”, una
expresión que, aun cuando no necesariamente deba abarcar exactamente las 13 cartas canónicas
que hoy tenemos, sin duda presupone que hay consenso respecto de un cuerpo de
correspondencia paulina en circulación. Aunque el peso de las investigaciones modernas
favorece una fecha tardía para 2 Ped., hay razones serias que permiten pensar en una fecha de
publicación tan temprana como el año 64 o 65.
Aun cuando no puede probarse, hay otra teoría que quizá sea más plausible que sus principales
competidoras. Pequeños grupos de cartas paulinas circulaban en forma regional aun durante la
vida de Pablo, en parte debido a las indicaciones de Pablo mismo al respecto (Col. 4:16). Luego,
después de su martirio (c. 65), uno o más de sus colaboradores más cercanos (¿Timoteo?) se
dedicó a preservar tanto como fuera posible de la correspondencia circu lante de su maestro.
Nada de esto puede ser probado de manera definitiva. No obstante, una teoría así parece
responder mejor a los hechos que han llegado a nosotros.

EL ORDEN DE LAS CARTAS

La organización del cuerpo de escritos paulinos en nuestro NTNT Nuevo Testamento requiere
de alguna explicación. El orden no sigue ni una cronología (¿la fecha de su publicación? o ¿la de
su escritura?) ni temas. Sigue dos criterios muy sencillos: las cartas a iglesias (Rom. a 2 Tes.) se
agrupan delante de las cartas a personas (1 Tim. a Film.), y dentro de cada grupo las cartas más
extensas se ubican delante de las más breves. La única excepción es Ef., la que, según estos
criterios, debería estar ubicada antes de Gál. Como una suposición, es posible pensar que
quienes ordenaron de esta manera las cartas de Pa blo, contaban con una copia de Ef.
transcripta en letra más pequeña o más comprimida, lo que les indujo a un error, pensando que
era más corta que Gál. pero más larga que Fil.
Lo más común es encontrar las cartas de Pablo clasificadas en cuatro grupos. Las del primer
grupo, Rom., 1 y 2 Cor. y Gál., algunas veces se des criben como las grandes cartas evangélicas.
Las primeras tres fueron escritas durante su tercer viaje misionero. A pesar de que muchos
asignan la misma época a Gál., puede señalarse de manera bas tante convincente que, de las
cartas de Pablo que aún perduran, ésta fue la primera que se escribió. En su contenido Gál. y
Rom. se acercan bastante, aunque es claro que Gál. fue escrita para advertir a las iglesias de
Galacia acerca de aquellos que estaban promoviendo el judaísmo en la comunidad cristiana
(gentil), en tanto que Rom. no pareciera tener un propósito tan específico.
Al segundo grupo a menudo se lo denomina el de las cartas carcelarias, debido a que en cada
una de ellas Pablo hace referencia a sí mismo como un prisionero. Estas son Ef., Fil., Col. y Film.
Es posible que las cuatro fueran escritas mientras Pablo estaba en la prisión en Roma, aunque
muchos estudiosos han afirmado que Fil. y quizá otras de entre es tas cuatro, fueron enviadas
desde Efeso o Cesarea.
El tercer grupo incluye a 1 y 2 Tes. Muchos sostienen que de las cartas paulinas existentes estas
son las dos primeras que él escribió. Aun cuando Pablo pudiese haber escrito Gál. en época más
tem prana, estas dos, escritas desde Corinto durante su segundo viaje misionero, manifiestan
una sensibilidad pastoral y una perspectiva de “los últimos tiempos” que vuelven a aparecer en
muchas de sus otras cartas. Aunque por lo general Pablo asocia a uno o más de sus
colaboradores en los primeros renglones de sus cartas, estas dos establecen una relación cercana
y explícita entre Pablo, Silas y Timoteo; y además, de manera poco habitual, se es criben
totalmente en la primera persona del plural.
El cuarto grupo, las cartas pastorales, comprende 1 y 2 Tim. y Tito. Estas son las cartas paulinas
que más frecuentemente se consideran seudónimas. No obstante, si se las atribuimos a Pablo,
debemos concluir que fue liberado de la prisión ro mana, porque en 1 Tim. y en Tito Pablo ya no
está en cadenas. Sin embargo, para cuando se escribe 2 Tim., Pablo está nuevamente en prisión,
y esta vez manifiesta muy claramente que no tiene esperanzas de sobrevivir. Aun cuando
algunas veces se hayan exagerado, las particularidades lingüísticas y temáticas de este grupo son
reales, y probablemente surjan de una combinación de factores. Estas cartas se dirigen a
personas físicas, en una época tardía en la vida del Apóstol, tratando en parte con los principios
del liderazgo cristiano, y posiblemente fueron dictadas a un fiel colega (¿Lucas?) que servía de
amanuense con un cierto grado de libertad, mayor que el que era habitual.

Las cartas no paulinas


Estas son sumamente diversas en su autoría y en su carácter. La carta a los Heb. es formalmente
anónima, y no hay consenso respecto de quién pudiera ser su autor. Dos cartas se presentan
como habiendo sido escritas por Pedro, y otras dos como escritas respectivamente por Santiago
y Judas (a los cuales muchos consideran hermanastros de nuestro Señor). Las tres restantes son
formalmente anónimas, aun cuando dos de ellas se presentan como obra de “el anciano”.
Existen buenas razones para pensar en el apóstol Juan como el autor de las tres. Dos de estas
siete cartas se cuentan entre las más cortas en el NTNT Nuevo Testamento (2 y 3 Jn.); una está
entre las más largas (Heb.).
Heb. y 1 Jn. se asemejan en un aspecto interesante. Ambas comienzan sin salutación de ningún
tipo (a diferencia del resto de las cartas del NTNT Nuevo Testamento). Esto ha llevado a la
sugerencia por parte de algunos estudiosos de que estos escritos no se tratan en absoluto de
cartas, sino de lo que hoy llamaríamos un folleto descriptivo o un pequeño libro, una homilía, o
un ensayo. Pero Heb., al menos, concluye como una carta, y ambas contienen los suficientes
comentarios personales, para no mencionar las referencias a detalles específicos relacionados
con la ex periencia de los lectores, que llevan a la conclusión de que sus respectivos autores
tenían en mente a lectores claramente determinados (p. ej.p. ej. Por ejemplo Heb. 5:12; 6:10;
10:32; 1 Jn. 2:19). Aun así, la riqueza en Heb. de frases normalmente utilizadas en un discurso
sugiere que la carta comenzó como una serie de homilías que, abreviadas, nos dejaron su ac tual
formato. Es posible que 1 Jn. sirviera como una carta pastoral general destinada a circular entre
una cantidad de iglesias, y que algunas congregaciones recibieran además misivas exclusivas,
más breves y específicas (¿2 y 3 Jn.?).
Varias de estas cartas presentan rasgos que merecerían ser comentados más extensamente,
aunque aquí solamente podamos hacer mención de los mismos. Jud. y 2 Ped. comparten cierta
relación de dependencia literaria (como ser, p. ej.p. ej. Por ejemplo el caso de los Evangelios de
Mar. y Mat.). Es posible que la carta de Stg. fuera el primer libro del NTNT Nuevo Testamento
en escribirse. 2 Jn. es singular en lo que se refiere a sus destinatarios: “A la señora elegida y a
sus hijos”, muy probablemente una iglesia hermana y sus miembros (aunque lejos estemos de
encontrar acuerdo, respecto de las razones por las cuales Juan eligió estos términos). 3 Jn. es
notable debido a su honesta re flexión sobre los “poderes políticos” dentro de la iglesia de los
primeros tiempos, lo que de alguna manera nos recuerda a 2 Cor. 10–13.

La interpretación de las cartas

Es importante tener en cuenta los principios generales de interpretación, brevemente resumidos


anteriormente (ver “Cómo interpretar la Biblia” en el artículo “Aproximándonos a la Biblia”),
pero hay, además, algunas pautas que resultan particularmente valiosas al momento de leer las
cartas.
1. Debido a que la mayoría de las cartas mantienen una cierta medida de flujo de pensamiento
lineal, debemos poner el mayor empeño en seguir ese flujo. Al mismo tiempo, debe hacerse
lugar para algunas variaciones importantes.
Primera, un escritor a veces está respondiendo a lo que están viviendo aquellos a quienes
escribe. Esto se aplica especialmente al caso de 1 Cor. Aun cuando los caps. 1–4 abordan el tema
de las faccio nes dentro de la iglesia en Corinto, los capítulos restantes presentan a Pablo
tratando, punto por punto, temas que surgían de informes verbales que le habían llegado (caps.
5–6), y luego temas originados en una carta enviada por los de Corinto (cap. 7 en adelante).
Segunda, en varias de las cartas el movimiento de pensamiento es todo menos directo. Stg.
resulta particularmente difícil de bosquejar, 1 Jn. más aun. Algunos han sostenido el punto de
vista que en el úl timo de los casos hay un “estilo circular”, donde varios puntos fundamentales
se vuelven a tratar una y otra vez. Si esto es así, no se trata de una mera repetición: cada ciclo
introduce nuevos elementos y consideraciones. En todo caso, el desarrollo del tema no es lineal
(como lo sería, relativamente hablando, gran parte de Rom. y 2 Cor.); tampoco una serie de
temas sueltos, como en algunas listas de proverbios. El flujo de pensamiento debe ser
descubierto y rescatado, pero a menudo se vuelve atrás para considerar terreno ya explorado,
pero desde una perspectiva ligeramente diferente.
2. Las cartas más tempranas fueron los primeros documentos canónicos producidos después de
la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo; las más tardías se encontraban entre los
últimos documentos canónicos que se escribieron. Pero aunque ellas cubren un período aprox.
contemporáneo a la escritura de los Evangelios, éstos, a diferencia de las cartas, se proponen
presentar a Jesús en los días de su existencia humana. No importa cuánto podamos
razonablemente conocer a través de los Evangelios acerca de las condiciones de la iglesia en el
tiempo en que fueron escritos, lo que lograremos entresacar nunca será más que inferencias. Por
contraste, las cartas nos ofrecen una percepción bastante directa de la naturaleza de la iglesia de
los primeros tiempos.
Así, las cartas nos proporcionan la culminación doctrinal, ética y espiritual (a este lado de la
segunda venida) del movimiento histórico de la salvación en la Biblia. Que el panorama sea rico
y multifacético no se debe negar. Que no tengamos todas las piezas del rompecabezas es cierto.
Pero estos son los aspectos que reúnen a muchos de los temas de las Escrituras, y plantean la
manera en que hilos conductores aparentemente divergentes, se unen en la revelación de Dios,
en estos últimos tiempos, en la persona de su Hijo. Resulta difícil de imaginar cuán limitados
estaríamos si el NTNT Nuevo Testamento no incluyera, p. ej.p. ej. Por ejemplo la epístola a los
Heb., con toda su visión abarcadora de la manera en que el sistema levítico y el pacto con ella
relacionado apuntaban al futuro sacrificio y al sacerdote que tratarían de manera eficaz y
definitiva con el pecado; Ef., con su sorprendente visión del accionar del plan de Dios, de unir a
los judíos perdidos y a los gentiles perdidos en una nueva humanidad, la iglesia; 1 Jn., con su
conmovedora insistencia respecto de que la fe cristiana verdadera puede encontrar consuelo y
fortaleza en la fidelidad doctrinal, en la obediencia moral, y en el amor genuino; Col., con sus
claras advertencias tan relevantes para nuestra era pluralista, de que Jesús no es una deidad
entre muchas, sino la revelación exclusiva y redentora de Dios, aquel en quien “habita
corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). Y así podríamos hablar del aporte
propio de cada una de las cartas que integran el canon del NTNT Nuevo Testamento.
3. En una medida importante, las cartas son documentos puente. Las Escrituras del ATAT
Antiguo Testamento fueron escritas por judíos, mayormente en el contexto del pacto que
Yahweh estableció con su pueblo. Es cier to que estos libros reflejan algo del antiguo contexto
del Cercano Oriente en que vivían los israelitas. Estamos familiarizados, p. ej.p. ej. Por ejemplo
con algo parecido a la literatura judía de sabiduría dentro de la literatura de Egipto, algo
semejante a la estructura del pacto en los tratados de los antiguos hititas y otros pueblos, y la
existencia de la circuncisión en otros grupos tribales (aunque con un simbolismo bastante
diferente del que tenía para Abraham y sus hijos). Pero las cartas del NTNT Nuevo Testamento
surgen conscientemente de este trasfondo judío y, en muchos casos, están dirigidas a iglesias
precoces, floreciendo en el mundo grecorromano. El cambio no era inci dental, reflejaba la
transformación del pueblo de Dios desde una sociedad tribal a una comunidad internacional de
los redimidos. A medida que los escritores del NTNT Nuevo Testamento hacían frente a esta
transición ex traordinaria, a medida que comenzaban a descifrar esta visión universal a la cual el
Espíritu Santo los estaba llevando, no sólo debían resolver la relación de los cristianos para con
la ley de Moisés, sino el desafío de mantener juntos a los cristianos judíos y gentiles. Surgían
nuevas implicancias sociales y políticas en una comunidad “de pacto” que no era una nación,
sino una expresión internacional de comunión y compañerismo.
Aun a nivel literario, este valor “puente” que tienen las cartas adquiere gran importancia. Por
una parte, es posible examinar las cartas de Pablo y descubrir en ellas su manejo de las
Escrituras con un criterio predominantemente judío, y su profundo conocimiento de los
métodos judíos de interpretación. Al mismo tiempo, Pablo disfrutaba no sólo de las ventajas de
una excelente educación a los pies de Gamaliel en Jerusalén, sino el haber estado lo
suficientemente expuesto al pensamiento griego como para poder citar aun a poetas griegos
poco importantes, y hacer uso de los recursos retóricos y literarios propios del mundo
grecorromano. La sen sibilidad para con esta doble herencia habrá de enriquecer nuestra
exégesis. A la vez, nos convoca al asombro ante la providencial sabiduría del Dios que tan
cuidadosamente preparó el camino para este supremo acto de revelación de sí mismo.
4. En virtud de que las cartas no solamente reflejan circunstancias históricas concretas, sino
también una teología bíblica culminante, existen dos herramientas adicionales muy útiles para
pastores y laicos (además de los comentarios). Los buenos diccionarios bíblicos proporcionan
una enorme riqueza de información relacionada con ciudades, movimientos, expresiones
técnicas, evidencia arqueológica relacionada, y algunos temas críticos. Al leer 1 Cor. resulta útil
conocer algo acerca de Corinto; al leer la última de las cartas a las siete iglesias (Apoc. 3:14–22),
es de suma utilidad el conocer algo acerca de Laodicea. Al mismo tiempo, un buen diccionario
teológico puede resumir en un par de párrafos o páginas, una cantidad de temas de discusión
cristiana, tanto bíblica como posbíblica, y permitir así encuadrar la discusión en un marco de
referencia más amplio, que podría de otro modo quedar fuera el alcance de aquellos que con
toda seriedad estudian por primera vez el texto de las Escrituras.
5. Debido a que la totalidad de las cartas del NTNT Nuevo Testamento tuvieron su origen, en
alguna medida, en situaciones muy específicas, resulta útil reconstruir la ocasión. En algunos
casos, este ejercicio es vital; en otros, peligroso; pero siempre es un tanto delicado.
El intentar reconstruir la ocasión que dio origen a una carta, a partir de la evidencia interna de
la misma, es un poco como intentar reconstruir una conversación telefónica conociendo
solamente lo que se habló de un lado de la línea. A veces la tarea resulta muy sencilla; otras,
resulta sumamente difícil. A riesgo de exagerar con la analogía, digamos que resulta fácil
reconstruir una conversación telefónica cuando aquel que habla del lado donde uno está pre
sente, repite constantemente lo que su interlocutor está diciendo; un poco más difícil, sin llegar
a ser un verdadero desafío, es cuando hay solamente una inferencia para hacer; bastante más
difícil, aun que no imposible, es cuando las inferencias son varias, pero el curso de la
conversación tiende a eliminar algunas de ellas; sin embargo, resulta imposible ir más allá de las
probabilidades, o aun de la mera especulación, cuando es posible encontrar muchas inferencias,
y de ellas muy pocas que sean seguras. No obstante, aun así, lo que concretamente sea posible
oír de un lado de la línea puede resultar sumamente valioso por derecho propio.
Este esfuerzo por reconstruir la ocasión que da lugar a una carta a veces se denomina “lectura
espejada”. Por ejemplo, desde lo más superficial del texto de Heb., uno observa que el autor está
profundamente preocupado porque los lectores perseveren en la fe, no importa cuáles sean las
dificultades. Pero, ¿se trata de lectores judeo cristianos que quieren volver a la observación
detallada de la ley judía? ¿Se trata de gentiles prosélitos del judaísmo, y ahora del cristianismo,
que quieren volver a una práctica más manifiesta del judaísmo? ¿Se trata de un caso en que ellos
o el autor fueron fuertemente influenciados por los escritos de Filón de Alejandría, cuyas obras a
nivel meramente formal a menudo guardan un cercano paralelismo con Heb.? Es posible
mencionar a diferentes eruditos que defienden cada uno de estos puntos de vista, y muchos
otros.
A cierto nivel tales preguntas no revisten gran importancia. Más allá de las conclusiones a que
llegue un intérprete moderno, prácticamente todos coincidirán en que el texto de Heb. exhorta a
los cristianos profesantes a perseverar. No obstante, las preguntas no revisten carácter
meramente académico. La naturaleza de la tentación a la que están expuestos los lectores y la
manera en que se los anima a perseverar, están íntimamente relacionadas con sus
circunstancias concretas. Que sea posible encontrar estudiosos que discrepan con este punto de
vista o aquel, no es razón para que uno deje de analizar estos aspectos personalmente; el
conocimiento no está por encima de la parcialidad, ni está libre de preconceptos y sesgos. Cada
lector cuidadoso debe sopesar los argumentos. No obstante, lo que sí es claro es que cualquiera
que sea nuestra conclusión de lo que constituye la ocasión para la carta a los Heb., afectará no
solamente nuestra interpretación del llamado a perseverar, sino que afectará también nuestro
concepto acerca de la manera en que esta carta debe aplicarse a los creyentes en la actualidad.
Una aplicación relevante y eficaz depende, en primera instancia, de la posibilidad de establecer
vínculos razo nables entre nuestras circunstancias y las de los destinatarios originales.
A pesar de algunos puntos de vista que sostienen lo contrario, las razones mayormente
presentadas como ocasión para la carta a los Heb. surgen mucho más naturalmente que la
situación que sirve de trasfondo a Col. A qué se refiere exactamente la “herejía colosense” nunca
ha encontrado acuerdo general. La respuesta, en cualquiera y todos los casos, es la exclusiva
supremacía de Cristo, el único en quien la plenitud de la deidad habita en forma corporal (Col.
2:9), el único que es la imagen del Dios invisible, el único a través de cuya sangre, de rramada en
la cruz, Dios ha hecho la paz (Col. 1:15, 20). Estas grandes verdades son inamovibles no importa
cuál haya sido la naturaleza de la herejía colosense. Indudablemente, entenderíamos un po co
mejor la manera en que Pablo discute, si conociésemos con más certeza qué es lo que estaba
confrontando, pero no obstante, las líneas principales de pensamiento en la carta son claras.
Lo más importante para tener en cuenta es que la naturaleza de las cartas exige que el intérprete
se esfuerce por entender las circunstancias históricas que rodean la escritura de cada
documento. Lo que no es permisible es hacer que una determinada interpretación dependa
totalmente de una reconstrucción que de por sí sea el resultado de un conjunto de inferencias
meramente posibles.
6. La naturaleza ocasional de las cartas hace, en algunos aspectos, difícil la tarea del intérprete.
Los temas en que Pablo, p. ej.p. ej. Por ejemplo puede hacer hincapié, están determinados en
parte por aquellas situaciones a las cuales él está haciendo frente. En ese sentido, sus temas
podrán no ser fiel reflejo de su teología tal cual él la predicaría en la plaza pública, o de la
manera en que la desarrollaría en un libro destinado a sus colegas apóstoles. Esto no significa
que sus cartas expresen algo que sea contrario a su teología; más bien, significa que, con la
posible excepción de Rom., en ningún lugar Pablo se dedica a dar una visión de conjunto de las
estructuras de pensamiento teológico que ha adoptado como apóstol cristiano.
Quiere decir que mucho de lo que se ha escrito, respecto al “centro” de la teología paulina, no
considera adecuadamente la naturaleza de sus escritos tal cual nos han llegado. No es posible
determinar razonablemente la importancia relativa de la cruz y del Espíritu Santo en el
pensamiento de Pablo, simplemente sumando la cantidad de veces que utiliza cada palabra.
Pueden haber existido im portantes razones pastorales para hablar más de un tema que del otro,
aun cuando el otro pudiera ocupar un lugar más central en su pensamiento. Aún así, es
necesario analizar todas las ocasiones en que aparecen, p. ej.p. ej. Por ejemplo términos como
“cruz”, “crucificado”, “muerte” y “sangre”, para entender la función que esas referencias
desempeñan en el pensamiento de Pablo.
Aun la noción del “centro” en el pensamiento de Pablo puede resultar engañosa. Exigiría de él
una organización de su teología, con sucesivas subordinaciones a jerarquías, algo que a él bien
podría haberle resultado extrañamente abstracto, y hasta repulsivo. De cualquier manera,
“centro” no resulta un término preciso; necesita ser definido con más claridad. Lo que es posible
argumentar es que la justificación es el “centro” del pensamiento de Pa blo, en el sentido de que
determina el momento de cambio en la relación de una persona para con Dios, y es, en
consecuencia, el concepto fundamental del que dependen todas las otras bendiciones
relacionadas con la salvación. Pero, “centro”, podría definirse de manera ligeramente diferente,
e insistirse en que la cruz, la cristología, o la gloria de Dios, u otra media docena de temas, son
los centrales para Pablo.
7. Pero si la naturaleza ocasional de las cartas del NTNT Nuevo Testamento trae consigo
problemas de interpretación, a otro nivel la tarea del creyente en Cristo es mucho más fácil de lo
que de otro modo sería. Si los au tores de las cartas hubiesen elegido, en cambio, escribir
volúmenes teológicos, esto indudablemente sería gratificante para los cristianos intelectuales.
Pero las cartas, tal cual las tenemos, no sólo estimu lan el pensamiento y aumentan la
comprensión, sino que enfocan a la totalidad de la vida. Las cartas abordan temas éticos,
consideran actitudes pastorales, lo más profundo de las emociones hu manas, la conciencia, la
voluntad, la moral y la verdad. Encontramos tiernas expresiones de gratitud en Fil., un anhelo
profundo y lleno de amor en 1 Tes., una indignada reprobación mezclada con amor sufriente en
Gál., un clamor apasionado en Heb., etc.
Esto es, sin duda, como debiera ser. Porque la Biblia, y no menos las cartas, fue dada no
simplemente para informar a la mente, sino para transformar la vida. Estas cartas constituyen
un medio divino, dado por pura gracia, de permitir que la pre sencia de Dios alcance a hombres
y mujeres que, de otro modo, estarían perdidos y abandonados. Por lo tanto, el desafío de la
interpretación nunca debe ser uno meramente intelectual. Debe ser una parte de nuestro
llamamiento como creyentes en Cristo, como pecadores justificados, como discípulos que
confiesan a Jesucristo como Señor.
D. A. Carson

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