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EL PASADO ES UN LUGAR EXTRAÑO

Emprender la búsqueda a lo extraño o más bien ese querer saber del otro, del pasado, a pesar

de las implicaciones que tiene hacer historia actualmente, aún hoy, es un acto que no carece

del todo de cordura. Lo cierto es, que escribir y pensar no son prácticas separadas. La historia

que se hace ahora no puede o no debería, no verse afectada por las obras que en los últimos

años del siglo XX, se ocuparon por comprender lo que era la práctica historiográfica en sí

misma. A partir de entonces “la historia se empezó a pensar como un relato y como una

escritura”1. Los trabajos de Paul Veyne en 1975, de Hayden White en 1973 y el de Michel

de Certeau escrito en 1975, produjeron todo tipo de controversias entre los historiadores a

tal punto de que se comenzó a entablar una discusión sobre una posible crisis en la disciplina

de la historia. Pero esto no pasó, la historia se sigue escribiendo, estos tres textos no

produjeron la muerte del trabajo del historiador, lo que sí trajeron consigo fue el hacer

evidente en primer lugar, que la historia es un relato que no refiere en sí mismo al mundo

real, sino sólo, como su representación. La segunda irrupción que hace esta historiografía a

los antiguos modos de comprender el discurso histórico, pero esta se debe más al trabajo que

hace Miche de Certeau en su obra La escritura de la historia, fue el hacer evidente que es

mediante la operación historiográfica que el pasado se vuelve legible en el presente2.

A partir de estas fechas se entiende por historia a aquellas formas que se le han dado

al pasado en el presente. De este momento en adelante, los historiadores, por lo menos alguna

parte de ellos, dejaron de leer los documentos como se les leía antes: como fuentes de acceso

al pasado. Hacer historia y operación historiográfica en el siglo XIX, no eran prácticas

1
Chartier, Roger, La historia o la lectura del tiempo, Barcelona, Ed. Gedisa, 2007, p. 21.
2
Ibíd., pp.27-28.
iguales, historiador era aquel que estudiaba los hechos en sí mismos, esto era lo que lo hacía

distinguirse de los que se dedicaba a hacer historiografía, pues en ese entonces se les llamaba

así a los que se ocupaban de analizar las muchas historias que se escribían del pasado. Es

decir, la historiografía era entendida como la operación que se ocupaba de pulir los “escritos

de historia” y convertirlos en verdaderos estuches de monerías pues eran los historiógrafos

los que se encargaban de darle a los textos históricos una mejor narración, fue por esto que

a los que hacían historiografía se les conoció como literatos3.

Para bien o para mal, estas formas de hacer la historia quedaron en el pasado. La

historiografía actual acepta que los objetos antiguos no fueron hechos con la intención de que

el historiador pudiera comprender su significado, lo que reafirma la idea de que el objeto

que perteneció a alguna sociedad en el pasado no cobra valor sino hasta que el historiador se

interesa por él.

“… la historiografía actual tiene muy claro que indagar hechos históricos no es


estudiar algo preexistente y objetivado naturalmente, sino que los hechos son
construidos por los historiadores bajo procesos metodológicos y narrativos muy
complejos. La noción de hecho histórico, como un objeto dado, ya no es sostenible.
El pasado concebido como el conjunto de lo que verdaderamente sucedió está fuera
del alcance del historiador”4.

Keith Jenkins influenciado por su maestro David Lowenthal escribió: “El pasado y la historia

son cosas distintas”5. Sin duda. También es cierto que, “la historia es un discurso, entre

muchos, sobre el mundo”6. Jenkins como Lowenthal a quien debe la mayor parte de su

3
Durán, Norma, Formas de hacer la Historia. Historiografía grecolatina y medieval, México, Ed. Navarra,
2001, pp. 12-13.
4
Ibíd., p.12.
5
Keith, Jenkins, Repensar la historia, Madrid, Ed. Siglo XXI, 2009., p.7.
6
Ibídem.
trabajo el primero, escribieron sobre los las voces que ya se venían susurrando desde finales

del siglo XX sobre la verosimilitud que ya no podría alcanzar ningún discurso histórico.

Ningún estudio que quisiera conocer el pasado en plenitud puede hacerlo. Lowenthal lo supo

mucho antes que Jenkins, en 1998, escribió El pasado es un país extraño. Él pensaba que al

ser el pasado un lugar extraño, lo que se pudiera decir de él, no se parecería nunca a lo que

un día, si fue, porque no hay modo por el que podamos comprobarlo. Decía: “El pasado se

ha ido; si se corresponde o no con las cosas que se ven, se recuerdan o se leen ahora es algo

que no se podrá probar nunca”7. El pasado como un lugar extraño como lo pensaba

Lowenthal, debería de ser un lugar donde la gente hacía las cosas de un modo diferente8. El

trabajo que hace Lowenthal sobre la reflexión que preocupo por mucho tiempo a los

historiadores en su siglo y a los de ahora, es de suma importancia para entender cuáles son

las limitaciones del historiador. Él resaltará tres de los problemas que siempre asolaran el

trabajo historiográfico: la primera es la inmensidad del pasado en sí mismo, por segunda

concibe el que el historiador no tenga manera de corroborar la distinción entre los

acontecimientos pasados y los informes que escribe de él. Por tercero está el que sea

inevitable evitar llevar los prejuicios de uno a la hora de escribir.

Ciertamente, los estudios que vienen quedan notificados de los problemas a los que

se enfrenta todo historiador que trate con las huellas que le han dejado, como prueba de haber

acontecido las sociedades del pasado. La tarea que tenemos es reafirmar nuestra capacidad

de saber crítico, pues el conocimiento que tengamos del pasado dependerá en gran medida

de los esfuerzos que hagamos en situar los documentos en su contexto productivo de su

7
Lowenthal, David, El pasado es un país extraño, Madrid, Akal, 1998, p. 274.
8
Ibíd., p. 280.
emisión9. La contextualización de nuestras fuentes apoyada en las técnicas interdisciplinarias

y operaciones específicas de la disciplina histórica parece ser el mejor gesto y medio de

poder apreciar la vida como se concebía en el pasado. Si bien, no hay forma de confirmar

que nuestra historia se parece con lo que fue el hecho real, el medio que tenemos y no

debemos abordar de forma escueta es la crítica e interpretación de nuestros documentos pues

son estos los que nos confirman que el pasado fue real y que nuestro trabajo consiste en hacer

una historia sobre él.

BIBLIOGRAFÍA

Chartier, Roger. La historia o la lectura del tiempo. Barcelona, Ed. Gedisa, 2007.

Durán, Norma, Formas de hacer la Historia. Historiografía grecolatina y medieval, México,

Ed. Navarra, 2001.

Keith, Jenkins, Repensar la historia, Madrid, Ed. Siglo XXI, 2009., p.7.

Lowenthal, David, El pasado es un país extraño, Madrid, Akal, 1998, p. 274.

9
Formas de hacer historia, Óp. Cit., p.13.

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